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Principales Exponentes del Fauvismo

Henri Matisse: Líder y máximo expositor de este movimiento artístico, sus


obras fueron planas donde el color prima incluso con un uso exagerado. El
artista francés recibió reconocimiento internacional logrando la aprobación
de coleccionistas y críticos de arte.

André Derain

Su estilo fue más enfocado a personajes urbanos y campestres, no se


preocupaba por la perspectiva ni la representación realista. Los colores que
se usaban eran puros y con frecuencia se aplicaban directamente del tubo al
lienzo; luego tuvo influencias en su arte por el cubismo.
Maurice de Vlaminck

Se caracteriza por sus obras con paisajes dramáticos inspirados por Van
Gogh, sus representaciones artísticas se centran en la naturaleza, el campo y
eventualmente producía retratos.
Características de la pintura fauvista o fovista

En este segmento, podremos ver cuáles son las principales características del
movimiento fauvista.

Exaltación del color

Aunque el fauvismo aún está atado a la representación de la naturaleza, es


decir, de los objetos reconocibles, no busca la representación naturalista,
sino exaltar el valor del color en sí mismo, al que prefieren usar en su estado
puro y de manera directa.

Por ende, la obra fauvista hace gala de una coloración atrevida. Usa colores
de manera brutal y con relativa arbitrariedad, procurando deliberadamente
una sensación de disonancia que rompa la asociación del color con la
representación de la realidad tal como ella es concebida.

Instinto e impulsividad

Más que indagar sobre los sentimientos o pensamientos del artista, el


fauvismo exhibe el flujo del instinto creativo. En consecuencia, las líneas y los
colores resultan de gestos impulsivos, pretendiendo con ello alcanzar la
genuinidad atribuida a los niños o a lo “salvaje”, es decir, a aquello que no ha
sido “tocado” por el orden civilizatorio dominante.
Contexto histórico y origen del fauvismo

André Derain, Puente sobre el Riou, 1906, óleo sobre lienzo, 82.6 x 101.6 cm,
Colección de William S. Paley.

Hacia finales del siglo XIX, el arte comenzaba una importante transformación,
fruto de muchos procesos que convergieron. Por ejemplo, la influencia del
romanticismo había animado a las generaciones siguientes a buscar un
lenguaje personal y original. Por otro lado, la aparición de las tecnologías de
la imagen, como la cámara fotográfica, incidieron en el modo en que era
concebida la función del arte occidental.

Así, para el último tercio del siglo XIX, ya se veían propuestas arriesgadas
como el impresionismo, el postimpresionismo, el simbolismo, el arte naif y
otras corrientes. El fauvismo, de hecho, fue contemporáneo con el
expresionismo alemán y, al igual que este, defendía la libertad expresiva.

El fauvismo logró abrirse espacio en el Salón de Otoño de París en 1905, que


dedicó la sala número ocho a los artistas Henry Matisse, Maurice Vlaminck y
André Derain. Pero las características de sus obras escandalizaron a la
audiencia y, especialmente, a algunos críticos más conservadores. Los
cuadros mostraban colores estridentes e incoherentes con la “realidad”.
Aquello fue un espectáculo impactante y desafiante, de modo que el crítico
Louis Vauxcelles se expresó de este modo: “Donatello chez les fauves”, que
en francés quiere decir: “¡Vaya! Donatello entre fieras”. Así, lo que comenzó
como una descalificación, fue asumido por los artistas como el nombre del
nuevo estilo: “fauvismo”, el movimiento de “las fieras”.

No se puede decir que el fauvismo haya sido un movimiento con un


manifiesto programático, como sí lo fue el futurismo, por ejemplo. Sin
embargo, sus artistas compartían el interés por la exaltación del color y la
intención de ruptura. En consecuencia, para el año 1908 el fauvismo se
diluyó. Sin embargo, su influencia fue fundamental para la primera
generación de vanguardistas.

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