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NOBLEZA

He guardado en mi interior por muchos años pero, agonizante en una camilla de hospital y a la
espera del cese final de mi vida, me resulta una necesidad despojarme de este peso y, con
aquello, poder descansar en paz, en un fallecimiento naturalmente pacífico y que en caso de
existir la otra vida, no me retenga en este mundo como un yunque atado a los tobillos y me
condene a la tortura de este mundo. Con las pobres fuerzas que me quedan, con mi
tembloroso pulso, garabateo pobremente todo lo que les relataré a continuación y ya mismo
rezo, con toda la intensidad de mi esperanza, pueda sostener la lapicera y terminarlo,
conquistando así mi armonía interior.
Pero no siempre fui un pobre anciano, hace unas cinco décadas atrás, por los 70s, era vigoroso
y cargado de una potencia vital que hoy me resulta extraña y que, al recordarlo, me parece
más un mero sueño en lugar de recuerdos. Sin caer en mis lamentos de viejo, en aquel
entonces, por allá en mis veinte y tantos, me hallaba en una situación económica precaria que
me llevo a aceptar hasta las últimas propuestas de trabajo. Estuve en una gran variedad de
oficios y labores, desde los más pesados como albañil, hasta los suaves pero más estresantes,
como ser un oficinista que cargaba datos sin descanso, o aquellos dónde la presión es
constante, como ser un mozo. Estando en ese contexto desesperado, me llegó a mis manos
una propuesta por parte de mis familiares lejanos, de una condición financiera mucho más
adinerada, en que se me ofrecía la posibilidad de trabajar dirigiendo la administración de una
amplia estancia de una familia amiga, de linaje oligarca, en La Pampa; Una ocupación fuera de
lo común y que no encajaba por completo con mis incompletos estudios en administración de
empresas, pero el salario era muy bueno y las comodidades demasiadas como para dar una
negativa.
Y así, cuanto menos me lo esperé, estuve en unas semanas frente al camino de tierra, al
costado de la ruta, que conducía a mi destino. Cargando con ambas maletas, fui entusiasmado
para empezar mis primeros días de trabajo, enfocado en el análisis del ambiente laboral y el
sistema y esquema de organización que era imperante. En el camino, me cuestionaba algunos
aspectos raros sobre esto, puesto que no era común en nuestro país que los dueños de la
tierra, las típicas familias tradicionales de la oligarquía, quieran gestionar su producción
agrícola sino que tienen una tendencia a alquilar y vivir de la renta de sus territorios y
contratar a un administrador de las mismas iba completamente en contra de ese modelo de
negocios.
Pero rápidamente descarté todo pensamiento al estar frente a la estancia, a su mansión
central de un estilo rural pero elegante, sofisticado, típico de los estilos neoclásicos de la
arquitectura. Para mi sorpresa, no se veía un ejército de peones gestionando el campo, sino
que apenas se veían unos pocos, descamisados y bajo el ardiente sol, trabajando con una
velocidad manual sobrehumana y que denotaba una costumbre marcada que rozaba la
domesticación. Tampoco se divisaba máquina alguna, parecía todo estar, irónicamente, muy
estancado. Creí entonces que tenía una mina de oro por explotar, si mi administración fuese
simplemente mediocre, con relación a la condición actual, ese resultado ya me haría lucir
como un gran administrador y gestor agrícola.
Tras un rato de estar buscando algún timbre, me resigné y directamente golpee las manos,
logrando así que me abran. Me recibió una mujer gordita, con un aspecto que no superaba los
cincuenta años de edad y de un fenotipo marcadamente wichi, indígena. Con una cara
imperturbable me explico resumidamente que la señora estaba por bajar y me invitó a
esperarla sentado en un reconfortante sillón antiguo, en una especie de sala de estar de
proporciones inmensas y más cercanas a un salón de fiestas.
Pasado unos minutos, escuché un fino y delicado sonar de tacones, que rápidamente hicieron
girar mi mirada a la gran puerta que estaba en el centro del lugar dónde me encontraba. La
empleada la abrió con diligencia y disciplina propia de quien está durante años realizando su
trabajo. Entonces pude ver su figura aparecer de a poco, a medida que la puerta se hacía a un
lado. Era una mujer, una muchacha más bien, con rasgos definidos y un cuerpo que carecía de
la vulgar belleza sensual de la voluptuosidad, sino de aquella que despierta la atracción
producto de las pasiones más profundas. Llevaba un vestido largo, de una tela tan elegante
que se me dificultó concebir cual era, pero que causaba el mismo agrado a la vista que una
obra de arte bien elaborada. Aunque como advertí, su aspecto parecía ser joven, pero su
actitud y gestos eran comparables al de una mujer mayor y de tiempos alejados al
contemporáneo.
Nuestro diálogo no fue demasiado extenso. Apenas se presentó, con distancia y mirada atenta
e indiferente al mismo tiempo, expuso las necesidades de sus demandas y los objetivos que
esperaba lograr. Principalmente me dijo que la zona se halla demasiado en la periferia de la
urbanidad, que acá no existía ningún tipo de formalidad y el estilo de vida de la gente no dista
mucho de la época colonial. Incluso me confesó que numerosos asentamientos de poblados
cercanos no poseen registro demográfico oficial, hasta el punto de carecer de documentación
alguna o figurar en un censo. Debido a lo anterior, estas gentes son muy propensas a dejarse
llevar por su espíritu de gaucho, solo trabajan para poder comprar alcohol y comer carne y
luego desaparecen de su labor por días e incluso semanas. Esa imposibilidad de poseer un
personal estable era su principal problema y algo que no le permitía, debido a su reluciente
apellido de nobleza española, rebajarse a un trato directo. Y como ninguna persona de aquí
tiene la fusión de carácter y aptitud para tratarlos, eso la llevó a concluir que necesitaba a
alguien de la ciudad y de confianza, entendiendo así y por mi parte, el cómo llegó hasta mí este
trabajo. Tomé nota de todo, si bien eran muy particulares las condiciones de la zona, no era
algo ajeno ni del todo inusual para aquella época y, aunque extraño, me temo que para
nuestro presente 2021, tampoco lo es del todo.
Luego de unas pares de semanas, rozando el segundo mes, la cosa fue progresivamente
mejorando hasta alcanzar la estabilidad deseada por la señorita. En todos esos días estuve en
una habitación del piso de arriba, piso que se dividía en dos áreas, una dónde estaban los
empleados permanentes y otra dónde estaba la patrona. No fue sino mucho tiempo después,
cercano a los seis meses, que pude visitar tal sección, cuando me pidió que le trajera una
libreta que se olvidó en su sala de estar personal y que necesitaba para anotar las máquinas,
que debía pedir a su contador que encargue para la estancia. Era mucho más grande de lo que
pensaba y tenía una división clásica de las personas con fortuna, al menos en el tiempo de mí
anécdota, del siglo pasado; Ya saben, que tienen todo dividido en secciones según la utilidad y,
a su vez, estas divididas en habitaciones según su actividad. Por ejemplo, había una sección
enfocada al arte y había una habitación para cada disciplina, desde la pintura hasta la música y
la literatura.
Todavía me resulta curioso que haya considerado tener ese trato de conocidos conmigo,
puede que ciertamente mis cálculos no fueran desacertados y a sus ojos era alguien altamente
capaz en la gestión de sus tierras, por esa razón me tenía en alta estima y digno de darme los
honores de ser una suerte de conocido. Claramente, sus delicadas manos no estaban
diseñadas para dirigir una estancia y, por alguna razón, su afecto a su pedazo de tierra era
demasiado como para simplemente alquilarlo. O, al menos, en aquel momento era lo que creía
el origen a dicha negación.
Con el paso del tiempo y cuando menos lo advertí, se me asignó la habitación de invitados, es
decir, la que se encuentra dentro de su sector personal y que antes era solo ocupada por
parientes o amistades que venían a visitarla. El lazo de lealtad que se fue forjando entre
nosotros tocó su punto más alto cuando, en ese momento, me atrevo a decir que para ella era
como aquella mujer indígena, un empleado de alta estima.
Cerca del año desde que empecé mi trabajo, pude hacer florecer la producción de la estancia y
también hacer que florezca aún más mi cuenta bancaria. Aunque en ese momento todo estaba
bajo control y ya me sentía más que cómodo, seguía teniendo algunos problemas con los
recursos humanos, algunos empleados simplemente faltaban o desaparecían de golpe sin
previo aviso y otros pocos solían faltar de vez en cuando. Pero, en general, el régimen de
asistencia era suficiente para que todo, no solo marchara, sino que la producción creciese
enormemente. Lo otro, que si bien era una tontería que solo mi rebuscada mente le daba peso
e importancia, me daba una curiosidad incalculable; Por alguna razón, una vez al día y en un
horario que variaba según cual fuese la fecha, todas las sirvientas iban como una horda de
hunos hacia este sector y limpiaban todo el lugar con un frenesí trabajoso, sin cesar ni parar,
todo rincón, espacio u objeto, si dejarlos libres del lustre de un trapo.
Lo primero que imaginé fue que, al ser el sector más privado, quería hacer que estuviese en las
condiciones higiénicas más óptimas. Sin embargo, no fue mucho lo que demoré en obtener
una respuesta a mis inquietudes. Sorpresivamente, a ambas. Unos días después, justo en el
proceso de limpieza exhaustiva, justo era un día feriado, por lo que no me encontraba
administrando el campo y como estaba enfermo, no salí a fuera, sino que me quedé refugiado
en mi solitaria habitación. Justo necesitaba beber un té, pero ninguna de las sirvientas hizo
caso a mis aullidos de reclamo, así que estimé yo mismo dirigirme a prepararlo. Caminé hasta
la cocina y, en medio de mí andar, sentí una incomodidad indescriptible al presenciar una
habitación con la puerta entrecerrada, pero no le di un mayor peso en mi interior. Al regresar,
con paso lento y aletargado, emprendí mi marcha de regreso a mi pieza y volví a sentir esa
inquietud; Pero no pude resistir el abrir la puerta e inspeccionar con mi mirada lo que parecía
ser una sala destinada a la lectura, dónde nada parecía estar en desorden, salvo por un detalle:
Vi una suerte de pequeña sombra carmesí reflejada en la lustrada madera de una cajonera.
Supuse que estaba reflejando una escurridiza mancha debajo del mueble, en la cerámica, que
no se dejaba ver directamente por la sombra del mismo, pero era captada por la reluciente
superficie. Entonces, me acerqué y lo corrí de un empujón, al hacerlo me quedé perplejo;
¡Había una mancha de sangre fresca!
Pegué un grito y no demoró en llegar una de las sirvientas, entrando a la habitación con andar
rápido y nervioso, sin siquiera dirigirme palabra, se echó al suelo a limpiar eso y, al terminar, se
levantó de golpe mirándome con los ojos de un animal maltratado. Traté de olvidar toda
aquella irregularidad, pero se presentó nuevamente en mi mente cuando, en una noche, de
madrugada, me desperté perturbado y sin poder conciliar el sueño. Me levanté y dirigí al baño,
al salir fui a la cocina a buscar algún bocadillo, cuando en el camino a ese objetivo sentí una
sensación líquida y pegajosa bajo mis pies. Encendí la luz y pude ver un rastro de gotas de
sangre, que me dejaron con una sensación de incertidumbre. Pero que amañé una explicación
clara al asunto: No era la primera vez que el calor del verano hacía sangrar la nariz a la señorita
y este era un caso de aquello ocurrido en altas horas nocturnas.
Al otro día seguí con mi día de manera normal, salvo por la preocupación del peón con quien
mejor trato tenía y que fungía de una especie de delegado para el resto, a quien apodaba
cariñosamente Mati y que sin su compañía, de hacía ya ocho meses, me hubiera resultado
imposible acostumbrarme a convivir con el ambiente tan frío de una casona de procedencia
aristocrática.
Los meses siguieron pasando hasta que el voraz invierno llegó y, con ello, una época de escaso
trabajo. Por lo general, salvando que hubiera alguna obligación que requiriese de mi presencia
sí o sí, mi jefa me dejaba irme durante días, de regreso a la casa de mis padres para visitarlos,
otros familiares y amistades. Pero uno de esos días volví apresurado a recuperar un
importante regalo campestre, adquirido en uno de los poblados locales, que olvidé cuando fui
en mis descansos en la urbe. Al hacerlo, me topé con la estancia completamente desolada y
golpeando a la puerta no respondía nadie. Me vi en la obligación de entrar usando mi copia de
la llave y, para mí sorpresa, no estaba ninguna sirvienta abajo. Subí hasta mi habitación, pero
en medio del camino me atravesó un hedor hediondo, pútrido, que hizo que pensara que
alguna paloma se había matado rompiendo el vidrio de alguna ventana y se quedó pudriendo
por ahí, en alguna habitación. Algo que solía pasar más seguido de lo que imaginan, realmente
son ratas con alas.
Pero tras seguir el olor, solo pude llegar hasta la puerta de la habitación de la señorita y, que
para mi asombro, estaba abierta. Dude un momento en pasar, a fin de cuentas no quería
ponerme en una situación bochornosa, pero pensé que seguramente no estaba en su hogar y
por eso lucía todo tan abandonado. Me aventuré a abrirla, entré y aquél lugar era tan grande
como un comedor, con una inmensa cama redondeada en el centro. Escuché ruidos, gemidos
ahogados, indiscutiblemente masculinos, por un momento tragué saliva y supuse que estaba a
punta de “pincharle el globo” a algún amable caballero, que estaba usando la funda de ella
para enfundar su sable. Pero como el hedor era brutal, inmediatamente imaginé que había un
problema con las cañerías y que algún plomero estaba arreglando todo, gimiendo de
desagrado por el olor repugnante. Así que estaba por irme, asumiendo tal explicación, pero no
pude evitar confirmar mi hipótesis ni tampoco correr el riesgo de que se rumoree que alguien
anduvo en la casa sin permiso y se me señale con el dedo, por ser el único que posee una copia
de las llaves de la misma. Y, en última instancia, podría dar explicaciones al trabajador para
que se lo dijera a ella, en caso de que se haya ido y dejado a este presunto plomero trabajando
en el baño de su pieza. Así que, con pasos cautelosos, me acerqué a la puerta y, agachándome
con cuidado, guiñando el ojo, observé a través de la cerradura de la puerta; ¡Y Dios mío,
cuanto me arrepiento de haberlo hecho!
En una tina inmensa, amplia como un tazón de ponche, estaba desnuda la mujer y empapada
hasta endurecer sus cabellos y convertirlos a un estilo tan lacio, que se confundiese con
líquido. Estaba ella sumergida y refregándose en sangre que se vertía en finos hilos de fluido
caudal desde el techo; ¡El techo, dónde estaba maniatado contra el mismo mi amigo Matias,
en una especie de mecanismo de tortura, que lo desangraba en heridas ya descompuestas,
mientras agonizaba!
De pronto, miró en mi dirección, como si me clavara la mirada en mi ojo apenas visible en la
cerradura y, con una mirada fija y endemoniada, se levantó con la sangre escurriéndose en su
cuerpo y dejándola con su cara manchada pareciendo carne viva. Se acercó con paso lento
hacia mí, dejando un rastro sanguinario. Corrí lo más rápido que pude, estaba tan asustado,
que apenas estuve en el piso de abajo, me tiré por la ventana y, al caer del otro lado, me
levanté nervioso y, en un trote desesperado, me subí al coche. Lo arranqué, apretando el
acelerador ferozmente.
En mi camino de regreso mi menté conectó todo: Su juventud, su origen en la nobleza, el mito
de ritos vampíricos para rejuvenecerse en la edad media, los campesinos de la zona sin
identificación civil, sus desapariciones y las sirvientas limpiando enloquecidamente, los restos
de sangre en la casa; ¡Ahora todo cuadraba!
Nunca más pisé esa estancia y cualquier atisbo de deseo de volver se esfumó cuando me
enteré, al hacer una exhaustiva investigación del linaje Pacheco, que aquella mujer tenía más
de sesenta años. Desde entonces, cada vez que en el resto de mi vida sufría un accidente o
enfermaba de gravedad, cada vez que sentía que podría llegar a morir, sentía la presencia de
su nobleza acercándose en búsqueda de mi alma, para que ni desde el otro mundo hable de
esto. Pero ya es demasiado tarde, mientras termino de escribir esto, ya siento el incognoscible
líquido sangriento acariciar mis manos y debilitándome hasta que no pueda seguir redactando
todo lo que descubrí luego de décadas de investigación, como que todos aquellos seres
inmundos obtienen su nobleza de ritu..

FIN

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