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La espiritualidad de la vida consagrada

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17 de febrero de 2011

Artículos
17 febrero, 2011

SEGUIMIENTO RADICAL DE CRISTO

Este misterio de alianza, que depende total-mente de Cristo, se realiza en la Iglesia,


pueblo elegido y consagrado por Dios para ser signo de salvación para el mundo entero.
Cristo hace de la Iglesia un instrumento visible de su amor, y consagra a sus miembros
en su nombre. Todo miembro del pueblo de Dios es hecho partícipe de la consagración
de Cristo y de la Iglesia a través de los sacramentos de la iniciación cristiana, que
imprimen en él un carácter indeleble, o sea, una consagración definitiva.
La consagración derivada de la profesión de los consejos evangélicos se ubica en el
contexto y como actuación del seguimiento radical de Cristo, que es objeto de una
llamada particular que, a su vez, conlleva un don particular que hace capaz de dar una
respuesta. La consagración es el acto con el cual Cristo casto, pobre y obediente, a
través de la acción de su Espíritu y la mediación de la Iglesia, configura a sí, de manera
particular, al fiel que le responde.
Pablo VI, hablando del don de la virginidad, había subrayado que “ella alcanza,
transforma y penetra el ser humano hasta lo más íntimo mediante una misteriosa
semejanza con Cristo” (ET 13). Es el Espíritu “quien forma y plasma el ánimo de los
llamados, configurándolos a Cristo casto, pobre y obediente, y moviéndolos a acoger
como propia su misión” (VC 19).
Esto quiere decir que los dinamismos fundamentales del sujeto son asumidos y orienta-
dos hacia los bienes del Reino. Por tanto, vivir la consagración religiosa no es sino vivir
el seguimiento particular, participando a la misma consagración de Cristo. Él es el
consagrado por excelencia, y así, corren parejas la configuración con Él y la
consagración (cf. VC 31).

“MÁS PLENAMENTE”
La consagración religiosa es una actualización de la dimensión real, sacerdotal, profética
que la consagración bautismal imprime en toda existencia cristiana. En virtud de la
consagración “nueva y especial”, se hace a la persona capaz de revivir en sí la
dimensión subjetiva del sacerdocio de Cristo, que no solo ofrece un sacrificio, sino que
se ofrece a sí mismo en sacrificio.
Al mismo tiempo, se le hace capaz de ejercer de manera singular su función real, a
través de la superación y el dominio sobre las inclinaciones naturales. En particular,
ejerce la función profética, precisamente porque representa en su vida el modo de vida
del Señor (cf. VC 21-22).
Podemos añadir, con el Concilio (PC 5), que la consagración religiosa, frente a las
demás vocaciones cristianas, "expresa más plenamente" vida.
La consagración propia de la profesión de los consejos evangélicos mediante el voto de

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castidad, pobreza y obediencia y el compromiso a vivir en comunidad, abarca todas las
dimensiones de la vida, que se convierte en propiedad del Señor, configuración con Él y
disposición a acoger el proyecto de salvación.
Los consagrados han de vivir esta comunión en todos los niveles de su existencia
cotidiana: entre ellos, en las comunidades locales, en comunión con toda la Iglesia y con
los hermanos y hermanas del mundo, para la construcción de una nueva cultura.
TESTIGOS
Cristo, a través de su actividad apostólica, nos ha manifestado cómo es Dios, un Dios
misericordioso y solidario con el hombre. La vi-da consagrada, como configuración con
Cristo, participa de su consagración y de su misión.
Para el consagrado, ser misionero no es simplemente una opción, sino, por el contrario,
un imperativo que nace de su misma configuración con Cristo. Tener “la mirada fija en el
rostro del Señor no atenúa en el apóstol el compromiso por el hombre; más bien lo
potencia, capacitándole para incidir mejor en la historia y liberarla de todo lo que la
desfigura.” (VC 75).
“La búsqueda de la belleza divina mueve a las personas consagradas a velar por la
imagen divina deformada en los rostros de tantos hermanos y hermanas, rostros
desfigurados por el hambre, rostros desilusionados por promesas políticas; rostros
humillados de quien ve des-preciada su propia cultura; rostros aterroriza-dos por la
violencia diaria e indiscriminada; rostros angustiados de menores; rostros de mujeres
ofendidas y humilladas; rostros cansados de emigrantes que no encuentran digna
acogida; rostros de ancianos sin las mínimas condiciones para una vida digna” (Ib.).
De la configuración con la persona de Cristo, fruto de la consagración, deriva la plena
participación en la obra de Cristo mediante la misión. La vida consagrada se define,
efectiva-mente, por la relación con Dios en Jesucristo, del cual brota el amor al hombre.
“«El amor de Cristo nos apremia» (2 Co 5, 14): los miembros de cada Instituto deberían
repetir estas palabras con el Apóstol, por ser tarea de la vida consagrada el trabajar en
todo el mundo para consolidar y difundir el Reino de Cristo, llevando el anuncio del
Evangelio a todas partes, hasta las regiones más lejanas“ (VC 78).
El consagrado es capaz de amar con el mismo amor de Dios en la medida en que se
dona y se deja aferrar por Él. Así se convierte en testigo, como Cristo lo ha sido del
Padre. Se podría decir que el fin y el contenido de la misión de Cristo es precisamente el
testimonio. Cristo es mandado para ser testigo del Padre, de su voluntad y de su
designio de amor redentor. Cristo se presenta en el mundo como el testigo del ágape del
Padre.
TOTALMENTE DE DIOS Y DE LOS HERMANOS
Igual que Cristo, también los apóstoles son enviados sobre todo para ser testigos. De la
misma manera, el consagrado no puede ni debe separar su misión de su testimonio.
Solamente así su servicio caritativo no será solamente correcto a nivel profesional y
participado a nivel humano, sino que será signo, manifestación, profecía del amor de
Dios, que no sólo está al origen de todo amor, sino que es también su fin, como
cumplimiento de la vocación a la que Dios llama.
“La aportación específica que los consagra-dos y consagradas ofrecen a la
evangelización está, ante todo, en el testimonio de una vida totalmente entregada a Dios
y a los herma-nos“(VC 76ª). “Quien ama a Dios, Padre de todos, ama necesariamente a

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sus semejantes, en los que reconoce otros tantos hermanos y hermanas”(VC 77). El don
a Dios y a los hermanos mediante la práctica de los consejos evangélicos, permite a la
vida consagrada cumplir su misión de signo permanente, de comunión plena, a la que la
Iglesia está llamada en favor de toda la humanidad. Se trata de un testimonio profético,
porque despierta la atención hacia lo invisible, accesible solamente mediante la fe.
El profetismo de la vida consagrada, funda-do sobre los dones de la castidad, pobreza y
obediencia, asumidos por amor de Cristo, es el servicio específico que ella presta a la
Iglesia y al mundo. “El profetismo nace de la experiencia de Dios y de su designio frente
a las circunstancias históricas de la vida” (Sínodo de los Obispos sobre la Vida
Consagrada, Propositiones, n. 39).
“Toda palabra y todo gesto profético nacen del diálogo de amistad con Dios, que lleva al
conocimiento de su voluntad y al discernimiento de espíritus”. No podía faltar, además, la
referencia a una doctrina que ya es tradicional, o sea, que “el apostolado de todos los
religiosos es, en primer lugar, la misma vida consagrada” (Ib.).
“La verdadera profecía nace de Dios, de la amistad con Él, de la escucha atenta de su
Pa-labra en los muchas circunstancias de la historia. El profeta siente arder en el
corazón la pasión par la santidad de Dios y, después, haber acogido de ello en el diálogo,
del ruego la palabra, la proclama con la vida, con los labios y con los gestos, haciéndose
portavoz de Dios contra el mal y el pecado”, (VC 85).
PROFECÍA DE LA MISERICORDIA
La vida consagrada se convertirá en “lugar” de fe vivida, y por tanto será capaz de
acoger los retos del mundo, en la medida en que sepa des-cubrir nuevamente y vivir su
propia identidad en la consagración, o sea, en esa relación de alianza y pertenencia a
Dios en Cristo y en el Espíritu.
Solamente partiendo de su configuración con Cristo sabrá el consagrado dar a su
seguimiento el rostro misericordioso de Dios, solamente dejándose vencer por su amor
sabrá cultivar la esperanza y se convertirá en lugar de refugio para quien tiene el corazón
herido.
El consagrado, dejando todo para entrar en la vida de Cristo, para seguirlo y para ser ab-
sorbido totalmente por Él, ofrece a sus herma-nos el primer y fundamental servicio, el
más radical y creíble anuncio de la primacía de Dios en la vida del hombre. Así han
vivido los Apóstoles, que, siguiendo a Cristo, han dejado todas las cosas para anunciar la
Buena Noticia, compartiendo su vida y su misión.
De la misma manera, también el consagra-do ha encontrado a Cristo, que le ha llamado
a seguirlo para estar con Él y ser su testigo; cuan-do el corazón se llena de Dios, cuando
la mira-da está purificada por su amor, es posible amar y servir como Dios ama y sirve.
PERFUME DE BETANIA
Escribe el P. Cabra: “Como conclusión de la Exhortación Apostólica aparece el
espléndido icono de la unción de Betania. Es una elocuente ilustración de la misión de la
Vida Consagra-da, que debe estar, ante todo, entregada plenamente a la persona de
Jesús, con un amor único e incontenible, amor que procede de la comprensión del
misterio de su persona divina, de su amor que se entrega hasta el final”.
He aquí la consagración, que quisiera ser una imitación del “derroche” de la vida propia a
ejemplo del Señor. De ese derroche se difunde el perfume por toda la casa: la
comunidad de los cercanos y la muchedumbre de los lejanos, a ve-ces sin que lo

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deseen, son alcanzadas por este perfume. La consagración, el derroche de una vida, se
convierte en misión, porque la entrega a Cristo expande el “buen olor de Cristo” por toda
la casa. ¿Es posible expresar mejor la fuerza misionera de la consagración? norte

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Vida Religiosa

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