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Identidad cristiana.
Identidad, no funcionalidad.
Los fieles, incorporados a la Iglesia por el bautismo, quedan destinados por el carácter al
culto de la religión cristiana, y, regenerados como hijos de Dios, están obligados a confesar
delante de los hombres la fe que recibieron de Dios mediante la Iglesia. Por el sacramento de
la confirmación se vinculan más estrechamente a la Iglesia, se enriquecen con una fuerza
especial del Espíritu Santo, y con ello quedan obligados más estrictamente a difundir y
defender la fe, como verdaderos testigos de Cristo, por la palabra juntamente con las obras.
Participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida cristiana, ofrecen a
Dios la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella. Y así, sea por la oblación
o sea por la sagrada comunión, todos tienen en la celebración litúrgica una parte propia, no
confusamente, sino cada uno de modo distinto. Más aún, confortados con el cuerpo de Cristo
en la sagrada liturgia eucarística, muestran de un modo concreto la unidad del Pueblo de
Dios, significada con propiedad y maravillosamente realizada por este augustísimo
sacramento.2
La Iglesia se siente discípula y misionera de este Amor: misionera sólo en cuanto discípula,
es decir, capaz de dejarse atraer siempre, con renovado asombro, por Dios que nos amó y nos
ama primero (cf. 1 Jn 4, 10). La Iglesia no hace proselitismo. Crece mucho más por
"atracción": como Cristo "atrae a todos a sí" con la fuerza de su amor, que culminó en el
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sacrificio de la cruz, así la Iglesia cumple su misión en la medida en que, asociada a Cristo,
realiza su obra conformándose en espíritu y concretamente con la caridad de su Señor.4
No ignoro que hoy los documentos no despiertan el mismo interés que en otras épocas, y son
rápidamente olvidados. No obstante, destaco que lo que trataré de expresar aquí tiene un
sentido programático y consecuencias importantes. Espero que todas las comunidades
procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral
y misionera, que no puede dejar las cosas como están.6
Con el nombre de laicos se designan aquí todos los fieles cristianos, a excepción de los
miembros del orden sagrado y los del estado religioso aprobado por la Iglesia. Es decir, los
fieles que, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo, integrados al Pueblo de Dios y
hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en
la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos
corresponde.7
A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando
los asuntos temporales y ordenándolos según Dios. Viven en el siglo, es decir, en todos y
cada uno de los deberes y ocupaciones del mundo, y en las condiciones ordinarias de la vida
familiar y social, con las que su existencia está como entretejida. Allí están llamados por
Dios, para que, desempeñando su propia profesión guiados por el espíritu evangélico,
contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento. Y así
hagan manifiesto a Cristo ante los demás, primordialmente mediante el testimonio de su vida,
por la irradiación de la fe, la esperanza y la caridad. Por tanto, de manera singular, a ellos
corresponde iluminar y ordenar las realidades temporales a las que están estrechamente
vinculados, de tal modo que sin cesar se realicen y progresen conforme a Cristo y sean para
la gloria del Creador y del Redentor.8
4
BENEDICTO XVI, Homilía, Misa de inauguración de la V Conferencia del episcopado Latinoamericano y del
Caribe. Santuario de Aparecida, 13 mayo 2013.
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EG 11.
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EG 25.
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Apostolado de los laicos.
El apostolado de los laicos es participación en la misma misión salvífica de la Iglesia,
apostolado al que todos están destinados por el Señor mismo en virtud del bautismo y de la
confirmación. Y los sacramentos, especialmente la sagrada Eucaristía, comunican y
alimentan aquel amor hacia Dios y hacia los hombres que es el alma de todo apostolado. Los
laicos están especialmente llamados a hacer presente y operante a la Iglesia en aquellos
lugares y circunstancias en que sólo puede llegar a ser sal de la tierra a través de ellos. Así,
todo laico, en virtud de los dones que le han sido otorgados, se convierte en testigo y
simultáneamente en vivo instrumento de la misión de la misma Iglesia en la medida del don
de Cristo (Ef 4,7).9
Además de este apostolado, que incumbe absolutamente a todos los cristianos, los laicos
también puede ser llamados de diversos modos a una cooperar más inmediata con el
apostolado de la Jerarquía, al igual que aquellos hombres y mujeres que ayudaban al apóstol
Pablo en la evangelización, trabajando mucho en el Señor (cf. Flp 4,3; Rm 16,3ss). Por lo
demás, poseen aptitud de ser asumidos por la Jerarquía para ciertos cargos eclesiásticos, que
habrán de desempeñar con una finalidad espiritual.10
Al igual que los sacramentos de la Nueva Ley, con los que se alimenta la vida y el apostolado
de los fieles, prefiguran el cielo nuevo y la tierra nueva (cf. Ap 21, 1), así los laicos quedan
constituidos en poderosos pregoneros de la fe en la cosas que esperamos (cf. Hb 11, 1)
cuando, sin vacilación, unen a la vida según la fe la profesión de esa fe. Tal evangelización,
es decir, el anuncio de Cristo pregonado por el testimonio de la vida y por la palabra, adquiere
una característica específica y una eficacia singular por el hecho de que se lleva a cabo en las
condiciones comunes del mundo.11
En esta tarea resalta el gran valor de aquel estado de vida santificado por un especial
sacramento, a saber, la vida matrimonial y familiar. En ella el apostolado de los laicos halla
una ocasión de ejercicio y una escuela preclara si la religión cristiana penetra toda la
organización de la vida y la transforma más cada día. Aquí los cónyuges tienen su propia
vocación: el ser mutuamente y para sus hijos testigos de la fe y del amor de Cristo. La familia
cristiana proclama en voz muy alta tanto las presentes virtudes del reino de Dios como la
esperanza de la vida bienaventurada. De tal manera, con su ejemplo y su testimonio arguye
al mundo de pecado e ilumina a los que buscan la verdad.12
Por consiguiente, los laicos, incluso cuando están ocupados en los cuidados temporales,
pueden y deben desplegar una actividad muy valiosa en orden a la evangelización del mundo.
Ya que si algunos de ellos, cuando faltan los sagrados ministros o cuando éstos se ven
impedidos por un régimen de persecución, les suplen en ciertas funciones sagradas, según
sus posibilidades, y si otros muchos agotan todas sus energías en la acción apostólica, es
necesario, sin embargo, que todos colaboren a la dilatación y al crecimiento del reino de
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Dios en el mundo. Por ello, dedíquense los laicos a un conocimiento más profundo de la
verdad revelada y pidan a Dios con instancia el don de la sabiduría.13
Una misma es la santidad que cultivan, en los múltiples géneros de vida y ocupaciones, todos
los que son guiados por el Espíritu de Dios, y obedientes a la voz del Padre, adorándole en
espíritu y verdad, siguen a Cristo pobre, humilde y cargado con la cruz, a fin de merecer ser
hechos partícipes de su gloria. Pero cada uno debe caminar sin vacilación por el camino de
la fe viva, que engendra la esperanza y obra por la caridad, según los dones y funciones que
le son propios.14
Para cumplir esta misión es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la
época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación,
pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de
la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas. Es necesario por ello
conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el sesgo
dramático que con frecuencia le caracteriza. He aquí algunos rasgos fundamentales del
mundo moderno.15
Por eso nos dice que no dejemos que el miedo nos detenga, sino que temamos otra cosa, una
sola cosa. ¿Cuál es la cosa que Jesús nos dice que debemos temer?
Lo descubrimos a través de una imagen que Jesús utiliza hoy: la imagen de la "Gehenna"
(cf. v. 28). El valle de " Gehenna" era un lugar que los habitantes de Jerusalén conocían
bien: era el gran vertedero de basura de la ciudad. Jesús habla de él para decir que el
verdadero miedo que hay que tener es el de desechar la propia vida. Y dice Jesús: “Sí, tengan
miedo de esto”. Como si dijera: no hay que tener tanto miedo a sufrir incomprensiones y
críticas, a perder prestigio y ventajas económicas por permanecer fieles al Evangelio, sino
a desperdiciar la existencia buscando cosas de poco valor, que no colman el sentido de la
vida (…)
Todo esto, hermanos y hermanas, conlleva cierta renuncia frente a los ídolos de la eficacia
y el consumismo, pero es necesario para no perderse en las cosas, que luego se tiran, como
se hacía entonces en la “Gehenna”. Y en las “Gehennas” de hoy, en cambio, suele terminar
la gente: pensemos en los últimos, a menudo tratados como material de descarte y como
objetos no deseados. Permanecer fiel a lo que importa es costoso; cuesta ir contracorriente,
cuesta liberarse de los condicionamientos del pensamiento común, cuesta ser apartado por
los que “siguen la moda”. Pero no importa, dice Jesús: lo que cuenta es no desperdiciar el
mayor bien, la vida. Solo esto debe asustarnos.16
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GS 4.
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PAPA FRANCISCO, Angelus domingo 25 junio, Plaza de san Pedro, 2023.
I. Algunos desafíos del mundo actual EG 52-75
52. La humanidad vive en este momento un giro histórico, que podemos ver en los adelantos
que se producen en diversos campos. Son de alabar los avances que contribuyen al bienestar
de la gente, como, por ejemplo, en el ámbito de la salud, de la educación y de la
comunicación. Sin embargo, no podemos olvidar que la mayoría de los hombres y mujeres
de nuestro tiempo vive precariamente el día a día, con consecuencias funestas. Algunas
patologías van en aumento. El miedo y la desesperación se apoderan del corazón de
numerosas personas, incluso en los llamados países ricos. La alegría de vivir frecuentemente
se apaga, la falta de respeto y la violencia crecen, la inequidad es cada vez más patente. Hay
que luchar para vivir y, a menudo, para vivir con poca dignidad. Este cambio de época se ha
generado por los enormes saltos cualitativos, cuantitativos, acelerados y acumulativos que se
dan en el desarrollo científico, en las innovaciones tecnológicas y en sus veloces aplicaciones
en distintos campos de la naturaleza y de la vida. Estamos en la era del conocimiento y la
información, fuente de nuevas formas de un poder muchas veces anónimo.17
Pero, ¿qué es el hombre? Muchas son las opiniones que el hombre se ha dado y se da sobre
sí mismo. Diversas e incluso contradictorias. Exaltándose a sí mismo como regla absoluta o
hundiéndose hasta la desesperación. La duda y la ansiedad se siguen en consecuencia. La
Iglesia siente profundamente estas dificultades, y, aleccionada por la Revelación divina,
puede darles la respuesta que perfile la verdadera situación del hombre, dé explicación a sus
enfermedades y permita conocer simultáneamente y con acierto la dignidad y la vocación
propias del hombre.19
Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de
hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente
uno de los nuestros, semejantes en todo a nosotros, excepto en el pecado.20
17
EG 52.
18
Cfr. GS 5-10.
19
GS 12.
20
GS 22.
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AL 50-57
Diversas formas de ideología.
Las realidades que nos preocupan son desafíos. No caigamos en la trampa de desgastarnos
en lamentos autodefensivos, en lugar de despertar una creatividad misionera.23
Crisis de sentido.
La humanidad en este mundo global ha entrado en un verdadero mercado de ideas,
ideologías, corrientes religiosas, políticas, culturales, etc., que propagadas por las nuevas
tecnologías de la comunicación, llegan a un importante número de personas en el mundo y
que han dado como resultado una rica pluralidad de propuestas sin que ninguna tenga una
hegemonía sobre las demás. Un elemento que ha introducido esta nueva época es lo que
llamamos “crisis de sentido”. Como toda crisis puede ser positiva para la humanidad, aunque
por momentos, nos hace sentir como huérfanos, porque los valores, comportamientos,
conductas y formas de ser que le daban significado a nuestra vida, parece que ya no encajan
en esta nueva realidad. Esto ha traído consigo desaliento, desorientación y superficialidad,
dando paso a otro rasgo de nuestro tiempo: una especie de depresión humana, espiritual y
moral.24
La resurrección autentifica la fuerza del amor sobre la muerte. Confirma la fidelidad de Dios,
por eso es también redentora. Para Dios no hay causas perdidas, no se da por vencido donde
los hombres podemos ver sólo oscuridad y vacío. El Resucitado es el Crucificado, su historia
humana no quedó anulada con la resurrección, al contrario, la humanidad de Jesucristo ha
quedado incorporada en el abrazo eterno de la comunidad de amor trinitario. En la humanidad
glorificada de Jesucristo Resucitado está también la nuestra. Esta es la raíz de nuestra
esperanza; celebrar su Pascua es vibrar con el misterio de su resurrección.26
Cristo, sumo y eterno sacerdote, sigue ofreciéndose a sí mismo como Resucitado, y nos
incluye para ofrecernos con Él como su cuerpo. Su entrega al Padre y a nosotros, entrega
22
AL 53.
23
Cfr. AL 57
24
PGP 37.
25
PGP 50.
26
PGP 126.
libre y por amor continúa: realizada en toda su vida, radicalizada en la muerte y plenificada
en la Resurrección, es actualizada permanentemente en el misterio de la Eucaristía.27
Aunque suene obvio, el acompañamiento espiritual debe llevar más y más a Dios, en quien
podemos alcanzar la verdadera libertad. Algunos se creen libres cuando caminan al margen
de Dios, sin advertir que se quedan existencialmente huérfanos, desamparados, sin un hogar
donde retornar siempre. Dejan de ser peregrinos y se convierten en errantes, que giran
siempre en torno a sí mismos sin llegar a ninguna parte. El acompañamiento sería
contraproducente si se convirtiera en una suerte de terapia que fomente este encierro de las
personas en su inmanencia y deje de ser una peregrinación con Cristo hacia el Padre.29
27
PGP 127.
28
EG 169.
29
EG 170.
dar tiempo, con una inmensa paciencia. Como decía el beato Pedro Fabro: «El tiempo es el
mensajero de Dios».30
El acompañante sabe reconocer que la situación de cada sujeto ante Dios y su vida en gracia
es un misterio que nadie puede conocer plenamente desde afuera. El Evangelio nos propone
corregir y ayudar a crecer a una persona a partir del reconocimiento de la maldad objetiva de
sus acciones (cf. Mt 18,15), pero sin emitir juicios sobre su responsabilidad y su culpabilidad
(cf. Mt 7,1; Lc 6,37). De todos modos, un buen acompañante no consiente los fatalismos o
la pusilanimidad. Siempre invita a querer curarse, a cargar la camilla, a abrazar la cruz, a
dejarlo todo, a salir siempre de nuevo a anunciar el Evangelio. La propia experiencia de
dejarnos acompañar y curar, capaces de expresar con total sinceridad nuestra vida ante quien
nos acompaña, nos enseña a ser pacientes y compasivos con los demás y nos capacita para
encontrar las maneras de despertar su confianza, su apertura y su disposición para crecer.31
La comunidad cristiana está llamada a ocuparse de la cura de las personas y de las relaciones
que, recíprocamente, tejen entre sí y con la comunidad, a no sacrificar la calidad de la relación
personal a la eficiencia de los programas. La Iglesia, pueblo reunido por el Dios trinitarios,
lugar de comunión de los hombres con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, puede convertirse
en lugar de relaciones terapéuticas en que la persona pueda experimentar a fondo y de manera
total un bien-estar relacional consigo misma, con los otros y con Dios, un ya de salvación de
un todavía no que tendrá su plena realización en el éschaton de Dios, realización y símbolo
de un Reino de Dios como reino del Amor.34
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EG 171.
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EG 172.
32
EG 173.
33
SANDRIN, Luciano. Teología Pastoral. Lo vio y no pasó de largo. Sal Terrae, España, 2015, p. 100.
34
SANDRIN, Luciano. Teología Pastoral. Lo vio y no pasó de largo. Sal Terrae, España, 2015, p. 112.
En la comunión con Cristo muerto y resucitado, con Aquel que vivió significativamente el
dolor y la muerte, se puede vivir la Iglesia como regazo acogedor donde la vida, desde sus
comienzos ocultos hasta sus débiles casos (especialmente la vida más frágil e indefensa), es
respetada, defendida, amada y servida como mugar de esperanza donde las personas pueden
escribir (por compromiso y por gracia) un capítulo significativo de su historia de alianza con
Dios, y de relaciones de amor con los hermanos y las hermanas, sea cual sea la experiencia
de vida que esté viviendo.35
Una pastoral integrada saca al campo todas las energías de que dispone el pueblo de Dios,
valorizándolas en su especificidad y, al mismo tiempo, haciéndolas confluir en el interior de
proyectos comunes, definidos y realizados juntos. Esa pastoral pone en red los múltiples
recursos de que dispone: humanos, espirituales, culturales, pastorales. De este modo, una
pastoral integrada, con las diferencias que acoge y armoniza en su propio interior, pone a la
comunidad en condiciones de entrar más eficazmente en comunicación con un contexto
abigarrado, necesitado de aproximaciones diversificadas y plurales, para un fecundo diálogo
misionero.36
Una pastoral integrada no puede ser el resultado de. Una operación de pura ingeniería
eclesiástica, sino el fruto de un proceso de convergencia y de reciprocidad que se manifiesta
de modos diversos, que van desde las mil ocasiones que permiten el conocimiento y el
encuentro fraterno hasta la difusión de momentos estructurados de confrontación y de
colaboración.37
Una pastoral integrada expresa y contruye una sinfonía de relaciones. Y todo ello impulsa
claramente a repensar las acciones, los proyectos, las iniciativas, las modalidades de acción,
los oficios y los mismos sujetos pastorales de la Iglesia de modo integrado y coral, no solo
entre sí, sino tambien con las fierzas presentes en el territorio.38
35
SANDRIN, Luciano. Teología Pastoral. Lo vio y no pasó de largo. Sal Terrae, España, 2015, p. 112-113.
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SANDRIN, Luciano. Teología Pastoral. Lo vio y no pasó de largo. Sal Terrae, España, 2015, p. 113-114.
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SANDRIN, Luciano. Teología Pastoral. Lo vio y no pasó de largo. Sal Terrae, España, 2015, p. 114
38
SANDRIN, Luciano. Teología Pastoral. Lo vio y no pasó de largo. Sal Terrae, España, 2015, p. 114
Iglesia contituye el camino del futuro. Esto constituye un desafío pastoral importante que
abre a nuevas y creativas oportunidades.39
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SANDRIN, Luciano. Teología Pastoral. Lo vio y no pasó de largo. Sal Terrae, España, 2015, p. 115