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MÓDULO II
UNIDAD DIDÁCTICA 4:
Noción de persona
Antropología Filosófica
4.1.
Presentación e Introducción
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Noción de persona
Antropología Filosófica
es el “soplo de vida” que hace del hombre un “alma viviente”, pero este término es muchas
veces empleado en contraste con el mundo celeste de Dios y del espíritu (ruah) (3). Entonces
se debió completar la dicotomía filosófica (cuerpo-alma) con la tricotomía teológica (cuerpo-
alma- espíritu). Esta última vino a ser tradicional en Oriente, y también se nota una cierta
confusión en el uso y en el significado de los términos.
Diversos aspectos de la “tricotomía”
Comencemos por la “tricotomía psicológica”.
La distinción tripartita del hombre: soma, psyjé, nus, parece surgir de Posidonio, es sin
embargo común a Aristóteles y a los peripatéticos. Un poema de Gregorio Niazanceno(4) y uno
de los discursos teológicos (5) presentan esta idea como una verdad generalmente admitida.
La primitiva terminología cristiana depende más o menos directamente de aquella de Plotino
o del ambiente neoplatónico. Se trata de una tricotomía diversa: el alma misma se divide en
tres partes. Clemente de Alejandría llama al alma tripartita o trigene y enumera las partes:
to noerón, to zymikón, to epizymetikón (6).
Conocemos una fórmula tricotómica de la Biblia. S. Pablo, en I Tes. 5, 23, expresa en
su plegaria el siguiente pedido: “El Dios de la paz os santifique (hasta la perfección) y (todo lo
que es vuestro) espíritu (pneuma), alma (psyjé) y cuerpo (soma) , (se conserve) irreprensible
para la venida de Nuestro Señor Jesucristo”. Evidentemente Pablo no aludía a alguna
tricotomía en el sentido helenístico, por otra parte no se lo puede considerar tampoco un
simple pleonasmo, desde el momento en que el Apóstol distingue los fenómenos que
dependen del cuerpo, del alma y del espíritu. Se advierte que San Pablo no comprende el
pneuma como un elemento físico del alma sino una comunicación de Dios (7).
Y es propiamente en relación con este significado del término pneuma que se
establece la distinción entre el hombre psyjikós y el hombre pneumatikós (8).
Orígenes sigue esta dirección: sabe bien que el alma se vuelve espiritual sólo cuando se
pone bajo el influjo del Espíritu Santo (9). Tenemos aquí un ejemplo de la trasposición que
sufre la terminología en la enseñanza cristiana.
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Esta aparente confusión o duda es sin embargo, muy significativa. Aquí tocamos el
grave problema teológico de la presencia del Espíritu Santo: viene “desde fuera” y al mismo
tiempo pertenece a nuestro yo. Es, entonces, mi “espíritu” y el Espíritu.
4.2.
El espíritu y el alma
4.2.1.Vivir según el Espíritu
Vista la ambigüedad de los términos, es difícil describir lo que los autores espirituales
llaman “espíritu del hombre”. Una buena síntesis de toda la tradición puede leerse en Teófano
el Recluso (22).
Esta “parte superior del alma” nos une a Dios: es aquella “fuerza soplada (espirada)
sobre el rostro del hombre en el momento de la creación; el alma es una fuerza inferior, o la
parte de la misma fuerza, destinada a cumplir las obras de la vida terrestre” (23).
“El espíritu... reúne en sí el sentimiento de lo divino, la necesidad de la conciencia, la
esperanza de lo mejor y al mismo tiempo la conciencia de todo lo que hacemos y conocemos”
(24).
Las consecuencias prácticas de esta doctrina sobre el espíritu son evidentes.
Porque el espíritu es como el alma de nuestro alma, vivir según el espíritu y obedecer
sus exigencias será la suprema norma de la vida cristiana:
“si satisfacemos las necesidades del espíritu, ellas enseñan al hombre cómo armonizar
entre sí las otras necesidades, y es así que ni las satisfacciones del alma ni las del cuerpo
están en contradicción con la vida espiritual, al contrario colaboran con su actividad. Así
resulta la armonía de todos los movimientos y de todos los comportamientos, los
pensamientos, los sentimientos, los deseos, las intenciones y los placeres. Es el paraíso” (25).
El hombre en su totalidad está bajo el influjo del espíritu. Los “sentidos espirituales” y
sobre todo la conciencia, afirma Teófano, constituyen la voz verdaderamente personal,
cuando se hace “sentir”.
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4.2.2.
El sentido espiritual
La doctrina de “los sentidos espirituales” proviene de Orígenes(26). Evagrio protesta
contra quienes no quieren conceder al nus lo que todos reconocen en los sentidos: intuición
directa de su objeto (27). El sentido más excelente, para un noético como Evagrio, es la vista
espiritual que se realiza en la luz de la Ssma. Trinidad durante la oración; los otros sentidos
cumplen el rol de sucedáneos de la vista, es decir, cuando falta la visión divina permiten
entender la palabra de Dios (28) o leerla en las creaturas (29).
Los partidarios de la “escuela del sentimiento” hacen consideraciones sutiles sobre las
funciones particulares de los otros sentidos espirituales; el olfato percibe el perfume de la
virtud y el hedor del mal y del maligno (30); el gusto, la bondad y la dulzura de Dios (31); el
texto da la “certeza” como al Apóstol Sto. Tomás (Jn. 20, 24 ss).
Se dice con bastante claridad que esta aiszesis está “toda en la inteligencia” (32) y el
sentido espiritual se reaviva a medida que los sentidos inferiores son mortificados. No hay
entonces, una revancha del sensualismo contra los excesos del espiritualismo (33). Por otra
parte, el significado difuso del nus y su evolución hacia el término “corazón” descarta
seguramente el peligro del intelectualismo.
4.3.
La conciencia
En sentido propio, la conciencia es la función actual de la decisión moral personal;
pero la evolución del término es tan importante que no es posible hablar de un concepto
homogéneo (34).
La palabra antigua que designa la conciencia es “corazón”. Entre los griegos la
syneidesis expresa los actos más diversos, como percibir, recoger, conocer, ser consciente,
etc. Por otra parte los griegos valoran mucho la moralidad según el sentimiento del bienestar,
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y presentan el de culpabilidad en modo muy expresivo (aidós, fóbos, aiszesis, etc.). Séneca
tiene conocimiento de un espíritu que reside en el hombre, “que observa y toma nota de
nuestras buenas y malas acciones” (35). Según Filón, el syneidós está puesto en el hombre por
Dios (36).
En los primeros escritos cristianos el término syneidesis y conciencia se insinúan
primero esporádicamente, luego, con el tiempo, se hacen más frecuentes.
El Occidente latino se inclina pronto hacia una interpretación moral (37), mientras que
en el Oriente griego los significados originales son ampliamente conservados. Aunque también
la conciencia propiamente dicha es mencionada con frecuencia.
En Doroteo se lee una bella conferencia sobre este tema.
“Cuando Dios creó al hombre, puso en él un germen divino, una especie de facultad
(osper logismón), quizá “como un logismos”, un pensamiento proveniente de fuera muy viva y
luminosa como una chispa, para iluminar el espíritu y hacerle discernir el bien del mal. Esto es
lo que se llama conciencia, que es la ley natural” (38). “Esta se debe observar, respecto de
Dios, del prójimo y de las cosas materiales” (39). “Dicen los Padres que el monje no debe
permitir que su conciencia lo atormente por alguna cosa...” (40).
4.4.
La naturaleza del alma
Desde el punto de vista moral (“salvar la propia alma”) los escritos de los Padres no
carecen de firmeza. Desde el punto de vista especulativo, en cambio, quedan abiertas muchas
cuestiones que deben ocupar la razón. De estos problemas encontramos un inventario en
Orígenes:
“¿El alma es corpórea o incorpórea, simple o compuesta...? ¿Está contenida en el
semen corporal y transmitida como el cuerpo, como algunos piensan, o viene desde fuera ya
perfecta, para revestir al cuerpo ya formado...? etc.” (41).
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4.5.
Origen divino del alma, su espiritualidad
En el Medioevo, Santo Tomás de Aquino ha elaborado su doctrina sobre el alma (46)
basándose sobre la psicología de Aristóteles. Aunque forma del cuerpo, el alma es
“espiritual”, simple, y desarrolla una actividad independiente del cuerpo.
Los primeros Padres no tenían dificultad en reconocer una cierta “espiritualidad” del
alma, estableciendo un estrecho lazo entre ella y el cuerpo, y atribuyéndole una especie de
cuerpo sutil desde el momento que el alma es principio de la vida terrestre. Para Ireneo, las
almas son incorpóreas sólo “en la medida en que se las compara al cuerpo” (47). Clemente de
Alejandría habla de un “alma corpórea”, del “pneuma corpóreo” (48), del “pneuma carnal”
(49).
Expresándose así los Padres se preocupan de salvar la trascendencia de la
espiritualidad divina, lo cual no queda claro en la concepción platónica. El término
“espiritual” ha recibido, entre los cristianos, un sentido específico.
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Al comienzo del De anima, poema didáctico en 129 versos sobre la naturaleza del alma,
Gregorio Niazanceno enuncia una tesis general de la filosofía de su tiempo:
“El alma es el soplo de Dios y experimenta la mezcla del elemento terrestre, aunque es
de naturaleza celeste; es una luz escondida en una caverna, pero divina e imperecedera”
(53).
Platónicamente, Gregorio se enoja con las teorías materialistas de los estoicos que
comparan al alma con un “fuego ardiente”, con “el aire respirado”, con el “plasma
sanguíneo”, o incluso “a la armonía de los elementos corpóreos tendientes a la unidad” (54).
4.6.
La inmortalidad del alma
Se ha sostenido que sólo la idea de la resurrección de los cuerpos pertenece al
cristianismo, mientras que la idea de la inmortalidad del alma habría sido importada bajo el
influjo de la filosofía griega (55). Parece difícil, sin embargo, conocer las convicciones de la
antigüedad en este campo (56).
Sin duda la antropología semítica era menos apta que la antropología griega (al menos
la de Platón) para integrar la idea de la inmortalidad del alma, para admitir que en el hombre
hay un elemento incorpóreo inaccesible a la muerte física (57).
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La Biblia mantiene una relación estrecha entre el pecado y la muerte (Rom. 5, 12-21),
mientras que Cristo es para nosotros el iniciador de la incorruptibilidad (58). En Ignacio de
Antioquía el tema de un “remedio de inmortalidad” tal vez está tomado de las religiones
mistéricas, pero está aplicado a la Cena del Señor y al Pan de Vida (59).
Por otra parte, la importancia que daba la Iglesia antigua al don del afzarsía es el
corolario natural del rol que le reconocía al Espíritu vivificante (60).
También conocemos la opinión de algunos autores antiguos que llegan a negar la
incorruptibilidad del alma (61). Es necesario en todo caso, tomar cuenta de la siguiente
situación: los términos “inmortalidad e incorrupción” cambian su sentido entre los autores
espirituales, que expresan la verdad escatológica y la firme persuasión de que “la vida no es
de nosotros, ni de nuestra naturaleza, sino que es dada según la gracia de Dios...” (62).
4.7.
El concepto de libertad entre los griegos.
En la libertad los griegos veían antes que nada la “libertad de elección” que se
manifiesta principalmente en las relaciones sociales y públicas del individuo (en relación a la
ciudad, la libertad “judaica” y social se opone a la esclavitud) y que se convierte luego, en la
antropología estoica, en libertad interior e intangible con la cual el individuo dispone de sí
mismo (autarkeia).
Por otra parte es necesario notar que los griegos no hablan de una facultad volitiva
especial. La voluntad era para ellos solamente un aspecto del conocimiento (63).
Es difícil comprender cómo los estoicos, con su tendencia fatalista, pudieron quedar en
la historia como los grandes campeones de la libertad individual.
Por una parte la necesidad de las leyes cósmicas, el fatum (64), aplasta al individuo;
por otra viene elaborado un mecanismo del conocimiento, llamado por Clemente de
Alejandría “la organización de los sentidos en vista de la ciencia”, de lo cual resulta
prácticamente una necesidad psicológica. Desde una impresión de los sentidos, aiszesis , se
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llega mecánicamente a una týposis en egemoniko, luego a una fantasía y al fin a una
katálepsyis (65).
Un valiente defensor de la libertad ha sido Filón. Su gran mérito es haber puesto la
libertad del hombre en relación a la libertad de Dios, que puede hacer milagros, es decir
acciones libres, excepcionales, en el mundo dirigido por las leyes cósmicas (66).
4.8.
La libertad cristiana
A la luz de la revelación bíblica la libertad humana aparece, en los Padres, en concreta
relación entre el hombre y Dios. Y del mismo modo en que defienden la libertad de Dios en la
Providencia así insisten sobre la libre responsabilidad del hombre frente a la llamada que Dios
le hace. Justino ataca violentamente a los estoicos: el libre albedrío es condición y
fundamento del mérito (67). Y dice Basilio: “¡ Qué falta de razón sería no dar a cada uno el
bien y el mal según el mérito personal!” (68).
Interesante es esta ligazón entre libertad y conocimiento (71). No hay virtud sin
libertad y, para los Orientales, es imposible alcanzar la verdad sin la práctica de la virtud. La
unión de la verdad y la libertad aparece ya en San Juan en una perspectiva superior:
participación de la gnosis y de la libertad divina.
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“La verdad os hará libres...; si el Hijo os libera seréis realmente libres” (Jn. 8,
32.36).
San Pablo especifica: Jesús, que es la Verdad, nos hace libres con su Espíritu, porque
“donde esté el Espíritu del Señor, allí está la libertad” (2 Cor. 3, 17).
En Occidente el problema de la libertad humana (como el de la espiritualidad del alma
y de su inmortalidad) está puesto y estudiado en sí mismo y no en referencia directa al de la
verdad y la libertad divina.
Es necesario evitar aún “la confusión entre el término psicológico de la voluntad y el
término metafísico de la libertad”, escribe P. Evdokimov (72).
“La voluntad está aún ligada a la naturaleza, y sometida a la necesidad y a los fines
inmediatos. La libertad depende del espíritu, de la persona. Cuando ella se alza hacia el
vértice, no desea más que la verdad y el bien” (73).
Para los Padres griegos son características estas palabras de Gregorio de Nisa:”La
libertad es semejanza con aquél que es sin patrón (adéspotos) y es soberano (autokrátes),
semejanza que había sido dada por Dios en el origen” (74).
“Es a causa de la libertad que el hombre sea deiforme y bienaventurado...” (75).
La verdadera libertad es una propiedad “espiritual”, un don del Espíritu Santo (76).
4.9
Libertad “estructural” y libertad de elección: eleuthería y proairesis
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libertad. ¡He aquí en qué consiste la perversidad del pecado! (85). Para salvarse basta
quererlo (86)
En la Iglesia Occidental es principalmente Agustín quien, para luchar contra el
moralismo naturalista del pelagianismo, ha tratado la gracia como un tema aparte. El forja los
términos de gracia preveniente y subsecuente, gracia operante y cooperante (87), e insiste
sobre la debilidad humana, sobre la imposibilidad de obrar el bien (88).
Los predicadores y moralistas de Oriente, en cambio, han insistido frecuente e
insistentemente sobre el rol humano. La observancia de todos los mandamientos divinos está
en poder de todos. José de Volokolamsk rechaza categóricamente toda opinión contraria como
una “calumnia” contra el Señor y su yugo dulce y soportable (89).
Está en la tradición de los Padres griegos (90). El reproche de pelagianismo o
semipelagianismo fue ya expresado por Agustín (91). Algunas expresiones parecen
escandalosas, como cuando dice Crisóstomo: Ni Dios ni la gracia del Espíritu Santo previenen
(son previos) a nuestra libertad (92).
Pero estos reproches son injustos. El corazón del tratado de la gracia es, en Oriente, la
divinización del hombre, imagen de Dios. Esta se identifica con el hombre mismo, con su
naturaleza. No podemos sorprendernos entonces, de que los autores no hayan afrontado el
problema de la libertad en sus relaciones con la gracia, porque esta gracia entra en la
constitución del hombre, en las funciones de sus facultades, especialmente de su libertad. En
un hombre equilibrado todas las partes que lo componen funcionan en colaboración
(synergeia).
Una comparación más explícita entre “la obra del hombre” y “la obra de Dios” es,
también en Oriente, fruto de discusiones. La polémica contra los monotelitas ha dado a Juan
Damasceno la ocasión de desarrollar largamente su doctrina sobre la libertad humana y sobre
la ayuda de Dios (synergeia).
Explica claramente que el hombre ha recibido la capacidad de elegir libremente el
bien; realizar el bien depende, sin embargo, de la cooperación divina (93).
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4.10.
Partes y facultades del alma.
Esta cuestión ha comenzado a preocupar a la filosofía y, más tarde, a los autores
espirituales, desde el momento en que se comprendió la necesidad de reunir, en la
concepción de un solo principio psíquico, el poder y las fuerzas diversas que se manifiestan en
el hombre.
Durante los tiempos de los Padres imperaba una visión sobre la concepción dualista del
alma según Platón (97): el nus, la parte superior, racional, y la psyjé, una función animal,
inferior (lo que Evagrio llama “la parte pasional del alma”) (98), a su vez subdividida en
zymikón y epizymetikón.
De allí resulta una tripartición, recibida por algunos Padres, y una idea fundamental de
la antropología de Evagrio (99).
Los estoicos, diluyendo la unidad del alma, señalan generalmente ocho partes: son los
cinco sentidos, más la voz, el semen, y el egemonikón, es decir el nus platónico modificado,
que dirige todo y hace la unión, dotado de tres facultades, el fantastikón, el ormetikón y el
sygkazetikón (100).
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