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TRINIDAD

Embestido por una fuerte correntada de aire, sus cabellos se


mecían enloquecidamente y su cuerpo solo un poco menos. De
madrugada, perdido en medio de caminos entrelazados del
bosque, huía despavorido nuestro protagonista. Llegó al centro, a
una zona abierta, dónde se veía la luna llena. Impávido, se detuvo
y su locura aterrada se calmó, y estando firme, quedó expectante a
afrontar su destino, el futuro, y su condena, el pasado. Como
retorcidos espectros sombríos de la noche, meciéndose entre las
hojas arrastradas por los vientos nocturnos, dos cúmulos de
tinieblas, rápidamente, se volcaron allí. Uno, trás él, otro, delante.
Cómo doppelgängers adoptaron su figura en siluetas oscuras,
rezando:
—¿Por qué huyes antes valiente y que en tu interior nos
albergabas? ¿Por qué flaquean tus piernas y se tornan móviles en
lugar de firmes? ¿O es que también flaquea tu espíritu, adolece
por la carencia de valor y se regocija en la autocompasión de los
miserables?
Dijo el espectral reflejo de su retaguardia, mientras, el de la
vanguardia, continuó diciéndole:
—No solo tus piernas nos evitan, también tu mirada, tus ojos la
usan como escondite y no de vehículo para conectarse a las
pupilas del prójimo. Que fue de ti donde, en voluntad insensata,
siempre nos has criado, cual feto en desarrollo, en los rincones
más vergonzosos de tu corazón.
Concluyó la tenebrosa aberración. Él endureció su mirada y las
piernas, revoloteó el dedo índice, sermoneando a la nada con
gritos potentes:
—¿Qué esperan? Si solo son vulgares manchas, apenas
distinguibles del moho cultivado en mis botas bajo la lluvia,
ensuciaban mi alma y por eso los desterré de mí ser ¿No son
tenues reminiscencias de mis lamentos frente a las injusticias de
la vida? ¿Qué serían sin mí? Les respondo sin miedo a fallar;
¡NADA!
Replicó furioso, pero no se amedrentaron, las siluetas
endemoniadas, con risa blanca y fantasmal, contestaron:
—Nada seríamos, porque somos vos y cualquier categoría ajena a
ti mismo es ilusoria, juego de niños con hiperactiva imaginación:
Bajo el lente mentiroso que nos ve extraños a tu personalidad,
desdibujando la realidad, somos; en efecto, nada.
Terminaron su reclamo al unísono. Recobrado del pesar, enderezó
su cuerpo, postura, la misma existencia y proclamó, con voz de
actitud superior, a sus perseguidores:
—Ustedes, expresiones perturbadas de mis celdas, futuro y
pasado, solo son antropomórficas imágenes de esas inexistencias,
ambas determinaciones temporales no son más que objetos
fetichistas de la psique; En su carcelaria secuencia, pujando con el
peso anterior y la presión posterior a mi cronología vital,
desproveyeron a mi presente de ser la realidad inmediata,
convertido en cárcel, donde mi carcelero es el tormento dirigido
por la regencia del sufrimiento.
Comunicó a las figuras que, impresionadas, comprendieron que
su identidad fue descubierta y, nuevamente coordinadas,
emitieron:
—Pero nos has apartado y, deseoso de fallecer, a nosotros
renunciaste o, más bien, a las verdades que constituyen nuestro
etéreo ser; no queremos padecer solos el dolor, destino que nos
designaste, vuelve a darnos lugar en ti, reconoce los elementos
que nos integran y te pertenecen, que a ti te conforman.
Emitieron con sus lúgubres bocas y, sonriendo altivo, él gritó:
—No sabía que en ustedes deposité mi sentido vengativo,
persiguiéndome belicosamente para saciar su rechazo al camino
que les predestiné el día que, anhelando a la parca, los reprimí y
estirpe: Pero ahora los recibo, abriendo mis brazos, cuestionó
porqué demoran en venir, tal vez prefieran seguir con su
charlatanería ensordecedora: ¡Quién diría que mi transcurrido
pasado y mi expectativa futura eran vendedores de coches!
Así acudieron al llamado, en un torbellino de espesa niebla,
atravesando su pecho, se unieron al muchacho. Éste explicó, a sus
regresados fantasmas, antes que se disolvieran en él:
—¿Qué son el pasado y futuro sino dos caras de la muerte? En el
pasado yacen los fallecidos y en el futuro, al final, siempre nos
deparará el desdichado encuentro con el de modas raras que, aún
en nuestro siglo, viste túnicas negras y lleva una oz sin ser
granjero, y si lo fuese, reniega de los tractores; Reconciliarme con
ambas, hasta que el presente con ellas haga simbiosis, de la
simbiosis a síntesis, que esta se haga resultado del pasado
ocurrido con la especulación futura: Ahí he de ir, a la
convergencia de todo, al eterno presente que el tiempo realmente
es, a su elemento fantástico que, cual arte mágico, emana el
insensato futuro pero, en cada piel mudada, también el insolente
pasado.
Habiendo aclarado las disputas, el joven vidente se conectó con el
flujo temporal, no solo de sí mismo sino de múltiples profecías
del mañana y misterios ocultos del ayer. Todo aquello que
ignoramos, por inocencia o imprudencia, de hacia dónde se
condujo y conduce la humanidad. Largo tiempo las visiones lo
torturaron y, en continuos insomnios, ojeras le marcaron. Ahora
aceptadas en general y la insignificancia de los hechos de su vida
comparados a los grandes eventos ocultos, se comprometió con su
don. Desvaneciéndose entre la penumbra del espeso bosque
cubierto de niebla, diligente en desvelar lo que sabrán a
continuación.

FIN

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