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EL SER HUMANO EN LA HISTORIA

“Cuando los habitantes de una aldea vieron por primera vez un elefante,
llamaron a sus sabios para que les dijeran de qué animal se trataba. Como
eran ciegos, los sabios decidieron palparlo. Uno palpó sus orejas y concluyó
que un elefante era como un abanico. Otro le tocó una pata y lo concibió como
el tronco de un árbol. Un tercero, tras acariciarle la cola, pensó que era como
una serpiente”

EL SER HUMANO EN LA
ANTIGUA GRECIA

El héroe homérico

Los griegos llamaban areté o


virtud a una determinada
expectativa de conducta vinculada
a una clase social. Para la
aristocracia guerrera, protagonista
de las obras de Homero, la Ilíaca
y la Odisea, conducirse
virtuosamente o con excelencia
significaba tener coraje y ser
valiente. De esta manera,
obtenían reconocimiento social y
fama, y pasaban a ser
considerados como héroes. En
ninguna de las obras de Homero
hay términos que hagan
referencia a la conciencia de un
“yo” que tome decisiones.
Aunque en ocasiones son los
propios protagonistas los que
determinan su comportamiento, con frecuencia sus actos están incluidos por los dioses o por las
emociones. Los deseos de los dioses se convierten en destino humano por mucho que los héroes
pongan su empeño para que ese destino no se cumpla. Los hechos humanos se entrelazan con los
deseos divinos, de manera que es difícil saber donde empiezan y acaban unos y otros. Por otra parte,
los héroes también se ven poseídos por emociones y sentimientos incontrolables, que no les
permiten tomar el control de sus acciones.

En definitiva, la Ilíada y la Odisea son obras en las que el ser humano ve constreñidos sus actos por
numerosas y diversas razones; sin embargo, eso no impide que sus protagonistas acaben actuando
de manera virtuosa, honorable y valiente, tal como se espera de ellos.

“Héctor se apresuró a dejar el refulgente casco en el suelo, besó y meció en sus manos al hijo
amado y rogó así a Zeus y a los demás dioses: “¡Zeus y demás dioses! Concededme que este hijo
mío sea como yo, ilustre entre los tercos y muy esforzado; que reine poderosamente en Ilión; que
digan de él cuando vuelva de la batalla: ¡Es mucho más valiente que su padre!; y que, cargado de
cruentos despojos del enemigo a quien haya muerto, regocije de su madre el alma”.

Homero: Ilíada. Gredos

El dualismo platónico
Según Platón, en el hombre hay dos principios opuestos: el cuerpo, que nos vincula al mundo
sensible, y el alma inmaterial e inmortal, que nos vincula al mundo de las ideas. El cuerpo nos
arrastra hacia lo material y dificulta el ascenso del alma hacia las ideas.

En los que respecta al alma, el rasgo fundamental es su inmortalidad, lo que permite a Platón
establecer la posibilidad del conocimiento de las ideas, que queda garantizada porque el alma es una
realidad intermediaria entre los dos mundos: el alma ha existido con anterioridad al cuerpo y le
sobrevivirá después. Su unión con el cuerpo es meramente accidental y transitoria, porque su lugar
natural es el mundo de las ideas. Platón acepta la teoría de la transmigración de las almas: el alma
por alguna falta cometida, fue expulsada del mundo de las ideas y condenada a vivir temporalmente
en el cuerpo que ocupa, como en una prisión. Los deseos corporales arrastran al alma al mundo
sensible y son un obstáculo para que vuelva a contemplar las ideas. Mientras está unida al cuerpo, el
alma debe concentrarse en ejercer el control sobre las pasiones, desligándose del cuerpo lo más
posible para alcanzar su purificación. La muerte significa su liberación; si no está suficiente
purificada, deberá transmigrar a un nuevo cuerpo y continuar el ciclo de las reencarnaciones Este
dualismo antropológico supone una concepción negativa del cuerpo que pasará a la cultura
occidental, impregnando incluso a la religión.

Platón considera que en el alma existen tres partes con tres funciones diferentes:

Alma racional: Inmortal e inteligente. Platón la sitúa en el cerebro y tiene afinidad con el mundo
inteligible porque su lugar natural es el mundo de las ideas.

Alma irascible: De donde surgen las pasiones nobles (el valor, la voluntad,etc.). Esta parte del
alma muere con el cuerpo y Platón la sitúa en el tórax.

Alma concupiscible o apetitiva: De aquí surgen los apetitos o las pasiones. Los deseos corporales.
Es mortal como la anterior y se halla en el vientre.

El animal racional y social aristotélico

Aristóteles definió al ser humano de dos formas distintas pero complementarias:

• Como animal racional: Para Aristóteles, toda la realidad está compuesta de una materia y una
forma concretas. En los seres vivos, la forma se identifica con el alma, y es donde reside la
capacidad para cumplir unas funciones específicas. Aristóteles distinguió tres tipos de funciones,
de almas, y por tanto, de seres vivos.
1. Alma vegetativa: Desarrolla las capacidades de alimentación y reproducción. Es propia de
los vegetales, aunque está presente en todos los seres vivos.
2. Alma Sensitiva: Permite las capacidades de movimiento, la percepción y el deseo, así
como el sentimiento de dolor y placer. Es propia de los animales, incluidos los seres
humanos.
3. Alma intelectiva: o razón. Permite la capacidad de pensar. Se trata de la facultad más
elevada y es exclusiva del ser humano. El ser humano es el animal racional.

• Como animal social y político: La racionalidad es la capacidad para dialogar y llegar a


acuerdos, de manera que esta capacidad convierte al ser humano en animal social y político. El
ser humano necesita vivir en comunidad para subsistir y para desarrollar plenamente todas sus
facultades. La convivencia es parte de la esencia humana. Según Aristóteles, la comunidad
humana natural por excelencia son las ciudades, la polis, entre las que destaca Atenas.

La filosofía helenística

Las escuelas filosóficas helenísticas surgieron en Grecia entre la fecha de Alejandro Magno (323
a.C) y la de la conquista romana del último reino helenístico, Egipto (30 a.C). Entre las distintas
escuelas helenísticas destaca por su importancia el
epicureísmo, que se caracteriza por:

- La felicidad es algo individual. Para Epicuro, el mayor obstáculo para la felicidad son los
temores humanos nacidos de creencias falsas e irracionales. La felicidad consiste en desear solo
aquello necesario (amistad, filosofía, autonomía, necesidades básicas) y alejar los temores.
- Defiende el cosmopolitismo, el sentimiento de ser ciudadanos del mundo. La ausencia de la idea
de patria (un sentimiento fundado en las polis griegas que desapareció cuando estas se
desintegraron en el imperio de Alejandro Magno) facilitó la visión universalista de la
humanidad. A diferencia del o que ocurría en la democracia ateniense, en la que esclavos y
mujeres no eran considerados ciudadanos, Epicúreo trataba a sus discípulos de forma igualitaria.
- Defiende que el ser humano se reduce a una agrupación de átomos en movimiento.

EL CONCEPTO MEDIEVAL DE PERSONA

Durante la Edad Media, la filosofía estaba al servicio de la teología y el pensamiento racional se


aplicó para hacer comprensibles las creencias religiosas. Es una etapa marcada por el teocentrismo,
concepción según la cual Dios se encuentra en el centro del universo y rige sobre todas las
actividades humanas. Para el creyente, nada ocurre por azar, sino que todo tiene una razón dentro de
este gran plan que la divinidad ha preparado para cada uno de nosotros y que se conoce como
Providencia, un plan que incluye la dotación del libre albedrío para decidir aceptarlo o rechazarlo.
Dios se entiende como un ser trascendente, es decir, un ser situado más allá del mundo natural. Los
filósofos más importantes de esta época fueron Agustín de Hipona y Tomás de Aquino.

Agustín de Hipona: Igual que Platón, S. Agustín afirma que el ser humano está formado por la
unión de dos realidades distintas: cuerpo y alma. El cuerpo constituye la parte física del ser humano.
Es mortal y finito pero, a diferencia de Platón, no lo entiende como prisión del alma, sino como un
instrumento que el ama puede utilizar para acercarse a Dios o alejarse de El. Asimismo, defiende
que el ser humano posee únicamente un alma racional, capaz de conocer, y que es inmortal. El
alma, la parte noble del ser humano, posee tres facultades: memoria, inteligencia y voluntad. En
esta imagen del alma, S.Agustín ve reflejada la Trinidad cristiana: La memoria (la identidad)
equivale a Dios Padre; la inteligencia (el conocimiento) a Dios Hijo y la voluntad (el amor) al
Espíritu Santo.

Tomás de Aquino: Su concepción del ser humano se fundamenta en Aristóteles; lo considera como
un ser unitario compuesto de cuerpo y alma. El ser humano no es un elemento más entre el resto de
objetos del cosmos; su libre albedrío debe entenderse como una prueba de que no es un ser
meramente material, sino también espiritual, y por este motivo su voluntad no está sometida a las
leyes del cosmos.
DUALISMO CARTESIANO Y MECANICISMO

A lo largo de los siglos XVII y XVIII, los enfoques y preocupaciones por el ser humano se
multiplican: la razón, las pasiones y la vida en comunidad se convirtieron en el centro de las
reflexiones de los principales autores de la modernidad.

Descartes (1596-160): En el hombre para él, se distinguen dos realidades (sustancias) de naturaleza
distinta: el cuerpo y el alma. Por tanto, Descartes, como Platón, defiende una visión dualista del ser
humano.

El cuerpo es de naturaleza material y le corresponde el atributo de la extensión (res extensa). su


funcionamiento sería como el de una máquina: todos sus movimientos se deben al impulso
producido por unos líquidos los que llamó “espíritus animales”. El alma es de naturaleza espiritual y
su atributo será el pensamiento (res cogitans): es una “cosa pensante”, un “yo que piensa”. La
racionalidad por tanto, es para Descartes, el fundamento del ser humano.

El dualismo cartesiano defiende que el cuerpo y el alma son independientes entre sí. Sin embargo,
admite que entre ambas realidades se produce una comunicación; por ejemplo, cuando alguien
siente tristeza o alegría, es fácil que estos sentimientos se conviertan en llanto o risas. Según
Descartes, la glándula pineal, situada en el cerebro, es el lugar donde se produce la relación entre las
dos sustancias.

Ante las dificultades del dualismo a la hora de explicar la relación entre materia y espíritu, algunos
filósofos empezaron a plantearse que en lugar de estar constituidos por dos sustancias diferentes,
quizá seríamos una sola entidad que comprende tanto lo que denominamos cuerpo como lo que
llamamos alma.

Esta concepción que reduce al ser humano a una única sustancia o principio la denominamos
monismo. Si este principio es concebido como material hablamos de monismo materialista (LA
METTRIE, S.XVIII. “El hombre máquina”) ; y si es mental, hablamos de monismo espiritualista.
(BERKELEY)

EL SER HUMANO COMO SER AUTÓNOMO. LA ILUSTRACIÓN

Donde mejor se conoce el «espíritu ilustrado» es en su concepto de «razón», que integra los
siguientes rasgos: 
1.    Autonomía de la razón. En uno de sus primeros escritos, es Kant quien mejor resume la
actitud intelectual del hombre ilustrado: "La Ilustración consiste en el hecho por el cual el
hombre sale de la minoría de edad. La minoría de edad estriba en la incapacidad de
servirse del propio entendimiento, sin la ayuda y dirección de otro. Un mismo es culpable
de la minoría de edad, cuando la causa de ella no yace en un efecto del entendimiento,
sino en la falta de decisión y de ánimo para servirse con independencia de él, sin la ayuda
de otros. “Sapere aude": Ten valor de usar tu propio entendimiento. He aquí la premisa de
la Ilustración"
     
De este modo expresa Kant el carácter autónomo de la razón en la época ilustrada. Hay una
confianza declarada en las fuerzas y recursos de la razón, por lo que se invita a usar de ella con
independencia, sin reconocerle otros límites que los impuestos por su propia naturaleza. La
estrategia, por tanto, será analizarla y comprobar donde han de situarse tales límites.

2.     Los límites de la razón. La razón es una y la misma en todos los pueblos, culturas, épocas y
sociedades; tiene una esencia o naturaleza fija, constante, aunque desarrollable en el
tiempo mediante el esfuerzo y el aprendizaje continuos. Lo mismo que existen unas leyes
físicas esenciales en la naturaleza, se supone que existen una serie de características
propias de la actividad racional (naturalismo de la razón ilustrada)
 3.   Carácter "crítico" de la razón.  Para que la razón desarrolle todo su poder e independencia,
necesita realizar antes una labor de clarificación sobre que cosas venían ahogando o
restringiendo su funcionamiento autónomo. Los frentes de crítica serán:
- No tanto la ignorancia, que fácilmente puede ser superada, sino más bien los  
prejuicios,  que la ciegan y paralizan.
- No tanto la historia y el pasado, pues sería ilusoria intentar algo así como estrenar el
mundo de nuevo, sino contra la tradición, entendida como una carga que
la razón se ve obligada a soportar, por el mero hecho de tratarse del
pasado. En adelante, se tratará de apropiarse racional y libremente del
pasado, buscando enriquecer y mejorar la tradición.
- No tanto contra la legalidad existente, pues la razón reconoce que hay ciertos
principios y leyes  que deben respetarse para hacer posible la vida social,
sino contra la autoridad externa no reconocida ni legitimada por la
razón o por su ejercicio responsable y moralmente aceptable. En este
sentido, la tradición y el pasado son autoridad, pero también el presente y
los representantes políticos actuales, si no se someten al dictamen de la
razón.
- No tanto contra la credulidad o los prejuicios sin más, sino contra la superstición y
la idolatría, que vienen a ser deformaciones de la verdadera religión. Las
críticas no se dirigen, sin más, contra el posible sentido de la idea de Dios
o lo divino, sino contra una determinada representación y forma de
imponer esa idea de Dios. Según esto, la Ilustración no conlleva una
negación y rechazo simplista de ciertas dimensiones de la realidad y de la
actividad humana, sino de modos de entenderlas y llevarlas a la práctica
contrarios a las exigencias de clarificación racional. La razón ilustrada es
tolerante y, según Voltaire, la tolerancia es el patrimonio de la razón.

4.    Carácter analítico de la razón. La razón no sólo tiene una esencia o naturaleza a descubrir,
sino que es el «organon» o mejor instrumento que tenemos para conocer, interpretar el
mundo y ejercer la crítica.
5.   Secularización de la razón. Frente a la concepción racionalista de la razón, cuyo último
fundamento era teológico y donde su correcto funcionamiento venía garantizado en última instancia
por la existencia de un Dios bueno y veraz (Descartes, Locke), gracias al cual era posible incluso un
uso trascendente de la razón -para mostrar la existencia de Dios y del mundo exterior-, la Ilustración
tiene una idea secularizada de la razón. La Ilustración rompe el equilibrio existente hasta
entonces entre fe y razón, terminando por reducir los contenidos de fe a verdades racionales, y
exigía, además, una total y progresiva desacralización de todas las actividades humanas.

Lo más importante de esta secularización no está en el rechazo de las cuestiones propiamente


teológicas o religiosas, sino en la proyección de las grandes cuestiones del pensamiento teológico
en esquemas e interpretaciones de otro orden, con menos tintes religiosos y en un lenguaje muy
diferente al tradicional. 
•     La concepción religioso teológica del mundo se fundamentaba sobre la relación hombre-Dios;
Dios constituye el centro, origen y sentido del mundo (teocentrismo); el sentido de la humanidad y
de la historia es establecido y regido por Dios (providencia); y el destino último del hombre y de la
historia es la salvación sobrenatural y la vida eterna, con ayuda de la gracia de Dios (redención).
•     Se pasa ahora a tener fe en lo natural. Frente al «providencialismo divino», se cree ahora en el
progreso continuo e ilimitado de la razón y de la sociedad humana. Y frente al redención
sobrenatural, se confía más en la redención que el mismo hombre debe procurarse mediante su
trabajo y esfuerzo por vencer las circunstancias desfavorables de la historia. La historia y la
sociedad aparecen ahora como el marco y horizonte de salvación.
Por tanto, las grandes cuestiones de la Ilustración son:

- La naturaleza física y el conocimiento de sus leyes, para poder dominarla;


- La religión y el sentido de la fe, de la idea de Dios (deísmo y religión natural);
- La sociedad y la historia, la organización racional de la sociedad y de la convivencia política;
- la consecución de un progreso histórico conforme a las exigencias de la razón.
- La exigencia de clarificación racional en todos los aspectos de la vida.  

NUEVAS CONCEPCIONES ANTROPOLÓGICAS


En el siglo XX, la filosofía ha analizado al ser humano de numerosas perspectivas que se han
beneficiado tanto de las contribuciones de la religión como de la ciencia. Son reflexiones que
giran en torno a conceptos que pretenden sacar a la luz aspectos fundamentales de la realidad
humana, como los siguientes:

El inconsciente

La contribución del neurólogo Sigmund Freud (1856-1939) destaca por introducir la concepción de
inconsciente. Hasta ese momento se consideraba que el ser humano era un animal racional y
consciente. Pero este pensador se dio cuenta de que numerosas acciones encuentran su causa en
razones que quedan ocultas. Los actos conscientes se realizan en función de de razones que se
encuentran en partes profundas del yo a las que la conciencia no tiene acceso. Freud a esa realidad
la llamó inconsciente y consideró que, para entender al ser humano, había que centrarse en su
estudio, para lo cual desarrolló una terapia llamada psicoanálisis. La finalidad de esta terapia,
basada en dejar hablar al paciente y en la asociación libre de ideas, era encontrar indicios con los
que sacar a la luz traumas reprimidos.

El nihilismo

Friedrich Nietzsche (1844-1900) se sirvió del término nihilismo (expresión derivada de la palabra
latina nihil, “nada”) para referirse a que nuestra vida no tiene un sentido trascendente. Occidente ha
caído en el error de buscar la verdad y el sentido de la vida en otro mundo que se encuentra más allá
de este, el único que existe, según Nietzsche. Todas las ideas vinculadas con la trascendencia
empujan a rechazar nuestro mundo mediante nociones como la de culpa. Al final, el hombre
occidental se da cuenta de que Dios ha muerto, de manera que ha depositado toda su esperanza en
un mundo trascendente que no existe. Una vez llegado al punto de cobrar conciencia de que nada
tiene sentido, se alcanza el nihilismo. Nietzsche reivindica que el sentido se encuentra en nuestro
mundo.

La alienación

Este concepto fue utilizado especialmente por Karl Marx (1818-1883). Hacía referencia al estado
en el que alguien, el trabajador, ha sido desposeído de su propia identidad laboral y pasa a ser
considerado como un objeto. Se refiere, por tanto al sentimiento que sufre alguien que se ve
despojado de la capacidad de dirigir su propia vida al estar controlada por agentes externos. Es un
término que se refiere también a un sistema laboral que trata de forma inhumana a los trabajadores.
Marx se dio cuenta de que el obrero estaba excluido tanto del proceso creativo de la producción
como de los beneficios finales que se obtienen. El trabajador no se siente realizado en el trabajo,
sino alienado, debido a que sus acciones son un medio, y está excluido del fin. El obrero acaba
siendo una pieza más en la cadena de montaje, en cuyo proceso no hay ni una concesión a su
creatividad y el producto final no le pertenece.

La existencia y la angustia

Para el filósofo francés Jean Paul Sartre (1905-1980) el ser humano no puede estudiarse
objetivamente, ya que una definición sería necesariamente incompleta. A diferencia de las cosas,
que sí tienen definición, el ser humano no tiene una naturaleza fija y cerrada. Su ser, su esencia,
consiste en existir y, por tanto, está continuamente construyéndose a si mismo, siempre inacabado,
siendo una posibilidad abierta al futuro. Por ello, existir y ser libre es lo mismo, o como dice Sartre,
el ser humano está “condenado a ser libre”. Esta situación conlleva el sentimiento de angustia, que
surge de la conciencia del “riesgo” que comporta el uso de la libertad sin poder dejar de ser libre.
Esta libertad constituye la esencia humana. Según afirma Sartre, el existencialismo es un
humanismo: “El hombre empieza por existir, se encuentra, surge en el mundo, y después se define”.

La existencia y la historia

La afirmación de que el ser humano se define por su existencia, no por su esencia, conducirá al
pensador español José Ortega y Gasset (1883-1995) a afirmar que el ser humano no tiene
naturaleza (es decir, no se reduce a una definición), sino que tiene historia, se define por su
temporalidad y por el conjunto de elecciones que está obligado a tomar ejerciendo su libertad.
Ortega explica que la existencia consiste en hacerse cargo de la situación en que se está (“Yo soy yo
y mis circunstancias, escribe, y si no la salvo a ella no me salvo yo”). Para Ortega no existe el
individuo aislado del mundo, sino que el yo vital está configurado por la circunstancia en la que
vive. Para salvarse a sí mismo, cada uno debe encontrar sentido a su mundo: este es el camino para
que la vida tenga sentido y uno se conozca a sí mismo.

La persona

El personalismo es una corriente de pensamiento que defiende la dignidad del individuo humano.
Según Ferrater Mora, “es toda doctrina que sostiene el valor superior de la persona frente al
individuo, a la cosa, a lo impersonal”. El filósofo francés Emmanuel Mounier (1905-1950) es el
representante más conocido del personalísimo cristiano. Para Mounier, el ser humano no es un
simple objeto material ni tampoco es un espíritu. Tampoco es un ser que pueda dividirse en dos
sustancias diferenciadas, “alma-cuerpo” o “mente-cerebro”, como pretende el dualismo. Su
concepción es unitaria: El ser humano no habita dentro de un cuerpo, sino que es un ser natural, que
es a la vez espiritual y material. Es la unidad que forman el cuerpo y el alma. Es cierto que el ser
humano tiene una naturaleza, pero su conciencia le permite eludir sus leyes y ser libre. Como
persona libre, su relación con la naturaleza está cargada de responsabilidad y de sentido moral. Es
esta cualidad moral la que le permite alcanzar su plena realización personal en su relación con el
mundo y con los demás, y, al mismo tiempo, humanizar el mundo. En este sentido, Mounier
contrapone los conceptos de individuo y persona. Como individuo, el ser humano se encuentra en
el plano meramente natural y carente de sentido moral, atomizado y desvirtuado en la masa, víctima
de sí mimo, isla en el medio social, egocéntrico. Su relación, ya sea con el mundo o con los demás,
es de dominio y de explotación. Como persona, trasciende el individuo que es y se entrega a los
demás, de tal forma que su existencia solo puede darse en el seno de la relación con ellos. En la
comunidad de personas es donde cada ser humano alcanza su propio estatus de persona. En la
comunidad es también donde se educa y madura. Allí cada uno descubre la vocación a la que ha
sido llamado: actuar en libertad poniendo en juego los valores de la persona y comprometerse en la
construcción de un mundo más humano.
DEBATE ACTUAL: EL PROBLEMA MENTE-CEREBRO

El progreso científico ha desplazado la polémica clásica entre materialistas, dualistas y


espiritualistas a un terreno nuevo: El problema de mente-cerebro.

Lo que se debate ahora no es si somos cuerpo, alma o las dos cosas sino más bien qué relación hay
que establecer entre los fenómenos observados en nuestro cerebro y los estados mentales
correspondientes. Al margen de las creencias religiosas sobre si tenemos alma inmortal, lo que está
en juego es el concepto mismo de ser humano como organismo físico determinado por leyes
causales o como agente libre dotado de una mente capaz de autodeterminarse.

A. POSICIONES REDUCCIONISTAS:

El desarrollo de la neurología en los últimos tiempos ha permitido avanzar mucho en el


conocimiento del cerebro humano y su funcionamiento. Ciertamente todavía hay muchas zonas
oscuras en este conocimiento pero los científicos confían en que con el paso del tiempo se irán
aclarando.

El descubrimiento de los complejos circuitos neuronales implicados en muchas conductas humanas


como la percepción, el lenguaje o las emociones ha llevado a muchos filósofos a pensar que los
fenómenos mentales son el resultado de un conjunto de procesos fisiológicos que tienen lugar en el
interior del cerebro. Lo mental se podría reducir así a su base fisiológica: la mente, al cerebro; la
psicología, a la biología. Esta posición que niega la existencia misma de la mente y sus fenómenos,
se conoce con el nombre de materialismo reduccionista.

En esta línea encontramos el CONDUCTISMO y el FUNCIONALISMO

El CONDUCTISMO: (ej: Skinner) afirma que la mente es como una caja negra a la que no tenemos
acceso. Todo lo que conocemos son los estímulos que inciden sobre el organismo y las respuestas
físicas que éste da a los estímulos.

Los fenómenos mentales no son mesurables, y por tanto, vale más dejarlos de lado para centrarnos
en el estudio de los fenómenos observables y mesurables.

Según el conductismo, quienes creen que la mente es distinta del cerebro comenten el mismo error
que quienes, una vez han visto las aulas, laboratorios y la biblioteca, se preguntan aún donde está la
universidad. No hay dos realidades, sino una sola realidad que integra tanto aspectos físicos como
psíquicos.

En la misma línea, el FUNCIONALISMO (James, J.Dewey), reduce la mente a un conjunto de


funciones que lleva a cabo el cerebro. De acuerdo con esta tesis, la mente se asemejaría a un
programa informático que recibe, procesa y transmite información.

Nuestra mente teje sin cesar asociaciones, revisa experiencias, comienza, se detiene, pasa de una
cosa a otra en el tiempo. James opinaba que la conciencia es un fluir continuo. Las percepciones y
asociaciones, las sensaciones y emociones, no pueden separarse. Cuando observamos un plátano,
vemos un plátano y no un objeto largo y amarillo.
Sin dejar de concentrarse en la experiencia común, James emprendió el estudio de los hábitos. No
tenemos que pensar en la manera de levantarnos por la mañana, de vestirnos, de abrir la puerta o de
caminar por ella. James sostuvo que, cuando repetimos algo varias veces, el sistema nervioso
cambia de modo que, cuando la siguiente vez realizamos la misma acción, ésta se nos facilita.
Éste era el nexo que le hacía falta. Por ser un biólogo, creyó firmemente que toda actividad (desde
el latido cardiaco hasta la percepción de un objeto) es funcional. Si no fuéramos capaces de
reconocer un plátano, tendríamos que pensar qué es cada vez que lo viéramos. Así pues, las
asociaciones mentales no permiten aprovechar la experiencia previa.
Con esta intuición, James llegó a la formulación de una teoría funcionalista de la vida mental y del
comportamiento. Esa perspectiva no sólo se ocupa del aprendizaje y la sensación o percepción, sino
sobre todo de cómo un organismo se sirve del aprendizaje o de sus capacidades para vivir en su
ambiente. James defendió asimismo el valor de la introspección subjetiva (sin adiestramiento) e
insistió en que la psicología debería centrarse en las experiencias comunes de la vida real.
B. MENTE, DIFERENTE DEL CEREBRO

En los últimos años han ido ganando terreno las posiciones que, sin negar la importancia de las
bases fisiológicas de la conducta, tratan de salvar la autonomía del mundo mental. Desde posiciones
próximas al materialismo, como es el caso del emergentismo, o bien próximas al dualismo, como el
caso de la teoría de Popper de los tres mundos, se defiende que mente y cerebro son cosas
relacionadas pero diferentes.

Influido por las teorías evolucionistas, el Emergentismo, ve en la mente un fenómeno emergente


fruto del proceso de creciente organización de la materia. Igual que la vida emergió de la materia
inorgánica, la conciencia emerge de la materia inconsciente. Es evidente, pues, que sin la base
material que la sustentan, el pensamiento no existiría.

Ahora bien, los fenómenos psíquicos, como los pensamientos, los sueños o los sentimientos, tienen
sus rasgos propios diferenciados de los rasgos de los fenómenos neuronales a los cuales están
asociados. Por más que analicemos con sofisticados aparatos de medición qué es lo que pasa en el
cerebro cuando alguien experimenta miedo, por ejemplo, no llegaremos a saber qué es exactamente
lo que siente esa persona.

Entre los rasgos propios de los estados mentales hay dos que vale la pena remarca especialmente. El
primero es la subjetividad y nos recuerda que todo acto mental es una vivencia íntima, personal e
intransferible.

La experiencia del dolor es muy ilustrativa a este respecto. Cuando te duele mucho una muela y
alguien trata de consolarte diciendo: “sé muy bien el daño que te hace” seguro que piensas que no
sabe lo que dice. Tu dolor es muy tuyo y nadie más lo puede experimentar en tu lugar.

El segundo rasgo distintivo del mundo mental es la intencionalidad. A diferencia de los procesos
físicos, los fenómenos mentales se refieren siempre a algo diferente de ellos mismos, es decir,
representan algo, tienen un significado. Pensamos, sentimos, vemos o deseamos algo. El acto
mental, tanto si es consciente como inconsciente, remite siempre a un objetivo distinto de él mismo,
tiene hacia alguna cosa que da sentido al propio acto. Subjetividad, intencionalidad,
significatividad, son rasgos que nos permiten distinguir los hechos psíquicos de los demás. Una
cosa es conocer las complejas interacciones neuronales implicadas en una determinada experiencia
mental y otra muy distinta sentir esa misma experiencia.
La teoría de los tres mundos 

Una visión radicalmente diferente de la cuestión es la que encontramos en la teoría de los tres
mundos del filósofo angloaustríaco Karl Popper. Según Popper, los fenómenos físicos pertenecen a
un nivel de realidad que denomina mundo 1, mientras que los fenómenos mentales, que surgen a
partir del mundo 1 constituyen un ámbito diferenciado denominado mundo 2. Todavía habría un
mundo 3 formado por las construcciones culturales humanas, y, por tanto, surgido del mundo 2.
Los tres niveles (el físico, el mental y el cultural) interacciones y se influyen mutuamente.

Esto significa que una vez ha emergido de la materia, la mente adquiere cierta autonomía que le
permite actuar sobre sí misma y sobre los otros mundos. De la misma manera que los fenómenos
físicos del cerebro pueden afectar la mente, también la mente puede provocar cambios en los
sistemas físicos. y aún más, el mundo 3 (que incluye las teorías científicas, filosóficas y artísticas)
también pueden influir sobre los otros dos mundos.

En el debate mente-cerebro hay otro aspecto que cabría abordar y es el surgido a raíz del desarrollo
de la inteligencia artificial. Algunos filósofos han empezado a cuestionar la tesis según la cual sólo
los humanos poseemos una mente. Ya hemos hablado del funcionalismo según el cual la mente no
es una sustancia sino un conjunto de funciones cerebrales. La consecuencia principal de este
planteamiento es que cualquier máquina dotada de un programa adecuado tendría la capacidad de
pensar. Éste fue, al menos, el proyecto del matemático Alan M. Turing, quien hacia 1950 ideó un
test para comprobar si el funcionamiento de la mente humana es distinguible al de una máquina.
Turing creía que era posible elaborar un programa informático suficientemente potente como para
que las respuestas de la máquina fuesen indistinguibles de las de un humano.

Llegado el caso, se podría equiparar la inteligencia de la máquina a la de los humanos y afirmar la


existencia de máquinas pensantes. Hasta el momento, ninguna máquina ha pasado el test de Turing
satisfactoriamente. Pero, incluso, si llegaran a superarlo, ¿Querría eso decir que tiene una mente
capaz de pensar? Son muchos los que creen que no. Entre ellos el filósofo Searle según el cual los
cálculos formales que realizan las máquinas no pueden equipararse a la complejidad propia de la
actividad mental humana.

Para Searle, las máquinas manipulan símbolos formales, pero son incapaces de interpretarlos, de
entender qué es lo que están haciendo. En cambio, la mente humana atribuye un significado a lo que
piensa. Es decir, el pensamiento humano es siempre un pensamiento intencional que remite a un
mundo lleno de afectos, de intereses, de esperanzas y de temores. Pensar no es solo manipular
símbolos lógicos, sino dotar de sentido nuestro mundo mental. Desde esta óptica, la conciencia
parece indisolublemente ligada a la vida humana.

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