Está en la página 1de 12

CLAEM 2021

ESPIRITUALIDAD MISIONERA
.
MISIONERAS DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESUS Y DEL INMACULADO
CORAZÓN DE MARÍA. Hna. Paula Mateo Mateo.

Espiritualidad y carisma de las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús y del


Inmaculado Corazón de María.

CARISMA: Las MSCJICM, respondiendo al llamado divino pretenden vivir su consagración


bautismal, buscando comunitariamente la perfección de la caridad. Siguiendo a Jesucristo
misericordioso y liberador en la práctica de los consejos evangélicos de pobreza, castidad
y obediencia, amándolo con un corazón indiviso, trabajando en extender el Reino de su
corazón y el de su Inmaculada Madre, con los pobres más necesitados, especialmente en
ambiente rural.

El carisma que tiene su fundamento en Lc4,16.” El Espíritu del Señor sobre mí, porque me
ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la
liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y
proclamar un año de gracia del Señor”

ESPIRITUALIDAD: AMOR Y LA REPARACIÓN.

Espiritualidad de las MSCJICM, una forma de vivir la vida cristiana

Nuestra espiritualidad está condicionada como toda espiritualidad por una cristología,
una eclesiología, una cosmovisión y una cultura. Por ello es necesario decir una palabra
general sobre el concepto de espiritualidad para comprender después lo que caracteriza la
que vive la MSCJICM.

La espiritualidad cristiana

Al hablar de la dimensión espiritual y mística de la vida cristiana y de la vida


consagrada, se corre el peligro de entender la espiritualidad en forma dicotómica (dividida),
como si se tratara de algo previo a la acción y separado de la misma. Eso convertiría la
espiritualidad en un espiritualismo desencarnado que, vivido desde esa perspectiva, no
dice nada al hombre y a la mujer de hoy. Es importante, por eso, partir del concepto de
espiritualidad como un estilo o forma de vivir la vida cristiana, que es vida “en Cristo’ y “en
el Espíritu’, que se acoge por la fe, se expresa en el amor y se vive en la esperanza dentro
de la comunidad eclesial. Hablar de espiritualidad no es, por tanto, hablar de una parte de
la vida, sino de toda la vida. Es referirse a una cualidad que el Espíritu imprime en
nosotras. Es tratar también de la acción bajo el impulso del Espíritu Santo. La referencia
primordial de la espiritualidad cristiana es Jesús; la conversión a él y su seguimiento.

Este modo de enfocar la espiritualidad responde mejor a la revelación bíblica. En ella se


tiene una visión unitaria del ser humano, que vive bajo la acción constante de un Dios
presente y cercano y lo cuestiona e interpela en todas las circunstancias. Podemos
también afirmar que, de este modo, se comprende mejor la unidad de la vida cristiana en

VD 1
todas las épocas, culturas y situaciones existenciales. Al mismo tiempo, la necesidad de
una apertura a la diversidad, fruto de circunstancias diferentes que piden acentos y
encarnaciones particulares. La espiritualidad no se vive al margen de la historia, sino
dentro de ella. La espiritualidad de la MSCJICM es una espiritualidad insertada en la
Iglesia y en el mundo, por tanto, participa de sus transformaciones. Está condicionada por
las diversas culturas que se van abriendo paso en la historia. Se halla sujeta a las
modificaciones que se operan dentro del Pueblo de Dios que peregrina en el tiempo como
sacramento del Reino. La MSCJICM debe vivir su espiritualidad hoy consciente de la
necesidad de aceptar las mediaciones culturales; teniendo presentes, los cambios que se
han realizado en la sociedad y en la Iglesia; a la luz de las grandes rupturas
socio-culturales y eclesiales que exigen una nueva identidad cristiana. Hoy hemos pasado
de una cosmovisión estática a una dinámica; de una cultura agrícola y artesanal a una
cultura urbana y técnico-científica; de la orientación sacral a la orientación secular.

Espiritualidad MSCJICM, una forma de seguir a Jesús

La vida cristiana es esencialmente un seguimiento de Jesús. El Concilio Vaticano II, al


hablar de la vida consagrada, insistió en varios lugares en el aspecto fundamental de su
compromiso de seguir a Jesús. Calificó este seguimiento de Cristo como la “norma última”
del consagrado (PC 2). Es importante siempre tratar de profundizar sobre algunos
aspectos del seguimiento de Jesús que si bien caracterizan toda vida cristiana toman
ciertos matices en la vida consagrada. El primer aspecto de la espiritualidad del
seguimiento de Jesús es la experiencia de la gratuidad de Dios. La reflexión sobre el
sentido del seguimiento de Cristo en los evangelios nos lleva a constatar que es fruto de
un llamado gratuito de Dios. El tema de la elección es la expresión de esa gratuidad y va
acompañado de la garantía de su fidelidad y misericordia. Vivir la espiritualidad del
seguimiento como experiencia de la gratuidad de Dios hace posible evitar la
autosuficiencia y el desaliento. Se tiene la certeza de la presencia y ayuda de Dios para
que se pueda asumir con humildad y responsabilidad la misión que Él encomienda. En la
vida consagrada se percibe con mayor intensidad la gratuidad de una llamada a dedicarse
totalmente al servicio del reino de Dios. La espiritualidad del seguimiento de Jesús es, en
segundo lugar, una experiencia de ruptura con las seguridades humanas. La única
seguridad debe ser Dios, en una apertura a sus caminos incomprensibles (Is 55, 8-9; Rom
11,32-35) y en un compromiso en el trabajo del Reino. Las seguridades humanas se
apoyan en el poder, en el saber, en el tener. Mediante la profesión de los consejos
evangélicos la MSCJICM coloca esas realidades en dimensión relativa y pasajera.

Al llamar a su seguimiento, Jesús explicitó que elegía para establecer una relación de
amistad con Él. Por eso la espiritualidad del seguimiento está orientada a la experiencia de
una creciente comunión con Cristo. Todos los trabajos y esfuerzos del seguidor de Jesús
se van realizando “en Él”. En una palabra, desde el principio hasta el final, la existencia
cristiana se desarrolla “en Cristo” (1 Cor 15,18.22), al grado de poder afirmar “vivo, pero no
yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20). La vida consagrada ha visto siempre
como ideal la comunidad de los doce apóstoles llamados por Cristo para estar con Él, para
compartir su vida antes de ser enviados a predicar (Mc 3,13-14). La espiritualidad del
seguimiento es también una experiencia de ser discípulos de Jesús. El discipulado del
Nuevo Testamento se entiende mejor en la perspectiva de las relaciones maestro-discípulo
en el mundo rabínico. En él se insistía en la importancia de atender a las más pequeñas
enseñanzas del maestro y a estar dispuesto a transmitirlas. Estas enseñanzas se referían
especialmente a la conducta de vida, a lo que se conocía con el nombre de “sabiduría”.
Cristo es para sus seguidores la verdadera Sabiduría de Dios. Siguiéndolo se conoce la
verdad y la verdad nos hace libres (Jn 8,32). La vida consagrada en su seguimiento de
Jesús mediante el compromiso de la castidad, pobreza y obediencia, “es memoria viviente

VD 2
del modo de existir y de actuar de Jesús como Verbo encarnado ante el Padre y ante los
hermanos (VC 22).

El seguimiento de Jesús es también una experiencia de formar parte de una comunidad


de seguidores. El seguimiento tiene un sello fuertemente comunitario. Es en la comunidad
eclesial donde se recibe, a lo largo de la historia, el llamamiento a seguir a Jesús. Él,
presente en medio de los creyentes repite este gesto de convocar y comunica a sus
seguidores diversos carismas para servicio de la comunidad. La vida fraterna en
comunidad subraya este aspecto del seguimiento de Jesús. La llamada de Jesús a
seguirlo es, al mismo tiempo, una llamada a la misión de testimoniar y anunciar la Buena
Noticia y a interpelar, desde ella y desde sus exigencias, la vida personal y social. Por
eso, es la experiencia de un compromiso profético evangelizador fuertemente acentuado
en la vida consagrada (cf VC 84).

La espiritualidad de los votos de las MSCJICM

Nuestra consagración por la profesión de los consejos evangélicos define nuestra


forma estable de vivir. Estos fundados en las palabras y ejemplo de Jesucristo son un don
divino que la Iglesia recibió de su Señor y que con su gracia conserva siempre. Ella tiene
como punto de partida un carisma comunicado por el Espíritu para seguir a Jesús en una
consagración mediante los votos, vivida en comunión para la misión. La fe, la esperanza y
el amor se expresan y se viven en conexión con esa entrega peculiar al servicio de Dios y
de los hermanos. Las relaciones con la sociedad, con la mujer o el varón respectivamente,
y con los bienes de este mundo adquieren una cualificación diferente a causa de la
dedicación total a Dios por medio del compromiso de la obediencia, castidad y pobreza
consagradas. El Espíritu es quien concede a todas estas formas la capacidad de insertarse
dentro del camino del pueblo de Dios con este rostro y estilo peculiares.

Nuestra consagración mediante los votos, radicada en la consagración bautismal, es


fruto de un don particular del Espíritu que toma posesión de la persona, la configura con
Cristo y la habilita para vivir según los consejos evangélicos en el propio carisma y es
también una respuesta de donación, aceptada y reconocida mediante el ministerio de la
Iglesia. Esta respuesta de entrega al servicio del Reino de Dios introduce matices
particulares en la forma de vivir las tres actitudes fundamentales de la vida cristiana: la fe,
la esperanza y el amor., es fruto de un don particular del Espíritu que toma posesión de la
persona, la configura con Cristo y la habilita para vivir según los consejos evangélicos en el
propio carisma y es también una respuesta de donación, aceptada y reconocida mediante
el ministerio de la Iglesia. Esta respuesta de entrega al servicio del Reino de Dios introduce
matices particulares en la forma de vivir las tres actitudes fundamentales de la vida
cristiana: la fe, la esperanza y el amor. Los tres votos son expresión de ellas, si bien cada
uno subraya y ejercita especialmente una.

La obediencia es, de manera especial, una vivencia de fe en la apertura a los caminos


de Dios buscados y descubiertos con la mediación de la superiora y de la comunidad.
Limitando la voluntad propia y renunciando a los proyectos personales, la MSCJICM busca
cumplir con responsabilidad e iniciativa su misión al servicio del Reino. Es un modo de ser
libre en la adhesión, por amor, a la voluntad del Padre, como lo hizo Cristo. La obediencia
manifiesta e instaura un tipo nuevo de relaciones en la sociedad: el de una autoridad como
servicio y el de una libertad que tiene en cuenta el bien de los demás. Cuestiona, de este
modo, el ejercicio totalitario y opresor de la autoridad y el egoísmo individualista en el uso
de la libertad.

La pobreza se relaciona muy especialmente con la esperanza, que guía al cristiano en

VD 3
la utilización de los bienes de este mundo. Estos han sido puestos por Dios para el bien de
todos y deben ser compartidos en la justicia y en la fraternidad. Punto de partida de este
compromiso con la pobreza evangélica, hecha de apertura a Dios y solidaridad con el
prójimo necesitado, es la experiencia de Dios como único absoluto. Ella relativiza todo lo
demás y le da su verdadera dimensión. Es fuente de desapego y, al mismo tiempo, de
entrega y desgaste generoso para que el Reino de libertad, justicia, amor y paz establecido
por Cristo, se vaya haciendo presente en la historia. La miseria y la marginación que se
dan en la sociedad constituyen un cuestionamiento a la vida cristiana. Las MSCJICM, por
medio del voto de pobreza, se sienten comprometidas, desde una experiencia espiritual, a
vivir una vida sencilla y sobria hecha de trabajo, desprendimiento y disponibilidad personal
y comunitaria, y a poner todo lo que son y lo que tienen al servicio de los más necesitados,
en una comunión evangélica de los bienes espirituales y materiales.

La castidad consagrada, junto con la vida fraterna en comunidad, son expresión


particular de amor cristiano. Ellas generan una fraternidad universal. Ayudan a comprender
mejor las riquezas y las exigencias del amor, fruto del Espíritu. Dan a su ejercicio unas
connotaciones especiales: universalidad, gratuidad, disponibilidad. “Es sobre todo la
virginidad la que hace particularmente capaces de tener entrañas de misericordia y
corazón acogedor hacia todos los hijos de Dios, considerados como hermanos y
hermanas, miembros del mismo cuerpo, más allá de cualquier tipo de distinción de sexo o
de condición social. La castidad consagrada permite, por otra parte, el poder formar
comunidades como familias reunidas no por los vínculos de la carne y de la sangre, sino
por la común vocación recibida de Dios. En ellas se expresa y manifiesta la fuerza de la
resurrección de Jesús que convoca a la comunión fraterna. En la dimensión de comunidad,
la vocación se convierte en conciencia de convocación por parte de Dios, la consagración
en una experiencia de comunión y de convergencia en el amor de Cristo, la misión en una
llamada a compartir el ideal apostólico. Esta espiritualidad de los votos impulsa también a
superar el deseo de los bienes con la pobreza; el ansia de poder con la obediencia, y a
vivir libres para el servicio de Dios en el celibato. Castidad, pobreza y obediencia se
convierten así en indicadores de un estilo alternativo de vida.

La dimensión comunitaria de la espiritualidad de las MSCJICM

La dimensión comunitaria de la espiritualidad en la vida de las MSCJICM lleva a vivir


en fraternidad la koinonía y la libertad cristiana desde las dimensiones de la fe y del amor que
descubren a Dios presente sosteniendo la esperanza activa.
A. La espiritualidad de la” koinonía”
La primera dimensión de la vida cristiana suscitada por el Espíritu es la de la koinonía
de los creyentes (Hch 2,42-47; 4,32-35). Estos se convierten en una comunidad de hermanos
reunidos en el nombre del Señor. El Espíritu, amor personal en Dios, une a los creyentes con
el Padre y entre ellos. Es Él quien infunde en nosotros el amor de Dios (Rom 5,5) y nos
capacita para amar y nos une en la diversidad de los dones y servicios. La dimensión de la
comunión manifiesta la presencia del Espíritu y se concretiza en cuatro realidades
íntimamente ligadas entre sí: la enseñanza de los Apóstoles, la koinonía, la fracción del pan y
las oraciones (Hch 2,42).

La dimensión de comunión se vive en medio de conflictos porque el evangelio revela y


anuncia la voluntad de Dios y, por tanto, desaprueba y denuncia las decisiones y las
opiniones humanas contrarias (Hch 5,28-30) y porque al interior de la comunidad misma hay
siempre debilidades e incoherencias. Esta primera dimensión del Espíritu es la central. En ella
el Espíritu abre el Dios trinitario al mundo de los seres humanos y en Cristo unifica lo que

VD 4
estaba dividido. El Espíritu es don que libera y amor que une; actualiza el pasado recordando
lo que Jesús ha enseñado (Jn 14,26) y une el presente al futuro impulsando hacia la
comunión plena de la cual es primicia y arras. Une a los creyentes como principio profundo de
la unidad de la Iglesia. Esta, si se deja guiar por el Espíritu, será siempre una Iglesia de
comunión, que se organiza en comunidades. Una comunión imperfecta que se vive en las
tensiones que se asumen en síntesis que van abriendo a los caminos imprevisibles del
Espíritu.

Las MSCJICM tratan de transformar todos estos aspectos en experiencia vital para poder
testimoniar una espiritualidad de comunión en una Iglesia de comunión. Precisamente la
Iglesia “encomienda a las comunidades de vida consagrada la particular tarea de fomentar la
espiritualidad de la comunión” (VC 51), ante todo en su interior, pero también en la comunidad
eclesial y en la sociedad, especialmente donde hay odios y divisiones.

La espiritualidad de la libertad-amor
La segunda dimensión del Espíritu, experimentada desde los principios del
cristianismo es la de la libertad. La comunidad debe permanecer firme en la libertad con la
cual Cristo nos ha liberado (Gal 5,1). Es una comunidad de personas libres. Esta libertad
está íntimamente ligada al amor, primer fruto del Espíritu. Por eso Pablo llama la atención
para que se tenga cuidado de no tomar la libertad como pretexto para servir al egoísmo, sino
como ocasión para servirse unos a otros en el amor (cf. Gal 5,13-14). El Espíritu crea, a
través del amor, un marco de libertad en el que se desarrolla la vida cristiana. Libera de la
esclavitud del pecado, de la muerte y de la ley. Respecto a ésta última, el Espíritu ayuda a
que se superen las estrecheces del legalismo judío: "ha parecido al Espíritu Santo y a
nosotros no imponeros más cargas que las necesarias" (Hch 15,28).
La liberación constituye el ideal hacia el cual debe tender la comunidad de los
creyentes. Ellos han sido radicalmente liberados de la esclavitud que los separa de los demás
y se hacen capaces de un nuevo tipo de relaciones interpersonales. En ellas no hay lugar
para la discriminación y opresión del poder, del saber y del tener, de la raza, del sexo: "ya no
hay judío o griego; esclavo o libre; hombre o mujer, porque todos sois uno en Cristo Jesús"
(Gal 3,28). En el seno de la comunidad cristiana, si es fiel a la dimensión "libertad", no pueden
favorecerse vínculos basados en la injusticia o en privilegios de predominio. Mas bien
deberán desaparecer realidades sociales, históricas y naturales del pasado fundadas en el
poder que domina.
El amor cristiano que libera debe ser como el de Cristo: un amor universal, generoso,
gratuito y efectivo que se enriquece y se manifiesta en las obras: "no amemos con palabras y
con la lengua sino con obras y de verdad" (1 Jn 3,18). La presencia de Jesús en el hermano
nos conduce a vivir en el amor, como Cristo que nos amó y se entregó a sí mismo por
nosotros (Ef 5,2). La libertad conduce a la construcción de la comunión y participación que se
plasma en realidades definitivas "sobre tres planos inseparables: la relación del hombre con el
mundo, como señor; con las personas como hermano y con Dios como hijo ... Por la libertad
proyectada sobre el mundo material de la naturaleza y de la técnica ... siempre en comunidad
de esfuerzos múltiples, logra la inicial realización de su dignidad" sometiendo el mundo y
humanizándolo de acuerdo con el plan de Dios (cf DP 322-323).
La libertad-amor posee una dimensión histórica que debe concretarse en la acción
exigida por las circunstancias cambiantes. Lo que en tiempos pasados se orientó en la línea
de ayuda y promoción de individuos hoy necesita vivirse a través de nuevas mediaciones de
perspectiva social. El Espíritu impulsa a la creación de marcos referenciales que hagan visible
y comprensible la libertad-amor que Él comunica como medio y expresión de la presencia del
Reino. En esta dimensión entran como frutos del Espíritu, además del amor, los otros

VD 5
enumerados en la carta a los Gálatas: alegría, paz, tolerancia, agrado, generosidad, lealtad,
sencillez, dominio de sí (Gal 5,22).
En el aspecto comunitario de la espiritualidad de las MSCJICM exige una entrega
generosa de cada una para ir logrando al mismo tiempo la libertad-amor y la construcción de
la comunidad. “Cristo da a la persona dos certezas fundamentales: la de ser amada
infinitamente y la de poder amar sin límites. Nada como la cruz de Cristo puede dar de un
modo pleno y definitivo estas certezas y la libertad que deriva de ellas. Gracias a ellas, la
MSCJICM se libera progresivamente de la necesidad de colocarse en el centro de todo y de
poseer al otro, y del miedo a darse a los hermanos; aprende más bien a amar como Cristo la
ha amado, con aquel mismo amor que ahora se ha derramado en su corazón y la hace capaz
de olvidarse de sí misma y de darse como ha hecho el Señor. En virtud de este amor, nace la
comunidad MSCJICM como un conjunto de personas libres y liberadas por la cruz de Cristo.
El acento escatológico de la espiritualidad de la MSCJICM
El estilo alternativo de la vocación de la MSCJICM dentro de la Iglesia está llamada a
acentuar el carácter peregrino de la Iglesia. Trata de vivir en el "aún no", lo definitivo de la
plenitud del "ya". El Concilio Vaticano II ponía de relieve este acento escatológico, fruto de la
profesión de los consejos evangélicos mediante los votos: "al no tener el pueblo de Dios una
ciudadanía permanente en este mundo, sino que busca la futura, el estado religioso, que deja
más libres a sus seguidores frente a los cuidados terrenos, manifiesta mejor a todos los
creyentes los bienes celestiales - presentes incluso en esta vida - y, sobre todo, da un
testimonio de la vida nueva y eterna conseguida por la redención de Cristo y preanuncia la
resurrección futura y la gloria del reino celestial" (LG 44).
Una espiritualidad a la escucha de la palabra de Dios
El concilio vaticano II marcó un regreso a la palabra de Dios e invitó a todos los
cristianos y especialmente a los religiosos a la lectura asidua de la Escritura, para adquirir la
ciencia suprema de Jesucristo (cf DV 25; PC 6). El contacto frecuente con la palabra de Dios
ofrece la luz necesaria para el discernimiento personal y comunitario y para buscar los
caminos de Dios en los signos de los tiempos y de los lugares.
La MSCJICM se benefició de modo especial con este don del Espíritu. La Biblia
pasó a ocupar un lugar central para sus miembros que habían usurpado otros libros de
espiritualidad. En la formación inicial y permanente uno de los objetivos más urgentes ha
sido, en los últimos años, el de ayudar a las formandas a ir logrando un acercamiento
existencial que parte de la vida y lleva a la vida a la Palabra de Dios. Poco a poco se ha
ido configurando el papel central que tiene la Escritura en el proceso de formación de la
MSCJICM.

Alimentar la espiritualidad de la MSCJICM con la Escritura

Para que la palabra de Dios se convierta en fuente de espiritualidad para las MSCJICM
hay que tomar como punto de partida de su lectura la realidad en que vivimos. Hay que
aprender a unir la palabra de Dios en la Escritura con la palabra de Dios en la vida. Esto
entra dentro de la más genuina tradición de la Iglesia testificada por los Padres y escritores
eclesiásticos de los primeros siglos. Ellos educaban a un acercamiento vital a la Palabra
de Dios. Además, el origen comunitario de la Escritura, obra de un pueblo guiado por
Dios, pide una lectura comunitaria que se nutra de los "gozos y esperanzas, las tristezas y
angustias" del pueblo creyente.

Las exigencias de Jesús, resumidas en su seguimiento, trazan las líneas centrales


de y para la vida de las MSCJICM. Toda la vida cristiana se caracteriza por el seguimiento
de Jesús. A través de Él se experimenta, como Cristo, a Dios como Padre, a las personas
como hermanos y hermanas y al mundo como lugar de encuentro con Dios y los

VD 6
hermanos, con la exigencia de trabajar por el reino en una comunión de destino con Jesús.

Espiritualidad litúrgica de las MSCJICM

La MSCJICM tiene en la oración litúrgica un medio de primer orden para la fraternidad y


para su servicio evangelizador. En ella y, a través de ella, se expresa lo que es la fe que
actúa por medio del amor (Gal 5,6) y se renueva la esperanza. Sin descuidar la liturgia
masiva, en ocasiones única celebración posible, hay que orientar los esfuerzos y trabajos a
una liturgia de grupos pequeños, comunidades de base, ambientes de dimensiones
familiares donde la conexión con la vida resulte natural y espontánea. Allí podrá buscarse,
en diálogo con el pueblo, pistas para una renovación auténtica en un pluralismo de
expresiones maduro y respetuoso, en comunión con los Pastores de la Iglesia. Los
sacramentos, como signos e instrumentos de la acción liberadora de Dios necesitan ser
vividos como un encuentro con Cristo pascual presente en la comunidad eclesial. Así
podrán transformarse en fuente y experiencia de la gratuidad de la existencia
especialmente en sus momentos más densos y críticos: nacimiento, paso a la juventud,
experiencia del pecado y del mal, vivencia del amor, la fidelidad y la solidaridad, angustia
de la enfermedad, temor de la muerte. Más todavía, celebrados comunitariamente
aparecerán como estructuras de gracia frente a las estructuras de pecado, tanto a nivel
personal como social. "Los sacramentos son la expresión visible, eficaz y esperanzadora
de que la realidad no es sólo pecado estructural, sino que está también decisivamente
impregnada de estructuras de gracia liberadora... En los sacramentos el amor y la
fraternidad se nos ofrecen como estructura de gracia permanente puesto que el odio y la
división se dan como estructura de pecado permanente" (S. Galilea).

Otro elemento importante en la espiritualidad litúrgica dentro de la vida consagrada está


constituido por el hecho de que celebrada fraternamente en comunidad manifiesta la
vocación a la alabanza y a la intercesión propia de las personas consagradas. La
eucaristía “es viático cotidiano y fuente de espiritualidad de cada instituto. En ella cada
consagrado está llamado a vivir el misterio pascual de Cristo, uniéndose a él en el
ofrecimiento de la propia vida al Padre mediante el Espíritu. La asidua y prolongada
adoración de la eucaristía permite revivir la experiencia de Pedro en la Transfiguración:
‘Bueno es estarnos aquí’. En la celebración del misterio del cuerpo y de la sangre del
Señor se afianza e incrementa la unidad y la caridad de quienes han consagrado su
existencia a Dios” (VC 95).

La oración como actitud de vida

La espiritualidad de las MSCJICM necesita dar este paso hacia la actitud contemplativa
en medio de la acción. La meta será lograr integrar la experiencia de Dios y la experiencia
de la vida: ser contemplativos en la oración y en el trabajo de la evangelización. Tener una
experiencia de Dios en la historia y en los hermanos que dé sentido a los "tiempos fuertes"
de oración: momentos de mayor conciencia de la presencia del Señor, fuente de
creatividad evangélica; espacio interior para el encuentro personal e íntimo con el Señor.
La oración como actitud de vida lleva a descubrir el rostro de Dios en la realidad en
conflicto, en los problemas sociales, en la angustia de los pobres en los que hay que
"reconocer los rasgos sufrientes de Cristo, el Señor, que nos cuestiona e interpela" (DP
31). Más aún, descubre el sentido verdadero de la contemplación cristiana, que parte de
la revelación que Dios hace de sí mismo y de su plan salvífico y que no es otra cosa que
una vivencia en profundidad de la fe, la esperanza y el amor. Vivencia entendida no
únicamente como una experiencia interior, sino también como un conocimiento que se

VD 7
nutre de la acción y se expresa en ella. La contemplación se tiene en la historia y haciendo
la historia de salvación.

El compromiso con la evangelización que se va realizando en la historia, abarca las


diferentes dimensiones de la existencia: lo social, lo político, lo económico, lo cultural y el
conjunto de sus relaciones y exige una entrega generosa y total. La injusticia es una noche
de inseguridad que llega a amenazar incluso la propia vida. Se ponen así a prueba la fe, la
esperanza y el amor cristianos. La oración aparece en ese horizonte como fuente de un
amor gratuito que va hasta la raíz de nosotros mismos y hace brotar desde allí el amor sin
interés y sin condiciones, que purifica nuestro egoísmo. "La oración es una experiencia de
gratuidad" (G. Gutiérrez).

La espiritualidad de la vida consagrada debe tener en cuenta estos nuevos senderos


que el Espíritu abre para una oración contemplativa que los vivifique, anime y purifique. De
este modo ellos podrán construir su diálogo continuo con Dios con todo lo que implica el
trabajo de la lucha por la justicia: anhelos, esperanzas, fatigas, desilusión, errores,
conflictos, incoherencias, debilidades, egoísmo, búsqueda de prestigio personal. Eso los
conducirá a un discernimiento orante de la voluntad de Dios a la luz de su Palabra y de los
signos de los tiempos; a una oración comunitaria en la que se comparte la experiencia de
Dios, se busca su voluntad, se confiesan los fallos y se mantiene un dinamismo
permanente de conversión. Este redescubrimiento de la contemplación cristiana está en la
línea de los grandes místicos que nunca la redujeron al ámbito intelectual, sino que la
orientaron evangélicamente al servicio concreto y eficaz del prójimo: "obras quiere el
Señor” (S. Teresa).

Vivir y transmitir la experiencia de Dios en la oración

La vida consagrada está llamada a educar a los creyentes en el sentido auténtico de la


oración, como lo pide Juan Pablo II cuando afirma que las “comunidades cristianas tienen
que llegar a ser auténticas ‘escuelas de oración, donde el encuentro con Cristo no se
exprese solamente en petición de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza,
adoración, contemplación... Una oración intensa, pues, que sin embargo no aparta del
compromiso en la historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amor de
los hermanos y nos hace capaces de construir la historia según el designio de Dios” (NMI
33). Una oración entendida y vivida de esta manera evita la fuga frente a los compromisos
terrenos y facilita una entrega fecunda al servicio del plan de Dios. El ideal es llegar a
hacer de la oración motivo de la vida diaria y del trabajo; ir creciendo en una actitud de
alabanza y agradecimiento al Señor, madurar en la fe, perseverar en la esperanza activa,
profundizar en un amor cada vez más genuino y eficaz. Juan Pablo II, al dirigirse a las
religiosas de vida específicamente contemplativa en América Latina, con motivo de la
celebración del V Centenario de la evangelización del continente, les hacía ver que su
oración era el "fundamento de la nueva evangelización". Al mismo tiempo las invitaba a
permanecer abiertas a las necesidades de la Iglesia y del mundo para asumir en su
plegaria contemplativa "el clamor de tantos hermanos y hermanas sumergidos en el
sufrimiento, en la pobreza y en la marginación... Las tribulaciones del mundo agobiado por
tensiones y conflictos".

Vivir y testimoniar la propia espiritualidad

El Papa Juan Pablo II, en el discurso a los participantes en el Congreso Internacional de


Vida Consagrada, el 27 de noviembre de 1993, invitaba a imitar la creatividad de los
fundadores con una fidelidad madura que tenga en cuenta las interpelaciones de los
signos de los tiempos: “Los fundadores han sabido encarnar en su tiempo con coraje y

VD 8
santidad el mensaje evangélico. Es necesario que, fieles al soplo del Espíritu, sus hijos
espirituales continúen en el tiempo este testimonio, imitando su creatividad con una
madura fidelidad al carisma de los orígenes, en constante escucha de las exigencias del
momento presente”. Es la misma invitación que hace el documento Vita consecrata en el
n. 37, cuando habla de la fidelidad creativa. Y, en el n. 93 pone de relieve el hecho de que
cada forma de vida consagrada genera una espiritualidad peculiar que debe ser vivida con
dinamismo y creatividad. En este doble movimiento de regreso a las fuentes y de atención
a los desafíos del mundo de hoy se hace urgente y necesaria la formación permanente
para releer la espiritualidad del propio Instituto religioso. Este es uno de los retos
principales para la renovación de la vida consagrada y de la espiritualidad de cada instituto
en el tercer milenio.

Diversidad de carismas y espiritualidades dentro de la vida consagrada

Lo inagotable del evangelio y la riqueza y variedad de carismas que comunica el


Espíritu dan origen a diversas espiritualidades dentro del mismo gran carisma de la vida
consagrada. Ninguno puede vivir con igual intensidad todos los aspectos de la
espiritualidad cristiana ni, por tanto, abarcar todas las posibilidades de servicio a las que
ella conduce. Hay que partir, por tanto, del concepto de espiritualidad para abrirse al
pluralismo de espiritualidades. “Todos somos conscientes de la riqueza que para la
comunidad eclesial constituye el don de la vida consagrada en la variedad de sus carismas
y de sus instituciones... ¿Cómo no recordar con gratitud al Espíritu la multitud de formas
históricas de vida consagrada, suscitadas por Él y todavía presentes en el ámbito eclesial?
Estas aparecen como una planta llena de ramas que hunde sus raíces en el evangelio y da
frutos copiosos en cada época de la Iglesia (VC 2. 5).

El carisma de la vida consagrada es una forma concreta de lectura, vivencia y


realización del proyecto evangélico. Por ello están abiertos a la pluralidad. Estos dones del
Espíritu conducen, como es normal, a vivencias acentos, y compromisos pastorales
diversos. Por eso los carismas condicionan las espiritualidades. “Espíritu es una gracia
especial concedida por Dios a una persona, capaz de dar origen a una nueva forma de
vida cristiana. Basta una intuición central, un principio, una adaptación. Se aplica sobre
todo a las congregaciones religiosas. Muchas de ellas han adoptado la espiritualidad de
otros institutos, con ligeras variantes. Así que tienen una espiritualidad común, pero tienen
espíritu propio. Espiritualidad indica una organización más completa de la vida entera.
Aspecto preferido de la santidad, medios para conseguirlo y modos de usar los medios,
tanto sacramentales como ascéticos; forma de relación con el mundo en el apostolado y en
la inserción humana. Es un grado más completo y desarrollado del espíritu. Escuela de
espiritualidad designa una espiritualidad concreta y coherente, que ha sido vivida por
numerosas personas en continuidad; y que, además, ha sido fundamentada y elaborada a
nivel doctrinal por el iniciador y sus discípulos” (F. Ruiz). Esta multiplicidad de carismas y
espiritualidades conduce necesariamente a una apertura a la unidad en la diversidad.
Cada uno aporta su propia originalidad, complementa a los otros y da origen a una
comunión entre realidades diferentes, sin por ello crear confusión: “La confusión se opone
a la distancia y al orden. Por lo tanto, la multiplicación de las órdenes religiosas sería
ocasión de confusión si tuviesen el mismo fin y los mismos medios, sin mayor utilidad ni
necesidad”, pero esto no se da cuando la diversidad “se toma de los distintos modos por
los que se puede servir a Dios y de las maneras distintas de disponerse a ese servicio” (S.
Tomás de Aquino).

Releer la propia espiritualidad desde la identidad del carisma.

Para vivir, transmitir y compartir la propia espiritualidad es indispensable tener una


clara identidad carismática. Al mismo tiempo, es urgente sea el carisma sea la
espiritualidad que se deriva de él puedan ser releídos con fidelidad creativa para hacerlos

VD 9
comprensibles y para adaptarlos a las nuevas circunstancias. Un elemento fundamental
para ello es la referencia constante a la propia fundadora y a su carisma y espiritualidad tal
como lo ha vivido y comunicado ella y después profundizados y desarrollados a lo largo de
la vida del instituto.

La vida consagrada nació como expresión del dinamismo del Espíritu y para responder
a sus llamados en la vida. En ellos hay siempre una invitación a colaborar en el plan
salvífico de Dios. Esto explica una relectura constante del carisma y de la espiritualidad de
las MSCJICM que, como todo carisma, tiene una función de servicio. Cumplirla en forma
concreta y eficaz supone capacidad para crear estilos nuevos y cauces diferentes de
actuación. En la fundación del Instituto aparece palmariamente la creatividad. Los
institutos de vida consagrada van apareciendo como multiformes intervenciones del
Espíritu en consonancia con los problemas sociales y religiosos que caracterizan la historia
de la humanidad en los diversos momentos. Los Cambios en la Iglesia y en el mundo van
dando lugar a nuevas formas de vida religiosa y a reformas da los Institutos antiguos. En
un mundo secularizado se hacen necesarios estilos diversos de consagración y servicio y
aparecen entonces los institutos seculares.

Toda esta gama de grupos consagrados a Dios es fruto de un carisma que, aunque se
concreta en un momento histórico, va más allá de él. Su función de servicio exige que
permanezca abierto a nuevas necesidades si no quiere agotarse al desaparecer las formas
concretas en las que se expresó cuando fue suscitado por el Espíritu. Es necesario
distinguir entre la vocación religiosa y el estilo de vida en el cual se expresa. El dinamismo
de creatividad y renovación solo se podrán mantener vivos si se acepta la relectura del
carisma para responder adecuadamente a los "signos de los tiempos” Es fundamental
saber distinguir lo que es esencial de lo que es simplemente un condicionamiento cultural.
De otro modo se corre el peligro de ser infieles al carisma y a la espiritualidad propios por
una anquilosada fidelidad a sus concreciones pasadas.

Es curioso ver cómo se saca a los fundadores y a las fundadoras de su contexto


histórico. Así se mitifican y se convierten en baluartes de un inmovilismo cuando, en
realidad ellos fueron auténticos profetas que, fieles al Espíritu, abrieron caminos nuevos y,
por esa creatividad, sufrieron las tensiones de la incomprensión y la persecución. Los
condicionamientos culturales y eclesiales de su época explican muchos aspectos de su
espiritualidad, de su doctrina, de su apostolado y de la organización primigenia del
Instituto. Releer, por tanto, el carisma inicial es la única forma de conservarlo y de
mantener la auténtica fidelidad al mismo y de poder vivirlo y transmitirlo hoy.

Características actuales de la espiritualidad de la vida consagrada

La vida consagrada necesita encontrar su camino de espiritualidad dentro del pueblo de


Dios en cada época de la historia. Actualmente, con los matices diferentes que están
ligados al propio carisma y al contexto socio-cultural, la VC resalta algunos aspectos
fundamentales dentro del único camino de espiritualidad del pueblo de Dios. Ellos le dan
identidad y la convierten en signo estimulante. Características de una espiritualidad de la
VC en nuestro mundo de cambios rápidos y profundos deberían ser, entre otras, una
identificación con Jesucristo en un estilo alternativo de vida fraterna, la actitud permanente
de éxodo y conversión, una escucha personal y comunitaria de la Palabra de Dios, una
experiencia renovada del misterio de la encarnación sin dicotomías, la libertad confiada o
“parresía”.

Identificación con Jesucristo en un estilo alternativo de vida fraterna

VD 10
La vida consagrada es un camino dentro del Pueblo de Dios, todo él seguidor de Jesús.
En su seguimiento las MSCJICM ponen de relieve algunos rasgos de la forma histórica de
la vida de Cristo. Intentan seguir a Jesús que nació y vivió pobremente; que dedicó toda su
existencia y sus energías al servicio de sus hermanos y hermanas en una vida célibe y
obediente a la voluntad del Padre. Esto supone romper con las seguridades del poder, del
saber y del tener y superar la tentación del aburguesamiento. En esta forma de vida, deben
sentirse llamadas también a subrayar la fraternidad cristiana, exigencia de Jesús para
todos sus seguidores, en una Iglesia de comunión. Aquí radica uno de los principales
testimonios de la vida consagrada: hacer presente el Reino de Jesús que nos transforma
de masa en familia. La castidad, el compartir los bienes, el discernimiento comunitario de
los caminos de Dios, el compromiso con la misión se vive en y desde una comunidad que
incluso, tiene un hábitat común y una organización que ayudan a superar el individualismo
y llevan a una apertura aún mayor a otras comunidades y a la gran comunidad eclesial.

Una actitud permanente de éxodo y conversión

La espiritualidad de las MSCJICM, por la función simbólica de la misma, necesita vivir


en actitud permanente de éxodo y conversión. Éxodo significa romper ataduras, vivir en
actitud de pobreza y sencillez, colocarse en los puestos de vanguardia evangelizadora
para manifestar el proyecto de Dios e interpelar la sociedad. La conversión impulsa a un
compromiso serio y renovado del seguimiento de Jesús en el amor, la justicia y la verdad.
Eso trae consigo muchas veces la reconversión de la institución y de las personas que las
sirven. Éxodo y conversión llevan a caminar en fidelidad creativa al carisma para abrirse a
los signos de los tiempos y a los desafíos que presentan.

Vivir a la escucha de la Palabra de Dios

La vida cristiana, especialmente la vida consagrada, necesita alimentarse de la es-


cucha de la Palabra de Dios. Seguir a Jesús supone conocer todo su misterio y retraducirlo
experiencialmente en nuestro hoy. Para lograr esto hay que permanecer personal y
comunitariamente a la escucha de la Palabra de Dios en la Escritura y en la vida, para
centrarse en Dios como el único absoluto con una oración-actitud de vida, que lo descubre
presente en las personas y en los acontecimientos. La Lectio divina ayuda a descubrir el
verdadero rostro de Jesús y las exigencias de su seguimiento, al igual que la dimensión
comunitaria de la historia de la salvación y la dignidad de la persona humana. La Lectio
divina transforma la Biblia en un libro actual por el cual el Espíritu Santo revela, en la
existencia concreta, la voluntad de Dios Padre y de su misterio.

Una experiencia renovada del misterio de la encarnación

Otra característica de la espiritualidad de las MSCJICM, es la de una experiencia


renovada del misterio de la encarnación en la historia, en las diversas realidades
culturales, en el servicio preferencial a los pobres, en el trabajo para ir construyendo el
reino de Dios, a partir de un amor con dimensión social. Todo esto sin dicotomías ni
reduccionismos. Buscando unir lo natural y lo sobrenatural, lo temporal y lo eterno, lo
individual y lo social, la inmanencia y la trascendencia. La fuga mundi no separa del mundo
al que Dios tanto amó que le entregó a su Hijo. Separa sólo del mundo dominado por el
mal. Las MSCJICM están llamadas a vivir con fuerza la opción evangélica y preferencial
por los pobres. Una de las formas de vivirla es la inserción en medio de ellos, como
cuestionamiento a la totalidad de la vida consagrada, al sacudir la manera convencional de
entenderla y las formas históricas de hacerse presente en la Iglesia y en la sociedad. Esto
lleva también a las MSCJICM a recuperar la originalidad de su carisma a partir de la

VD 11
experiencia y del compromiso de sus fundadores. Al mismo tiempo ayuda a descubrir y
superar los elementos adicionales que se fueron introduciendo en su estructuración. Este
discernimiento de los valores esenciales permite emprender la tarea de la inculturación,
necesidad profundamente sentida en la evangelización en el mundo de hoy. Así la
espiritualidad se va abriendo a la convicción de que el mismo carisma puede y debe ser
releído a partir de las circunstancias particulares.

María modelo,Madre,fundadora y formadora de las MSCJICM

La congregación tomó desde sus orígenes a la Virgen María como Reina, maestra
superiora y fundadora. Por todos estos motivos, ella es modelo de consagración y
seguimiento “por su pertenencia plena y entrega total a Dios” y por su acogida de la
gracia... modelo también “de consagración al Padre, de unión con el Hijo y de docilidad al
Espíritu” (VC 28). La veneramos bajo la advocación del “Inmaculado Corazón de María”
viendo en ella también a la primera Misionera.

VD 12

También podría gustarte