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El misterio de la liturgia
Cuando hablamos de liturgia, ¿qué queremos decir?
Si vamos a la etimología griega, la palabra liturgia significa obra (ergon) del pueblo
(leiton, adjetivo derivado de laos, que significa pueblo). Por tanto, podríamos decir que
la liturgia es obra del pueblo, obra pública dedicada a Dios. En palabras más simples
diríamos que la liturgia es el culto espiritual o servicio sagrado a Dios de cada uno de
nosotros, que formamos su pueblo.
Hoy ya entendemos la liturgia como el culto oficial de la Iglesia, nuevo Pueblo de Dios,
a la Santísima Trinidad, para adorarle, agradecerle, implorarle perdón y pedirle gracias
y favores.
Desde el comienzo del movimiento litúrgico, hasta nuestros días, se han propuesto
muchas definiciones de liturgia y todavía no existe una que sea admitida
unánimemente, dada la riqueza encerrada en dicho misterio. Sin embargo, todos los
autores admiten que el concepto de liturgia incluye los siguientes elementos: la
presencia de Cristo Sacerdote, la acción de la Iglesia y del Espíritu Santo, la historia de
la salvación continuada y actualizada a través de signos eficaces, que son los
sacramentos, y la santificación del culto.
Un gran teólogo de nuestro tiempo define así la liturgia: “La liturgia es la celebración
de los sagrados misterios de nuestra redención por la Iglesia, en la que perdura viva la
persona de Cristo, vivos los acontecimientos salvíficos del origen, activa la presencia
de su gracia reconciliadora y fiel la promesa, mediante los signos que él eligió y que la
comunidad realiza, presidida por la palabra de los apóstoles y animada por el Santo
Espíritu de Jesús...La liturgia es la anamnesia de una comunidad que en obediencia a
su Señor hace memoria de todo lo que él dijo y padeció; de lo que Dios hizo con él por
nosotros. La Iglesia se une así a lo que fue la gesta salvífica de Cristo y continúa
adherida e identificada con la intercesión que, como sacerdote eterno, Él sigue
ofreciendo al Padre por nosotros, mientras peregrinamos en este mundo” .
Si se preguntara a los católicos la razón por la que asisten a misa los domingos,
muchos probablemente dirían que porque es algo muy importante para ellos, o porque
les gusta cómo habla el sacerdote que celebra, o porque los católicos tienen la
obligación de asistir.
Sin embargo, si reflexionamos un poco, tendremos que decir que la razón por la que
vamos a misa es porque Dios nos ha llamado a reunirnos junto a Él en su Iglesia, para
darle gloria, agradecerle, implorarle ayuda y pedirle perdón. Por eso podemos decir
que la liturgia es la celebración de un pueblo reunido en nombre del Señor, que nos
hizo hermanos, hijos del mismo Padre, miembros del mismo cuerpo, ramas del mismo
árbol.
En la sociedad contemporánea, en la que hay gente que cree en todo tipo de cosas o
simplemente ya no cree en nada, la fe que nos lleva a la iglesia el domingo, mientras
un vecino poda el jardín y otro lee el periódico o mira una película, puede darnos un
sentido vivo de vocación o llamado. No es que seamos mejores o peores que nuestros
vecinos, sino que nosotros, por razones misteriosas que sólo Dios conoce, hemos sido
elegidos y llamados para conocerlo a Él y sus obras, para amarle sobre todas las cosas
y servirle de todo corazón en nuestro día a día.
El papa Pío XII nos dice que la liturgia es el culto del Cuerpo de Cristo completo,
cabeza y miembros. En la liturgia, somos llamados juntos a la presencia del Padre, que
es el Padre de todos. Nos reunimos en Cristo, porque sin Cristo no podemos
presentarnos ante el Padre. Y nos reunimos por el Espíritu de Cristo, que se derrama
en nuestros corazones para que formemos “un cuerpo, un espíritu, en Cristo”.
¡Llamados a la presencia del Padre, en Cristo, por el Espíritu!
En palabras del Vaticano II: “Por eso, al edificar día a día a los que están dentro para
ser templo santo en el Señor y morada de Dios en el Espíritu hasta llegar a la medida
de la plenitud de la edad de Cristo, la liturgia robustece también admirablemente sus
fuerzas para predicar a Cristo, y presenta así la Iglesia, a los que están fuera, como
signo levantado en medio de las naciones para que debajo de él se congreguen en la
unidad los hijos de Dios que están dispersos, hasta que haya un solo rebaño y un solo
Pastor” (Concilio Vaticano II, en la Constitución “Sacrosanctum Concilium” n. 2).
La liturgia, pues, nunca puede ser un asunto privado, individualista, donde cada quien
reza sus devociones privadas, encerrado en sí mismo. Es la Iglesia, la comunidad
eclesial la que celebra la liturgia. La liturgia es una acción de todos los cristianos. Nadie
es espectador de ella; nadie es espectador en ella. Todos deben participar “activa,
plena y conscientemente en ella”, como nos dice el concilio Vaticano II .
Otro aspecto de la liturgia: La liturgia es del presente, pero apunta hacia el futuro; es
de este mundo, pero apunta hacia una realidad que trasciende la experiencia presente.
Es del presente, porque celebra y hace real la presencia entre nosotros de Dios que
salva al mundo y al hombre en Cristo, pero esa misma presencia nos hace
penosamente conscientes de cuán lejos estamos del Reino de Dios. Es un llamado para
vivir y actuar por los valores de Dios, que no son los valores de una sociedad que toma
como un hecho la desigualdad, la competitividad, los prejuicios, la infidelidad, las
tensiones internacionales y el consumismo sin fronteras. Los valores de Dios son el
amor, la verdad, la paz y la gracia.
De esta manera, la liturgia es de este mundo, pero apunta hacia un modo de vivir en
el mundo que reconoce su profundo significado. La liturgia aprovecha todos los
elementos de la vida humana. Nos enseña a usar nuestro cuerpo y nuestra alma para
manifestar la presencia de Dios, para darle culto y servirlo, y para llevar su Palabra y
sanar a los demás.
Nos enseña a escuchar la voz de Dios en la voz de los otros y a recibir de manos de los
demás los dones de Dios mismo. Nos enseña a vivir en la sociedad, gentes de diferente
educación y raza, como hombres y mujeres entregados a fomentar la paz y la unidad y
la ayuda mutua. Nos enseña a usar los bienes de la tierra, representados en la liturgia
por el pan y el vino, el agua y el aceite, no para que los atesoremos y consumamos a
solas egoístamente, sino como sacramentos del mismo Creador que hay que aceptar
con agradecimiento, utilizar con reverencia y compartirlos con generosidad.
Así, la liturgia nos hace comprender que no hay amor sin sacrificio, ni vida excepto por
la muerte. En la liturgia y en la vida nos identificamos con la muerte de Jesús, de
modo que la vida de Jesús también se manifieste en nosotros. El corazón de la liturgia,
corazón de todos los sacramentos, desde el bautismo hasta los ritos por los
moribundos, es el Misterio Pascual, el misterio de la iniciativa de Dios y de nuestra
respuesta como se revela en la muerte y resurrección del Señor. Por la liturgia, la
Iglesia actualiza el Misterio Pascual de Cristo, para la salvación del mundo y alaba a
Dios en nombre de toda la humanidad.
Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la
verdad (1 Tim 2, 4), habiendo hablado antiguamente en muchas ocasiones y de
diferentes maneras a nuestros padres por medio de los profetas (Heb 1,1), cuando
llegó la plenitud de los tiempos envió a su Hijo, el Verbo hecho carne (SC 5).
La liturgia cristiana es una realidad muy rica y polivalente que puede ser analizada
bajo numerosos aspectos. Es innegable que se trata de una realidad unida a la fe y a la
expresión personal y social de los miembros de la Iglesia. Esto hace que la ciencia que
tiene como objeto la liturgia, procure abarcar todos los aspectos del hecho litúrgico y
de manera particular aquellos que se refiere a su realización actual.
La formación litúrgica es un proceso y nunca debe ser entendida tan sólo como un
conjunto de conocimientos sobre la liturgia, sino que afecta también a la espiritualidad
de los creyentes y a su participación en la vida litúrgica de la Iglesia. Por lo tanto, la
formación litúrgica es una necesidad ya que es un aspecto esencial de la formación
cristiana integral, situada entre la educación de la fe y la formación moral, y que tiene
por finalidad introducir a los miembros de la Iglesia en la participación consciente,
activa y fructuosa en la liturgia para una vida cristiana más plena
(cf. GE 2, SC 14, 19, 48).
Etimología
El termino liturgia procede del griego clásico, leitourgía ( de la raíz lêit – leôs-laôs- :
pueblo, popular; y érgon: obra) lo mismo que sus correlativos leitourgeîn y leitourgós,
y se usaba en sentido absoluto sin necesidad de especificar el objeto, para indicar el
origen o el destino popular de una acción o de una iniciativa, independientemente del
modo como se asumía ésta. Con el tiempo la presentación popular perdió su carácter
libre para convertirse en un servicio oneroso a favor de la sociedad.
Liturgia vino a designar un servicio público. Cuando este servicio afectaba al ámbito
religioso, liturgia se dirigía al culto oficial de los dioses. En todos los casos la palabra
tenía un valor técnico
En el griego bíblico del Nuevo Testamento, leitourgía no aparece jamás como sinónimo
de culto cristiano, salvo en el discutido pasaje de Hch 13,2.
a) En sentido civil de servicio público oneroso, como en el griego clásico (cf. Rm 13,6;
15,27; Flp 2,25.30; 2 Cor 9,12; Heb 1,7.14)
b) En sentido técnico del culto sacerdotal y lévitico del AT (cf. Lc 1,23; Heb 8.2.6;
9,21; 10,11). La Carta a los Hebreos aplica a Cristo, y sólo a él, esta terminología para
acentuar el valor del sacerdocio de la Nueva Alianza.
c) En sentido de culto espiritual: San Pablo utiliza la palabra leitourgía para referirse
tanto al ministerio de la evangelización como al obsequio de la fe de los que han creído
por su predicación
(cf. Rm 15,16; Flp 2,17).
Evolución posterior
Después la palabra liturgia ha tenido una utilización muy desigual. En las Iglesias
orientales de lengua griega leitourgía designa la celebración eucarística. En la Iglesia
latina liturgia fue ignorada, al contrario de lo que ocurrió con otros términos religiosos
de origen griego que fueron latinizados. En lugar de liturgia se usaron expresiones
como munus, oficcium, ministerium, opus, etc. No obstante San Agustín la empleo
para referirse al ministerio cultual, identificándola con latría (cf. S. Agustín, Enarr. in Ps
135, en PL 39, 1757.).
A partir del siglo XVI liturgia aparece en los títulos de algunos libros dedicados a la
historia y al explicación de los ritos de la Iglesia. Pero, junto a este significado, el
término liturgia se hizo sinónimo de ritual y de ceremonia. En el lenguaje eclesiástico
la palabra liturgia empezó a aparecer a mediados del siglo XIX, cuando el Movimiento
litúrgico la hizo de uso corriente.
Definición de Liturgia en el Concilio Vaticano II
De esta manera, en la noción de liturgia que da el Vaticano II, destacan los siguientes
aspectos :
b) tiene como finalidad la santificación de los hombres y el culto al Padre, de modo que
el sacerdocio de Cristo se realiza en los dos aspectos;
c) pertenece a todo el pueblo de Dios, que en virtud del Bautismo es sacerdocio real
con el derecho y el deber de participar en las acciones litúrgicas;
f) por todo esto la liturgia es «fuente y cumbre de la vida de la Iglesia» (SC 10; LG
11).
Así pues, en la noción de liturgia que ofrece el Concilio podemos definirla como la
función santificadora y cultual de la Iglesia, esposa y cuerpo sacerdotal del Verbo
encarnado, para continuar en el tiempo la obra de Cristo por medio de los signos que
lo hacen presentes hasta su venida.
Lo litúrgico y lo no litúrgico
Son acciones litúrgicas (lo litúrgico) aquellos actos sagrados que, por institución de
Jesucristo o de la Iglesia, y en su nombre, son realizados por personas legítimamente
designadas para este fin, en conformidad con los libros litúrgicos aprobados por la
Santa Sede, para dar a Dios, a los santos ya los beatos el culto que les es debido. Lo
no litúrgico son las demás acciones sagradas que se realizan en una iglesia o fuera de
ella, con o sin sacerdote que las presencie o las dirija (a estas también se les llama
ejercicios piadosos).
Lo litúrgico «es lo que pertenece al entero cuerpo eclesial y lo pone de manifiesto» (SC
26) y constituye la eficacia objetiva de los actos de culto. Los ejercicios piadosos
evocan el misterio de Cristo únicamente de manera contemplativa y afectiva.
Las acciones litúrgicas son aquellos actos sagrados, que por institución de Cristo y
de la Iglesia y en su nombre, son realizados por personas legítimamente designadas
para este fin, en conformidad con los libros aprobados por la Santa Sede, para dar a
Dios, a la Virgen, a los santos, a los beatos, el culto que les es debido, y para provecho
y santificación de las almas de los que participan en esa acción litúrgica.
Acciones litúrgicas son, por ejemplo, una celebración eucarística, una celebración de la
Palabra, una paraliturgia, una celebración para llevar la comunión a un enfermo, por
parte de los ministros extraordinarios de la Sagrada Comunión, y cualquier celebración
de los sacramentos: confesión, matrimonio, confirmación, orden sagrado, etc.
Las demás acciones que se realizan en una iglesia o fuera de ella, con o sin sacerdote
que las dirija o presencie, se llaman ejercicios piadosos o devociones de la piedad
popular. Por ejemplo, el Santo Rosario, el Vía Crucis, las procesiones por las calles,
imposición de escapularios, medallas, etc.
El papa Juan Pablo II en su carta apostólica con motivo del cuadragésimo aniversario
de la constitución conciliar sobre la Sagrada Liturgia nos dice al respecto: “La
constitución Sacrosanctum Concilium interpreta proféticamente esta urgencia,
estimulando a la comunidad cristiana a intensificar la vida de oración, no sólo a través
de la liturgia, sino también a través de los ‘ejercicios piadosos’, con tal de que se
realicen en armonía con la liturgia, como si derivaran de ella y a ella condujeran”(n.
10).
Y en la carta apostólica sobre el santo Rosario dice también el papa Juan Pablo II:
“Hay quien piensa que la centralidad de la liturgia, acertadamente subrayada por el
concilio ecuménico Vaticano II, tenga necesariamente como consecuencia una
disminución de la importancia del Rosario. En realidad, como puntualizó Pablo VI, esta
oración no sólo no se opone a la liturgia, sino que le da soporte, ya que la introduce y
la recuerda, ayudando a vivirla con plena participación interior, recogiendo así sus
frutos en la vida cotidiana” (Rosarium Virginis Mariae, n. 4).
Debemos, pues, valorar mucho estos ejercicios piadosos, al igual que todas las
devociones de piedad popular, como expresión verdadera del alma de un pueblo y
como la piedad de los “pobres y sencillos”. Es la manera como estos predilectos del
Señor viven y traducen en sus actitudes humanas y en todas las dimensiones de su
vida el misterio de la fe que han recibido . Es más, muchas de estas prácticas de
piedad han brotado de una intensa vida litúrgica.
Por tanto, la liturgia siempre está conectada con el Misterio Pascual de Cristo a través
de los signos sacramentales, y por lo mismo participamos de la pasión, muerte y
resurrección de Cristo, recibiendo los frutos de la Redención. Los ejercicios piadosos,
también evocan el Misterio de Cristo pero únicamente de manera contemplativa y
afectiva. Las acciones litúrgicas lo hacen actualizando la salvación de Cristo aquí y
ahora, por medio del rito sacramental.
Qué duda cabe que las devociones nos deberían preparar espiritualmente para vivir la
liturgia, pero no la suplen, ni la reemplazan. Entre las devociones, la más importante
es el rezo contemplativo del santo Rosario, a quien el papa Juan Pablo II ha dado tanto
realce, hasta el punto de ofrecernos una carta apostólica titulada “El Rosario de la
Virgen María” , que ya cité antes, invitando a todos al rezo del santo rosario, como
medio para ser santo, para conseguir la paz del mundo y la unión en la familia, y
“como camino privilegiado de contemplación del rostro de Cristo en la escuela de
María” (Carta apostólica de Juan Pablo, en el XL aniversario de la Sacrosanctum
Concilium, n. 10) .
Características de la liturgia
Cuando uno escucha por ahí: “¡Qué aburrida es esta ceremonia, o esta misa o este
bautismo..!”, es porque no se entiende lo que ahí se está realizando y viviendo y
saboreando. Por eso es bueno que ahora veamos las características de la liturgia, para
que cada día podamos gustar un poco más de la riqueza de la misma.
Es el Espíritu Santo el que santifica el agua en el bautismo, para que Cristo nos limpie
del pecado y nos regenere e infunda la nueva vida, es decir, la vida divina y trinitaria.
Es el Espíritu Santo el que hace el milagro en la eucaristía mediante la conversión del
pan en el Cuerpo de Cristo, y el vino en la Sangre de Cristo, para que sean nuestro
alimento espiritual y fortalecernos en el camino y entrar en una comunión con Él
íntima y profunda en el alma.
Es el Espíritu Santo el que ilumina nuestra mente para que descubramos nuestros
pecados en la confesión, el que pone en nuestro corazón el arrepentimiento sincero, y
el que afianza en nuestra voluntad el propósito de enmienda, y es el Espíritu Santo,
junto con el Padre y Cristo, quien nos perdona los pecados.
Es el Espíritu Santo el que baja al alma de ese hombre en el orden sagrado y lo sella,
con carácter imborrable, haciéndole sacerdote, configurándole con Cristo, haciéndole
otro Cristo, para que lo represente sacramentalmente. Y será el Espíritu Santo el que
poco a poco infundirá en ese hombre el espíritu de santidad.
d) La Liturgia es eclesial: las acciones litúrgicas, dice el Vaticano II “no son
acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia”. Es la Iglesia la que celebra cada
liturgia. Y cada uno de nosotros, que formamos la Iglesia, recibe ese influjo divino, esa
gracia que necesita según la diversidad de órdenes, funciones y participación actual
dentro de la Iglesia. Todas las gracias, y la salvación de Cristo nos vienen en la Iglesia,
desde el día del bautismo. Aún sin estar insertos en la Iglesia, la gracia de Dios y la
salvación de Cristo llega a todos los hombres, pero siempre a través de la mediación –
misteriosa pero real- de la Iglesia.
Si somos ya miembros de la Iglesia, por el
bautismo, pero nos hemos alejado de ella por el pecado mortal, tampoco participamos
de esas gracias de salvación, hasta que nos confesemos y recobremos la gracia de
Dios, y de esta manera estar en disposición de recibir esos dones de Cristo.
Por eso,
antes de recibir cualquier sacramento (comunión, matrimonio, confirmación, orden,
etc) debemos ver si estamos en gracia de Dios y en comunión con la Iglesia. Si no
estamos en gracia, debemos acudir humildemente al sacramento de la confesión,
donde se nos perdonan los pecados cometidos.
En cada celebración litúrgica estamos
como familia eclesial y debemos tener una misma fe, un mismo espíritu, sentimientos
y corazón, para que como Cuerpo Místico ofrezcamos a Dios todo el honor y la gloria, y
recibamos su santidad y su gracia, entrando en el torrente de la vida divina. No
entramos como individuos, sino como Iglesia.
g) La liturgia es bella: con una belleza digna, sublime, que aspira a expresar el
mundo sobrenatural de la gracia y de la gloria. Uno de los nombres de Dios es la
belleza inefable. ¿Acaso puede ser fea y de mal gusto la liturgia, que es la epifanía y la
manifestación de Dios?
m) Es cíclica: gira anualmente en torno a los misterios de Cristo, en círculos que
ascienden siempre hacia la vida eterna: misterios gozosos en adviento y navidad;
misterios luminosos en el tiempo ordinario; misterios dolorosos en cuaresma; y
misterios gloriosos en tiempo de pascua, Pentecostés. Todos estos misterios nos
preparan para la segunda venida del Señor al final de la historia.
Con toda el alma: no estando sólo con el cuerpo. Poner todo nuestro ser: mente que
entiende, ojos que ven, oídos que escuchan, corazón que ama, sensibilidad que siente,
alma que se une a Dios. No se está en la liturgia, sino que vivimos y participamos en la
liturgia.
Catequesis en audio: