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Como cada tarde, salí de trabajar... el enésimo día de mi insulsa vida. A la misma precisa
hora, en el mismo imperturbable entorno, bajo el mismo inerte cielo gris. Recorrí el mismo
tedioso camino, con los mismos mil doscientos cincuenta y siete pasos: uno, dos, tres, …, mil
apartamento.
Me preparé la cena con el mismo desánimo de todas las noches, aunque he de reconocer
que el sabroso regustillo del caldo de ave deshidratado con el que aderezan estas sopas de sobre
era lo más festivo de todas mis jornadas. Resulta incongruente que lo más gratificante de mi
Me dejé caer en mi cómodo sofá, como todas las noches, y zapeé durante minutos
nutrido verde, cubriendo todas y cada una de las pulgadas de la inmensa pantalla. La humedad
de la bruma que exhalaban esas plantas traspasaba el vidrio consiguiendo despertar un remoto
curiosidad, ganas de saber y superación; viviendo una vida simple pero feliz; con poco, pero
Para la mayoría, mi vida era de ensueño, aquella a la que nos hacen aspirar desde la
infancia, haciéndonos creer “inocentemente” que nos daría la felicidad: conseguí graduarme
entre los primeros de mi promoción, encontré trabajo casi al instante en una prestigiosa
multinacional donde no tardé en ocupar un alto cargo, pude emanciparme a una edad temprana,
viejas amistades y hacer nuevas, mi familia me quería y apoyaba. En definitiva, lo tenía todo
y, sin embargo, me sentía vacío. Estaba acompañado, pero solo; tenía a todos menos a mí.
Debía encontrarme allá donde estuviera. Debía salir a buscar el niño que fui. Debía encontrar
el lugar que evocara la sensación de libertad que me había inspirado esa imagen.
Con apenas una mochila a mi espalda, me dispuse a empezar una nueva vida. La
últimos años. Fijé la mirada en algún punto inconcreto de la línea del horizonte que veía a
instantes iniciaremos el vuelo. Gracias por su atención-. Miré por la ventana y me asaltaron las
dudas. ¿Estaba haciendo lo correcto? ¿Encontraría lo que buscaba? ¿Sería feliz? Doce horas de
La contradictoria sensación que tuve al pisar por primera vez Perú fue de
sobrecogimiento, una tierra desconocida se tendía ante mis pies ofreciéndose para ser
explorada. El siguiente paso, encontrar un vehículo que se adentrara en el país. Una vez
localizado el pintoresco autobús, me subí sin perder tiempo; aún quedaba mucho recorrido.
Tras varias horas de charla con mis compañeros de viaje (amables lugareños y algún que otro
turista), y una docena de paradas en diferentes localidades, llegué al punto más apartado de
Un pequeño pueblo de unos cien habitantes que albergaba una gran belleza natural: dos
lagunas turquesas rodeadas de verdes praderas y coronadas con suaves montañas; espumosas
cielo.
Respirar aquel aire saturado de frescura limpió las impurezas que mis pulmones habían
acumulado durante años. Ante mí se encontraban diversas casitas dispuestas en una colina, sin
Un corro de niños se acercó con ojos curiosos, girando a mi alrededor. Un poco más
encontré una hilera de personas que, por sus cestos y útiles de labranza, intuí, venían de trabajar.
Sin poder evitarlo, me fijé en su físico: anchas y curtidas manos por el trabajo, piel morena y
envejecida por las largas horas de exposición al sol y raída ropa. Sin embargo, ese aspecto
Encaminé mis pasos hacia mi nuevo hogar. Las empinadas calles extraían el oxígeno
de mis pulmones entrecortando la respiración, pero más lo hacía el portentoso paisaje que me
rodeaba. Al fin, a lo lejos, en lo alto de la colina, logré ver mi humilde morada. Al igual que el
Noté una mirada fija, penetrante, recayendo sobre mí. Una mujer de mediana edad se
asomaba desde la casa vecina, observando, cual depredador, a su sentenciada presa. Debía
pasar frente a ella para acceder a mi casa. - ¡Oe! - escuché. La voz provenía de esa misteriosa
-Así es, aunque aún no sé mucho de ella. Dime, ¿cómo son los días aquí?
- ¿Acá? Los días son sencillos. Por la mañana nos levantamos a la salida del sol.
Después, la mayoría del pueblo se va a labrar los maizales, típicos de esta zona, al igual que el
resto de cultivos que nos permiten subsistir. Otros, van a cuidar de sus animales. Una vez hecho
el trabajo y recogida la cosecha, volvemos a casa, donde, en familia, comemos los productos
que hemos estado recogiendo los últimos meses. Los platos de aquí son sencillos y naturales,
naturaleza o a pasar el rato con los vecinos. Las amistades, son sagradas, fundamentales para
el bienestar de uno mismo y del pueblo. Por último, volvemos a casa para cenar y pasar tiempo
con los nuestros. Aquí, la familia es el pilar fundamental al que nos aseguramos de dedicar el
tiempo y esfuerzo necesarios y el motivo por el que nos levantamos cada día.
porque este estilo de vida es el que perseguía; por otro, no podía evitar asombrarme por tan
arraigadas convicciones. ¡Qué diferente era a lo que solía tener! Este se basaba en la constancia
y los lazos personales, mientras que el otro se fundamentaba en la obsesiva persecución del
- Por supuesto. Tengo todo lo que necesito: un techo donde dormir; unos prolíferos
cultivos que nos dan trabajo y comida; amigos con los que compartir ratos e intercambiar
anécdotas; una familia por la que esforzarme y en la que apoyarme y, sobre todo, salud. ¿Qué
- No hay de qué. Espero haberte servido de ayuda. Mañana puedes empezar yendo, en
la primera hora de la mañana, a los cultivos; conocerás a gente que agradezca tu ayuda y, a
- ¡Chau!
Me pareció fascinante la diferencia abismal que hay entre las culturas del mundo. “¿Qué
más puedo pedir?” Mientras, en otras partes del mundo, como de la que provenía, la pregunta
era: “¿Qué más puedo tener? " Tal vez ahí residía la clave. Tener ambiciones es bueno, pero
no establecer límites y dejar que controlen nuestra vida es peligroso. Nunca estamos ni
Solo bastaba con ver cómo vivían nuestros abuelos. Tenían menos, pero eran felices.
Sin embargo, las generaciones actuales no podemos decir lo mismo. Nos encontramos en una
crisis existencial continua. Puede que sea el mal control de las emociones, la mayor visibilidad
que se les da (antes solían ser reprimidas), un factor social o una mezcla. No obstante, algo está
fallando y, a grandes rasgos, la mayor diferencia entre ambas generaciones es el estilo de vida.
Mientras que antes se vivía despacio, sintiendo, ahora tenemos un estilo de vida rápido,
Con el nuevo amanecer, decidí seguir los consejos de María Elena y fui, nada más
levantarme, a los maizales. Efectivamente, allí encontré un grupo de personas que me recibió
con los brazos abiertos y me permitió ser uno más de ellos realizando las mismas tareas
agrícolas. Al final de la jornada, estaba exhausto, sin duda era un trabajo arduo; a pesar de ello,
me sentí satisfecho. Además, logré forjar mis primeras amistades en el pueblo y entablar
interesantes conversaciones las cuales continué por la tarde como era tradición allí. No podía
históricos y naturales de la zona. Se apreciaba el afán de compartir esa cultura de la que tan
orgullosos estaban. Después de hacerme un exhaustivo tour por el pueblo, nos sentamos a
Al salir la luna, me sentía vivo, realizado tanto a nivel físico como mental. Había
aprendido de todo: historia, cultura, agricultura, habilidades sociales, etc. Pero lo más
cautivador fueron las valiosas lecciones morales que, sin quererlo, me habían inculcado. Su
Tan encantado quedé que me propuse seguir viviendo experiencias semejantes. En poco
tiempo logré adaptarme a la perfección, sin apenas esfuerzo, al estilo de vida autóctono, que
montaña yo solo, mientras miraba los asombrosos bancales de cultivo, llegué a la conclusión
de que estaba en un punto álgido, no solo geográficamente hablando, también a nivel espiritual.
Los meses que estaba pasando ahí supusieron un crecimiento personal inmenso.
Conseguí revivir sensaciones que daba por muertas. Desde el día que pisé por primera vez este
que todo el mundo tiene algo que enseñar, directa o indirectamente, y que la manera con la que
te enfrentas al mundo tiene un gran impacto en los demás, pero también en ti mismo. En un
principio, con el concepto preconcebido y difuso de lo que era la felicidad, me costaba entender
cómo podían ser felices aquí; sin embargo, aprendí que no todos la entendemos de la misma
manera. Solo sé que yo encontré la mía en un lugar que nunca imaginaría hace unos años,
cuando quería seguir el concepto de satisfacción que otros proyectaban en mí; cuando pensaba
se basaba en las posesiones y logros. Como promulgaba Epicuro, la felicidad equivale a una
combinación de placer y ataraxia, además de un fin en sí mismo, siendo el fin último y mayor
bien de la vida.
Para mí, tenemos que volver a sentir; a aceptar que somos imperfectos; a tener
paciencia, compasión; a recuperar esa calidez que caracteriza al ser humano para dejar la
frialdad antinatural que estamos adquiriendo a pasos agigantados a causa del egoísmo; a
redefinir las verdaderas prioridades; a tener ambiciones sanas que nos permitan crecer, no
hundirnos; a dejar de ser tan individualistas, luchar por el bien común y, sobre todo, a
escucharnos. Solo así podremos lograr encontrarnos, sentirnos realizados y ser felices como
individuos, pero también como sociedad. Este pueblecito es un claro ejemplo de ello. Cada
ellos.
Encontré la eudaimonía.