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HSG Práctico

Semana 14
Tiempo, disciplina de trabajo y capitalismo industrial

¿Cuál o cuales son las preguntas que orientan el trabajo de investigación y frente a
que interpretaciones acerca de los cambios en la percepción del tiempo se las plantea?
¿Hasta qué punto, y en qué formas, afectó los cambios en el sentido del tiempo a la
disciplina de trabajo, y hasta qué punto influyó en la percepción interior del tiempo de la gente
trabajadora?
Si la transición a la sociedad industrial madura supuso una severa reestructuración de los
hábitos de trabajo, ¿hasta qué punto está todo esto en relación con los cambios en la
representación interna del tiempo?

¿Que representaciones del tiempo se producen en las sociedades primitivas; a que


llama el autor “orientación al quehacer”, y que modificaciones surgen con el trabajo
contratado?
Entre los pueblos primitivos la medida del tiempo está generalmente relacionada con los
procesos habituales del ciclo del trabajo o tareas domésticas. De esta forma se desarrollan los
términos en que se miden los intervalos de tiempo:
 En Madagascar una forma de medir el tiempo es “una cocción de arroz” (media hora) o “la
fritura de una langosta” (un momento).
 En Chile del S. XVII, el tiempo se medía con la frecuencia en credos.
 En Birmania, los monjes se levantaban al amanecer “cuando hay suficiente luz para ver las
venas de las manos”.
La orientación al quehacer se refiere a las distintas notaciones del tiempo que
proporcionan las diferentes situaciones de trabajo y su relación con los “ritmos naturales” en
sociedades campesinas y en industrias pequeñas y domésticas. Ej.: Los cazadores utilizan ciertas
horas de la noche para colocar sus trampas, los pueblos pescadores y marineros tienen que
integrar sus vidas a las mareas.
Hay dos puntos sobre la orientación del quehacer:
 En cierto sentido, es más comprensible humanamente que el trabajo regulado por horas.
El campesino o trabajador parece ocuparse de lo que es una necesidad constatada.
 Parece mostrar una demarcación menor entre “trabajo” y “vida”. Las relaciones sociales y
el trabajo están entremezclados y no hay diferencias entre “trabajo” y pasar el tiempo”.
La orientación al quehacer se hace más compleja cuando el trabajo es contratado. La
economía familiar del pequeño agricultor puede estar en términos generales orientada al
quehacer; pero dentro de ella puede existir una división del trabajo, así como una relación patrón-
empleado entre el campesino y sus hijos. Incluso en este caso empieza el tiempo a convertirse en
dinero, dinero del patrón: el tiempo es reducido a dinero.

¿Que implicancias socio-culturales tuvo la difusión del uso de relojes desde el S XIV?
Desde el S. XIV en adelante se erigieron relojes en iglesias y lugares públicos. Durante el S.
XVII las iglesias tocaban las campanas al alba y al toque de queda. En los distritos textiles se
utilizaban los cuernos de las fábricas para despertar a la gente por la mañana.
En cuanto a relojes de bolsillo, por esa época eran todavía muy imprecisos pero su uso se
preferían por los adornos y la riqueza de su diseño a la mera funcionalidad.
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Tiempo, disciplina de trabajo y capitalismo industrial

El registro del tiempo pertenecía a mediados del siglo a la gente acomodada, patronos,
agricultores y comerciantes; y es posible que la complejidad de los diseños y la preferencia por los
metales preciosos, fueran formas intencionadas de acentuar el simbolismo de estatus.
Había muchas maquinarias para medir el tiempo hacia 1800: el énfasis se iba trasladando de
“lujo” a la “conveniencia”. Se generalizó el uso de los relojes en el momento exacto en que la
Revolución Industrial exigía una mayor sincronización del trabajo.
Además, el reloj era el banco del pobre, una inversión de sus ahorros; en épocas malas
podía venderse o empeñarse.

¿Por qué sostiene el autor que el ciclo irregular de la semana de trabajo provocaba los
lamentos de los moralistas y mercantilistas del S XVII y XVIII?  ¿Que relación se puede
establecer con el disciplinamiento del trabajo y la organización obrera?
La atención que se presta al tiempo en la labor depende en gran medida de la necesidad de
sincronización del trabajo. Pero mientras las industrias manufactureras se mantuvieron en una
escala doméstica o de pequeño taller, sin una intrincada subdivisión de la producción, el grado de
sincronización que se requería era leve, y prevalecía la orientación al quehacer.
Un mismo trabajador o grupo familiar tenían una multiplicidad de tareas subsidiarias en una
cabaña o taller. Incluso en talleres mayores, los hombres trabajaban en ocasiones en labores
distintas en sus propias bancas o telares, y podían permitirse cierta flexibilidad en las entradas y
salidas. Esta irregularidad general debe inscribirse en el ciclo irregular de la semana de trabajo
que provocaban tantos lamentos de moralistas y mercantilistas en los siglos XVII y XVIII.
En la norma de trabajo se alternaban las tandas de trabajo intenso con la ociosidad, donde
quiera que los hombres controlaran sus propias vidas con respecto a su trabajo.
También existía el San Lunes, de pocos oficios se dice que no hagan honor a San Lunes:
zapateros, alfareros, sastres, carboneros, trabajadores de imprenta, calceteros, cuchilleros, etc.
Parece ser que, de hecho, San Lunes era venerado casi universalmente dondequiera que
existieran industrias en pequeña escala, domésticas y a domicilio; se observaba generalmente en
las minas y alguna vez continuó en industrias fabriles y pesadas. Este ritmo de trabajo irregular se
asocia generalmente al abundante beber del fin de semana: San Lunes es uno de los blancos de
muchos tratados victorianos de abstinencia.

¿Cuál es la situación de los trabajadores rurales y las mujeres?


El bracero rural no gozaba del San Lunes. El mozo agrícola o el bracero asalariado fijo, que
trabajaba sin descanso las horas estatuidas completas o más, que no poseía derechos comunales
o parcela alguna y que vivía en un cottage vinculado, estaba sin duda sujeto a una intensa
disciplina laboral, tanto en el S. XVII como en el XIX.
El trabajo más arduo y prolongado de la economía rural era el de la mujer del bracero. Una
parte de aquél era el más orientado al quehacer. Otra parte estaba en los campos, de los cuales
tenía que volver para ocuparse de nuevas tareas domésticas.
Una forma tal de trabajar era sólo soportable porque parte del mismo, los niños y la casa, se
revelaba como necesario e inevitable, más que como una imposición externa.
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¿Cómo señala el autor que debe entenderse la “transición” hacia la sociedad


industrial capitalista, que papel desempeña la escuela al respecto, y que tipo de
resistencias señala?
Es cierto que la transición a la sociedad industrial madura exige un análisis en términos
sociológicos así como económicos. Nunca hubo un sólo tipo de “transición”. La tensión de ésta
recae sobre la totalidad de la cultura: la resistencia al cambio y el asentamiento al mismo surge de
la cultura entera. Y ésta incluye un sistema de poder, relaciones de propiedades e instituciones
religiosas, etc.
Lo que se examina no sólo son los cambios producidos en las técnicas de manufactura que
exigían una mayor sincronización de trabajo y mayor exactitud en la observación de las horas de
todas las sociedades, sino también la vivencia de esos cambios en la sociedad del naciente
capitalismo industrial.
Entre los “mandatos” de la sociedad industrial capitalista, surgían aquellas que pregonaban
que “el trabajador no debe perder el tiempo ociosamente en el mercado o malgastarlo cuando
compra” o que “es de perezoso pasar la mañana en la cama”. Fue sin duda un preludio de los
moralistas hacia las costumbres, deportes y fiestas populares de la sociedad.
Una institución no industrial que podía emplearse para inculcar la “economía del tiempo” fue
la escuela. Ésta obligaba a sus alumnos temas como la Industriosidad, Sobriedad, Orden y
Regularidad. Se consideró a la educación como un “entrenamiento en el hábito de la
industriosidad”; cuando el niño llegara a los seis o siete años debía estar acostumbrado al trabajo
y a la fatiga.
La embestida, desde tan varias direcciones, a los antiguos hábitos de trabajo de las gentes
no quedó sin oposición. En una primera etapa se encontró una simple resistencia. Pero en la
siguiente, mientras se impone la nueva disciplina del tiempo, los trabajadores empiezan a luchar,
no contra las horas, sino sobre ellas. En los oficios artesanos mejor organizados, no hay duda que
se acortaron progresivamente las horas en el siglo XVIII con el avance del asociacionismo.

¿Cuáles son los diferentes discursos moralistas que tienden a la interiorización del
disciplinamiento de la fuerza de trabajo?
Mucho antes que el reloj de bolsillo estuviera al alcance del artesano, los puritanos ofrecían
su propio reloj moral interior a cada hombre.
Diversos discursos se dieron:
 El hombre se hace rico cuando ha hecho uso de su tiempo.
 El tiempo no perdura, sino que vuela rápido; pero lo que es perpetuo depende de él.
 Que tus horas de sueño sean sólo tantas como exige tu salud; pues no se debe perder un
tiempo precioso con innecesaria inercia.

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