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Análisis de la Carta del 10 de mayo (escrito)

La carta comienza con una introducción al cuadro verbal, en la misma adquiere relevancia
la sensibilidad del protagonista al priorizar su alma y su corazón como guías rectoras de su vida.
Goethe, su personaje, y la juventud del segundo tercio del siglo XVIII propugnan una nueva escala
de valores asentada sobre las bases del corazón y de los sentimientos que nunca nos engañan, una
moral liberada de la engañosa razón.
Desde las primeras líneas podemos observar la conformación de lo que será el sujeto
romántico, es un individuo con un alma atormentada, un ser introspectivo que explora los conflictos
cotidianos guiados por los embates de la pasión, ya en la carta del 4 de mayo lo vemos cuestionarse
su proceder ante un conflicto amoroso instaurando la contradicción inherente a su personalidad:
“...y sin embargo no tuve yo la culpa...” “pero... ¿soy completamente inocente?”.
Werther emplea el pretexto de una supuesta herencia a reclamar para huir y buscar un
equilibrio para su alma atormentada, en la carta que abre la obra menciona que “...la soledad es un
delicioso bálsamo para mi corazón que tantas veces se estremece de dolor y que ahora siento que se
inflama con todos los encantos de la estación primaveral.”
La comarca es el equilibrio entre el mundo social y el mundo natural. El deleite que le
proporcionan los lugares intactos, no contaminados, el mundo rural, es lo que le permite a Werther
un retorno a la Naturaleza, la identificación con la misma y lo lleva a valorar la vida aldeana. Esta
actitud del personaje tiene correlación con un rasgo ideológico del autor, el cual siguiendo los
estudios Lavater consideraba que el hombre campesino o montañés poseía un mayor equilibrio a
diferencia del ciudadano habitual considerado un sombrío neurótico. A partir de estos postulados se
concluyó en identificar la luz como la causa suficiente de aquella plenitud orgánica y por ende
moral y de concepto.
Para el personaje “...la ciudad misma es desagradable...” por eso se refugia en la naturaleza
donde se filtran los rayos sin obstáculos propios de las construcciones ciudadanas. Una
característica del sujeto romántico es, justamente, el rechazo a la artificialidad mundana en
beneficio de la vida rústica y natural. La ciudad se presenta como obstáculo al desarrollo de la
personalidad integral ya que pondera la funcionalización del individuo debido al desarrollo burgués
y las necesidades de ese sector. El “Werther” en su totalidad es una lucha contra obstáculos internos
y externos que impiden la realización libre de la personalidad, cada uno de los problemas éticos que
aparecen están al servicio de esta máxima.
Se presenta desde las primeras líneas el conflicto del artista que conformará un aspecto
fundacional del sujeto romántico, la paradoja establecida entre la vivencia personal y el quehacer
artístico queda planteada: “Ahora no podría dibujar ni un solo trazo, y sin embargo, jamás he sido
tan buen pintor como en estos momentos”; se anula el quehacer pero el ser artista no se anula.
El conflicto se instala ante la imposibilidad de plasmar en un soporte material lo que
observa, experimenta y siente ante el espectáculo natural que se ofrece ante su vista. Por un lado, se
relaciona con el postulado introducido por Kant quien situará la perfección fuera del terreno de lo
abordable, la aspiración la belleza absoluta y a las leyes que la expresan será ideal, de ahí que
Werther se vea imposibilitado de plasmar la perfección de lo que lo rodea, observa un panorama
inigualable, perfecto, bello que manifiesta la presencia de Dios, manifestando el concepto de
panteísmo propio del sujeto proto-romántico que ve a Dios en la naturaleza a diferencia del
romántico que solo encuentra una huella de Dios. Si la naturaleza es perfección y esencia de lo
infinito se torna inaprehensible para un ser limitado y finito como Werther.
Luego de la introducción, Werther realiza en su carta un cuadro verbal. De esta manera, el
pintor que no pinta le da paso al emisor que enuncia un cuadro verbal. Sustituye los pinceles por los
elementos de la Naturaleza internalizados en su alma.
Este cuadro hecho de palabras es viviente y el orden de aparición de los elementos es
descendente: de los rayos del sol al fondo de su alma. Esos rayos del sol penetran los vapores y
llegan al bosque (que es su mundo interior, su propio santuario). Pero en este cuadro verbal lo
protagónico no es la naturaleza sino lo que le permite descubrir al sujeto, de consustanciarse con
otros sujetos vivientes. El sistema de percepción es agudo, fino y pasa por todos los sentidos: táctil
(“espesa hierba”), auditiva (“cascada del arroyo”), visual (de lo más visible, los rayos del sol, a lo
más diminuto que puede percibir a ras de la tierra, como mirando en una especie de lupa, destacada
por la hipérbole: “bullicio de un pequeño mundo entre los tallos…”). Pero esta perceptividad,
sensitividad tienen canales emocionales, afectivos: es un fina perceptividad afectiva.
El cuadro no está ajeno al carácter místico: “siento la presencia del Todopoderoso”. Todo lo
de abajo, lo del mundo terrenal es igual a lo de arriba y viceversa: el microcosmo (“amoroso valle”)
es igual a l macrocosmo (“Dios amante”), que escapa al planteo genésico-hebreo (aunque de todas
maneras se puede hablar de una intertextualidad con el Génesis bíblico en la idea “Dios nos creó a
su imagen y semejanza”). Hay en el cuadro un sincretismo de elementos: hebreos, cristianos,
panteístas, orientales. Esta naturaleza es inmanentemente lo divino (rasgo panteísta) por lo tanto
modelo logrado de belleza.
El cuadro verbal comienza desde lo alto (sol), baja a lo más pequeño y terrestre mirado
con una lupa perceptiva (gramilla, insectos) y se vuelve a elevar, ahora más allá del sol, a lo
divino (Dios-padre). El tiempo humano, cronológico, medible, finito, es sostenido por el
tiempo divino, eterno; que, en el sentido tradicional, no es garantía de eternidad, y aquí radica
la clave del Romanticismo: traficar lo finito con lo infinito, de uno llegar al otro mediante
varias formas: una obra de arte que desafíe la finitud y sea infinita; o mediante la vía mística,
que es lo que Werther está experimentando en este momento (“sería el espejo de tu alma, así
como tu alma es el espejo del Dios infinito”). El cuadro mismo no es estático, en él pasa el
tiempo, va de “los rayos del sol” al “crepúsculo”.
Este es un cuadro descriptivo de carácter pictórico que verbaliza una acción, pero que deja
espacio para que el lector lo imagine (enfatizado con los puntos suspensivos: “...alma como la
figura de una amada...”. Esta imagen de la amada muestra la disposición de Werther, está dispuesto
a recibir lo amoroso femenino (que desplaza a lo amoroso divino); la mujer 1, que es el objeto de
deseo, reúne en sí todos los deseos y es la que hace desaparecer al artista-místico para darle lugar al
enamorado (que integra, a su vez, al artista-místico); pero este enamorado, como en el cuadro,
encuentra el reflejo de su alma pero no el sustento de la misma2.
Hay un desdoblamiento: el Werther que vive la experiencia le habla al Werther artista: “¡ay,
si pudieras expresarlo todo...”. El Werther que está en trance, el que es visional, inspirado, sensitivo,
afectivo, le habla al Werther artista que hay en él. El papel es el soporte del dibujo y de la escritura
de Werther.
Werther caracteriza su vivencia a través de adverbios: “lo que vive en ti tan plena y
ardientemente”, estos adverbios dan los rasgos definitorios de esa vivencia. Esa vivencia es total,
absoluta y despierta en el sujeto el deseo de expresarse, despierta el deseo de permanecer en esa
plenitud (porque expresarla le da permanencia). También hace referencia a la intensidad con que
lleva a cabo esa vivencia: “ardientemente” que, sumada a la plenitud, implica que el sujeto se
consume en esa vivencia, arde. Solo si se puede expresar la plenitud y el ardor, el arte será “espejo
del alma”, que es comparable con el “alma es espejo del Dios infinito”: es el arte el que logra
traficar la sensación de ardor y plenitud a la obra, y aquí radica la concepción del arte para el
Romanticismo: “si pudieras llevar al papel lo que vive en ti tan plena y ardientemente ese sería el
espejo de tu alma, así como tu alma es el espejo del Dios infinito!”, la obra es fiel al alma del
artista, es un juego especular donde no se busca la perfección, sino la infinitud, plenitud, intensidad.
Esta reflexión artística es interrumpida por una apelación a Guillermo, su receptor:

Guillermo,... pero me pierdo y sucumbo bajo el poder de tan magníficas visiones.

De los dos Werther que aparecieron anteriormente, es el Werther-artista el que se pierde, y la


imposibilidad radica en que vive gozosamente, no hay una insatisfacción final, no es trágico, porque
hay otro sostén: está entregado a un estado absoluto3.

1 Carlota, que desplaza a Dios pero a la vez lo integra en ella.


2 Es por esto que el suicidio no es escaparse de sino llegar a; es una forma de esperanza, de reintegración final de su
espíritu con el de su amada).
3 En referencia a su otro (futuro) objeto de deseo, Carlota, sí habrá tragedia e insatisfacción; el espejo de la naturaleza
e más benigno que el del amor.
Los tres elementos presentes en el cuadro son: primero, el santuario de su alma; segundo, la
naturaleza; y tercero, el aliento del Dios amante; habiendo una gradación lumínica en toda la
descripción del cuadro y formando, de esta manera, la trinidad de Werther: alma-naturaleza-Dios,
implícita en la descripción del cuadro. Toda la descripción se produce a través del disfrute de la
misma, donde la perceptividad es la primera herramienta pero también es el reconocimiento vital de
la naturaleza, naturaleza esencial y divina. Es una visión panteísta: Dios es inmanente, pero en lo
que difiere en la concepción de Espinosa es que, el Dios de este, no tiene atributos ni puede
aparecer representado y en Werther sí (es amante, eterno, padre, etc.).
La imposibilidad de la palabra en Werther es un motivo en toda la obra. En la carta del 30 de
mayo: a través de las preguntas iniciales se percibe una crisis de vocación del artista, pero no de
inspiración (“Pero, ¿qué significan poesía, escena e idilio? ¿Es necesario recrear artísticamente lo
que nos revela la Naturaleza?”). Werther está deseoso de escribir el impacto de una pasión, está
abierto, receptivo. La obra se muestra fiel a ese estado de gracia, pero en la medida en que aparece
la pasión amorosa, ese tema se va disolviendo: esto no implica que sean irreconciliables sino que se
proyectan, porque no se podrá entender la pasión por Carlota sin que esté incluido lo divino.

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