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Encargo 1

La naturaleza de la imagen: una comparación a partir de la miseria y la


realidad

El siguiente escrito tiene como primer objetivo comprender y contrastar, desde un


análisis teórico y emocional, dos manifestaciones distintas de la imagen. La
pintura y la fotografía tienen por esencia un significado estético y una condición
pictórica que no siempre están propuestas conscientemente por su autor, por lo
que esconden enigmas que intentan resolverse a partir de la observación y la
reacción emocional de quienes las vean.

La comprensión de las imágenes se construye a raíz de una interpretación


personal y reflexiva, por lo que no se busca de ninguna manera negar la existencia
de otras interpretaciones. En este caso puntual se llevará a cabo la indagación en
una fotografía de la década de los 30 tomada por el famoso periodista y fotógrafo
Walker Evans (1903 – 1975) y una pintura de realismo social llamada La miseria
(1886) de Cristóbal Rojas (1858 – 1890). La selección de estos casos nace desde
la temática de lo banal manifestado continuamente en la fotografía de Evans, que
trajo en mí la curiosidad ante la exposición de la miseria y de cómo esta se
mostraba estéticamente. A partir de eso se buscó algún caso de pintura que
también persiguiera la expresión pictórica de la miseria y que la representara de
una forma realista y verosímil.

La comprensión de la estética y naturaleza fotográfica nace a partir de la lectura


de La cámara lúcida de Roland Barthes. Se trata de una reflexión personal del
autor que hoy en día se considera como un modo de análisis teórico y sensitivo
sobre el significado de la fotografía. El sentimiento del asombro y cómo poder
explicarlo traspasan la barrera de lo mecánico y lo técnico, por lo que las
condiciones históricas, emotivas y personales parecen ser dimensiones
indispensables para el análisis de la fotografía. Cabe destacar que el libro de
Barthes es totalmente autorreferencial y aun así es indispensable para entender la
fotografía y su naturaleza en la actualidad.

Para Barthes, la fotografía repite mecánicamente lo que nunca más podrá


repetirse existencialmente. El concepto en sí de existencia ya es demasiado
complejo, pero para esta situación lo entenderemos como lo que es y lo que fue.
Aquello que tuvo un momento real y corpóreo en lo que podemos consensuar
democráticamente como la realidad. La fotografía es en esencia el fantasma de un
momento, ya que guarda aquello que estuvo pero que ya no está y lo que existió
pero que ya no existe. Por lo tanto, cada fotografía es la captura de un momento
ya transcurrido que queda vivo en la eternidad. Menos real que la realidad, pero
sólidamente más real que una representación. Este momento del que se habla
tampoco tiene duración, pues no se trata de micro partículas de segundos
atrapadas en una imagen, porque la realidad no está compuesta de fotogramas.

Esta condición fantasmal que caracteriza a la fotografía le da la extraña facultad


de poder de vencer a la muerte, ya que es el medio más fidedigno de poder
recordar lo que ya no está con nosotros. La foto nos trae a presencia un momento
de la misma forma en que lo vimos o que lo pudimos ver. Si bien la fotografía
nunca logra capturar lo épico y emotivo del momento, retiene en dos dimensiones
cómo vemos nuestro mundo inter dimensional.

Existen infinitos medios para capturar momentos, quizás algunos más o menos
poéticos que otros. Si se trata de conservar momentos vivos, la pintura, la
escritura, la escultura o cualquier manifestación plástica-narrativa podría hacerlo,
sin embargo, la fotografía el único medio que no es una representación de la
realidad sino un fragmento envasado de esta. (Quizás el audio grabado también)

Para describir y comprender la obra, Barthes asegura que no solo se trata del
estudio de un proceso mecánico y de consideraciones técnicas de estética (como
la perspectiva, las proporciones y la luminosidad). Hay algo detrás de las fotos que
nos conmueve y que nos remece, que está ligado directamente a pulsiones
personales y emocionales.

Se nombran dos conceptos que son desarrollados a lo largo del libro: el studium y
el punctum. En pocas palabras el studium es la condición humana de interesarse.
Podría entenderse simplemente como la aplicación natural humana en alguna
materia y los actos conscientes que tenemos para aportar en esta. Por otro lado,
el punctum se refiere aquello que nos conmueve, tanto desde su belleza como de
su frivolidad. El punctum es una situación totalmente subjetiva que está sujeta a
las emociones y a las experiencias, por lo tanto puede y, seguramente, será
diferente para cada uno. Personalmente creo que una parte bella de este concepto
es que no es excluyente, pues se trata una certeza personal y una sensación tan
natural y verdadera como el dolor. Una sensación que no es necesaria de ir a
buscar, pues llega sola en forma de puntada, una manera que todos casi que
instintivamente podemos reconocer. Un flechazo.

Según Barthes, el punctum aparece siempre como una parte, un fragmento o un


detalle que determina la emocionalidad personal del total. El detalle es como una
llave que abre las puertas de la emotividad y hace que nos guste lo que vemos en
su completitud, incluso que cobre un sentido sólido. Existe una fascinación natural
como seres humanos por aquello que no hemos hecho, como el paisaje o el
destino, que parecen conceptos casi divinos. En esta misma categoría ubico al
azar, que es una fuerza universal incalculable que nos mantiene sorprendidos y
conmovidos, ligado directamente a una idea del milagro. No hay nada que nos
conmueva tanto como un milagro (algo que sucede una de cada mil), pues que
suceda algo emocionante creado a partir de la propia fuerza de inercia parece
imposible. En esa conjugación de lo imposible pero real se encuentra el punctum,
que nunca dejará de ser un enigma a pesar de las vueltas y lecturas que
queramos darle. Aquello que conmueve no se lee de la misma forma que aquello
que interesa.
.
Sharecropper’s Family, Hale County, Alabama, USA. (Marzo, 1936)
Autor: Walker Evans (1903 – 1975

La fotografía seleccionada para este ejercicio fue tomada por Walker Evans, un
fotógrafo y periodista estadounidense que consagró su carrera en la primera mitad
del siglo XX con una fijación en las banalidades de la vida urbana cotidiana y sus
detalles. Como fotógrafo con inclinación documental se encontró con su país en
plena crisis financiera y panorama de pobreza e incertidumbre generalizada.
Explorando la estética de lo cotidiano, Evans se topó con el panorama sostenido
del deterioro de las personas, las familias y su calidad de vida.
Desde lo más notorio, esta fotografía es un retrato en blanco y negro (dada la
tecnología fotográfica de la época) de una familia en su casa. La situación precaria
es notoria y la organización familiar también, pues queda claro qué rol tiene cada
una de las personas en la familia. La noción general de la foto es de miseria y
sumisión, producto de las dificultades que debían estar viviendo, traducidas
plásticamente en el deterioro de las ropas y el aspecto físico de ellos mismos y su
entorno. En este retrato de época deja evidenciado el peso de estar pasándolo
mal y la captura de una familia da a entender que como esta podría haber muchas
más. (seguramente las había). Las caras de los integrantes también desprenden
mucho de la situación, tanto desde su confusión como desde la sumisión, por lo
que puede interpretarse que eran momentos de mucha incertidumbre.

El punctum o el elemento punzante en esta fotografía viene desde dos aristas


diferentes, pero que comparten el contraste con la totalidad. En primer lugar, un
detalle conmovedor es la sonrisa del niño en las piernas de su padre, pues su
gesto y su expresión nacen desde lo puramente orgánico, inocente y casual.
Seguramente aún no tiene el entendimiento para comprender la situación, por lo
que es una sonrisa que viene desde el puro instinto personal. Una sonrisa casi
milagrosa, que nace desde el desconocimiento. Se contrasta fuertemente con su
hermana mayor, que tal parece que ya es capaz de percibir las heridas de la
carencia y la necesidad.

Por otro lado, un detalle que me aviva la curiosidad son las fotos que se ven
colgadas en la pared de fondo. Si bien no se percibe muy bien, todo indica que
traen a presencia los momentos más prósperos. En momentos de incertidumbre,
guardar los recuerdos de cuando las cosas fueron mejores y tenerlos presentes
nos aferra a sentir prosperidad. Como observador me conmueve ser consciente de
ese cambio y ver una familia que recuerda cuando estuvo bien, que intenta
mantener vivo el recuerdo de los tiempos mejores.
La miseria (1886)
Autor: Cristóbal Rojas (1858 – 1890)

Considerando el panorama de la fotografía documental de Evans, se propone


comprender la obra pictórica de Cristóbal Rojas desde su enfoque en la miseria y
lo hostilidad de la vida. Rojas fue un pintor de Venezuela con escuela en Paris,
que en sus inicios fue parte del Romanticismo francés y del movimiento del
realismo social, que lo llevaron a retratar las situaciones banales y oscuras de su
realidad. El panorama de sus obras estaba ligado directamente a las vivencias
personales de su azarosa, corta y dolorosa vida.
La miseria de 1886 trata evidentemente de un hombre desesperado junto a una
cama donde yace el cuerpo moribundo de su mujer. Una escena que por
naturaleza es dura y que se remarca con los colores, las tonalidades y los gestos.
Esta vez la miseria no es solo pobreza, sino también enfermedad, lo que trae
consigo este sentimiento de incertidumbre y angustia.

Se puede destacar de esta representación de una escena de agonía lo notorio que


es su cualidad de representación. Esto a raíz de que el capturador (como el
hablante lírico) toma una posición ficticia en la escena, como si se tratase de un
observador intangible e incorpóreo, que no tiene presencial real en el lugar. Esto
se demuestra también en los gestos de las personas, pues no parecen notar que
hubiese alguien más en esa habitación.

Dada su escuela en el Romanticismo francés, la obra de Rojas prepondera en el


dibujo, tanto que casi no se perciben trazos. Desde su mirada realista, el dibujo
encuentra tanta precisión que logra esconder la huella del trazo y de las líneas de
contorno. Solo en las partes de mayor oscuridad se pierde la precisión del dibujo y
aparecen las manchas que, si bien se prestan a la confusión, dan claro mensaje
de qué es lo que se debe ver y lo que no.

Por otro lado, esta pintura parece tener un encuadre de fragmento, pues está
focalizado en las figuras humanas y donde están posadas. El fondo tiene muchos
elementos que aparecen cortados, pero que dejan expresado el panorama
espacial en el que están inmersos. Se podría definir como una escena capturada y
enfocada, muy parecido a cómo sería una fotografía, pues son los límites del
formato los que terminan de delimitar qué forma parte de la imagen.

Desde la perspectiva la imagen se captura de cerca y de frente, compartiendo


tamaños y distancias muy naturales entre el cuerpo humano. Este modo de frente
dificulta la distinción de la profundidad y el ángulo de fuga, sin embargo, en las
luminosidades de los cuerpos y los objetos se da a comprender la espacialidad.
En plena mitad vertical de la pintura se ve una esquina y el vértice de la
habitación. Si bien no se alcanza a distinguir la profundidad del rincón, la
perspectiva de la cama deja totalmente en claro que se trata de una esquina
ortogonal que consagra la estructura completa del dibujo.

Poniendo sobre la mesa ambas imágenes, se pueden relacionar y distinguir desde


diferentes aspectos, algunos referidos a la temática pictórica y otros a la
naturaleza misma de las imágenes.

La temática retratada y documentada es bastante similar: la pobreza, la angustia y


la incertidumbre. El uso de la figura humana para representar emotivamente estas
situaciones hostiles da a entender una condición real y de época, lo que es curioso
ya que corresponden a lugares y momentos diferentes, lo que determina que la
miseria y la enfermedad han estado en todas partes. En este caso sería una
comparativa desde la experiencia de Estados Unidos y de Venezuela, pero más
que eso, del mismo ser humano, pues no se trata de hechos directamente
relacionados con el país sino que la banalidad misma del ciudadano banal. Las
épocas de crisis se comparten a través de estos retratos, que en la observación de
los rostros y la postura corporal se encuentra la imagen de la agonía y la falta de
esperanzas.

Desde los elementos físicos también se observan ciertas similitudes,


especialmente del entorno cercano. Más precisamente la cama y su forma, las
fotos colgadas en la pared, el suelo y las materialidades. El parentesco físico de la
suciedad y el deterioro de una casa construye esta noción de verosimilitud en la
pintura de Rojas, ya que la fotografía de Evans nos corrobora fidedignamente que
efectivamente puede ver así. Desde la perspectiva y el encuadre ambas imágenes
tienen una estructura parecida que definiría como de frente. En esta captura no se
considera el cielo, pero si es notorio la presencia del suelo y de los pies.
Puedo concluir que la principal diferencia que existe entre estas dos imágenes
pictóricas está naturaleza misma. Es la relación que tienen con lo real y la
consciencia que hay al respecto. En la a fotografía familiar de Evans, las personas
miran a la cámara, porque si bien no saben precisamente porqué les sacan una
foto, son fieles en mirar al capturador y su artilugio. Existe una consciencia y por
tanto una pose, las personas en escena son reales y quien capturó el momento
también lo es. Muy por el contrario, en la pintura de Cristóbal Rojas no existe la
presencia del capturador, pues nunca existió ahí realmente y no hay una reacción
de las figuras humanas al respecto.

Es interesante percatarse de que ciertos estados, como la agonía o la


incertidumbre, pesan mucho al verlos en un contexto real o que podamos concebir
como real. La verdadera empatía está en el fantasma de lo que pasó. Aun así, la
ficción o la representación puede tomar elementos y estéticas tan fuertes como la
propia realidad, punzando y conmoviendo desde lo que seguramente podría ser
real.

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