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COMENTARIO A LA MONADOLOGÍA DE LEIBNIZ

Es necesario también que cada una de las Mónadas sea diferente de toda otra. Porque no
hay en la Naturaleza dos Seres que sean perfectamente el uno como el otro, y donde no
sea posible encontrar una diferencia interna, o fundamentada en una denominación
intrínseca. (Gottfried Leibniz, La Monadología, n. 9, Edición electrónica de www.
Philosophia .cl, escuela de filosofía universidad de ARCIS.)

Este pequeño párrafo de la monadología de Leibniz, nos insita a adentrarnos en la


constitución y características de lo que él denomina mónadas. En efecto podríamos
empezar por preguntarnos, antes de entrar de lleno a nuestro texto, ¿Qué significa la
palabra mónada para Leibniz? A este respecto, nuestro filósofo concibe que la realidad
esta formada o compuesta por sustancias simples en las que no hay división. Para
entender este tipo de concepción hay que tener presente que para Leibniz el significado
de sustancia es aquello que subsiste en sí sin tener división, es decir simple por carecer
de partes. Por tanto hasta aquí tenemos dos puntos de vistas distintos: el primero es muy
clásico en el que el término sustancia se refiere a una noción más metafísica en la que
poseer el ser en sí mismo es distinto a tener su fundamento en otro como el caso de los
accidentes, sin embargo el adjetivo utilizado como simple es entendido de una manera
muy distinta pues queda restringido a la carencia de potencialidad material y no de
potencialidad en un sentido más amplio.

De ahí que Leibniz entienda a las monádas como sustancias espirituales – realidades
que carecen de partes y no tienen división – como los elementos constitutivos de la
realidad compuesta y material, ya que esta es un conglomerado o agregado de sustancias
simples. No obstante la cuestión fundamental a plantear es ¿cómo establecer una unión
en la que se da lo material, como consecuencia de lo espiritual, únicamente en virtud de
la unión de varias sustancias simples? Es decir ¿cómo de la unión de lo simple surge lo
material? Al parecer el núcleo de este problema versa en que Leibniz identifica
unívocamente ser compuesto con ser material, de ahí la problemática de dicha
fundamentación. Quizás dicha problemática es ocasionada por la concepción de la
realidad desde el ámbito físico en donde lo compuesto es un agregado de sustancias
químicas, en el que el resultado de dos sustancias diferentes da origen a una tercera1.

Ahora bien, concebir la realidad como un conglomerado de sustancias simples,


espirituales, y por tanto sin composición, es concebir una unidad meramente extrínseca
en donde la vinculación de cada mónada con otra se da a manera de átomos que forman
los compuestos; pero como habíamos dicho, esta concepción se enraíza en una
reducción física de la unidad. Por eso se puede entender el por qué para Leibniz cada
mónada se diferencia de otra en virtud de su diferencia interna. En efecto el hecho de
que cada mónada tenga una independencia de las demás se debe a que cada uno de ellas
por ser simple poseen en sí mismas cualidades que las hacen distinguibles y por tanto
únicas. No obstante si cada mónada es un ser de la realidad en donde solamente hay
movimiento interno, en donde nada del exterior influye en ella, entonces ¿cómo explica
Leibniz su relación dentro del compuesto si cada una de las sustancias simples
(mónadas) que conforma el compuesto queda encerrada en sí misma por su

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Santo Tomás…
determinación interna, como especie de cubículos inconexos entre sí y sin relación
externa?

Esta concepción nos ayuda entender el trasfondo de lo que nuestro filósofo quiere
evitar. En efecto habíamos analizado lo que significaba mónada para Leibniz, y
encontrábamos que en su definición se entrelazaban dos nociones en la que se muestra a
la vez la continuidad y diferencia de su “predecesor”: Descartes. Pues bien, si para
Descartes las sustancias de la realidad se reducían a dos; res cogitans y res extensa,
entonces el problema consecuente con su planteamiento daba como origen una
incomunicación de dos sustancias, manifiesta de alguna manera por la independencia
suscrita a la extensión e inextesión. Desde luego, es evidente que si el alma es
inextensible, la pregunta versaría en ¿cómo esta puede mover lo que tiene extensión? o
mejor aún ¿cómo se comunica lo pensante con lo corporal si lo pensante queda
encerrado en sí mismo sin ninguna relación con lo exterior? de ahí que la problemática
suscitada por el cartesianismo sea crucial, ya que la distinción se transforma en
diferencia hasta el punto de no encontrar de nuevo su conexión. Es por eso que para
Leibniz la solución dada por Descartes a esta aporía le parezca insuficiente, pues si para
el conocimiento de las cosas corporales se afirma que hay ideas innatas y para la
comunicación con el cuerpo se situé el alma en la glándula pineal, entonces la relación
entre lo extenso e inextenso sigue sin resolverse. Es por eso que de algún modo Leibniz
trata de salvaguardar esta relación tratando de salir de dicha aporía tratando de apelar a
otra noción de sustancia distinta a la de Descartes, recurriendo a la noción de mónada
como sustancias simple dentro de la realidad compuesta. Por tanto se entiende el por
qué Leibniz concibe cada una de las mónadas diferentes entre sí, pues su concepción de
sustancia intenta resolver el problema de la comunicación o interrelación de las
sustancias en la realidad, dando por sentado que el mundo posee un fundamento
esencial del que cada mónada es fiel reflejo desde su perspectiva.

Sin embargo, el asunto queda aún por esclarecer, porque si es verdad que Leibniz acude
a una noción más especifica de sustancia para poder esclarecer la relación entre lo
espiritual (inextenso) y compuesto (extenso), dando como estatuto de sustancia a lo
simple y no a lo material, siendo esto último el resultado de la composición de varias
monadas (sustancias espirituales), no por eso resuelve el problema de la relación. En
efecto, Leibniz traslada la concepción de la incomunicación de las dos sustancias
cartesianas (pensamiento y extensión) a las relaciones entre monadas, aplicando el
inmanentismo cartesiano a la determinación interna, en la que cada mónada se
diferencia de la otra y en donde cada una de ella no recibe nada externo de las demás, ya
que las “monadas no tienen ventanas”. Aunque la respuesta que da Leibniz sea más sutil
y compleja que la de Descartes, no obstante la cuestión sigue abierta: ¿Cómo se da la
relación de unidad en el compuesto si cada mónada esta inconexa entre sí? Esta misma
pregunta que nos planteábamos más atrás nos lleva a la posible respuesta que nos da
Leibniz ante tan angosto callejón sin salida; es verdad, nos podría contestar Leibniz que
entre mónadas no existen ventanas, pero sí cada mónada tiene una especie de ventana
abierta con su creador del que todas proceden y del cual han recibido una armonía que
sintoniza “sincrónicamente” a modo de reloj ajustado con otros relojes de la misma
realidad; esta es la denominada armonía preestablecida desde la que se trata de dar
respuesta a la comunicación de las monadas no desde si mismas sino desde Dios. Parece
ser que esta respuesta tiene también un cierto punto de entronque con el cartesianismo
aunque no en su contenido, pues este trata de dar respuesta a la existencia de las
sustancias desde Dios, si en su principio, pues se remite a Dios para dar respuesta de la
relación entre sustancias.

Hasta aquí podemos ver que Leibniz trata de dar una posible respuesta a la concepción
de la realidad y su relación en la unidad de composición de sustancias; para esto
redefine la concepción de sustancia expresada en la palabra mónada como sustancias
simples en la que su constitutivo intrínseco le hace una realidad única en relación a
otras; de esta manera las monadas poseen cualidades o propiedades internas que la
hacen distinguibles

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