programas de formación de equipos directivos. Ponente en la Mesa Redonda “La Formación de Equipos Directivos”. IV Congreso Interuniversitario de Organización Escolar. Tarragona, Universidad Rovira y Virgili. Los equipos directivos de los centros escolares constituyen uno de los colectivos cuyo contexto de trabajo queda definido por las dos palabras que también definen la disciplina que nos ha convocado ya por cuarta vez a un Congreso Interuniversitario, esta vez en Tarragona: la Organización Escolar. Evidentemente, no son los únicos que actúan o intervienen en el marco de las organizaciones educativas. También lo hacen los inspectores o los asesores de diferente índole y procedencia institucional; también lo hacen, por supuesto, los profesores que no ocupan puestos de gestión, especialmente aquellos que su capacidad para influir en el centro o, simplemente su decisión o su interés en hacerlo los invisten de eso que llamamos liderazgo; y también, como no, lo hacen los alumnos, sus padres y otros miembros de lo que solemos denominar la comunidad educativa. Pero los directores lo hacen todos los días del año, excepto vacaciones y festivos y todas las horas del día, salvo quizás los momentos en que pueden refugiarse dentro de su clase; …y ya sabemos que lo cuantitativo acaba haciéndose cualidad. Pero lo que es más característico aún: debido al rol institucional como directivos y representantes del centro del cual están investidos, casi todo lo que hagan, incluso si no es una acción directiva propiamente dicha, como tomarse unas copas de más en un bar aledaño al centro o tener un roce automovilístico o de otra índole con un vecino o una vecina, tendrá una proyección institucional. Precisamente por esa intensidad de su dedicación a lo institucional, los directivos escolares son uno de los principales agentes depositarios del conocimiento práctico acerca de las organizaciones escolares y, al mismo tiempo, constituyen uno de los más claros receptores potenciales del conocimiento teórico que nos corresponde elaborar desde la disciplina. La pregunta consecuente sería: ¿pueden ambos conocimientos encontrarse en algún punto, preferiblemente que no se sitúe demasiado cerca de ninguno de los dos polos?. 2 La contribución de la Organización Escolar a la formación de los equipos directivos Mi opinión personal es que determinadas orientaciones de la Organización Escolar ayudan más que otras a construir ese puente. Y me refiero fundamentalmente a los usos y aplicaciones de la disciplina que los universitarios españoles desplegamos, a los cuales los sucesivos CIOE´s suelen tomar el pulso de manera bastante representativa. En estos últimos años las cosas han rodado muy deprisa, aunque no siempre en la misma dirección. El descubrimiento de un marco de racionalidad diferente al que concebía las organizaciones como estructuras burocráticas nos llegó de la mano de Mª Teresa González (1990) y constituyó un revulsivo para la disciplina. Esa idea quedó definitivamente fijada en Barcelona como los mandamientos que repetimos cada año a nuestros acólitos y venía asociada a un puñado de metáforas interesantes: la débil articulación o acoplamiento de la estructura en los centros escolares (Weick, 1976), la racionalidad limitada de su funcionamiento (Meyer y Rowan, 1978) o la de anarquías organizadas (Lotto, 1990) para explicar dicho funcionamiento o de la toma de decisiones como algo más parecido a la forma en que se llena un cubo de basura (Cohen, March y Olsen, 1972) que a procesos sistemáticos y racionales. También fue en Barcelona donde Ball (1990) nos convenció, si no lo estábamos, de la importancia de la micropolítica institucional y donde Adalberto Ferrández (1990) dijo aquello tan rotundo de que el objeto de la Organización Escolar era “el clima escolar percibido como proceso de conflicto”. La fórmula elegida para expresar la importancia de los aspectos sociales fue un poco extraña, pero creo que todos entendimos el mensaje. El segundo CIOE, celebrado en Sevilla, supuso un desarrollo de los aspectos dinámicos, especialmente los relacionados con la cultura institucional, representados en una nueva y significativa metáfora: la escuela como comunidad (Sergiovanni, 1992). En Santiago, sin embargo, asistimos a una especie de despertar del sueño, de vuelta a la realidad y todo el desarrollo anterior de la dinámica institucional pareció sucumbir bajo el peso de los denominados planteamientos institucionales: parecía entonces que la razón de ser de la Organización Escolar era decirle a los profesores de la enseñanza no universitaria cómo realizar el Proyecto Educativo de Centro o cómo evaluarlo. De nuevo veíamos a la disciplina investida de los atributos de carácter prescriptivo que tanto ha marcado su evolución. Precisamente la literatura sobre liderazgo educativo constituye una buena muestra de la insistente presencia de estos enfoques: aquellos que recomiendan a los directivos unos ámbitos de actuación respecto a otros, un estilo respecto a otro, unas características personales o profesionales respecto a otras, etc. Hoy ya sabemos, por ejemplo, que el mejor estilo directivo es ninguno. Es decir, ninguno en concreto; ninguno que tenga que ser desplegado independientemente de las circunstancias o de las características del contexto; ninguno como imagen de marca del director o como modo de afirmación personal o ideológica. El mejor es uno flexible, adaptativo respecto a las necesidades de la organización y a sus posibilidades, a su historia y a su cultura, al ambiente institucional que se vive en ella. ¿Y cómo seleccionar el adecuado para cada ocasión o etapa histórica del centro?. Sólo parece haber un camino: llegar a entender profundamente esas circunstancias y condiciones institucionales que hacen de cada centro un lugar único e irrepetible, elegir una orientación, tomar una decisión y… cruzar los dedos o encomendarse a San Pancracio para que funcione, porque los sistemas en los que actuamos mantienen su imprevisibilidad pese a todos nuestros intentos de amarrarla y nos exigen mantener siempre a punto nuestra lucidez para entender lo que está pasando. Considérense las líneas anteriores no como una síntesis, sino como el retrato impresionista y subjetivo que este participante en la mesa redonda tiene respecto a los 3 congresos de la disciplina celebrados. El objeto de dicho retrato era servir de base a la idea de que el encuentro de la Organización Escolar con el conocimiento práctico generado en las organizaciones educativas, pasa por la potenciación de ésta como una disciplina que tiene por objeto el estudio de la rica vida social que se desarrolla en ellas. Y esto conlleva al menos dos consecuencias importantes sobre los programas de formación de equipos directivos: sus contenidos deben primar la búsqueda de nuevos marcos conceptuales desde los que mejorar la capacidad de los directivos para analizar la dinámica institucional y su orientación metodológica debe devolver el protagonismo al aprendizaje desde la práctica de la función directiva. El contenido de la formación El contenido de la formación ha estado marcado hasta ahora por el carácter excesivamente técnico y normativo de los programas. La normatividad en este caso procede de dos fuentes. Una es por supuesto la que plantea el propio sistema educativo con sus decretos, leyes, disposiciones, etc., estableciendo el marco general y específico donde la acción directiva toma lugar y que, por supuesto debe ser conocido por los equipos directivos. El otro es el marco de normatividad que configuran nuestros manuales, trabajos de investigación y los propios conocimientos de los considerados expertos acerca de lo que dichos equipos directivos deben hacer y cómo deben hacerlo. Respecto a la primera, Gairín y otros (1994) han sido muy claros al respecto: “…En el momento actual nos encontramos una acción directiva condicionada por la normativa existente. Esta situación coloca la formación en una posición tangencial respecto a las necesidades de la práctica directiva. De hecho, la implantación de la Reforma ha llevado a potenciar los cursos y sesiones de carácter informativo sobre propuestas formativas. La generación de mayor autonomía institucional habrá de aumentar los campos de competencia interna y favorecer un cambio en el modelo que le aproxime más a ser soporte de la práctica que soporte del sistema.” Respecto a la segunda, deberíamos tener la valentía de reconocer que aún no se ha concluido entre la comunidad de expertos españoles la anunciada transición desde la concepción racionalista y estructural de las organizaciones hasta la concepción dinámica y la idea de éstas como sistemas abiertos y con un alto grado de indeterminación. Borrell (1992) ha visto la necesidad de incluir los aspectos dinámicos de las organizaciones escolares como parte integrante del curriculum de formación de los equipos directivos, lo cual permitiría poner el énfasis de su trabajo sobre el análisis y la resolución de problemas relacionados con los procesos de cambio en los centros. Concretamente ha citado entre otros: “el análisis de la dinámica de las instituciones educativas entendidas como sistemas y el análisis contextualizado de los diferentes aspectos de la actividad educativa, como base de una gestión adecuada”; y también “entrenar la capacidad para analizar sistemáticamente los problemas, para planificar y evaluar las instituciones educativas”. Una formación desde y para la práctica debe dar respuesta a los interrogantes que plantea el trabajo cotidiano de los directores escolares. No queremos decir que deba dar la respuesta, sino simplemente respuestas, cuyo mayor aportación consistirá en el esfuerzo reflexivo y de diálogo necesario para producirlas. No hay espacio suficiente en las dimensiones del texto que nos ha sido solicitado para exponer y justificar las áreas de contenido que nos parecen básicas para estructurar un enfoque que capacite a los líderes, por 4 encima de todo, para analizar y entender la dinámica institucional y que hemos agrupado en torno a tres apartados: la cultura, el poder y el conflicto (López Yáñez, en prensa). La metodología formativa En consonancia con la idea de que las organizaciones escolares necesitan líderes y no sólo agentes de la autoridad, desde la literatura especializada se defiende una dirección participativa, impulsora y coordinadora de la actividad pedagógica, que proporcione soporte técnico, que intervenga en la solución de conflictos, y que desempeñe de roles de dinamización de grupos, mediación, e impulso del desarrollo curricular y de la innovación (López Yáñez, 1992). Sin embargo, si miramos hacia la percepción que los propios directores tienen sobre su trabajo, su rol y los condicionamientos institucionales, las diferencias llegan a ser dramáticas. Lorenzo (1994), sin ir más lejos, ha hecho públicas algunas conclusiones interesantes a partir de una experiencia de formación de directivos en la Comunidad Autónoma Andaluza, entre las que para nosotros destaca el excepticismo respecto a la capacidad de maniobra de la dirección frente al celularismo, el individualismo, la oposición de grupos de presión y el desinterés de los profesores; y el mismo excepticismo sobre la posibilidad de desplegar un liderazgo pedagógico capaz de clarificar el tipo de educación a impartir, de gestionar un proyecto educativo coherente o de modificar en sentido positivo la cultura peculiar del centro. En consecuencia con esta idea, muchos de los participantes entiendieron que el trabajo cooperativo y la formación basada en la reflexión y la colaboración constituye una ruptura y una apuesta de futuro en la formación y en el desempeño de la función directiva. Dado este contraste, parece razonable que nos dediquemos a buscar fórmulas de formación que tengan una incidencia real en la mejora de la actuación de los directores en sus centros, y no sólo les proporcionen conocimientos y técnicas de intervención, y también que contribuyan a aumentar su seguridad y a mejorar su motivación en el ejercicio del cargo de director. En este sentido, los enfoques teóricos, técnicos y deductivos tendrían que ceder el paso definitivamente a los inductivos, basados en el análisis de la práctica y la reflexión, así como en la comprensión crítica que los nuevos directores han de poseer de las organizaciones educativas en las que se encuentran implicados, para que sean capaces de adoptar diversos roles en función de los contextos institucionales que se presenten, siempre complejos y cambiantes. Directores expertos que ayudan a principiantes La ayuda, la orientación y el apoyo que necesitan los directores principiantes para introducirse en las complejidades de su rol pueden venir de la mano de directores con experiencia (mentores). En los últimos años se está poniendo especial énfasis en la utilización de relaciones de asesoramiento o iniciación (mentoring) como una vía de formación y desarrollo profesional tanto de gestores, como de administradores de la educación y líderes escolares, fundamentalmente en Estados Unidos y Reino Unido (Daresh, 1995). El principal objetivo de esta modalidad de formación consiste en procurar una socialización profesional (que sería aquella que enseña a una persona las destrezas, conocimientos y disposiciones necesarias para ser miembro de una profesión) así como una socialización organizativa (aquella que enseña a una persona el conocimiento, valores y comportamientos requeridos por un rol dentro de una particular organización). 5 Algunos programas facilitan al director principiante la liberación durante un periodo de tiempo de sus tareas docentes y administrativas, asignándoles además un profesor- mentor (un director cualificado) que trabaja con ellos a lo largo del curso. Las actividades sobre las que se construye el proceso de reflexión son entre otras: (a) elaboración de un diario (b) elaboración de un cuaderno de campo para recoger los incidentes críticos, (c) simulaciones preparadas que los participantes analizan, (d) lecturas sobre diversos temas de Organización Escolar, (e) diálogos críticos y (f) trabajo con los directores mentores utilizando la estrategia del diálogo reflexivo. Los beneficios que este tipo de programas parecen reportar se refieren no sólo a la adquisición de conocimientos útiles sobre la dirección, sino sobre todo a aspectos tales como el desarrollo de la confianza y la competencia para ejercer la responsabilidad asociada al cargo, el desarrollo de destrezas de comunicación, el aprendizaje de los trucos (conocimiento práctico) de la profesión y la ruptura del aislamiento profesional y la construcción de una red de colaboración que probablemente continuaría a lo largo de los años venideros. Recientemente, Bolam y otros (1995) han presentado los resultados de un proyecto piloto nacional de formación de nuevos directores mediante mentores en Inglaterra y Gales. Los nuevos directores destacaron la ayuda que les prestaron los mentores ante diferentes problemas, la posibilidad de reflexionar sobre el sentido de ser un director, el poder obtener otras perspectivas, el haber podido desarrollar y afirmar la confianza en sí mismos y el no haberse sentido solos en su tarea. Los mentores se sintieron satisfechos al haber podido compartir su experiencia profesional siendo útiles a otros compañeros. Tanto los nuevos directores como los mentores identificaron seis características como las que estos últimos deberían poseer para el éxito de los programas basados en estas relaciones de asesoramiento: habilidades de oyente, comportamientos de apertura, calidez y entusiasmo, experiencia en el puesto de director, proporcionar feedback, no hacer juicios valorativos y poseer destrezas como consejeros. Asesoramiento mediante la Supervisión Clínica En ocasiones los programas que utilizan la potencia formativa de la relación entre expertos y principiantes se han servido de la Supervisión Clínica, que ha sido definida como "una supervisión centrada en la mejora de la enseñanza por medio de ciclos sistemáticos de planificación, observación y un intensivo análisis intelectual de la actuación del profesor para producir una modificación racional" (Weller, en Acheson y Gall, 1980: 11). La Supervisión Clínica aparece como una modalidad de formación orientada hacia la reflexión y el desarrollo cooperativo de los profesores, en este caso de los directores. Si exigimos a los líderes escolares formas dinámicas de actuación en consonancia con la concepción del centro educativo como cultura (énfasis en los significados compartidos) y como comunidad (énfasis en las dinámicas sociales), la Supervisión Clínica puede significar una estrategia válida puesto que: enseña cómo conducir un proceso de cambio a través de la comunicación interpersonal con el propósito de estructurar un trabajo compartido y reflexivo. representa, por lo tanto, una oportunidad para que los directores se vuelvan más reflexivos y críticos con sus propias actuaciones, 6 es una estrategia muy operativa en el sentido de que nos sugiere cómo hacer las cosas a diferencia de otros planteamientos que se quedan en el enunciado de sus principios generales (prescriptivos). Formación a partir del estudio de casos La elaboración y resolución de casos prácticos trata de reconstruir la experiencia de los directivos participantes en programas de formación, a través de la discusión sobre situaciones reales aportadas por éstos. La utilización de la estrategia de estudio de casos ofrece ventajas evidentes en el desarrollo del conocimiento pedagógico (Lampert y Clark, 1990). Como señaló Merseth (1990), los casos ayudan a los usuarios a desarrollar destrezas de análisis crítico y de resolución de problemas, permiten en buena medida la consideración de la complejidad que caracteriza a las situaciones organizativas, ceden el protagonismo a la experiencia y al aprendizaje desde la práctica y promueven el trabajo en grupo y la colaboración. Conclusión La formación para el ejercicio de la actividad directiva debería afianzar y desarrollar una entre todas las funciones de los equipos directivos: entender de oficio lo que ocurre en su propio centro. Cuando decimos de oficio queremos resaltar su obligación intelectual, si puede decirse así, de entender esa dinámica institucional que suele constituirse en soporte o barrera de cualquier proceso de cambio educativo, sin que ello suponga que renunciemos a la saludable aspiración de que todos los miembros del centro la entiendan. Sin esa comprensión, para la que se necesita la capacidad de análisis a la que aludía el título de esta contribución, cualquier proceso de cambio o de desarrollo de la institución se verá comprometido, si no colapsado por fuerzas desconocidas o no adecuadamente valoradas. Ello implica un giro radical de los programas de formación que exigiría nuevos contenidos, que a su vez requerirán un mayor esfuerzo interdisciplinar y una mayor integración de enfoques procedentes de la psicología social, la sociología, la antropología o la organización de empresas, y nuevas metodologías que den la oportunidad de analizar la práctica y los problemas que ésta plantea considerando el contexto y la riqueza de matices que siempre acompaña a dicha práctica.