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ESPIRITUALIDAD MISIONERA
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MISIONERAS DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESUS Y DEL INMACULADO
CORAZÓN DE MARÍA. Hna. Paula Mateo Mateo.
El carisma que tiene su fundamento en Lc4,16.” El Espíritu del Señor sobre mí, porque me
ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la
liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y
proclamar un año de gracia del Señor”
Nuestra espiritualidad está condicionada como toda espiritualidad por una cristología,
una eclesiología, una cosmovisión y una cultura. Por ello es necesario decir una palabra
general sobre el concepto de espiritualidad para comprender después lo que caracteriza la
que vive la MSCJICM.
La espiritualidad cristiana
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todas las épocas, culturas y situaciones existenciales. Al mismo tiempo, la necesidad de
una apertura a la diversidad, fruto de circunstancias diferentes que piden acentos y
encarnaciones particulares. La espiritualidad no se vive al margen de la historia, sino
dentro de ella. La espiritualidad de la MSCJICM es una espiritualidad insertada en la
Iglesia y en el mundo, por tanto, participa de sus transformaciones. Está condicionada por
las diversas culturas que se van abriendo paso en la historia. Se halla sujeta a las
modificaciones que se operan dentro del Pueblo de Dios que peregrina en el tiempo como
sacramento del Reino. La MSCJICM debe vivir su espiritualidad hoy consciente de la
necesidad de aceptar las mediaciones culturales; teniendo presentes, los cambios que se
han realizado en la sociedad y en la Iglesia; a la luz de las grandes rupturas
socio-culturales y eclesiales que exigen una nueva identidad cristiana. Hoy hemos pasado
de una cosmovisión estática a una dinámica; de una cultura agrícola y artesanal a una
cultura urbana y técnico-científica; de la orientación sacral a la orientación secular.
Al llamar a su seguimiento, Jesús explicitó que elegía para establecer una relación de
amistad con Él. Por eso la espiritualidad del seguimiento está orientada a la experiencia de
una creciente comunión con Cristo. Todos los trabajos y esfuerzos del seguidor de Jesús
se van realizando “en Él”. En una palabra, desde el principio hasta el final, la existencia
cristiana se desarrolla “en Cristo” (1 Cor 15,18.22), al grado de poder afirmar “vivo, pero no
yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20). La vida consagrada ha visto siempre
como ideal la comunidad de los doce apóstoles llamados por Cristo para estar con Él, para
compartir su vida antes de ser enviados a predicar (Mc 3,13-14). La espiritualidad del
seguimiento es también una experiencia de ser discípulos de Jesús. El discipulado del
Nuevo Testamento se entiende mejor en la perspectiva de las relaciones maestro-discípulo
en el mundo rabínico. En él se insistía en la importancia de atender a las más pequeñas
enseñanzas del maestro y a estar dispuesto a transmitirlas. Estas enseñanzas se referían
especialmente a la conducta de vida, a lo que se conocía con el nombre de “sabiduría”.
Cristo es para sus seguidores la verdadera Sabiduría de Dios. Siguiéndolo se conoce la
verdad y la verdad nos hace libres (Jn 8,32). La vida consagrada en su seguimiento de
Jesús mediante el compromiso de la castidad, pobreza y obediencia, “es memoria viviente
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del modo de existir y de actuar de Jesús como Verbo encarnado ante el Padre y ante los
hermanos (VC 22).
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la utilización de los bienes de este mundo. Estos han sido puestos por Dios para el bien de
todos y deben ser compartidos en la justicia y en la fraternidad. Punto de partida de este
compromiso con la pobreza evangélica, hecha de apertura a Dios y solidaridad con el
prójimo necesitado, es la experiencia de Dios como único absoluto. Ella relativiza todo lo
demás y le da su verdadera dimensión. Es fuente de desapego y, al mismo tiempo, de
entrega y desgaste generoso para que el Reino de libertad, justicia, amor y paz establecido
por Cristo, se vaya haciendo presente en la historia. La miseria y la marginación que se
dan en la sociedad constituyen un cuestionamiento a la vida cristiana. Las MSCJICM, por
medio del voto de pobreza, se sienten comprometidas, desde una experiencia espiritual, a
vivir una vida sencilla y sobria hecha de trabajo, desprendimiento y disponibilidad personal
y comunitaria, y a poner todo lo que son y lo que tienen al servicio de los más necesitados,
en una comunión evangélica de los bienes espirituales y materiales.
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estaba dividido. El Espíritu es don que libera y amor que une; actualiza el pasado recordando
lo que Jesús ha enseñado (Jn 14,26) y une el presente al futuro impulsando hacia la
comunión plena de la cual es primicia y arras. Une a los creyentes como principio profundo de
la unidad de la Iglesia. Esta, si se deja guiar por el Espíritu, será siempre una Iglesia de
comunión, que se organiza en comunidades. Una comunión imperfecta que se vive en las
tensiones que se asumen en síntesis que van abriendo a los caminos imprevisibles del
Espíritu.
Las MSCJICM tratan de transformar todos estos aspectos en experiencia vital para poder
testimoniar una espiritualidad de comunión en una Iglesia de comunión. Precisamente la
Iglesia “encomienda a las comunidades de vida consagrada la particular tarea de fomentar la
espiritualidad de la comunión” (VC 51), ante todo en su interior, pero también en la comunidad
eclesial y en la sociedad, especialmente donde hay odios y divisiones.
La espiritualidad de la libertad-amor
La segunda dimensión del Espíritu, experimentada desde los principios del
cristianismo es la de la libertad. La comunidad debe permanecer firme en la libertad con la
cual Cristo nos ha liberado (Gal 5,1). Es una comunidad de personas libres. Esta libertad
está íntimamente ligada al amor, primer fruto del Espíritu. Por eso Pablo llama la atención
para que se tenga cuidado de no tomar la libertad como pretexto para servir al egoísmo, sino
como ocasión para servirse unos a otros en el amor (cf. Gal 5,13-14). El Espíritu crea, a
través del amor, un marco de libertad en el que se desarrolla la vida cristiana. Libera de la
esclavitud del pecado, de la muerte y de la ley. Respecto a ésta última, el Espíritu ayuda a
que se superen las estrecheces del legalismo judío: "ha parecido al Espíritu Santo y a
nosotros no imponeros más cargas que las necesarias" (Hch 15,28).
La liberación constituye el ideal hacia el cual debe tender la comunidad de los
creyentes. Ellos han sido radicalmente liberados de la esclavitud que los separa de los demás
y se hacen capaces de un nuevo tipo de relaciones interpersonales. En ellas no hay lugar
para la discriminación y opresión del poder, del saber y del tener, de la raza, del sexo: "ya no
hay judío o griego; esclavo o libre; hombre o mujer, porque todos sois uno en Cristo Jesús"
(Gal 3,28). En el seno de la comunidad cristiana, si es fiel a la dimensión "libertad", no pueden
favorecerse vínculos basados en la injusticia o en privilegios de predominio. Mas bien
deberán desaparecer realidades sociales, históricas y naturales del pasado fundadas en el
poder que domina.
El amor cristiano que libera debe ser como el de Cristo: un amor universal, generoso,
gratuito y efectivo que se enriquece y se manifiesta en las obras: "no amemos con palabras y
con la lengua sino con obras y de verdad" (1 Jn 3,18). La presencia de Jesús en el hermano
nos conduce a vivir en el amor, como Cristo que nos amó y se entregó a sí mismo por
nosotros (Ef 5,2). La libertad conduce a la construcción de la comunión y participación que se
plasma en realidades definitivas "sobre tres planos inseparables: la relación del hombre con el
mundo, como señor; con las personas como hermano y con Dios como hijo ... Por la libertad
proyectada sobre el mundo material de la naturaleza y de la técnica ... siempre en comunidad
de esfuerzos múltiples, logra la inicial realización de su dignidad" sometiendo el mundo y
humanizándolo de acuerdo con el plan de Dios (cf DP 322-323).
La libertad-amor posee una dimensión histórica que debe concretarse en la acción
exigida por las circunstancias cambiantes. Lo que en tiempos pasados se orientó en la línea
de ayuda y promoción de individuos hoy necesita vivirse a través de nuevas mediaciones de
perspectiva social. El Espíritu impulsa a la creación de marcos referenciales que hagan visible
y comprensible la libertad-amor que Él comunica como medio y expresión de la presencia del
Reino. En esta dimensión entran como frutos del Espíritu, además del amor, los otros
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enumerados en la carta a los Gálatas: alegría, paz, tolerancia, agrado, generosidad, lealtad,
sencillez, dominio de sí (Gal 5,22).
En el aspecto comunitario de la espiritualidad de las MSCJICM exige una entrega
generosa de cada una para ir logrando al mismo tiempo la libertad-amor y la construcción de
la comunidad. “Cristo da a la persona dos certezas fundamentales: la de ser amada
infinitamente y la de poder amar sin límites. Nada como la cruz de Cristo puede dar de un
modo pleno y definitivo estas certezas y la libertad que deriva de ellas. Gracias a ellas, la
MSCJICM se libera progresivamente de la necesidad de colocarse en el centro de todo y de
poseer al otro, y del miedo a darse a los hermanos; aprende más bien a amar como Cristo la
ha amado, con aquel mismo amor que ahora se ha derramado en su corazón y la hace capaz
de olvidarse de sí misma y de darse como ha hecho el Señor. En virtud de este amor, nace la
comunidad MSCJICM como un conjunto de personas libres y liberadas por la cruz de Cristo.
El acento escatológico de la espiritualidad de la MSCJICM
El estilo alternativo de la vocación de la MSCJICM dentro de la Iglesia está llamada a
acentuar el carácter peregrino de la Iglesia. Trata de vivir en el "aún no", lo definitivo de la
plenitud del "ya". El Concilio Vaticano II ponía de relieve este acento escatológico, fruto de la
profesión de los consejos evangélicos mediante los votos: "al no tener el pueblo de Dios una
ciudadanía permanente en este mundo, sino que busca la futura, el estado religioso, que deja
más libres a sus seguidores frente a los cuidados terrenos, manifiesta mejor a todos los
creyentes los bienes celestiales - presentes incluso en esta vida - y, sobre todo, da un
testimonio de la vida nueva y eterna conseguida por la redención de Cristo y preanuncia la
resurrección futura y la gloria del reino celestial" (LG 44).
Una espiritualidad a la escucha de la palabra de Dios
El concilio vaticano II marcó un regreso a la palabra de Dios e invitó a todos los
cristianos y especialmente a los religiosos a la lectura asidua de la Escritura, para adquirir la
ciencia suprema de Jesucristo (cf DV 25; PC 6). El contacto frecuente con la palabra de Dios
ofrece la luz necesaria para el discernimiento personal y comunitario y para buscar los
caminos de Dios en los signos de los tiempos y de los lugares.
La MSCJICM se benefició de modo especial con este don del Espíritu. La Biblia
pasó a ocupar un lugar central para sus miembros que habían usurpado otros libros de
espiritualidad. En la formación inicial y permanente uno de los objetivos más urgentes ha
sido, en los últimos años, el de ayudar a las formandas a ir logrando un acercamiento
existencial que parte de la vida y lleva a la vida a la Palabra de Dios. Poco a poco se ha
ido configurando el papel central que tiene la Escritura en el proceso de formación de la
MSCJICM.
Para que la palabra de Dios se convierta en fuente de espiritualidad para las MSCJICM
hay que tomar como punto de partida de su lectura la realidad en que vivimos. Hay que
aprender a unir la palabra de Dios en la Escritura con la palabra de Dios en la vida. Esto
entra dentro de la más genuina tradición de la Iglesia testificada por los Padres y escritores
eclesiásticos de los primeros siglos. Ellos educaban a un acercamiento vital a la Palabra
de Dios. Además, el origen comunitario de la Escritura, obra de un pueblo guiado por
Dios, pide una lectura comunitaria que se nutra de los "gozos y esperanzas, las tristezas y
angustias" del pueblo creyente.
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hermanos, con la exigencia de trabajar por el reino en una comunión de destino con Jesús.
La espiritualidad de las MSCJICM necesita dar este paso hacia la actitud contemplativa
en medio de la acción. La meta será lograr integrar la experiencia de Dios y la experiencia
de la vida: ser contemplativos en la oración y en el trabajo de la evangelización. Tener una
experiencia de Dios en la historia y en los hermanos que dé sentido a los "tiempos fuertes"
de oración: momentos de mayor conciencia de la presencia del Señor, fuente de
creatividad evangélica; espacio interior para el encuentro personal e íntimo con el Señor.
La oración como actitud de vida lleva a descubrir el rostro de Dios en la realidad en
conflicto, en los problemas sociales, en la angustia de los pobres en los que hay que
"reconocer los rasgos sufrientes de Cristo, el Señor, que nos cuestiona e interpela" (DP
31). Más aún, descubre el sentido verdadero de la contemplación cristiana, que parte de
la revelación que Dios hace de sí mismo y de su plan salvífico y que no es otra cosa que
una vivencia en profundidad de la fe, la esperanza y el amor. Vivencia entendida no
únicamente como una experiencia interior, sino también como un conocimiento que se
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nutre de la acción y se expresa en ella. La contemplación se tiene en la historia y haciendo
la historia de salvación.
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santidad el mensaje evangélico. Es necesario que, fieles al soplo del Espíritu, sus hijos
espirituales continúen en el tiempo este testimonio, imitando su creatividad con una
madura fidelidad al carisma de los orígenes, en constante escucha de las exigencias del
momento presente”. Es la misma invitación que hace el documento Vita consecrata en el
n. 37, cuando habla de la fidelidad creativa. Y, en el n. 93 pone de relieve el hecho de que
cada forma de vida consagrada genera una espiritualidad peculiar que debe ser vivida con
dinamismo y creatividad. En este doble movimiento de regreso a las fuentes y de atención
a los desafíos del mundo de hoy se hace urgente y necesaria la formación permanente
para releer la espiritualidad del propio Instituto religioso. Este es uno de los retos
principales para la renovación de la vida consagrada y de la espiritualidad de cada instituto
en el tercer milenio.
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comprensibles y para adaptarlos a las nuevas circunstancias. Un elemento fundamental
para ello es la referencia constante a la propia fundadora y a su carisma y espiritualidad tal
como lo ha vivido y comunicado ella y después profundizados y desarrollados a lo largo de
la vida del instituto.
La vida consagrada nació como expresión del dinamismo del Espíritu y para responder
a sus llamados en la vida. En ellos hay siempre una invitación a colaborar en el plan
salvífico de Dios. Esto explica una relectura constante del carisma y de la espiritualidad de
las MSCJICM que, como todo carisma, tiene una función de servicio. Cumplirla en forma
concreta y eficaz supone capacidad para crear estilos nuevos y cauces diferentes de
actuación. En la fundación del Instituto aparece palmariamente la creatividad. Los
institutos de vida consagrada van apareciendo como multiformes intervenciones del
Espíritu en consonancia con los problemas sociales y religiosos que caracterizan la historia
de la humanidad en los diversos momentos. Los Cambios en la Iglesia y en el mundo van
dando lugar a nuevas formas de vida religiosa y a reformas da los Institutos antiguos. En
un mundo secularizado se hacen necesarios estilos diversos de consagración y servicio y
aparecen entonces los institutos seculares.
Toda esta gama de grupos consagrados a Dios es fruto de un carisma que, aunque se
concreta en un momento histórico, va más allá de él. Su función de servicio exige que
permanezca abierto a nuevas necesidades si no quiere agotarse al desaparecer las formas
concretas en las que se expresó cuando fue suscitado por el Espíritu. Es necesario
distinguir entre la vocación religiosa y el estilo de vida en el cual se expresa. El dinamismo
de creatividad y renovación solo se podrán mantener vivos si se acepta la relectura del
carisma para responder adecuadamente a los "signos de los tiempos” Es fundamental
saber distinguir lo que es esencial de lo que es simplemente un condicionamiento cultural.
De otro modo se corre el peligro de ser infieles al carisma y a la espiritualidad propios por
una anquilosada fidelidad a sus concreciones pasadas.
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La vida consagrada es un camino dentro del Pueblo de Dios, todo él seguidor de Jesús.
En su seguimiento las MSCJICM ponen de relieve algunos rasgos de la forma histórica de
la vida de Cristo. Intentan seguir a Jesús que nació y vivió pobremente; que dedicó toda su
existencia y sus energías al servicio de sus hermanos y hermanas en una vida célibe y
obediente a la voluntad del Padre. Esto supone romper con las seguridades del poder, del
saber y del tener y superar la tentación del aburguesamiento. En esta forma de vida, deben
sentirse llamadas también a subrayar la fraternidad cristiana, exigencia de Jesús para
todos sus seguidores, en una Iglesia de comunión. Aquí radica uno de los principales
testimonios de la vida consagrada: hacer presente el Reino de Jesús que nos transforma
de masa en familia. La castidad, el compartir los bienes, el discernimiento comunitario de
los caminos de Dios, el compromiso con la misión se vive en y desde una comunidad que
incluso, tiene un hábitat común y una organización que ayudan a superar el individualismo
y llevan a una apertura aún mayor a otras comunidades y a la gran comunidad eclesial.
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experiencia y del compromiso de sus fundadores. Al mismo tiempo ayuda a descubrir y
superar los elementos adicionales que se fueron introduciendo en su estructuración. Este
discernimiento de los valores esenciales permite emprender la tarea de la inculturación,
necesidad profundamente sentida en la evangelización en el mundo de hoy. Así la
espiritualidad se va abriendo a la convicción de que el mismo carisma puede y debe ser
releído a partir de las circunstancias particulares.
La congregación tomó desde sus orígenes a la Virgen María como Reina, maestra
superiora y fundadora. Por todos estos motivos, ella es modelo de consagración y
seguimiento “por su pertenencia plena y entrega total a Dios” y por su acogida de la
gracia... modelo también “de consagración al Padre, de unión con el Hijo y de docilidad al
Espíritu” (VC 28). La veneramos bajo la advocación del “Inmaculado Corazón de María”
viendo en ella también a la primera Misionera.
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