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Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse

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Rating: Mature
Archive Warning: Creator Chose Not To Use Archive Warnings
Category: F/M
Fandom: Harry Potter - J. K. Rowling
Relationship: Hermione Granger/Draco Malfoy
Character: Hermione Granger, Draco Malfoy
Additional Tags: Healer Hermione Granger, Auror Draco Malfoy, Slow Burn, Unresolved
Sexual Tension, POV Draco Malfoy, Forced Collaboration, they start off
hating each other but you know the drill, reckless overuse of author’s
favourite tropes, Romance, romcom, Harry Potter Epilogue What
Epilogue | EWE, oblivious idiots, All aboard the SS Denial, No first
names we die like men, do not look too closely at the plot you will only
hurt yourself
Language: Español
Collections: Dramione traducción al español, Traducciones al español Harry
Potter/Fics en español
Stats: Published: 2022-02-15 Completed: 2022-09-10 Words: 205,773
Chapters: 36/36

Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse


by Paandreablack

Summary

Hermione se extiende por el mundo mágico y no mágico como investigadora médica y


sanadora a punto de hacer un gran descubrimiento. Draco es un Auror asignado para
protegerla de fuerzas desconocidas, para disgusto de ambos.
Presenta a la hipercompetente y apasionada Hermione y al perezoso, pero peligroso, Draco.
A fuego lento.
Traducción "Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal of Being in Love" by Isthisselfcare.

A translation of Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal of Being in Loveby isthisselfcare
Un ataque antideportivo
Chapter Notes

Nota de la autora:

Esta es una historia que quería leer pero que aún no parecía existir, así que tuve que
ser el cambio que deseaba ver en el mundo.

Después de OotP, el canon se elige sin disculpas por las partes buenas; llamémoslo
canon divergente. Tonalmente, buscamos apuestas bajas y humor con momentos serios
ocasionales, algo así como Three Men in a Boat (Tres hombres en una barca)
y Sunshine Sketches of a Little Town.

No habrá contenido de relleno del elenco de HP: mi enfoque es poner a «H» y «D» en
situaciones extrañas y ver quién asesina a quién primero.

Disclaimer: La historia es de Isthisselfcare (AO3) quien me dio la autorización para


traducirla y el arte que verán en algunos capítulos pertenece a la talentosísima NikitaJobson,
quien también me dio el permiso para insertarlo como en la historia original. No se permite la
réplica de su arte insertado aquí en otro medio.

Nota de la Traductora: ¿Recuerdan cuando les dije que no volvería a traer una historia en
proceso? Bueno, les mentí. Soy débil y me encanta traerles historias que merecen la pena ser
leídas en tiempo real. Así que aquí estoy, con dos empleos, con muchas historias propias en
proceso, otra traducción en revisión y aquí me estoy metiendo en un lío trayéndoles una nueva
historia. Pero es que de verdad, la AMÉ y espero que ustedes también queden encantadas y
encantados.

Es una historia Slow Burn (Quemadura lenta), entonces si esperan sexo desenfrenado y
declaraciones de amor en el episodio uno, mejor vayan a Ponlo de Rodillas o Grilletes y Látigos.

¡Disfrútala!

**~**~**

Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse

"Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love"

De Isthisselfcare

Beteado por las fantásticas Bet y Emily que están una vez más en el ruedo.

Gracias a Sunset82 y Nucifeera por escucharme y ayudarme con mis intensas preguntas.

For Isthisselfcare :

Thank you very much for the permission, I have enjoyed the story so much and I am honored to
take it to another language!

Thank you!

¡Gracias!
Arte por Catherine7mk, cartel por Nikitajobson

**~**~**

Como hombre de medios, Draco Malfoy podría haber elegido vivir una vida de ocio, intromisión
política y chantaje casual, como su padre antes que él. Sin embargo, su absolución por parte del
Wizengamot estuvo acompañada de fuertes recomendaciones de que el joven señor Malfoy luchara
por objetivos tan loables como el bien común, el altruismo y la redención ante la opinión pública.

Y así, después de algunos años de sembrar su avena salvaje, y muchas maldiciones, por el
continente, Draco Malfoy había regresado a Londres, donde hizo un breve trabajo en el programa
de entrenamiento de Auror, de tres años a uno y medio, por favor, y se unió a esa noble Oficina.
Draco había sido estratégico en su elección de carrera, por supuesto: ser un Auror ofrecía suficiente
heroísmo para una cobertura positiva en las noticias y suficientes asesinatos sancionados por el
Ministerio para mantenerlo interesado en el trabajo.

Draco era un excelente Auror; algo acerca de casi convertirse él mismo en un mago oscuro le dio
información bastante útil sobre las mentes de los magos y brujas traviesos. El problema con la
competencia, sin embargo, fue ser recompensado con casos cada vez más complejos por la Jefa de
la Oficina de Aurores; una tal Madame Nymphadora Tonks.

Y así, nuestra escena de apertura: un lunes por la mañana en algún momento de enero. En medio
de los cubículos grises de la Oficina de Aurores, Tonks estaba repartiendo las asignaciones de
Clase A del mes a sus principales Aurores como un vengativo Papá Noel.

—Montjoy, te vas a Hethpool: tres niños muggles encontrados muertos sin sus hígados; ese
aquelarre de brujas de Stow puede haberse reagrupado. —Una carpeta que contenía el material del
caso fue arrojada sobre el escritorio de Montjoy.

—Buckley: sospecha de nigromancia y otro juego sucio, Isla de Man —Buckley aceptó el
expediente que le ofrecían con una mueca—. Vas a llevarte a Humphreys contigo; no olvides ser
un buen mentor y no traumatizarla demasiado.

Tonks dobló la esquina hacia los siguientes cubículos.

—Potter, Weasley: deben continuar con los vampiros en los Valles, pero si no avanzan más,
me involucraré personalmente. La mitad de Yorkshire se secará a este ritmo. Goggin: un idiota está
experimentando con la tortura transfigurada en prostitutas muggles en Glenluce. No me daré
cuenta si lo traes con algunas extremidades rotas o si le faltan partes.

Tonks ahora se detuvo frente al escritorio de Draco.

—Malfoy, ya que te fue tan bien con el Lanark Lunático la semana pasada, te dejaré elegir tu
veneno.

Draco miró a Tonks con cautela: era poco probable que el veneno fuera una exageración.

—¿Cuáles son mis opciones?

Tonks dejó caer dos archivos sobre el escritorio de Draco.

—Opción uno: un mago acusado de actos inapropiados con trolls, un verdadero deleite para los
sentidos, u opción dos: una solicitud del Ministro de Auror para la protección de un objetivo de
alto perfil.

—¿Actos inapropiados? —repitió Draco, tirando de las carpetas hacia él con una mano lánguida.

—No sé sobre tu nivel de tolerancia, pero he perdido bastante el apetito —Tonks adelantó su
barbilla hacia la carpeta más a la derecha—. Hay fotografías para su edificación.

Draco cometió el error de abrir la carpeta del troll. La volvió a cerrar con un sonido estrangulado
de disgusto.
—Tomaré la tarea de protección.

—Correcto —dijo Tonks, tomando la carpeta del troll y su horrible contenido del escritorio de
Draco—. El sodomizador de trolls irá a Fernsby. ¡Fernsby! Ven aquí.

Fernsby salió de un cubículo distante. Tonks golpeó la carpeta contra su pecho.

—Te vas a Morpeth. Escuché que el Mar del Norte es hermoso en esta época del año.

Si Fernsby tenía reservas sobre la belleza de una estancia de enero en el Mar del Norte, se las
guardó para sí mismo. Rara vez valía la pena discutir con Tonks.

—Informes de progreso en mi escritorio el lunes por la mañana. —gritó Tonks a la oficina en


general. Un gruñido de asentimiento de los Aurores siguió a la solicitud.

Tonks le dio a Draco una mirada aguda.

—Esperando el tuyo, Malfoy. Tengo un grado de curiosidad sobre eso: el objetivo está trabajando
en un proyecto de alto secreto; ni siquiera me dijeron de qué se trataba.

Tonks regresó a su oficina y logró pisar el pie de un colega desprevenido sólo una vez.

Draco, ahora bastante curioso, jaló la carpeta hacia sí. La solicitud de protección vino directamente
de la Oficina del Ministro y Shacklebolt había solicitado una auditoría de seguridad, protección
defensiva, todas las medidas de mejora de la confidencialidad conocidas por los
aurores, escolta, por favor, y vigilancia de protección... En resumen: un maldito trabajo.

Draco se irritó preventivamente: esto sonaba más bien como a esfuerzo.

¿Y quién, por favor, mereció este tratamiento extravagante?

Pasó algunas páginas más de demandas ministeriales para encontrar, finalmente, al director.

Y esa fue Hermione-Maldita-Granger.

Su fotografía estaba fijada en la parte superior de una breve nota biográfica, como si alguien vivo
hoy no la conociera a ella ni a su cabello. Miró seriamente a Draco, parpadeó una vez y luego salió
del cuadro.

Draco tomó la carpeta y se dirigió a la oficina de Tonks. Rara vez valía la pena discutir con ella,
pero este expediente merecía un intento especial.

—Tonks, no puedo aceptar esto. Tendrás que dárselo a otra persona.

Tonks levantó la vista del pergamino que había estado atacando con una pluma. Su cabello se
volvió de un malva burlón.

—¿Por qué no?

—Es Granger. Esa es la Principal. ¿No lo habías visto?

—¿Y?

—No nos llevamos exactamente bien —dijo Draco en un gran eufemismo.

—¿Me estás diciendo que algún disgusto en la escuela de hace quince años interferirá con tu
capacidad para llevar a cabo esta tarea? —preguntó Tonks.

En el reflector de enemigos detrás de ella, siluetas sombrías se agrupaban, como si quisieran


escuchar a escondidas el drama.

—Tenemos una historia bastante infeliz —dijo Draco.

—¿Peor que tú y Potter?

Este Draco consideró eso por un momento. Finalmente, respondió:

—En cierto modo.

—Bueno —olfateó Tonks—, intercambia con Fernsby. Estoy segura de que estará muy feliz de
cambiar un trabajo de protección cómodo por el aficionado a los trolls.

—... ¿No hay nada más que pueda tomar?

Tonks le dirigió una mirada sofocante, enfatizada por el hecho de que sus ojos se volvían de un
amarillo peligroso, como de halcón.

—Acabo de asignar las misiones del mes, Draco, y no permitiré que tu complejo sobre el dominó
Granger se extienda por completo.

—No tengo ningún complejo con Granger.

—Bueno, entonces te irá bien. Largo.

Tonks agitó su mano y la puerta de su oficina se cerró lentamente, sacando a Draco.

Draco regresó a su escritorio, medio con la intención de pedirle a Fernsby el intercambio; sin
embargo, el gorgoteo de horror que emanaba del cubículo de Fernsby fue suficiente para cambiar
de opinión.

Bien; haría lo de Granger. En cualquier caso, no era pornografía troll.

**~**~**

Draco le envió a Granger una nota fríamente profesional en la que decía que estaría encantado de
reunirse con ella lo antes posible para discutir la solicitud de protección del Ministro.

Granger envió una nota igualmente gélida que indicaba que la solicitud del Ministro era una
reacción exagerada por parte del Ministro y que ella se ocuparía de ello en breve, y que por favor la
ignorara.

Draco no respondió, pero disfrutó de una tarde libre en lugar de informar de inmediato a Tonks de
este afortunado acontecimiento.

Entonces Granger arruinó todo volviendo a escribir, indicando que, para su decepción, el Ministro
no había cambiado de opinión y seguía adelante con este -desproporcionado e ilógico, en su
opinión-, plan de acción. ¿Draco estaría disponible para reunirse a las nueve en punto este jueves?
El Laboratorio Granger, Trinity College, Cambridge.

Mientras arrojaba la misiva al fuego, Draco pensó: «Cambridge, por supuesto». ¿Cómo podríamos
esperar algo menos de Hermione Granger?
Así que Draco Malfoy se encontró en la puerta del Trinity College en la brumosa Cambridge a la
hora inhumana de las nueve de la mañana. El muggle en turno de la caseta no miró dos veces su
túnica ,muchos de los muggles que deambulaban vestían largos vestidos negros, pero le dio a
Draco una mirada aguda cuando dijo que estaba allí para ver a Granger.

—La Doctora Granger —dijo el Muggle—. ¿Tiene una cita, señor?

—Sí.

—¿Nombre?

—Malfoy —dijo Draco.

El muggle consultó un gráfico. Encontró lo que sea que estaba buscando, aparentemente, porque
Draco fue señalado hacia el patio verde en Trinity College. «No es un patio, los
llamamos tribunales en Cambridge», dijo el muggle en la puerta a unos turistas, pero Draco no le
prestó atención: reconoció un patio cuando lo vio.

La nota de Granger incluía algunas instrucciones sobre cómo ingresar a la parte mágica del
colegio, lo que llevó a Draco a una puerta oculta mágicamente en el extremo sur del patio. Una
placa muggle indicaba que el Salón del Rey estuvo una vez aquí, pero que había sido destruido en
el siglo XVI. Draco golpeó la placa de bronce con su varita, siguiendo las instrucciones de
Granger, y el Salón del Rey aparentemente destruido floreció ante él. Draco decidió que Granger
obtuvo un dos sobre diez en su evaluación inicial de seguridad: al menos los muggles deshonestos
no podrían encontrarla de inmediato. Y, con ese generoso pensamiento, entró en el Cambridge
Mágico.

A las nueve en punto de un día laborable, el Salón del Rey era un hervidero de magos y brujas
eruditos que se dirigían al avance del conocimiento mágico. Draco había pasado años en
la Universidad de París para obtener su Licenciatura en Alquimia y su Maestría en Magia Marcial
(Duelo), pero nunca había puesto un pie en una institución de educación superior en el Reino
Unido. El Salón del Rey conservó su ambiente del siglo XVI, oscuro, con un exceso de madera
tallada y luz de velas, y vaciló en algún lugar entre el gótico puro y el renacimiento temprano en la
decoración.

Mientras observaba a la multitud frente a él, variantemente estudiosos o excéntricos, Draco se


preguntó cuánto del poder mental de la Gran Bretaña Mágica se encontraba en estos sagrados
salones. En cualquier caso, había al menos un gran cerebro en las instalaciones. Completamente
perdido entre cinco escaleras del primer piso, decidió indagar por direcciones hacia ese cerebro.

—Tú, ahí —dijo Draco, apuntando su barbilla hacia un joven que pasaba. El chico parecía de unos
22 años, serio, y apretaba contra su pecho un texto sobre Aritmancia Teórica Avanzada.

—¿Sí? —preguntó el joven.

—Estoy buscando a Granger —dijo Draco.

El chico le frunció el ceño.

—La Profesora Granger. Sus oficinas están en el tercer piso, con los otros Miembros.

—Gracias —dijo Draco, preguntándose cuántas veces más iba a ser corregido hoy sobre el título
de la preciosa Granger.

Subió las escaleras y cruzó pasillos donde vio una variedad de cosas interesantes: aulas, salones,
salas de lectura, oficinas, una botica, una cafetería y lo que parecía ser un pequeño zoológico.
Finalmente, llegó a una puerta que simplemente ponía: «GRANGER. Toca para llamar la
atención».

¿Ves? Ahí. Sin títulos exagerados.

Draco tocó para llamar la atención.

Luego miró por la estrecha ventana que flanqueaba la puerta y casi se dio la vuelta para irse de
nuevo, porque el laboratorio más allá parecía decididamente muggle y debió haberse equivocado
de camino en alguna parte, solo que decía «GRANGER», justo allí.

Su llamada fue respondida por un Ser con una bata blanca brillante y extraños cubrebocas
translúcidos.

—¿Puedo ayudarte? —preguntó el Ser.

—Estoy buscando a Granger —respondió Draco.

— La sanadora Granger no acepta visitas sin cita previa —dijo el Ser, con la espalda bastante
rígida—. ¿Ella te está esperando?

—Lo hace —dijo Draco, agregando este nuevo título a la lista cada vez más ridícula.

—Está bien —dijo el Ser, con lo que probablemente era una mirada sospechosa, pero Draco no
podía decirlo detrás de las gafas-cosas—. Su oficina está abajo a la derecha.

El Ser se apartó, por la voz, Draco ahora estaba relativamente seguro de que era una mujer
humana, pero los accesorios hacían difícil decirlo, y con eso, Draco estaba dentro. Su evaluación
inicial de las medidas de seguridad de Granger se desplomó fuertemente a uno de diez.

Le complació darle a Granger un horrible puntaje bien merecido; no le agradó pensar en el trabajo
que supondría poner este lugar en marcha.

Llamó a la puerta de la oficina.

—Adelante —dijo la voz de Granger. Una explosión del pasado: crujiente, remilgada, impaciente.

Draco entró en la oficina. Granger estaba sentada detrás de un escritorio ordenado, aunque
demasiado lleno.

Se miraron el uno al otro en un momento decididamente incómodo, algo a lo que Draco, ahora un
Auror completamente calificado y bastante peligroso, ya no estaba acostumbrado, y, tal vez, a
juzgar por la infeliz expresión de su boca, Granger tampoco.

El tiempo cura todas las heridas, pero entre Granger y él, había muchas que curar, y en este
momento, quince años se sentían como un tiempo bastante corto desde que habían sido niños
luchando entre sí en lados opuestos de una guerra. Draco no podía recordar cuándo había hablado
directamente con ella por última vez, y ciertamente sabía que nunca había estado solo en una
habitación con ella.

Granger se levantó para saludarlo con la siguiente demostración de elocuencia:

—Malfoy.

—Granger —dijo Draco, con la misma elocuencia.


Hizo un gesto hacia una silla al otro lado del escritorio. Mientras caminaba hacia ella, Draco se
encontró siendo evaluado por Granger. Su mirada pasó de su cabello a su rostro, a la insignia de
Auror en su pecho, y de su túnica negra a sus botas.

Al ver que estaban prescindiendo de las sutilezas, Draco la evaluó descaradamente a cambio: el
cabello; una melena rizada enrollada en lo alto de su coronilla, el rostro; más delgado, más severo
de lo que recordaba, la misma extraña capa blanca que el Ser, los vaqueros negros; tan muggles,
las deportivas casuales.

Draco abrió la boca para hacer algunos comentarios de apertura vagos, alguna charla sobre
Cambridge, o Potter y Weasley, u otra tontería por el estilo, pero Granger fue directamente al
grano.

—Esto es un absoluto desperdicio de recursos de Auror.

La falta de delicadeza era bastante característica de Granger: algunas cosas no cambiaron. Draco se
acomodó en su silla.

—Dame un poco más para continuar y puedo presentar un caso a Shacklebolt para retirar la
solicitud. No tengo más ganas de estar aquí que tú.

Granger frunció los labios hacia él. Draco se preguntó cuándo Minerva McGonagall se había
Aparecido en la silla de Granger, y adónde había llegado Granger.

—Está bien —dijo finalmente Granger—. Hace quince días, actualicé a Shacklebolt sobre el
progreso de cierto proyecto de investigación. Un proyecto de investigación que no es de la
incumbencia del Ministerio, ni es financiado por él, por cierto. Estaba compartiendo lo que pensé
que eran buenas noticias con un viejo amigo y mentor, que resulta ser el Ministro de Magia.
Aparentemente, las noticias eran demasiado buenas. Shacklebolt teme las repercusiones, ya que el
proyecto tendrá... implicaciones para cierto segmento de la población.

—¿Qué implicaciones? —preguntó Draco—. ¿Qué segmento?

—Preferiría no decirlo, ya que espero que no te involucres en nada más allá de esta reunión.
Shacklebolt está exagerando. Hablaré con él nuevamente esta semana y lo convenceré de que
ponerme bajo la vigilancia de Aurores es completamente innecesario.

—Protección de Auror —corrigió Draco. Aurores de su calibre no fueron asignados a trabajos de


vigilancia de poca monta, gracias.

—Llámalo como quieras —dijo Granger.

—Shacklebolt tiene sus defectos, pero la propensión a reaccionar exageradamente no es uno de


ellos —dijo Draco. No había mucho amor perdido entre él y Shacklebolt, pero había cierto respeto.

—No, no es una de sus propensiones. Por eso me sorprendió bastante, en realidad me consternó, su
decisión de involucrar a tu Oficina.

Draco levantó una ceja.

—¿Es posible que no esté exagerando?

La mirada que Granger le lanzó fue decididamente hostil.

—No.
—Entonces, ¿no crees que este avance o descubrimiento tuyo te está poniendo en un nuevo riesgo?

—No por el momento. Primero, nadie sabe acerca de este desarrollo reciente, aparte del propio
Shacklebolt y, mi personal, en diversos grados, en los cuales confío implícitamente. Y, en segundo
lugar, aunque he hecho un gran avance, todavía no he resuelto el problema: ese será el trabajo de al
menos otro año. No estaré en la portada de El Profeta pidiendo que me asesinen mañana.

—¿Shacklebolt cree que vas a ser asesinada?

—Él piensa, probablemente con razón, que algunas personas no estarán contentas con mi avance.

Draco decidió que necesitaba hablar con Shacklebolt. Tal vez sería menos cauteloso que Granger y
le revelaría algo útil al Auror que le había sido asignado. Draco sintió ahora verdadera curiosidad
sobre la naturaleza de este «Buen Descubrimiento».

Su siguiente pregunta fue formulada cuidadosamente: no quería arrojar dudas sobre la herencia de
Granger, que los dioses no lo permitieran; ya estaba sobre hielo delgado en todas partes en ese
frente, pero había cosas que ella podría no saber, como nacida de muggles.

—¿Podría Shacklebolt ser consciente de ciertas... predilecciones o sesgos mágicos a los que no
perteneces, que eso sería motivo de preocupación?

Granger tomó aliento, como lo haría si estuviera reuniendo la paciencia que le queda.

—Si te dijera que he resuelto la hambruna mundial, o algo igualmente maravilloso, ¿te detendrías a
preocuparte por las acciones de algunos detractores?

—Un detractor sería suficiente para despachar a un investigador bienhechor, especialmente uno
que mantiene su laboratorio asegurado con un amuleto de bloqueo de grado 3 y algo de alambre
gallinero.

Una de las rodillas de Granger comenzó a rebotar; le recordó a un gato moviendo la cola con
molestia.

—¿Lo hiciste? —preguntó Draco.

—¿Qué hice?

—Resolver la hambruna mundial.

—Nada tan grandioso. Ese fue un ejemplo.

—¿Dónde guardas tus hallazgos? —preguntó Draco.

Ahora fue el turno de Granger de levantar una ceja, que fue la totalidad de su respuesta.

Draco señaló la oficina a su alrededor y el laboratorio al otro lado de la puerta.

—Sólo pregunto porque hay alrededor de tres docenas de vulnerabilidades en tu configuración


actual, Granger, y eso es sólo lo que vi en los cinco minutos que tardé en llegar aquí. Si quisiera
resolverlo, prefiero pensar que podría.

—¿Lo harías?

—Sí.
Ver a Granger sonreír era... algo. Sin embargo, desapareció rápidamente.

—Si sólo estamos hablando de seguridad física, no he tenido exactamente una razón para
aumentarla más allá de las medidas habituales hasta hace muy poco. Puedo asegurarte que soy
bastante capaz de proteger el laboratorio más allá de un encantamiento de bloqueo y mantener mis
datos seguros.

—Perfecto —dijo Draco—. Procede con eso. Volveré en unos días para hacer una prueba de
penetración. Si cumple con eso, e implementas las medidas adicionales que te recomiendo, es
posible que podamos convencer a Shacklebolt de que tú y tu investigación están bastante seguros, y
podremos dejar esto atrás.

Este desafío fue superado con un, bastante loable, pensó Draco, un mínimo de arrogancia de su
parte.

Los ojos de Granger se endurecieron: el desafío fue reconocido y aceptado.

—Excelente. ¿Y cuándo tendrá lugar esta prueba de penetración?

—No te estoy dando una advertencia —dijo Draco, levantándose—. ¿Crees que una amenaza del
mundo real lo haría?

—Brillante —dijo Granger, levantándose también. El sarcasmo agravó el borde de sus palabras—.
Me encantan las sorpresas.

No se dieron la mano y ella no lo acompañó a la salida.

Draco programó una visita con el Ministro de Magia más tarde esa semana. Pasó junto a la
asistente de cara amarga del Ministro el día designado, preguntándose quién había orinado en sus
Pixie Puffs.

Shacklebolt era tan reticente con los detalles como lo había sido Granger, pero inculcó a Draco la
importancia de mantener a Hermione Granger a salvo para completar su proyecto, en beneficio de
todos los magos. Todo era muy grandioso y extremadamente vago.

Lo único positivo fue el evidente placer de Shacklebolt de que fuera Draco quien terminara con la
tarea:

—Sé que no dudarás en ponerte desagradable, Malfoy, si algún individuo malicioso hiciera un
movimiento contra ella.

Draco aceptó el cumplido ambiguo con una reverencia burlona.

—Está calentando los berberechos de mi corazón, Ministro.

Shacklebolt le devolvió la reverencia con una inclinación de cabeza. Luego se puso sombrío.

—No me decepciones. Ella podría cambiar la vida de cientos, miles, para bien.

—Y, sin embargo, ni ella ni tú me dirán en qué consiste el proyecto. ¿Te hizo tomar un maldito
Juramento Inquebrantable antes de revelar algo?

Shacklebolt levantó las manos, sin responder de una forma u otra, y así le dio a Draco su respuesta.

—Ella tendría la previsión —dijo Draco, lanzando un puñado de polvos flu en la chimenea de
Shacklebolt—. Cambridge.

Esto era todo: le había dado suficiente tiempo para prepararse.

Era tarde el lunes por la noche. El Trinity College estaba en silencio. Draco supuso que Granger
estaba cenando o intimidando a inocentes estudiantes universitarios. Se paró en la puerta de su
laboratorio, golpeándose la barbilla con la varita pensativamente. Sin embargo, antes de que
lanzara un sólo encantamiento o comenzara a husmear, Granger dobló la esquina.

—Malfoy —dijo ella, luciendo un poco despeinada y sin aliento. Draco archivó su llegada
oportuna para un análisis futuro. Ella era demasiado inteligente para que fuera una coincidencia y,
sin embargo, él no había lanzado un sólo hechizo que hubiera hecho notar su presencia...

Granger había abandonado su ropa muggle por túnicas verdes de sanadora. Parecía tan irritable
como impaciente, y rápidamente confirmó ambas condiciones al preguntar:

—¿Es hora de tu tan cacareada prueba? ¿Cuánto tiempo tardará?

Draco no apreció su tono, lo que sugería que esto podría ser un asunto de varias horas.

—Eso depende de tu protección, estoy pensando en un cuarto de hora en el peor de los casos.

La ceja de Granger se crispó ante la arrogancia de esta réplica.

—Excelente, acabo de hacer un turno en Urgencias y estoy absolutamente hecha polvo.

Agitó su varita y, con una exhibición bastante impresionante de Transformaciones, no es que Draco
diera ninguna señal de estar impresionado, transformó una de sus horquillas en una silla de madera
brillante, en la que se sentó para observarlo.

A Draco no le importaba una audiencia, especialmente cuando iba a desmantelar sistemáticamente


los intentos de la audiencia de mantenerlo fuera y enseñarle algo de humildad.

Draco volvió su atención a la puerta.

—¿Urgencias? Pensé que eras una investigadora.

—El HSM tiene una escasez crónica de personal. Hago turnos en San Mungo para ayudar.
Mantiene afiladas mis habilidades de curación.

—Bien por ti.

—Mmm.

Después de algunos encantamientos de diagnóstico, Draco tuvo que dárselo a Granger: había hecho
su tarea. No es una sorpresa, de verdad. Los encantamientos protectores que ahora protegían la
puerta de su laboratorio eran muchos, bastante complejos y bien elaborados.

Draco se puso a trabajar, pero no sin molestarse un poco.

—¿Encantamiento maullido? Insultante, Granger.

—He aprendido a trabajar desde el mínimo común denominador hacia arriba. —Fue su seca
respuesta.
Los hechizos de intruso básicos que siguieron fueron descartados con unos pocos movimientos de
varita; el Salvo Hexia fue un buen calentamiento. Entonces Draco se metió en lo bueno: Foribus
Ignis, Custos Portae, un Confundus dirigido directamente a su cabeza, revelado sólo cuando había
quitado las otras dos protecciones; un maleficio cegador astuto que parecía malvado; un embrujo
de calvicie que era decididamente antideportivo, y un Confringo oculto en la manija de la puerta
para que cualquiera lo suficientemente estúpido lo tocara.

Draco desarmó a este último con un pequeño toque y listo, sin duda, y empezó a sudar, diciéndose
que al menos si le volaban la cara, había un sanador cerca que podría ayudar.

La puerta se abrió. Le había llevado cuatro minutos. Y, sin embargo, Granger no parecía
impresionada.

Draco abrió la puerta para revelar un muro de piedra.

—Graciosa —dijo Draco.

Su rostro no mostraba ninguna inquietud, pero había estado perdiendo el tiempo con un señuelo
(absolutamente impecable). Agitó su varita un pie más abajo en la pared y apareció la verdadera
puerta del laboratorio.

Granger se encogió de hombros.

—Necesitaba que mi personal pudiera entrar. No son expertos en desarmar protecciones, pero
pueden manejar un Finito Incantatem.

Draco entró al laboratorio para continuar con su evaluación, su cuello estaba bastante rígido. Su
audiencia agitó su silla hacia atrás en forma de horquilla y la siguió.

—Normalmente, insistiría en que nos pongamos el EPP adecuado, según los protocolos de
laboratorio húmedo de Trinity —dijo Granger—. Pero hemos hecho los arreglos para el día. No
creo que puedas lastimarte con nada.

Una vez más, a Draco no le gustó su tono, que esta vez sugería que, de lo contrario, podría
suicidarse por accidente.

Hizo caso omiso de las estériles superficies blancas y de acero que constituían la mayor parte del
espacio y se trasladó a los estantes y armarios en un extremo del laboratorio, que parecía un lugar
probable para un laboratorio activo para almacenar datos. Sin embargo, los contenidos bien
organizados fueron inútiles: se trataba principalmente de literatura científica muggle, incluidas
algunas de las publicaciones de Granger. Las palabras saltaban a Draco sin sentido: citocinas,
anticuerpos monoclonales, receptores de antígenos quiméricos, células T...

—Me doy cuenta de que el propósito de esta prueba es ver hasta dónde llegarías y qué puedes
descubrir sobre mi investigación, pero vuelve a poner las cosas en orden —dijo la voz de Granger,
con irritación en sus palabras.

Draco, de espaldas a ella, se permitió poner los ojos en blanco: un texto estaba medio centímetro
fuera de lugar. Lo empujó hacia adentro. Agitó su varita hacia la totalidad de la colección para
descubrir transformaciones u otros hechizos de ocultación, pero no había ninguno. Luego hizo lo
mismo sistemáticamente con el resto del laboratorio, buscando escondrijos o escondites o, a
medida que se enfadaba, cualquier rastro mágico. No había nada mágico excepto el contenido de
los diversos viales y tubos de ensayo agrupados en grupos ordenados a lo largo de las mesas de
trabajo del laboratorio.
—Si robara estos y los hiciera analizar, ¿qué descubriría? —preguntó Draco.

El resplandor de su hechizo iluminó los viales de interés. Granger caminó hacia ellos y señaló.

—Células T gamma delta. Antígenos: MART-1, Tirosinasa, GP100, Survivina. Todos de


procedencia mágica, razón por la cual tu hechizo los está revelando, pero no dignos de mención.

—Ya veo —dijo Draco, que no vio nada.

—No sé quién realizaría su análisis hipotético, en el caso de que fueran robados para descubrir en
qué estoy trabajando, pero debo decirte que muy pocas personas en el Reino Unido serían capaces
de extraer conclusiones significativas de esto.

Draco sintió la falsa modestia en las palabras; por muy pocos, se refería a ninguno en absoluto:
Estoy rodeada de idiotas y soy la única que puede dar sentido a cualquiera de estos extractos
horriblemente nombrados.

—¿Y esos? —preguntó Draco, señalando los viales más grandes y de aspecto más familiar a lo
largo de la última fila.

—Sus analistas hipotéticos descubrirían Sanitatem perfectamente preparado —dijo Granger—. Esa
es una poción curativa —añadió, innecesariamente.

—Un hallazgo de importancia crítica, en el laboratorio de un Medimago —dijo Draco, su molestia


se transformó en sarcasmo.

Había una pequeña mueca en la comisura de la boca de Granger: presunción y diversión,


rápidamente sofocadas.

Draco estaba haciendo su propia asfixia, pero en su caso, era exasperación. Ella le había hecho
perder el tiempo en una búsqueda inútil con las protecciones de la puerta, sabiendo que no había
nada realmente útil en el laboratorio en sí, a menos que uno estuviera en posesión de unos doce
doctorados para ponerlo todo junto.

Pero tenía que estar registrando los hallazgos: era demasiado metodológica y meticulosa para no
hacerlo.

Ahora Draco se volvió hacia una esquina del laboratorio que había ignorado como algo natural.
Era el área más muggle de todo el lugar: un escritorio de esquina repleto de cajas de luz brillantes.
¿Granger también podría haber lanzado un No me notes en el lote? No, sus hechizos de detección
no mostraron nada. Esa había sido una característica de sus propios hábitos incorporados; sus ojos
se apartaron casi naturalmente de lo no mágico, lo absolutamente mundano, lo terriblemente
muggle. Tendría que vigilar eso: una debilidad, claramente.

Caminó hacia el escritorio. Y, por primera vez desde que Draco había entrado al laboratorio,
Granger se animó y pareció interesada en los procedimientos. Ahora estaba llegando a alguna
parte.

—Computadoras —dijo Draco, sacando algún recuerdo lejano de Estudios Muggles.

—Bien hecho —dijo Granger, con el tono que uno usaría para elogiar a un niño especialmente
lento que había identificado correctamente un animal de establo.

Draco la favoreció con una mirada sucia. Su rostro estaba impasible, pero sus ojos la traicionaban:
tenía curiosidad por saber qué iba a hacer él a continuación.
Y, por supuesto, no tenía la menor idea de adónde ir desde aquí, aparte de hechizar a las
computadoras para que se sometieran, pero por lo que recordaba, estos dispositivos no eran
sensibles. Se paró frente a las cajas brillantes, sobre las cuales se movían líneas lentas en patrones
aleatorios.

—...Necesitaría traer a un hijo de muggles —dijo Draco finalmente.

—Oh, sí, eso sería un comienzo —dijo Granger. Se miró las uñas—. También querrás encontrar a
uno que sea un hacker decente. No estoy segura de que existan muchos de ellos entre los magos,
pero tal vez uno o dos en el Reino Unido.

—Un pirata informático.

—Sí —dijo Granger, sin ofrecer más explicaciones sobre el término violento.

—Si, como sospecho, tus hallazgos están en estas cosas, ¿qué me detendrá, un malo, de destruir el
lote y detener su investigación en seco? —preguntó Draco.

Granger se encogió de hombros.

—No importaría. Todo está en la nube.

—La nube.

—Sí. Estaría fuera del costo del equipo, eso es todo.

—Así que tu mago oscuro estándar del pantano, sin nada bueno, no tendría mucho que descubrir
aquí.

—Me temo que no —dijo Granger.

—Las protecciones en la puerta eran un rompecabezas divertido. Gracias por hacerme perder el
tiempo.

—Quería ver si eres tan bueno como dicen —dijo Granger.

Draco la miró rápidamente, queriendo saber quiénes decían, porque le gustaba escuchar lo bueno
que era.

Granger no lo complació.

—Tenía algunas otras ideas para otros maleficios y cosas —dijo, señalando hacia la puerta—, pero
no tuve tiempo.

—Entonces, no hay evidencia de ocultamiento, no hay hallazgos escritos, computadoras, nubes...


—Draco miró a Granger—. Si soy un malo que necesita información, ¿qué hago ahora?

Granger lo miró inquisitivamente.

—¿Qué haces?

—Voy tras de ti —dijo Draco.

Levantó su varita y, una fracción de segundo después, su hechizo la golpeó en el pecho.

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Draco Malfoy: Genio Inventor

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Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse

"Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love"

De Isthisselfcare

Beteado por las fantásticas Bet y Emily que están una vez más en el ruedo.

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Los Lumos se disiparon inofensivamente en la túnica de Granger, pero su conmoción fue, no


obstante, evidente.

—Eso fue innecesario —jadeó, con una mano en su pecho.

Draco se dirigió hacia la oficina de Granger con un poco de despreocupación.

—Te prometo que otros hechizos no serían tan amigables.

—Nadie va a lanzarme hechizos hostiles sin razón alguna —dijo Granger, siguiéndolo.

—No tienen una razón ahora, pero si tu Gran Avance es tan significativo como cree Shacklebolt, y
entonces, cuando, salga a la luz, entonces... —Se volvió hacia ella otra vez, con la varita levantada.

Esta vez estaba más preparada y escupió un Protego.

—Mejor —dijo Draco—. ¿Cómo está tu resistencia a la Maldición Imperius?

Granger se quedó quieta, su mano agarrando su varita.

—Si me arrojas eso en mi propio laboratorio, te ahogaré en Sanitatem y disfrutaré de la ironía.

Draco miró por encima de él. Cada vial de Sanitatem había levitado de los bancos y se cernía sobre
su cabeza. En una situación real, haría desaparecer todo el lote y volaría a Granger a través de dos
paredes en la mejilla. Sin embargo, fue un poco impresionante de magia no verbal.

—Admito que tu investigación está más o menos a salvo, físicamente, de la mayoría de los
intrusos mágicos —dijo Draco. Los viales volvieron a colocarse en su lugar—. Pero todo vive en tu
cabeza y, por lo tanto, puede ser leído, o torturado fuera de ti o de cualquier miembro de tu
personal.

—Soy el IP del proyecto en cuestión. Mi personal consta de cinco estudiantes universitarios y ocho
estudiantes graduados cuya comprensión combinada del proyecto es probablemente del quince por
ciento, repartida en trece mentes. No son una gran vulnerabilidad.

Draco le dirigió una mirada dura.

—Entonces tú eres la vulnerabilidad.


Ella, como era de esperar, parecía ofendida.

—¿Cómo está tu Oclumancia? —preguntó Draco. La pregunta fue acompañada, por supuesto, por
un poco amistoso de Legeremancia.

A Draco se le concedió, por un instante, una visión clara de la percepción que Granger tenía de él
en ese preciso momento (larguirucho, arrogante, principito con buen cabello) y luego fue
expulsado mentalmente de su mente.

Presionó un dedo en el centro de su frente: esta bruja estaba haciendo que su cerebro ardiera.
Mientras tanto, parecía que Granger deseaba duplicar su esfuerzo y abofetearlo en el mundo
material por si acaso, ¿y no sería eso simplemente un recuerdo encantador de sus días escolares?

—Pensé que estábamos evaluando mi laboratorio, no a mí —dijo Granger, sus ojos brillando hacia
él.

—Estamos evaluando las exposiciones al riesgo —dijo Draco—. Y rápidamente se está volviendo
obvio que eres importante. ¿Tu casa está protegida?

—Moderadamente. Puedo mejorarlo.

—Lo mejoraré —dijo Draco—. ¿Cómo viajas?

—Flu, aparición...

—Esos son rastreables, ya sabes. ¿Escoba?

—Detesto volar —dijo Granger.

Draco hizo un valiente esfuerzo por no torcer el labio. Qué terrible posición para tomar. Qué cosa
tan terrible de odiar. Qué triste elusión de una de las mayores alegrías de ser Mágico. Granger cayó
en su estima irremediablemente.

—¿Desde cuándo se puede rastrear la aparición, además del Rastro? —preguntó Granger.

—Alto secreto —dijo Draco, ahora en la oficina de Granger. Revisó las diversas pilas de papeleo y
libros, y no encontró nada más que esa jerga muggle altamente especializada y completamente
incomprensible, y ninguna señal de desarrollos recientes, toma de notas, mantenimiento de
registros o cualquier cosa de naturaleza útil que podría señalar los preciosos hallazgos de Granger.

Había otra computadora en la oficina, la cual Draco miró con resignada irritación. Qué estúpido
estar desconcertado por un dispositivo que cualquier muggle de la calle probablemente podría
operar. Tal vez debería haber secuestrado al guardia en la puerta de la universidad y traerlo para
que lo ayudara, a pesar del Estatuto del Secreto.

Miró la computadora de manera intimidante, esperando que confesara sus pecados, pero
simplemente le ofreció líneas tambaleantes.

Mientras Draco husmeaba, escaneaba y buscaba obsequios mágicos interesantes en el resto de la


oficina, Granger se quitó la túnica de sanadora y se dejó caer en la silla que Draco había ocupado
en su primera visita. Ella dejó escapar un suspiro de fatiga sin adulterar.

Draco la miró. Ropa muggle debajo, otra vez. En esta ocasión, una blusa de manga larga y unos
pantalones que apenas merecían ese nombre, más bien medias negras opacas, en realidad. ¿Era esta
vestimenta pública decente para los estándares muggles? Impactante. Podía ver el contorno preciso
de su pantorrilla y la forma exacta de su rodilla; si estuviera de pie, todo su trasero estaría casi
expuesto, excepto por la delgada tela negra.

Sin embargo, no pasó mucho tiempo reflexionando sobre las debilidades de la moda muggle, ya
que la bruja misma era un poco preocupante. Podía ver ahora lo delgada que estaba, cómo sus
clavículas se ensombrecían, cómo su cuello parecía demasiado delicado para sostener la masa de
cabello sujeta con alfileres sobre su cabeza. Estaba pálida, puntiaguda y, en general, lucía sobre
exhausta.

—¿Cuál es tu horario, Granger? —preguntó Draco, como si continuara indagando sobre sus
patrones de viaje, pero realmente queriendo tener una idea de qué hacía exactamente esta mujer
consigo misma, día tras día.

Por lo general, Granger tenía un cronograma listo, codificado por colores y planificado por hora
para los próximos seis meses. Agitó su varita en dirección a su escritorio y el horario flotó hacia
Draco y se depositó en sus manos. Usando su varita como una antigua pluma, Draco dibujó
círculos alrededor de sus momentos de exposición, cuando se movía entre lugares y era más
vulnerable a los ataques.

Y eran muchos: la mujer estaba en todas partes y hacía de todo. Dedicó horas de laboratorio, horas
clínicas, horas de enseñanza, voluntariado para una horrible cantidad de Buenas Causas, sesiones
de tutoría, sesiones de mentoría, curación en San Mungo y lo que sonaba como una cirugía muggle
local, 1 noche de pub cada quince días con Potter y compañía, cenas universitarias, algo llamado
«yoga» a horas intempestivas de la mañana, algo llamado «Vet Crooks» que se repetía cada tres
meses, y luego días ocasionales, aquí y allá, marcados sólo con un asterisco.

—¿Qué son éstos? —preguntó Draco, señalando uno de los bloques con un asterisco.

—...Vacaciones —dijo Granger.

—Tu Oclumancia puede ser aceptable, pero tus mentiras no lo son.

—Son días libres —Granger se puso irritable—. Y no divulgaré más detalles sobre mi vida
personal de lo que ya he hecho, gracias.

Draco dejó el tema, y el horario, de nuevo en su escritorio. Sobregirado ni siquiera era la palabra
correcta para Granger: exhausta, o agotada, tal vez. Draco recordó un vago rumor de que a la
joven Granger se le había otorgado un giratiempo durante sus años en Hogwarts, para incluir más
clases en sus días escolares. Potter y Weasley habían descartado rápidamente esa charla de los
Aurores durante la hora del almuerzo.

Mirando a la bruja demasiado entusiasta, superadora y cansada frente a él, Draco se encontró
bastante inclinado a creer la historia.

Continuó su búsqueda, aunque dudaba que hubiera mucho más que encontrar. La pared del fondo
de la oficina estaba cubierta de marcos de varios tamaños, certificados, diplomas, premios...

—Bonito mosaico —dijo Draco.

Granger lo miró. Bueno, se encontró divertido, incluso si Granger no coincidía con el sentimiento.

El mosaico le informó a Draco que Granger no tenía exactamente doce doctorados, pero su
combinación de diplomas muggles y mágicos probablemente se acercaba a ese número. Una vez
más, las cosas muggles eran un misterio, otorgados por universidades muggles de las que no había
oído hablar: Licenciatura en Ciencias Biomédicas, Maestría en Microbiología e Inmunología, MD-
PhD conjunto en Oncología, algún certificado menor en Genética. Al menos, reconoció el Sello del
Sanador de Cambridge, especializada en Enfermedades Mágicas. Sus otras certificaciones Mágicas
fueron una Maestría en Transformaciones: Edimburgo; un título anterior, probablemente justo
después de la Guerra, y un Estudio Especializado en Curación, Magia de Sangre, de la Sorbona.

Un puñado de otros certificados y calificaciones completaron la obra educativa de Granger. Una


caja en un estante bajo reveló algunos marcos antiguos polvorientos: sus días brillantes en
Hogwarts, las cosas por las que la conocía, los resultados récord de los TIMOS, la cantidad
absurda de EXTASIS, no merecían un lugar en su pared de logros de adultos. Vio una Orden de
Merlín, Primera Clase. Potter tenía algo similar, colgado con orgullo en la pared de su cubículo,
pero Granger no tenía el espacio, aparentemente.

Granger se excusó para hacer té y, en una muestra de cortesía que parecía moderadamente difícil
de verbalizar, le preguntó si quería una taza. Draco dijo que no. Granger pareció aliviada.

Después de que ella se fue, Draco, siendo una persona pragmática y astuta, aprovechó el momento
para lanzar algunos hechizos de seguimiento discretos en un puñado de sus artículos personales: las
zapatillas debajo del escritorio, las horquillas para el cabello, las malditas cosas estaban por todas
partes. Una taza de té a medio terminar. Revisó el papeleo en su escritorio y no encontró nada de
interés; invitaciones a conferencias, resultados de solicitudes de becas muggles, notas de
estudiantes, basura inútil.

La computadora hizo un sonido como un pequeño ping. Draco se volvió hacia él. Su superficie
oscura y sus líneas onduladas lo desafiaron a tocarlo y morir de choques ecleticros.

Entonces Draco jadeó y dijo:

—¡Espera!

—¿Qué? —preguntó Granger, que acababa de volver a entrar en la habitación.

—Todo este lugar es tan muggle que ni siquiera pensé en preguntar, pero, ¿cómo funcionan estas
computadoras? Estamos en un edificio Mágico.

—Oh, eso —dijo Granger. Hizo lo que Draco supuso que era un encogimiento de hombros casual,
que no fue muy casual—. Encontré formas de eludir el problema.

—¿Cómo?

—Maneras —dijo Granger.

—¿Qué maneras? —preguntó Draco.

Ella lo miró fijamente como si evaluara su valía para este conocimiento. Frente a su contacto visual
abierto, Draco estuvo muy tentado de intentar legeremancia de nuevo. Justo cuando el pensamiento
pasó por su mente, los ojos de ella perdieron algo de su brillo; se estaba ocluyendo.

—Encontré una solución —dijo Granger con otro gesto vago—. No podría trabajar sólo con
plumas y pergamino; eso es positivamente arcaico. Sin mencionar los cientos de miles de cálculos
y proyecciones que he tenido que hacer... De todos modos, no tienes que preocuparte por eso; te
puedo asegurar que no es nada peligroso.

Draco se acercó a la computadora, observando los diversos dispositivos conectados a su periferia


por fibras largas y suaves. Sólo unas pocas cosas no estaban conectadas al órgano principal, como
llamó a la parte de la caja brillante, incluidos tres pequeños discos metálicos colocados alrededor
de la cosa.

Más bien como se podría establecer un perímetro, en realidad. Para mantener las cosas dentro o
fuera.

Se dirigió a la colección de computadoras en el laboratorio propiamente dicho, Granger lo siguió


con una especie de educada curiosidad.

Allí también estaban los discos metálicos: seis de ellos, esta vez, creando un círculo irregular.

—Tendría cuidado al manipularlos. —ofreció Granger.

Draco, cuya mano había estado flotando sobre uno de los discos, se echó hacia atrás.

—No es peligroso, pero no te gustará la sensación —Ella se acercó a él y levantó uno—. Lo llamo
un campo de fuerza anti-mágico, a falta de un término mejor. Es bastante difícil de crear, pero sirve
para mis propósitos.

Draco la miró fijamente. Bloquear la magia era un trabajo complicado, algo relegado en su
mayoría a abstrusas discusiones teóricas. El puñado de artefactos inhibidores de la magia de los
que había oído hablar eran cosas de leyendas lejanas, perdidas por el paso del tiempo. Y todavía...

—Tuve la idea de los puntos de acceso wifi en cafés y aeropuertos, sólo que, por supuesto, esto es
lo contrario —dijo Granger. Luego, al ver en su rostro que eso no explicaba nada, dijo—. No
importa.

—No estoy del todo seguro de que sean legales, Granger —dijo Draco, mirando los discos.

—Será mejor que informes a Shacklebolt —dijo Granger.

Sus ojos se encontraron con los de él, hostiles, sin miedo. Draco decidió que Granger tenía huevos,
posiblemente rivalizando con la enorme pareja de Tonks.

En su cabeza germinaban los inicios de un Plan.

—Necesito una copia de tu horario —dijo, guiando el camino de regreso a la oficina de Granger.

Un Duplicatus rápido se encargó de eso, combinado con un encantamiento proteico para asegurar
que los cambios en su versión se reflejaran en la de él.

—Voy a escribir un pequeño informe ordenado con algunas buenas recomendaciones para la
seguridad y el bienestar continuos de la sanadora Granger —dijo Draco, garabateando algunas
notas—. También voy a ver qué puedo hacer para asegurarle a Shacklebolt que no te van a asesinar
mañana y que no necesito ser tu niñera a diario.

—Un alivio para todos los involucrados. —dijo Granger.

—Espera mi lechuza en unos días. Además, por favor deja de darle tarta de melaza: la vuelve
ingobernable.

—Entendido —dijo Granger, luciendo solo un poco avergonzada—. ¿Ha terminado la prueba,
entonces?

—Sí.

—Finalmente —dijo Granger. Luego, como era una persona normal y bien adaptada, se sentó en
su escritorio para trabajar un poco más.

Draco vio que, para todos los efectos, había dejado de existir y decidió mostrarse sin más
ceremonias.

—Cuidado con el mosaico justo en frente de la puerta: Maldición de las Arenas Movedizas —dijo
Granger distraídamente—. Era para atrapar a los malos al salir.

—Lo vi, Granger.

—Por supuesto que sí.

Se produjeron algunos intercambios con Shacklebolt, durante los cuales Draco describió su Plan y
convenció al Ministro de que era el enfoque correcto y que, además, ningún otro enfoque
funcionaría porque el Director sería demasiado poco cooperativo.

Draco estudió el horario de Granger en momentos de tranquilidad, pensando en el asterisco


«Vacaciones». Su primer pensamiento fue que los días eran un indicador personal de algo privado.
Estaban demasiado dispersos para ser un recordatorio de su período. El patrón no era lunar (es
bueno saber que Granger no era una mujer lobo en secreto), ni estaba vinculado a ninguna
actividad planetaria que reconociera.

¿Citas para algún enredo romántico, tal vez? ¿Era por eso que no había anotado los detalles?
¿Estaba mirando el horario de sexo de Granger? ¿Realmente se tomaría días libres enteros? Draco
sintió que debía estrechar la mano del hombre responsable.

También revisó subrepticiamente el libro de solicitudes de días libres en la Oficina de Aurores, y ni


las próximas vacaciones de la comadrea o cara rajada coincidieron. El misterio perduró.

Draco pasó unos días jugando con el elemento clave de su Plan. Y por «retoques», queremos decir,
por supuesto, jugar con la magia antigua que es mejor no tocar.

—Recomendaciones —dijo Draco, golpeando un rollo de pergamino en el escritorio de Granger—.


Cosas bastante estándar para vulnerabilidades bastante obvias. Los he hecho pasar por Shacklebolt.
Ha accedido a retirar la solicitud de protección si cumples con ellos.

Granger desenrolló el pergamino y descubrió que llegaba al suelo. Ella le dio un parpadeo lento.

—¿Algo sobre lo que te gustaría llamar mi atención en particular, en aras de ahorrar tiempo?

—Sí —dijo Draco—. Punto cincuenta y seis.

Granger recorrió la lista hasta la línea en cuestión.

—La Principal debe aceptar usar el Anillo en todo momento, hasta la finalización del Proyecto.

—Eso es —dijo Draco.

—¿Qué anillo? —preguntó Granger.

—Éste —dijo Draco, arrojándole un anillo. La pequeña banda plateada aterrizó en el pergamino,
giró una vez y quedó inmóvil—. No me importa entrenarte en resistencia al Imperio y Veritaserum
o magias de protección personal, u Oclumancia Avanzada, ni entrenarte en autodefensa física (Dios
no lo quiera; parece que tus golpes podrían conmocionar a un mosquito, en el mejor de los casos),
y tampoco creo que quieras soportar estas cosas.

—Correcto —dijo Granger, su mirada sospechosa moviéndose del anillo a Draco.

—Tampoco quiero estar de centinela en tu puerta como un guardaespaldas glorificado, esperando


que suceda lo que Shacklebolt espera que suceda.

—Sí —dijo Granger con entusiasmo—. Continua.

—Así que le presenté a Shacklebolt esta opción, que me permitirá, en esencia, ser alertado si algo
te sucediera y aparecerme al instante. Puedo encontrar mejores usos para mi tiempo, y tú puedes
continuar con tu agenda, por cierto, angustiosamente llena, sin obstáculos.

Draco esperó ser elogiado por la simple elegancia de esta brillante solución. En cambio, Granger
tocó el anillo con su varita.

—No te va a matar —dijo Draco.

Granger lo miró a los ojos con bastante seriedad.

—Mi conjunto de datos es, sin duda, bastante pequeño, pero vi las consecuencias de la última pieza
de joyería que Draco Malfoy entregó, y fue bastante alarmante. Tendrás que perdonarme si no me
pongo esto inmediatamente: me gustaría analizarlo.

Ah, sí: el incidente de Katie Bell. Si Draco tuviera algún sentimiento, probablemente se habría
sentido un poco herido por esta muestra de desconfianza derivada de las acciones de un niño idiota
manipulado por el mago más oscuro del siglo, hace más de una década. Pero no lo hizo, por lo que
el punto era discutible.

—Estoy feliz de ver que tienes algunos instintos de autoconservación —dijo Draco. Él movió su
mano hacia el anillo—. Analízalo.

Granger lanzó algunos hechizos de revelación que hicieron que el anillo brillara con hechizos
translúcidos de rotación lenta.

—Entonces, ¿qué es todo esto?

—Decírtelo estropearía la diversión, ¿no? Dime tú —dijo Draco. Y con eso, se acomodó en su silla
en una pose relajada. Ahora era su turno de verla desentrañar algo.

Repasó los hechizos con cierta habilidad, eligiendo rápidamente los más críticos. Draco supuso que
la magia diagnóstica le resultaría fácil como sanadora, incluso si no estaba estrictamente
relacionada con la salud.

—Un amuleto localizador, varias runas protectoras, muy atento, gracias, una baliza de socorro,
datos biométricos de todo tipo: frecuencia cardíaca y VFC, saturación de oxígeno en la sangre,
temperatura, frecuencia respiratoria, adrenalina... je....

—¿Qué es gracioso? —preguntó Draco.

—Has inventado un Fitbit mágico —dijo Granger.

—¿Te ruego que me disculpes? —dijo Draco. A menos que estuviera malinterpretando, ¿Granger
estaba sugiriendo que su creación excepcional era una imitación de algo muggle? ¿Qué?

—No importa. ¿Qué es este lío sin terminar aquí? —preguntó Granger, apuntando con la punta de
su varita a un fantasmal nudo verde de cálculos aritmánticos.

Draco sintió un pinchazo en la nariz: ese lío sin terminar era el resultado de muchas frustrantes
horas de trabajo.

—Todavía no he llegado a terminar eso.

—¿Qué estaba destinado a ser?

—Un traslador para los momentos en los que no puedas aparecerte o si estás atrapada en una Sala
Anti-Apariciones. No he hecho los cálculos.

Granger parecía levemente impresionada. Draco supuso que ella estaba rodeada por los mejores
cerebros mágicos de la nación todos los días, y que debería estar complacido de que ella estuviera
levemente impresionada por la insignificante creación de un Auror.

—Un traslador bajo demanda sería algo —dijo Granger.

—Portus es un encantamiento de dolor en el culo —dijo Draco, tratando de sonar resignado, en


lugar de malhumorado.

—¿Alguna vez has pensado en hacer más de estos anillos? Podrías monetizarlos con bastante
facilidad —dijo Granger, sosteniendo el anillo en alto.

—¿Parezco que necesito dinero? —preguntó Draco.

Granger lo miró fijamente. Su espalda se enderezó. Habían estado peligrosamente cerca de entablar
una conversación civilizada y ella parecía haber olvidado con quién estaba hablando. Ella olfateó
en lugar de responder.

—De todos modos, no puedo exactamente producir en masa el anillo.

—Correcto —Granger estaba pesando el anillo en la palma de su mano—. Porque este no es sólo
una baratija a la que le pones algunos amuletos.

—No.

—Esto es un artefacto.

—Por supuesto.

—Una reliquia familiar, si tuviera que aventurarme a adivinar.

—Sí.

Por supuesto, ella había visto el encantamiento de ocultación que hacía que el anillo pareciera una
simple banda de plata. Ahora tocó su varita para revelar la verdadera apariencia del anillo: un
uróboros de plata adornado, siempre comiéndose su propia cola. Y en el interior, el lema familiar:
«Sanctimonia Vincet Semper».

La pureza siempre vencerá.

—¿Estás seguro de que este anillo no intentará amputarme el dedo inmediatamente? No soy pura,
después de todo —dijo Granger.

Draco sintió que la temperatura en la oficina de Granger había bajado repentinamente.


—¿Viste una señal de magia oscura? —preguntó Draco. Demasiado rápido, sonó a la defensiva...
explosivo.

—Si hubo magia oscura, se ha ido —dijo Granger.

Dio unos golpecitos en el anillo de nuevo, volviendo a colocarlo en la sencilla banda plateada.
Parecía sombría, reflexiva.

—Necesitaré algo de tiempo para revisar esta... lista extremadamente completa de


recomendaciones. —dijo Granger al fin.

—Tómate el tiempo que necesites —dijo Draco—. Pero ten en cuenta que la alternativa es que
Shacklebolt me prepare una cama plegable para pasar la noche en tu laboratorio.

Ella lo miró y luego decidió que debía estar bromeando.

—Tendré que pensar en el punto cincuenta y seis en particular. ¿Quieres que te devuelva el anillo
mientras tanto?

—Quédatelo —dijo Draco—. Haz que tus amigos lo analicen, ¿no se supone que uno de los
hermanos Weasley es bueno en esas cosas? Y cuando hayas aclarado todas tus dudas, envíame una
lechuza y podemos continuar con nuestras vidas.

Granger se animó, como si continuar con su vida sin un percebe en forma de Draco adherido a ella
fuera la mejor esperanza que él podría haberle ofrecido.

—Lo haré —dijo ella.

Dos de sus alumnos, vestidos con sus extrañas capas blancas y gafas protectoras, llamaron a la
puerta emocionados por compartir un nuevo desarrollo con la querida profesora Granger.

Draco se levantó para irse mientras ella se ponía su propia bata blanca para unirse a los estudiantes
en el laboratorio. Había una mirada incómoda y conflictiva en su rostro.

Draco, que nunca hacía las cosas fáciles, simplemente levantó una ceja hacia ella.

—Supongo que quiero decir gracias, por trabajar en esto. No he estado haciendo todo lo posible
para tratar de encontrar una solución a la demanda de Shacklebolt. El anillo es una buena idea.

—Creo que estás más que ocupada con otras cosas —dijo Draco.

Salió y ella murmuró algo que podría haber sido un adiós.

**~**~**
Visita a domicilio por el Genio Inventor
Chapter Notes

NA: Siempre le doy tres episodios a las nuevas series en la tele para captar mi interés.
Estoy publicando el análogo literario (¿?) en forma de tres capítulos. ¡Dime lo que
piensas!

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**~**~**

Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse

"Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love"

De Isthisselfcare

Beteado por las fantásticas Bet y Emily que están una vez más en el ruedo.

**~**~**
¡Gracias fronchfry111 por este hermoso gráfico!

**~**~**

La lechuza real de Draco tuvo un entrenamiento decente en los próximos días mientras Draco y
Granger negociaban de ida y vuelta sobre algunas de las recomendaciones que él había hecho. Ella
sugirió que algunas de las medidas eran positivamente draconianas («juego de palabras
intencionado; perdóname») y trató de rechazarlas, con un enfoque especial en la visita domiciliaria
para la protección personalizada.

Eventualmente, Draco sacó su pluma más severa y compuso lo siguiente:

Granger:

Las órdenes de Shacklebolt sobre la custodia del domicilio de Granger no están sujetas a
negociación. Hazme saber cuándo sería conveniente que vaya esta semana para la protección. Si
no lo haces, pasaré por allí en un momento inconveniente por defecto.

D (para draconiano)

*
Malfoy:

No estoy seguro si escuchaste mi suspiro de exasperación desde Londres, así que estoy grabando
lo que ocurrió aquí para tu información. Soy más que capaz de mejorar la protección de mi
propiedad o de contratar una empresa de protección. Pero si Shacklebolt insiste en tu experiencia
en particular, que así sea. Revisa mi horario para ver las opciones, lo acabo de actualizar. NB:
son muy pocos; El martes por la noche parece el más prometedor, pero seré el médico (medimago
muggle) de guardia en cirugía local y es posible que tenga que irme en el medio.

Granger:

Sé lo que es un médico.

Entonces, ¿cómo era el hogar de una erudita/heroína de guerra/medimaga/campeona de las causas


justas/investigadora en peligro de fama nacional?

Una especie de casa de campo modesta en Cambridgeshire, por casualidad. Tres habitaciones, en la
mejor suposición de Draco. Granger se paró en la puerta del jardín. Cuando él se acercó desde el
punto de Aparición, ella agitó su varita para permitirle pasar las protecciones preliminares que
había establecido.

—¿Qué le pasa a tu cara? —preguntó mientras Draco se acercaba a la puerta.

Siempre al grano, era Granger.

—Bludger —dijo Draco.

—Oh, se ve mal.

Probablemente lo hizo; Zabini tenía un buen golpe.

Mientras se acercaba a la puerta, Draco vio a Granger escudriñando la herida con ojo experto. Ella
vaciló por un momento, luego, aparentemente incapaz de resistirse a hacer el bien, espetó:

—¿Quieres que le eche un vistazo?

—No, ya me puse un bálsamo —dijo Draco, rozando sus dedos contra su mandíbula que se iba
magullando lentamente.

—Eso será un hermoso hematoma.

—Estoy bien. Vine aquí para proteger tu casa, no para una consulta.

La boca de Granger se apretó en una delgada línea.

—¿Me vas a invitar a entrar? —preguntó Draco, molesto por verla parada allí, observándolo con
algo así como preocupación. Ahora se sentía como una especie de vampiro buscando una
invitación para cruzar el umbral.
—Adelante, entonces —dijo Granger, un poco irritable, abriendo la puerta.

Draco vio que estaba vestida con otra versión de la bata blanca, esta vez complementada con un
artilugio que colgaba alrededor de su cuello.

—Te has dejado el dispositivo de auto-asfixia encendido —dijo Draco, señalándolo.

—Es un estetoscopio —dijo Granger, con un tácito «cretino», adjunto al final de la oración.

—Correcto —dijo Draco, sin dignarse a pedir una aclaración—. Danos un recorrido y empecemos.

Ella lo llevó a la habitación delantera de la cabaña, que podría haber sido una sala de estar, pero
era una explosión de libros.

—Me regañaste por colocar un libro medio centímetro fuera de lugar, mira este desastre. —dijo
Draco, picado por la injusticia.

—Es mi proyecto de digitalización —dijo Granger—. Es un desastre temporal. —Hizo un gesto


hacia una máquina muggle en el centro de todo, conectada a una versión plana de una
computadora.

—¿Digitalizar?

—Sí, preservar el conocimiento mágico a través de medios muggles, ya que me estoy cansando de
cargar libros enormes, de encontrar material irreparablemente dañado o perdido porque un idiota
derramó té en una página hace veinte años, y de tener que buscar cosas a través de tarjetas de
registro antiguas como es 1855. Es un proyecto favorito para mis volúmenes más raros.
Desafortunadamente, no tengo tanto tiempo para dedicarle como me gustaría...

Llevó a Draco a la cocina, un espacio bastante muggle, excepto por la variedad de plantas mágicas
que se apoderaban explosivamente de los marcos de las ventanas y varias pociones que brillaban
aquí y allá. Podría haber algo mágico gestándose lentamente en un caldero en el hogar, pero ella lo
alejó.

—¿Conservatorio? —preguntó Draco mientras se movían a la siguiente habitación.

Granger lo miró como si acabara de confirmar lo elegante que era.

—¿Un conservatorio? Esto no es la Casa Ascott. El agente de alquiler lo llamó solárium.

Eso parecía una denominación optimista para Draco, quien observó con escepticismo que la
aguanieve de enero comenzaba a rociar contra el techo de cristal.

Entonces apareció una extraña criatura anaranjada con cara de calabaza, y se abrió paso alrededor
de los tobillos de Granger. En otro momento de salvaje optimismo, Granger se refirió a él como un
gato.

—¿Qué le pasa a tu gato? —preguntó Draco, inclinándose para mirar a la criatura con
preocupación.

—No le pasa nada —dijo Granger. Tanto ella como la criatura miraron a Draco con gran ofensa—.
Es parte Kneazle y uno muy inteligente. ¿No es así mi amor, mi dulce, mi angelito?

Mientras Granger le masajeaba las orejas, el gato miró a Draco con una expresión de sumo desdén.

Entonces decidió que ya había tenido suficiente de la atención de Granger y se dio la vuelta para
irse, con su absurda cola por lo alto, de modo que Draco tuvo una vista completa de su ano.

—Encantador —dijo Draco.

El recorrido continuó hacia el estrecho espacio de arriba: tres dormitorios pequeños, como Draco
había adivinado, con puntos de entrada predecibles que tendría que vigilar.

El primer dormitorio parecía ser utilizado como estudio. Draco notó una especie de pedestal en
medio del espacio. En él descansaba un grimorio, muy viejo y dañado, rodeado por el resplandor
de los encantamientos de estasis.

Granger vio lo que había llamado su atención.

—Una tragedia. No me preguntes al respecto o lloraré.

Draco no deseaba lidiar con lloriqueos librescos y no prosiguió con el tema, pero hizo una nota
mental del objeto, para futuras intromisiones.

El segundo dormitorio estaba bastante vacío, salvo por un largo tapete en el suelo, algunas velas y
un grupo de orquídeas bajo una lámpara de cultivo. ¿Qué ritual estaba preparando Granger para
lanzar aquí? Trató de entender la disposición de las velas, pero no coincidía con la geometría de
nada de lo que reconocía.

Finalmente, llegaron a la habitación de Granger, a la que ella le permitió echar un vistazo con
evidente inquietud. Draco no pudo encontrar una manera civilizada de decir: «Deja de estar
inquieta, sólo me importa ver cómo los malos podrían intentar secuestrarte. No estoy aquí para
hurgar en tus bragas». Así que no dijo nada.

Un desagradable tintineo comenzó a sonar en algún lugar cercano a Granger. Sacó una cosa
muggle del tamaño de la palma de su bolsillo y habló por ella. Por lo que Draco entendió, estaba
siendo convocada a la cirugía por medio de este dispositivo.

Ella confirmó esto y pasó corriendo a Draco hacia las escaleras.

—Tengo que irme. Creo que has visto lo suficiente para orientarte. Por favor, coloca las
protecciones para dejar entrar y salir a Crookshanks; le gusta vagar. Volveré en unas horas.

—¿Crookshanks? —llamó Draco mientras Granger bajaba las escaleras.

—¡El gato! —gritó Granger.

Desapareció afuera, pero en lugar del chasquido de la desaparición, Draco escuchó el sonido de un
motor. Granger conducía. Un coche muggle.

Una absoluta bicha rara.

O tal vez no, reflexionó, mientras regresaba al jardín, entre aguanieve y lluvia. Si iba a una cirugía
muggle, tendría que presentarse por medios muggles; una aparición instantánea en la puerta
plantearía problemas...

Mientras pensaba sobre la vida dual sobrecargada que llevaba Granger, Draco comenzó a proteger.

Después de unas dos horas de trabajo, Draco se declaró satisfecho. Las protecciones tendrían que
ser refundidas cada semana más o menos, pero nadie podría entrar sin el permiso de Granger. Los
puntos de entrada y salida fueron todos reforzados con el equipo estándar del Auror y algunas de
las propias invenciones de Draco; los accesos subterráneos serían desconcertados por un
robusto Depellens Penetrationem y los ataques aéreos serían rechazados por un Caeli Praesidium.
El surtido habitual de alarmas contra intrusos estaba esparcido por todas partes.

Francamente, para una bruja de la relativa fama de Granger, cuyos dos amigos más cercanos ahora
eran Aurores, sus medidas de protección habían sido bastante insignificantes. Pero entonces, era
tiempo de paz, y ahora era una erudita, no una niña imprudente que perseguía objetos oscuros para
asesinar siete veces a un mago malvado.

El medio Kneazle miró torvamente a Draco a través de la aguanieve desde el refugio del pórtico.
Draco agregó la firma mágica de la criatura a las protecciones y se lo dijo. La criatura parpadeó
hacia él. Draco estaba desconcertado.

Justo cuando la lluvia empezaba a amainar, un coche se abrió paso por el camino y rodeó la parte
trasera de la cabaña. Granger dobló la esquina un momento después.

—Sigues aquí, ¿verdad?

—Acabo de terminar —jadeó Draco. Proteger era una tarea mágicamente agotadora.

El medio Kneazle recibió muchos besos en su fea cabeza mientras Draco se paraba y trataba de no
parecer mojado y sudoroso. ¿Y dónde estaba su agradecimiento, por favor?

—Tendré que proteger tu coche —dijo Draco—. Si usas eso para moverte mucho. Y la cirugía
Muggle, si vas allí regularmente.

Granger frunció el ceño.

—Mi coche es nuevo. No puedes protegerlo; estropearás algo. —Ante la ofensiva confusión de
Draco, agregó—. Los autos ahora tienen componentes eléctricos. Tal vez no lo hicieron cuando
estabas en Estudios Muggles.

Lo dijo como si Draco tuviera aproximadamente 120 años y hubiera tomado Estudios Muggles por
última vez cuando los autos se llamaban carruajes sin caballos.

—Voy a meter un Chivatoscopio en la guantera —dijo Granger.

Para alguien tan inteligente, ciertamente era una idiota.

—Excelente —dijo Draco—. Eso definitivamente protegerá a una Bombarda Máxima desde veinte
metros de distancia. Podré decirle a Shacklebolt que tomamos todas las medidas necesarias para
protegerte cuando saquemos tus restos carbonizados de entre los escombros.

La imaginería violenta tuvo éxito: Granger cedió.

—Bien. Puedes protegerlo. Pero trata de mantenerte alejado de las partes centrales, con todos los
botones. Al lado del volante.

El momento de triunfo mezquino de Draco fue arruinado por un largo y resonante gruñido
hambriento, inequívocamente de su estómago (lamentable: estaba preparado para culpar al gato).

Hubo una pausa. Los ojos de Granger se posaron en el estómago de Draco. Parecía estar luchando
entre sus sentimientos naturales por él y sus modales. Luego, finalmente...

—Debes estar muriéndote de hambre. ¿Quieres entrar? Tengo algunos bocadillos, creo. Y
podemos repasar las recomendaciones y el anillo.

Porque sí, Draco se estaba muriendo de hambre. Dos horas de protección realmente le hicieron
cosas a un hombre. Sin embargo: había una comida de cinco platos esperándolo en la mansión. Sin
embargo: quería terminar este asunto y que su próxima comunicación con Granger fuera sobre la
devolución del anillo, sin embargo, dentro de muchos meses.

—Está bien —dijo Draco.

Se tomó un momento para refrescarse en el pequeño baño, que consistía principalmente en


flagelarse las axilas (lo mejor de la clase; mamá estaría orgullosa), intentar algunos encantamientos
para secar su túnica y echarse agua en la cara. Su cabello lo consideró una causa perdida esta
noche. No es que tuviera a nadie a quien impresionar aquí. Y, además, en esta casa de campo, con
Granger la anémona humana y su familiar escobilla de baño naranja, su cabello aún ganó
fácilmente el premio al mejor de la exhibición.

Todo su aspecto se complementaba con el magnífico hematoma que comenzaba a desarrollarse a lo


largo de su mandíbula. Presionó más del ungüento para los moretones, molesto porque Granger
había tenido razón sobre lo feo que se iba a poner.

Caminó hasta la cocina, donde Granger tenía el rollo de recomendaciones y el anillo sobre la mesa
de la cocina. Se quitó la bata blanca y la metió en una máquina muggle al final del mostrador, a
juzgar por las pilas dobladas a su alrededor, un aparato de lavado. Otra blusa de manga larga
debajo, ¿quién diría que Granger tenía tanta aversión a exponer sus codos?

La mesa de la cocina estaba empujada a un rincón. Por lo tanto, Draco se sentó junto a Granger.
Desde esta perspectiva, mucho más cerca de ella de lo que había estado antes, notó que ella estaba
en posesión de un par de tetas muy decentes, cuando no estaban escondidas bajo batas blancas.

Sin embargo, Granger eligió ese momento para desentrañar el pergamino, ahora garabateado
generosamente con signos de interrogación y contra sugerencias, y Draco no pudo sentirse atraído
porque estaba siendo asfixiado por oleadas de una idiota crítica.

—Algunas de mis principales preocupaciones —dijo Granger, señalando con la barbilla el


pergamino, que prometía una larga y ardua noche de discusión—. Pero primero, comamos algo.

Rebuscó en un armario patéticamente vacío y colocó algunas opciones sobre la mesa.

En lo que a Draco se refería, el artículo principal de la dieta era el pelo de gato. Sacó unos
mechones anaranjados de su boca mientras el gato (maldita criatura), se abría paso alrededor de las
patas de su silla, mirándolo con aire de suficiencia.

Granger tuvo la cortesía de parecer avergonzada cuando se dio cuenta.

—¡Lo lamento! —Agitó su varita en dirección a Draco, desvaneciendo la mayor parte del pelaje—.
Llega a todas partes. A veces creo que él realmente puede hacer que exista en lugares
indescriptibles.

Draco, todavía tirando de un cabello, dijo «Pfftf» en respuesta, pero lo que realmente quería decir
era: «Si encuentro pelo naranja en mis bolas esta noche, despellejaré a ese animal con mis propias
manos».

Granger abrió un paquete de algo y se lo pasó.

—¿Qué diablos es esto? —preguntó Draco, sosteniendo una de las cosas.


—Wotsits con queso.

Lo que explicaba todo, obviamente.

Por su parte, Granger comía atún, directamente de la lata.

—Severo, Granger —dijo Draco.

—Es proteína —dijo Granger. Miró el mediocre despliegue que Draco estaba mirando con el ceño
fruncido y se puso un poco a la defensiva—. No he tenido tiempo de ir de compras.

—¿Por qué no envías a un elfo doméstico...?

Cuando las palabras salieron de su boca, Draco se interrumpió, pero ya era demasiado tarde.
Granger lo miraba como si acabara de confirmar, por segunda vez en esa noche, el idiota
demasiado privilegiado que era.

Se levantó, boquiabierta, para hacer té. Parecía una excusa para alejarse de su vecindad inmediata.
Pero lo que sea, Draco no estaba aquí para hacer amigos.

Granger golpeó con la tetera. Parecía que estaba reteniendo una cierta cantidad de vitriolo orientado
a Draco. Subrepticiamente revisó sus bolsillos. Tenía un bezoar en él, en caso de que su
té tuviera algún aditivo especial cortesía de la vigilante de los elfos domésticos.

Granger colocó sus tazas sobre la mesa con bastante más firmeza de la necesaria. No hubo
evidencia inmediata de veneno. Había encontrado un paquete de galletas para acompañar el té.
Draco se comió dos tercios como si estuviera hambriento, y si estaban envenenados, que así fuera.

Luego, Granger enderezó el pergamino, pareció, con un esfuerzo, compartimentar sus sentimientos
sobre Draco el idiota, y se convirtió en toda negocios.

Ella le preguntó sobre las recomendaciones como si fuera un Auror aprendiz que había enviado
esto para su revisión, y debería estar agradecido por los comentarios. Y así discutieron a través de
la lista: en el punto 14, si añadiría personal de limpieza a las salas del laboratorio, que admitió; en
el ítem 26, si realmente necesitaba avisarle cuando salía de la ciudad, sí y, de ser así, con cuánto
tiempo de anticipación, 24 horas; en el ítem 33, qué constituye un «evento público», más de 40
personas; en el punto 34, ¿por qué tuvo que avisarle de su asistencia a los muggles? Porque él lo
dijo; No podría hacer que su hogar fuera ilocalizable, ella tenía amigos muggles que podrían querer
visitarla. No. Y así sucesivamente hasta llegar al punto 56.

Granger volvió a llenar su té y sacó otro paquete de galletas, dado que Draco se había comido todo
el primero por estrés.

—Entonces: el anillo. —dijo Granger.

—El anillo. —repitió Draco. El quid de la cuestión: el objeto que significaba que podía continuar
su vida en una libertad relativamente feliz, sin Granger, y no obstante satisfacer al Ministro y a
Tonks.

—Lo he hecho revisar por algunos expertos. Parece bastante seguro. Estaban bastante
impresionados por eso, en realidad.

Draco quiso decir: «Naturalmente; soy un genio. ¿Dónde está tu FitZit ahora?»

En su lugar, tomó un sorbo de su té con aire de superioridad moral.


—También tuve una charla con Tonks —continuó Granger—. Probablemente ella también te dijo
lo mucho que le gusta la idea. Significa que podrás asumir otras tareas mientras me monitoreas a
distancia. Entonces, en total, hay críticas entusiastas por todos lados, con contras mínimas, y estoy
bastante dispuesta a seguir adelante. Sin embargo, tengo una pregunta para ti.

—¿Sí? —dijo Draco, aunque tenía una buena suposición sobre la pregunta. De hecho, estaba
sorprendido de que ella no hubiera preguntado antes.

—¿Cómo te llega la información rastreada por el anillo?

Draco levantó su mano y agitó su varita hacia ella, cancelando el Encantamiento No Me Notes allí.

—Ah —dijo Granger, cuando el anillo de plata en el dedo de Draco apareció a la vista. Su mirada
pasó del anillo de Draco al que estaba sobre la mesa. Entonces, después de algunas deliberaciones
privadas en ese enorme cerebro suyo, dijo, muy inteligentemente en opinión de Draco—. No haré
más preguntas sobre el uso original de estas cosas. Siento que más detalles podrían disuadirme de
todo el asunto.

—Buena idea —dijo Draco.

Porque, sí, esos antiguos anillos habían sido usados durante mucho tiempo por parejas casadas de
la familia Malfoy. Su madre se había quitado el suyo hace muchos años, tras la muerte de Lucius
Malfoy en Azkaban; el silencio del anillo era un recordatorio constante de la pérdida, y ya no podía
soportar usarlo.

Draco había modificado los anillos para que solo hubiera una comunicación unidireccional entre
Granger y él: ciertamente no necesitaba que ella fuera alertada cada vez que su ritmo cardíaco se
disparaba cuando se estaba masturbando por la mañana, gracias.

Viviendo felizmente ignorante de estos pensamientos, Granger preguntó:

—¿Se requiere algo especial o simplemente me lo pongo?

—Yo lo haré —dijo Draco—. Tiene que ser hecho por la persona que lleva el anillo... eh... pareja.

Trató de ser brusco y profesional al respecto, pero había muy pocas cosas en el mundo tan poco
profesionales como un hombre que pone un anillo en el dedo de una mujer, y fue incómodo a pesar
de sus mejores intentos. Se preguntó si Granger lo encontraría tan incómodo como él. Estaba
estudiando el papel pintado de la cocina, un tinte rosa en lo alto de sus mejillas.

Su mano era pequeña en la de él, y bastante delicada. El anillo se deslizó sin esfuerzo. Sintió una
especie de reavivación en el anillo en su propia mano; ahora tenía a alguien con quien hablar.

—La señal de socorro se activa girándola tres veces alrededor de tu dedo —dijo Draco para romper
el silencio—. Haz eso y me apareceré ante ti de inmediato.

Granger se alejó de su fascinación por el papel tapiz.

—Está bien.

—Resérvalo para situaciones críticas, Granger, no porque hayas encontrado té derramado en un


libro.

—Tengo muchas esperanzas de no tener que usarlo nunca —Miró el anillo, que brillaba en su
mano—. Al menos la cosa no trató de matarme de inmediato.
—No te pongas demasiado cómoda: podría estar jugando una partida larga.

Draco tocó el pergamino que habían discutido hasta la saciedad, integrando los resultados
garabateados de su ida y vuelta en una versión limpia. Luego creó un duplicado para ella.

—Ahora que hemos finalizado esto, debes seguir con eso. Hemos establecido un deber de cuidado
y preferiría no ser arrastrado frente al Wizengamot por negligencia profesional que resulte en la
muerte de la Gran Hermione Granger.

—Entiendo —Fue la seria respuesta de la Gran Hermione Granger.

—Bien. Ahora, antes de irme, una última cosa —Draco metió una mano en su bolsillo—. Mi
lechuza ha perdido medio kilo desde que nos comunicamos, así que yo...

—Dale de comer más tarta de melaza —intercedió Granger. Su gato estaba en su regazo,
terminando la lata de atún.

—...He decidido ceder a la tendencia y comprar estas cosas —Finalizó Draco. Colocó un par de los
Weasley sobre la mesa—. Probablemente hayas oído hablar de ellos, están de moda entre la
generación más joven. Las lechuzas ya no son la cosa. No lo suficientemente instantáneos.

En opinión de Draco, un triste final para una larga tradición mágica. Uno no podía escribir una
carta fuertemente redactada en un Bloc Parlante, simplemente no podía.

—Estoy familiarizada con eso —dijo Granger. Era muy obvio que estaba conteniendo una sonrisa.
Draco sopesó los pros y los contras de preguntar la razón detrás de la sonrisa. Decidió lo contrario:
entre ella y el gato, los niveles de presunción en la habitación pronto lo asfixiarían.

—¿Así que sabes cómo funcionan? —preguntó Draco, pasándole la pequeña libreta mágica.

—Oh, sí —dijo Granger, aceptando el objeto—. Gracias. Me siento mal por tu lechuza.

—Se recuperará —dijo Draco—. Engordan pronto por falta de ejercicio.

Terminado su trabajo aquí, Draco se levantó con un murmullo general de agradecimiento por el té.
Granger respondió con algunas palabras inaudibles de gratitud por la protección.

El gato intentó hacerlo tropezar y romperle el cuello al salir de la cocina.

Draco decidió que ese era un final adecuado para una velada desagradable.

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Chapter End Notes

¡Hola! ¿Cómo están? ¿Emocionadas como yo por la maravillosa historia que se viene
con arte de la fantástica NikitaJobson y el talento de Isthisselfcare?

¡Feliz día de San Valentín!


Con amor,

Bet, Emily y Paola


Imbolc
Chapter Notes

See the end of the chapter for notes

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Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse

"Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love"

De Isthisselfcare

Beteado por Bet y Emily

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En su puñado de años trabajando con Potter y Weasley, Draco había desarrollado una relación fría
y profesional con ellos, la cual demostró Weasley a la mañana siguiente diciendo:

—¡Oye, tarado! —Y colgando sobre la pared del cubículo de Draco como un muppet pelirrojo
desarticulado.

—¿Qué quieres, Comadreja?

—Escuchamos que a Hermione se le asignó la protección de un Auror, y que el tipo es un idiota.


—dijo Weasley.

—¿Esa fue su descripción, o la tuya?

Potter, cuyo desastroso cabello y vívidos ojos verdes asomaban por encima de la pared del
cubículo, dijo:

—Nuestra. Ella dice que has sido bastante profesional, pero te conocemos.

—Cabrón con suerte —dijo Weasley—. ¿Cómo es que Tonks nos da a los vampiros, y tú tienes a
Hermione? Ni siquiera te cae bien.

—Tengo entendido que era una cuestión de competencia —dijo Draco—. Tonks dijo que
necesitaba asignar al mejor Auror para proteger a la mejor mente del Reino Unido... —Weasley se
burló; Potter se rio—. Y a los Aurores fastidiosos para lidiar con los fastidiosos vampiros —
finalizó Draco.

—Yo no dije tal cosa —dijo Tonks, caminando con la forma de un hombre bajo y con sobrepeso
—. ¿No deberían estar todos ustedes trabajando, bobos? Todos ustedes son Aurores fastidiosos, en
lo que a mí respecta.

Potter y Weasley se rieron. Draco se ofendió.

—De cualquier manera, ¿en qué está trabajando Hermione, que tiene al viejo Shack tan nervioso?
—preguntó Weasley—. Ella no nos lo dirá.

—Esa información, en la necesidad de saberlo, es clasificada —dijo Draco, tocándose la nariz.

Él tampoco tenía ni idea, pero acabar con el Dúo Fastidioso siempre era un buen momento. Los
dos parecían convenientemente molestos porque Draco parecía saber algo que ellos no.

—¡Trabajo! —gritó Tonks desde su oficina.

—Sí, jefa —respondió Weasley.

—Un consejo, Malfoy —dijo Potter mientras se iban—, no insultes al gato de Hermione.

—Demasiado tarde —dijo Draco.

Pasaron dos semanas, durante las cuales todo estuvo tranquilo en el frente Granger. Su anillo había
sido calibrado para alertar a Draco sobre cambios fisiológicos o emocionales extremos que podrían
indicar un peligro inmediato: picos significativos de miedo, pánico, dolor o un ritmo cardíaco
inusualmente alto.
En general, Granger parecía tener un temperamento milagrosamente equilibrado. Hubo un día en
que el anillo de Draco le hormigueó durante toda la mañana, lo que indicaba que el pulso de
Granger se elevó en varios puntos, pero no en el umbral, lo que significaba un pánico salvaje.

Se lo quitó de la cabeza y se unió a Goggin y algunos Aurores jóvenes para una sesión de combate
cuerpo a cuerpo. Tonks insistió en que sus Aurores no solo mantuvieran su experiencia en Duelos a
través de una práctica rigurosa, sino también sus habilidades como luchadores físicos. Muchos se
habían quejado de tener que aprender a pelear como muggles. Tonks lo había aclarado: un Auror
desarmado con entrenamiento cuerpo a cuerpo aún podía superar, desarmar o mutilar a un
oponente, si mantenía sus sentidos en alerta. Un Auror sin varita sin esas cualidades, era un Auror
muy muerto.

El pulso elevado de Granger, el cuarto incidente de esa mañana, interrumpió el entrenamiento de


Draco. Su distracción momentánea le valió un sólido uppercut de Goggin.

Pidió una pausa, agarrándose la mandíbula, y usó el Bloc para enviarle un breve y molesto mensaje
a Granger, que consistía únicamente en signos de puntuación:

«???».

Ella respondió con una breve nota:

«Perdiendo un paciente».

Draco no respondió, principalmente porque no sabía qué decir, pero también porque Goggin estaba
tratando de conmocionarlo.

Un rato después recibió la siguiente misiva de Granger:

«Por cierto, saldré de la ciudad mañana por la mañana, sólo por hoy. Sé que nuestro acuerdo
decía 24 horas de anticipación para las salidas y esto es más como 12. Lo siento, ha sido un
infierno».

«¿A dónde?», fue la respuesta de Draco.

«Somerset», contestó Granger.

«¿Por qué?», preguntó Draco.

«Vacaciones», dijo Granger.

«¿Una de esas vacaciones de asterisco?», preguntó Draco.

Granger no respondió. Entonces, sí.

Esa noche, mientras Draco estaba cenando, su anillo indicó dolor. Pero no dolor físico; fue el dolor
del corazón de la pena, de algún lugar de Cambridgeshire. Lo conmovedor del sentimiento lo
sorprendió. La sinceridad de la propia Granger... realmente era una samaritana hasta la médula.
Supuso que ella había llegado a casa y estaba dando paso a la pérdida de su paciente.

—¿Draco? ¿Todo está bien?

Draco se encontró siendo observado por los pensativos ojos azules de Narcissa Malfoy. Se dio
cuenta de que había dejado de comer cuando el dolor fantasmal inundó sus sentidos.

—Estoy bien —dijo Draco—. Estaba pensando en el trabajo.


Draco no le había dicho a su madre que había confiscado los anillos Malfoy. Estaba seguro de que
ella no estaría de acuerdo con su reutilización, ni con su elección de destinataria.

Buscó un tema seguro para discutir y comentó sobre el arreglo floral más bonito de lo habitual en
el centro de la mesa. La floristería era uno de los pasatiempos de su madre, y una estrategia de
afrontamiento subconsciente, en opinión de Draco, pero inofensiva después de todo.

—¿Te gusta? —preguntó su madre, inclinándose para tocar unos delicados pétalos. Parecía de un
humor pensativo—. Mañana es Imbolc.

—¿Imbolc? —La antigua palabra le resultaba vagamente familiar a Draco; algún festival pagano.

Narcissa arrancó una flor que ya estaba perfectamente colocada y la reemplazó aún más
perfectamente en el ramo.

—Sí, marca el final del invierno. Tu abuela solía seguir esas viejas tradiciones cuando yo era una
niña. La casa estaría decorada con campanillas y narcisos en todas las superficies, tendríamos un
festín y nos sentiríamos esperanzados, sabiendo que la primavera finalmente estaba en camino.

Draco hizo una respuesta cortés. Su madre lo vio comer, sus propias manos cruzadas sobre su
regazo. Ella tenía algo más que decir.

—¿Qué es? —preguntó Draco.

—¿Vas a estar en casa mañana? Tengo algunos amigos que vienen a tomar el té.

Draco hizo algunos cálculos rápidos. Esos pocos amigos seguramente tendrían hijas encantadoras y
consumadas, que sin duda vendrían también. Su madre se había vuelto bastante menos sutil acerca
de su emparejamiento desde que cumplió los treinta.

Desafortunadamente para Narcissa, y para las jóvenes elegibles, el propio interés de Draco en algo
más a largo plazo que las sucias escapadas de fin de semana en París era nulo. Había hecho algo a
largo plazo una vez, un compromiso de dos años con Astoria, y había sido suficiente para
confirmar que, sin importar cuán pura y bien educada fuera la bruja, no estaba listo para el
matrimonio.

La nota de Granger más temprano ese día le ofreció un conveniente salvavidas. Draco hizo una
mueca y dijo:

—Estaré trabajando; negocios en Somerset mañana.

Granger misma no sabía que tendría compañía, qué mal por ella. Él lo llamaría un control al azar.
Su seguridad contra las amenazas reales, o imaginadas por Shacklebolt, era su máxima prioridad,
después de todo.

Narcissa no pareció sorprendida por la excusa preparada.

—Una pena. Entonces, la próxima vez.

Cena concluida, Draco se retiró a sus habitaciones, donde tomó un largo baño y curó sus heridas de
entrenamiento.

Su zumbó desde donde había tirado su túnica al suelo. Lo invocó para encontrar una nota de
Granger, una respuesta retrasada a su pregunta anterior. «Sí, una de las vacaciones de asterisco; un
poco de turismo. Giraré el anillo si te necesito».
Esa última oración fue la forma de hablar de Granger para decir: «No te necesito, no vengas, no
estás invitado».

Sin duda ella se encabronaría cuando él apareciera. El pensamiento provocó un cosquilleo


inesperado de diversión.

Entonces algo que se había estado filtrando en el fondo de la mente de Draco desde la cena hizo
clic en su lugar. Salió de la tina, se secó con unos cuantos movimientos de su varita e invocó el
horario de Granger para sí mismo.

Mañana era... ¿qué había dicho su madre? ¿Imbolc?

Y eso coincidió con uno de los asteriscos de Granger.

¿Hubo otras coincidencias tan interesantes? Repasó el resto de las fechas. El siguiente asterisco fue
un fin de semana a fines de marzo; luego uno a principios de mayo; después junio; también el
primero de agosto.

Animado por el triunfo anticipado, Draco descendió a la biblioteca de la mansión, donde sacó
algunos volúmenes sobre tradiciones paganas celtas y germánicas.

Él estaba en lo correcto. Las fechas de Granger coincidían con los calendarios antiguos. Draco rodó
las viejas palabras en su lengua. Imbolc, Ostara, Beltane, litha, Lughnasadh, Mabón, Samhain.

¿Qué diablos estaba tramando Granger?

Draco estaba oficialmente intrigado.

Draco le dio a Granger la mañana para emprender su aventura en Somerset antes de unirse a ella.
Eso le permitió un exquisito descanso, algunos vigorizantes vuelos en el viento de febrero,
interrumpido por la lluvia, y la oportunidad de un lujoso brunch. Besó la mejilla de su madre con
un sincero arrepentimiento por perderse el té.

Somerset estaba lo suficientemente lejos de Wiltshire como para que Draco tuviera que ir por red
flu a un pub mágico en Cannington antes de aparecerse junto al anillo de Granger.

La aparición tardó un momento más de lo habitual, con una extraña especie de estiramiento en el
último medio segundo, como si estuviera tratando de seguir el ritmo de su destino. Cuando llegó,
Draco entendió por qué; Granger se había estado moviendo a un ritmo bastante rápido, dado que
estaba manejando por un camino rural en su auto.

Granger chilló cuando Draco se materializó en el asiento a su lado. Su cabeza estaba en el espacio
para los pies del pasajero y sus botas estaban, al tacto, en la cara de Granger. En conjunto, no fue
su llegada más elegante.

Granger se desvió hacia un borde y detuvo el auto. Draco se volvió hacia la derecha con dificultad
cuando un aluvión de preguntas le llegó, incluyendo: «qué diablos pensaba que estaba
haciendo, quién se creía que era, cómo se atrevía, y si realmente estaba loco o no».

La voz de Granger podía ser bastante chillona. Penetrante, de verdad.

—¡Acabas de aparecerte en un objetivo en movimiento! ¿Has perdido completamente la cabeza?


¡Podrías haberte escindido en cien pedazos diferentes, esparcidos por la A-37!
—No esperaba que fuera un blanco en movimiento —dijo Draco, sintiéndose despeinado y un
poco enfermo—. ¿Por qué estás conduciendo?

—¡Porque me dijiste que la aparición y el Flu eran rastreables!

—¿A quién le importa si son rastreables? Tienes permitido estar de vacaciones. Linda mañana para
eso, por cierto —agregó, mientras la lluvia azotaba el auto—. ¿A menos que tus vacaciones tengan
algo que ver con tu proyecto?

Granger lo miró fijamente.

—Ajá —triunfó Draco.

Al darse cuenta que lo crítico de la pelea había disminuido, Draco vio un espejo justo encima de la
cabeza de Granger y lo giró hacia sí mismo. Era la altura perfecta para revisar el cabello. Buenos
tipos, muggles, en realidad: tenían sus prioridades claras.

Granger farfulló.

—¿Acabas de requisar mi espejo retrovisor para arreglar tu cabello?

—Puedes recuperarlo en un momento —dijo Draco.

Granger lo miraba con una expresión de desagrado lo suficientemente fuerte como para poner
nervioso a un hombre menor.

Giró el espejo hacia sí misma.

—Necesito eso. Y quita tus pies demasiado grandes de mi tablero.

—No es mi culpa que tu auto esté tan apretado —dijo Draco, intentando meter las piernas.

—No es mi culpa que seas una marioneta desgarbada de hombre que decidió aparecerse en mi Mini
—Antes de que Draco tuviera tiempo de registrar su ofensa por esta comparación injusta, llegó al
quid de la cuestión—. ¿Y por qué estás aquí?

—Estoy realizando una inspección al azar —dijo Draco.

—Una inspección al azar —repitió Granger, luciendo completamente poco convencida.

—Sí.

—¿Y? ¿Has establecido que estoy sana de mente y cuerpo?

Draco la examinó críticamente. Parecía sana de cuerpo, por lo que podía ver debajo del sombrero,
el anorak, la bufanda y las botas muggles para caminar. La cordura mental era menos fácil de
medir: había un destello de algo peligroso en sus ojos.

—¿Entonces? —Ella empujó—. Estoy bien, como puedes ver. Puedes irte ahora.

Draco decidió tomar el camino correcto e intentar un poco de honestidad.

—También estoy usando esto como un pretexto.

—¿Un pretexto para qué?


—Evitando algunos disgustos en casa.

—¿Qué tipo de desagrado?

Merlín, ella era implacable.

—Mi madre va a invitar a las damas a tomar el té.

Lo que Granger estaba esperando, no había sido eso. Una extraña expresión cruzó su rostro, como
si estuviera conteniendo la risa.

—¿A las damas para el té? —repitió ella.

—Sí. ¿Qué es tan divertido?

—Pensé que sería algo más, más temible —La risa contenida se desvaneció—. De todos modos, no
quiero sufrir porque tienes miedo de algunas damas. No necesito, ni quiero, que estés dando vueltas
hoy. Tengo cosas que hacer.

—Es Imbolc hoy —dijo Draco conversacionalmente—. ¿Sabías eso?

Granger no dijo nada, pero parecía nuevamente molesta.

—¿Qué estás haciendo en Somerset en Imbolc? —preguntó Draco—. No sabía que conservabas las
Viejas Costumbres. No pareces del tipo de flores y baile en los postes.

Cuando Granger no le respondió de nuevo, Draco sonrió y se acomodó en su asiento.

—He evaluado la situación y, dado que obviamente tiene que ver con tu peligroso proyecto, te
estaré monitoreando hoy, por tu propia seguridad. Por el punto 11 de mis recomendaciones. No
discutas.

—Te expulsaré de este auto —dijo Granger.

—No puedes hacer eso.

—Yo puedo. Este botón, aquí —dijo Granger, señalando una cosa grande y redonda en el tablero
—. Es una característica de seguridad que inventaron los muggles.

Un silbato quejumbroso comenzó a gemir a través del auto. Granger saltó.

—¡¿Qué es eso?!

—Oh, eso —dijo Draco—. Una función de seguridad que inventaron los magos. Puse un
Chivatoscopio en tu guantera, como sugeriste. Me mentiste sobre el botón de expulsión y estoy
herido.

Granger se inclinó sobre él y abrió la guantera, «¡Ay, mis rodillas!», para ver que efectivamente
había un Chivatoscopio dentro. Silbó y destelló durante unos momentos más, luego, dado que ya
no había más mentiras, se detuvo.

Hubo un largo silencio. Granger se recostó en su asiento, apoyó la frente en el volante y pareció
recuperarse.

—Está bien —dijo finalmente—. Puedes quedarte mientras dure ese angustioso té de tu madre. No
te interpongas en mi camino.
Giró la llave y el motor del auto se puso en marcha.

—Ponte tu cinturón de seguridad... O no. Supongo que no me importa si tienes una muerte
espantosa.

El Chivatoscopio gimió de nuevo. Granger maldijo coloridamente.

—¿Qué hace realmente ese botón? —preguntó Draco, cuando la fila se había desvanecido.

Esta inocente pregunta pareció hacer enojar a Granger de nuevo.

—Solía ser el estéreo, hasta que alguien lo arruinó. Ahora sólo reproduce canciones populares
austriacas.

Draco presionó el botón. Empezaron a sonar canciones populares austriacas.

Las manos de Granger estaban apretadas en el volante mientras regresaba a la carretera.

Estaba claro que, en su opinión, Draco era el verdadero Auror fastidioso.

La señalización muggle fue excelente. A medida que avanzaban por caminos rurales cada vez más
ventosos, Draco pudo adivinar su destino final con cierto grado de certeza.

—Glastonbury —dijo—. Interesante.

Granger no dijo nada. Su disgusto por su presencia continuaba y no lo ocultaba. A Draco le


importaba poco: un paseo bajo la lluvia por la campiña inglesa con una Granger enojada era mucho
más placentero que soportar bocadillos demasiado pequeños y a las cazadoras de fortunas burlonas.

Honestamente, el camino sinuoso, la música austriaca, la bruja furiosa: fue absurdo, fue divertido,
fue entretenido.

Hizo ademán de pulsar otro botón en el panel central del coche, por curiosidad científica. Granger
apartó su mano de un golpe.

Tenía reflejos decentes, reflexionó Draco mientras se chupaba el nudillo.

En lugar de conducir por la calle que conducía a la ciudad de Glastonbury propiamente dicha,
Granger se desvió hacia un aparcamiento al borde de un bosque.

Allí, un sendero serpenteaba hacia un bosque, bastante empapado y de aspecto helado en esa época
del año.

—¿Qué es esto? —preguntó Draco.

—El camino Mendip —respondió Granger, con esa manera que tenía de responder sus preguntas
sin realmente responder a sus preguntas. Ella salió del auto—. Voy a dar un paseo. Puedes esperar
en el coche.

¿Podía qué? Tan generosa. Draco, después de una breve lucha con la manija, salió del vehículo.
Contuvo gemidos mientras estampaba algo de sensibilidad en sus piernas.

Granger observó su salida del Mini con las manos en las caderas. La sintió observar su elección de
ropa: su túnica de Auror sobre su traje perenne y calzado: botas de piel de dragón perfectamente
funcionales. Ella debió haber llegado a la conclusión de que tendría que funcionar, o de lo
contrario, que no funcionaría y lo pondría en peligro, y que eso era perfecto. En cualquier caso, se
dio la vuelta y comenzó a caminar hacia el bosque.

Draco la vio lanzarse algunos hechizos para repeler la lluvia y calentarse. Él la imitó; parecía una
buena idea.

Cuando entraron en el oscuro Camino Mendip, Draco lanzó algunos hechizos de detección,
buscando evidencia de otros seres, mágicos o muggles. Sin embargo, parecía que solo él y Granger
estaban lo suficientemente locos como para ir a dar un paseo en un día como ese. Excepto por
algunos corzos en un claro cercano, estaban bastante solos.

Satisfecho de que ningún loco estuviera a punto de saltar y atacar a Granger, Draco alcanzó a la
bruja en unas cuantas zancadas largas.

Rápidamente se hizo evidente que esto no era sólo un paseo por la salud de Granger. Ella estaba
buscando algo. O varias cosas. Se asomó a la maleza, tocó los troncos de los árboles, cogió
suavemente las hojas de los helechos en la palma de su mano y las estudió. Sin embargo, no tomó
nada, por lo que anuló cualquier teoría sobre la recolección de ingredientes que Draco pudiera estar
considerando.

Progresaron de esta manera durante una buena media hora, marcada por una pausa para refrescar
sus desvanecidos encantos impermeables.

Finalmente, Granger se detuvo y sacó una lista.

Draco se asomó sin vergüenza por encima de su hombro.

Juncia
Lentibularia
Helecho real
Ophioglossun vulgatum
Acedera
Mellifluous Honewort
Helianthemum apenninum
Helianthemum nummularium
Asnillo
Musgo Borla

Granger usó su varita para tachar la mayor parte de la lista. Solo quedó el Musgo Borla.

—¿Qué es el Musgo Borla? —preguntó Draco.

Granger se apartó de él. Aparentemente, había estado tan ensimismada que se había olvidado de
que Draco estaba allí, y mucho menos notó que estaba acechando sobre su hombro.

Su mano voló hacia su corazón que latía aceleradamente, Draco sintió ecos débiles a través del
anillo. Esperaba que lo regañaran. Sin embargo, su mal humor parecía haber sido reemplazado por
una emoción tentativa relacionada con esa lista.

—Uno de los musgos más raros en esta parte de Inglaterra.

—¿Por qué lo estás buscando?

Granger comenzó a caminar de nuevo, su atención enfocada, esta vez, en troncos muertos, tocones
viejos y otros posibles hábitats.
—Porque confirmará que estoy en el lugar correcto.

—¿El lugar correcto para qué?

Granger desechó la pregunta.

—Simplemente estoy confirmando una teoría.

—¿Qué teoría?

Draco también podría ser implacable.

—Algo relacionado con mi proyecto —contestó Granger con irritante ambigüedad.

—¿Qué tiene que ver el musgo con tus células de quimera o lo que sea?

—Nada, al menos, no directamente. —Ella se giró para observarlo a través de la lluvia, como para
medir lo que valía la pena decirle—. Estoy siguiendo los pasos de una vieja bruja olvidada hace
mucho tiempo cuyo trabajo incluía, entre muchas cosas, descripciones de ciertos lugares sagrados
en las Islas Británicas.

—Entonces, ¿el Valle de Avalon?

—Específicamente, El Pozo del Cáliz en Glastonbury. O al menos, esa es mi suposición educada.


No existe mucho de su trabajo hoy en día: todo lo que tenemos son fragmentos. Ella tendía a
encerar líricamente sobre la flora, lo que me ayuda a reducir las posibles ubicaciones haciendo
referencias cruzadas a las plantas más raras. Por supuesto, ella estaba escribiendo hace cientos de
años, por lo que las cosas pueden haber cambiado. Pero pocos lugares en la isla tendrán tanto
Juncia como Melifluous Honewort. Típicamente prosperan en ecosistemas radicalmente diferentes,
como sin duda sabrás...

No, Draco no sabía, de hecho, nunca había oído hablar de estas plantas, pero asintió en lugar de
admitirlo.

Cuando Draco volvió a mirar hacia arriba, por un momento de infarto, Granger había desaparecido,
agarró su varita, luego vio su trasero asomando por el costado del camino. Estaba sobre sus manos
y rodillas, examinando el borde rocoso de una zanja bastante húmeda.

Lo que sea que había llamado su atención, no era lo que estaba buscando. Ella se puso de pie. Sin
embargo, no parecía decepcionada, parecía decidida... Y lodosa.

—El musgo borla luce como te lo imaginas —dijo Granger—. Diminutas borlas en la parte
superior. Son los esporangios, inusualmente grandes en el género. Se vuelven rosas en el verano,
por supuesto, es un poco pronto para eso....

¿Era esta mujer un genio en Herbología, además de todo lo demás? Draco se preguntó cuánto del
limitado éxito académico de Potter y Weasley se debía a la absorción de su conocimiento por
ósmosis intelectual.

Ella era, francamente, abrumadora.

Granger siguió por el camino, agachándose de vez en cuando para observar las cosas. En conjunto,
fue un paseo bastante pacífico, con los hechizos que lo mantenían seco, el sonido de la lluvia y el
ocasional pájaro cantor valiente, y las verbalizaciones de Granger regañando a varios musgos
porque no eran los correctos.
Por primera vez desde que tomó el expediente de Granger de manos de Tonks, Draco se sintió feliz
por la decisión. Esto fue sin duda más placentero que la mayor parte de su trabajo como Auror:
menos maldiciones y evisceraciones en su camino, para empezar.

Y, además, lo sacó del té con las damas y prometió muchas más oportunidades para
hacerlo. Ese grupo estaría chupándole a Granger con sus tazas de té: Granger con el sombrero
torcido, la cara manchada de tierra, trepando por las zanjas en lugar de encontrar un marido rico.
Pero aparentemente estaba haciendo algo grandioso por los magos y, por favor, ¿qué habían
logrado?

—¡Creo que lo encontré! —llamó Granger.

Draco empujó a través de algunas zarzas para que, una vez más, se le presentara una vista del
trasero de Granger. La familiaridad engendró cariño. Más bien estaba desarrollando un aprecio por
ello.

Por razones que sólo ella conocía, Granger casi había presionado su cara contra un trozo de musgo
y estaba respirando profundamente en él.

—Granger, ¿qué...?

—Está destinado a oler a algodón de azúcar. ¡Y lo hace! —dijo Granger, levantándose de un salto.

Había suciedad en la punta de su nariz. En las sombras de los grandes robles que los rodeaban, sus
ojos oscuros brillaban de emoción. Un rizo de cabello se aferraba húmedo a su labio. Sus mejillas
estaban rosadas por el viento de febrero. Su sonrisa brilló hacia él, una cosa breve y rara.

Draco se dio cuenta con sorpresa de que Granger era bonita.

Juntó las manos y chilló ante el montón de musgo, como si fuera un tesoro que valiera miles y
miles de galeones.

Antes de que Draco pudiera procesar su comprensión, un grito ronco resonó desde algún rincón
distante del bosque. Para su diversión, Granger saltó a su lado de inmediato, con la varita
levantada.

Los extraños gritos continuaron. Cuando Granger vio que no había reaccionado y no parecía
alarmado, preguntó:

—¿Qué es ese horrible jaleo?

—Eso es un zorro —contestó Draco.

—Oh.

—Una zorra cachonda está pidiendo un revolcón.

—... Ya veo —dijo Granger.

Otro grito. Draco quería reír, la expresión de Granger se había vuelto bastante remilgada.

Sacó su lista de plantas y tachó la línea final.

—Este es un excelente desarrollo. El musgo, quiero decir, no la zorra cachonda. Volvamos al


coche.
—¿Es todo? —preguntó Draco. Parecía bastante fácil.

—Oh, no —dijo Granger—. Sólo tengo alrededor de otras tres mil cosas que hacer antes de que eso
sea todo.

Conociéndola, eso probablemente no era una exageración. Caminaron de regreso al auto. Sin los
saltos constantes de Granger en la vegetación, fue bastante más rápido que el camino de entrada.

—¿Por qué tuviste que hacer esto en Imbolc? —preguntó Draco. En su opinión, esto hubiera
estado mejor planeado para Beltane, para un clima más agradable.

Ella ignoró la pregunta a favor de plantear una propia:

—¿Crees que las invitadas de tu madre se han ido?

Draco conjuró un reloj de bolsillo.

—No —mintió.

—¿Está seguro? Más bien es un té largo, ¿no?

—Los tés de sociedad son asuntos de varias horas. Las favoritas de mi madre probablemente se
quedarán para la cena y las bebidas.

—Ya veo —El momento de sonrisa de Granger entre los robles se estaba desvaneciendo y siendo
reemplazado por la molestia que parecía una condición crónica en la presencia de Draco—. ¿Por
qué no te vas a otro lado? Ella no sabrá que no estás estrictamente trabajando.

—No me iré —dijo Draco—. Si fueras atacada mientras estás fuera de casa trabajando en un
proyecto, Shacklebolt me quitaría el pellejo.

—¿De qué me estás protegiendo? —preguntó Granger con un amplio gesto hacia la nada a su
alrededor—. ¿Zorros cachondos?

—Si me dijeras lo que estabas haciendo, podría establecer mejor las amenazas potenciales.

—Si hay algo que aprendí del enorme error que cometí al contarle a Shacklebolt, es que no voy a
compartir una palabra más sobre mi trabajo. —Granger se cruzó de brazos. Su obstinada postura se
vio bastante socavada por la única hoja clavada en su sombrero, ondeando en el viento.

—Brillante. Así que seguiré apuntando con mi varita esperando a los malos sin nombre, ¿de
acuerdo?

—No. Puedes aparecerte en el pub más cercano, tomar una copa e irte a casa cuando estés a salvo
de las damas.

—Yo no soy el que necesita estar a salvo —dijo Draco.

Granger hizo un sonido de frustración.

—No puedes venir. Complicas las cosas.

—¿Complicar las cosas cómo? —preguntó Draco—. Puedo quedarme fuera del camino, ¿no me
quedé fuera del camino?

—Voy a visitar el Pozo del Cáliz a continuación. Eso implica hacerse pasar por muggle, que tú no
eres.

Puedo muy bien pasar por muggle dijo Draco, indignado.

—El programa de Aurores incluye una unidad sustancial sobre ocultamiento y disfraz, y aprobé
con una distinción, gracias.

¿Había estado pensando que cuidar a Granger había terminado siendo una buena decisión? ¿Por
qué ella debía luchar contra él en todo?

Granger se frotaba las sienes.

—Estamos perdiendo el tiempo, tiempo que no tengo.

—Entonces vámonos —dijo Draco.

—Muéstrame tu mejor intento de disfraz muggle —dijo Granger. Había una especie de esperanza
desesperada en sus ojos, como si supiera que iba a ser una tontería, pero quisiera verlo, por si
acaso.

Draco encogió su túnica de Auror en un pañuelo, que se guardó en el bolsillo. Luego modificó su
traje para adaptarlo a la moda muggle actual, un poco más relajada en su sastrería. Convirtió sus
botas en brillantes zapatos de vestir para hombre. Su varita estaba escondida en una funda en su
muñeca. Su cabello no se tocó: era el colmo de la perfección, Mágico o Muggle, gracias.

—¿Entonces? —preguntó, girando lentamente bajo la mirada crítica de Granger.

—Sería ideal si fuéramos a Dorchester a cenar —dijo Granger. Ella suspiró—. Pero... lo aceptaré.
Tal vez podamos hacerte parecer un profesor joven y elegante, en lugar de un banquero que se ha
perdido...

Ella se acercó e hizo sus propias modificaciones, quitándole la corbata y transformando sus zapatos
en zapatillas muggle. Luego alargó la mano y desabrochó el botón superior de su camisa, una
extraña sensación, tener a Granger haciendo eso. Draco lo guardó para su posterior análisis.

—Eso tendrá que funcionar —dijo Granger, aunque parecía cínica.

—Si estamos criticando la apariencia de los demás, necesitas un Scourgify —dijo Draco.

Granger transformó la ventanilla de su coche en un espejo para descubrir, con un «oh, dios mío», lo
cubierta de barro que estaba. Hizo un trabajo rápido con la hoja suelta y la tierra, luego le dio a
Draco una mirada extraña.

—¿Qué? —preguntó Draco.

—Nada. —dijo Granger.

—Dime. —dijo Draco.

—No.

—Sí.

—Yo sólo... podría haber esperado alguna broma sobre la suciedad de tu parte —dijo Granger.

Draco se quedó quieto.


—Esos días han pasado hace mucho.

Granger se arregló el sombrero con un encogimiento de hombros de «si tú lo dices».

Draco frunció el ceño. Este no era el momento para esta conversación, pero algún día necesitaría
saber cómo había visto él, de primera mano, los horrores de esas horribles actitudes, y cómo
todavía vivían en su cabeza en la oscuridad de la noche, y cuánto él deseaba poder recuperar.

—Ya no soy esa persona —susurró Draco.

Al ver que estaba tan solemne, Granger también se quedó quieta.

—Está bien, no debí haberlo sacado a colación.

—No debí haber insistido —concedió Draco.

—También eso. —Granger agitó su varita y su antiguo espejo se convirtió de nuevo en la ventana
de un auto. Ella se volvió enérgica en sus movimientos—. ¿Debemos?

—Vamos —dijo Draco.

Luego arruinó el momento serio al necesitar ayuda para abrir la puerta del auto. Granger se acercó
para ayudarlo con santa paciencia.

Ella, para su crédito, no arrojó ninguna duda sobre su capacidad para comportarse como un
muggle.

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Chapter End Notes

¿Qué mejor para un miércoles que una actualización intempestiva?

¿Qué pasará con nuestros protagonistas? ¡Pronto lo descubriremos!

Besos,

Paola
Las Guardianas
Chapter Notes

See the end of the chapter for notes

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Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse

"Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love"

De Isthisselfcare

Beteado por Bet y Emily

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Nota de la autora:

Uno de mis momentos favoritos del Dramione es cuando Narcissa busca una esposa de sangre
pura perfecta para su descarriado hijo , mientras él anda de juerga con una mujer que vale diez
veces cada bruja sangre pura en la lista de invitadas de Narcissa.

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Condujeron en silencio durante un rato. Granger parecía preocupada. Su pulgar golpeaba el volante
y estaba mordiendo su labio. Draco recordó que estaba complicando las cosas y que su presencia la
molestaba.

—Será una tarde llena —dijo Granger finalmente—. En el Pozo del Cáliz, quiero decir. Tratemos
de mantener un perfil bajo. Tenemos que pasar por la tienda de regalos para comprar boletos para
entrar, pero después de eso, podremos entrar a los jardines y evitar lo peor de las multitudes.

—Puedo mantener un perfil bajo —dijo Draco.

Granger le dirigió una mirada de reojo ansiosa en lugar de responder.

—¿El agua tiene propiedades mágicas? —preguntó Draco—. ¿Por qué los muggles siquiera lo
saben?

Granger se enderezó y respiró hondo. Draco se dio cuenta de que había activado el Modo . Ella
comenzó:

—Los manantiales en esta área han sido utilizados tanto por muggles como por gente mágica
durante milenios. Habría sido demasiado difícil borrar todo el asunto de tantas mentes después del
Estatuto del Secreto, supongo. Pero, para responder a tu pregunta, los muggles sólo conocen dos
fuentes de agua en Pozo del Cáliz: una que llaman Primavera Blanca y otra que llaman El Pozo
Rojo. Ninguno de los dos tiene propiedades mágicas reales, aunque los muggles han atribuido su
propio significado espiritual y mitológico a ambos. Tienen historias que los vinculan con el Santo
Grial y el Rey Arturo, se supone que debió ser enterrado en la Abadía de Glastonbury, y otros
fragmentos de leyenda...

Ahora se acercaban a las afueras de la ciudad. Granger se giró ante un letrero que apuntaba a los
jardines del Pozo del Cáliz.

—Pero —continuó—, hay un tercer manantial, uno que no encontrarás en los folletos muggles; se
llama El Pozo Verde. Ese tiene propiedades mágicas de buena fe. Necesito... Aquí. —Granger
vaciló, pero pareció decidir que Draco lo resolvería de todos modos—. Necesito una muestra.

—Para tu proyecto.

—Sí.

—¿Y por qué en Imbolc, específicamente?

—Estás siendo demasiado inquisitivo —dijo Granger. Draco sintió que se refería
a entrometido, pero había elegido la opción más educada.

—Supongo que el Pozo alcanza su máxima potencia mágica en Imbolc —indagó Draco.
Granger no respondió.

—Tengo razón, ¿no?

La vio mirar la guantera, donde estaba el Chivatoscopio, prometiendo revelar mentiras descaradas.

—Deja de ser tan curioso — dijo Granger.

—Eso es un poco gracioso, viniendo de ti.

Ella se burló.

—Ser curiosa es literalmente mi trabajo; soy investigadora. Tu trabajo es protegerme de las Fuerzas
Desconocidas, no interrogarme sobre un proyecto de propiedad altamente confidencial.

Granger se detuvo en un lugar de estacionamiento, apagó el auto y esperó su respuesta.

Esta bruja era... algo. Draco nunca había soportado discusiones tan implacables: puntos y
contrapuntos, con más puntos y otros contrapuntos. Más bien sintió que, si hubiera estado
siguiendo el marcador, él sería el equipo perdedor.

—No soy un guardaespaldas. No te fui asignado para que caminara sin cerebro detrás tuyo —dijo
Draco.

—No. Eres un Auror altamente calificado y competente, y esto es una total pérdida de tiempo. —
Granger tomó aliento, reprimiendo visiblemente su irritación por toda la situación.

El cumplido inicial provocó una pequeña chispa de deleite, rápidamente suprimida por Draco. No
le importaba lo que Granger pensara de él.

Un grupo de muggles pasó junto al auto, distrayéndolos a ambos. Decidiendo mutuamente una
tregua tácita, muy temporal, Draco estaba seguro, salieron del auto.

El aparcamiento estaba ocupado. Muggles en familias, muggles empujando cochecitos, muggles


con atuendos que parecían excepcionalmente extravagantes, incluso para muggles.

—Te advierto ahora, hay muchos tipos New Age aquí. —dijo Granger mientras se unían a la
multitud que se dirigía hacia la entrada de El Pozo del Cáliz.

—¿New Age?

—Hippies, wiccanos, neopaganos. Tipos woo-woo —Granger parecía estar luchando por una
definición—. Muggles que son muy espirituales y creen en la magia, o en poderes mayores, de
todos modos, hasta cierto punto. Algunos de ellos incluso se llaman a sí mismos brujos. No se dan
cuenta de que hay brujas y magos reales, por supuesto, y magia real. Recolectan cristales y cosas,
y realizan rituales sobre los que leen en libros antiguos.

—Ah —dijo Draco, aunque en realidad no entendía—, pensé que los muggles estaban destinados a
ser implacablemente lógicos.

—Algunos lo son —dijo Granger—. Algunos son bastante menos que lógicos. O tal vez alguna
parte de ellos recuerda la magia. O inconscientemente saben que existe. O tal vez sólo quieren
creer en algo...

Entraron en la concurrida tienda de regalos: bulliciosa y empalagosamente perfumada.


Granger vio que Draco fruncía la nariz y dijo:

—Serán los aceites esenciales. A los de la New Age les encantan.

Draco examinó algunas velas perfumadas ofensivamente, etiquetadas como «Para Relajarse».

—¿Por qué nadie les dice que han sintetizado en exceso estas cosas hasta el punto de que cualquier
propiedad mágica menor se pierde por completo?

Granger miró la etiqueta con los ojos entrecerrados.

—¿Quieres decir que inhalar acetato de linalilo y pineno no te relaja?

Draco ahora se encontró siendo conducido por Granger y estacionado en una esquina de la tienda,
como un Mini Cooper con forma de Draco.

—Quédate aquí —dijo ella—. Conseguiré boletos para nosotros. No rompas nada.

Gracias a Dios por ese último consejo; de lo contrario, podría haber comenzado a pulverizar cosas
por puro exceso de espíritu. Metiendo las manos en los bolsillos, Draco se paró en la esquina y vio
a Granger irse. La multitud a su alrededor no la miró dos veces. Ella realmente se mezclaba. En
cuanto a él, era el tema de más de unas pocas miradas hacia arriba: su altura, su cabello rubio
blanquecino, su «estupendo» traje.

Granger ahora se había unido a la lenta cola para las entradas. Tener a su director lejos de él en un
lugar concurrido no era algo que a Draco le gustara, desde un punto de vista puramente profesional.
Realizó alguna Legeremancia subrepticia en una muestra aleatoria de personas en la tienda. La
multitud estaba compuesta en su mayoría por muggles. Había una pareja de magos, pero no tenían
malas intenciones, ni idea de que Granger estaba aquí. ¿La reconocerían si la vieran? Tal vez, pero
Draco no podía profundizar en sus mentes con tanta precisión desde esta distancia.

Las instrucciones de Granger de mantener un perfil bajo eran bastante hipócritas, dado que acababa
de entablar una conversación con los muggles en la fila detrás de ella. Draco, molesto, lanzó una
Legeremancia a nivel superficial sobre la familia para comprobar si tenían intenciones siniestras.
Nada de interés: sólo eran turistas amistosos.

Se dio cuenta de una presencia que acechaba a su alrededor, espiándolo desde un estante, luego
desde el otro. Fingió estar interesado en las velas apestosas.

Eventualmente se mostró a sí misma: una dependienta, fuertemente envuelta en bufandas diáfanas,


que observaba a Draco con ojos saltones. Una etiqueta con su nombre estaba prendida a su suéter:
Eunice.

—Hola —le dijo a Draco—. ¿Puedo ayudarte a encontrar algo?

Draco captó su mirada y leyó sus pensamientos inmediatos. Nada siniestro, excepto por el hecho de
que ella lo consideraba terriblemente guapo.

—No, gracias —dijo Draco, volviéndose a mirar a Granger entre velas. Finalmente estaba en la
taquilla.

En lugar de tomar esto como un despido firme, Eunice se acercó a Draco, con los ojos pegados a su
rostro.

—Tu aura está... perturbada. —dijo.


Draco sintió que se dirigía a él una encarnación muggle de Trelawney cruzada con una gran polilla.

—No creo que estas velas te hagan bien —dijo Eunice.

—Estoy de acuerdo contigo en eso —coincidió Draco.

El sarcasmo se perdió para ella. Asintió para sí misma y palpó el aire alrededor de Draco, como si
agarrara algo.

—Yo sugeriría algo más fuerte, como uno de nuestros inciensos purificadores —dijo Eunice,
bajando para señalar otro estante.

Draco observó a Granger ir directamente al café-bar. ¿Sería tan amable de darse prisa y salvarlo de
la polilla?

Eunice ahora sostenía su mano hacia él con los ojos cerrados. Ella negó con la cabeza con
gravedad.

—Tu chakra del corazón está poco activo.

—¿Lo hace?

—El Incienso de Venus, creo —dijo Eunice. Agarró un paquete y agitó la cosa picante debajo de la
nariz de Draco—. Aunque, con tu necesidad de Conexión a Tierra, tal vez sea Saturno...

Rebuscó en el estante y dijo cosas sobre transmutar energía y ascender al plano celestial. Draco vio
el sombrero de Granger balanceándose en su dirección a través de la multitud.

—Me tengo que ir —dijo, haciendo su escape.

—¿Oh, lo haces? —Eunice parecía desconcertada. Deslizó algo en la mano de Draco—. Mi tarjeta.
Hago realineaciones de chakras. Contáctame... Nuestras energías son bastante compatibles...

Eunice se alejó flotando justo cuando llegó Granger, trayendo cafés.

—¿Quién era esa? —preguntó Granger, observando el revoloteo de bufandas alejándose.

—Eunice —dijo Draco—. Ella me dio esto. ¿Necesitas realinear tus chakras?

Granger intercambió uno de sus cafés por la tarjeta ofrecida. Algo había sido garabateado
apresuradamente en él, algo que Draco no había notado antes.

—Oooh, ella te dio su número.

—¿Y eso qué significa?

—Que le gustas a Eunice —dijo Granger, pareciendo divertida.

—La mayoría de las mujeres que me conocen lo hacen.

Granger resopló, como si esto fuera una broma perversamente divertida en lugar de una verdad
universal. Se contuvo, se puso sobria y lo miró con renovado asombro.

—Eres gracioso, Malfoy.

—Vivo para servir —dijo Draco, para disimular su irritación.


Granger le devolvió la tarjeta.

—Qué pena que no sepas ni lo que es un móvil. La pobre Eunice le estaba ladrando al árbol
equivocado.

—Ella pensó que yo era terriblemente guapo —contestó Draco.

—Ella también piensa que tus chakras necesitan realinearse. No nos dejemos envolver demasiado
por la solidez del criterio de Eunice —dijo Granger secamente.

Que se sepa que, si algún hombre necesitara controlar su ego, un simple intercambio con Granger
lo pondría en orden.

Draco tomó un sorbo del café que Granger había traído. Sorprendentemente, no fue terrible.

—¿Cómo supiste que me gustan los espressos dobles?

Granger se encogió de hombros.

—Parecía tu estilo.

—¿Audaz? ¿Amargo?

—Demasiado caro.

Draco escondió su burla en la copa.

Granger los puso en curso hacia los jardines. La lluvia comenzó a amainar y dar paso a la luz del
sol tentativa. Los jardines eran inesperadamente hermosos, incluso si los muggles a cargo no tenían
acceso a los crecientes encantos y aditivos mágicos que hacían que los jardines mágicos fueran un
espectáculo durante el invierno. Draco pensó que su madre incluso podría apreciar el lugar: aunque
era febrero, había color, gracias a la cuidadosa selección de plantas. Los gorgoteos musicales del
agua de los manantiales en todas partes añadieron interés auditivo y todo el lugar estaba
suavemente iluminado por cientos y cientos de velas escondidas en huecos pedregosos.

Señales aquí y allá pedían a los visitantes que guardaran silencio, por respeto a los que meditaban.
Granger lanzó un hechizo silenciador alrededor de los dos para que pudieran hablar.
El Pozo Rojo en Glastonbury. (Foto: britainexpress.com)

Llegaron al Pozo Rojo, acertadamente llamado, con su agua de color óxido. Draco leyó la placa
con un interés pasajero. Como Granger había notado antes, los muggles habían inventado una
mitología cristiana fantasiosa que sugería que el Santo Grial estaba enterrado aquí. También hubo
algunas referencias a la leyenda artúrica.

—¿Los muggles saben sobre Morgana? —preguntó Draco, levantando una ceja al ver el nombre de
una bruja tan famosa en un cartel muggle.

—Sí, pero ella es una figura mítica —dijo Granger—. La mayoría de ellos no creen que ella
realmente existió.

Draco chasqueó la lengua. Si supieran.

A continuación, pasearon por la casa del pozo que contenía la Fuente Blanca: un lugar oscuro que
olía a humedad, donde los muggles habían decorado las paredes de piedra tosca con velas y
pequeños altares a deidades reales e imaginarias: Santa Brígida, la Dama de Avalon, el Rey de las
Hadas...

—Aquí estamos. —dijo Granger, mientras bajaban por un camino más tranquilo y menos utilizado
que rodeaba la parte trasera de la casa del pozo—. Debería haber una especie de plataforma que
nos llevara al Pozo Verde. Tendremos que usar nuestras varitas para entrar, desilusionémonos en
caso de que pase algún muggle.

Granger era ahora un trozo de jardín con forma de Granger frente a Draco, brillando tenuemente
bajo el débil sol de febrero.

Se detuvieron, bueno, Granger se detuvo y Draco corrió hacia ella, en lo que parecía ser una tapa
de alcantarilla, metida a medio camino debajo de un arbusto. A lo largo de su desgastada superficie
de hierro fundido, había dos grandes círculos que se cruzaban bajo hojas muertas y musgo.
Entrada al Pozo Verde. (Foto: londontoolkit.com)

—Eso simboliza la interacción entre los mundos físico y espiritual —dijo Granger. Draco pudo
distinguir su varita fantasmal moviéndose—. Es posible que reconozcas la forma: el Pozo Rojo está
construido de la misma manera. Sigamos, es hacia abajo.

Estaban juntos sobre la tapa de la alcantarilla, bastante apretujados.

—¿Hechizo? —preguntó Draco, llenándose la boca del cabello invisible de Granger por la
molestia.

—Vesica piscis —dijo Granger, imitando el símbolo circular con un movimiento de varita.

La tapa de la alcantarilla se estremeció. Granger se acercó sigilosamente a él. Olía a lluvia, bosque
húmedo, capuchino y jabón. Ella olía hermoso.

Luego, sin permiso, la plataforma se desplomó debajo de ellos.

La bruja con un olor delicioso se aferró a Draco y perforó sus dos tímpanos con su grito.

Gracias al cielo por esos hechizos silenciadores, pensó Draco mientras caían.

Un denso hechizo de amortiguación los encontró en el fondo de la caída. Lo cual fue excelente, ya
que Draco no tenía la intención de romperse los dos tobillos hoy.

Él y Granger aterrizaron, rebotaron dolorosamente el uno contra el otro. Estaba bastante seguro de
que le había dado un codazo en la teta; ella evitó por poco su ingle con la rodilla, y se
derrumbaron, con los brazos y piernas abiertos, sobre un espeso lecho de hongos resplandecientes.

—Guau, un viaje en primera clase —dijo Draco arrastrando las palabras en la oscuridad.

—Agh —respondió Granger con algo menos que su perspicacia habitual.


Draco se levantó. Granger estaba en algún lugar a su izquierda. Ella no parecía estar llevándolo tan
bien como él; parecía conmocionada.

—¿N-no podrían establecer un encantamiento de levitación? —preguntó débilmente—. Pensé que


esa cosa era un ascensor. No esperaba una caída desgarradora hacia mi muerte.

Malfoy buscó a tientas en la penumbra para encontrar que su café era una causa perdida; qué pena.

Revirtieron la desilusión y, cuando Granger logró ponerse de pie, comenzaron a caminar por un
pasaje iluminado por grandes hongos bioluminiscentes. El sonido del agua goteando resonó por
todas partes. Draco vio que incluso las paredes estaban mojadas con un flujo constante de
humedad.

Cuando entraron en una especie de cueva larga y de techo bajo, Draco vio que había otras brujas y
magos por ahí. En un rincón había lo que parecía una especie de librería, que Granger miró con
añoranza. También había un mostrador que servía de boticario. Todo el lugar estaba iluminado
únicamente por el resplandor de los hongos, que estaban por todas partes: el piso, las paredes,
colgando del techo.

—Omphalotus luxaeterna —dijo Granger—. Bonito, de manera viscosa.

Si añadía un «me gusta», Draco iba a hechizarla: su ego ya había recibido suficientes abusos hoy.

Ella no lo hizo, fue casi decepcionante que dejara pasar la ocasión.

Llegaron por fin al Pozo Verde, un manantial burbujeante con luz verde, flanqueado por dos
estatuas en la penumbra. Al menos, Draco había pensado que eran estatuas, hasta que se movieron.

—Los Guardianes del Pozo —dijo Granger, quien no pareció sorprendida por la vista—. Correcto.
Quédate aquí. Yo tengo que hablar: tienen que ser tratados educadamente y con respeto.

Ignorando la insinuación de que no podía ser respetuoso, Draco dijo:

—Creo que prefiero ir. —Sus ojos se esforzaron por tener una idea de qué, exactamente, acechaba
en la oscuridad salpicada de hongos.

La irritación de Granger estalló de inmediato.

—Dijiste que no te interpondrías en mi camino. Ni siquiera estás destinado a estar aquí. Esto
es delicado y de importancia crítica.

—Bien —siseó Draco—. Me quedaré aquí.

Estaba dentro del rango del hechizo, de todos modos.

Granger avanzó. Draco miró a las dos formas jorobadas cubiertas de negro. ¿Eran brujas? Fue
difícil saberlo en la oscuridad. Si eran brujas, seguramente tenían sangre de arpía en algún lugar
del árbol genealógico. Además de algunas cosas más, sin duda.
Un pequeño sketch por mí, la traductora.

Sus miradas pálidas gemelas, tan luminiscentes como los hongos a su alrededor, lo desconcertaron.
Se encontró agarrando su varita mientras Granger caminaba hacia la más cercana de las
Guardianas.

Su primer pensamiento, mientras procesaba esta situación, fue que Granger era estúpidamente
valiente o absolutamente imprudente. En segundo lugar, no le gustaba esto en absoluto. Estos seres
se sintieron oscuros, viejos, peligrosos.

«Sí, Tonks: fue asesinada por una bruja. Sí, yo estaba justo allí. Sí, la dejé caminar hasta allí. Sí,
fue destripada justo en frente de mí. Ella quería pasar por un poco de agua elegante de este pozo,
ya sabes; no pude hacer nada».

—¿Estás aquí para llenar, querida? —graznó la Guardiana a Granger. La voz ronca y seca resonó
inquietantemente.

—Sí, ¿si pudiera? Tengo una ofrenda —dijo Granger. Su figura era una ligera silueta, iluminada
por la luminiscencia del Pozo Verde.

—Muéstrame —dijo la Guardiana. La criatura se inclinó hacia Granger. Había algo hambriento en
sus movimientos. La mano de la varita de Draco tembló: si la cosa se movía más cerca de Granger,
tenía una maldición de decapitación lista para ser desatada.

Granger, como siempre, estaba bien preparada. De algún lugar de su anorak (¡¿de dónde?!), sacó
tres grandes bolsas, que pasó a las garras de la criatura.

—Grano, vísceras, oro.

La segunda Guardiana se acercó arrastrando los pies, metió sus dedos como garras en una de las
bolsas y sacó un puñado de galeones relucientes.

¿Y de dónde había sacado Granger un saco entero de galeones, por cierto?

En cualquier caso, la procedencia del oro no parecía preocupar al segundo Guardián. Ella canturreó
su satisfacción.

—Muy agradable. Encantadora. Deja pasar a la buena niña.

La primera Guardiana hizo un gesto a Granger para que avanzara.

—¿No tienes un recipiente, niña?

Granger sacó un frasco grande, cuyo tapón dorado brillaba en la penumbra.

—Sí, ¿esto servirá?

La cosa resolló un acuerdo. A un gesto de la Guardiana, Granger sumergió el frasco en el Pozo


Verde.

La segunda Guardiana miró a Draco, como si fuera consciente de la varita que sujetaba con fuerza
y de las maldiciones bien practicadas que le esperaban en la lengua. Ella olfateó el aire en su
dirección.

—Guarda la varita, pequeño. Esta chica no encontrará su muerte aquí.

La primera Guardiana levantó la vista desde donde estaba junto a Granger.

—El mago está preocupado, ¿verdad?

—Lo está.

Los ojos blancos de la primera guardiana se encontraron con los de Draco; había magia antigua en
ellos. No se atrevió a realizar Legeremancia en esa vieja mente. Ella se rio como si él hubiera
hablado en voz alta.

—Así es, no lo harás, chico tonto. Te prepararía una sopa de sesos y me la bebería mientras aún
está caliente, ¿no?

—Pero mira sus ojos —suspiró la otro Guardiana—. Ojos como los cielos azotados por la lluvia...

Un terror frío se deslizó por la columna de Draco, aunque la criatura no había dicho una amenaza
directa. Se preguntó si sus maldiciones más oscuras serían útiles contra estas cosas: tal vez debería
estar pensando en Luz.

—No empieces con las rimas —dijo la primera a su espantosa hermana—. No queremos meternos
con su melón.
—Hum... he terminado —dijo Granger, que ahora sostenía su petaca goteante. Fue una bendita
interjección. Draco realmente comenzaba a sentirse bastante asustado y de gatillo fácil.

—Buena chica —dijo el primer Guardián—. Úsalo sabiamente.

—Lo haré —dijo Granger, alejándose de las dos—. G-gracias.

—Amor y luz, mi niña —dijo la primera Guardiana. Luego, ella y su hermana se rieron a
carcajadas, como si eso fuera lo más desenfrenado que hubieran escuchado en su vida.

Granger les hizo una especie de reverencia y volvió al lado de Draco. Mantuvo su varita agarrada
hasta que se alejaron de la línea de visión de las Guardianas. Incluso entonces, sintió los pares
gemelos de ojos blancos rozándole la parte posterior de su cabeza.

—No —dijo, abrazando a Granger cuando ella salió disparada hacia la librería subterránea.

—Pero yo quería...

—No —repitió Draco, su agarre en su codo fue inflexible—. Vámonos.

Granger pareció sentir la ira ansiosa de Draco y no discutió más. Regresaron al pasaje bajo que
conducía a la plataforma, Granger dando dos pasos por cada uno de los suyos.

Cuando finalmente estuvieron fuera de la cueva central, Draco la giró hacia él.

—¿Qué mierda fue eso? ¡Podrías haberme dicho que ibas a negociar con criaturas oscuras!

El rostro de Granger estaba pálido en la fosforescencia.

—No sabía que serían tan... tan...

—¿Unas arpías? ¿Cadavéricas? ¿Letales? —Con cada palabra, el agarre de Draco en sus brazos se
hizo más fuerte—. ¡Por la forma en que la primera te miraba, parecía que quería arrancarte el
maldito hígado! ¡Y te acercaste a ella! ¡Sin varita!

—Deja de maltratarme —dijo Granger, sacudiéndose las manos—. Ella no iba a arrancarme el
hígado. Fueron amables conmigo. Y ciertamente no son arpías.

—¡¿No son arpías?! —balbuceó Draco—. Les diste vísceras.

—Ese es un regalo tradicional, es lo que debes llevar a los Guardianes del Pozo.

—Que parecen arpías, y huelen como arpías, y comen como arpías... —enumeró Draco, con
renovado vigor.

—¡No comen como arpías!

—¡Acabas de darles los ingredientes para el cuscús de vísceras! Si esas no eran arpías, ¡¿qué
diablos eran?!

—¡No sé! Ellas, o sus encarnaciones sucesivas de ellas, se han repetido en textos sobre el Pozo
Verde durante siglos. Por lo general, se describen como figuras de Brujas; ellas no son malvadas,
son antiguas.

—Eran malditas Dementoras, y nunca volverás a tratar con ese tipo de criatura sin decírmelo
primero. Necesito que entiendas que, si algo te pasa, Shacklebolt me quitará la cabeza, luego
Tonks me quitará las pelotas, luego Potter y Weasley se encargarán del resto. Mi madre me
enterraría en un tarro de mermelada. ¿Entendiste?

—Bien. Pero estás exagerando. —Granger sacudió su botella de agua hacia él—. Obtuve lo que
vine a buscar. Estaba preparada, dije las cosas correctas y traje los regalos correctos. —Ahora
aceleró y se lanzó a la ofensiva—. Casi lo echas a perder, poniéndote tan malditamente hostil que
comenzaron a burlarse de ti. Podrían haberte dicho cosas que te habrían atormentado durante
años...

—¿Qué cosas? ¿Qué quieres decir? —interrumpió Draco, recién perturbado.

—Nada —dijo Granger. Al ver la intensidad con la que la miraba, dio un paso atrás—. Es estúpido.

—¿Qué cosas, Granger? —repitió Draco, ahora cerniéndose sobre ella.

Ella vaciló, pero, ante su agitación, se rindió.

—Es sólo que... parte del legendarium que rodea a los Guardianes sugiere que... es tonto, y
obviamente inventado, sugiere que son Videntes.

—Videntes —repitió Draco.

—Una de ellas sabe cuándo mueres y la otra sabe cómo mueres.

Draco se estremeció a pesar de sí mismo.

Granger colocó un rizo detrás de su oreja y comenzó a balbucear.

—Todo es especulación, por supuesto. Cuentos para dormir. Es una presunción tan común en los
viejos textos mágicos. Les encanta dotar a las figuras de las guardianas de una mística añadida con
supuestos poderes. Por supuesto, no le doy mucha importancia a las historias relacionadas con la
adivinación...

Draco interrumpió su divagación:

—¿Cómo puedes ser tan arrogante con ese tipo de leyenda? ¡Eres literalmente la mejor amiga del
niño más predestinado, profetizado, pronosticado y tonto que vivió!

Granger se enderezó y parecía lista para hincarle el diente a este nuevo argumento.

—Ese fue un hecho muy inusual.

Draco miró al vacío, pasándose una mano por el cabello.

—Creo que una de esas arpías también estaba a punto de decir algo. Empezó a hablar en rimas.
Jódeme, eso me habría arruinado. Me pregunto qué sabía ella, el cómo o el cuándo...

—Las historias carecen por completo de fundamento —interrumpió Granger como la Jefa
Arrogante que era—. Ellas no saben nada. No empieces a pensar en eso.

—Demasiado tarde: lo estoy pensando. ¿Qué rima con cielos? —preguntó Draco—. ¿Vuelos?
¿Husmeos?

De alguna manera, Granger estaba metiendo su gran botella de agua de pozo en un bolsillo de su
anorak. La imposibilidad de hacerlo distrajo a Draco de sus morbosas suposiciones.
—¡¿Que...?! ¿Qué es esto, el Anorak de los Mil Bolsillos? ¿Cómo entró eso allí? Ni siquiera lo
encogiste...

—Soy muy hábil en encantamientos de extensión —dijo Granger, demasiado a la ligera—.


Podemos...

—Así es como llevabas esas ofrendas profanas para las gemelas vudú —dijo Draco—.
Finalmente, un misterio Granger resuelto. Sabes que esos encantamientos están fuertemente
regulados por el Ministerio, ¿no?

—Estoy al tanto, gracias —dijo Granger, cortante—. Si alguien me denuncia, espero que no esté
presente, si sabe lo que es bueno para él, estoy dispuesto a pagar multas a cambio de la comodidad.

—Oh ya veo. ¿Es por eso que transportas enormes sacos de galeones? ¿Para multas?

—No. Los llevo como lastre.

Granger rebuscó en su bolsillo y, por un momento salvaje, Draco pensó que iba a sacar un saco de
galeones para golpearlo en la cabeza. Pero no: simplemente sacó su varita y la agitó para decir la
hora.

—¡Ugh, estoy retrasada! Tenía otra cosa que hacer, pero me has retenido tanto...

Draco levantó la vista hacia el techo lleno de hongos: por supuesto que era su culpa.

—¿Qué cosa?

Él y Granger se abrieron paso hacia la tapa de la alcantarilla ubicada entre los hongos.

—Un momento de pura autoindulgencia —dijo Granger—. Hace años que quería ir y ahora estoy
en la zona, pero...

—Pero, ¿qué?

—Estás aquí —dijo Granger—, y no quiero que estés.

—Difícil —dijo Draco—. Cualquier confianza que podría haber tenido en tu juicio ha sido borrada
por tu decisión de regatear con las arpías, sin un sólo maldito plan de contingencia si les daba
hambre.

Granger hizo un sonido que era más un gruñido que otra cosa.

—De todos modos, ¿qué autocomplacencia? ¿Cuál es tu vicio, Granger?

—No es asunto tuyo.

—Te prometo que he visto cosas peores.

Granger lo ignoró, desilusionándolos a los dos mientras Draco hacía conjeturas sobre su pecadillo
secreto: ¿un burdel? ¿Qué la castiguen? ¿Cuscús de vísceras?

Subieron a la plataforma. Draco escuchó a la invisible Granger tomar una respiración profunda y
tranquilizadora.

Le sirvió bien para el largo grito que acompañó su expulsión a la superficie.


Y así, estaban de vuelta en los jardines del Pozo del Cáliz, parpadeando bajo la luz del sol. Draco
no pudo bajar inmediatamente de la plataforma: Granger se aferraba a él como una criatura que se
ahoga aferrándose a un salvavidas. Un eco de los latidos de su corazón retumbó a través de su
anillo. Su agarre tembló. Estaba aterrorizada.

Hizo ademán de alejarse, pero sus rodillas se doblaron y, en su lugar, volvió a girar hacia Draco.

—Joder, maldita sea, maldita sea, ¡agh! —dijo Granger en el pecho de Draco.

—Una observación brillante —dijo Draco.

Su voz pareció devolverla a sí misma. Ella lo abrazó por un momento más, luego respiró
temblorosamente y se alejó con una disculpa murmurada. Draco miró a su alrededor en busca de
muggles y, al no ver ninguno, deshizo su desilusión.

De vuelta en el reino de lo visible, Granger parecía sin sangre.

—Eso fue horrible —dijo.

—Pensé que era bastante divertido.

—Sí, bueno, también eres uno de esa diversa cohorte de lunáticos que disfruta del Quidditch.

—Oye...

Siguieron el camino serpenteante de regreso a la entrada de los Jardines. Draco pudo ver que las
manos de Granger, bueno, las yemas de sus dedos donde asomaban por las mangas de su anorak,
aún temblaban.

Se pasó las manos por los brazos un par de veces.

—Bien, no tienes que preocuparte de que vuelva a hacer trueques con las gemelas Vudú. No quiero
volver a usar esa trampa mortal nunca más. Si necesito otra muestra, te enviaré.

—¡¿A mí?! —exclamó Draco—. Ni es una maldita oportunidad, una de ellas quería sorber mi
cerebro fuera de mi cráneo, ¿o no escuchaste esa parte?

—Ella necesitaría una pajita bastante gruesa —reflexionó Granger.

—Chistosa.

—La próxima vez, podrías aterrizar de cabeza al bajar, hacerles una malteada...

Draco miró a Granger. Tal vez era el humor de Sanador, pero podía ser espeluznante cuando
descargaba su adrenalina. Tal vez fue bueno que no jugara Quidditch. Por otra parte, reflexionó
Draco que, podría ser una Golpeadora excepcional: no se necesitaban bludgers, el Peligro Granger
podía colapsar la psique de las personas con unas pocas sílabas.

Pasaron por la tienda de regalos -Eunice le dio a Draco una mirada enamorada-, y por el
estacionamiento de regreso al Mini de Granger.

—¿Hay algo que pueda decir que haga que te vayas? —preguntó Granger.

—No —dijo Draco.

—¿Qué pasa si te lo pido amablemente?


—No.

—No voy a interactuar con nada oscuro, ni con nadie. Ni siquiera tiene que ver con mi proyecto.

Draco la estudió. Parecía genuinamente abatida de que él fuera a arruinar una tercera actividad en
su lista de hoy. Decidió ser caritativo.

—Dime qué es y decidiré si es peligroso o no; quizá te espere en el coche.

Granger revisó su dispositivo de bolsillo muggle. Al parecer, le dio la hora, entre otras cosas.

—Maldición. Cierran en una hora. Entra, te lo diré en el camino.

Entraron sin contratiempos, Draco ahora había desarrollado una experiencia en abrir puertas de
autos muggles.

—Una cosa antes de irnos, señorita experta en encantamientos extensibles —dijo mientras Granger
encendía el auto—. Extiende este espacio para los pies antes de que me decapite con mis propias
rodillas.

Al final resultó que, ¿el momento de pura autocomplacencia de Granger? ¿Su terrible indiscreción?
¿Su vicio?

Visitar una biblioteca.

—¿Una biblioteca? —repitió Draco.

—Sí, en Tynstesfield.

Draco quería gritar de risa, pero sintió que eso no sería profesional. Se conformó con jadear:

—La decadencia.

—Me gustaría que te fueras —dijo Granger con sinceridad cortante.

—El pecado absoluto de todo esto —dijo Draco.

—Por favor, aparece en casa con tu madre y...

—Una biblioteca, tendré que informarlo.

—...Como puedes ver, estoy bastante segura aquí; las únicas cosas remotamente malas son tus
intentos de humor.

—¿Qué otros hábitos traviesos tienes? ¿Ir a la iglesia? ¿Hornear?

—Es una biblioteca extraordinaria.

—Por supuesto, debe serlo.

—Y no sé cuándo volveré a Somerset.

—Claro.

—Es una de las bibliotecas más grandes propiedad de la Fundación Nacional.


—Mmm.

—La finca también tiene un hermoso invernadero, un raro ejemplo sobreviviente del período
victoriano tardío.

—Excitante, sin duda.

—Todas estas son cosas que deseo disfrutar sin ti.

Draco vio la mandíbula apretada que indicaba que Granger estaba llegando a un punto de quiebe,
ya fuera una maldición o un comentario dolorosamente incisivo. Él retrocedió.

—Bien, puedes visitar tu bendito campo de las tetas...

—Tynstesfield.

—Y esperaré en el auto. Puedo decir sinceramente que no tengo el menor deseo de unirme a ti...

El resto de su oración fue dominado por un gemido repentino. Draco maldijo; el jodido
Chivatoscopio.

Granger apartó los ojos del camino para darle una mirada de absoluta sorpresa.

—Está funcionando mal, claramente —dijo Draco.

—Claramente —repitió Granger sombríamente.

Draco le dio a la guantera una mirada desgarradora.

—Caído en tu propia trampa —dijo Granger. Toda su molestia anterior se había disipado.
Definitivamente estaba conteniendo una sonrisa.

El gemido se desvaneció.

—Voy a tirar esa maldita cosa por la ventana —dijo Draco.

—No lo hagas; me he encariñado bastante con él.

Gracias a una conducción bastante rápida por parte de Granger (¿Límites de velocidad? Una
sugerencia, en serio, como chilló el Chivatoscopio), llegaron a Tynstesfield media hora antes del
cierre.

Granger pudo entrar a la biblioteca y al invernadero. Draco disfrutó de un pastel de semillas de


amapola con café, y vieron la puesta de sol juntos, y sólo se pelearon cuatro veces más.

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Chapter End Notes


¿Otra actualización temprana porque no tengo control en mi mañana del jueves en vez
del sábado programado? Sí, por qué no.

¿Soy la única que piensa que Draco ha tomado su papel protector muy en serio?

Próxima actualización: miércoles 9 o jueves 10.

Besos, Paola
Encontrando la serenidad
Chapter Notes

Nota de la autora:

Este capítulo contiene algo de francés. Soy medio francesa, pero no quería molestar a
los lectores con el uso excesivo de otro idioma, ni sobrecargar el texto con
traducciones. Indicaré cuando estén hablando en francés y pondré el diálogo en
(español). Leélo con mucha nasalidad, fricativas uvulares y un excesivo uso de «euh».

See the end of the chapter for more notes

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Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse

"Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love"

De Isthisselfcare

Beteado por Bet y Emily

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Después de su salida en Imbolc, Granger prácticamente desapareció de la vida de Draco. Él


visitaba su laboratorio y su casa una vez a la semana para reforzar las protecciones, pero sus
horarios rara vez coincidían y veía a su gato con más frecuencia que a ella.

De vez en cuando, su Bloc sonaba y le informaba que Granger asistiría a un evento público «X» en
la ubicación «Y». Como su Auror asignado, dejó su asistencia a su discreción, aunque dejó en
claro que su presencia sería superflua en el mejor de los casos y molesta en la peor.

La mayoría de los eventos se llevaron a cabo en lugares mágicos seguros: paneles en San Mungo o
Huntercombe, simposios en universidades mágicas, por lo que Draco rara vez había visto la
necesidad de esforzarse y asistir. En el improbable caso de que un panel de investigación se
convirtiera en una «Situación», tenían los anillos.

Tonks, al ver que los informes de Draco se habían vuelto bastante rutinarios y que la asignación de
Granger estaba ocupando poco de su tiempo, apiló alegremente misiones adicionales. La cruel
recompensa por la competencia fue más trabajo y Draco se preguntó si Potter, La Comadrea y su
torpeza general no eran el mejor plan, después de todo.

Y así, Draco se encontró durmiendo con Buckley en un lúgubre hotel en Manchester, donde
estaban recopilando información sobre un grupo de contrabandistas de artefactos oscuros.

Buckley era un buen tipo; un nuevo Auror, demasiado ansioso y deseoso de demostrar su valía, lo
que significaba que Draco podía asumir un papel más... bueno, él lo llamaría de director, y delegar
la mayoría de sus turnos de vigilancia al muchacho. Esto, como Draco le explicó noblemente a
Buckley, le permitiría cultivar más experiencia práctica. Buckley asintió con entusiasmo y a Draco
le recordó a un cachorrito.

Por lo tanto, endosó el reloj de las 3 a.m. a su celoso joven colega y se fue a la cama.

Draco sintió como si acabara de quedarse dormido cuando su anillo lo despertó quemándolo: dolor
y un ritmo cardíaco elevado, reverberando desde Cambridgeshire.

Eran las cuatro y media. Nunca pasaba nada bueno a las cuatro y media. Draco saltó de la cama y
se puso la capa sobre el pijama.

Estaba demasiado lejos del país para una aparición directa a Granger. Encendió fuego en la rejilla
polvorienta del vestíbulo del hotel y viajó por red flu a un pub de Cambridge, y desde allí se
apareció hacia el anillo de Granger.

Draco se materializó con un ¡plop! en la habitación de invitados de Granger, la que él llamaba la


«habitación de los rituales».

Granger estaba contorsionada en un espantoso nudo sudoroso en el suelo. Draco lanzó una ráfaga
de Homenum Revelio y Finite Incantatem, buscando al agresor invisible que obviamente estaba
lanzando un Crucio sobre ella.

—¡¿Malfoy?! —Vino la voz estrangulada de Granger desde el suelo.

Los hechizos de revelación de Draco no mostraron absolutamente nada.

—¿Qué demonios estás haciendo? —preguntó Draco.

Granger se derrumbó fuera del horrible enredo y encontró sus rodillas.


—¡Yoga! ¿Qué demonios estás tú haciendo?

Draco había visto este término misterioso en el horario de Granger.

—¿Esto es el yoga? ¡¿Qué clase de martirio autoinfligido...?!

Ahora que se había asegurado de que no había una amenaza inmediata, Draco podía observar la
escena. Había velas parpadeando en un rincón y sonaba música suave. Granger estaba vestida con
esas ridículamente ropas ajustadas muggles, verde caqui esta vez. Su cabello estaba recogido en
una trenza francesa, gruesa como la muñeca de Draco.

Granger lo miraba como si fuera un auténtico estúpido.

—Estaba probando un Taraksvasana...

—¿Un qué?

—Una parada de manos de escorpión: he estado trabajando para lograrlo durante semanas, y casi
lo tengo, ¡hasta que entraste como un rayo de la nada y me asustaste!

Draco se sentía cada vez más tonto. Se cerró la capa para cubrir su pijama. Poco podía hacer con
sus pies descalzos.

—¿Cuál, por favor, es el punto del yoga?

—Flexibilidad, fuerza, equilibrio... Encontrar la serenidad.

Draco miró a Granger con cinismo en el último momento.

—¿La has encontrado?

—No —dijo Granger. Se puso de pie con evidente irritación—. Por favor, vuelve a calibrar tu
anillo para que sólo aparezcas en una crisis real.

Encendió las luces con ecletricidad. Sus mejillas estaban sonrojadas. Un hilo de transpiración le
corría por el cuello. Su pecho aún palpitaba por el esfuerzo. Draco podía oler la sal, el sudor
femenino y la mecha quemada de una vela.

Su cerebro idiota tomó esta imagen e inmediatamente creó varias vías neuronales nuevas que nunca
antes habían existido, conectando la idea de Granger con el concepto de sexy.

Fue un desarrollo extremadamente desagradable y Draco se preguntó si debería lobotomizarse en


el acto.

Un maullido grave interrumpió sus pensamientos. El gato patizambo había entrado. Trotó hacia
Granger y luego, al notar a Draco, lo favoreció con un siseo.

Draco no siseó de vuelta, pero estuvo cerca.

—Me iré entonces, ¿de acuerdo? —dijo Draco.

—Hazlo —dijo Granger—. Adiós.

Draco desapareció.
Draco no había esperado, y más bien deseado, nada más que un molesto silencio por parte de
Granger después de que la irrumpiera como un maníaco desquiciado. Sin embargo, se sorprendió al
recibir un mensaje de ella al día siguiente, y no sólo un mensaje, sino una disculpa de buena fe.

«Malfoy:

Lamento mi comportamiento de ayer. Debería haber estado más agradecida de que llegaras tan
rápido cuando pensabas que algo pasaba. Te avisaré la próxima vez que pruebe un Taraksvasana.

Hermione».

Las disculpas no eran parte del léxico natural de Draco. Su educación, tanto en casa como en la
escuela, no alentó la práctica. «Lo siento» era una admisión de haber actuado mal, un signo de
culpa, una debilidad obvia.

Sin embargo, había algo bueno en recibir una. Calentaba el alma, de verdad. No estaba seguro de
qué parte le gustaba más: Granger reflexionando sobre esto durante un día y luego disculpándose,
o Granger admitiendo que se había equivocado, o Granger apreciándolo.

En lugar de descartar su nota del Bloc, Draco la guardó en una de las últimas páginas. Tendría que
preguntarle a Potter cuán raras eran las disculpas de Granger, y si debería enmarcarlas.

—Draco, cariño, estás distraído.

La voz de su madre, con un matiz de reproche, lo devolvió a la realidad.

La realidad era un lugar desafortunado: té en el salón peor ventilado de la mansión, con su madre,
la amiga de ésta: Madame Delphine Delacroix, y la hija de Madame Delacroix.

La debutante de hoy fue Rosalie Delacroix. Educada en Beauxbatons, pura sangre, objetivamente
hermosa.

Draco guardó el Parlante.

—Pardonnez-moi, señoras. Que disiez-vous?

—¡Oh, vous avez un Bloc Parlante! —exclamó Rosalie en su encantador francés—. Esos acaban
de comenzar a cruzar el Canal hacia nosotros en Francia. No podemos tener suficiente de ellos.
Incluso mi madre, que es tan tradicional, adora el suyo.

—Ciertamente —Asintió Madame Delacroix—. No pude lograr que mi esposo respondiera a una
lechuza, ni por amor ni por dinero, pero esto lo hace muy fácil. Una verdadera innovación.
Inglaterra debería estar orgullosa de estos... Los Weasley, ¿verdad? ¿Estos Frères Belette?

Cuando la conversación se alejó de él, Draco envió una respuesta a Granger.

«Advierte sobre futuras flexiones de escorpión. P.D. Tus disculpas pueden convertirse en mi nueva
droga preferida.

D».

Draco miró hacia arriba, con una vaga sonrisa en su rostro, para encontrar a Rosalie parloteando
sobre una próxima gala que su padre iba a ofrecer. Draco se había perdido el principio.
Probablemente en apoyo de los huérfanos, o algo así.

—Estaríamos encantados de verlos a los dos allí —dijo Rosalie, con las manos entrelazadas en un
nudo suplicante—. Es una buena causa. Ayudaron mucho a mi padre, ¿sabes?

¿Los huérfanos ayudaron a Augustin Delacroix? A Draco no le importaba lo suficiente como para
buscar una aclaración. Su Bloc vibró. Lo revisó debajo de la mesa para ver una nota de Granger:

«Te das cuenta de que tendría que hacer cosas malas por las que merecería disculparme».

«Haces muchas cosas malas. He compilado una gran lista de tus actividades ilícitas» , respondió
Draco.

—...¿Qué'en pensez-vous, Draco? ¿Te vendría bien?

Draco levantó la cabeza. Madame Delacroix le había hecho una pregunta que sólo había escuchado
parcialmente, algo sobre su agenda en marzo. Respondió afirmativamente, que por supuesto, sí,
estaría feliz de limpiar su calendario para una causa tan noble. Su madre sonrió ante su fácil
aceptación e indicó que ella también estaría encantada de asistir.

Granger respondió:

«Si únicamente los encantos de extensión ilegal fueran el peor de mis pecados».

«No», respondió Draco, «sé el alcance real de tu depravación».

Ella lo anticipó.

«Veo que la visita a la biblioteca me perseguirá».

Draco sonrió en su taza de té. Su madre vio la sonrisa y, animada por lo que parecía ser su buen
humor, preguntó a las damas si les gustaría ver los jardines. Rosalie se negó, alegando haberse
resfriado un poco. Madame Delacroix y Narcissa se fueron a los jardines.

Draco se puso serio cuando se encontró en un tête-à-tête forzado con Rosalie.

La bella bruja habló encantadoramente de cualquier cosa que pensó que podría llamar su atención:
Quidditch, su trabajo, el clima. Draco escuchó con un sólo oído, porque no se trataba de las
Guardianas del Pozo que querían usar su cráneo como una taza para sorber y, por lo tanto, era
bastante aburrido.

Se encontró deseando continuar una conversación con otra bruja, una cuyo último mensaje acababa
de zumbar en su bolsillo.

La conversación se centró en los amigos en común, en las próximas cenas, en otras frivolidades.
Rosalie estuvo de acuerdo con entusiasmo con cada punto que Draco hizo, sin importar lo tonto
que fuera, en lugar de lanzarle contraargumentos. Ella se rio de sus chistes más suaves en lugar de
replicar con algo mordaz. Ella se aferró a cada una de sus palabras, sin críticas, ansiosa, en lugar de
desafiarlo. Ella lo felicitó en exceso.

Fue una conversación bastante débil.

Cuando Draco se dio cuenta de a quién había convertido inconscientemente en el contraste de


Rosalie, se quedó desconcertado. ¿Desde cuándo Granger se había convertido en el criterio con el
que medía la compañía femenina?

La conversación, tal como fue, duró veinte inútiles minutos. Eventualmente, Rosalie convenció a
Draco para que agregara una página a su Bloc para ella, con el pretexto de enviarle más detalles
para la gala. Draco se encogió de hombros en un distraído acuerdo. Fue un momento de descuido
del que más tarde se arrepentiría, ya que Rosalie era una anotadora competente y le escribió
incesantemente a partir de entonces.

Las damas regresaron de su paseo. Sonrieron, se despidieron y Draco suspiró aliviado cuando
Henriette, la elfina doméstica, acompañó a sus visitantes de regreso al salón del Flu.

Más tarde esa noche, Narcissa entró en el estudio de Draco para investigar.

—Rosalie es una chica dulce, ¿verdad? Parecía que se llevaban bien.

Había un optimismo tan silencioso en su voz que Draco se preguntó si no sería más amable mentir.
Pero eso le daría esperanzas a su madre, y arruinarlas más tarde sería todavía más cruel.

—Supongo que nos llevamos bastante bien —dijo.

Ella detectó la falta de entusiasmo de inmediato.

—¿Pero?

—Más bien una chica del tipo pusilánime.

Las delgadas manos de Narcissa se cerraron frente a ella con decepción.

—Ah.

Discutir con su pálida y triste madre nunca fue una prioridad en la lista de cosas por hacer de
Draco. Trató de ser amable mientras la amonestaba.

—Hemos tenido esta conversación antes. No necesito ni quiero que elijas brujas para mí.

—Sólo quiero ayudarte —Los delgados dedos de Narcissa se entrelazaron—. Quiero que
encuentres a alguien que sea educada y encantadora, y que sea una compañera devota, y te dé hijos,
y llene nuevamente de risas esta gran casa vacía. Rosalie sería todas esas cosas; cualquiera de todas
esas brujas que te he presentado serían todas estas cosas. —Hizo una pausa y luego agregó—. Sólo
quiero que seas feliz, Draco.

—Soy feliz.

Otro suspiro de Narcissa.

—Sabes, a tu edad, tu padre ya estaba casado, y tú ya tenías cuatro o cinco años para entonces...

—Yo no soy mi padre.

Narcissa, viendo que no avanzaría más aquí, se deslizó hacia la puerta.

—No creo que ella exista —dijo por encima del hombro mientras se iba.

—¿Quién?

—La bruja perfecta que aparentemente estás esperando.

Granger le escribió a Draco aproximadamente una semana después, avisándole que iba a hablar en
una conferencia muggle ese jueves.
«¿Dónde?», preguntó.

«Magdalen College, Oxford», dijo Granger. «jueves 2-5pm. Estaré presentando a las 2:30. Dudo
que me asesinen, pero dejo tu asistencia a tu experto juicio».

Sí, Granger, gracias por el descaro: usaría su experto juicio.

«¿Audiencia?», preguntó.

«Médicos muggles», dijo Granger.

«¿Cuántos?», preguntó Draco.

«150», dijo Granger.

Las cejas de Draco se elevaron. A veces, olvidaba lo pequeño que era el mundo mágico:
probablemente había menos de cien sanadores de pleno derecho en todo el Reino Unido. Tal vez
400 si incluyeras Medibrujas y otros médicos de campo.

«Voy a echar un vistazo», dijo Draco.

«Profe elegante, por favor», dijo Granger, «no me avergüences».

Draco no se dignó a responderle.

Llegó el día de la conferencia. Draco se apareció a una pequeña distancia del Magdalen College y
caminó hacia el auditorio que Granger había especificado, en el momento que ella especificó,
vistiendo la ropa que le había especificado.

Granger era una especie de bruja mandona.

El voluntario en la mesa de registro fue suavemente Confundido al pensar que Draco era un
participante registrado, y lo dejaron entrar con un gafete y un programa. Inspeccionó el edificio,
lanzando discretamente hechizos de revelación cuando los muggles no estaban mirando. El
vestíbulo, el guardarropa y los baños estaban libres de cualquier maldad, al igual que las
habitaciones traseras. El puñado de personas en las que lanzó Legeremancia de forma encubierta
eran quienes decían ser: muggles inteligentes, asistiendo aquí para volverse todavía más
inteligentes.

Draco encontró un nicho sombrío cerca del frente del auditorio desde el cual inspeccionó el lugar.
Estaba a unos 20 metros del escenario, desde donde podía ver a Granger sentada en una mesa larga,
junto con tres de sus compañeros expertos. Estaban charlando entre ellos mientras la multitud
entraba al auditorio.

Desde el punto de vista de la evaluación de riesgos, Granger no podría haber estado más expuesta,
sentada como estaba bajo literalmente un foco. Draco curioseó en las mentes de las personas en la
primera fila y no encontró nada más que entusiasmo por comenzar y altos niveles de admiración
hacia los médicos en el escenario. Luego miró a través de las mentes de las personas sin asiento
que holgazaneaban en las escaleras al borde del auditorio, como él, y sólo encontró voluntarios,
estudiantes que entraban a escondidas y un caballero barbudo que usaba grandes auriculares, cuyo
papel principal parecía ser administrar esas cajas con cables saliendo. No había una sola bruja o
mago presente, por lo que él podía ver.

Satisfecho de que no hubiera amenazas inmediatas, Draco lanzó protecciones preventivas al frente
del escenario y se instaló en su rincón. Cuando comenzó la conferencia, abrió el programa. Le
informó que el panel de hoy contaría con líderes internacionales en ingeniería de células
inmunitarias, el panorama inmunitario del cáncer y el inmunometabolismo.

Esto le dijo muy poco a Draco, por supuesto. El cáncer era decididamente una dolencia muggle.
Los magos rara vez se veían afectados por eso, y cuando lo hacían, se resolvía rápidamente. Sin
embargo, parecía que este no era el caso de los muggles, para quienes era una condición grave y
casi incurable en algunas formas.

Entró Granger y su cohorte de compañeros cerebritos. Sus charlas de hoy incluyeron preguntas tan
emocionantes como «FL y CLL: un nuevo paradigma de atención y Linfoma de Hodgkin: mitigar
la toxicidad mientras se preserva la cura».

Draco decidió que sería bastante seguro dejar a Granger con su CLL. La única amenaza en esta sala
era la muerte por un oscuro acrónimo. Justo cuando estaba a punto de irse, más bien le apetecía una
siesta, el mediador anunció que la presentación de la Doctora Granger era la siguiente.

Por alguna razón, mientras Draco la observaba cruzar el escenario, decidió quedarse.

Era una figura pequeña en el escenario, la más baja entre los panelistas por mucho. Ella sonrió a la
audiencia mientras se acercaba al dispositivo muggle de amplificación de voz en el podio. Sus
movimientos eran confiados y equilibrados. No tenía notas, pero las grandes pantallas detrás de
ella proyectaban diagramas y viñetas.

Hizo algunos comentarios de apertura que incluyeron una broma que pasó completamente por
encima de la cabeza de Draco, pero el auditorio se llenó de risas. Su presentación se centró en los
avances de algo llamado terapias de células T-CAR en tumores malignos de células B. Hizo
contacto visual con todos, respondió preguntas en todo momento, fue desafiada, contraatacó a los
retadores y defendió su posición sin perder el ritmo.

Tenía confianza, era inteligente y, en esta habitación, era importante.

Granger en su elemento era algo bastante impresionante.

Después de terminar su presentación, Granger volvió a la mesa y sus compañeros panelistas


discutieron su charla. En algún momento, Draco ni siquiera estaba seguro de que Granger y sus
interlocutores hablaran inglés, mientras se interrogaban entre sí sobre los linfomas de células EBV
y TNK y sus desafíos de diagnóstico, y la arquitectura de la investigación de biopsia líquida.
Granger hizo un juego de palabras sobre la degradación de MALT1 que, aparentemente, fue
escandalosamente divertido.

Draco se entretuvo interpretando Legeremancia sobre los panelistas. Ni uno sólo pensó que
Granger era una comelibros insoportable: sólo encontró respeto, admiración y un sorpresivo
enamoramiento del médico masculino a su izquierda.

Draco aprendió que existía algo llamado análisis radiómico cuantitativo. Sus valores predictivos
fueron discutidos extensamente. Estos médicos muggles eran algo completamente diferente,
trabajando brillantemente en lo imposible, dedicando toda su vida a ello. ¿Cómo había pensado
alguna vez que los muggles eran tontos e ignorantes? Draco negó con la cabeza.

Granger debió haber captado el movimiento del cabello rubio blanquecino en las sombras. Cuando
vio que era Draco, le dedicó una breve sonrisa de reconocimiento, un sentimiento extraño, eso, y
continuó con su disertación actual, sus manos formando amplios arcos mientras explicaba algo.

Finalmente, se sacaron conclusiones, se hicieron comentarios de clausura y la conferencia terminó


con muchos aplausos. Los participantes se arremolinaron, con Granger y el panel en el centro de la
multitud.

Draco, sintiéndose algo blando en el cerebro por todas las palabras nuevas y la Legeremancia que
había realizado, quizás el Guardián no necesitaría una pajita tan gruesa después de todo, decidió
que ya no era necesario aquí.

Se dirigió a la salida, pero Granger lo atrapó cuando pasaba por el escenario.

Como de costumbre, se prescindió de la pequeña charla. En cambio, encontró su disfraz muggle


siendo evaluado por ella, su mirada acentuada por una ceja levantada.

—Pasable. —Fue el pronunciamiento del atuendo.

—¿Por qué la ceja quisquillosa? —preguntó Draco.

Granger señaló la etiqueta con el nombre que el voluntario Confundido había colocado en la
solapa de Draco.

—Hola, profesor Takahashi.

—Ah —dijo Draco—. Sí, ese soy yo.

—¿Y cómo está Tokio en esta época del año?

—Muy bien —dijo Draco.

—El profesor Takahashi es de Kioto —contraatacó Granger. Sus brazos estaban cruzados, pero
había diversión en sus ojos—. Bastante atrevido para hacerse pasar por uno de los oncólogos
clínicos más renombrados de Japón.

—No soy más que valiente, Granger —dijo Draco, revolviéndose el cabello—. ¿Sabías que el buen
Doctor Driessen está enamorado de ti?

Ahora la segunda ceja de Granger se unió a la primera, en la línea del cabello.

—¿Qué?

Te va a invitar a una copa esta noche.

—No.

—Sí, también le gustó tu falda —dijo Draco, señalando la prenda de talle alto y ceñida en cuestión.
A él también le gustó bastante, por cierto; la moda muggle y su énfasis en los traseros, les estaba
agarrando cariño.

—Ugh, quiero decir, es muy agradable, pero, espera, ¿cómo sabes esto? —La mano de Granger
voló a su boca—. No realizaste Legeremancia en muggles inocentes.

—Parte de mi protocolo de evaluación de riesgos.

—¿Eso está permitido? —jadeó Granger—. Un poco de violación de la privacidad, ¿no?

—Los Aurores tienen privilegios —dijo Draco—. De todos modos, Shacklebolt me dio vía
libre para usar cualquier medio necesario para mantenerte a salvo. Excepto por asesinato: tengo
que obtener permiso para eso; hay un formato y todo.
Granger parecía noventa por ciento segura de que estaba bromeando, pero lo estaba mirando como
si fuera el Auror más depravado y sin principios jamás producido por el Ministerio, y fue sólo su
suerte que se lo hubieran asignado.

El Doctor Driessen apareció y, para evidente consternación de Granger, le preguntó si se uniría a él


para tomar algo esa noche. Draco apreció las agallas, si no la sutileza del enfoque.

Algunas cosas sucedieron muy rápido. Granger se movió al lado de Draco, su mano encontró su
pecho en un gesto de afecto, lo que ocultó convenientemente su ridícula etiqueta con su nombre, y
anunció que, lamentablemente, ya estaba ocupada para esa noche, pero ¿quizás en otro momento?

El Doctor Driessen miró a Draco, su cabello -perfecto-, su mandíbula -también perfecta-, sus ojos -
perfectos, helados y más perfectos- y decidió que estaba bastante superado en rango. Hombre
inteligente.

—Por supuesto —dijo, retrocediendo de inmediato, luciendo nervioso—. Lo siento, no me di


cuenta. ¿Adónde van ustedes dos?

—Eh... —dijo Granger.

—La Taberna Turf —suministró Draco.

—¡Clásico! —dijo el Doctor Driessen. Luego, moviendo las cejas hacia Draco, dijo—. Justo
enfrente de la biblioteca Bodleiana. Tendrás que mantener a Hermione a raya.

—Oh, sí —dijo Draco, envolviendo su brazo alrededor de la cintura de Granger—. Siempre lo


hago.

Sintió la mano de Granger en su pecho temblar.

—Bueno, encantado de verte, como siempre, Hermione —dijo el Doctor Driessen.

—Adiós, Johann —contestó Granger con una sonrisa bastante fija.

Granger estaba tensa mientras el hombre se alejaba, su cuerpo enroscado y listo para saltar lejos de
Draco.

—No saltes como si te hubieran quemado —murmuró Draco—. Está mirando, actúa natural.

Granger se aclaró la garganta y dejó que su mano se deslizara por el pecho de Draco, llevándose
consigo la etiqueta con su nombre. Se alejó de él lentamente e intentó que pareciera natural; no lo
hizo.

El propio Draco vaciló entre la diversión por su desconcierto y la alarma por lo agradable que se
había sentido la curva de su cadera contra él, y lo bien que olía, otra vez.

Granger arrancó el nombre del profesor japonés de su palma. Parecía desconcertada, lo que
reflejaba muy bien los sentimientos de Draco.

—Lo siento —dijo ella—. Tenía que pensar en algo, y tú estabas convenientemente allí.

—Úsame como apoyo en cualquier momento —dijo Draco, escaneando a la multitud en lugar de
mirarla a ella.

Granger fue abordada por otros colegas, que habían oído que ella iría al Turf, y ellos también irían,
así que la verían esta noche, ¡y su primer G&T era de ellos, chaocito, etc.! Granger sonrió
levemente y les indicó que se adelantaran.

—Esto puede haber sido un error —Fue su sombría conclusión—. Puedes irte. Inventaré una
excusa.

Esta fue una buena sugerencia, excepto por un pequeño problema: tras una meticulosa reflexión
que duró ocho segundos, Draco había decidido que prefería ir.

—Pero quiero un G&T —dijo Draco.

Granger seguía murmurando para sí misma y sin escuchar.

—Les diré que te sentiste mal, o algo así.

—¡¿Lo haré?! Pero soy la imagen de la salud.

—Diré que comiste algo raro —dijo Granger.

—Yo creo que no. Hay cientos de médicos muggles aquí; si digo que estoy enfermo, todos
descenderán sobre mí y tratarán de curarme. No quiero que nadie me meta un estetoscopio en el
trasero.

—Nadie le mete estetoscopios en el trasero a nadie —dijo Granger con fuerte exasperación.

Dos participantes de la conferencia que habían estado pasando le dieron a Granger una mirada de
asombro.

Granger los vio irse, horrorizada.

—Ups —dijo Draco.

La mandíbula de Granger estaba apretada.

—Eres de lo peor.

Se dio la vuelta y se alejó rápidamente.

Draco se encontró sonriendo.

Y hablando de traseros, que se sepa que Draco no miró el de ella en absoluto, ni encontró la vista
agradable en absoluto, ni disminuyó la velocidad a propósito para mirarlo.

Por separado, sin ninguna conexión con el trasero de Granger, Draco concluyó que las túnicas
estaban sobrevaloradas.

La Taberna Turf era un lugar estúpidamente concurrido, especialmente cuando la conferencia


había arrojado a cientos de participantes a las concurridas calles de Oxford. Draco encontró una
mesa mientras Granger les pedía las bebidas, G&T por todas partes, y se encontraron amontonados
en un banco entre una docena de los mejores inmunólogos y oncólogos del mundo,
emborrachándose cada vez más.

A Draco le preguntaron qué hacía para ganarse la vida. Granger se preocupó bastante cuando se
planteó la pregunta (pfff, ¿qué no le tenía fe?), pero Draco tenía una tapadera practicada lista.
Tonks insistió en que cada Auror desarrollara algunas biografías muggles y algunos de magos de
respaldo, y los interrogó en sus portadas de forma rutinaria para mantenerlos en alerta.
Draco compartió su favorito. Esta noche, él era un piloto. Pocos muggles sabían mucho sobre los
tecnicismos de volar, así que a menos que se encontrara con un piloto real, poco probable, rodeado
de médicos borrachos, estaba a salvo. Y, por supuesto, tenía una pasión genuina por volar con
magia, lo que le daba cierta veracidad a sus relatos de proezas aeronáuticas.

—Volar no es tan difícil, ya sabes —le dijo a la mesa—. Mantén el lado azul hacia arriba.

Se rieron. El médico que estaba a su lado indicó que principios tan sencillos también se aplicaban a
la medicina: mantener las tripas adentro. Más risas.

Draco captó una mirada llena de asombro de Granger, una mezcla de agradable sorpresa, y quién
diablos eres tú. Él arqueó una ceja. Ella apartó la mirada, desconcertada.

Cuando se le preguntó cuándo había llegado a Oxford, Draco contestó:

—Esta mañana —Cuando se le preguntó qué estaba haciendo en Oxford, contestó—. La Doctora
Granger.

Granger se atragantó con su bebida. Más risas. Cuando Draco la miró de reojo, Granger parecía que
iba a atraerlo a un callejón solitario y, allí, en la oscuridad, estrangularlo.

Quién diría que burlarse de la Tragalibros del siglo podría ser una actividad tan llena de alegría.

Alguien más se unió a su mesa con estridentes gritos de bienvenida: el verdadero profesor
Takahashi. Granger se arrastró más cerca de Draco a lo largo del banco para hacer espacio.

Draco se inclinó y susurró:

—Pregúntale si tuvo algún problema con su registro.

Granger lo pateó.

Ella habló cortésmente con el profesor, Draco escuchó fragmentos de su conversación sobre Kioto,
pero su atención seguía desplazándose hacia la sensación del hombro de Granger presionando su
brazo, y su pierna tocando la de él debajo de la mesa.

Llegó un camarero con más comida y bebida. Alguien había pedido una fuente enorme de tostadas
de queso: aceitosas, saladas y servidas con chutney de cebolla. Narcissa Malfoy habría tenido un
ataque al corazón con sólo mirar las cosas grasientas, rezumando con tres tipos diferentes de
queso.

Granger le pasó el plato a Draco de una manera ambivalente, como si esperara que él despreciara
la comida del pub muggle.

Draco tomó uno; era la mejor inmundicia que jamás había comido.

Alguien, en algún lugar, hizo sonar un instrumento triangular y llamó a aquellos que querían unirse
al concurso de pub de esta noche para formar equipos.

Algunos de los médicos en la mesa tomaron esto como una señal para irse, otros parecían
divertidos por el momento y ansiosos por unirse.

—Me encantan las noches de concursos en los pubs —dijo la mujer canosa a la derecha de Draco
—. La mitad de la diversión es aprender que eres un imbécil colosal.

—Apuesto a que nos derrotan algunos primores de St. John —dijo el médico que tenía enfrente.
—Tonterías —dijo un tercero—. Con Hermione aquí, esto será pan comido. Te vas a quedar,
¿verdad, Hermione?

Granger miró a Draco.

—¿Qué opinas? Si estás cansado, puedes volver a... volver a nuestro hotel —dijo, conteniéndose y
demostrando, una vez más, lo terrible que era mintiendo.

Apreció el intento de proporcionarle una vía de escape, pero no lo aceptó: tenía un excelente
zumbido y quería probar este asunto del concurso de pub, y había la calidez de una mujer a su
lado, y todo eso fue bastante agradable.

—Papanatas: por supuesto que me quedaré.

Hubo gritos de «¡Brillante!» y luego hubo un alboroto general cuando todos buscaron papel y
bolígrafos.

Draco fue absolutamente inútil para el primer puñado de preguntas, que se centraron en la política
y los deportes muggles. Sin embargo, sí sabía cuántas teclas tiene un piano de media cola; 88, y en
qué año se fundó Cessna; 1927, y el himno nacional de qué país tenía 158 versos (Grecia: los 158
fueron cantados en la última Copa Mundial de Quidditch).

Hubo algunas preguntas de biología y ciencia que los médicos clavaron en el suelo con un nivel de
detalle innecesario. Draco se enteró de que Picolax se usaba para algo llamado preparación para
colonoscopia; uno de los médicos asintió sombríamente y dijo:

—La noche de las mil cascadas.

Y Draco estaba demasiado asustado para pedir una aclaración. Luego discutieron con el anfitrión
sobre la definición de «subcutáneo» e intimidaron bastante al pobre muchacho hasta que les dio el
punto.

Las preguntas sobre historia y arte habrían pasado por alto a todo el equipo, de no haber sido por
Granger, quien los sacó adelante. Luego, entre gemidos generales, fueron golpeados por ejercicios
matemáticos, y el equipo de jóvenes a su lado pasó zumbando por el lote y dejó a los médicos
sudando hasta el suelo. «Ingenieros», dijo uno de los médicos. «Nunca tuvimos una oportunidad».
Granger parecía enfadada.

Luego geografía, luego música, luego zoología, que Granger era sólidamente capaz de manejar con
la ayuda ocasional de sus colegas. Draco ni siquiera intentó ayudar; estaba en su cuarto trago, y
descubrir qué significaba monotrema era una filosofía demasiado profunda para él en este
momento.

Al final, su equipo ganó, en gran parte gracias a Granger.

—Tendremos a Hermione registrada en el English Heritage como un tesoro nacional —dijo uno de
los doctores, dándole a Granger una palmadita en el hombro.

Granger sonrió, pero su mirada rápidamente volvió al problema de matemáticas que la había hecho
tropezar, garabateado en una servilleta.

El equipo ganador recibió algo llamado «tarjetas de regalo», que aparentemente tenían valor
monetario. Los médicos entregaron los suyos a los jóvenes ingenieros que habían quedado en
segundo lugar, diciendo que no había sido una pelea justa, ya que sus años combinados en la
escuela eran más largos que los años de vida de los pobres ingenieros en primer lugar.
La velada terminó. El lugar se volvió más silencioso cuando la mayoría de la multitud se fue
después de la prueba, a excepción de Draco, que estaba disfrutando de las bebidas, y Granger, que
todavía estaba trabajando en las matemáticas.

Eventualmente, empujó a uno de los jóvenes en la mesa de al lado y le pidió una explicación.

—Es la paradoja de Borel —dijo el chico.

—¡Ah! —dijo Granger—. Obviamente...

El misterio se descifró y garabateó la solución en su servilleta. Luego arrojó la pluma con firmeza y
se puso de pie.

—Vámonos —dijo ella.

Draco se puso de pie con cuidado, esperando ver cuánto alcance habían tenido las bebidas.
Considerándolo, no estaba tan mal. Las tostadas de queso resultaron ser bastante absorbentes.

—Que tengan una buena noche, ustedes dos —dijo el mesero con un guiño a Granger.

Granger le dio una sonrisa bastante enfermiza y casi corrió hacia la puerta.

Afuera, ninguno de los dos caminaba con su nivel habitual de confianza sin alcohol, aunque
Granger ciertamente lo estaba llevando mejor que Draco. En un momento, lo atrajo hacia ella, justo
cuando estaba a punto de chocar contra un poste de luz.

—Estás destinado a cuidar de mí —dijo—. No al revés.

—Ese poste salió de la nada —dijo Draco en el cabello de Granger.

Se alejó de él hasta que estuvo firmemente a la distancia de un brazo.

—¿Cómo vas a llegar a casa? Y no digas Aparición: te aturdiré si lo intentas.

Draco estaba bastante seguro, incluso en su estado de embriaguez, de que él sería más rápido que
ella en un duelo, pero, sin embargo.

—Flu, supongo.

—Hay una chimenea conectada en mi hotel, por acá.

Draco la siguió por las calles históricas de Oxford. La bebida se fue asentando y la filosofía
empezó a fluir. Se sentía generoso y a gusto con el mundo.

—Esos muggles de hoy. Todos fueron bastante inteligentes.

—Sí —dijo Granger.

—Eres bastante lista. Con todos los... los diagramas y las malteadas y los carros y cosas —dijo
Draco. Se sentía importante que ella supiera esto.

Ella le dirigió una mirada de soslayo en la oscuridad.

—Gracias. Y por favor, detente, eres aterrador cuando eres amable.

—¿Soy aterrador?
—Vuelve a burlarte de mi cabello.

—Bien: es horrible. Deberías raparlo.

—Mejor —dijo Granger.

—Aunque en realidad, no lo hagas —dijo Draco.

—¿Está seguro?

—Sí.

—Aquí estamos — dijo Granger. Abrió la puerta de una pequeña posada mágica. El mostrador de
recepción estaba vacío y el fuego de la chimenea era bajo.

Granger agitó su varita hacia las brasas y estas volvieron a la vida como si hubiera lanzado un
Incendio completo.

—¿Eres un experto en incendios, además de los encantamientos de extensión? —preguntó Draco,


sirviéndose del frasco de polvos Flu.

—Un poco —dijo Granger, con una falsa modestia poco convincente.

—Escuché que prendiste fuego a Snape en primer año —dijo Draco—. Pero no lo creí.

—Bueno, eso es una jodida tontería —dijo Granger, sin mirarlo a los ojos.

—Eres una mentirosa horrible.

—Vete ya —dijo Granger, esquivando el comentario y señalándole la chimenea—. Estoy


destrozada y necesito mi cama.

—Pero quiero la historia de cómo le prendiste fuego a Snape —dijo Draco.

—Vete a casa, Malfoy.

Al ver que no estaba llegando a ninguna parte, Draco arrojó el polvo a la chimenea.

—No eres nada divertida. Mansión Malfoy.

Las llamas brillaron de color verde. Lo último que vio, cuando miró hacia atrás, fue a Granger, con
los brazos cruzados, la cadera inclinada hacia un lado. Sus ojos oscuros lo observaron como si
fuera un rompecabezas nuevo para descifrar.

Por un lado, halagó a su ego haber intrigado al Gran Cerebro. Por otro lado, dada su propensión a
resolver las cosas, lo asustó bastante. No quería ser resuelto.

—Buenas noches, Malfoy.

Draco entró al fuego.

**~**~**
Chapter End Notes

¡Aaah! ¿No les encanta la convivencia no forzada de estos dos necios?

¡Muchas gracias por todos sus hermosos comentarios y sus ganas por seguir sabiendo
qué les deparará el destino a estos dos.

Próxima actualización: viernes 18 de marzo

Besos,

Paola
Ostara: las contradicciones de Granger
Chapter Notes

See the end of the chapter for notes

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Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse

"Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love"

De Isthisselfcare

Beteado por Bet y Emily

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La siguiente visita de protección de Draco a la casa de Granger se vio empañada por lo que, en
retrospectiva, fue un ligero error de juicio. A medida que habían pasado las semanas y avanzó un
poco en descubrir la naturaleza de su proyecto de investigación, su mente se volvió hacia cierto
objeto de interés en su estudio: el grimorio andrajoso en el pedestal. Aquel por el que había
amenazado con llorar.
Y así, una mañana a principios de marzo, cuando Draco se estaba preparando para su visita
perenne a la cabaña de Granger, le envió una nota indicándole que iría a su casa, si eso estaba bien,
porque no había protegido las ventanas individualmente y lo estaba molestando.

Granger asintió con un seco: «si realmente lo encuentras necesario».

Sí, lo hizo.

Draco programó su visita para que coincidiera con una de las lecciones de Granger en Trinity, para
asegurarse de que no lo molestara mientras husmeaba. Cuando llegó, su gato, tal vez sintiendo algo
infame en marcha, tomó una posición de poder en el techo y lo miró fijamente mientras volvía a
colocar las protecciones externas.

—Sólo hago mi trabajo, gato —dijo Draco, haciendo un gran espectáculo.

El gato lo miró con cinismo.

Entró en la cabaña y protegió las ventanas del primer piso con presteza y saltó escaleras arriba para
hacer las demás. La habitación de Granger se terminó primero, con un mínimo de miradas
alrededor, porque el gato estaba en la puerta y lo miraba. Luego entró a la sala de yoga.

Entonces, finalmente, llegó al estudio. El grimorio aún estaba en su pedestal, abierto por la mitad,
aún rodeado por el resplandor verde de los encantamientos de estasis. Draco protegió la ventana
bajo la atenta mirada del gato y se acercó al tomo con ociosa curiosidad.

La mirada del gato se hizo más penetrante.

Draco miró las páginas visibles. A través del encantamiento de estasis, las palabras se volvieron
borrosas y parecieron bailar. El guion era laborioso y pesado. No era inglés, de hecho, algunos
fragmentos parecían franceses, ¿anglo-normandos, tal vez? En ese caso, este era un libro viejo, no
menos de cinco siglos.

La página era una descripción de un paisaje: una colina verde bajo danzantes campanillas, cardos
relucientes y las suaves hojas aterciopeladas de la Tredescantia Sillamonta

Eso fue todo lo que Draco pudo distinguir, el resto estaba demasiado dañado. Recordó el momento
de gran volubilidad de Granger en el Camino Mendip, algo sobre las descripciones de la flora
dándole pistas para su misteriosa búsqueda. Sin embargo, ninguna de las plantas mencionadas aquí
había aparecido en su lista. Este debía ser un sitio diferente.

Tenía muchas ganas de ver la portada del libro.

Miró al gato. El gato casi negó con la cabeza.

—Sólo un vistazo rápido —le dijo Draco al gato—. Ya sabes, podría ser capaz de ayudarla.

El gato agitó la cola con desaprobación.

Draco lo hizo de todos modos. Usando su varita como palanca para no tocar el libro en absoluto,
levantó la tapa lo suficiente como para mirar el frente.

Se titulaba «Revelaciones».

El gato maulló con ira.

Draco salió de la cabaña bastante rápido.


Draco no sabía cómo, pero Granger sospechaba algo. Primero, su Bloc se disparó con una serie de
mensajes, preguntándole si había tocado el libro. Draco lo negó, negó un poco más y luego aturdió
al Bloc para que dejara de zumbar.

Entonces Granger de alguna manera se apoderó de Boethius y usó la propia lechuza de Draco para
enviarle notas cada vez más acaloradas. Draco envió a Boethius con una misiva a un amigo en
España, lo que lo mantendría fuera del alcance de Granger durante al menos una semana.

Luego, un Aullador aterrizó en su regazo en medio de una sesión informativa con Tonks. Llegó
hasta «MALFOY, ¿TÚ...?» antes de que Draco lo incinerara.

Las cejas de Tonks se elevaron hasta la línea del cabello.

—¿Esa era Hermione?

—Sí —dijo Draco.

—Ah, explica eso —dijo Tonks. Hizo un gesto hacia el Reflectos de enemigos detrás de ella. Una
de las sombras parecía bastante familiar: una mujer esbelta, con un montón de rizos en la cabeza,
las manos en las caderas, recortada contra el gris.

—Supongo que ella está teniendo pensamientos violentos sobre mí por la proximidad contigo —
dijo Tonks—. ¿Qué hiciste?

—Nada —dijo Draco, lo cual era esencialmente verdad.

Tonks lo miró fijamente durante mucho tiempo, sus dedos tamborileando contra su escritorio.

—Supondré que todo lo que hiciste fue hecho en tu capacidad profesional como Auror, para
asegurar su protección continua.

—Ese es siempre mi objetivo principal —dijo Draco.

Tonks le dio otra mirada larga, luego volvió a su informe sobre los contrabandistas de artefactos
oscuros.

—Ten cuidado, Malfoy.

Así despedido, Draco regresó a su cubículo.

Apenas se había sentado cuando una nutria plateada se abalanzó sobre él de la nada. Lo llamó un
idiota entrometido y un maldito mentiroso, y le aconsejó que saltara de un puente.

Draco envió a su propio Patronus de regreso con una petición a Granger para que amablemente se
quedara con sus ruidosas nutrias para ella: estaba trabajando.

Por un corto tiempo, eso fue todo.

Draco se mantuvo atento a la agenda de Granger para detectar descansos en su calendario durante
los cuales ella podría decidir ir a buscarlo en persona. No lo hizo, posiblemente porque estaba
salvando vidas u otras tonterías parecidas.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que pronto se acercaba otra de sus asteriscos vacaciones, ese
fin de semana, de hecho.
«Así que Ostara está llegando», le escribió de una manera bastante casual esa noche.

Su respuesta fue instantánea, aunque fuera de tema: «Ese libro NO era tuyo para tocar».

«¿Adónde irás en Ostara?», preguntó Draco.

«NO estás invitado», dijo Granger.

«No necesito una invitación», contestó Draco.

«No necesito la supervisión de idiotas entrometidos», dijo Granger.

«Nos vemos pronto», dijo Draco.

Ella no respondió.

Un poco enojona, a veces, era Granger.

El Idiota Entrometido No Invitado tuvo una agradable siesta el sábado antes de prepararse para
aparecerse ante Granger.

Francamente, después de sus travesuras con las Guardianas del Pozo, había perdido cualquier
privilegio que pudiera haber tenido para hacer comentarios sobre si necesitaba o no la supervisión
de los Aurores. Draco no tenía fe en que Granger no estaba dispuesta a arrojarse a una guarida de
vampiros para poner sus manos en algún otro frasco oscuro.

Dejando a un lado esas razones virtuosas, el momento de las escapadas de fin de semana de
Granger seguía sirviendo a los propósitos de Draco. Hoy, la fiesta de Granger, fuera lo que fuese,
coincidió con uno de los almuerzos de su madre. Draco se alegró de la excusa para ausentarse,
incluso si su madre prometía que no tenía motivos ocultos y que la presencia de cualquier bruja
joven y elegible sería mera coincidencia.

Draco viajó por red flu al Mitre, el pub habitual de Cambridge, y desde allí se apareció al anillo de
Granger, que lo llevó a su cocina.

Y, he aquí, estaba el anillo, pero no estaba Granger.

—Estás bromeando —dijo Draco al anillo en la mesa de la cocina.

Solo el gato respondió: un maullido lamentable ante la ausencia de su ama.

—Tu bruja es un dolor de trasero, ¿lo sabías?

El gato se acurrucó en un triste bulto naranja a los pies de Draco.

Draco guardó el anillo de Granger con un murmullo. Luego sacó su varita y lanzó su encantamiento
de rastreo. Menos mal que hizo planes de contingencia.

Frente a él brillaba un mapa, y en ese mapa había puntos de luz más brillantes que el resto.

Las viejas zapatillas deportivas de Granger permanecían, al parecer, en su laboratorio del Trinity
College. La taza de té estaba en algún lugar de esta cabaña. El puñado de las horquillas que Draco
había hechizado estaban bastante dispersas, algunas en el laboratorio, otras en San Mungo...

Una sola horquilla estaba actualmente retozando a través de Uffington, por razones desconocidas.
Razones que Draco estaba ansioso por descubrir.

Draco se apareció hacia la horquilla.

—Sorpresa —dijo mientras se materializaba ante Granger.

Ella saltó un metro en el aire, lo cual fue satisfactorio, y luego le maldijo, lo cual fue mucho más
satisfactorio.

Draco miró a su alrededor para encontrarse en la cima de una colina verde barrida por el viento.
Era un tipo extraño de formación: alta, pero plana en la parte superior. El césped bajo sus pies era
rico, verde y deliciosamente elástico, excepto donde estaba interrumpido por grandes manchas de
tiza color blanca. A su alrededor ondulaba una hermosa vista de fértiles pastizales, setos
serpenteantes y caminos de ovejas errantes.

La colina del dragón, donde la gente del campo cuenta que San Jorge mató a un dragón, cuya
sangre quemó el césped hasta convertirlo en una caliza blanca como el hueso por donde resbaló.
(foto: nationaltrust.org.uk)

Ahora Draco dirigió su atención a la propia Granger, quien estaba completamente equipada con su
ropa de caminar muggle. Llevaba el pelo recogido en una cola de caballo alta, lo que le daba un
aire deportivo sobre su habitual moño académico. Su nariz estaba rosada por el viento de marzo.

Su frente, por supuesto, estaba estropeada por un ceño fruncido.

—¿Cómo diablos es estás aquí? —preguntó Granger.

—¿Dónde estamos? —preguntó Draco.

—¿Cómo me encontraste?
—¿Qué hay en tu anorak? —preguntó Draco, porque se veía sospechosamente abultado.

Granger se subió un poco más el cierre del anorak. Sus ojos brillantes se apagaron con el repentino
velo de la Oclumancia.

—Nada. Listo, he respondido una de tus preguntas, ahora responde la mía.

—Sin embargo, eso fue una mentira.

—Bueno, eso es todo lo que obtendrás de mí —dijo Granger. Empezó a bajar la colina y alejarse de
Draco—. No quiero hablar contigo.

—¿No quieres? Porque explotaste mi Bloc y luego me enviaste un Aullador y una nutria enojada.
Oye, ¿adónde vas?

—Lejos de ti —dijo Granger.

Draco estaba molesto, ¿se había perdido lo que fuera por lo que ella había venido aquí? ¿Su asunto
de Ostara?

Debe haberlo hecho. Ella se estaba alejando de él brincoteando, pareciendo demasiado complacida.
No debería haber tenido una siesta tan lujosa.

—¡Granger! Regresa aquí. No hemos terminado —dijo Draco, saltando detrás de ella por la colina.

—He terminado aquí —dijo Granger con una exagerada ligereza de espíritu—. No sé tú.

—¡Tienes que usar el maldito anillo! —gritó Draco a la cola de caballo que rebotaba de Granger.

Ella siguió trepando, ignorándolo. Luego, sin un ápice de advertencia, se inclinó. Draco evitó por
poco chocar contra ella con lo que habría sido un contacto pélvico total.

«Sí, Tonks. Se rompió el cuello al caer por una colina. Empujé demasiado duro. Sí, fue un
accidente. Sí, está muerta. Por favor, devuélvele mi cuerpo a mi madre en la menor cantidad de
piezas posibles».

Granger saltó de nuevo, sosteniendo una ramita de algo en lo alto.

—¿Qué es esto? —preguntó ella.

Draco se quedó mirando la cosa.

—Una planta.

—Específicamente, Tredescantia. ¿Sabes qué tipo de Tredescantia?

—Si... —comenzó Draco, recordando el viejo tomo. Se calló a tiempo—. S-sinceramente, no tengo
idea.

—Sillamontana. Es Tredescantia Sillamontana.

—Bien por Sillamontana.

—Pero lo sabías porque leíste el libro —La fachada de Granger se estaba resquebrajando. Parecía
un poco maníaca debajo de él.
Draco agitó la planta alejándola.

—Quitarte el anillo no estaba en nuestro acuerdo. Debes mantenerlo puesto en todo momento. Ese
es el punto de todo.

Granger, que se había dado la vuelta para continuar su descenso, dio media vuelta. Su cola de
caballo abofeteó a Draco en la cara, una lesión grave por la que ni siquiera se disculpó
remotamente.

—¿Sabes qué más no estaba en nuestro acuerdo? ¡Estás violando mi confianza y tocando
mis cosas!

Ah, ahí estaban: los chillidos.

—Yo no le hice nada a tu maldito libro.

—¡No debías tocarlo en primer lugar! ¡Ese libro no tiene precio!

Dio la vuelta de nuevo -y golpeándolo en la cara con su cabello, otra vez-, Granger salió disparada
colina abajo.

—Vuelve a ponerte el maldito anillo, Granger —dijo Draco.

—No. Terminé con tu dispositivo de vigilancia.

—Bien —gritó Draco a su espalda en retirada—. Le diré a Shacklebolt que terminé y hará que
te pongan bajo vigilancia. Con Aurores que literalmente te observarán durante todo el día. ¡Cada
movimiento, cada puto frasco de lo que viertes en tu laboratorio y cada palabra que metes en tus
computadoras!

Granger se detuvo. Ella hizo un ruido estrangulado.

Draco lo tomó como un acuerdo.

Él pisoteó hacia ella.

—Mano —dijo.

Granger le tendió la mano.

Draco la agarró bruscamente. Quería ponerle el anillo con la misma brusquedad, para mostrarle lo
enojado que estaba, pero no lo hizo, por miedo a romperle el dedo. Hubo un momento de bendito
silencio sin gritos mientras le volvía a poner el anillo.

—¡Oh! —dijo una voz.

Algunos excursionistas muggles acababan de aparecer por la ladera de la colina.

Siguieron gritos de alegría:

—¡Un compromiso!

—¡Qué pareja tan encantadora!

—¡Felicidades!
—¡Qué hermoso lugar para ello!

De todos modos, Draco no sabía que el Avada Kedavra podía lanzarse usando sólo los ojos, pero
Granger lo estaba haciendo de manera bastante competente.

Luego se volvió hacia los excursionistas e hizo algunos sonidos de asentimiento y falsa alegría
para hacer que se movieran. Draco no se unió porque él estaba muerto.

Los excursionistas finalmente se marcharon, habiéndoles deseado lo mejor en su vida de casados y


dándole estúpidos consejos a Draco.

Granger estaba agarrando su ramita de tredescantia destructivamente. Tan pronto como los
excursionistas se fueron, la arrojó al suelo y preguntó por qué esta era su vida.

Draco asumió que la pregunta era retórica y no respondió. Sacó su varita y caminó hacia donde los
muggles habían doblado la esquina.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Granger.

—Voy a obliviarlos a todos —dijo Draco.

— No lo hagas —contestó Granger con una vehemencia inesperada—. Los encantamientos de


memoria no deben usarse a la ligera.

—Pero...

Ahora Granger estaba a su lado. Empujó la mano de su varita hacia abajo.

—No lo hagas, no importa. Te prometo que esos muggles no empañarán tu reputación ni acudirán
al Profeta con este... este supuesto desarrollo.

— No me importa —dijo Draco, porque no le importaba—. Pensé que a ti te importaba. Acabas de


asesinarme con la mirada.

—¿No te importa? —Granger lo miró, por una vez en su vida, perpleja—. Pensé que te importaría.

—¿Por qué me importaría? Son muggles.

—No sé... No importa. ¿Hemos terminado aquí?

—¿Terminaste aquí?

—Sí —dijo Granger.

—Entonces yo también —contestó Draco.

Granger salió corriendo a través de una valla hacia el estacionamiento.

Draco se demoró lo suficiente para verla maniobrar el auto fuera del borde cubierto de hierba y
hacia el sinuoso camino rural.

Se alejó sin mirar atrás.

Su placa de matrícula decía «CRKSHNKS».

Draco desapareció con un crack irritado.


Unos días más tarde, Draco se preparó para el Quidditch del miércoles por la noche, que tenían
regularmente en la cancha bien cuidada de la Mansión.

Equipado y listo para jugar, voló hacia el campo, donde lo esperaban los malhechores habituales:
Zabini, Davies, Flint, Doyle y otros compañeros de la vieja escuela, y un puñado de jugadores que
habían reunido para el partido de esta noche.

—Ey, ey —saludó Flint.

—El Jefe ricachón ha llegado —anunció Doyle.

—Métete en tus asuntos Doyle, o lo haré por ti —dijo Draco, nivelando su escoba a su altura.

Doyle levantó su bate de batidor hacia Draco en fingida amenaza.

—Estoy más que equipado para golpear cabezas.

—¿Cinco contra cinco? —preguntó Davies, moviendo su escoba entre ellos y obviamente ansioso
por comenzar.

—Hagámoslo.

Jugaron. Eran más de las ocho cuando comenzaron, pero la cancha estaba mágicamente iluminada
y permitió un juego largo lleno de interpretaciones de reglas cuestionables y hazañas cercanas a la
muerte. La Snitch fue algo escurridiza esa noche: ni Malfoy ni el Buscador contrario tuvieron
mucha suerte y, como resultado, ambos fueron objeto de muchas burlas por parte de sus equipos.

Llegó la medianoche y Davies dijo que su señora lo mataría por quedarse tan tarde. Acordaron
llamarlo empate, dada la inutilidad de sus buscadores y el puntaje por lo demás parejo, y continuar
la próxima semana, y celebrar al eventual ganador con demasiadas bebidas.

Los estallidos y crujidos reverberaron por todo el campo mientras los jugadores desaparecían de
casa, dejando a Draco con todo para él solo.

Ahora podría divertirse un poco.

Voló perezosamente hacia arriba en largos bucles, más y más arriba, hasta que la cancha se
convirtió en un rectángulo verde muy abajo, y la mansión fue una casa de muñecas, que brillaba
suavemente en la noche.

Luego inclinó su escoba hacia abajo y se desplomó en un amago de Wronski. Se detuvo en el


último minuto, apenas conteniendo el grito de alegría que quería estallar en sus labios, y empujó su
escoba en espiral hacia el cielo negro.

Una vez más, el terreno de juego era un pequeño rectángulo verde debajo, pero Draco voló aún
más alto, hasta que imaginó que podría haber volutas de nubes entre él y la tierra.

Se dejó caer de nuevo, disfrutando del viento en su rostro, la sensación paralizante de la caída en
picado, la adrenalina estallando en sus venas. Fue glorioso, liberador.

Salió de la inmersión en el último momento posible, con el corazón cantándole en los oídos y los
dedos de los pies rozando la hierba.

El pop suave, pero distintivo, de una aparición resonó en el campo. Miró a su alrededor en busca de
quién era, listo para burlarse de Davies por huir de su esposa.
Pero no fue Davies.

Era Granger.

¿Había venido a regañarlo por ese maldito libro? Draco voló bajo y detuvo su escoba frente a ella.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí?

Pero Granger no parecía enojada. Parecía confundida. Su varita estaba en lo alto, centelleando
chispas curativas verdes.

De hecho, parecía como si acabara de salir de la cama. Su cabello estaba recogido en una larga
trenza plagada de rizos que se escapaban. Llevaba pantalones cortos muggles y un jersey grande y
gastado de la Universidad de Edimburgo. Sus piernas y pies estaban descalzos.

—Yo... te sentí... —tartamudeó, mirando desconcertada a su nuevo entorno—. Tu ritmo cardíaco


estaba por las nubes, y tu adrenalina se disparó, y fue horrible, yo...

—No, fue impío —corrigió Draco, todavía recuperando el aliento.

—¡Pensé que estabas a punto de morir!

—Espera, ¿cómo lo sentiste? ¿Cómo diablos estás aquí?

—¡El maldito anillo! —dijo Granger, agitando la mano con el anillo en cuestión en su rostro.

—Imposible —se burló Draco—. Lo arreglé; es unidireccional.

—Entonces, ¿cómo estoy aquí, idiota?

Este era un punto justo y Draco se vio obligado a considerar que podría tener que volver a revisar
sus encantamientos. Su ira aumentó, sin embargo, porque el mal funcionamiento fue sin duda culpa
de ella.

—El único idiota aquí es quien se quitó el anillo cuando no estaba destinado a hacerlo y dañó algo.
Ese hechizo es delicado.

Granger levantó las manos, como si no pudiera creer el giro absurdo de la conversación.

—¡No vine aquí para discutir sobre quién es el idiota más grande!

—Eres tú —dijo Draco—. Y como viniste corriendo aquí en pijama para comprobar mi bienestar,
puedo confirmar que estoy bien; puedes irte. Estoy seguro de que tienes mejores cosas que hacer.

Aparentemente, esta declaración de hecho no era lo correcto. Los chillidos de Granger aumentaron.

—¿Mejores cosas que hacer? ¿Yo? Oh, no. ¡Mi vida es un tiempo encantador de coser y cantar!

—Granger...

—¡Me encanta ir al campo de Quidditch en medio de la noche! ¡En marzo! ¡Descalza! ¡Para
intercambiar insultos con el Maldito Draco Malfoy! ¡Sin duda lo adoro! ¡Tengo tan poco que hacer
que he estado pensando en empezar a jugar a los bolos! ¡Barcos en botellas...!

Se interrumpió, habiendo sido afortunadamente interrumpida por algo que tocaba su cuello. Ella se
estremeció.
—¿Qué es...?

En la nuca, brillando burlonamente a Draco, estaba la Snitch.

Draco se deslizó más cerca y la atrapó.

—He estado buscando a este cabrón toda la noche.

—Maravilloso. M-me alegro de haber podido ayudar —dijo Granger.

Tenía los dientes bastante apretados, pero Draco se dio cuenta de que no era por enojo, sino por el
frío.

Tomó aire y pareció estar reuniendo lo que quedaba de su dignidad.

—Ya que estás bastante bien, ¿podrías llevarme al Flu más cercano?

¿Por qué diablos necesitaba que él la llevara a alguna parte? Draco aterrizó junto a ella, dándose
cuenta por fin de que Granger no se veía bien. Tenía los labios blancos, estaba pálida y temblaba.

—¿Te apareciste desde el maldito Cambridgeshire? —preguntó Draco con creciente comprensión.

—Tomó algunas p-pasos —dijo Granger con los dientes apretados—. H-hice un turno doble en
San Mungo esta mañana... Así que entre eso y la aparición a larga distancia, estoy bastante
agotada.

Draco le lanzó un hechizo cálido, su irritación por la situación ahora dio paso a la ira. Había
consumido toda su magia por su culpa, la idiota temeraria.

—¿Cuál, exactamente, era el plan cuando llegaste para salvar mi vida casi sin reservas mágicas?

—Iba a poner un yeso en la herida —dijo Granger, un violento temblor sacudiendo sus hombros—.
Vete a la mierda con la lección, no estaba pensando. Estaba dormida y lo siguiente que supe fue
que este maldito anillo me gritaba que estabas a punto de morir.

Draco sintió que debería sentirse conmovido, aunque el disgusto por su imprudencia lo eclipsó.

—Bien, así que podría haber estado en medio de un duelo con una pandilla de magos oscuros y
decidiste aparecer descalza, sin magia, en tu pijama. Malditamente brillante.

—¡Fue una reacción! —siseó Granger—. ¡Lamento no haberme detenido a evaluar mis opciones
cuando pensé que estabas a punto de morir! Soy una sanadora; las probabilidades eran altas de que
hubiera podido hacer algo con respecto a tu... tu...

—Mi inexistente lesión grave, muy bien. —Draco volvió a subirse a su escoba y se acercó a ella—.
Súbete. Te llevaré a la mansión. Puedes ir a casa por red flu desde allí.

—No —dijo Granger, retrocediendo.

Draco asumió, con no poco grado de exasperación, que su objeción era volar.

— Bien. —Saltó debajo de su escoba y le tendió el codo en su lugar—. Nos apareceré en la


Mansión. Vamos, pareces a punto de desmayarte.

Granger retrocedió de nuevo. Parecía aún más pálida.


—No, no a la mansión, por favor. Aparéceme en El Cisne. Me iré por Flu desde allí.

—¿Qué le pasa a mi maldita red flu? —preguntó Draco, cerca de perder la paciencia y agarrarla
del brazo para forzar una aparición conjunta—. Mi madre está en Francia esta semana, si eso es lo
que estás...

—No, no es tu madre. Yo sólo... yo sólo no quiero volver allí. ¿Está bien?

Ella envolvió sus brazos alrededor de sí misma. En ese momento, la formidable Hermione Granger
se veía pequeña, pálida y asustada.

Draco se dio cuenta, horriblemente tarde, que era su casa a la que ella se oponía. Que la mansión
todavía albergaba los horrores de la guerra.

Era un idiota.

Volvió a ofrecerle el codo.

—El Cisne, entonces.

Ella lo tomó. Su mano era ligera sobre su brazo y, contra su equipo de Quidditch empapado en
sudor, se sentía frío.

Se aparecieron en el guardarropa de El Cisne, el bullicioso pub mágico que servía como punto de
referencia para viajar a la flu de Wiltshire. Las voces de los clientes del pub resonaban alegremente
a través de las paredes. Draco lanzó un encantamiento desilusionador sobre él y Granger, lo que
sirvió para desviar la mirada de ellos mientras salían del guardarropa y se dirigían a la chimenea.

Draco notó que Granger todavía lo sujetaba por el codo; de hecho, había comenzado a apoyarse en
él.

Arrojó un puñado de polvos flu al fuego y Granger dio el nombre del pub mágico más cercano a su
casa, El Mitre.

—No estás lo suficientemente fuerte para aparecerte en casa desde allí —dijo Draco.

—Mi cabaña no está en la red flu. Iba a caminar, son cinco minutos —contestó Granger.

Draco hizo un sonido de incredulidad.

—Has demostrado que eres una idiota una vez esta noche, pero veo que te estás superando. Voy
contigo.

La evidencia del verdadero nivel de fatiga de Granger fue que ella no discutiera. Entraron juntos en
la chimenea y fueron girados y empujados a lo lardo de dos docenas de chimeneas hasta que fueron
escupidos en El Mitre.

Draco fue más rápido en equilibrarse que la exhausta e idiota bruja, quien hizo un valiente intento
de ponerse de pie, pero resultó en un colapso contra su costado. Él deslizó un brazo alrededor de su
cintura y los apareció en su cocina.

Un borrón anaranjado entró silbando en la habitación mientras resonaba el crujido de la aparición


de Draco. De inmediato hubo un maullido de preocupación cuando el gato notó la forma caída de
su ama contra el costado de Draco.

—¿Estás todavía con nosotros? —preguntó Draco, dándole un empujón a Granger—. ¿Debería
llamar a alguien? ¿Debería llevarte a San Mungo? Di algo, o enviaré mi Patronus a Potter y
desencadenaré un pánico a gran escala.

—No lo hagas. —El agarre de Granger en su brazo se hizo más fuerte—. Es sólo... sólo
agotamiento mágico. Pasé todo el día en curaciones. Las apariciones a larga distancia son...
estúpidas. Dame una poción de reposición: el vial rojizo en el mostrador, allí.

Draco apoyó a Granger en una silla, donde ella se recostó con un suspiro. Hizo flotar el vial en
cuestión hacia ellos y le quitó el tapón ceroso.

—Soy La Idiota Absoluta —dijo Granger, antes de tragarse todo.

Draco sintió que debería tener eso por escrito.

El gato se abrió paso alrededor de los pies de Granger con un coro de ansiosos maullidos.

—Estoy de acuerdo —dijo Draco—. Ella necesita descansar.

—Tú no lo entiendes —dijo Granger, dejando caer el vial vacío sobre la mesa con un gesto débil
—. Deja de fingir.

—Dijo que hay un sofá en algún lugar debajo del desorden de libros en la sala de estar en el que
deberías acostarte.

—No toques esos libros —dijo Granger, combativa incluso a través de su desmayo.

El gato hizo un gemido sostenido.

—Cama, entonces. Estoy de acuerdo —dijo Draco.

Draco no le dio a Granger la oportunidad de objetar. Deslizó una mano en el hueco de su codo y
los apareció arriba, donde la depositó en su cama.

Era obvio, mientras miraba alrededor de la habitación en penumbra, que Granger se había
marchado con tanta prisa como decía. La cama estaba desordenada, como si hubiera olvidado que
tenía una manta sobre ella cuando se puso de pie de un salto. La lámpara de la mesita de noche
estaba torcida como si la hubiera golpeado, su dispositivo móvil muggle estaba boca abajo en el
suelo.

Draco reorganizó estas cosas con unos cuantos movimientos de varita. El gato, que había subido
las escaleras tras ellos, saltó sobre la cama y se unió a Granger con un sonido de reproche.

El gato se acomodó en la axila de Granger como una botella de agua peluda. Granger se cubrió con
la cobija con una mano débil y acarició la cabeza del gato con la otra.

Draco, que había estado esperando para ver si la poción restauradora estaba teniendo el efecto
deseado, y que Granger no iba a morir por su culpa, de repente sintió como si estuviera
entrometiéndose.

Dio un paso hacia la puerta.

—Bueno, me voy a ir ahora. Ten cuidado con no volver a hacer eso.

—Lo siento —dijo Granger—. Por ser... complicada... Sobre tu casa.

—No me importa —dijo Draco—. No importa.


—Sé que las cosas horribles que sucedieron allí son historia antigua.

—No necesitas seguir excusándote. Ve a dormir —dijo Draco, dando un paso más grande hacia la
puerta.

—Sé que no es racional —dijo Granger, haciendo un gesto indeciso hacia el techo—. Pero...

—Deja de pensar, Granger —dijo Draco, aunque sabía que era un pedido oxímoron. Caminó hacia
el pasillo—. Adiós.

—Era sólo para usar el flu —dijo Granger, en voz baja, sobre todo para sí misma, ahora—. Un
poco patética, en realidad.

Draco dio un largo paso de regreso a la habitación. De alguna manera, no podía dejar pasar eso.

—No es patético no querer volver a visitar el lugar donde fuiste torturada.

Quería agregar «idiota», pero sintió que podría haber maximizado su cuota esta noche.

Granger hizo algo como un «Mm» de manera ausente.

—De todos modos —dijo Draco—, gran parte de la mansión fue destruida al final de la guerra.
Toda esa mitad se ha ido. El salón se ha ido.

—¿Se fue? —preguntó Granger desde el techo.

—Sí. Ahora son sólo jardines: invernaderos, flores, hierbas medicinales...

—¿Qué hierbas? —preguntó Granger.

¿Por qué tenía que saberlo todo con un maldito e insoportable detalle? Ella era agotadora.

—No lo sé —dijo Draco—. Mi madre dona las cosas útiles a los boticarios. Ve a dormir.

—Eso es bueno —La voz de Granger había adquirido una cualidad más suave y ausente. La poción
de reposición la estaba dejando inconsciente para comenzar a funcionar.

—Sí.

—Estoy feliz de que algo bueno pueda salir de un...

—¿Un lugar tan terrible? —Draco complementó.

—Sí.

Ella no dijo nada más por unos momentos. La luz de la luna que entraba por la ventana iluminó su
rostro con una luz suave: delicada, con los ojos muy abiertos, todavía pálida. Su cabello era un rizo
oscuro sobre la almohada, desplegándose lentamente.

Draco sintió como si estuviera viendo doble. Con su jersey de gran tamaño, metida en la cama, con
las manos sobre la manta, parecía la niña que recordaba de la escuela. Pero esa visión se disipó
para dejarlo con este retrato de una bruja encantadora y cansada, que se había llevado al borde del
total agotamiento mágico para llegar a él, porque pensó que estaba en peligro.

Se hizo eso a sí misma por él.


Fue una sensación peculiar.

Los párpados de Granger comenzaron a moverse hacia abajo. Draco se acercó a la puerta, con la
intención de salir de la cabaña a pie antes de desaparecer afuera tan silenciosamente como pudo.
Ahora estaba dormida, ciertamente; había estado callada demasiado tiempo.

—¿Malfoy?

Draco murmuró una maldición.

—Estás destinada a dormir.

Ahora sus palabras estaban borrosas en los bordes. Estaba a la deriva hacia la inconsciencia, pero
aún luchaba contra ella.

—Tu Patronus es encantador —dijo Granger. Sus ojos estaban cerrados.

—Eh... gracias.

—¿Qué es?

—Ve a dormir, Granger.

—Pero... ¿Qué es?

—Duérmete.

—¿Es una especie de perro?

—Sí. Ve a dormir.

—¿Qué tipo?

—Un borzoi.
He aquí el Borzoi: el feroz, raro y aristocrático perro lobo de la realeza rusa. Distante, alto y
bendecido con un gran cabello. (Foto: Paul Croes)
—Ah, los zares solían tenerlos.

—Lo hicieron. Ve a dormir, esto no es un concurso de pub.

—Es una cosita descortés, pero bonita.

—Me voy ahora —dijo Draco.

—Su pelaje se veía tan suave...

Finalmente, cayó el silencio.

Ahora sólo el gato estaba despierto, mirando a Draco.

Draco notó que la mirada amarilla no estaba tan llena de odio como de costumbre. En todo caso,
parecía aprobarlo.

**~**~**

Chapter End Notes

¡Hola, hola! Lamento la tardanza, se me atrevesó un día feriado en México y real,


realmente necesitaba descansar, así que arrojé todo por ahí y desaparecí hasta el día de
hoy.

¡Gracias por leer! ¿Soy sólo yo o Draco está sintiendo algo que no es algo por nuestra
sanadora profesora doctora Hermione? El gato no lo mató en esta ocasión...

Próxima actualización: sábado 26 de marzo.


La fiesta (huérfanos o algo así)
Chapter Notes

Nota de la autora:

Ah, la escena de la fiesta. La hemos leído mil veces y nos sigue encantando. No hay
subversión de etiquetas aquí, sólo la máxima indulgencia de uno de mis momentos
favoritos del fanfic.

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Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse

"Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love"

De Isthisselfcare

Beteado por Bet y Emily

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Marzo llegó frío, húmedo, demasiado pronto y con él, llegó el día de la fiesta de Delacroix. Draco
recordó la ocasión cuando su siesta de la tarde fue interrumpida por Henriette, la elfa doméstica.

Mientras Draco bostezaba con deliciosa languidez, Henriette comenzó a interrogarlo sobre su
atuendo de noche.

—Este púrpura le quedaría muy bien, Monsieur —dijo Henriette, sosteniendo una rica túnica en
alto para que Draco la inspeccionara—. Como un emperador romano, ¿no?

—La túnica negra, por favor —dijo Draco.

—¿Esta plata, tal vez? Con sus ojos, sería tan atractivo...

—El negro, Henriette.

Sin inmutarse, Henriette sacó las túnicas de gala negras, pero también un conjunto de túnicas azul
noche con lentejuelas de constelaciones.

—¿O quizás este? —preguntó, sosteniendo los azules más alto.

—¿Mi madre te puso en esto? —preguntó Draco, mirando a la insistente elfa.

Las grandes orejas de Henriette se movieron hacia atrás.

—Madame sugirió que podría estar dispuesto a probar otra cosa. A la señora le gustaría que no
pareciera que asistirá a un funeral.

—Prefiero parecer un velador. El negro, déjalo en la cama.

—Como desee, Monsieur —suspiró Henriette, extendiendo las túnicas sobre la cama.

Ella hizo una reverencia y desapareció.

Henriette era una elfa francesa que hablaba bien y estaba bien entrenada, pero mucho más
insistente y obstinada que los elfos ingleses a los que Draco se había acostumbrado en su infancia.
Sin embargo, su madre la amaba, y Draco tuvo que admitir que su cocina era mucho mejor que la
pesada comida preparada por sus hermanos del Reino Unido.

Draco se duchó, perfeccionó su cabello, se puso la túnica negra que tanto le costó ganar,
perfeccionó su cabello nuevamente y se observó en el espejo para confirmar que era
devastadoramente atractivo.

Lo era.

Lo cual fue excelente, porque esta noche, Draco Malfoy saldría a la calle. Había pasado demasiado
tiempo desde su última cogida -una bruja en la última fiesta de cumpleaños de Pansy, según
recordaba-, y había estado sintiendo la falta de acción en las últimas semanas.

Era hora de rectificar la situación. La fiesta de Delacroix sería una excelente oportunidad. Habría
brujas en abundancia, tal vez la misma Mademoiselle Rosalie Delacroix, si estuviera interesada,
reflexionó Draco mientras se aplicaba colonia.

Satisfecho con su acicalamiento, Draco descendió al salón del Flu.


—Henriette, ¿mi madre ya se fue? —llamó mientras arrojaba polvos flu a la chimenea.

—Oui, elle est partie —dijo Henriette—. Se fue hace unas dos horas, señor. Creo que pensó que
estaría en camino poco después.

Vaya, pensó Draco.

—El Séneca —dijo en voz alta, y se acercó a las llamas.

**~*~**

Draco se sacudió el polvo en la chimenea del Séneca, asistido por un joven de aspecto pretencioso
que llevaba un plumero encantado.

Un momento después, se encontró abordado por Theodore Nott.

—Hay moda tarde, y luego estás tú —dijo Theo—. Al borde de la grosería, creo: son las ocho y
media y te has perdido los discursos.

—No me importa —dijo Draco, arreglándose la túnica—. Resúmelo.

—Palabras muy bonitas sobre la Verdadera Magia de la Gratitud, y también: ¡por favor, dénnos
dinero!

—No puedo creer que me perdí un discurso demasiado trascendental.

Un resoplido los interrumpió.

—Ah, los canallas habituales.

Zabini había visto a Draco y Theo mientras se dirigían al abarrotado Salón Rosa, donde se
repartían canapés a una hermosa multitud.

—No sabía que dejaban entrar aquí a gentuza como ustedes —dijo Zabini. Su túnica de gala estaba
impecablemente confeccionada, posiblemente incluso más que la de Draco.

Él y Draco se miraron fijamente, hasta que el rostro de Zabini se dividió en una amplia sonrisa.

—Es bueno verlos a ustedes dos, los pocos, los valientes, que no están casados y no están teniendo
a sus crías.

—Estoy aquí para unirme a ustedes en los libertinajes de la noche —dijo Theo con una elegante
reverencia—. ¿Cuáles son nuestros planes esta noche, caballeros? ¿Caos y mutilación?

—Bebidas, bailar y encontrar una dama encantadora para acurrucarme —dijo Zabini, paseando la
mirada por la sala llena de gente.

—Lo mismo, pero más sexo y menos caricias —dijo Draco, también observando a la multitud que
lo rodeaba.

—Oye —dijo Zabini—, déjame a las morenas.

—Bien —dijo Draco, pensando vagamente en Rosalie y las de su calaña—. Me apetece algo rubio
de todos modos.

—Pelirrojas para mí, entonces —Theo relevó a un camarero de tres martinis sucios y se los pasó—.
Bebe, te saldrá un poco de pelo en el pecho. Barkeep es generoso con el vodka.

Bebían, bromeaban, entraban y salían de grupos de amigos y viejos enemigos. Draco se enteró por
casualidad de que el evento de la noche era en apoyo de un nuevo pabellón en San Mungo: algo
sobre la salvación de la vida del Señor Delacroix había convertido su mente de mercenario en
actividades más filantrópicas. Entonces no había huérfanos. Como sea.

Las luces se atenuaron y, en el centro de la habitación, se despejó el espacio para una pista de
baile. Draco encontró a Rosalie e intentó conversar, pero Rosalie estaba risueña y parecía bastante
apegada al brazo de algún purasangre francés u otro cuyo nombre Draco no podía recordar.
Decidió que ella era una causa perdida y continuó su navegación.

Otras dos o tres brujas con las que Draco estaba familiarizado, se cruzaron con él mientras hacía
sus rondas. Eran encantadoras, destellantes y obviamente dispuestas, pero él no estaba sintiendo la
chispa o, menos románticamente, el más remoto tic en sus pantalones.

Se deshizo de ellas una por una, registrando distantemente que, a pesar de lo atractivas y dispuestas
que estaban, las encontraba pegajosas y molestas más que cualquier otra cosa. La señorita Luella
Clairborne fue particularmente tenaz; Draco tuvo que mentir que su madre lo estaba llamando para
escapar.

¿Qué estaba mal con él? Draco no lo sabía. Probablemente Luella habría estado dispuesta a darle
una mamada rápida detrás de una cortina, pero eso no era lo que él quería. Tampoco quería
llevársela a casa. Tampoco quería tenerla en una de las lujosas habitaciones del Séneca. Entonces,
¿qué quería exactamente? No a ella, de todos modos… A ninguna de ellas.

Para cumplir con su mentira, Draco se unió a su madre entre un círculo de altos mandos de San
Mungo. Narcissa miró deliberadamente al compañero francés de Rosalie y apretó los labios en
lugar de decir: «Ya ves. Todas las buenas han sido arrebatadas y tú, hijo mío, morirás solo».

Draco estaba bien con morir solo. En este preciso momento, simplemente quería encontrar a una
bruja que despertara algo en él, acostarse una o dos veces y sacar un poco de lujuria de su sistema.

Una cosa esbelta con un vestido con la espalda abierta no dejaba de llamar su atención mientras
recorría la habitación. Estaba charlando con una multitud mixta de ex Hufflepuffs y empleados del
Ministerio de alto nivel, pero su figura seguía desapareciendo de la vista mientras los oradores se
mezclaban. Las luces estaban tan bajas que todo lo que realmente pudo distinguir fue la curva de su
espalda, el elegante movimiento de una mano que sostenía un vaso, el atisbo de un delicado tobillo
en un zapato de tiras.

—Ey —dijo Zabini, materializándose al lado de Draco—. Dije que me dejen a las morenas.

—Mi primera opción encontró algo de mariquita francés —dijo Draco.

—Lo dices como si no fueras el mejor mariquita francés de la habitación.

Draco favoreció a Zabini con una mirada oscura.

—De todos modos, compartir es cuidar.

—Bien, puedes ablandarla para mí. Me veré positivamente delicioso después de que hayas
bromeado durante tu presentación.

Draco vació su vaso y se lo entregó a Zabini.


—Mírame.

Pasó por delante del grupo, simulando saludar a algunos conocidos mientras avanzaba, incluyendo
un rápido asentimiento para Potter.

¿Y por favor, por qué estaba Potter aquí? Algo sobre los huérfanos, probablemente.

Ernie Macmillan, bendito sea, lo atrapó y le hizo un gesto a Draco para que se acercara a su manera
ostentosa. El muchacho regordete de los días de Hogwarts de Draco se había convertido en un
hombre corpulento, de hombros anchos, que ahora dirigía el Departamento de Cooperación Mágica
Internacional.

—Macmillan —dijo Draco, estrechándole la mano—. ¿Cómo estás? Preséntame a tu ami…

La encantadora mujer se giró hacia Draco mientras hablaba.

Era la maldita Granger.

La sorpresa de Draco fue tal que casi escupió su martini.

Pero era ella. Su cabello rebelde estaba recogido en un elegante moño en la base de su cuello. Su
atuendo habitual fue reemplazado por un largo vestido verde, probablemente de procedencia
muggle, pero bellamente confeccionado. Su intensa mirada se hizo todavía más intensa por las
manchas oscuras de algún cosmético alrededor de sus ojos.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Draco, recién perturbado, porque había estado
imaginando la espalda y el trasero de esta mujer desde todo tipo de ángulos interesantes durante el
último cuarto de hora y era Granger.

Literalmente, la Maldita-Granger.

Su pregunta fue hecha con rudeza. Macmillan se acercó a Granger -lo que, de alguna manera, irritó
aún más a Draco- y dijo:

—Monsieur Delacroix invitó personalmente a Hermione, junto con todos los sanadores que lo
ayudaron el año pasado. ¿No escuchaste el discurso?

—Ah —dijo Draco, sintiéndose estúpido.

Granger levantó una ceja a modo de pregunta.

—Yo tampoco te habría esperado aquí. No pensé que la atención médica estuviera alineada con tus
intereses.

Macmillan, que parecía haber asumido el papel de mediador entre ellos, ahora se acercó a Draco.

—Entiendo que los Malfoy están haciendo una contribución bastante sustancial a la nueva sala —
Golpeó el hombro de Draco oficiosamente—. Buenos tipos después de todo, estos Malfoy, ¿no?

Granger le dio a Macmillan una de sus sonrisas fijas.

Mientras tanto, Draco asentía como si estuviera perfectamente consciente de esta gran
contribución, que, ahora que lo pensaba, su madre podría haber mencionado dos o tres veces, si tan
sólo hubiera estado prestando atención.

—Por supuesto —continuó Macmillan—, no hemos descifrado la identidad del Colaborador


anónimo, que igualará las ganancias de la noche Galeón por Galeón. Apuesto por uno de esos
viejos franceses del séquito de Delacroix. Lemaitre posee la mitad de los viñedos en Borgoña…

Macmillan se interrumpió al ver a un mago alto pasar junto a su grupo.

—Ah, he visto a Finbok. Por favor, discúlpenme. Tengo que acosarlo sobre una nueva legislación
que está impulsando, tal vez si hago que beba de más…

Esto dejó a Draco y Granger solos, al borde del círculo más grande. Granger seguía observando a
Draco con una ceja levantada, lo que le hizo darse cuenta de que la estaba mirando boquiabierto
como un cretino.

Sin embargo, no había forma de decir: «Lo siento, es sólo que he estado fantaseando con tomarte
por detrás durante el último cuarto de hora», sin sonar como un cretino mayor.

Para cubrir su molestia, Draco dijo, enfadado:

—Se supone que debes informarme cuando estés asistiendo a eventos públicos. Ahora ni siquiera
puedo divertirme: tengo que cuidarte.

Era el turno de Granger de ponerse irritable.

—¿Me importa? ¿Quién me va a atacar? ¿Mis colegas? ¿La familia del hombre al que ayudé a salir
del borde de la muerte? Delacroix trajo la mejor seguridad que el dinero puede comprar, ¿o no
notaste a los otros Aurores? ¿Has hecho algo más que mirar traseros desde que llegaste? ¡Y te
informé que asistiría! ¡Hace dos semanas!

Hubo muchas acusaciones dirigidas contra él en esta diatriba. Draco se dirigió selectivamente a
unos pocos.

—Vine a mirar traseros, esa es la única razón por la que estoy aquí. Y la selección de traseros es
insignificante, para que lo sepas. Ha sido una monumental pérdida de tiempo. Y ciertamente no
me dijiste que asistirías. Lo habría recordado, porque me habría molestado, porque cuidarte
interfiere con mirar traseros.

Granger se cruzó de brazos.

—Ciertamente te lo dije. Revisa tu Bloc.

Draco sacó su Parlante bajo su mirada fulminante, una semilla de duda ahora en su mente. Fue un
poco lento al hacerlo. Granger hizo un sonido de impaciencia y se inclinó más cerca de él para
pasar las páginas ella misma. Draco notó que ella olía bien, otra vez: ligeras bocanadas de algo
dulce y aireado esta noche.

Hojearon algunas páginas de los mensajes de Granger, hasta que...

—Ah —dijo Draco.

Daba la casualidad de que Granger se lo había dicho hace dos semanas, poco después de que
aturdiera al Parlante y lo dejara en silencio.

El Bloc se cerró con un chasquido.

Granger parecía indignada, aunque estaba intentando mantener su lenguaje corporal neutral para no
causar una escena.
—¿Ves? ¿Cómo te atreves a regañarme como a una niña descarriada? —siseó en un susurro feroz
—. Estoy destinada a estar aquí. ¡Soy una invitada de honor!

Algún ángel rescató a Draco llamando a Granger para que se reuniera con una cohorte de
curanderos franceses. Se fue, pero no sin una mirada oscura hacia atrás a Draco que prometía que
esto no había terminado.

Draco hizo una retirada estratégica hacia Zabini y Theo con algo menos que su arrogancia habitual
en su paso.

Zabini masticaba con delicadeza una brocheta de codorniz.

—Eso parece que salió bien.

—Vete a la mierda —dijo Draco.

—El pobre viejo necesita beber más —dijo Theo, señalando a un camarero para que refrescara sus
libaciones—. Toma esto, Draco, y deja de mirar a Granger como un idiota boquiabierto. No me
gusta que Potter venga aquí a defender su honor.

—No me di cuenta de que era la puta Granger —dijo Draco, sintiéndose completamente mal por
todo el asunto.

—Yo tampoco —dijo Zabini—. Ella se ha convertido en algo bastante agradable, ¿no es así?

—Joder, trabajo con ella —dijo Draco. Tomó un trago fortificante de cualquier sustancia para
quemar la garganta que Theo le había dado.

—¿Lo haces? —Theo parecía intrigado—. ¿Qué tienen que ver los Aurores con los Sanadores?

—Confidencial, así que tú también puedes irte a la mierda —dijo Draco.

—Interesante —dijo Zabini, estudiando a Draco demasiado de cerca para su comodidad.

Volvió su atención a Granger, quien ahora estaba inmersa en una conversación con los curanderos
franceses.

—¿Por qué no la han casado y puesto varios niños todavía? ¿No estaba comprometida con la
comadreja más joven?

—Creo que sí —dijo Theo—. Pero recordemos que Granger se estaba besando con jugadores
internacionales de Quidditch a los 14 años. Es posible que los hombres hayan alcanzado su punto
máximo muy temprano para ella.

—Todo es cuesta abajo después de Krum y su palo —se rio Zabini.

—El resto de nosotros, los plebeyos, no tenemos la oportunidad de un maldito cubo de hielo en su
infierno.

—Me gustan los desafíos —dijo Zabini—. Y me gustan las morenas. Las morenas con cerebro son
otra cosa completamente distinta.

Draco se había quedado en silencio durante la conversación. El tema lo estaba irritando


profundamente, aunque no sabía por qué. Él mismo había escuchado, y participado en miles de
versiones de esta broma anteriormente, pero esta noche...
Narcissa llamó a Draco para presentarle a algunos de los amigos particulares de la familia
Delacroix. Un patriarca amistoso, su elegante esposa y sus dos hermosas hijas de 26 y 28 años,
respectivamente. Draco era consciente, mientras hablaba con las mujeres, de que podía complacer
a su madre mostrando interés en una de las hijas, y también complacerse a sí mismo cumpliendo su
objetivo de encontrar una dulce bruja para llevar a la cama.

Sin embargo, se encontró desinteresado por su conversación y distraído por la multitud que lo
rodeaba, donde ocasionalmente vio un atisbo de un vestido verde oscuro. Se dijo a sí mismo que,
ahora que sabía que Granger estaba aquí, una vez más la veía como su Principal y por lo tanto la
vigilaba.

Se le preguntó a Draco si le gustaba bailar, y él dijo que sí distraídamente, y se encontró en la pista


de baile con la menor de las dos hermanas, todavía distraído.

Granger estaba bailando con Potter.

—No sabía que eras del tipo fuerte y silencioso —se rio la mujer en los brazos de Draco. De
nuevo, ¿Cuál era su nombre? ¿Amandine? Iría con Amandine.

—Mm-ajam —dijo Draco, todavía observando a Potter y Granger.

—¿Ese es Harry Potter? —preguntó Amandine, siguiendo su línea de visión—. Creo que he oído
hablar un poco de él.

—¿Sólo un poco? —preguntó Draco. Benditos los franceses y su absoluto desinterés en los asuntos
ingleses.

—Creo que estuvo involucrado en tu última guerra, ¿no? Un héroe.

—Sí, algo como eso.

—¿Y la mujer con él también?

—Sí —dijo Draco.

—Son bastante hermosos juntos —dijo Amandine, viendo a Potter reírse de algo que dijo Granger
—. Puedes ver la conexión…

—Está casado —la interrumpió Draco. No sabía por qué quería hacer la rectificación—. No están
juntos.

—Ah bueno, la amistad es un vínculo igual de fuerte.

Draco dejó que la mujer parloteara sobre sus opiniones sobre los lazos de amor y amistad. La
canción estaba llegando a su fin. Si iba a medir su interés en las actividades nocturnas posteriores,
ahora era el momento. Podía deslizar una mano hacia su trasero, hundir la cara en su cuello,
preguntarle cuáles eran sus planes después de la fiesta...

Los pasos eran claros y la bruja, por la forma en que se apretaba contra él, estaba interesada. Sin
embargo, Draco descubrió que no tenía absolutamente ningún interés en hacerlo él mismo.

La canción terminó y comenzó un número más lento. Draco dejó de agarrar la cintura de
Amandine. Él la acompañó de regreso a sus padres con un comentario cortés sobre la noche y lo
lindo que había sido conocerlos a todos.
Caminó hacia el bar, donde Theo y algunos ex Slytherin y Ravenclaw habían acampado.

—Zabini se ha ido —dijo Theo mientras Draco se acercaba—. Se llevó a la hermana mayor con él.
Dijo que te dejaría a la menos experimentada. Pero tampoco parece que te haya ido bien. ¿Estás
perdiendo el toque, compañero?

—No hay chispa —dijo Draco encogiéndose de hombros.

—Siempre está Granger —dijo Theo—. Parece que le gustaría prenderte fuego, hay chispas en
abundancia.

Draco echó un vistazo hacia donde estaba Granger entre otros sanadores. Era cierto que sus
miradas en su dirección eran de una variedad ardiente.

—Pero supongo que no querrás morir esta noche —dijo Theo. Hizo lugar para Draco en el bar.

—Ella está fuera de los límites en unas cien maneras diferentes, incluso si tuviera una inclinación
hacia el masoquismo.

—¿Cómo se lleva con tu madre? —preguntó Teo—. Pregunto sin razón.

Los ojos de Draco se agrandaron. El miró por encima de su hombro. Theo se rio. Vieron cómo el
pequeño grupo de Narcissa Malfoy se dirigía hacia los curanderos franceses con los que Granger
había estado hablando.

Draco no estaba seguro de que su madre y Granger se hubieran hablado en persona desde los
juicios hace 15 años. Eso había sido un asunto tenso, pero el testimonio de Granger había sido de
gran ayuda para aclarar el nombre de Narcissa Malfoy. Granger había sido (terriblemente) honesta
al contar su tiempo en la Mansión, pero había dejado en claro que Narcissa Malfoy había sido una
espectadora involuntaria e impotente, y que sus acciones posteriores finalmente habían salvado la
vida de Harry Potter.

Granger, sin embargo, había sido menos generosa en su testimonio sobre los actos de guerra de
Lucius Malfoy, y sus declaraciones en ese frente se habían sumado a la gran cantidad de evidencia
que había resultado en la sentencia de Azkaban del mayor de los Malfoy.

Draco no estaba seguro de dónde se encontraba Granger en la lista de personas a las que culpar del
eventual declive de su madre y la muerte de Lucius en Azkaban. Tampoco sabía cómo pesaba eso
contra la propia libertad de Narcissa, así como la de Draco, en la que Granger también había
jugado un papel.

Draco estaba demasiado lejos para entender mucho de lo que se decía entre los dos grupos. Vio la
espalda de Granger enderezarse ante el acercamiento de Narcissa, pero su expresión permaneció
neutral. Del mismo modo, los hombros de su madre estaban firmes, pero su habitual sonrisa cortés
estaba firmemente en su lugar. Se estrecharon las yemas de los dedos y rápidamente se volvieron
para conversar con los demás.

—Bah —Theo hizo girar los cubitos de hielo en su vaso—. Esperaba algo más interesante.

—¿No tienes una pelirroja que perseguir? —preguntó Draco, haciendo un movimiento para
ahuyentarlo.

—Sí —dijo Theo—. Pero primero, coraje líquido. Ella es de la delegación francesa. Y ciertamente
está fuera de mi alcance.
Theo alzó la barbilla hacia el grupo de sanadores de Granger. Narcissa había seguido adelante y
una encantadora bruja pelirroja estaba ahora al lado de Granger.

—Ni siquiera estoy seguro de que ella hable inglés —dijo Theo, terminando su whisky.

—Prueba voulez-vous coucher avec moi —dijo Draco.

Theo repitió la frase con gran sinceridad, aunque su acento era espantoso.

—Un poco adelante, creo. Pero tal vez lo haré. Te culparé cuando todo salga mal. Diré que me
dijiste que eso significaba que tenía un pelo bonito.

—No pronuncies mi nombre frente a Granger. Prefiero que se olvide de que existo.

—Demasiado tarde —dijo Theo, apartándose de la barra—. Me gusta este plan. Me hace ver como
una dulce inocente y a ti como un imbécil…

Draco alargó la mano para detenerlo, pero la manga de Theo se deslizó entre sus dedos.

— …Qué es el estado natural de las cosas, de todos modos —dijo Theo con una sonrisa sobre su
hombro.

Draco debatió la ética de un rápido maleficio de lengua anudada en la parte posterior de la cabeza
de Theo mientras se acercaba a su objetivo pelirrojo.

El problema de la moral era que te hacían perder el tiempo. Theo estaba al lado de la bruja
pelirroja ahora, habiendo conseguido de alguna manera dos copas de vino tinto, una de las cuales le
ofreció a ella y la otra a Granger, quien declinó, ya que todavía estaba bebiendo su champán.

Theo dijo algo que hizo reír a los dos sanadores. Theo parecía teatralmente angustiado. Luego se
dio la vuelta y señaló a Draco con un gesto exagerado. La bruja pelirroja negó con la cabeza hacia
él; Granger no parecía impresionada.

Draco más bien sintió que tenía que defender su buen nombre. Agarró su propia bebida y se
acercó.

—No creas una palabra de la boca de este hombre —dijo mientras se acercaba a ellos.

—Draco me aseguró que eso significaba que estaba admirando tu hermoso cabello —dijo Theo,
con la mano en el pecho—. Nunca diría algo tan poco caballeroso, Mademoiselle.

La bruja pelirroja parecía divertida. Mientras tanto, Granger miraba a Theo con una saludable dosis
de escepticismo. Al menos ella podía ver a través de su farsa.

—¿Cómo digo: «quieres bailar»? —preguntó Teo.

—Voulez-vous danser avec moi —dijeron Draco y Granger simultáneamente.

—Lo que dijeron —dijo Theo.

La bruja pelirroja miró a Theo durante mucho tiempo. Finalmente, ella dijo:

—Oui.

Theo alargó el brazo galantemente, dijo algo bonito sobre las extrañas en una tierra extraña y llevó
a su nueva compañera a la pista de baile.
—Suave mierda —murmuró Draco.

—Untuosa, más bien —olfateó Granger—. No puedo creer que eso haya funcionado con Solange.

—Tal vez Solange quiera un poco de carne inglesa para variar —dijo Draco.

—Le pediré que revise la calidad de la carne por la mañana —dijo Granger con una mirada cínica a
la espalda de Theo que retrocedía.

—Debes decirme si es mediocre —dijo Draco.

—¿Por qué? —preguntó Granger.

—Munición.

—Ustedes son terribles amigos el uno del otro —Granger estudió a Draco por encima de su vaso.
Luego pareció recomponerse—. Todavía estoy enojada contigo. Vete.

—Bien —dijo Draco. Había una docena de brujas en esa sala que disfrutaban de su compañía; no
veía por qué perdería el tiempo con quien lo despreciaba.

Sin embargo, antes de que pudiera volver a sumergirse en la multitud, Granger preguntó en
francés:

—¿Desde cuándo hablas francés?

La pregunta fue planteada de una manera irritada, como si él le debiera una explicación en ese
frente.

—¿Desde cuándo hablas tú francés? —respondió Draco, también en francés, porque si alguien le
debía una explicación a alguien, era ella.

—Tengo familia en Haute-Savoie —dijo Granger.

—Los Malfoy son de la región del Loira.

—Mmm —Granger tomó un sorbo de su champán, mirándolo con los ojos entrecerrados.

—¿Qué? —preguntó Draco.

—Eso explica mucho —dijo Granger, volviendo a hablar en inglés.

—¿Qué explica?

—Sólo… —Granger hizo un gesto general hacia él—… Todo.

Draco no estaba seguro de lo que ella estaba insinuando, pero sintió que era menos que un
cumplido.

—Haute-Savoie explica mucho sobre ti —Fue su réplica.

—¿Qué se supone que significa eso? —preguntó Granger, erizada de inmediato.

Draco hizo un gesto hacia Granger, como si estuviera hecha enteramente de raclette y demasiado
vermú.

Granger puso una mano en su cadera.


—¿Eres dueño de un castillo?

—Sí —dijo Draco.

—Así que ahí —dijo Granger, triunfalmente, porque obviamente, eso lo explicaba todo.

—Bah, probablemente hagas esa cosa muggle, la cosa en esas paletas largas para los pies.

Granger miró a Draco con una inexpresividad artificial.

—Deja de hacerte la estúpida. No te queda.

—Pero no tengo ni idea de lo que estás hablando —dijo Granger.

—Sabes exactamente de lo que estoy hablando. ¿Quíes? ¿Esíes?

Granger hizo todo lo posible por parecer incomprensible. No era una expresión a la que estaba
acostumbrada porque lo hizo terriblemente.

—¡Esquí! —dijo Draco, señalando bruscamente el rostro de Granger.

Granger se ocupó de su bebida.

—Lo sabía —dijo Draco. Abrió la boca para lanzar más calumnias sobre el carácter de ella en
forma de preguntas sobre su casa rural en los Alpes y su despilfarro de génépi, pero una mano
fláccida le acarició el antebrazo para llamar la atención.

Era una de las brujas de sangre pura que agitaba las pestañas de antes: Luella.

—Draco, apenas has bailado.

Esto era en gran medida una invitación, y como un mago de sangre pura con buenos modales, la
respuesta de Draco debería haber sido invitar a bailar a Luella. Sin embargo, la misma sensación de
la mano lánguida de Luella en su manga lo agravaba, al igual que la mirada de media luna en sus
ojos.

Simplemente no quería.

La demora de Draco en responder fue notada por Luella, quien se asomó por su hombro para ver a
Granger. Granger estudió a Luella con una de sus miradas inquisitivas; el análisis resultante
probablemente no fue halagador para Luella.

—Oh —dijo Luella con un cortés jadeo al ver a la otra bruja—. A menos que ya estuvieras…

—No —dijo Granger.

—Sí —dijo Draco al mismo tiempo—. Estábamos a punto de hacerlo.

—No, no —dijo Granger, retrocediendo—. Ustedes dos bailen. Por favor, diviértanse.

—Oh, pero no podría quitarte a tu pareja —dijo Luella con una sonrisa incolora—. Siento mucho
haber interrumpido, qué tonta de mi parte, no te había visto...

—Pero…

Luella cortó las protestas de Granger con un gesto y se alejó en dirección al bar.
—¿Qué estás haciendo? —siseó Granger mientras Draco tomaba su brazo y lo colocaba sobre el
suyo. Cogió la copa de champán a medio terminar y la dejó caer en una bandeja flotante.

—Me lo debes —dijo Draco—. ¿O te olvidaste de que te salvé del Dr. Fulano?

—Si hubiera sabido que este sería el pago, ¡habría tomado el trago con el Dr. Fulano !

Draco condujo a Granger hacia la pista de baile.

—Un baile para mantenerme fuera de sus garras y luego podemos salir de aquí.

—Tu madre está aquí —dijo Granger, mirando a su alrededor con evidente inquietud.

—¿Y? Estoy destinado a hacer cosas de buena voluntad. Construyendo puentes y toda esa basura.

—Pero… Pero ni siquiera nos hablamos normalmente, ¿ella siquiera sabe que estás trabajando
conmigo?

—No. Y tú estás trabajando conmigo —corrigió Draco.

— Tú me fuiste asignado… A mí.

—Exactamente.

Granger hizo un sonido de irritación, como si Draco fuera la criatura más frustrante del mundo
entero. Sin embargo, estaba equivocada: ese título era para ella.

—Harry está aquí —Fue su siguiente objeción cuando la pista de baile apareció a la vista.

—Brillante. Le diré a Potter que quería vigilarte más de cerca. Alguien estaba actuando de manera
sospechosa.

—¿Quién? —preguntó Granger, porque evidentemente tenía que interrogar a Draco sobre todos los
aspectos de este plan inventado.

—Theo —dijo Draco sin dudarlo.

Theo estaba besuqueándose con la bruja pelirroja a unos metros de distancia. Granger observó este
hecho, luego preguntó qué estaba haciendo exactamente Nott que era tan sospechoso.

—Esa es una táctica de distracción —dijo Draco—. No lo subestimes.

—Lo único que subestimé fue la afición de Solange por las salchichas de Lincolnshire —dijo
Granger, observando a Solange tocar la entrepierna de Theo.

—¿Puedes dejar de mirar boquiabierta y bailar? —preguntó Draco. Él deslizó sus manos hasta su
cintura y le dio un apretón, lo que sirvió para recordarle que sus manos deberían estar en sus
hombros. Con evidente desgana, los colocó allí.

—Pon algo de sinceridad en ello, Granger —gruñó Draco por lo bajo—. Fingí ser piloto para ti
durante seis horas en ese pub. Este es un maldito baile.

—¡Disfrutaste fingiendo ser un piloto! —susurró Granger—. No disfruto fingiendo ser lo que sea
que pretendo ser, por tu amiga y cualquier juego que estés jugando con ella.

Para su crédito, intentó disminuir la tensión obvia en su postura, pero Draco podía sentir la rigidez
persistente en sus caderas.

—¿Puedes simplemente relajarte?

—No. Estoy bailando con el jodido Draco Malfoy —gruñó Granger—. No hay nada relajante en
esto.

Draco se permitió un gran y dramático suspiro.

—Además, no es un juego. Estoy tratando de evitar las garras de Luella. Haz que parezca real. Si
mi madre sospecha que rechacé un baile con una Bruja Muy Elegible para un baile ficticio contigo,
no escucharé mi final…

Granger lo maniobró hacia la pared en la parte trasera de la pista de baile, usando a otras parejas
para protegerlos de la vista de la multitud en la sala.

—¿Por qué la rechazaste? —preguntó ella—. ¿Por qué evitar sus garras en absoluto? Parecía tu
tipo.

Bueno, eso fue presuntuoso.

—¿Cuál es mi tipo, Granger?

—Adinerada -supongo-, de sangre pura -también asumo-, rubia, realmente bastante bonita…
probablemente también posee algunos castillos en el valle del Loira…

A Draco le irritaba que esta lista fuera más o menos correcta. Ella había descuidado otros atributos
femeninos que él vigilaba, pero claro, rara vez era vulgar.

Al ver que Draco no le había respondido, Granger lo miró con curiosidad.

—¿Me equivoco? ¿No me vas a decir que estoy haciendo suposiciones terribles?

—No —dijo Draco.

—¿Entonces por qué? —preguntó Granger.

—No es de tu maldita incumbencia —dijo Draco, principalmente porque no le debía ninguna


explicación. Y también porque él mismo no podía ponerlo en palabras.

—Hum —dijo Granger.

Una vez más, Draco se encontró a sí mismo en el tema de una de sus miradas de evaluación, la
misma mirada que le dio a problemas particularmente intrigantes.

—Deja de mirarme como si fuera un teorema de matemáticas —dijo Draco.

Para sorpresa de Draco, esto le valió una sonrisa de Granger. Iluminaba sus ojos y le marcaba un
hoyuelo en la mejilla izquierda. Se fue tan rápido como había aparecido. Draco parpadeó: se había
sentido como un destello de sol.

—«La paradoja de Malfoy» —dijo Granger, más para sí misma que para él.

—¿Te ruego me disculpes?

—Nada —dijo Granger.


La bruja en sus brazos se quedó callada y pensativa. Aunque ella estaba allí, la seda en su cintura
estaba caliente bajo sus manos, sus muñecas eran una pequeña presión sobre sus hombros, tampoco
estaba allí. Sus ojos se habían vuelto distantes.

Granger estaba pensando. Sobre él… eso fue alarmante.

Hubo al menos un efecto secundario feliz, que fue que, con su mente ocupada en otra parte, el
cuerpo de Granger se relajó un poco más, y se sintió menos como si estuviera sosteniendo una
tabla, y más como si estuviera bailando con una mujer.

Lo cual era pavoroso a su manera, ya que esta bruja era más agradable bajo sus manos que
cualquier otra bruja esa noche, y las soupçons ocasionales de su aroma que flotaban en su camino
cuando se movían eran más deliciosas que el potente perfume que había acompañado a Luella y las
de su calaña. Lo cual estaba muy bien, pero esta era Granger, por el amor de Dios.

Draco enderezó los brazos para que Granger estuviera literalmente a la distancia de un brazo.
Volvió en sí misma con el ceño fruncido, como si estuviera lidiando con algún pensamiento
inquietante.

—Hola —dijo la voz de Potter, haciendo que tanto Draco como Granger se sobresaltaran. Un
momento después, la cabeza despeinada de Potter estaba entre los dos—. Disculpen, pero ¿qué
diablos está pasando aquí?

Draco no le dio tiempo a Granger para responder.

—Vete a la mierda y déjame hacer mi trabajo, Potter.

Nunca uno para joder a pedido, persistió Potter.

—¿Por qué la tienes tan cerca? ¿Viste algo?

—No es… —comenzó Granger.

—Exactamente: es Nott —dijo Draco, apuntando su barbilla hacia Theo—. Está actuando
sospechoso. Husmeando.

Potter se giró para observar al mago en cuestión, cuyo rostro estaba en algún lugar del cuello de la
bruja pelirroja. Él frunció el ceño.

—Yo me ocuparé de él.

—Harry, no es… —dijo Granger con renovada frustración.

—Es Nott, sí —interrumpió Draco con benevolencia.

—Estoy en eso, Hermione —dijo Potter, retrocediendo para tomar lo que sin duda consideraba una
posición discreta cerca de Theo.

El agarre de Granger sobre los hombros de Draco ahora se desplazó hacia su cuello y sugirió
pensamientos de estrangulación.

—Eres de lo peor —dijo en un susurro exasperado.

—Cállate, quiero ver esto —dijo Draco, inclinándolos para que ambos pudieran ver a Potter.

—¿Por qué no? —se preguntó Granger.


—Por qué no, en realidad.

—Te voy a asesinar —dijo Granger.

—Está bien —dijo Draco—. Pero primero, déjame disfrutar de mi venganza.

En los siguientes cinco minutos, Draco disfrutó de la vista sumamente placentera de Potter
mirando a Theo, chocando «accidentalmente» con él, derramando su bebida sobre él y, en general,
siendo una presencia hostil a medio metro del hombre, sin importar dónde se moviera. Potter podía
tener una figura bastante intimidante cuando quería, reforzado por las leyendas de sus hazañas
como héroe de guerra y como Auror, y Nott pronto comenzó a notar a su observador y comenzó a
sudar al respecto.

Eventualmente, Theo dejó de agarrar a Solange y le dio alguna excusa. Luego se tambaleó como
un borracho hacia Draco y le pidió a Draco que fuera honesto, ya que había bebido mucho, pero
¿realmente se estaba besando con una pelirroja francesa o era con la esposa de Potter, la chica
Weasley, con quien se había estado masturbando por accidente? ¿Y Potter era del tipo que
maldecía a un hombre cuando le daban la espalda, o podría salir ileso de la fiesta?

Draco señaló magnánimamente a Theo hacia la salida y dijo que él se encargaría de protegerlo del
iracundo Potter, no te preocupes, mi viejo amigo.

—Eres terrible —Fue el comentario seco de Granger, cuando todo terminó, y Theo se había ido, sin
bruja y cosechando bolas azules.

Draco le dijo:

—Trabajo bien hecho —A Potter, quien le dio a Draco un pulgar hacia arriba y desapareció entre
la multitud.

—Amo a Potter —suspiró Draco—. Lo irritas y señalas en una dirección y…

Granger le estaba dando una mirada terriblemente McGonagall.

—Espero que me encuentres menos fácil de manipular.

Draco prefirió no responder a esa pregunta precisa. Él movió sus caderas en una dirección y luego
hacia la otra.

—No está tan mal —dijo—. Un poco rígida; tal vez necesitemos conseguir otro champán para ti.

—Quise decir metafóricamente, como muy bien sabes —dijo Granger, poniéndose aún más rígida
bajo las manos de Draco.

—No creo que seas tan entusiasta como Potter —dijo Draco. —Mas era una la lástima.

—Pero todavía demasiado entusiasta.

—Muy nerviosa —sugirió Draco.

— No estoy muy nerviosa —dijo Granger con voz muy nerviosa. Después de una pausa, modificó
la declaración con—. Me pones nerviosa, me exasperas.

—Un montón de basura —contestó Draco—. Soy encantador y elegante. Magnético. Ni siquiera
puedo cruzar una habitación sin que las brujas caigan en mi regazo.
—Tss…

—Es cierto. Echa un vistazo.

Granger miró a su alrededor y descubrió que, en efecto, era verdad, ya que Amandine, Rosalie,
Luella y algunas de las otras brujas de la noche que estaban bailando cerca miraban largamente a
Draco.

—¿Quieren tu nombre, tu dinero o el inefable placer de tu compañía? —preguntó Granger.

—Los tres. Soy una triple amenaza.

—Ciertamente lo eres —dijo Granger. Sin embargo, antes de que Draco pudiera sentirse halagado,
contó hasta tres con los dedos—. Dolores de cabeza por tensión, palpitaciones cardíacas y caos
general.

Draco se burló.

—Si no anduvieras de un lado a otro con vísceras en los bolsillos para tratar con arpías, no tendría
que ser una imposición. Me das dolores de cabeza por tensión. ¿Por qué tus vagabundeos no
pueden llevarte a pequeños tés seguros y reuniones sobre huérfanos?

Ahora fue el turno de Granger de burlarse.

—¿Pequeños tés seguros? Huiste del último té de tu madre, ¿o lo has olvidado?

—No lo he hecho —Hizo una mueca Draco—. De un aquelarre de brujas directamente a otro.

Granger parecía pensativa.

—Sin embargo, si mi próxima travesura incluye té y damas, garantizaría tu ausencia y puedo


evitarte por completo.

—¿Cuándo es?

—Beltane —dijo Granger.

—¿Dónde?

—Mansión Malfoy; el salón de té.

—No hay un salón de té en la mansión.

—¿Eso no es una cosa?

—No.

Granger agitó su mano.

—Dondequiera que las damas se reúnan en mayor número con la mayoría de los huérfanos. ¿Crees
que debería patentar esto?

—¿Patentar qué?

—Mi receta para el Repelente Malfoy. Creo que podría haber un mercado para ello.

—Ese mercado consistiría completamente en ti. Prefiero pensar que hay una mayor demanda de
«Atrayente Malfoy», pero buena suerte identificando la fórmula.

Granger lanzaba miradas furtivas hacia la miscelánea de brujas que miraban con añoranza a Draco.

—Podrías tener razón.

—Siempre estoy en lo correcto.

—Traseros —dijo Granger.

—¿Te ruego me perdones?

—Para la fórmula Atrayente.

—…Sí —dijo Draco.

—Traseros y no invitarte. Dos componentes clave para asegurar que aparecerás. Y la eliminación
de dispositivos de seguimiento. Y decirte que te vayas. Eres un contrario del más alto nivel.
Todavía quiero saber cómo me rastreaste en Uffington sin el anillo, por cierto.

—Varillas de radiestesia.

A Draco le divirtió que Granger no descartó inmediatamente la posibilidad. Sin embargo, después
de un momento de reflexión, dijo:

—Mentiroso.

—Háblame de Beltane —pidió Draco.

—Estás muy, extremadamente, intensamente invitado a venir. Daría el mundo entero porque
estuvieras allí. Nada me haría más feliz —dijo Granger, ejercitando esta nueva teoría de la
psicología inversa.

—Excelente —dijo Draco.

—Me quitaré el anillo para asegurar tu presencia.

Aquí Draco se quedó quieto, pero los ojos de Granger brillaron con alegría.

—Crees que eres graciosa —dijo Draco—. Pero si vuelves a romper ese hechizo unidireccional, me
enfadaré y no lo arreglaré.

Granger le dirigió una mirada inquisitiva.

—Dices eso como si fuera una terrible amenaza.

—Lo es.

—¿Cómo?

—¿De verdad quieres sentir cada permutación de mi ritmo cardíaco a través de ese anillo? —
preguntó Draco.

—Lo tienes calibrado para que sólo sientas extremos peligrosos, pensé.

—¿Sabes cómo calibrarlo en tu extremo?


—No.

—Exactamente. No querrás sentir cada uno de mis esfuerzos, Granger, y preguntarte qué diablos
estoy haciendo, y con quién.

—Eurgh —dijo Granger, encogiéndose—. Anotado.

La canción que más o menos habían estado bailando se desvaneció en el silencio. La voz
mágicamente amplificada de Augustin Delacroix resonó hacia ellos desde algún lugar en medio de
la sala, agradeciendo a todos su asistencia.

—¿De qué curaste al tipo, de todos modos? —preguntó Draco.

—Confidencialidad sanadora-paciente —bromeó Granger—. No puedo decírtelo.

Draco, que había planteado la pregunta por pura curiosidad, estaba intrigado al descubrir que los
ojos de Granger habían perdido su brillo. Estaba ocluyendo de nuevo.

Delacroix continuó su discurso. Indicó, sobre estridentes aplausos, que, entre las contribuciones
filantrópicas de su propia familia y las ganancias de la noche, habían duplicado su objetivo
original. El Pabellón Delacroix se iba a convertir en una realidad.

Cientos de copas de champán se materializaron a la altura de la cabeza para que los invitados las
arrancaran en el aire y las alzaran entre gritos de ¡Salud y Santé!

Ya que Granger estaba convenientemente a su lado, Draco tocó su vaso con el de ella.

Un grupo de sanadores se tragó a Draco y a Granger; hubo mucho apretón de manos, entrega de
besos en la mejilla y tintineo de copas. Granger exclamó, con otros sanadores de San Mungo
sobreexcitados, lo maravilloso que era esto, qué brillante sería la nueva sala, cuántas vidas
mejoraría y así sucesivamente.

Draco se desvaneció silenciosamente del grupo, dejando a Granger y sus colegas con su
celebración.

Lo último que vio de Granger fue su sonrisa mientras tomaba las manos de otro Sanador y giraba.
Tenía los ojos brillantes, alegres y encantadores bajo las luces tenues.

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Chapter End Notes

Ah, el primer avistamiento de cuando Draco se da cuenta que Hermione es realmente


hermosa y deseable... ¿No aman ya este fic con todo su negro corazón?

Próxima actualización: sábado 1ro de abril

Besos,
Paola
Beltane

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Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse

"Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love"

De Isthisselfcare

Beteado por Bet y Emily

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—Te vi bailando con la chica Granger. —Fue el comentario de apertura de Narcissa en el desayuno
a la mañana siguiente.

Bueno, para Draco fue el desayuno. Pero técnicamente hablando, era el almuerzo, dado que ya
pasaba de mediodía. Theo fue el último en reír: las bebidas que le había servido a Draco habían
resultado en una enorme resaca.

—Lo hice —dijo Draco.

—¿Por qué? —preguntó Narcisa. Su tono era ligero. Untó mantequilla en su tostada como si en
realidad no le importara la respuesta, lo que significaba que le importaba mucho.

—La estaba salvando de un baile con alguien con quien no quería bailar —dijo Draco. Este fue un
tipo de verdad invertida, pero estaba bien: su madre no era Legeremante.

—Ah —dijo Narcisa—. Lo más caballeroso que hay que hacer.

—Sí.

—Creo que fue una buena idea —dijo Narcissa.

Draco la miró a los ojos con sorpresa.

Narcissa asintió para sí misma.

—La percepción pública es muy importante. Draco Malfoy bailando con Hermione Granger envía
el mensaje correcto: somos progresistas y hemos superado los viejos prejuicios. Somos relevantes;
no somos vieux jeu.

Draco hizo un sonido ahogado de reconocimiento alrededor de un bocado de panqueque.

Narcissa sirvió té.

—La señorita Granger está forjando un nombre mucho más allá de sus logros en la guerra. Oíste a
Monsieur Delacroix hablar de ella anoche, realmente es una bruja extraordinaria.

—Mmm... ajá —dijo Draco a través de su comida, porque no lo había escuchado.

Narcissa lo miró fijamente: se oponía rotundamente a hablar con la boca llena.

—En cualquier caso, es posible que me hayas dado una oportunidad para invitarla a algunas de mis
funciones, si te debe un favor por el rescate. Tengo algunos mestizos en mis listas, pero una
verdadera escasez de nacidos de muggles...

Narcissa continuó así hasta que fue interrumpida por un golpe en la ventana. Boethius, la lechuza
real de Draco, solicitaba la entrada con una carta.

—Excelente —dijo Draco cuando abrió la carta.

—¿Qué es? —preguntó Narcisa.

—Apalancamiento —dijo Draco.


Conjuró una pluma y garabateó una respuesta.

Abril vino y se fue en una llovizna brumosa. Draco vio poco a Granger, cuyo horario parecía
incluso más abarrotado de lo que había estado antes.

Forzó una interacción, en realidad más un control de su bienestar, un viernes por la noche cuando
ella, maravilla de maravillas, no tenía nada en la agenda. Parecía un momento conveniente para
pasar y rehacer las protecciones de su cabaña.

Estaba lloviendo a cántaros, como solía ocurrir cuando Draco tenía que trabajar al aire libre. Lanzó
los hechizos repelentes de lluvia más fuertes en su arsenal sobre su persona y se puso a trabajar.

Las luces estaban encendidas, Granger estaba en casa. Podía ver su silueta en la cabaña
cálidamente iluminada, acurrucada en el sofá con un libro. Eventualmente, la forma del gato
apareció en la ventana de la habitación delantera para observar a Draco. El gato debió haber hecho
un sonido, porque la figura de Granger lo siguió poco después.

Miró hacia afuera y le dio a Draco un pequeño saludo con la mano, luego salió para pararse en el
umbral, envuelta en un suéter muggle demasiado grande. Los muggles todavía adoraban a la diosa
griega de la victoria, aparentemente, porque el nombre de Nike figuraba en letras prominentes en el
pecho de Granger. Sus piernas estaban cubiertas con esas mallas muggles. Sus pies estaban
descalzos.

—Hola, Malfoy —saludó Granger a través de la lluvia.

Draco supuso que la última vez se habían separado en términos decentes, o debieron haberlo
hecho, ya que sus primeras palabras no fueron «lárgate».

Apuntó alto con su varita y lanzó una rejilla plateada de luz sobre la cabaña de Granger.

—¿Cómo se llama ese? —preguntó Granger mientras los filamentos geométricos se extendían por
encima—. Es bonito.

Draco, concentrado en su lanzamiento, no respondió hasta que la protección estuvo finalizada.

—Caeli Praesidium —jadeó por fin—. Es para repeler la entrada aerotransportada.

—Nunca he oído hablar de ese —dijo Granger, viendo cómo el brillo plateado se disipaba en el
cielo lluvioso.

—Es de mi creación —dijo Draco—. Hay un punto de debilidad en el vértice de la mayoría de las
protecciones parabólicas. Esta es como una armadura, basada en poliedros geodésicos. Fuerte, pero
un verdadero cabrón para lanzar.

Esto era un eufemismo: la cosa era agotadora a esta escala en toda una vivienda, pero Draco,
siendo un tipo de mago orgulloso, no le gustaba admitir eso.

Se limpió la mezcla de sudor y lluvia que goteaba por su frente y miró a Granger. Estaba satisfecho
de que estuviera viva y de que se hubiera acordado de comer durante la última semana. Podía
hacerle un informe limpio a Tonks con la conciencia tranquila.

—Bien, me voy —dijo, levantando su varita para desaparecer.

—Espera —dijo Granger.


Draco esperó.

—Pareces extenuado —dijo Granger. Hubo un momento de vacilación, y luego preguntó—.


¿Puedo ofrecerte una taza de té?

Draco la miró fijamente.

—Ahora tengo que comprobar si estás bajo la maldición Imperius. ¿Dónde nos comprometimos?

Los puños de Granger encontraron sus caderas en algún lugar debajo de los amplios pliegues del
suéter Nike.

—Uffington, y no lo hicimos. Olvida que pregunté: invitación rescindida.

Con eso, Granger entró a la cabaña y cerró la puerta detrás de sí. Draco reflexionó, mientras subía
los escalones detrás de ella, que tenía razón acerca de que él apareciera cuando explícitamente no
estaba invitado, como una especie de vampiro, pero al revés.

—¿Alguien en casa? —llamó mientras entraba.

—Vete —dijo Granger desde algún lugar dentro—. Nunca volveré a ser amable contigo.

—Bien, me desequilibra.

Draco siguió la voz de Granger hasta la cocina, que parecía definitivamente desastrosa.

—Si comentas sobre el estado de mi cocina...

—Una absoluta locura, Granger.

Granger tenía un guante de cocina en la mano y pareció considerar brevemente abofetearlo. Sin
embargo, respiró hondo y se dio la vuelta para sacar algo de la cocina.

Draco se metió las manos en los bolsillos y entró. Gotas de crema estaban esparcidas por toda la
superficie. Parecía como si una pequeña lechería hubiera explotado.

—Me gusta lo que le has hecho al lugar —dijo Draco.

—Hechizo de mezcla demasiado entusiasta, si quieres saberlo. No me molestaré en limpiar hasta


que termine.

Granger lanzó un hechizo refrescante sobre el contenido de la sartén, una especie de costra, y
comenzó a servir generosas porciones de leche condensada, caramelo y crema.

Draco estaba intrigado... y hambriento.

Granger agitó su varita hacia un racimo de plátanos, que se pelaron desordenadamente y los cortó
con otro movimiento en rebanadas bastante desiguales, pero de todos modos las hizo flotar hacia
su brebaje.

—No es la más bonita del mundo, pero es... algo —dijo Granger, mirando con duda a su torcida
creación.

—¿Qué es?

—Pastel banoffee. Me apetecía un poco, pero la panadería del pueblo cerró temprano hoy. Y,
bueno... Tenía plátanos.

—Excelente —dijo Draco. Apuntó su varita en la dirección general de los gabinetes de Granger
—. Accio cuchara.

Un cajón se abrió de golpe y una cuchara grande voló hacia Draco. Estaba adornada con orejas de
gato.

—¿En serio? —preguntó Draco, mientras la cuchara flotaba a su mano.

—Ese fue un regalo muy original —dijo Granger, intentando arrebatarle la cuchara.

Draco la mantuvo fuera de su alcance con un brazo y se estiró hacia el pastel con el otro.

—Aún no está listo —protestó Granger—. ¡Tiene que enfriarse!

—Está bien —dijo Draco—. Me muero de hambre.

Granger dejó de esforzarse por alcanzar la cuchara.

—¡Puaj! No me culpes si está pegajoso. ¿No puedes cortar un trozo y ponerlo en un plato?
Seguramente podemos ser más civilizados que esto, ¿no?

—No, siempre soy civilizado. Seamos bárbaros.

Granger empujó un plato en su mano a pesar de todo. Él se rio cuando ella intentó servirle un
«pedazo», que se derrumbó en una bola de crema y salsa de caramelo.

A pesar de lo feo que era, el pastel estaba delicioso. Draco hizo caso omiso del plato y comió
directamente del sartén, y Granger pronto siguió sus caminos paganos: compartieron un lío
celestial de corteza de galleta mantecosa, leche condensada, crema batida y la ocasional rodaja de
un plátano torcido. Draco sólo comió tres pelos de gato.

Draco había hecho muchas cosas pecaminosas en su vida, pero devorar un pastel banoffee con
Granger, con los hombros rozándose y los dedos pegajosos con caramelo, se sentía tan
deliciosamente travieso que le provocó un escalofrío.

El gato ayudó a lamer la encimera limpia entre ráfagas de Scourgify de Granger.

Mientras Granger ponía la tetera a fuego lento, Draco recordó que debía avisarle sobre los planes
de Narcissa.

—Por cierto —dijo de manera casual—, deberías esperar una invitación de mi madre. Quiere
invitarte a tomar el té.

—¿Qué? —exclamó Granger, inmediatamente en alerta—. ¿El té? ¿Yo? ¿Por qué? ¿Qué hice?

—Ella me vio bailar contigo y decidió que era una buena apariencia cultivar una relación con una
bruja nacida de muggles muy querida.

—Qué estratégica de su parte —dijo Granger, trayendo las tazas con evidente agitación.

—No es un castigo.

—Sí lo es. No me gustan las cosas de sociedad.


—Bah, acabas de estar en la «Cosa de Sociedad» de la temporada, y lo hiciste muy bien —dijo
Draco.

Eso había sido un cumplido, por cierto, pero Granger no se dio cuenta.

—El evento de Delacroix fue diferente, fue para los sanadores. Yo estaba entre los míos. No
elegantes purasangre que se reirán de cada paso en falso.

—No tienes que ir si no quieres —dijo Draco—. Obviamente.

—Tendré conflictos de programación para el próximo año; dile eso a tu madre, ¿quieres?

Draco le dio a Granger su mirada menos impresionada.

—¿Qué? Has visto mi horario, ¿no es cierto?

—Encuentras tiempo para albergar cabinas de información sobre los Kneazle. Seguramente puedes
encontrar tiempo para una taza de té.

—No alojo cabinas de información sobre los Kneazle.

—Te prometo que las damas no son tan aterradoras.

—¿Puedo recordarte que casi te desparticionas para alejarte de ellas?

—Tú también te desparticionarías si los lazos del santo matrimonio te amenazaran con cada terrón
de azúcar.

Granger se puso seria.

—Sí, lo haría.

—Te prometo que mi madre no intentará casarte con la hija de Delacroix.

Granger colocó una taza de té frente a Draco.

—¿Es eso lo que ella está tratando de hacer contigo? Rosalie es una buena chica; la conocí cuando
estaba tratando a su padre.

Draco agitó su mano; esta conversación no estaba destinada a ser sobre él.

—De todas formas, ten cuidado con la lechuza de mi madre. Al menos considera asistir.

Granger no se dejaba distraer tan fácilmente.

—Rosalie es dulce; ella me gusta.

—Entonces cásate con ella —dijo Draco.

—Tal vez lo haga —dijo Granger.

—La última vez que la vi estaba del brazo de un noble francés, así que es posible que hayas
perdido tu oportunidad.

—Maldición.

Tomaron un sorbo de su té. Granger comenzó a mirar el reloj. Draco sintió que cualquier tiempo
que ella le hubiera asignado a su descanso y socialización estaba llegando a su fin. Casi podía verla
pensando en lo grosero que sería dejarlo a solas con su té, en comparación con lo mucho que
deseaba volver a su lectura, considerando, también, lo poco que deseaba que él estuviera sin
supervisión en su casa.

Draco nunca fue alguien que le hiciera la vida fácil, de hecho, atormentarla se estaba convirtiendo
en su entretenimiento y pasatiempo preferido; así que bebió su té con una lentitud agonizante.

El pie de Granger estaba rebotando debajo de la mesa. Su taza estaba vacía y lo había estado
durante algún tiempo.

—¿Hace demasiado calor? —Soltó al fin—. ¿Quieres un encantamiento refrescante?

—No, lo estoy disfrutando —dijo Draco moralmente, como si estuviera siendo virtuoso en lugar
de una molestia—. ¿Tienes galletas?

Granger agitó su varita para invocar galletas y colocó el paquete con bastante fuerza frente a
Draco.

Lo abrió con un cuidado y una delicadeza insuperables.

Granger comenzó a sospechar. Su mirada examinó a Draco con duda, que se convirtió en
desconfianza cuando lo vio sonreír.

—Lo estás haciendo a propósito. Lo sabía —Se levantó, toda pretensión de cortesía había
desaparecido—. Tengo cosas que hacer que son mucho más productivas que verte fingir que bebes
té. No toques nada. Sabes dónde está la salida.

Habiendo terminado el concierto, Draco recogió su té a medio terminar y una galleta, y siguió a
Granger a la sala de estar. Él también tenía mejores cosas que hacer que fingir que tomaba el té:
era viernes por la noche, y sus amigos estaban afuera emborrachándose y esperando a que él se
uniera a ellos; pero, a decir verdad, Granger podría ser una fuente de entretenimiento mucho más
estimulante.

En la sala de estar, Granger había vuelto a sentarse en el sofá. Había un libro grande en su rodilla y
una especie de computadora plegable a su lado. Un fuego ronroneaba y llameaba en su hogar. El
gato estaba estirado sobre una alfombra mullida, tan plano que no estaba claro de inmediato dónde
terminaba la alfombra y dónde comenzaba el gato.

Era más bien una escena tranquila. Granger parecía haber encontrado la paz de nuevo.

Ella suspiró.

—Leer junto al fuego cuando llueve es lo más cercano que tenemos a una cura para la condición
humana.

Draco masticó ruidosamente su galleta.

Esta no era la respuesta correcta. Granger lo fulminó con la mirada, luego volvió a su libro.

Draco sorbió su té.

Granger obstinadamente mantuvo sus ojos en la página.

Draco se acercó y se unió a ella en el sofá, sin ser invitado. Los ojos de Granger se entrecerraron
ante la impertinencia.

—¿Qué estamos leyendo? —preguntó Draco—. ¿Es El libro?

Granger se alejó un poco de él.

—No, no es El libro. Nunca manejaría eso tan casualmente.

—¿Qué hay en las Islas Orcadas? —preguntó Draco.

—¿Qué? —dijo Granger, mirando hacia arriba.

Draco señaló la computadora plegable, donde un párrafo sobre esas lejanas islas escocesas brillaba
en la pantalla. Granger se acercó y la cerró de golpe.

—No es asunto tuyo.

—Entonces eso es para Beltane. Solucionado, entonces —dijo Draco—. Bien... Me preguntaba a
dónde iríamos.

—No, no lo es —dijo Granger, en una mentira completamente transparente—. Las estaba buscando
por... por simple curiosidad.

Draco se sentía magnánimo.

—Inténtalo de nuevo, pero esta vez con más contacto visual.

Ella realmente lo intentó. Sus ojos se encontraron con los de él y sostuvo su mirada, y abrió la boca
para mentir de nuevo, pero todo lo que salió fue «Uff».

Draco chasqueó la lengua.

Granger parecía enfadada.

—Nunca he estado en las Islas Orcadas —dijo Draco. Intentó abrir la computadora de nuevo, pero
Granger apartó su mano de un manotazo—. Estoy deseando que llegue.

—No hay nada que esperar, no vendrás.

—¿Tiene que ver con tu proyecto?

—No —mintió Granger, haciendo un fuerte contacto visual con la ceja izquierda de Draco—. Es
para unas vacaciones.

—Ojos, Granger, ojos. Necesitas convencer a mi alma.

Ella lo miró a los ojos de nuevo, pero sólo salió una verdad exasperada.

—¡Sí! Tiene que ver con el proyecto.

—Entonces voy contigo.

—No. Puedes ir a las islas cuando quieras. No necesitas venir conmigo. Este será un viaje
absolutamente seguro e inofensivo. Sin vísceras, sin arpías.

—No voy a dejar que vayas al culo de Escocia por tu cuenta. Con mi suerte, un kelpie te
destriparía y yo me convertiré en un mártir entre los magos.
—No seas ridículo. No estaré cerca de ningún cuerpo de agua.

—Vas a ir a las Islas Orcadas —dijo Draco, pronunciando las últimas palabras lentamente.

—Lo sé, obviamente. Pero mi asunto allí es el fuego, no el agua.

—Correcto, Beltane es uno de los festivales del fuego —dijo Draco.

—Lo es, en realidad eso es...

Granger se interrumpió, pareciendo darse cuenta tardíamente de que cuanto más continuaba con la
conversación, más revelaba.

—¿Has terminado tu té? —preguntó ella en un intento abierto de cambiar el tema, y también
echarlo de su casa.

Draco revisó su taza, que estaba vacía.

—Casi.

Granger en su desconfianza evidente, se estiró, enganchó su mano alrededor de su muñeca y la


inclinó hacia sí misma.

—Ojalá pudiera mentir con una fracción de tu descaro —dijo Granger, contemplando la taza vacía.

Ella soltó su muñeca. Las yemas de sus dedos se habían sentido calientes contra su piel.

—Viene con la práctica —dijo Draco.

Granger se levantó y arregló un poco, lo que era una clara señal de que Draco se estaba quedando
más tiempo de lo esperado.

—¿Cómo vas a llegar a las islas? —preguntó Draco.

—El Expreso de Hogwarts —dijo Granger con un ligero gruñido.

—Hay un pub mágico en Thurso —dijo Draco—. Atrapé a un traficante allí hace unos años. Deja
de gruñirme, estoy siendo útil.

—Pensé que los viajes por red flu estaban rastreados.

—Pensé que esto era un día festivo.

—Lo es.

—Entonces haz que parezca uno: usa el Flu.

—Bien.

—El pub se llama «La Verga Pulida».

—Estás bromeando.

—No. —Draco se levantó—. Gracias por el té. Nos vemos en La Verga.

Granger llegó tarde.


Draco caminó de un lado a otro por el vestíbulo de losas de La Verga durante diez minutos antes
de ceder a la amistosa oferta del vino caliente con zarzamora que el cantinero le ofreció.

— 'Stá'Cerkdcongelrsemisbols —dijo el tabernero. Draco asintió, asumiendo que esta declaración


incomprensible era un comentario sobre el clima que congelaba sus bolas.

—Es el primero de mayo —dijo, catando el vino caliente—. ¿Por qué se siente como el maldito
enero?

—Al menos solo es húmedo y no nevado, muchacho —dijo el tabernero—. ¿A quién estás
esperando?

—A una bruja —dijo Draco.

—Obviamente o ya te habrías ido. Voy a embotellar un poco de vino para tu muchacha.

—Es una colega —especificó Draco—. Pero gracias.

Sacó su Bloc y envió una impaciente serie de «¿¿¿¿¿¿¿???????» a Granger.

No recibió respuesta. A través de su anillo, sintió los débiles ecos de su ritmo cardíaco, sin entrar
en pánico, pero ciertamente elevado. Su horario le decía que estaba en Urgencias en San Mungo, o
al menos, que estaba destinada a estar allí hasta las 4:30, y que iba a La Verga por red flu a las
4:45. Sin embargo, no estaba aquí, y ahora eran las cinco y cuarto.

Pasaron otros diez minutos, durante los cuales Draco se sentó cerca de una ventana y observó la
lluvia misericordiosamente dar paso al cielo gris. Cualquier isla oscura entre el archipiélago de las
Orcadas a la que Granger necesitaba llegar estaba protegida en su totalidad contra la aparición, por
lo que tomarían un ferry.

Dado que la hora de la cena se acercaba y Granger aún no llegaba, Draco aceptó la oferta del
tabernero de embutidos y queso.

«Si no estás aquí en quince minutos, asumo que has sido capturada y me apareceré», fue la
siguiente misiva de Draco a Granger. Más bien una amenaza, en realidad.

Después de contemplar su plato vacío, le pidió al camarero que preparara una segunda porción para
llevar. No estaba en el rango de sus comportamientos normales ser tan considerado, pero, bueno...
Granger claramente no habría tenido tiempo para comer, y no quería perder un momento en su
llegada corriendo por comida.

El último transbordador para el Holm de Eynhallow estaba previsto para las seis. Ahora eran las
cinco cincuenta y cinco.

Draco pagó al camarero por las provisiones, le anotó a Granger que estaría en los muelles y se
dirigió allí.

«5 minutos», fue la respuesta de Granger.

Draco llegó a los muelles justo a tiempo para ver desaparecer el último ferry en el mar brumoso.

El muchacho en el muelle fue interrogado enérgicamente sobre por qué el ferry había salido a las
5:58 y no a las 6:00 como indicaba el horario. Se encogió de hombros y dijo que su padre se iba
cuando quería irse, además, no hubo otros pasajeros aquí. El señor elegante debería haber
aparecido antes. Vuelva mañana.
—Estoy aquí. —Llegó un chillido sin aliento.

Draco se giró. Granger corría hacia ellos por los muelles. Su túnica de sanadora estaba manchada
con algo que parecía como veinte litros de sangre.

—Por las tetas de Merlín —dijo Draco—. Parece como si acabaras de asesinar a alguien.

—Carambolas —dijo el estibador, palideciendo—. ¿Eso es sangre?

—Arteria carótida cortada, se ve peor de lo que es, pero está vivo —jadeó Granger. Agitó su varita
hacia sí misma en un Evanesco—. ¿Dónde está el barco?

—Se fue, señorita —dijo el muchacho. Draco notó que se dirigía a Granger con mucha más
cortesía que a él, luciendo como una asesina que inspiraba respeto—. Tendrá que volver mañana.

—¿Volver mañana? —repitió Granger. Estaba a punto de ponerse chillona, pero estaba intentando
mantener la compostura—. No puedo volver mañana. Tiene que ser hoy: es Beltane.

El estibador hizo un gesto impotente hacia el muelle vacío.

—Por favor, no me asesine, señorita, no fue culpa mía. Tenemos escobas, ¿si le apetece un vuelo?
Al menos ha dejado de llover...

Draco tomó un nuevo interés en la conversación.

—Muéstrame las escobas.

—¿Escobas? —repitió Granger, ahora definitivamente a punto de chillar.

—No dejes que me mate —dijo el muchacho mientras le mostraba a Draco un cobertizo—. Dos
Knuts para contratar una, pero pedimos un Sickle como depósito.

Las escobas eran todo lo que Draco podría haber esperado en este puesto remoto: desgastadas,
fatigadas y de dudosa durabilidad.

—¿Alguna de dos asientos?

El muchacho desapareció en un rincón oscuro y sacó un modelo antiguo.

—Una Gloria Antigua. Se ve cansada, pero está a la altura del clima, señor, mi papá me enseñó a
volar en esta.

—Un respaldo formidable, sin duda. ¿Tiene navegación?

—Rudimentaria, señor. Pero ella conoce el Holm. —El muchacho tocó la escoba con su varita y
dijo—. Al Holm de Eynhallow —La escoba se inclinó a una posición de montaje y apuntó
constantemente hacia el norte.

—Hecho —dijo Draco, entregándole un galeón que valía quince de esas escobas.

El chico se guardó la moneda en el bolsillo y, aparentemente sin atreverse a mirar a Granger de


nuevo, salió corriendo.

Draco regresó hacia Granger con la escoba.

—No —dijo Granger.


Draco apoyó la escoba contra el suelo y se apoyó en ella con gran munificencia.

—Todo bien. Espero tu solución.

—Estoy pensando —dijo Granger—. Dame un momento.

El pensamiento de Granger aparentemente implicaba desnudarse. Draco miró hacia otro lado.
Aunque vestía ropa muggle debajo de su túnica de sanadora, se sentía demasiado íntimo para
mirar. De un minúsculo bolsillo en sus jeans muggles sacó su anorak, botas y bufanda. El conjunto
se remataba con nudosas manoplas de lana.

—Vamos a realizar un análisis FODA* —dijo Granger.

—Cada conversación contigo es un análisis DAFÓ —dijo Draco.

—FODA —dijo Granger.

—Sé cómo se escribe.

—No. F O D A: es un acrónimo.

—Forma divertida de deletrearlo, Granger.

Granger respiró hondo y se dijo a sí misma en voz alta que la principal ambición de Draco Malfoy
en la vida era ser una molestia perfecta y que debía dejar de alentarlo.

Draco dijo que no hacía falta que lo alentaran, era su estado natural.

Granger agitó su varita y un cuadrante brillante cobró vida ante ella, con las siguientes etiquetas:
Fortalezas, Oportunidades, Debilidades y Amenazas.

Encima brillaba «Paseo en escoba a través del mar».

Granger poblaba el cuadrante con una rapidez que sugería familiaridad con esta técnica.
Debilidades y amenazas que llenó fácilmente, con cosas como «ataques de Monstruos de mar»,
«Hipotermia» y «Muerte probable».

En Fortalezas puso «No retrasar la investigación un año más». Esto parecía tener importancia: lo
hizo brillar en rojo.

Draco estuvo complacido de ver que ella también puso «Malfoy» en «Fortalezas».

—Porque —Como ella explicó—, en realidad puedes volar.

Sin embargo, también puso a «Malfoy» en «Amenazas».

—Porque eres un maníaco que probablemente hará bucles y cosas que nos matarán.

En Oportunidades, Draco se tomó la libertad de agregar «Hacer gritar a Granger».

Granger tachó eso y puso: «Obtener ceniza».

—¿De los incendios de Beltane? —preguntó Draco, añadiendo subrepticiamente «Hacer gritar a
Granger».

—Sí, eventualmente lo habrías resuelto.


—Ya lo había hecho —Se burló Draco—. Pero bueno, a este ritmo, no quedará nada más que
cenizas para cuando lleguemos allí.

—Bien, bueno, no había contado con que un mago idiota intentara usar una serpiente Lebengo
como corbata hoy.

Granger dio un paso atrás y estudió el cuadrante brillante durante unos minutos. Luego miró el
Glorioso Planeador de 1965 en la mano de Draco. Luego miró el cielo tormentoso.

«No retrasar la investigación por un año más», brillaba en rojo.

—Mierda —observó Granger juiciosamente.

Draco esbozó una sonrisa.

—Vamos a hacerlo —Esto fue dicho muy valientemente. Sin embargo, el rostro de Granger estaba
pálido—. No tienes por qué parecer tan complacido —añadió.

Draco sonrió más fuerte.

—¿Delante o por detrás? —preguntó, sosteniendo la escoba en posición horizontal—. De cualquier


manera, yo conduzco.

—¿Cuál es menos horrible? —preguntó Granger mientras la escoba se tambaleaba frente a ella.

—Si estás en la parte de atrás, eres la única responsable de mantenerte sujeta —dijo Draco—. Pero
estás protegida del viento y realmente no puedes ver nada, si eso ayuda. Si estás al frente, no hay
nada entre tú y el azul salvaje. Pero puedes sujetar el mango y yo puedo sujetarte a ti.

Había alrededor de dieciséis bromas que Draco podría haber hecho sobre mangos en ese momento,
pero fue lo suficientemente sensato como para no hacerlo. Pensó que debería ser felicitado por su
control.

—No estoy segura de confiar en mí misma para no desmayarme y caerme de espaldas —dijo
Granger—. ¿Me estarías sosteniendo en el frente?

—Sí.

No estaba claro si esto era algo bueno o malo. Granger se retorció las manos.

—¿No tienen chalecos salvavidas o cascos o cosas? Debería haber empacado un paracaídas.

—¿Un qué?

—No importa. Tomaré el frente. Abrázame... Si muero, sólo... Tengo muchas cosas que quiero
hacer antes de morir. Por favor, no me dejes morir.

Parecía mortalmente seria y lista para llorar.

—No vas a morir, Granger.

—Odio volar.

—Lo sé. Súbete.

—Tal vez deberías aturdirme y despertarme cuando lleguemos allí.


—No puedo sostener tu cadáver de muñeca de trapo con estos vientos, Granger.

—Ya lo tengo, tomaré una Poción Calmante —dijo Granger, rebuscando en un bolsillo—. Sólo la
mitad de una dosis, para mantenerme calmada. No quiero exagerar con los soporíferos y caerme...

La pócima relajante fue bebida y, finalmente, Granger se subió. Estaba tensa y rígida en su asiento.
Tenía los nudillos blancos a través de los guantes. Sus ojos estaban cerrados. La pócima calmante
visiblemente tardó más de unos segundos en hacer efecto.

—¿Estás lista? —preguntó Draco, trepando detrás de ella.

—Solo vuela —farfulló Granger con los dientes apretados.

Draco voló. Los llevó en algunos círculos bajos alrededor del cobertizo para familiarizarse con la
Gloria Antigua. La escoba era una bruja vieja y tiesa, pero era lo suficientemente valiente como
para abrirse camino a través del viento del norte, cargada con los dos. Era estable en el aire, mucho
más que los modelos volubles de Draco en casa, que se alejaban con el toque de un dedo. Para un
viaje sobre este brazo del Mar del Norte, la Gloria Antigua estaría bien. Lenta pero segura.

Draco informó a Granger de este hecho en un intento por tranquilizarla, pero un gorgoteo fue la
única respuesta que recibió.

Dado que las manos de Granger estaban ocupadas estrangulando la escoba, Draco lanzó hechizos
para romper el viento sobre los dos, con la finalidad de que pudieran escucharse al hablar.
También lanzó hechizos de calentamiento, lo que hizo que Granger se estremeciera de gratitud
contra él, lo cual se sintió... interesante.

El ajuste final de Draco fue tener un pasajero, lo cual era algo raro para él. La ponderación se sintió
diferente y la dirección tendió a la baja.

Las pocas veces que se había duplicado en escobas habían sido para citas y esos vuelos fueron
seguidos por aterrizajes en un lugar apartado y buenos besos. Draco dudaba bastante que hubiera
movimientos sexys de trasero contra su ingle en este vuelo: Granger se aferró a la escoba como una
muerte sombría, inmóvil, como si hubiera sido petrificada en ella. Solo su cabello eludió la rigidez:
los pocos mechones que escaparon de su moño tocaron suavemente su rostro; olía a champú y
antiséptico.

Draco se inclinó hacia adelante y puso sus manos en la escoba frente a Granger, listos para
marcharse. Se sintió pequeña y de huesos finos entre sus brazos.

—Acogedor —dijo Draco.

—Arrrgh —dijo Granger en una verbalización elocuente de su terror.

Draco los giró hacia el norte y comenzó a aumentar la velocidad. Granger, con los ojos cerrados y
todo, sintió el cambio y expresó violentos deseos con respecto al destino de Draco en este mundo y
en el próximo, lo que habría hecho llorar a un hombre más delicado.

Draco simplemente dijo:

—Tranquila, Granger —Y los redujo en un 0,01 por ciento.

—Al Holm de Eynhallow, viejo pájaro —dijo Draco, dándole una palmada a la escoba.

Próxima parada: el mar.


**~***~**

Vocabulario y otras anotaciones:

*FODA: En inglés, el sistema de análisis que en español es FODA o DAFO, se escribe SWOT
(Strengths, Weaknesses, Opportunities, Threats), que también es una palabra para referirse a
Idiota. Así que les dejo la traducción alternativa y literal para que no se pierdan la bromita del
juego de palabras.

—Vamos a realizar un análisis SWOT (idiota) —dijo Granger.

—Cada conversación contigo es un análisis idiota—dijo Draco.

—SWOT—dijo Granger.

—Sé cómo se escribe.

—No. S W O T: es un acrónimo.

—Forma divertida de deletrearlo, Granger.


Las Islas Orcadas
Chapter Notes

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Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse

"Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love"

De Isthisselfcare

Beteado por Bet y Emily

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Draco había disfrutado de muchos vuelos en su joven vida, pero ese viaje a través del Mar del
Norte se clasificó como uno de los más salvajemente preciosos que jamás había experimentado.
Casi se alegró por la vieja escoba: obligaba a un nivel de cuidado en su vuelo y atención a los
vientos, que sus escobas más nuevas no tenían. El vuelo fue bastante técnico. Los vientos cruzados
eran muchos y el clima caprichoso, por lo que Draco eligió una ruta de vuelo baja a unos diez
metros por encima de la marejada.

El aire era salado y frío y salpicaba sus rostros como besos de sirenas fantasmales. Cuando llegaron
a aguas abiertas, un gran págalo se unió a ellos en su vuelo. Observó a Draco con sus ojos
pequeños, la punta de su ala a un metro de su cara. Luego descendió a la superficie del mar, rozó
las alas con su doble oscuro y acuoso, y se elevó de nuevo.

Mientras volaban hacia el norte, los cielos se despejaron para revelar una frágil dispersión de
estrellas en el cielo. Debajo de ellos, las constelaciones reflejadas se derramaron y se sumergieron
en las olas. La vista era sublime. Hizo que Draco se sintiera pequeño e intrascendente.

La brisa calmante debió haber entrado en acción, porque Granger sintió un cabello menos tenso
entre sus brazos, aunque sus guantes todavía estaban fuertemente retorcidos alrededor de la escoba.
Por lo que Draco podía decir, sus ojos aún estaban cerrados y se estaba perdiendo todas estas
impresionantes vistas. Pero, supuso, lo que fuera que la ayudara a superarlo.

Algo grande rompió el agua debajo de ellos.

—Granger... ¡Mira! ¡Hay un hipocampo! ¡No! ¡Son dos hipocampos! ¿Hipocamposes?

—¡Oh! —jadeó Granger, finalmente abriendo los ojos.

Miró hacia abajo, donde las enormes y elegantes cabezas de las criaturas parecidas a caballos
habían partido las olas. Uno volvió a desaparecer, pero el otro se abrió paso, su enorme cola se
arqueó justo debajo de ellos y luego desapareció sin un chapoteo en las olas.

Draco redujo la velocidad, queriendo volverse y observarlos, pero el primer Hipocampo había
aparecido de nuevo adelante, seguido de cerca por su pareja. Instó a la escoba a ponerse al día. Las
criaturas ganaron velocidad y Draco las igualó, rozando las olas justo a la altura de sus melenas.

Ellos corrieron

Draco le pidió más a la escoba. Las majestuosas criaturas se movían con facilidad por debajo y
junto a ellos sin señales de esfuerzo salvo la neblina perlada que brotaba de sus amplias fosas
nasales.

Una, un poco más pequeña, era color verde cristal de mar, su melena era tan blanca como la
espuma que se elevaba a su alrededor. El otro era más grande, azul como el oleaje del mar, e igual
de veloz, manteniéndose cerca de su compañera.

El agua salada los empapó. Draco siguió adelante, y él era como una ola, y los caballitos de mar
eran olas, y volaban, chocaban, formaban espuma, y avanzaban... Y ahora eran viento, luego
fueron agua salada, y ahora, se convirtieron en espuma de mar antes de la tormenta.

Los jinetes de olas giraron hacia el oeste rumbo al océano abierto. Sus ojos claros miraron a Draco
y Granger, y el macho echó hacia atrás su hermosa cabeza, como si los desafiara a seguir hacia
costas desconocidas.
Draco sabía que no podía.

La pareja desapareció como espíritus de aletas veloces, una visión que se desvanecía rápidamente
contra el esquivo mar.

Obra maestra de la tremendamente talentosa NikitaJobson

Luego sólo estaba Draco, sin aliento, y Granger, temblando, y las olas espumosas.

Ninguno de los dos habló.

La escoba reanudó su curso.

Ahora, a su izquierda y derecha, asomaban las formas oscuras de masas de tierra; habían entrado en
las Islas Orcadas.

El viento se hizo menos cortante y los mares menos agitados.

Delante de ellos, una pequeña isla brillaba como una joya entre los mares oscuros, iluminada con
las fogatas de Beltane. La escoba, sintiendo que su destino estaba cerca, adquirió una nueva ráfaga
de velocidad.

Draco vio una roca plana a la luz de las estrellas y aterrizó. Granger debió haber cerrado los ojos
de nuevo, porque cuando los dedos de sus pies tocaron el suelo, chilló y se habría caído de la
escoba de no haber sido por el brazo de Draco alrededor de su cintura.

Draco desmontó. La actividad de Granger se habría descrito con mayor precisión como una especie
de colapso contra el musgo.

—¡Eso fue brillante! —Draco giró bajo las estrellas, sosteniendo sus brazos en alto—.
Emocionante. Jodidamente mágico.

Granger no dijo nada. Draco le lanzó un Lumos. Parecía estar abrazando la tierra.

—¿Estás bien?

—Sólo un momento —jadeó Granger.

Draco la dejó para que se tranquilizara. Lanzó algunos hechizos de escaneo, que le informaron que
había alrededor de cien brujas y magos en la isla, y casi la misma cantidad de hogueras, grandes y
pequeñas.

Granger se había recuperado. Draco, al ver lo exangüe que aún se veía, le ofreció su brazo en una
especie de automatismo caballeroso. Ella lo tomó, su propio agarre todavía temblando.

Avanzaron hacia el centro de la isla con los fuegos de Beltane y el sonido de un alegre violinista
guiándolos. Mientras caminaban, Draco comenzó a notar formas inmensas a ambos lados, sólo
perceptibles porque eran de una opacidad negra, que no permitía que la luz de las estrellas los
atravesara.

—Menhires—dijo Granger.

—¿Hay henges tan al norte? —preguntó Draco.

En realidad, no le importaba si había o no henges tan al norte, pero las preguntas de esa naturaleza
seguramente despertarían a la sabelotodo en Granger y la distraerían de su nerviosismo.

Él estaba en lo correcto. Granger comenzó con un tipo de voz débil que ganó fuerza y entusiasmo a
medida que avanzaba.

—Sí, este es uno de los círculos de piedra más antiguos del Reino Unido. Se cree que los megalitos
datan de alrededor del 3200 a.c. Miden alrededor de tres metros de altura, totalmente
impresionantes a la luz del día, me imagino. Este henge se llama el Anillo de Eynhallow.
Las piedras verticales de Callanish; inspiración para el Anillo de Eynhallow. (Foto: Steve Walton)

—Nos habremos perdido la mayor parte de la diversión, creo —dijo Granger mientras se
acercaban lo suficiente a la multitud para escuchar voces—. Lamentable, esperaba ver algunos de
los rituales en persona...

—¿Qué rituales?

—Oh, viejas magias de protección: unión de manos, ofrendas a los Aos sí. Muchos saltos sobre
hogueras y otras tonterías, también. No sé por qué los magos piensan que eso impresionará a una
bruja, pero claro, los magos hacen muchas cosas que no entiendo. Como corbatas de víboras reales.

Ahora Granger se quedó en silencio, reflexionando sobre ese particular ataque de idiotez.

—Pero bueno, al menos tendré lo que vine a buscar.

Estaban cerca del centro del círculo ahora, caminando entre muchos fuegos de turba y brujas y
magos juerguistas. Granger miraba los fuegos con emoción contenida. Su agarre en el brazo de
Draco se hizo más fuerte.

Como la atención de Granger estaba en otra parte, Draco apuntó su varita a algunos transeúntes y
lanzó Legeremancia no verbal. Estaba satisfecho de que se trataba de una situación de bajo riesgo:
el estado de ánimo general era festivo y alegre y a nadie le importaba quiénes eran.

El pico de la celebración había terminado y las cosas estaban llegando a un feliz final. Se estaban
instalando tiendas de campaña aquí y allá en la periferia de las hogueras, mientras que alrededor de
otros, los grupos se acomodaban para alguna filosofía alimentada con whisky.

Draco y Granger fueron abordados por amistosos juerguistas e invitados a unirse a sus fogatas.
Granger declinó cortésmente y los condujo a un extremo más tranquilo del Henge, donde un
pequeño fuego ardía.

—Vamos a esperar por este —dijo.

—¿Supongo que tiene que apagarse naturalmente? —preguntó Draco—. ¿Sin hechizos de rociado?

—No hay hechizos de rociado. La ceniza de Beltane en su forma más primitiva.

Granger transformó dos tocones en cómodas otomanas que ella y Draco acercaron al fuego.

Después del vuelo terriblemente frío, el calor era absolutamente magnífico. Draco se sentó cerca,
pero Granger estaba lo suficientemente cerca como para quemarse las rodillas y prenderle fuego a
su cabello. Se quitó los guantes y acercó las manos a las llamas.

—De los miles y miles de incendios de Beltane esta noche, ¿por qué estos, específicamente? ¿En el
rincón más desolado del Reino Unido? —preguntó Draco mientras su rostro comenzaba a
descongelarse.

Granger tenía una respuesta lista, por supuesto, y parecía encantada de que él hubiese preguntado.

—Porque los fuegos en Holm son de un fuego muy específico: el mismo fuego que Cerridwen usó
para su caldero. No sé si recuerdas su historia...

—Sólo lo que hay en su cromo de Rana de Chocolate —dijo Draco, recordando vagamente a una
bruja con masas de cabello oscuro—. Se parecía bastante a ti, ahora que lo pienso.
Cerridwen

—Bah —se burló Granger—. Sólo puedo soñar con convertirme en una fracción de la bruja que
ella era. Fue una maestra de la Transformación, entre muchas cosas, podía transformarse en
cualquier criatura a voluntad. Ella hace que los Animagos de hoy se vean insulsos. De todos
modos, te ahorraré el tratado, ¿podrías haber notado que estas llamas se ven un poco más rojas que
el fuego normal?

Draco asintió; las llamas eran, en efecto, más rojizas que de costumbre.

—Supuse que era la turba.

—No. Han mantenido viva su legendaria llama, generación tras generación, en estas islas. ¿No es
increíble? —Los ojos de Granger brillaban—. Qué cosa para presenciar. Qué cosa sentir, en mis
propias manos, es surrealista Es extraordinario.

—¿Para qué necesitas la ceniza? —preguntó Draco, ya que ella estaba siendo tan locuaz.

Granger cerró la boca con fuerza.

Draco se encogió de hombros. Valió la pena intentarlo.

Rebuscó en los bolsillos de su capa para sacar las provisiones de Thurso. Le pasó las carnes
curadas y el queso a Granger y metió la botella de vino caliente contra el fuego para que se
calentara de nuevo.

Granger pareció sorprendida, aunque si fue por la previsión o por la amabilidad inesperada, Draco
no estaba seguro. Ella abrió el paquete.

—Estoy muriendo de hambre. Gracias. Esto fue muy considerado de tu parte, yo...
Draco interrumpió su divagación.

—¿No trajiste ningún pastel Banoffee en ese anorak?

—No —dijo Granger. Buscó en uno de los bolsillos—. Sin embargo, tengo algunas barras de
proteína. Podrían estar un poco aplastadas...

Draco no sabía qué era una barra de proteína, pero sabía a chocolate barato, que fue glorioso en su
lengua después de toda la sal marina.

Ellos comieron. Granger fue cortés al respecto, tomando pequeños bocados intercalados con más
comentarios sobre Cerridwen. Draco se preguntó, por primera vez, cómo era su familia y si eran
muggles acomodados. Tenía un sentido del decoro y una especie de dignidad innata que hablaba de
buena crianza.

—Hipocampo estaría correctamente pluralizado como Hipocampos, creo —dijo Granger—. Creo
que Hipocamposes sería un intento incorrecto de regularizar el latín: Hipocampus es una palabra
griega. Técnicamente, podrías decir Hippocampodes, supongo. Aunque Hipocampos ahora es una
palabra en español, en realidad, Hipocampoes también es bastante correcto.

—Confío en tu palabra —dijo Draco, trayendo el vino caliente con especias.

—No soy lingüista, así que no deberías.

Draco le ofreció el frasco.

—Haré unas copas para nosotros —dijo Granger, tomando los envoltorios de barras de proteínas
del regazo de Draco.

—Tan apropiada —dijo Draco. A su madre en realidad podría gustarle Granger.

—Este vino ha sido calentado por la llama de Cerridwen. No lo estamos bebiendo de una botella
como niños de dieciséis años detrás de Cabeza de Puerco.

Granger transformó los envoltorios en hermosas copas doradas.

Draco le habría informado que ella misma era toda una amante de la Transformación, pero no
quería que desarrollara un ego inflado. Sin embargo, ella captó la forma en que probó el peso de las
copas. Ella sonrió en su bufanda.

—Bonito brillo en el oro —admitió.

—Una bonita ilusión —dijo Granger, luciendo complacida—. Pero gracias —Hizo una pausa y
vaciló antes de agregar—. Escuché que te interesa la alquimia, por lo que tu aprobación significa
más que la del mago promedio.

—Mi aprobación debería significar más que la del mago promedio en todas las cosas —dijo Draco,
estudiando la copa a la luz del fuego.

Granger levantó los ojos al cielo nocturno.

Draco llenó sus copas con vino caliente.

—Ya que estamos en el tema de la Alquimia, me dirías si tu proyecto implica la creación de una
Panacea, ¿verdad?
—No nos adelantemos —dijo Granger, aunque estaba sonriendo.

Draco se sintió invadido por una emoción repentina, porque si alguien podía, por lo que había
aprendido de esta bruja durante los últimos cinco meses, probablemente era ella.

—¿Estás creando una panacea? —preguntó, inclinándose hacia ella—. ¿Es por eso por lo que
Shacklebolt está tan nervioso?

Ella lo miró a los ojos sin dudarlo.

—No. No seas ridículo.

—Mmm.

—Me temo que estás desarrollando una opinión demasiado alta de mí. Soy una simple sanadora,
confundida con mis métodos muggles y mi insignificante conocimiento mágico.

—Insignificante —repitió Draco con una burla.

—¿Quieres más queso? Este es demasiado agudo para mí...

Draco tomó el queso y reflexionó sobre su vino caliente. Tal vez no era en absoluto una Panacea en
lo que estaba trabajando, pero él sintió que el alcance era similar. Sin embargo, tenía un plan para
sacarle la información. Simplemente tenía que ser paciente.

El fuego crepitó, devorando la turba restante. Lo miraron y, a medida que avanzaba la noche, se
encontraron casi hipnotizados por la danza de las llamas. La canción del violinista se volvió
lúgubre y grave.

El fuego, el humo de la turba, la tierra... Olía a historia, a lo nuevo que se vuelve viejo y a lo viejo
que se vuelve nuevo.

Tal vez fue el vino, tal vez la hora tardía, tal vez la potencia persistente de la noche de Beltane,
pero el momento adquirió una calidad de ensueño para Draco. Granger se convirtió en una visión
pintada en claroscuro de una bruja; su cabello revuelto por el viento se fundía con las sombras
detrás de ella, sus ojos capturaban la luz roja del fuego. Sus manos estaban extendidas hacia el
fuego y a Draco le pareció que las llamas se sentían atraídas hacia ella y que podría haberlas
acariciado si hubiera querido.

Granger bostezó y el hechizo se rompió.

Su somnolencia no fue una sorpresa. Se estaba acercando la hora habitual de acostarse de Draco, lo
que significaba que ya había pasado la de Granger.

Se puso los guantes de nuevo y lanzó un hechizo cálido alrededor de ella y Draco. El fuego era
bajo, pero seguía ardiendo.

Los fuegos de turba, se dio cuenta Draco, tardaban mucho en apagarse.

Granger se quedó dormida en su hombro.

Draco, que se había sentido cansado, de repente se encontró alerta e incómodo. Esta era una nueva
muestra de vulnerabilidad con la que no estaba preparado para lidiar. Su respiración era lenta y
constante, sus guantes enroscados en su regazo.

Las habilidades de transformación de Draco eran decentes, pero no lo suficientemente buenas


como para transformar una tienda de campaña con los restos de un paquete de carne curada. Se
conformó con alargar la otomana de Granger en una especie de diván torcido. Ella se deslizó en la
nueva configuración sin despertarse.

Entonces, como ella parecía pequeña y todavía más vulnerable acostada boca abajo debajo del
cielo abierto, la cubrió con su capa. Completó esto con otro hechizo cálido sobre los dos, ya que la
calidez del fuego agonizante definitivamente estaba dando paso al frío de la noche.

Lanzó algunas protecciones, en caso de que su propia fatiga se hiciera presente y él también cayera
muerto para el mundo. Sin duda fue una prudencia excesiva, ya que los otros celebrantes se habían
retirado a sus tiendas, pero Draco no había sobrevivido tanto por ser descuidado.

Se sentó con la espalda apoyada en el diván de Granger y observó cómo las últimas llamas se
convertían en brasas.

Después de otra hora, el borde del pozo se había convertido en cenizas. Se agitó en la brisa
silenciosa, luego se asentó, blanco sobre blanco.

Amaneció fresco y brillante, derramando oro sobre las islas Orcadas bajo los graznidos de las aves
marinas.

Draco se despertó con un calambre en el cuello y la nariz entumecida por el frío.

En cuanto a Granger, se veía perfectamente cómoda, metida debajo de su capa. Draco se preguntó
cuándo se había convertido en un maldito mártir tan virtuoso, sacrificando su propia comodidad
por la maldita Granger de todas las personas.

Se alejó con los pies congelados para orinar.

Cuando regresó, Granger estaba despierta y examinaba su obra de Transformaciones. El diván


había aguantado toda la noche, lo cual fue una agradable sorpresa para Draco, de cualquier manera.

Granger lo vio acercarse y se puso nerviosa.

—¡Deberías haberme despertado! No firmaste para ser mi sirviente encima de todo lo demás. ¿Me
hiciste un diván? Es encantador, gracias. Tuve un sueño maravilloso, lo cual es terriblemente
extraño, considerando todo. Ah, y tu capa, aquí está... Gracias por prestármela. ¿De qué está
hecha? Es tan cálida. Te mueves terriblemente. ¿Es tu cuello? ¿Puedo mirarlo?

Draco tomó su capa, apartó las manos de Granger de su cuello y expresó un breve deseo por un
café caliente y una pronta partida.

Granger volvió a llevar las manos a su pecho.

—Vi a alguien desplegando una cocina completa, algunas tiendas de campaña más allá. Podrías
convencerlo de que te prescinda una taza. Voy a recoger mi muestra.

Draco fue en busca de esta salvación, dejando a Granger arrodillada junto a la fogata, echando
cenizas en tubos de ensayo.

Al final resultó que, el mago que desplegaba la cocina estaba dispuesto a gastar dos tazas y
croissants un poco dudosos a cambio del sickle que Draco le ofreció sin decir una palabra.

El café caliente valió la ridícula cantidad. Después del primer sorbo, Draco se sintió un poco
menos inclinado a asesinar a todos.

Nuevamente, Granger lo molestó por no estar donde la había dejado. Después de una breve
búsqueda con la varita, la encontró unos cuantos fuegos más allá, hablando con una pareja que
estaba desmantelando su tienda.

Ella se anticipó a su conferencia con noticias: el ferry de regreso a Thurso estaría aquí en quince
minutos. Para Draco, esto era simplemente una buena noticia, ya que no le apetecía otro vuelo en
su estado de falta de sueño. Para Granger, eran excelentes noticias. Incluso pidió llevar la Gloria
Antigua al muelle, queriendo devolverle el palo de escoba al capitán del ferry y deshacerse de él
para siempre.

Deambularon a través de las rocas erguidas erosionadas hasta los muelles vestigiales. Granger
estaba vivaz y animada y le dio a Draco una historia no solicitada de los pueblos neolíticos de las
Orcadas, usando la escoba para señalar áreas de interés en los monolitos.

Al ver que Draco no coincidía con su entusiasmo, le dio su propio café para animarlo más y la
mayor parte de su croissant.

La brisa marina se levantó cuando se acercaron a la orilla, una hermosa mezcla de sal, arena y
hierba nueva.

Abordaron el ferry. La Gloria Antigua se reunió con su maestro. Draco dijo que se quedara con el
depósito. Él y Granger tuvieron una disputa sobre si ella le debía dinero o no, mientras intentaba
devolverle el dinero. Él lo concluyó amenazándola con comprar la escoba directamente y
secuestrándola para más vuelos si no lo dejaba por la paz.

Luego, cuando el ferry llegó a aguas abiertas, se tumbó en un banco para tomar una merecida
siesta.

Granger transfiguró en silencio la parte superior de madera del banco en un lujoso terciopelo
cuando pensó que se había quedado dormido.

—¿Quién diría que La Verga da desayunos tan deliciosos? —exclamó Granger, apilando huevos
revueltos en un pan tostado.

Draco se atragantó con su café y le pidió que le advirtiera cuando dijera cosas así.

Granger se veía remilgada y dijo que no era su culpa que él interpretara sus inocentes comentarios
de la manera más grosera posible. Pero ella conocía un hechizo útil para las expulsiones traqueales
para que él pudiera seguir riéndose de penes cuanto quisiera... Ella lo salvaría de atragantarse.

Granger terminó de comer mucho antes que él, lo que significó que tuvo tiempo suficiente para
verlo no moverse correctamente debido a su cuello. Ella comenzó una conferencia espontánea
sobre los espasmos musculares cervicales, reflexionó sobre la salud de su nervio accesorio espinal,
describió en detalle lo que le haría a su esternocleidomastoideo, si tan sólo la dejara, y
generalmente lo acosó hasta que dejó de disfrutar sus huevos.

—Bien —gruñó Draco, quitándose la capa y tirando de su túnica a un lado para exponer su cuello.

Cualquier habría pensado que le había dado un gran regalo, permitiéndole que lo ayudara. Ella se
acercó a él a lo largo del banco, con los ojos brillantes.

—Finalmente. No te muevas. Esto tomará un momento.


La punta de su varita encontró la unión donde su cuello se encontraba con su hombro. Ese no era
un sentimiento que le gustara a Draco; de hecho, fue una manifestación real de su naciente
confianza en ella que lo permitiera. La siguiente sensación fue mucho mejor: un alivio instantáneo
y refrescante, mientras Granger pronunciaba un hechizo de curación.

—Está mejor, ¿no? Sé que es un remedio muggle y no lo harás, pero te recomendaría una terapia de
calor si todavía te duele mañana. Ayudaría con el flujo sanguíneo.

Draco rodó los hombros. Su cuello se sentía maravillosamente libre.

—Tuviste una noche horrible por mi culpa, y lo siento —dijo Granger.

—Déjame comer.

Granger insistió en pagar el desayuno y se dirigieron a la chimenea de La Verga a través de la red


flu a sus respectivos hogares.

Granger tomó el bote de polvos flu en el preciso momento en que lo hizo Draco, lo que resultó en
un roce de manos y una retracción inmediata de ambas partes. Luego hicieron la idiotez en donde
insistieron que el otro se fuera primero durante un largo y molesto minuto.

Draco, con poca paciencia, agitó su varita hacia la olla y la levitó firmemente hacia el pecho de
Granger.

—Adelante.

—Ugh —dijo Granger, abrazando la olla antes de que se cayera.

Abrió la tapa y parecía lista para arrojar los polvos flu al fuego y marcharse enfadada. Sin
embargo, se detuvo y se volvió hacia Draco.

Su expresión cambió a algo incierto e incómodo.

—Malfoy, yo... yo no habría podido recolectar mi muestra sin ti. Habría tenido que posponer mi
proyecto hasta el próximo festival de Beltane, si no fuera por ti. Nunca habría podido hacer ese
vuelo yo sola.

Draco nunca había sido de los que se avergonzaban de recibir los elogios que se merecían, de
hecho, solía disfrutarlos, pero algo en la cándida sinceridad y gratitud de Granger lo hizo sentir
terriblemente incómodo.

Además, era Granger. Que ella fuera amable le provocaba escalofríos.

—Vete a casa, Granger —dijo él.

Granger arrojó un puñado de polvos a las llamas.

—Está bien, pero me alegro de que hayas venido. Ahora, me voy... Gracias de nuevo y adiós. El
Cisne.

Ella no lo miró a los ojos y se volvió hacia las llamas.

Unos minutos más tarde, Draco estaba sacudiendo el hollín de su capa, en su propio salón. Tenía
muchas ganas de tomar un baño y recostarse. Henriette, que se había materializado a su llegada, fue
enviada a preparar un baño lo más caliente que pudiera.
Mientras Draco se dirigía a sus habitaciones, se preguntó si el baño contaría como terapia de calor,
no es que le importaran los tratamientos muggles de Granger, pero...

¿Debería enviarle una nota preguntándole al respecto?

Probablemente respondería con una explicación de doce páginas y sugerencias para lecturas
adicionales.

Su capa aún olía a Granger y a humo de turba.

Él le envió la nota.

**~**~**

Por favor, ve a darle amor a la preciosa Nikita Jobson si aún no habías tenido la oportunidad de
ver este arte maestro

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Chapter End Notes

¿Qué les parecieron estos dos últimos capítulos? ¿Más mariposas en la panza?
Realmente amo, amo el desarrollo de esta historia. Como en mi país viene Semana
Santa, probablemente publique el capítulo 11 entre el viernes o el lunes.

Un beso y gracias por ser tan pacientes,

Paola
Draco Malfoy: Idiota inconsciente
Chapter Notes

See the end of the chapter for notes

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Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse

"Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love"

De Isthisselfcare

Beteado por Bet y Emily

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A pesar de la disertación sobre la terapia de calor, Draco tuvo poco contacto con Granger durante
el alegre mes de mayo. Él y sus compañeros Aurores se mantuvieron ocupados con
comportamientos criminales nuevos y emocionantes en todo el país: un mago que había lanzado un
imperius a la totalidad de una aldea muggle y vivía como su rey; hombres lobo atacando a bebés;
un robo en Gringotts y algunos secuestros para variar.

A mediados de mayo, Draco resolvió un caso desordenado: un pocionista en Sheffield, haciéndose


pasar por algo llamado «psíquico del amor», vendía pociones de amor a los muggles. Draco estaba
en medio de la confiscación de un alijo y obliviando a un muggle cuando su varita tarareó una
alarma hacia él. Esa alarma específica señaló que alguien estaba activando las protecciones de
Granger. Y no era en su oficina o su laboratorio, fue su casa.

Draco terminó con el muggle rápidamente y se desapareció en el flu más cercano. Eso lo llevó al
Cisne, seguido de una Aparición en la cabaña de Granger, con la varita en ristre y Desilusionado.

Entre la alarma de su varita y su llegada, Draco estimó que habían pasado tres minutos. Pero fueron
tres minutos demasiado tarde; quienquiera que hubiera estado hurgando se había ido. Los hechizos
de revelación de Draco indicaron que no había presencia humana cerca excepto por el vecino
muggle de Granger, que estaba durmiendo la siesta.

Draco lanzó un delicado hechizo de detección de magia. Su protección alrededor de la propiedad


brillaba intensamente debajo de ella, pero la ignoró a favor de examinar el suelo alrededor de la
cabaña de Granger. Sostuvo su varita en alto hasta que encontró lo que buscaba: un rastro apenas
visible en el aire, dejado por un ser que había usado magia ahí momentos antes.

El rastro que brillaba débilmente terminó repentinamente en medio del campo detrás de la cabaña
de Granger: una desaparición o un traslador, tal vez.

A Draco no le gustó esto. Podría haber sido solo un mago curioso, o incluso un ladrón, ese era el
mejor de los casos. También podría ser un primer indicador de que alguien tenía los ojos puestos
en Granger y que la paranoia de Shacklebolt no fue en vano.

Draco le envió una nota rápida a Granger: «Alguien activó tus protecciones. Necesitamos hablar».

Cuando Granger no respondió de inmediato, revisó su agenda. Actualmente estaba dando una
conferencia en el Cambridge Muggle.

Draco decidió reunirse con ella ahí porque, de todos modos, básicamente estaba en la puerta de al
lado.

«Voy a ti», escribió.

Todavía desilusionado, se apareció en el Trinity College.

La conferencia de Granger había estado a punto de terminar. Draco sólo tuvo que esperar diez
minutos afuera de la puerta del pequeño salón de clases. Media docena de estudiantes salieron
cuando él, casi invisible a los ojos de los muggles, se deslizó a través de ellos hacia la habitación.

La pizarra indicaba que el tema del día había sido «Anticuerpos monoclonales conjugados». Draco
estaba complacido de que estos anticuerpos supieran sus tiempos verbales, al menos.
Granger, sin darse cuenta de su presencia, estaba empacando papeles, sin varita, en un maletín.
Llevaba una blusa a rayas metida en unos pantalones de cintura alta, piezas que Draco no habría
considerado de inmediato como complementarias y, sin embargo, en Granger, el conjunto era
bastante halagador.

Inspiración para laconferencia de Granger.

Cuando el último estudiante salió, Granger sacó su Bloc de su bolsillo. A Draco le dio un extraño
placer verla abrir el Parlanchín y mostrarse visiblemente interesada cuando vio que era un mensaje
de él.

Ella leyó la nota y frunció el ceño. Empezó a redactar una respuesta. Draco supuso que debería
revelarse, ya que el zumbido de respuesta de su propio Bloc pronto lo delataría.

Se paró frente a ella y acabó con su desilusión.

Granger dio una especie de grito ahogado, saltó hacia atrás y tropezó con su silla.

Draco la agarró por la muñeca, previniendo una caída total. Granger aterrizó torpemente en la silla.

Draco se apoyó contra el escritorio y dijo, en tono de conversación:

—Sabes, desearía que fueras por tu varita y gritaras una maldición en lugar de un chillido. ¿Viste
mi mensaje?

Granger no estaba lista para hablar sobre el mensaje. Su anillo le dijo que su corazón estaba
acelerado.

—¡Me acabas de asustar! ¿Cuánto tiempo llevas aquí? ¡Avísame la próxima vez!

—Te advertí que vendría —dijo Draco.

Lo cual era cierto, pero Granger, sin embargo, parecía irascible.

—¡Leí ese mensaje una milésima de segundos antes de que te materializaras ante mí como el
Maldito Barón Sanguinario!

—No es mi culpa que estuvieras demasiado ocupada conjugando anticuerpos.

La expresión de Granger cambió de enfadada a confusa.

—¿Yo que?

Draco adelantó su barbilla hacia la pizarra.

Granger observó la pizarra, procesó su comentario, levantó el dedo índice y comenzó a decir:

—Eso no es lo que significa...

Draco la interrumpió porque, francamente, no estaba interesado.

—Estoy aquí para hablar sobre quién está husmeando en tu cabaña y por qué.

Su interrupción le valió una mirada mordaz. Sin embargo, Granger respiró hondo y pareció sofocar
los impulsos desmedidos que había despertado.

Dobló las manos sobre el escritorio en un facsímil de serenidad.

—Siéntate y dime qué pasó.

Draco envió un Colloportus hacia la puerta del salón de clases. Luego levitó una silla hacia ellos y
se sentó frente a Granger. Algo en esto cambió la dinámica entre ellos. Estaba en el lado del
estudiante del escritorio, sintiéndose como si estuviera a punto de ser examinado.

Se cruzó de brazos y esperó, con los ojos fijos en su rostro. El peso de toda la atención del gran
cerebro Granger presionó a Draco, listo para adquirir su información y darle sentido.

—Una de mis protecciones activó una alarma en la parte trasera de tu cabaña —dijo Draco—.
Alguien estaba probando la protección o intentando desarmarla. Llegué allí en cuestión de minutos,
pero ya se habían ido. Nada de Homenium Revelio excepto por tu vecino, pero encontré un rastro
mágico de ellos...

—¿Cómo? —intervino Granger.

—Un hechizo mágico de detección —dijo Draco—. Uno de los míos.

Granger parecía intrigada, pero dejó entre paréntesis sus preguntas para discutirlas más tarde.

Draco continuó.

—Según el tamaño, sin duda era una bruja o un mago adulto. Seguí el rastro hasta el campo detrás
de tu casa. El individuo desapareció o utilizó un Traslador; el rastro terminó extremadamente
rápido como para viajar en escoba.

Granger se puso de pie con la varita en la mano.

—¿Sigue el rastro ahí? Quiero ver...

—No. Se disipan rápidamente. Sólo lo vi porque llegué momentos después y conocía el hechizo.

Granger volvió a sentarse con un mohín.


—¿Y definitivamente interactuaron con las protecciones? ¿No fue sólo el correo?

—Obviamente no fue sólo el correo. Estoy alertado sobre interacciones mágicas, de lo contrario,
estaría activando alarmas cada vez que un petirrojo aterriza en tu glicinia.

—¿Es posible que el vecino haya visto algo?

—Estaba dormido y en el lado equivocado de tu cabaña. Y si este intruso valía algo, al menos
estaban desilusionados para una excursión al Cambridgeshire Muggle.

Los dedos de Granger golpearon el escritorio.

—Dijiste que las Apariciones podían ser rastreadas. ¿No podríamos rastrear esta?

Draco estaba cada vez más fatigado de ser interrogado como un estudiante universitario
descarriado, pero supuso que debería haberlo esperado de Granger.

—El rumor, que no escuchaste de mí, es que el Ministerio rastrea las Apariciones de ciertos
Individuos de Interés. Voy a echar un vistazo, pero a menos que esta persona haya sido
particularmente traviesa o interesante, no habrá nada en los libros.

—Ojalá hubiera pensado en instalar cámaras en casa —dijo Granger, luciendo irritada consigo
misma—. Tengo algunas en el laboratorio. Estoy rectificando eso de inmediato. ¿Viste algo más?
¿Huellas? ¿Un poco de tela?

Draco levantó una ceja sardónica hacia ella.

—No, esta no es una película muggle donde los sospechosos dejan pistas convenientes. Ahora, si
ya terminó de interrogarme, profesora, tengo algunas preguntas propias. ¿O debería esperar hasta
tu horario de oficina?

Granger se puso rígida visiblemente ante el uso de su título.

—Iugh, no hagas eso.

—¿No haga qué, profesora?

—Eso es profundamente inquietante —dijo Granger.

—Me gusta un poco —sonrió Draco.

La profesora le dio una mirada oscura.

—Te ves enfadada. ¿Me vas a dar una detención? —preguntó Draco, su sonrisa iba creciendo.

—Esto es la uni, no hacemos detenciones. ¿Podemos pasar a tus preguntas?

Draco tomó especial nota de la incomodidad de Granger para la próxima vez que quisiera
presionarla. Tal vez enviaría su próximo Bloc en forma de una tarea para que ella la corrigiera.

Pero por ahora, negocios.

—En el mejor de los casos, esta fue una visita única de un ladrón mago que quería hacer un
Galeón rápido y se asustó con tus protecciones. Pero vamos a proceder como si fuera un primer
contacto de una parte posiblemente hostil. ¿Le has dado a alguien una pista, recientemente, de que
has hecho un «Descubrimiento»?
—No —dijo Granger, cuadrando los hombros y mostrándose a la defensiva—. Desde la reacción
desproporcionada de Shacklebolt, no he dicho nada. El proyecto es completamente autofinanciado
y, por lo tanto, siempre ha estado fuera del radar... espera, no sabes lo que es un radar, siempre ha
sido de bajo perfil. No he mencionado nada a mis amigos o colegas. Tengo varios proyectos de
investigación en marcha, más que suficientes para explicar mi tiempo.

—Entonces, ¿por qué ahora?, y ¿por qué hoy?

—No lo sé —dijo Granger—. ¿No es tu trabajo resolver eso?

—Eso es lo que estoy haciendo, profesora. —Por este comentario, Draco fue recompensado con
una mirada ceñuda—. El incidente ocurrió hace veinte minutos, así que, si me das un momento, en
lugar de interrumpir...

Granger estalló.

—Eres el peor para hablar sobre interrumpir.

—¿Quién es Larsen?

—... ¿Gunnar? ¿Cómo sabes..?

Draco le mostró el horario de Granger.

—He desarrollado un desafortunado nivel de familiaridad con tu horario y él es el único elemento


nuevo en las últimas dos semanas.

—Lo conocí ¿cuándo..? ¿El jueves pasado? Es el jefe de una compañía farmacéutica danesa. Están
desarrollando un nuevo sistema de administración de medicamentos. Nanopartículas. Las
aplicaciones clínicas potenciales son extremadamente interesantes para mi campo.

—¿Así que es un muggle?

—Sí.

Las yemas de los dedos de Draco golpearon con impaciencia el escritorio de Granger. Eso no fue
útil.

—Y has sido un modelo de discreción, por lo demás.

—Sí. El Auror que me protege ni siquiera sabe nada.

—Oh, soy consciente de eso, así como de sus frustraciones en ese lado —Los dedos de Draco
golpearon el escritorio con más fuerza—. Hace que sea mucho más difícil saber de qué demonios
debo protegerte.

—De nada porque nadie sabe.

—Y, sin embargo, alguien estuvo en tu cabaña hoy.

—Sí, pero tú mismo dijiste que muy bien podría haber sido un ladrón de casas al acecho. —Incluso
mientras repetía esta suposición, Granger parecía escéptica.

—Pero... ¿por qué tu cabaña, específicamente?

—No sé.
—No creo en las coincidencias, no cuando estás involucrada.

—Yo tampoco. —Granger parecía tan preocupada como Draco por todo el asunto. Estaba
rebotando uno de sus pies debajo del escritorio, como solía hacer cuando estaba irritada. Una vez
más, Draco recordó el chasquido molesto de la cola de un gato.

—Si alguien filtró algo y si hay gente husmeando, dejan en claro que esta situación ya no es la
misma que en enero cuando estábamos tomando medidas de precaución. Llamaremos a esto algo
«único», pero si existe otro incidente como este, Granger, yo voy a tener que saber qué estás
haciendo. Puedes vincularme con un Juramento Inquebrantable si es necesario.

—Entiendo. Y espero que no haya otro incidente similar. Prefiero que nadie sepa nada hasta que
esté lista para hacerlo público. Probablemente me obligues a esconderme o algo igualmente
desmesurado.

Draco la miró seriamente.

—Si crees que te obligaría a esconderte, entonces esta cosa debe ser grande.

—Es grande, pero también es bueno. Pero molestará a algunas personas.

El impulso de usar Legeremancia era fuerte. Lo Grande y lo Bueno estaba al frente de la mente de
Granger en este momento. No estaba ocluyendo, porque en algún momento de los últimos meses,
había comenzado a confiar en él.

De hecho, en este momento, Granger estaba en un estado completamente desprotegido, su mirada


se encontraba abiertamente a la suya. Esperó su réplica o más preguntas. Él podría estar en su
mente y ver la cosa antes de que ella pudiera Ocluir, y, entonces, lo sabría. Ella estaría furiosa y
nunca volvería a confiar en él, pero él lo sabría.

Draco, agarrando su varita en su bolsillo, descubrió que no podía hacerlo. Se dijo a sí mismo que
era porque no quería soportar los alaridos justamente enojados que seguramente seguirían. Y que
no tenía nada que ver con el peso de esa nueva confianza, con la preciosidad de esta.

Granger se pasó las manos arriba y abajo por los brazos como si tuviera frío.

—Encuentro todo esto inquietante, no me gusta realmente pero espero que haya sido un estúpido
ladrón.

—Si no fue un ladrón estúpido, bueno, los malos ahora saben que estás bien protegida.

—¿Eso es bueno o malo?

Draco se encogió de hombros.

—Ambas cosas. Les dirá que tú o el Ministerio conocen los riesgos y han tomado precauciones,
que estás siendo vigilada y eso podría asustarlos, o podría llevarlos a maniobras más
desagradables.

—Estaba pensando más bien en lo segundo —dijo Granger, mientras la preocupación dibujaba sus
cejas juntas—. Sin embargo, tengo el anillo y te tengo a ti. Eso es algo.

La seriedad no solicitada allí hizo que Draco quisiera huir de la habitación. ¿Por qué tenía que
infligirle tanta sinceridad? Quería retorcerse.
—Y no soy exactamente una imbécil indefensa —continuó Granger—. A pesar de los gritos y las
caídas de las sillas por tu culpa, tengo la mejor protección disponible para residencias privadas.
Bueno, la mayoría de las residencias privadas. Supongo que las mansiones y los castillos del valle
del Loira son de una especie bastante diferente.

—Hay ventajas en las moradas antiguas —dijo Draco. No estaba tratando de sonar presumido; eso
era cierto.

La enumeración de Granger de sus medidas de protección parecía haberla calmado, al menos, hasta
que recordó algo y preguntó:

—¿Viste a mi gato?

—No —dijo Draco—. Pero no estaba mirando. Estoy seguro de que el hijo de puta está bien.

—No le diré que lo llamaste así —dijo Granger—. Él ha dejado de sisear cuando le hablo de ti.

—... ¿Le hablas a tu gato sobre mí? —preguntó Draco, sin saber si se trataba de un
comportamiento trastornado o normal en Granger.

—Le gusta estar informado. Le ayuda a decidir cuánto pelaje hacerte comer.

—Dile que creo que es un buen animal.

—Lo haré.

—El espécimen más impresionante de un medio Kneazle que he visto.

La boca de Granger se curvó en una sonrisa por primera vez durante esta conversación. Se levantó
y siguió amontonando papeles de sus estudiantes en su maletín.

—Será mejor que me ponga manos a la obra.

Draco también se puso de pie e hizo flotar su silla de regreso a su lugar.

—¿Qué es un psíquico del amor?

Ver a Granger procesar non sequiturs se estaba convirtiendo en uno de sus nuevos y divertidos sub-
pasatiempos, en el marco de «Molestar a Granger».

Ella lo miró como si no pudiera haberlo escuchado correctamente.

—¿Acabas de decir psíquico del amor?

—Sí.

—¿Dónde diablos escuchaste eso?

—Un pocionista travieso ha estado haciéndose pasar por uno. ¿Qué son?

—Afirman poder ayudar a las personas solitarias a encontrar el amor a través de las tonterías
habituales: lectura de la mente, cartas del tarot, hojas de té. Son estafadores que engañan a los
vulnerables con dinero.

—Bueno, este estaba dando resultados. Mágicamente asistido, claro está.


—No. ¿Pociones de amor?

—Sí.

—¿Para muggles?

—Sí.

—Eso es horrible —dijo Granger—. Querrás vigilar a los pobres. Las pociones tienen potencias
muy diferentes en las poblaciones no mágicas.

—Lo sé. Medimagos estarán revisando a las víctimas durante las próximas dos semanas.

—Genial. ¿Qué pociones eran?

—No tengo ni idea —dijo Draco, haciendo sonar la cartera en la que había metido
apresuradamente el alijo confiscado—. Aún no he hecho el inventario.

—Oh, ¿las tienes ahí?

Draco abrió la cartera.

Granger se asomó.

—¡Contrabando! ¡Qué emoción!

Draco sacó algunos de los viales oscuros y sin etiqueta.

—Creo que los más grandes son Pociones de amor. El más pequeño... ¿Amortentia? —Abrió el
corcho de uno de los viales y se lo tendió a Granger—. ¿Eso te parece madreperla?

—Difícil de decir —dijo Granger, mirando dentro del frasco oscuro. Se lo pasó por debajo de la
nariz—. No huele a Amortentia; huele a colonia cara.

—¿Qué? Dámelo —dijo Draco, y él también lo olió. No olía ni remotamente a colonia para él: olía
dulce, con notas de café y caramelo, y luego algo ahumado.

—¿Y? —preguntó Granger, una mano en su cadera inclinada—. ¿Estás seguro de que no asaltaste
una perfumería?

—Me huele a café —dijo Draco—. Es Amortentia.

Granger olió el vial de nuevo.

—Pero la Amortentia me huele a césped recién cortado... esto es un eau de toilette de hombre.
Veamos el brillo.

Ella transformó uno de los papeles sobre el escritorio en un plato plano, sobre el cual derramó una
gota de la poción. El líquido emergió del frasco oscuro con un brillo reluciente nacarado. Una
débil espiral de vapor salió silbando cuando hizo contacto con el aire, lo que confirmó la evidencia
de que, en efecto, era Amortentia.

Granger lo miró fijamente durante un momento bastante largo, con los brazos cruzados.

—Bueno —dijo finalmente—, es Amortentia.


—¿Cuándo fue la última vez que oliste Amortentia? —preguntó Draco.

—Eh... La única vez en la clase de Slughorn.

El propio recuerdo de Draco de su experiencia con la poción era vago: recordaba el olor a cítricos,
tal vez. Esta nueva versión fue bastante agradable. Otro soplo flotó hacia él: esta vez olía como el
vasto cielo, sal marina y un leve rastro de algo que olía a limpio.

—La Amortentia está destinada a oler como las cosas que encuentras apetecibles o atractivas —
murmuró Granger—. Entonces... ¿Por qué...?

—¿Por qué, qué?

—¿Qué pasó con mis césped recién cortado y pergamino nuevo? —preguntó Granger. Parecía
acusatoria, como si Draco fuera personalmente responsable del cambio.

—Tu gusto por los hombres ha evolucionado. —Se encogió de hombros Draco—. Seguramente
puedes hacerlo mejor que un asistente de jardinero...

Granger parecía irritada.

—No seas condescendiente. ¿Cambió el tuyo?

Draco observó a Granger por un momento, juzgando si era digna o no de esta información bastante
privada.

—Quizás.

—¿Qué era, antes?

—No recuerdo. Caramelos de limón, o algo así.

—¿Y ahora es café?

—Sí —dijo Draco—. Y caramelo.

—¿Alguna vez dejas de pensar en la comida?

—No.

—El romance está muerto.

—Ahórrate la saliva, Granger. —Draco desvaneció la muestra de Amortentia que Granger había
servido. Luego volvió a guardar los viales en su cartera—. Iré a buscar un café y, de paso, a mi
alma gemela.

—El café de abajo tiene una panna cotta de café con caramelo. Tal vez tu alma gemela sea un flan.

—Muéstrame.

Salieron juntos del salón de clases y caminaron unos pocos pisos hasta la planta baja. Granger agitó
su varita en el pecho de Draco para ocultar su insignia de Auror de la vista; sus túnicas negras no
provocaban segundas miradas en el Cambridge muggle.

Ella lo llevó al pequeño café. Quedaba una sola panna cotta en la ventana.
—Es una señal —dijo Granger.

Ella la compró para él (él no tenía dinero muggle), y un capuchino para ella.

—Gracias por dejarme compartir este día tan especial con ustedes dos —dijo Granger, colocando
el postre en las manos de Draco con gran solemnidad—. Por una vida de felicidad y amor.

Luego le entregó una pequeña cuchara de plástico.

—Mi regalo de bodas para la feliz pareja.

Un poco sarcástica, a veces, era Granger.

Salieron del edificio y el cálido sol de mayo los besó. Draco, comiendo a su alma gemela con una
cuchara, vio su venganza en la forma de un joven fornido cortando el césped.

—Mira, Granger, tu jardinero está recortando el patio. ¿Quieres que hable con él por ti?

—Son tribunales, no patios. Y no...

—Ey —dijo Draco al fornido muchacho—. ¿Tienes un móvil?

—Eh... ¿sí? —contestó el jardinero.

Draco agarró a Granger por los hombros y se paró detrás de ella.

—Ella es un poco tímida, pero ¿a esta profesora le gustarían tus números?

—¿Mi... qué?

—Ya sabes —dijo Draco, imitando a Granger usando su dispositivo muggle.

—¡Vaya! —dijo el jardinero—. Mi número.

Granger derribó las manos de Draco.

—Ignóralo —le dijo al jardinero—. Es un imbécil.

El jardinero parecía confundido pero, para enorme diversión de Draco, esperanzado. Observó a
Granger de arriba abajo.

—Pero... ¿Quieres mi número?

—No, siento molestarte. Por Favor, continúa con lo tuyo.

La cara del jardinero cayó.

—Bien. ¿Sabe dónde encontrarme si cambia de opinión, profesora...?

—Granger —dijo Draco amablemente.

—Eso no será necesario. Como dije, este hombre es un imbécil.

Granger, con un agarre en el codo de Draco que era más un pellizco que otra cosa, los alejó del
jardinero, quien los miraba decepcionado.

Draco, sintiéndose como si tuviera doce años, se estaba riendo para sí mismo.
—El pobre hombre parecía terriblemente triste, ¿sabes?

Granger estaba, aparentemente, demasiado enfadada con él para responder.

—Destrozado, Granger.

— Ay, cállate.

—¿A dónde vamos?

—A un lugar donde pueda Desaparecerme y alejarme de ti.

Había un nicho sombrío detrás de unos arbustos que parecían adecuados. Granger sacó su varita y,
con una última mirada irritada a Draco, desapareció rumbo a su casa.

Draco, todavía riéndose, clavó su cuchara en su «cosa» de café con caramelo.

Fue entonces cuando descubrió que Granger lo había transfigurado en moco de gusarajo.

—Esa maldita bruja —dijo Draco.

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Chapter End Notes

¡Hola! Espero hayan tenido unas buenas vacaciones, claramente con olor a colonia
cara y panna cotta de por medio.

¡Gracias por leer!

Próxima actualización: sábado 23

Besos,

Paola
La fiesta del té

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Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse

"Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love"

De Isthisselfcare

Beteado por Bet y Emily

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El Bloc de Draco se hundió en un silencio taciturno en los siguientes días. Asumió que Granger
estaba haciendo pucheros y que no volvería a saber de ella hasta que la presionara sobre sus
próximas vacaciones de asterisco.

Por lo tanto, se sorprendió al recibir una misiva de ella antes de que transcurriera la semana.

«Recibida la invitación a tomar el té de tu madre. Este domingo».

«¿Serás amable y asistirás?», preguntó Draco.

«No estoy segura de que merezcas que sea amable», dijo Granger.

«No castigues a mi madre por mi culpa», contestó Draco. «Además, comí mucosidad de gusarajo,
¿no he sufrido ya lo suficiente?»

«¿De verdad te lo comiste?», preguntó Granger.

«Sí», respondió Draco.

«Mentiroso», expresó Granger.

Draco no respondió, porque ella tenía razón.

Su Bloc volvió a zumbar. «Sólo voy si estarás allí. No sufriré sola».

«No puedo. Ya me inventé un conflicto de programación», contestó Draco.

«Lástima», señaló Granger. «Deshazlo».

«Pero eso es complicado», dijo Draco. Esperaba que ella pudiera escuchar el gemido a través del
texto.

«También lo es asistir a un evento en la mansión Malfoy».

Draco se enderezó en su asiento. Así que ella estaba jugando esa carta. Entonces supuso que no
tenía elección. «Entendido. Estaré allí».

Ella no respondió.

Llegó el domingo y con él la habitual ráfaga de preparativos que precedía a las funciones de
Narcissa. Draco permaneció en sus aposentos hasta que el torbellino de Henriette y sus compañeros
elfos se calmó y llegaron los primeros invitados.

Narcissa manejó sus listas de invitados con una estrategia y refinamiento desarrollados durante
décadas de servicio como la anfitriona perfecta. Los invitados de hoy fueron una mezcla de
empleados y académicos del Ministerio de alto nivel. Para Granger, el grupo le permitiría
mezclarse cómodamente con una multitud familiar; para Draco, fue una bendición, ya que las
categorías de pegajosas debutantes y empleados del Ministerio de alto nivel por lo regular eran
mutuamente excluyentes.

Tomó a Henriette y le pidió, en voz baja, que le avisara cuando llegara Granger.

Luego se dirigió al salón que Narcissa había abierto a la terraza oeste en esa hermosa tarde de
mayo. Mesas de plata delicadamente labradas, repletas de bocadillos y pasteles, se extendían hacia
la terraza. Los invitados estaban protegidos del sol por sombrillas de encaje que flotaban sobre
ellos.

Draco reconoció a algunos viejos compañeros de escuela y se acercó para conversar un poco con
Terry Boot (Departamento de Accidentes Mágicos y Catástrofes), Davies (Transportes Mágicos) y
Padma Patil (Universidad de Edimburgo). La conversación pasó de las bromas mutuas sobre
envejecer, a la reciente actuación de los Falmouth Falcons y, finalmente, a los niños, momento en
el que Draco perdió interés y comenzó a considerar maniobras evasivas.

El rescate llegó en la forma de Henriette, quien tiró de la manga de Draco para informarle que la
sanadora Granger acababa de llegar por red flu.

Draco encontró a Granger quitándose el polvo en el salón del flu. Casi había esperado que ella
llegara con un atuendo muggle para dejar claro su punto. Sin embargo, ella se había esforzado en
usar túnicas para la ocasión. Eran de un azul grisáceo claro al estilo francés, que acentuaban la
clavícula y el cuello esbelto, y se entallaban hasta la cintura.

Granger se veía pálida, pero parecía sobrenaturalmente tranquila cuando vio a Draco y preguntó:

—De nuevo, ¿por qué estoy aquí?

Draco enumeró posibilidades en sus dedos:

—1) Un repentino interés en construir puentes, 2) agradecer a los Malfoy por hacer posible la sala
Delacroix, 3) porque fuiste invitada personalmente por Narcissa Malfoy y nadie le dice que no y 4)
porque te obligué... Elige tu opción.

—No te hagas ilusiones, no puedes obligarme a hacer nada.

—No me desafíes, o puede que decida probar que estás equivocada.

Él y Granger intercambiaron miradas mutuamente obstinadas. Sin embargo, Draco estaba más
interesado en la clara falta de manos temblorosas u otros temblores que generalmente marcaban los
estados de ansiedad de Granger, que el evento de hoy debería haber desencadenado, dada la
ubicación.

—Tomaste una poción calmante —dijo Draco.

—Lo que sea que me ayude a superarlo —dijo Granger—. No necesito recordarte cómo fue mi
última estancia bajo este techo.

—Difícilmente es el mismo techo —contestó Draco, mirando el gran arco blanco sobre ellos.

—¿Qué quieres decir? Oh, dijiste que habían reconstruido...

Granger también miró hacia el gran techo. Se quedó en silencio por un momento y luego preguntó:

—Un experimento mental: ¿sigue siendo la misma mansión si todos sus componentes originales
fueran reemplazados?

—La Nave de Teseo —dijo Draco—. Bueno, la mansión de Teseo, supongo.

Granger desvió su atención del techo hacia él. Su expresión pasó de sorprendida a impresionada,
luego volvió a ser neutral.

—Precisamente.
—Dime cuando lo hayas resuelto. —Draco sostuvo su brazo hacia la puerta—. ¿Vamos?

—No —dijo Granger con un brazo envuelto alrededor de su cintura—. Preferiría quedarme aquí y
discutir la metafísica de la identidad.

—La mitad de los invitados aquí hoy son cerebritos; puedes discutir metafísica con tu pequeño
corazón. La gemela Patil que da clases en Edimburgo está aquí.

—Oh... ¿Padma está aquí?

Esta noticia animó a Granger a seguir a Draco hasta la puerta que conducía al vestíbulo de entrada.
Se detuvo en el umbral y respiró hondo para fortalecerse. Luego entró en la mansión propiamente
dicha. Draco, mirando detrás de él, notó que ella mantenía la cabeza gacha y no miraba para ningún
lado. Lo cual fue una lástima, porque se habían hecho cambios sustanciales desde su última y
desafortunada visita.

—Queríamos deshacernos de todo recuerdo de los... momentos más oscuros de nuestras vidas, de
la estancia de Voldemort aquí. —El comentario de Draco atrajo la atención de Granger más allá de
sus propios pies—. Ha cambiado un poco.

Con un esfuerzo, Granger forzó su mirada hacia arriba y alrededor.

—Oh, es mucho... mucho más brillante de lo que recuerdo.

Animado por este éxito, Draco decidió parlotear sobre los cambios, lo que sea que mantuviera a
Granger con la cabeza en lo alto. No estaría bien que ella entrara al salón luciendo aterrorizada.

—Pusimos algunas ventanas nuevas. Bueno, ese tragaluz fue un grandioso y maldito agujero de
alguna explosión. Pero nos gustó que el sol entrara en el vestíbulo, así que lo vidriamos en lugar de
techarlo.

Se detuvieron en otra gran ventana de forma extraña que daba al este.

—Esta fue hecha por un grupo de Bombardas emitido por un grupo de Aurores. No parecía que
valiera la pena volver a reconstruir con ladrillos, no cuando dejaba que el amanecer entrara
perfectamente.

Granger inclinó la cabeza, estudiando la característica arquitectónica decididamente no tradicional.

—¿Sabes? Me gusta bastante.

—El daño a las serpientes y otras cosas grotescas condujo a un descubrimiento bastante interesante
—dijo Draco, señalando las molduras del arco sobre ellas—. Descubrimos que habían sido
construidos sobre iconografía de ángeles. Pensé que hacía que el lugar se sintiera como una
catedral, pero a mi madre le gustaron. Ella mantuvo los más intactos.

Granger inspeccionó la media docena de ángeles posados y volando, cerca de la parte superior del
techo.

—Vaya, hubiera pensado que siempre habían sido serpientes.

—Nosotros también. Parece que algún antepasado de los Malfoy en el siglo XVIII se entusiasmó
un poco con los lazos de la familia con Salazar Slytherin y decidió adoptar de corazón la imagen
reptil.
Mientras avanzaban por el pasillo hacia el salón, las brillantes tablas debajo de sus pies dieron
repentinamente paso al cristal.

—Ahora, esto es interesante —dijo Draco—. Las mazmorras fueron completamente destruidas en
la última batalla, y debajo de ellas...

—¡Oh... Ruinas!

—Hicimos que vinieran algunos arqueólogos. Creen que fue un asentamiento monástico del siglo
VI.

—¿Céltico?

—Sí. Escribieron un informe... eh... está en alguna parte...

Granger parecía estar a punto de caer de rodillas y presionar su rostro contra el piso de vidrio, bajo
el cual brillaban las ruinas mágicamente iluminadas.

—Tienes que enviarme una copia. Qué fascinante.

Draco prometió hacerlo. Iba a felicitarse por su hábil manejo del estado de ánimo de Granger,
cuando la siguiente dificultad se presentó en forma de Henriette.

—¿Sándwich de huevo y berros? —gritó una voz en algún lugar de sus cinturas—. ¿Bollos con
nata?

Granger observó a la elfina doméstica. Henriette estaba impecablemente vestida con una funda de
almohada bordada, sonriente y atenta. Cuando Granger no respondió de inmediato, Henriette le
ofreció otra bandeja.

—¿O tal vez pastelitos de té acaramelados para Mademoiselle?

La lucha interna de Granger era evidente, pero la dominó.

—Sí, tomaré un pastel de té. Un grand merci.

—Cela me fait plaisir, Mademoiselle —dijo Henriette con una reverencia, antes de desaparecer.

Granger atrapó a Draco observándola mientras la elfina doméstica desaparecía.

—¿Qué? —espetó.

—Espero tu Manifiesto —dijo Draco.

Granger olfateó.

—He llegado a un acuerdo con el hecho de que hay algunas partes de la sociedad mágica que
nunca entenderé.

—¿Pero los aceptas?

—No —dijo Granger—. Los tolero.

—Mmm.

—No te preocupes, no comenzaré una revolución de elfos domésticos dentro de tus pasillos.
—Qué mal —dijo Draco—. Henriette es francesa, ya sabes, radical por naturaleza.

Finalmente, llegaron al salón. Draco escuchó una pequeña inhalación a su lado. Granger jadeó. Él
mismo era insensible a los arreglos de su madre, pero supuso que la escena era bastante bonita: la
luz del sol, la terraza, las sombrillas...

—Las flores —dijo Granger.

—Estoy encantada de que tengan tu aprobación —dijo la voz de Narcissa—. Bienvenida, sanadora
Granger. Estoy tan contenta de que hayas podido venir.

Draco notó que su madre usaba el título de Granger y se preguntó cuánto lo regañaría si lo
escuchara referirse a Granger como, bueno... Granger.

Narcissa, como excelente anfitriona que era, llevó a Granger a la habitación a través de un
recorrido por los arreglos florales más extravagantes. Había una rigidez entre ambas, moderada por
el mejor intento de cortesía neutral de cada bruja.

Narcissa arrastró a Granger hacia una multitud mayor del Ministerio. Draco observó cómo Granger
era presentada con atención a sus muchos logros. En estos círculos, Granger apenas necesitaba
presentación, pero su presencia en la mansión Malfoy era, como Narcisa esperaba, notada en
susurros quedos.

Confiado ahora que Granger no estaba a punto de desmayarse del terror o huir de las instalaciones,
Draco continuó con su propia mezcla. La reconstrucción del nombre y prestigio
Malfoy había tomado una década y media de trabajo por parte de él y su madre. Estaban viendo los
frutos de eso ahora: la habitación estaba llena de gente con poder, donde la mayoría estaban
contentos de ser vistos en una función de Malfoy, y disfrutaban plenamente de la hospitalidad de
Narcissa. Draco tomó nota de quién necesitaba dinero y quién necesitaba influencia.

Se sirvió el té. Granger se había metido entre la multitud de Hogwarts y estaba charlando con Patil
y Boot. Draco se complació en notar que ella revolvió su té correctamente, de un lado a otro, sin
chocar la cuchara contra la porcelana. Estaba seguro de que su madre también se habría dado
cuenta.

Sí, Narcissa acababa de mirar a Granger y sus ojos se habían posado en el movimiento. Su mirada
luego se deslizó hacia aquellos con los que Granger estaba hablando, observando la naturaleza de
sus interacciones.

Unos días antes, Narcissa le había confesado a Draco su sorpresa de que «la chica Granger»
hubiera aceptado su invitación a tomar el té. Había recorrido el estudio de Draco y enumerado los
beneficios detalladamente: una hija de muggles, íntima amiga de Potter, una sanadora con una
excelente reputación y, por supuesto, una bruja que había estado en el Otro lado de la guerra, que
ahora condescendió a reunirse con ellos en la mansión. Debería haber pensado en esto antes, de
verdad, pero la señorita Granger siempre había sido tan fría y poco sociable. Qué golpe de suerte
que Draco hubiera bailado con ella.

Narcissa consideró la asistencia de Granger como algo así como un éxito. Ahora lo estaba viendo
desarrollarse con evidente placer. Granger estaba siendo cordial, en lugar de distante como podría
haber sido, y se estaba comportando de una manera perfectamente femenina y brujil. Se reía de los
chistes débiles de figuras importantes del Ministerio y hablaba con autoridad sobre muchos temas.
Fue efusiva en sus elogios sobre la comida, las habitaciones, los anfitriones. En conjunto, la
invitada ideal.
Cuando todo el mundo estuvo debidamente satisfecho con salmón ahumado y pasteles y
mermelada, hubo un éxodo por las escaleras de la terraza hacia los jardines. Los invitados, unos
cuarenta según el conteo de Draco, vagaron por los setos y los macizos de flores de primavera
cuando el sol comenzaba a ponerse.

Aquellos con un interés especial en la botánica siguieron a Narcissa a los invernaderos, donde
dirigió un recorrido por sus especímenes más raros y delicados. Granger, por supuesto, se unió a
ese grupo. Draco lo siguió, pensando vagamente que esta reunión contaba como un evento público
y que, por lo tanto, debería estar presente en caso de que un invitado perdiera la cabeza y atacase a
Granger en presencia de uno de los Aurores más notorios del Ministerio.

Granger se interesó especialmente en el origen del jacinto colibrí de Narcissa, que su madre le
informó que había sido importado de un mago en Provenza, hace muchos años.

Narcissa se movió a la siguiente fila, junto con el resto del grupo. Granger se puso de pie y estudió
el jacinto, cuyos racimos de flores abrían y cerraban sus pétalos en temblorosos revoloteos, como
los colibríes del mismo nombre.

(foto: thegardensatmillfleurs.com)

—¿Estás admirando o estás tramando algo? —preguntó Draco, saliendo por detrás de un helecho
gigante.

Granger saltó. Entonces ella pareció enojada.

—No te preocupes.

—Lo último, entonces.

—Sólo estoy pensando —dijo Granger.

Draco se acercó a pararse a su lado.

—Si necesitas la flor para algo, estoy seguro de que a mi madre no le importará. Probablemente
estaría encantada de contribuir a cualquiera que sea tu iniciativa.

—No —la voz de Granger era vaga y sus ojos estaban desenfocados—. No, ella ya ha ayudado.

—¿Cómo?

—Nada... no importa —dijo Granger, regresando al presente. Lo cual era mentira, pero Draco
decidió no presionarla.

Echó un vistazo para ver a dónde había llegado el grupo. Sin embargo, algo la hizo detenerse.
Draco siguió su línea de visión hasta el techo de la mansión, a través del cristal del invernadero.

La realización cayó sobre ella.

—Malfoy, ¿es esto... es aquí donde solía estar el salón?

—Lo es.

Una especie de escalofrío recorrió a Granger. Luego vino el desafío: un enderezamiento de la


espalda, un endurecimiento de la mandíbula. Luego un reflejo extraño agarrándose a una de sus
mangas.

Ahora su rostro parecía demacrado y su respiración se estaba volviendo superficial. ¿Se había
desvanecido la pócima calmante en un momento tan verdaderamente desafortunado?

—Salgamos de aquí —dijo Draco. Él no le dio la opción de discutir, pasando su brazo por el de
ella y sacándola del invernadero. Para cualquier espectador, estaba actuando como un caballero que
escoltaba a una dama a través de charcos de lodo, pero su agarre era de hierro.

Se dijo a sí mismo que esta solicitud se debía a que devastaría a su madre si Granger se desmayaba
y causaba una escena durante uno de sus tés. No era porque le importara particularmente la bruja
que sostenía su brazo, quien de alguna manera vacilaba entre poderosa y completamente frágil en
un abrir y cerrar de ojos.

—Malfoy, estoy bien —dijo Granger con los dientes apretados. Intentó apartar el brazo.

—Mentirosa —contestó Draco, sin soltar su agarre.

—Bueno, estaré bien en un momento. No esperaba ser tan...

—Si dices débil, me enfadaré —dijo Draco.

—Abrumada, entonces. —Granger se secó la frente—. ¡Iugh!, sudores fríos.

—¿Debería ir a buscar algo? ¿Un filtro de paz? —preguntó Draco. Sin embargo, justo cuando
Granger abrió la boca, recordó—. No, está contraindicado dentro de las 24 horas posteriores a una
pócima calmante, casi lo olvido. Siéntate.

Granger se sentó en el banco de piedra hacia el que Draco la había conducido.

Y allí, finalmente, estaban las manos temblorosas. Trató de esconderlas entre los pliegues de su
túnica.

—Estoy bien, de verdad —dijo Granger.

—Tu bravuconería es irritante en el más alto grado —contestó Draco.

Llamó a un elfo doméstico para que fuera a buscar chocolate, quien se presentó inmediatamente
con una tableta enorme y dos pasteles de chocolate dispuestos en una bandeja de plata.

Granger rompió un trozo de la tableta y dejó que se derritiera en su boca.

—¿Mejor? —preguntó Draco.


—Mmm... endorfinas —dijo Granger. El intento de ligereza fue desmentido por su rostro sin
sangre.

—Si mi madre pregunta qué pasó, diremos que tomamos un desvío porque querías ver la fuente.

—¿Qué fuente? —preguntó Granger.

—Esa fuente —dijo Draco.

Granger hizo un balance de su entorno por primera vez y se encontró mirando la fuente.

La Fontaine des Quatre Parties du Monde, París:nuestra fuente de inspiración para hoy. (Foto:
eutouring.com)

—¡Hipocamposes! —jadeó Granger—. Eh... ¡Hipocampos!

Draco agitó su varita hacia la fuente, activando el gorgoteo de los chorros que realmente la
hicieron cobrar vida.

—Ahora que los he visto en persona, esto parece una pálida imitación.

—No seas tonto. Es bonito. ¿De quién es?

—Fremiet —dijo Draco.

—Por supuesto.

Draco miró la estatua críticamente.

—La escala es correcta, las proporciones son perfectas, el movimiento es hermoso, pero es difícil
capturar la majestuosidad.

—Lo que realmente necesitamos es un viento gélido del Mar del Norte para congelarse y así
completar la experiencia —dijo Granger.

—Haré que el jardinero agregue gotas de granizo.

—¿Tienes una escoba vieja para volar juntos?


—Probablemente —dijo Draco—. ¿Voy a buscarla?

—No.

—Pero imagina lo que diría mi madre.

—Exactamente.

Draco se recostó sobre sus palmas con una sonrisa.

—Ahora me apetece un vino caliente.

Observaron el juego del agua sobre los hipocampos encabritados en un silencio roto sólo por el
gorgoteo de los chorros. Granger comió otro trozo de chocolate. Draco obtuvo uno de los pasteles.

Dejando de lado la charla ligera sobre la fuente, Draco estaba luchando con algunos sentimientos
incómodos. Había convencido a Granger para que viniera a complacer a su madre, pero para ella
no había sido simplemente un paseo por la tarde en la casa de un antiguo enemigo. Ver su reacción
al estar parada donde había estado ese maldito salón ayudó a Draco a comprender que esto había
sido algo más grande y mucho más difícil.

En su mente, la casa ni siquiera era el mismo lugar, y el salón ya ni siquiera existía, pero para
Granger, esto había sido una visita a una escena de sufrimiento. Sus gritos habían resonado por
estos mismos terrenos durante muchas horas bajo la varita de Bellatrix. Durante sus noches más
inquietas, los recordaba.

No había sido bravuconería, había sido verdadera valentía el venir aquí.

—No debí haberte hecho venir —dijo Draco sin mirar a Granger porque admitir que había hecho
algo malo no le resultaba fácil—. ¿Quieres irte a casa? Te llevaré de vuelta al salón del Flu.
Podemos decir que uno de tus pacientes te necesitaba.

Granger lo miró con una especie de muda sorpresa. Luego se miró las manos, que habían dejado de
temblar.

—Creo que estoy bien ahora.

El color había vuelto a su rostro y su respiración había vuelto a la normalidad. Sin embargo, no
había vuelto al nivel de calma inusual que había marcado su llegada aquí; el Draft realmente había
desaparecido.

Granger estaba mirando el invernadero que se encontraba en el lugar donde había sido torturada.

—Creo que es bueno volver. Posiblemente sea el cierre, ¿no? Marca el final de un capítulo terrible.

El agua bailó. A medida que se ponía el sol, la iluminación mágica del jardín comenzó a hacerse
cargo. La fuente estaba bañada en luz; los hipocampos parecían respirar. El invernadero brillaba
dorado.

—Cosas buenas crecen ahora allí —dijo Granger—. Incluso tu hogar es... Diferente. Y no me
refiero sólo al edificio: está tocado por la luz.

Draco no dijo nada. Se habían desviado hacia un territorio nuevo y extraño más allá de las peleas y
las bromas, y él no tenía una base sólida.

—A veces pienso que quince años están tan terriblemente lejos —continuó Granger—. La mitad de
nuestras vidas, en realidad, una era. Y luego tengo momentos como... como el que acabo de tener,
donde se siente como si fuera ayer. Y todo está en carne viva y duele.

—Lo sé —dijo Draco. Él lo sabía exactamente.

Hubo un largo silencio. El agua bailaba y cantaba.

Finalmente, Granger volvió a hablar.

—Al menos has cambiado lo suficiente como para que ya no vea al idiota acosador de mis días de
escuela.

—¿Lo hice?

—Sí. —Granger sonrió con una ligera expresión—. Ahora sólo eres un idiota.

Mientras Granger sonreía, Draco sintió la distensión. Habían vuelto a un terreno familiar.

—Guau —dijo Draco.

—También te ha crecido la barbilla —dijo Granger.

—Gracias.

—Y tus pies, más o menos.

—Continúa. Esta catalogación es emocionante.

—¿Qué sigue?

—Aún no has insultado mis manos —dijo Draco.

—Muéstrame. —Ella tomó su mano en la suya pequeña y se la pasó con ojo crítico—.
Excesivamente grande; tal vez estarás dando otro estirón.

—Quizás.

—Sin embargo, es mejor que no —dijo Granger, soltando su mano—. Ya eres alto. No quieres
estar desgarbado.

Draco se permitió una sonrisa, porque podía escuchar la mentira en su voz.

—¿Algo más que quieras criticar sobre mis proporciones?

—Creo que he hecho un inventario de los peores infractores.

—Bah, si soy la proporción áurea personificada.

Granger le dio una mirada severa.

—Fibonacci debe haber estado ahogado en Chianti.

Una risa inesperada estalló en Draco. Luego se recompuso.

—¿Se te ha ocurrido que tu métrica de referencia está mal?

—¿A qué te refieres?


—En general eres minúscula —dijo Draco, señalando a Granger—. Esa base de comparación hace
que el resto de nosotros parezcamos enormes.

Granger parecía provocada.

—No soy minúscula. —Se sentó muy derecha en el banco—. Soy promedio, gracias o... un pelín
por debajo.

—Varios pelos, creo. Es posible que tengas algo de herencia Pixie. Eso explicaría la estridencia.

—No soy estridente —dijo Granger con voz estridente.

Draco levantó el índice y el pulgar, luego miró a Granger a través del espacio.

—Veinte centímetros de alto, eso es correcto. Diminuta.

—¡¿Diminuta?!

—Microscópica, en realidad. Eres una nanopartícula; debería hablar con ese tipo danés y
preguntarle sobre tus aplicaciones clínicas.

Granger abrió la boca. La ofensa y la diversión lucharon brevemente en sus rasgos, al instante,
estalló en carcajadas.

Mientras el brillante sonido resonaba en el patio, Draco decidió que hacer reír a Granger también
podría ser un pasatiempo digno de perseguir.

La alegría de Granger disminuyó. Respiró hondo y se secó una lágrima debajo del ojo con
delicadeza.

—Maravilloso. Sudores fríos y ahora lágrimas. ¿Hay alguna otra emoción que te gustaría sacar de
mí en tu guerra contra mi maquillaje?

—¿Qué emoción no has pasado hoy?

—Veamos... He estado estresada, enojada, asustada, perdonando (tus defectos), alegre, eh...

—Amor, entonces —sugirió Draco.

—He sentido eso.

—¿Ah sí?

—Sí... hay algo entre este chocolate y yo. Me gustaría quedarme a solas con esto, si no te importa.

—Lo siento, entraste en un ménage à trois por defecto cuando aceptaste chocolate en mi casa —
dijo Draco, rompiendo un trozo para sí mismo.

—¿Este chocolate no es monógamo?

—No.

—Bueno —suspiró Granger—, supongo que hay suficiente para compartir.

Sacó su varita y derritió un poco de chocolate. Luego partió un trozo del pastel de chocolate
restante y lo sumergió en el chocolate derretido.
—Pura decadencia, Granger, pero me gusta tu estilo.

Terminaron el pastel.

—Realmente me siento mejor —dijo Granger después—. ¿No sería mejor que nos reuniéramos con
los demás?

—Supongo —dijo Draco.

En realidad, no quería hacerlo. Preferiría sentarse ahí y ver la puesta de sol teñir el cielo de un rosa
suave, escuchar la fuente y disfrutar del zumbido para sentir el bienestar que únicamente el
chocolate mágico podría dar. Tal vez lanzarle una o dos discusiones a Granger, sólo por deporte.

¿Qué tema la provocaría más? ¿Adivinación? ¿Oxford supera a Cambridge? ¿Su gato?
¿Interrogarla sobre su proyecto? ¿Sugerir un paseo en escoba en grupo por la finca? ¿Insultar a
Potter? ¿Elfos domésticos?

Granger tenía una gran cantidad de botones.

Sin embargo, antes de que Draco tuviera el lujo de lanzar su siguiente misil, un grupo errante de
asistentes a la fiesta se unió a ellos en el patio y arruinó el ambiente con exclamaciones sobre la
belleza de la fuente.

Draco notó que Granger se había alejado de él en el banco. Esto lo divirtió: ¿qué pensaba ella?
¿Que la gente los vería juntos en un banco y sacaría algún tipo de conclusión? Él era Draco Malfoy
y ella Hermione Granger: eso era completamente risible.

Sin embargo, su distanciamiento lo hizo sentir malhumorado. Él también se alejó de ella en el


banco.

Esto hizo suficiente espacio para que un imbécil recién llegado se invitara a sí mismo a sentarse
entre ellos.

—Zabini —dijo Draco—. No sabía que estabas invitado.

—Draco —dijo Zabini—. Grang.. Hum... ¿Sanadora Granger? ¿Profesora Granger?

—Hermione está bien —dijo Granger, ahora protegida completamente de la vista de Draco por
Zabini.

—No estoy de acuerdo —contraatacó Draco—, no te tutees con Zabini.

—Demasiado tarde —dijo Zabini—. Tengo el permiso de la dama.

—Úsalo sabiamente —dijo Granger.

—Hermione —dijo Zabini, pronunciando la palabra lentamente, y molestando a Draco—.


Shakespeareano, ¿no?

—Lo es —dijo Granger. Parecía sorprendida.

Draco estaba aún más irritado por eso. ¿Y cómo demonios sabía Zabini eso? Idiota absoluto.

Zabini luego le dio la espalda a Draco y procedió a tener una pequeña charla afable con Granger.
Le preguntó sobre su(s) trabajo(s), sobre su investigación y sobre el por qué estaba perdiendo el
tiempo con un gran imbécil como Draco. Debería ir y sentarse con él bajo los cerezos. Narcissa
había sacado el champán.

—Estoy justo aquí —dijo Draco.

—Oh —dijo Zabini—. Lo había olvidado.

—Malfoy no es un gran imbécil —dijo Granger.

Zabini sonrió.

—¿Qué tamaño de imbécil es él, entonces?

—Más bien uno pequeño, y sólo cuando está enfadado.

—Claramente no lo conoces —chasqueó la lengua Zabini.

—He desarrollado una familiaridad —dijo Granger.

Zabini miró a Draco con asombro.

—¿Una familiaridad, dices?

—Trabajo —contestó Granger.

—¿Vaya? ¿Y en qué capacidad están tú y Draco trabajando juntos?

—Un asunto aburrido del Ministerio, con el que no te aburriré. —Granger se levantó, se arregló la
túnica y se fue hacia el grupo de invitados cercano a la fuente—. Disculpen, necesito hablar con
Padma.

Draco, que había estado mirando el trasero de Granger cuando se fue, se irritó al descubrir que
Zabini estaba haciendo lo mismo.

—Mmm... —dijo Zabini.

—¿Qué te tiene actuando como un gran idiota? —preguntó Draco.

—Nada —dijo Zabini—. Vi una cosa bonita y quise sentarme a su lado. Al igual que tú, ¿no?

—No estaba sentado a su lado porque es una cosa bonita —dijo Draco. Sin embargo, no quería
explicar cómo y por qué—. Sólo pasó.

—¿Así que no estaba interrumpiendo nada?

—Por supuesto que no. Ella es Granger. ¿Cuánto alcohol has bebido?

—Ninguno en absoluto. Pero... esto es bueno. Por un momento pensé que te estabas volviendo un
poco posesivo, viejo.

Draco se burló.

—¿Posesivo? Es Granger.

—Hemos establecido eso, sí —dijo Zabini—. Y ha pasado de ser una niña precoz a una especie de
bruja bastante feroz, autoritaria y competente. Eso me hace cosas. Pero si prefieres vivir en el
pasado, por todos los medios, continúa. Felizmente encontraré mi diversión en el presente.
Zabini se levantó para unirse a Granger y Patil, dejando que Draco reflexionara sobre eso.

Una cosa era segura: si Zabini pensaba que Granger iba a ser una mera diversión, se llevaría un
poco de sorpresa en todo su sistema. Las brujas de sangre pura que participaban en sus coqueteos
habituales eran diametralmente opuestas a Granger en cien niveles. ¿Una diversión? Zabini no
tenía idea de en qué se estaba metiendo.

Draco tomó una copa de champán de una bandeja que pasaba.

¿Y la sugerencia de que había estado actuando de forma posesiva? Ridículo. En el peor de los
casos, Draco se dijo a sí mismo mientras observaba a Granger por encima de su vaso, estaba
pendiente de ella. Y eso fue sólo porque él estaba, ya sabes, en una misión para protegerla. Cosa
que Zabini tampoco sabía.

Draco concluyó que Zabini no sabía nada y que era un idiota.

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Solsticio
Chapter Notes

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Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse

"Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love"

De Isthisselfcare

Beteado por Bet y Emily

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Draco no volvió a ver a Granger hasta mediados de junio. Entró en su laboratorio en Trinity justo
cuando él estaba renovando sus protecciones.

Parecía tan sudorosa como él, y bastante más agobiada.

—Estás cojeando —observó Granger mientras trotaba junto a Draco, con su túnica de sanadora
flotando detrás de ella.

—Perceptiva.

—¿Bludger?

—Mantícora.

Esto le dio una pausa. Ella giró.

—¿Lo has hecho revisar?

—Obviamente.

—¿Por quién?

—Sanador Parnell.

—Oh, él es maravilloso. Excelente. Adiós.

Con eso, Granger se encerró en su oficina.

Draco podría haber estado ofendido por este tratamiento arrogante de su tan estimada persona,
excepto que reconoció la mirada distante en los ojos de Granger: la mirada lejana, pensando en
algo, probablemente resolviendo el hambre mundial.

Con el pretexto de verificar dos veces la protección interior, Draco se paseó por el laboratorio
propiamente dicho. Como siempre, estaba impecablemente limpio. Le pareció que había más
botellas de Sanitatem que antes, y también algunas otras pociones curativas de diferentes potencias
agrupadas en conjuntos. Nuevamente, no había notas escritas en ninguna parte, ni ninguna
indicación real de en qué estaba trabajando Granger.

Estaba inclinado sobre un grupo de diminutas ampollas, tratando de determinar si alguna de ellas
contenía la muestra del Pozo Verde, la Ceniza de Beltane o la sustancia misteriosa que ella había
recolectado en Ostara, pero fue interrumpido por Granger asomando la cabeza por la ventana de su
oficina.

—No encontrarás mucho de interés allí —dijo Granger cuando lo vio husmeando.

—Necesito aprender «La Computadora» —dijo Draco, con una mano en su barbilla.

—Eso puede ayudar.

—Enséñame —dijo Draco.

Preferiría esperar a que Granger aprovechara la ocasión. Sin embargo, ella dijo:

—No.

—¿No?
—Por razones estratégicas, prefiero mantenerte inútil.

—Poco generoso de tu parte.

—Lo sé —dijo Granger—. Por cierto, tengo un favor que pedirte.

—La respuesta es no —dijo Draco.

—Brillante —dijo Granger—. Está arreglado, entonces.

Volvió a meter la cabeza en su oficina y cerró la puerta.

—¿Qué está arreglado? —preguntó Draco a la puerta cerrada.

—Nada —dijo Granger desde dentro.

—Dime.

—No.

—¿Tiene que ver con el Solsticio que se acerca? ¿Litha?

—Vete, dijiste que no querías ayudar.

—Voy a abrir esta puerta —gruñó Draco.

—No, no estoy decente.

—Mentirosa.

—Es cierto. Me estoy desvistiendo. —Llegó la voz de Granger ligeramente amortiguada.

Draco hizo una pausa.

—Un poco conveniente, ¿no?

—Sólo dame un puto minuto.

Draco le dio un puto minuto.

Granger abrió la puerta de nuevo. La acompañó la corriente fría de hechizos refrescantes y un olor,
sorprendentemente tentador, a antiséptico y sudor. Su cabello era un moño revuelto en su coronilla.
Se había quitado la túnica de sanadora y la había reemplazado con ropa muggle.

—Todavía no estás decente —dijo Draco, observando sus pantalones cortos y la blusa escotada, sin
embargo, todavía de manga larga.

—Por favor, este es un atuendo normal cuando hace mucho calor. ¿Son todos los magos monjes en
secreto, o solo eres tú?

Draco consideró esto como un ataque a su machismo, y contempló seriamente mostrarle a Granger
lo poco monje que era, excepto que no podía pensar en cómo expresarlo de una manera varonil y
viril.

—¿Has cambiado de opinión sobre el favor? —preguntó Granger, apartándose de su camino para
poder entrar.
Draco tomó su silla habitual frente a su escritorio y asumió una pose magnánima.

—He decidido, al menos, escucharte.

—Gracias por prodigarme con tu caridad.

Draco le hizo un gesto para que continuara de una manera majestuosa. Además, no tenía ninguna
dificultad para concentrarse en su rostro y su escote bajo no lo distraía en absoluto.

—Sólo te pregunto esto porque sé que eres moralmente corrupto y no tienes estándares éticos —
comenzó Granger—. No le preguntaría a ningún otro Auror lo que voy a preguntarte a ti.

—Fuerte prefacio —dijo Draco—. Estoy halagado. Continúa.

—¿Cómo te sientes acerca del robo?

—A favor —dijo Draco.

—Ni siquiera sabes lo que estamos robando.

—¿Qué es?

—¿Qué pasaría si fuera, teóricamente, por supuesto, una preciosa reliquia de crítica importancia
religiosa?

—... ¿Cuándo nos vamos?

—¿Tienes algún plan para el Solsticio? —preguntó Granger.

—Un robo de un artefacto religioso con una sanadora sorprendentemente traviesa —dijo Draco—.
¿Tú?

Una mirada complacida cruzó el rostro de Granger y luego desapareció.

—Tengo planes con un Auror moralmente en bancarrota.

—Suena como un partido.

—Estoy empezando a pensar que lo es —dijo Granger. Su risa contenida hizo que sus ojos
brillaran.

—Entonces, dime.

—¿Prometes que no me denunciarás a las autoridades?

—Soy la autoridad, Granger.

—Bien. —Granger juntó las manos frente a ella en un nudo nervioso—. Voy a robar parte de un
cráneo.

—Un cráneo.

—Sí.

—¿Humano?

—Sí.
Granger observó a Draco ansiosamente por su reacción. La hizo sufrir al mirarla sin expresión
durante veinte segundos completos.

Ella estaba conteniendo la respiración.

—Diabólico, Granger.

Granger dejó escapar el aliento.

—¿La persona está viva o muerta? —preguntó Draco.

Granger parecía escandalizada.

—Muerta, por supuesto.

—No hago suposiciones. ¿De quién es el cráneo?

—María Magdalena.

Granger estaba conteniendo la respiración de nuevo.

—¿Qué?

—Te dije que tenía un significado religioso —dijo Granger.

—¿No es muy importante para los muggles? ¿Los cristianos? ¿Dónde se guarda su cráneo?
¿Vamos a asaltar el Vaticano?

—Bueno, esa es la buena noticia, creo. Su cráneo yace en un relicario, en una cripta. Y esa cripta
está en un pequeño y tranquilo monasterio al sur de Francia.

—Entonces, ¿cuáles son las malas noticias?

—Bueno, hablando de monjas, el monasterio está dirigido por las Hermanas Benedictinas del
Sagrado Corazón.

—¿Y?

—Son brujas.

—Ah —contestó Draco.

—Han estado encubiertas como una orden religiosa durante siglos para escapar de la persecución.
Ellas protegieron a la Magdalena cuando huyó de Tierra Santa. Robarles será un poco más
complicado que aparecerse y robarles su reliquia más preciada.

—Supongo que tienes un plan —dijo Draco.

Granger parecía ofendida de que siquiera preguntara.

—Obviamente. Estoy eligiendo un enfoque simple con la menor cantidad posible de partes
móviles. Tu aporte como Auror sería apreciado, por cierto.

—Cuéntamelo.

—El monasterio está abierto para los visitantes, es un paseo popular para los muggles en el área.
Seremos torpes recién casados muggles.
—¿Debemos estar torpes? Me resultará difícil permanecer en el personaje.

—Sí debemos. Nuestra caminata coincidirá, desafortunadamente, tontos, somos tan torpes, con las
celebraciones del solsticio de verano de las Hermanas Benedictinas.

—¿Debemos estar recién casados? Nos detestamos bastante.

—Lo sé, pero sí. Si las monjas intentan prohibir la entrada debido a las celebraciones del solsticio
de verano, probablemente no lo harán, pero por si acaso, diremos que esta visita fue el punto
culminante de nuestra luna de miel, y que la peregrinación fue una promesa de votos
matrimoniales, y que todo lo que queremos hacer es orar a la Magdalena, y ¿no considerarían hacer
una excepción? Lloraré. Tú también puedes llorar. Esperemos que dejen entrar a los idiotas
llorones con una supervisión mínima.

—¿Y si no lo hacen? —preguntó Draco.

—Eso significará que son unas miserables sin corazón y no me sentiré mal por aturdirlas para
entrar.

—Mira, ese es el problema con la moral. Me hubiera saltado al aturdimiento.

—Sí, bueno, tengo un sentido de la ética un poco más desarrollado que tú, así que me gustaría que
se lo merecieran de alguna manera... sólo un poco. No puedo afirmar que soy demasiado noble, ya
que me dispongo a dañar un artefacto de valor incalculable. Sin embargo, es por una muy buena
causa, ¿eso se equilibra? De todos modos, a media mañana, la mayoría de las Hermanas estarán en
el pueblo; allí hay una basílica donde la gente del pueblo se congrega con ellas. Sólo quedará una
tripulación mínima en el monasterio y, por supuesto, las protecciones que estas brujas hayan puesto
para proteger el cráneo y sus otras reliquias.

—Las reliquias de valor incalculable que han estado protegiendo durante siglos. Unos cuantos
encantamientos maulladores polvorientos, estoy seguro. Esto será pan comido.

—Es por eso por lo que estaría bastante complacida si vinieras conmigo —dijo Granger—. Tengo
algún conocimiento de las protecciones, pero la tuya eclipsa la mía. Ahora, en el caso de que las
cosas se pongan feas, he preparado algunas... eh... distracciones que estaré plantando mientras
hacemos nuestra gira inocente y torpe.

—¿Qué tipo de distracciones?

Granger agitó su varita y una runa brillante cobró vida entre ellos. Movió su varita y mostró dos o
tres más. Cada uno de ellos contenía el radical Kenaz: fuego.

—¿Dispositivos incendiarios? ¿En un monasterio?

Granger se mordió el labio.

—Sí.

—Eres una amenaza, Granger.

—Pero los he modificado, se verán mucho peor de lo que realmente son. Sin embargo, les darán a
las Hermanas un verdadero problema para extinguirlos. Integré metales combustibles.

El alquimista de Draco estaba intrigado.


—¿Qué metales?

—Magnesio, litio, potasio.

—Un Aguamenti lo joderá todo —dijo Draco—. Tendrán que encontrar un agente extintor en seco.

—Sí, para cuando lo resuelvan, ya nos habremos ido. He puesto un límite periférico en cada
explosión; los incendios parecerán enormes, pero el daño real debería limitarse a un metro
cuadrado.

—¿Y los disfraces? —preguntó Draco.

Aquí Granger parecía ambivalente.

—Te dejo el tuyo. Iba a hacer algunos glamours simples. Estudié en Francia durante dos años y
sólo fui reconocida una vez por un compañero inglés. No creo que las monjas del monasterio más
remoto del país estén al tanto del último look de Hermione Granger.

—Justo.

—Nos abriremos camino a tientas por el monasterio, aturdiendo y obliviando según sea necesario -
con suerte, no en absoluto-, y tomaré un fragmento del cráneo tan pequeño que ni siquiera sabrán
que se ha ido.

—¿Y luego? ¿Nos desaparecemos?

—Toda el área está protegida. —Hizo una mueca Granger—. Por eso somos caminantes muggles.
Tendremos que trotar hasta el borde de la sala para desaparecer.

—¿Traslador?

—¿Demasiado rastreable, a menos que hayas arreglado el que intentaste en el anillo?

—No lo he hecho —dijo Draco—. Ese encantamiento es un verdadero fastidio. Hay una razón por
la que hay un departamento completo dedicado a los expertos de Portus.

—Maldición.

—¿Escobas?

Granger respondió a esta inteligente sugerencia con toda la gratitud y el entusiasmo que cabría
esperar, es decir, ninguno en absoluto.

—¿Por qué siempre hay escobas contigo? —preguntó en una especie de gruñido.

—Porque son malditamente útiles, y mucho más rápidas que andar de vuelta por el sendero a pie
hasta que podamos desaparecernos. ¿A menos que seas secretamente una animaga de cabra
montés?

—Pero, ¿cómo involucraríamos escobas? ¿Esconderlas en el camino por adelantado?

—¿Puedes meter una escoba en tus bolsillos extendidos?

—Probablemente —dijo Granger, frunciendo el ceño—. Probablemente solo una, dada la forma
incómoda.
—Entonces está arreglado. Desilusión y un rápido paseo en escoba. Las he usado cientos de veces
para salir de situaciones difíciles. Tan pronto como golpeas el cielo, no pueden verte en absoluto, y
estás a millas de distancia antes de que puedan invocar a sus propias escobas.

Granger suspiró.

—Bien. Escoba hasta que hayamos pasado la sala antiapariciones. Luego nos desaparecemos
y sólo en el desafortunado caso de que activemos una protección o nos atrapen con las manos en el
cráneo y nos persigan. De lo contrario, nos vamos por donde vinimos.

—Elegiré una de carrera —dijo Draco, cada vez más emocionado ante la perspectiva—. Puedo
añadir un segundo asiento.

Por su parte, Granger parecía irritable.

—Una de carrera. Maravilloso.

—El punto es ser rápido. ¿Hacemos un análisis FODA?

—No, sé que es una buena idea —dijo Granger. Ella se veía malhumorada—. No tiene que
gustarme.

—Bueno... ¿Cuándo traeré mi escoba para que te lo metas? Tendremos que ver si el palo encaja en
cualquier minúscula hendidura que estés ofreciendo, con amuletos de extensión o sin ellos.

Granger intentó valientemente mantener una cara seria.

—¿Qué? —preguntó Draco, su propio rostro impasible.

Granger colapsó en una risita contenida.

—¿P-por qué tuviste que decirlo así?

La cara de póquer de Draco era impecable.

—¿Cómo qué?

—Como un eufemismo horrible para ugh... No importa.

—¿Para qué, Granger?

—Dije que no importa.

Draco se rindió y sonrió.

—¿Quién se está riendo de los penes ahora?

Granger, dándose cuenta de que le había estado tomando el pelo, le dio una mirada sombría.

—Al menos no me estoy ahogando mientras lo hago.

—Atragantarse mientras tienes la boca llena en La Verga es un rito de iniciación.

Granger no pudo evitar el resoplido que se le escapó.

—Para.
—Ahora, si podemos dejar de hablar de penes por un momento...

— No estoy hablando de penes, tú lo haces.

—Estoy hablando de escobas y pubs. Soy inocente.

—No, eres enloquecedor —Granger presionó las yemas de sus dedos en sus sienes—. Bien,
concentrémonos ya que Tengo lugares en donde estar.

—¿Dónde tienes que estar?

—Lugares —dijo Granger—. En cuanto a nosotros, nos vamos el próximo viernes. Te anotaré los
detalles, pero, en resumen, iremos por red flu a Aix-en-Provence. Nos llevaré al pueblo de Saint-
Maximin para que lleguemos como muggles.

—Bien.

—Y mantén esta escapada para ti —agregó Granger.

—No —dijo Draco en un torrente de sarcasmo molesto—. Estaba pensando en colocar un anuncio
en el Profeta.

—Simplemente no quiero que la gente haga preguntas...

Draco levantó las manos para enmarcar un titular imaginario:

—«Atractivo auror acepta viajar a Francia con Severa Sanadora».

—¿Severa? —repitió Granger, de una manera un tanto agobiante.

—O suspicaz, ¿preferirías eso? Me gustaría conservar la aliteración.

Las fosas nasales de Granger se ensancharon.

—Preferiría que termináramos esta conversación.

—Malhumorada Medibruja —dijo Draco generosamente.

La mandíbula de Granger se apretó.

Dado que no quería que le arrancaran los huevos, Draco se levantó para hacer su salida.

—¿Irascible Investigadora? —gritó por encima del hombro—. ¿Profesora psicópata?

Había algo deliciosamente asesino en la forma en que escupió: «¡Malfoy!» a su espalda en retirada.

Cuando Draco hubo descendido las escaleras en el Salón del Rey, bien lejos del alcance de
maldiciones, sacó su copia del horario de Granger e investigó los «Lugares» en los que ella tenía
que estar.

Era un restaurante italiano en una hora. Participante(s) sin especificar.

Draco volvió a guardar su agenda en su bolsillo.

Tenía cierta sospecha de que Granger tenía una cita.

Y no le importaba en absoluto, y ciertamente no lo irritaba sin razón.


Le envió una nota a Zabini, por una abundancia de, bueno, él lo llamaría precaución, preguntándole
si tenía algún plan para esa noche. Zabini dijo que no, pero estaría feliz de tener planes; ¿deberían
encontrarse en el Macassar?

Draco le devolvió su acuerdo. También invitó a Theo, quien sugirió que invitaran a Pansy, quien
trajo a su esposo Longbotonto, quien invitó a MacMillan, quien llegó con tres colegas del
Ministerio, y terminaron haciendo una gran velada.

Una de las subalternas de MacMillan era una bruja con la que Draco se había acostado varias veces
a lo largo de los años. Ella le dedicó sus atenciones amorosas durante toda la velada y él las aceptó
con una especie de desgana: las caricias en el muslo, el apretón de su brazo. Sin embargo, cuando
ella lo siguió por el pasillo oscuro que conducía al baño, descubrió que no tenía ningún deseo de
seguir con ella. Cuando regresó, muy tranquilo y con una bruja ofendida detrás de él, Zabini y
Ernie lo miraron con una ceja levantada.

Lo que sea. Mientras bebía su whisky de fuego, Draco reflexionó que al menos podía estar
tranquilo de que Granger no estaba coqueteando con Zabini esta noche.

El viaje de Londres a Francia fue todo lo tranquilo que se podría desear. Draco encontró a Granger
en una de las salidas internacionales de Flu en Londres. Después de que ella se declaró satisfecha
con la ropa muggle de vacaciones de Draco, «Bastante inteligente, de verdad, pareces tener un
bote», se acercaron al fuego.

Luego, después de un torbellino bastante largo de tres minutos en el Flu que hizo que Granger se
pusiera verde, se encontraron en el corazón del Tournesol en Aix-en-Provence.

A partir de ahí, Granger se hizo cargo, los llevó a un lugar de alquiler de autos y luego condujo los
cuarenta kilómetros hasta la encantadora ciudad costera de Saint-Maximin-la-Sainte-Baume. Sus
maletas estaban en el maletero, sus tentempiés en el asiento trasero y el estéreo del coche sonaba
algo que no era música folclórica austriaca. Draco descubrió que era un viaje placentero a través de
olivares, viñedos y colinas salpicadas de ruinas medievales. Tal vez había algo que decir sobre las
rutas escénicas de los muggles, en lugar de la inmediatez de la aparición.

Moustiers-Sainte-Marie: una típica escenaprovenzal. (Foto: AP)

Granger estaba llena de una especie de energía nerviosa que se manifestaba en una corriente de
balbuceos informativos combinados con una conducción animada. Draco soportó lo primero y
disfrutó bastante lo segundo. Su Peugeot alquilado se había visto, para el ojo inexperto de Draco,
como una especie de coche pesado, pero Granger había despertado un celo por la vida en la cosa.

Pasaron zumbando por el serpenteante tráfico provenzal sin problemas hasta que Granger encontró
un provocador: un Citroën negro cuya principal alegría era correr para alcanzarlos, pasarlos, y
luego reducir la velocidad de nuevo de una manera un poco molesta.

—Idiota —dijo Draco, la tercera vez que sucedió.

—Un parisino, por supuesto —dijo Granger, observando la placa de matrícula.

—Tengo la idea de golpearlo con un pinchazo —dijo Draco, girando su varita entre sus dedos.

—Eso no sería deportivo —dijo Granger. El camino se enderezó lo suficiente para que ella
intentara pasar. Ella cambió de marcha—. Agárrate los pantalones.

El motor del Peugeot gimió en protesta sobresaltada cuando Granger pisó el acelerador. El coche
respondió con un asombroso estallido de velocidad. La cabeza y el cuerpo de Draco se sentían
como si estuvieran siendo presionados contra el asiento por las fuerzas G, una sensación deliciosa
que lo hizo querer gritar.

Los neumáticos chirriaron y su pequeño coche se adelantó al Citroën.

—Adiós, imbécil —dijo Draco, haciendo una señal grosera al otro conductor mientras lo pasaban.

El hombre del coche le devolvió un gesto igualmente amistoso.

Mientras avanzaban a toda velocidad por la carretera, Draco comentó:

—No pensé que este auto tuviera ese tipo de energía. ¿Qué le pusiste de gasolina? ¿Pepperup?
¡Oye, tenías tu varita fuera!

Granger estaba metiendo algo en su bolsillo. Ella empezó.

—¿Qué? No.

—¿Y me llamaste antideportivo?

—Solo nos di un pequeño empujón —dijo Granger, con una mirada triunfal hacia el otro auto a
través del espejo retrovisor.

Draco la observó.

—La paradoja de Granger.

—¿Te ruego me disculpes?

—Eres un demonio de la velocidad y, sin embargo, odias volar.

—No soy un demonio de la velocidad —se burló Granger—. Sólo estoy un poco impaciente.

—Tú también esquías. ¿No es el esquí más bien un deporte extremo? ¿Te lanzas por los Alpes a
gran velocidad?

—Sólo si lo pones de esa manera...


—Desde la cima de una montaña —dijo Draco—. Miles de metros en el aire. Las escobas te
llevarán a doscientos metros de altura, como máximo.

—Es diferente cuando no hay nada debajo de ti.

Siguió una larga discusión. Mientras tanto, el campo que los rodeaba se volvió boscoso. Tomaron
una vía de acceso a un camino rural, serpenteando a través de barrancos y luego volvieron a subir.
Pasaron por agradables pueblos medievales y luego por un sinuoso camino rural, que
eventualmente los llevó a vastas llanuras salpicadas de campos de lavanda y, finalmente, al mar.

(Foto: Keeboon Tan)

—Oh, qué hermoso —suspiró Granger, en un momento de suavidad inusual.

—Un bálsamo para el alma —dijo Draco, con suficiente agudeza para sugerir cinismo, para cubrir
el hecho de que lo decía en serio.

El pintoresco pueblo de Saint-Maximin apareció a la vista bajo el sol de la tarde.

—Nos quedaremos en el hotel esta noche —dijo Granger—, y haremos la caminata y la otra
actividad mañana por la mañana.

Draco sintió que ella lo miraba de soslayo, a lo que él arqueó una ceja.

—¿Qué?

—Los mejores hoteles estaban llenos, así que no seas un imbécil sobre la calidad del lugar. Es...
mayor. Sin embargo, el restaurante aparentemente es encantador.

—¿El hotel está dirigido por ogros?

—Por supuesto que no, esta es una ciudad muggle.

—Entonces estará bien.

—¿Te has quedado en un lugar dirigido por ogros?


—Sí —dijo Draco—. Una vigilancia en Budle. Como resultado, aprendí un hechizo de exterminio
de chinches, así que estaremos bien si sientes algo corriendo por tus piernas esta noche.

—Iugh. —Se estremeció Granger.

El móvil de Granger, que había estado sirviendo como una especie de mapa en vivo durante el
viaje, de repente anunció que el Hotel Plaisance se acercaba a su derecha.

El hotel era viejo y gastado, pero muy bien situado.

Hotel Plaisance. (Foto: lechateausormiou.fr)

El pequeño vestíbulo estaba repleto de otros recién llegados, todos atendidos por una sola anciana
sorda, que se movía con toda la agilidad de un molusco. Eventualmente, fue su turno, y la mujer
les dio la llave de su habitación y anotó sus nombres para reservar una cena.

La diminuta habitación tenía una cama de integridad estructural cuestionable, una lámpara, un sofá
hundido y una idea tardía de un baño.

Había un olor vago y rancio en la habitación, como si la tía abuela de alguien hubiera rociado
perfume y luego hubiera muerto allí en circunstancias tristes.

—Todas las comodidades, Granger —dijo Draco mientras hacían un balance.

—¿Vista al mar, al menos? —dijo Granger, golpeando las persianas para ventilar las cosas.

La cama chirrió cuando Draco se sentó en ella y luego se hundió casi hasta el suelo, con indicios
de que planeaba colapsar por completo bajo su peso tan pronto como se durmiera.

Granger observó a Draco donde estaba sentado, con las rodillas casi a la altura de la barbilla.

—La cama es tuya —dijo con lo que sin duda pretendía sonar como generosidad. Sonaba bastante
estratégico para los oídos de Draco. Tenía el ojo puesto en el sofá—. Transformaré esto en algo
útil para mí.

—Algo útil —repitió Draco, mientras Granger realizaba un complejo ejercicio de Transfiguración
de diez minutos, convirtiendo el sofá en una hermosa cama de aspecto cómodo, era una majestuosa
burdeos.

Granger se perdió la burla.


—Eso debería bastar —dijo ella, ligeramente sin aliento por el esfuerzo mágico—. Ahora, me
gustaría una ducha. ¿Cuáles son tus planes para la noche? La cena es a las ocho.

—Mi trabajo —dijo Draco, ya mirando hacia la ventana—. Voy a dar un paseo. Te veré de vuelta
aquí en quince minutos antes.

—Está bien —dijo Granger y sacó una lista.

—¿Qué es eso?

—Mi itinerario para la noche —dijo Granger.

—...Sólo tienes tres horas —dijo Draco. Incluso desde el otro lado de la habitación, la lista parecía
larga.

—Lo sé. Será mejor que me ponga manos a la obra. Hay tantos pequeños museos y librerías
encantadoras y, por supuesto, la basílica.

Granger luchó con su equipaje, sacó una muda de ropa y entró al baño.

Draco la dejó con eso y acechó los lúgubres pasillos del hotel, vigilando a medida que avanzaba.
No encontró a malos; solo había muggles presentes. El plan de Granger, al menos para el primer
día, se estaba desarrollando sin problemas.

Mañana sería una historia completamente diferente, por supuesto. Draco regresó a su habitación
para leer el tomo sobre las protecciones que había traído con él.

Granger ya se había ido. Era lo mejor para él porque podría estudiar un poco más. Se quitó los
zapatos y se estiró en la cama de Granger, el libro flotando sobre él mientras hojeaba las páginas.

Draco había estado enfocando su estudio en las técnicas de protección en el Continente, pero
especialmente en el trabajo de las órdenes religiosas mágicas. Esperaba que sus lecturas sobre los
sistemas de custodia de los monjes cistercienses y dominicos le dieran, como mínimo, una pista
mañana cuando descubriera lo que sea que las hermanas benedictinas habían arrojado alrededor de
sus queridas reliquias.

Como prometió, Granger regresó quince minutos antes de las ocho. Ella lo vio leyendo y
directamente fue hacia él.

—Ooh, ¿qué tienes ahí?

—Estoy estudiando para mañana —dijo Draco—. Dame un minuto, encontré algo interesante.

Granger se acercó a la cama para leer el título de su libro. Por el rabillo del ojo, Draco vio que ella
se había cambiado y se había puesto un vestido de verano blanco. Su cabello estaba atado en una
trenza, aunque se estaba deshaciendo lentamente. Su piel olía a sol y algo dulce. Respiró hondo.
¿Almendras?

Ella estaba masticando algo.

Draco le tendió la mano, su atención aún en el libro.

—No queda ninguno —dijo Granger.

Draco hizo flotar el libro más abajo para poder mirarla a los ojos.
—Mentirosa.

Granger suspiró y sacó una bolsa arrugada.

—Datte fourrée à la pâte d'amande.

Draco tomó el dátil relleno de mazapán que le ofrecían.

Fue exquisito.

—Mmm... —dijo Draco—. Bendice a los franceses.

Reanudó su lectura, pero sólo por un momento, porque Granger se cernía sobre el libro de una
forma celosa.

Hizo flotar el libro más abajo de nuevo.

—¿Sí?

—¿Puedo echar un vistazo? —preguntó Granger.

—Puedes tomarlo después de la cena —dijo Draco, levantando el libro de nuevo.

Granger apoyó un muslo en el costado de la cama.

—¿Puedo ayudarte? —preguntó Draco, observando esta actividad.

—Anímate —dijo Granger—. Ambos sabemos leer.

—No, no podemos. Espacio personal, Granger —dijo Draco, haciendo un movimiento para
ahuyentarla con su mano.

—Esta es mi cama —señaló Granger, con razón.

Draco se movió con un gruñido (no había mucho espacio para moverse).

—Estamos a punto de ir a cenar.

—Pero encontraste una Cosa Interesante —dijo Granger. Sus ojos brillaban con curiosidad.

Ella se apretujó en la cama junto a él. El libro flotaba sobre ellos.

—Esto es... —comenzó Draco.

—Silencio —dijo Granger—. Estoy leyendo.

Draco se sumió en un molesto silencio.

Granger no leyó, por cierto, Granger devoró. Su velocidad de lectura superó a la de Draco en un
cincuenta por ciento en su mejor estimación, y él mismo era un lector rápido. Sin embargo, no pasó
las páginas para adaptarse a su ritmo. Él le dio una conferencia moral sobre la importancia de
absorber la información y saborear el texto en su lugar.

Ella respondió con un largo y dramático suspiro. Draco sintió la expansión de su pecho contra su
costado. Eso le hizo darse cuenta de que Granger estaba allí de una manera diferente a su presencia
impaciente. Lo puso alerta y nervioso, porque estaba acostado en una cama con una mujer, y esa
mujer era Hermione Granger. Si alguna vez hubiera estado lo suficientemente loco como para
imaginar una escena así, habría imaginado un momento de retroceso, de disgusto, probablemente,
en este nivel de cercanía con su enemiga de la infancia.

En cambio, se sentía cálida, olía a sol, a almendras, y su cabello le tocaba el cuello: era íntimo y
extraño. Sintió una especie de parálisis placentera, de no querer respirar, de no atreverse a moverse
y accidentalmente tocarla demasiado, o peor aún, hacer que se alejara.

Pasó la página, sin tener idea de lo que acababa de leer.


Arte de la bella Naiveillus

Sus ojos iban a la deriva del libro sobre ellos a sus piernas, que estaban dobladas por la rodilla, con
una pierna cruzada sobre la otra. Su vestido estaba arremangado en sus muslos, cubriendo
cualquier cosa de interés – no había nada indecente en todo eso, en realidad – e incluso así se sentía
ilícito y emocionante ver las piernas de Granger desde aquí. Se había quitado las sandalias para
unirse a él en la cama. Podía ver el delicado arco de su pie descalzo, las líneas bronceadas donde el
sol la había besado y luego trabajado alrededor de las correas, los dedos pintados de rosa.

El delicado pie comenzó a rebotar.

—Lo estás haciendo a propósito para molestarme, siendo tan lento —dijo Granger.

Draco volvió a mirar la página.

—No, estoy siendo atento.

Granger agitó su varita para ver la hora: eran las ocho en punto.

—Puaj, tenemos que irnos.

Se levantó y se puso las sandalias.

—La técnica de protección de Caleruega suena terriblemente sensible. ¿Crees que las Hermanas
podrían estar usando eso?

—Puede que lo sean —dijo Draco. Él descubrió que su cerebro estaba trabajando en una especie de
cámara lenta; todavía estaba procesando sus muslos y el vestido arremangado, y aún no se había
unido a él en el presente.

—Deberemos tener mucho cuidado mañana, si esas cosas son tan disparatadas como sugiere este
texto.

Granger estaba rehaciendo su trenza. Draco olió su champú. Eso devolvió su cerebro al presente,
porque le gustaba.

Todavía estaba hablando del capítulo que acababan de leer, si Draco sentía que necesitaba más
preparación, si debiesen revisar el plan, y si es así, qué partes deberían modificar. ¿Quizás debería
fingir estar enferma en el monasterio para distraer a las Hermanas mientras Draco entraba en la
cripta, para ganarle más tiempo? Pero no, él no había estudiado los mapas como ella; le había
llevado semanas memorizar los caminos laberínticos, etcétera.

Lo cual fue excelente, ya que le dio tiempo a Draco para controlarse. ¿Qué diablos estaba mal con
él? Fue al baño para echarse un poco de agua fría en la cara y, con suerte, algo de sentido común
en su cerebro.

Bajaron las escaleras para cenar.

El restaurante estaba lleno de bullicio. Era una hermosa instalación al aire libre en una especie de
muelle alargado que se adentraba en el mar, repleto de tantas mesas como era posible. Draco y
Granger se abrieron paso entre los demás clientes hasta una mesa para dos al final del muelle.

Siendo pleno verano, el sol aún se cernía sobre el horizonte a esta hora tardía, tiñendo el mar de
oro y naranja. Era una hermosa tarde de junio, la brisa jugaba perezosamente con sus cabellos, el
mar chapoteaba a lo largo del borde del muelle en pequeñas olas musicales, las aves marinas tejían
sus ruedas arriba.
Al final resultó que, la anciana medio sorda que había tomado su reserva había interpretado
creativamente sus nombres.

El cartel de pizarra indicaba que la mesa estaba reservada para Hormona e Ingle.

Un camarero solemne pasó a encender las velas de la mesa. Los labios de Granger estaban
apretados con fuerza. Draco sintió un incómodo burbujeo de hilaridad.

—Monsieur, la lista de vinos —dijo el mesero, entregándosela a Draco.

—Merci —dijo Draco.

El mesero recomendó el tinto; Draco aceptó eso, porque todo su poder mental estaba enfocado en
no estallar en un grito de risa.

Los ojos de Granger revolotearon de vuelta al cartel. Dejó escapar un gorgoteo que convirtió en
una especie de tos.

El camarero enumeró el menú de la noche. Granger asintió aprobando el lenguado con mantequilla
mientras Draco decía sí al filete miñón.

Granger se estaba mordiendo uno de los nudillos. Draco la escuchó realizar un ejercicio de
respiración profunda.

Finalmente, el camarero se fue.

Granger se derrumbó sobre la mesa.

—Ingle —jadeó, intentando respirar.

—¿H-hormona? —jadeó Draco.

Granger era una masa deshuesada de risa contenida. Sus hombros temblaron. Draco se dejó caer en
su silla y de hecho sintió que se desintegraba en alegría.

—Dios mío —respiró Granger—. Oh, Dios mío... por qué... por qué...

Draco intentó recuperar la sobriedad, pero luego volvió a mirar el cartel, e Ingle le devolvió la
mirada con una hermosa letra fluida, y se llevó la servilleta a la boca para amortiguarse.

Granger respiró hondo.

—¿Qué vino pediste para nosotros, I-Ingle...?

Su voz se volvió aguda y no pudo terminar la oración debido a su risita chillona. Algunas cabezas
de las mesas a su alrededor se volvieron hacia ella. Ella escondió su rostro entre sus manos.

—Van a pensar que ya estamos borrachos y nos echarán —dijo Draco, enderezándose
valientemente e intentando recuperar el control.

—Sí, bien. —Con el rostro aún escondido entre sus manos, Granger respiró—. Esconde el cartel.
No puedo volver a verlo. Moriré.

Draco volteó la pizarra para que quedara boca abajo.

—Hecho, H...
—No lo digas —dijo Granger.

El camarero volvió trayendo pan, mantequilla y vino.

—Merci —dijo Granger, secándose una lágrima.

En cuanto a Draco, apenas podía sentir sus mejillas. Hizo un gesto al camarero para que dejara la
botella de vino.

Después de respirar un poco más, ambos habían recuperado el autocontrol, bueno, en su mayoría.
Granger estaba evitando mirar cerca de la pizarra.

El mar acariciaba los bordes rocosos del muelle debajo de ellos. Los clientes parloteaban, al igual
que las gaviotas. El sol se inclinó más bajo. El pan fue partido y untado con mantequilla y Draco
sirvió el vino.

—Salud —dijo Granger.

—Por el éxito de mañana —dijo Draco, acercando su copa a la de ella.

El rastro final de diversión desapareció del rostro de Granger. Ella se puso seria.

Draco la miró. Lanzó un hechizo silenciador a su alrededor.

—Estás nerviosa.

—Sí —dijo Granger. La ansiedad apretó las comisuras de su boca—. Muchas cosas pueden salir
mal y, para ser honesta, me asusta muchísimo. No he hecho nada como esto en más de una década.
Ahora soy una ciudadana respetuosa de la ley, ¿sabes?

—Principalmente. —Draco podía pensar en al menos veinte leyes que Granger había quebrantado
desde que se la habían asignado en enero.

—En su mayoría —concedió Granger.

—Mañana todo irá de acuerdo con el plan. Y si no es así, prenderás fuego al lugar y podemos ir a
robar un cráneo mejor.

Un resoplido divertido escapó de Granger ante esta actitud arrogante.

—No estás en lo más mínimo preocupado, ¿verdad?

—Te prometo que me he enfrentado a misiones mucho más estresantes que a un grupo de monjas
—dijo Draco.

—¿Lo has hecho?

—Obviamente.

—Cuéntame.

Entonces Draco le contó. Compartió dos o tres de sus historias favoritas, que destacaban su propio
heroísmo e ingenio. Sin embargo, Granger no era el público cautivo y agitado con el que solía
compartir estas historias. Era analítica e inquisitiva, e hizo algunas preguntas bastante penetrantes.
¿Por qué no silenció a las sirenas primero? La pelea con cuchillos fue emocionante, pero ¿cómo se
dejó desarmar en primer lugar? ¿Por qué su botiquín de emergencia no incluía pociones para
reponer sangre? ¿No deberían todos los Aurores tener un conocimiento básico de las propiedades
del Acónito? ¿Por qué no había usado un agente nervioso en el troll?

Por qué, de hecho... Draco paró, respondió, justificó y defendió, hasta que Granger estuvo
satisfecha.

Se sirvió una segunda copa de vino, encontrándose bastante agotado y sediento después del
interrogatorio. Sus relatos solían ir seguidos de elogios, efusiones y exclamaciones ahogadas sobre
su valentía y sagacidad. ¿Con Granger? De ninguna manera.

—Al menos uno de nosotros se sentirá confiado, que es mejor que ninguno. —Fue su comentario
final.

Apuró su copa de vino. Draco se ofreció a rellenarla y ella accedió, diciendo que lo necesitaba
como apoyo emocional.

El mesero llegó con sus órdenes. Era cuestión de tiempo; Draco estaba hambriento. Los snacks del
coche y los dátiles rellenos solos parecían muy lejanos.

Granger dijo: «Buen provecho», y Draco respondió de la misma manera.

Apartó el filete miñón con entusiasmo. En cuanto a Granger, hurgaba distraídamente en su plato,
su mirada pensativa en la costa se alejaba de ellos.

Después de cinco minutos de esto, Draco perdió la paciencia con su distracción. Golpeó su plato
con el cuchillo.

—Primero la comida, luego los pensamientos.

Granger parpadeó. Luego señaló algún lugar detrás de él.

—Creo que puedo ver el monasterio.

Draco se giró en su silla para mirar la protuberancia gris arena que sobresalía de un acantilado
distante, por encima de la línea de árboles.

—Vaya, eso está bastante alto, ¿no?

(foto: religiana.com)
—Es casi una subida de dos horas. Así que come. Si te sientes débil, será con una escoba.

La amenaza fue suficiente. Granger comió.

El Bloc de Draco zumbó en su bolsillo.

—Mi madre —dijo mientras redactaba una respuesta—. Ella quiere saber que he llegado a salvo.

—¿Ella sabe que estás aquí conmigo? —preguntó Granger.

—No —dijo Draco—. Sólo que es por trabajo.

—Excelente. —Granger tomó un sorbo de su vino.

Draco envió su respuesta, asegurándole a su madre que todo estaba bien y que no había sido
asaltado por bandidos franceses.

Granger estaba terminando su lenguado. Estaba luchando por mantener una expresión neutral, pero
una mirada de diversión seguía apareciendo en sus rasgos.

—¿Qué? —preguntó Draco.

—Oh, nada. —Granger encontró un foco fresco en una zanahoria, que empujó con el tenedor—.
No sabía que tu madre usaba los Blocs.

—Ella no lo hacía pero la convencí de conseguir uno la semana pasada, ya que los búhos a Francia
tardan mucho.

Granger levantó la vista con un vívido interés que estaba intentando, sin éxito, mantener oculto.

—¿Lo hiciste? ¿Le gusta el suyo?

—Lo hace. ¿Qué te tiene tan intrigada?

—Nada —dijo Granger, haciendo contacto visual íntimo con la barbilla de Draco.

—¿Ese fue realmente tu mejor intento? —preguntó Draco ante ese miserable fracaso.

Granger le ofreció más vino en un claro intento de distraerlo, lo que sólo lo fijó más en su línea de
investigación. Sin embargo, aceptó el vino.

—Granger.

—¿Sí?

—Dímelo.

—Deberíamos revisar nuestros planes para mañana —dijo Granger en otro intento de dar un paso
al costado.

—Los hemos revisado hasta la saciedad. ¿Qué pasa con los Blocs?

Granger se ocupó de empujar la zanahoria de nuevo.

Draco se acercó y bloqueó su tenedor con su cuchillo.

—Deja de patear la maldita legumbre y respóndeme.


—Las zanahorias no son una legumbre —dijo Granger. Sin embargo, frente a la mirada de Draco,
agregó—. No es absolutamente nada. Pensé que tu madre era bastante tradicional, así que me
sorprendió que incluso probara un Bloc. Eso es todo.

—Sin embargo, eso no es todo —dijo Draco.

Granger golpeó el cuchillo de Draco con su tenedor en una petición tácita de que lo sacara de su
plato.

No lo hizo.

Granger suspiró.

—Eres implacable. ¿Lo sabías?

—Sí. Ahora, dime.

—... ¿Acabas de robar mi zanahoria?

Draco masticó.

—Sí.

—Guau.

—No te la estabas comiendo, la estabas empujando en un carrusel con horquillas. Ahora dime.

Granger se movió hacia atrás en su asiento con un suspiro de resignación.

—Más bien pensé que ya lo habrías resuelto.

—¿Qué resolví?

Granger hizo una pausa como para recuperarse. Luego preguntó:

—¿Sabes quién inventó los Blocs Parlantes?

—... ¿No fueron los gemelos Weasley?

—No. Simplemente ayudaron al inventor a producirlos en masa y comercializarlos.

Un lento amanecer de comprensión se deslizó sobre Draco. La bruja frente a él ahora estaba
conteniendo una sonrisa.

—¿Eres la inventora de los malditos Blocs?

—Sí —dijo Granger.

—No.

—Sí.

—No.

—Sí. —Granger parecía terriblemente divertida.

—Explícate —dijo Draco.


Granger se acomodó en una pose que Draco sólo podía describir como profesoral. Cruzó las
piernas y levantó el tenedor, lista para señalar una pizarra invisible.

—Los sistemas de comunicación instantánea realmente despegaron en el mundo muggle hace unos
10 años. Ya tenían una ventaja sobre los magos con el teléfono durante todo el siglo XX, pero
cuando el correo electrónico se volvió común, los mensajes de texto y, más tarde, la mensajería
instantánea, los métodos mágicos de comunicación pasaron de ser anticuados a ser completamente
arcaicos. Ya había experimentado con métodos de comunicación mágicos rudimentarios cuando
era niña, por ejemplo, esos galeones durante la guerra. Pero sabía que tenía que haber algo más
elegante, que retuviera esa sensación táctil de pergamino o un cuaderno, pero que fuese mucho más
inmediato que una lechuza.

Aquí Granger fue interrumpida por el camarero que retiraba los platos vacíos. Aceptó el menú de
postres y luego continuó.

—Me encantan las lechuzas; las encuentro tan pintorescas y queridas, pero tan lentas. No te
enojes, son lentas, tú mismo lo dijiste no hace un momento. Y el flu solo es conveniente si estás
cerca de un hogar conectado. Creé los Bloc para complementar esos medios de comunicación, no
para reemplazarlos. Me encanta escribir una buena carta. Nunca esperé que fueran tan populares
como lo son hoy en día. Los gemelos me ayudaron a llevarlos al mercado y obtienen un porcentaje
de las ganancias.

Draco mantuvo sus rasgos educados en algo neutral. La otra opción era una mirada de ojos
saltones. Esta mujer no sólo era terriblemente inteligente, sino que también estaba absolutamente
acuñada. Todo el mundo tenía un Bloc. Su propia madre tenía un Bloc y, a juzgar por el zumbido
en su bolsillo, estaba adquiriendo destreza rápidamente. Granger debía estar rodando en galeones.
No era de extrañar porque le entregó un saco a una bruja sin pensarlo dos veces.

—Así que así es como estás financiando tu maldito proyecto —dijo finalmente.

—Entre otras cosas, sí. He pasado suficiente tiempo bajo la tiranía de las agencias de subvenciones
para disfrutar de la independencia.

—Pero... todos piensan que los hermanos Weasley inventaron los Blocs. ¿Por qué no estás
reclamando el crédito? ¡Son revolucionarios!

—Realmente no lo son —dijo Granger—. Los equivalentes muggles son mucho más avanzados:
pueden enviar fotos, medios y datos de todo tipo. Pueden tener llamadas en vivo con cientos de
participantes. Los Bloc son rudimentarios. Una mejora, pero rudimentaria. —Aquí Granger se
encogió de hombros—. El listón estaba bastante bajo. Y en cuanto al crédito, he tenido mi tiempo
en el centro de atención. No estoy en esto por la gloria. Vi un problema que estaba en mi capacidad
de solucionar.

—¿De eso se trata tu proyecto también? —preguntó Draco—. ¿Un problema que está dentro de tu
capacidad de solucionar?

—Exactamente. —Granger lo miró seriamente, ahora—. No necesito decirte que prefiero que la
verdad sobre los Blocs permanezca entre nosotros. Solo te lo dije porque estabas siendo
terriblemente insistente.

Draco la miró.

—Eres un magnate... Un magnate.


Granger se rio, pero su risa fue amarga.

—No. Desarrollar nuevas terapias es terriblemente costoso.

—¿Lo es?

—Sí. —Granger comenzó a enumerar los costos en sus dedos, hasta que se quedó sin dedos—. Los
materiales, el espacio, el personal de laboratorio, los líderes médicos, el personal legal, los
redactores de protocolos, los científicos de datos, los estadistas... Las pruebas de seguridad y
eficacia también son costosas. Ni se diga sobre los estudios farmacocinéticos, pruebas de
toxicología preclínica, pruebas bioanalíticas y los ensayos clínicos en sí mismos. Y el desembolso
financiero para cumplir con todos los requisitos de GCP, GMP, GLP, MHRA y EMA es
asombroso.

Draco, cuyos ojos se habían vuelto casi vidriosos, dijo:

—Oh.

Granger se movió en su asiento de una manera descontenta.

—Mi proyecto involucra productos biológicos complejos que son comercialmente poco atractivos
y casi incomprensibles para los magos monumentalmente idiotas que manejan los hilos de la bolsa
nacional para la investigación mágica. Así que estoy muy sola. Por mi cuenta y, francamente, en
una etapa bastante embrionaria. Todavía estoy haciendo investigación in vitro, tratando de
confirmar que mi objetivo en realidad puede verse afectado por un compuesto exógeno en primer
lugar. El dinero no resuelve todos los problemas, desafortunadamente.

El mesero volvió a tomar sus pedidos de postres. Granger se estremeció en una disculpa,
habiéndose olvidado incluso de mirar el menú, e hizo una selección al azar de flan.

Mientras tanto, Draco luchaba por comprender el fenómeno paradójico que era Granger. Podría
haber sido rica, extravagantemente. Y, sin embargo, eligió financiar su investigación en lugar de
disfrutar de una vida de ocio. Trabajó aproximadamente en doce trabajos. Podría haber tenido su
propia casa de campo, pero vivía en una pequeña casa de campo en las afueras de Cambridge.
Podría tener un equipo completo de elfos domésticos, pero sólo tenía un gato y una lata de atún en
su despensa.

No tenía sentido. Mientras tanto, Draco consideraba lo que sabía de la bruja frente a él, en cierto
modo lo hizo. Estaba demasiado motivada para una vida de ocio. Demasiado castigada por la
extravagancia de las grandes casas y los elfos domésticos. Demasiada bienhechora para hacer otra
cosa que no sea el bien con ese dinero. Todo era terriblemente loable. Terrible, de verdad.

Granger se aclaró la garganta. Draco se dio cuenta de que la había estado mirando y que el mesero
lo estaba mirando a él.

—¿La selección de postres de Monsieur?

—Lo que ella pidió —dijo Draco.

—Une crème caramel pour Monsieur Ingle —dijo el camarero, escribiendo con cuidado esta
valiosa información en su libreta.

Granger vio a los ojos a Draco. Se llevó una mano a la boca.

El camarero se fue.
Granger soltó una risita, luchó por controlarla, respiró hondo y se quedó quieta.

—Hormona —dijo Draco.

Granger colapsó en un ataque de risa incontrolable.

—Te dije que no hicieras eso —jadeó ella, volviendo a tomar aire.

—Hay algo gratificante en hacer que lo pierdas por completo.

Granger olió y secó sus pestañas con una servilleta.

—Es una vista rara, espero que lo estés apreciando.

—Lo hago —dijo Draco.

Y lo hizo. Los ojos oscuros de Granger brillaban de risa. Sus mejillas estaban sonrojadas, sus
labios enrojecidos por el vino. Su cabello en una trenza suelta serpenteaba hasta su cintura, una
línea oscura contra su vestido blanco. Sus piernas estaban dobladas debajo de ella. Se veía delicada
y frágil, y lo suficientemente pequeña como para caber perfectamente en el regazo de un hombre,
si un hombre estuviera pensando en esas cosas. Draco ciertamente no lo hizo.

Y la luz de las velas la amaba. Besó su frente y titiló con toques cálidos a través de su clavícula.
Bailó en sus ojos.

El efecto fue encantador.

Draco se hundió, inconscientemente, en un estado de suave fascinación.

Un acordeonista empezó a tocar, en algún lugar cercano al hotel, llenando el aire de romanticismo.

—Señor, su crème caramel.

El regreso a la realidad fue discordante.

—Merci —dijo Draco, en lugar de «al diablo la maldita crema de caramelo».

Granger estaba comiendo su postre, felizmente inconsciente del ensueño de Draco, gracias a los
dioses. Decidió culpar al vino por convertirlo en un cretino tan tonto y con ojos de enamorado esta
noche. Fue eso y muy pocas cogidas últimamente, lo que claramente lo hizo perder el tiempo y
soñar despierto con Granger, de todas las brujas que había en su vida.

Ayudaría si no pareciera una adorable dríada griega esta noche, a punto de unirse al séquito de
Artemisa.

¿Desde cuándo Granger es hermosa?

Qué agravante desarrollo.

—¿Estás bien? —preguntó Granger.

—¿Por qué? —preguntó Draco, inyectando algo de irritación en la sílaba, para sonar
absolutamente normal.

—Apenas has tocado tu postre —dijo Granger, señalando el flan de Draco con la cuchara—.
Bastante poco característico.
Había otras cosas que estaban sucediendo que no eran características, pero si esa era la única que
El Gran Cerebro estaba captando, estaba bien para Draco.

—Lo estoy saboreando —dijo Draco. Dio un mordisco lento para demostrarlo.

La ceja de Granger se crispó.

—Para.

—¿Parar qué? —preguntó Draco.

—Ser indecente con la cuchara.

—Estoy usando la cuchara. Todo lo demás es producto de tu imaginación.

Granger entrecerró los ojos hacia él. Draco dio otro mordisco lento, manteniendo un odioso nivel
de contacto visual. Granger apartó la mirada.

—Ahora no te estás comiendo el tuyo —señaló Draco.

—Perdí bastante el apetito, viéndote besuquear los cubiertos —olfateó Granger.

—¿No vas a terminar?

—No. ¿Lo quieres?

—Prefiero que te lo tragues y tengas fuerza para el monasterio. Si las monjas se enfurecen, mañana
podría ser bastante extenuante, mágicamente hablando.

Granger terminó su flan obstinadamente, sin un atisbo de entusiasmo.

Draco se encontró observándola ahora con ojo crítico. Cuando la conoció por primera vez, en el
lejano enero, le llamó la atención la delgadez exhausta que había hecho que su rostro fuera severo
y demacrado. Le parecía que ahora tenía un semblante un poco más saludable, pero sólo un poco.
Era un poco menos huesuda, un poco más rosada en las mejillas.

Granger le hizo un gesto al mesero para que le diera la cuenta.

—L'addition, s'il vous plaît.

Su brazo levantado hizo que Draco se diera cuenta de que su vestido había dejado sus brazos
desnudos, algo que la elección de vestimenta de Granger normalmente contradecía. Ahora,
precisamente porque estaba tratando de no llamar su atención, su antebrazo izquierdo llamó su
atención: había un encanto de No-Me-Notas allí.

Miró deliberadamente a la mesa de al lado, permitiendo que Granger y su brazo se deslizaran en su


visión periférica. Allí: un borrón en la piel de la parte interna de su brazo.

Se dio cuenta de lo que el glamour estaba cubriendo con una enfermiza sensación de caída en
picado en su estómago. Volvió un vívido recuerdo de la obra de Bellatrix, cruda contra la piel de
Granger. De Granger, inerte y agotada, tirada como un muerto en el suelo del salón. De la sangre
que brota de las letras recién talladas.

Draco nunca había usado la palabra sangre sucia de nuevo después de eso.

Ahora había algo terriblemente triste en el hábito de Granger de usar mangas largas. En el discreto
glamour que le daría poder lucir un bonito vestido. Draco escondió su propia vergüenza interna del
brazo del mundo. Pero habría pensado que Granger, de todas las personas, habría sido capaz de
curar la de ella. Claramente, todavía tenía la marca del cuchillo de Bellatrix.

—¿Malfoy?

Draco parpadeó.

—¿Eh

—Te quedaste callado.

Granger había pagado la cuenta con dinero muggle. Ella se estaba levantando de su silla.

Draco se levantó con ella.

—Sólo pensando en mañana.

Pero en realidad, estaba pensando en un ayer lejano, cuando esta bruja había sido mutilada en los
pasillos de su casa. Ella todavía tenía la cicatriz, la escondió de él y de todos, pero todavía
persistía allí. Un recordatorio diario para ella, de crueldad y odio enfermizo; de lo cerca que había
estado de la muerte; de lo cerca que su mundo había llegado a un punto sin retorno.

Deseaba decirle algo, palabras de pena o de disculpa, pero esas palabras no le salían fácilmente, y
no podía ver que una conversación como esa llevara a ningún lugar excepto a lugares difíciles e
incómodos.

Mientras se abrían paso entre las mesas del muelle, Draco concluyó que ese no era el momento.
Pero, al ver cómo el borrón del glamour rozaba sus faldas mientras caminaba, decidió que habría
Un Momento y encontraría las palabras. No esta noche, pero alguna noche.

El sol finalmente se estaba poniendo, lánguidamente, perezosamente, en esta hermosa tarde, el


solsticio de verano menos un día.

Granger miraba con nostalgia a lo largo de la playa rocosa.

—Se supone que debe haber un marcador allí, donde Magdalena habría puesto el pie por primera
vez en Francia.

—¿Supongo que eso estaba en tu itinerario?

—Lo estaba, pero se me acabó el tiempo.

—Vamos —dijo Draco.

Granger lo miró sorprendida.

—¿Vendrías?

Draco le dio su encogimiento de hombros más indiferente.

—Me apetece dar un paseo.

La sorpresa de Granger se convirtió en una especie de deleite prudente.

—Está bien, se trata de un paseo de quince minutos, por aquí. Eso decía la guía, de todos modos.
Treparon y se deslizaron por grandes peñascos hasta la playa rocosa, donde encontraron una
especie de sendero costero. Granger guio a Draco, señaló características de interés geológico o
histórico a medida que avanzaban. Las vistas se volvieron progresivamente más dramáticas a
medida que dejaban la bahía poco profunda en la que se encontraba el hotel y se abrían paso
alrededor del promontorio.

La marea comenzó a subir. Draco se arremangó los pantalones y las mangas de la camisa
(asegurándose, en este último punto, de que su propio glamour estaba en su lugar), luego se ató los
zapatos y se los echó al hombro. Granger llevaba sus sandalias enganchadas entre sus dedos.
Chapotearon en charcos de roca salada, tan calientes como el agua de un baño. El sonido del
acordeón en el muelle se desvaneció; ahora era sólo el pulso del corazón de las olas.

Serpentearon en una bandada de cientos de aves marinas, que despegaron a su alrededor y se


desplegaron en los cielos en un zumbido de aleteos y gritos marinos. Fue un momento sorprendente
de sublimidad que se llevó un poco de sus almas. Granger observó la desaparición de los pájaros en
el azul con un suave suspiro, con las yemas de los dedos en la clavícula y los labios entreabiertos.

Granger dijo:

—Hermoso.

Draco le contestó:

—Sí...

Pero no estaban hablando de lo mismo.

Continuaron. El marcador del punto de llegada de Magdalena era una piedra modesta, medio
enterrada en la arena, en la punta del promontorio. Algunas flores cortadas estaban esparcidas, así
como velas que luchaban valientemente por mantenerse encendidas con la brisa.

Granger le proporcionó a Draco una gran cantidad de detalles sobre la leyenda de la expulsión de
Magdalena de Tierra Santa, y qué discípulos estaban con ella, y cuándo había llegado a esta orilla.
A Draco le importaban poco los detalles, pero se alegró de la excusa para mantener su atención en
ella, en la forma en que el viento movía su trenza de un lado a otro, en sus piernas desnudas
goteando agua de mar. En un momento, casi pierde el equilibrio sobre las piedras mojadas y sus
dedos tocaron su brazo. Fueron rápidamente retirados.

Draco dijo que suponía que había peores lugares para aterrizar que Provenza. Granger dijo que ella
también lo pensaba. Draco preguntó si Magdalena habría comido dátiles rellenos de mazapán
cuando estuvo aquí. Granger imaginó que ella era la que había traído la receta desde Tierra Santa,
en primer lugar. Draco dijo que robar el crédito por una creación culinaria tan sublime era algo
típicamente francés. Granger estuvo de acuerdo.

Luego se sumieron en el silencio y se detuvieron donde la tierra se encontraba con el mar, y


respiraron el aire dulce mientras la brisa salada les hacía cosquillas. Pequeñas olas se esforzaron
por llegar más allá de sus rodillas antes de atomizarse en salmuera.

Draco encontró una estrella de mar. Granger estaba encantada con el descubrimiento y se agachó
para mirarlo, e interrogó a Draco sobre qué especie era, y Draco dijo que no tenía ni idea.

Se dieron la vuelta para caminar de regreso al hotel, chapoteando a través de las cálidas pozas de
marea, con pequeñas olas pegadas espumosamente a sus tobillos. Sus manos se rozaron una o dos
veces, se disculparon, se separaron y siguieron caminando; y luego sus codos se rozaron, por
accidente, porque habían vuelto a flotar juntos.

Las grandes rocas cerca del muelle presentaban más dificultades para Granger al subir que al bajar.
Se puso de pie, indecisa, agarrando la varita en su bolsillo, pero había muggles y sus planes para
transformar una escalera se vieron interrumpidos.

Draco se colocó detrás de ella y la levantó con un movimiento suave, y recibió un chillido de
indignación y la cara llena de su falda color arena por sus problemas. Su cintura se sentía estrecha
y tensa, cálida entre sus palmas.

Él no necesitó su ayuda para trepar detrás de ella, pero de todos modos aceptó la pequeña mano
que ella extendió hacia él y se divirtió con el serio esfuerzo que puso en su tirón.

Regresaron serpenteando hacia el hotel.

El sol derramó oro en el horizonte.

Con el brillo detrás de ella, Granger se veía como si estuviera usando nada más que luz.

**~**~**

Chapter End Notes

¿Uno más? ¿Por qué no? Sigue adelante.


Ve a un convento
Chapter Notes

See the end of the chapter for notes

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Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse

"Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love"

De Isthisselfcare

Beteado por Bet y Emily

**~**~**
De vuelta en el hotel, Granger observó a Draco mientras intentaba transformar su cama en algo
más resistente que la oferta actual. Sin embargo, la transfiguración se volvió exponencialmente
más difícil a escala, y todo lo que logró hacer fue hacerlo achaparrado y descentrado.

—Un intento muy justo —dijo Granger, dándole palmaditas en la cabeza. Estaba demasiado
sorprendido para indignarse.

—Estoy esperando que te apiadas de mí —jadeó Draco.

Granger asintió con una especie de benevolencia exagerada. Pasó diez minutos acomodando el
marco colapsado en una cama cómoda, explicando lo que estaba haciendo sobre la marcha, y qué
Principios y Leyes Draco no había estado aplicando correctamente, para una Transformación tan
grande.

—¿Por qué no te quedaste con Transformación? —preguntó Draco interrumpiendo la conferencia


—. ¿Por qué sanación?

Granger levantó la vista desde donde estaba transformando la gastada colcha en una manta de
felpa.

—Las aplicaciones prácticas de Transformación alcanzan su punto máximo en el nivel de Maestría:


los estudios de doctorado se desvían hacia lo abstruso y lo teórico. La curación era una rama de la
magia que ofrecía más posibilidades para ayudar a las personas en el mundo real. Y Sanación
armonizaba más fácilmente con mis estudios de medicina muggle, por supuesto.

Los tristes cojines grisáceos se transformaron en mullidos cojines blancos. Granger le dio a Draco
una rápida mirada.

—¿Completaste más estudios después de Hogwarts?

La pregunta se planteó con una especie de curiosidad tímida. Draco pensó que esta podría haber
sido la primera vez que ella le preguntaba algo personal.

—Una licenciatura en Alquimia y una Maestría en Duelo —contestó Draco.

—¡Vaya! Bien hecho. Siempre les dije a Harry y Ron que deberían considerar algo como duelo.
Pero, bueno... —Aquí, frente a la ceja arqueada cínicamente de Draco, Granger terminó,
débilmente—. Nunca amaron la escuela.

—Esos dos idiotas ni siquiera tienen sus EXTASIS. No habrían sobrevivido ni un día —dijo
Draco, molesto de que ella se atreviera a considerarlos de su calibre.

—No son idiotas —dijo Granger, con el puño en la cadera.

—La totalidad del año fundacional del programa fue teoría y filosofía de la magia marcial.
¿Cuándo fue la última vez que Pote y Wezy leyeron un libro?

—¿Es una pregunta retórica? —preguntó Granger.

—No, respóndeme.

—Maldición —Granger se quedó en silencio mientras pensaba, con un dedo en el labio.


Finalmente, sin recordar ningún recuerdo reciente, dijo—. El hecho de que no me hayan
mencionado que han leído un libro no significa que no lo hayan leído.
Draco descartó esto con una burla.

—¿Cuentan las revistas de Quidditch? —preguntó Granger con desesperación contenida.

—No.

—Años —concedió Granger con un suspiro involuntario.

—Lo hubieras hecho mejor que ese par de idiotas —dijo Draco—. Excepto por las prácticas.
Demasiados chillidos, maldiciones débiles. Maître Toussaint te hubiera comido viva.

—¿Lo hiciste en Francia?

—Université de París.

—Mmm... tienes razón; mis maestros franceses casi me comen viva. Sus métodos pedagógicos
principalmente consistían en intimidaciones. Hice una concentración en la Sorbona: lloré todos los
días.

—Mejor que sangrar todos los días —dijo Draco, con una heroica indiferencia. Fue, en su defensa,
apenas una exageración.

Granger se mordió el labio.

—Entonces dejaré de lloriquear, ¿de acuerdo?

Draco casi se ofreció a mostrarle sus cicatrices más llamativas, pero recordó, justo a tiempo, que
Granger tenía las suyas y que no sería bueno embarcarse en una competencia en ese frente.

Ahora era el momento de prepararse para ir a la cama. Una incomodidad hizo que la habitación se
sintiera cerrada y cálida. Ambos continuaron como si no lo sintieran.

Granger se cambió a su ropa de dormir en el baño. Al parecer, había seleccionado el pijama de


algodón más horriblemente modesto de su guardarropa para esta escapada de fin de semana.

—¿Qué? —preguntó ella, frente a la mirada de Draco.

—Esos me recuerdan a McGonagall —dijo Draco—. ¿Vas a pellizcarme la oreja y llamarme


travieso?

—Encuentras indecentes los shorts muggles, ¿recuerdas? —dijo Granger—. Mi otra opción era un
negligé, que sin duda habría ofendido tu sensibilidad.

Draco pensó que preferiría haber visto este negligé. En voz alta dijo:

—¿Más que esta alfombra de picnic que estás usando? Imposible.

—Oh, sí. —Granger se subió a su cama. Draco notó que ella se había apropiado de su tomo sobre
las protecciones. Ella agitó una mano hacia él—. Bueno, continúa entonces, ve a cambiarte y
echemos un vistazo a tus pijamas de alta costura.

Draco se cepilló los dientes y se cambió a su habitual pijama de seda negra. Era un sentimiento
extraño, esperar el juicio de Granger sobre su elección de ropa para dormir. No es que le importara
un carajo lo que ella pensara, ni nada.

Volvió a salir del baño.


—Cuidado, Granger, soy tremendamente atractivo de negro.

Granger lo observó por encima del libro.

—Irresistible —dijo secamente—. Estoy deshecha.

El sarcasmo fue abrasador.

Draco sacudió el polvo inexistente de su hombro.

—Por lo menos, no es una funda de asiento del Expreso de Hogwarts.

—Mmm, aunque bastante lúgubre.

—¿Te ruego me disculpes?

—Fúnebre, en realidad —olfateó Granger—. ¿Quién murió?

—Tu ingenio, hace un minuto.

—¿Era ingeniosa antes?

—En un grado limitado.

Una sonrisa tiraba de las comisuras de la boca de Granger. Levantó el libro para ocultarlo.

—Más de lo que puedo decir sobre ti.

—Cuida tus palabras, o revocaré tus privilegios de lectura.

Granger levantó las manos.

—Paz. ¿Alto al fuego?

—De acuerdo.

Draco había abrigado la sospecha de que Granger era una de esas odiosas madrugadoras. Lo
demostró tan pronto como pudo al día siguiente, arrojándose de la cama a la hora profana de las
cinco y media.

El sol salió con ella en esa mañana del solsticio y parecía igualmente obsesionada con negarle a
Draco su descanso placentero y saludable preferido hasta las 11 a.m.

Para agravar aún más su irritación, Draco se despertó duro. Permaneció inmóvil, boca abajo en la
cama, mientras Granger jugueteaba con su maleta, se quejaba de haber dormido mal
y finalmente se metía en la ducha.

Hizo a un lado su indecencia con su varita, tratando de recordar cuándo se había despertado por
última vez con tanta excitación. Maldita sea, necesitaba un polvo.

Granger fue rápida en la ducha. Luego, oliendo a jabón y piel cálida, se paró junto a la cama de
Draco y se aclaró la garganta.

—¿Qué? —dijo Draco irascible contra la almohada.

—¿Ya estás despierto?


Draco pensó que debería nominarse a sí mismo para la santidad, en vista de las bromas que no
hacía.

—Vete —dijo Draco.

—Deberíamos irnos pronto —dijo Granger.

—Dijiste a las ocho —dijo Draco.

—Son casi las ocho —dijo Granger.

Draco abrió un ojo para observar el reloj al lado de la cama.

—Un montón de basura: son las seis. Por favor, vete a la mierda.

Granger, claramente llena de energías ansiosas, siseó un suspiro.

—Bien, bien. Iré a buscar algo para desayunar.

—No vuelvas hasta las ocho —gruñó Draco a modo de advertencia.

La amenaza hizo que Granger regresara.

—¿O qué?

—Te arrancaré la cabeza de un mordisco.

—¿Eres un hombre lobo? —preguntó Granger.

—Podría convertirme en uno, con ese propósito —dijo Draco.

—Bien. ¿Qué quieres?

—Que te vayas. Evidentemente.

—Para comer, quiero decir.

—No me importa. Déjame dormir.

—Bien.

Granger se fue un poco enfadada.

Draco intentó seguir durmiendo. En cambio, fue visitado por una segunda erección, de la que se
encargó irritado en la minúscula ducha. Fue insatisfactorio y se golpeó el codo contra la pared al
hacerlo, pero fue una liberación.

Granger regresó a las ocho en punto, bendita sea por seguir instrucciones de vez en cuando,
trayendo el desayuno. Este consistía en mantequilla, mermelada y una barra de pan, y para beber,
dos cafés.

—Ambos son para ti —dijo Granger, colocando ambos vasos en las manos de Draco—. Espero
que seas menos idiota por el resto de la mañana.

Draco, todavía irritable, tomó las ofrendas en silencio y salió al pequeño balcón para disfrutarlas
en paz.
Cuando regresó a la habitación, sintiéndose sustancialmente menos inclinado a arrancarle la cabeza
a Granger, Granger se había puesto su equipo para la caminata.

—¿Nos ponemos nuestros disfraces?

—Hagámoslo —dijo Draco.

Granger se giró hacia el otro lado mientras Draco se ponía su torpe atuendo de caminante muggle
recién casado. Le puso glamour a su cabello para que pareciera menos Malfoy. Granger hizo lo
mismo, para parecer menos Granger.

—¿Listo? —preguntó Granger.

—Listo —dijo Draco.

Se dieron la vuelta y se miraron.

—Gracioso —dijo Granger.

—Hilarante —contestó Draco.

Granger había elegido hacer su cabello rubio blanquecino y lacio, y cambió sus ojos a un gris frío.
Draco había elegido una mata de rizos oscuros y ojos marrones.

—Te ves aterradora —dijo Draco.

—Te ves ridículo —contraatacó Granger.

—Pareces el cadáver de una Veela.

—Tu cabello parece vello púbico.

Cuando este intercambio de cortesías se completó, Granger preguntó:

—¿Nos ponemos manos a la obra?

Draco asintió y se puso las gafas de sol que había comprado para la ocasión. Tenían forma de
corazón, eran rosas y maravillosamente kitsch. Granger las miró por un largo momento, luego
declaró que ella también quería unas y conjuró un par a juego.
por Catmintandthyme (¡hayuna versión NSFW!)

Así equipados, iniciaron la caminata hacia el convento; un preámbulo agradable y sudoroso a una
violación sacrílega de una reliquia invaluable.

El camino hacia arriba fue, como prometió Granger, un poco difícil. Era lo suficientemente
temprano para que el calor del día no los aplastara por completo. A medida que avanzaban hacia
arriba, estaban protegidos de lo peor del sol por una catedral de árboles que filtraban la luz en
verdes frescos. Jacintos blancos salpicaban la maleza. Olía a tierra y hongos.

El paseo por el Macizo hasta el convento.

Entre jadeos, Granger le proporcionó a Draco las historias de varios peregrinos que habían
recorrido este camino y los supuestos Milagros que habían seguido.

Draco dijo que, a pesar de lo fascinantes que eran estas historias, le aconsejaría que se ahorrara el
aliento para la escalada y se concentrara. Ella no hizo caso a su consejo. Aproximadamente a la
mitad de un ascenso empinado, su conferencia la distrajo demasiado y se salió del camino y se
metió en una zanja llena de zarzas y lodo. Su varita, que había estado usando para cortar la maleza
espinosa, permaneció en el camino con Draco.

Draco, al ver que Granger estaba ilesa en el fondo de la zanja, tomó una posición contemplativa,
apoyando su hombro contra un árbol.

—Mira lo que hiciste Granger, te volviste loca.

—Gracias por ese comentario tan instructivo —Granger estaba irritable, por alguna razón.

Draco luego le explicó generosamente qué Principios y Leyes de la física no había estado
aplicando correctamente.

Granger intentó salir trepando, lo que sólo la hundió más en las zarzas.

Draco observó con gran interés.

—Las rubias realmente se divierten más.

Granger se rindió en la subida, distraída por el estado desgarrado de su ropa, cortesía de las zarzas.
— Uff, eran nuevos.

—Parece que has perdido una pelea con un Jack Russell —dijo Draco.

Granger se veía malhumorada.

—¿Me vas a ayudar a subir?

—Tienes una escoba —dijo Draco.

—No —dijo Granger—. Pásame mi varita.

—Pero la escoba está justo ahí, contigo, en tu bolsillo.

— No. ¿Estás loco? Es tu escoba más rápida. Me provocaré una lesión cerebral traumática.

Draco se burló.

—No eres tan terrible para volar... ¿O lo eres?

Granger lo fulminó con la mirada, ambas manos en sus caderas. Luego cambió de táctica.

—¿Cómo está tu pierna?

—...Bien.

—Mentiroso, casi no la has apoyado durante los últimos quince minutos.

Lo cual era cierto, pero Draco esperaba que ella no lo hubiese notado.

—¿Quieres que le eche un vistazo? —preguntó Granger.

—No —dijo Draco.

—Las mordeduras de mantícora son desagradables —dijo Granger—. ¿Estás al día con los
ejercicios que te dio Parnell?

—No es asunto tuyo —dijo Draco, porque la respuesta era no, porque era un procrastinador, y
luego se le olvidó.

—Es tu LCP, ¿no? Puedo decirlo por tu forma de andar.

—Estás tratando de sobornarme con una curación para evitar usar la escoba, ¿no?

—Sí. ¿Está funcionando?

Draco consideró a la bruja embarrada en el fondo del pozo. Luego consideró la hilaridad de ver a
Granger intentar montar su escoba. Luego consideró el dolor en la rodilla.

El dolor ganó. Necesitaba ser ágil, para cualquier cosa que el convento les arrojara,
lamentablemente.

Draco le arrojó la varita a Granger.

Ella hizo un trabajo rápido de escape a partir de entonces. La tierra que tenía delante se dividió en
una plataforma que, impulsada por gruesas raíces, la llevó de vuelta al camino.
Granger con su varita de nuevo en la mano parecía bastante más peligrosa que la que no tenía
varita en la zanja. Estaba mirando a Draco con algo menos que amabilidad por su risita a su costa.
El calor prometía venganza.

Sin embargo, un trato era un trato (bendita sea, siempre podías contar con ella para eso) y la varita
de Granger pronto apuntó a la rodilla de Draco, y el alivio de la curación se extendió por ella.

—Tienes que hacer los ejercicios —dijo Granger, sacudiéndose el polvo—. La curación no lo
puede hacer todo. No seas perezoso; sólo tienes dos rodillas.

—Sí, sí, tienes razón, por supuesto. Sigamos. Ya hemos perdido suficiente tiempo con tus tonterías
en las zanjas.

Ahora sano y salvo, Draco avanzó por el camino, con Granger corriendo detrás de él para mantener
el ritmo, murmurando cosas groseras a su espalda.

Finalmente, llegaron al convento. Granger había explicado que se había construido a la entrada de
la gruta donde la Magdalena se había refugiado por primera vez, que ahora servía como capilla.

Draco y Granger se tomaron un momento para camuflar sus varitas sobre sus personas y
reorganizar su lenguaje corporal mutuamente hostil en el de torpes muggles recién casados.
Caminaron uno al lado del otro, el brazo de Granger enganchado con el de Draco.

Su primer obstáculo fue la Hermana en la puerta del convento, una mujer mayor, que observaba su
acercamiento con expresión severa.

—Ah, no, no, no. Aucune visite aujourd'hui; le monastère est fermé —dijo la Hermana.

Granger, secándose el sudor de la frente, fingió sorpresa y preguntó por qué estaba cerrado.

La hermana explicó que era pleno verano y todos estaban en la basílica de abajo. Eran bienvenidos
a unirse a las celebraciones allí. Hoy no habría servicios en la capilla del convento.

Granger hizo una buena aproximación de angustia. Draco intervino con una explicación a la monja
de que la peregrinación al convento tenía un significado espiritual para ambos, y que habían
pasado su luna de miel aquí especialmente para visitarlo. ¿No consideraría hacer una excepción?

Granger olfateó que todo lo que quería hacer era encender una vela y hacer una oración a la
Magdalena, porque ella era una pecadora arrepentida y necesitaba su sagrada bendición.

Draco hizo un gran espectáculo al consolar a su sollozante esposa. Se sintió interesante acunar a
Granger y sentir su aliento en su pecho a través de su camisa. Se sintió sorprendentemente...
agradable. Sí, iría con agradable.

Él le palmeó el trasero teatralmente; ella se puso rígida y su agarre en su brazo se hizo más
apretado.

La monja frunció los labios mientras observaba el espectáculo.

Draco rozó el frente de la mente de la monja con un ligero toque de Legeremancia para determinar
si necesitaba comenzar a aturdir. Descubrió que las gafas de sol colocadas en sus cabezas fueron el
factor decisivo: la monja concluyó que eran dos idiotas sin gracia y que una breve visita no haría
daño, a pesar de las instrucciones de la priora.
Por favor, no seas celoso.

La monja los condujo a través del pequeño convento hasta la gruta de la Magdalena.

—Quince minutos —dijo con un severo movimiento de dedos.

Quince minutos ciertamente no eran suficientes para sus nefastos planes, pero Draco y Granger
balbucearon algo de gratitud.

—Vieja achacosa —dijo Draco cuando la monja se fue.

—¡Shh! —dijo Granger—. Ella nos echará.

—Tonterías blasfemas, podrías decir.

Granger hizo una mueca.

—Puede que no.

Draco concluyó que estaba perdido con ella.

—Al menos hiciste un buen trabajo mintiendo —dijo Draco.

—Puedo mentir —dijo Granger—. Ya sabes, una vez engañé a los duendes de Gringotts. Lo hago
bien cuando no estoy siendo traspasada por esas... esas lanzas que llamas ojos.

—Traspasada, dices.

—Perforada, empalada inclusive. Mira hacia otro lado antes de cortarme en pedazos.

Draco miró hacia otro lado, divertido. No le dijo que sus ojos tenían el efecto contrario; de atraer,
de tirar hacia ella. A veces, si no estaba con la guardia en alto, mirarla a los ojos era como caer,
como arrojarse de cabeza.

Pero basta de tonterías sobre los ojos.

Hicieron un inventario de la gruta.


La capilla. (Foto: M. Disdero)

Era mucho más grande de lo que Draco había imaginado, más bien una cueva, y contenía una
capilla entera. Las paredes estaban salpicadas de velas votivas. Las fisuras de la cueva habían sido
tapadas por vidrieras, que bañaban el lugar en rojos y azules profundos.

No había nadie alrededor. En un rincón oscuro de la cueva, Granger transformó dos estatuas en
réplicas arrodilladas de ella y Draco, y colocó un grupo de velas frente a ellas. Si la monja
guardiana los vigilaba, sus siluetas estarían encorvadas en silenciosa contemplación en el otro
extremo de la gruta.

Granger también colocó la primera de sus runas incendiarias en la base de la estatua de Magdalena.

—Pero no demasiado cerca —susurró mientras encendía el símbolo—. En realidad, no quiero


dañarla...

Mientras tanto, Draco estaba lanzando sus hechizos de detección, lo que le indicó que había unas
cinco monjas en las instalaciones.

—Puede haber más. Esta roca hace que sea difícil de decir. Así que son cinco brujas y una cantidad
incalculable de protecciones.

—Mucho mejor que las cincuenta brujas habituales, de todos modos —dijo Granger.

Satisfecha con la disposición de sus duplicados de piedra, Granger rodeó el borde de la gruta y
asomó la cabeza por el pasaje que conducía de la gruta a la cripta.

Pasos resonaron desde esa misma dirección un momento después. Una monja más joven apareció y
preguntó, sorprendida y molesta, ¿qué pensaba Granger que estaba haciendo?

Granger dijo:

—Perdón, je cherche les toilettes.

La monja levantó un dedo para señalar el letrero insoportablemente claro sobre la puerta que decía:
«ACCÈS INTERDIT», y preguntó si Granger podía ver a través de esos tontos anteojos. Luego
preguntó por qué estaban allí y quién los había dejado entrar: ¡El convento estaba cerrado! Y,
dándose cuenta de repente de las réplicas de piedra, ¿qué era eso?
La monja estaba demasiado alterada para jugar con eso de ser torpes. Draco acortó su misión de
investigación, aturdiéndola sin fanfarria.

—Mierda —dijo Granger—. Pero, desafortunadamente, necesario.

Granger había insistido en que ella estuviera a cargo de cualquier Obliviate. Quitó los últimos
cinco minutos de la mente de la monja con mucho más cuidado del que Draco hubiera tenido.

—¿Tu aturdimiento se mantendrá durante al menos otros veinte minutos? —preguntó Granger.

—Media hora, a menos que tenga sangre de troll.

—Excelente. —Granger transformó a la monja en un banco y la hizo flotar contra la pared—.


Sigamos adelante.

Granger lanzó un hechizo silenciador alrededor de los dos mientras Draco los desilusionaba,
seguido de encantamientos de No-Me-Notas por si acaso. Continuaron por el pasaje que conducía
de la gruta a la cripta.

Como estaba planeado, Draco tomó la delantera, haciendo un pequeño reconocimiento en cada
esquina antes de dejar que Granger lo siguiera. Dejó caer dos runas más a medida que avanzaban.

Se encontraron con las primeras salas de alarma en la escalera que bajaba a la cripta. Draco los
descartó sin problemas, pero procedió más lentamente a partir de entonces; ahora se estaban
acercando a donde las cosas podrían volverse interesantes.

Se encontraron con dos escaleras ilusorias que conducían a las mazmorras. Draco desarmó algunas
desagradables trampas activadas por presión: un orbe de pestilencia y una runa podrida. Granger se
encargó de un Sacrilegio Abrasador dirigido a sus corazones.

—Las Hermanas no son muy agradables —dijo y Draco podía escuchar el ceño fruncido en su voz.

Al pie de la escalera de piedra, el aire se volvía viciado y mohoso. Llegaron a la puerta de la cripta,
y con ella, su primer desafío real: una cerradura de sangre.

—Eso es oscuro —dijo Draco—. Estas monjas no están bromeando.

—Necesitamos a esa monja aturdida —dijo Granger—. Deberíamos volver a subir...

—No tenemos tiempo. Accio —dijo Draco, agitando su varita hacia la monja transformada, quien
yacía, como un banco, en algún lugar por encima de ellos.

—¿Pero eso no es demasiado pesado para una Invocación...?

Granger claramente no tenía idea de las capacidades de Draco. Él no respondió, enfocando su


voluntad en el vuelo del voluminoso banco, actualmente zumbando a través del pasaje por encima
de ellos. Si alguna monja tuviera la mala suerte de interponerse en su camino, sería pulverizada
sumariamente.

Hubo algunos golpes cuando el banco descendió la escalera hacia ellos.

—Wow —dijo Granger al ver esta exhibición absurda, pero impresionante.

—Solo tenías que transfigurarla sin el maldito peso de un banco real —jadeó Draco cuando el
banco se tambaleó a la vista.
Granger deshizo la transformación de la monja aturdida murmurando sobre la importancia de la
precisión. Entonces Draco observó la forma desilusionada de Granger flotando indecisa sobre el
cuerpo inerte.

Draco, viendo que Granger no tenía la botella para hacer la parte sucia, sacó su cuchillo.

—Un corte ligero —dijo Granger. Había aprensión en su voz. El daño corporal a otros había sido
un «Plan F» muy lejano, sólo en el peor de los casos.

Draco agarró la mano de la monja y le cortó la palma. Lo presionó sobre la suave superficie de
obsidiana de la cerradura de sangre.

—Más vale que tenga permiso para abrir esto, o vamos a tener que buscar a la priora.

—Maldita sea, espero que no, probablemente esté en el pueblo.

Durante un largo momento, no pasó nada.

Luego, la cerradura de sangre brilló dorada y se abrió.

Granger suspiró aliviada. Mientras Draco buscaba más protecciones más allá de la puerta, ella curó
la mano de la monja aturdida y luego la transformó de nuevo, esta vez en un candelabro de
antorcha para que coincidiera con los demás a lo largo de la pared.

—¿No podrías haber hecho eso en primer lugar? —preguntó Draco.

—¡No había antorchas arriba! —gruñó Granger—. ¡Necesitaba estar camuflada!

Entraron en la cripta: paredes mojadas, mohosas y que apestaba a siglos de muerte. Granger,
acurrucada detrás de Draco, le susurró instrucciones mientras avanzaban. Se había memorizado la
totalidad del área laberíntica, basándose en los textos antiguos que tenía en sus manos. Si su avance
por un pasillo estaba bloqueado, tendría tres alternativas preparadas.

Draco desarmó una serie de protecciones cada vez más maliciosas, protecciones que en realidad
apenas merecían ese nombre; estas eran maldiciones. Los redujo a paso de tortuga.

—Maldita sea, ¿un glifo destripador? —murmuró mientras alcanzaba la siguiente sala—. Estas
monjas son asesinas.

Sintió a Granger mirar por encima de su hombro y ver cómo su varita traslúcida desarmaba la cosa.

—Estos son bastante más oscuros de lo que esperaba —dijo Granger.

—¿Cómo vamos con el tiempo?

Cinco minutos hasta que el bonne sœur de la entrada venga a acosarnos. Tal vez diez si retrocede
al ver nuestras piadosas cabezas.

—Esto va mucho más lento de lo que me hubiera gustado —dijo Draco, acelerando el paso, con la
varita en alto para detectar más amenazas.

—Lo sé —dijo Granger, la preocupación endureciendo su voz.

Continuaron por pasadizos cada vez más estrechos, pasando varios siglos de huesos apilados y
cuerpos momificados por el paso del tiempo. Con la varita de Draco activada, Granger conjuró un
círculo de llamas azules a su alrededor para iluminar el camino, junto con su Lumos.
Durante un tiempo sospechosamente largo, no hubo otras interrupciones.

Entonces llegaron al cráneo de una cabra sonriente, flotando en medio del pasaje. Parecía
inofensivo e inerte, simplemente suspendido en su lugar. Tallado en el suelo polvoriento debajo de
él había un pentagrama.

Draco apretó los dientes: éste, lo había leído en el texto sobre los monjes dominicos.

—¿Qué es? —preguntó Granger a la espalda de Draco.

—La barrera de Beelzebub —contestó Draco—. Más bien esperaba que no nos lo encontráramos.

—¿Por qué? ¿Qué sucede si lo activamos?

—Un caso bastante serio de posesión demoníaca. Que ninguno de nosotros es lo suficientemente
devoto para tratar, por cierto —dijo Draco.

—Puaj... ¿Cómo lo desarmamos? —preguntó Granger.

—Sacrificio humano.

—¿Qué?

—¿Invoco a la monja?

—No, encontraremos otra forma de evitarlo. Espera... Déjame pensar en un desvío. Esta fue la ruta
más directa, por supuesto...

Después de unos momentos de pensar, durante los cuales Granger dibujó sus mapas mentales en la
espalda de Draco y le dio un escalofrío, los guio por otro pasillo. Ambos eran conscientes del
tiempo que estaba pasando.

Granger deletreó otra de sus runas incendiarias y luego dijo:

—Hemos pasado el margen de los quince minutos.

—Podemos esperar hostilidad en el camino de regreso —dijo Draco—. Esperemos que sólo sean
las cuatro monjas.

—Las runas deberían proporcionar una distracción —dijo Granger, pero había una irritación
ansiosa en su voz: esto no iba según lo planeado.

El nuevo camino conducía a una Nube de Contagio y una sala Carcerem sine fine, ambas
desarmadas por Draco.

Mientras trabajaba, Granger, preocupada por la hora, dio un paso adelante para mirar por la
esquina.

En defensa de Granger, Draco tampoco hubiera esperado otra protección tan pronto después de
esas dos, pero ahí estaba. Granger lo hizo tropezar y una ráfaga de flechas arcanistas volaron hacia
ellos desde todas las direcciones.

Solo los reflejos de Draco los salvaron de muerte por empalamiento; mientras las flechas
incendiarias zumbaban, empujó a Granger contra la pared y lanzó Obice circum. En cambio, las
flechas se incrustaron en el brillo de su escudo.
—¡Idiota! —dijo Draco, su cara en el cabello invisible de Granger—. Has hecho un buen lío.
¡Debías quedarte detrás de mí en todo momento!

—¿Pusieron tres salas dentro de dos metros cuadrados? —jadeó Granger desde algún lugar de su
pecho.

—Evidentemente. Y ahora estamos en un buen aprieto —dijo Draco mientras las flechas estallaban
contra el escudo.

—¡¿Un aprieto?! ¿Así es como llamas a este paisaje infernal?

—¡Haz algo con el maldito fuego antes de que derribe mi escudo!

Granger, impulsada a la acción, deslizó su varita bajo el brazo de Draco y agitó una compleja
orden en rúnico.

Las flechas de fuego se apagaron.

—Tendrás que enseñarme eso —dijo Draco, alejándose de ella.

—En otra ocasión —dijo Granger. Había un temblor en su voz, aunque si eran nervios o fatiga,
Draco no estaba seguro. Cada runa incendiaria y hechizo que ella usaba era un drenaje para su
magia, al igual que cada maldición que él rompía era un drenaje para la suya. Ninguno de ellos
había esperado estar tan tenso. Según el conteo de Draco, habían roto más de veinte maldiciones
en el lapso de un cuarto de hora.

—Nos estamos acercando, este es el último corredor —dijo Granger mientras se acercaban.

El techo descendía a medida que avanzaban.

—¿Estás seguro de que no vamos a entrar en una maldita cámara funeraria? —murmuró Draco
mientras se agachaba para seguir avanzando.

—Sí, este es el camino correcto. Estoy segura de que lo apretaron a propósito...

Draco se detuvo abruptamente. Granger chocó de lleno contra su trasero, maldijo y luego canceló
las desilusiones para que pudieran verse.

Draco se movió para que Granger pudiera observar el brillo rojizo, casi invisible, a través del piso
de piedra que salía bajo el brillo de su varita.

—Estas jodidas monjas —dijo Draco.

—¿Qué es?

—Uno de los Tormentos inventados por los Cartujanos. Lo llamaron Santificación Espiritual.
Malditos satíricos.

—¿Qué hace?

—Un área de efecto Crucio. Más fácil que un lanzamiento continuo, es ideal para suelos de
mazmorras.

—¿Una alfombra de Crucios?

—Esencialmente.
—Qué horror. —Se estremeció Granger.

—¿Alguna ruta alternativa?

—El Beelzebub bloqueó el camino principal. Tenemos que enfrentarlo, o cruzar esto...

Mientras hablaba, una chispa de color púrpura brilló en la visión periférica de Draco. Derribó a
Granger fuera del camino justo cuando la chispa estalló en un latigazo de feroz luz violeta. La
maldición siseó contra la pared donde había estado la cabeza de Granger.

—¿Qué fue eso? —La boca de Granger estaba abierta mientras observaba el líquido púrpura
corrosivo roer la pared de piedra.

—Desuella mentes —dijo Draco, poniéndose de pie—. De Inicio retrasado... Asqueroso.

—¿Desuella mentes? —repitió Granger, poniéndose de pie también—. Estas malditas monjas...

—Escoba —dijo Draco, su atención de nuevo en el Tormento—. No debemos tocar el suelo.


Y no sugieras Wingardium Leviosa en su lugar.

—No iba a hacerlo —espetó Granger, sacando la escoba de su bolsillo extendido—. No me fiaría
de mí misma en estos espacios reducidos, no con un maldito gran cuerpo como el tuyo para
cargar...

Se montaron en la escoba, ambos manteniendo las piernas inusualmente apretadas. El techo era tan
bajo aquí que incluso en ese momento, con sus cabezas rozando la piedra de arriba, las rodillas de
Draco estaban a centímetros del Tormento.

—Estas jodidas monjas —murmuró mientras los conducía con suma delicadeza sobre el parche de
sufrimiento de cinco metros de largo.

Granger estaba enfocada en estrangular la escoba con sus manos y sus piernas.

Pasaron el parche rojizo. Draco los bajó para desmontar. Algo dorado brillaba al final del pasillo:
se parecía al relicario que Granger le había descrito. Jodidamente finalmente.

—¡Espera! —siseó Granger—. ¡Mira!

Sobre ellos, y visible sólo gracias al círculo de llamas azules de Granger, una runa estaba tallada en
el techo.

Draco tiró de la escoba de regreso a un vuelo estacionario.

—¿Qué es?

—¿Ethos? —dijo Granger, inclinando la cabeza y hablando consigo misma—. ¿Raidhu? ¿Pero por
qué es...? ¡Vaya! ¿Pero no sabía que podías hacer eso? ¡¿Qué?! Este uso no está en ninguno de los
Silabarios...

—¿Qué diablos es esto? —repitió Draco.

—Creo que, basado en un análisis extremadamente preliminar, es... ¿Supongo que podrías llamarlo
una Runa de Ética Invertida?

—¿Ética... invertida? —repitió Draco. Había esperado algo bastante más letal. Entrañas invertidas,
tal vez.
—Revertiría cualquiera que sea tu punto de vista moral normal —continuó Granger—. Pienso que
podría cambiar tus intenciones.

—Así que saldrías de la Alfombra de la Tortura odiando a las monjas y queriendo matarlas a todas
y destruir todo el lugar, y luego serías golpeado por eso y...

—Amarlas, querer ayudarlas y no hacer las cosas malas que te habías propuesto hacer, sí —dijo
Granger—. Una idea brillante, por decir algo. Déjame encargarme de este. ¿Puedes hacernos volar
más cerca?

Draco movió la escoba hacia arriba y la sostuvo con la mayor firmeza posible mientras Granger
sacaba las contra runas. Este ejercicio tomó lo que pareció una eternidad. Draco siguió lanzando
hechizos de detección detrás de ellos, ahora consciente de que casi con certeza habría una búsqueda
de muggles torpes.

Le pareció que escuchó voces.

El techo crujió y la runa se desintegró en polvo.

—Arreglado —dijo Granger.

—Finalmente.

Desmontaron de la escoba. Draco volvió a tomar el mando, tan irritado por los retrasos que casi
pensó en reactivar todas las protecciones y arrastrar a las monjas a través del maldito laberinto,
para probar su propia medicina.

Por fin dieron con el relicario de la Magdalena.

Hic requiescit Magdalenae corpusMariae. (Foto: magdalenepublishing.org)

Todo parecía estar hecho de oro puro. Brillaba en la oscuridad, excepto por el cráneo de
Magdalena, que sobresalía de forma negra. Apilados a ambos lados había más oro: crucifijos,
copas, estatuillas y cofres rebosantes de monedas.

Draco no detectó más hechizos maliciosos, así que se acercaron.


Una inscripción brillaba debajo del relicario.

—Noli me tangere —leyó Draco—. No me toques. Bueno, eso es excelente.

—Solo vamos a molestarla un poco —dijo Granger, mordiéndose el labio.

—¿Qué es ese frasco al lado de ella?

—La Ampolla Sagrada. Supuestamente contenía tierra, empapada en la sangre de Cristo, recogida
por Magdalena de debajo de la cruz.

Draco dejó escapar un silbido cuando se acercaron al relicario.

—Este lote debe valer unos cuántos Knuts.

Una voz ronca habló en francés.

—¿Unos cuántos? Pequeño cabrón descarado.

Draco y Granger saltaron. Hominem Revelio rebotó contra las paredes cuando las lanzaron, sin
ningún resultado. Draco lanzó un Protego alrededor de Granger.

La voz volvió a hablar:

—Mis únicos visitantes en siglos, así que, por supuesto, son irremediablemente estúpidos.

—Oh, Dios mío —jadeó Granger—. Es el cráneo.

Draco lo miró fijamente.

—Hola —le dijo el cráneo a Draco—. Eres bonito.

—Por las tetas de Merlín —exclamó Draco.

—Me gustas —La calavera sonrió en su dirección—. Danos un beso.

**~**~**

Chapter End Notes

¡Uff! ¿A caso esa fue una declaración de «me gustas y por eso me transformo en algo
parecido a ti»?

¿Cardíaco? ¡Un montón!

Besos,

Paola
Noli Me Tangere
Chapter Notes

¿Adelantamos la actualización del sábado? Entonces, sigue adelante.

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Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse

"Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love"

De Isthisselfcare

Beteado por Bet y Emily

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Hermoso arte por alinadoesartsometimes

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Draco había experimentado muchas cosas extrañas y maravillosas en su vida, pero estar charlando
con el cráneo de una santa muerta desde hace mucho tiempo ciertamente estaba dentro de las más
extrañas.

—Dame una buena razón por la que no debería gritarles a las buenas Hermanas acerca de los
intrusos —dijo la calavera.

—Te haré pedazos si lo intentas —dijo Draco.

—Promesas, promesas —dijo la calavera.

—Por favor, ¿eres Magdalena? —preguntó Granger, su sorpresa ahora estaba dando paso a la
curiosidad con los ojos muy abiertos.

—Un eco de la que una vez fue conocida con ese nombre —dijo la calavera.

—¿Un fantasma? ¿Espíritu?

—Hay muchos Estados del Ser.

Draco le dio un codazo a Granger.

—No es el momento.

— Bien, mejor hablemos de lo que hace un chico guapo como tú en un lugar como este.

—No estoy tramando nada bueno —dijo Draco—. Obviamente.

—Ooh, la la, un chico malo —se deleitó la calavera.

Granger estaba petrificada en un estado de total fascinación hacia el cráneo. Draco le dio un codazo
de nuevo.

—Haz lo que viniste a hacer aquí. Tenemos que irnos.

Granger pareció volver en sí.


—Cierto, tengo que hacerlo, pero...

Había voces que venían por el pasillo.

—Tenemos compañía —interrumpió Draco—. Activa tus trampas.

Granger levantó su varita y murmuró duras palabras en rúnico antiguo. Draco sintió que se le
erizaba la piel de gallina en los brazos cuando su magia se desvaneció de ella. Cinco chispas
brillantes brotaron de su varita y zumbaron por el pasillo para detonar sus contrapartes.

Hubo un momento de puro y perfecto silencio.

Luego, la cripta, los pasadizos y la gruta fueron sacudidos por explosiones. Los gritos resonaron a
lo lejos. Una fina capa de piedra cubrió el relicario de Draco, Granger y la Magdalena.

Desde el pasillo, no llegaron más sonidos.

Granger tenía las manos en las rodillas, sin aliento por el esfuerzo mágico.

—¿Qué has hecho? —preguntó la calavera.

—Nos gané tiempo —dijo Granger.

—Hazlo —dijo Draco, montando guardia en el pasaje—. ¡Con rapidez!

Granger estaba agitada.

—¡Pero es sensible! ¡No estaba destinada a ser consciente!

—Consciente es un término bastante optimista —dijo la calavera.

—¡Pero puedes percibir! —dijo Granger—. No puedo sólo... sólo...

—¿Qué, exactamente?

—Necesito un pedacito de ti —dijo Granger.

—Bah, tú y el resto del mundo. Pedazos de mí han sido robados durante siglos y siglos, ya sabes.

—¡Muévete, maldita sea! —dijo Draco.

Granger sacó un osteótomo de aspecto bastante malvado de su bolsillo.

— Sí. Mi mandíbula vivió en Roma durante 700 años; acabamos de reunirnos.

—¿Apenas?

—En 1295. Gracias al Papa Bonifacio VIII... ¡que su cabeza puntiaguda sea bendita!

Granger ahora se acercaba al cráneo.

—Yo eh... Veo que tu hueso occipital está roto. ¿Te importa si lo ordeno un poco?

Draco alzó los ojos al cielo. Granger estaba tratando de obtener el consentimiento del maldito
cráneo.

—Noli me tangere —dijo la calavera.


Granger, con el osteótomo en una mano y su varita en la otra, dijo:

—Lo siento —Desapareció el cristal del relicario—. Lo siento, pero es por una buena causa, lo
prometo...

—Noli me tangere —repitió la calavera mientras la mano de Granger se acercaba—. Te


arrepentirás.

Algo en el tono de la calavera hizo que Draco se volviera.

Extendió la mano y agarró el brazo de Granger, justo a tiempo para unirse a ella cuando el cráneo,
un puto maldito traslador, los transportó.

Se materializaron en una mazmorra, a diez metros sobre el suelo, y comenzaron a caer en picado.
Como en cámara lenta, ambos giraron para ver un brillo rojizo en el suelo de piedra de abajo:
Santificación espiritual.

Su gracia salvadora, mientras caían, fue que ambos tenían sus varitas. Granger le arrojó
un Wingardium Leviosa a Draco justo cuando él se lo arrojaba a ella, y luego se cernieron,
completamente a merced de la fuerza de voluntad del otro, a centímetros del Tormento.

Granger estaba haciendo un trabajo decente al sostener su «maldito gran cuerpo sangriento» en
alto, pero había algo febril en su magia; ella no sería capaz de sostenerlo por mucho tiempo. Draco
mismo comenzaba a sentirse mareado: la producción mágica del día lo estaba alcanzando, e
incluso mantener a flote la esbelta figura de Granger era agotador.

—¡Escoba! —jadeó Draco.

Granger le arrojó el cráneo a Draco, quien lo atrapó como una quaffle huesuda. Sacó la escoba. En
una hazaña de acrobacias incómodas y flotantes, logró pasarlo. Luego, bajo sus manos inexpertas,
se movió hacia Draco en sacudidas inseguras y azotadas. Cuando Granger se acercó lo suficiente,
tiró de la cola hacia él y se derrumbó detrás de ella.

—¡Mierda! —resopló Granger, completamente sin aliento.

Draco estaba furioso.

—¡Estas malditas, malditas monjas!

—Oh, Dios mío —dijo el cráneo mientras se lo devolvía a Granger—. Esto no había pasado desde
la Edad Media. ¡Qué emoción!

Draco hizo flotar la escoba arriba y abajo del estrecho calabozo, con su varita en alto, buscando
una salida.

—Esta piedra debe tener metros y metros de espesor —dijo Granger, lanzando ráfagas de hechizos
de Transformación en la pared mientras Draco pasaba deslizándose—. No puedo hacer nada más
allá de la capa interior.

—Podríamos intentar usar la fuerza bruta con algunas Bombardas —dijo Draco—. Pero eso nos
agotaría a ambos, y quién sabe qué hay del otro lado.

—Oh, unas cincuenta hermanas enfurecidas —respondió la calavera—. Ya habrán hecho sonar la
alarma y todas habrán volado de regreso desde donde estaban haciendo el Solsticio. Oooh, espero
que no conozcas a la priora, querido, ella dejaría tu bonita cara bastante irreconocible.

—Tiene que haber una entrada, ¿de qué otra forma buscan a los prisioneros? —Draco redobló su
búsqueda—. Tenemos que encontrarla, ese será el punto débil.

—Apuesto a que no hay ninguna. Probablemente levanten la Sala Anti-Apariciones y entren para
recoger los cadáveres torturados de la Alfombra de Crucio —reflexionó Granger sombríamente.

—Cosita inteligente —dijo el cráneo.

—Silencio, es tu culpa que estemos aquí.

—Traté de advertirte —dijo la calavera—. ¿No hablas latín?

Granger ahora estaba agarrando su persona.

—Tengo un millón de cosas en mis bolsillos, pero ¿qué hago con ellas? ¿Tendemos trampas?
¿Hacemos explosivos? Podrían dejarnos pudrirnos aquí durante años antes de que vengan a
buscarnos. Tengo suficiente comida para... eh... ¿meses, tal vez? ¿Cómo dormiremos sobre el
Tormento? ¿Quizá podría hacernos hamacas?

En el curso de su parloteo de manos moviéndose, Granger, sin darse cuenta, presentó Una
Solución. Draco la agarró por la muñeca. A la luz de su varita compartida, su anillo brillaba.

Granger siguió su línea de visión.

—Pero, dijiste que no terminaste el traslador.

—No lo hice.

—Entonces, ¿qué estás pensando?

Draco golpeó con sus dedos la muñeca de Granger.

—No sé... Una posibilidad. No pude fijar el destino final en una ubicación deseada. La aritmancia
es correcta, solo hay un estúpido problemilla al final que no he resuelto.

Granger ahora se estaba emocionando. Se giró hacia él en la escoba.

—¿Entonces dices que funciona, pero no tenemos idea en dónde terminaremos?

—Sí.

Granger le tendió la mano.

—Actívalo.

—Tú no entiendes. No tengo ni puta idea de dónde terminaremos —repitió Draco—. Podrían ser
en el interior de la tierra. Podría ser dentro de un volcán o las profundidades de la Atlántida.
Podríamos morir en el momento en que lleguemos: aplastados, quemados o asfixiados.

Granger buscó sus ojos, luciendo tan desconcertada como él se sentía.

—¿Cincuenta monjas enojadas descendiendo sobre nosotros en santa ira o asfixia?

Draco se pasó una mano por la cara.


—Mierda. ¿Cómo diablos llegamos aquí?

—¡Ooh, haz el traslador, haz el traslador! —dijo la calavera—. ¡Quiero ver el mundo!

—Tú eliges —le dijo Draco a Granger, ignorando a la calavera.

Granger se alejó de él en la escoba y pensó.

—Estás haciendo un análisis FODA —dijo Draco, observando el movimiento de sus dedos.

—Shh.

—¿Qué es un análisis FODA? —preguntó la calavera.

—Lo que ella hace mejor —dijo Draco.

Fue bueno que Granger no estuviera escuchando; el cariño no solicitado se había colado en su
declaración. Iugh.

Granger salió de su proceso luciendo determinada. Se volvió hacia Draco en la escoba.

—Traslador. Varitas afuera y listos para desaparecer en el momento en que nos materialicemos en
el Otro Lugar. Incluso en el entorno más hostil, cualquier daño que suframos en esa fracción de
segundo debería ser curable.

—¿Incluso lava? Estamos tomando un gran maldito riesgo.

—Tenemos el cráneo. Y tengo vidas que cambiar para mejor. Revisemos la cosa estúpida de
hechizos rastreables; no necesitamos que la Hermandad nos siga a donde sea que terminemos.

El cráneo fue sometido a hechizos de diagnóstico tanto de Granger como de Draco. Ninguno de los
dos fue amable al respecto, pero el cráneo parecía tener poca sensibilidad.

—Eso hace cosquillas —dijo el cráneo mientras estaba suspendido entre los dos y era rociado con
hechizos.

—Está limpio —dijo Draco finalmente—. Sólo ecos del Portus.

—Lo cual fue una idea brillante. Un sólo hechizo no malicioso al final; justo en una mazmorra.
Malditas Monjas.

—Está bien —dijo Draco—. Vamos. Pero primero, quiero dejar algunos agradecimientos para las
Hermanas Benedictinas de las Sagradas Pelotas.

—Ooh, travieso —dijo la calavera mientras Draco metía algunos maleficios, maldiciones y otras
diabluras en la mampostería.

Al carajo con su fatiga. Necesitaba venganza.

—¿Listo? —preguntó Draco, con la punta de su varita en el anillo de Granger, preparado para
activar el Traslador.

Granger lo miró a los ojos y asintió. Estaba nerviosa, pero no tenía miedo.

Maldita bruja valiente.


—Portus —dijo Draco.

**~*~**

El Traslador los succionó a través de la Sala Anti-Apariciones en un arrastre prolongado y


repugnante. Draco no estaba seguro de qué estaba agarrando con más fuerza: su varita, la cintura de
Granger o la escoba entre sus piernas.

Se materializaron a unos sesenta metros sobre el suelo sobre una extraña y surrealista escena...
¡Gracias a los dioses por la escoba! Estaban volando sobre un grupo de barcos agrupados como si
estuvieran amarrados en un puerto deportivo, pero no había agua. Hasta donde alcanzaba la vista
de Draco, las dunas se ondulaban una y otra vez en el horizonte.

(foto: theworldgeography.com)

La cabeza de Granger giró también y observó todo el lugar, así su curiosidad superó su miedo a
volar. Una voluta de humo emanó de su anillo: lo último del imperfecto Portus desapareció.

El viento cálido les lanzó arena a los ojos y les agrietó los labios.

—Por supuesto que no terminaríamos en, no sé... ¿Kent? —dijo Draco.

—Eso hubiera sido demasiado conveniente —dijo Granger—. Pero tomaré esto sobre el centro de
un volcán, y no nos escindimos por una aritmancia mal ejecutada. Bien hecho.

Draco voló más bajo, lanzando hechizos de detección hacia el cementerio de barcos. No había
nada vivo dentro.

—Voy a bajarnos. Tenemos que descansar y ambos estamos jodidos.

—De acuerdo.

Aterrizaron entre los cascos oxidados y encontraron un lugar a la sombra de un barco más
pequeño.

Granger se cayó de la escoba con esa torpeza suya, se quedó a cuatro patas en el suelo durante un
buen rato y luego volvió a ponerse de pie.

Buscó a tientas en su bolsillo hasta que encontró su dispositivo muggle, que sacó triunfante. Sin
embargo, el triunfo duró poco. Granger caminó, sostuvo el móvil en alto, lo mantuvo bajo,
presionó algunos botones, pero fuera lo que fuera lo que estaba destinado a hacer su aparato, no lo
estaba haciendo.

—No hay servicio —suspiró Granger—. Estamos fuera del alcance de las telecomunicaciones
muggles. Me habría gustado saber en dónde estamos.

—¿Un gran maldito desierto como este? Supongo que en algún lugar de África.

—Eso también era mi suposición —dijo Granger—. Hay un lugar llamado Costa de los Esqueletos
en Namibia, famoso por los naufragios entre las dunas. Pero esa teoría se ve frustrada por la
ausencia bastante conspicua del mar. Quizá los barcos nos den una pista.

Caminó especulativa hacia la proa del barco bajo el cual se refugiaban. Los caracteres que alguna
vez deletrearon el nombre del barco estaban descoloridos y dispersos.

Las manos de Granger encontraron sus caderas.

—¿Cirílico?

—... ¿Estás sugiriendo que estamos en Rusia?

—No tengo idea —dijo Granger, sonando, por una vez en su vida, completamente desconcertada.

Dejaron a un lado los misterios de sus circunstancias presentes para reponer sus fuerzas. Draco
estaba ansioso por descansar: tenía una preocupación persistente de que las monjas los encontrarían
de alguna manera, y en ese momento estaba demasiado fatigado mágicamente para enfrentarse a
cincuenta de ellos en un tiroteo.

—¿Dónde está el cráneo? —preguntó, de repente, ya que los últimos diez minutos habían estado
libres de comentarios roncos.

—En mi bolsillo —dijo Granger—. Con un Muffliato alrededor de sus huesos temporales. Estoy
cansada de sus comentarios continuos.

—Buena idea. ¿Tienes algo para comer en ese bolsillo?

—Obviamente.

Los pedazos de bote oxidado se transfiguraron mínimamente en una improvisada y baja mesa con
taburetes. Draco notó que no se mostró ninguna de las florituras habituales de Granger, o su
preocupación por la precisión. Los taburetes se descascarillaban en la parte inferior de la vieja
pintura marina, la mesa amenazó con un lado del tétanos a su cena; Granger estaba cansada.

Y, sin embargo, ella todavía logró sorprenderlo al sacar cosas de su bolsillo extendido. Colocó los
ingredientes de una comida real sobre la mesa. Se dispuso una baguette, paté y varios quesos.
Luego vino una variedad de charcutería, algunos pepinillos y aceitunas. Siguió un recipiente de
ensalada de berenjena especiada.
Inspeccionó la mesa.

—¿Qué me estoy perdiendo? ¡Vaya! Las bebidas.

Siguieron agua embotellada: «Muy cara» y una botella de vino blanco: «No tengo idea si es bueno;
la botella era bonita».

Granger le pasó el vino a Draco.

—¿Enfriarías esto? También podríamos hacer las cosas correctamente.

Draco pasó varios hechizos refrescantes sobre la botella.

—Genial. Al menos puedo sentir que he contribuido con algo a esta comida.

No fue más que un comentario descartable, pero Granger se lo tomó en serio. Ella frunció el ceño.

—¿Aportar algo? Malfoy, hoy hubiera sido imposible sin ti. Habría dado un giro equivocado en la
primera escalera alucinante y hubiera terminado en una mazmorra para siempre. Y si no lo hubiera
hecho, estaría poseída por demonios, o muy muerta. Sabías el contra hechizo de cada maldita cosa
con la que nos encontramos. Te abriste camino a través de un laberinto que no había sido
penetrado desde la Edad Media. Pusiste un Portus a medias en este anillo, ¡y funcionó! Estamos
aquí, vivos, gracias a ti. Tú estuviste... —Aquí se detuvo, buscó las palabras, y pareció volverse
más consciente de sí misma—. Estuviste extraordinario. —Terminó en voz baja. Se aclaró la
garganta, evitó su mirada y se ocupó de su varita—. Voy a conjurar algunos vasos, ¿de acuerdo?

En cuanto a Draco, no dijo nada, porque estaba luchando con una oleada de placer por esa gran
cantidad de elogios y diversión por el desconcierto de Granger, y lo que parecía la calidez de un
rubor en sus mejillas; sólo que no se sonrojó, porque él era el Maldito Draco Malfoy, por lo que
probablemente era una quemadura de sol de ese maldito desierto.

—Una última cosa antes de comer, si no te importa —dijo Draco, optando por cambiar
violentamente de tema.

Granger miró hacia arriba.

—¿Qué?

—Finite incantatem —dijo Draco, apuntándola con su varita.

Su cabello, recogido en una cola de caballo rubia y lacia, volvió a tener sus abundantes rizos
castaños. Sus ojos, cada vez más oscuros y cálidos a medida que el glamour se desvanecía,
destellaron su diversión hacia él.

—¿Debería hacértelo?

—Hazlo.

—Excelente. Estoy harta del vello púbico. Finite incantatem.

Draco sintió el estremecimiento de su magia a través de su cabello y la caricia de esta a través de


sus ojos. Se sentía, quizás, incluso más íntimo de lo que hubiera sido un toque.

Se pasó una mano por el pelo.

—¿Menos ondulado púbico?


—Eh —Se encogió de hombros Granger, pero estaba conteniendo una sonrisa.

—Puedes decir que mi cabello es magnífico, ¿sabes? —dijo Draco.

—Es adecuado, para un mago que acaba de irrumpir en una cripta y huir de las monjas. ¿Vamos a
comer?

Comieron, bebieron y descansaron, y comenzaron a reponer sus agotadas energías mágicas. Draco
compartió su sorpresa de que Granger pudiera preparar una comida que no estuviera compuesta de
atún y Cheesy Wotsits. Granger dijo que tenía un paquete de Cheesy Wotsits en su bolsillo sólo
para él, ya que se quedaron tan poderosamente en su psique. Draco le preguntó si también tenía
algunos pelos de gato para complementar la experiencia. Granger dijo que por supuesto, y sacó dos
de su bolsillo, y los arrojó en dirección a Draco y él le respondió con un gracias. Ahora se sentía
como en casa, y también, ¿habría pastel Banoffee de postre?

Casi esperaba que Granger le diera uno, pero ella objetó:

—Las tiendas del pueblo no tenían de esos.

Su oferta de postres consistía más en dátiles rellenos de mazapán, higos secos y albaricoques.

—Sabes —dijo Draco mientras masticaba un dátil—, después de todo, podríamos preguntarle a
Magdalena si trajo esta receta.

—¡Vaya! —jadeó Granger. Y luego, después de medio momento de pensar—. ¡Vamos!

El cráneo fue convocado del bolsillo de Granger y el Muffliato fue despedido.

—Hola, ¿qué es esto? —preguntó la calavera, sus sombríos agujeros para los ojos observando el
casco del barco—. ¿Estamos en el mar?

—No —dijo Granger—. Pero... ¿Quisieras establecer una línea de investigación para nosotros?
¿Trajiste la receta de dátiles rellenos de mazapán a Francia desde Tierra Santa?

Se sostuvo una fecha frente al cráneo, con fines ilustrativos.

— ¿Qué es eso? ¿Una almeja?

—Bueno, entonces eso está arreglado —dijo Granger, comiendo el dátil.

—Has restaurado el honor de toda una nación —le dijo Draco a la calavera.

La atención de la calavera se volvió hacia él.

— Oh, eres tú. Sabes, estaba pensando que te verías mejor como rubio.

—Gracias —dijo Draco.

Él y Granger intercambiaron una mirada de comprensión: la calavera ahora los había


visto sin disfraz.

—¿Se pueden obliviar a las calaveras? —preguntó Draco—. No tienen cerebro.

—Tendremos que intentarlo, ahora que nos ha visto —dijo Granger, viéndose seria—. Ella tiene
una mente, de todos modos.
El cráneo, que había estado completando una evaluación de Granger, dijo:

— En cuanto a ti, eres bastante menos cadavérica de lo que eras antes.

—Un poco rico, viniendo de ti.

— Yo era una gran belleza —dijo la calavera.

—Aún tienes unos pómulos hermosos —dijo Draco.

El cráneo se rio, un sonido ligeramente desconcertante.

Draco notó que Granger había sacado su osteótomo. Finalmente iba a obtener esa muestra. Inclinó
el cráneo hacia Draco. Él la distrajo revolviéndose el cabello y mirándola seductoramente.

Granger presionó el borde biselado de su instrumento a lo largo de una parte ya dentada del cráneo.
Se oyó un chasquido sordo cuando se rompió un trozo, que transfirió a un tubo de ensayo.

—¿Qué fue eso? —preguntó la calavera—. ¿Escuchaste algo?

—No —dijo Draco.

Granger sacó un bolso, que arrojó sobre el cráneo para que no los viera más. Luego apuntó su
varita al bulto en la bolsa.

—Obliviate.

La voz apagada y confusa de la calavera salió del saco.

—¿Hermana Sofía? ¿Eres tú? ¿Por qué está tan oscuro?

Granger arrojó a Muffliato y Silencio sobre el saco y lo metió de nuevo en su bolsillo. Parecía
arrepentida.

—Los historiadores religiosos darían sus dientes por tener una charla con ella. Puedes imaginar...

— No —dijo Draco.

—Lo sé, lo sé —dijo Granger, aunque el dolor del conocimiento perdido la hizo agarrarse el pecho
—. La enviaré de regreso al monasterio tan pronto como lleguemos a la civilización. Esperemos
que su regreso a salvo mantenga a las monjas fuera de nuestras espaldas.

—Me apetecía bastante un duelo con la priora. Sonaba como una furia.

Terminada la comida, se bajaron de los incómodos taburetes y se estiraron. Granger sacó una
manta grande e hinchada, que colocó sobre la arena. Se acostó sobre él y Draco se invitó a sí
mismo a acostarse junto a ella.

—Ella sonaba como una furia —dijo Granger—. A la mierda los Aurores y la Orden... Debimos
haber enviado monjas francesas tras Voldemort.

—¿Viste ese laberinto? Las buenas Hermanas lo habrían derrocado en cinco minutos. Viviríamos
en un nuevo orden mundial de monjas.

—Todo el mundo usaría hábitos —dijo Granger, con una risa en su voz—. Habrías prosperado
positivamente.
—Simplemente expreso sorpresa por cómo muestran la piel los muggles —dijo Draco enfadado
—. No objeciones.

—Consternación, más bien.

—Asombro... es un choque cultural.

—¿Las túnicas no interfieren con el chequeo de traseros? —preguntó Granger.

—Son una plaga en todo el deporte.

—¿Entonces?

—Realmente no pensé en las alternativas, hasta... hasta hace muy poco.

—No sabes lo que no sabes. —Asintió Granger sabiamente.

—Exactamente. Estoy desarrollando una nueva estima por la moda muggle: saben cómo realzar
traseros.

Granger se rio. Draco levantó su varita perezosamente y flotó la botella de vino hacia ellos.

—Ya sabes, el sol se está poniendo aquí —La voz de Granger era pensativa—. Era media mañana
en el monasterio. Eso significa que hemos saltado ocho o diez zonas horarias adelante,
dependiendo de nuestra proximidad al ecuador.

—¿Dónde nos pondría eso? ¿China occidental?

Granger se giró sobre su estómago y se acercó al lado de la manta. Estaba garabateando un mapa
en la arena.

—Eh... posiblemente. Cualquier número de lugares, dependiendo de cuántas zonas saltamos. Irán...
Omán... cualquiera de los «Stans»...

Draco flotó sobre los higos secos y los masticó mientras Granger hacía sus especulaciones.

—¡Vaya! —dijo Granger.

—¿Qué?

Le pasó algo para que lo inspeccionara: una concha marina alargada y blanquecina.

—Esto solía ser un lecho marino —dijo Granger mientras miraba la arena—. Qué curioso.

Ahora estaba pasando los dedos por la arena, desenterrando más restos de vida marina disecados.
Sus ojos brillaban con curiosidad. Todos los problemas del día, las maldiciones, las experiencias
cercanas a la muerte, parecían haberse desvanecido a la luz de este nuevo misterio. Con el cabello
cubierto de polvo de cripta, una línea púrpura de residuos de Desuella mentes en la mejilla y su
equipo para caminar destrozado, parecía una arqueóloga con ojos desorbitados que buscaba
respuestas entre las infinitas arenas.

El efecto fue bastante atractivo. Si alguien le hubiera dicho a Draco, meses atrás, que habría
pensado eso de una bruja maltratada y manchada de tierra cavando en la arena, se habría burlado.
Pero allí estaba.

—Ese es un Scaphopoda — dijo Granger en referencia al caparazón en las manos de Draco. —


Pero no sé qué especie, así que eso no nos ayudará a reducir nuestra ubicación.

Draco examinó el caparazón, concluyó que, de hecho, era un caparazón y se lo devolvió.

Sus dedos se tocaron. Los de ella eran cálidos, los de él eran fríos.

—Erizo de mar —dijo, sosteniendo otra cosa blanquecina, pero redonda.

—Fascinante.

Granger volvió a estudiar su antiguo mapa, ahora salpicado de trozos de caparazón.

—No sé lo suficiente sobre mares antiguos para hacer cualquier tipo de suposición inteligente,
basada en estas criaturas. Será peligroso para nosotros Aparecernos en cualquier lugar, dado que no
tenemos idea de dónde estamos en el planeta. Creo que nuestro próximo plan de acción debería ser
un vuelo de reconocimiento para ver si podemos encontrar civilización y, con suerte, una Red Flu
conectada internacionalmente.

Draco se apoyó sobre sus codos.

—Lo siento, ¿acabas de decir vuelo?

—Sí.

—¿Como en... usar la escoba?

—Sí.

—¿Tú? ¿De buena gana? ¿Quieres usar una escoba?

Granger parecía una combinación de molesta y acosada.

—¿Sí está bien? Terminó siendo terriblemente útil. No seas presumido al respecto.

—Demasiado tarde.

—Puedo ver eso.

Draco sonrió ampliamente. Oh, sí, era engreído. Granger, con sus «Opiniones Firmemente
Establecidas Sobre Todo», había cambiado de opinión acerca de volar; de todas las cosas ¡era ésta!
Tenía muchas ganas de restregárselo, pero prevaleció el autocontrol.

—El sol se está poniendo. Esperemos hasta que esté bajo el horizonte y luego haremos un pequeño
reconocimiento desde lo alto. Si hay asentamientos, estarán iluminados y podremos verlos a
kilómetros de distancia.

Justo cuando Granger asentía con la cabeza, una extraña especie de gemido resonó a través de las
dunas hacia ellos.

—¿Acabas de escuchar una vaca? —preguntó Granger.

—¿Una vaca? Eso sonó como la comadreja en el retrete

—Iugh... No seas... ¡Oh! ¡Mira!

Una manada de... de algo apareció a la vista sobre las dunas.


(foto: saiga-conservation.com)

Parecían gacelas medio transfiguradas en tapires.

—Oh, he leído sobre esos, ¡son antílopes Saiga! —dijo Granger, poniéndose de pie de un salto.

Los animales se detuvieron ante el repentino movimiento. Miraron a Granger como si ella fuera la
rareza medio transformada, y no ellos. Luego, con un extraño paso a galope, continuaron.

—Cosas que se ven raras —dijo Draco—. ¿Mágicos?

—Mundano. Granger estaba de puntillas, viendo pasar la manada—. Sin embargo, era
extremadamente raro.
El animal líder emitió su peculiar mugido y la manada desapareció detrás de una duna.

Granger volvió a la manta y se arrodilló ante su mapa de arena.

—Esto ayudará a ubicarnos. Esos antílopes tienen un rango estrecho. Estamos en algún lugar de
Asia Central. —Granger se mordió el labio—. Los centros de población serán pocos y distantes
entre sí.

—Entonces volaremos al sur o al oeste —dijo Draco—. Definitivamente no al norte.

—De acuerdo, allá no habría nada más que las estepas de Rusia.

—Le daría otra hora —dijo Draco, mirando el sol mientras se hundía detrás de las dunas—.
Entonces podemos volar.

Granger se tumbó boca arriba junto a él y metió las manos detrás de la cabeza. Había una sonrisa
en su voz cuando volvió a hablar.

—No puedo creer que vi un antílope saiga.

—No puedo creer que tuviéramos una charla con el cráneo de María Magdalena.

—Y casi fuimos burlados por las monjas.

—Esas monjas eran pájaros viejos y salvajes. Mi próxima protección será inspirada en ellas.
¿Lanzo la barrera de Beelzebub en tu laboratorio?

—Podría ser. Un punto de posesión demoníaca inyectaría algo de energía en los pasillos del
Trinity.

Pronto, el sol no era más que un recuerdo dorado reflejado en el firmamento. No se oía el canto de
los pájaros en el desierto; todo estaba en silencio, excepto por el lastimero silbido del viento entre
los cascos oxidados.

El viento se calmó mientras el mundo se oscurecía. La luna emergió y pintó las dunas de un blanco
plateado. Entonces, en la negra quietud que se cernía sobre ellos, constelación tras constelación
brillaron tenuemente, y galaxias e innumerables nebulosas.

Draco nunca había visto un cielo como este, tan encendido con su propio brillo, resplandeciente
con poderosos misterios de mundos lejanos.

Juntos, en asombrado silencio, Draco y Granger observaron el resplandor giratorio de arriba. Sus
corazones se sentían extrañamente llenos, y sus problemas pequeños y distantes, bajo cielos tan
vivientes.

Ni Draco ni Granger habían planeado una siesta, pero el agotamiento mágico les pasó factura y los
dejó inconscientes durante dos horas.

En el lado positivo, Draco se despertó sintiéndose totalmente rejuvenecido y listo para enfrentarse
a cien monjas, si las circunstancias lo requerían. Granger, mientras se estiraba, también parecía
revigorizada.

Unos cuantos animados movimientos de varita llenaron o borraron todos los rastros de su paso.

Y entonces llegó el momento de volar.


Debió haber entusiasmo en el rostro de Draco, porque Granger le quitó la escoba y dijo:

—Sólo porque creo que es una buena idea no significa que vaya a disfrutarla. Hacerme gritar de
terror no es el objeto de este ejercicio.

—Nunca lo haría —dijo Draco, fingiendo ofenderse mientras dejaba a un lado sus nefastos planes
para hacer precisamente eso.

Granger, con una mirada de profunda desconfianza, le pasó la escoba. Draco montó y luego se
dirigió hacia ella para que se subiera. Retorció las manos, respiró hondo, murmuró algo sobre
escobas ensangrentadas y, finalmente, se subió.

—Lo haces mejor cuando no tienes tiempo para pensar en ello —observó Draco mientras Granger
se metía entre sus piernas—. Como en la cripta.

—La muerte inminente saca de mi mente la muerte un poco menos inminente —dijo Granger con
la mandíbula apretada.

Draco lanzó la variedad habitual de rompe vientos y hechizos de calentamiento.

—¿Lista?

—No. —Fue la respuesta estrangulada—. Solo... vámonos.

Draco no esperó a que se lo dijeran dos veces. Arrancó con voluntad, ansioso por perderse en estos
cielos con sus millones y millones de estrellas.

La escena post-apocalíptica de la flota de barcos corroídos se hizo cada vez más pequeña, hasta que
los cascos no eran más que motas por debajo.

Cuando alcanzaron la altitud de vuelo, Draco se deleitó con las vistas. Aquí no había mar, sino un
océano de dunas plateadas, ondulando sin fin a su alrededor; arriba, largas hileras de estrellas
rayadas: puertas a extrañas eternidades. Fue Asombroso en el verdadero sentido de la palabra y
llenó a Draco de profundo asombro.

Para su sorpresa, Granger tenía los ojos abiertos. Ella exhaló un solo y estupefacto «Wow», y
luego se quedó en silencio.

Draco tomó rumbo sureste. Su escoba zumbaba debajo de él, deseando que la dejara liderar
mientras volaban. Pero esta escoba, el modelo más nuevo, Étincelle, era la más rápida de la
colección de Draco y no se atrevía a ir más rápido de lo que ya iba. A pesar de los hechizos rompe
vientos, la cola de caballo de Granger se había deshecho a medias y se estaba saliendo con la suya
en su cara. Y, por supuesto, la bruja misma lo mataría al aterrizar.

Después de un tiempo, Granger preguntó:

—¿Por qué nos zumba la escoba? —Su pregunta estaba ligada al miedo tácito de un mal
funcionamiento.

—Ella quiere ir rápido —dijo Draco.

Hubo una pausa. Luego, tímidamente, Granger preguntó:

—¿Qué tan rápido?

Draco pensó un momento en su respuesta, que tomó la forma de una pregunta:


—¿Qué tan rápido va tu auto?

—He roto doscientos kilómetros por hora, en Alemania, nada más y nada menos.

Draco no entendía por qué Alemania era relevante para esta declaración.

—Podemos hacer doscientos en la escoba —dijo Draco—. Si estás dispuesta.

Draco ya conocía lo suficiente sobre el lenguaje corporal de Granger tanto como para ver que
estaba destrozada, incluso sin ver su rostro.

—Este es un maldito gran desierto —dijo después de reflexionar un poco.

—Lo es.

—Hemos estado volando durante veinte minutos y no hemos visto una sola señal de habitación
humana.

—Es correcto.

—Cubriríamos mucho más terreno a una mayor velocidad.

—Lo haríamos.

Granger se enderezó entre los brazos de Draco.

—Vamos a hacerlo. Lanza unos cuantos rompe vientos más: voy a hacer algo con mi cabello.

Lo cual fue excelente, porque entre Granger y su gato, Draco ahora había ingerido suficiente
cabello para toda la semana. Los ralentizó para lanzar sus hechizos mientras Granger enrollaba su
cola de caballo en una trenza y se la metía en la blusa.

La voz de Granger estaba tensa por los nervios.

—No aceleres demasiado rápido o me caeré.

—No te caerás; te tengo.

—Lo sé.

—Será como si estuviéramos en tu auto —dijo Draco, empujando la escoba a toda velocidad.

—Mi auto tiene cinturones de seguridad y está sólidamente sobre la tierra en todo momento...

La declaración de Granger dio paso a un chillido cuando la escoba aceleró. Draco se preguntó si
debería reducir la velocidad, y luego se dio cuenta de que el chillido se había convertido en una risa
llena de adrenalina.

La velocidad hizo que Granger medio se divirtiera y se asustara debido a un pensamiento


coherente.

—Ahora llegaremos a alguna parte —dijo Draco mientras las dunas se convertían en un borrón
plateado debajo de ellos.

—Oh, Dios mío...

—Estás atenta a las luces, ¿no?


—Ughfrlp.

—Bueno.

Cruzaron el desierto meteóricamente. Draco deseaba una estrella fugaz, para que pudieran
competir con ella. Como a Granger le estaba yendo tan bien, le dio a la escoba un empujón, y ella
salió disparada aún más rápido. Ahora las dunas eran un resplandor plateado debajo, y las estrellas
eran un deslumbrante remolino.

Sostuvo a Granger con fuerza, en parte para mantenerla a salvo y otra parte porque quería: porque
la sensación era placentera y más el abrazo a esta bruja brillante y un poco loca, que pasaba los
fines de semana jugando con las criptas y que lo provocaba a cada paso.

La sentía cálida entre sus brazos y olía a polvo de viaje, aventura y euforia.

Todo era una locura: sostener a Granger como si él quisiera, volar sobre estos páramos inestables,
no tener ni idea de dónde estaban en la Tierra, el Portus ilegal e inacabado, la calavera parlante,
todo eso. Absolutamente loco.

Y él amó cada minuto.

—¡Allá! —dijo Granger, de repente.

Cometió el error de estirar el brazo para señalar. A esta velocidad, fue lanzada hacia atrás y golpeó
a Draco en la sien.

—¡Lo siento! —Soltó Granger—. ¡Pero mira!

Al sur de ellos brillaba el resplandor amarillo de las luces muggles. Al principio salpicaban la
arena, aquí y allá, y luego comenzaron a formar largas calles paralelas. Carreteras.

—¡Una ciudad! —dijo Granger.

Draco los voló más bajo y lento. Mientras reducían la velocidad, Granger los desilusionó, por si un
muggle estuviera mirando las estrellas en una noche como esta.

Recorrieron los tejados ahora, buscando más pistas sobre su ubicación. Los letreros en los
escaparates estaban en cirílico y, curiosamente, en árabe, con lo que parecía coreano Hangul para
confundir a los magos y brujas perdidos tanto como fuera posible.

Granger le pidió a Draco que redujera aún más la velocidad para poder consultar su móvil, ahora
que habían llegado a la civilización.

—Tashkent —dijo.

—Bendita seas —dijo Draco.

—No, es donde estamos. Estamos en Uzbekistán.

—Mi palabra —dijo Draco—. Eso es un paso fuera del camino trillado.

—Esto es excelente. Hay una embajada británica aquí. Habrá un consulado mágico escondido allí
con ellos. Podremos ir a casa por flu.

Con eso, el móvil de Granger comenzó a dar direcciones a Draco, lo que los llevó al techo de la
embajada británica, la cual estaba cerrada por la noche. Draco abrió y se metió en los aposentos del
Cónsul (el suyo era el único rastro de magia en todo el edificio), y despertaron al pobre mago
sobresaltado.

Draco intimidó al Cónsul para que encendiera el conducto internacional de flu, a pesar de que no
tenían ningún tipo de documentación. Granger lo Oblivió, y Draco le lanzó un Encantamiento
Durmiente. Después, fueron llevados de vuelta a Londres por llamas azules.

Draco reflexionó que él y Granger formaban un equipo bastante decente.

Fueron escupidos en suelo británico veinte minutos después, después del viaje por red flu más
largo y vertiginoso que ninguno de los dos había experimentado jamás. Draco rodó fuera de él;
Granger se dejó caer inerte.

Luego, en el frío piso del almacén de Londres que servía como plataforma de Llegadas, Granger se
tumbó y no se movió.

Draco, a quien generalmente le iba mejor que a ella en todas las cosas, echó un vistazo. Le escocía
la rodilla, descontento con la forma en que había aterrizado en el cemento.

—Han puesto una línea de hogares domésticos flu —dijo, volviendo al cuerpo inerte de Granger
—. Cada uno puede ir directamente a casa por flu.

—No lo haré —dijo Granger.

Draco se acercó a ella y contempló su semblante verdoso.

—Pareces lista para vomitar.

—Lo siento —dijo Granger.

—Es un pequeño giro más en el flu.

—Vete y déjame morir —dijo la débil voz de Granger.

Draco, a quien le apetecía una ducha caliente y una siesta, estuvo moderadamente tentado, pero
dejar a su Principal mareada y completamente boca abajo en el suelo era, desafortunadamente,
contrario al protocolo.

—¿No tienes alguna poción para las náuseas?

—Si tan solo huelo una poción, decoraré este piso con berenjena y...

—Shh —dijo Draco.

Los pasos resonaban en el almacén.

Draco se arrodilló junto a Granger.

—Viene un agente y no tenemos una explicación de cómo acabamos de ser expulsados de


Tashkent sin papeles, ni un sello del Cónsul. Tenemos que irnos.

—Mierda —dijo Granger, levantando débilmente la cabeza del suelo—. Encontrarán mis amuletos
de Extensión, si nos registran.

—Y todavía tenemos el maldito cráneo. Es un Artefacto robado, por no mencionar lo


suficientemente valioso como para provocar un incidente internacional.
—Escuché una llegada, te lo digo —dijo la voz de un hombre.

—Imposible —dijo otro—. No hay nada programado hasta Estambul en media hora.

Granger extendió su brazo y susurró:

—Desaparécenos.

—¿Dónde?

—¡En cualquier lugar, maldita sea!

Draco la agarró del brazo y desapareció lo más silenciosamente que pudo.

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El Séneca
Chapter Notes

See the end of the chapter for notes

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Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse

"Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love"

De Isthisselfcare

Beteado por Bet y Emily

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El baño y la siesta que habían estado al frente de la mente de Draco inspiraron su elección de
destino. Granger y él se materializaron en el vestíbulo del Séneca, el hotel mágico más selecto de
Londres.

Draco levantó a Granger para que se pusiera de pie. Los empleados del Séneca eran el epítome de
la discreción, incluida la bruja que salió de detrás de la recepción: ella no se percató de su ropa
sucia y amablemente preguntó si buscaban una habitación o cenaban en el hotel.

La mención de cenar hizo que Granger se pusiera peligrosamente verde.

Draco la apoyó en un banco e hizo arreglos para una habitación con la bruja de la recepción. La
mujer, sintiendo que querían una habitación más que charlar sobre las comodidades del hotel, pidió
una llave adornada. Los llevó rápidamente a los ascensores y preguntó si tenían equipaje (no, nada,
y ciertamente nada de cráneos ilegales, gracias).

Y así Draco llegó al final de este extraño día, en una de las famosas suites de Séneca, con vistas a
los jardines del Palacio de Kensington, con una Granger tirada decorativamente en una tumbona.

En la mesa baja junto a ella, mágicamente se materializó una jarra de agua, así como un balde.
Reflexiva, esa bruja de la recepción.

Decidiendo que Granger estaba suficientemente abastecida, Draco se fue a duchar. Esa fue una
experiencia encantadora, mucho más placentera que el pequeño armario provisto por el Hotel
Plaisance. Draco encendió todos los chorros disponibles, se entretuvo con las selecciones de jabón
y no se golpeó los codos contra la pared ni una sola vez (lo cual fue bueno, porque tenía un buen
moretón en el izquierdo por las actividades de esa mañana).

Ahora, completamente limpio, Draco decidió que estaba un poco hambriento, y ordenó una cena
ligera con el espejo. Luego, dado que no tenía más ropa que la pila apestosa que se había quitado,
se puso una bata blanca y esponjosa y pantuflas a juego.

Mientras se ataba la bata, se aseguró de que la «V» en la abertura expusiera adecuadamente lo


mejor de su pecho (porque le gustaba presumir en general, y no por Granger en particular). Las
gotas de agua brillaban ingeniosamente a través de sus pectorales y bajaban hasta donde asomaba
la parte superior de sus abdominales.
Asombroso arte por la incomparable Nikita Jobson
Luego se arregló el cabello para que estuviera apropiadamente, sexymente revuelto, para esa
apariencia deliciosa después de la ducha.

El espejo comentó que se veía bastante divino.

—Lo sé —dijo Draco.

Salió de la ducha envuelto en una niebla de bienestar, sensualidad y jabón.

Y no tenía por qué haberse molestado con nada de eso, en realidad. Granger ni siquiera levantó la
vista cuando salió del baño en su vaporosa gloria. Estaba absorta en su móvil.

El agua se la había bebido y el balde parecía no haber sido utilizado; al menos, se sentía mejor.

—¡El mar de Aral! —exclamó Granger con sus ojos clavados en el móvil—. Ahí fue donde
estábamos. Se secó casi por completo en los años 60 debido a los proyectos de irrigación
soviéticos...

Siguió un relato detallado de la desaparición del mar, con muchos comentarios indignados de
Granger sobre el desastre ecológico que fue. Mientras tanto, las sexys gotas de agua se secaron de
los pectorales de Draco, inútilmente invisibles para cualquier audiencia. Que se joda el mar de
Aral: ¿en dónde estaba la preocupación de Granger por el pecho disecado de Draco?

—Fascinante —dijo Draco.

Granger, al detectar su falta de entusiasmo por su volcado de información, bajó su móvil.

Ella lo miró de arriba abajo, desde las puntas de su cabello artísticamente revuelto hasta sus pies
calzados con pantuflas. Su único comentario fue:

—¿No tienes ropa?

—No, no tengo, dado que mi equipaje está disfrutando de una estancia en la costa de Provenza,
junto con el tuyo.

— Uf —Granger inclinó la cabeza hacia atrás contra la chaise longue con exhausta molestia—.
Haré los arreglos necesarios para que lo devuelvan. ¡Y el auto! Vamos a recibir alrededor de doce
multas de estacionamiento, sin mencionar un buen alboroto para que nos devuelvan la cosa. ¿Por
qué nada puede ser simple? Cierto, necesito una ducha ahora, si has terminado. Apesto a cripta y
ahora me siento cohibida porque hueles a glo... Hueles a jabón.

Con eso, Granger se levantó y procedió a monopolizar la ducha durante una hora completa.

El servicio a la habitación de Draco apareció en la mesa baja.

—Granger —llamó a la puerta del baño—, hay comida, ¿quieres algo o me lo como todo?

—Tómalo todo —llegó la voz de Granger en medio del sonido del rociado—. Sólo quiero té.

—Pídeselo al espejo —dijo Draco.

—¿Al espejo?

—Sí, para el té.

Draco escuchó al espejo decir que el té estaría listo en un momento. Granger se lo agradeció.
Sensación interesante, estar hablando con Granger mientras estaba desnuda.

Draco llegó hasta el postre (bombones de chocolate) antes de que Granger saliera del baño. Ella
también llevaba ahora una bata, ridículamente grande para ella. Draco notó que Granger no había
dejado estratégicamente una «V» abierta en el frente, sino que había cruzado ambos lados tan alto
que la túnica la cubría hasta la barbilla. Tampoco se había revuelto sexymente el cabello, que era
un montón húmedo en la parte superior de su cabeza, sostenido por su varita.

Ella se acercó arrastrando los pies en unas pantuflas demasiado grandes.

—¿Qué? —dijo mientras notaba la observación de Draco. Luego se miró a sí misma—. Más bien
como un gnomo con bata, ¿no? Me gustaría saber para quién fueron diseñadas estas pantuflas.

Una tetera humeante apareció en la mesa baja cuando Granger se acercó. Sacó algunas almohadas
de la cama y se hizo un cómodo nido en el suelo junto a él.

—¿Qué estás haciendo con tu ropa? —preguntó ella, con un gesto hacia la pila desgarrada y
manchada que había dejado en el baño contiguo a la suya—. Descosí mi bolsillo extensible. No
puedo decidir si vale la pena enviarlos a la lavandería. ¿Donamos a los huérfanos?

—Quémalos —dijo Draco.

—Pero, ¿y los huérfanos?

—Los huérfanos pueden quemarlos para calentar sus chozas. Deja de hablar de la ropa apestosa.
Me estás desconcentrando de mis bombones de chocolate.

Granger le suspiró, como si quisiera decirle que era terrible, pero que no valía la pena el esfuerzo,
porque él ya lo sabía. Entonces advirtió una nota sobre la mesa.

—¿Qué es esto?

—Una nota de bienvenida del hotel —dijo Draco.

Granger recogió la nota, que estaba dirigida a...

—Señorita Hormona y Señor Ingle —leyó Granger.

Ella lo dejó. Lentamente, sus manos se levantaron para cubrir su rostro. Luego, durante un largo
minuto, sus hombros temblaron y emitió pequeños sonidos, amortiguados por sus manos.

—Eh, ¿te estás riendo o llorando? —preguntó Draco largamente, porque si era esto último, ¿se
suponía que debía hacer algo?

—Ambos —hipó Granger. Ella sorbió, luego se levantó para buscar un pañuelo.

Cuando regresó, sus ojos estaban brillantes y un poco rojos en los bordes, y su nariz estaba rosada.
Volvió a sentarse en la mesa baja y se sirvió té.

—No puedo creer que me hayas hecho eso otra vez

—Querían nombres abajo. —Se encogió de hombros Draco—. Aunque sospecho que la bruja sabía
quiénes éramos.

—¿Crees eso? Entramos con el aspecto de un par de rufianes muggles, uno de los cuales estaba
bilioso y el otro cojeaba como Ojoloco.
—No estaba cojeando como Ojoloco.

—Oh, sí, lo hacías. Todavía lo haces, aunque el calor de la ducha te ayudó. ¿Quieres que lo sane de
nuevo?

Draco reflexionó sobre esto, luego se tragó su orgullo y se deslizó en el suelo junto a ella. Abrió la
bata para exponer su rodilla.

—No me di cuenta de que me observabas tan de cerca —dijo Draco. (Porque ella ciertamente no
observó las cosas que él deseaba que observara, la irritante criatura).

La varita de Granger le hizo cosquillas en el vello de la pierna cuando la pasó por encima de su
rodilla.

—No te halagues a ti mismo; viene con mi trabajo. Es como evaluar a todos como si fueran
asesinos secretos.

Draco se burló.

—Es verdad —dijo Granger—. Miras a todos como si estuvieras decidiendo la mejor manera de
romperles el cuello. Por no hablar de tus tortuosos usos de la Legeremancia. —Murmuró un
hechizo de curación y luego añadió—. No es una queja, eso sí. Se siente más seguro tener a
alguien de tu calibre cerca. Especialmente hoy, hoy habría sido una catástrofe absoluta, si lo
hubiera intentado por mi cuenta.

Draco supuso que podía informarle que ella misma se había desempeñado bastante
competentemente en el campo, y que algunas de sus acrobacias lo habían impresionado
adecuadamente, pero Granger completó la curación y el momento pasó.

Le dio una palmadita en la rodilla, como si fuera un niño travieso que se hubiera caído de un árbol,
y no un Auror que había sido atacado por una Mantícora furiosa.

—Listo. Ahora, no más rollos dramáticos sobre el concreto durante una semana. Parnell no será tan
amable como yo.

Luego tiró del borde de la túnica de Draco y la metió con fuerza debajo de su muslo.

—...Te prometo que ninguna parte colgante se escapará sin permiso —dijo Draco, observando esta
actividad.

—No me arriesgo, especialmente con un hombre llamado Ingle.

Draco soltó un inesperado resoplido de diversión, tan fuerte que le dolió la nariz.

Granger parecía remilgada.

—Hoy ha sido una comedia de errores.

—Tienes razón, no tentemos al Destino —dijo Draco.

Lo cual era una gran mentira, porque Draco había tenido una idea vaga, no del todo formada, de
tentar al Destino luciendo salvajemente seductor sin ninguna razón y viendo a dónde iba eso (que
no había ido precisamente a ninguna parte). Había un interesante tipo de potencial en las duchas de
agua caliente y una lujosa suite de hotel, y en estar completamente desnudo con una bruja...

Pero eso era todo lo que era: potencial. Existiendo en posibilidades, pero no en realidades. Con
cualquier otra bruja, sí. ¿Con esta bruja? No. Esta era Granger, y Granger era, bueno... Granger.

Ahora se quitó las zapatillas demasiado grandes y se acercó a la ventana. Se quitó el pelo de la
melena mojada y lo desenredó con los dedos. Las cortinas se abrieron mágicamente cuando ella se
acercó, deseando mostrar la vista exclusiva de los jardines del Palacio de Kensington. Mientras se
peinaba, Granger admiró la vista y obsequió a Draco con fragmentos de la historia mágica y
muggle del lugar.

El sol se estaba poniendo sobre las Islas Británicas, como se había puesto horas atrás en el
cementerio de barcos en el desierto.

—Dos puestas de sol en un día —dijo Granger con un suspiro—. Bastante mágico, ¿no?

Y ella se paró en la luz roja, resultaba bastante mágica ella misma, como tocada por el fuego. Y el
crepúsculo cayó sobre la gran ciudad de Londres, y el cielo se volvió púrpura, y luego, finalmente,
llegó la noche. Draco vislumbró a una hechicera con una cascada de cabello cayéndole por la
espalda, y luego se lo retorció y volvió a ser Granger.

Draco se unió a ella en la ventana.

—Bastante menos estrellas que con los barcos.

—Así es —dijo Granger, mirando hacia arriba—. Si alguien busca nuestro consejo sobre dónde
construir el próximo gran observatorio mágico, tendremos una respuesta.

—¿Eso te sucede con frecuencia? ¿Que te pregunten dónde construir observatorios?

—Oh, todos los días, a cada hora, incluso. ¿No te pasa a ti?

—Por supuesto. Respondo consultas incesantes mientras cuido a los huérfanos.

—Bien por ti.

— Como la Nobleza obliga.

Granger lo miró con una mirada que le decía que era un absoluto sabelotodo. A menos que se
equivocara, había una especie de cariño latente en él, aunque muy, muy en el fondo.

Se ciñó más la bata a su alrededor.

—¿Crees que ese espejo nos enviaría algo de ropa? No me apetece ir del vestíbulo al flu con estas
galas.

—¿Estás lista para enfrentarte a la Red flu tan pronto? —preguntó Draco.

Más bien había estado disfrutando de este interludio de paz y lujosa decadencia y... bueno, de
buena compañía. Era la distensión después de una Aventura. Si dependiera estrictamente de él,
habría planeado incontables horas de ocio en mullidas camas, varias comidas deliciosas más,
visitas al spa y tal vez un masaje. Seguramente habría continuado hasta el lunes pasado, con una
explicación a Tonks de que él y Granger se estaban recuperando de una terrible experiencia.

Granger, sin embargo, ni siquiera parecía haber considerado este delicioso potencial para
holgazanear. Granger no era ese tipo de mujer. Granger era del tipo que te arrastra a una aventura
violenta, reduce tu cerebro a puré hervido durante horas de ruptura de maldiciones, te impone
momentos trascendentales agotadores bajo las estrellas, te hace volar a través de un desierto y
luego, mientras tomas el té, esperas para formar algún tipo de opinión inteligente sobre los
proyectos de irrigación soviéticos. Bestial.

—¿Estoy lista? No, pero debo continuar. Tengo tanto que hacer, ahora que tengo el fragmento. Y
Crooks estará esperando, ya sabes.

Draco se acercó al espejo para cubrir su leve decepción.

—Muy bien. Hagamos los arreglos para la ropa.

Se hizo la solicitud de túnicas, para un mago alto y una bruja de la altura aproximada de un
duendecillo. (Granger metió la cabeza en el baño y corrigió este «no» error).

Tomó alrededor de un cuarto de hora para que subieran la ropa. Draco supuso que la inusual
petición debió de haber asustado a los elfos domésticos del hotel. Eventualmente, sus cosas para la
cena se desvanecieron de la mesa y aparecieron dos paquetes ordenados.

El establecimiento formal había enviado atuendos igualmente sosegados. La ropa era del estilo
tradicional, con muchos botones para Draco y muchos cordones para Granger.

—Bueno —dijo Granger, mirando su túnica azul oscuro—, de todos modos, servirá para llevarme
a la red flu.

—Mira, ropa interior —dijo Draco, sosteniendo un par de bombachos espectacularmente poco sexy
—. Puedes parecerte a mi tía abuela Auriga.

—Uf, no.

Draco agregó los bombachos a la pila de huérfanos en llamas.

Granger fue al baño a cambiarse, mientras que Draco hizo un trabajo relativamente rápido con su
nuevo atuendo, excepto por los botones, que eran demasiado complicados para que él los
abrochara con su varita. Abrochó hasta a la mitad de su garganta, y luego decidió que no le
importaba lo suficiente como para hacerlos más arriba. Después de todo, solo se estaban arreglando
para dar un paseo por el vestíbulo hasta la red flu.

Granger salió del baño con un problema similar, aunque el suyo consistía en cintas y cordones.

—Veo que estas túnicas vienen con la suposición de que el usuario tendrá una dama de honor.
¿Ayudarías?

Draco, sin tener idea de cómo atar nudos apropiados para una túnica de dama, optó por agarrar un
puñado de cintas y empujarlas por la parte de atrás del vestido. Y no pasó un momento pensando en
cómo Granger no estaba usando ropa interior, gracias.

—Eso no se siente del todo bien —dijo Granger mientras metían las cintas.

—No, es completamente caótico.

—Las partes traviesas están cubiertas, eso es lo que importa.

Se detuvieron frente al espejo para mirarse antes de descender al vestíbulo.

Draco dijo que Granger se parecía terriblemente a una esposa de sangre pura, que se fue a dejar a
los retoños en King's Cross, en 1961.
Granger dijo que parecía que Draco acababa de salir de Scotland Yard en 1825.

El espejo intervino para registrar su opinión de que eran «una pareja extremadamente hermosa».

Granger se estremeció; Draco se escabulló.

El vestíbulo del Séneca estaba irritantemente ocupado. Draco, haciendo aritmética mental con dos
puestas de sol, se dio cuenta de que sólo era sábado por la noche en Londres. Entonces, las
multitudes tenían más sentido; los comedores de Séneca eran el lugar ideal para una cierta porción
del escenario mágico de Londres.

La chimenea flu estaba al otro lado del vestíbulo, crujiendo alegremente cuando salieron del
ascensor.

El paso de Granger se alargó.

— Finalmente podemos dejar atrás este día surrealista...

Luego se detuvo, agarró el brazo de Draco con un apretón y lo atrajo hacia ella.

—Qué...

—Cállate —dijo Granger, aplastándose contra la pared y maniobrando a Draco para que se parara
frente a ella—. Quédate ahí.

—Qué estamos...

—Sé grande. ¿Por qué siempre eres grande y estorbas, excepto cuando necesito que lo seas? —
preguntó Granger en un susurro malhumorado—. Protégeme.

—¿De quién? —preguntó Draco, deseando fervientemente dar la vuelta y evaluar al Asesino
Secreto, y tal vez asesinarlo a sangre fría.

—Cormac.

—¿McLaggen?

—¿Cuántos otros malditos Cormacs conoces? —preguntó Granger. Levantó las manos hacia la
túnica de Draco y le levantó el cuello, como si las solapas le brindaran más privacidad.

—¿Qué ha hecho?

—Oh, sólo ha estado enamorado de mí durante años. Tipo de hombre tenaz... Pegajoso... viscoso,
de verdad. Quédate ahí, su grupo está a punto de entrar a los comedores. No, espera, todavía están
hablando. Voy a lanzar un No-Me-Notas. Oh no, Derrick te acaba de ver, creo... ¡es tu estúpido
pelo! Como un faro a través de los malditos Peninos. No... Vienen hacia aquí. Nunca estuve aquí.
Adiós.

Con eso, Granger se deslizó bajo el brazo de Draco e intentó correr hacia el ascensor, pero se abrió
y una verdadera avalancha de damas y caballeros listos para la cena salió, y la derribó a un lado
como un naufragio.

Granger se desilusionó y preguntó por qué el ascensor era un maldito coche de payasos.

Draco, habiendo deducido que su papel ahora era distraer y desviar, se dio la vuelta y saludó a
Derrick que se acercaba con un apretón de manos
—Peregrine, mi pequeña chuleta de cordero, ¿cómo estás? —Y McLaggen con un doble apretón de
manos muy largo—. Hola. No creo que nos hayamos conocido, Draco Malfoy. Sí, sé que no
necesito presentación, ¿estás aquí para cenar con este sinvergüenza? Creo que te recuerdo de
Hogwarts. ¿Sigues jugando Quidditch? Debes unirte a nosotros en el campo. Peregrine viene de
vez en cuando, sigue siendo un golpeador decente, aunque su golpe es menos potente de lo que
solía ser: un poco de artritis en el hombro, supongo, pobre desgraciado. Únete a
nosotros. Miércoles por la noche en la mansión. Solo hemos tenido una muerte en cinco años. Todo
es muy divertido, de verdad...

McLaggen se había convertido en un tipo alto, tan alto como Draco y bastante guapo, por lo que
Draco decidió de inmediato que no le gustaba.

El hombre parecía terriblemente confundido ante el efusivo saludo de Draco, que probablemente
iba en contra de la reputación general de Draco como un gilipollas. Sin embargo, cuando
McLaggen recuperó la posesión de su mano, Granger había desaparecido.

—Bien —dijo Draco—. Debo irme.

—¿No vas a cenar, Malfoy? —preguntó Peregrine. Una sonrisa jugó en su boca—. ¿O tenías otros
asuntos en los que te estabas ocupando?

—¿Otros asuntos? —repitió Draco con un inocente parpadeo.

—Podría haber jurado que había visto a Hermione contigo —dijo McLaggen, esquivando a Draco
para mirar hacia los ascensores—. Reconocería a esa bruja en cualquier parte.

—¿Hermione? ¿Hermione Granger? ¿Conmigo? —dijo Draco, sus cejas en la línea de su cabello.

McLaggen, todavía mirando con anhelo más allá del hombro de Draco, hizo una especie de doble
toma hacia él.

—Oh, eh... Bueno, supongo que podría haber estado viendo cosas.

Peregrine se burló.

—Apuesto a que preferirían matarse el uno al otro antes que hablar.

La mirada de McLaggen se deslizó a la túnica medio desabrochada de Draco, y luego a su cuello


torcido, que parecía como si una dama lo hubiera agarrado en los últimos cinco minutos.

—Supongo... —dijo, pero había duda en su voz.

Draco decidió que un poco de Legeremancia estaría permitido, solo para cuantificar esa duda. Y,
además, Granger se había sentido insegura y había huido de este hombre, y dado que su Principal
se había sentido amenazada, Draco estaba en su derecho de investigar.

Completado este sólido razonamiento, Draco tocó la mente de McLaggen para ver si este idiota
tenía el más mínimo entrenamiento en Oclumancia.

No lo hizo.

Draco hizo algunos comentarios sobre la reciente victoria de los Kestrels sobre los Cannons.
Cuando sus dos interlocutores estaban ocupados con el tema, echó un vistazo a la mente de
McLaggen, tal como estaba.
Mantuvo su examen a nivel superficial, hojeando los pensamientos más recientes del hombre. Se
vio a sí mismo como lo había visto McLaggen al otro lado del vestíbulo: apretado contra la figura
de una mujer con túnica azul marino y el cabello oscuro recogido en la cabeza. Entonces vio la
espalda de la mujer mientras se deslizaba hacia el ascensor, las cintas sueltas flotando detrás de
ella. McLaggen estaba seguro de que Draco se había estado besando con alguien y casi seguro de
que había sido con Granger. Sólo la túnica formal lo había desconcertado, eso y el hecho de que
ella había estado con Draco Malfoy, de todas las personas. La disonancia cognitiva de este último
punto resonó en toda la memoria.

Entonces, Draco encontró recuerdos asociados: Granger hablando en el Ministerio hace uno o dos
años y luego huyendo de las atenciones amorosas de McLaggen; Granger dando excusas nerviosas
a McLaggen para evitar una cita para cenar mientras él agarraba su mano; Granger en un pub con
sus amigos, acorralada por McLaggen cerca del baño y esquivando su beso de borracho, algo
parecido al miedo en sus ojos. Cada recuerdo estaba teñido por la creciente frustración, el anhelo y
la escalofriante obsesión de McLaggen por Granger.

Draco luchó contra un impulso muy real de romper la hermosa mandíbula de McLaggen.

Cualquier profundización en los recuerdos del mago correría el riesgo de ser descubierto. Draco se
retiró de su mente y se reincorporó a la conversación sin problemas con un comentario sarcástico
sobre la actuación de los Kenmare Kestrels. Mientras tanto, agregó a McLaggen a su lista negra.

Se despidieron. Draco sonrió mientras estrechaba la mano de McLaggen.

—Disfruten de su cena. Nos vemos en el campo, lo espero mucho.

Derrick y McLaggen se fueron.

Draco se alejó en busca de Granger.

—Aquí —siseó un familiar susurro cuando Draco pasó por los ascensores.

La voz de Granger la condujo a una especie de sala de conferencias, justo al lado del corredor.
Estaba oscuro.

—¿Se ha ido? —preguntó Granger.

—Pronto —dijo Draco—. Su reserva es dentro de media hora. ¿Dónde estás?

—Aquí. —Granger deshizo su hechizo—. ¿Por qué te ves tan asesino?

—¿Qué? Esta es mi cara habitual.

—No... tus ojos brillan.

—Tuvimos una discusión sobre Quidditch.

La mirada oscura de Granger estudió a Draco en la penumbra. Tenía una mano en la cadera.

—Quidditch.

—Sí.

Tan concentrado estaba el estudio de Granger de sus ojos que Draco se ocluyó por reflejo, incluso
si Granger no era una Legeremante.
Granger vio el cambio y su enfoque se agudizó aún más.

—Estás mintiendo.

—Vamos a la red flu.

Granger se negó a distraerse.

—¿Qué pasó?

—¿Cuánto tiempo vas a dejar que McLaggen te aterrorice antes de maldecirlo?

—Lo sabía —dijo Granger en una estridente mezcla de triunfo y molestia—. Usaste Legeremancia
en él. No puedes hacer eso.

—Puedo y lo hice.

—Esos son asuntos privados. No tienen nada que ver contigo.

—Es un peligro para ti.

—¿Qué viste exactamente?

—Lo suficiente para decidir que es una amenaza.

—¿Una amenaza? —repitió Granger—. Es sólo un idiota hábil. Puedo, y siempre lo he hecho,
manejarlo de la manera que considero más apropiada. Si pensara que maldecir sus bolas era el
enfoque correcto, te aseguro que lo habría hecho.

—¿Por qué no lo has hecho?

—Porque hay cosas más grandes en juego.

— ¿Qué cosas más grandes? —preguntó Draco—. Y no digas su pene.

—Repugnante. No... Está en el Fideicomiso de la Fundación HSNM y en la Junta Directiva de San


Mungo. Incluso denunciarlo tendría repercusiones que debo equilibrar cuidadosamente, y mucho
menos un ataque directo a sus genitales.

—Estaba a un whisky de fuego de arrinconarte en un baño y aturdirte —dijo Draco.

Granger hizo un gesto de despedida rotunda.

—Él nunca cruzaría esa línea; no es tan estúpido. Él no lo haría... eso es todo. Deja de lucir así,
como si estuvieras a punto de ir a un duelo con él en el vestíbulo.

Draco se burló.

—Él no es digno de un duelo. Felizmente lo maldeciría por la espalda.

—Sin maldiciones. Nada de nada. Esto no tiene nada que ver contigo. No deberías haber visto nada
de eso.

—¡¿Nada que ver conmigo?! —repitió Draco con fresco resentimiento—. He recibido el mandato
de mantenerte a salvo. ¡Es literalmente por eso que estoy aquí, ahora mismo, vestido como un
abogado victoriano, después de un día de retozar en laberintos!
—Para mantenerme a salvo en el ámbito de mis actividades como investigadora, ¡no en mi vida
personal!

—Esto puede sorprenderte, pero si estás lesionada o incapacitada en tu vida personal,


definitivamente habrá un impacto en tu capacidad de investigación. ¿O no estás de acuerdo?

Granger levantó la vista hacia el techo oscuro.

—Estás actuando como si McLaggen me fuera a desgarrar miembro por miembro.

—¿Estabas en su cabeza?

—No.

—Entonces yo decidiré lo que es probable que haga —dijo Draco, golpeándose el pecho con una
fuerza innecesaria.

Granger lo estudió. Luego, con cautela, preguntó:

—¿Viste que quería desgarrarme miembro por miembro?

—No —concedió Draco—. Pero lo has enloquecido durante años.

—Lo sé.

La pelea se estaba apagando sola. Las manos de Granger ahora estaban enganchadas en el respaldo
de una silla, en lugar de enredarse en sus caderas, y Draco había dejado de mirar asesinamente en
dirección al vestíbulo.

—¿Hay otros pretendientes calenturientos de los que deba estar al tanto? —preguntó Draco
después de un momento.

Granger puso la yema de un dedo en su labio y pensó. Finalmente, dijo:

—No en la medida de McLaggen.

—Eso no inspira confianza.

Granger sacudió la cabeza.

—Qué puedo decir; soy magnética. Ni siquiera puedo caminar por una habitación sin que los
magos caigan en mi regazo.

Draco reconoció un eco de algunas de sus propias afirmaciones durante su baile en la fiesta de
Delacroix, en este mismo hotel, de hecho. Fue el acento exagerado lo que lo afectó.

—No sueno tan elegante, Granger.

—Oh, sí, lo haces. Suenas como si estuvieras a punto de ir a la ópera después de un día de disparar
a inocentes animales salvajes: perdices, probablemente.

—Creí que ibas a decir huérfanos.

—Eres terrible, pero no tan terrible. Ahora, prométeme que no irás y harás algo estúpido con
McLaggen.
—Te prometo que no haré nada estúpido con McLaggen —dijo Draco con sinceridad.

Los ojos de Granger se estrecharon hacia él en la habitación en penumbra, y sabiamente reformuló


su demanda.

—Prométeme que no harás nada con respecto a McLaggen, punto final.

—No —dijo Draco.

—Por favor.

—No.

—Malfoy.

—Bien, lo prometo.

—Ojalá te creyera.

—Ojalá tú también lo hicieras.

Granger se masajeó las sienes.

—Bien. Te tomaré la palabra. No tengo otra elección.

Draco no se molestó en señalar la gravedad de este error.

Ahora Granger se acercó a la puerta de la sala de conferencias y asomó la cabeza.

—Creo que la costa está despejada.

Draco se unió a ella en la puerta para asegurarse de lo mismo.

—Bien, No-Me-Notas esta vez y camina rápido.

Así equipados, atravesaron el ajetreado vestíbulo y llegaron a la chimenea sin más interrupciones.

—El Cisne —dijo Granger, lanzando polvos flu.

Las llamas se volvieron verdes y esperaron el acercamiento de Granger. Granger miró por encima
del hombro a Draco, con una nueva vacilación en su expresión.

—Pobrecita. Sé valiente —dijo Draco en un tono de ánimo fingido.

Granger se enderezó.

—Iba a decir gracias por hoy, pero no importa.

—Solo hago mi trabajo —dijo Draco, con toda la despreocupación que pudo inyectar en él, como
si hoy no hubiera sido una Prueba Perversamente Peligrosa.

—Bien, pero quizá, un poco más allá.

—Disparates.

Granger suspiró.
—Bueno, entonces... Adiós.

—Granger.

—¿Qué?

—Dile a tu gato que dije: «pspsps».

Su sonrisa era brillo. Se dio la vuelta y desapareció en el fuego.

Y, brevemente, él sintió que había menos gravedad en la habitación.

**~**~**

Chapter End Notes

¡Hola, hola! No podía dejarlas con un único capítulo.

Ojalá hayan disfrutado la doble actualización con arte de la increíble Nikita Jobson y
Alinadoesartsometimes. Si pueden y quieren, por favor, vayan a darle amor a este
increíble Draco y a esta dulce pareja. También añadí un hermoso arte en Solsticio, por
si todavía no lo han visto.

¿Soy la única que siente que hubo demasiadas declaraciones de que nuestra pareja
favorita siente algo?

¡Nos vemos el próximo sábado, regresamos a las actualizaciones semanales!

Paola
La cena/ Draco Malfoy casi causa la siguiente sensación de asesinato
Chapter Notes

Nota de la autora:

En el que Draco sigue siendo un narrador terriblemente poco fiable. Con más de mis
momentos favoritos del fanfic.

¡Cuidado con la etiqueta A Fuego Lento! Esta es la historia Dramione que quería leer
y la Tensión Sexual No Resuelta es lo mío (con énfasis en NR). Espera falsos
comienzos, vacilaciones, todo tipo de idioteces y un eventual desenlace al final del
juego. Este fic no es para quienes buscan una gratificación instantánea a corto o
mediano plazo, sino para masoquistas a los que les encanta sufrir.

Si ese eres tú, entonces sigue leyendo y suframos juntos.

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Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse

"Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love"

De Isthisselfcare

Beteado por Bet, Emily y Eva

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Para el retorcido placer de Draco, McLaggen aceptó la invitación de ir al campo unas semanas
después.

Sin embargo, ocurrió una serie de eventos desafortunados, que en definitiva no tuvieron
absolutamente nada que ver con Draco: condiciones húmedas, bludgers terriblemente agresivas,
escobas temperamentales... que concluyeron en un McLaggen cayéndose de su escoba desde 30
metros de altura.

—Yo digo —dijo Davies, viendo a McLaggen ser sacado del campo por medibrujas—, que esa
Bludger lo traía entre manos.

—Ni siquiera le pegué tan fuerte —dijo Zabini.

—Pobre viejo —contestó Draco—. Era la primera vez que volaba en una escoba después de mucho
tiempo... según tengo entendido.

—Tal vez las bludgers pueden oler el miedo —sugirió Zabini.

—Espero que esto no lo desanime del deporte —dijo Davies—. Necesitamos un Guardián decente;
Bickford se muda a España.

El estado de ánimo general estaba un poco apagado después del accidente. Los jugadores
decidieron suspender el juego, se despidieron y se desaparecieron para ducharse.

Finalmente, todos salieron consternados del campo... Todos excepto Draco, quien descubrió que el
accidente había tenido un efecto estimulante en su moral y salió de allí bastante animado.

Granger tenía una queja que ventilar. Este disgusto fue anunciado por su nutria plateada, quien
encontró a Draco a la noche siguiente. El momento fue espantoso; Draco estaba en una vigilancia
delicada en Fowlmere, a punto de detener al infameThomas Talfryn.

—¡Tú! ¡Prometiste que no harías nada! —chilló la nutria de Granger en la cara de Draco—. ¡Eres
de lo peor!

La estridente voz de Granger resonó por todo el callejón donde Draco había estado escondido.

Talfryn, que había estado fumando en una puerta, justo fuera del alcance de un encantamiento
aturdidor, se sobresaltó... Y desapareció.

—¡Mierda! —siseó Draco.

La nutria, habiendo transmitido su mensaje, desapareció.

Con un gruñido, Draco sacó el horario de Granger... ella estaba en casa. Lo cual fue perfecto,
porque iba a asesinarla.

Se apareció en su casa de campo de muy mal humor. Apartó sus protecciones a un lado y subió por
el camino hasta la puerta principal y procedió a martillarla.

Granger abrió la puerta con una vehemencia que sugería que ella también estaba lista para pelear.

—Eres una maldita idiota —dijo Draco, a modo de saludo.


—¿Yo? —chilló Granger con los ojos enloquecidos—. ¡¿Yo?! ¡TÚ eres el idiota! ¡No debías tocar
a McLaggen!

—¡Acabas de arruinar, con tu estúpida nutria, mi mejor oportunidad para atrapar al maldito
Talfryn!

—¡Enviaste a McLaggen a Urgencias!

—¡He estado persiguiendo a Talfryn durante tres malditos meses! —gruñó Draco.

—¡¿Adivina quién estaba de turno en Urgencias anoche?! —gritó Granger.

—¡Talfryn tiene una lista de cargos más largos que mi brazo! ¡Pelea de bestias! ¡Falsificación!
¡Deportes sangrientos! ¡Crimen organizado! ¡Crueldad a criaturas mágicas! ¡Extorsión...!

—¡Tuve que encargarme de ese troglodita durante cuatro malditas horas! ¡Le rompiste todas las
extremidades!

—...¡Fraude! ¡Agresión! ¡Contrabando! ¡Y lo arruinaste por completo! ¡Ahora se ha ido! ¡Otra vez!

—McLaggen vivió todas sus fantasías de enfermera sensual anoche, ¡gracias a ti! —dijo Granger,
clavando su dedo en el pecho de Draco.

Draco tomó su mano y la empujó hacia abajo.

—¡Si pudieras mantener tus jodidas emociones bajo control, tendría a mi hombre esposado! ¡Pero
no! ¡Tuviste que enviar a tu rabiosa nutria!

—¡¿Mis emociones?! —gritó Granger—. ¡Tú eres el que se puso rabioso por McLaggen!

—¡Tú eres la que espectacularmente jodió mi vigilancia con sus chillidos!

—¡Si hubieras cumplido tu palabra, nada de esto hubiera pasado!

—Ni siquiera hice nada. ¡El hombre se cayó de su escoba como el cretino cabeza hueca que es!

—¡No te creo ni por un instante!

—¡Cree lo que quieras!

—Lo haré... ¡Demonio oportunista!

—¡Eres una maldita arpía pendenciera!

—¡No te soporto!

—¡Yo no te soporto!

Luego se pusieron de pie, con los ánimos en llamas, los labios entreabiertos, respirando
rápidamente, y esperaron a que el otro escupiera una réplica, para poder seguir arrancándose la
cabeza el uno al otro. De alguna manera, en el proceso de su pelea de gritos y pinchazos con los
dedos, habían llegado a pararse muy juntos. Granger estaba al tope en la puerta por lo que, por una
vez, su altura casi coincidía con la de Draco, y sintió su aliento revolotear contra su barbilla.

Su ira la hizo brillar; su mirada ardía con el calor de su convicción; sus mejillas estaban sonrojadas.
Quería estrangularlo tanto como él quería estrangularla a ella. Y hubo un momento de locura en
donde la balanza entre la ira y la pasión vaciló, y se inclinó, y él pudo haberla estrangulado... o
pudo haber aplastado su boca contra la de ella con fuerza, para hacer algo con la intensidad del
sentimiento, quizá así la habría podido callar solo para probar un punto.

La loca posibilidad era contagiosa: los ojos de ella revolotearon hasta su boca. Luego parpadeó y,
como alguien que despierta de un trance, pareció distantemente sorprendida.

Al darse cuenta de que todavía estaba agarrando su mano, Draco la soltó y dio un gran paso hacia
atrás. Granger también dio un gran paso alejándose, y parecía que preferiría volver a la cripta y
tirarse sobre la Alfombra de Crucio antes de estar allí. Su rubor subió desde sus mejillas hasta el
puente de su nariz.

Draco, al sentirse totalmente desconcertado por El Momento, se aclaró la garganta, buscó algo que
decir -no se le ocurrió nada-, y luego dijo que sería mejor que se fuera, ya que estaba oscureciendo.

Granger miró a cualquier parte menos a él y dijo:

—Bien.

Mutuamente satisfechos con esta sólida y madura conclusión de su pelea, se separaron todavía más,
y Granger hizo como si fuera a cerrar la puerta.

Se oyó un maullido largo y sostenido en algún lugar del jardín. Entre las sombras, una mancha
anaranjada avanzó hacia ellos.

El gato se detuvo a los pies de Draco y, como si le estuviera dando un gran regalo, se enroscó
alrededor de sus botas y cubrió sus pantalones de naranja.

Draco estaba casi tan ofuscado por esto como por El Momento con Granger. Apenas sabía qué
hacer consigo mismo. Sin embargo, cuando se inclinó para acariciar al gato, este le siseó y huyó de
regreso al oscuro jardín.

—Es en sus términos, y sólo en sus términos —dijo Granger.

—Criatura quisquillosa.

—Lo es.

Granger estudió un poco de pintura descascarada en el marco de la puerta.

Draco se quedó mirando la glicinia.

Granger se mordió el labio.

—¿Realmente arruiné tu vigilancia?

—Sí. ¿En serio McLaggen terminó contigo anoche?

—Sí.

Murmuraron algo que pudo haber sido, para alguien con oídos increíblemente agudos, una
disculpa, en un lenguaje que consistía principalmente en murmullos y carraspeos. Su furia hirviente
ahora dio paso a un cierto grado de vergüenza, que Draco era más hábil en ocultar que Granger.

—¿Realmente tenía todas sus extremidades rotas? —preguntó Draco.


—Cada una y, para empezar, una conmoción cerebral.

—Ah, pobre tipo.

—Entonces... ¿Deportes sangrientos? —preguntó Granger, con un poco de ansiedad samaritana


arrastrándose en su voz.

—Peleas con un Nundu —asintió Draco—. Talfryn también ha hecho una maldita fortuna con eso.

—¡¿Un nundu?! ¿Cómo es que mantiene a uno cautivo?

—No estamos seguros, un cóctel de tranquilizantes, sin duda. Aturdidores.

—Mierda —dijo Granger, viéndose nuevamente culpable.

—En efecto.

La conversación se apagó. Las largas hojas de las glicinias revolotearon con la brisa, así que Draco
las miró de nuevo, por pura curiosidad intelectual. Granger tomó un gran interés en una grieta de su
umbral.

Draco estuvo a punto de decir que tenía que irse, otra vez, pero la postura de Granger cambió. Ya
no estaba posicionada para abalanzarse sobre su garganta: estaba medio girada hacia la casa,
dudando sobre algo.

Normalmente, Draco la habría incitado groseramente, pero hoy, sintió que había agotado su cuota
de groserías.

Granger se aclaró la garganta y habló por lo bajo.

—Tenía algo que quería mostrarte.

—¿Qué es?

Granger desapareció en la cabaña y regresó con un recorte de periódico. Se lo pasó a Draco; era de
la séptima página del Profeta y se titulaba: «¡Saqueo en Provenza!»

El artículo describía el robo de una reliquia de un convento del que Draco ciertamente nunca había
oído hablar en su vida. Los ladrones fueron descritos como individuos excepcionalmente
poderosos con una inclinación por los incendios provocados, que habían derrotado medidas de
seguridad casi impenetrables e ininterrumpidas desde 1008.

«Nuestros lectores quedarán tan estupefactos como los investigadores cuando se enteren de que la
preciada reliquia, la calavera de una santa, fue devuelta al convento de forma anónima unos días
después del allanamiento. Los investigadores sospechan que los ladrones quizá sólo eran
buscadores de emociones en busca de un desafío. Algunas de las Hermanas sufrieron heridas que
no pusieron en peligro su vida después de la intrusión. Cuando se les preguntó si la investigación
continuaría, las autoridades francesas respondieron: «Quelle question idiote. La relique est de
retour, non?», lo que su corresponsal interpreta como «No».

—Obtuve mi titular aliterado —dijo Draco.

—Lo hiciste. —Granger retorció sus manos juntas—. Obtuve lo que absolutamente no quería:
publicidad.

—Tú serás la principal sospechosa, sin duda —dijo Draco—. Todo el mundo sabe que la querida
sanadora Hermione Granger es, en secreto, una buscadora de emociones y una pirómana.

Granger le dirigió una mirada de reprobación.

—Sé serio.

—Lo soy, y tú eres una especie de bruja peligrosa.

Granger arrancó el artículo de la mano de Draco, sacó su varita y quemó el recorte.

—¿Ves? Más incendios provocados —dijo Draco—. Y podemos agregar la destrucción de pruebas
a su lista de delitos.

—Tendrás que arrestarme, si sigo por este problemático camino.

—Ya lo estoy pensando. ¿El cráneo terminó siendo útil? Por favor, dime que valió la pena.

—Lo hizo —dijo Granger—. Inmensamente. He dado pasos importantes.

—Genial.

Granger se apoyó contra el marco de la puerta, una pequeña parte de su incómoda tensión
desapareció.

—Mi próxima excursión será devastadoramente aburrida, en comparación con esta.

—Lo creeré cuando lo vea.

—Es cierto; sólo iré a Hogwarts.

—¿Para qué?

—Por un texto medieval; uno de Snape.

—Ah... —dijo Draco.

Snape había legado la totalidad de su biblioteca a Hogwarts, y así, de un sólo golpe, hizo que la
colección de libros raros de la escuela fuera casi tan extensa como la de la mayoría de las
universidades.

—Eso no será hasta más adelante en el verano, en Lughnasadh. Obviamente, no porque haya
potencias mágicas en juego; sólo es mi próximo fin de semana libre antes de...

Un sonido estridente la interrumpió. El primer pensamiento de Draco fue una alarma de las
protecciones. Se dio la vuelta, blandiendo su varita, con toda la intención de mutilar.

Granger jadeó.

—¡Dejé el horno encendido!

Draco había olido algo quemado, ahora que lo reflexionaba, pero pensó que era el trozo de
periódico.

Granger se sumergió en la casa. Draco la siguió para presenciar cualquier entretenimiento que se
avecinara.

Sacó algo del horno, algo bastante negro. Draco abrió una ventana y conjuró una fuerte brisa para
ventilar el lugar.

—Bueno... —dijo Granger, luciendo triste—. Esa fue la cena.

—Mmm... —dijo Draco, observando el carbón.

Draco había pensado ingenuamente que su fuente de furia se había agotado. Él estaba equivocado.
Granger siempre tenía un suministro adicional de ira.

—Esto es tu culpa —dijo Granger, girándose hacia él con una mano en la cadera—. Me distrajiste.

—¿Qué era? —preguntó Draco, para cerciorarse de si debía sentirse mal.

Granger señaló el contenedor. De él sobresalía una caja, lo que indicaba que había sido «El pastel
de pescado congelado de la señorita Mabel».

—No tengo ni una pizca de arrepentimiento —dijo Draco.

Granger tiró el montón ennegrecido al contenedor junto con la caja, lo cual era, en opinión de
Draco, donde debería haber estado en primer lugar.

Ahora Granger estaba hurgando en sus armarios, cuyo contenido eran dos latas de atún, frijoles
secos y un paquete de galletas.

—Es comida preparada. Suelo ir de compras los fines de semanas. Deja de parecer tan prejuicioso.

Draco, sintiéndose muy juzgado por los frijoles secos, fue golpeado por una idea impetuosa, loca y
descabellada.

—Granger.

—Qué...

—Ven conmigo a cenar.

Granger, que había desaparecido a medio camino de Narnia para recuperar una caja rancia de
galletas saladas, salió de su armario.

—¿Qué?

Draco lo repitió lentamente, con gestos interpretativos, para que ella entendiera.

—Tú. Yo. Cena.

Bien podría haber sugerido prender fuego a un hospital infantil, por todo el impacto que generó su
sugerencia.

—¿Quieres cenar conmigo? ¿Esta noche? ¿A propósito?

—No —dijo Draco con una gruesa capa de sarcasmo esparcida por encima—. Por accidente.
Tropezaremos hasta la mesa con la boca abierta y trituraremos algunos entremeses.

Granger todavía lo miraba con recelo.

Draco levantó los ojos al techo. Ella estaba haciendo un drama de esto.

—Te prometo que, si te fuera a envenenar, sería a mi llegada y no ahora. Hay una gran cantidad de
comida esperándome en la mansión. Y harías felices a los elfos. Y —se apresuró a añadir—, mi
madre está en Florencia.

Todavía lo miraba con una sospechosa confusión, con los brazos cruzados en la típica postura de
defensa Granger.

—¿Por qué?

—Es mi culpa que hayas quemado tu pastel de cartón.

La ceja levantada de Granger sugirió que muchas cosas eran culpa suya, por las que nunca había
intentado enmendarse, por lo que tendría que perdonar sus dudas.

—¿Nos vamos? —preguntó Draco, ignorando estos bien justificados escrúpulos.

Granger permaneció inmóvil, estudiándolo con escepticismo, como si estuviera tratando de


averiguar su motivo oculto. Era un marcado y molesto contraste con la típica reacción de una bruja
ante una invitación a cenar de Draco Malfoy, que por lo general era un sí sin aliento y muchas
risas.

No es que la estuviera invitando a ese tipo de cena.

Simplemente estaba observando la distinción.

El olor a pastel de pescado quemado salió del recipiente y se instaló alrededor de ellos en un aura
suave y trágica.

Estimuló a Granger a la acción. Cerró bien la tapa del contenedor, dio media vuelta y se dirigió a
las escaleras.

Las mujeres no huían de Draco, por regla general, sino todo lo contrario. Era una sensación
desconocida y desagradable.

—Oye —dijo Draco, molesto.

—Me voy a cambiar —dijo Granger—. No voy a ir a la mansión en la ropa de casa. Además,
apesto a quemado.

Draco, mientras la observaba a ella y a su trasero correr escaleras arriba con sus cortos pantalones
muggles, vagamente quiso decir que no se oponía a la ropa de casa, y que sólo estaban ella y él en
la cena, así que no era necesario. Además, a menudo olía un poco a humo de vela, y no le
molestaba en lo más mínimo.

Sin embargo, Granger estaba arriba, así que Draco se guardó estos sentimientos empalagosos para
sí mismo.

Esperó a que ella se cambiara, lo que tomó aproximadamente dos días hábiles. Luego vino dando
tumbos por las escaleras, con un vestido rojo de verano.

—Listo, ahora estaré presentable.

—¿Presentable para quién?

—No lo sé —dijo Granger, tirando de su cabello en un moño bajo que, de alguna manera, era
elegante y desordenado—. Estar contigo atrae el caos. Casi espero que Shacklebolt decida aparecer
para charlar.
Draco sintió que el atractor del caos era ella, pero, como sea.

—Más bien espero que lo haga. Él puede decirle a Tonks que estoy construyendo una buena
relación con mi Principal y que no soy un espantoso matón.

—Tú no eres un matón. Sólo eres insistente —dijo Granger, deslizándose en sandalias de tiras.

—¿Soy insistente?

—En realidad, un poco mandón.

—Oh, eso es genial.

Se aparecieron en El Mitre, y de allí usaron el flu hacia El Cisne, y después se aparecieron en la


Mansión. Era la misma trayectoria que habían tomado en esa fatídica noche cuando Granger
apareció en el campo de Quidditch de la mansión, solo que al revés, y en circunstancias menos
frenéticas.

Este pensamiento también pareció haber cruzado la mente de Granger, cuando se materializaron en
la mansión.

Justo cuando Draco la miraba a hurtadillas, Granger lo miró a los ojos. Luego levantó la mano.

Estaba temblando solo un poco.

—Progreso —dijo Granger.

Draco dijo «Bien hecho», con tranquila sinceridad.

Las grandes puertas delanteras de la mansión se abrieron cuando se acercaron. Uno de los elfos
domésticos más jóvenes corrió por el vestíbulo de entrada con una aguda bienvenida, y luego vio a
Granger.

Gritó sorprendido, desapareció, y luego su voz aguda resonó desde las cocinas:

—¡El maestro está en casa! ¡Y trajo a una dama! ¡Preparen la crema batida!

Entonces el elfo se apareció ante ellos de nuevo, como si no hubiera ido a ninguna parte en primer
lugar.

—Bienvenidos, señor y señorita.

—Gracias, Tupey. ¿Podrías decirles a las cocinas que mi compañera, la sanadora Granger, se unirá
a mí para la cena?

Draco bien podría haber roto el corazón del elfo doméstico con esta aclaración.

—Por supuesto, señor —dijo mostrando sus grandes ojos llenos de repentina devastación.

—Y queremos cenar en la terraza sur —añadió Draco.

Tupey hizo una reverencia y desapareció. Distantemente, su voz aguda resonó con una solicitud
para cancelar la crema batida.

Granger parecía desconcertada.


—... ¿Crema batida?

—No importa —dijo Draco—. Tomemos un aperitivo para empezar. Creo que acabamos de
provocar el pánico en las cocinas.

Granger no estaba tan obsesionada con sus pies como lo había estado durante su última visita. Miró
a su alrededor, fijándose en las paredes blancas, los racimos de velas encantadas que flotaban a
cada pocos pasos, los fuegos que ardían en las numerosas chimeneas. La nueva mansión era un
espectáculo menos lúgubre que la anterior.

Draco la condujo a uno de los salones, que estaba bien abastecido con todo tipo de bocadillos.
Tuvieron veinte segundos para seleccionar un asiento y picar aceitunas antes de que Tupey se
materializara de nuevo, deseando saber qué les gustaría beber.

—Un coñac para mí —dijo Draco.

—¿Y para la Compañera Sanadora Granger? —preguntó Tupey.

—Vino tinto, por favor.

—¿Cabernet Sauvignon? ¿Merlot? ¿Pinot Noir? ¿Malbec? —preguntó Tupey.

Granger parecía paralizada por la avalancha de opciones.

—Eh... Voy a probar el Malbec, gracias.

Tupey hizo una reverencia y desapareció.

Luego vino Henriette, quien era un poco mejor para ocultar su emoción (únicamente sus orejas
temblorosas la delataron).

—Mademoiselle Granger —dijo con una reverencia, antes de ofrecer una bandeja—. Roulades de
calabacines, noix épicées au piri-piri, blinis de saumon et de chèvre au pesto.

La bandeja de amuse-gueules estaba flotando junto a Granger. Henriette desapareció.

Granger abrió la boca para decir algo, pero hubo otro plop y Tupey apareció con las bebidas. Draco
recibió la suya con la cortesía habitual, pero la de Granger se la puso en la mano con sumo
cuidado. Tupey desapareció.

Draco abrió la boca para hablar, pero un tercer elfo se apareció de las cocinas para preguntar si la
Compañera Sanadora Granger tenía alguna alergia o preferencia que las cocinas deberían conocer.
No, ella no las tenía. El elfo de la cocina desapareció.

Granger intentó hacer un comentario, pero Henriette apareció con servilletas y pequeños tenedores,
y desapareció de nuevo.

Draco y Granger se miraron con cautela mientras el silencio descendía sobre el salón, casi
esperando que otro fuerte crujido interrumpiera su próximo intento de conversación.

—Son un poco... un poco intensos, ¿no? —preguntó Granger.

—Están ansiosos por recibir invitados —dijo Draco—. Cuando mi madre no está, no hay funciones
que organizar, y sólo estoy yo para alimentar.

—Esta bandeja entera es suficiente para la cena —dijo Granger, seleccionando un blini de salmón.
—Eh... no. Guarda tu apetito.

Deambularon hacia la terraza sur. Era una noche de verano exquisita, cálida, pero bendecida con
una brisa dulce y juguetona. La brisa retozó los zarcillos del cabello de Granger y tiró del
dobladillo de su vestido. No es que Draco la estuviera mirando.

Los terrenos estaban iluminados por la noche con velas y linternas encantadas al pie de cada árbol,
y unas más colgadas a lo largo de todos los senderos. En cierto modo, el efecto era incluso más
magnífico que durante el día: las fuentes y los juegos de agua brillaban y las flores eran luminosas,
como si brillaran desde adentro.

Draco dejó a Granger admirando la perspectiva de los jardines mientras se adelantaba para ver si la
mesa estaba lista. Estaba satisfecho con lo que los elfos domésticos habían preparado en tan poco
tiempo: una mesa plateada y dos sillas, un exceso de flores de verano que perfumaban el aire de la
noche y una verdadera extravagancia de linternas y luces de hadas.

Sin embargo, todo era terriblemente romántico. Henriette lo estaba poniendo bastante cargado
considerando que Draco había especificado que ella era una compañera. Había tenido
innumerables cenas, bebidas con compañeros y colaboradores al aire libre durante el verano, y
Henriette nunca había considerado adecuado decorar con rosas... ¡Y mucho menos con rosas rojas!

—¿Henriette? —la llamó.

—¿Oui? —respondió Henriette, cobrando vida a su lado.

—Eres una sinvergüenza.

—Je ne connais pas ce mot —dijo Henriette, encogiéndose de hombros por su falta de
comprensión.

—Las rosas, Henriette.

—¿Qué pasa con ellas, señor?

—Son demasiado.

—¿Demasiado qué, señor?

—Demasiado de todo, Henriette.

—Il faut se laisser ensorceler, señor.

Que era justo lo que Draco estaba pidiendo, en realidad: misticismo no solicitado sobre dejarse
hechizar.

—Llévatelas, Henriette.

—Están en la cúspide de su florecimiento, señor. Me parece una pena desperdiciarlas.

—Sin embargo, me gustaría...

—¡Vaya! —Vino la voz de Granger—. ¡Las rosas!

Henriette le dio a Draco una larga mirada que sugería que, como siempre, ella sabía más, y si él
dejaba de cuestionarla, también dejaría de hacer el ridículo, el niño tonto.
Granger estaba agarrándose las manos, de pie frente a la mesa.

—¡Qué hermoso! Nunca he visto esta variedad, ¿tiene flores dobles? Y la coloración... ¡Es tan
profunda!

—Es el Apolline —dijo Henriette—. El jardín de rosas está resplandeciente con ellas,
Mademoiselle. Deberían dar un paseo después de la cena. Estoy segura de que a Monsieur le
complacerá acompañarla en ausencia de Madame Malfoy.

El Monsieur en cuestión dirigió a Henriette una mirada sofocante ante esta nueva impertinencia.
Granger, sin embargo, encontró un gran deleite en la idea, y dijo que lo adoraría, y preguntó de
dónde había venido el Apolline, y cuánto tiempo la habían tenido, etc.

—Primero la comida, luego los éxtasis femeninos sobre el jardín de rosas —dijo Draco.

Granger y Henriette lo miraron con frialdad e hicieron que Draco sintiera el peso de su baja opinión
sobre él.

Henriette indicó que iría a buscar su primer plato.

Granger tomó su silla con un resoplido.

—No quisiera que mis éxtasis femeninos se interpusieran en el camino de tus apetitos masculinos,
por supuesto.

Draco escondió una sonrisa en su coñac.

—¿Y tú qué sabes de mis apetitos masculinos?

—Sólo que son implacables.

—Es preciso.

—Y perjudican tu juicio.

—Algunas veces.

—Sólo podemos esperar que estén satisfechos con la entrada de Henriette, entonces tal vez
podamos tener una conversación civilizada sobre rosas, sin interrupciones.

—Parcialmente satisfecho, probablemente.

Granger lo miró con los ojos entrecerrados, como si estuviera detectando el doble sentido, pero no
estaba muy segura de que lo dijera en serio. Draco decidió dejarla en la incertidumbre.

—Tourteau frais, decortiqué par nos soins —anunció Henriette, mientras ella y Tupey llegaban
con cangrejo y mantequilla a las finas hierbas.

Ellos comieron. Granger era delicada al respecto, como solía ser, y se distraía fácilmente con largas
miradas más allá de la terraza y hacia los terrenos iluminados con velas. Ahora tenía la barbilla
apoyada en el dorso de la mano y contemplaba la belleza evanescente de una hilera de álamos,
cuyas jóvenes hojas se estremecían con la brisa como medallones de plata.

Draco medio quería interrumpirla y traerla de vuelta a las cosas importantes -él mismo-, pero
también era bastante agradable sentarse en un silencio encantador y beber sus copas. Las cenas en
la mansión normalmente eran asuntos impulsados por la agenda, ya sea que el invitado o Draco
tuvieran algo que ganar o algo que perder. Esta fue única por su falta de cualquiera de esas
presiones porque Draco no tenía que maniobrar y sabía que no estaba siendo manipulado en su
contra. Simplemente estaban comiendo juntos mientras él hacía pequeñas reparaciones por un
pastel de pescado quemado. Granger no tenía planes sobre su fortuna o su persona.

A veces, estar con ella era tan fácil.

—Risotto au basilic —dijo Henriette, barriendo el cangrejo y depositando una gran cantidad de
risotto frente a ellos. La albahaca flotaba deliciosamente en el aire.

—Ahora que lo pienso... ¿Cómo sabes tanto sobre rosas? —preguntó Draco.

—Mi madre solía cultivarlas —dijo Granger, con una especie de despreocupación laboriosa.

—¿Solía hacerlo? ¿Ha dejado el pasatiempo?

—No lo sé, no he visto a mis padres en algunos años.

—Vaya.

Dado que ella estaba tratando de no verse afectada, Draco no la cuestionó más sobre el tema,
porque consideró que implicaba una gran delicadeza.

No obstante, Granger continuó.

—Oblivié a ambos durante la guerra. Los envié a Australia para mantenerlos a salvo. Cuando los
encontré de nuevo, era demasiado tarde para revertir el hechizo sin correr el riesgo de dañar sus
mentes. Viven bastante felices en Adelaide y no tienen idea de que alguna vez tuvieron una hija.

Ah, sí, justo lo que Draco había estado esperando. Algunos recuerdos alegres de las tragedias de la
guerra.

No se preocupó por palabras de simpatía porque en realidad no las tenía, y, de todos modos, ella no
creería que fuese sincero.

—Esto explica lo cuidadosa que eres con los Obliviate —dijo Draco.

—Oh, sí... fue una lección difícil de aprender. Las mentes y los recuerdos no deben manipularse a
la ligera. Y desmantelé sistemáticamente el valor de dieciocho años. Eso tuvo repercusiones.

—Mantuvo a tus padres con vida —dijo Draco.

—Lo hizo, sí, pero a un alto costo. —Granger terminó su vino—. De todos modos, es una noche
demasiado hermosa como para ponerse sentimental. Hablemos de otras cosas.

Draco terminó su coñac para que su vaso vacío no se sintiera solo. Él era sensible de esa manera.

Miró a Granger.

—Parece que tienes un tema en mente.

—Promesas rotas —dijo Granger. La acusación persistió en la declaración.

Draco arqueó una ceja, sintiéndose señalado.

—¿He roto una promesa?


—Sí.

—¿Cuál? Ilumíname.

Justo cuando Granger estaba a punto de hablar, Tupey apareció para sugerir un Sauvignon
Blanc para el próximo plato, dado que era pescado. Draco y Granger estuvieron de acuerdo. Tupey
sirvió el vino y desapareció.

—El informe de los arqueólogos sobre las ruinas celtas —dijo Granger—. Los que encontraste
debajo de las mazmorras. Nunca me lo enviaste.

Draco se recostó en teatral shock.

—Tienes razón. Nunca lo hice. Atrapado en flagrante délit.

—Je sais —dijo Granger, mirándolo con gravedad—. Un terrible abuso de confianza.

—¿Alguna vez me perdonarás?

—No. Me imagino guardando un tremendo rencor al respecto. Tal vez comenzando una disputa a
gran escala.

—Dices eso como si las casas de Granger y Malfoy no estuvieran ya peleadas —dijo Draco.

—Cierto —contestó Granger.

Mientras Granger reflexionaba sobre esta nueva complejidad, Draco le indicó a Henriette que se
acercara y la envió a buscar el informe de los arqueólogos. Henriette regresó con un grueso rollo
de pergamino en sus manos y una mirada burlona en su rostro.

Luego se ofreció a buscar otros materiales de lectura más adecuados para una noche de verano,
como algunos libros de poesía francesa.

—No, gracias, Henriette, eso será todo —dijo Draco—. Mademoiselle tiene gustos literarios
peculiares y prefiere leer sobre monjes muertos.

Henriette desapareció con un movimiento de cabeza.

Granger aceptó el pergamino con una sonrisa jugando en sus labios.

—Cuando lo pones de esa manera, ciertamente sueno peculiar.

Draco se encogió de hombros.

—Peculiar es, al menos, no aburrido.

—Acepto tu excusa mal pronunciada y ambigua como un cumplido —dijo Granger, desplegando el
pergamino.

—No me gustaría que te volvieras engreída, ¿sabes?

—No, estás infaliblemente en guardia en ese frente.

Granger se hundió en el informe, dejando que su risotto se enfriara en su plato. De vez en cuando
recordaba la presencia de Draco, que se señalaba con un «¡Oh!» y luego un intercambio de algún
fragmento fascinante u otro.
Henriette se apareció con el siguiente plato y le dio a Granger una mirada de reprobación cuando
hizo un balance de la situación.

—¡Señorita! J'ose vous rappeler que vous êtes à table.

Granger brincó y soltó una disculpa, y guardó el pergamino. Parecía avergonzada cuando Henriette
se llevó el risotto (ahora un bulto congelado) y lo reemplazó con el pescado.

—Rodaballo poêlé, artichauts poivrade et citron confit. —Henriette depositó el pescado y las
alcachofas de Granger con particular firmeza, con la insinuación de que, si no se lo consumía todo,
tendrían unas palabras.

El efecto de la mirada amenazadora de Henriette se vio algo mitigado por el hecho de que su nariz
apenas sobresalía de la mesa. Sin embargo, Granger, con los ojos muy abiertos, dijo que el
rodaballo se veía absolutamente delicioso y se metió unos cuantos bocados en la boca bajo la atenta
mirada de Henriette.

Satisfecha, Henriette desapareció.

Granger se tragó el pescado con la ayuda de un poco de vino.

Draco estaba conteniendo la risa.

—Pareces increíblemente aterrorizada.

—Es aterradora —Granger lanzó una mirada furtiva por encima del hombro y luego lo miró de
nuevo—. Y lo siento, eso fue terriblemente grosero de mi parte. Me quedé absorta y no me di
cuenta.

—Me gustaría echar un vistazo por si hay un Boggart —reflexionó Draco entre sus propios
bocados—. Tal vez en alguna de las habitaciones libres.

Granger parpadeó.

—¿Un Boggart? ¿Para qué?

—Tengo la sensación de que el tuyo ahora tomará la forma de un elfo doméstico francés de
ochenta años y me gustaría confirmar mi teoría.

Granger se mordió el labio para no sonreír.

—Crees que eres muy gracioso.

—Lo soy —dijo Draco.

—¿Y qué forma tomaría el tuyo? ¿Deberíamos ir a cazar un Boggart?

Draco se recostó y juntó los dedos.

—Ahora, esa es una pregunta. No me he encontrado con uno desde la guerra. Me gustaría pensar
que ya no sería Voldemort saltando hacia mí como un cadáver reanimado.

—Bueno, ¿qué te ha asustado recientemente?

—¿Quieres que sea honesto contigo?


—Lo preferiría, pero no lo espero —olfateó Granger.

—Hubo un momento hoy, en el umbral de tu puerta, cuando parecías estar a punto de


transformarme en un insecto y pisotearme.

Granger parecía como si estuviera tomando nota especial de esta nueva idea.

—¿Qué tipo de insecto?

—No lo sé, supongo que una pequeña y repugnante cucaracha.

—Casi imposible de matar —dijo Granger, sacudiendo la cabeza—. Mala elección. Yo iría con
algo más blando. Pero, si fuera a matarte, me gustaría que supieras que no usaría la
Transformación.

—Oh Dios, eso no sería deportivo. ¿Cómo lo harías, entonces?

—Tal vez te ate y deje que Crookshanks lo intente. Entonces sólo sería cómplice de asesinato.

—La primera parte de esa oración era prometedora, hasta que mencionaste al gato.

Granger no prestó atención alguna a esta leve insinuación coqueta. Ella estaba recordando.

—Una vez, él casi asfixió a Ron; se acostó sobre su rostro mientras dormía. Albergo un temor
privado de que fue a propósito.

—Bueno, eso está resuelto, entonces: mi nuevo Boggart es tu gato.

Granger no le dio el honor de reírse a carcajadas, pero escondió una sonrisa detrás de un sorbo de
vino.

Henriette volvió a inspeccionar el progreso de Granger. Granger dijo que todo estaba delicioso, y
que las alcachofas en particular eran las mejores preparadas que jamás había tenido el placer de
comer.

Henriette dijo:

—Parfait. Tienen muchos beneficios para la salud, ya sabes, las alcachofas.

—Ah, ¿sí?

—Oui, oui, tantos nutrientes y vitaminas. También son afrodisíacas.

Henriette desapareció después de transmitir esta información vital.

Granger contempló su plato vacío con una especie de consternación. Draco tenía muchas ganas de
reír.

—Sabré a qué culpar, si te pones manos a la obra —dijo Draco.

Granger dirigió su mirada a su plato igualmente vacío y dijo:

—Igualmente.

Tupey y Henriette desaparecieron los platos vacíos y sirvieron el postre.

—Millefeuille à la vanille de Bourbon —dijo Henriette, presentando el plato final con una floritura.
Tupey propuso un vino dulce de Sauternes para acompañarlo, que Draco y Granger aceptaron.

Granger presionó su tenedor en el tierno milhojas.

—Henriette, Tupey, necesito agradecerles. Esta comida fue mucho mejor que la que iba a tener
esta noche.

Henriette hizo una reverencia y Tupey se inclinó.

—Estoy seguro de que la señorita Mabel hace un pastel de pescado crujiente —dijo Draco.

—¿Perdón? ¿Quién es la señorita Mabel? —preguntó Henriette—. ¿Es su elfo doméstico,


Mademoiselle?

—No —dijo Granger—. Ella es, eh... Ella hace pasteles de pescado que puedes comprar en las
tiendas. Bueno, en realidad no estoy segura de que sea una persona real; probablemente, todo es
marketing...

—Tartas de pescado congeladas —le dijo Draco a Henriette—. Pasteles congelados que
Mademoiselle mantiene en la nevera, y luego los mete en el horno cuando tiene medio momento
para pensar en alimentarse.

Henriette se quedó sin aliento ante esta revelación. Las manos de Tupey volaron a su boca.

—Y cuando eso falla, Mademoiselle tiene dos latas de atún y unas lentejas secas. Ese es todo el
contenido en sus armarios. —Draco se puso serio—. He visto muchas cosas preocupantes en mi
vida, Henriette, pero la despensa de Mademoiselle es una cosa completamente diferente.

Las manos de Henriette estaban sobre su corazón; sus ojos estaban muy abiertos.

—¡No!

—Oh, sí. Lo he visto con mis propios ojos.

—Monsieur está exagerando un poco —dijo Granger, su agarre en el tenedor sugería que podría
pinchar a Draco con él, si no dejaba de escandalizar a los elfos.

—Tienes razón —dijo Draco—. También había una caja de galletas saladas, de unos pocos años.
Un poco polvorientas, pero todavía sirven.

Henriette y Tupey miraron a Granger y parecían a punto de llorar.

—Aun no había tenido la oportunidad para ir de compras esta semana —dijo Granger, en un
intento por tranquilizarla—. Por eso mis armarios estaban tan vacíos. Estuve un poco ocupada.

—Oh, sí —dijo Draco—. Porque normalmente están a reventar, ¿no?

Había estado esperando la patada debajo de la mesa de Granger... ¡y llegó! Él agarró su tobillo en
su mano y chasqueó la lengua.

Granger trató de recuperar la posesión de su pie, pero Draco le informó que ser pateadora
significaba que había perdido los privilegios sobre sus pies.

Henriette no se dio cuenta del intercambio, ¿demasiado ocupada angustiada por el hecho de que
nadie ayudara a Mademoiselle, ni a sus armarios vacíos? Tupey parecía al borde de la
hiperventilación.
—Tengo una Propuesta Modesta —dijo Draco.

La pierna de Granger tembló. El agarre de Draco se mantuvo firme. Y eso es todo lo que fue: una
comprensión. Su tobillo estaba desnudo y suave bajo su palma, y sus dedos sentían curiosidad por
la delicada forma de sus huesos, y cómo se sentiría al trazarlos, pero él no lo hizo. Seguía siendo
un agarre. Porque esta era Granger. Y él no tenía ningún interés en acariciar su tobillo.

Y si tenía algún interés en hacerlo, que no lo tenía, sería culpa de las alcachofas.

Granger no parecía atreverse a exigirle que retrocediera en voz alta frente a Henriette, porque eso
conduciría a preguntas incómodas sobre por qué había intentado patear a Monsieur en la mesa, lo
cual era una metedura de pata mucho mayor que leer.

—¿Qué propuesta? —preguntó Granger en una especie de gruñido, como el de un gato atrapado
por la nuca.

—Los elfos domésticos están aburridos hasta la médula sin mi madre y sus fiestas. ¿Por qué no les
das permiso para aparecer una o dos veces por semana y llenar tus armarios? ¿Por lo menos hasta
que mi madre regrese?

—Absolutamente n...

Draco le dio un apretón al tobillo a Granger antes de que pudiera devastar a los elfos.

Henriette y Tupey giraron hacia Granger mientras ella hablaba, con corazoncitos en los ojos al
pensar en su despensa vacía esperando atención. Las manos de Henriette estaban presionadas
contra su pecho; las de Tupey se plegaron en una especie de súplica. Sus grandes ojos brillaron.

La voz de Granger murió.

—Absolutamente necesario, creo que Mademoiselle iba a decir —les dijo Draco a los elfos.

Granger le dirigió una mirada que sugería una segunda patada entrante, si tan sólo no tuviera miedo
de perder la posesión de su otro pie también. Les dio a los elfos su mejor intento de sonreír.

—¿Quizás Monsieur y yo podríamos discutir los detalles en privado?

—¿Entonces es un sí, señorita? —preguntó Tupey, sin aliento.

—Por supuesto que es un sí —dijo Henriette, con los ojos soñadores—. Mademoiselle nunca sería
tan grosera como para rechazar la oferta de Monsieur. Ella es demasiado bien élévée.

La sonrisa de Granger era bastante fija.

Los elfos se inclinaron e hicieron reverencias media docena de veces y luego se aparecieron en las
cocinas para compartir las buenas noticias.

—Pondrías a prueba la paciencia de un santo —dijo Granger con la mandíbula apretada—.


Devuélveme el pie antes de que te convierta en esa cucaracha.

Draco renunció a la posesión de su pie, probablemente un poco más lento de lo necesario, las
puntas de sus dedos rozaron su tobillo mientras la soltaba.

Ella se dio cuenta. Había un rubor rosado en sus pómulos. A lo mejor fue el vino, posiblemente
otras cosas.
—Sólo he hablado con una santa, y le caigo bien —dijo Draco, pasándose la mano por el cabello.

Granger, a pesar del rubor, estaba exasperada.

—Ella sólo había pasado cinco minutos en tu preciosa compañía, no lo suficiente para descubrir
cuán infinitamente exasperante eres. Como imponerme elfos domésticos, de todas las personas.
¿Cuál fue el proceso de pensamiento, si lo hubo, detrás de esa decisión?

—Vi un problema que estaba en mi capacidad de solucionar —dijo Draco—. Es una filosofía de
vida que aprendí de una bruja bastante inteligente.

Granger lo miró fijamente. El doble golpe de sus propias palabras y el genuino cumplido la
desconcertaron por completo. Ella se echó hacia atrás, luchando por permanecer enfadada.

—Tú eres... tú, simplemente eres...

—Indescriptible, lo sé —dijo Draco.

—¿Debes tener siempre la última palabra?

—Sólo en las raras ocasiones en que lo permites.

Granger estaba luchando con su molestia y diversión persistentes. Sus ojos brillaron con eso. Fue
una imagen bastante hermosa.

—¿Cuándo vuelve tu madre a Inglaterra?

—No hasta dentro de quince días —contestó Draco—. Entonces estarás libre de los elfos. Pero
mientras tanto, les habrás devuelto la alegría de vivir.

Granger miraba en dirección a las cocinas.

—Muy bien, pero sólo porque no quiero que Henriette me crea mal élevée por rechazar tu oferta.
Creo que ella se lo tomaría personal.

—Si a Henriette le preocupara tu educación, te habría desairado desde el principio. Es una elfina
bastante testaruda. Ahora cómete tu milhojas o volverá a regañarte.

Granger dirigió su atención a su plato. Draco tomó un sorbo del vino dulce.

—¿Para qué era la crema batida? —preguntó Granger.

—Ese es un asunto privado y sería mejor que lo olvidaras.

—Mmm —dijo Granger, estudiándolo por encima de su copa.

Terminaron sus postres.

Henriette se materializó y le recordó amablemente a Monsieur que tenía que llevar a Mademoiselle
a través del jardín de rosas. Luego se puso de pie, sus pequeñas manos se cerraron sobre sus
caderas huesudas y lo miró intimidantemente hasta que él se levantó y le ofreció su brazo a
Granger.

El toque de Granger en su brazo fue ligero, al principio, pero después de unos pocos pasos, su
agarre se hizo más fuerte.
—Mierda. ¿El suelo está un poco tambaleante o estoy completamente borracha?

—Ambos estamos empapados hasta las amígdalas en vino —dijo Draco.

—Las atenciones de Tupey fueron implacables.

Era un milagro que ninguno de los dos hubiera dicho algo borracho y estúpido todavía, pero la
noche era joven, y el camino a los jardines atraía, y las posibilidades de estupideces brillaban como
las velas que se alineaban en el camino.

Caminaron a través de una doble fila de lilas cargadas de flores. A su derecha estaba el
invernadero, su cálido resplandor salpicado por el tumulto de flores de color malva. La brisa hacía
temblar las flores como una mariposa; la luz brilló a través del camino.

En las sombras mezcladas, Granger levantó la mano para que se silueteara contra la luz del
invernadero.

Estaba firme.

Fue su mano izquierda la que levantó. Su brazo estaba desnudo y contra la piel de su brazo interior
yacía ese borrón.

Granger se giró, con la intención de continuar por el camino, pero Draco la interrumpió
cometiendo la primera de las estupideces de la noche. Más tarde culparía al vino.

Él tomó su muñeca suavemente, Granger se estremeció, y tiró de ella hacia él.

Ella se sorprendió.

—¿¡Qué estás ha...!?

—No me di cuenta de que aún tenías esto —dijo Draco.

Le giró la muñeca para que el borrón del glamour captara la luz vacilante.

—Bueno, todavía lo tengo —Su voz era incierta. Ella lo miró fijamente con los ojos abiertos como
platos, una cosa salvaje a punto de alejarse y correr. Olía como la dulzura de los Sauternes.

Dos palabras pesadas que Draco había estado cargando desde Provenza salieron con dificultad.

—Lo siento.

—Fue la loca de tu tía, no tú.

—No hice nada para detenerla.

A esto, Granger no dio respuesta.

—Supongo que, si hubiera una forma de curarlo, la habrías encontrado —dijo Draco.

—Lo habría hecho. Intenté muchas cosas, pero...

—Algunas cosas no se curan.

—No, no lo hacen. —Granger se quedó en silencio por un momento. Luego agitó el glamour para
revelar la palabra—. Qué cosa tan fea.
La vieja herida estaba clara en su piel, tan en carne viva como el día en que había sido tallada.
Todavía brillaba. La boca de Draco estaba algodonosa y seca. Por un momento ella tenía 17 años y
yacía como muerta en el suelo del salón, a escasos metros de donde estaban. Luego volvió a ser
Granger, una inteligencia ardiente, una persona que cambia el mundo, pero aun así, a pesar de todo,
marcada. El agarre de Draco en su muñeca se volvió un poco más fuerte... con vergüenza y tristeza.

—¿Todavía duele? —preguntó Draco, porque se veía demasiado crudo como para no hacerlo.

—Algunas veces; ahora estoy acostumbrada, o simplemente lo olvido.

Draco nunca había tenido la intención de mostrarle la vergüenza de su propio brazo, aún más
vergonzoso porque lo había adquirido voluntariamente.

Y, a pesar de ello, se encontró desabrochándose los puños y subiéndose la manga.

Lo que quedó en su brazo fue una marca distorsionada y medio descolorida. Ahora, era una mezcla
grotesca de carne negra y tejido cicatricial levantado, de intentos fallidos de extirparlo.

—Oh —jadeó Granger.

—La mía es más fea en todos los sentidos, Granger: Yo la deseaba.

El jadeo había sido más de sorpresa que de horror. Estaba observando la carne retorcida con el ojo
de un Sanador, uno que había visto cosas peores.

Granger se quedó en silencio durante mucho tiempo. Finalmente, ella dijo:

—Pero ya no la quieres.

—No.

—Eso es lo que importa.

—No borra el pasado —dijo Draco. El brazo profanado que sostenía entre ellos era un testimonio
elocuente de ello.

—No, pero las decisiones que has tomado desde entonces te definen más que las que tomaste en
ese entonces.

—¿En serio?

—Tenías dieciséis años; tú eras... Todos éramos niños, niños soldados arrojados a una guerra,
tratando de hacer lo que nos enseñaron que era correcto. Tratando de proteger a nuestros seres
queridos.

—¿Debes ser tan terriblemente indulgente?

—Han pasado quince años —dijo Granger. Ella bajó su propio brazo. Parecía cansada—. Puedo
asegurarte de que he reflexionado largamente sobre el asunto. He perdonado a quienes lo merecen.

—Eso interfiere con revolcarme en el arrepentimiento.

—Revolcarse no es productivo.

Ahora fue el turno de Granger de tomar su muñeca. Lo acercó a un triángulo de luz entre las
sombras y se inclinó para observar la Marca más de cerca. Draco quería alejarse, pero ella había
sido lo suficientemente valiente como para dejar que él mirara, así que ahora no debía ser un
cobarde.

Su dedo rozó las crestas llenas de cicatrices y la carne medio derretida que nunca había sentido el
toque de alguien más.

Parecía desconsolada.

—¿Trataste de maldecirlo?

—Sí —dijo Draco—. Entre otras cosas. Han pasado años.

Su brazo tembló bajo su escrutinio. Quería volver a guardar la Marca: era tan fea, tan deforme, tan
llena de horribles recuerdos y vergüenza.

—No creo que haya mucho que pueda hacer con este tampoco —dijo Granger—. En términos de
curación, quiero decir.

El pensamiento pareció entristecerla.

—El mío es un recuerdo de algunas decisiones terribles. Está bien merecida. La tuya, la tuya es
una desafortunada tragedia.

—Lo es —dijo Granger. Luego agregó—. Bueno, ambas son tragedias de diferentes maneras.

El perdón más justo, hizo que Draco quisiera huir.

Permanecieron en silencio. Y ahora ella conocía algunas de sus penas y él conocía algunas de las
suyas. Había intimidad en ello; a ser visto. Era desconocido, tierno al tacto, desconcertante.

Permanecieron en silencio y, sin embargo, no era silencio; era espeso, denso y arremolinado.
Pesaba sobre sus tímpanos y pecho como una presión.

—Me gustaría una conclusión concisa, o palabras de sabiduría —dijo Draco, para cortar la tensión.

—Sí, por favor —dijo Granger. Parecía aliviada.

—Me refiero a que sean tuyas.

Granger juntó las manos delante de ella y miró hacia las estrellas, como si pudiera encontrar la
concisión allí.

—El cadáver reanimado de un hombre que nos dejó estas cicatrices está bastante muerto.

—Y estamos vivos.

—Creo que eso es suficientemente bueno.

Draco se bajó la manga y se abrochó los gemelos. Granger devolvió su cicatriz a la discreta
mancha borrosa.

—Es una noche demasiado hermosa para ser sensibles —dijo Draco.

—No sueno tan correcta —contestó Granger.

—Lo haces. ¿Vamos a echar un vistazo a las rosas? Ten tus éxtasis femeninos listos.
Recorrieron el camino que se curvaba a la luz de las velas hasta que llegaron al jardín de rosas. A
sus pies, violetas de medianoche se asomaban aquí y allá, atraídas por la luna creciente.

Sus pasos eran lentos, y borrachos, y deliciosamente sin rumbo fijo. Fue perfecto; Draco sabía muy
poco de rosas para dar un recorrido real y Granger se contentaba con deambular de una a otra sin
plan ni propósito, tocando sus pétalos sueltos. Bonitos nombres salieron de sus labios cuando
reconoció algunos: Annabelle, Wildfire, Apolline, la duquesa, Ivory Kiss, Claire, Crimson
Romance.

Las luces flotantes brillaban entre los rosales. Los pétalos flotaron en el camino. Un ruiseñor
cantaba y las fuentes gorgoteaban. Granger, con una especie de borrachera de ojos soñadores, dijo
que era como estar en un claro encantado.

Draco deseaba intentar ser con ella un tanto sentimental, pero también se encontró en un estado de
ánimo suave y apacible. Acariciaba o anhelaba el tipo de humor con el que podría decirle a una
bruja que sí, que las rosas eran dulces, pero que ella lo más dulce en el jardín, sólo para verla
sonrojarse.

No lo hizo, porque estaba hecho de un material más fuerte.

Fragancias delicadas y escurridizas, jugaban con sus narices. Granger trató de nombrar los aromas
y le mostró las rosas a Draco, para que pudiera intentarlo, y se paró junto a ella, más cerca de lo
necesario, e hicieron conjeturas ociosas juntos: manzana, vainilla, clavo, mirra, miel, entre los
damascos.

Su mente empapada de vino recogía impresiones. Cercanía deliciosa. Estar lo suficientemente


cerca como para sentir su calidez. Le adosó la rosa a la cara, tan cerca que sus labios rozaron sus
pétalos; la luz de la luna yacía en su piel; los rizos de cabello escapaban de su nuca; la comisura de
su boca... la mordedura de su labio; pestañas contra una mejilla.

Se trasladaron a la siguiente rosa. Granger estaba convencida de que ésta olía a albaricoques.
Draco se paró detrás de ella y se inclinó sobre su hombro. Para él, era mandarina. Granger lo olió
de nuevo y dijo que no, albaricoques, sin duda. Y Draco se inclinó más cerca y dijo que no,
mandarina, no seas tonta. Granger teorizó que podrían haber encontrado una rosa Amortentia; eso
explicaría la discrepancia. Draco dijo que se aseguraría de registrar este descubrimiento.

Pasaron a la siguiente, una espléndida rosa blanca. Granger ahuecó su pesada cabeza y la sacó.
Draco volvió a ponerse detrás de ella y ambos la olieron al mismo tiempo, y la mejilla de ella rozó
su barbilla.

Se contuvo, justo a tiempo, cuando estaba a punto de ponerle una mano en la cintura.

Así era el camino a la locura.

La curva de sus faldas rozaba la parte delantera de sus pantalones. Su cabello le hizo cosquillas a
un lado de la cara.

Granger dijo que era coco y lo desafió a estar en desacuerdo. Draco no estuvo de acuerdo, por
supuesto, era kiwi.

«¡¿Kiwi?!», repitió Granger. «Kiwi», dijo Draco. Granger dijo que lo enviaría a un
otorrinolaringólogo, si no detenía esta tontería. Draco replicó que la única tontería aquí era la
palabra otorrinolaringólogo.

La dulce parálisis se apoderaba de él nuevamente, de no querer moverse, de ligereza en sus venas,


de miembros sin peso y párpados pesados. Quería poner la barbilla donde el cuello de ella se unía
al hombro y simplemente quedarse allí. Quería decirle cosas al oído y sentirla temblar contra él.
Quería quedarse aquí, siendo estúpido sobre el kiwi, por una era o dos... quería flotar.

Era el vino, sin duda... ¡y las alcachofas!

Se trasladaron a las siguientes rosas, pequeñas cosas silvestres que crecían en racimos y olían a
vetiver. Granger preguntó si podía elegir una. Draco lo hizo por ella; parecía poco caballeroso no
hacerlo. Y él se la dio, su brazo la rodeó por detrás, y las yemas de sus dedos se tocaron, y eso fue
lo más cerca que pudieron estar: a rozarse las yemas de los dedos con una rosa.

Ella lo miró por encima del hombro para darle las gracias, y sus ojos se encontraron, y los de ella
eran oscuros y curiosos, y los de él eran claros y agudos: eran universos que chocaban. Eran todas
esas contraposiciones de Luz y Oscuridad, Nacidos de Muggles y Sangres Pura, Orden y
Mortífagos, y una terrible incompatibilidad tras otra terrible incompatibilidad. Se conjugaban todas
las polaridades violentas que los hicieron quienes son.

Cayeron un poco el uno contra el otro, en ese momento de colisión, un poco borrachos, un poco
enredados en el alma.

Deslizó la rosa en su cabello y se alejó.

Llegaron al final de la rosaleda, donde los setos se hacían más densos y se podían decir estupideces
con mayor libertad. Donde las incompatibilidades terribles dejaron de significar tanto, porque aquí,
entre las ramas verdes y el susurro de la brisa, eran sólo un hombre y una mujer, deambulando por
un jardín, como idiotas con las rosas.

Encontraron un asiento en un banco de piedra cerca de una fuente adornada con cupidos
regordetes. Granger dobló las piernas debajo de sí misma. La rosa en su cabello estaba torcida, por
lo que Draco se estiró para arreglarla, esperando hacerlo suavemente, pero descubrió que estaba
paralizado por una sensación de exquisito nerviosismo, como no lo había sentido desde que era un
adolescente. Granger exhaló un gracias. Sus mejillas estaban rosadas.

Hablaron de cosas triviales, y no triviales, de rosas, y armarios, y cicatrices, y guerra, y alcachofas,


y pastel de pescado. Miraron hacia las resplandecientes estrellas, y los pájaros nocturnos gorjearon
sus melodías sobrenaturales, y las rosas dejaron caer sus pétalos en una hermosa melancolía. Pasó
una hora, y luego dos, y luego tres, aunque se sentía como si acabaran de sentarse uno al lado del
otro en aquel húmedo banco entre las rosas para pasar la noche.

El recuerdo de aquella noche permanecería con Draco durante mucho tiempo después, porque
había sido besado por la luna dulce, porque la luz de sus ojos se había anegado de ella, porque se
embriagó con el sabor del vino, porque no olvidaría el brillo de las estrellas en la fuente, ni la lenta
seducción de las rosas.

**~**~**

Vocabulario y otras anotaciones:

* Il faut se laisser ensorceler: «Hay que dejarse hechizar».


Chapter End Notes

Antes que nada, por favor démosle la bienvenida a Eva, quien se une a nosotras como
beta de esta increíble historia. Así es, ahora hay tres personitas revisando que la
historia sea tan perfecta como lo es en inglés. ¡Bienvenida, Eva!

¿Qué les pareció? ¿No aman estas interacciones que no son interacciones románticas
pero que obviaaamente sabemos que lo son?

¡Gracias por leer!


Hacer las paces
Chapter Notes

See the end of the chapter for notes

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Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse

"Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love"

De Isthisselfcare

Beteado por Bet y Eva

**~**~**
¡Por favor únete a mis gritos sobre esta maravillosa comisión del jardín de rosas
por Makiblue_art!

También es un placer para mí compartir mi dirección de arte súper profesional para la comisión,
de modo que puedas apreciar el producto final en contraste.

**~**~**
**~**~**

«Tengo algo para ti», fue el mensaje que llegó de Granger una semana después. «Creo que muchos
lo llamarían una pista; sobre el exhibidor de Nundu.

«¿¿¿Cuál???», respondió Draco.

«Voy a dar clase. ¿Podemos reunirnos a las 6?», preguntó Granger.

«¿Dónde?»

«En el café del Trinity» , contestó Granger. «Tengo otra reunión ahí primero. Si llego tarde, no
entres gritando sobre escobas. Es con un muggle».

Draco estaba agradecido por sus instrucciones, ya que normalmente llegaba temprano y entraba a
los cafés gritando sobre escobas. Arrojó el Bloc a un lado para revisar el horario de Granger. El
muggle en cuestión era Gunnar Larsen, el director de Skjern Pharmaceutics.

A las 5:55 p. m., un Draco Desilusionado se dirigió al café muggle en el Trinity College, intrigado
por la aparente pista de Granger sobre Talfryn.

La vio a través de la ventana del café, todavía enfrascada en una conversación con un hombre.
Draco se había formado una cómoda imagen mental de este tipo, de Larsen: un tipo de científico
pequeño y delgado, probablemente calvo y con anteojos.

En cambio, sentado al otro lado de la mesa de Granger, estaba un hombre de uno ochenta y tantos
metros con cien kilos encima. Su cabello era rubio rojizo, al igual que su impresionante barba, y
sus ojos eran de un azul penetrante.

Era un vikingo con un traje de tres piezas. Probablemente había más pelo rizado en el pecho
asomando por la parte superior de su cuello que el que Draco consiguió desde la pubertad.

Draco decidió que no le agradaba.

Desilusionado, entró en el café detrás de un cliente que salía y se apoyó contra una pared para
escuchar a escondidas. Granger y el vikingo estaban charlando principalmente en jerga (la de él,
con un ligero acento). Granger estaba explicando, con esa forma tan apasionada suya, algo sobre
los sistemas inmunológicos adaptativos y los microambientes. Larsen respondió algo sobre la
terapia con inhibidores de puntos de control, a lo que Granger respondió con gran entusiasmo.

Los ojos del vikingo estaban clavados en Granger de una manera que a Draco no le gustó. Había
algo depredador en él, algo hambriento. Y Granger estaba gesticulando demasiado emocionada
sobre nanobiología como para darse cuenta. Las sospechas comenzaron a filtrarse: ¿este musculoso
muggle intentaría robar sus ideas? ¿Lucrar con ella? ¿Comérsela, literalmente?

Sólo había una manera de averiguarlo.

La inmersión de Draco en la mente del hombre terminó tan pronto como comenzó. Se encontró
rebotando contra unas barreras mentales extremadamente sofisticadas, unas que sólo tendría un
Oclumante altamente entrenado.

Así que Granger estaba equivocada; ese hombre no era un muggle.

El vikingo al sentir el intento de intrusión se giró hacia donde Draco estaba Desilusionado. Sus
penetrantes ojos recorrieron las mesas abarrotadas, tratando de identificar a su atacante.
Granger le preguntó:

—¿Está todo bien?

Larsen se volvió hacia Granger.

—Sí, mis disculpas, profesora. Creí escuchar algo…

Continuaron la conversación, aunque las respuestas de Larsen se redujeron a monosílabos


distraídos.

La primera reacción de Draco, que era arrojar al hombre a través de una mesa y preguntarle a qué
estaba jugando, se vio entorpecida por la multitud. Por no hablar del hecho de que Draco no estaba
realmente seguro de poder arrojarlo.

Su segundo pensamiento fue aturdir a Larsen y desgarrar su mente para descubrir cuáles eran sus
planes, pero de nuevo la multitud y, además, el hombre que era un gran Oclumante lo
imposibilitaron. En todo caso, tendría que ablandarlo primero, luego convertir su cerebro en puré.

Granger miró la hora y se apresuró a terminar con la reunión. Larsen le estrechó la mano (en
realidad, todo el brazo) y se abrió paso entre las mesas. Draco lo vio observar sistemáticamente a
todos los clientes del café mientras caminaba hacia la puerta. ¿Fue únicamente por memorizar
rostros o también era un legeremante?

Draco siguió a Larsen a la calle con vagos pensamientos para Aturdirlo por la espalda y aparecerlo
en una celda de detención de Aurores con el fin de tener una charla amistosa. Sin embargo, tan
pronto como Larsen encontró una puerta fuera de la vista del público muggle, desapareció.

Nada de esto le gustó a Draco.

Era una mezcla de irritabilidad y perplejidad para cuando se reunió con Granger en el café, y ya
había eliminado la Desilusión. Por su parte, Granger -quien no tenía idea de lo que acababa de
ocurrir- lo recibió con un alegre saludo. Ella le había comprado un café y una de esas panna cotta
de café con caramelo, pero no era el momento.

—Vamos a tu laboratorio —dijo Draco en lugar de un saludo—. Tenemos que hablar en privado.

La alegría de Granger se desvaneció.

—Oh, pero yo...

—En privado —repitió Draco.

Granger agarró el café y la panna cotta mientras Draco la sacaba de la cafetería.

Cuando llegaron a la oficina de Granger, ella se sentó en su escritorio y Draco comenzó a pasearse
de un extremo al otro de la pequeña habitación.

—¿Vas a decirme lo que está mal? —preguntó ella.

Draco hizo una pausa en su paseo, su túnica de Auror azotaba dramáticamente contra sus botas.

—Larsen... No es un muggle.

Las cejas de Granger se elevaron hasta la línea del cabello.


—... ¿Qué?

Draco reanudó su paseo.

—Estaba ocluyendo mientras hablaba contigo en el café. Lo que sea que te haya dicho que es, no
es verdad.

Granger miró fijamente.

—Voy a dejar de lado la pregunta del por qué estabas espiando a mi invitado en una reunión que
no tenía nada que ver contigo...

—Excelente, porque eso no es lo importante.

—...Pero he investigado a Larsen. Verifico los antecedentes de todas las personas que considero
para colaboraciones. Él es todo lo que dijo que era. —Aquí, Granger se levantó y rebuscó en un
archivero, y sacó algunas hojas de papel—. Doctorado en el LMU Múnich, la Comisión Europea
ha confirmado todas sus patentes, su empresa se hizo pública el año pasado y hay muchísimas... Me
incitó a visitarlo, en realidad...

—¿Te incitó a visitarlo? Puedo decirte desde ahora que no irás. ¿Por qué finge ser un muggle?

—No sé. ¿Quizás no sabe que soy una bruja? Lo conocí en una conferencia muggle. No suelo
presentarme como «Doctora Granger la Bruja» en esos eventos. Él podría hacer lo mismo.

Granger miraba a Draco como si estuviera haciendo mucho alboroto por nada. Draco no estuvo de
acuerdo.

—¿Y la Oclumancia? —preguntó Draco.

—No tengo ni idea —admitió Granger, presionando un dedo en su labio mientras pensaba.

—Él sabe que eres una bruja —dijo Draco—. Debe hacerlo. El mundo mágico es demasiado
pequeño como para que él nunca haya oído hablar de Hermione Granger, a menos de que tenga
nano-orejas encima de su nano-cerebro.

—¿Nano-cerebro? Es un científico bastante brillante.

—Y también un brillante Oclumante... Uno que estaba ocluyendo, por si echabas un vistazo a su
mente...

—Lo que nunca haría. Ni siquiera soy una Legeremante...

—...Si lo fueras, no verías nada; está escondiendo algo. —Draco casi tropezó contra la pared y giró
para avanzar de nuevo.

—¡Deja de rebotar como una maldita pelota de ping-pong!

—Me gustaría interrogarlo —declaró Draco.

—¿Interrogarlo?

—Amistosamente.

—Por favor, dime en qué consiste un interrogatorio amistoso de Draco Malfoy; me encantaría
reírme.
—Te usamos para atraerlo al pub, que tome algunos tragos... más que unos pocos con el tamaño
del tipo. Un poco de Veritaserum, sólo porque sabe cómo ocluir. Lo sacamos por la parte de atrás,
lo atamos, abrimos sus ojos et voilà: ¡Respuestas! Se despertará con un poco de dolor de cabeza y
que siga su feliz camino...

—¿Y tú? ¿Una linda multa y la pérdida de tu trabajo por violar como treinta leyes?

Draco desechó esas molestas y nimias preocupaciones.

—¿Puedo sugerir que, en mi próxima reunión con él, simplemente le pregunte? —dijo Granger.

Draco detuvo su paso para considerar esto.

—¿Y crees que será honesto contigo?

—No sé. Pero es un comienzo, y un enfoque bastante menos drástico que el tuyo.

—¿Cuándo lo verás la próxima vez?

—Vamos a reanudar las conversaciones dentro de quince días.

—Está bien. Pero estaré allí.

Granger abrió la boca.

—No —interrumpió Draco—. Este es el mismo hombre que conociste la semana en la cual alguien
revisó tus protecciones... ¿Quién te mintió acerca de ser muggle? ¿Y quién estaba Ocluyendo tan
fuerte que me lastimé el cerebro tratando de entrar? No discutas conmigo.

—...Sólo iba a preguntarte si podrías ir Desilusionado si estarás en la misma habitación. De esa


manera, no sospechará inmediatamente que tengo una escolta.

—Ah, claro. —Draco se dirigió al otro extremo de la oficina—. Pero estaré cerca. No me gustó
cómo te miró.

—¿Cómo me miró?

—Fue muy... fue demasiado insistente.

Una de las cejas de Granger se arqueó hacia él.

—Te aseguro que sus ojos no son ni la mitad de penetrantes que los de otras personas.

—Sólo no me gusta, no me da buena espina. —dijo Draco, agitando su túnica a su alrededor para
girar de nuevo.

—¿Y eso qué significa?

—No sé... Instintos, Granger. Me gustaría que estuvieras más en contacto con los tuyos.

—Por regla general, prefiero los hechos concretos —olfateó Granger—. ¿Podemos dejar, por un
momento, el misterio de Larsen, para hablar de tu convicto? ¿Y te sentarías antes de que tus vueltas
me mareen?

Draco se sentó.
—Él no es un convicto hasta que sea juzgado y sentenciado, pero sí, «Lars el Asno» puede esperar.
Dime qué has estado haciendo... Sin permiso, por supuesto. Quisiera dejar constancia de mi
desaprobación, por cierto.

La mirada que Granger le lanzó no lo impresionó.

—Ah claro, porque me pides permiso para interferir en mi vida todo el tiempo.

—Eso es un asunto completamente diferente.

—Disiento vehementemente. Pero no nos distraigamos, o nunca llegaremos al punto.

Draco le hizo un gesto para que continuara. Ella le lanzó una dura mirada que le informaba que no
necesitaba su permiso.

—Pensé en lo que dijiste, en cómo tu hombre estaba manteniendo a raya a un Nundu. Se supone
que son casi imposibles de mantener en cautiverio.

—Es correcto.

Granger sacó algunos documentos de un sobre.

—Supuse que ya habrías consultado a todos los proveedores o fabricantes de tranquilizantes en el


Reino Unido, mágicos o muggles, para ver si podías encontrar algo interesante.

—Naturalmente.

—Mi opinión es que está encontrando un suministro de agentes incapacitantes en el extranjero -


mercado negro-, de lo contrario, las grandes cantidades que está ordenando seguramente llamarían
la atención. Y supuse que también habrías investigado todos los sistemas remotos de distribución
de drogas que se te podían ocurrir, para ver si eso conducía a alguna parte.

—Obviamente. —Draco rodó la mano en un gesto de impaciencia—. Pasa directamente a los


hallazgos, por favor.

Granger le dio una mirada larga informándole que llegaría a los hallazgos cuando fuera el momento
y que, si algún idiota impaciente tuviese objeciones, podría irse al carajo.

En cambio, las manos de Draco se ocuparon de la panna cotta.

Granger continuó:

—Dado que tu hombre es un mago, pensé que sería poco probable que se decantara por un
proyector de dardos; no sabría cómo usar un arma. Tampoco podría instalar un sofisticado sistema
de vaporización para el compuesto inmovilizador que está usando, no si está saltando por todo el
país con esa pobre bestia a cuestas. Los ingeribles serían demasiado difíciles de dosificar,
especialmente si el Nundu se negara a comer.

—Todas las deducciones son excelentes.

—El sistema más portátil y a prueba de fallas sería algo mágico que pudiera modificar para usar
una jeringa balística, llena con el tranquilizante de su elección, donde sea que lo obtenga. Y resulta
que hay muy pocos fabricantes de jeringas balísticas a nivel mundial. ¿Lo sabías?

—No —contestó Draco.


—Yo tampoco. Fue un descubrimiento conveniente: redujo bastante la búsqueda. —Granger
empujó su documento hacia Draco—. Este hace la mayoría del negocio con Reino Unido: una
empresa alemana. No tenemos una demanda masiva de las cosas, en su mayoría hay un puñado de
zoológicos muggles. Pero hay un comprador privado que ha estado haciendo grandes adquisiciones
repetidamente durante los últimos tres meses. El fabricante tendrá una dirección de envío
registrada. La manera en la que decidas obtener esa información, la dejo a tu criterio.

Draco tomó el documento, inseguro de determinar qué lo impresionó más: si el trabajo de Granger
o el hecho de que ella, de alguna manera, había sacado tiempo para hacer esto entre su obscena
cantidad de compromisos existentes.

—Gracias —dijo, examinando el documento.

—Es un intento de hacer las paces —contestó Granger—. Además, me siento muy mal por el
Nundu.

Esto hizo que Draco suspirara entre dientes.

—Si esto lleva a alguna parte, tendré que hacer las paces por lo de McLaggen.

—No estoy segura de que eso sea posible —dijo Granger, arrugando la nariz—. Vi cosas...
Escuché cosas.

—Te ofrecería un Obliviate, pero...

Hubo un golpe en la puerta. Uno de los estudiantes de Granger llevaba un paquete, algo con un
agente de refrigeración que goteaba ligeramente, para ser firmado.

—Un proyectito —dijo Granger en respuesta a la mirada interrogativa de Draco—. Uno de...
bueno, demasiados.

—Entonces te dejaré para que te ocupes de eso —dijo Draco, levantándose.

Mientras Draco se dirigía a la puerta, Granger lo llamó:

—¿Malfoy?

—¿Qué?

—Ten cuidado, ¿sí?

Draco se despidió por encima del hombro y se fue.

La pista de Granger terminó siendo bastante sólida. ¿Cómo podría ser otra cosa? Era Granger. La
dirección de envío llevó a Draco a un importador indescriptible, que estaba pasando las mercancías
a un conocido sinvergüenza de poca monta, que las estaba transfiriendo a un almacén, al que
estaban accediendo a horas indecentes por un puñado de otros delincuentes conocidos, que los
dejaban en un fuerte en ruinas en Norfolk. El fuerte estaba sospechosamente bien protegido como
para ser un lugar abandonado. Y los muggles cercanos habían presentado recientemente quejas de
ruido, al parecer, algo rugía de vez en cuando, a eso de las dos de la mañana.

Draco informó a Tonks y comenzaron a formar un equipo mixto de Aurores y Magizoólogos,


preparándose para una incursión a gran escala en tres días.

Y Draco se quedó pensando qué haría para enmendarse. Ahora estaba en deuda con Granger...
¡maldita mierda!

«Mañana mantén libre tu tarde», le escribió. «Tengo que dejarte algo».

«Si es la cabeza de McLaggen en una bandeja, puedes quedártela», contestó Granger.

«Nunca sería tan burdo», respondió Draco.

«¿No?»

«Haría algo más elegante; lo usaría como abono para los jardines y luego te enviaría un ramo».

«Una encantadora combinación de caballerosidad y psicopatía», fue la seca respuesta. «Estaré en


casa después de las 8».

Draco se apareció debidamente en la cabaña de Granger después de las ocho, llevando algo
precioso que no era la cabeza cortada de McLaggen.

Granger parecía inusualmente cansada. Draco sabía por su agenda que había estado trabajando
muchas horas en su laboratorio esa semana, pero ver las sombras debajo de sus ojos lo hizo
reflexionar sobre qué tan tarde.

Sin embargo, se alegró de encontrarla en la mesa con los restos de una comida real: algún tipo de
estofado, pan y un tazón de yogur. No hizo ningún comentario; no necesitaba un «te lo dije» para
saber que su idea había sido excelente.

Granger lo miró a él y a su paquete rectangular con cautela.

—Bueno, supongo que es la forma incorrecta para la cabeza de McLaggen.

—Tal vez lo puse en una caja, sólo para engañarte.

—Una caja bastante grande.

—Tal vez sea un brazo.

—Iugh. —Las manos de Granger estaban juntas frente a ella, pero con nerviosismo, como si
supiera, lógicamente, que no sería una parte del cuerpo, pero también conocía a Draco lo suficiente
como para no estar demasiado segura de eso.

Draco colocó el paquete sobre la mesa con cuidado.

—Primero, quiero que sepas que fue un absoluto dolor de cabeza encontrarlo.

—Ah, ¿sí?

—En segundo lugar, quiero que sepas que originalmente iba a usar esto para chantajearte.

Este comentario hizo que Granger se cruzara de brazos.

—¿Me ibas a chantajear?

—Bueno... Más como sobornarte.

Ahora los brazos de Granger estaban cruzados y su cadera ladeada. La desaprobación y la


diversión lucharon por la primacía.
—¿Me ibas a sobornar?

—Sí.

—¡¿A cambio de qué?!

—Para que me digas de qué se trata tu proyecto —dijo Draco, aflojando el grueso satén que
envolvía el objeto.

—Eres un sinvergüenza.

—Aunque no lo hice, ¿verdad?

—No. Supongo que eso mostró una verdadera fuerza de carácter —dijo Granger.

Draco se hizo a un lado y le indicó a Granger que se moviera. Se acercó a la mesa, mezclando
curiosidad y preocupación en sus ojos. Los envoltorios de satén cayeron para revelar una caja con
ornamentos tallados.

Granger lo miró.

—Si esto es una cabeza, gritaré.

—Ábrelo. —Draco se encontró conteniendo una sonrisa.

Granger levantó la tapa de la caja.

En su interior, entre los pliegues de la seda más fina, había un libro. Su título brillaba en letras de
oro gastado: «Revelaciones».

Granger jadeó y dio un paso atrás, sus manos volaron a su clavícula.

Entonces ella dijo, en una especie de chillido entrecortado: «¡¿Cómo?!»

—Un amigo de un amigo.

—Pero... Pero la última copia intacta fue destruida cuando Glyndwr se incendió...

—¿Era la última? —Draco se apoyó contra la mesa para asimilar mejor el vértigo—. ¿Estás
segura?

Granger se acercó a la caja de nuevo y miró por encima, como si el tomo pudiera desaparecer si se
sentía demasiado observado.

Luego, sin una palabra de advertencia, se lanzó hacia Draco, agarró su rostro y le plantó un beso en
cada una de sus mejillas. Antes de que él pudiera siquiera emitir una respuesta, ella lo había
soltado.

Ahora estaba de vuelta en la caja, con las manos juntas sobre la boca.

—¡Esto no puede ser! Estoy soñando.

Mientras tanto, Draco se estaba recuperando del alegre asalto a su persona, y pensaba que Granger
se había sentido bastante bien presionada contra él, y olía bien, y sus labios eran suaves. Ella se
había alejado demasiado rápido como para que él pudiera hacer algún tipo de evaluación adicional.
Lo cual, francamente, era una lástima.
Pero era Granger por quien estaba anhelante, así que él también debía estar soñando.

Ahora ella caminaba en un círculo, murmurando sobre una abadía en llamas.

—No puedo quedarme con esto —dijo finalmente—. Es demasiado precioso. Cuando lo haya
estudiado... ¡Oh!, espero que las partes que me faltan existan en este. Tendré que dárselo a una de
las bibliotecas. No puedo quedármelo.

—Haz lo que quieras con eso. Es tuyo —dijo Draco con un indiferente encogimiento de hombros.
El despreocupado encogimiento de hombros fue para mostrar que él estaba inmunemente tranquilo,
en lugar de sentirse estúpidamente complacido de que ella fuera tan feliz.

—Dios mío —dijo Granger, llevándose las manos a las mejillas, que estaban muy sonrosadas—.
Creo que, si hubieras tratado de sobornarme con esto, habría funcionado.

—¿Lo habría hecho? A la mierda todo. —Draco puso un brazo entre Granger y la caja—. Me
retracto. No puedes tenerlo.

Granger le lanzó una mirada de sumo reproche que, por supuesto, no le causó ninguna impresión.

—Tú no me harías eso —dijo Granger.

—¿No lo haría?

—No, acabamos de establecer que tienes una verdadera fuerza de carácter.

—Mentí: soy un traidor pusilánime y cobarde.

—Podría haberlo creído si no hubieras proporcionado evidencia de lo contrario en los últimos años

—¿Qué evidencia? Lo niego todo.

—Eres el favorito de Tonks, y no es porque huyes de los malos.

—¿Soy su favorito? Tssss... ¿Ella te lo dijo?

—Lupin.

—Tonterías —dijo Draco, aunque estaba bastante complacido.

Granger presionó un sólo dedo en su mano y, desde ese poderoso punto de apoyo, él bajó el brazo.

—Supongo que este regalo indescriptiblemente precioso debe significar que mi pista sobre Talfryn
te llevó a alguna parte.

—Lo hizo. Ahora sabemos dónde está.

—Dale mis saludos cuando lo traigas. ¿Qué pasará con el Nundu?

—Algunos magizoólogos se unirán a nosotros en la redada. Evaluarán a la bestia y decidirán qué


hacer con ella.

Granger asintió. Entonces su atención volvió a centrarse en el tomo de la caja ornamentada. Draco
vio la impaciencia educada y contenida en su postura, en la forma en que giraba la punta de su
trenza.
—Los dejaré a solas, ¿está bien? —dijo Draco.

Granger lo miró, pero le dedicó una sonrisa.

—Escríbeme la próxima vez que te reúnas con Larsen —dijo Draco—. No he terminado con él.

—Entendido.

—Y si aparece de forma imprevista, cualquier tipo de encuentro casual inesperado, activa la baliza
de socorro. ¡Tres vueltas en el anillo! No lo olvides.

Granger apartó su atención del libro para mirarlo con sorpresa.

—¿En serio?

—Sí.

—¿Incluso si me lo encuentro cuando salga a comprar leche?

Draco levantó una mano para detenerla.

—En primer lugar, te las arreglas para salir a comprar leche una vez al año...

—Oye.

—...En segundo lugar, sí, especialmente en esa clase de reunión improvisada. No confío en él.
Ningún mago se ocluye durante toda una conversación a menos que esté ocultando algo
importante.

—Está bien, está bien —dijo Granger—. Que te Aparezcas en Tesco con tu equipo completo de
Auror sería sumamente divertido de presenciar, de todos modos...

Lo acompañó hasta la puerta y se apoyó contra el marco mientras Draco preparaba su varita para
desaparecerse. Una mirada de despedida hacia ella se convirtió en una doble, porque Granger, con
los brazos ligeramente cruzados, sus ojos cálidos y el recuerdo de una sonrisa en sus labios... Casi
parecía como si a ella realmente le gustara.

—Gracias de nuevo —dijo ella—. Por el libro.

—Hacer las paces. —Se encogió de hombros Draco.

—Una justa y equitativa reparación por todos los daños causados.

—Guardaré la cabeza para la próxima.

Granger se rio.

—Mejor que sea el ramo...

—Genial.

—Adiós, Malfoy.

La desaparición usualmente va acompañada de ligereza, ¿verdad?

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Arte sobre este capítulo:

Jardín de rosas por makiblue_art

Jardín de rosas por Hobbyhopping

Chapter End Notes

¿Cuándo sabremos qué pasó con el Nundu?

Bueno, justo ahora. ¡Ve!


El Nundu: épocas difíciles para Draco Malfoy
Chapter Notes

See the end of the chapter for notes

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Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse

"Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love"

De Isthisselfcare

Beteado por Bet y Eva

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Draco se sentía genial. Él y otros cuatro Aurores habían establecido una amplia Barrera Anti-
apariciones a medio kilómetro de distancia del fuerte, con las viejas ruinas al centro. El equipo
había sido informado, por los magizoólogos que los acompañaban, sobre los peligros del Nundu:
su veneno letal sin antídoto conocido, su agresión y su perversa agilidad.
El Nundu. (Imagen: thetimes.co.uk)

Los Aurores debían lidiar con los malvados magos y los Magizoólogos con la bestia.
A la señal de Draco, comenzaron su sigiloso asalto al fuerte. Los Magizoólogos eran un grupo bien
entrenado que se mantuvo muy por detrás de los Aurores Desilusionados, según sus instrucciones.

Dos vigilantes medio dormidos fueron aturdidos, silenciados e inmovilizados con esposas. Luego,
los Aurores se trasladaron al fuerte propiamente dicho, después de que Draco hubiese eliminado
las protecciones de la puerta y Buckley se ocupara del complejo y mágico mecanismo de
cerraduras.

—Hecho en Alemania —murmuró Buckley a modo de disculpa por haber tardado tanto.

Ahora avanzaban por pasillos mal iluminados plagados de protecciones mal colocadas. Draco se
encargó de esto último mientras Buckley levantaba su varita en un hechizo de detección. Hizo una
señal a dos guardias más adelante, a la que Goggin y la joven Humphreys avanzaron sigilosamente
para encargarse de ellos.

Se encontraron con una sala de guardia, que era un desastre de muebles decrépitos y sacos de
dormir nuevos, comida vieja, y montones, y montones de jeringas balísticas que habían resultado
esenciales para rastrear a Talfryn.

Dos Aurores se mantuvieron como centinelas mientras Draco y los demás llamaban a los
Magizoólogos para inspeccionar las jeringas y su contenido. Llegaron a la conclusión de que era
clorhidrato de etorfina: un opioide muggle.

—Muy potente —dijo la mayor de los magizoólogos; una bruja llamada Ridgewell. Los muggles
lo usan para derribar rinocerontes. Un chorro de esto detendría un corazón humano en medio
minuto.

—Caramba, aquí tienen suficiente para dos docenas de rinocerontes —dijo su compañero más
joven.

—O un Nundu muy grande.

Descubrieron un alijo de pequeñas ballestas en un rincón oscuro. Después de una breve


conferencia, dos de los magizoólogos se equiparon con ellas.

—Tenemos nuestros propios sedantes —dijo Ridgewell—, pero sabemos que estos funcionarán, si
los nuestros no lo hacen.

—Esperen aquí —dijo Draco mientras abría la puerta del siguiente pasaje. —Seguiremos adelante
y despejaremos el camino. ¿Y qué es ese maldito olor? ¿Es...?

Ridgewell olfateó el aire, pareciendo un Setter inglés a punto de señalar. Había un olor
desagradable y acre que se filtraba en la habitación.

—Eso debe ser el Nundu —dijo Ridgewell—. Un macho, a juzgar por la potencia. Si lo ven, no
hagan contacto visual, muévanse lentamente y vuelvan con nosotros. No estoy segura de que el
encantamiento de Desilusión funcione con felinos mágicos.

Draco, que estaba bastante más interesado en Talfryn que en el Nundu, se deslizó por el pasillo,
flanqueado por Buckley y Humphreys, y con Goggin en la retaguardia. Fernsby se quedó
protegiendo a los magizoólogos.

A medida que avanzaban, sus hechizos de detección sugirieron tres presencias humanas más
cercanas en el fuerte, así como cualquier otra persona que pudiera estar detrás de los metros de
roca que tenían delante. Y debajo de ellos...
—Algo grande —dijo Humphreys, sosteniendo su varita junto a su oído mientras se arrodillaba en
el suelo—. También está gruñendo, me pregunto si es hora de cenar.

—Estoy feliz de dejar que los Magizoólogos se encarguen de ese cabrón —dijo Buckley con un
escalofrío.

Más adelante se oyó un grito de frustración. Los Aurores se acercaron lo suficiente para escuchar a
alguien maldecir.

—No puedo desaparecerme —dijo una áspera voz—. Inténtalo.

—Idiota —dijo con voz arrastrada. Hubo un momento de silencio, y luego...—. Yo tampoco
puedo.

—¡Mierda! —llegó una tercera voz: la de Talfryn—. Barreras anti-apariciones. ¡Haz sonar la
alarma, idiota! ¡Accio escoba!

Los Aurores Desilusionados se deslizaron hacia una especie de patio interior. Goggin disparó un
Aturdidor sobre el mago desgarbado justo cuando había levantado su varita para dar la alarma. Una
escoba pasó zumbando junto a Draco en la oscuridad. Le arrojó un Incendio; cuando llegó a las
manos expectantes de Talfryn ya sólo era un palo humeante.

—¡Ellos están aquí! —dijo Talfryn, retrocediendo hacia una esquina detrás de un pilar medio
derrumbado—. ¡Finite Incantatem! ¡Finite Incantatem! ¡Homenium Revelio!

Estaba lanzando los hechizos en la dirección general del pasaje del que habían salido los Aurores,
con la esperanza de golpear a alguien y romper su Desilusión. Su compañero restante se unió a él
detrás del pilar e hizo lo mismo, obligando a los Aurores a tomar posiciones defensivas detrás de
montones de escombros.

Talfryn agitó su varita en el aire para activar una alarma de intrusión. De una habitación detrás de
ellos llegaron pasos, y luego, de repente, el patio estaba repleto de dos docenas de magos.

—Mierda —siseó Humphreys.

Las cosas se pusieron interesantes.

—Iré a la izquierda con Goggin —murmuró Draco a Humphreys y Buckley—. Ustedes dos
quédense aquí y distráiganlos, tengan cuidado de seguir moviéndose para que no los paralicen.

Ahora que estaban muy superados en número, la pelea se iba a poner fea. Lo cual era excelente,
porque Draco prefería pelear sucio, desilusionado y con un uso liberal de la Legeremancia. Goggin
era un excelente compañero; el irlandés era un peleador de corazón y amaba la oportunidad de
ensuciarse las manos.

La forma Desilusionada de Goggin se balanceaba detrás de él mientras Draco se acercaba a la


irregular fila de hombres que se estaba formando alrededor de Talfryn. Siguió adelante, debilitando
las filas con Aturdidores mientras Goggin los acababa.

Cuando se cansó de lanzar una variedad de Aturdidores y Petrificus Totalus, Draco añadió un poco
de sabor a las cosas. Habiendo identificado a los mejores luchadores a través de la observación y la
Legeremancia, lanzó algunas de las runas de ética invertida, más exigentes mágicamente, y
brevemente, esos oponentes lucharon por los Aurores, hasta que sus colegas les maldijeron con
algo de sentido común.
Buckley y Humphreys golpearon la línea de Talfryn con hechizos explosivos y mantuvieron la
atención de sus enemigos al frente del patio. Aguamenti estaba siendo rociado donde las cosas (o
las personas) se habían incendiado y agregado un pesado vapor a la atmósfera. Esto era ideal para
Draco y Goggin, quienes fueron todavía más difíciles de detectar.

Continuaron su avance hacia Talfryn. Goggin se colocó detrás de Draco para aturdir a cualquiera
que siguiera moviéndose después de que él pasara. Los aseguró con el clic satisfactorio de las
esposas

La Legeremancia de Draco le mostró la intención de un hombre de derrumbar un pilar en la


esquina donde se habían refugiado Buckley y Humphreys.

Fatigado por sus continuos lanzamientos de aturdidores, Draco cambió de estrategia: un


movimiento de su varita golpeó al mago en las rodillas, luego lo cegó, después cortó sus tendones
de Aquiles. Medidas no letales, por supuesto, ya que Draco seguía las reglas... Primordialmente.

Gradualmente, sus adversarios se dieron cuenta de una quietud creciente en su flanco izquierdo
cuando Draco y Goggin se acercaron, mientras Buckley y Humphreys los golpeaban con un hostil
torrente de hechizos.

Un desafortunado Finite Incantatem golpeó a Goggin y lo reveló. Goggin se Desilusionó de


inmediato mientras Draco levitaba al gran hombre a un lugar a quince metros de distancia, justo
antes de que una Bombarda explotara en donde había estado.

—Gracias —llegó el susurro ronco de Goggin.

Continuaron su avance. Aturdir, maldecir, Legilimens, esquivar Finites Intantatem, aturdir, runas
de Ética invertida, Impedimenta, esquivar, cegar, Legilimens, aturdir.

Sus números se redujeron de manera alarmante, los hombres restantes de Talfryn ahora también se
estaban desilusionando, gritando ¡Protego! y esparciéndose por el patio. Era el turno de los
Aurores de disparar Finite Incantatem a diestra y siniestra.

La barrera anti-apariciones era un arma de doble filo. Draco deseó fervientemente poder aparecerse
al lado de Talfryn y llevárselo, pero apenas estaba a dos tercios del camino.

Según el conteo de Draco, sólo quedaban cuatro oponentes, además de Talfryn.

Buckley fue golpeado por un Finite que vino de algún lugar cerca de Draco. De repente, en el reino
de lo visible, se vio obligado a esconderse detrás de montones de rocas antes de que una desilusión
amistosa del lado este del patio lo quitara de la vista nuevamente: Humphreys.

Draco labró sistemáticamente el suelo cercano con Petrificus Totalus hasta que atrapó al mago
desilusionado que había golpeado a Buckley.

Quedaban tres.

—Tu hombre va por la cadena —jadeó Goggin.

Draco se giró para ver a Talfryn lanzándose a una cadena colgante conectada a una polea antigua.
La polea estaba conectada a una gran rejilla colocada sobre un agujero en el suelo.

—¡Mierda! —dijo Draco.

Ambos Aurores apuntaron desesperadamente Aturdidores de largo alcance a Talfryn. Por algún
milagro, Goggin golpeó la pierna del hombre y Draco su hombro, pero Talfryn ya había envuelto
sus brazos alrededor de la cadena y su cuerpo aturdido tiró de ella hacia abajo.

Hubo un sonido chirriante cuando la rejilla se deslizó fuera de su lugar. Luego, un gruñido
retumbante sacudió las mismas piedras bajo sus pies.

El Nundu saltó de su prisión subterránea y ahora estaba suelto en el patio. Un olor fétido lo
acompañaba, lo suficiente como para provocar arcadas a los hombres de estómago más débil.

Los Aurores gritaron su retirada; no estaban equipados para hacer frente a esta bestia. Draco
escuchó la carrera sin aliento de Goggin a su lado mientras corrían hacia el pasaje.

El Nundu se volvió hacia ellos.

Como suponían, la desilusión no funcionaba en los felinos mágicos. Draco tomó nota para
decírselo a Ridgewell, en caso de que sobreviviera lo suficiente como para volver a hablar con ella.
La bestia seguía su movimiento, así como el de un puñado de otras figuras invisibles para ellos en
el patio.

Mientras los ojos del Nundu se deslizaban sobre él, Draco sintió, por primera vez en su vida, lo
que se siente ser una presa: la mirada amarilla tenía un efecto paralizante. Los movimientos de la
criatura eran tan fáciles y sinuosos que resultaban hipnóticos. Su piel cicatrizada repelente a la
magia, erizada de espinas venenosas, se ondulaba mientras caminaba. La varita de Draco se sentía
tan inútil como una ramita en su mano.

Él y Goggin se quedaron inmóviles y miraron al suelo, como les había enseñado Ridgewell. Era
una de las cosas más difíciles que Draco había hecho en su vida. Todos sus instintos le gritaban que
huyera o que disparara un Bombarda al rostro de la criatura.

Podía escuchar a Goggin maldecir un flujo constante de «joder» en voz baja.

Hubo una pelea en el pasillo que conducía a la salida. Dos de los hombres de Talfryn luchaban por
pasar antes que el otro. El Nundu saltó, cruzando el patio en dos gráciles saltos. La Desilusión de
los hombres se disipó cuando murieron, uno aplastado por el peso de la criatura, el otro
casualmente decapitado por el movimiento de una pata. Su cabeza rodó hasta los pies de Draco
como una Quaffle ensangrentada.

El pasaje era demasiado pequeño para que entrara el Nundu. Volvió su atención al patio, sus fosas
nasales se ensancharon, el veneno goteaba de su hocico. Estaba olfateando algo.

Otro de los hombres desilusionados de Talfryn salió corriendo. Fue asesinado rápidamente: lo cortó
en dos sangrientas mitades con un solo mordisco.

Ese fue, según el mejor conteo de Draco, el último de la tripulación de Talfryn. Ahora sólo
quedaban los Aurores en pie.

El Nundu volvió su nariz hacia el viento. Encontró lo que había estado olfateando: el cuerpo
aturdido de Talfryn.

Talfryn fue agarrado y lanzado al aire como el juguete de un niño. Golpeó la pared con un musical
crujido. Luego, la criatura lo destripó con un simple golpe y comenzó a comérselo.

Lentamente, entre los sonidos húmedos de las entrañas de Talfryn siendo sorbidas, Draco y Goggin
se dirigieron hacia el pasaje. Draco esperaba que los desilusionados Buckley y Humphreys
estuvieran haciendo lo mismo: ningún movimiento repentino, ningún contacto visual, sólo un
alejamiento poco interesante hacia la seguridad.

El Nundu levantó la cabeza. Miró hacia el lado este del patio.

Humphreys.

La criatura caminó hacia la esquina este con una especie de perezosa anticipación.

Draco no podía culpar a la joven Auror por la explosión de hechizos que lanzó hacia la bestia; él
habría hecho lo mismo si hubiera estado acorralado. Ella envió algo cortante a su cara; se encogió
de hombros con un estornudo que esparció veneno en un radio de dos metros.

Draco levantó su varita, y el brazo Desilusionado de Goggin a su lado hizo lo mismo.

—Confrigo, tan fuerte como puedas —dijo Draco.

Movieron sus varitas hacia abajo al mismo momento, haciendo que sus hechizos se entrelazaran y
se lanzaran como una bola de fuego hacia el flanco de la bestia. El hechizo explotó al impactar,
dejándoles un zumbido en los oídos. Humphreys fue golpeada por la fuerza de percusión de la
explosión; golpeó una pared y perdió su Desilusión. Draco podía verla alejarse arrastrándose a
través del humo.

¿Y el Nundu? La explosión lo había derribado de costado, pero ahora se puso de pie y sacudió la
melena, como si hubiera sido un empujón en broma y no un hechizo mortal.

Volvió toda su atención a Draco y Goggin.

—Mierda —dijo Goggin.

Levantaron sus varitas. La bestia saltó. Goggin lo golpeó con un Bombarda en la boca abierta, lo
que les dio un momento de respiro cuando aterrizó a escasos metros de ellos, y soltó una tos
empapada en veneno. Casi a quemarropa, el hechizo cegador de Draco fue el siguiente, apuntando
a los ojos.

Sólo consiguió cerrarle un ojo y hacer enojar a la bestia.

Draco y Goggin retrocedieron mientras un zumbido como de neumáticos llenó el aire.

Los magizoólogos habían venido. Se asomaron por el pasadizo y acribillaron a la bestia con
jeringas balísticas y sus propios tranquilizantes. A esta distancia, la mitad de las jeringas rebotaron
en la piel del Nundu.

Buckley, cojeando gravemente, arrastró a Humphreys hacia la seguridad del pasadizo. Fernsby
hizo guardia frente a los Magizoos y llenó el aire con Protegos antes de salir corriendo a ayudar a
Buckley.

Ridgewell conjuró una manada de pequeños saltadores que bailaron alrededor de la bestia y la
distrajeron por un momento, hasta que vomitó su veneno y todos se disolvieron. Obtuvo suficiente
tiempo para que Draco y Goggin se pusieran detrás de una roca.

La atención del Nundu se centró en Humphreys y Buckley.

Se incrustaron una docena de jeringas en su lomo y cuello, hasta ahora con un efecto menor. Los
magizoólogos levitaron media cierva muerta, llena de tranquilizantes, hacia la criatura. Hizo a un
lado a la cierva, habiendo aprendido en el curso de su cautiverio a no confiar en ninguna carne
excepto en la que ella misma había matado.

Los magizoólogos lanzaron proyectiles llenos de sedantes inhalantes que estallaron a los pies de la
bestia. Este había sido su último plan, ya que el inhalante sería tan peligroso para los Aurores
como lo sería para la bestia. Draco y Goggin se lanzaron hechizos de cabeza de burbuja el uno al
otro y se alejaron tambaleándose.

El Nundu atravesó la nube purpúrea con un siseo y, finalmente, mostró signos de desaceleración:
un ojo mal cerrado, sangre saliendo de su boca, sedantes en el torrente sanguíneo y los pulmones.
Su ojo restante estaba fijo en los tambaleantes Humphreys y Buckley, quienes ahora estaban siendo
arrastrados por Fernsby.

Draco vio el movimiento de la cola y el descenso de los cuartos traseros que indicaban un salto
inminente. Cortó su varita hacia la cadena y la polea, y giró la cadena alrededor de la pata trasera
del Nundu justo cuando saltaba. Goggin se unió a él, su varita crujió por el esfuerzo mientras
tiraban de la cadena hacia atrás por pura fuerza mágica. El Nundu se vio obligado a retroceder, sus
garras cavaron profundos agujeros en el suelo rocoso.

El trío herido de Aurores se derrumbó en la relativa seguridad del pasaje, dejando a Draco y
Goggin para enfrentar a la bestia. Los magizoólogos se apresuraron a distraer a la criatura,
conjurando a una Nundu hembra; ignorada, más carne; empujada lejos, animales de presa;
ignorados, una jaula a su alrededor; deshecha y, finalmente, lanzando suficientes agentes
inmovilizadores para sedar a doce rinocerontes.

Draco ahora podía creer las historias de un solo Nundu aniquilando aldeas enteras al este de
África.

El Nundu se había derrumbado a medias: los sedantes finalmente estaban funcionando. Su ojo
restante estaba borroso, su boca colgaba abierta, sus piernas se quedaron sin huesos. Mostró sus
colmillos a Draco y Goggin, mientras una corriente caliente de veneno salió disparada hacia ellos.
Lo esquivaron y fueron separados por un silbido de flujo negro purpúreo.

Draco estaba del lado del ojo bueno que le quedaba. Apuntó otra maldición cegadora justo cuando
la bestia volvía su pesada cabeza hacia él y mostraba sus colmillos de nuevo.

Le dio a la bestia en el ojo y, a cambio, esta le atravesó la garganta con veneno abrasador.

El dolor de eso conmocionó su sistema. Su encantamiento cabeza de burbuja se desvaneció. Jadeó


para respirar y aspiró una bocanada de aire lleno de sedantes.

Cuando el Nundu finalmente colapsó, Draco también lo hizo.

Draco se despertó con un techo blanco que pasaba como un rayo a su lado, como si él o el techo se
estuvieran moviendo a gran velocidad. Hubo voces elevadas y palabras indistintas y sonidos de
caos general. Pies corriendo, equipos tintineando, el zumbido de ruedas.

Luego se oyó una voz nítida de liderazgo. De algún modo, la voz era tranquilizadora... Era la voz
de la Competencia y el Orden, y eso era Bueno.

Su cuerpo ya no era su cuerpo; era una cosa compuesta principalmente de dolor. No podía gritar.

Sus oídos captaron palabras y las comunicaron a su cerebro entumecido. Envenenado... Depresión
respiratoria... Parálisis del diafragma... Dosis letal.

Y luego, a la distancia, pudo escuchar un grito. Pero no era suyo... Era de su madre.
—Sáquenla —dijo la Voz de la Competencia—. Hablaré con ella cuando le haya salvado la vida.

Draco se despertó con otro techo blanco. Esta vez, no pasó zumbando increíblemente rápido. Él
tomó este desarrollo como buenas noticias.

Otra buena noticia: no sintió dolor. De hecho, se sentía excelente. Nunca se había sentido tan
maravilloso en su vida. Lleno de vitalidad y alegría.

—Lleno de analgésicos —dijo una amable voz—. Estás lleno de eso, chico. No intentes levantarte.
Iré a buscar a tu Sanador.

La amable voz pertenecía a una especie de matrona bruja con túnica verde claro de San Mungo:
una enfermera. Draco la vio irse, riéndose del extraño efecto de ojo de pez que se producía en su
visión, lo que hizo que su trasero fuera hilarantemente grande. Luego parpadeó y las paredes
comenzaron a apretarse hacia adentro. Si cerraba los ojos, veía caleidoscopios, un gato naranja y
un Nundu girando uno contra el otro, peleando entre sí en espirales concéntricas, una y otra vez.

Abrió los ojos de nuevo. Estaba en San Mungo y estaba vivo. ¿No debería estar muerto?

—Deberías —dijo la cortante Voz del Orden.

—¿Estoy diciendo todo lo que estoy pensando? —preguntó Draco mirando al techo, con una
profunda curiosidad filosófica.

—Sí, y lo harás por otras pocas horas, por lo menos. Estás tomando un pequeño cóctel que afecta la
neurotransmisión. Era la única forma de controlar tu dolor durante el procedimiento.
Probablemente experimentarás alucinaciones, si es que aún no las ha experimentado, por supuesto.

La idiotez era fuerte con esto último.

En una especie de cámara lenta, Draco giró la cabeza para observar a la sanadora. Su túnica verde
oscuro apareció a la vista. Su boca estaba firmemente en línea recta, pero sus oscuros ojos estaban
cálidos por la preocupación. Ella era hermosa. La luz detrás de ella resplandeció en un halo
cegador. Creyó oír cánticos celestiales.

—¿Cómo te sientes? —preguntó ella.

—Excelente —dijo Draco—. ¿Eres un ángel?

La Ángel-Sanadora hizo todo lo posible por no reírse, lo cual era algo angelical, y sólo confirmaba
que tenía una identidad secreta.

—Puedes confiar en mí —dijo Draco. Intentó tocarse la nariz, pero se golpeó el ojo—. Guardaré tu
secreto.

La Ángel-Sanadora no respondió porque estaba leyendo un gráfico.

—¿Tuve una operación? —preguntó Draco.

—Hablaremos de eso más tarde. Cuando hayas dormido un poco.

Algo en su autoritarismo era terriblemente familiar.

—Sé quién eres —jadeó Draco.

—Eso es bueno.
—Eres Hermione Granger.

—Es correcto. —Se puso de pie y su túnica bailó a su alrededor en franjas de color verde—. Tu
madre está ansiosa por que la deje entrar. Regresó de Italia por flu tan pronto como le enviamos un
mensaje. Pero quiero que primero duermas. Preferiría que controlaras tu boca antes de verla. ¿Está
bien?

—Bien —dijo Draco.

—Excelente. Toma una siesta. Hablaremos de nuevo cuando te despiertes.

Draco, con esfuerzo, palmeó la cama.

—Únete a mí —dijo Draco.

—No.

—¿Por qué no? —preguntó Draco en una especie de largo quejido.

—Porque no sabes lo que estás diciendo —dijo Granger. Había diversión contenida en su voz—.
Espero que, por tu bien, no recuerdes esto.

Draco, con un lejano escalofrío de horror, se escuchó decir:

—Quiero besarte.

—No, no quieres.

—Ven y siéntate en mi regazo.

—Duérmete, Malfoy.

Ahora Granger era una figura borrosa, mezclándose dentro y fuera de las sombras del pasillo.
Cerró la puerta detrás de ella.

Draco cerró los ojos.

El Nundu y el gato continuaron su batalla rotatoria, una y otra vez, hasta que se durmió.

Draco se despertó de nuevo. Algo en el sol que entraba por la ventana le dijo que era al día
siguiente.

Desafortunadamente, recordaba cada palabra de su conversación con Granger.

¿Dónde estaba el Nundu? ¿Podría venir y terminar el trabajo de matarlo?

La amable enfermera estaba de vuelta. Estiró un poco las sábanas de Draco y luego aplicó una
pasta que olía fuertemente a pino en su cuello.

—¿Díctamo?

—Vahlia. Debería ayudar con la cicatrización.

La enfermera lanzó algunos hechizos de diagnóstico sobre él y pareció satisfecha con los
resultados.

—Lo está haciendo notablemente bien, señor Malfoy, considerando las circunstancias. Su madre
está aquí. ¿Tiene ganas de verla? No es necesario si no quiere.

Draco asintió.

Unos minutos más tarde, su madre entró corriendo y lo abrazó en sus delgadas extremidades.
Parecía terriblemente conmocionada, pálida y cansada. Se sentó junto a la cama y lo mimó
largamente, preguntándole cómo se sentía, cómo se sentía su cuello, si podía respirar, si podía
tragar, cómo había dormido, y así sucesivamente, hasta que la boca de Draco se secó y tuvo que
pedir agua.

Draco se enteró de que su equipo había salido del fuerte con una mezcla de lesiones, aunque
ninguna tan grave como la suya. Este era su tercer día en San Mungo.

El Nundu había sobrevivido y había sido transportado de regreso a las tierras salvajes de Tanzania.
¿Y los malos? La bestia había tomado sangrienta venganza contra Talfryn y compañía. Muchos
estaban muertos y los sobrevivientes a la masacre estaban esperando por su juicio.

Narcissa apretó la mano de Draco. Había lágrimas en sus ojos.

—Pero basta de ellos. Estoy tan... Tan feliz de verte mejor. Casi te pierdo. No sé lo que hubiera
hecho.

Narcissa se detuvo y respiró hondo para contener un sollozo. A ella no le gustaba llorar.

—Voy a estar bien, madre —dijo Draco.

Narcissa se enderezó y se secó los ojos.

—No seas arrogante al respecto. Estabas lejos de estar bien, casi mueres. La chica Granger....
Sanadora Granger, fue fundamental. Nadie sabía qué hacer. Ese veneno no tiene antídoto conocido.
La mayoría de los sanadores ni siquiera sabían lo que era un Nundu. Yo tampoco, te importa...
Qué te poseyó para ir en busca de una criatura así, jamás lo entenderé. Estabas casi muerto, pero
ella sabía cosas. Cosas muggles... Creo. Estuvo contigo durante cuatro horas, mientras yo
componía tu epitafio completo en mi cabeza. Y cuando regresó, dijo que vivirías.

Draco apretó la mano de su madre. Intentó el humor:

—¿Escribirías mi epitafio? Me gustaría mucho leerlo.

Narcisa sorbió por la nariz. Se levantó y caminó hacia la ventana de espaldas a Draco. Sus
delgados hombros temblaron.

—¿No puedes tomar un trabajo de oficina? —preguntó entrecortadamente—. ¿Abandonar este


terrible asunto de los Aurores?

Hubo un golpe en la puerta.

Narcissa se secó las lágrimas. Con la espalda erguida y su habitual expresión severa, abrió.

Era Granger. Hoy no vestía su túnica de sanadora, era su atuendo muggle de profesora. Otra de
esas faldas de talle alto y blusas de seda.

—Oh... eh... Siento interrumpirlos —dijo Granger—. Puedo volver más tarde.

Draco realmente no pudo ver lo que sucedió después: su madre se abalanzó hacia el pasillo con los
brazos abiertos, y todo lo que escuchó fue un «uff» de Granger cuando, presumiblemente, la abrazó
con bastante fuerza.

Se escuchó el sonido del llanto. Algunas palabras incómodas de consuelo. Entonces los tacones de
su madre resonaron por el pasillo. Su voz, más gruesa que de costumbre, preguntó dónde estaba el
baño.

—Eh... A su izquierda —vino la voz de Granger—. No, su otra izquierda.

Una puerta se cerró de golpe. Luego hubo silencio.

Granger asomó la cabeza en la habitación de Draco.

—¿Y cómo estamos?

—Mucho mejor que ella —dijo Draco.

—Ha tenido unos días bastante angustiosos. Estaba convencida de que ibas a morir.

—Eso me comentó.

—Uno de mis asistentes tuvo que aturdirla.

—¿Aturdiste a mi madre?

—Sí. Se volvió loca cuando te vio en la camilla. Era un peligro para ella misma y para el personal
del hospital.

—Lamento mucho que hayas tenido que presenciar eso.

La expresión de Granger se volvió bastante melancólica.

—Significa que te quiere mucho. Tienes suerte de tener eso.

—...Sí.

Granger estaba un poco distante, merodeando en la puerta.

—¿No vas a entrar? —preguntó Draco.

—Oh, no estoy de servicio hoy. Sólo vine para ver cómo te iba. Tengo que estar en el Trinity en
quince minutos.

—¿Enseñando?

—Seré examinadora en la defensa de un Doctorado.

—¿Serás amable?

—En proporción directa a la solidez de la tesis del candidato. —Granger dio un paso atrás en el
pasillo y miró hacia abajo—. ¿Debería enviar a alguien a ver cómo está tu madre?

—No, déjala que se recomponga. Ella detesta llorar y aborrece las demostraciones públicas de
afecto, y acaba de hacer ambas cosas contigo.

—Tal vez debería irme, antes de que ella regrese —reflexionó Granger—. Así no tendrá que revivir
la ignominia del abrazo tan pronto.
Draco estuvo de acuerdo. Sin embargo, había una cosa de la que quería hablar, en privado, antes de
que Granger se fuera: su idiotez provocada por la anestesia.

—¿Me prestas tu varita? —preguntó.

—¿Para qué?

—Yo, desafortunadamente, recuerdo todas las cosas que dije ayer.

—Auch.

—Prefiero auto-obliviarme

—Sin auto-obliviaciones. Puedes usar Wishkey de fuego, como todos los demás.

A veces, Granger era un poco descarada.

—Bien —dijo Draco. —Entonces me iré al pub tan pronto como sea posible. ¿Cuándo puedo
irme?

Granger finalmente abandonó su puesto en la puerta para entrar a la habitación. Examinó la


documentación clavada o flotando sobre la cama de Draco. Luego lanzó una serie de hechizos de
diagnóstico que brillaron en abstrusos esquemas verdes sobre su pecho.

—Francamente, podría darte de alta mañana por la mañana —dijo Granger—. Pero me temo que
nada de alcohol durante al menos quince días. Acabas de sobrevivir a una toxina letal, por favor
permite que tu cuerpo se recupere antes de comenzar a ingerir otra.

—¿Ni siquiera una cerveza de mantequilla?

—No.

—Pero tengo cosas que necesito olvidar.

—Yo también. —La boca de Granger se torció.

—Maldita sea —dijo Draco, pasándose la mano por la cara.

—Sucede todo el tiempo —dijo Granger.

—Todo el tiempo.

—Sí.

—¿Te llaman ángel todo el tiempo?

—De verdad.

—¿Y te invitan a una siesta?

—Sí.

—¿Y te piden que te sientes en sus regazos?

—Con tanta frecuencia he dejado de prestar atención.

—Mierda —dijo Draco, reviviendo el recuerdo de nuevo.


—Ahora me iré —dijo Granger. Había un trino en su voz, del tipo que indicaba que estaba al borde
de la risa.

Ella se fue. Draco no lo hizo, -repito, no lo hizo-, miró su trasero mientras se alejaba. Por lo que
sabía, algún rastro del cóctel podría hacer que se le escapara algo estúpido.

Bueno, sí le echó un vistazo cuando ella ya estaba afuera de la habitación.

Narcissa regresó, la nariz empolvada, los ojos con glamour para estar brillantes en lugar de rojos.

—Una chica brillante —comentó sobre Granger—. Bastante brillante. Pero, en nombre del cielo,
¿qué llevaba puesto hoy?

Draco no le informó que en realidad le gustaba lo que llevaba puesto; Narcissa ya había soportado
muchas conmociones.

Finalmente, convencida de que su único hijo, su tesoro, el niño de sus ojos, no iba a colgar los
zapatos, se retiró a la mansión.

Draco se unió a ella allí al día siguiente y estuvo casi asfixiado por las atenciones conjuntas de su
madre y los preocupados elfos domésticos. Durante la semana siguiente, cada uno de sus pasos,
entre un flujo constante de amigos y simpatizantes, fue perseguido por un elfo o Narcissa que
llevaba ungüento, Vahlia, sopas reparadoras o compresas calientes. Languideció en una deliciosa
autocomplacencia bajo su cuidado durante los primeros días, y luego se cansó y se ocultó en
lugares distantes de los terrenos de la mansión durante el resto de su convalecencia.

Una mañana, cuando Draco se sentía lo suficientemente sociable como para acompañar a su madre
a desayunar en el comedor, la encontró trabajando duro en un arreglo floral verdaderamente
impresionante. Estaba lleno de movimiento: jacintos de colibrí revoloteando, el brillo de las
amapolas rubí, la danza de las enredaderas del haya.

—Te has superado a ti misma, madre —dijo Draco.

—¿Te gusta? Bien. Espero que ella también lo aprecie.

—¿Ella? —repitió Draco.

Narcissa le echó un vistazo por encima del hombro, como para comprobar que, en realidad, el que
estaba detrás de ella era su hijo, y no un estúpido idiota que se había colado sin previo aviso.

—Sí, ella: la Sanadora Granger. ¿Quién más?

—Le encantará, estoy seguro.

—Deberá entregarse esta tarde.

—¿Irá uno de los elfos? Sugeriría a Henriette, ella...

Narcissa interrumpió con severidad.

—¿Un elfo doméstico? ¿En serio? Esa bruja te salvó la vida. Tú se lo llevarás, con todo el
agradecimiento efusivo que puedas transmitir.

Deslizó un sobre grueso debajo de una cinta en la base del arreglo.

—Escribí mis palabras de agradecimiento. Dudo que sea capaz de pronunciarlas sin más histeria.
Ya me he avergonzado lo suficiente en ese aspecto.

Ahora Narcissa se sacudió las manos y se alejó de las flores, observándolas con ojo crítico. Llamó
a Tupey para que trajera más listón.

—Y tu otra tarea, Draco, será descubrir cualquier causa cercana y querida para el corazón de la
sanadora Granger, y asegurarte de que nuestro nombre y los galeones se alineen de inmediato para
apoyar esa causa.

—Había estado pensando lo mismo —dijo Draco.

—...A menos de que se trate sobre una de esas artimañas sobre los elfos domésticos.

—Correcto.

—...O cosas muggles. Nada de cosas muggles. Bueno, quizás sí a las cosas muggles. ¿Tienen
huérfanos? Averígualo.

—Por supuesto.

Hubo una pausa en la conversación. Narcissa se aclaró la garganta y, con despreocupación casual,
dijo:

—Hablando de elfos, mencionaron que habías tenido muchos invitados a cenar en mi ausencia. Me
alegro de que hayas podido mantenerlos ocupados.

—Feliz de hacerlo —dijo Draco, con la misma medida de despreocupación—. Lo hicieron muy
bien.

—Mencionaron, de pasada, que la sanadora Granger había estado cerca —dijo Narcissa.

Draco sintió que acababan de llegar al verdadero quid de la conversación.

—Sí, ella vino.

—... ¿Puedo preguntar sobre el tema de conversación?

Así que su madre iba a ser una entrometida al respecto. No era una sorpresa.

—Tenía que hacer las paces, le hice quemar un pastel —dijo Draco.

—La hiciste quemar un pastel.

—Sí, nos estábamos peleando por su nutria.

—Su nutria.

—Sí. Ella estaba parcialmente en lo correcto, te imaginarás: conmocioné a McLaggen.

—¿Conmocionaste a McLaggen?

—Entre otras cosas. De todos modos, no había mucho en su cerebro. ¿Hemos terminado con las
preguntas?

—Debo confesar que me quedan más preguntas que respuestas —dijo Narcissa—. ¿Henriette
también mencionó que repusieron la despensa de la sanadora Granger?
—Oh, eso. Sí... Estaba bastante consternado al descubrir que la bruja quien iba a salvarme la vida
subsistía con productos secos y atún enlatado. Y eso les dio a los elfos algo qué hacer.

Narcissa parecía eminentemente confundida, pero dijo:

—Por supuesto

Draco subió la despreocupación un poco más.

—Fue una cena con una compañera, nada más.

—¿Una compañera?

—Asuntos del Ministerio; terriblemente aburrido y también de alto secreto. No puedo discutirlo.

—Ya veo —dijo Narcisa—. Entonces no me entrometeré más.

—Ese sería el mejor curso de acción.

La mirada especulativa de Narcissa fue interrumpida por un ¡plop!

Henriette apareció e hizo una reverencia.

—Pardonnez-moi por la intrusión, señora, señor. Monsieur Draco, Madame Tonks está llamando
por red flu.

Draco dejó a su madre con su confusa insatisfacción.

La cabeza de Tonks sobresalía de la chimenea en el salón flu.

Dijo algo que podría haber sido «Qué hay», pero también podría haber sido un estornudo.

—¿Quieres pasar? —preguntó Draco.

—No, no tengo tiempo. Sólo quería observarte con mis pequeños ojitos codiciosos. —Mientras
decía esto, sus ojos se pusieron pequeñitos y brillantes—. Y asegurarme de que sobreviviste al
veneno del Nundu. Los rumores son ciertos. Muéstrame la herida; debe ser dramática.

Draco tiró hacia abajo de su cuello, que estaba pegajoso con el ungüento de Vahlia.

—¡Dios mío! ¿Te dijeron si sanará?

—Probablemente —dijo Draco, haciendo una mueca mientras volvía a colocarse el collar contra su
cuello todavía en carne viva.

—Mejor que no lo haga. La cicatriz sería fascinante.

—¿Cómo están los demás?

—Oh, ya sabes, un poco maltrechos, un poco más cojos, un poco magullados. Goggin y Buckley
siguen tosiendo inhalantes. La próxima vez tendremos que idear algo mejor que los encantos de
cabeza de burbuja.

—¿Y Humphreys?

—Ha desarrollado una fobia a los gatos, pobrecita. —Ahora el brazo de Tonks sobresalía de la
chimenea. Sacudió un pergamino—. Pero mira esto: en total, ustedes esposaron a veinte sucios
magos, aparte de los muertos, quiero decir. Deben haber estado planeando un espectáculo para esa
noche, por eso había tantos de ellos allí.

Draco se agachó para examinar la lista.

—Mierda, ¿tenemos a Hawkes? ¿Kerr estaba allí? No lo reconocí.

—Y Royston. Una cosecha preciosa; de las mejores en años. Te ofrecería un aumento de sueldo,
pero, ya sabes. —Tonks señaló el grandioso entorno de Draco—. Parece una especie de
insignificante bonificación, considerando todo. Pensé en ofrecerte algo más como recompensa.

—Ah, ¿sí? —preguntó Draco, curioso acerca de cómo se recompensa al hombre que lo tiene todo.

—Libertad absoluta en tu próxima tarea: elige de mi caja de sorpresas.

—Genial.

—Y te sacaré del trabajo de protección de Granger, porque ese es el tipo de prima agradecida y de
corazón tierno que soy. Sé que nunca te gustó eso.

Draco se sintió inexplicablemente tenso.

—¿Qué?

Tonks, bajo la impresión de que estaba haciendo un gesto grandioso y generoso, movió las cejas
hacia él.

—Lo sé. Estaba pensando en Humphreys. Se llevarían bien, ¿no? Mejor que ustedes dos, de todos
modos.

—Humphreys no podría... Granger tiene un gato —tartamudeó Draco. Para sus oídos, la débil
excusa resonó vergonzosamente por el salón flu.

Tonks se burló.

—Humphie trabajaría en eso. No seas tonto. O tal vez le dejo el trabajo a Goggin para que no le
rompan la nariz por un tiempo; el hombre se pelea con cada misión... —Ahora Tonks retiró su
cabeza de las llamas. Draco la escuchó chillar—. ¡Alguien mate a esa maldita cosa!

Su cabeza volvió a aparecer.

—Lo siento. Weasley está teniendo una crisis: hay una araña.

El intervalo le había dado tiempo a Draco para encontrar una excusa.

—No Goggin para Granger —dijo, manteniendo su voz desinteresada y neutral—. En realidad,
ninguno de ellos. Los anillos de mi familia son un componente bastante clave del juego. Creo que
será mejor para mí quedarme en esto.

Tonks arqueó una ceja.

—¿En serio? ¿Estás seguro?

—Sí. Hemos encontrado un... un equilibrio —dijo Draco.

—Un equilibrio —repitió Tonks con innecesaria elegancia. Ella lo estaba evaluando con una
mirada astuta detrás de la burla—. Está bien. La oferta se mantiene, si cambias de opinión. ¿Te
veré la próxima semana?

—Antes, sin duda. Me estoy asfixiando.

Tonks chasqueó la lengua.

—Pobrecito. Disfruta el resto de tu convalecencia. Mis saludos para Narcissa.

La cabeza de Tonks desapareció de la chimenea con un ¡plop!

Mientras las llamas en el hogar volvían a su color normal, Draco se quedó pensando en lo
inesperado de su reacción ante la idea de perder la asignación de Granger. Su respuesta había sido
casi física, casi celosa. Esperaba que Tonks no se hubiese dado cuenta.

También reflexionó sobre la incómoda pregunta de por qué no había dejado ir el trabajo de
Granger. Algunas razones inmediatamente obvias le vinieron a la mente. Bueno, no exactamente
razones, sino recuerdos, más bien, de momentos específicos: una tarde dorada en una playa; la
forma en que se mordía el labio cuando no quería reír; rosas y sus efectos hechizantes; la sensación
de sus alegres besos. Pero estas no eran razones y, por lo tanto, se descartaron fácilmente
como Sentimientos sin sentido.

Después de buscar argumentos más sólidos, lo que tomó demasiado tiempo, Draco concluyó que
era porque era un orgulloso Auror, que quería que el trabajo se hiciera bien y que quería llegar
hasta el final.

Eso estaba mejor. Todo tenía sentido. Y si una minúscula parte de él disfrutaba de las ridículas
«vacaciones» de Granger, o se deleitaba con su compañía, o había comenzado a desear verla, o
cualquier tontería por el estilo, esta sólida razón lo superaba ampliamente.

Su madre lo llamó al comedor para informarle que el arreglo floral estaba terminado y que podía
entregárselo a Granger lo antes posible.

Draco le envió una nota a Granger preguntándole sobre su disponibilidad esa noche.

Estaría en el pub con Potter y sus amigos, pero a las nueve en casa. ¿Eso sería adecuado?

Draco respondió que sí.

En casa a las nueve... Granger era una salvaje.

Esa noche, Draco se retiró a sus habitaciones para darse una ducha y afeitarse. Mientras se echaba
una gota de colonia en las muñecas, extrañamente sintió que se estaba preparando para una cita. Lo
cual era una idiotez, porque todo lo que estaba haciendo en realidad, era ser el chico de los recados
de su madre.

Cuando se vistió, se aseguró de que su cuello permaneciera entreabierto para mostrar la herida.
Pero sólo porque era muy fascinante, y no porque quisiera solicitar algún tipo de mimo o atención
de Granger, o algo por el estilo.

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Chapter End Notes

¡Aaahora sí podemos gritar! Y esto sólo irá de bueno a mejor, se los prometo.

Ya saben, actualización cada semana (más o menos).

Besos,

Paola
Vida y tiempos de Draco Malfoy: el chico de los recados
Chapter Notes

See the end of the chapter for notes

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Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse

"Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love"

De Isthisselfcare

Beteado por Bet y Eva

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Draco no debería haberse preocupado por Granger. Ese era el problema con los Sanadores; habían
visto demasiadas cosas y un problema menor como un veneno letal se convertía en algo de poco
interés cuando ya se encontraba en vías de recuperación.

Granger abrió la puerta, observó su cuello desde una distancia cortés, se declaró complacida de que
estuviera curándose tan bien y luego le preguntó qué quería.

No había romance cuando se trataba de Granger. Nada de tentarla a hacer tímidas conjeturas o
suposiciones que revolotearan sus pestañas. Era terriblemente pragmática.

—¿Bien? —preguntó Granger—. ¿Ocurre algo?

Draco sacó las flores.

—¡Wow! —jadeó Granger, con esa expresión de sorprendido deleite que Draco estaba
comenzando a encontrar bastante adictivo.

—Y no, no brotaron del cadáver de McLaggen.

—Por supuesto que no —dijo Granger, aceptando el ramo—. Son demasiado hermosas.

Draco le hizo una pequeña reverencia.

—Le daré los cumplidos a mi madre, y ella adjuntó una carta para ti. También debo transmitirte mi
apasionado agradecimiento por salvarme la vida. Si pregunta, por favor dile que lo hice.

—Tu efervescencia me hizo perder el control.

—Perfecto.

—¿Las pongo en agua? —preguntó Granger, sosteniendo el delicado ramo sobre su rostro.

—Creo que mi madre las hechizó para que duraran, pero supongo que no podría hacer daño.

Granger desapareció en la cabaña.

—Puedes entrar, si quieres —dijo—, si no tienes otros planes.

—Mis otros planes incluyen ser asfixiado por los elfos.

Granger chasqueó la lengua.

—Pobrecito.

Esta fue la segunda vez en el día que una mujer se burló de Draco por sus dificultades y se sintió
bastante irritado.

—Te ofreceré una taza de té muy estándar —dijo Granger—. ¿Será eso refrescante, después de
todos los mimos que has tenido que soportar?

—Bastante. Incluso hazla por debajo de lo regular.

—Me olvidaré de hervir el agua.


—Excelente —dijo Draco, sentándose en una silla de la cocina.

Granger transformó un vaso de cristal en un jarrón. El revoloteante y brillante ramo de flores fue
puesto en el lugar de honor sobre la encimera de su cocina. Su gato saltó junto a él y con una
curiosa pata, tocó los pétalos que se movían.

—¡Hermoso! —dijo Granger—. Tendré que descubrir cómo hechizarlo para que me siga,
dependiendo de la habitación en la que esté, para poder mirarlo todo el tiempo.

—Informaré a mi madre; eso la halagará.

Granger descubrió el sobre.

—¿Debería leer su carta ahora o más tarde?

—Más tarde, por favor —dijo Draco—. He escuchado suficiente sobre su alivio de que su preciado
hijo todavía siga con vida.

Granger puso la carta a un lado.

—Quiere que abandones tu trabajo de Auror, ¿lo sabes? Ella está bastante disgustada con eso.

—Lo sé. Nunca lo amó, para empezar. El incidente con el Nundu es lo más cerca que he estado de
morir en el trabajo. Es un poco estresante para ella.

Granger, que había estado tocando ociosamente los jacintos colibrí, se giró hacia él con una mueca
de culpabilidad.

—Me siento terrible por eso.

—¿Tú?, pero... ¿Por qué? Si me salvaste.

—Sí, pero si no hubiese frustrado tu primer intento de atrapar a Talfryn, nada de esto habría
sucedido.

—Cierto —admitió Draco. Luego agregó—. Me gustaría una disculpa de tu nutria.

La mirada de Granger era una mezcla de incertidumbre y diversión. Draco sostuvo su mirada con
una ceja levantada.

Granger suspiró, luego sacó su varita y lanzó un Expecto Patronum.

La nutria flotó suavemente hacia él y se veía tan arrepentida como una nutria podía estar.

—Lo siento —dijo la nutria.

—Estás perdonada —dijo Draco con gran benevolencia.

La nutria puso los ojos en blanco, por favor, y luego desapareció.

—Una criatura descarada —dijo Draco. Se volvió hacia Granger—. Eso sí, si no hubieses echado a
perder mi primer intento, únicamente habría atrapado a Talfryn. Terminamos esposando a veinte
tipos malos. Tal vez se equilibró.

—¿Veinte? Tonks debe estar complacida.


—Lo está, incluso se ofreció a dejarme elegir mi próxima misión como recompensa y sacarme de
esta asignación de protección.

Draco agregó lo último en un tono conversacional, por ligera curiosidad, sólo para ver si Granger
reaccionaría de manera interesante ante tal noticia.

Granger, que había estado ocupada haciendo el té, se quedó inmóvil.

—¿Ella lo hizo?

—Sí.

Granger encendió la tetera. Estaba de espaldas a Draco, pero sus hombros parecían tensos.

—Y... ¿Qué dijiste?

—Dije que no.

Sus hombros se suavizaron.

—Ah, ¿sí? —dijo con estudiada indiferencia.

—Sí. ¿Estás contenta? No tengo ni idea si lo estás.

Granger se volvió. Su rostro estaba cuidadosamente neutral.

—Creo que son buenas noticias —dijo, dirigiéndose a un espacio en algún lugar por encima de la
cabeza de Draco—. No tendré que acostumbrarme a que alguien más aparezca a todas horas,
¿sabes? Además, eres... eres muy bueno... En lo que haces. No es que piense que tus colegas no
podrían hacer un trabajo tan bueno.

Ellos fueron interrumpidos por el gato que saltó desde la encimera al regazo de Draco.

—Eh... —Draco titubeó.

Granger parecía desconcertada.

—Crooks, ¿qué estás haciendo, tontito? Lo dejarás lleno de pelos.

Como si se le hubiese recordado este imperativo tan esencial en su vida, el gato dio unos pasos
hacia el pecho de Draco y se frotó contra su fina túnica negra. Su cola le rozó la barbilla.

—¿Está...? ¿Está ronroneando? —preguntó Draco, sintiendo un poderoso rugido que emanaba del
gato.

—Oh, sí. Cuando lo hace, es medible en la escala de Richter.

—¿Puedo acariciarlo o me morderá la mano?

—Puedes intentarlo —dijo Granger, aunque había duda en su voz.

El gato permitió una breve caricia debajo de su barbilla. Luego trepó por el pecho de Draco, sobre
su hombro y sobre su cabeza, que sirvió como punto de partida para un estante de arriba. Se posó,
como una hogaza de pan, entre un tarro de harina y las hierbas secas, y lo observó con sus
amarillos ojos.
Hermosa historieta por dn_stardust

Draco arregló su cabello, que nunca había sido tan ignominiosamente usado.

—Se me ha olvidado olvidar hervir el agua—dijo Granger, sirviendo el té en dos tazas humeantes
—. Y tú, ¿estás contento? Sé que la asignación de protección no era la favorita para ambos. Estoy
sorprendida de que desearas quedarte.

Draco revolvió la leche en su té, lo que le dio tiempo para pensar en una respuesta agradable y
neutral.

—No le pasaría mi anillo familiar a otro Auror. Y es la única forma de mantener la protección
mínimamente intrusiva para ti.

—Oh sí, aprecio mucho eso.

—Y... Creo que me gustaría ver el asunto hasta el final —dijo Draco—. Ahora que he llegado
hasta aquí.

—Terminas todo lo que empiezas.

—Ocasionalmente.

—El final podría estar muy lejos. —Granger lo observó mientras tomaba el té con una especie de
ansiedad velada—. Si todo va bien, quizá otros seis meses.

Draco se encogió de hombros.

—Es julio. ¿Qué son otros seis más?

—¿En serio ya pasó medio año?

—Sí. Tomé la asignación en enero.

Granger apoyó la barbilla en su mano. Parecía pensativa.

—Seis meses completos. ¿Dónde se fue el tiempo? Y sólo nos hemos intentado matar dos o tres
veces. Lo estamos haciendo bien.

—Tu último intento fue el más exitoso hasta la fecha —dijo Draco con un gesto a su cuello.

—Si eso hubiera sido a propósito, estarías muerto, te lo aseguro —dijo Granger.

—¿Cómo lo curaste? Mamá dijo que hiciste cosas muggles.


Granger lo miró como si estuviera decidiendo cuánta simplificación se requeriría en su explicación.

—Bien. Tan pronto como mencionaste que había un Nundu en suelo inglés, pensé que sería útil
investigar un poco.

—Por supuesto que sí.

—Ningún hospital mágico en el Reino Unido, ni en toda Europa, está equipado para manejar el
veneno de Nundu, y mucho menos el pequeño y viejo San Mungo. No pensé que necesariamente
algo saldría mal, pero sabía lo poco preparados que estaríamos si eso sucediese. Así que hice
importar una muestra del veneno.

Draco entrecerró los ojos.

—¿Llegó esa muestra cuando estaba en tu oficina?

—Sí.

—Proyectito mi culo.

—Fue un proyectito. Por lo que sabía, no iría a ninguna parte. Después de todo, no existía un
antídoto conocido.

Granger, que había estado sentada en la mesa, se apartó de ella, agitó su varita y comenzó a
animarse con su sermón. Diagramas, viales y moléculas cobraron vida a su alrededor.
Impresionante arte por Nikita Jobson

—El veneno de Nundu es una potente neurotoxina conocida como alorectina, esta púrpura. Cuando
estaba leyendo sobre sus efectos, sonaban casi idénticos a una biotoxina no mágica llamada
fenitoína, esa naranja. Es un veneno depredador. Hice un trabajo de laboratorio para confirmar la
sinonimia.

—¿Un trabajo de laboratorio?

—Resulta que mi laboratorio está inusualmente bien equipado para investigar esta clase de cosas.
Y tenía curiosidad. Estaba muy cerca... Son casi indistinguibles. Estas toxinas operan, para
simplificarlo, bloqueando los canales de sodio en los nervios motores. Pueden causar una parálisis
motora casi por completo y, a los pocos minutos, un paro respiratorio con una sola dosis.

—Uno de los magizoólogos nos dijo que un miligramo de veneno de Nundu podía matar a un
adulto en cuestión de horas.

—Es correcto. Tienes suerte de que tu equipo te haya llevado a San Mungo tan pronto como lo
hicieron. De todos modos, hay protocolos experimentales de tratamiento muggle establecidos para
la fenitoína y, bueno, dado que era eso o tu muerte inminente, los administré. Neostigmina,
inhibidores de la colinesterasa, agonistas alfa-adrenérgicos.

Granger conjuró más diagramas para explicárselo a Draco. Luego, una figurita con todo y cabello
rubio blanco que lo representaba apareció.

—Técnicamente no es un anti veneno, pero tu cuerpo podría antagonizar los repetidos asaltos de la
alorectina hasta que el veneno se descompusiera y fuera excretado de tu sistema.

El Draco pequeñito estaba sudando y...

—¿Está orinando? —preguntó Draco.

—Sí —dijo Granger.

Una diminuta enfermera pasó y palmeó la cabeza del diminuto Draco. Éste se puso de pie e hizo
una pequeña danza de felicidad. Entonces ambos desaparecieron.

Una brillante y violeta molécula de alorectina todavía giraba lentamente junto a Granger. Su dedo
estaba en su labio mientras la estudiaba.

—Otra fascinante interseccionalidad entre los enfoques terapéuticos muggles y mágicos.


Lamentablemente, estos intermedios están sin explorar. Pero, bueno, solo hay una Yo. De todos
modos... ¿Te imaginas un antígeno artificial para combatir el veneno de Nundu? ¿Un suero
antitóxico? Serviría para ambos mundos...

Se quedó perdida en sus pensamientos, luego parpadeó cuando pareció recordar que Draco seguía
en la habitación y volvió a tomar asiento.

—He dejado notas para un protocolo de tratamiento en San Mungo. Lo compartirán con nuestros
colegas en Tanzania. No obstante, espero que el envenenamiento por Nundu en suelo inglés siga
siendo un hecho bastante insólito.

—En serio eres una cosa a parte —dijo Draco, observándola con la barbilla apoyada en los
nudillos.

Granger levantó la vista de su taza y captó su mirada

—Deja de mirarme de esa forma.

—¿De qué manera? —dijo Draco, suavizando todavía más sus ojos y permitiendo que una vaga
sonrisa se dibujara en su rostro.

—Como si estuvieras todo... Todo fascinado.

—¿Por qué?

—Me inquieta.

—¿No está todo el mundo fascinado contigo?

—Sí, pero contigo es perturbador.

—Pero estoy fascinado. Incluso anonadado...

Granger le lanzó una mirada molesta.

—...Profesora.

Con un sonido de irritación, Granger se puso de pie y fue a llenar su taza.


Draco pensó que se veía nerviosa. Lo cual era interesante.

—De todos modos, pasarás a la historia como el Auror que luchó contra un Nundu y sobrevivió —
dijo Granger sobre el sonido del agua cayendo.

—Siento que debería recibir un trofeo... O una placa. —Draco hizo una pausa y luego agregó—.
No, si alguien está recibiendo placas, esa deberías ser tú. Realmente no hice nada más que caminar
hacia una corriente de veneno recién salido de la fuente.

—Tengo tantas placas que no sé qué hacer con ellas. Una vez, un sabelotodo llamó «mosaico» a mi
colección, ya sabes.

—Qué observación inteligente y divertida —dijo Draco.

—Él también lo pensó.

Habiendo aparentemente decidido que la mirada inquietante de Draco había disminuido lo


suficiente, Granger regresó a la mesa.

—Debo preguntarte si tienes huérfanos u otras causas nobles que apoyar —dijo Draco—. Mi
madre y yo queremos añadir nuestra considerable influencia a cualquier tema cercano y amado
para tu corazón.

—Eso es completamente innecesario —dijo Granger con una decisión que habría ofendido a
Narcissa—. Sólo estaba haciendo mi trabajo.

—Respuesta incorrecta; piensa en algo.

—Organiza un stand de información sobre los Kneazle.

—Habla en serio.

Granger lo miró, vio que él mismo estaba hablando en serio y suspiró.

—Reitero que simplemente estaba haciendo mi trabajo.

—Bien, pero quizá, un poco más allá —contestó Draco, haciéndose eco de las palabras de Granger
en aquél lejano vestíbulo.

—¡Bah!

—¿No? ¿Para nada, nada? ¿Y qué hay de toda esa investigación extracurricular?

—Quizá un poquito más allá —dijo Granger, conteniendo una sonrisa—. Ya vi que tengo que
cuidar mis palabras contigo, pueden ser usadas en mi contra.

—Igual para mí —dijo Draco, porque era cierto—. Entonces, ¿qué será? Estaremos encantados de
contribuir a tu fondo de investigación. Me han contado que es increíblemente caro operar un
laboratorio.

—Si debes hacer algo, que sea una contribución a San Mungo.

—¿Nada para tu investigación?

—No. Haría un bien mayor a San Mungo.


—¿Alguna Sala en particular?

Granger hizo una pausa para reflexionar.

—¿Qué tipo de suma tienen en mente los generosos Malfoy?

—Grande —dijo Malfoy—. Me salvaste la vida.

—Define «grande».

—Lo descubrirás.

Granger entrecerró los ojos hacia él.

—Entonces, por favor, mándalo a la Sala Janus Thickey para los residentes permanentes del
hospital. Es terriblemente sucio y lúgubre.

—Hecho.

—Como comentario general, sería bueno que existieran más ventanas.

—Está bien.

—También que tuviera más habitaciones privadas... Un lugar para hacer ejercicio. Un piano... Una
pequeña biblioteca... ¿Una piscina?

El último punto fue dicho como una propuesta vacilante.

Draco arqueó una ceja.

Granger levantó las manos.

—¿Qué? Dijiste grande y no lo definiste.

—Te prometo que mi definición de grande no te defraudará.

—Retendré el juicio hasta que vea algo concreto —dijo Granger.

—Ya sé... prefieres las pruebas duras.

—Exactamente.

Se miraron el uno al otro.

Entonces, Draco preguntó:

—¿Todavía estamos hablando de dinero?

—Obviamente —dijo Granger, luciendo remilgada. Por un momento, pensó que vio el fantasma de
una sonrisa, pero si había estado allí, la ocultó con rapidez.

—He tomado nota de todas tus peticiones —dijo Malfoy—. Excepto la maldita piscina; no creo
que tengan el espacio. ¿Para qué diablos quieres una piscina? ¿Te apetece un chapuzón entre
pacientes?

—No es para mí —dijo Granger—. La hidroterapia es maravillosa para muchos padecimientos:


dolor crónico, ejercicios post- cirugía, tratamiento de daños en los nervios o lesiones en la columna
vertebral. Y para los residentes permanentes con pérdida de condición física significativa, es una
manera brillante de facilitarles el regreso a la actividad física, pero con cuidado. Sé que estoy
soñando, pero dijiste grande.

Ahora, Granger se sumergió en sus ensoñaciones, en algún Janus Thickey sin construir, en donde
los felices pacientes hacían cabriolas entre máquinas de ejercicio, tocaban el piano y hacían saltos
de cisne en su piscina. Sus ojos estaban brillantes, con sus manos entrelazadas debajo de su barbilla
y una sonrisa en los labios.

Ni siquiera había aceptado la oferta de financiar su propia investigación. ¿Tenía que ser tan buena?
¿Tan generosa? ¿Tan pura?

En un momento de sorprendente epifanía, Draco se dio cuenta de que no era él, o cualquier otro
sangre pura, quiénes eran puros. Granger era más pura que todos ellos en lo más importante: en el
corazón, la mente y en propósito. No existía árbol genealógico ni enrevesados matrimonios mixtos
o tapices, sólo la pureza de sus intenciones.

Miró a su alrededor, medio esperando que una manada de unicornios descendiera sobre su cabaña
para ser acariciados por ella.

—Aunque, francamente, en este punto, incluso una nueva capa de pintura y un encantamiento
Animador sobre el sanador Crutchley serían una gran mejora —dijo Granger, volviendo al presente
—. Debería tenderle una emboscada y hacérselo yo misma.

Notó la mirada silenciosa de Draco.

—¿Qué?

—Estoy esperando a que lleguen los unicornios —contestó Draco.

—¿Los unicornios?

—Nada —dijo Draco—. No importa.

Granger se levantó para llevar sus tazas vacías al fregadero, mirándolo por encima del hombro con
sospecha. Draco también se levantó para llevar sus cucharas, incluso si fácilmente hubiera podido
levitarlas. Pero ella lo estaba haciendo manualmente, y él estaba en su casa, así que hizo lo que ella
hizo, y no era una excusa para permanecer cerca.

Concluido este fino razonamiento, Draco buscó un nuevo tema de conversación.

—¿El libro terminó siendo útil?

Fue una elección muy acertada.

—¡Sí! —Granger aplaudió—. ¡Lo hizo!

—Bueno, me alegro...

Resulta que abrió una compuerta de entusiasmo. Granger lo arrastró a la sala antes que pudiese
terminar su oración. La nueva copia de Revelaciones se encontraba sobre un pedestal, cubierta por
encantamientos estáticos y un pequeño inventario de protecciones con alarma.

Ahora, Granger hablaba con una emoción vertiginosa.

—Viste lo dañada que estaba mi propia copia -no mientas, sé que la viste-: tenía quizás el treinta
por ciento del texto en su forma integral. Pude hacer ciertas inferencias informadas, pero pronto
habría llegado a un callejón sin salida...

Ella empujó los encantamientos, lanzó algún tipo de hechizo protector en su mano y abrió el libro.

—En esta copia, la segunda mitad está casi completamente intacta. Mira... ¡Mira! Espectacular.
Nunca soñé que existiera otra copia, o que estaría tan bien conservada. Tenerla toda a mi
disposición ha sido un regalo. ¡Un regalo! ¡No puedo agradecerte lo suficiente! Podría... podría
abrazarte tan, tan fuerte hasta estrujarte —terminó, retorciéndose las manos en cambio.

Las palabras salieron de la boca de Draco antes de que pudiera detenerlas.

—Sabes que puedes.

—¿Qué puedo?

—Abrazarme.

No había esperado la fuerza de su empuje. Ella saltó para alcanzar su cuello, lo rodeó con sus
brazos y lo apretó en un abrazo de ferviente gratitud. Él envolvió un sólo brazo cortésmente a su
alrededor... Para mantener el equilibrio, o algo así. Olía a té y azúcar, y se sentía encantadora
contra él.

—Un día —dijo Granger contra algún lugar de su cuello—, te explicaré por qué esto es tan
importante.

Draco esperó a que su lengua le diera una respuesta ingeniosa, pero se encontró experimentando un
léxico totalmente vacío. No apareció nada ingenioso, tampoco nada imprudente. Fue tan bueno
como un Aturdidor.

Cometió el error táctico de mirar hacia abajo, y luego vio sus cálidos ojos, y su sonrisa, y... ¡Oh,
no! Ahora quería envolver sus brazos a su alrededor, de verdad, no esta cosa a medias... Y
levantarla. Deseaba que fuera un abrazo de verdad, de cuerpo entero, un contacto frontal
completo... Eso era lo que quería. Y tal vez, ponerla sobre el respaldo del sofá -parecía tener la
altura idónea- y luego... otras cosas.

Él no hizo estas cosas, porque no era idiota. Y, probablemente, ella saldría corriendo, y gritando, y
muy posiblemente lo abofetearía y... Era Granger

Granger, satisfecha con su apretón, lo soltó y volvió al libro, completamente imperturbable,


mientras Draco permanecía inmóvil como un cretino mudo.

Volvió a su entusiasta visita guiada por el tomo y señaló algunas marcas en los bordes de las
páginas.

—Incluso los márgenes no están dañados, esos son varios cientos de años de comentarios. Capas y
capas de ellos. Fascinante. Mira... ¡Mira, Malfoy!, ¡no estás mirando!

—Estoy mirando —dijo Draco.

Era un mentiroso; estaba flotando en algún lugar de los confines del universo en un feliz
aturdimiento.

Granger continuó su demostración.


—Las miniaturas de esta página son realmente espléndidas. ¿Crees que sea verdadera hoja de
plata?

—Eh... podría ser —dijo Draco.

Su torrente sanguíneo estaba inundado de hormonas que lo hacían sentir genial Tenía trece años de
nuevo y una niña lo había abrazado. Seguramente hubo un giratiempo involucrado, eso era. No
había otra explicación para estar tan estúpidamente mareado por un estúpido abrazo.

—¡Precioso! —dijo Granger, señalando otra miniatura: un dragón verde—. Esto es sobre la
leyenda de San Jorge. Y ahí está su cruz... Esa cosita de rojo y blanco.

—Genial.

Granger pareció sentir que había perdido la atención de su audiencia. Con un pequeño suspiro feliz,
cerró el libro.

—Casi he terminado de digitalizar todo. Luego haré que envíen esta copia a la biblioteca del Salón
del Rey. La bibliotecaria jefa se caerá de su silla. Iba a ofrecerlo a tu nombre.

—Mejor que sea un regalo en pareja —dijo Draco

—Hecho —dijo Granger. Agitó el encantamiento de estasis alrededor del tomo para reactivarlo—.
Le daremos a la bibliotecaria jefe otra razón para que se caiga de la silla.

—¿Por qué?

—¿Nuestros nombres juntos? ¿En un regalo?

—Ella pensará que uno de nosotros perdió una apuesta.

—Déjala, es mejor que la espeluznante verdad sobre chantajes y las disculpas por las fantasías de
enfermera de McLaggen.

Draco hizo una mueca.

—Al menos Malfoy-Granger suena decente.

—¿Perdona? Debería ser Granger-Malfoy, si es de alguna manera. Alfabético...

La oración de Granger se desvaneció mientras intentaba sofocar un gran bostezo.

Draco captó la indirecta.

—Debería irme.

—Lo siento —dijo Granger, bostezando de nuevo. Ella lo acompañó hasta la puerta—. Estoy
totalmente destrozada.

—Te ves así.

—Encantador. Gracias.

Draco pudo haber expresado una secreta verdad sobre cómo la fatiga de alguna manera era parte
de ella. De cómo las ojeras hablaban del incansable trabajo de su brillante mente. De cómo su
desordenada trenza parecía ingenuamente atractiva e invitaba a los dedos a jugar con los mechones
sueltos.

Pudo haberlo dicho, pero no lo hizo porque no era estúpido.

Granger abrió la puerta principal y Draco rozó fugazmente su brazo contra su hombro al salir.
Salió a la noche de julio bañada por la luna, tan dulce con el aroma del verano.

—¿Alguien te ha dicho que quizá te estás exigiendo demasiado? —preguntó Draco.

—Mmm...sí. Hace menos de una hora, en el pub...

—Bien.

—¿Harry y Ron te invitaron a reforzar su mensaje? ¿Neville? Quizá... ¿Ginny?

Draco se burló.

—Nunca sería su mensajero. Pero estoy feliz de que se hayan dado cuenta y no sean amigos
abismalmente inútiles.

—Claro, porque tú y tus amigos son la quintaesencia del amor y el apoyo desinteresado —
contratacó Granger, arqueando una ceja.

—Absolutos modelos a seguir, Granger.

—Tsss.

Granger estaba enmarcada por el dorado resplandor de la cabaña detrás suyo: de luces suaves y
fuego en la chimenea. Su sombra titiló a través de la entrada. La sombra de Draco era más oscura,
proyectada desde atrás, ahí languidecía una sombra lunar que cruzaba delicadamente contra la de
ella.

Vio sus sombras entrelazarse y desplegarse mientras Granger se inclinaba.

Y fue algo extraño, porque ella estaba exhausta y él se estaba yendo y, sin embargo, era como si
ambos se estuviesen demorando.

Quería quedarse; era dulce quedarse. De pie bajo las glicinas que se desvanecían, viendo sus
sombras mezclarse, discutiendo sobre cosas sin importancia. Había algo terriblemente precioso en
ello, quizá porque era innecesario; por el mero placer de hacerlo, sólo porque sí.

La miró durante un rato, por una señal de impaciencia, pero no había ninguna. Sólo su cadera
apoyada contra el marco de la puerta, un brazo holgado contra su cintura. Ahora, ella estaba
hablando sobre su madre, pidiéndole que le dijera que había adorado las flores. Él respondió algo a
lo que ella pudiera contestarle, para poder alargar el momento.

Ella se rio de algo. Sus ojos se encontraron y Draco se sintió vagamente confuso. De nuevo fue la
anestesia, la sensación del mundo fluyendo en un lento giro. Granger estaba arrancando
ociosamente algunas hebras de la glicina. Él le preguntó si esas eran sus dotes de arreglos florales.
Ella dijo que sí, ¿estaba impresionado? Le tendió el ramo marchito.

Él contestó que era la cosa más hermosa que había visto en su vida y extendió la mano para
tomarlo. Acercó las yemas de los dedos a los suyos.

En sus venas no había sangre, sólo ligereza.


Su toque se prolongó demasiado tiempo. Y se preguntó cómo llamaría a esta cosa, a este robo de
miradas, toques y momentos. Era el vértigo precipitado, e impulsado por el más platónico de los
abrazos. Él anhelaba estar cerca. No era tan ingenuo como para llamarlo amor, y era demasiado
delicado para la lujuria, pero tampoco era nada... Era Algo.

Sí, a menos que estuviese equivocado, había Algo entre Granger y él.

Y esta no sería solamente una simple y exquisita catástrofe.

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Arte de este capítulo

Impresionante arte de Hermione Granger por Nikita Jobson, por favor búscala en Instagram

Historieta de Draco y el ronroneante Crooks por dn_stardust, por favor dale amor por twitter:

Chapter End Notes

Muchos grititos emocionados. A este paso, me quedaré ronca.

Próxima actualización: sábado, ya lo sabes.

Un beso,

Paola
El Mortificante Calvario comienza
Chapter Notes

See the end of the chapter for notes

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Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse

"Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love"

De Isthisselfcare

Beteado por Bet y Eva


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Draco pasó unos agradables días en un estado de deleite flotante. Nada podría irritarlo; estaba
flotando en una burbuja de felicidad. No discutió con su madre sobre las funciones a las que lo
obligó a acompañarla. La próxima vez que vio a Zabini, lo abrazó de buena gana. Encantó a un
duende de Gringotts cuando cometió una infracción menor. En el trabajo, saludó a Potter y a
Weasley con tanta amabilidad que lo derribaron al suelo, convencidos de que estaba bajo un
Imperius.
Fue en ese momento, con su rostro contra la axila de Potter, en el que que Draco se dio cuenta de
que algo peligroso estaba pasando…Algo impropio del Maldito Draco Malfoy.

Entonces el sentimiento de bienestar disminuyó y la razón comenzó a fluir. Draco, ya sin la cara
contra la axila inquietantemente húmeda de Potter, dedicó una considerable cantidad de tiempo a
preguntarse qué diablos le estaba pasando. Si era honesto consigo mismo, qué desagradable
sensación, por cierto, era ese Algo con Granger. Fue el Algo que había estado creciendo entre ellos
durante algunas semanas; y quizá, meses.

¿Cuándo había comenzado? No estaba seguro. Hubo, ahora que lo reflexionaba con objetividad,
ciertos momentos cruciales. Tal vez cuando bailaron; quizá en Provenza; probablemente cuando
ella tocó su marca cubierta de cicatrices; tal vez, cuando se agotó mágicamente para rescatarlo de
una inexistente amenaza en el campo de Quidditch… O cuando lo puso como una «Fortaleza» en
su análisis FODA. También pudo haber sido cuando se volvió pletórica por el musgo… No lo
sabía. Fue gradual, lento y tan fácilmente ignorado.

No obstante, el Algo de cualquier clase entre Granger y él era peligroso e inaceptable. Dejando de
lado sus obvios problemas, su insuperable y espantosa historia, el bagaje y antagonismo en
general, ella era su Principal. Y un Algo estaba estrictamente prohibido entre los Aurores y sus
protegidos. La atracción era una cosa, pero los sentimientos, si tuviese que dar una definición
al Algo, era una violación al Código de Conducta -y también al sentido común-. Draco había roto
muchas reglas, pero esta no era una que estuviese dispuesto a ignorar.

Los sentimientos nublaban el juicio y ponían en peligro tanto al Auror como al Principal. Era
descuidado, negligente.

Y, además… ¡Además! Draco aborrecía los sentimientos; eran unas cosas irritables y una
distracción en el mejor de los casos, una horrible vulnerabilidad en el peor. Había esquivado con
éxito los sentimientos en todos sus enredos con el sexo débil, incluido su compromiso con Astoria.
Era un excelente hábito para cultivar; mantenía las cosas claras y ordenadas: lo había mantenido
invicto y libre.

Y ahora los tenía.

Demorarse en el umbral de la casa de Granger y perderse en su mirada entre las glicinas había
abierto una monstruosa caja de Pandora de esos sentimientos. Leves, pero todavía sentimientos.
Aquellos pensamientos y fantasías lo asaltaban cuando menos se lo esperaba: desayunando,
arrestando a un mago oscuro o esquivando una Bludger. No tenían absolutamente nada que hacer
en su cabeza, y, sin embargo, ahí estaban.

Suspiró con nostalgia unas doscientas veces al día. Reprodujo una y otra vez los recuerdos de
viejas conversaciones con Granger; esas idas y venidas que a veces eran bromas fáciles y, a veces,
un duelo de espadas. El aroma de las rosas lo ponía estúpido y con ojos ensoñadores. Fantaseaba
despierto con besos en su mejilla y el deleite de un abrazo. Cuando se despertó duro, pensó en
Granger haciendo cosas, vívidas imaginaciones de las que no estaría orgulloso después, pero
maldita sea si no eran tan fáciles de crear.

Revisó su Bloc todos los días en busca de mensajes extraviados de Granger: patético. Buscó
estúpidas razones para escribirle: también patético. Prestó más atención al anillo que de costumbre:
mucho más patético. Resistió el impulso de consultar su horario y Aparecerse en donde estaba; el
hecho de tener ese impulso en primer lugar fue insoportablemente patético.

El patetismo abundaba desde la noche bajo las glicinas. Necesitaba una corrección inmediata.
Así que convocó una reunión de emergencia con Theo.

Se encontraron en la finca Nott unos días después de que Draco perdiera el tiempo debajo del
umbral con Granger. Draco se paseó dramáticamente a través del salón, con sus túnicas negras
flotando detrás suyo. A estas alturas, ya se había convertido en un manojo de nervios.

Mientras tanto Theo -que era un tipo holgazán, a diferencia de Draco, quien era alguien muy
trabajador- estaba recostado en un diván, con un vaso en la mano. Siendo tan inútil como siempre.

—Si me dijeras quién es ella, podría aconsejarte —dijo Theo.

—No quiero tu consejo.

—Entonces, ¿qué me estás pidiendo?

—Quiero… No sé… Un balde de agua fría en el rostro.

Theo agitó su varita y conjuró un balde rebosante de agua helada. Draco lo desvió.

—No literalmente, tarado.

Theo lo miró con sufrimiento.

—Me estás dando mensajes terriblemente contradictorios. Sólo quiero ayudarte.

—Necesito una poción anti-amor. —Draco se detuvo abruptamente—. ¿Existen esas? O una
poción de odio…

—¿A quién queremos odiar? —preguntó Theo—. De todos modos, ¿no odiamos ya a todos?

—Lo hacemos… Excepto a ella. Pero necesito odiarla. Bueno, tal vez no odiar… Desagrado o,
mejor dicho, que me siga molestando. No gustar, de cualquier manera.

Theo dio un sorbo a su vino.

—¿Por qué?

—Porque soy el Maldito Draco Malfoy y no tengo lazos amorosos con… con la maldita…

—¿Con quién?

—Ella.

—Tal vez deberías hacerlo; puede que lo encuentres más enriquecedor, espiritualmente hablando,
que tus revolcones rápidos.

—No necesito enriquecimiento espiritual.

—Mmm… No estoy de acuerdo.

Draco se burló, caminó un poco más y luego se pasó una mano por el cabello.

—Es malo.

—¿Qué tan malo? —preguntó Theo.

—Malo. Tengo fantasías… Sueño despierto... ¡Yo!


—¡Ay! —exclamó Theo con un retorcido encanto—. Háblame de tus sueños.

—No.

—Estos sueños son como… ¿Besos a la luz de la luna? ¿o sucias fantasías en la cama? O… —
jadeó—. ¿¡Bodas y criaturas!?

—Cállate.

—Entonces todas las anteriores —concluyó Theo. Se comió una uva pareciendo satisfecho.

—Ninguna. Vete a la mierda. —Draco se escondió en un rincón de la habitación, luego se puso de


pie y caminó hacia Theo—. Hay cien… ¡Mil razones por las que no debería tener ninguno de estos
sentimientos!

—Enuméralas.

—No.

—Pero quiero saber si son válidas.

—No. Sabrías quién es ella en un segundo.

—Ya tengo una idea —contestó Theo—. Ahora sólo es cuestión de confirmar mi teoría.

—¿Cuál es tu teoría? No, en realidad no quiero saber. No respondas.

—¿Estás ocluyendo? —preguntó Theo.

—Sí.

—Cálmate, no soy un Legeremante.

—Es más fácil pensar sin estas tonterías de… eugh… sentimientos.

—¿Ella te haría feliz?

—No… Apenas soportarnos vernos. Somos fundamentalmente incompatibles.

Theo se llevó las manos al pecho.

—Oh, esto es tan placentero. Es mucho más interesante que tus sórdidas historias habituales. Por lo
menos, está en el top tres.

—Discúlpame, no sabía que clasificábamos mis coqueteos.

—Lo hacemos. —Theo se comió otra uva—. Por pura curiosidad intelectual… ¿Haría feliz a tu
madre?

Draco hizo una pausa y reflexionó. Finalmente, dijo:

—No tengo ni puta idea.

—Hum… —contestó Theo—. Eso debilita mi teoría.

—Genial.
Draco reanudó su agitado paseo a través del salón. Su túnica arremolinada atrapó la botella de vino
de Theo y se hizo añicos contra una pared.

Theo silbó.

—Tienes suerte de que casi me la haya terminado. Había estado envejeciendo desde que yo era un
cigoto. Y ahora, ¡mírala!… Encontró su muerte sólo porque Draco Malfoy está enamorado.

Draco desapareció los pedazos de vidrio.

—No estoy enamorado.

—¿Entonces qué es?

—Bien, está bien… Es como… Un maldito crush.

—¿Cuándo será la próxima vez que la veas?

—No sé… No quiero verla. Creo que es mejor si no la veo para nada. Dejaré que esto desaparezca.

—La ausencia alimenta al corazón —dijo Theo.

—Entonces, ¿qué sugieres? No quiero verla de nuevo, sólo seré un tonto con ojos de enamorado
intentando encontrar excusas para ponerle flores en el cabello.

—Sugeriría que encuentres una distracción, pero presiento que esa fue la primera cosa que
intentaste y que fracasó miserablemente.

A Draco le irritó profundamente que Theo tuviera razón.

—¿Y cómo sabes eso?

—Los rumores viajan. Te has deshecho de un buen número de brujas en los últimos meses, ¿sabes?
Has herido sentimientos.

—Ah.

—Aparentemente te has vuelto selectivo; algunas culpan a Narcissa por controlarte; otras
especulan que has comenzado a buscar esposa; Luella sugiere un repentino inicio de impotencia.

—Es una bruja encantadora.

—¿Qué diré la próxima vez que escuche que mancillan tu buen nombre?

—Mi madre es una excusa conveniente.

—Hecho. —Theo invocó otra botella de vino y la colocó lejos de Draco—. ¿No quieres un trago?
¿O pasear dramáticamente es tu elección de libación para esta noche?

—No puedo —contestó Draco—. Gra… Mi Sanadora dijo que tenía que permanecer sin alcohol
durante quince días. Debo esperar hasta el martes…

—Pobrecito. Tomaré uno a tu salud. Y… Cuéntame sobre tu sanadora: Granger, ¿no?


Aparentemente hizo un gran avance científico al salvarte el pellejo.

—Lo fue. —Draco se esforzó por parecer indiferente—. Ella intentó explicármelo, pero no puedo
fingir que entendí una palabra. Ya sabes, métodos muggles… Mis ojos se pusieron vidriosos del
aburrimiento…

—Deberías estar agradecido con ella.

Draco observó a Theo, pero él parecía seguir esa línea con inocencia.

—Por supuesto, estaré haciendo una contribución a San Mungo en agradecimiento.

—¿Siguen trabajando juntos?

—Sí —preguntó Draco—. ¿A dónde vas con eso?

—A ninguna parte —dijo Theo—. Simplemente escuché que es extraordinaria.

—Ajá.

—Debería invitarla a mi próxima fiesta —reflexionó Theo—. Presentarles a todos a la bruja que
salvó la vida de nuestro Draco.

Draco, ahora bastante seguro de que estaba siendo examinado, simplemente sorbió.

—Sólo si crees que una remilgada sanadora sería una adición emocionante a la muchedumbre
normal…

—Creo que podría serlo, y piénsalo: podríamos tener un baile y desquiciar a Luella con la imagen
de Granger intimando contigo…

Draco hizo oídos sordos al resto de la oración; sus funciones cognitivas estaban totalmente
ocupadas por la hermosa idea de tener a Granger en sus brazos. De nuevo en un vestido con la
espalda descubierta, sin duda. Verde estaría bien. ¿O negro? Muy probablemente sería una belleza
vestida en negro… Y con tacones que la pusieron a la altura ideal para…

No… ¡Mierda!

—Sí —dijo Draco con brusquedad para ocultar sus imbéciles fantasías—. Me largo. Has
demostrado ser un inútil.

—Podría ayudarte a conseguir alguna versión de una poción de odio, pero sabes que sus efectos
serían únicamente temporales.

—Como dije: eres un inútil.

—Personalmente, creo que es una bruja afortunada —dijo Theo, recostándose en su diván—.
Quienquiera que sea, nunca te he visto desarrollar algo más romántico por una bruja que el deseo
de venirte en sus tetas.

—¿Y tú?

—He amado y perdido —dijo Theo con un trágico suspiro.

—Y venido.

—Oh, sí…

Draco presionó los dedos contra sus cejas.


—Necesito avanzar hasta la parte de perder y seguir con mi vida.

—Si están tan en desacuerdo como dices, estoy seguro de que próximamente te insultará de una
manera imperdonable y apagará cualquier llama tentativa que arda en tu pecho. En esta temprana
etapa, los sentimientos son frágiles.

—Me llamó demonio oportunista y casi la besé.

—Dios Bendito.

—Sus ojos ardían fervientemente como dos llamas; estaba a minutos de estrangularme. Y fue
sorprendentemente excitante.

—Dios mío —susurró Theo—. Estás vomitando poesía sobre sus ojos. Eso es peligroso.

—¿Lo es?

—Terriblemente. A continuación, intentarás con sonetos, para entonces, ya no será un crush: será
amor.

Draco se estremeció.

—Maldita sea. No.

Theo dejó su vaso con fuerza.

—Si eso sucede, no leeré tus poemas. Te lo digo desde ahora, me niego. Serán asquerosamente
horribles.

—No habrá malditos poemas —gruñó Draco—. Tal vez tenga que usar la fuerza bruta para salir de
esto. Cuando surjan estos pensamientos, simplemente los… reprimiré.

—Reprimirlos.

—Sí.

—Eso no parece saludable, viejo —dijo Theo, pelando una uva—. Pero qué sé yo…

—Nada, como ya lo dejó muy claro esta conversación. Me voy. Y no necesito pedirte que te calles
sobre esto.

—Obviamente.

—Debería obliviarte, por si acaso.

—Pero no recordaré cómo defenderte de las difamaciones de Luella.

—¡Bah! —dijo Draco, saliendo del salón.

—Dale mis saludos a Hermione —llamó Theo, con una clara sonrisa en su voz.

—Vete a la mierda.

Durante las siguientes semanas, Draco estaba complacido consigo mismo: reprimir funcionó. Cada
vez que su mente se desviaba hacia Granger, redirigía sus pensamientos violentamente a otras
cosas: trabajar, inversiones, cenas de sociedad… Veneno de Nundu. Voldemort e incluso Tonks.
Desarrolló un verdadero arsenal de temas para aplastar a esos sospechosos pensamientos, incluidos
los recuerdos de sus oscuros ojos, el roce de yemas o las réplicas sobre mesas cubiertas de rosas.

Granger y él hablaron poco. Sólo una nota ocasional de ella para avisarle sobre su asistencia a
eventos públicos o viajes fuera de la ciudad. De Larsen no se supo nada más. Granger dijo que el
hombre se había vuelto distante y no parecía interesado en reunirse más con ella.

Draco tomó esto como una buena noticia, aunque el Vikingo y su interés en Granger todavía lo
incomodaban. Agregó casualmente la descripción de Larsen a la lista de Personas de Interés de los
Aurores con una nota para contactarlo de inmediato si este individuo era visto de nuevo en suelo
inglés.

Draco estaba confiado en que el Algo no era más que Nada después de todo: un lapso momentáneo
en el juicio, un olvidable amor de verano.

Tan confiado estaba, o tal vez tan ansioso de demostrárselo a sí mismo, que cuando Granger le
avisó sobre su próxima salida de asterisco, decidió acompañarla.

«¿En serio?», escribió Granger. «Es Hogwarts».

«Es sobre tu proyecto», contestó Draco.

«Está bien… Pero no te enojes conmigo si te aburres hasta el cansancio. Lunes 1ero de agosto, 4
p. m., Hogsmeade».

Draco se dijo que su anticipación por la reunión se debía a que sería un agradable y fácil final de
día para su agenda del lunes, que consistía en una visita a San Mungo para un recorrido por la Sala
Janus Thickey con los altos mandos del hospital seguido de una tarde cazando nigromantes.

Así pasaron los últimos días de julio y llegó el primero de agosto: Lughnasadh.

Era esa clase de insoportable lunes. Era lunes, pero no tenía por qué ser tan odioso. De cualquier
manera, tomó a Draco en San Mungo preparándose para recorrer la Sala Janus Thickey a la
repugnante hora de las nueve de la mañana.

Estaba acompañado por una horda de administradores y miembros de la Junta de San Mungo, los
cuales escucharon noticias sobre la visita al lugar del señor Draco Malfoy, quien estaba
preparando un regalo enorme. La multitud bullía y parloteaba engreídamente sobre la emoción de
visitar la Sala mientras subían las escaleras al cuarto piso del hospital.

Draco fue presentado a los miembros más importantes de la horda, incluido a Hippocrates
Smethwyck -un sanador de buenos modales y recientemente nombrado Jefe de San Mungo-, y
algunos otros miembros de la Junta.

La excrecencia conocida como McLaggen se dignó, incluso, a honrarlos con su presencia. Draco le
estrechó la mano y le preguntó cómo estaba: ya sabes, las conmociones cerebrales eran un asunto
serio. McLaggen se lo tomó con humor y se volvió un poco más atento cuando se enteró, a través
de la plática general, que la donación de Draco procedía del extraordinario trabajo de la Sanadora
Granger.

—Sí —dijo Smethwyck—. Ella es muy poco tradicional en algunos enfoques y gracias a dios por
eso, ¿o no señor Malfoy? La sanadora Granger no ha sido más que un valor agregado para nuestro
hospital.

—¿Poco tradicional de qué manera? —preguntó un miembro de la Junta. Draco pensó que su
nombre podría haber sido Penlington.

—Es Doctora y Sanadora —contestó Smethwyck.

—¿Te refieres a uno de esos muggles matasanos? —preguntó Penlington con el bigote erizado por
el escándalo.

—Sí —dijo Smethwyck—. Pero también es una Sanadora altamente calificada. Las calificaciones
de sus exámenes finales superaron incluso las de Gummidge…

—¿Un médico, dices? ¿Permitimos que ellos ejerzan en San Mungo? No tenía idea… —dijo otro
miembro de la Junta.

—¿Sus pacientes saben eso sobre ella? —preguntó alguien más—. Deberían ser informados, ¿no?

Hubo un susurro general de desconcierto y Draco sintió que algunos comentarios despectivos
estaban en ebullición, de manera sutil. Los que sugerían impresión, pero claro, si a la Sanadora
Granger se le permitía seguir aquí, debería estar bien… Por supuesto, no se trata de que sea nacida
de muggles ni nada por el estilo, sino simplemente una expresión de preocupación y sorpresa por
la imprudencia de tener un médico muggle en el personal y que ella fuera una Sanadora mágica
completamente calificada era un asunto menor.

Draco conocía las sutilezas; solía ser un maestro en ellas en círculos donde ciertas cosas no se
decían, pero se insinuaban con discreción.

—Hoy estoy vivo gracias al muy poco tradicional enfoque de la Sanadora Granger —dijo Draco
atravesando los murmullos con su voz—. Si hubiese seguido nuestros métodos de curación, como
los tres sanadores antes que ella, el tratamiento habría consistido en gritar que no había antídoto y
hoy, estaría muerto.

—Muy bien, excelente —asintió Semthwyck.

Draco miró a los miembros de la Junta.

—Fue la Sanadora Granger quien me pidió que mi regalo fuera dirigido a San Mungo. No tenía la
intención de hacerlo: planeaba sumar fondos a su trabajo de investigación en Cambridge. Así que
espero que le agradezcan la próxima vez que la vean.

Hubo un murmullo general de asentimientos y meneos de cabeza. Algunos miembros de la Junta


parecían avergonzados, otros parecían totalmente confundidos ante la categórica defensa de una
sanadora con lazos muggles por parte de Draco Malfoy, de todas las personas.

McLaggen observó pensativamente a Draco.

Una actividad peligrosa.

Cualquier otro murmullo desistió. Los miembros de la Junta eran empresarios o políticos y podían
oler el dinero de Draco; en consecuencia, se comportaron adecuadamente.

Finalmente, llegaron al cuarto piso. Granger no había exagerado sobre lo sucia que estaba la Sala
de Cuidados a Largo Plazo. Mientras cruzaban la puerta, Draco notó que la «J» y la «T» no estaban
en el letrero, que rezaba precariamente*:

Sala
anus
hickey

Draco lo miró con gravedad.

Los miembros de la Junta parecían perturbados.

Smethwyck los acompañó a través de la sala, intercalando su avance con detalles sobre el número
de camas, los sanadores por paciente, la duración promedio de la estadía y otros hechos que
probablemente habrían cautivado a Granger (no es que Draco estuviera pensando en ella, porque él
estaba reprimiendo).

Había treinta camas metálicas, separadas por cortinas sucias. También contaba con dos baños
usados, pero limpios, equipados con inodoro y ducha. El suelo era de baldosas gastadas, con
depresiones irregulares ahí por donde la mayoría de las personas caminaba. Sólo había una ventana
al otro extremo de la sala, bajo la cual luchaban valientemente unos cuantos helechos.

Todo el pabellón tenía un aire a olvido; era algo así como una bodega para cosas que ya no tenían
ningún uso pero que no podían tirarse.

Los pacientes eran bastante variados; algunos muy viejos, otros más eran muy jóvenes. Alrededor
de la mitad habían sido víctimas de la guerra, luchando contra dolencias residuales que no podían
curarse. Incluso Draco se sintió conmovido por algunos pensamientos sobre hacer el bien al ver
todo esto: vio al chico Creevey, ahora un pequeño y apático hombre; a Lavender Brown,
desfigurada casi más allá del reconocimiento; Michael Corner, luchando contra las ataduras;
Mitchel quién sabe qué de Hufflepuff, hablándole en voz baja a una pared, y otros más que no
pudo nombrar.

Otras camas tenían las cortinas corridas. Una voz flotó detrás de una: era suave, triste y familiar.
Pero Draco no pudo ubicarla. Un niño respondió.

Una Sanadora de rostro sombrío y sus ayudantes se movieron de una cama a la siguiente. Algunos
de los pacientes tenían visitas y miraron con sorpresa a Draco y a la multitud inusualmente grande
y ruidosa que los rodeaba. Entendió por qué: esta Sala era un lugar tranquilo y olvidado.

Granger quería un piano.

El grupo terminó su recorrido y se congregó en la ventana, el lugar menos lúgubre de todos.

Smethwyck observaba a Draco con una especie de pavor, esperando su juicio. Sin embargo, no era
Smethwyck quien manejaba los hilos del dinero, sino la Junta. Fue esa colección de hombres
bigotudos quienes recibieron la peor parte de la censura de Draco.

Mantuvo su voz baja, pero sus preguntas fueron agudas: ¿Existía alguna razón por la que la Junta
no creyó conveniente meter fondos a esta Sala, desde, por lo visto, 1903? ¿Por qué no se habían
dirigido los fondos de mantenimiento y conservación a este lugar? ¿Quizás demasiados almuerzos
y cenas de la Junta en El Séneca? ¿La Junta no realizaba visitas periódicas al hospital?
¿Consideraron que estas condiciones eran aceptables? ¿Por qué parecía ser su primera vez pisando
esta Sala? ¿Por qué sólo había dinero para 1.5 sanadores en esta sala, mientras la cafetería de arriba
ofrecía chocolate caliente en porcelana? ¿Por qué los valientes sobrevivientes de la Guerra tenían
sólo una ventana y carecían de bañeras? ¿Por qué, por Merlín, no podían reemplazar la maldita «J»
de la puerta principal?

El grupo ahora reflejaba varias poses humilladas y culpables.

—Bien —dijo Draco—, entonces podemos hacerlo mejor.


Se giró hacia Smethwyck.

—Le daré una inyección sustancial de dinero en efectivo, ¿está claro?

—Sí —dijo Smethwyck.

—Será el primer regalo de esta magnitud para el hospital.

—E-está bien…

—Será transformador.

—Sí, señor Malfoy, gracias.

—Habrá condiciones.

—¿Condiciones?

—Condiciones, estipulaciones sobre la contratación, remodelación, operaciones. También habrá….


—Draco observó sombríamente a los miembros de la Junta—. Precauciones para evitar
despilfarros.

—Sí, por supuesto, señor Malfoy.

—Ten —dijo Draco, presionando un grueso sobre en las manos de Smethwyck—. Los detalles y
cláusulas. Debes regresar con un plan.

—Oh, excelente… Maravilloso… Señor Malfoy, yo… ¿Cómo podemos agradecerle?

—No me agradezcas. Agradézcanle a Granger. Esto es por ella.

Draco se marchó.

Miradas atónitas lo siguieron hasta la puerta.

Escuchó a Smethwyck abrir el sobre.

Hubo un grito ahogado seguido de lo que podría haber sido el sonido de Smethwyck
desmayándose.

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Vocabulario y otras anotaciones:

*Sala anus hickey: sala chupetones en el ano.

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Chapter End Notes


Aaaah, alguien ya admitió que tiene cosas más grandes que un Algo. ¿No están
emocionadas?

¿Cuál es su capítulo preferido hasta el momento?

Muchas gracias a todas por comentar, reaccionar y morir un poquito junto a nosotras
en esta fantástica historia.

Próxima actualización: cerca del siguiente sábado ;)

Un beso,

Paola
Lughnasadh: La cima del mundo
Chapter Notes

See the end of the chapter for notes

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Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse

"Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love"

De Isthisselfcare

Beteado por Bet y Eva

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El Señor Darcy tenía la idea correcta: Yo también te vería desde el otro lado de la habitación, sin
hacer ningún movimiento para mostrar que me gustas, sería malo contigo en cada oportunidad
que tuviese y todavía esperaría que te cases conmigo.

**~**~**

La tarde del lunes consistió principalmente en perseguir cadáveres tambaleantes de un Nigromante


en Slough. Ocasionalmente, Draco tuvo problemas para distinguir los cadáveres de los gentiles
ciudadanos de Slough, pero esa era una historia para otro día.

Llegó a Hogsmeade para reunirse con Granger a las cuatro en punto. Encontró el pueblo
extremadamente tranquilo. La mayoría de los comerciantes estaban de vacaciones y los aldeanos
restantes se habían retirado a sus casas para evitar el calor.

Draco se apresuró a acomodar la parte delantera de su túnica para que cayera sobre su . Se pasó
una mano por el cabello para asegurarse de que luciera toscamente despeinado, como correspondía
a un Auror que había hecho cosas toscas y varoniles.

Entonces se reclinó contra una farola para esperar a Granger, con la intención de proyectar una
sensación tranquila, informal y desinteresada.

Granger lo arruinó casi apareciéndose dentro de él.

Cayeron y se desenredaron entre ellos con jadeos.

—¿Tenías que elegir precisamente ese centímetro cuadrado para aparecerte? —preguntó irritado
Draco, sacudiendo su túnica.

—¡¿No pudiste encontrar ningún otro lugar para holgazanear que no sea la calle principal?! ¿En
serio? —Granger se levantó—. Creo que mi pie estaba en tu bazo.

—Lo sentí.

Volvieron a ponerse de pie y se miraron en una especie de evaluación mutua. Había pasado casi un
mes desde la última vez que se habían visto. Granger tenía esa mirada de haber trabajado en
exceso, las profundas ojeras debajo de los ojos, la boca torcida.

Llevaba un vestido amarillo, como si su odiosa alegría ofuscara su fatiga.

No lo hizo.
—Pareces una idiota —dijo Draco.

—Gracias. ¿Puedo preguntarte sobre el globo ocular que tienes colgado sobre tu hombro?

Draco miró hacia abajo. Cualquiera que fuera el cadáver con el que había lidiado más
recientemente, había dejado un ojo y un largo nervio óptico enroscado en la parte posterior de su
brazo, arruinando por completo su ambiente tranquilo e informal.

—Ah, sí —dijo, desapareciéndolo—. Un recuerdo de la misión de esta mañana.

—¿No lo extrañará su dueño?

—Estaba muerto, así que no.

Los ojos de Granger lo recorrieron, pero no había más partes rebeldes de cuerpos que encontrar.
Ella hizo un gesto hacia el camino.

—¿Vamos? Irma accedió a encontrarse conmigo a las 4:15.

—¿Irma?

—La señora Pince.

—¿Todavía sigue viva? Merlín, me había olvidado por completo de ese vejestorio...

Ellos caminaron. Draco se controló a sí mismo y estaba complacido de no sentir nada de la mierda
empalagosa que tanto lo había aterrorizado. Simplemente apreció la vista de las piernas de Granger,
lo cual era normalísimo: tenía lindas piernas.

Draco notó que no había ningún flujo de información dirigido a él, ningún «Mira, Malfoy», ningún
galanteo a través de la maleza para señalar una hoja. Tal vez Granger estaba cansada; éste era,
según sus mejores cálculos, su primer día libre desde el solsticio de verano. Y esas vacaciones
difícilmente habían sido un momento de relajación: demasiadas monjas mortíferas.

Pero había algo más que cansancio, también emanaba una especie de reserva. Ella estaba
manteniendo su distancia. Se preguntó, con locura, si ella también habría notado ese Algo, y si la
había asustado tanto como a él.

Quizás ella también estaba reprimiendo las cosas.

La idea era estúpida y no se más que en especulaciones, pero de todos modos había algo
reconfortante en eso.

Llegaron a las puertas de Hogwarts, que se abrieron cuando se acercaron. Las viejas puertas y los
jabalíes alados parecían mucho menos imponentes de lo que Draco recordaba.

—¿Has vuelto aquí desde nuestros EXTASIS? —preguntó Granger, observándolo por el rabillo del
ojo.

—No —dijo Draco—. ¿Tú?

—Algunas veces, principalmente para saludar a los profesores o para ir a la biblioteca.

El camino a la escuela desde Hogsmeade parecía ridículamente breve.

—¿Realmente carruajes para cubrir tanto terreno? Eso no fue ni siquiera diez minutos.
—Supongo que está lejos para las piernitas de un niño de doce años —dijo Granger.

—Todo parece pequeño.

—Lo sé.

Cuando el castillo en sí apareció a la vista, en una curva, Draco se alegró de descubrir que había
conservado su aura de magia y misterio, incluso si también parecía más pequeño de lo que
recordaba.

—Huele igual —dijo Draco mientras caminaban hacia el Vestíbulo Principal: madera, piedra vieja,
cosas escolares.

—En realidad, huele mejor —dijo Granger, tomando aire—. No hay hordas de niños mugrientos
durante el verano. Cuando estuve aquí el invierno pasado, había una clara bocanada de olor
adolescente en el aire.

Ahora estaban en el castillo propiamente dicho. Draco no era particularmente propenso a los
recuerdos nostálgicos, pero había pasado muchos años felices aquí (y dos horribles) y disfrutaba
vagando por los viejos pasillos. Ellos también se sentían más estrechos que en su juventud.
Recordó las armaduras que se elevaban sobre él: ahora las observó.

Se asomaron al Gran Comedor, donde estaban las cuatro mesas de las Casas, gastadas y desnudas,
esperando para el primero de septiembre. La sala siempre se había sentido tan grandiosa, las mesas
casi interminables. Ahora Draco no estaba seguro de poder meterse en uno de los bancos de
Slytherin sin golpearse las rodillas.

El techo encantado era de un profundo azul del pleno verano.

Continuaron pasando por aulas vacías que olían a tiza y años de tinta derramada. La luz del sol
entraba a raudales por las ventanas polvorientas.

Granger se emocionó visiblemente a medida que se acercaban a la biblioteca, aunque estaba


haciendo todo lo posible para contenerse. Cuando llegó a las pesadas puertas, se detuvo para frotar
la palma de la mano contra la gastada manija.

Abrió la puerta y los recibió el olor de la biblioteca: libros viejos, vitela, cuero desgastado y polvo.

Fue potente. Draco se sintió de nuevo como si tuviera catorce años.

—Siento como si tuviera que entregar un ensayo de Pociones —dijo.

Una sonrisa apareció en el rostro de Granger.

—Para mí, Transformaciones.

Madame Pince observó cómo se acercaban desde su escritorio. Draco estaba bastante convencido
de que ella todavía usaba el mismo sombrero y los mismos zapatos puntiagudos que tenía cuando
eran estudiantes. Casi esperaba una amonestación de ella por hablar.

Ella también parecía pequeña.

Granger fue recibida por Madame Pince con algo cercano a la calidez, una especie de calidez
irritante y reticente. Draco fue observado con sorpresa, doblemente porque estaba con Granger.

—Extraña elección de compañero —olfateó Madame Pince.


—Trabajo —corrigió Granger.

Pince le pasó a Granger una tarjeta de registro.

—El manuscrito de Ypres. Sé que puede manejar libros raros, señorita Granger, pero tenga especial
cuidado con este. He quitado las protecciones para usted.

Granger le dio las gracias y lideró el camino hacia la Sección Prohibida, que albergaba la mayor
parte de la colección de Snape.

El aire se volvió más sofocante y presionaba sus oídos a medida que avanzaban más y más en la
biblioteca. La ventilación rudimentaria que refrescaba el castillo no llegaba a los rincones
interiores de la biblioteca. Hacía calor, y... ¿las estanterías siempre habían sido así de estrechas?

—Aquí hubo montones de primeros besos —susurró Draco—. Pince no podía escucharnos.

—Lo recuerdo —dijo Granger.

—¿Lo haces?

Granger le lanzó una mirada.

—No tienes por qué parecer tan sorprendido.

—Curioso, más bien —dijo Draco—. Debe haber sido un muchacho valiente. A menos que fuera
Weasley, él no cuenta... No en su mayoría.

—No seas malo —chasqueó la lengua Granger—. Pero, no... Ron no fue mi primer beso. Viktor
tuvo ese honor.

—¿Viktor?

—Krum.

Draco dio un silbido bajo.

—Bien por Viktor.

Granger se había detenido en un lugar oscuro entre los estantes.

—Justo aquí, si no me equivoco. Esos estantes eran buenas agarraderas.

—Las historias que estos estantes podrían contar.

Granger lo observó irónicamente.

—Estoy segura de que tendrían historias igualmente obscenas sobre ti.

Draco le sonrió con suficiencia en lugar de responder.

Ella miró hacia otro lado.

Por supuesto que ella tenía razón. Mucha exploración adolescente había ocurrido entre estos
estantes. ¿Su primera mamada fue aquí -intentó recordar- a menos de que hubiera sido en la sala
común? No podía acordarse. Pero sí recordaba muchos juegos con chicas de faldas cortas por aquí,
empujándolas contra los libros, lenguas y dedos explorando a tientas.
Y ahora estaba aquí de nuevo, pero la única falda a perseguir era la de Granger. Su mirada vagó
por su trasero y sus piernas mientras ella caminaba hacia adelante, hasta que se sorprendió
preguntándose cómo se vería apoyada contra los libros, y luego se dio un golpe mental. No. Él no
estaba haciendo eso; él estaba reprimiendo.

Estaba sudando. Se lanzó un hechizo refrescante, y luego lo lanzó a la espalda de Granger. Ella
chilló sorprendida cuando se le puso la piel de gallina en los brazos.

—De nada —dijo Draco, en respuesta a su mirada enojada.

La Sección Prohibida se había ampliado para albergar la colección de Snape, pero por lo demás, se
veía igual que siempre. Draco agitó su varita con curiosidad, sonriendo mientras iluminaba las
diversas protecciones desagradables y maleficios esparcidos por los estantes.

—Pince tiene talento para eso, se lo concedo –dijo Draco—. Quizás habría sido una buena monja.

—Deberías sugerírselo, sería divertido.

—¿Divertido? Me patearía los con su puntiagudo zapato.

—No especifiqué para quién sería divertido.

Granger se agachó para buscar su libro. Cuando lo encontró, arrojó el gran manuscrito a una mesa
de lectura.

Hizo una pausa para quitarse un mechón de cabello húmedo de la frente. En lugar de ponerse a
leer, como esperaba Draco, simplemente sacó su móvil y comenzó, si él lo entendía correctamente,
a tomar fotografías de las páginas de su interés.

El problema con Granger era que siempre venía con nuevas intrigas. Ella nunca lo aburría. ¿Por
qué no podía aburrirlo? Sería más fácil para todos los involucrados si no lo estuviese estimulando
permanentemente (obviamente de manera intelectual).

—¿Cómo, por favor, funciona eso en el maldito Hogwarts? —preguntó Draco.

—¿Eh? ¡Ah! —dijo Granger, girando su móvil.

En el reverso estaba añadido uno de sus discos anti-magia.

—Se me habían olvidado esas cosas.

—Es muy útil; no puedo vivir sin mi teléfono.

Granger se inclinó sobre el escritorio de lectura para tomar las fotos. Draco no la miró. De hecho,
se alejó de ella, conjuró un espejo e intentó salvar su cabello.

—Sería mucho más conveniente para mí revisar este manuscrito en casa —explicó Granger—,
pero Madame Pince nunca me permitiría sacarlo de la biblioteca. Así que estoy haciendo la otra
mejor opción: fotos digitales. No le digas eso, o pensará que estoy robando el alma del libro o algo
así.

—Genial, me alegro de que no te estés acomodando para leer. Se me están derritiendo los huevos
—dijo Draco, quitándose la túnica y abriendo su cuello.

Granger le lanzó otro hechizo refrescante y luego hacia sí misma. Se recogió el cabello en un
moño alto y empujó su varita a través de él.
Draco, habiendo hecho lo mejor que pudo con su peinado, se acercó a ella para observar el
manuscrito. Contenía diagramas de procedimientos médicos y pacientes medievales en varios
estados de dolor.

Notó que Granger se mantenía alejada de él, aunque estaba siendo muy casual al respecto: si él se
acercaba, encontraba una razón para moverse al otro lado de la mesa; si él se acercaba a su lado,
ella se daba la vuelta para tomar sus fotografías desde un ángulo diferente.

¿Debería sentirse ofendido? ¿O debería sentirse contento? No lo sabía. Se sintió ofendido, pero era
porque generalmente las brujas no huían de su proximidad.

—¿Apesto a cadáver? —preguntó Draco.

—¿Qué?

—Que si yo... apesto... a cadáver podrido. ¿Sí o no?

—No —dijo Granger mirándolo con rapidez y volvió a sus fotografías.

—Bien —contestó Draco.

Cuando se volvió a acercar, aparentemente para examinar una ilustración, ella no se apartó. Así que
ahí tenía su punto; con qué propósito, no estaba seguro.

Granger tomó algunas fotografías más, se tomó un momento para examinarlas en su dispositivo y
se declaró satisfecha. Cerró el manuscrito con mucho cuidado y lo regresó a su lugar.

—¿Es todo? —preguntó Draco.

—Sí, te dije que sería aburrido —contestó Granger, guiando el camino fuera de los libreros—. No
debiste molestarte en venir.

Draco se encogió de hombros.

—Ya sabes, es un cambio agradable la compañía de los seres vivos. Tienes un poquito de más
vitalidad que un cadáver arrastrando los pies.

—Tienes una gran habilidad con las palabras —fue su seca respuesta—. Me conmueve en demasía.

Draco no pudo continuar con este interesante giro conversacional porque Pince apareció detrás de
un estante.

—¿¡Ya acabaron!?

—Sí —dijo Granger—. Lo acabo de guardar; está listo para tus pupilos. Gracias nuevamente por
venir para mí durante tus vacaciones. Estoy muy agradecida.

—Siempre es un placer —dijo Pince, pero su mirada era profundamente sospechosa—. Creí que
estarías aquí, al menos, por unas horas.

—Sí, bueno, tenía un capítulo específico para revisar, nada más.

—Te ves... bastante sudorosa.

—Sí, hace calor allá atrás.


— ... Quiero decir, con el manuscrito.

—Sí, como dije, estaba concentrada en una sola cosa.

—Mmm —dijo Pince, entrecerrando los ojos y, si era posible, tornándose más quisquillosa. Su
negra mirada se movió del brillo sudoroso que los cubría a ambos hasta el estado de relativa
desnudez de Draco, con el cuello desabrochado y la túnica colgada del brazo—. Ya sabes, la
biblioteca es para leer.

—Así es —contestó Granger, parpadeando.

—Para la lectura e investigación, no para otras actividades...

Granger se veía como si sospechara que Pince se había vuelto loca.

—Eh... Muy bien, será mejor que nos vayamos.

—Supongo que deberían hacerlo —dijo Pince. Su mirada viajo a la cara de Draco, a su cabello, su
cuello y luego, a su bragueta.

Abandonaron la biblioteca bajo el peso de su mirada.

—¿Qué diablos fue eso? —preguntó Granger, cuando las puertas se cerraron con seguridad detrás
de ellos.

—¿Se ha vuelto un poco loca? —preguntó Draco—. ¿Acaba de mirar mi paquete?

—Lo hizo.

—Estoy perturbado.

—Yo también, me pregunto qué...

En un momento de comprensión conjunta, Granger miró a Draco cuando él se giró para mirarla.

—¿Estaba insinuando que estábamos haciendo cosas? —jadeó Granger, horrorizada.

Draco volvió a mirar las puertas de la biblioteca.

—Creo que ella piensa que vinimos por un maldito rapidín.

Granger giró tan rápidamente que sus faldas se balancearon en un círculo alrededor de sus muslos.

—Regresaré para aclararle las cosas.

—¿Y si nos equivocamos?

Granger hizo una pausa.

—¿Estamos equivocados?

—¿No sé? ¿Quizás sólo quería mirar mi paquete?

Granger levantó la mano.

—Suficiente sobre tu bulto. Tenemos cosas más importantes de las que ocuparnos.
—Disculpa...

—¿Y si tenemos razón, y ella...? ¿¡Ella le dice a alguien!? —preguntó Granger con una
horrorizada inhalación.

—Eso sería hilarante.

—¿Hilarante? No. Imagínate si le dijera a McGonagall.

—No especifiqué para quién.

—Si me vas a imitar, haz el favor de bajar una octava; eso perforó mis tímpanos. —Granger
regresó a la biblioteca—. ¿¡Y por qué ella no estaba sudada!? —gritó por encima del hombro.

Divertido por este giro de los acontecimientos, Draco esperó a que Granger «arreglara las cosas».
Se inclinó junto a una armadura desgarbada, presionando su espalda contra la fría piedra. Unos
cuantos hechizos de secado eliminaron lo peor de la humedad de sus axilas. Tal vez no había
apestado como un cadáver, tal vez solo había sido sudor.

Granger estaba de vuelta. Marchó como una tormenta por el pasillo. La armadura al lado de Draco
se enderezó y la saludó.

—¿Entonces? —preguntó Draco

—Se fue —contestó Granger—. No pude encontrarla. Debió salir por el lado este.

—Mándale una carta. —Se encogió de hombros Draco.

Granger lo miró.

—¿¡Una carta!? ¿¡En serio!? ¿Quieres que ponga este absurdo malentendido por escrito?
«Estimada Madame Pince: miró el bulto de Malfoy, así que no estábamos seguros de haber sacado
conclusiones precipitadas, pero tenga en cuenta que no lo hicimos en la biblioteca. Mis mejores
deseos, Hermione».

Draco no pudo contener la risa. Caminó delante de ella, sintiendo que sería más seguro estar fuera
del alcance de los golpes.

—Estoy encantada de que uno de nosotros se divierta —dijo Granger, caminando detrás de él con
los ojos ardiendo en llamas.

Draco se detuvo repentinamente. Granger caminó hacia él.

—¡Ay! ¿Qué...?

—Mi sala común —dijo Draco, señalando un tramo de escaleras de piedra a la derecha—. Por
aquí, vamos.

—No. Vine aquí con un permiso explícito para usar la biblioteca, no para llevar a Draco Malfoy a
un recorrido panorámico por la nostalgia. ¿Y si Filch nos atrapa?

—¿Y si Filch nos atrapa? —repitió Draco, bajando las escaleras—. Oh, espero que nos envíe
directamente a detención.

Miró hacia arriba para ver a Granger con una mano en su cadera. De nuevo volvió a tener catorce
años. Parecía como si estuviese esperando que apareciera un prefecto para poder delatarlo y
descontarle puntos a su Casa.

Draco continuó bajando las escaleras. La escuchó resoplar de irritación y, finalmente, sus pasos
resonaron detrás suyo.

En los niveles inferiores del castillo era mucho más fresco. Los habitantes de los retratos se
sobresaltaron al pasar, luego los saludaron con la mano o soltaron comentarios como: «¡Hermione
Granger y Draco Malfoy! ¡Ahora son adultos apropiados!», gritó una hechicera medieval que los
siguió a través de varias pinturas: «¡Míralos!».

—¿Alguien dijo Draco? —preguntó una especie de voz sarcástica. Un hombre de pelo negro y
barbilla asomó la cabeza por el borde de un marco.

—Hola, Phineas —saludó Draco.

—¿Por qué estás aquí con ella? —preguntó Phineas, señalando con la cabeza a Granger.

—Trabajo —contestó Draco.

Ahora, un caballero apareció galopando a lo largo de un amplio paisaje marino.

—¡Ay! ¡Hermione Granger! ¡Bienvenida sea, mi señora! ¡Bienvenida!

Granger, que seguía mirando por encima de su hombro como si McGonagall pudiera materializarse
y regañarla, sonrió al ver al caballero.

—¡Sir Cadogan!

—Estás con este bribón, ¿verdad? —dijo el caballero, señalando a Draco con su espada—. ¿Estás
aquí bajo coacción?

Granger miró a Draco, como si estuviera debatiéndose entre decir que sí y hacerlo sufrir la furia de
una pintura al óleo de treinta centímetros.

—No, estoy aquí por mi voluntad. Resulta que no es tan malo.

—¿No lo es? —preguntó Sir Cadogan, levantando su visor y observando a Draco—. ¿Es valiente y
noble?

—Él es un Auror, tarado —dijo Phineas—. Por supuesto que es valiente y noble. Apostaría a que
todos los días arriesga su pellejo por algunos imbéciles.

—¿Yo? ¿Un tarado? ¿Cómo te atreves? Usted Sir, es un viejo e inmundo cascarrabias y le
arrancaré la lengua. —Sir Cadogan bajó su visor y empujó hacia Phineas, quien abandonó la
pintura con bastante rapidez.

—¡Adiós, mi señora! —repitió Sir Cadogan mientras también desaparecía.

Llegaron al Salón de Pociones, la puerta estaba entreabierta y Draco entró. Todo parecía igual, sólo
que más... pequeño. Las encimeras estaban limpias, la hilera de fregaderos destartalados, los
calderos amontonados a lo largo de la pared del fondo.

Draco avanzó hacia la que fue su mesa de trabajo durante siete años. Granger se quedó indecisa en
la puerta, luego lo siguió dentro.

—Me pregunto quién es el nuevo profesor de Pociones —dijo, observando una repisa cerca de la
puerta—. Esta colección es bastante moderna: tienen las obras de Buxton y Keynes. Snape prefería
a los maestros del siglo XIX, era un poco tradicionalista. —Se dio la vuelta para mirar a Draco
sólo para descubrir que había desaparecido—. ¡Oye! ¿Qué estás haciendo?

Draco se había agachado debajo de su vieja mesa de trabajo y lanzó un Lumos debajo.

—¡Ja! —exclamó.

Las rodillas de Granger quedaron a la vista y luego, su rostro mientras se agachaba a su lado.

Draco señaló un pene tosco y sus bolas talladas debajo de su mesa.

—Guau —dijo Granger.

—Dejé mi marca —comentó Draco.

—Un legado perdurable, sin duda —dijo Granger arrastrándose con las rodillas por debajo del
escritorio, examinando el resto de la obra de Draco, que consistía principalmente en sus propias
iniciales.

—¿Qué es esto? —preguntó, señalando una especia de mancha estirada—. ¿Un puercoespín?

Draco se acercó para estudiar el misterioso jeroglífico.

—¿Un castaño? —preguntó Granger.

Draco negó con la cabeza y dijo con seriedad:

—Creo que así es como mi yo, de doce años, pensaba que eran las partes femeninas.

Granger se echó a reír.

—Un erizo —repitió Draco con exagerada ofensa.

—Tiene un ojo —dijo Granger, señalando una manchita.

—La Caza de Castaños ahora adquirirá un nuevo y emocionante significado —reflexionó Draco.

—Ojalá tu conocimiento sobre la anatomía femenina haya mejorado un poco.

—He remediado las lagunas en mi conocimiento desde entonces.

—Tengo algunos textos de anatomía que puedo prestarte, si necesitas ayuda. Para que sepas dónde
debes pinchar a los erizos.

—Innecesario, pero gracias por tu generosa oferta.

Granger estaba mirando al «erizo» y presionando sus manos contra su boca para no reírse de
nuevo.

El momento se sintió surrealista. Draco estaba en las mazmorras de Hogwarts, debajo de una mesa
de Pociones con Hermione Granger. Había pasado siete años en esta mazmorra, mirando fijamente
su nuca, odiándola. Y ahora, de alguna manera, casi dos décadas después, estaban de vuelta como
un respetado Auror y una estimada Sanadora, de rodillas, riéndose tontamente sobre vaginas
deformadas.
Tuvo un extraño momento de arrepentimiento por haberse tardado tanto, por haber pasado tanto
tiempo odiándose el uno al otro.

Y luego, tuvo un momento todavía más extraño de esperanza, de que no fuera demasiado tarde.

¿Demasiado tarde para qué? No lo sabía con exactitud.

Sus rodillas se rozaron.

Granger se alejó, se puso de pie y se sacudió el polvo rápidamente.

—Bien, basta de tus vulvas conceptuales. Vayamos a la sala común.

Draco salió de abajo de la mesa y se unió a ella.

Granger intentó marcar el camino, pero pronto quedó claro que no tenía más que una idea general
de dónde estaba la sala común de Slytherin.

—Por aquí —llamó Draco mientras tomaba un giro equivocado—. ¿Nunca has estado ahí?

Granger se dio la vuelta y lo alcanzó.

—No tenía muchos amigos de Slytherin, así que no.

Se detuvieron en una pared anodina.

Granger miró a su alrededor con curiosidad.

—¿Aquí?

—Sí, la próxima pregunta será la contraseña, por supuesto —dijo Draco.

—¿Quieres que nos quedemos aquí y adivinemos?

—Vamos a intentarlo. Durante cinco minutos, Granger. No te estoy pidiendo que nos quedemos
aquí hasta la próxima semana diciendo cosas sobre Slytherin.

Granger parecía dudar.

—¿Qué tipo de cosas de Slytherin deberíamos decir?

—Slytherins famosos... Ingredientes... Hechizos éticamente cuestionables. Cualquier cosa que se te


ocurra.

Hicieron conjeturas: plantas, pócimas, maldiciones y criaturas... Rafflesia, Vermiculus, banshee,


imperata cylindrica, babosas carnívoras, hébrido negro, cuscata, troll de la montaña... Locomotor
Wibbly, belladona, nargles... El Barón Sanguinario, theastrals... Basilisco.

Ni siquiera un carcaj de la piedra. Granger pareció tomarlo como algo personal y empezó a entrar
en calor con el ejercicio.

—Tacca chantirieri —dijo ella, con una mano en la cadera—. ¡Entomorphis!

—Melofors —intentó Draco—. ¿Erkling? Lengua pársel. Las bolas de Salazar.

Granger cambió de estrategia y comenzó a enumerar cosas elegantes.


—Caza de zorros. Tweed... Sabrage.

Draco probó algo de latín para variar.

—Oderint dum metuant. No ducor, duco... Carpe noctem.

—Chalecos —dijo Granger. —¡Carreras de botes! Pimm's... Pantaloncillos mostaza... Órganos del
mercado negro.

—¿Puffskein? ¡Ositos chupasangres!

—¡Cuchara para melón! —gritó Granger.

—Godric Gryffindor es una marioneta —dijo Draco con gran autoridad.

Un escalofrío recorrió la pared.

Granger jadeó.

—Godric es un tarado. ¡Irritante!

—Godric no podría organizar una pelea en un pub. Godric es un maldito inútil.

—Godric es un verdadero tonto.

—¡Un idiota!

—Un idiota infantil.

—Godric tiene las bolas caídas.

—Godric es un idiota baboso.

—Godric es un zoquete.

—¡Un tonto!

—Godric el Bruto.

—Bastante.

Una especie de risa nasal emanó detrás de ellos. Phineas se había deslizado en una pintura de un
paisaje montañoso.

—Esto es tremendamente entretenido.

Granger saltó en el aire y miró culpable. Sus mejillas estaban sonrojadas cuando se dirigió al
exdirector.

—Eh... Hola de nuevo. ¿Tienes...? ¿Todavía tienes la lengua?

—Obviamente —dijo Phineas.

—Oh, bien. Solo estábamos, eh...

—Irrumpiendo en la sala común —dijo Draco.


—¿Con qué fin, dirían? —preguntó Phineas.

Draco se encogió de hombros.

—Para recordar los días pasados.

—¿Tú? ¿Quieres recordar? ¿Con Hermione Granger?

Granger levantó su dedo.

—En realidad, yo...

—Oh, sí —intervino Draco—. Estamos reviviendo nuestros recuerdos terriblemente cariñosos el


uno del otro.

—Tenía la impresión de que se odiaban —dijo Phineas.

—Lo hacemos —dijeron Draco y Granger al mismo tiempo.

Draco sintió que la afirmación habría sido más creíble si Phineas no los hubiera atrapado riendo
tontamente en una pared, gritando sobre las pelotas de Godric.

Phineas miró a Granger, que estaba furiosamente sonrojada, y luego a Draco, quien lo miró a los
ojos con una sonrisa.

—Tienen menos sentido que como púberes apestosos. Felicidades.

—Gracias —dijo Draco.

—La contraseña es Gurdirraíz —dijo Phineas, desapareciendo de la vista—. Sólo porque lograron
hacerme reír. No dejen que los fluidos corporales caigan sobre la tapicería.

Mientras Granger farfullaba ante el descaro, Draco se volvió hacia la pared.

—Gurdirraíz.

La pared se abrió para revelar la puerta oscura y pulida que conducía a la sala común de Slytherin.
Draco la empujó para abrirla.

Parecía que la escuela había hecho algunos esfuerzos para aligerar el lugar. Las luces verdosas y
bulbosas del día de Draco habían sido reemplazadas por lámparas de gas que daban un cálido brillo
a la habitación. Los muebles se parecían mucho a los de la juventud de Draco: sofás de cuero con
capitoné y sillas de respaldo alto, mesas y armarios ornamentados. Los espejos dorados brillaban
en las sombras.

La chimenea de piedra elaboradamente tallada estaba apagada; en las paredes que lo rodeaban, se
exhibían retratos de Slytherins famosos: Merlín estaba leyendo algo y le arqueó una ceja a Draco,
la silla de Salazar estaba vacía, Phineas no volvió a aparecer. Y hubo dos nuevas incorporaciones
entre los retratos: Slughorn y Snape. Slughorn estaba durmiendo la siesta con una botella de Viejo
Ogden entre sus brazos y la silueta con túnica negra de Snape acechaba en la parte posterior de su
retrato, preparando algo.

Draco pasó la mano por el respaldo de un sofá. Durante siete años, conspiró e intrigó aquí. Había
presidido como un pequeño señor sobre su grupo de amigos, muchos de los cuales ya estaban
muertos. Se había sentido importante aquí, tan inteligente, sabio y adulto.
Y ahora, se sentía como una sala de juegos para niños; los pupitres para sus deberes, las normas de
la Sala clavadas en el tablón de anuncios y las descoloridas pancartas que celebraban sus victorias
pasadas en la Copa de las Casas. Las estanterías con sus gastados libros de texto... Todo era tan
pequeño.

Granger olfateó.

—Deberían reemplazar las alfombras; huele a pies. —Siempre se podía contar con Granger para
eliminar el sentimentalismo de cualquier cosa. Ella vagó hasta el borde más alejado de la
mazmorra, que se extendía una parte por debajo del lago—. Ahora, esto es interesante —dijo,
habiendo llegado a las ventanas que daban al agua.

—Hay una mejor vista desde los dormitorios —dijo Draco—. Vamos.

Lo siguió por un pasillo hasta el dormitorio de chicos que había sido suyo durante siete años; una
ventana al lago ocupaba todo el espacio del muro occidental.

—¡Fascinante! —dijo Granger, acercándose a él.

—El Calamar Gigante pasa de vez en cuando, los tritones también.

Draco la dejó con su observación. Entró en el círculo de cinco camas con dosel verde que
ocupaban el resto de la habitación: Goyle, Crabbe, Zabini, Nott. Muerto, muerto, vivo, vivo.

Finalmente, llegó a la que había sido su cama. Seguramente, seguramente no había sido tan
pequeño. Siempre se había sentido tan vasto.

Se estiró sobre ella y se rio. Sus pies colgaban sobre el borde.

Granger, escuchando su risa, se acercó a él.

—No veo un Calamar Gigante, pero veo que un Malfoy Gigante se ha apoderado de una de las
camas.

—Apenas puedo creer que esta sea la misma cama.

—¿Le tallaste algún genital para que podamos autentificarla?

Draco se giró para examinar un poste de la cama.

—¿Sabes? No creo que lo haya hecho.

Granger se sentó en el borde de lo que había sido la cama de Nott. Se pasó las manos por los
brazos desnudos.

—¿No te pareció deprimente estar aquí dentro? No puedo imaginar el frío que hacía en invierno.

—No era muy diferente a la Mansión. —Draco se encogió de hombros—. Teníamos la chimenea
encendida, encantamientos cálidos, ponche caliente y whisky de fuego.

Un grupo de Grindylows pasó junto a la ventana y Granger se giró para mirarlos.

De nuevo, Draco se sorprendió por la incongruencia del momento: Hermione Granger, con su
brillante vestido, estaba junto a él, en el dormitorio de su juventud. Se preguntó qué habría pensado
el joven Draco sobre todo esto. ¿Qué le habría dicho si Draco le contara que Granger crecería para
ser bonita, ingeniosa y terriblemente inteligente? ¿Que ella lo mandaba de vez en cuando y que él,
a veces, lo disfrutaba? ¿Que la haría reír a propósito sólo para ver su sonrisa?

Le diría que era un maldito idiota cursi.

Difícilmente estaba en desacuerdo.

—¿Estás satisfecho con tu remembranza? —preguntó Granger.

—Sí —dijo Draco.

Era mejor seguir moviéndose a seguir teniendo estúpidos pensamientos.

Granger se puso de pie y él observó su falda pasar por encima de la cama. Siguió el aroma a jabón.

Reprimió la idea, no del todo formada, que involucraba a Granger y su vieja cama, antes que
pudiese tomar forma y luego, qué horror, vivir en el centro de su mente.

Regresaron sobre sus pasos fuera del dormitorio y a través de la sala común.

Draco echó un último vistazo a su alrededor. Puede que no regresara aquí hasta dentro de una
década... ¿Se sentiría todavía más pequeño, mientras la vida avanzaba implacablemente y sus
recuerdos de su infancia se encogían y reducían en un punto de luz cada vez más pequeño detrás
suyo?

Granger le estaba sonriendo.

—¿Qué? —preguntó Draco.

—Realmente viniste a recordar —dijo Granger—. Te pusiste todo... todo melancólico.

Draco se encogió de hombros.

—Creo que es bastante dulce —comentó Granger, luciendo también melancólica.

Entonces es como si se hubiese sorprendido a sí misma, se puso seria y se alejó a grandes


zancadas.

—¿Quieres ir a tu sala común? —preguntó Draco.

Ella sacudió la cabeza.

—Vengo más a menudo que tú, será en otro momento.

Granger se dirigió al corredor por el que habían venido, desde el salón de clases de Pociones.
Draco la agarró por el codo y le mostró una salida más rápida, por una estrecha escalera que
conducía directamente al Vestíbulo Principal.

¿Por qué la había tomado por el codo? No tuvo ninguna razón para agarrarla por el codo. Podría
haber dicho algo. Eso fue estúpido y un fracaso de Reprimir.

La dejó subir la estrecha escalera primero y, como su trasero estaba justo allí, se miró los pies todo
el camino.

Granger miró de nuevo hacia el Gran Comedor al salir, con la esperanza de encontrar a Pince; ella
no estaba allí. Granger murmuró algunas palabras de irritación.
Salieron del castillo y descendieron los escalones hasta el camino de grava que conducía de regreso
a Hogsmeade. El aire olía a hierba dulce y a la delicada fragancia de los sauces que bordeaban el
lago.

Fue bueno estar en el exterior de nuevo.

Cuando llegaron a Hogsmeade, Granger se dirigió hacia Las Tres Escobas.

—Estoy muy hambrienta, ¿comiste?

—No —contestó Draco—. Tampoco almorcé; los cadáveres me quitan el apetito.

Granger arrugó la nariz.

—Bueno, eres bienvenido a unírteme, pero no será tan rebuscado como el menú de la mansión.

Probó en Las Tres Escobas, sólo para encontrar un aviso que indicaba que estarían cerrados hasta
septiembre.

Siguieron andando hasta el salón de té de Madame Puddifoot, que también estaba

Finalmente, llegaron a Cabeza de Puerco.

Granger se quedó indecisa en la entrada.

—No estoy segura de estar tan desesperada... Escuché que ha ido cuesta abajo desde que Aberforth
se retiró...

—¿Qué? No puede ser tan malo para una cerveza y un poco de comida de pub, ¿no?

Podría.

Granger y Draco fueron recibidos, si se podía usar ese alegre término, por un hombre que parecía
más un Escreguto que la mayoría de los escregutos. Parecía irritado de que se atrevieran a darle
trabajo. Esa fue la primera bandera roja de lo que sería una experiencia asombrosamente terrible.

Pidieron una cerveza: les dijo que no quedaban cervezas en el local. Esa fue la bandera roja
número dos; en ese momento, una pareja más sabia habría entendido y se habría ido, pero eso sólo
encendió una especie de curiosidad en ellos, para ver qué tan mal podría ser.

—Entonces tomaremos lo que tienes, compañero —dijo Draco—. Y un poco de lo que haya en la
cocina.

Se sentaron en una mesa sucia cerca de lo que probablemente había sido una ventana, excepto que
ahora estaba cubierta de mugre.

El Escreguto dejó caer dos vasos manchados sobre la mesa y vertió algo claro en ellos antes de
marcharse a la cocina.

Un poderoso olor a trementina inundó la mesa.

Granger olió su vaso y sus ojos se humedecieron.

—Oh car... esto sería un buen limpiador de senos paranasales.

—No puede ser peor que la absenta de Affpuddle, ¿verdad? —preguntó Draco—. Salud.
Granger, con una mirada preocupada, acercó su vaso al de Draco. Ella tomó un generoso sorbo del
suyo; él tiró la mitad del suyo. Ambos farfullaron y tosieron.

—Arde —se atragantó Granger.

—E-es un néctar de primera clase —bromeó Draco.

—Nunca me había sentido tan viva —inhaló Granger.

Bebieron de nuevo para confirmar lo malo que había sido. Y lo fue. Granger estaba llorando en una
mezcla de risa y tos. Draco perdió la voz.

—¿Qué diablos es esto? —preguntó Draco con voz ronca.

—¿Destilado de inodoro? —supuso Granger.

El Escreguto había colocado la botella en un estante detrás de la barra, así que Draco la levitó
hacia ellos.

Era vodka de Troll.

La etiqueta incluía una advertencia sobre no consumirse sola y beber responsablemente.

Esa fue la bandera roja número tres, pero... ¡Qué más daba!;

—88 por ciento en volumen de alcohol —jadeó Granger—. Genial, quería comenzar la semana con
un poco de intoxicación por alcohol.

—Está bien —contestó Draco con voz entrecortada—. Pronto tendremos comida.

En retrospectiva, fue un hermoso pensamiento positivo.

El Escreguto salió de la cocina con platos.

—Bistec —gruñó mientras empujaba un plato frente a Draco—. Ensalada —mencionó, dejándola
caer frente a Granger—. Salchichas con puré —terminó, lanzando el platillo final entre los dos,
antes de alejarse escreguteando.

Draco y Granger observaron las ofrendas.

—¿Este bistec fue cocinado en un radiador? —preguntó Draco.

Granger examinó el montón gris.

—Necesitaba al menos, otros cinco minutos debajo del secador de cabello.

Dirigieron su atención a la ensalada de Granger; la mitad consistía en una cebolla cruda.

—Impactante —dijo Draco.

Granger se mantuvo impasible. Acercó las salchichas con puré hacia ellos con una especie de
sombrío optimismo.

—Pero... ¿Por qué la salchicha está tan... ? —preguntó Draco.

—Tal vez hace frío —sugirió Granger con amabilidad.


—O está nerviosa —asintió Draco.

Granger se mordió el labio.

—Parece un prolapso.

Draco se rio tanto que le dolió la garganta.

—¿Y qué es esto? —preguntó Granger, hurgando en un trozo deforme de grasa gelatinosa.

—Sebo de Voldemort.

—Dios mío.

—El puré se ve... ¿bueno?

—Apesta —dijo Granger, apartando el tenedor de Draco—. Ni siquiera lo intentes. Nada bueno
saldrá de esto, excepto una diarrea asombrosa.

Draco, que no quería un trasero goteante, dejó su tenedor a un lado.

Se miraron el uno al otro.

—Creo que esto podría ser un grito de ayuda —dijo Granger, luciendo sombría—. ¿Deberíamos
preguntarle si está bien?

Draco estaba menos inclinado hacia la simpatía.

—Creo que acabamos de descubrir una fachada descaradamente obvia.

—También eso —asintió Granger—. ¿Lo investigarás?

—Se lo daré a uno de los novatos.

Granger comenzó a verse un poco tambaleante en su asiento. Ella entrecerró los ojos antes su vaso
casi vacío.

—¿Tienes una suposición sobre la cantidad de alcohol en nuestra sangre?

—Dos... Doscientos por ciento, aproximadamente... —dijo Draco sin tartamudear, pero cerca. El
alcohol comenzó a afectarlo también.

—Vamos a arrastrarnos afuera para encontrar algo realmente comestible —propuso Granger,
tambaleándose. Ella vaciló al ponerse de pie—. Maldita sea, no puedo aparecerme.

—Me ofende pagar por esto —dijo Draco con un gesto hacia su comida intacta. Sin embargo, dejó
caer un Sickle sobre la mesa.

—Yo puedo... —comenzó Granger, rebuscando en su bolsillo.

—No —negó Draco—. Insistí en probar este lugar. Pagas en el que sigue.

—Bien.

—Después de todo, tenías razón: no fue tan rebuscado como el menú de la mansión.

Salieron dando tumbos fuera del pub y deambularon por la calle, chocando entre sí y contra varios
objetos a medida que avanzaron. A la vuelta de la esquina había una pequeña tienda de comestibles
a punto de cerrar. Asaltaron lo último de la canasta de pan y compraron una pequeña rueda de
queso para acompañarlo. Granger encontró algunas cerezas. Draco descubrió una enorme tarta de
moras ligeramente magullada. Granger preguntó si deberían comprar una rebanada; Draco dijo que,
personalmente, quería dos. Observaron la tarta y luego, con su ingenio y fuerza de voluntad
ahogados por cinco centímetros de vodka, la compraron completa. Remataron su compra con una
botella de sidra fría y la cena quedó resuelta.

Deambularon por un pequeño trecho fuera del pueblo, buscando un lugar para sentarse. Granger
dijo que le apetecía una vista del pueblo; Draco replicó que quería ver el castillo. Encontraron un
punto medio en un pequeño sendero que conducía a una especie de montículo cubierto de hierba,
desde donde podían contemplar tanto Hogsmeade como Hogwarts.

Granger le pidió un pañuelo a Draco y lo transformó en una manta que extendió sobre la hierba. La
manta era mucho más triangular que cuadrada, pero, nuevamente, Granger estaba más borracha
que sobria.

Con las extremidades sueltas y vacilantes, Granger se dejó caer sobre la manta. Draco se tumbó a
su lado. El pan, ligeramente duro, fue partido primero, con la esperanza de que absorbiese un poco
del vodka de Troll.

Granger dijo entre bocados:

—Estoy completamente borracha.

Había una especie de serenidad en ella, una tranquila aceptación de que estaba muy ebria y que así
sería.

Tuvo grandes dificultades para poner un pedazo de queso sobre su pan. Draco intentó ayudarla,
pero su trozo de pan siguió multiplicándose por dos, luego en cuatro, hasta que parpadeó y volvió a
convertirse en uno que se balanceaba con suavidad.

—Quédate quieta —gruñó Draco, agarrando su muñeca.

—Estoy quieta —contestó Granger—. Tú eres el que te mueves.

Draco, con mucho esfuerzo, logró colocar un trozo de queso sobre el pan.

Granger hipó y el queso cayó, rebotando en su rodilla y rodó por la hierba. Ella lo vio irse con
tristeza.

Draco se dio por vencido y se concentró en su propio pan y queso, que preparó moderadamente
bien. La única dificultad fue encontrar su propia boca.

—Fa... Fassi... Fascinante —dijo Granger viéndolo aplastar su pan contra su barbilla—.
Normalmente eres tan elegante.

—¿Lo soy?

—Sí —dijo Granger—. Haces que todo parezca fas...fácil, ¿sabes?

—Estás lo suficientemente borracha como para felicitarme. Eso es exci... emocionante.

Granger masticó.
—Fue una observación. Puedes ser insolente cuando puedas meterte el sándwich en la boca, no
antes.

Draco logró hacerlo. Luego inhaló para decir algo y se atragantó con una migaja.

Mientras tosía, Granger acudió al rescate haciendo flotar la botella de sidra hacia él. Este
movimiento se hizo con menos delicadeza y control de varita de lo habitual. Presuntamente, ella
estaba apuntando a su mano, pero la botella presionó su ingle.

—Tranquila —dijo Draco.

—L-lo siento —contestó Granger, flotando la botella sobre su hombro y golpeando su sien con ella
antes de dejarla caer sobre la manta a su lado.

—Guau —exclamó Draco.

Granger dejó a un lado su varita como si fuese algo muy peligroso. Luego presionó los dedos
contra su boca y parecía estar conteniendo un grito de risa.

—Lo siento mucho... muchísimo, no es lo que quería hacer...

—Esta b-bien —dijo Draco—. Un poco de frotagge con una botella de sidra... Fue... una
experiencia nueva...

Después del vodka de Troll, la sidra supo espectacular: fresca, ácida, burbujeante en la lengua y
melosa al final. Draco bebió y le pasó la botella a Granger. Tenía la intención de hacer un
elocuente comentario sobre su aroma y sus notas, pero lo que salió fue una entrecortada
observación sobre que no hacía daño beberlo.

Que, de todos modos, fue todo el respaldo que Granger necesitó. Lo bebió y se lo pasó de nuevo.

No había nada interesante en compartir una botella con Granger, sobre saborear donde habían
estado anteriormente sus labios. Absolutamente nada y él no pensaría en eso; y tampoco miraría su
boca.

—Deja de mirarme —dijo Granger, sosteniendo una mano frente a su boca, lo que hizo que Draco
se diera cuenta de que había estado mirando esa boca—. Ni siquiera puedo comer un trozo de
queso.

—No te estoy mirando —dijo Draco como el mentiroso que era—. Estoy admirando la vista.

—...La vista está a tus espaldas.

—Ah —dijo Draco, dándose la vuelta—. Sí.

—No estabas bromeando sobre el doscientos por ciento de alcohol —dijo Granger acercándose a él
para admirar también la vista.

Las pintorescas calles de Hogsmeade se curvaron hacia el creciente crepúsculo debajo de ellos.
Más lejos, el Castillo de Hogwarts era una silueta con sus ventanas reflejando los últimos
resquicios de una puesta de sol rojiza.

—Deberías dibujarlo —declaró Granger.

—¿Qué? Yo no dibujo.
—Mentiroso; sé que tienes una veta artística: vi tu magnífico pito.

Draco trató de resistirse, pero se le escapó una risita.

Granger lo miró con los ojos muy abiertos.

—No puedo decidir si eso fue adorable o aterrador.

—Ambas cosas; justo como yo.

—No lo eres —esnifó Granger—. Cálmate.

—Pero soy elegante.

—Si tomas las divagaciones de una idiota borracha como un hecho —dijo Granger, tratando de
parecer remilgada.

—Por una mente borracha, habla un corazón sobrio —dijo Draco. Intentó mover las cejas, pero no
estaba seguro de haberlo logrado. Granger parecía perpleja.

—¿Comemos un poco de tarta? —preguntó ella.

—Un cambio de tema poco sutil, pero sí —contestó Draco, agitando su varita hacia el pastel que
flotó hacia ellos—. ¿Quieres un poco de frotagge?

Granger cruzó las piernas.

—Eso fue un accidente.

—Por supuesto. Haznos unos cubiertos, ¿sí?

—Apenas confío en mí...

Ella arrancó algunas hojas de diente de león para ese propósito. Lo transformó en dos cucharas
muy creíbles, aunque eran ligeramente verdes. Los tenedores eran un asunto diferente; una
creación formidable, no euclidiana, sobrenatural. Les dolió la cabeza de mirarlos. Granger y Draco
se asustaron y los arrojaron por el precipicio.

De todos modos, tenían las cucharas y Draco puso el pastel a flotar entre ellos, comiendo y
llenándose de migajas.

El vodka de Troll estaba saliendo de su sistema y ahora simplemente estaban borrachos, no


completamente fumigados.

Granger, mirando el castillo de Hogwarts, se sumió en la introspección.

—¿Sabes? Hoy fue mucho más interesante de lo que pensé que sería.

—¿Mmm?

—Nunca imaginé que vería la sala común de Slytherin y mucho menos, tu dormitorio.

—Fue bastante extraño verte ahí.

—¿Contra el orden natural de las cosas?

Draco reflexionó.
—¿Realmente podemos llamarlo un orden natural?

—¿Qué quieres decir?

—Son divisiones artificiales, ¿no? Todo el asunto de Slytherin y Gryffindor.

—Dios mío —dijo Granger, llevándose las rodillas a la barbilla—. ¿Nos estamos poniendo
filosóficos?

—Sí —contestó Draco—. Estoy borracho, compláceme.

—Por supuesto, no podemos dejar que la oportunidad se desperdicie. Y tienes razón, es artificial.
Pero las escuelas tienen que dividir y conquistar a las masas de niños de alguna manera.

—Supongo que los mantiene en orden.

—Podría haber una mejor manera de hacerlo que una cosa pseudo- horoscopal que involucre
rasgos de carácter subdesarrollados y un sombre parlante —reflexionó Granger—. En mi escuela
primaria se asignaron casas al azar, pero bueno, eran muggles y no tenían un sombrero que
hablaba.

Draco terminó lo último del pastel y arrojó los pedazos de corteza a algunos gorriones.

Granger, aparentemente sin confiar en sí misma con su varita, se levantó para buscar las cerezas.

—Si vamos a criticar el sistema... Después de hoy, creo que podría haber un inconveniente en todo
el secreto interno.

—¿Qué quieres decir?

—Las salas comunes ocultas, el aislamiento entre casas. Es... es terriblemente humanizador ver a
alguien en una cama.

—¿Estás diciendo que no me habrías considerado una criatura tan espantosa si hubieras visto la
almohada en la que babeaba por la noche?

—Exactamente —se rio Granger—. Pero de verdad, lo digo en serio: eras un ente que aparecía de
la nada, decía cosas horribles y luego desaparecía hasta la siguiente escaramuza.

—Tuve que adoptar tácticas de guerrilla para evitar las bofetadas —dijo Draco.

—Fue una vez —Dijo Granger y comió una cereza—. El secretismo fomentó fracturas más allá que
las creadas por las divisiones de Casas. Esa es mi postura... ¿Por qué estás sonriendo?

—Sólo estaba pensando que muchas brujas han formado muchas ideas después de verme en la
cama, pero un tratado sobre el sistema de división de Casas es completamente nuevo.

—Eres terriblemente engreído, ¿sabes? —dijo Granger, apartando la mirada para ocultar su
diversión.

—Claro que lo soy. ¿Me has visto?

—No, no lo he hecho. Tus pies siempre están en el camino.

Draco, ya cerca del borde rocoso del montículo, giró y colgó las piernas por el costado.
—Ahí.

Granger le siguió el juego. Ella se movió para sentarse a su lado, aparentemente para observarlo.
Draco notó que su comportamiento reservado de la tarde se había desvanecido. ¿Fue la bebida?
¿La conversación? ¿Él?

Lo que le hizo darse cuenta de que él mismo no había estado Reprimiendo. Y ahora ella estaba a
su lado y las cosas comenzaron a suceder de nuevo: los comienzos de esa dulzura en las venas, el
zumbido de su pulso.

Debería moverse, ocluir y separar su yo racional de sus pensamientos y sentimientos borrosos.

Debería hacerlo.

—Bueno, echemos un vistazo, ahora que puedo verte bien —dijo Granger.

Deslizó su analítica mirada por su rostro.

—Me siento como un libro de texto —dijo Draco.

—Tal vez te lea como tal, ahora que mi vista no está obstruida.

—No lees, devoras. Estoy asustado...

—Deberías estarlo.

—¿Tengo algunas notas al pie del margen?

La diversión tiró de las comisuras de la boca de Granger.

—Así que a veces me pones atención. ¿Cuál será el equivalente humano de márgenes? ¿Quizá
esto? —preguntó ella, pasando el dorso de un dedo a lo largo de su barba al final del día.

Fue el roce más ligero y casual de un dedo a lo largo de su mandíbula.

La respuesta palpitante de su corazón fue completamente desproporcionada.

—En cuyo caso sí —continuó Granger—. Pero sólo para un día de márgenes, en mi mejor
suposición. Ni la mitad de fascinante que Revelaciones, ¿sabes?

Draco estaba, de alguna manera, enraizado en el lugar y flotando al mismo tiempo. Estaba
desnervado; todo lleno de nervios. Su pulso estaba por los cielos y eso era malo. Debería ocluir, y
alejarse de ella, y también saltar por el acantilado.

En cambio, como el cretino de voluntad débil que era, continuó.

—¿Qué pasa con las miniaturas? —preguntó—. ¿Tengo algunas?

Si su voz estaba ronca, fue por el vodka.

—Oh, esa es una pregunta interesante —dijo Granger; estaba pensativa, estudiando su rostro.

Olía como las notas de miel de la sidra.

—Serían tus ojos —dijo finalmente—. ¿Es muy trillado?

—Lo es —contestó Draco—. Pero te perdono; no tienes un alma poética. ¿Son


miniaturas espléndidas?

—Oh sí, espléndidas. Están relucientes como hojas de plata y todo.

—Debería entregarme a la bibliotecaria principal como un regalo.

—Ella haría un buen uso de ti.

—Aunque... preferiría, tal vez, permanecer en la colección privada de Granger.

Granger dio un pequeño jadeo teatral.

—Qué audaz. Ella es una curadora feroz, no estoy muy segura de que califiques.

—Sin embargo, mis miniaturas.

—Mmm, son tentadoras.

Sus ojos se encontraron y ahí estaba otra vez el tirón de su mirada oscura: la atracción, el llamado,
la invitación a caer. Le inspiró una especie de suave anhelo, un querer extender la mano y desear
caer; un vértigo extrañamente suave.

Sabía que ella no lo hacía a propósito. Sabía que no se había propuesto hacerlo; no había ningún
cálculo de su parte, ni siquiera sabía lo que ella le estaba haciendo.

Y, sin embargo, aquí estaba: cayendo y cayendo...

Ella parpadeó y miró hacia otro lado.

Él la había estado observando.

—Entonces... ¿Cuál es tu conclusión, profesora? —preguntó, lanzándole un mote irritante a


Granger para sonar normal—. ¿Completaste la evaluación?

Si hubo alguna irritación por su parte, fue diluida por la diversión.

—¿Tienes familia en Hogsmeade? —preguntó de manera casual.

Draco la vio venir.

—Si estás a punto de sugerir que me parezco a nuestro cantinero...

—Mmm una verruga, anhelando la autoexpresión.

—¡Oye!

—Gracias por quitar los pies de la imagen. Me trajo una claridad real. —Al ver su molestia, ella
miró al cielo—. Deja de buscar cumplidos: sabes que eres muy guapo.

Draco sonrió.

—Nunca me canso de escucharlo.

—Pasaste de ser un pequeño y grasiento hurón. Listo: un cumplido. ¿Estás feliz?

—Sí, tomaré otro, por favor.


—No, eres insoportable.

—Después, pasa los dedos por mi cabello.

—No.

—Sí.

Ella entrecerró los ojos críticamente. Luego sus dedos recorrieron las puntas de su cabello, sólo por
un momento.

Draco no permitía que nadie tocara su cabello. Aquellos que fueron lo suficientemente tontos como
para intentarlo, fueron hechizados hasta ser un tembloroso montón de carne picada. Pero Granger...

Su toque fue breve pero mucho más embriagador que cualquiera de las bebidas que había tomado
hoy.

Ahí estaba su pulso de nuevo, disparándose hacia arriba en otro desproporcionado ataque de
excitación.

—Mediocre —dijo Granger.

Draco resopló como si estuviera dejando pasar el comentario con sublime ecuanimidad.

En realidad, estaba flotando demasiado como para que le importara un carajo.

Granger frunció los labios y pasó los dedos por su cabello de nuevo, cambiando su raya al otro
lado.

—Adecuado, ya sabes. Decente... Un día, encontrarás a alguien que pueda mirar más allá.

Ella estaba conteniendo una sonrisa.

Sus párpados se sentían pesados; su cuerpo se sentía ligero.

Quería corresponder a algún tipo de cumplido burlón, pero no debería hacerlo. Quería decirle que
ella era como el vodka: intoxicante incluso en las medidas más pequeñas y que conducía a errores
de juicio. Quería burlarse de ella sobre cómo comía cerezas, ¿quién mordía las cerezas por la
mitad? Debía ser por su pequeña boca. Quería decirle que, si él había superado su fase de hurón
grasiento, ella había superado con creces sus días de ardilla asustada. Quería hacer suposiciones
sobre por qué su varita estaba empujando cosas contra su ingle.

Pero eso desdibujaría aún más la línea ya indistinta entre burlarse y coquetear, y él no estaba
destinado a coquetear. Estaba destinado a Reprimir. Estaba destinado a permanecer fríamente
neutral, no afectado, distante. Profesional. Ella era su principal.

Él le robó una mirada. Se había dado la vuelta para reanudar su batalla perenne con su cabello. Ella
lo aflojó, él olió el champú, y luego lo recogió en una cola de caballo. Y no miró su nuca, donde se
escaparon pequeños rizos y la piel era de lo más sensible y besable. No estaba mirando el borde
festoneado de su vestido donde se hundió entre sus omóplatos. No estaba mirando la cremallera.

Cierto, pero ¿y si él simplemente se colocase detrás de ella y le deslizara un poco del vestido del
hombro y presionara su boca en ese lugar?

Draco cruzó las manos sobre su regazo. No podía confiar en ellas.


Ella era su Principal.

Se volvió vagamente consciente de que se dirigía al desastre.

Granger, alegremente inconsciente de la agitación causada por la parte posterior de su cuello,


colocó una última horquilla en su lugar.

Arte por la incomparable Nikita Jobson

Luego colocó la pequeña canasta de cerezas entre ella y Draco y se sentó junto a él en el borde del
promontorio, de modo que sus piernas colgaron junto a las de él.

Ellos hablaron. Intentó no mirar su enrojecida boca como una cereza. Trató de no pensar en el
húmedo borde de la botella de sidra que se pasaron entre ellos. Sus hombros se rozaron de vez en
cuando. Sintió el ocasional roce de sus rizos cuando el viento los empujó en su dirección. La brisa
trajo indicios de ella hacia él: sidra, champú y la sal de su piel en el calor del verano.

¿Sería de verdad tan terrible, no reprimir, sólo por ahora? Después de todo, se había ahogado
durante semanas. Sabía que podía hacerlo de nuevo. Podía disfrutarlo ahora y luego, volver
a reprimirlo más adelante, ¿no? Estaría bien ¿verdad? Lo tenía todo bajo control.

Arrojaron sus huesos de cereza a los arbustos debajo del montículo. Granger dijo que algún día
harían una bonita arboleda de cerezos. Draco persiguió los huesos con encantamientos Herbivicus.
Su objetivo era cierto; aquí y allá, debajo de ellos, los huesos de partieron y expulsaron pequeñas y
tiernas hojas. Granger, maravillada, lanzó algunos Aguamenti.

La luz del atardecer se volvió delicada y escurridiza.

Granger se recostó sobre sus manos y suspiró; había satisfacción en ello. Inclusive, felicidad.

Draco sintió su mirada sobre él.

—¿Qué? —preguntó.

—Nada —contestó Granger.

—Dime.

—Es un sentimentalismo alimentado por el vodka.

—Todavía mejor.

Ella eligió sus palabras con cuidado, pero finalmente habló:

—Me alegro de que siguieras con la asignación de protección.

Ahora no estaba bromeando, era sincera.

Draco sintió una espontánea sonrisa cruzar su rostro. Una nueva y desconocida alegría se hinchó
dentro de su pecho.

—¿Sabes? Yo también —dijo Draco.

Ella le dirigió una mirada de soslayo. Había un rubor en sus mejillas, o pudo haber sido lo último
de la puesta del sol.

—Cursi.

—Horriblemente.

Algo bailó en los latidos de su corazón.

Ambos tomaron la última cereza al mismo tiempo. Sus dedos se enredaron.

El toque fue fugaz, apresurado. Cualquier otra cosa sería demasiado dulce.

El aire de la tarde fue el verano atrapado en una brisa: hierba y tréboles aplastados. Un zarapito
cantó.

Y fue hermoso, sentado al lado de Granger, con su brazo tocando el de ella, aquí en la cima del
promontorio, que, en ese momento, se sintió como la cima del mundo.

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Chapter End Notes

¡Hola, hola! ¡Nos vemos muy pronto!


Draco Malfoy: Notable Auror

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Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse

"Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love"

De Isthisselfcare

Beteado por Bet y Eva


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El resplandor post-Granger duró toda la noche en Draco. Cuando regresó a la mansión, deambuló
suspirando y mirando a través de las ventanas. Sonrió vagamente a la nada. Rememoró la parte
trasera de su cuello y en dónde le gustaría poner su boca. Leyó algunas viejas notas en su Bloc. Se
entregó a un delicioso sueño de ella en la biblioteca, presionada contra las estanterías.

Cuando se encontró flotando hacia el jardín de rosas para dar un paseo a medianoche, una actividad
sin precedentes para él, Draco se dio cuenta de que estaba actuando como un imbécil
enamorado.... Otra vez.

Su cerebro, que había estado a la deriva entre esas estúpidas y esponjosas nubes, volvió a caer en
picado a la tierra, donde volvió a instalarse en su cráneo, pero malhumorado, como si hubiese sido
interrumpido en algo importante. Como si hubiese algo remotamente importante entre las cerezas,
los vestidos de verano y «Me alegro de que siguieras con la asignación de protección».

En la entrada al jardín de rosas, Draco giró sobre sus talones y regresó a la mansión. Se encerró en
su estudio, donde paseó, recientemente perturbado.

¿Qué carajos estaba mal con él? Verla fue una mala idea. Lo había hecho muy bien durante julio,
sacando a Granger de su cabeza. El crush había sido casi reprimido en su totalidad. Pero entonces,
en su presencia, el reprimir apenas duró una hora. ¡Una hora!

Eso era preocupante, agravante. A la mierda Theo y sus tonterías sobre que la ausencia alimentaba
al corazón; lo hizo mucho mejor cuando estaba lejos, cuando no podía verla, bromear y que se
burlara de él, olerla, robar miradas a su nuca...

Draco se medio sumergió en otra fantasía antes de darse cuenta.

Bueno, esto se podía reparar. Las próximas vacaciones de asterisco de Granger serían hasta Mabon,
a finales de septiembre; era tiempo suficiente para dejar que esta cosa se desgastara y muriera.

Draco se apoyó contra la chimenea apagada y tamborileó los dedos. Ella era su maldita principal.
Y, lo que era más importante: él era Draco Malfoy. Altamente elegible, perpetuamente
desapegado. No era un idiota enamorado.

Su Bloc vibró. Draco esperó diez minutos enteros antes de revisarlo, durante los cuales caminó en
un estado de agitación, diciéndose a sí mismo que se lo estaba tomando con calma.

De todos modos, no fue Granger quien lo buscó. Y no se sintió defraudado ni en lo más mínimo.
Era Goggin, programando una sesión de entrenamiento para el otro día. Esa sería una excelente
salida para todas esas energías frustradas y locas con las que estaba lidiando.

Draco respondió: «No hay varitas», para asegurarse de que Goggin le metiera un poco de sentido
común.

Al día siguiente, Draco y Goggin se metieron tanta sensatez, que ambos se convirtieron en
filósofos bastante venerables. Eso se vio empañado por un hipo menor: nadie podía entenderlos a
través de sus labios hinchados. El mundo se las arreglaría sin su inefable sabiduría.

Pasaron unos días, durante los cuales Draco lo hizo maravillosamente bien desde una
perspectiva represiva. Granger se convirtió en una mera idea de último momento entre varias
emergencias, misiones y brutales sesiones de entrenamiento.
Draco estaba complacido consigo mismo de nuevo: todo estaría bien.

Su primer contacto con Granger fue iniciado por ella y comenzó con un insulto, lo cual fue
prometedor.

«Estás loco», fue el saludo de Granger.

Draco, que se lo estaba tomando con calma, esperó dos horas antes de responder con: «¿?».

«Acabo de hablar con Hippocrates», dijo Granger.

«¿Quién?», preguntó Draco.

«Hippocrates Smethwyck: el jefe de San Mungo. Me mostró tu carta. ¿De verdad quisiste poner
tantos ceros?».

A Draco le resultó difícil tomárselo con calma cuando había una sonrisa en su rostro.

«¿Superó tus expectativas mi definición de "grande"?».

«"E" para Extraordinario. Estoy debidamente atónita».

«Querías una piscina», dijo Draco. «Eso requería otro cero».

«¡Eso fue soñar despierta!», respondió Granger. Draco casi pudo escuchar su voz tornándose más
aguda. «No me respondiste. Re: Estás loco».

Él no respondió porque su primer impulso fue decirle la verdad: que era un verdadero placer para
él hacer realidad sus sueños ociosos, pero eso fue... Eso fue demasiado «iugh». La verdad era un
empalagoso desastre.

El Bloc volvió a zumbar.

«Estoy sentada en el trabajo tratando de no llorar».

«Mantén la compostura», dijo Draco.

«Gracias por hacer esto», respondió Granger. «Cambiará muchas vidas para bien».

Eso le pareció una fuerte conclusión a Draco, quien decidió no responder nada más. Echó un
vistazo a la conversación y se sintió complacido consigo mismo: fue abrumadoramente neutral.
Bueno, excepto tal vez, por eso de «definición de "grande"», pero eso sólo... sólo era coquetear por
deporte. Ni siquiera hizo la evidente broma cuando ella le escribió que se había quedado atónita.

¿Ves? Todo estaba bien; bajo control. Sin enamoramiento.

Mas tarde esa noche, Granger le envió otra nota, en esta ocasión, invitándolo a cenar para
agradecerle; ella conocía un excelente lugar francés, ¿si él quisiera acompañarla? Draco leyó la
invitación con un estúpido grado de anhelo. Sin embargo, un agradecimiento en persona
presentaría desafíos para Reprimir y también, sin duda, garantizaría otro de abrazos. Cuantos
menos tuviera de esos, menos cretino era.

«Tengo otros planes. No tienes que agradecerme; fue mi regalo de agradecimiento hacia ti», dijo
él.

Granger respondió después de unos minutos:


«Muy bien, dime si cambias de opinión».

No, no iba a cambiar de opinión acerca de cenar con ella.

Sólo soñaría despierto con eso toda la noche, muchas gracias.

Pasaron los días. Smethwyck le envió a Draco los planes para una renovación a gran escala para la
Sala Janus Thickey, según sus instrucciones. Los planes eran notablemente completos y detallados.
Se preseleccionaron arquitectos e ingenieros consultores, en espera de su aprobación, para
replantear la Sala y crear un refugio de última generación para pacientes de atención a largo plazo.
Se delinearon los procesos de consulta, así como los planes para la formación de médicos
especialistas y enfermeras. Se propuso una nueva estructura para colaboraciones e investigaciones
interdisciplinarias centradas en dolencias a largo plazo.

Draco sabía que el aire general de competencia que flotaba en las páginas era atípica en la
administración de San Mungo; olía a Granger.

Se le ocurrió preguntarle, pero no, era más seguro mantener las comunicaciones al mínimo.
Aprobó los planes e hizo arreglos para la transferencia de los fondos.

Rechazó una invitación para asistir a la fiesta de anuncio en San Mungo en honor al
regalo; ella estaría allí. Por lo tanto, dijo que deseaba mantener un perfil bajo y que la nueva Sala
fuera el centro de atención, no él. Pero por favor, emborráchense en champán en su honor.

Después del evento, Granger le envió un mensaje, diciéndole que esperaba verlo ahí, ¿por qué no
había asistido? Draco dijo que estaba ocupado: ya sabes, un mago caníbal en Castel Combe que
comía turistas. Granger contestó que por supuesto, lo entendía.

Cuando llegó el momento de reforzar las protecciones de Granger, Draco deliberadamente eligió
momentos en los que estaría metida hasta los codos en los intestinos de alguien en Urgencias.

En las semanas posteriores, Draco, con creciente desesperación, incluso tuvo citas. Estuvieron
bien, hasta donde llegaron, que no fue demasiado lejos. Las brujas no activaron esa porción
primitiva en su cerebro que solían encender. Esto dio como resultado que Draco actuara como un
perfecto caballero, porque definitivamente no hizo ningún movimiento para acostarse con ellas, o
incluso besarse con nade, pero hizo mucho para mover sillas y abrir puertas -para que pudieran
irse-.

Ningunas tetas fueron rociadas.

Theo le mencionó que su virtuosa conducta fue interpretada como una maduración por parte de sus
conocidos y que todos, y cada uno de ellos, ahora estaban convencidos de que Draco Malfoy había
comenzado en serio la búsqueda de una esposa.

Lo cual fue mejor que la impotencia repentina, supuso Draco. Se resignó a una existencia de monje
(avec paja), porque aparentemente, ninguna bruja en el mundo era lo suficientemente buena para su
pene, excepto una, tal vez, pero él no estaba pensando en ella. Ella no existía, sólo como su
principal bajo protección remota, cuyo corazón ocasionalmente lo llamó a través del anillo.

Pero todo estaba bajo control; estaba bien.

Si Granger notó una retirada de su parte, no hizo ningún comentario. Sus mensajes reflejaron las
suyas: directas y al grano.

Así que agosto se desangró en largos días de septiembre sin Granger.


El otoño llegó de repente después de una noche particularmente fría, convirtiendo los frondosos
jardines de la mansión en un glorioso espectáculo de color.

La Oficina de Aurores estuvo ocupada; una bruja invocó una abominación sobrenatural en
Northamptonshire. Durante las tres noches lunares de cosecha en septiembre hubo una ola de
ataques de hombres lobo cuyo único objetivo pareció ser aumentar las infecciones en la población
mágica. Tonks formó un Grupo Unificado de Aurores Tras los hombres lobos (GUAT)*. Potter,
que dirigía el grupo, le dijo a Draco que tenía un nombre acertado, ya que la mayoría de sus
reuniones consistía principalmente en decir: ¿GUAT? Cuando llegaban noticias sobre nuevos
ataques.

En resumen, todo fue normal.

A medida que avanzaba el mes, Draco comenzó a revisar su Bloc. Con el final de septiembre llegó
Mabon: el equinoccio de otoño.

Granger fue puntual. Unos días antes de Mabon, el Bloc de Draco sonó. Cuando vio que era de
ella, estaba excesivamente impasible, aburrido incluso, y su ritmo cardíaco no se aceleró en lo
mínimo.

Con una especie de indiferencia, leyó la misiva:

«No he hecho nada del trabajo preliminar que debí haber hecho antes de Mabon. El día consistirá
en pasear por el Reino Unido, mirando hongos. Dejo tu asistencia a tu discreción».

«¿Probabilidades de arpías o monjas?», preguntó Draco.

«De bajo a inexistente», contestó Granger. «Visitaré tumbas megalíticas sólo por el exterior, para
examinar hongos».

«Dada tu inclinación para atraer el peligro, esperaría un diluvio de criaturas malignas».

«El único diluvio será una llovizna que difícilmente pueda ser digna de ese nombre», respondió
Granger.

«Bien», dijo Draco. «No iré, pero envíame el itinerario cuando esté listo».

Y por un rato, eso fue todo.

Hasta que, por supuesto, el infierno se desató y Granger perdió todos sus Privilegios para estar a
solas antes de que pudiera comenzar a divertirse.

El infierno se desató un miércoles por la noche. Draco estaba en el campo de Quidditch en la


mansión, persiguiendo la Snitch bajo la lluvia torrencial, cuando su varita resonó con la alarma del
laboratorio de Granger.

En el mismo momento, su Bloc zumbó con una nota de Granger: «Alguien está aquí».

Lo que le informó a Draco que no sólo había alguien curioseando en las protecciones del
laboratorio de Granger, sino que también Granger estaba en el maldito laboratorio. A la media
noche. Sola.

El anillo en su dedo reflejó su miedo. Draco no se molestó en dar explicaciones a sus


desconcertados compañeros de equipo, que le preguntaron groseramente por qué diablos estaba
revisando su maldito Bloc en lugar de atrapar la Snitch.

Justo cuando Draco sacó su varia para desaparecerse, su anillo le quemó. Granger activó la baliza
de socorro.

Nunca antes, Granger había activado la baliza de socorro.

Mierda.

Una descarga de adrenalina y pavor recorrió a Draco, igualando lo que sintió a través del anillo. Se
Desapareció del campo a la mansión y de ahí viajó por red flu a Cambridge. El Salón del Rey
estaba protegido contra Apariciones, por lo que se apareció, de nuevo, justo fuera de sus puertas,
donde golpeó la placa de bronce con su varita hasta que apareció el edificio escondido
mágicamente.

El anillo ardió con creciente urgencia. El corazón de Granger estaba acelerado.

La escoba de Draco todavía estaba en su mano y proporcionó un medio conveniente para subir los
tres pisos hasta el laboratorio de Granger. Mientras doblaba la esquina final a una velocidad
vertiginosa, con el miedo en las venas, se Desilusionó y se lanzó una ráfaga de encantamientos
protectores.

Primero pensó que había perdido al intruso de nuevo. El letrero impersonal en la puerta:
«GRANGER. Toca para llamar la atención». Se cernía sobre su visión. Entonces, se dio cuenta de
los sonidos y movimientos justo fuera de la puerta. Draco detuvo la escoba, su respiración y lanzó
hechizos de revelación no verbal.

Tres figuras desilusionadas aparecieron a la vista. Dos estaban agachados, trabajando en las
protecciones que estaban resistiendo el asalto sin problemas y uno estaba de pie, como centinela.
El guardián no detectó el acercamiento silencioso e invisible de Draco en la escoba.

Granger estaba adentro, a salvo, y eso era lo principal. Ahora, el temor de Draco dio paso al alivio
y al deseo de desmembrar sistemáticamente a cada uno de estos hombres.

El Salón del Rey no permitía Apariciones o Desapariciones dentro de sus muros. Lo cual fue, en
este particular momento, ideal. Draco disparó un silencioso Caeli Praesidium por encima del
hombro, que se expandió en una protección geodésica similar a una jaula, sellando el corredor
detrás suyo. Estos hombres no se irían de aquí por su propia mano.

Tres tipos malos contra un solo Draco. Tenías que sentirte mal por ellos.

Arrojó un Aturdidor al que estaba parado como centinela, luego lanzó un Finite para librar a los
demás de su Desilusión y entonces el juego comenzó. A juzgar por la avalancha de hechizos
enviados a su dirección de los dos magos restantes, el alto fue el duelista más experimentado y el
calvo nervioso era de gatillo fácil.

Draco, todavía Desilusionado, se aplastó contra una pared y lanzó dos aturdidores, desviados por el
tipo alto. Logró el suficiente contacto visual con el calvo para hacer un poco de Legeremancia, que
le informó que una maldición asesina se avecinaba. Giró en la escoba y flotó hacia el techo cuando
la maldición brilló verdosa donde había estado con anterioridad.

Una maldición asesina tan pronto era inusual y también, totalmente antideportiva.

Subió las apuestas; nada de jugar limpio, no más aturdidores.


Draco cortó el brazo de la varita del hombre calvo por su descaro. Entre gritos y chorros de sangre,
evaluó al mago alto. Su intento de Legeremancia fue bloqueado por una Oclusión de nivel novato,
apenas evitó que descifrara el próximo movimiento del mago a esa distancia.

El alto lanzó un Confringo por el pasillo, demasiado grande para esquivarlo, lo que obligó a Draco
a lanzar un Protego y revelar su ubicación aproximada.

—Ahí estás, bastardo —siseó Alto y lanzó otro.

Este explotó contra la protección de Draco al final del pasillo.

—Nos ha encerrado, maldita sea —jadeó Alto ante eso.

El mago calvo acunó su muñón ensangrentado contra su pecho, tomó su varita con la otra mano y
se puso de pie. Un vistazo a su mente le informó a Draco sobre otro Avada Kedavra inminente.

La segunda maldición cortante de Draco dejó a Calvo con doble amputación.

Cuando los gritos comenzaron de nuevo, Draco dijo:

—Si yo fuera tú, lanzaría un hechizo refrescante sobre las extremidades amputadas, ya sabes... Para
que puedan volver a unirlas.

El alto entró en pánico, pero tuvo la cordura de volver a Desilusionarse. Entre los gritos de Calvo,
él y Draco intercambiaron hechizos de diversa maldad y legalidad, cada uno buscando una
debilidad en las protecciones del otro.

El mago alto era experto en hechizos defensivos y desviaciones. Draco se acercó a él con la
esperanza de poder lanzarle un encantamiento más cercano.

Draco lanzó otro Finite, liberando a su oponente de su Desilusión mientras mantenía el suficiente
contacto visual para otro intento de Legeremancia. En este rango más cercano y con un empujón
más poderoso, vislumbró un Bombarda.

Levitó el aturdido cuerpo del centinela frente a él para recibir la peor parte. Los duelistas nobles
eran duelistas muertos y Draco no pretendía ser ninguna de esas cosas.

El mago alto maldijo mientras veía incinerarse a su colega. Mientras tanto, los gritos de dolor de
Calvo resonaron por todo el pasillo y francamente, eran una distracción.

—Shh —dijo Draco, parándose detrás suyo y silenciándolo a quemarropa.

El calvo se derrumbó, agarrándose la garganta convulsa.

Draco fue golpeado con un Finite, lo cual estuvo bien, ya no le importaba que supieran quién
estaba a punto de acabar con ellos.

El alto pasó a Draco, corriendo hacia la salida. Fue repelido por las protecciones y lanzado hacia
Draco.

Ahora, demasiado aterrorizado para recurrir a las Imperdonables, levantó su varita, con una
maldición asesina en los ojos. Draco escupió un Immobulus, congelando el brazo con la varita del
hombre en su trayectoria ascendente. La maldición asesina se estrelló en un resplandor verdoso
contra el techo.

Alto jadeó:
—Tú mal... —Pero la maldición de asfixia de Draco lo golpeó en el cuello. Cayó de rodillas,
agarrándose la garganta.

Draco se enderezó la túnica. Las protecciones estaban intactas y Granger estaba a salvo y ahora se
sentía como una buena oportunidad, largamente esperada, para obtener algunas malditas
respuestas.

En general, Draco se adhería, más o menos, a los protocolos estándar de interrogatorio de los
Aurores, pero esta noche, no tenía tiempo. Tiró hacia atrás la cabeza del mago que se asfixiaba, le
abrió los ojos a la fuerza y se sumergió en su mente.

La Oclumancia del hombre opuso poca resistencia en su estado semiconsciente. Draco empujó a
través de sus recuerdos, siguiendo la corriente de pensamientos que lo habían llevado a la puerta de
Granger esta noche. Este hombre, quienquiera que fuese, era un peón: recibió una orden de una
sombría figura en una habitación oscura y no supo nada más allá de sus instrucciones. Debería
irrumpir en el laboratorio de Granger y «confirmar lo que estaba haciendo la chica». Draco pasó un
momento demasiado largo en ese recuerdo, tratando de ubicar la voz áspera.

El calvo había recibido instrucciones del alto, por lo que era todavía más inútil.

El centinela era el más inservible de todos, estando muy muerto y despidiendo un tufo a puerco
quemado.

Malditamente inútil. Draco aturdió a los sobrevivientes con un vigor innecesario, directamente en
el pecho. Las extremidades cortadas del calvo fueron colocadas bajo un hechizo de estasis.

Draco envió un Patronus a Goggin, Tonks y al servicio de Medibrujas. Tres aristocráticos borzoi,
altos y plateados, salieron de su varita y se alejaron corriendo.

Caminó hacia la puerta del laboratorio y eliminó las protecciones. Unos cuantos pasos lo llevaron
hacia la puerta de la oficina de Granger, la cual golpeó.

—¿Estás ahí? Responde o derribaré la puerta.

La voz temblorosa de Granger inquirió:

—¿Qué tipo de pastel comiste en Tyntesfield?

Hubo cierta tranquilidad en que ella estaba lo suficientemente bien como para verificar que Draco
realmente era Draco.

—Semilla de amapola.

Granger abrió la puerta, varita en ristre con el brillo blanco de un Protego esperando en su punta.
Parecía pálida, pero por lo demás, ilesa. Sus ojos eran enormes y ensombrecidos por el estrés.

Draco luchó contra un repentino y salvaje impulso de levantarla y estrujarla.

Era la adrenalina, obviamente.

—Eran... —comenzó Draco.

—Lo sé —dijo Granger, levantando su móvil—. Lo vi todo.

El informe de Draco se interrumpió.


—¿Qué?

—Tengo una cámara en el timbre de la puerta —dijo Granger. La pantalla de su móvil brilló;
mostraba el corredor, ahora silencioso, un arco de sangre rociado a través de la pared y el cadáver
quemado que era visible, desplomado contra el rodapié.

Granger miraba a Draco con los ojos muy abiertos.

—Ah —dijo Draco.

—¿Están...? ¿Están todos muertos?

—Sólo uno; atrapó un Bombarda.

—¿Qué querían de mí? —la voz de Granger era débil.

Ella estaba conmocionada; parecía frágil frente al escritorio repleto, con sus brazos envueltos
alrededor de su abdomen, los labios pálidos.

Draco quiso abrazarla de nuevo.

—Tenían instrucciones para confirmar lo que estás haciendo —dijo Draco.

Granger lo miró a los ojos. Los de ella contenían alarma, conmoción, preocupación.
Probablemente, su mirada era un espejo.

—Mierda —exhaló ella.

—Sí —contestó Draco—. Sea lo que fuere que preocupaba a Shacklebolt, finalmente está
sucediendo. Vámonos.

—Pero... ¿¡Cómo!? —Granger estaba reuniendo algunas cosas en sus bolsillos, incluyendo partes
de sus computadoras—. ¿Y a dónde vamos?

—Fuera de aquí. Las protecciones resistieron, pero nunca más estarás sola aquí de nuevo.
Necesitamos hablar.

—¿Mi casa?

—Está bien por esta noche, pero saben dónde vives.

Goggin, Tonks y las mediburjas llegaron con segundos de diferencia. Sus pasos resonaron en los
tres tramos de escaleras que conducían al laboratorio de Granger y aparecieron por el pasillo.

—Hola, hola, hola —saludó Tonks, observando la carnicería—. Un pequeño duelo de medianoche
después del Quidditch, ¿verdad? —preguntó en cuando vio el vestuario de Draco.

—Por eso olí tocino —dijo Goggin, empujando el cuerpo del centinela con su bota.

La medibruja en jefe hizo una mueca y dijo que no había mucho que pudiera hacer por eso, pero
que lo recogería para una autopsia. Los otros dos fueron sacados en camillas flotantes, a las que
Goggin agregó correas bastante desagradables en caso de que despertasen. Los siguió.

Tonks vio a Granger y voló hacia ella, agarrándola por los hombros y preguntándole si estaba bien.

—Sí, estoy bien. Malfoy llegó en un minuto —dijo Granger mientras Tonks estrujaba
alternativamente entre su rostro y sus manos.

—¿Estás segura? ¿No te hirieron? ¿Nadie entró?

—No, las protecciones aguantaron maravillosamente, estoy bien, de verdad, Tonks.

—Bien, genial, excelente. —Tonks palmeó las mejillas de Granger por última vez y se giró hacia
Draco—. ¿Tuviste oportunidad de echarles un pequeño vistazo?

Estrictamente hablando, los Aurores no debían realizar interrogatorios sin seguir procedimientos
específicos sobre sospechosos bajo custodio. Sin embargo, a los practicantes de Legeremancia se
les permitió usarla durante un tiroteo. Si recogieron algo útil durante eso, era un bonus afortunado.

—Sólo un vistazo —dijo Draco—. Fueron instruidos para confirmar en qué estaba trabajando
Granger. Valdrá la pena hacer una inmersión más profunda. El más alto tuvo una conversación con
alguien, había algo en su voz... Tan malditamente familiar... Pero no pude ubicarlo...

—Personalmente los interrogaré —dijo Tonks y su cabello se convirtió en un siniestro mohicano


color rojo sangre—. Les diré en cuanto obtenga algo. Hermione, dios mío, pareces a punto de
desmayarte.

—Malfoy estaba a punto de llevarme a casa —dijo Granger.

—¿A casa? —Tonks arrugó la nariz—. No me encanta casa. Sospechamos que alguien ya estuvo
hurgando ahí, ¿no?

—Me quedaré con ella durante la noche —dijo Draco—. Entonces podremos hacer otros arreglos.

—¿Otros arreglos? —preguntó Granger mientras él y Tonks la conducían escaleras abajo.

—Estoy pensando en una casa de seguridad, hasta que entendamos lo que está pasando y
encerremos a los responsables —contestó Tonks.

—Pero tengo que...

—Nos esforzaremos por lograr una mínima interrupción en tu trabajo y en tu vida —la interrumpió
Tonks. Su tono, aunque amistoso, no admitía la réplica.

Granger parecía resignada. Fue difícil montar una objeción cuando la evidencia de que los malos
buscaban dañarla estaba salpicada por toda la pared con sangre.

Tonks se giró hacia Draco.

—Ahora que hicieron un movimiento, quiero protección de Auror las 24 horas del día para ella, en
persona. Cuando no estés disponible, haz los arreglos necesarios. Puedo prescindir de Weasley
cuando sea necesario, también de Goggin y Humphreys.

—Entendido.

Salieron del Salón del Rey. El patio del Trinity brilló con un suave rocío bajo la luna menguante de
septiembre.

—Finalmente han comenzado a mostrar sus cartas —dijo Tonks, tocándose el labio—. Veamos qué
puedo descubrir de nuestro amigo Manco y Compañía esta noche. Hermione: tómate una taza de té
o algo más fuerte, por favor. Bueno, tú eres la sanadora, sabes cómo tratar un shock.
Con eso, Tonks levantó su varita, giró sobre sus talones y Desapareció.

Draco le tendió el codo a Granger.

—Vámonos.

Sus ojos todavía estaban muy abiertos, ella vaciló por un momento y luego tomó su brazo. Se
empujaron juntos cuando él giró Desapareciéndolos. Creyó sentirla estremecerse.

Se materializaron en la oscuridad de la cocina de Granger. Ella lanzó un Incendio a la chimenea y


encendió algunas luces muggles.

Luego se pararon en medio de la cocina y se miraron; había tensión al respecto.

Draco tenía un montón de cosas burbujeando, queriendo ser dichas: que había sido un maldito
alivio verla ilesa, que nunca volvería a trabajar sola, que si el interrogatorio de Tonks no rendía
frutos, él, personalmente, exprimiría las mentes de los sobrevivientes hasta obtener la última gota
de información...

Granger tenía una mano entrelazada con la otra, una señal de que ella también tenía cosas que
decir.

—Graci... —comenzó Granger justo cuando Draco dijo:

—Yo...

Ambos se quedaron en silencio, esperando a que el otro hablara.

Granger dijo:

—¿Querías tú...?

Y Draco dijo:

—Tu...

Nuevamente se interrumpieron y se quedaron en silencio. Granger se retorció las manos de nuevo,


exasperada.

—Por amor de dios, ¡habla!

—¿Cuál es tu protocolo para tratar el shock?

—Eh... Bueno, hay varios tipos de shock, así que...

—Psicológico.

—¿Mágico o muggle?

—Mágico.

Granger recitó una lista, contando con los dedos:

—Inmediatamente, eliminación del estímulo que provocó el shock. Una bebida de opimum
tranquillitas: excelente para la angustia emocional, la agitación psicomotora y los trastornos de
pánico. Y por supuesto, tranquilidad.
—Correcto —dijo Draco—. Comencemos con eso, luego podemos hablar. ¿Tienes opimum
tranquillitas en casa?

—¿Para mí?

—Sí —contestó Draco, hurgando en las plantas que crecían en el alféizar de la ventana.

—Es el de hoja ancha, pero yo estoy bien.

—No, tú no estás bien. Has vuelto a ser el cadáver de Veela, sin el cabello.

Granger miró el costado de una brillante olla y exhaló un grito ahogado al ver su reflejo.

—¡Oh por dios! Pondré la tetera al fuego, ¿está bien?

Sus manos temblaban.

—¿Y tú? —preguntó Granger mientras hervía el agua. Su mirada recorrió su rostro—. Supongo
que no eres inmune... Este tipo de cosas deben provocarte algo.

Draco, quitándose los guantes de Quidditch, se encogió de hombros con fingida indiferencia. No
tenía ningún interés en informarle que, en realidad, su enloquecida carrera hacia ella estuvo
marcada por un profundo temor y algo cercano al pánico.

—No lograron darme, a parte de un Finite. He visto peores cosas.

Le pasó unas cuántas hojas para la infusión. Olían fuertemente a menta cuando se hundieron en el
agua caliente.

—¿Debería ofrecerte una taza? —preguntó Granger.

—Adelante, entonces —dijo Draco mientras el olor flotaba hacia él.

Granger vertió la tisana en dos tazas y se sentaron en la mesa de la cocina.

Ella todavía lo observaba con esa mirada de ojos enormes.

De todas las cosas que Draco quería decirle, preguntarle sobre eso parecía ser la menos arriesgada.

—¿Por qué me miras como si quisieras vomitar?

Granger no parecía saber muy bien hacia dónde mirar.

—Yo... Eh... Supongo que estoy un poco desconcertada, después de haberte visto en acción contra
esos hombres. Fuiste... —Buscó la palabra por un momento—. Bastante despiadado.

—Cuando alguien usa una maldición asesina que no se puede bloquear al inicio, no lanzas
Aturdidores.

—Oh, sí —coincidió Granger, enderezándose y asintiendo. Comenzó una especie de parloteo


nervioso—. Supongo que quiero decir que... Que nunca te había visto así. Te he conocido
principalmente como... como una espina en mi costado que aparece cuando no es bienvenido y
hace comentarios. Sabía, conceptualmente, que eras un excelente duelista, pero es otra cosa verlo.
¿Sabes? Me... Me hizo recordarlo. Fue impresionante. Eras aterrador, pero estoy... estoy muy
agradecida. Giré el anillo y no tenía idea de si vendrías. Y entonces estabas ahí. Y había sangre por
todas partes y yo estaba a salvo. Así que... Gracias. Voy a dejar de hablar ahora. ¿Quieres
más opimum? Creo que necesitamos más opimum. Haré un poco más, ¿está bien?

Granger no esperó su respuesta y se puso de pie para ocuparse con la planta y la tetera. Estaba
nerviosa y trastornada. Derribó el colador.

El último paso en el protocolo de Granger había sido «Tranquilizar». Draco supuso que podía
intentarlo.

Se paró a su lado en la encimera y detuvo sus manos con las suyas. Granger se estremeció ante su
toque y lo miró, confundida.

—Ahora, voy a intentar «Tranquilizar» —declaró Draco.

Fue lo correcto por decir. Granger soltó una pequeña e inesperada carcajada.

Terriblemente trillado el cómo se había perdido ese sonido.

La incómoda tensión, las barreras del distanciamiento, se perdieron.

—Entonces adelante —dijo Granger con una perpleja sonrisa en las comisuras de su boca.

—Las mentes de los malos que atrapamos esta noche serán estrujadas hasta conseguir el último
ápice de información que tengan, consciente o inconscientemente.

Granger asintió.

—Y luego averiguaremos quién los envió y los atraparemos. Y podrás continuar tu investigación
sin obstáculos.

—Gracias.

—Las protecciones aguantaron y estás a salvo.

Ella asintió de nuevo.

Pudo haberlo dejado hasta ahí. Pero tenía algo más por decir. Su agarre se retorció alrededor de sus
manos.

—Y... Necesito que sepas algo.

—¿Sí?

—Siempre vendré por ti cuando gires ese anillo.

Su voz lo traicionó; se puso ronco.

Granger no esperaba esa sinceridad, en realidad, parecía devastada por ella. La sonrisa se había
esfumado y ahora parecía que quería llorar.

Se soltó de su agarre y presionó el dorso de su mano contra su boca.

—Lo siento, yo... sólo...

Hubo silencio, luego una larga inhalación y Granger miró al techo.

Se dio la vuelta y se derritió en sus brazos.


Arte de Anastraa

Ah, él había deseado esto. Una parte distante de su cerebro dijo « finalmente, maldita sea». No
hubo incomodidad en esta ocasión; sus brazos sabían exactamente qué hacer. La tomó, la apretó y
la sostuvo contra su pecho. Escuchó y sintió su respiración entrecortada mientras luchaba contra
las lágrimas. Él murmuró algunas cosas: que estaba bien llorar, que su laboratorio había sufrido
una violenta intrusión y que eso fue angustiosamente horrible, que la conmoción y el miedo eran
reacciones muy normales.

¿Podía ella escuchar a su corazón latir en su pecho? Todavía traía puesto su equipo de Quidditch y
probablemente apestaba. ¿Por qué ella se sentía tan frágil? Su aliento era cálido, sus brazos fueron
una dulce presión alrededor de sus costillas. La sensación de su cabeza presionada contra la suya
fue indescriptiblemente preciosa. La sensación de su pecho, expandiéndose y contrayéndose entre
sus brazos mientras respiraba fue algo raro y digno de ser atesorado.

Era placer y miseria abrazar a Granger. Rompió todas las fortificaciones que había creado en el
último mes con un estallido cristalino. Lo hizo querer decir cosas, soltar cosas, decirle que la había
extrañado y que quería... Que quería estar más con ella, lo que sea que eso significara; que
estaba Reprimiendo cosas porque no quería ser parte de esas cosas, pero aún así existían, un
revoltijo indescriptible, turbulento e indecible; que esas cosas lo atormentaban en las primeras
horas de la noche, cuando el mundo estaba tranquilo y él estaba a solas con sus pensamientos; que
no diría nada de eso, porque tenía demasiado miedo de arriesgar lo que tenían en este momento...
Este baile en puntillas, este equilibrio.

Él no podía decirle, no era el momento. Y además se arriesgaría; cambiaría las cosas. Y amaba lo
que sea que fuera, en este momento, más de lo que odiaba la sensación de que no era suficiente.
Arte por Nikita Jobson

Placer y miseria, miseria y placer. Los latidos alternaron con su pulso: uno de alegría, dos de
tristeza, uno de alegría, dos de tristeza.

La respiración de Granger se hizo más lenta, la tensión se disipó. Ella suspiró contra él y sus brazos
se aflojaron alrededor de sus costillas y sus manos se metieron en su pecho y él sufrió, y él quería
volar.

Draco felizmente se habría quedado ahí por un eón, abrazándola. Fue Granger, bendita y maldita,
quien lo terminó.

Ella no había llorado, sin embargo, le dijo con voz tensa, evitando mirarlo:

—Necesito un momento. —Y salió de la cocina.

Draco escuchó un grifo abierto.

Dio unas zancadas para despejarse la cabeza, pasándose las manos perturbadas por el cabello.

Se bebió la tisana, ahora tibia, deseando que estuviera enriquecida con unos cuantos tragos de
whisky. Extendió una agradable sensación de adormecimiento por su garganta y sus extremidades;
suficientemente cerca.

Estaba tranquilo; estuvo bien.

Granger regresó. Algunas gotas de agua permanecieron en su rostro de su visita al baño. Su moño
había sido rehecho; más alto, más apretado.
—Correcto —dijo Granger, regresando a su asiento con energía renovada.

Parecía como si hubiese agotado su límite de emociones del día y no tuviera más para dar y
además, había cosas por discutir.

Se bebió la mitad de su tisana, alejó la taza y preguntó:

—¿Cómo supieron esos hombres sobre mí? ¿Por qué mi laboratorio? No he dicho nada, tampoco
he publicado nada. Soy, para todos los demás, una académica terriblemente poco interesante
metida en mi propio trasero en investigación abstrusa. Entonces, ¿cómo?

—No tengo una respuesta —dijo Draco—. Lo que quiero sabes es quién. ¿Quiénes son la
población por la que Shacklebolt estaba tan preocupado? Porque eran ellos, en tu puerta.

—No debería importar —dijo Granger. Parecía irritada, un excelente indicador de que se sentía
mejor—. No deberían saberlo. ¿Cómo lo saben?

—No importa el cómo. Ellos lo saben. Pásame la mano.

—Te prometo que no necesito más «Tranquilizar» —contestó Granger, apartando la mano.

—Voto Inquebrantable —respondió Draco.

—Pero...

—Te dije que si había otro incidente, necesitaría saberlo. Y eso fue más que un incidente: fue un
descarado y maldito allanamiento. Esto ya no es una reacción exagerada de Shacklebolt: es real.

La mirada de Granger era una mezcla de turbulenta preocupación, ira, impotencia y frustración.

Draco volvió a extender la mano.

Ella suspiró.

—Está bien, está bien. Pero debes prometer que harás lo que dijo Tonks: sobre las interrupciones
mínimas. No seré encerrada y alejada de mi trabajo; es demasiado importante.

—Lo prometo.

—Sé que te vas a poner todo... Todo...

—¿Todo qué? —preguntó Draco cuando ella se quedó estancada al final de la oración.

—No sé... —Granger parecía ansiosa—. Exagerado, celoso...

—Tonterías, soy la definición de mesurado. Dame la mano.

—...Acabas de quemar vivo a un hombre.

—Yo no lo quemé.

Granger hizo un sonidito de frustración.

—Mano —repitió Draco.

Con aprehensión, Granger le tendió la mano; la que tenía el anillo. La tomó entre las suyas; era
delicada y cálida.
Draco apuntó su varita a las manos unidas y murmuró el encantamiento del Juramento.

Hilos de oro emanaron de su varita y se abrieron paso alrededor de sus manos en hipnóticas
espirales. Sintió que la magia se apoderaba de él, una especie de presión en la garganta y las
palmas de las manos, prometiendo supresión mágica si intentaba transmitir el secreto al resto del
mundo.

Miró a Granger a los ojos: era el momento.

Ella tomó aire y, para sorpresa de Draco, en medio de la preocupación en su mirada, vio una
tranquila y firme confianza.

—¿Estás listo? —preguntó Granger.

—Sí.

Granger inhaló.

—Voy a curar la licantropía.

**~**~**

Vocabulario y otras anotaciones:

*GUAT: Werewolf Task Force (the WTF)

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Draco Malfoy: imbécil literal
Chapter Notes

:Tema pesado por naturaleza, aunque traté de mantenerlo legible y no demasiado


técnico. ¡Muchas gracias a Anastraa por prestarme su experiencia en inmunología para
este capítulo!

Se debe culpar/agradecer a NikitaJobson por la breve escena de Draco en la ducha, ¡ya


que no puedo tener suficiente de sus Dracos en la ducha!

See the end of the chapter for more notes

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Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse

"Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love"

De Isthisselfcare

Beteado por Bet y Eva

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**~**~**

Granger, como siempre lo hacía, había enunciado perfectamente claro. Y, sin embargo, Draco se
encontró procesando su oración con dificultad.

Pero ella aún no había terminado.

—La licantropía, para empezar, porque es ahí donde los resultados han sido mayormente
prometedores. Pero, eventualmente, también podría ser el vampirismo. Y puede que sea capaz de
revertir el Beso del Dementor en víctimas recientes.

Draco sintió cómo su boca se abría. La cerró inmediatamente.

Granger lo miró con aprensión:

—Así que… Tampoco es una panacea.

—Mierda, Granger.

—Bastante

—Explícate.

Granger parecía demasiado cansada como para asumir su habitual aire de profesora. Tomó una
bocanada de aire y pareció ordenar sus pensamientos.

—Estas enfermedades han sido la bête noire de los sanadores durante siglos y siglos: son
incurables y, a menudo, mortales. En las últimas décadas, la medicina muggle ha logrado
increíbles avances en terapias dirigidas a sus propias enfermedades “incurables”. Los médicos
muggles han desarrollado algo llamado inmunoterapia, el cual utiliza al propio sistema
inmunológico del paciente para combatir ciertas condiciones. De eso trató mi presentación en
Oxford, ¿te acuerdas? Bueno, para simplificarlo, estoy aplicando ese concepto a las enfermedades
mágicas. Mi tratamiento imitaría la acción de los anticuerpos, enfocándose en enfermedades
mágicas específicas.

Granger miró los hilos dorados que todavía emanaban de la varita de Draco, para comprobar que
seguía siendo seguro revelar los detalles.

—En pocas palabras, ayudaré al sistema inmune del paciente a crear su propia respuesta a las
células infectadas. Será un largo tratamiento: dos o tres años de infusiones, cada quince días; pero,
paulatinamente, el cuerpo del paciente aprenderá a combatir la enfermedad. Y, con suerte,
erradicarlo por completo. Un día, habrá pacientes de licantropía en remisión. No más poción
matalobos, no más transformaciones.

Draco se recostó y trató de mantener sus ojos en su cabeza. Granger estaba curando una condición
que había plagado al mundo mágico durante siglos y siglos. Ella era brillante; sobresaliente; una
leyenda absoluta. Estaba en el mismo nivel que Merlín, Cerridwen y Circe; debería estar en un
cromo de rana de chocolate.

—Deberías estar en un cromo de rana de chocolate… —dijo Draco, ya que ése fue el menos
ridículamente efusivo de sus pensamientos.
—Ya estoy en un cromo de rana de chocolate —dijo Granger.

—Es verdad. —Draco la miró fijamente—. Entonces, ¿a qué se debe todo este galimatías?

Granger lo estudió para calcular hasta qué punto necesitaría simplificarlo.

—El tratamiento se dirige a las células enfermas e interrumpe sus funciones para que pasen hambre
o mueran. Pero se necesita una especie de suero para dárselo a las células y unirlas. Sanitatem fue
una base perfecta para ese suero; también ayudará a proteger a los pacientes de algunos de los
efectos secundarios más duros: el tratamiento es particularmente agresivo para el sistema
endocrino y puede desencadenar tormentas de citoquinas. Sin embargo, el Sanitatem regular no era
lo suficientemente poderoso por sí mismo. Hay una especie de… una especie de Proto-Sanitatem
que he estado luchando por recrear durante el último año: son los mismos ingredientes, sólo que
mil veces más potentes mágicamente. El agua del Pozo Verde en Imbolc en lugar de agua bendita;
la sangre de un dragón antiguo recolectada en Ostara, en lugar de sangre normal de dragón; una
reliquia osificada de una santa tomada durante el solsticio en lugar del hueso de un humano…

Granger movió sus manos todavía unidas para que descansaran sobre la mesa; su brazo debía haber
estado cansado; esto significaba que estaban tomados de la mano sobre una mesa; lo cual estaba
bien y no significaba absolutamente nada.

Draco volvió a enfocar su atención al juramento mágicamente exigente y a las palabras


intelectualmente exigentes de Granger.

—El texto original con la fórmula del Proto-Sanitatem se perdió a lo largo de los siglos, pero
existen referencias aquí y allá. Revelaciones contenía la mayoría de los fragmentos, pero eran
terriblemente vagos: fue escrito por una herbolaria y filósofa que estaba transcribiendo lo que
parecía ser una tercera versión a mano de otro lugar, y su enfoque estaba en la flora y los hongos
de los lugares sagrados. Había muy poca descripción que me ayudara a identificarlos. De ahí mi
travesía por todo el país: mis vacaciones en Mabon consistirán en visitar dólmenes que han
registrado colonias de Agaricus aureum y Agaricus silvaticus, porque eso fue lo que más la
intrigó… ¡bendita sea ella!

Granger terminó su tisana ahora fría.

—La luz está al final del túnel: sólo quedan Mabon y Samhain. Cuando haya sintetizado las
primeras dosis del tratamiento, estaré lista para pasar a la fabricación. Ahí fue donde entraban
Larsen y su laboratorio: produce medicamentos de inmunoterapia y tiene un excelente
conocimiento sobre los bio-mecanismos de las enfermedades, y tiene las instalaciones para la
producción en masa. Pero desapareció completamente del mapa. Tendré que buscar a otro
colaborador con, ya sabes, los montones de tiempo libre que tengo. Creo que podría intentar
sintetizarlo a menor escala en mi propio laboratorio, tal vez lo suficiente para los ensayos
clínicos…

Granger se calló, observando el remolino de hilos dorados del Juramento entre sus manos.

—Creo… Creo que eso es todo —dijo ella, su mano temblaba contra la de Draco.

—Bien —contestó Draco. Miró a Granger medio aturdido por un momento y luego dijo
—. Secretum Finitur.

Una cinta final de luz dorada emanó de su varita, envolviéndose alrededor de sus manos y luego
viajó por el brazo de Draco, atravesando sus labios antes de desaparecer. Su lengua se sentía
pesada y había una nueva sensación de restricción en sus manos. Se desvanecería en unas pocas
horas, pero fue un recordatorio físico de que ahora estaba hechizado.

Dejó escapar un profundo suspiro y dejó su varita.

—Debes estar exhausto —dijo Granger, mirándolo—. Ese hechizo es difícil de mantener por
mucho tiempo.

—Es un verdadero cabrón.

—¿Quieres una pócima de reabastecimiento?

—Está bien —dijo Draco, dejando a un lado la valentía. Parecía más sabio no estar mágicamente
fatigado cuando Granger había sido un blanco activo hoy.

Ella hizo flotar un vial en sus manos desde un depósito de botellas escondido contra el salpicadero.
Draco bebió la mezcla amarga de un solo trago.

Una vez que el primer impacto sobre descubrir la verdadera naturaleza de la empresa de
investigación de Granger se estaba desvaneciendo, podía pasar a preocupaciones más apremiantes.

Ahora entendió, la mezcla de deleite y pánico de Shacklebolt y, en ese momento, ni siquiera habían
tenido un resurgimiento de hombres lobo en proceso.

De repente, Draco ubicó la voz áspera que había escuchado en la memoria del intruso.

No la había escuchado en quince años.

—Mierda —dijo, sentándose y pasándose una mano por el cabello—. Sé quién les dio
instrucciones a esos hombres: es el maldito Fenrir.

Granger palideció.

—¿¡Greyback!?

—Sí.

—¡No! No… No puede ser. Ha estado muerto durante una década.

—Presuntamente muerto. Tenemos informes de avistamientos ocasionales en Argentina, Bolivia,


Perú… Sin fundamento. Pero era él, hoy, en la memoria de ese mago. Mierda… Y aquí hay más
mierda sobre eso: ha habido un incremento en los ataques de hombres lobo en todo el Reino Unido.
El DALM nos hizo mantenerlo en secreto mientras investigamos.

—¡¿Ha habido un qué?! —exclamó Granger saltando repentinamente de su asiento y chocando con
las rodillas de él—. ¿Por cuánto tiempo ha estado sucediendo esto?

—¿Cuándo fue la luna de la cosecha? ¿Hace una semana? Y luego hubo esa ola de infecciones en
infantes en el Distrito de los Lagos hace unos meses, pero atrapamos al individuo responsable. Al
menos, pensamos que lo habíamos hecho.

Las manos de Granger estaban presionadas ansiosamente contra su boca.

—¿Estás pensando que Greyback ha regresado, y de alguna manera ha oído hablar de mi proyecto,
y está infectando deliberadamente a más personas como una especie de contramedida? ¿Venganza?
¿Advertencia?
Draco se levantó y comenzó a caminar.

—Siempre ha tenido un placer enfermizo en propagar su enfermedad a tantos inocentes como sea
posible. Si ese viejo idiota lobuno sospecha que estás trabajando en una cura de buena fe para la
licantropía, y él está de vuelta en suelo inglés, tenemos un verdadero motivo de preocupación.

Con lo cual, quería decirle que estaba genuinamente, malditamente preocupado por el continuo
bienestar de Granger.

Granger estaba pálida.

—¿Shacklebolt sabe sobre los ataques?

—Es el caso de Potter, pero creo que no. Robards, quien dirige el DALM, quería ver si se trataba
de algo aislado, como el mordedor de niños en el Distrito de los Lagos. Shack se va a desmayar.

Granger gimió y presionó sus dedos en su frente.

—Lo hará. Ya estaba demasiado preocupado por mi seguridad cuando el tratamiento era hipotético
y los hombres lobos eran una amenaza desorganizada e inexistente que no tenían idea de lo que
estaban haciendo. Pero ahora lo saben, y… ¿Greyback está de regreso? Shacklebolt estará
frenético, querrá medidas ridículas de protección… Me va a querer encerrar.

Su voz se había vuelto ansiosa y tensa. La mirada que le lanzó a Draco habló de un temor de hacía
mucho tiempo y concluía en que él también la presionaría para encerrarla. Ahora comprendió su
reticencia a decirle algo, porque los impulsos surgieron con este nuevo conocimiento sobre lo que
estaba haciendo… Impulsos sobre obligarla a esconderse y, sí, de encerrarla: secuestrarla lejos, a
kilómetros de aquí, a continentes de distancia y asegurarse de que Greyback nunca tendría la
oportunidad de hacerle daño.

Mantenerla a salvo siempre había sido la finalidad, pero la importancia vital de eso ahora lo
estrujaba como un dolor agonizante, como un miedo ineludible… Era enfermizo.

Los tres hombres en su laboratorio habían sido un mero anticipo de lo que estaba por venir. E
incluso entonces, había estado cerca. ¿Y si hubiesen logrado romper las barreras, pensando que el
laboratorio estaría vacío a medianoche y se encontraran con Granger ahí? ¿Con ese pendejo usando
la maldición asesina a voluntad y ella, encerrada en esa pequeña oficina, sin ningún lugar a dónde
escapar? Habría muerto en un segundo.

Sí. Draco también quería encerrarla.

Debió haber visto un destello de eso en sus ojos, porque se sentó y la ansiedad fue reemplazada por
un repentino fuego.

—Encerrarme no es una opción. Debo terminar mi trabajo y me prometiste interrupciones


mínimas.

—Sé lo que dije, pero tu seguridad es primero. No sabía que era el maldito Greyback.

—Si el objetivo de Greyback es contrarrestar mi cura con infecciones, debemos


contrarrestar eso con el tratamiento. Debo continuar sin interrupciones. Me niego a priorizar mi
seguridad en detrimento de potencialmente miles de inocentes. Me niego.

—Si mueres, están jodidos de todos modos.


Incluso Granger tuvo que reconocer la validez de ese argumento, lo cual afirmó con un suspiro,
dejando caer su cabeza entre sus manos.

—¿Cuánto tiempo más tardarás para terminar de desarrollar tu tratamiento? —preguntó Draco.

—Si todo va de acuerdo con mis modelos predictivos, debería estar listo, para comenzar los
ensayos clínicos, en diciembre.

—Son otras tres malditas lunas llenas —dijo Draco.

Granger se veía sombría.

—Eso es el valor de tres meses de organización para Greyback. Ya ves por qué no puedo posponer
las cosas, no puedo dejarlo y esconderme hasta que lo atrapen. Podría hacer tanto daño…

—Lo comprendo —dijo Draco.

En este momento, él también quería suspirar y dejar caer la cabeza entre sus manos, porque habría
sido mucho más sencillo llevarse muy lejos a Granger hasta que arrestaran a Fenrir y sus
seguidores. Pero Granger tenía razón: posponer su proyecto hasta que atraparan a Greyback podría
significar potencialmente docenas de lunas llenas. El hombre había evadido la captura durante
quince años.

—Vamos a tener que decirle a Potter —dijo Draco—, y a Tonks.

—Estoy de acuerdo —dijo Granger, cada vez más seria—. Tonks me preocupa un poco, esto tocará
bastante cerca para ella.

—¿Por Lupin?

—Sí, los licántropos corren un riesgo desproporcionado de mortalidad prematura y él no ha estado


bien. Pero no quiero darle falsas esperanzas de que puedo ayudar a su marido. Ya sabes, los
ensayos clínicos son ensayos por una razón. El fracaso es parte de todo eso. Mis datos sugieren
éxito, pero esta es una nueva terapia: nadie ha combinado la inmunoterapia con métodos mágicos,
ni la ha usado para tratar una enfermedad mágica. Este es un territorio totalmente desconocido,
clínicamente hablando.

—Si alguien puede hacerlo, eres tú. No hay bruja o mago vivo con tu combinación de
conocimientos mágicos y muggles. Eres… Eres… —Draco se interrumpió y se giró para mirar a
través de la oscura ventana—. Maldita sea, no puedo creer que voy a vivir para ver curada la
licantropía.

Si no hubiese estado alimentando ese Algo por Granger, Draco habría comenzado a tener
un crush intelectual de todo corazón por ella, justo en ese momento.

Pero regresemos a asuntos más urgentes.

—Cuando los hombres de Greyback no regresen esta noche, sabrá que fueron atrapados —dijo
Draco—. Un robo en el laboratorio no debería haber resultado en la detención de los tres, a menos
que el laboratorio estuviese excepcionalmente bien protegido. ¿Y por qué iba a estar
excepcionalmente bien protegido, si no es para ocultar algo excepcional? Greyback probablemente
leerá esto como una confirmación de que estás haciendo lo que él cree que estás haciendo. Las
cosas se pondrán peligrosas. Su principal objetivo será matarte.

Granger apretó los labios en una línea infeliz.


—¿Supongo que realmente no puedo quedarme aquí?

—Por esta noche está bien. No creo que intenten nada más. ¿Después? No. Alguien ya husmeó
alrededor de tus protecciones una vez, probablemente fueron ellos. Deben haber decidido que tu
laboratorio era un objetivo más digno. No es que vayan a encontrar nada ahí, gracias a tus nubes y
esas cosas. Lo único real de valor ahí en un momento dado eres tú. Esta noche fue tu última noche
allí sola. Y vas a tener que restringir tus movimientos en público.

—Pero tengo tantas cosas qué hacer —dijo Granger, presionando sus dedos contra sus mejillas en
una especie de desesperación—. ¿Qué pasa con Mabon?

—Iré contigo.

—¿Y la enseñanza? ¿Urgencias? ¿Y todo lo demás?

Draco intentó ser tan mesurado como prometió y no decirle categóricamente que nunca volvería a
estar sola.

—Hasta que atrapemos a Greyback y quienquiera que esté trabajando con él, puedes esperar a un
Auror contigo en todas partes. Estoy de acuerdo con que tu trabajo debe continuar… —Granger
pareció aliviada cuando Draco pronunció esas palabras—. Pero Greyback es despiadado. Tendrá
una red completa de su antigua manada aquí y los enloquecerá. Preferiría morir antes que verte
curar la licantropía. Probablemente se cagó encima cuando descubrió en qué estaba trabajando la
grandiosa Granger. Dioses, me hubiera encantado ver su reacción…

—¿Cómo se enteró? Eso es lo que quiero saber. ¿No crees que Shacklebolt…?

Draco negó con la cabeza.

—No. ¿Por qué habría insistido en la protección de Auror tan pronto? Y también lo vinculaste con
un Juramento inquebrantable.

—¿A menos que uno de mis estudiantes…? Pero están trabajando en fragmentos de unos doce
proyectos para mí. No conocen el panorama general. No puede haber sido.

—Las fugas ocurren. Intentaremos averiguar cómo y en dónde, pero mi preocupación inmediata es
cómo los mantenemos seguros y capaces de seguir trabajando.

—¿Debería preocuparme por los vampiros? —preguntó Granger.

—Maldita sea —dijo Draco pasándose una mano por la cara—. No lo sé, nunca han sido tan
expansionistas como los hombres lobo, están más interesados en alimentarse que en convertir.
¿Pero si se enteran de una cura? No sé cómo reaccionarían. Y dijiste… ¿¡Dementores!?

Granger se mordió el labio.

—Sí… Quizás… Si traen a la víctima lo suficientemente rápido.

—Sí, claro…

—Estoy hablando en serio.

—¿Cómo, por favor, se supone que la «inmunoterapia» restaura el alma?

Granger agitó la mano en un gesto de despedida.


—No hay succión del alma; eso es un mito mágico. Es muerte cerebral: el beso del Dementor
transfiere una bacteria necrotizante agresiva a la víctima. Ataca tanto al cerebro como al cuerpo, es
altamente tóxico.

—... ¿En serio?

—Sí —dijo Granger—. Deberías leer a Rasmussen y Vestergaard. —Ante la mirada inexpresiva de
Draco, añadió—. ¿Los necrólogos daneses? ¿No? Supongo que no te mantienes al día con las
revistas médicas. Han hecho avances impresionantes en el estudio de los dementores en la última
década. La condición es una enfermedad mágica, como la licantropía y el vampirismo; provoca
putrefacción en cuestión de minutos y pérdida irreversible de la función cerebral en cuestión de
horas. De todos modos, hemos comenzado la detección de moléculas pequeñas de alto rendimiento
en el laboratorio y hemos visto buenos resultados preliminares. Es potencialmente curable, si la
víctima es traída rápidamente con nosotros.

Draco la miró fijamente.

Granger se movió en su asiento.

—Pero, de nuevo, esta es medicina en su forma más experimental. Ya sabes, estamos en los
márgenes del mapa, en donde dice: «aquí hay monstruos», estamos en un terreno desconocido.

Esta bruja estaba volviendo loco a Draco.

—Lo que estás haciendo, si tienes éxito, será… será un auténtico tour de force. Totalmente
revolucionario.

—Mmm, aceptaré ese término para esto, más que los Blocs.

—Bien. ¿Has terminado con estas revelaciones? No estoy seguro de poder soportar otra cosa.

—¿Te he sorprendido tan terriblemente? —preguntó Granger con una media sonrisa.

—Me has reducido a un cretino de ojos sorprendidos, y no finjas que no te has dado cuenta.

—Nada fuera del habitual parloteo, no.

—¿Cómo puedes ser tan cruel conmigo en mi frágil estado?

La media sonrisa de Granger se convirtió en una completa.

—Nos prepararé otra dosis de opimum.

—Merlín —murmuró Draco, volviendo a su asiento. Miró con ojos redondos la espalda de
Granger.

Esta bruja era otra cosa.

Draco generalmente se consideraba mejor que quienes lo rodeaban, no es que hubiese nada malo
con ellos, pero… ya sabes: él era Mejor, más inteligente, más rápido, más agudo, más guapo, más
rico. Con Granger, siempre tenía el sentimiento de que estaba en presencia de un intelecto mucho
mayor que el suyo. Pero ahora… Ahora se sentía en presencia de alguien que era mejor que él en
demasiados niveles… En realidad, ella era demasiado buena para él.

Se sentó y sintió la agitación de algo extraño y desconocido, algo sofocante. Tan desconocido que
le tomó un momento ubicarlo.
Era humildad.

No se había sentido tan humilde desde, rebuscó en sus recuerdos, ¡desde el verano de 1992!,
cuando salieron los resultados de los exámenes de primer año y descubrió que una hija de muggles
había sido la primera de su clase, por encima de él, en todas las materias de Hogwarts.

Bueno, ella lo hizo de nuevo. Sólo que ahora se había convertido en alguien Malditamente
Importante.

Y él era su Auror. El peso de la responsabilidad lo presionó de una manera que todavía no había
experimentado. Ella había pasado de ser una especie de cosita molesta a… A esto: a cambiar el
mundo.

La responsabilidad pesó tanto sobre él que apenas pudo levantar la mano para aceptar la nueva taza
de opimum que Granger le tendió.

—Ahí está —dijo Granger—. Una cura para la idiotez.

—Me gustaría llevarme algunas dosis. Hay idiotas a los que me gustaría administrar esto.

—¿Quiénes?

Draco hizo un gesto vago.

—Amigos, familia, colegas…

—¿Estás rodeado de tantos idiotas?

—Excepto por la compañía actual.

Granger se mordió el labio.

—No debes hacer eso, lo sabes.

—¿Hacer qué?

—Darme un cumplido. Se supone que debes estar vigilando infaliblemente mi ego.

—Esta noche te lo has ganado. Me dejaste boquiabierto, reanudaré mi vigilancia mañana.

Granger parecía satisfecha. Y se veía, en general, mejor… Sus mejillas habían recuperado su color
y sus manos no temblaban mientras se movía hacia la despensa.

—No he comido nada desde el desayuno. Supongo que debería poner algo en mi estómago aparte
de dos dosis de opimum. ¿Tienes hambre?

—Sí —dijo Draco, quien generalmente encontraba que el Quidditch y los duelos mortales eran
excelentes estimulantes del apetito.

Le complació notar que los armarios estaban repletos de alimentos, aunque no estaba seguro si era
por los propios esfuerzos de Granger o por los persistentes cuidados excesivos de unos celosos
elfos.

—¿Qué tal una pequeña y descarada ensalada de cebolla? —preguntó Granger mientras hurgaba.

—Solo si viene con un prolapso como el que el Escreguto nos sirvió.


—Podemos arreglarlo.

Granger sirvió queso, galletas, hummus, y una bolsa marrón arrugada de rollitos de salchicha, que
era lo más parecido a un prolapso que tenía a mano -estaban deliciosos-.

Se abstuvo de recrear la ensalada de cebolla del Escreguto, que fue lo mejor, porque el olor de las
axilas de Draco ya estaba flotando por la habitación y no le gustaba la competencia.

Terminaron con un delicioso invento muggle llamado Maltesers.

Los momentos de tranquilidad con Granger eran pocos y esporádicos. Cuando terminó de comer,
se levantó, agitó la varita para alejar la mayoría de las cosas y comenzó a moverse.

—¿Entonces te quedarás a pasar la noche?

—Sí. No dormiré mucho… Pero si lo hago, puedo tomar una siesta en tu sofá.

—Genial, déjame despejarlo.

Granger se trasladó a la sala de estar, donde se rodeó de un vórtice de libros y papeles, que se
colocaron en pilas ordenadas.

Por supuesto que no cuestionaría su sugerencia del sofá. Por supuesto que no iba a hacer una
contraoferta, ya sabes, para compartir su cama, que era absolutamente lo suficientemente grande
para dos.

No es que Draco hubiera aceptado de todos modos. Él era un profesional.

Solo había sido un pensamiento. Él estaría mucho más cerca de ella, en caso de que sucediera algo.

Dejando de lado estas cavilaciones improductivas, Draco comenzó a quitarse el equipo de


Quidditch, lo que le recordó que apestaba.

—¿Puedo usar tu ducha?

—Eh… Claro, está en el piso de arriba.

Granger lo vio luchar con las ataduras de cuero anudadas que sostenían su peto en su lugar.

—¿Estabas en medio de un juego?

—Sí, a centímetros de la Snitch, por supuesto.

—Lo siento.

Draco se encogió de hombros como el héroe despreocupado que era.

—Atrapar a los malos es un poco más emocionante.

Continuó luchando con la incómoda atadura bajo su axila, que se le resistía endiabladamente. Por
supuesto, la única vez que tuvo una audiencia fue la única vez que mojó la cosa y luego la dejó
secar, lo que resultó en un nudo espantosamente rígido. Por supuesto, nunca había tenido
problemas para despojarse de su equipo de Quidditch literalmente en toda su vida, hasta este
momento, cuando Granger estaba allí para presenciar su incompetencia.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó Granger.


—Lo tengo.

Granger lo observó mientras él continuaba Sin Tenerlo.

Ella se sentó, con las manos cruzadas sobre las rodillas, para observar sus esfuerzos.

—Bueno —escupió Draco un momento después, cuando toda la indiferencia se le esfumó—.


Ayúdame. No lo cortes; es cuero de wyvern.

—Está bien —dijo Granger. Su rostro era grave pero sus labios estaban apretados de una manera
que sugería la supresión de una risa.

En defensa de Draco, ella también luchó, y finalmente lo hizo con su varita, y repitió
encantamientos desenredantes.

Luego lo ayudó a quitarse las placas del pecho y la espalda, muy parecido a una bella doncella que
ayuda a su caballero después de una batalla. Claro, si las bellas doncellas fueran investigadoras
incomparables y los caballeros fueran cretinos inútiles.

Granger lo condujo a la ducha y le entregó toallas.

—El espejo no habla —dijo Granger mientras Draco observaba su despeinado reflejo.

—Eso es bueno —dijo Draco—, no quiero su opinión en este preciso momento.

Granger salió del baño, cerró parcialmente la puerta y metió el brazo por el hueco.

—Pásame tu ropa. La pondré en la lavadora.

Desnudarse, con la mano de Granger justo ahí, era una sensación interesante. Había otras cosas que
le hubiera gustado poner en su mano, pero esas partes olían mal y estaban sucias y también, por el
amor de Dios, ella acababa de pasar por algo traumático. ¿Qué estaba mal con él?

Junto al fregadero, descubrió el nido de las horquillas de Granger en forma de un frasco lleno de
cosas. Lanzó un hechizo de seguimiento en el lote.

Mientras se metía en la ducha, Draco colocó su varita al alcance de la mano. Estaba bastante
preparado para salir corriendo y atacar desnudo a los hombres lobo, en caso de que se disparara una
de las protecciones de la cabaña.

La ducha era todo lo que olía bien en Granger, destilado en botellas. Draco tardó un momento en
identificar el jabón y el champú entre los muchos misteriosos productos femeninos que contenía:
aceites, mascarillas para el cabello, jabones corporales y demás.

Se sintió «interesante–seductor–erótico» usar su jabón y champú.

Luego llegó el momento de Reprimir antes de que su pene decidiera despertarse. No se iba a
masturbar en la ducha de Granger. Simplemente no lo haría.

De acuerdo, sí lo haría, pero sería rápido y sucio, y era debido a la adrenalina posterior a la pelea.
Sólo fue para hacer el trabajo y sacar la lujuria de su sistema.

Saber que ella estaba en algún lugar al otro lado de la puerta mientras él se acariciaba era
inexplicablemente excitante. Se inclinó contra sí, con una mano extendida contra el azulejo y la
otra mano trabajando. El vapor y los olores de Granger lo llevaron a una de sus fantasías favoritas
que involucraban a Granger y su boca, y sus delicadas manos acariciándolo de arriba hacia abajo y
succionando…

Su mano se cerró en un puño contra la pared cuando terminó con un grito ahogado.

Apoyó la cabeza en el antebrazo, respirando con dificultad, aturdido, viendo cómo la evidencia se
escurría por el desagüe.

Maldita sea.

Pero, todo estaba bien. Estaba hecho; fuera de su sistema.

Todo estaba bajo control.

Puso el agua fría en un esfuerzo por enfriar el rubor en su rostro y pecho.

La plomería muggle no tuvo problemas para lidiar con ello… Estaba helada. Los pensamientos
sucios fueron reemplazados por estremecimientos cuando Draco recuperó el aliento.

Sí, él estaba bien.

Granger llamó a la puerta y lo sobresaltó.

—¿Qué? —preguntó, irritado.

—¿Has terminado? —(Sí, lo había hecho, gracias)—. Has tardado una eternidad.

—Estaba muy sucio —(También muy cierto).

—Muy bien, tengo tu ropa.

Draco salió de la ducha y abrió la puerta lo suficiente para que Granger metiera su ropa recién
lavada. Lástima que fuera tan eficiente; hubiera estado muy feliz de salir envuelto en una toalla,
con fines meramente ostentosos.

—Un poco más rápido de lo que esperaba —dijo Draco.

—El lavado rápido sólo toma quince minutos en mi máquina. Y para el resto, unos encantamientos
secantes. Me gustan tus calzoncillos.

Draco no recordaba qué calzoncillos se había puesto. Con aprehensión, los sacó de la pila: tenían
pequeños dragones.

—Dioses —murmuró Draco.

—Está bien —dijo Granger. Ella cerró la puerta. Podía escuchar el gorjeo de una risita contenida a
través—. Yo tengo unos con gatitos…

—Muéstramelos.

—Antes muerta.

Draco se rio mientras se ponía los calzoncillos. Luego se puso los pantalones negros holgados y
una camisa de manga larga que usaba debajo de su equipo de Quidditch. Ahora su ropa también
olía a Granger, al jabón que usaba en su máquina.

Se arregló el cabello en el espejo, excepcionalmente contento de que este no pudiera hablar e


informarle a Granger lo que presenció.

Se encontró incapaz de mirarla a los ojos mientras salía del baño, pero fingió que era porque estaba
mirando a través de las ventanas, por motivos importantes de seguridad de Aurores. Ella no
necesitaba saber lo que él acababa de imaginarla haciéndole.

No iba a mirar su boca.

Mierda, eso fue excitante.

Bien.

Abajo, a Draco se le presentó su cama improvisada, que era el sofá, transfigurado en una especie
de sofá cama. Al lado, dejó un vaso de agua y un paquete de galletas.

Granger estaba cansada y con justa razón, ya que eran casi las dos de la madrugada. Bostezó
mientras convocaba almohadas y una manta, y las arrojaba sobre la cama.

Incluso creyó conveniente proporcionarle material de lectura para pasar las horas: una copia del
artículo más reciente de Rasmussen y Vastergaard. Un vistazo a la horrible jerga científica en
decasílabos hizo que sus ojos se pusieran vidriosos.

—¿Tienes algo más estimulante? —preguntó, antes que los daneses pudieran ponerlo a dormir.

—¿Más estimulante? —repitió Granger, luciendo ofendida, como si ella ya le hubiera dado el
trabajo más estimulante escrito en toda la historia humana y él estuviera siendo quisquilloso al
respecto.

—Sí. ¿Revistas porno o algo así? —preguntó Draco con un gesto general de la mano—. ¿Tienes
algunos números anteriores de «Tetas Fantásticas y Dónde Encontrarlas»?

No es que necesitara revistas pornográficas para venir, no cuando tenía veinte escenarios que la
involucraban, cuidadosamente reprimidos en la parte posterior de su cerebro. Sin embargo, fue
divertido ver a Granger mirar pensativa las pilas de libros alrededor de la habitación.

—Mmm… Tengo el último tomo de la Revista de Salud Sexual y Reproductiva —Invocó un


volumen de una de las pilas y lo hojeó hasta que encontró un diagrama—. Ooh, aquí hay una foto.

Draco lo miró y leyó la descripción.

—Fig. 11: Calibre luminal de pared oviductal anormal.

—¿Eso es suficiente para ti?

—No, mi semen se está cuajando.

Granger tomó el diario y pasó a otra página.

—Prueba este.

—Fig. 23 —leyó Draco—. Trompa de Falopio… Sección transversal de la luz tubárica. Obsérvese
el estroma endometrial subepitelial.

—¿Es estimulante?

—Oh sí, los stromas endometriales subepiteliales son particularmente uno de mis fetiches.
—Estromas es el plural.

Draco le dirigió una larga y paciente mirada.

—Muy bien.

—Entonces tu entretenimiento está resuelto —Granger colocó el tomo en sus manos—. Me voy a
la cama, tengo el presentimiento de que mañana será un día muy largo.

Granger apagó la iluminación muggle, dejándolo sólo con el fuego de la chimenea para iluminar la
habitación.

Se detuvo al pie de las escaleras y se volvió hacia Draco.

—Gracias por todo lo que hiciste hoy.

Draco agitó la mano. Era incómodo recibir una inocente gratitud cuando él se había portado tan
mal en su ducha.

—Sólo estoy haciendo mi trabajo.

—Sí —dijo Granger—. Bueno, lo haces bien y te lo agradezco. Probablemente me salvaste la vida.

—Vete a dormir —dijo Draco.

Granger parecía molesta por este desdeñoso despido, pero pareció decidir que Draco era Draco.

—Bien… Buenas noches.

Draco se había quedado dormido en algún momento de la noche. Un sonido ligero lo despertó, pero
fue tan bajo que pudo haberlo soñado.

Agarró su varita, con una maldición lista, y giró la cabeza para ver al gato. Lo vio en el sofá al
mismo tiempo.

Draco casi esperó que le siseara por atreverse a seguir en la casa de Granger después de una hora
decente. En cambio, el gato trotó hacia él con la cola en alto y, con el infalible instinto de un gato
para encontrar lugares cálidos, saltó sobre él y se acomodó en su pecho.

Draco movió una mano para intentar acariciar su cabeza, pero una gran pata encontró sus nudillos
y mantuvo su mano abajo. Las garras estaban envainadas pero el mensaje era claro: Draco era una
fuente de calor, y no debía ser presuntuoso, y pensar que era otra cosa.

—Noli me tangere, ¿verdad? —murmuró Draco—. Entiendo. A mí tampoco me gusta que la gente
me toque el cabello... Excepto ella, pero apuesto a que lo sabes.

El gato parpadeó sus ojos amarillos hacia él.

—Ella me advirtió sobre la asfixia, así que ni siquiera lo intentes —dijo Draco.

La mirada del gato le informó a Draco sin reservas que, si lo quisiera muerto, estaría muerto.

—Está bien —dijo Draco.

El gato bajó la cabeza y cerró los ojos. Hubo un cosquilleo de bigotes contra la barbilla de Draco y
luego un ronroneo profundo.

Mientras yacía allí en la oscuridad, bajo el calor del gato que ronroneaba, su corazón todavía se
estremecía con las réplicas del miedo que había sentido cuando Granger activó la baliza de socorro.
No necesitaba un Boggart para decirle qué era lo que había temido ver.

Draco buscó los fragmentos de su autocontrol, que se había hecho añicos espectacularmente esa
noche. Ocluyó y reunió su disciplina, su profesionalismo y su orgullo, y construyó la Gran Muralla
de la Represión una vez más.

Era un ejercicio útil, en teoría.

En la práctica, todo se vio ensombrecido por un temor privado de que toda la frágil estructura se
desmoronaría de nuevo, en la próxima vez que Granger le sonriera.

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Arte NSFW en el que posiblemente se inspiró la autora para la escena de la ducha: "Wrong
time, Wrong place" de Nikita Jobson y Lovesbitca8

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Chapter End Notes

¡Hola, hola! ¿Les gustó, les encantó Draco en la ducha? Ufff...

De nuevo, les agradezco todos sus comentarios, votos y teorías , realmente me hace
muy feliz el alcance que está teniendo la historia en el Dramione en español <3

¡Nos vemos el próximo sábado!

Paola
Los peligros de la cercanía de Granger
Chapter Notes

Meme del desayuno de Hobbits: Hemos tenido colaboración forzada, sí, pero... ¿Qué
pasa con la cohabitación forzada?

See the end of the chapter for more notes

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Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse

"Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love"

De Isthisselfcare

Beteado por Bet

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Draco se despertó, aturdido y con los ojos hinchados, al sonido de un grito ahogado.

Granger estaba en las escaleras, con las yemas de los dedos en la balaustrada, y con un pie
congelado en el aire sobre un escalón.

Lo miraba a él y a su nuevo accesorio: el gato dormido, enroscado alrededor de su cuello como una
bufanda hirsuta.

—Eh... Buenos días —dijo Granger, cuando se dio cuenta de que estaba siendo observada.

El gato se agitó por el sonido de su voz. Saltó de Draco, usando su rostro como punto de partida, y
se dirigió hacia su ama.

Granger le preguntó a Draco qué le gustaría desayunar. Él pidió una taza de café para quitarse el
picante sabor a pata de gato.

Granger preparó una taza de café muy decente.

La mañana transcurrió en un torbellino de reuniones. La primera fue con Tonks, con quien se
encontraron en el Cuartel General de Aurores, para escuchar lo que había descubierto en el curso
de sus interrogatorios.

—Estarán encantados de saber que las manos de Manco se volvieron a unir con éxito —dijo Tonks
en cuanto llegaron.

—Qué mal —dijo Draco.

—Eso es lo que dije. —Tonks cerró la puerta de su oficina y se sentó en su escritorio—. Pequeño
bastardo asesino. Bueno, siéntense; anoche, Robards autorizó el uso de Veritaserum en nuestros
amigos, así que tuvimos una pequeña charla. Ninguno de los dos conoce la identidad de la persona
que les dio las instrucciones. Sin embargo, descubrí algo bastante interesante: ambos son hombres
lobo, y ambos participaron en los ataques de la luna de la cosecha.

Tonks colocó un trozo de pergamino sobre la mesa.

—La autopsia de la medibruja confirmó que el otro también era un hombre lobo.

Tonks miró de Granger a Draco y viceversa.

—¿Pensamientos? ¿Reacciones de las dos celebridades ante mí?

Las celebridades se miraron entre sí.

Granger se movió.

—Creo que es hora de que te diga en qué estoy trabajando. Malfoy, ¿harías los honores del
Juramento Inquebrantable?

El Juramento fue emitido. Granger resumió su trabajo y hallazgos para Tonks, y Draco agregó el
descubrimiento igualmente interesante (y angustioso) de que Fenrir Greyback había regresado y
parecía haber vuelto a armar parte de su antigua manada. Probablemente fueron los responsables
de los ataques de la luna llena, además de señalar a Granger.
—Es una locura —jadeó Tonks—. Todo esto.

Granger concluyó con el mismo lenguaje de advertencia que había usado con Draco la noche
anterior, sobre navegar en aguas desconocidas y el resultado incierto de los ensayos clínicos.

Tonks tomó la noticia de la cura de la licantropía de Granger con una loable neutralidad, dada la
condición de Lupin. Sólo su mohicano la traicionó, volviéndose unos tonos más pálidos que su
anterior rojo sanguinolento.

Le dio a Granger una larga mirada llena de adoración, y susurró:

—Increíble. —Y luego se puso enérgica—. Pon a Potter y Weasley al corriente bajo el Juramento.
También tendremos que informar a Robards y Shacklebolt. Eso sería todo en este momento, creo.
Involucraremos a otros según sea necesario. Tomen la sala de conferencias. Me reuniré con ustedes
en un momento.

Tonks los echó de su oficina.

Cuando se fueron, Draco lanzó una mirada a hurtadillas: Tonks estaba sentada en su escritorio, con
las manos cruzadas delante de ella, y sus nudillos se presionaronn contra su boca.

Sus ojos estaban inusualmente brillantes.

En la sala de conferencias, Potter y Weasley fueron informados sobre la situación bajo el


Juramento. Sus reacciones fueron predecibles, pero había algo reconfortante en abrazar a Granger,
en sus declaraciones entusiastas hinchando el pecho y jurando mantenerla a salvo, en sus promesas
de encontrar a Greyback aunque fuera lo último que hicieran. Como líder de GUAT, Potter parecía
haber renovado su determinación en atrapar a los hombres lobo; hubo un brillo peligroso en sus
ojos.

Weasley estaba tan sorprendido como Draco la noche anterior, y más sobre la potencial cura de la
licantropía. Sus reacciones consistieron principalmente en repeticiones de «¡Rayos!», «¡Maldita
sea!» y «¡Eres brillante, Hermione!».

Granger le dio una rápida sonrisa. Luego, ella y Draco fueron interrogados sobre el intento de
allanamiento.

—Tengo la grabación de eso —dijo Granger, y sacó su móvil.

Parecía que pudo conservar las imágenes de su cámara en una especie de mini película. Curioso, a
pesar de sí mismo, Draco se puso de pie para unirse a Potter y Weasley para rodear a Granger y
mirar la pequeña pantalla.

Reprimió un atisbo de celos por la forma fácil en la que Potter apoyó un codo en el reposabrazos de
Granger y se acercó a ella, y en cómo Weasley casualmente se arrojó alrededor del respaldo de su
silla, mientras Draco permaneció de pie a una distancia rígidamente decorosa.

Granger puso la película. Draco, después de haber estado Desilusionado durante la mayor parte de
la escaramuza, fue visible casi hasta el final. Su paradero sólo fue indicado por ráfagas de hechizos
y sus efectos en sus oponentes: brazos cortados y el centinela consumido por el Bombarda. El
duelo había durado una eternidad en la cabeza de Draco, pero en realidad apenas tomó menos de un
minuto.

Weasley le dio una palmada en el hombro.


—Les hiciste pasar un infierno. Bien hecho, compañero.

Potter estrechó su mano.

—Recuérdame nunca batirnos en duelo.

—Ponla de nuevo —dijo Weasley.

La repetición estuvo acompañada de muchos comentarios de Potter y Weasley.

—Una maldición asesina desde el inicio, ¡ese maldito imbécil! ¿Te imaginas si hubiesen entrado?
Hermione no habría tenido ninguna posibilidad. ¡Wow! ¡Mira la sangre! ¡Ja! ¡Qué chorro tan
majestuoso! ¡Eso! El Desarme era cosa de Harry, pero le has dado un nuevo giro Malfoy: des-
armando extremidades, ¡ja, ja! ¡La cara del tipo cuando se dio cuenta de que estaba atrapado!
¡Bonito equipo de Quidditch! Les tendrán fobia a los buscadores de ahora en adelante... ¿Esa es la
nueva Étincelle?

Draco los dejó con sus repeticiones, volviendo a sentarse al otro lado de la mesa.

Miró a Granger y descubrió que ella no estaba mirando su móvil, sino a él. Le tomó un momento
interpretar su expresión: era algo serio, algo estudioso, algo pensativo.

Ella estaba resolviendo el rompecabezas.

Carajo.

Ella desvió la mirada cuando él la atrapó. Draco decidió seguir atrapándola cuando lo observara,
para interrumpir su tren de pensamiento y mantenerse a salvo, como una cosa Sin Resolver.

Llegó Tonks, precedida por el sonido de sus botas de combate pisando a lo largo del pasillo.
Parecía tan imperturbable como siempre y entró en la habitación a toda velocidad. Su codo chocó
vigorosamente contra la nuca de Potter.

—Lo siento —dijo Tonks—. No sonó hueco... Ese es un cumplido, Potter. ¿Ya estamos todos al
corriente?

Granger guardó su móvil.

—Sí, jefa —dijeron los Aurores.

Tonks se sentó en la cabecera de la mesa.

—Tenemos mucho que discutir, pero comencemos con la parte más importante: la seguridad de
Hermione.

Potter y Weasley se inclinaron hacia adelante, como si estuvieran listos para agarrar a Granger y
llevársela a una torre lejana, para nunca más ser vistos.

—Bueno —dijo Weasley—, tenemos que sacarla de aquí. ¿Qué te apetece, Hermione?
¿Madagascar? ¿Groenlandia? ¿El Tíbet?

Draco no pudo culpar al hombre por la reacción, precisamente él había tenido el mismo reflejo.

Granger tenía la mandíbula apretada.

—Claramente no iré a ninguna parte.


Se produjo una explosiva discusión, por supuesto. Potter y Weasley presionaron para evacuar
inmediatamente a Granger, entre más remota la ubicación, mejor. Estaban motivados por una
genuina preocupación y las mismas ansiedades que Draco sufrió al escuchar el odiado nombre de
Greyback. Draco, que ya había intentado esos argumentos sin éxito, en esta ocasión se puso del
lado de Granger ; había demasiado en juego con su investigación: si Greyback continuaba siendo
tan astuto como sabían que él era, estarían ocurriendo cientos, sino es que miles, de nuevos
potenciales infectados durante las incontables lunas llenas, mientras que el trabajo en la cura de
Granger se estancaba.

Tonks con una mirada de santa paciencia en su rostro, permitió que la discusión se prolongara
durante cuatro minutos. Después, aplaudió.

—Gracias muchachos por compartir sus pensamientos. Afortunadamente, no me importan sus


opiniones.

Draco, Potter y Weasley experimentaron la muerte del ego.

Tonks continuó mientras ellos se aferraban a los restos triturados de sus psiques.

—La Oficina de Aurores no tiene autoridad para decirle a la eminente Profesora Granger lo que
puede y no puede hacer. Nuestro trabajo es mantenerla protegida mientras lleva a cabo su proyecto,
tal como lo solicitó el Ministro. Así que, primera orden del día: programación y alojamiento.

Los cadáveres de Potter y Weasley discutieron un poco, pero los labios de Tonks comenzaron a
fruncirse cada vez más por minuto y sabiamente se dieron por vencidos. Juntos, los cinco
elaboraron un borrador de agenda para asegurarse de que, dondequiera que estuviera Granger,
habría alguien con ella, ya fuera Draco u otro Auror.

Granger accedió a reducir sus apariciones públicas. También accedió, con tristeza, a suspender sus
deberes en el mundo muggle, los turnos en cirugía y la enseñanza en el Cambridge muggle, hasta
que Greyback fuera capturado. Los lugares no mágicos eran demasiado difíciles de proteger.

Los lugares mágicos eran mucho más seguros por naturaleza, pero por el momento, un Auror la
acompañaría en su laboratorio y en sus turnos de Urgencias en San Mungo.

La discusión giró en torno a la vivienda: Granger accedió a mudarse a una casa de seguridad,
siempre que estuviera a una distancia de flu de su laboratorio. Se discutieron las docenas de casas
de seguridad administradas por el DALM, cada una de las cuales ofreció ventajas y desventajas
(ubicación, facilidad de viaje, protecciones). Tonks y Draco compartieron cierta ansiedad por el
hecho de que muchos Aurores y el personal del DALM conocían necesariamente todas las casas de
seguridad.

Se deliberaron otras opciones: ¿Crear una nueva casa de seguridad? Era complejo y lento, pero fue
una opción.

Potter y Weasley sugirieron que Granger se quedara en una de sus casas. Draco señaló que mudar a
Granger a la residencia de cualquiera de sus mejores amigos era el próximo paso descaradamente
obvio. En cualquier caso, Granger rechazó rotundamente la opción: no pondría en peligro a sus
familias. Hizo la misma objeción a la sugerencia de Potter sobre Hogwarts: los niños no eran
aceptables como posibles daños colaterales.

—Llévenla a la maldita mansión de Malfoy —dijo Weasley, señalando con el pulgar a Draco—.
Nadie la buscará allí.
Granger se burló:

—¡Ja!

Potter se rio y luego se quedó pensativo.

Tonks tomó la sugerencia con un sorprendente grado de seriedad. Presionó un dedo en su barbilla y
dijo:

—Weasley tiene un punto.

Granger parpadeó.

Draco sintió una oleada de anticipación confusa.

—Podríamos instalar varios señuelos de Hermione en las casas de seguridad y en su cabaña —


reflexionó Tonks.

—Trampas —dijo Draco.

—Me gustan las trampas —asintió Potter—. Y las emboscadas.

—Soy brillante —dijo Weasley.

Tonk asintió.

—Realmente ingenioso.

—No —dijo Granger, sacudiendo la cabeza—. Tengo la misma objeción que con Harry y Ron: no
pondré en peligro la casa de Malfoy. Si la mansión fuera atacada y algo le sucediera a su madre o a
los elfos domésticos...

—La mansión es casi impenetrable —dijo Tonks—. Como la mayoría de esas antiguas
propiedades. Veinte rompe maldiciones tardaron tres días en entrar, durante el último empujón de
la guerra. Es diez veces más seguro que nuestro refugio más seguro.

—Cierto —dijo Draco. Trató de no sonar particularmente ansioso—. Además, mi madre está
pasando la temporada en el Continente. Ella no está en la Mansión.

Granger, con los ojos muy abiertos, se giró hacia él.

—¿Estás de acuerdo con esta idea?

Draco realizó el encogimiento de hombros más descuidado del mundo.

—Creo que es una opción que vale la pena considerar.

Lo cual fue un eufemismo. Le encantaba; fue perfecto. Estaría protegida por magias centenarias,
tendrían elfos domésticos como vigilancia secundaria y él estaría allí todas las noches. Estaba
encantado con ello.

Weasley, quien estaba mirándolos con aire de suficiencia, aumentó tres centímetros enteros en la
estima de Draco.

Mientras tanto, Potter miraba a Granger.


—La mansión no es exactamente un lugar de recuerdos felices, ¿verdad? ¿Estarías bien con esto,
Hermione?

Granger seguía mirando a Draco confundida.

—¿Ah? Oh, sí, estaré bien. He vuelto desde entonces, en uno de los eventos de Narcissa Malfoy.
—Draco notó que ella no mencionó la cena—. Estuvo... bien. Hablando objetivamente, no es una
sugerencia irrazonable, como una medida temporal. Sólo dudo porque se siente como una
verdadera imposición.

—¿Una imposición? Por favor, hay como unas cincuenta habitaciones en la Mansión —dijo Tonks,
rechazando cualquier reserva real o imaginaria en el lugar de su primo—. Malfoy ni siquiera sabrá
que estás allí.

La mirada de Granger pasó a Draco. Tonks también le clavó una mirada inquisitiva.

—Hagámoslo —dijo Draco, esforzándose por mantener una expresión neutra—. Es una solución
fácil a corto plazo. Siempre podemos volver a reubicarte... O podríamos crear una casa de
seguridad adecuada mientras tanto, extraoficialmente.

Tonks se frotó las manos.

—Brillante. Weasley tiene toda la razón: la mansión Malfoy es el último lugar en la tierra en el
que cualquiera esperaría encontrar a Hermione Granger.

El resto de la reunión transcurrió en una maraña de debates sobre logística, horarios y emboscadas.

Tonks se enfocó en actualizar a Robards y, con un suspiro, a Shacklebolt.

—Él no estará feliz de que mantengamos los ataques de la luna de la cosecha en secreto. Él tendrá
que hablar de eso con Robards. Pero al menos tenemos un plan para mantener a Hermione sana y
salva.

Draco acompañó a Granger de regreso a su cabaña para empacar lo que Granger llamó una estadía
«con suerte extremadamente breve» en la mansión.

Lo excelente de trasladar a la Señorita Experta en Encantamientos de Extensión, es que fue un


proceso casi indoloro. Draco apenas tuvo tiempo de enviar un mensaje a los elfos para que
prepararan una de las suites de invitados para la Compañera Sanadora Granger cuando ella anunció
que estaba lista.

Cualesquiera que fueran las pertenencias que ella había considerado indispensables (incluyendo
ambas copias de Revelaciones) estaban en una cosita con ruedas muggle, mágicamente extendida.

Su gato fue empujado, silbando y arañando, a una jaula.

—Le estoy ordenando a los elfos que mantengan tu estadía en secreto —dijo Draco mientras se
dirigían a la puerta principal de la cabaña—. Mi madre ni siquiera se enterará hasta que decidamos
que es seguro decir algo.

Granger parecía inquieta.

—¿Cuándo estará de vuelta?

—Creo que en marzo. Ha decidido saltarse el invierno inglés por completo.


La inquietud de Granger persistió.

—Bueno, está bien. Los elfos mismos, sin embargo, ¿si alguien tratara de encontrarme en la
mansión y uno de los elfos resultara herido? ¿¡O asesinado!? El pensamiento me enferma.

—¿No escuchaste a Tonks? Deja de preocuparte. Nadie en su sano juicio te buscaría allí. Y si lo
hicieran, necesitarían dos docenas de rompe maldiciones trabajando durante días... Lo cual
puedo asegurarte, que yo lo notaría. Esta ha sido una de las ideas más brillantes de Weasley.

Granger se quedó en silencio, pero el ceño fruncido que juntó sus cejas le dijo a Draco que
ciertamente no había dejado de preocuparse.

En la mansión, Henriette los recibió en las grandes puertas y llevó a Granger a una suite de
invitados con vistas a los jardines.

El gato de Granger fue soltado en la suite, en donde indicó su desaprobación por la situación al
deslizarse debajo de la cama y sisear a cualquiera que se le acercara.

Draco las siguió a distancia mientras Henriette le daba a Granger un recorrido por la mansión. La
antigua elfina doméstica había entendido la gravedad de la situación. No hubo miradas tímidas en
dirección a Draco, ni ningún coqueteo con las rosas: Henriette era todo negocios. La Compañera
Sanadora Granger debía estar cómoda y segura.

Draco las vio a las dos caminar delante de él: la pequeña forma de Henriette y la figura esbelta de
Granger, que se inclinaba atentamente hacia la elfina mientras hablaba. Henriette señaló el estudio
de Monsieur a su izquierda e indicó en un susurro que Monsieur no debería ser molestado cuando
estuviera ahí, ya que a menudo estaba de mal humor por los pestilentes niveles de incompetencia y
otras cosas de esa naturaleza. Granger asintió con gravedad, luego lanzó una mirada divertida a
Draco cuando Henriette avanzó de nuevo.

Se señalaron las puertas de la biblioteca y luego Henriette pasó al conservatorio. Granger se


demoró en las puertas cerradas de la biblioteca por un momento antes de apresurarse a alcanzarlo,
y fue el turno de Draco de divertirse.

La oleada de cariño que la acompañó fue reprimida antes de que pudiera hacerlo sonreír.

Para cuando Granger se había asentado y orientado, y Draco y los elfos habían vuelto a revisar las
extensas protecciones de la mansión para su propia tranquilidad, ya era de noche.

Si Draco tenía esperanzas de una cena tranquila para dos esa noche, Granger las destruyó. Tenía un
turno en Urgencias que definitivamente se negaba a perder, ya que era la única sanadora en turno y
su respaldo sufría de Spattergroit.

Hoy se había sentido como un día largo, pero, mientras Draco esperaba a Granger al pie de la gran
escalera, también se sentía como si apenas estuviera comenzando. Supuso que debería
acostumbrarse a los días malditamente largos. Esta era, después de todo, Granger.

Bajó las escaleras al trote, con su túnica de sanadora recién puesta ondeando detrás de ella.

—Estoy lista. Supongo que no necesito preguntarte si te desmayas al ver sangre. ¿Estás bien con
las evisceraciones?

—Sí —dijo Draco.

—Bueno, uno nunca sabe con qué se va a encontrar en San Mungo.


Draco lanzó su más poderoso No-Me-Notes y se Desilusionó para anticiparse a las preguntas sobre
por qué un Auror estaba siguiendo a la Sanadora Granger.

Fueron a San Mungo por red flu para lo que sería el primero de muchos turnos al lado de Granger
en Urgencias.

Draco realizó Legeremancia en todas las mentes en la sala de espera para asegurarse de que nadie
tuviera diabólicos planes, aparte de morir desangrado.

Cuando terminó, se acomodó en un rincón fuera del quirófano, y comenzó a ser moderadamente
perturbado por el entretenimiento de la noche, que incluía enfermedades impronunciables, un
mago que se presentó con un cono de tráfico muggle que sobresalía directamente de su pecho y una
experiencia realmente inspiradora de innumerables placientes que se «resbalaron» sobre objetos
vagamente fálicos que ahora estaban atrapados en varios de sus orificios.

Draco lanzó hechizos silenciadores para amortiguar sus jadeos alternados entre horror y risa. Sin
embargo, nada inquietó a Granger. Trató a sus idiotas compatriotas con un profesionalismo
implacable que él no pudo dejar de admirar.

Si Draco había tenido fantasías sobre un largo y placentero desayuno con Granger al día siguiente,
eso también estuvo condenado desde el principio. Para cuando bajó a la (muy respetable, pensó)
hora de las nueve de la mañana, Granger ya había hecho yoga, se había duchado, vestido y
desayunado.

Llegó justo a tiempo para despedirla en el salón flu. Pasaría el día en el laboratorio, donde Weasley
estaría de guardia con Granger. Draco estaba programado para exprimir las mentes de Manco
(ahora simplemente «Manos») y Compañía.

Draco escuchó un zumbido ahogado que emanaba de la vecindad de Granger: era su Bloc.

Ella lo ignoró y se retorció las manos en ese gesto ansioso suyo.

—Dudo que Greyback sea tan estúpido como para enviar a alguien al laboratorio de nuevo tan
pronto —dijo ella, sonando como si se estuviera tranquilizando a sí misma más que hablando con
Draco—. Las protecciones se mantuvieron maravillosamente la última vez. No debo preocuparme.

Hubo otro zumbido amortiguado de su Bloc.

—Estarás perfectamente bien —respondió Draco—. Nunca serían tan estúpidos como para intentar
algo a plena luz del día. Y Weasley estará contigo y tienes el anillo. Ni siquiera esperes a estar
segura de que existe una amenaza para usarlo, sólo úsalo.

—Sí.

—Sin dudarlo, prefiero aparecer listo para luchar contra el servicio postal que llegar demasiado
tarde.

—Sí, por supuesto. Gracias.

Una vez más, el Bloc Parlante de Granger zumbó.

Irritado, Draco preguntó:

—¿Quién te está mensajeando a esta hora?


Granger vaciló antes de sacar el Bloc para mirarlo.

—Eh... todos....

—¿Por qué?

—Nada importante —dijo Granger, quien claramente nunca aprendió que cuanto más descartaba
algo, Draco más quería saber sobre eso.

—Dime.

Granger parecía una interesante mezcla de molestia y vergüenza.

—Es mi cumpleaños.

—Ah —dijo Draco.

Hubo un silencio bastante largo.

—Eh... feliz cumpleaños, supongo —titubeó Draco.

¿En serio? ¿Eso fue lo mejor que pudo decir? ¿Por qué su elocuencia abandonó por completo su
cuerpo cuando más la necesitaba? ¿Qué pasaba con Granger? Era una asesina de elocuencias.

—Gracias —dijo Granger—. Pero tenemos cosas más importantes de las que preocuparnos que un
cumpleaños, ¿no?

—Sí, bastantes más.

Granger arrojó polvos flu al fuego.

—Haré girar el anillo a la menor provocación, lo prometo. Cambridge.

Y luego ella se fue, y Draco se quedó reflexionando sobre la eterna brillantez de «Eh... feliz
cumpleaños, supongo», y se quedó sufriendo en soledad.

Antes de ir a la oficina por flu, Draco le pidió a Henriette que lo ayudara a organizar una reparación
para esa noche, si Granger estaba de vuelta a una hora decente.

Tendría un estúpido y maldito pastel de cumpleaños, incluso si estuviera atrapada en la mansión


con un tonto ridículo.

Draco pasó el día realizando Legeremancia en los dos magos detenidos, habiendo recibido un
permiso especial para usar sus poderes. El único recuerdo de valor era el que había encontrado la
noche del allanamiento. Pasó largas horas en el cerebro de Compañía en particular, revisando
semanas y meses de recuerdos. Greyback fue cuidadoso. Un poco de información sobre posibles
lugares de reunión para los hombres lobo de Greyback fue todo lo que Draco obtuvo. Le pasó los
maleantes a Potter.

Esa noche, su cerebro daba vueltas, se sentía más como una mezcla de puré viscoso que un cerebro
real, para cuando Draco se fue a casa.

Granger y Draco parecían estar desarrollando una especialidad en colisiones cuando usaban los
medios de transporte mágico. Granger regresó a la mansión desde Cambridge casi al mismo tiempo
que él lo hacía desde Londres. La única advertencia fue una mancha con forma de bruja que venía
hacia él entre las chimeneas por las que pasó, y el borrón lo golpeó (con un chillido que confirmó
que era Granger), y ambos fueron escupidos contra las losas entre cenizas del salón flu en la
mansión.

Hubo una maraña de túnicas verdes entre túnicas negras y mucha expectoración de hollín.

Una risita estridente resonó en el salón flu. Para cuando la cabeza de Draco escapó de las faldas de
Granger, Tupey había desaparecido y el pequeño mirón no pudo ser reprendido de inmediato.

Draco se dejó caer con un gemido. Los comienzos de un colosal dolor de cabezapor Legeremancia
hormiguearon en la parte posterior de su cráneo.

Granger parecía haber aceptado filosóficamente el problema recurrente de sus colisiones y no


dirigió ningún veneno hacia Draco.

En lugar de eso, ella dijo:

—Bien. —E intentó levantarse.

Se pisó la túnica y volvió a derrumbarse.

—Tonkseaste—dijo Draco.

Granger hizo un sonido de exasperación y se tumbó en el suelo junto a Draco, quien ya se había
rendido.

Se miraron el uno al otro. Granger suspiró y Draco saboreó el humo.

Parecía exhausta. Ni siquiera había tenido un momento para preguntarle cómo había dormido
durante su primera noche en la mansión, fue su culpa por levantarse tan ridículamente temprano.

—¿Algo a partir de la Legeremancia? —preguntó Granger.

—Sólo hallazgos menores: posibles lugares de encuentro... Se los dejé a Potter.

—Maldición.

—¿No hubo problemas en el laboratorio?

—No. Y sólo tuve una pelea con Ron.

—¿Acerca de qué?

—Quería orinar en un biberón en lugar de dejarme sola durante cinco minutos mientras él iba al
baño.

Draco resopló.

—Un tipo dedicado.

—Él siempre ha sido un poco diligente.

—Puedo admirar eso.

—¿Deberíamos levantarnos?

—No —dijo Draco, presionando la parte posterior de su cabeza contra la fría piedra—. Me apetece
yacer aquí hasta que me lleve la muerte.
Granger reaccionó más casualmente de lo que le hubiera gustado ante este dramático
pronunciamiento.

—¿Mmm? ¿Qué pasa?

—Dolor de cabeza.

—Fuimos demasiado duros con la Legeremancia, ¿verdad?

—Quería respuestas.

—Puedo ayudarte con el dolor de cabeza. Pero primero, un baño, he tenido un día sudoroso.

—Henriette puede aparecernos en nuestras cámaras.

—Nuestras cámaras —repitió Granger con un acento exagerado. Pareció darle el coraje que
necesitaba para levantarse—. Me dirigiré a la mía por mis propios medios.

—Ve y hazlo —dijo Draco.

Y ella lo hizo.

La cena fue un asunto tranquilo. Comenzó en la mesa del comedor formal, luego Granger le
preguntó a Henriette si le importaría mucho si cenaban en uno de los salones, que ofrecía mayores
posibilidades para estirar sus extenuados cadáveres en los sofás.

Henriette estaba encantada de organizarlo. Pronto los hizo instalar cómodamente en el salón más
pequeño en la parte trasera de la casa, alrededor de una mesa baja llena de alimentos. (Draco notó
la adición de una sola rosa roja en un jarrón pequeño, pero dado que sólo había una, decidió que
era puramente decorativa).

Granger arrastró una pila mixta de libros mágicos y muggles de alguna parte y aprovechó el
momento para informarle a Draco sobre sus planes para el equinoccio de otoño, dado que Mabon
estaba a solo dos noches de distancia. Había reducido su búsqueda a potencialmente doce sitios
sagrados. Su objetivo era identificar el dolmen del que se hablaba en el Apocalipsis.

—Estamos tan cerca de completar esto —dijo Granger, quien pareció tomar un nuevo vigor de la
idea—. Es muy emocionante, en realidad.

—¿Nosotros? Disparates, es todo tuyo.

Granger miró hacia arriba.

—Sí, nosotros. Has estado conmigo en esto desde el principio. No seas modesto, no te conviene.

—Está bien. Tomaré cualquier reflejo de gloria que se cruce en mi camino —dijo Draco con un
lánguido movimiento de su mano.

Se deslizó en su sofá hasta que estuvo acostado y se cubrió los ojos con el brazo para bloquear la
luz que hacía que le doliera la cabeza. Quería irse a la cama, pero apenas eran las ocho. El horario
de Granger se le estaba contagiando y ella solo había estado allí un día.

Granger lo observó.

—Ah, sí, tu dolor de cabeza. Echemos un vistazo. ¿Por qué no dijiste algo, en lugar de dejar que
me metiera más en tu cerebro durante media hora?
Cuando Draco no respondió (el machismo parecía una respuesta débil), Granger sacó su varita y se
movió de su sofá al de él. Él se movió lo suficiente para darle espacio para sentarse a su lado.
Lanzó un hechizo de diagnóstico, estudió la imagen resultante y chasqueó la lengua.

—Esto va a convertirse en una maldita gran migraña—dijo ella—. Intentaré Solamentum... Es


delicado así que quédate quieto.

Draco cerró los ojos. Sintió la punta de su varita contra su sien. La sensación normalmente iniciaría
una respuesta de estrés. No estaba seguro de cuándo había comenzado a confiar en Granger tan
implícitamente, pero ni siquiera abrió un ojo.

Ella susurró un encantamiento y un suave consuelo comenzó a fluir en su cerebro sobreexcitado.

—Glorioso —murmuró Draco.

—Shh... Tengo que concentrarme.

—Mmm.

—Cállate.

—Mmmm.

—¿Puedes dejar de gemir por un maldito minuto?

—No cuando se siente tan bien... ¡Mff...!

El calor de la yema del dedo de Granger presionó contra sus labios.

Sus ojos se abrieron con sorpresa. Por encima de él, Granger fruncía el ceño en concentración, y le
lanzó una mirada de advertencia. Cerró los ojos de nuevo.

Ahora sus otros sentidos se volvieron más sensibles. Contra su costado podía sentir el empuje del
muslo de Granger y la curva de su trasero. Sobre su sien, el frescor del hechizo. Olía a algo
antiséptico, que no debería haber sido tan terriblemente tentador como lo era, pero él quería
enterrar su rostro en ella e inhalar.

Se preguntó qué pasaría si moviera la lengua contra el dedo que estaba presionando sus labios.

Quizás algo traicionó su pensamiento. Granger retiró su dedo de sus labios y lo presionó debajo de
su barbilla, inclinando su cabeza hacia ella.

Ella movió su varita a su otra sien y él escuchó el susurro del encantamiento nuevamente:
«Solamentum».

El hechizo curativo irradió la pesadez de los calambres.

—¿Cómo se siente? —preguntó Granger.

Draco hizo lo que le encantaba hacer: darle respuestas que, en realidad, se referían a ella.

—Precioso —dijo Draco.

—¿Sí?

—Celestial.
—Qué bueno.

—Sublime.

—Ahora sólo estás tratando de provocarme.

—No, es verdad.

Granger miró al techo en un gesto de leve exasperación y se levantó. Volvió a sentarse en el sofá
frente a Draco, lo que lo dejó con una clara sensación de Ausencia en su costado.

Habría estado perfectamente feliz de que ella continuara a su lado y le susurrara hechizos curativos
complejos, en lugar de dulces palabras, al oído.

Ah, sí... El Crush que estaba destinado a Reprimir.

Ató y amordazó a su corazón y lo empujó a un profundo abismo psíquico.

Henriette se materializó con la pièce de résistance de comida: un pequeño pastel de mousse de


chocolate, cubierto con una sola vela.

—Oh, merci! C'est trop gentil! —exclamó Granger, una mano presionando su clavícula.

Draco había tenido la sensación de que Granger habría detestado por completo que él y los elfos le
cantaran «Feliz cumpleaños» (tan desenfrenado como hubiera sido), así que le había dicho a
Henriette que no cantara.

Henriette simplemente dijo:

—Joyeux anniversaire, mademoiselle! —E hizo una reverencia con un crack.

—Realmente no necesitabas hacer nada —le dijo Granger a Draco, luciendo genuinamente
conmovida.

—Al contrario, es un horrible cumpleaños: estás atrapada en la mansión conmigo, con una horda
de hombres lobo merodeando e intentando matarte.

Granger sacó la vela del pastel y la apagó. («Es más higiénico», dijo frente a la ceja arqueada de
Draco).

—¿Qué pediste?

—No puedo decírtelo.

Draco se pasó la mano por el cabello.

—Apostaría que nada. Ya me tienes. ¿Qué más podrías pedir?

Ella se rio, como era de esperar -qué sentimiento tan miserable-, y empujó del pastel hacia ella.

—¿Quieres?

Ante su asentimiento, Granger cortó para cada uno, una pegajosa rebanada del pastel de mousse.

—Ron dijo que, de camino a casa, revisará la cabaña en busca de paquetes para mí. Los dejará
mañana.
—Bien por él.

—Mmm.

Hubo un silencio mientras se saboreaba el pastel.

—De todos modos, ¿qué pasó entre tú y Weasley? —preguntó Draco.

Como regla general, Granger y él no hacían preguntas personales, un hábito saludable para cultivar
entre el Auror y su Principal. A ella se le había escapado una pregunta en Provenza, sobre su
educación, y ahora él se permitía una en cambio, por una curiosidad no tan ociosa.

Quizás era una pregunta que Granger respondía con regularidad. Ella simplemente se encogió de
hombros.

—Queríamos cosas diferentes. Éramos jóvenes cuando nos comprometimos, recién salidos de la
guerra. Yo tenía muchos planes que no implicaban construir la Madriguera II y crear la próxima
dinastía de los Weasley. Pero, al final, nos separamos amistosamente. Soy muy suertuda; Ron
sigue siendo uno de mis más queridos amigos. Él y Luna han estado juntos por un tiempo, y son
una pareja mucho más feliz.

Draco murmuró una respuesta evasiva alrededor de una cucharada de pastel.

—¿Y tú? —preguntó Granger. Había una curiosidad contenida en su mirada—. Escuché que tú y la
hermana menor de las Greengrass estaban comprometidos.

Fue el turno de Draco de encogerse de hombros.

—Supongo que igual que tú: teníamos diferentes planes. Ella quería ser la próxima Señora Malfoy
y hacer las cosas correctamente, ya sabes: las cosas de sociedad, las fiestas, las cenas, cuatro niños
y dos niñeras para los veinticinco años. Yo quería palizas regulares por parte de mis profesores
franceses... —(Granger asintió y dijo «Como debe ser»)—. Y los fines de semana sucios en
Barcelona.

—Tu madre debe haber estado molesta.

—Devastada; éramos perfectos para el papel.

—Tantas cosas lo son.

Se quedaron en silencio por un rato. Ninguno miró al otro.

—Gracias de nuevo por el pastel —dijo Granger—. Fue... un gesto inesperado.

—Agradécele a Henriette —contestó Draco.

Supuso que Granger había terminado con su pastel y deslizó el tenedor hacia él para darle otro
mordisco, sin molestarse en cortarse un trozo.

—Vas a arruinar la integridad estructural —jadeó Granger—. ¡No te atrevas!

—¿O qué? —preguntó Draco, apuntando al centro del suave mousse.

Granger golpeó su tenedor con el de ella.

—Llevaré a cabo un arresto ciudadano.


—¡Ja! Me encantaría verte int...

Un movimiento de la varita de Granger transformó los gemelos plateados de Draco en unas


estrechas esposas, cuidadosamente unidas en el medio. La Transformación fue imposiblemente
rápida... También sorprendente.

Draco observó esta nueva situación. Separó las manos y las esposas tintinearon la una con la otra y
se mantuvieron firmes.

Él silbó.

—Los metales de transición cerca de tus manos no pueden ser la decisión más sabia para un Auror
—dijo Granger.

—La mayoría de los malos no tienen una Maestría en Transformaciones.

—Y supongo que normalmente tampoco te distraes con el mousse de chocolate.

—Así es.

—Aun así —dijo Granger. Había alegría en sus ojos—, eso no fue tan difícil.

—Lo repito: habrías sido una excelente Auror, sin los chillidos.

—Mi cerebro se usa mejor en otros lugares —dijo Granger.

Con mucha razón, también.

—¿Me dejarás ir o vemos cuánto tiempo tardo en desarrollar un nuevo fetiche? —preguntó Draco.

Granger agitó su varita y las esposas se convirtieron en gemelos una vez más.

Pero ya era demasiado tarde: las esposas ahora eran una Cosa que iba a residir en la cabeza de
Draco. Hubo una euforia que vino con ser dominado tan rápidamente. Su varita también había
estado fuera de su alcance. Podría haber seguido haciendo todo tipo de cosas interesantes y
descubrió que él era un participante dispuesto.

Pero no. No habría sexo con su Auror esposado en un sofá. Ella era Granger; ella nunca cruzaría la
línea; era controlada y profesional. Ética. Correcta.

Maldita sea.

Draco se sirvió una generosa copa de vino y se la bebió.

Él debería hacer lo mismo y ser igualmente Correcto, pero fue muy difícil cuando ella estaba
presionando su trasero contra él y colocando sus dedos contra su boca y esposándolo. Y eso había
sido en sólo una noche de actividades. Y serían muchas, muchas más juntos.

En el fondo, en su corazón atado y amordazado, Draco sintió una agitación de advertencia.

**~**~**
Chapter End Notes

¡Aaah! ¿Qué emocionante, no es así? ¿Qué les esperará Mabon?


Besos,
Paola
Mabon: ser irritante es un lenguaje de amor
Chapter Notes

Advertencia para los humanos sobre la violencia de los hongos.

See the end of the chapter for more notes

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Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse

"Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love"

De Isthisselfcare

Beteado por Bet

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Bet

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Arte por wheresthepixiedust

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Como prometió, al día siguiente, Weasley viajó por la red flu hacia la mansión para dejar los
regalos de cumpleaños que habían sido enviados a la cabaña de Granger. Granger ya se había ido a
su laboratorio, así que fue Draco quien tuvo el dudoso privilegio de recibirlo.

Weasley no era un experto en Encantamientos de Extensión, lo que demostró al llegar con un


voluminoso costal de papas lleno de paquetes, que rápidamente arrojó a los brazos de Draco.

Weasley jadeó.

—Me tomó diez minutos empacar ese lote.

—Es una bruja popular —dijo Draco, aferrándose a la pesada cosa.

—Sí. —Weasley se secó las manos sudorosas en los pantalones y miró a su alrededor—. Hermione
suena como si lo estuviera manejando bien, quedándose aquí. Es gracioso que éste haya terminado
siendo el lugar más seguro para ella, después de todos estos años.

—Supongo.

—Gracias por hacer esto por ella. Eres realmente un tipo decente, después de todo, sólo un poco
idiota. —Draco acababa de abrir la boca para darle las gracias a Weasley, y para enojarse, cuando
Weasley agregó—. Le gustas, ¿sabes?

—¿Le... gusto?

—Genuinamente —dijo Weasley—. Piensa que eres enormemente competente, eminentemente


respetable, generalmente maravilloso... —Hizo una vocecita aguda como la de Granger—. «Él es
bastante brillante, Ron, no debes burlarte de él». Ni siquiera puedo referirme a ti como «El
Hurón» sin que me corrija.

Esto tuvo un inmenso efecto de ánimo en Draco, pero mantuvo su rostro neutral.

—A ella le gusta tomar causas desafortunadas.

—Sí, pronto creará una Sociedad para la Protección del Eminentemente Respetable Malfoy, creo...
«ESPERMA». Te queda bien.

Tan animado estaba el humor de Draco que esta insolencia apenas le molestó. Llamó a Weasley
hijo de puta pecoso, pero sin rencor.

—¿Ya ha creado una rebelión de elfos domésticos? —preguntó Weasley.

—No, pero espero que ella comience inminentemente a agitarse; apenas han pasado dos noches.

—Sí. Tiene mucho tiempo para hacer daño. —Weasley movió las cejas mientras buscaba
astutamente a los elfos—. Será mejor que me vaya. ¿Estarás en el laboratorio más tarde?

—Esta mañana estará Humphreys y Goggin por la tarde. Estoy con Potter en las casas seguras.

Weasley arrojó polvos flu a la chimenea.

—Ah, sí... Las trampas. Hazlas malvadas y al borde de la ilegalidad, ¿sí?

—Obviamente.

—Adiós.

—Lárgate, carajo.

Weasley salió por la red flu.

La bolsa en los brazos de Draco estaba llena de expresiones de amor de los amigos y admiradores
de Granger. Sintió las esquinas de libros y la suavidad de la ropa. Algo con aroma a canela flotó a
través del costal.

Lanzó algunos hechizos de detección para asegurarse de que no hubiera objetos malditos o
envenenados dentro y llamó a Tupey para que lo llevara a la suite de Granger.

No pasó ni un sólo momento reflexionando malhumorado sobre un regalo para Granger que
eclipsara todas estas ofrendas.
El día pasó en una serie de visitas a las casas seguras, donde Draco y Potter esperaban atraer a los
malos fisgoneando con señuelos falsos de Granger. Crearon Grangers señuelo, encantados para
moverse entre varias habitaciones, y configuraron luces para que se encendieran y apagaran por la
noche. Ocultaron una variedad de protecciones y trampas alrededor de las propiedades.

Y sí, los de Draco eran más crueles que los de Potter. Potter tenía toda la imaginación de un
Horklump.

Cuando hubieron puesto los señuelos en cinco casas de seguridad, junto con la casa de campo de
Granger, regresaron a la oficina para reunirse con Tonks, quien había hablado con Shacklebolt.

—¿Hizo un berrinche total? —preguntó Potter.

Tonks negó con la cabeza.

—No, conoces a Kingsley. Fue más como una decepción silenciosa. No amenazó con despedirme
a mí ni a Robards, así que eso fue bueno.

—Déjalo —dijo Draco—. Él nunca te despediría por esto.

—El resurgimiento de Greyback fue un poco impactante —Tonks hizo una mueca—. Él no estaba
feliz: Robards captó lo peor de la perorata; no debió haber tratado de mantener las cosas en secreto
después del infectante de niños. De todos modos, le aseguré que Hermione está a salvo y que
continuará con su trabajo. Ha pedido que se le mantenga informado de los planes del GUAT para
la próxima luna llena. Me gustaría participar en la próxima reunión, Potter, si no te importa...

Un zumbido en su bolsillo hizo que la atención de Draco se desviara. Miró debajo de la mesa para
ver un mensaje de Granger.

«Humphreys es muy habladora», dijo Granger.

«Sí, un poquito», dijo Draco.

«Peor que tú».

«Todos son peores, porque yo soy el mejor».

«He sido informada de las dolencias de toda su extensa familia», escribió Granger.

«¿Y Goggin?»

«Es un hombre muy agradable».

«Bien», dijo Draco, quien no se puso celoso para nada.

«Tiene una respiración ruidosa», dijo Granger.

«El hombre se ha roto la nariz un par de veces».

«Bastante silbante al exhalar, ¿no?»

«Pídele que te toque una melodía».

«Ya lo hizo».

«¿Cuál canción?».
Hubo un retraso cuando Granger, presumiblemente, se detuvo para escuchar a Goggin.

«Auld Lang Syne, creo».

«Festivo», dijo Draco.

«Tres horas más de esto...Creo que puedo volverme loca. Te extraño muchísimo. Nunca volveré a
ser mala contigo».

El corazón de Draco dejó de latir al leer: Te extraño muchísimo.

Luego, se reanudó con un vigor inquietante.

—¿Malfoy? ¿Serías tan amable de unirte a nosotros aquí? —Llegó la voz de Tonks.

Draco levantó la vista para encontrar a Tonks y Potter mirándolo. Se dio cuenta de que tenía una
vaga sonrisa en su rostro y la reemplazó con un ceño fruncido.

Tonks abrió la boca para lanzar una pregunta mordaz sobre lo que estaba llamando su atención tan
agradablemente, pero Draco se salvó de dar más explicaciones cuando llamaron a la puerta.

—¿Está Malfoy aquí? —preguntó la voz de Brimble, una de los Aurores más jóvenes.

—¿Qué ocurre? —preguntó Draco.

—Tengo algo que mostrarle, ¿tiene un momento?

Tonks ahuyentó a Draco con un animado gesto, como si estuviese contenta de tener una excusa
para deshacerse del idiota de ojos de borreguito.

Te extraño muchísimo.

¿Por qué eso le dio una sensación de aleteo tan agradable?

Se sentía demasiado bien para Reprimirlo.

Ah, sí... Brimble.

Brimble era una joven bruja nacida de muggles que generalmente miraba a Draco con una especie
de asombro temeroso. Su especialidad era la vigilancia y el espionaje. Cuando Draco se unió a ella
en su escritorio, revolvió nerviosamente una pila de papeles y dejó caer su pluma.

—P-perdón por interrumpir —dijo—. Pensé que podría ser importante: He estado monitoreando
los avisos de la INTERPOL y acaba de aparecer una de sus Personas de Interés.

—¿Cuál?

—Gunnar Larsen. La INTERPOL acaba de vincularlo con una serie de ataques: su hombre está en
una especie de ataque internacional contra los investigadores. Finalmente lo captaron con la
cámara.

Colocó una pila de fotografías muggles inmóviles en las manos de Draco.

—Aquí. Estos fueron tomados en un laboratorio en los Países Bajos. Larsen estranguló al científico
principal.
Draco examinó la secuencia de fotografías, que estaban borrosas, en blanco y negro, y tomadas
desde un ángulo alto que dificultaba discernir lo que estaba sucediendo. En las primeras fotos, la
gran forma de Larsen se cernía sobre el cuerpo cubierto de blanco, luego sostuvo la cabeza del
científico entre sus manos durante varios fotogramas más, sin duda realizando Legeremancia. El
científico pareció levantar un brazo para defenderse y luego, las manos de Larsen estaban en su
garganta.

—¿El científico está vivo?

Brimble hojeó más documentos.

—Vivo, pero en estado crítico. Hospitalizado en Róterdam.

—¿Quién es él?

—Él es, eh... espere, lo tengo en alguna parte... Un oncólogo. Es una especie de sanador muggle
que...

—Sé lo que es un oncólogo.

Brimble lo miró con sorpresa.

—Correcto. Bueno, su nombre es Doctor Johann Driessen.

Mierda. Ese había sido uno de los co-oradores de Granger en ese evento de Oxford.

—El Cuerpo de Policía Nacional Holandés está investigando, al igual que los Aurores holandeses.
Han sido informados de que también tenemos interés en Larsen. Me comuniqué con algunos
colegas en Japón y Estados Unidos sobre los otros ataques; según los informes que he visto, parece
que les ha estado aplicando Legeremancia y los ha dado por muertos.

Draco tomó el archivo de Brimble.

—Bien hecho. Dime inmediatamente si hay algo más. Y quiero saber si él viene al país, mantén un
ojo en los trasladores y en el flu internacional.

Brimble asintió mientras Draco se alejaba.

Esa noche, Granger fue recibida en la mesa del comedor con una pila de fotografías y un recuento
de los hallazgos de Brimble.

Palideció al enterarse de la serie de ataques y jadeó horrorizada ante las fotografías del Doctor
Driessen.

Draco no quería decir, «maldita sea, te lo dije», pero algo de ese pensamiento estaba claramente en
su expresión, porque Granger hizo una rara admisión:

—Tenías razón sobre Larsen.

A Draco no le dio ningún placer. Bueno, tal vez un poquito de placer.

—Siempre estoy en lo correcto.

Era una carga monumental, siempre teniendo razón, pero la llevó con su habitual gracia.

—¿A qué diablos está jugando Larsen? —preguntó Granger—. ¡¿Qué le pasa?!
—A mí también me gustaría saber. ¿Qué está buscando ese imbécil?

Las cejas de Granger se contrajeron en una línea de preocupación.

—Si se dirige a investigadores en mi campo, la mayoría de ellos son muggles. Serán


completamente incapaces de defenderse.

—Dame una lista de posibles objetivos. Informaré a sus respectivos cuarteles generales de Aurores.

—Está bien.

Granger miró una de las fotografías de Driessen siendo estrangulado. Parecía enferma.

Draco se la arrancó y lo volvió a poner en el archivo.

—No es tu culpa.

Se sentaron en silencio.

Tupey se materializó para servir el postre, una tarte tatin, lo que los sacó a ambos de sus
melancólicos estupores.

Granger respiró hondo, como si intentara pasar a otros asuntos, pero con dificultad.

—Bueno —suspiró ella—, tenemos que hablar de Mabon. Es mañana y tenemos tantos sitios para
visitar que tenemos que estar muy organizados al respecto.

Como si Granger supiera cómo ser cualquier otra cosa que no fuera organizada. Ahora fue su turno
de dejar una pila de papeles frente a Draco. Acercó la silla y le tocó el muslo con la rodilla, lo cual
se sintió bien, y repasó el itinerario con él.

Los salvajes y antiguos nombres de los dólmenes que visitarían resonaron en su lengua: Bodowyr,
Henblas, Ty Mawr, Pentre Ifan, Hell Stone, Goward, Annadorn...

Draco reprimió un escalofrío. Había magia en esos nombres.

Eran doce en total. El itinerario de Granger incluía puntos flu y puntos de Aparición, a menudo un
poco alejados de los sitios mismos, ya que estaban construidos sobre líneas ley demasiado
poderosas e importantes mágicamente como para aparecerse directamente en ellas.

Granger sugirió que usaran la Aparición conjunta cuando no estuvieran usando la red flu, para
permanecer juntos y evitar el agotamiento mágico a través de tantas Apariciones repetidas por todo
el Reino Unido.

Discutieron sobre quién Aparecería a quién: Granger quería que Draco preservara su magia para
detectar y batirse en duelo si era necesario; Draco quería que ella guardara la suya para defenderse,
y tal vez volver a unir sus extremidades en caso de una batalla.

Decidieron llegar al acuerdo de alternar, lo que no dejó satisfecho a ninguno de los dos y ambos
miraron al otro como si nunca hubiesen tratado con alguien tan malditamente terco en toda su vida

Ahora Granger se mordió el labio.

—Mañana tendremos que salir temprano. Sé que estarás feliz con eso.

—Estoy bullendo de alegría.


—Brillante.

—Me estoy volviendo loco de felicidad.

Granger propuso la horrible hora de las siete en punto.

—¿Qué? Maldita sea.

El giro de los ojos de Granger fue magnífico.

—Pobrecito. No es tan horrible.

Vil, eso es lo que era. Draco suspiró dramáticamente y se sentó sin fuerzas en su silla.

—Debería haberme quedado con el porno troll.

—¿El qué? —preguntó Granger.

—Nada. No importa. Cómete tu pastel.

—Cómete tú tu pastel.

—No me gustaría nada más.

—Bien.

Draco se comió el pastelito que tenía enfrente, pero hubiera preferido comerse el que estaba a su
lado.

Una ironía más en la difícil vida de Draco Malfoy.

Draco se despertó a la hora monumentalmente espantosa de las seis en punto del día siguiente para
prepararse. Soportó las dificultades con gran fortaleza, por lo que pensó que debía ser elogiado.

Prestó especial atención a su aseo esa mañana, con el deseo de lograr un cierto Aspecto para la
aventura del día: apuesto, pero elegante; aventurero, pero bien vestido; intrépido, pero elegante.

Se arregló el cabello para que pareciera pícaramente elegante. Llevaba sus botas favoritas, que
creía que le daban un aire valeroso y aventurero.

Mientras arreglaba su cabello en el espejo, Draco reflexionó que la perspectiva de pasar un día
entero con Granger, mirando hongos, debería haberle provocado molestia y verdadero
aburrimiento. Y, sin embargo, a pesar de la hora insana, Draco se encontró ansioso por la
excursión.

A las 6:55 a.m., satisfecho con su Aspecto, Draco se dirigió al vestíbulo de entrada para encontrar
a Granger.

Estaba al pie de las escaleras, con el pelo recogido en una coleta alta, las botas de andar bien
atadas y los ojos brillantes.

Verla esperándolo, toda equipada con sus cosas para caminar, fue... lo mejor. Le dio a Draco una
agradable sensación de anticipación para la aventura y la pelea. Para caminatas a través de los
bosques, compromisos accidentales y huir de monjas locas, todo con la mejor compañía.
Él había extrañado esto.

Draco se tomó dos cafés y cuatro huevos, y entonces estuvieron listos para empezar.

Granger abrió el camino hacia el salón del flu. Ella también parecía estar esperando con placer esta
nueva aventura. Su sonrisa era cálida.

—¿Vamos a este carpe diem?

—Vamos.

Granger arrojó polvos flu a las llamas y pronunció el nombre de su primer punto en la ruta. Entró,
seguida de cerca por Draco, y partieron.

Cayeron en un ritmo agradable a medida que avanzaban a través del itinerario de Granger. En cada
parada, los hechizos de detección de Draco confirmaron que estaban solos, a excepción de las
vacas o las ovejas, y luego Granger se puso a trabajar, buscando los hongos específicos y otra
materia vegetal que su herbolaria-filósofa había decidido mencionar, en lugar de algo útil... como
unas malditas coordenadas.

Los dólmenes eran estructuras grandes, todavía impresionantes a pesar de sus ocasionales estados
de colapso. Granger brindó su habitual comentario histórico, explicando que los monumentos
normalmente albergaban cámaras funerarias y que habrían estado cubiertos por completo por un
montículo de tierra, hacía miles de años.

Pentre Ifan, Pembrokeshire, Gales. (Foto: megalithic.co.uk)

Experimentaron todos los climas imaginables a medida que avanzaron en la lista de Granger: lluvia
torrencial en Bodowyr, un glorioso sol de septiembre en Ty Mawr, una niebla espesa en Henblas.

Los paisajes eran impresionantes. Por la mañana descubrieron antiguos bosques de árboles
nudosos que olían a tomillo silvestre, amplios páramos cubiertos de millones de flores de color
púrpura y kilómetros de césped verde y ondulado que desaparecía en un cielo brumoso.

Por la tarde, interminables páramos cubiertos de helechos, pastizales domesticados y acantilados


que se sumergían en el mar del fin del mundo.

La parte favorita de Draco eran las Desapariciones: los momentos en que Granger enroscó su brazo
en el suyo y se aferró a él, y él sintió el barrido de su magia sobre él, o cuando la cubrió con la
suya, y el giro de la Desaparición los empujó el uno contra el otro y los apretó juntos.

No podía saber si ella sintió lo mismo: saltó alegremente a su lado cada vez, pero hoy estaba
alegremente en su elemento, y hacía todo alegremente. Ella tenía las mejillas bastante sonrosadas,
pero de nuevo, el viento estaba azotando en la isla de Anglesey y el aire estaba helado en el
condado de Down.

Pero una cosa era segura: Granger estaba feliz. Draco sintió que nunca podría haber habido una
cazadora de hongos más feliz saltando sobre estos sitios antiguos. Había un júbilo y una esperanza
en ella, alimentados por el conocimiento de que este era el penúltimo paso de su proyecto. El final
estaba a la vista y pronto comenzaría el cambio del mundo.

Entre las aulagas y el dulce aire del otoño, la manada de letales hombres lobo y el asesino Larsen
debieron parecerle muy lejanos: problemas para la Granger del mañana, no para la de hoy.

Le producía un placer inexplicable verla tan feliz.

Ahora Granger se estaba acercando a él, sacudiendo la cabeza.

—Aquí tampoco es. Goward es el siguiente. Aparición Directa... Es mi turno. ¿Listo?

—Vamos.

El giro, el apretón, la calidez de ella. Draco esperaba un aterrizaje incómodo y resbaladizo en algún
lugar, para que ella pudiera caer convenientemente sobre él, pero, por desgracia, sus lugares de
llegada habían sido seleccionados por Granger y, por lo tanto, estaban necesariamente tan
nivelados como uno podría pedir.

El siguiente dolmen estaba en un campo brumoso de granjero, recién arado.

Los hechizos de detección de Draco no mostraron nada más que una pequeña manada de ciervos
donde el campo se convirtió en bosque. Granger se alejó chapoteando, hundida hasta las piernas en
el barro, hacia el enorme dolmen.

Draco apuntó una serie de hechizos de secado a una mancha de lodo de un metro cuadrado y se
subió a ella para quitarse la peor parte de la suciedad de las botas. Luego alternó entre mantener un
ojo en Granger y en el horizonte.

La manada de ciervos que Draco había detectado se deslizó entre los árboles hacia ellos. Sus pasos
eran silenciosos. Mientras se acercaban, Draco vio que sus pieles eran del color blanco dorado del
ciervo de Oisín, los primos mágicos del ciervo rojo. Criaturas raras que sólo existían en esta parte
de Irlanda. Draco nunca había visto uno vivo.

El ciervo líder se detuvo cuando vio a Draco, sus magníficas astas se elevaron y se perdieron entre
las ramas. La evaluación del ciervo debe haber culminado en la decisión de que Draco no
representaba una amenaza: bajó la cabeza hasta tocar el suelo con la nariz, al igual que las ciervas
detrás de él.
Draco lanzó algunos hechizos de detección para asegurarse de que esos ciervos no eran animagos
malvados que se habían transformado en estos especímenes insoportablemente concretos con el
propósito de atacar a Granger.

No lo eran.

No estaba siendo paranoico, sólo era... cuidadoso.

(Tal vez un poquito paranoico).

Draco miró a Granger para ver que ella también había notado su compañía. Se quedó inmóvil, con
un trozo de pergamino en una mano y su varita en la otra.

La luz del sol comenzó a atravesar la niebla, convirtiendo el campo fangoso en una brillante
extensión de rocío adornada con rastrojos de trigo dorado y las pieles brillantes de los ciervos.

La niebla en retirada significaba que los ciervos habían perdido su refugio. Se volvieron hacia la
seguridad de los árboles y, como espectros, desaparecieron en el bosque.

Uno, una cierva más joven y pequeña, seguía a la manada, cojeando mucho.

—¡Vaya! —llegó la voz de Granger, que le dijo a Draco que ella también había visto a la criatura
—. ¿Qué pasa con ella?

Su voz hizo que la manada huyera. La cierva herida se dejó seguir, cojeando tan rápido como
pudo.

—Supongo que está herida —dijo Draco.

—Tenemos que ayudarla.

—¿Ayudarla? Es un animal salvaje. Deja que la naturaleza siga su curso.

Granger, como era de esperar, no estaba dispuesta a seguir este curso de acción lógico.

—No vi sangre. La forma en que colgaba la pierna, creo que es una dislocación.

—Así que ella estará bien.

—No. Ella no será capaz de recolocarlo por sí sola. Ella tendrá una muerte lenta y llena de miedo o
será asesinada por algo horrible.

Para enorme irritación de Draco, Granger comenzó a chapotear hacia los árboles.

—Granger —llamó Draco, con una voz de gran autoridad y amenaza.

Ella no se dio cuenta, obviamente.

—Vamos a aturdirla para que pueda echar un vistazo. Son terriblemente raros, casi cazados hasta
la extinción debido a sus pieles. No podemos simplemente dejarla morir.

—Absolutamente podemos —dijo Draco—. ¿Has olvidado el itinerario bestial que has preparado?

—Por supuesto que no. Incorporé tiempo extra para contingencias.

—Y esto es una contingencia, ¿verdad?


—Sí.

—Es un maldito ciervo.

—¡De los cuales quedan menos de trescientos especímenes vivos! Morirá si no hacemos algo.

Hermione Granger, la bruja más irritante de su edad, continuó hacia el bosque.

Draco maldijo y pateó un hongo inocente que había llevado una vida sin culpa y no lo merecía.

—No lo apruebo —dijo Draco, pisando fuerte en el bosque húmedo detrás de Granger.

Granger estaba empezando a sonar como una camisa.

—Recuerdo con vívida claridad no haber solicitado tu aprobación. ¿No tienes empatía?

—No me queda nada. ¿Podrías dejar de ser una maldita bien intencionada por un día de tu vida?

—¿Podrías encontrar una sola pizca de compasión en esa papilla fermentada que llamas alma?

—Tengo mucha compasión... Para mis botas.

—¡¿Tus botas?! —llegó la respuesta—. ¡Este es un acto de bondad!

—¡Es una monumental molestia!

¿Y dónde estaba la compasión de Granger por su cabello y su túnica, por favor? ¿Por qué estaban
vadeando en un pantano?

En los árboles que tenían delante, la cierva dorada resplandecía. La pobre criatura estaba haciendo
todo lo posible por escapar, pero su carrera de tres patas la había agotado, y Draco y Granger
pronto ganaron terreno.

Los Aturdidores de Granger volaron en su persecución.

—¡Stupefy!

—Serías tan fácil de atraer a una trampa —jadeó Draco, poniéndose al día—. Los malos solo
necesitan encontrar un conejito con una pata lastimada...

—¡Si me ayudaras, esto terminaría más rápido!

—Bien. ¡Stupefy!

El aturdidor de Draco golpeó a la cierva en la espalda, sin ningún efecto.

—Ah, sí —dijo Draco—. Pieles absorbentes de magia.

—Maldita sea —dijo Granger—. No pensé que serían tan potentes.

Granger cambió de táctica y transformó el suelo fangoso en un pantano literal de unos pocos
metros, que medio tragó a la cierva, hasta que quedó atrapada.

Cuando estaban a unos tres metros de distancia, Draco y Granger dispararon un Immobulus y un
encantamiento para dormir, respectivamente, ninguno de los cuales surtió efecto, incluso a tan
corta distancia.
—Increíble —dijo Granger, como si se tratara de un fenómeno científico intrigante y no una
catastrófica sentencia de muerte para el Aspecto de Draco.

Con la fuerza soportada por el pánico, la cierva salió del barro y se interpuso entre los dos, con la
esperanza de escapar entre los pesados humanos.

En una exhibición magistral de atletismo e idiotez, Draco saltó hacia ella. Se las arregló para
agarrar un casco delgado, luego se le escapó. Chapoteó en el pantano de rodillas.

Estaba en su cabello.

Su... Cabello.

Las iba a asesinar: a ambas. Tendría carne de venado para la cena y pastelito de postre y la vida
volvería a ser sencilla.

Granger conjuró una cuerda que serpenteaba tras el ciervo, pero fue repelida mágicamente en el
momento en que tocó su piel.

—¡Sólo queremos ayudarte! —gritó Granger.

—¡Quédate quieta, estúpida y maldita cuadrúpeda! —gritó Draco, menos amablemente.

La criatura, a juzgar por su impulso extra de velocidad, no hablaba inglés.

Granger agitó su varita y pronunció un encantamiento, y un muro de tierra los rodeó a los tres.

—Allí —dijo Granger—. No más carreras.

La cierva tomó su nuevo entorno a la vista. Estaba en un corral circular de barro. Draco saltó sobre
ella de nuevo, con la esperanza de tomar una de sus piernas por debajo y acostarla para que la
examinara. La cierva lo esquivó. Granger se lanzó hacia ella con los brazos abiertos. La cierva hizo
cabriolas a un lado.

En este punto, la criatura pareció concluir que eran unos aficionados totales. Parecía divertirse con
su persecución, con la pierna colgando y todo. Esperó hasta que Draco o Granger se acercaron a
ella y luego salió corriendo de nuevo, echándoles porquería en la cara.

—Voy a desollarla yo mismo y la convertiré en una maldita capa —gruñó Draco a través del barro.

Un movimiento brusco de la varita de Granger llevó las paredes de tierra hacia adentro. De pronto,
sólo había dos o tres metros cuadrados de espacio para pisar, todo pantanoso.

La atraparon. Draco acostó a la criatura y sostuvo sus tres patas sanas con un puño doble, mientras
todos los intentos de conjurar cuerdas o cadenas se desvanecieron. Su pierna lesionada sobresalía
en un ángulo antinatural detrás de ella.

La cierva emitió unos balidos desgarradores de miedo y tembló, como si anticipara algún final
horrible en sus manos.

—Está bien, está bien —la hizo callar Granger. De alguna manera, embarrada y despeinada, se las
arreglaba para parecer perfectamente angelical—. No te vamos a lastimar. El hombre malo sólo
estaba bromeando. Yo preferiría antes hacer una capa de él.

Draco no tenía una respuesta coherente que ofrecer, ya que estaba escupiendo lodo.
Granger palpó la parte trasera del venado, murmurando sobre fémures.

El ciervo liberó una pata de una patada y cubrió el cabello de Granger con una abundante cantidad
de barro.

Granger cerró los ojos y respiró.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Draco—. ¿Te arrepientes? Eso espero.

—Está bien —dijo Granger, tirando su cabello empapado sobre su hombro—. Ella tiene miedo. No
es su culpa.

La criatura parecía patética. La conciencia de Draco, que en gran medida estuvo ausente de su vida,
picó al ver sus ojos negros llenos de miedo. Cayó en un imprudente lapso de amabilidad y acarició
la delicada cabeza de la cierva.

Granger le dirigió una rápida mirada de sorpresa antes de lanzar un hechizo de diagnóstico.

—Es una dislocación. Brillante. Tendremos que ponerla a dormir, tendrá que estar completamente
relajada, y luego haremos un poco de tira y afloja.

Al ver la varita de Granger, la criatura suspiró, con una mirada de absoluto patetismo en su rostro
mientras se preparaba para la muerte.

Rebuscaron en el ciervo hasta que encontraron un trozo de piel descubierto por su piel mágica: un
punto suave y aterciopelado justo debajo de la barbilla.

Granger la aturdió. Consultó el esquema de diagnóstico y luego, bajo sus indicaciones,


comenzaron el tira y afloja. Draco recibió instrucciones de cerrar sus brazos alrededor de la pelvis
de la criatura y mantenerla tan firme como pudiera. Granger luchó con la pierna, tratando de
encontrar el ángulo mágico donde la cabeza del fémur se deslizaría sobre el borde del acetábulo.

Durante un largo minuto, Granger tiró de la pierna, la dobló, la retorció, tiró de ella, y luego,
finalmente, hubo un suave clic.

—Sí —dijo Granger.

—¿Lo hiciste?

—Creo que sí. —Granger flexionó la pata trasera, que ahora se dobló suavemente y ya no estaba en
ese ángulo antinatural. Granger lanzó otro hechizo de diagnóstico—. Perfecto.

Granger enervó a la cierva, que se puso de pie, temblando. Ella se alejó de ellos, poniendo su peso
uniformemente en las cuatro patas.

Estaba sana de nuevo.

Bajaron los muros de tierra.

La criatura se alejó al galope sin mirar atrás, prodigándoles una última salpicadura de inmundicia
en lugar de una despedida.

Entró en la boca de Draco y subió por la nariz de Granger.

—Hay algo de maldita... maldita... gratitud —dijo Draco, escupiendo con cada palabra.
Granger estornudó.

Se miraron el uno al otro, con los ojos muy abiertos, manchados de barro, apestando
abominablemente.

—Tu cara.

—¡T-tu cabello! ¡YO...!

Se derrumbaron histéricos y se rieron hasta que no pudieron respirar.

Granger todavía estaba temblando de risa mientras se Aparecían en el siguiente sitio: «La Guarida
del Diablo».

Y su buen humor perduró, porque allí, entre pastos altos bajo un cielo azul suave, encontró la
combinación mágica de hongos y flora que había estado buscando.

«La Guarida del Diablo»: nombre celta tristemente perdido en el tiempo. Se cree que los campos
alrededor de este dolmen son la cantera de las piedras sarsen de Stonehenge. (Foto:
megalithic.co.uk)

—¡Finalmente! —dijo Granger—. ¡Sí!

Besó un hongo (los hongos tenían más acción que Draco; genial), y se lanzó a una ráfaga de
actividades. Sacó una misteriosa parafernalia de su bolsillo y comenzó a colocar algo entre las
grandes piedras del dolmen.

En cuanto a Draco, bien. Una vez perdida la dignidad de uno es difícil de recuperarla, pero Draco
hizo todo lo posible por recuperar la suya.
Tuvo que admitir que su Atuendo estaba arruinado. Lanzó Scourgify y Aguamenti hasta que, como
mínimo, dejó de ser una caca ambulante.

Luego le lanzó unos Aguamenti a Granger mientras ella se agitaba, sólo por deporte, y también
porque ella había besado un hongo en lugar de a él.

Se detuvo después de que sus chillidos se volvieron más agudos y ella gruñó: «¡Malfoy!», porque
no quería que ella lo convirtiera en una verdadera caca por resentimiento.

—¿Qué estamos recolectando aquí? —preguntó Draco, caminando hacia los instrumentos que
Granger estaba sacando.

—Luz —dijo Granger, sosteniendo una especie de sextante hacia el cielo.

—¿Luz?

—Sí, el Sanitatem estándar requiere la exposición a la luz solar en un cementerio. Para el proto-
Sanitatem, necesitamos la luz del equinoccio de otoño recolectada en una tumba mucho más
antigua, capturada justo cuando el sol pasa por el ecuador celestial.

Un cuenco poco profundo con espejos brillaba entre los instrumentos. Runas habían sido talladas a
lo largo de sus lados. Granger jugó con el sextante y una brújula de bronce e inclinó todavía más el
cuenco, de modo que apuntara hacia arriba, pero hacia el oeste.

En su mano había un tubo que chasqueaba.

—¿Qué es eso del tubo chasqueante?

—Un Desiluminador —dijo Granger—. Ron me lo prestó, bendito sea.

Granger se tumbó en el suelo junto al cuenco plateado y usó el sextante de nuevo, haciendo
pequeños ajustes en la dirección del cuenco.

Luego se levantó y trepó sobre una de las enormes piedras del dolmen, y se encaramó allí.

—¿Ahora qué? —preguntó Draco.

—Ahora esperamos —dijo Granger—. Este año, el equinoccio de otoño tiene lugar a las 18:20
horas

—Vaya... Tenemos mucho tiempo.

—Lo hacemos, de verdad tuvimos suerte de encontrarlo en el sexto intento.

Tuvieron un picnic en la roca: sándwiches gruesos de huevo y berros preparados por Henriette.

—«La Guarida del Diablo» —dijo Draco, mirando hacia arriba a la enorme piedra angular sobre
ellos—. ¿Qué tiene de diabólico?

—La tradición local dice que un demonio podría ser convocado aquí vertiendo agua en estos. —
Granger señaló huecos en forma de plato en la roca—. Aparecería a medianoche para tomar una
copa.

—¿Sólo agua? Qué buena clase de demonio. Habría esperado algo como sangre de bebés, como
mínimo.
—Quizá podamos dejarle algo... Quiero decir... Agua, porque no tengo sangre de bebés.

Cuando terminaron su picnic, Granger se frotó la cara. A pesar de los esfuerzos esporádicos de
Draco, todavía estaba cubierta de porquería. La suciedad surcó sus mejillas como pintura de guerra.

—Creo que prefiero la medicina humana —dijo remilgadamente mientras se apuntaba


varios Scourgify y Evanesco—. Hay menos persecución de pacientes. Sin embargo, fue divertido.

—Divertido. Oh sí, realmente adoro hacer el maldito ridículo entre pantanos.

Granger chasqueó la lengua y luego se inclinó para arreglar su cuello.

—Un poco de suciedad te hace lucir elegante.

Draco estaba perplejo.

La diversión se abrió paso en el rostro de Granger y fue... Cariñoso.

Draco no sabía qué hacer con eso.

—Pero tu cabello... Es una causa absolutamente perdida por hoy —dijo Granger.

—Habla por ti misma.

Pasaron el resto de la noche conversando. Se insultaron unas cuantas veces, y se gruñeron unas
cuantas más, pero todo estaba bien, porque sus insultos la hacían reír, y la calidez de sus ojos
suavizaba los bordes de los suyos, y estaban discutiendo o estaban coqueteando... ¿En serio?

A medida que se acercaba el equinoccio, Granger comenzó a ponerse nerviosa. Saltó de la roca,
volvió a comprobar la posición de su cuenco de plata, sacó el Desiluminador, volvió a colocarlo,
volvió a calibrar el cuenco y empezó a caminar.

—Lo siento —dijo, cuando notó que Draco la estaba mirando—. He practicado esto tantas veces,
sabes, pero esto es real, y si lo arruino, todo el proyecto se retrasará un año, pero no lo arruinaré,
pero si lo hiciera...

—No lo harás —interrumpió Draco.

—No lo haré.

Lanzó un hechizo para saber la hora.

6:15 p. m.

Granger se arrodilló junto al cuenco de plata. La brisa bailaba entre las altas hierbas. Algunos
jilgueros emprendieron el vuelo.

18:18 p. m.

El olor a otoño flotaba deliciosamente alrededor del dolmen, cargado de heno recién cortado.

18:19 p. m.

El aire se llenó de magia.

18:20 p. m.
Y así llegó el equinoccio.

Los rayos del sol golpearon el cuenco espejado, se reflejaron los rayos sobre sí mismos miles y
miles de veces y formaron una esfera de pura luz.

Granger, arrodillándose junto al cuenco, hizo clic en el Desiluminador. La bola de luz fue
absorbida por el instrumento.

El atardecer se puso.

Y así, se terminó.

Granger deslizó cuidadosamente el Desiluminador en su bolsillo.

Luego se puso de pie, inclinó la cabeza hacia arriba, abrió los brazos y dijo:

—¡¡Sí!!

Giró en círculos; era una pequeña figura bajo el gran firmamento, riéndose de felicidad hacia los
cielos.

Su giro la lanzó hacia Draco, y convirtió la colisión en un abrazo en el que, de puntillas, presionó
toda su alegría y alivio.

Él se complació; la abrazó con la misma fuerza; a esta vieja enemiga favorita; a esta brillante
bienhechora; a su estúpido Crush.

Ella miró hacia arriba cuando él miró hacia abajo.

Sus mejillas se encontraron en un lío húmedo y fangoso.

Y luego, sus labios también.

Fue el beso más inocente e ingenuo con el que Draco jamás se había topado.

Descargó un litro entero de endorfinas en su sistema.

Se separaron y se disculparon entre ellos porque, obviamente, había sido un accidente.

Continuaron como si nada hubiera pasado. Porque él era su Auror y ella su Principal y ambos eran
profesionales consumados.

Pero algo había sucedido.

Y Granger, ya sabes... no había saltado, ni se alejó gritando. No se había limpiado la boca, ni había
escupido. Ella sólo... se sentía cálida y respiró una vez, y ahora se estaba sonrojando mientras se
ocupada de empacar.

El cerebro de Draco se deleitó con el logro de un nuevo recuerdo, de labios agrietados por el
viento, y el sabor a sal, y a tierra.

Granger juntó sus instrumentos.

—Solucionamos Mabon —dijo, con alivio en su voz—. Casi no puedo creerlo.

—Es un triunfo —dijo Draco, y lo decía en serio.


—Un pequeño triunfo.

—Estás trabajando para lograr uno muy grande.

—Sí.

Los últimos rayos del sol de Mabon acariciaban las copas de los árboles distantes, exultantes en un
resplandor escarlata y dorado. Muy por encima de las hierbas temblorosas y las colinas ondulantes,
la luna se elevó.

Granger terminó de empacar y cayó sobre su trasero entre las colosales piedras del dolmen.

Se sentó allí durante mucho tiempo, con las manos en la tierra detrás de ella, la cara hacia el cielo,
respirando aliviada.

Entonces ella captó su mirada y le sonrió.

La Gran Muralla de la Represión fue destruida.

Algo vasto y sin nombre se hinchó en su corazón.

Esta bruja era... esta bruja era... No tenía las palabras para describirlo, pero lo impactó. Quería
engullirlo.

La esfera de luz brillaba, inmóvil... Pero no estaba en el Desiluminador.

...Estaba dentro de él.

Chapter End Notes

¡Nos vemos el próximo sábado!


La fiesta de Theo
Chapter Notes

See the end of the chapter for notes

**~**~**

Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse

"Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love"

De Isthisselfcare

Beteado por Bet y Eva

**~**~**
**~**~**

¡No sería una comedia romántica adecuada sin un beso accidental!

Bueno, finalmente llegamos a la fiesta de Theo. He estado esperando compartir este capítulo
durante mucho tiempo, así que disfrútenlo (y perdonen mis momentos de La Bella y la Bestia, soy
débil).

**~**~**

Así que, la Represión, claramente, no estaba funcionando.

Como Draco prefería culpar a cualquiera menos a sí mismo por sus problemas, culpó directamente
a Granger, quien no tenía por qué sonreírle. Francamente, ¿cómo se atrevía? De verdad, qué
comportamiento tan desagradable, desconsiderado, grosero.

Granger continuó con una alegre ignorancia de su culpabilidad. A medida que pasaban los días, se
adaptó a la vida en la mansión con sorprendente facilidad, tal vez porque rara vez estaba allí.
Llegaba a tiempo para inhalar una cena tardía, la mayoría de las noches, y se despertaba temprano
de nuevo al día siguiente, arrastrando a un Draco de ojos hinchados detrás de ella mientras
retozaba para salvar el mundo.

Potter y Weasley visitaban a Granger con frecuencia. Los tres compartían largas conversaciones
nocturnas, amontonados en no sé qué salón. Draco se unió sólo cuando Granger lo invitó
específicamente; pasaba suficiente tiempo con esos dos tontos en la oficina y no necesitaba más de
su compañía. También los encontró demasiado atentos, Potter en particular. No es que hubiera algo
que ver por ahí.

Incluso en sus lapsos más salvajes de honestidad, Draco nunca admitiría cuánto disfrutaba de la
compañía de Granger, ciertamente esporádica, en la mansión; la forma en que su presencia llenaba
las grandes habitaciones de calidez; el placer de las réplicas a la hora de la cena, y caminar por un
pasillo y saber que acababa de pasar por allí con su persistente olor a jabón.

Incluso su gato era una adición decente a la casa. Una noche, un «¿Miau?» a los pies de la cama de
Draco le informó que la criatura de alguna manera había entrado en sus habitaciones y lo estaba
llamando lastimeramente. Luego lo miró con una especie de autocompasión y Draco se dio cuenta
de que estaba perdido. Lo había llevado de vuelta a la suite de Granger, tocó y le dijo: «Creo que
esto es tuyo», mientras el gato entraba en territorio familiar. Granger había estado haciendo yoga, y
estaba usando esa ropa, y estaba sudorosa, sin aliento y brillante, y olía a sal, y a humo de vela.
Ella había jadeado «¡Oh! Crooks, querido, no debes ir demasiado lejos», y un hilo de sudor había
corrido entre sus senos, que Draco no miró.

De todos modos, el gato estaba bien.

Draco nunca se lo admitió explícitamente a sí mismo, pero detrás de la Represión, en una parte
secreta, estúpida y sensiblera de su alma, deseaba poder compartir más momentos tranquilos
juntos, sin que los interrumpieran los gritos de dolor en Urgencias o los tontos estudiantes de
posgrado en su laboratorio. Pero tal vez fuera mejor así, tal vez cualquier otra cosa habría sido
demasiado.

A menudo se había preguntado qué empujaba a tantos de sus amigos al matrimonio y a la pequeñez
de la felicidad doméstica. Pero a veces, cuando Granger llegaba a casa, le sonreía y se sentaba a su
lado en la mesa, a veces, por un breve momento, él entendía. Esos momentos eran un atisbo de
algo que no sabía que podía querer, pero fueron fugaces, y el sentimiento se desvanecía cuando
ella se iba a la cama, dejándolo con una sensación de pérdida de algo que, para empezar, nunca
había tenido.

Tuvo uno de esos momentos en un lluvioso día de octubre. Era domingo y, milagro de milagros,
tanto él como Granger estaban libres. Para cuando Draco llegó al comedor, Granger estaba
almorzando, pero amablemente lo llamó brunch mientras le indicaba una silla.

Draco pidió avena (sin fermentar) de las cocinas. Granger se sentó con las piernas cruzadas en su
silla, con una mano tomaba su tenedor, y con la otra su computadora plegable, rodeada de discos
plateados.

Draco acababa de acomodarse para disfrutar del silencio y la compañía cuando el momento fue
interrumpido por la lechuza de Theo, quien dejó caer dos sobres idénticos sobre la mesa, uno en el
regazo de Granger y otro directamente en la avena de Draco.

Granger abrió la suya para descubrir una invitación de Theo. Se lo mostró a Draco, quien vio que
Theo se había esforzado mucho: la escritura era hermosa, el pergamino era de la mejor calidad y la
tinta brilló lujosamente.

Estimada Sanadora/ Profesora/ Doctora Granger:

Tengo entendido que se te debe de agradecer (¿culpar?) por la continua presencia de nuestro
amado Draco en esta tierra. Algunos amigos de Draco y yo disfrutaríamos la oportunidad de
celebrar tu proeza médica en persona. Sé que puede ser una sorpresa, pero él tiene algunos
amigos. Dicho esto, necesariamente será una reunión íntima, ya que él sólo tiene seis amigos.

Si estuvieras dispuesta a unirte a nosotros, solicitamos el placer de tu compañía en la Residencia


Nott, este sábado, a las siete en punto.

En la esquina inferior de la invitación había una anotación: « Código de vestimenta: de etiqueta».

El empapado sobre de Draco incluía una nota que hacía un gran contraste: estaba garabateada con
la habitual letra ilegible de Theo y escrita en verso.

El sobre empapado de Draco incluía una nota que hacía un gran contraste: estaba garabateada con
la habitual letra ilegible de Theo y escrita a bolígrafo.

Querido malnacido:

Perdí mi Bloc, por lo tanto, una carta a través de antiguos medios. Bebidas y aperitivos en mi
casa, este sábado, 7. Invité a Granger.

Ven o te asesino.

Besitos,

Theo

P.D. Lista de invitados adjunta para tu información.

Había una servilleta arrugada dentro del sobre, con la siguiente lista:

Granger

Pansy + Longbotonto
Blaise

Davies + esposa

Luella (en el extranjero)

Flint

Draco, supongo

Draco le arrojó la nota y la servilleta a Granger, quien leyó la ilegible misiva de Theo con las cejas
levantadas.

—Dios, casi tenemos que enviar esto a Bletchley Park para descifrarlo. ¿La correspondencia con
tus amigos generalmente incluye amenazas de muerte?

—Sí, e intentamos asesinarnos una o dos veces al año; es una especie de tradición.

Granger asintió como si esto no fuera del todo sorprendente y se giró para examinar la lista de
invitados.

—¿Alguna historia dudosa aquí?

—Sólo con el último.

—Mm... Lo conozco bastante bien. ¿Algún hombre lobo secreto del que deba estar al tanto?

—Maldita sea, espero que no. Me adelantaría y les echaría un vistazo a sus mentes si decidieras ir.

—¿Me dejarías ir? —preguntó Granger.

—No soy tu carcelero —dijo Draco—. La Residencia Nott está tan bien protegida como la
mansión. Y yo estaría contigo todo el tiempo.

Además, Theo había prometido bailar y acurrucarse.

Y ahí estaba: un ejemplo del libro de texto del por qué se prohibieron los Algo entre Aurores y sus
Principales. Todo su análisis de seguridad se había basado en el potencial para acurrucarse.

Draco abrió la boca para decir que, pensándolo bien, Granger probablemente no debería ir, pero
Granger ahora se estaba tocando el labio.

—De etiqueta... Pensaré en un vestido.

Draco cerró la boca.

Granger y Draco hicieron los arreglos necesarios para ir a la Residencia Nott por red flu, por
separado, para mantener el pretexto de que cada uno estaba en su propia casa. Draco iría primero a
inspeccionar el lugar y confirmar que no había hombres lobos rebeldes en la residencia. Eso
terminó siendo una buena idea, porque Henriette se enteró de la fiesta y se enclaustró con Granger
durante toda la tarde y la noche.

Cuando Draco estuvo listo para irse, ni la bruja ni la elfina habían salido de la suite de invitados.
Sólo estaba Tupey para despedir a Draco en todo su esplendor de etiqueta.
Draco viajó por red flu a la residencia Nott a las siete y media. Mientras se sacudía el hollín,
apareció Theo para saludar a su tan estimado invitado.

—Gracias por venir, Draco. Sé que no es algo que hayas estado haciendo con regularidad.

Draco y Theo entraron al salón, donde el pequeño grupo de invitados ya estaba enfrascado en una
conversación. Draco hizo un discreto escaneo de Legeremancia mientras los saludaba. Nadie tenía
malas intenciones, a excepción de Longbottom y Pansy, que tenían la intención de encontrar un
baño apartado para un rapidín.

—Santo cielo —murmuró Draco, en lugar de «Hola».

—¿Perdón? —dijo Longbottom.

Pansy levantó una ceja.

—Nada... ¿Cómo están?

Después de una breve charla, Draco se dirigió hacia Davies y su esposa, Audrielle. Davies estaba
pensando dónde esconder su escoba más nueva de su esposa; su esposa extrañaba al bebé que
habían dejado hacía veinte minutos y se preguntaba qué tan temprano podrían escapar cortésmente
a casa.

Zabini, en excelente forma, tenía en mente a una inteligente morena. Sin embargo, antes de que
Draco pudiera destripar al hombre donde estaba sentado, notó al acompañante de Zabini: Padma
Patil, radiante en un vestido turquesa.

Zabini le dio a Draco una de sus insoportables sonrisas.

Los pensamientos superficiales de Patil eran sobre Zabini, principalmente que era un poco idiota,
pero ella lo aguantaría porque también era divertido y decente en la cama.

—Eres demasiado buena para Zabini —le dijo Draco a Patil.

—Oh, lo sé —contestó Patil con una amplia sonrisa.

Zabini se rio.

Flint estaba en el bar. Sus pensamientos estaban empeñados en engatusar a los elfos domésticos
para que trajeran las botellas más caras de Theo.

Eso completó la encuesta de Draco sobre los invitados. Estaba satisfecho de que Granger pudiera
unirse a la reunión de manera segura y le envió una nota.

La respuesta de Granger llegó un momento después: «Ahí en 10; Henriette es una acosadora».

Draco comenzó a encontrarse zumbando con anticipación, medio nervioso (¡¿por qué?!), medio
complacido.

Flint le hizo señas a Draco para que se acercara.

—¿Qué estás bebiendo?

—Un Gin&Tonic, y bien cargado.

La elfina doméstica detrás de la barra chilló:


—¡Sí, señor!

—Dale lo mejor de Theo —dijo Flint, palmeando a Draco en el hombro—. Estamos celebrando la
supervivencia de Draco esta noche.

Theo se acercó e intentó apartar a Flint de un codazo, con un éxito limitado.

—Pipsy, no dejes que este hombre te sermonee, persuada o cualquier otra cosa que te incite a abrir
la bóveda.

—Claro que no, señor —dijo la elfina, mirando con desconfianza a Flint.

—Se tomó libertades abominables con mi colección, la última vez —le dijo Theo a Draco—. Es un
horrible hombre.

Flint, imperturbable, tomó su bebida y le lanzó un beso a Theo antes de unirse a Davies.

Pipsy, la elfina doméstica, le dio a Draco su G&T, muy fuerte. Él lo aprobó.

—¿Alguna idea de cuánto debemos esperar a tu ángel guardián? —preguntó Theo, mirando hacia
la habitación fuera del salón, donde la chimenea flu parpadeaba—. Ella dijo que vendría.

—No tengo ni idea. —Draco se encogió de hombros.

Se unieron a los demás en los sofás. Draco mantuvo un flujo de conversación aceptable, pero su
atención siguió desplazándose hacia la red flu.

Él estaba nervioso. ¿Por qué estaba nervioso?

Finalmente, las llamas se volvieron verdes, y la forma de Granger cobró existencia dentro, y fue
depositada sobre las piedras del hogar.

—¡Ah! —dijo Theo, que aparentemente había estado observando el fuego con la misma atención
—. ¡Nuestra invitada de honor!

Se puso de pie de un salto para acompañar a Granger al salón. Fue asediada por Longbottom
(abrazos), Padma (más abrazos), Pansy (beso en la mejilla) y Zabini (un firme apretón de manos).

Draco, siendo del tipo tranquilo y dueño de sí mismo, cuyo ritmo cardíaco ciertamente no se había
acelerado, simplemente levantó su copa hacia ella desde el sofá. Ella le dio una pequeña sonrisa.

Draco volvió su mirada hacia Flint sin escuchar nada de lo que el hombre estaba diciendo, porque...
¡Oh no! Granger estaba usando un vestido con la espalda muy baja y con una abertura hasta el
muslo y su cabello había sido peinado hacia un lado y mostraba la parte de su cuello que se veía
más deliciosa, y Flint acababa de hacerle una pregunta y no tenía ni idea de qué estaba pasando.

...Tenía una rosa en el cabello.

—¿Qué? —preguntó Draco—. Lo siento, no pude escucharte por el sonido del... hielo... En mi
vaso.

—Sandeces—dijo Flint con una sonrisa. Inclinó su cabeza hacia Granger—. Estás distraído.

Draco le enseñó el dedo de en medio y tomó un sorbo de su bebida.

—No te enfurruñes conmigo —dijo Flint—. Yo no soy el que se volvió todo estúpido y de ojos
melancólicos a mitad de la conversación.

—¿Yo? ¿Con los ojos melancólicos? Y una mierda... Sólo estoy... preocupado.

—Entonces, sacuda la cabeza y salude como es debido, Señor Preocupado.

—Vete a la mierda. —Draco se levantó y caminó hacia la barra—. Necesito una recarga.

Después de los saludos iniciales y la charla, Granger, Longbottom y Patil formaron un pequeño
grupo y comenzaron a hablar sobre... plantas. Qué emocionante. Pansy se sentó en el brazo de la
silla de Longbottom y observó con una especie de hastío afectuoso, haciendo girar un dedo en el
cabello de su esposo.

Draco quería que alguien le enroscara el cabello, pero esas manos estaban ocupadas con una
animada descripción de algún tipo de hongo.

Escuchó a medias mientras Davies preguntaba a su audiencia inmediata si habían visto a los
Cannons ser apaleados por los Puddlemere el jueves.

—Nada de charlas de Quidditch —dijo Pansy al otro lado de la habitación—. Me sofoca.

Granger parecía divertida.

—Sigue toqueteando a tu marido —replicó Flint con un gesto brusco—. Lo mantendremos en voz
baja.

Siempre el colmo de la clase ese Flint.

Pansy sonrió y comenzó un masaje más vigoroso en la cabeza de Longbottom, quien, por su parte,
se había puesto bastante rojo.

Pipsy, la elfina doméstica, sirvió entremeses y volvió a llenar las bebidas de todos. Flint y Zabini
se pelearon por algo (Flint ganó). Davies compartió algunos escándalos del Ministerio, incluido
uno nuevo sobre lo que realmente sucedió en la Sala del Amor en el Departamento de Misterios.
Theo coqueteaba escandalosamente con cualquiera que no estuviera casado, incluidos Granger,
Patil, Flint y Zabini. Hace mucho tiempo que había determinado que Draco era una causa perdida,
pero hizo alguna propuesta deportiva ocasional.

Cuando hubo una pausa en la conversación, Theo se levantó y golpeó su vaso.

—Me gustaría proponer un brindis —dijo, captando la mirada de Draco con una sonrisa traviesa.

Hubo un revuelo cuando todos se levantaron, recogieron sus faldas o sus bebidas y se pararon
alrededor de Theo y Draco en un círculo. Granger fue empujada hacia delante por Longbottom por
un lado y Patil por el otro.

Por cierto, el cabello de Longbottom ahora era un desastre, y Draco casi reconsideró sus anhelos
por los mimos de unos dedos femeninos.

—Como saben —dijo Theo, luciendo solemne—, nuestro Draco está afectado por una forma
crónica de estupidez...

Hubo graves murmullos de «¡Trágico!» «¡Desgarrador!» y «¡Pobre desgraciado!».

—... Una forma crónica de estupidez para la que no existe cura conocida. Su recaída más reciente
involucró un combate mano a mano con un Nundu, seguido de una casual excursión directa al
chorro de veneno.

Todos negaron con la cabeza ante la conmovedora historia. Draco contempló asesinar a Theo.

—Entonces entra Hermione Granger —dijo Theo, sosteniendo su vaso hacia la bruja en cuestión,
que parecía una bonita combinación de nerviosismo y placer—. Salvadora de idiotas y campeona
de imbéciles desde, creo, que tenía once años (fue entonces cuando conociste a Potter, ¿verdad?).
Gracias a su ágil pensamiento y conocimiento y, eh... Cosas científicas muggles bastante
complicadas que no intentaré explicar, no porque no las entienda, sino porque ustedes no lo harán...
Draco todavía está con nosotros, libre para seguir siendo imprudentemente estúpido por el resto de
su vida (por corta que sea; no demasiado corta, esperamos). Y así, propongo un brindis: por el
triunfo de la medicina moderna, por los viejos enemigos y los nuevos amigos, por Draco Malfoy
por seguir vivo y por Hermione Granger por salvarle la vida.

Hubo un resonante y lleno de risas: «¡Salud!».

Draco se encontró siendo empujado y sacudido en el hombro y golpeado en las costillas, y algún
patán de los círculos más profundos de la estupidez revolvió su cabello. Mientras tanto, Granger
estaba rodeada por una delicada multitud de personas chocando suavemente sus copas con la de
ella.

—Y cuando hayas descubierto una cura para la estupidez, háznoslo saber —dijo Pansy.

—Lo haré. —Sonrió Granger.

—Cuéntanos, ¿qué piensas de Draco, ahora que tienes un poco de conocerlo? —preguntó Theo—.
¿Fue un buen paciente?

—Te encariñas —dijo Granger, con una especie de afecto latente, como si Draco fuera una especie
de parásito que se hubiera instalado en su persona y hubiera comenzado a hacerse querer por ella.

—Muéstranos la cicatriz, compañero —dijo Flint.

Draco, como el héroe que era, condescendió en hacerlo. Se desabrochó la pajarita y se abrió el
cuello, y hubo un gratificante coro de «¡Oooh!» ante la vista.

—¿Podría la buena Profesora explicarnos qué está viendo? —preguntó Zabini, observando el
cuello de Draco.

Granger, que había estado medio mirando por encima de su hombro, se enderezó con su aire de
profesora. Se paró al lado de Draco (por cierto, sus tacones colocaron su cara a una distancia muy
interesante de la de él) y comenzó:

—Por supuesto. Esto se está convirtiendo en un hermoso ejemplo de contractura cicatricial. ¿Ven
esto, a lo largo de los lados, la unión de los tejidos? Esa es una presentación típica: los bordes de la
herida se contraen alrededor de la piel dañada y atrae los tejidos cercanos hacia adentro. Malfoy
tiene suerte: esta es pequeña y no afectará su movilidad, las más grandes vienen con ese tipo de
desafíos...

El resto se le pasó por alto a Draco, quien actualmente estaba disfrutando de un viaje interestelar
porque los dedos de Granger seguían rozando su cuello.

Theo negó con la cabeza a Draco.

—Eres un maníaco total. Tienes suerte de estar vivo, y mucho más por estar tonteando y bebiendo
mi mejor alcohol.

Longbottom le preguntó a Granger sobre las características del veneno, Patil preguntó sobre el
tratamiento, Zabini sobre dónde se podría obtener el veneno de Nundu, para propósitos que no
podía revelar.

La conferencia de Granger terminó y hubo una mezcla general con bebidas y comida.

Draco no se molestó en volver a arreglarse la pajarita. Una pajarita desatada, una cicatriz y un
cuello abierto le daban a uno una especie de apariencia temeraria que pensó que le sentaba bastante
bien.

Empezaba a formarse una reunión en el otro extremo del salón. Draco se acercó, con el whisky en
la mano (Flint había intimidado o seducido a Theo para que abriera una botella de Laphroaig 25),
para ver de qué se trataba el alboroto.

Había un marco dorado ornamentado en la pared. ¿Y dentro del marco?

La salpicadura del vino espumoso whingefest de Draco de hace un mes.

Theo había añadido una pequeña inscripción al lado del marco:

«La turbulencia del alma»


Siglo XXI
Técnica mixta
Artista desconocido

Theo lo miró con cariño.

—¿Les gusta?

—Tiene elegancia —dijo Patil, inclinando la cabeza hacia un lado.

—Muy moderno —dijo Pansy—. Por lo tanto, no lo entiendo.

—¿Qué piensas, Hermione? —preguntó Teo.

Granger consideró la obra.

—Es muy... Eh... expresionista.

—Kandinsky, pero... ¿borracho? —propuso Patil.

—¿Pueden sentir la pasión contenida? —Theo se agarró el pecho—. ¿La confusión? ¿La
frustración?

—Hay algo que me gusta de él —dijo Granger—. Una especie de... fastidio.

—Una especie de autonegación, creo —dijo Theo, con los dedos en la barbilla—. ¿Y tú, Draco?
¿Qué piensas sobre mi última adquisición?

Draco miró a Theo, el imbécil más descarado que jamás había visto.

—No me di cuenta de que eras un mecenas de las artes.

—Me gusta alentar la genialidad cuando la veo. Muchos de estos jóvenes artistas no conocen su
propio potencial.

Theo se entretuvo durante unos minutos más, sondeando a las damas sobre sus interpretaciones de
la obra y sus opiniones sobre la elección de materiales por parte del artista (se le dio a entender que
la pintura había sido bastante cara y envejecida 30 años antes de la aplicación).

Draco, irritado, se retiró a la seguridad de Davies, Flint y el Quidditch.

—¿Qué te hizo emberrincharte? —preguntó Flint.

—Ayúdame con esto —dijo Draco, pasándole una botella.

—Con gusto.

Con la ayuda de Flint y Davies, Draco vació la preciada botella de Theo de Laphroaig 25, en
venganza.

Cuando Theo hubo agotado su fuente de diversión con las damas, llamó a la sala en general:

—¿Bailamos?

Hubo aplausos y un coro de síes. Se levantaron varitas para despejar un espacio, y la música llenó
la habitación, y Zabini encantó el candelabro del techo para que girara mientras Theo atenuaba las
luces.

El baile no salió como estaba planeado en la cabeza de Draco.

Para empezar, por algún giro del destino, o un acuerdo mutuo tácito, él no lo sabía, él y Granger
bailaron con todos excepto entre ellos.

Patil, Audrielle y Pansy dieron una vuelta cada una con Draco. Mientras tanto, ver a Granger en los
brazos de Flint hizo que Draco deseara golpear al hombre con su propio moño. Verla en las garras
de Zabini lo invitó a pensamientos de asfixia con uno de los cojines del sofá. Y Theo... Draco tuvo
la idea de romper su vaso, usarlo como un cuchillo y apuñalarlo.

Longbottom estaba bien... seguro.

Hubo giros, sumergimientos, algunos desacertados levantamientos de damas por parte de hombres
medio borrachos, y una vez de un hombre -Theo- por parte de una mujer muy borracha -Pansy-,
hubo risas.

Entonces Theo, que parecía mucho más sobrio de lo que aparentaba, llamó la atención sobre el
hecho de que Draco ni siquiera había tenido un baile adecuado con su salvadora, lo cual era
inaceptable. Para disgusto de Draco, él y Granger fueron empujados juntos, y todos se juntaron y
bailaron con ellos y alrededor de ellos, y no era para nada la visión íntima con la que Draco había
soñado en exceso.

Él y Granger se abrazaron rígidamente. Granger parecía molesta bajo su sonrisa. Él le pisó el pie y
ella le pisó el suyo. Se gruñeron el uno al otro. Draco dijo que sus pies eran tan pequeños que, si
los estaba pisando, debía ser porque ella los estaba metiendo a propósito. Granger dijo que, si
estaba pisando los suyos, era porque uno no podía evitar pisar los pies de Draco si estaba en la
misma habitación que él, dada su superficie.

—¿Y por qué no tienes el moño abrochado? —preguntó Granger en un irritable susurro.
—Porque me estabas usando como objeto para tu demostración —murmuró Draco.

—Arréglalo.

Draco tomó esta insinuación de que Granger no aprobaba su apariencia despreocupada como una
afrenta personal.

—Arréglalo tú —siseó Draco, igualmente irritable.

—No sé cómo atar los corbatines.

—Te mostraré cuando hayamos sido liberados de esta tiranía. Tal vez, por una vez en la vida,
puedas aprender algo.

—¿Yo? ¿Aprender algo? ¿Por una vez en la vida?

El resto de su baile continuó con la misma armonía.

Después de dos o tres canciones, se liberaron del círculo y pudieron pararse un poco alejados del
grupo y beber tragos y fingir que no estaban irritados por... bueno, todo.

Granger mordió una empanada como si la hubiera perjudicado personalmente. Draco tuvo una
enérgica batalla con un cóctel de camarones.

—Ah, sí —dijo Draco, alcanzando su corbatín—. Ya que te importa tanto.

Granger lo observó mientras demostraba el nudo, con una especie de concentración molesta.

—¿Lo tienes? —preguntó Draco.

—Sí.

Draco lo desabrochó de nuevo.

—Muéstrame.

Granger farfulló en su vaso.

—¿Qué? No me dijiste que habría una prueba.

—Calificado sobre diez.

—¿Un examen? —Un desastre específico llamado Theo apareció junto a Draco—. Oh... Veamos
cómo te va, Hermione.

—Pero no estaba mirando... quiero decir, estaba mirando, pero no... De todos modos... está bien, lo
intentaré.

Granger se tambaleó más cerca e hizo un intento. Draco ni siquiera pudo disfrutar un poco de eso,
porque llegaron dos idiotas más llamados Zabini y Longbottom.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Zabini.

—Lo están atando —dijo Theo.

—¿A quién?
—A Draco.

—¡Ooh!

—¿Qué está pasando? —preguntó Pansy.

—Se están atando—dijo Zabini.

Llegó Patil.

—¿Qué estamos haciendo?

—Draco y Hermione se están atando —dijo Theo.

—No, estoy haciendo un nudo, Nott —corrigió Granger.

Patil parecía confundido.

—¿Un Nudo-Nott?

—Un corbatín —dijo Granger con mucha paciencia—. Ese tipo de nudo, no Nott.

Llegó Flint.

—¿A quién están atando?

—A Hermione con Draco.

—No nos estamos atando* —dijo Granger.

—No, yo soy Nott —dijo Theo.

Draco les informó que los odiaba a todos.

Granger dio un paso atrás y miró cínicamente su obra.

—No estoy muy segura de que haya aprobado.

Draco examinó el corbatín en un espejo cercano.

—Seis de diez.

—¿Cómo puedes ser tan cruel con Hermione? —preguntó Theo—. Ella lo intentó.

Granger hizo una contribución positiva sustancial al estado de ánimo de Draco al decir:

—Supongo que tendré que practicar más con él.

Draco anudó su corbatín a sus estándares habituales e hizo una nota para asegurarse de que
Granger tuviera oportunidades de superación personal.

Hubo una migración de la pista de baile al bar en busca de más tragos. Todos se emborracharon
agradablemente con la bebida que eligieron. El caro whisky en las venas de Draco lo convirtió en
relajado y lánguido. Pansy y Longbottom desaparecieron por un tiempo bastante largo y regresaron
luciendo sólo un poco desaliñados. Davies y su esposa escaparon por la red flu.

En el bar, Theo empezó a jugar con los cócteles. Estaba girando su varita sobre un tazón de algo
blanco y espumoso.

—Bueno. ¿Quién de ustedes quiere probar mi nueva creación?

Pipsy, la elfina doméstica, sacó copas de cristal para champán, emocionada. Vertió una generosa
medida de champán rosado en cada una.

—¿Qué tipo de cóctel? —preguntó Pansy, observando el proceso.

—Yo lo llamo champagne di amore —dijo Theo—. No tiene nada de italiano, solo creo que suena
sexy.

Pansy apoyó los codos en la barra para mirar y Patil se unió a ellos.

Granger parecía una combinación de curiosa y cínica, y mantuvo la distancia.

Theo sacó un pequeño frasco y lo sostuvo en alto.

—Y aquí, el ingrediente secreto. Veamos qué tan bien recuerdan Pociones.

Vertió el vial en el cuenco de espuma blanca. El vapor crepitó hacia arriba en gráciles espirales.

—¡Eso es Amortentia! —jadeó Patil.

—Jugando con sustancias reguladas, ¿verdad? —preguntó Draco.

—Eres una cosita descarada, Theo —dijo Flint.

—Mmm... La Amortentia le da un cierto... —La boca de Theo se apretó en la mueca de un


británico a punto de hablar en francés—. Je ne sais quoi. Muy por debajo del umbral para una dosis
real de Amortentia, por supuesto, lo suficiente como para tener un sabor absolutamente delicioso.

—¿Estamos tomando microdosis de Amortentia? —preguntó Granger con una ceja levantada.

—Solo si quieres —dijo Theo. Añadió una cucharada de la espuma blanca a cada copa de champán
—. No te preocupes, doctora. En estas dosis mínimas, no te enamorarás de mí. Es simplemente un
potenciador del sabor.

—Es una tontería de tu parte suponer que no estamos enamorados de ti —dijo Zabini.

Theo le lanzó un beso.

La fila de copas de champán brilló en rosa y blanco. Theo, con la lengua asomando entre los
dientes mientras se concentraba, añadió un rizo de algún tipo de guarnición de cítricos a cada uno.

—Voilà!
(Foto: creative-culinary.com)

—¡Ooh! —exclamó Pansy, tomando la suya, y pasándole la otra a Longbottom.

Zabini movió las cejas, y él y Patil tomaron las suyas. Chocaron sus copas.

Flint se bebió el suyo de un sólo trago.

— Mmmm... Tomemos otro.

—Están hechos para ser saboreados, imbécil —dijo Theo.

—¿Qué? ¿Estamos racionando el champán? —preguntó Flint.

—¿Por qué estamos racionando el champán? —jadeó Pansy—. ¿Hay una guerra?

Flint se inclinó sobre la barra y dijo, en un fuerte susurro:

—Hazme otro y te diré a qué sabía el mío.

Theo casi se ruborizó. Pipsy repartió las copas restantes de champán.

La languidez inducida por el whisky escocés de Draco dio paso a la aprensión mezclada con un
fatalismo paralizante. Aprensión por lo que estaba por venir, y fatalismo porque sabía, en el fondo
de su reprimido corazón, lo que estaba por venir.

Pipsy le dio a Draco su copa de champagne di amore. Se alejó de la barra y se ocultó detrás de la
conveniente masa de tierra que era Flint.

Observó el brebaje que burbujeaba suavemente. Ridículamente, su corazón estaba acelerado.

No necesitó olerlo para descubrir qué lo recibiría. El fatalismo se hizo pesado; la inevitabilidad fue
un lento horror.

Sostuvo la delicada flauta en su cara, sintiendo la efervescencia del champán en la punta de su


nariz.

Tomó aire. Y ahí estaba: café, aire salobre, antiséptico. Y ahora había trasfondos más complejos:
champú, polvo de aventura, Sauternes. El olor de una vela recién quemada.

Granger en una copa.

Mierda.

Draco se aclaró la garganta, miró a su alrededor y trató de parecer despreocupado.

Granger ahora estaba dando un paso adelante para quitarle la suya al elfo doméstico. En su rostro
había una mirada de noble pavor, como de una reina caminando hacia la guillotina.

Después de tomar la flauta, la sostuvo a la altura de la cintura, bien alejada de su rostro, y se volvió
para charlar con Patil.

Patil se distrajo con una pelea entre Flint y Theo. Granger se armó visiblemente de valor.

Draco la observó mientras levantaba el vaso hacia su rostro.

Inspiró y pareció afligida, como si acabaran de confirmar algo espantoso.

Apenas tuvo tiempo de recomponerse cuando Pansy se giró hacia ella.

—¿Has probado la tuya?

Granger, apretando la mandíbula, le dio a Pansy una especie de sonrisa restringida y tomó un
sorbo.

—¿Y? —preguntó Theo.

—Delicioso —contestó Granger con voz estrangulada.

Cuando el enfoque del grupo se movió a otra parte, Granger se quedó mirando la copa como si
estuviera pensando en derramar su contenido en el suelo.

No miró a Draco.

Longbottom sostuvo su champán debajo de su nariz y suspiró.

—Mi esposa después de una ducha.

Zabini olió el suyo.

—Yo tengo... Mmm... Jengibre.


—Estabilidad emocional —dijo Patil, inhalando la suya con una risa—. Y bergamota.

—Césped mojado —comentó Pansy.

—Un incendio a fines del invierno —reflexionó Theo.

—Cuero —dijo Flint.

—¡Oooh! —exclamaron todos.

—Ginebra de endrino —dijo Granger, pero estaba mintiendo.

—Lavanda recién cortada.

—Menta. Y... Albahaca triturada.

—Cáscara de naranja —mintió Draco.

—Masala chai.

—Turrón.

Theo rellenó sus copas con más champán y la multitud se dispersó. Las damas se quedaron en el
bar. Pipsy chasqueó los dedos y encendió fuego en la chimenea del salón, alrededor de la cual se
reunieron los hombres. Acercaron algunas sillas para un poco de filosofía acogedora.

Draco se arrojó sobre una silla en una actitud que sugería elegancia descuidada y atletismo varonil,
en caso de que Granger lo observara.

Hablaron de viajes.

Draco tomó un sorbo de su bebida.

—Draco lo está haciendo correctamente —dijo Theo con una mirada de aprobación.

—¿Qué estoy haciendo bien? —preguntó Draco.

—Degustar.

Eso era cierto; él lo estaba haciendo. El champán fue felicidad en una copa. La Amortentia estaba
tan ligeramente dosificada que se sentía como recuerdos en su lengua, en lugar de sabores. Atraía
los sentimientos de detrás de la Represión y hacía que quisiera deleitarse con ellos.

Había una especie de miseria pausada que acompañó a la dicha. Le hizo darse cuenta de que quería
cosas; no sólo las cosas obvias de Granger, sino cosas más profundas.

La conversación volvió a los planes de viajar y Draco se quedó degustando.

Miró a Longbottom y se encontró, por primera vez en su vida, envidioso del hombre. Quería lo que
tenía ese idiota: quería ser querido; no por su nombre, ni por su dinero, ni por su aspecto, sino por
ser un hombre decente, y en ocasiones estúpido; quería que alguien le enroscara el pelo y le atara
los corbatines; quería que alguien le tomara la mano y lo llevara a la pista de baile, a los baños para
un rapidito y a través del camino de la vida.

Era un anhelo, tan delicioso como doloroso.


Ocluyó antes de que pudiera caer demasiado profundo en una desesperanza agobiante y
autocompasiva. No necesitaba a los Cartujos y sus sinuosos martirios; armado con una copa de
champán Amortentia, podía torturarse ampliamente.

La conversación se centró ahora en los planes de Theo para un viñedo.

—Draco no nos ha dado su habitual grano de arena —dijo Zabini—. Creo que será un total fracaso.

—Draco está «Preocupado» esta noche —comentó Flint.

—Estoy degustando —dijo Draco.

—Déjenlo degustar en paz —coincidió Theo, lanzando un brazo protector sobre el pecho de
Draco.

Las ubicaciones ideales para el viñedo de Theo fueron discutidas; algunos favorecieron a Francia,
otros a Italia, algunos abogaron por lugares exóticos como la lejana California. Draco liberó su
barrera de oclusión cuando su turbulencia emocional se calmó.

Las tres brujas vagaron hacia el fuego en un meandro ordenado, con los brazos enganchados entre
sí.

Patil estaba pasando un dedo por los rizos de Granger.

—¿Puedo formar una relación parasocial con tu cabello? Está tan largo.

—Solo si puedo hacerlo con el tuyo —dijo Granger, enrollando la trenza de Patil alrededor de su
palma—. Lo adoro.

—Damas, únanse a nosotros —dijo Zabini.

—Shh —dijo Flint, inclinándose hacia adelante con interés—. No las interrumpas. Quiero ver a
dónde llega eso.

Pero fue demasiado tarde; Granger y Patil se separaron y hacia dónde llegaría eso fue un trágico
misterio.

Pansy observó a los magos reunidos con los brazos cruzados y la cadera levantada.

—¿Únanse? Tienen exactamente la cantidad de sillas para sus cinco culos bien formados.

—Déjame conjurar... —comenzó Longbottom.

—No —interrumpió Theo. Hizo un gesto hacia el regazo de varios caballeros alrededor del fuego
—. Pero si hay un montón de espacio.

Pansy, sonriendo, caminó hacia Longbottom con un balanceo exagerado de sus caderas y se
derrumbó sobre él con una facilidad que hablaba de años de familiaridad.

La pequeña y celosa molestia pinchó el corazón de Draco.

Patil se deslizó sobre la rodilla de Zabini.

¿Y Granger? Granger estaba sacando su varita, y estaba a un momento de conjurar una silla,
cuando Theo cuestionó su coraje diciendo:
—No debes tenerle miedo a Draco, ¿sabes? Está domesticado. Estoy seguro de que no te morderá.

La mirada que Granger dirigió a Theo fue de naturaleza explosiva.

—¿Yo, atemorizada?... ¿De él?

Y luego, borracha y llena de bravuconería, caminó hacia Draco, se dejó caer en su regazo y le hizo
sostener su champán mientras ella arreglaba su falda.

¡Granger estaba en su regazo! Granger estaba en su regazo.

Draco se quería morir.

También contempló asesinar a Theo por tercera vez esta noche. Le pediría a Zabini el veneno de
Nundu, cuando lo adquiriera.

Granger se había sentado sobre sus piernas, su trasero sobre sus muslos, sus pies cruzados a la
altura de los tobillos hacia un lado. Esto le ofreció a Draco una excelente vista de su perfil, incluido
el costado de un pecho, recubierto con una ceñida tela negra, precisamente a la altura de sus ojos.
Draco desvió la mirada para encontrar algo más seguro que mirar. Su mirada aterrizó más abajo,
donde la abertura de su vestido dejaba al descubierto su muslo, justo allí, cerca de su entrepierna.

Peligroso. En cambio, miró los zapatos de Longbottom.

Granger estaba... cálida. Caliente, incluso.

—¿Muerdes? —preguntó Granger.

—Sólo si me lo piden —dijo Draco, con una lenta sonrisa.

No había nada malo con un poco de coqueteo recreativo. En realidad, sus amigos pensarían que
sería extraño si no lo hiciera.

Eso la desconcertó. Draco guardó esto como un nuevo método para molestar a Granger, aunque su
exploración parecía llena de peligros tanto para el que la molestaba como para la molestada.

Granger tomó su bebida de la mano de Draco. Theo, satisfecho con el acomodo, se dio la vuelta
para seguir siendo una molestia en otro lugar.

—¿Theo sabe acerca de tus fantasías inducidas por la anestesia, o fue una coincidencia? —
preguntó Granger.

—Pura coincidencia: puedo asegurarte de que no compartí esos pensamientos con la clase.

—Los sueños realmente pueden hacerse realidad.

—De las formas más inesperadas —dijo Draco, antes de retirarse a un territorio más seguro—.
¿Henriette fue una acosadora insistente?

—Sí, fue muy obstinada con el negro.

Claro que lo sería, la pequeña pícara entrometida.

Draco podía oler el champú de Granger, pero no sabía si salía de ella o de las copas de champán
Amortentia burbujeando en sus manos.
Eso estaba bien.

No se iba a poner duro sólo porque una mujer estaba sobre sus rodillas.

Él era un Adulto.

Theo ahora estaba insultando el gusto por el vino de Zabini. Patil se unió con alegría;
aparentemente, esto había sido una fuente de pelea anterior, y ella tenía un arsenal de
ingeniosidades preparadas.

Granger estaba estudiando a Theo con una especie de brillo peligroso en los ojos.

—Conviértelo en una cucaracha —sugirió Draco.

—Podría.

—¿Qué es eso de las cucas? —preguntó Flint.

—Cucarachas —dijo Draco.

—¿Quién está hablando de genitales? —preguntó Pansy.

—Draco —dijo Flint.

—Típico —dijo Pansy.

—Granger va a convertir a Theo en una cucaracha —dijo Draco.

—¿Podrías hacer eso? —preguntó Zabini.

—Obviamente —contestó Granger.

Theo levantó su copa con una mirada cautelosa a Granger.

—Salud, justo lo que quería: una nueva fobia.

—Muy kafkiano —dijo Patil—. Tendrás que escribir un libro sobre tu experiencia.

—Estos filisteos no comprenderán esa referencia —resopló Theo—. Perdónenme; tengo que volver
a llenar mi bebida y, de paso, huir de los alrededores de Hermione.

—Ella puede hacerlo a distancia —llamó Draco a la espalda de Theo que se retiraba.

Sintió la sacudida de la risa contenida de Granger cuando los pasos de Theo se alejaron
aceleradamente.

La charla volvió al vino. Zabini montó una defensa bastante sólida sobre el Vermentino.

Granger estaba en su regazo.

Draco trató de no pensar en eso.

Dio una opinión sobre los taninos.

Sintió calor debajo del cuello; se aflojó el moño.

Desde el bar, al otro lado de la habitación, Theo gritó:


—¡Ah, sí! ¡La práctica!

Lo cual no era para nada lo que Draco había estado buscando, pero está... bien.

Granger comenzó.

—¡Vaya! Creo que ya se me olvidó todo.

Se acercó a Draco con una especie de ebria concentración. Se había hecho una cosa ahumada
alrededor de los ojos que los hacía todavía más feos. Draco por lo tanto no la miró. Admiró el
techo. Sintió un ligero tirón aquí y allá en su cuello mientras Granger jugueteaba con su corbatín.

—Espera —murmuró Granger—, eso es... No... Camino equivocado.

Los dedos de Granger fueron cuidadosos alrededor de su cicatriz mientras deshacía lo que acababa
de hacer. Draco se entregó a un breve sueño despierto en el que ella continuaba deshaciendo cosas,
comenzando con el resto de sus botones, y, luego, a él.

Su pene comenzó a interesarse en las acciones y se retorció contra él.

Maravilloso.

Granger se quedó mirando la corbata de moño enredada y suspiró.

—Maldita sea, no tengo idea de lo que estoy haciendo.

Draco tampoco, así que estaba bien.

Granger tosió, se hundió más en su regazo y empezó de nuevo. Esperó que de su cerebro emergiera
un comentario gracioso, pero todo lo que propuso fue: glurkk.

Draco estaba muy complacido.

Si se arrastraba más cerca y se retorcía mucho más, pronto le estaría dando a Granger las Pruebas
Duras que tanto anhelaba.

Distantemente, registró algunas palabras de aliento de Longbottom a Granger.

—¡Hecho! —dijo Granger.

Longbottom lo inspeccionó y dijo que esta vez era un corbatín adecuado.

Granger conjuró un espejo para que Draco emitiera su juicio.

Todo lo que realmente captó fue su propio reflejo, de ojos oscuros, con un rubor rosado en la parte
superior de sus pómulos. Además, tenía un pelo fuera de lugar.

—Ocho de diez —dijo Draco—. Sostén eso para mí, encanto, tengo que arreglar esto.

Granger no era un encanto; ella le dirigió una mirada cortante. Se arregló el cabello justo a tiempo
de que transformara el espejo en una monstruosidad cóncava que lo hizo parecer un Escreguto.

Zabini fue a buscar a Theo, seguido de Patil.

—Supongo que, al menos, he mejorado —dijo Granger, pero estaba claro que le dolía en el alma
no haber logrado las mejores calificaciones.
—Es bastante divertido enseñarte algo, para variar.

—Hay muchas cosas que me gustaría que me enseñes.

—¿Ajá?

—Ese hechizo de detección de magia —dijo Granger en voz baja—. El que usaste en mi cabaña.

Draco dijo, en voz igualmente baja:

—Sólo si me enseñas ese comando rúnico, el que usaste con las flechas.

Granger lo pensó, con un dedo en su labio. Luego se acercó, oliendo delicioso, y susurró:

—Hecho, pero a cambio, tienes que enseñarme el hechizo de protección geodésica.

No había nada excitante en el hechizo de protección geodésica y, sin embargo, Draco se encontró
apretando la mandíbula para reprimir un escalofrío cuando las palabras atravesaron su oído y
fueron directamente a su ingle; estaba medio duro.

Draco tenía una petición final, tan privada que le hizo un gesto a Granger para que se acercara aún
más. Uno de sus rizos le rozó la boca cuando ella se inclinó.

—Entonces tienes que enseñarme «La Computadora» —dijo Draco.

Granger jadeó.

—Tú... ¡Extorsionador!

—Lo sé.

—Tendrás que darme una mejor moneda de cambio; Los secretos de la Computadora son
demasiado poderosos.

—Ah, ¿sí? Pensaré en algo más que ofrecer.

Granger pasó una mano por su brazo desnudo; se le puso la piel de gallina.

Lo cual fue perversamente satisfactorio, pero también, potencialmente, un problema.

Habiendo negociado y arreglado estos asuntos pedagógicos, cada uno bebió un sorbo de su
champán.

Draco miró a su alrededor y se alegró de descubrir que nadie les prestaba atención. Flint le estaba
explicando a Longbottom que estaba prohibido en Fortescue. Draco no captó el resto de la historia,
que normalmente le habría interesado, pero estos no eran momentos normales. Pansy dormitaba
sobre el hombro de Longbottom.

Flint murmuró que estaba desesperado por un trago y se levantó.

Longbottom llevó a Pansy a uno de los sofás.

Granger agitó el resto de su champán y observó el líquido rosa burbujear.

—Cáscara de naranja —dijo, pensativa.

—¿Qué pasa con eso? —preguntó Draco.


—¿Qué pasó con tu caramelo y café?

—¿Qué pasó con tu colonia cara?

—Estabas mintiendo.

—Tú también.

—¿Por qué?

—¿Por qué estabas tú mintiendo?

—Supongo que es... bastante privado.

—Sí, lo es.

Granger, balanceándose un poco en el regazo de Draco, bebió el resto de su champaña; ella tragó.
Una gota permaneció en su labio, que se limpió con la punta de un dedo.

Glurkk.

Draco apartó la mirada hasta que estuvo a salvo, y luego volvió a mirarla.

Ahora su rostro estaba cerca del suyo. Su mirada era suave, bebida, soñadora.

—Odio que esto sepa tan bien—dijo Granger. Parecía devastada por eso; sexymente devastada.
Presionó la punta de su dedo entre sus labios.

Draco terminó su propio champán para distraerse. La mirada de Granger se dirigió a su boca y
volvió a subir.

—Detesto mucho el mío. Si eso te da algún consuelo —dijo Draco.

—Extrañamente, lo es.

Draco se movió con el pretexto de estar más cómodo o algo así. Granger se deslizó más cerca
como resultado.

Podía sentir la hinchazón de su pecho contra su pecho. La masa de su cabello estaba atrapada entre
ellos y le hacía cosquillas en el cuello.

Y estaba la fuerza gravitacional de Granger: la caída libre, la atracción. Su boca estaba a cinco
centímetros de la suya; sus ojos eran cálidos. Podría deslizar una mano detrás de su cuello y,
dioses, por la forma en que se inclinó hacia él, ni siquiera tendría que tirar de ella... Ella
simplemente caería sobre él, y sería... sería...

Granger parpadeó, exhaló y retrocedió.

Sería una mala idea. Sí.

—He bebido demasiado y no estoy pensando con claridad —dijo Granger, pero sonaba como si se
lo estuviera diciendo a sí misma, en lugar de a Draco.

—Nunca he pensado con menos claridad en mi vida —coincidió Draco.

Granger se enderezó. El calor en sus ojos se extinguió; estaba ocluyendo.


Draco hizo lo mismo. Probablemente era lo correcto. Más correcto que un beso en medio de la
fiesta de Theo, de todos modos.

Miraron a su alrededor para descubrir que estaban solos. Todas las sillas estaban vacías. Granger
había estado sentada en su regazo bajo el más débil de los pretextos, pero ahora, no había
absolutamente ninguna razón para ello.

Había voces desde la chimenea del flu justo afuera del salón. La gente se estaba preparando para
partir.

Con un repentino vigor de pánico, Granger saltó del regazo de Draco. Se dirigió al bar, donde le
pidió a Pipsy un vaso de agua helada, que se bebió rápidamente. Luego dejó caer el vaso sobre la
barra y, con la espalda rígida, se quedó mirando al vacío. Pipsy preguntó si todo estaba bien,
¿señorita? Granger, con voz tensa, dijo que todo estaba bien.

Draco esperó lo suficiente para asegurar la disipación de cualquier Prueba Dura y luego caminó
hacia el grupo de la red flu. La Oclusión ayudó con el aire de general despreocupación que deseaba
transmitir cuando se unió a las despedidas.

Granger se unió a ellos, luciendo relativamente compuesta, y también les dio las gracias y se
despidió. Longbottom, cargando a Pansy, desapareció por el flu, seguido por Zabini y Patil, luego
Flint.

Draco atrajo a Theo de regreso al salón con un pretexto, para que Granger pudiera ir a la mansión
por red flu sin ser escuchada.

—Esta noche fuiste un bastardo menos miserable que de costumbre —dijo Theo.

—Eres un pequeño idiota entrometido —dijo Draco.

—Me alegro de que lo hayas pasado bien.

—Odié cada momento.

Theo sonrió.

—Lárgate a tu maldita casa, Draco.

Draco se despidió con la mano y se dirigió a la red flu.

Esperaba que Granger no se hubiera ido directamente a la cama durante su charla con Theo; tenían
asuntos pendientes.

Iba a tener su maldito baile.

Draco salió de la red flu para encontrar a Henriette ayudando a Granger a quitarse el polvo
delicadamente del vestido.

Henriette también limpió a Draco y luego les dio las buenas noches a ambos, con un brillo molesto
en sus ojos.

—Bien —dijo Draco, alisando su corbatín—. Qué bueno que todavía estás aquí.

Granger parecía cautelosa.


—¿Por qué...?

Draco la tomó del brazo y salieron del salón flu.

—¿A dónde vamos...? —jadeó Granger.

—Al salón de baile.

—Pero qu...

—Quiero un baile apropiado.

—Pero nosotros...

—No; eso fue una mierda.

Granger no puso más objeciones, permitiendo que la arrastrara, luciendo cortésmente confundida.

Draco empujó las enormes puertas dobles del salón de baile. Los elfos mantuvieron todas las
habitaciones de la mansión listas para usar en cualquier momento y el salón real de baile no fue
una excepción. En la penumbra brilló el suelo de blanco mármol y centellearon los innumerables
espejos que cubrían las paredes. En el extremo sur, las ventanas del piso al techo se extendieron
hasta desaparecer entre las sombras.

Draco agitó su varita hacia los techos abovedados. Ocho enormes candelabros de cristal cobraron
vida, bajaron y comenzaron una lenta rotación por el techo. Sus luces se reflejaron brillantemente
sobre el reluciente mármol y en los espejos.

Otro movimiento de varita y los sonidos de una orquesta resonaron en el salón de baile.

Granger jadeó de esa forma suya encantada, entrecortada, con los labios entreabiertos, que le daba
tanto placer a Draco.

Sintió que una sonrisa se abría paso en su rostro.

—Es bastante espléndido, ¿no?

—¡Lo es!

Draco tomó una de las manos de Granger entre las suyas, puso la otra en su cintura y comenzó a
guiarla a través de un vals antes de que pudiera hablar con su voz de Granger y comenzara a
hacerle demasiadas preguntas, como, por ejemplo, si había perdido el juicio.

Bailaron unos pasos cautelosos. La observó para ver si ella estaba planeando huir de este lunático,
pero ella estaba siguiendo su ejemplo, luciendo cautelosa, pero curiosa. Lo había mirado de esa
manera una vez anteriormente, cuando había cautivado a toda una cohorte de médicos muggles en
ese pub de Oxford. Fue algo como una agradable sorpresa y un, pero quién diablos eres tú, todo en
uno.

Como había pasado en Provenza, su cintura estaba caliente bajo su palma. Su mano entre la suya
fue suave. Era ligera mientras se movían y, esta vez, no se pisaron los pies el uno al otro.

Draco observó su danza en los espejos: cómo la figura de ella se acurrucaba tan cómodamente
contra la de él, cómo su vestido se agitaba al ritmo de sus movimientos, rozando sus piernas
cuando giraban. Se entregó sin arrepentimiento a este caleidoscopio de ángulos a través de los
cuales se deleitó con ella. Si miraba hacia adelante, era la depresión entre sus omóplatos desnudos
en el espejo de allí, a la izquierda, fue la curva de su trasero, si miraba hacia abajo, eran las
pestañas oscuras, las mejillas sonrojadas y los labios rosados.

Ella se acercó más cuando giraron, y se presionó contra él, y se sintió hermoso. No la dejó alejarse
de nuevo; su mano se deslizó hasta la parte baja de su espalda y la mantuvo allí. Ella lo miró con
oscura maravilla, luego miró hacia abajo, con el labio entre los dientes.

La música aumentó. A su alrededor, el salón de baile giró, las estrellas en las ventanas
resplandecieron, los candelabros bailaron su propia danza de tintineo suave y magnificencia
esparcida a través de la habitación.

Fue un momento de encanto, de armonía, de reluciente ensoñación. Sus ojos se llenaron de luces y
sus oídos con el crescendo de los violines y sus corazones con todo lo demás.

Esto... Esto era lo que él había deseado.

Levantó el brazo y ella giró alejándose de él, y sólo estaban unidos por los dedos y luego ella giró
hacia él, tan cerca que la sintió inhalar.

La luz nuevamente estaba en sus venas: el sol de Mabon, incandescente, glorioso, hinchando su
corazón y exhalándolo.

Ella volvió a dar una vuelta, y esta vez quedó de espaldas a él, presionada contra su pecho, su
trasero contra su ingle. Ambos clavaron la mirada en uno de los espejos, pero fue demasiado
intenso para sostenerse y desviaron la mirada de nuevo.

Ahora fue su turno para participar en un levantamiento poco aconsejable, lo cual hizo, con sus
manos alrededor de su cintura, levantándola en el aire. La hizo girar mientras estaba en el aire,
disfrutando de su jadeo, del agarre sobre sus hombros. Ella voló por encima de él con un chillido
de sorpresa.

Cuando él la bajo, ella se aferró a él, riendo, con el brillo de la verdadera alegría en sus ojos. Sintió
una alegría similar como nunca antes había experimentado. La ligereza en él fue excelsa.

Sus brazos estaban alrededor de su cuello. Estaba tan cerca de él que quería explotar.

El sentimiento era raro, precioso, desgarrador. Ella estaba radiante; ella le quitó el aliento; ella era
todo lo que él anhelaba.

Las luces se atenuaron. La música se apagó.

Dejaron de bailar y se quedaron en el abrazo de un amante, respirando, con los ojos oscuros, uno
encima del otro, esperando.

—Granger, yo...

Ella lo miró.

Él no dijo nada más; él estaba inclinándose.

No necesitaba el anillo para saber que su corazón estaba acelerado. Podía sentir su pulso contra su
pecho. El suyo latía a juego, demasiado rápido, tan rápido que le dolía.

Estaba borracho de endorfinas y demasiado buen alcohol y con muy poco sentido común. Sus
labios estaban separados. Ella lo estaba mirando como si pudiera besarlo. Eso fue... Imposible.
Nunca pasaría.

Ahora, los dedos de ella estaban en su mandíbula.

Él se inclinó hacia ella; el empujón fue demasiado dulce.

Su beso fue una pregunta suave.

La respuesta de él fue levantarla contra él. Ella jadeó contra sus labios cuando él le devolvió el
beso.

Por fin. Maldita sea, finalmente.

Sus bocas se encontraron con la presión del anhelo, de demasiado champán, de odio que esto sepa
tan bien.

Sólo que ahora no fue la Amortentia lo que probó; no fueron esos olores fragantes e inventados...
Era ella: era real. Y el champán fue una pobre imitación, ahora que tenía esta cosa real contra él,
respirando entrecortadamente contra su boca, serpenteando sus dedos contra su camisa. La
Amortentia no le contó sobre la suavidad de sus labios, sobre sus dedos temblorosos, enganchados
a su cuello, sobre la deliciosa bruja, ruborizada, vacilante, que presionó sus sonrientes labios contra
los suyos.

Ella tembló ligeramente, al igual que él, con un eufórico desorden de adrenalina, nervios y
moderación.

Ella se apartó y apretó la cara contra su cuello. La intimidad de este gesto envió a su corazón a un
nuevo frenesí. Sus brazos la envolvieron. Era de huesos finos y delicados y temblaba
deliciosamente.

—Todavía no estoy pensando con claridad —dijo ella, su voz era baja y sombría, sus palabras
rozaron su cicatriz.

—¿Deberíamos...? ¿Deberíamos echarle la culpa a la bebida? —preguntó Draco medio en un


susurro.

—Sí —exhaló Granger con alivio—. Eso es. Bebimos... un montón.

—Y eso es sin duda el culpable de cualquier comportamiento imprudente.

Estaba el esplendoroso sonido de su risa.

—Obviamente.

Se miraron el uno al otro.

Pensó que podía morir feliz si sus labios humedecían los suyos de nuevo.

Y eso hicieron.

**~**~**

Vocabulario y otras anotaciones:

Tying the Nott*: Una forma coloquial de decir que se ataron dos personas, mejor conocido como
casarse. De ahí el juego de palabras entre atar el nudo o atarse (casarse) entre ellos.

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Chapter End Notes

¡Nos vemos el próximo sábado!


El Vikingo; curación y los placeres de la conducta vergonzosa
Chapter Notes

See the end of the chapter for notes

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Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse

"Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love"

De Isthisselfcare

Beteado por Bet

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Advertencia por violencia/gore en la segunda parte de este capítulo.

Menciono al comienzo de esta historia que es una historia de bajo riesgo con momentos
ocasionalmente serios; llegamos a uno de esos momentos serios aquí. Me complace informarte que
es un humano sobre violencia humana y ningún hongo ha salido lastimado.

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El baile, las luces, la música, la mujer en sus brazos: fue un momento de pura y centelleante alegría
que se convertiría en uno de los mejores recuerdos de Draco y produciría decenas de Patronus
asombrosamente poderosos en los años venideros.

Se separaron con un arrepentimiento entrecortado. Granger se apartó primero, luego Draco la besó
de nuevo; sintió el toque inminente de la realidad y sólo quiso uno más.

Luego trató de retirarse, pero ella se puso de puntillas y apretó sus labios contra el borde de su
mandíbula. Su mano se deslizó hasta la nuca de ella, los pétalos de rosa rozaron sus nudillos, ella
suspiró contra su mejilla.

El momento de ensueño comenzó a desvanecerse. Draco pasó los dedos por su costado para
memorizar la sensación de ella y la besó una última vez para sellar el recuerdo de su dulce boca.

Se miraron el uno al otro, con los labios húmedos, desconcertados, sus facultades ebrias finalmente
se dieron cuenta de lo que habían hecho.

La realidad fue fría e inflexible y lo golpeó fuertemente. El cerebro de Draco, que había estado,
según todos los informes, ausente toda la noche, regresó. Preguntó, con violencia, ¿¡qué diablos
pensaba que estaba haciendo!? Un Auror no besaba a su Principal.

Granger parecía igualmente confundida. Ella dio un paso atrás. Había auto reproche,
arrepentimiento y pavor en ese movimiento.

Se miraron con creciente alarma y desesperación por afirmar que no había sido absolutamente
nada.

Granger, afligida, encontró sus palabras primero:

—No debimos haber hecho eso.

—No, no debimos haberlo hecho —dijo Draco, odiando la falta de aliento que sonaba.

Granger miró al suelo, a los espejos, a cualquier lugar menos a él.

—Sé que no somos, hem... Sé que, obviamente, ya sabes...

—Sí, obviamente...

—Y también... no estamos...

—Sí.

—Tenemos una relación de trabajo —dijo Granger—. Y hay reglas estrictas sobre este tipo de
cosas por muy buenas razones.
—Existen, sí... Normas y un Código de Conducta que sea inequívoco en... En cosas de esta
naturaleza.

—Claro, por supuesto.

—Fue un error de juicio —dijo Draco.

—Sí. Ambos estábamos... ambos... bajo influencia. No volverá a suceder. No quisiera contravenir
nada y poner en peligro... esto. Tú como mi Auror y... y todo.

—Correcto.

—Correcto —repitió Granger.

Draco intentó sonar despreocupado.

—Fueron las bebidas... Sólo las bebidas.

—Obviamente, sí. Nada más.

—Nada más —repitió Draco.

—Bien —dijo Granger.

—¿Deberíamos ir a la cama? —preguntó Draco.

—Sí.

—Quiero decir por separado, por supuesto. Ir a «camas» en plural. Es decir, que podemos ir juntos,
para acostarnos... Cada quién en su cama.

—Sí, claro —dijo Granger, asintiendo vigorosamente ante esta crítica aclaración—. Sí.

—Porque nunca, nunca nos acostaríamos juntos, obviamente...

—Por supuesto que no.

—Eso sería una locura.

—Sí.

—No estamos locos.

—No. Estamos... perfectamente cuerdos.

Habiendo establecido su irritante cordura mental, se volvieron hacia la puerta.

Las cosas que los habían unido todavía estaban allí; se rozaron los codos y luego se separaron de
un salto como si se hubiesen quemado, con más disculpas.

Salir del salón de baile fue un juego incómodo de quién abriría la puerta y quién iría primero, sin
tocar al otro.

Draco acompañó a Granger a la gran escalera, pero no la siguió.

—¿No vas...? —preguntó Granger.


—No —dijo Draco—. Después de reflexionarlo, he decidido tirarme al lago.

Granger parecía que este era realmente un excelente siguiente paso.

—Iré a gritar sobre una almohada.

—Bueno, maravilloso. Eh... Disfrútalo.

—Gracias.

Granger se apresuró a subir las escaleras sin mirar detrás.

Draco esperó hasta que escuchó cerrarse la puerta.

Luego dijo, en voz baja, pero con toda la turbulencia de su alma:

—Mierda.

La luna llena fue inminente.

El Ministerio de Magia, tratando de equilibrar la seguridad pública con la histeria pública, publicó
un aviso pidiendo a la comunidad mágica que permaneciera en sus casas durante las tres noches de
la luna del cazador, debido a la sospecha de actividad de hombres lobo.

Potter, GUAT y todos los Aurores disponibles pasaron la luna del cazador en la caza ellos mismos,
y atraparon a treinta hombres lobo que se habían posicionado para transformarse en donde podían
infectar a la mayoría de las personas. Siete hombres lobo no fueron atrapados a tiempo, quince
personas se infectaron, cinco sucumbieron a sus heridas.

El trabajo de Granger adquirió una nueva urgencia. La Legeremancia de Draco nunca había tenido
tanta demanda.

Pero Fenrir Greyback fue cuidadoso. No hubo nada útil en la mente de los cautivos.

Las trampas en las casas de seguridad y la cabaña de Granger arrojaron cuatro capturas: una bruja
y tres magos, todos trabajando bajo las órdenes de Greyback y todos desconociendo su paradero.

Se reforzó la seguridad en el Salón del Rey. Académicos y estudiantes desconcertados se vieron


obligados a presentar credenciales en la entrada, ahora custodiada por agentes del DALM. El
acceso al tercer piso, que albergaba el laboratorio de Granger, fue restringido. Los otros becarios
fueron reubicados en otros lugares. Granger informó a su personal de laboratorio sobre la amenaza
y les dio la opción de interrumpir su trabajo, con goce de sueldo, hasta que se resolviera la
situación. Ninguno la abandonó.

Los días pasaron en una mancha de ansiedad y tensión. Cuando no estaba con Granger, la atención
de Draco estaba obsesivamente en el anillo, esperando sentir el pánico en su corazón o la estridente
llamada de su señal de socorro.

Entonces, por supuesto, en el siguiente incidente, no sintió ninguna de las dos cosas.

Fue un Patronus, el corpulento carnero de Goggin, quien lo alertó de que había un problema.

Draco había estado interrogando a un hombre lobo atrapado en la cabaña de Granger cuando el
carnero plateado saltó a la celda de detención.
—Salón del Rey —gruñó la voz de Goggin—. ¡Rápido!

Draco se apareció en Cambridge para encontrar magos aterrorizados y muggles corriendo por el
patio del Trinity. Se abrió camino hasta la entrada del Salón del Rey, donde yacía Goggin, abierto
desde el esternón hacia abajo, desangrándose.

A su lado estaban las figuras inertes de los agentes del DALM que habían estado de guardia y los
cuerpos de cinco magos desconocidos. Más allá, un montón de libros dispersos. Ni un rastro de
Granger.

Sintiendo una horrible sensación invertida de déjà vu, Draco envió tres Borzoi a la Oficina de
Aurores y al servicio de Medibrujas.

Se desilusionó y se Apareció en el anillo. ¿Por qué diablos ella no había activado la baliza de
socorro? ¿Qué le habían hecho?

Cobró existencia casi en la oscuridad, en la sala de estar de una casa tapiada. Las siluetas de media
docena de hombres saltaron de sorpresa cuando el crujido de su Aparición delató su llegada.

No podía ver a Granger y por lo tanto no se atrevió a atravesarlos con algo explosivo. Se las arregló
para petrificar a tres de ellos mientras se orientaba, desvió dos maldiciones, luego estuvo en el
fuego cruzado de demasiados hechizos para desviar, y fue golpeado por un Finite Incantatem, algo
punzante en su rodilla y un Stupefy.

El Aturdidor fue un golpe torcido que lo golpeó en el hombro. Su varita se cayó de su mano sin
fuerza.

Draco, al ver su varita rebotar en los pies de sus oponentes, fingió un desmayo, como si el
Aturdidor hubiese dado en el blanco.

Quedaban cuatro hombres. Desde donde ahora yacía en el suelo, Draco podía ver a Granger,
desplomada contra una pared agrietada. Ella también parecía aturdida. Sin sangrado evidente; fue
un pequeño alivio.

La varita de Draco fue recogida por la figura más grande entre los hombres, que ahora sostenía
tres: la de Draco, la de Granger y la suya.

—¿Es ese un maldito Auror? ¿Cómo diablos está este pendejo aquí? —preguntó uno de los
hombres. Le enfocó un Lumos a la insignia de la capa de Draco.

—Él debe tenerla rastreada —dijo otro en un gemido nasal, pateando a Granger. Lanzó un hechizo
de revelación básico, demasiado rudimentario para revelar el anillo—. Vamos a desnudarla.

Jaló a Granger del suelo con violencia innecesaria, golpeando su cabeza que colgaba hacia atrás.
Empezó a rasgar la parte delantera de su jersey y metió una mano debajo para desabrocharle los
vaqueros.

Iba a morir hoy.

—Yo la registraré —dijo la figura más grande.

Ese estruendo levemente acentuado, el destello rubio rojizo de la barba...

Larsen.
—Tú siempre haces las partes divertidas —dijo el Nasal, su mano palpando la bragueta de Granger
—. Quiero tener un...

Larsen agarró al hombre por la nuca.

—Moore. Dije que yo lo haré.

—Quítame las malditas manos de encima —gruñó Moore, soltando a Granger para retorcerse
contra el agarre de Larsen.

Tuvieron una pelea. Draco observó y esperó un momento en que uno de los hombres tropezara
demasiado cerca de él y pudiera robar una varita.

Uno de los otros secuestradores intentó mantener la paz, abriéndose camino entre los dos.

—Ey, ey... ¿Podrían dejar de pelear? ¿Quién sabe cuántos otros Aurores estén en camino?

—Sí —dijo el cuarto hombre larguirucho—. Consigamos lo que necesitamos de ella y


larguémonos.

Moore aprovechó la distracción para asestarle un golpe en la cara a Larsen.

—Déjame ir, maldito hijo de...

Larsen no reaccionó bien al golpe. Aporreó a Moore contra una pared. Moore se apartó y se lanzó
contra Larsen con un grito furioso. Los otros dos intentaron intervenir, con las varitas en alto,
amenazando con aturdir a ambos combatientes.

Draco esperó su oportunidad, sólo tendría una. Ahora, estaban más cerca de Granger que de él, y se
encontraba demasiado lejos como para que él tomara una de las varitas del puño de Larsen.

El aturdidor fallido se estaba desgastando del brazo de Draco. Deslizó la mano hasta la funda de su
muslo, donde estaba atado su cuchillo favorito.

Una pizca de un ritmo cardíaco elevado atravesó el anillo, y luego un aleteo de miedo.

Granger se estaba despertando.

Mientras sus secuestradores luchaban entre sí, una de sus manos se desplazó hacia su bolsillo.
Mantuvo la cabeza colgando como si todavía estuviera inconsciente.

Ahora, entre las pisadas de las botas de los hombres que discutían, Draco pudo ver algo brillando
en su palma. Era una pila de sus discos anti-magia.

Ah... Vaya.

Granger estaba a punto de igualar el campo de juego.

Draco esperó.

Con un movimiento de su muñeca, Granger envió discos deslizándose hacia las esquinas de la
habitación, debajo de muebles podridos y hacia rincones oscuros.

Uno de los hombres notó el movimiento.

—¿Qué diablos acaba de hacer?


—¿Qué quieres decir?

—Acabo de verla, no sé, temblar, creo que tiró algo.

Se apiñaron alrededor de Granger.

Larsen la agarró por la barbilla y presionó su varita contra su sien.

—¡Legilimens!

Pero fue demasiado tarde. Draco había sentido el cambio en el momento en que se completó el
perímetro: hubo una especie de extinción, en lo más profundo de él. Una repentina falta de algo.

No habría Legeremancia en esta sala.

—¿Qué carajo está pasando? —preguntó Moore.

El larguirucho presionó su mano contra su pecho, como si le hubieran robado el aliento.

—¿Qué cara...?

Draco no les dio tiempo para resolverlo.

Se puso en pie de un salto, dio tres zancadas hacia el grupo y clavó el cuchillo en el costado del
primer cuello disponible.

Luego, felizmente libre del sentido del honor, apuñaló al siguiente hombre en la espalda.

El larguirucho y el pacificador estaban caídos.

Larsen y Moore dieron media vuelta y retrocedieron contra la pared, con las varitas en alto.

—¡Expulsis visceribus! —escupió Larsen, empujando su varita hacia Draco.

—¡Confrigo! —gritó Moore, apuntando con el suyo hacia él también—. ¡Crucio!

No pasó nada.

Pareciendo desconcertado, Larsen cambió a la varita de Draco...

«¡Decapio!» Entonces, con la varita de Granger: «¡Stupefy!». Sin ningún efecto.

—¿Qué diablos pasa...? —dijo Moore, apuntando su inútil varita a Draco.

Draco tomó la varita de la mano de Moore, ya que convenientemente se la estaba ofreciendo.

Lo hundió en el ojo de Moore hasta la empuñadura.

Hubo un chorro de gel vítreo. Moore se lanzó hacia adelante con un grito estrangulado. Draco se
subió a la parte posterior de su cabeza y no bajó su peso hasta que sintió que la punta de la varita
perforaba el cráneo del hombre y presionaba contra la suela de su bota.

Eso fue por Granger.

Pasó por encima de él y se volvió hacia Larsen.

Él y el Vikingo se evaluaron mutuamente.


El hombre más grande con el que Draco se había enfrentado era Goggin. Este hombre hizo que
Goggin pareciera un niño pubescente. Draco era lo suficientemente sabio como para saber que lo
superaban físicamente. En cualquier otra situación, se habría retirado. El movimiento correcto aquí
era huir, aunque sólo fuera por tiempo suficiente para pedir refuerzos. El movimiento lógico... El
movimiento obvio.

Pero él no estaría huyendo. Dejaría a Granger sola con este hombre sobre su cadáver, literalmente.

Ese era el problema con los Algo entre los Aurores y sus Principales.

Draco tenía un cuchillo. Larsen tenía todas las ventajas de una altura y un peso superiores.

Esto iba a ser interesante.

Larsen parpadeó a Draco en la penumbra.

—¿Eres el... Piloto?

Ah, sí, de los recuerdos de Driessen.

—No luches contra mí —dijo Larsen, levantando las manos—. Te dejaré ir. Sólo la necesito a ella.
Ella no vale lo que voy a hacerte.

—Ella definitivamente vale lo que te haré.

Larsen dejó caer las varitas inútiles y se empujó. Comenzaron un baile peligroso, con Draco
haciendo todo lo posible para evitar ser agarrado, mientras que Larsen no quería nada más que
acercarlo y golpearlo con su masa superior.

Draco se colocó entre Larsen y Granger, que estaba acurrucada en un rincón, con el corazón
acelerado a través del anillo.

Larsen se acercó demasiado. Draco cortó una bonita línea en su rostro. Un puñetazo destinado a la
garganta de Draco lo golpeó en el pecho. Sintió que algo se le rompió.

Arremetió con el cuchillo. Larsen se agachó en el último momento y perdió una oreja en lugar de
su vida.

Se separaron. A Draco le resultó difícil recuperar el aliento: algo no estaba sentado correctamente
en su caja torácica. Larsen se tocó un lado de la cabeza y se miró la mano ensangrentada con
asombro. El trozo de carne que había sido su oreja estaba en el suelo.

Se miraron el uno al otro. Draco extrañaba mucho su Legeremancia.

Larsen gruñó y se lanzó de nuevo hacia Draco. Draco aterrizó una patada en su plexo solar que
debería haberlo puesto de rodillas.

No lo hizo. Lo detuvo por un momento, luego cambió de táctica, enfocándose en tomar el cuchillo
de la mano de Draco. Draco vio una abertura para un anzuelo limpio y lo agarró, golpeando con el
puño el ojo del hombre. Sintió el contorno preciso de la cuenca del ojo de Larsen contra sus
nudillos, sintió una especie de rechinamiento.

Ese puñetazo habría derribado a cualquier otro hombre de culo, pero no al Vikingo. Se sacudió y se
abalanzó de nuevo por el cuchillo. Draco recibió su mano que buscaba a tientas con la punta del
cuchillo y la empujó a través de su palma.
Larsen apartó la mano de un tirón y lanzó un golpe superior con la otra, que Draco esquivó
parcialmente.

Golpeó a Draco en la mandíbula; vio estrellas.

Si Larsen conectaba un único golpe sólido, esta pelea se terminaba; el Vikingo era una bestia.

Se separaron. Larsen sostuvo su palma perforada contra un lado. Draco sacudió la cabeza para
devolver su cerebro a su lugar. Puntos negros nadaron en su visión.

El combate cuerpo a cuerpo era agotador. Después de esos larguísimos sesenta segundos de lucha,
Larsen debería haber estado como Draco: jadeando, temblando por el esfuerzo, pero apenas estaba
agitado.

Se juntaron de nuevo. Draco golpeó con su puño la boca de Larsen. El Vikingo fue desviado de su
curso y se alejó.

Ahora estaba enojado; escupió varios dientes. Se abalanzó, escandalosamente rápido, para un
hombre tan grande, y logró patear el cuchillo de la mano de Draco.

Ambos se lanzaron por él.

Draco se dio cuenta, mientras Larsen lo tiraba al suelo, que el hombre no había querido el cuchillo;
quería a Draco al alcance de su monstruosa masa.

Draco estaba atrapado. Larsen estaba sobre él, con una mano en su cuello, presionando cada gramo
de su terrible peso contra él.

La visión de Draco comenzó a nublarse.

Larsen levantó el puño.

Draco estaba muerto.

En una especie de cámara lenta, vio aparecer una pequeña mano junto al muslo de Larsen.

En la pequeña mano brilló un bisturí.

El puño de Larsen comenzó su trayectoria descendente. El tiempo se ralentizó a paso de tortuga.


Con amorosa precisión, el bisturí se presionó profundamente en la parte superior del muslo de
Larsen y se arrastró a lo largo de su arteria femoral.

El puño descendente se detuvo. Los pantalones de Larsen se rasgaron a lo largo del corte.

Hubo un hermoso chorro de sangre.

El tiempo volvió a acelerarse. Larsen se giró con un gruñido y tiró a Granger al suelo. Ella se cayó.

El daño ya estaba hecho. Larsen se puso en pie tambaleándose: un gran error. La larga herida
vomitó lo que parecía un litro entero de sangre.

La visión de Draco se aclaró. Granger estaba de rodillas, con dos de las varitas apretadas contra su
pecho. Ella estaba alcanzando la tercera.

Larsen la apartó de una patada y agarró la varita restante. Luego, la tomó del brazo y la levantó. El
corazón de Draco se detuvo, ella se veía tan frágil, tan quebradiza mientras colgaba antes de
ponerse de puntillas.

El Vikingo se tambaleó hacia la puerta, sangrando profusamente, y arrastrando a Granger,


evidentemente planeando escapar.

Draco no estaba de acuerdo con el plan de Larsen, lo que indicó cuando se arrojó contra él, con
cuchillo en mano, y cortando sus estúpidamente gruesos tendones de Aquiles, primero el izquierdo,
luego el derecho.

Granger soltó su brazo del agarre de Larsen cuando el hombre cayó de rodillas.

El Vikingo miró por encima del hombro, el cuchillo y el bisturí, y la larga mancha de su propia
sangre, roja y negra, en el mugriento suelo.

Medio se arrastró, medio se cayó por la puerta. No lo sabía, pero lo puso justo fuera del perímetro
de Granger.

Draco, aún sobre sus manos y rodillas, arrojó el cuchillo.

Agarrando su varita con la mano ensangrentada, Larsen abrió la boca para desaparecer.

El cuchillo lo golpeó en el hombro. Gruñó, levantó la varita débilmente y luego su mandíbula se


aflojó. Finalmente, cayó inconsciente en un charco de su sangre.

Draco y Granger se pusieron de pie y se unieron a él fuera del perímetro. Draco sacó la varita de
Larsen de su mano; Granger le pasó la suya.

—Él no debe morir —gritó Granger, arrodillándose junto a Larsen, los hechizos de curación
brillaban en la punta de su varita—. Necesito saber por qué.

Draco arrojó las esposas al hombre y las apretó sin piedad.

Enviaron una pequeña colección de Patronus, convocando a las medibrujas, a Potter y Weasley y
quienquiera que estuviese en el Cuartel General de Aurores, y a Tonks.

Mientras Granger estabilizaba al hombre, Draco lo agarró por la barba y le echó la cabeza hacia
atrás, agitó su varita para abrirle los ojos y escupió:

—Legilimens.

En su estado medio muerto, la Oclumancia del Vikingo se debilitó. Draco le contó sus hallazgos a
Granger mientras avanzaba.

—Bueno, ¿qué quiere este imbécil de ti? Dos cosas: primero, quería explorar tu cerebro en busca
de información sobre cualquier otra persona que pudiera estar trabajando en inmunoterapia mágica,
o incluso muggles que podrían ayudar a los investigadores mágicos. Y, en segundo lugar... —
Draco encontró una barrera oclusiva más densa. Luchó contra eso, luego decidió tomar un atajo
apretando la garganta de Larsen hasta que se desmayó—. En segundo lugar, cuando escuchó que
estabas desarrollando un tratamiento contra la licantropía, primero no lo creyó, era imposible, y
luego quiso entender cómo habías aislado el virus para atacarlo en primer lugar si él mismo no
había podido aislarlo...

—¿Cómo se enteró? —preguntó Granger—. ¿Y por qué está tratando de aislarlo?

—Danos un minuto —dijo Draco, trabajando a través de hilos inconexos de recuerdos para
encontrar respuestas—. Quería ganarse tu confianza lo suficiente como para encontrarse contigo en
algún lugar a solas para leerte y entender cómo lo hiciste. Fuiste demasiado cuidadosa, demasiado
cautelosa, por lo que él se ofreció a trabajar contigo para poder entrar detrás de escena. Sintió mi
Legeremancia en el café, no quiso una confrontación y decidió eliminar a los demás investigadores
antes de volver a ti. Descubrió que tus medidas de protección se habían incrementado, observó el
Salón del Rey durante semanas, reunió al grupo de hoy para secuestrarte, usaría Legeremancia
contigo para aprender a cómo aislar el virus o te torturaría para sacártelo y luego... Maldito
imbécil... Luego te mataría.

—¿Pero por qué?

—Estoy llegando allí. —Draco se sumergió profundamente en la mente de Larsen, donde la


Oclusión involuntaria permaneció más espesa, a pesar de la casi inconsciencia del hombre—.
Quiere matar a cualquiera que trabaje en este campo porque no quiere una cura contra la
licantropía.

Rompió otra barrera, en lo más profundo del cerebro de Larsen, donde se guardaban todos sus
secretos más preciados.

—Maldita sea, es un... ¡Es un puto hombre lobo! ¡Mierda! Está trabajando con Greyback...
¡Greyback le habló de ti!

—¡¿Qué?!

—Él necesita entender cómo atacaste al virus porque están tratando de desarrollar algún tipo de
contramedida para lo que estás haciendo. El laboratorio de Larsen está tratando de producir una
cepa de licantropía que puede usarse para infectar a otros en cualquier momento, no sólo en luna
llena. Por eso necesitaba entender cómo lo habías hecho. Están... están tratando de convertirlo en
un arma.

Draco salió de la mente de Larsen.

Él y Granger se miraron el uno al otro.

Las grietas de las Apariciones resonaron a su alrededor.

—No lo creo —dijo la voz de Tonks.

Uno de los hombres petrificados, todavía medio paralizado, se arrastraba fuera de la casa, con una
mano agarrando su varita. La bota de combate de Tonks aplastó su puño contra el suelo.

—Sácala de aquí —gruñó Tonks.

Granger insistió en recoger sus discos. Entonces, brazo con brazo ensangrentado, se Aparecieron
en la mansión.

En la mansión, Draco y Granger se limpiaron la sangre de la cara y celebraron una cumbre con
Tonks, Shacklebolt, Potter y Weasley. Hubo muchos abrazos a Granger y aplausos a los hombros
de Draco (él esquivó los abrazos).

Después de las protestas y el alboroto esperados, los seis se acomodaron alrededor de una olla
de opimum para informar sobre el incidente.

Los planes de Larsen y Greyback fueron un shock para todos. Estaba la habitual forma de locura
vengativa de Greyback, luego estaba esto: un esfuerzo concertado para propagar una enfermedad
cruel a gran escala y matar a cualquiera de los investigadores remotamente capaces de encontrar
una cura. Estaba mucho más allá del alcance de lo que cualquiera de ellos había pensado que era
capaz de hacer.

—Dame tiempo hasta diciembre —dijo Granger, con el rostro pálido.

Draco se enteró de que Granger había quedado aturdida inmediatamente después de salir del Salón
del Rey, lo que explicaba por qué no había tenido la menor pista del anillo sobre su situación.
Goggin y los agentes del DALM habían derribado a cinco hombres antes de verse abrumados
contra el número de sus oponentes. Goggin estaba en San Mungo, recuperándose de la misma
desagradable maldición de evisceración que Larsen había intentado usar con Draco.

Al atacar a Granger cuando salía del Salón del Rey, sus secuestradores habían hecho uso de su
única vulnerabilidad real: el único momento en que no estaba rodeada de protecciones: saliendo del
Salón para desaparecer. Shacklebolt dijo que hablaría con Transporte Mágico para instalar una
chimenea flu en el laboratorio de Granger, para que nunca más tuviera que dejar las paredes
protectoras del Salón del Rey.

Greyback estaba actuando un juego completamente nuevo ahora. Bajo el peso de las miradas
desorbitadas de Shacklebolt y Tonks, Granger accedió, con evidente dolor, a abandonar sus turnos
de Urgencias en San Mungo. Si Larsen había sido lo suficientemente audaz para intentar un
secuestro diurno en Trinity, ahora había una posibilidad real de que Greyback fuera lo
suficientemente audaz para organizar algo en Urgencias.

Tonks dijo que informaría a la Oficina Danesa de Aurores sobre el ataque, el laboratorio y los
repugnantes planes de Larsen. Tonks, Potter y Weasley se fueron para atiborrar a Larsen de
Veritaserum y extraer cualquier información que pudiera tener sobre la ubicación más reciente de
Greyback.

Draco se levantó para unirse a ellos, pero Tonks lo prohibió categóricamente, le gritó que se sentara
y le dijo que no fuera un mártir: ya había hecho lo suficiente por un día.

—Si vas a ir a alguna parte, será a San Mungo —dijo, mirando las diversas heridas de Draco.

—Yo me encargaré de él —dijo Granger.

La cumbre se disolvió.

Draco y Granger se ducharon y volvieron a reunirse en uno de los salones más pequeños, ambos un
poco maltratados. Draco cojeaba, «Ese gran hijo de puta estaba tan pesado que creo que me rompió
una bola».

Henriette y Tupey rondaron ansiosamente, ofreciendo té, más opimum y chocolate, hasta que
fueron suavemente expulsados.

Granger y Draco evaluaron mutuamente sus heridas. Mayormente contusiones para ella, donde
había sido arrojada, agarrada y pateada: muñecas, brazos, mandíbula.

La vista de las marcas hizo que Draco vacilara al borde de un repentino descenso a la ira.

Algo de eso debió mostrarse en su rostro. Granger le dirigió una especie de mirada desconcertada y
se curó a sí misma con unos cuantos pases rápidos de su varita.
Las contusiones se habían ido, pero la rabia permaneció. Draco la amordazó con fuerza y la
reservó al fondo.

Ahora se encontró rodeado por el brillo verde de los hechizos de diagnóstico mientras Granger
comenzaba a examinarlo.

Miró alrededor las pictografías repletas de significados crípticos.

—Eres una bruja útil para tener cerca —dijo Draco.

—Tú mismo eres un tipo de mago decente —dijo Granger—. Gracias, por lo de hoy... de nuevo.

—Fue un movimiento definitivamente brillante el sacar esos discos tuyos.

—Me alegro excepcionalmente de que tuvieras un cuchillo; iba a tirarte el bisturí. —Granger se
quedó en silencio por un momento mientras estudiaba los diagnósticos. Luego dijo—. No me
encanta mucho ser una damisela en apuros.

—No eres muy buena en eso; nunca vi a una abrir una arteria femoral con una exactitud tan
sublime.

—Estaba muy bien posicionado para ello.

Hubo un silencio. Sus manos estaban firmes mientras se abría paso a través de algunos otros
hechizos de diagnóstico.

—¿Te sientes bien? —preguntó Draco.

—¿Acerca de? ¿Cortar a un hombre?

—Sí... Y de todo.

—En este momento, estoy más enojada que cualquier otra cosa. El opimum está paliando al resto.
¿Y tú?

—Bien, estoy deseoso de venganza; de tramar la muerte accidental de Larsen cuando lo interrogue;
fantaseo con el violento asesinato de Greyback a mis manos. Ya sabes, bien.

Granger lo miró de soslayo.

—¿Fantasear con el asesinato no debilita la fibra moral de uno?

—No tengo ni una sola fibra moral de la que hablar.

—¿No?

—No, se la doné toda a los huérfanos.

Granger hizo una pausa. Ella se dio la vuelta, se rio en sus manos, luego respiró y lo miró de nuevo.

—Deja de hacerte el tonto. Tenemos trabajo que hacer.

No, no dejaría de hacerse el tonto. Le gustaba verla reír; le dio una sensación de aleteo. Además,
esa lujuria post-adrenalina estaba despertando, y la sensación de aleteo inducida por Granger
seguía queriendo descender hasta su ingle.
Tranquilo, viejo.

Granger, felizmente inconsciente de Draco y de su entrepierna alborotada, descartó algunos de los


esquemas e hizo un inventario de sus dolencias.

Estos consistían en un ojo morado, dos costillas rotas, una rodilla torcida (la mala, por supuesto) y
la mandíbula fracturada.

Le complació informarle a Draco que no se había roto ninguna bola.

Ella fue a lavarse las manos. Luego regresó y se encontró con la Sanadora: seria y concentrada, con
cierta autoridad en su porte.

—Bueno, vamos a arreglarte correctamente. Comenzaremos con esas costillas. Quítate la camisa.

Draco trató de no parecer demasiado encantado con la oportunidad.

Se le indicó que se acostara en el sofá, lo cual, felizmente, hizo. Puso sus manos detrás de su
cabeza (porque era cómodo, pero también porque hacía que sus pectorales se destacaran, como una
ventaja para Granger -además, él tenía un ondulante six pack y ella era libre de notarlo-.

Granger estaba menos interesada en deleitarse con la perfección apolínea frente a ella que en
murmurar sobre «Lars el Asno» entre encantamientos. Draco sintió la presión de su varita a su lado
y sus costillas rotas volvieron a estar completas, una tras otra, con un crujido amortiguado.

Granger le pasó su camisa.

Su profesionalismo y eficiencia eran, francamente, abominables.

Draco se volvió a poner la camisa porque Granger, colgándola entre dos dedos, ahora la estaba
moviendo con impaciencia.

Lo siguiente fue su rodilla lesionada. Draco se ofreció a quitarse los pantalones. No, dijo Granger,
simplemente podría arremangarse la pernera del pantalón.

Brutal.

Draco se subió la pernera del pantalón. Ella sanó su rodilla.

El siguiente fue su ojo morado, que tomó un minuto completo.

Draco meditó. Tal vez debería haber permitido que lo golpearan hasta convertirlo en pulpa para
darle a Granger más problemas y más razones para desnudarlo.

En una nueva incursión en la locura, pensó que tal vez debería haberse roto una bola.

Finalmente, Granger llegó a su mandíbula fracturada.

Una interpretación brillante del cráneo de Draco flotaba en el aire entre ellos. Era muy guapo y
bien formado, con pómulos tan bonitos como los de Magdalena.

A lo largo de la mandíbula, una grieta brillaba en rojo.

Granger tomó un pequeño respiro.

—Es más grande de lo que pensé —dijo Granger.


—Seré amable —dijo Draco.

Granger se rio, luego recuperó el control de sí misma y le dio una mirada que denotaba que no
estaba impresionada.

Después de estudiar el esquema desde varios ángulos, dijo que quería ser particularmente
cuidadosa al curar este, para asegurarse de que se realineara correctamente y no afectara su
mordida.

Genial, finalmente. Tener cuidado, ser lento, estar cerca.

Granger despejó una de las mesas auxiliares para que Draco se sentara.

—Qué bonito —comentó mientras apartaba un reloj de arena adornado.

—¿Tú crees? Es mi tatarabuelo tío Snodsbury.

—¿Perdón?

Draco volteó el reloj de arena para demostrarlo.

—Quería ser incinerado y seguir siendo útil.

—...Encantador.

Draco se sentó en la mesa auxiliar. Granger se paró entre sus rodillas y tomó su rostro entre sus
manos.

Esto era bueno, pensó Draco mientras la miraba. Muy bueno.

Granger dijo que sabía que iba a ser terriblemente difícil, pero que necesitaba que Draco
mantuviera la boca cerrada durante seis minutos.

Esto estuvo bien para Draco. En cambio, iba a disfrutar del lujo.

Granger amplió la imagen de diagnóstico y se puso a trabajar con movimientos de varita lentos y
precisos. Tanto sus dedos como su varita estaban calientes en su mandíbula. Draco cerró los ojos y
suspiró, como si sólo estuviera suspirando y no, ya sabes, inhalando a Granger recién salida de la
ducha: a jabón, piel limpia y reluciente. Qué lástima que no pudiera inclinarse hacia adelante y
presionar su rostro entre sus pechos e inhalar.

La conciencia de Draco brilló irritantemente al señalar que Granger acababa de sufrir un secuestro
traumático y ahora lo estaba curando, ¿y todo en lo que podía pensar era en sus tetas? Fue bestial;
era una desgracia.

Draco sopesó los atractivos de Granger contra la carga del buen comportamiento.

Decidió que en verdad era una bestia, y una vergüenza, y a la mierda el buen comportamiento,
pensaría en sus tetas todo lo que quisiera.

Granger cambió su peso de un pie al otro. Sintió el roce de su movimiento en el interior de su


rodilla.

Un placer lento fluyó a través de él.

Pasó la punta de su varita a lo largo de su mandíbula en líneas deliberadas, murmurando un


encantamiento que hizo que las cosas se sintieran más ajustados en toda su mandíbula.

Las cosas también se sintieron más ajustadas en sus pantalones.

Probablemente debería hacer algo al respecto. Pensar en matemáticas o algo así.

Granger lanzó otro hechizo de imágenes.

—Lo siento, es tan lento... Estoy haciendo todo lo posible para evitar cualquier desalineación
dental.

Draco hizo un «Mm» de comprensión en el fondo de su garganta.

Él también estaba haciendo todo lo posible...

Un Auror no se tiraba a su Principal. Estaba siendo espantosamente inapropiado. Necesitaba


calmarse.

Escuchar a Granger murmurar encantamientos cerca de su oído era... emocionante. Su boca


presionada en una mueca concentrada, justo allí, era terriblemente tentadora. El empuje de su varita
en ángulo debajo de su mandíbula desencadenó una combinación hormonal fantásticamente
excitante de amenaza y sensualidad. Su mirada seria y concentrada lo hizo estremecerse hasta las
bolas.

Todo era sexy. Estos fueron seis de los minutos más sensuales de toda la vida de Draco. Quería
atraparla y...

—Deja de sonreír —espetó Granger.

Ups.

—Si esto sana chueco, la mitad de tus dientes solo masticarán aire —lo regañó Granger—. No creo
que te apetezca una dieta líquida.

Draco quiso sugerirle que él podría darle algunos chorros de dieta líquida, si ella estuviese
dispuesta, pero por desgracia, no podía hablar.

—Casi termino —dijo Granger, con mucha menos irritabilidad en su voz ahora que él se estaba
comportando bien (en lo que a ella concernía, de todos modos).

Agitó un diagnóstico final y le pasó las yemas de los dedos por la mejilla mientras lo estudiaba,
inclinando la cabeza hacia la izquierda y luego hacia la derecha.

—Perfecto —dijo ella, con evidente satisfacción—. Como nuevo; puedes volver a hablar.

Ella le dio una especie de suave palmada en la mandíbula.

Fue el toque más amable que había sentido en años.

Estaba completamente duro.

Era una vergüenza absoluta.

Granger se alejó para lavarse las manos.

A diferencia de Madame Pince, ella no tenía por costumbre observar su paquete. Lo cual fue
bueno, porque en este momento, estaba... bastante abultado.

Draco miró hacia abajo para encontrar que su camisa desabrochada camuflaba lo peor. Se liberó de
la erección con un movimiento de varita y procedió a sentarse allí, en la mesa auxiliar, sintiéndose
como el hombre más reprobable del mundo.

Lo que normalmente no le molestaría.

Pero Granger era tan malditamente de... alma pura, y... y, simplemente... carajo.

Granger regresó al salón con una gran determinación en su paso.

—Bueno —dijo ella—, dado que una miríada de criminales está obsesionada con interrumpir mi
trabajo, será mejor que me ponga manos a la obra con los preparativos para Samhain antes de que
me ataquen de nuevo. ¿Tienes un momento para mirar algo conmigo?

Draco siguió a Granger escaleras arriba -y sí, miró su trasero- y entró en la suite de invitados. La
habitación delantera de la suite había sido ocupada, como su cabaña, por libros. Su computadora
plegable brillaba sobre una mesa.

Su gato había encontrado una percha favorita en un estante alto, desde donde observó a Draco con
una especie de imperiosa benevolencia, como si un gran visir permitiera a un simple campesino
entrar al santuario interior para una audiencia con la reina.

Revelaciones estaba de vuelta en su pedestal. Flotando a su alrededor había montones de


diccionarios anglonormandos y textos de referencia, docenas de cuadrados de papel amarillo en los
que Granger había garabateado notas.

Granger abrió el tomo antiguo con su habitual cuidado y pasó a uno de los últimos capítulos.

—Bueno —dijo Granger, frunciendo el ceño a la página—, tengo una pregunta sobre ese amigo de
un amigo que te ayudó a encontrar esta copia de Revelaciones.

—Lady Saira. ¿Qué hay con ella?

—¿Crees que ella estaría al tanto de los detalles sobre otros artículos o artefactos raros que
presuntamente desaparecieron para siempre?

—Eh... posiblemente —contestó Draco—. Ella está excepcionalmente bien conectada.

Granger se volvió hacia él. Sus manos estaban entrelazadas frente a ella. Tenía esa apariencia
ansiosa a su alrededor, la que había tenido cuando le pidió por primera vez que se uniera a ella para
robar el cráneo de María Magdalena.

—Quiero decir, podría prescindir de él. Podría... Pero si quiero hacer las cosas bien...

—¿Qué es? —preguntó Draco.

—¿Podrías preguntar sobre los rumores que rodean la ubicación de otro objeto raro, destinado a
perderse en el tiempo, si es que alguna vez existió?

—¿Qué objeto?

Granger se mordió el labio.

—Dime —dijo Draco.


—Vas a pensar que me he vuelto loca.

Draco se burló.

—Ya hemos establecido tu agravante cordura mental. Dime.

Granger tomó aire.

—Estamos buscando la caja de Pandora.

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Chapter End Notes

¿Otro más? bueno, no las puedo dejar con turbulencia en el alma.


Encuentro nocturno: Granger está sensible
Chapter Notes

See the end of the chapter for notes

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Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse

"Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love"

De Isthisselfcare

Beteado por Bet

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Nota de la autora: Donde la mansión toma el manto de Thornfield Hall por una noche, para que
pueda escribir sobre un Draco melancólico que agoniza generosamente sobre el fuego.

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La madrugada encontró a Draco en su estudio. Envió una misiva a Lady Saira, preguntándole,
mientras se sentía ligeramente como un lunático, sobre cualquier rumor que ella pudiese haber
escuchado acerca de la caja de Pandora.

Una vez cumplida la tarea, ordenó un poco su escritorio y levitó una botella de Rare Oak de
Macpherson hacia él, junto con un vaso.

Luego se apoyó en la repisa de la chimenea, arremangado y en tirantes, whisky de fuego en la


mano, y se quedó mirando las danzantes llamas.

El impacto de los eventos del día lo estaban alcanzando, ahora que ya no estaba en su sistema
el opimum para adormecerlo.
Granger estaba a salvo. Estuvo cerca, pero ella estaba a salvo.

No sintió ninguno de las sensaciones que normalmente preceden a los encuentros cercanos con sus
Principales. A veces era arrogancia por haber sacado audazmente a alguien de una situación
imposible. En otras ocasiones, si la llamada cercana pudo ser prevenible, era un culpable impulso
de hacerlo mejor la próxima vez. En su mayoría, fue simplemente alivio.

Pero nada de eso sintió esta noche. Las imágenes se repetían en su mente una y otra vez, y lo único
que sentía eran náuseas: su figura desplomada contra la pared; Moore agarrándola; su cara
estrujada por la enorme mano de Larsen; tan indefensa colgando del brazo de Larsen cuando él la
arrastró hacia la puerta...

Sin alivio. Sólo este... Este tipo de angustia.

¿Por qué?

Draco miró fijamente el fuego y se negó, durante mucho tiempo, a poner el por qué en palabras.
Cuando lo hizo, fue con terror.

Fue porque, los dioses lo ayudaran, esta Principal era preciosa para él. E iba más allá de la
atracción por la Amortentia. Ella le importaba; él se preocupaba por ella.

Todas las cosas que un Auror no debería sentir. Peor aún, eran todas las vulnerabilidades que
Draco odiaba, en un sólo paquete.

Se dijo a sí mismo que no era amor, que era comodidad. El amor estaba destinado a ser una cosa
agradable: mariposas y tonterías con poemas y toda esa clase de porquerías. ¿Esta cosa? ¿Esta cosa
que lo sostenía por la garganta? Era una cosa horrible, le dolía.

Ella no debería ser preciosa para él. Sólo debería ser una... una Principal. Ellos no estaban
destinados a ser nada más; quizá compañeros, en el mejor de los casos.

La había cagado magníficamente en ese frente. Espléndidamente. La peor cagada del siglo.

Ella no debería ser preciosa para él y, sin embargo, lo era. Estar con ella era divino, eso lo
horrorizó. Él era un infeliz, estaba obsesionado; estaba mortificado, enloquecido, repelido, un
adicto a ella.

Lo odiaba, no quería nada de esto, no lo había pedido. A parte de los momentos de debilidad
inducida por Granger o la Amortentia, sabía qué quería: quería permanecer desapegado, invicto y
libre: dueño de sí mismo.

Que, por cierto, era una clase de cobardía. Tenía demasiado miedo de perder algo y, por ende, para
empezar, ni siquiera lo intentaba. Fue su orgullo; la aversión a abrirse y ser lastimado. Darle una
parte de él que ella podría destrozar. Era mejor quedarse solo y llamarlo «libertad».

Había una salida, conocía los protocolos. Debería hablar con Tonks y renunciar a esta misión; dejar
que esto se desvanezca o se apague solo.

Tal vez habría paz en el otro lado.

Inclusive mientras lo pensaba, sabía que no lo haría. Operacionalmente, el momento de tal renuncia
sería simplemente espantoso, pero más allá de eso, a la mierda los protocolos. A la mierda
cualquier cosa que pudiera alejarla más de él, no quería perder esta cosa. Era demasiado egoísta,
demasiado adicto. Quería continuar con esta clase de constante danza farouche, infinitamente
cuidadosa; del coqueteo que fingió no ser; de lapsos que rápidamente se achacaron al alcohol y se
barrieron debajo de la alfombra.

Un equilibrio, le había dicho Tonks.

Eso fue cierto; era un status quo tenso. Y eso era lo que él quería mantener: una aproximación a la
felicidad.

Pero no fue suficiente, ¿no?

Draco se apartó de la chimenea con una nueva frustración. Apagó el fuego con un golpe de su
varita y salió de su estudio sin ningún destino real para dirigir sus inquietos pasos.

Los majestuosos pasillos de la mansión estaban oscuros. Un viento gélido de octubre golpeó las
ventanas y agitó las ramas contra la casa.

Draco vio movimiento en las sombras, viniendo hacia él.

Una silueta blanca estaba al final del pasillo. Su Lumos iluminó el suelo frente a ella mientras
caminaba.

Había un borrón naranja de cola alta en sus tobillos; Granger estaba dejando salir a su gato.

Llevaba uno de esos negligés que había mencionado en Provenza.

Draco se congeló; una parte de él deseaba girar y huir, y no someterse a lo que seguramente sería
otro tortuoso encuentro. Dos horas de cavilaciones no habían hecho que su pene olvidara las
tribulaciones de esa tarde. A ese ritmo, probablemente un simple roce de mejilla con la punta de su
dedo y él estaría duro de nuevo.

Parte de él tenía muchas ganas de inspeccionar ese negligé en persona y continuar su educativo
viaje sobre la apreciación de la moda muggle.

Mírenlo, acababa de pasar horas auto intimidándose y aquí estaba, vacilando, en lugar de hacer lo
obviamente correcto.

Era un desgraciado sin remedio.

Granger saltó, con una mano sobre su pecho, cuando lo notó.

—Oh, eres tú. ¿Te molesté? —preguntó en un susurro—. Lo siento, Crooks necesita hacer pipí.

—Estaba terminando —dijo Draco en voz igualmente baja. Si despertaban a los elfos, habría un
alboroto, ofertas de bocadillos a medianoche y otras molestias.

—¿Cómo te trata la pestilencia de la incompetencia? —preguntó Granger.

—Abismalmente. ¿Dónde dejas salir al gato?

—Justo por aquí —dijo Granger.

Ella bostezó con el dorso de su mano, luciendo medio dormida mientras lo guiaba a uno de los
salones. Él se deslizó en la deriva de su estela. Sus piernas fueron un pálido destello en la
oscuridad. Su cabello fue una desastrosa trenza parcialmente enrollada, colgando sobre un hombro.

El negligé de seda se pegó a sus caderas, a su trasero, a sus pechos; estaba descalza.
Era... Magnífica, tentadora... Era todo.

Un Auror no se acostaba con su Principal.

Pero maldita sea, él podía admirarla por detrás.

Observó el balanceo de sus caderas, el vaivén a juego de la tela, la forma de sus pantorrillas. La
delicadeza de sus tobillos, que sintió bajo sus dedos hacía tanto tiempo, y sin embargo todavía
recordaba su sensación, el detalle de cada borde y hundimiento.

Olía a antiséptico y a fósforo prendido.

Debería haber dado la vuelta y escapado.

Granger llegó a una de las puertas de la terraza, apartó las transparentes cortinas y abrió el panel.
El gato salió trotando.

—Haré que pongan una puerta para gatos aquí —dijo Draco—. Si él sabe usarla.

—Oh, eso realmente no es necesario.

—Preferiría no tenerte deambulando por la noche, sola.

—Bah, la mansión es perfectamente segura, o eso me han dicho. Eres la mayor amenaza con la que
me he encontrado en todas mis andanzas nocturnas.

—¿Lo soy?

—Sí. Parecías irascible hace unos momentos.

—Me atrapaste en una mala noche.

—Ah, ¿sí? ¿Generalmente estás bastante alegre a las tres y media de la mañana?

—Implacablemente.

—Mm —dijo Granger con una soñolienta diversión en los labios.

Bostezó de nuevo en sus manos, luego abrió la puerta para ver a dónde había llegado el gato.

Había una brujería en los árboles, despojados de sus hojas, estirando los brazos desnudos hacia el
cielo negro.

El viento agitó las cortinas en una danza fantasmal. Con él llegó el olor melancólico del otoño por
la noche: húmedo, pesado con algo misterioso.

Samhain estaba cerca. El velo entre los mundos se estaba adelgazando.

Granger se estremeció y cerró la puerta.

Draco no miró hacia abajo. Estaba cien por ciento seguro de que sus pezones serían visibles a
través de la fina seda del negligé y no deseaba saber nada sobre los pechos de Granger, aparte de la
información que ya había obtenido por aquí y por allá.

Él no quería saber. En absoluto. No más detalles, gracias.

Draco se quedó de pie, en el limbo, dividido entre desearle buenas noches, eso sería lo más seguro,
lo más inteligente, lo correcto, y el desear quedarse. Eso sería masoquista, imprudente y estúpido.

Por supuesto, esto último ganó. Flagelante como era, Draco se quedó.

Necesitaba mantener el equilibrio... Eso fue todo.

Buscó algo que decir. No surgieron ideas, a excepción de los comentarios sobre sus tetas.
Asombroso.

Draco exprimió su cerebro hasta que algo utilizable cayó y, finalmente, dijo:

—El negligé es superior a la alfombra de picnic.

Escuchó el divertido aliento de Granger.

—La alfombra de picnic se está lavando. —Miró el negligé—. Me complace que lo apruebes, es
terriblemente muggle.

Draco hizo contacto visual con ella, una cantidad normal de contacto visual sin mirar hacia abajo, y
luego desvió la mirada nuevamente.

—Más bien he comenzado a apreciar la moda muggle.

—Un momento de genuino crecimiento personal —dijo Granger con solemne aprobación.

—Uno no debe permanecer ocioso, ya sabes... Uno debe continuar creciendo.

—Adelante y hacia arriba.

—Ampliándose.

—Transformándose.

Ahora Draco se estaba concentrando tan duro en la proporción apropiada de mirar hacia otro lado
al contacto visual (sin tetas) que estaba encontrando la conversación difícil de seguir.

También sintió que podrían estar hablando de penes... Otra vez.

Había una sonrisa jugando en la comisura de la boca de Granger.

A pesar de los intentos de secuestro, su tiempo con él en la mansión le estaba siendo de utilidad:
tenía la cara más llena, las mejillas más rosadas. Su hoyuelo estaba de vuelta.

—La alfombra de picnic sería un excelente combustible para donar a los huérfanos —dijo Draco.

—Siempre tienes en tu corazón lo mejor para los huérfanos, ¿verdad?

—¿Qué corazón? —preguntó Draco.

—Tienes uno, puede ser una cosa pequeñita, negra y arrugada, pero está ahí.

—Supongo que sí. Y sí, soy así de desinteresado.

—Draco Malfoy, un bien preciado.

Su nombre en los labios de ella le provocó un pequeño escalofrío. Quería que ella lo dijera, una y
otra y otra vez, suspirarlo, gemirlo, besarlo en su boca.
Draco miró hacia la oscuridad.

—¿Cuánto tarda un gato en orinar?

—Volverá pronto. Se está haciendo viejo, a veces le cuesta un poco.

—¿Cuántos años tiene?

—No estoy segura. Probablemente tenía ya algunos años cuando lo obtuve en tercer año.

—¿Tercer año? Dios mío, has tenido al hijo de puta durante mucho tiempo.

—Así es, los Kneazles puede vivir hasta cincuenta años en cautiverio y él es medio kneazle; me
gustaría esperar que le queden algunos buenos años.

Granger se acercó a una ventana que daba al otro lado de la terraza y miró hacia afuera.

—Oh... Él está cazando. Bueno, intentándolo, mi pobrecito querido.

Granger apoyó los codos en el alféizar de la ventana para mirar.

Y Draco, el Campeón Mundial de la Idiotez, decidió amontonarse detrás de ella para mirar
también.

Porque, obviamente, esa era una excelente idea. Acercarse a ella nunca le trajo complicaciones.

La forma patizamba del gato era baja en la hierba de afuera, haciendo repetidos saltos fallidos
contra una criatura u otra.

—¿Crees que sea un ratón? —preguntó Granger.

—O una musaraña, o un gnomo. Debería cobrarme por sus servicios de control de plagas, si es que
atrapa algo.

—Sólo si me cobras por mi estadía aquí.

—Ciertamente no.

—Servicios ocasionales de salvamento, alojamiento y pensión —Granger suspiró. Su aliento


formaba una niebla sobre el frío cristal de la ventana—. Soy una imposición nauseabunda.

En realidad, ella era una presencia querida que añadía un gran placer a la vida en la mansión.

Asquerosamente empalagoso fue eso.

—Esas cosas caen bajo el título de mantener a Granger a salvo —dijo Draco—. El cuál es mi
trabajo, mientras tú trabajas para curar lo incurable.

—Es correcto. Pero no me gusta sentirme en deuda con tu... —Granger se interrumpió para jadear
—. ¡Oh! Creo que lo atrapó, ¡mira!

Draco podría haber mirado por la ventana junto a ella. Pero no, su idiota cerebro deseaba mirar
justó ahí, donde ella estaba parada, obviamente.

Repugnante la poca resistencia que tenía cuando estaba cerca de ella.

Apartó la cortina y se inclinó sobre su hombro para mirar. Sintió el roce de su cabello contra su
barbilla.

El gato tenía algo en la boca.

—...Eso es una hoja —dijo Draco.

Granger se rio. El gato caminó con orgullo por el césped con su premio en alto. Luego se distrajo
con otra hoja, dejó caer la primera y se agachó para merodear.

—Oh... Lo está intentando de nuevo. No es necesario que te quedes, esto puede demorar un poco.

—No me importa. Esto es entretenido.

Granger lo miró por encima del hombro.

—¿En serio? Está bien.

El viento azotó la casa con gemidos irregulares. La luna creciente brilló sobre la línea negra de los
árboles, una fina media luna plateada.

El suave hombro de Granger estaba... tan cerca. Draco se encontró mirándolo, la fina correa que
sostenía su negligé, las sombras arrastradas por el viento que jugaban sobre su piel.

—No estás en deuda conmigo de ninguna manera —dijo Draco, para volver al tema.

—Es amable de tu parte decirlo, aunque eso no lo hace cierto —dijo Granger.

—¿Quieres que hagamos una lista para contar las cosas?

—¿Crees que no he realizado ya ese ejercicio?

—Por supuesto que ya lo hiciste.

—Lo sé, soy exasperante —dijo Granger.

—Gracias, sí, lo eres. ¿Cuál fue el resultado?

—Hasta hoy, cerca, pero a tu favor. Solo me di medio punto por la ventaja de Talfryn. Pero has
avanzado significativamente con el salvamento de vidas de hoy.

—¿Lo hice? Excelente. Me gusta ganar.

—Mmm. ¿Te importaría ir dando tumbos para hacer algo moderadamente mortal? —preguntó
Granger con un vago movimiento de su mano—. ¿Atragantarte con un Wotsit de queso o algo así?

Draco se rio. Su siguiente aliento llevó el aroma de su champú a su nariz.

Se acercó sigilosamente para mirar al gato (obviamente), que estaba asesinando la hoja con
extrema violencia felina.

—Cuando estaba en San Mungo y tenía esas alucinaciones, lo vi luchando contra el Nundu —
comentó Draco.

Estaba lo suficientemente cerca para sentir el calor que emanaba de ella, ahora, a través de esa fina
seda, a través de su camisa, y contra su pecho.

Granger se había quedado bastante quieta.


—¿En serio?

—Sí, una y otra vez, en círculos. Él fue feroz. Al final ganó.

El gato salió corriendo por la esquina.

Granger presionó su varita contra el vidrio y envió un Lumos, iluminando el césped.

Ambos se inclinaron hacia adelante para observar la siguiente cacería. Ahora podía sentir la seda
de su negligé deslizándose contra la tela de su camisa. Ahora podía sentir el roce de su trasero
contra la parte delantera de sus pantalones. El botón de su bragueta se enganchó en la parte baja de
su espalda.

Mantener el equilibrio. Mantén el maldito equilibrio.

Puso una mano en el alféizar de la ventana.

La respiración de Granger se aceleraba un poco, las leves manchas que se empañaban contra la
ventana la delataban.

La sensación de ella era tan... placentera–tentadora–pura ambrosía.

¿Qué tenía esta bruja?

¿Por qué las cosas prohibidas eran las más dulces?

—Ese... —comenzó Draco, luego se aclaró la garganta, porque su voz se había vuelto ronca—. Ese
cóctel de neurotransmisión en el que me sumergiste en San Mungo...

—¿Qué pasa con eso? —preguntó Granger con una especie de respiración entrecortada en su voz.

—¿Reduce las inhibiciones?

—Sí.

—Entonces, ¿la gente dice la verdad, cuando están con eso?

—De alguna manera. Afecta a ciertas interneuronas inhibitorias en la corteza cerebral. —Esta voz
de profesora sin aliento era nueva, a Draco le encantó—. Elimina los filtros habituales. La mayoría
de las personas entran en un estado de desinhibición para sentirse bien.

—Así que cuando dije que quería besarte, sabías que era verdad. No era solo... un delirio.

Granger lo miró por encima del hombro. Sus ojos eran oscuros.

¿Desde cuándo una mirada entre ellos era tan pesada?

Ella asintió.

—Es un efecto similar al del alcohol, supongo —dijo Draco.

—Un mecanismo diferente, pero sí.

—He tomado tres whiskies de fuego —dijo Draco.

No tenía ni puta idea de a dónde iba con esto.


Ella sí.

—Y —dijo Granger—, ¿todavía quieres besarme?

El mundo dejó de girar.

Se tomó un momento para responder, como si no hubiera otra respuesta que una afirmación llena
de anhelo.

Rozó con la punta de un dedo el lugar donde se unían el hombro y el cuello.

—Sí... Justo aquí.

—Hazlo.

El mundo reanudó su giro. Demasiado rápido. Su cerebro era un borrón.

¿Qué equilibrio? Nunca había oído hablar de esa palabra en su vida.

Él levantó la trenza que se desplegaba fuera del camino. Se permitió la caricia de un dedo desde el
costado de su cuello hasta su hombro, donde el tirante del negligé descansaba delicadamente sobre
su piel. Su dedo pasó por encima de la correa, aunque el verdadero impulso era deslizarlo por
debajo y quitárselo del hombro.

La luz de su Lumos vaciló y luego se apagó.

Bajó la cara hacia ella, sintió el calor de su piel, la inhaló: somnolencia y el aroma de una vela
recién quemada.

Rozó su boca contra aquel lugar, muy observado, muy añorado. La sintió estremecerse contra él,
vio su silencioso aliento disiparse contra la ventana fría.

Presionó un beso a un lado de su cuello. Debajo de sus labios, ululaba un recuerdo de la noche en
el jardín: la suavidad de los pétalos de rosa.

Su otra mano encontró el alféizar de la ventana. Ahora estaba deliciosamente atrapada entre sus
brazos. En este momento, ella no iría a ninguna parte.

No es que ella quisiera escapar. Ella se apretó contra él, su cabeza contra su hombro, su trasero (a
menudo imaginado, pero nunca sentido) contra su ingle. Extendió una mano contra él y lo apretó y
sintió su sorpresa saltar.

Él besó el lado de su cuello otra vez, luego se movió, delicioso, tan delicioso, hasta justo debajo de
su oreja. Desde allí podía mirar hacia abajo y ver su clavícula, y la hinchazón de sus senos, la
forma exacta de ellos y, sí, el empuje de sus pezones debajo la seda, y la fina línea de sombra
donde sus senos se apretaban, y el latido de su pulso en la depresión entre sus clavículas. Todavía
no era lo suficientemente rápido como para hacer eco a través de su dedo anular, pero allí estaba,
revoloteando bajo su piel, y si la girara hacia él, podría sentirlo bajo sus labios.

No sabía a dónde ir desde aquí, sabía exactamente a dónde ir desde aquí, no sabía si debía
hacerlo, sabía que no debía hacerlo, estaba empapado de endorfinas, adicto a su piel, con el
corazón palpitante, con la mente olvidada...

Ella suspiró y se acurrucó más contra él, notó la presión de su trasero contra él, y él estaba duro,
obviamente, y empujó contra ella, y ella emitió un sonido de placer desde el fondo de su garganta,
pero no deberían... No deberían.

Ella se estiró y deslizó sus dedos debajo del tirante en su hombro. Él deslizó un brazo alrededor de
su cintura y la apretó contra él, y le dio fuertes besos en la nuca, y besos que fueron más mordiscos
que besos en su hombro, y su estremecimiento y jadeo fueron la cosa más dulce. Ella levantó la
otra mano sobre su cabeza y clavó los dedos en su cabello, y se frotó contra su erección, y fue su
turno de contener un grito ahogado.
Otra cosita de su traductora de confianza.

—Voy a tener catorce años otra vez y voy a terminar en mis pantalones, si sigues así —murmuró
en su cuello.

Granger exhaló una especie de gemido entrecortado y barrió su trasero contra su pene de nuevo.

—Yo... Dios... pero nosotros... nosotros realmente...

—¿No deberíamos? —rechinó Draco entre dientes.

—No. No deberíamos.

—No deberíamos —repitió Draco, odiándose a sí mismo—. Creo que eso sería... sabio.

—No quiero ser sabia, quiero ser estúpida.

—Eres Granger. Eso es una... contradicción en todos los términos.

Ella quitó su mano de su cabello (qué trágico).

—Está bien. Yo... no sé lo que me pasa...

Ni Draco, de todos modos, y más fue la lástima.

—Estamos en medio de un maldito resurgimiento de hombres lobo —dijo Granger.

—Sí.

—Están tratando activamente de matarme.

—Sí.

—Fui literalmente secuestrada, hoy.


—Sí.

—Estoy trabajando en el proyecto intelectualmente más exigente en el que he estado, posiblemente


el más desafiante en el que trabajaré en toda mi vida.

—Sí.

—No tengo ni una célula cerebral de sobra, no tengo ninguna capacidad mental adicional para
dedicarme a nada más...

—Sí, por supuesto. No debemos agregar más complicaciones a una situación que ya es tensa.

—Sí —dijo Granger—. Podría hacer las cosas mucho más difíciles.

—Sí.

—Entonces, no deberíamos.

—No, no deberíamos.

Granger gimió en sus palmas.

—¿Qué está mal conmigo...?

—Dime cuando lo hayas resuelto —dijo Draco—. Sufro de la misma... dolencia.

—La idiotez desenfrenada es mi diagnóstico tentativo. —Granger todavía estaba sin aliento—.
Correcto, bueno, está bien. Esto fue un sueño y no sucedió.

—Bien, nunca me he sentido más despierto en mi vida... pero sí.

—Estás dormido, y yo también.

—Bien, esto no sucedió.

Hubo un maullido ahogado.

El maldito gato finalmente había considerado oportuno regresar a la casa. Se sentó fuera de la
puerta de la terraza, mirándolos.

Draco se preguntó cuánto había visto.

Él y Granger se alejaron el uno del otro. La nueva distancia parecía cruel y fría.

El miembro endurecido de Draco estaba llorando, en todos los sentidos de la palabra.

Granger dejó entrar al gato. Su rostro estaba sonrojado, sus ojos muy abiertos y oscuros.

Salió de la habitación y no miró atrás.

Draco se giró para irse, luego se congeló. Allí, entre la habitual brisa de velas quemadas que seguía
a Granger, estaba el inconfundible aroma de la excitación femenina.

Draco se abandonó al pecado.

Cerró la puerta de su dormitorio y se apoyó contra ella, abrió su bragueta y liberó su goteante pene.
Habían estado más cerca que nunca, y las endorfinas inducidas por Granger en su sangre hicieron
que la fantasía fuera tan fácil, tan al alcance de la mano: la había olido, sabía a qué olía cuando
estaba mojada.

La fantasía era una continuación fácil de la escena de abajo: se imaginó girándola hacia él,
levantándola para que se sentara en el alféizar de la ventana y tirando hacia abajo de las correas del
negligé para que sus hermosas tetas quedaran, finalmente, expuestas para él. Su boca estaría en
todas ellas, desde la parte inferior suave hasta los pezones que lo habían tentado a través de la seda,
que él tentaría a su vez con la lengua y la presión de las yemas de sus dedos. Y ella se empujaría
más adelante en el alféizar de la ventana y sostendría las faldas de seda de su negligé, y se ofrecería
mojada, y él tomaría la ofrenda, con besos y lengua y dedos en un ritmo lento al principio, y luego
más rápido. Quería saborear el lugar de donde había venido esa excitación, la quería en toda su
barbilla. Y luego encontraría el ángulo que más le gustaba a ella, y ella jadearía algunas
instrucciones: «no te detengas», o «sí», y él sentiría la presión y el espasmo de ella contra sus
dedos y contra su boca.

La imagen lo puso al límite. Jadeó y tiró de su pene con un apretón final y su orgasmo estuvo sobre
él en uno, dos, tres, cuatro chorros.

Varios millones de herederos Malfoy fueron esparcidos por el suelo.

Ups.

Su corazón rugió. Luchó por recuperar el control de su respiración.

Hubo un eco de un latido en el anillo.

Era de ella.

...Él no fue el único pecador esa noche.

**~**~**

Chapter End Notes

Bueeeno, creo que es hora de ir a recostarnos y abanicarnos un poquito.

Nos vemos el próximo sábado.

Paola
Samhain
Chapter Notes

See the end of the chapter for notes

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Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse

"Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love"

De Isthisselfcare

Beteado por Bet

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¡Hemos llegado a las últimas vacaciones de asterisco de Hermione! Y mi homenaje al género del
robo, resplandeciente con agujeros argumentales.

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La captura de Larsen fue un duro golpe para Greyback, pero aún no era el coup de grâce.
Necesitaban encontrar al hombre en cuestión.

A pesar de su Oclumancia, Larsen había sido ahogado en Veritaserum por Tonks, lo que produjo
una excelente serie de pistas. Al día siguiente, el cazador se convirtió en presa. Potter y el GUAT
estuvieron cerca de encontrarlo dos veces, arrinconando a Greyback en una cabaña en el Distrito de
los Lagos y, después, nuevamente, en un escondite en las Islas Shetland. Simplemente se escabulló
de sus manos en ambas ocasiones. Potter estaba enfurecido. El lado positivo fue que Greyback se
estaba quedando sin refugios seguros, ya que Larsen había comprometido media docena de
ubicaciones. Ese lado positivo se vio atenuado por la preocupación entre los Aurores de que se
desesperaría cada vez más y escalaría.

A Draco, se le dio permiso para explorar el cerebro del Vikingo en una sesión de interrogatorio de
un día mientras el GUAT buscaba para ver qué más podían encontrar.

Tonks se unió a él en la sala de interrogatorios, junto con Brimble.

Larsen, atado de pies y manos a una silla, los miró siniestramente.

—Buenos días —dijo Tonks a Larsen con una especie de brillo aterrador—. La de ayer fue una
encantadora charla, gracias de nuevo. ¿Has pensado en otros detalles que te gustaría compartir con
nosotros? ¿Ubicaciones? ¿Planes? ¿Alguna maquinación contra la sanadora Granger que debamos
conocer?

Larsen la miró en un silencio sepulcral.

—De lo contrario —continuó Tonks—, hemos recibido permiso del Ministerio para proceder con
el uso de la Legeremancia. Si no tienes más información qué ofrecer de buena gana, el Auror
Malfoy la buscará directamente de la fuente.

—Tráelo, entonces —dijo Larsen.

—Brimble, toma nota de que Larsen se ha negado a cooperar —dijo Tonks.

Larsen volvió su mirada hacia Draco y le escupió a los pies.

El desafío deleitó a Draco: Larsen daría pelea.

—Haz eso otra vez y te arrojaré un Dessicatus directamente a la garganta —dijo Draco, acercando
un taburete a Larsen.

Sostuvo su varita en el centro de la frente de Larsen y dijo:

—Legilimens.

Larsen era arrogante. Los legeremantes eran raros y los buenos todavía más raros. Ahora que ya no
se estaba desangrando, sus sofisticadas barreras de Oclumancia estaban firmemente en su lugar,
excepto donde los efectos residuales del Veritaserum de ayer suavizaron los bordes.

Tenía buenas razones para ser arrogante. Mientras Draco se adentraba en su mente, tuvo que
admitir que las defensas de Larsen eran impresionantes: un muro enorme, casi impenetrable.

La resistencia le dio a Draco una excusa para ser rudo y cruel, y rudo y cruel fue él. Él quebró;
rasgó; aplastó. Tenía todas las ventajas de su lado: el empuje mágico de su varita, el persistente
Veritaserum en Larsen, la ira reprimida que alimentó su asalto y las usó todas.

Cuanto más resistía Larsen, más lo lastimaba Draco. En poco tiempo, Draco le había dado al
Vikingo contusiones en toda su mente para igualar las que había dejado en el cuerpo de Granger.

En el silencio de la sala de interrogatorios, rugió una batalla de voluntades. Draco podía sentir a
Larsen tambaleándose por la sorpresa que le provocó la violencia de tal paliza. Había subestimado
tanto la Legeremancia de Draco como su pura fuerza de voluntad cuando se trató de este tema en
particular y él pagó por ello.

La nariz de Larsen comenzó a sangrar. Brimble se estremeció. Tonks no dijo nada.

Larsen, sintiendo que sus barreras se desvanecían, comenzó a ofrecer imágenes de Draco...
Distracciones, fabricaciones. Draco no quería eso; los empujó y taladró el muro.

Encontró una fisura: él la asió y se abrió paso.

Larsen llevó sus recuerdos a rincones más oscuros. Draco los arrastró de regreso.

Draco repasó los recuerdos, deteniéndose ocasionalmente cuando Larsen se apresuró a poner una
barrera, con resultados cada vez menores por su esfuerzo.

Había sido Larsen quien se había acercado demasiado a la cabaña de Granger, hacía muchos
meses, para un reconocimiento.

Draco encontró conversaciones entre Greyback y Larsen. Larsen consideraba a Greyback un viejo
tonto de mal genio, pero útil por la gran mano de obra que él y su manada ofrecían.

Encontró sus argumentos sobre Granger. Greyback, cuando se enteró de los rumores que rodeaban
su tratamiento, simplemente quiso matarla. Larsen fue quien ideó los planes más grandiosos.

La idea de crear una variante del virus de la licantropía había enloquecido de alegría a Greyback.
Había estado tan ansioso por confirmar que Granger realmente había aislado el virus, que había
ordenado el intento de allanamiento. Eso enfureció a Larsen, quien preguntó furiosamente qué
pensaba Greyback que sus patanes descerebrados descubrirían en un laboratorio científico dirigido
por la investigadora mágica más importante de Gran Bretaña. Ahora aumentarían las medidas de
seguridad... Ahora todo sería mucho más difícil. Casi tuvieron una pelea permanente, hasta casi
batirse en duelo, pero cada uno necesitaba al otro más de lo que querían asesinarse.

Draco presionó y buscó, pero Larsen no sabía quién había informado a Greyback del proyecto de
Granger. Greyback había sido lo suficientemente cuidadoso en ese aspecto. Y, por diseño y
acuerdo mutuo, Larsen sólo conocía un puñado de los escondites de Greyback, la mayoría de los
cuales ya habían sido descubiertos por Tonks el día anterior. Una pena. Draco dictó algunas
ubicaciones adicionales a Brimble cuando las encontró.

Entonces Draco encontró recuerdos de sí mismo... Primero, como el piloto en el pub, adorando a
Granger, y luego como el Auror arriesgando su vida por ella, durante la pelea con cuchillos. Vio el
desenfreno en sus propios ojos cuando le dijo a Larsen: «Ella definitivamente vale lo que te haré»,
vio cómo eso alimentó cada golpe y puñalada posterior.

Larsen había llegado a la conclusión de que Draco era una especie de enloquecido amante de
Granger. Vinculados a ese pensamiento había más recuerdos, envueltos por el miedo a ser
revelados, y los cuales Larsen deseaba ocultar particularmente a Draco. Cuando Draco se acercó a
ellos, Larsen entró en pánico.

—No lo hagas —advirtió Larsen, lanzando una desesperada barrera final.

Draco lo hizo.

Encontró recuerdos de conversaciones entre Larsen y Greyback, que discutían, estando borrachos,
sobre lo que harían con Granger una vez que obtuvieran lo que necesitaban de ella: eran gráficos,
viles.

—Malditos cerdos —escupió Draco.

Luego vinieron las propias imaginaciones de Larsen, más allá de los recuerdos de las
conversaciones.

Draco estuvo cerca de perder el control.

La sangre rezumaba de los conductos lagrimales de Larsen.

Tonks puso su mano sobre el hombro de Draco.

El Larsen que fue escoltado fuera de la sala de interrogatorios no tenía la agudeza mental del que
había entrado.

Él nunca se recuperó por completo.

En los días siguientes, el Vikingo fue extraditado a Dinamarca. Los Aurores daneses, al enterarse
de los planes de Larsen, no perdieron el tiempo. Su Jefe de Aurores, él mismo un licántropo, sintió
como una profunda ofensa personal el repugnante proyecto de Larsen. El laboratorio de Larsen fue
allanado, se retiraron las pruebas y se documentaron los contenidos; luego, los daneses procedieron
con un audaz proyecto de renovación consistente en volar todo el lugar.

Lady Saira informó que, en general, sus consultas sobre la caja de Pandora fueron recibidas con
risas. Hasta que, un día a finales de octubre, envió una nota con un rumor sobre un coleccionista
solitario, un francés que vivía en España llamado Le Marquis d'Artois.

Con un poco de excitación en su paso, Draco fue en busca de Granger para transmitirle las buenas
noticias.

Granger había estado dando largos paseos por los terrenos de la mansión para evitar la
claustrofobia inducida por el laboratorio. Draco la encontró cerca de la fuente de los Hipocampos,
lanzando un hechizo cálido sobre sí misma para protegerse del frío.

Ella sonrió cuando lo vio. Se dijo «glurkk» a sí mismo.

Draco se colocó a su lado y escuchó a medias mientras hablaba. La otra mitad de su cerebro estaba
ocupada por la forma de su boca y el juego del sol en su cabello.

Hoy, la conexión flu había sido instalada en su laboratorio, abierta únicamente para viajes
bilaterales entre la Mansión y el laboratorio. El técnico del flu no había reconocido a Granger
(pensó que la amable joven era una estudiante de posgrado) y quedó tan impresionado por sus
incisivas preguntas sobre el proceso de creación de la red flu que le ofreció un trabajo como
aprendiz justo en el acto.

—Tuve que declinar —suspiró Granger con nostalgia—. Pero fue tentador. Me pregunto cómo
sería tener un trabajo normal, ya sabes, de nueve a cinco.

—Qué mal —dijo Draco—. No puedes dejar a medias salvar al mundo. No sería muy deportivo de
tu parte.

Él le entregó la nota de Lady Saira.

—Tenemos una pista sobre la caja de Pandora.

Granger hojeó la misiva.

—Algunos detalles dignos de mención —dijo Draco mientras Granger leía—. El Marqués nunca
vende nada, no presta nada a los museos y tampoco ofrece visitas a su colección. Sólo compra
cosas de vez en cuando, y cuando lo hace, únicamente son los artefactos mágicos más extraños los
que le interesan.

—¿Él nunca vende cosas? Por supuesto que no. ¿Por qué sería así de simple?

—Él es conocido por eso. En realidad, es bastante odiado por eso, entre los círculos de
coleccionistas. Tiene una de las mayores colecciones de objetos arcanos del planeta y ni uno solo
ha dejado su posesión después de la adquisición. Sin ventas, sin trueque por otras reliquias... es una
especie de cabrón codicioso, según todos los informes.

Granger caminó pensativa por el sendero cubierto de hojas.

—Entonces, eso no nos deja muchas opciones, ¿verdad? Que tengamos que hacer el mal para que
venga el bien.

—¡Oh! Creo que estás a punto de sugerir algo travieso.

—Suenas excitado —dijo Granger, conteniendo una sonrisa.

—Lo estoy.

—¿Puedo asumir con seguridad que tu postura moral sobre el robo no ha cambiado desde
Provenza?

—Aquello no hizo más que abrir mi apetito.

La mirada de Granger era una mezcla de alivio y reproche.

—Eres un Auror. ¿No sería mejor que lo pensaras dos veces?

—Cariño, ni siquiera lo pienso una vez. —Draco agitó su cabello—. Ya sabes, soy un rebelde total.
Tengo la ligera intención de dejar el negocio de Auror y convertirme en un caballero ladrón.
Robemos la caja, eso sería otro logro para mí.

—Sin embargo, realmente no quiero la caja de Pandora. Quiero lo que hay dentro.

—¿Qué hay ahí dentro?


—Esperanza.

—... ¿Estamos tomando el mito de Hesíodo tan literalmente? —preguntó Draco con las cejas
levantadas.

Granger asintió.

—Revelaciones todavía no me ha engañado. ¿Recuerdas el paso final, al elaborar Sanitatem?

—No. Nunca lo he elaborado.

—Es una agitación de diez minutos, acompañada de una especie de meditación sobre el caldero
por parte del pocionista. Speramus es el conjuro: «esperamos». El Sanitatem más fuerte se hace con
la infusión de la esperanza más intensa en esa etapa final. La caja de Pandora lo contendría en
estado puro. Como con cualquier otro elemento, es la misma clase de ingrediente, pero la potencia
mágica sería mucho más fuerte exponencialmente en tal magnitud.

—Entonces, ¿cuál es el plan?

Granger se quedó pensativa.

—¿A este Marquis d'Artois le gustan las cosas extremadamente raras?

—Lo hace. Es una pena que devolviéramos el cráneo de la Magdalena, eso habría tentado al
hombre, estoy seguro. Podríamos haber conseguido una audiencia, al menos, y haber tenido un
vistazo a su finca.

Granger negó con la cabeza.

—Si no la hubiéramos devuelto, supongo que ya estaríamos muertos. Esas monjas habrían estado
buscando sangre. ¿Tiene algún tipo de posesión familiar antigua que pueda intrigar al Marqués lo
suficiente como para concedernos una entrevista? ¿Quizá los anillos?

—Existen versiones de esos entre muchas familias antiguas. Son lo suficientemente raros, pero no
tan únicos como para que le interesen a alguien como al Marqués.

—¿Supongo que el reloj de arena de tu tío Snodsbury no tiene propiedades mágicas?

—Eh... a veces se pone flatulento.

Granger soltó una carcajada y luego intentó recuperar su dignidad de nuevo.

—En serio.

—Es verdad.

—Correcto. Bueno, a menos que el Marqués tenga un interés específico en el borborigmo, no creo
que sea de mucha utilidad.

Granger se quedó en silencio y pensativa mientras serpenteaban entre troncos de árboles y


montones de hojas rojas y doradas.

Draco repasó su inventario mental de las reliquias de la familia Malfoy, de las cuales había muchas
(joyas, armas y diversas cosas), pero ninguna estaba en la liga de artículos que impresionarían a un
coleccionista tan exigente como el marqués.
Granger interrumpió su ensoñación con una explosión de revelación:

—Sé dónde está la Varita de Saúco.

Draco caminó hacia un árbol, tropezó con un rastrillo olvidado y cayó sobre una enorme pila de
hojas.

—¿Qué? —exclamó, sacando la cabeza de entre las hojas, mientras tomaba nota para despedir al
jardinero.

Granger se recostó contemplativamente contra un árbol y analizó la situación.

—Mira lo que hiciste, Malfoy, te volviste loco.

Luego, con la presunción de quien lleva meses esperando para ejercer su venganza, le explicó
varias leyes de la física que él no había aplicado del todo correctamente, incluida la importancia de
no meter esos pies demasiado grandes debajo de los implementos de jardinería.

Sin embargo, había cometido un error crítico: a diferencia de Granger en el pozo en Provenza,
Draco tenía su varita.

Él la agitó y la arrastró hacia las hojas con él.

Su grito de indignación hizo que todo lo que siguió valiera la pena: ella aterrizó encima de él y le
dio un codazo en el plexo solar; él estaba noventa por ciento seguro de que eso fue accidental,
junto con el puñado de hojas que ella le arrojó a la cara, la tierra y las ramitas en sus manos y
cabello.

Draco se defendió de sus hojas con sus propios puñados, que se engancharon en su cabello mientras
ella luchaba por alejarse de él.

—¡Cómo te atreves! ¡Me acabo de lavar el pelo! —gritó Granger.

Intentó alejarse de Draco y le dio un rodillazo en las bolas.

—Pffftts —balbuceó Draco, doblando sus piernas.

Cayó en un paroxismo silencioso mientras se ahuecaba las bolas.

Granger se congeló con un grito ahogado.

—Oh, Dios mío... Malfoy, lo siento mucho... No fue mi intención...

Ella revoloteó ansiosamente por encima de él.

—Sto'bien —dijo Draco.

—¿Estás seguro?

—Sí.

Granger lo miraba con los ojos abiertos de compasión.

—Puedes... Explicarle a mi madre... Por qué ella nunca tendrá nietos...

Tal vez no debería haberlos esparcido con tanta generosidad por el suelo.
Se sintió mejor después de unas pocas respiraciones más. El dolor retrocedió, sus pelotas estabas
intactas. Probablemente... Tal vez debería hacer que Granger lo comprobara, sólo para estar seguro.

Además, por cierto... ¿Granger, suspendida sobre él, con las manos empuñando hojas a cada lado
de su cabeza? Era una ninfa, coronada en roble tinto. Ella era la belleza del otoño, la calidez del
fuego de un hogar contra las noches frías, la elusiva al último adiós del verano, bordeada por un sol
dorado.

Encantadora. El deseo... de querer tirar de ella hacia abajo sobre él, para besarla... Era abrasador.
Pero uno sólo coqueteaba con las ninfas bajo su propio riesgo. Draco simplemente se bebió su
belleza.

La necesidad fracturó su alma.

Él estaba bien.

La ninfa estuvo a punto de volver a golpearlo en los testículos mientras se levantaba.

Se pusieron de pie.

—¿La maldita Varita de Saúco? —incitó Draco, arrojando un Evanesco sobre los restos de un
gusano aplastado en su trasero.

Granger arrancó hojas de su cabello.

—Sí. Está irreparablemente rota, por supuesto. Harry la partió por la mitad, pero ¿algo así le
interesaría al marqués?

—¿Una de las Reliquias de la Muerte? Obviamente. Roto o no, eso es un Artefacto.

—Tendría que pedirle permiso a Harry para usarlo como moneda de cambio. Si dice que sí, no
debería ser demasiado complicado de obtenerla. Está desprotegida, que yo sepa.

—¿La Varita de Saúco? ¿Sin defensa? ¿En serio?

—Sí. —Granger lo miró—. ¿Te apetece salir a asaltar una tumba, como un pequeño y descarado
calentamiento para un atraco mayor?

—Vámonos —dijo Draco, locamente intrigado.

En la mansión, Granger habló con Potter por red flu, quien les dio su bendición para el uso de los
restos de la Varita de Saúco. Él indicó que, francamente, no le importaba lo que hicieran con ella,
salvo sólo el hecho de ver terminado el maldito proyecto de Granger, por el amor de Dios, antes de
que todos fueron convertidos en hombres lobo.

Esa noche, Draco y Granger se Aparecieron en Hogsmeade, desde donde vagaron por los terrenos
de Hogwarts y, Desilusionados, contemplaron piadosamente la vida y muerte sobre la tumba de
Dumbledore.

Draco, siendo un mago torpe, accidentalmente desmanteló todas las protecciones de la tumba,
tropezó y empujó la enorme losa de mármol que cubría la tumba. Luego, la Varita de Saúco cayó,
por casualidad, en la mano de Granger, y ella, por pura ineptitud, creó un duplicado perfecto y, por
pura casualidad, dejó caer el duplicado en la tumba, y se fueron con la Varita de Saúco en su
bolsillo sin darse cuenta de nada.
Después de algunas deliberaciones, decidieron que Draco debería solicitar una presentación al
Marqués a través de Lady Saira. Su esperanza era que el nombre de Malfoy, junto con su oferta de
los restos de la Varita de Saúco, pudiera tener suficiente prestigio y credibilidad para intrigar al
Marqués.

Funcionó. El Marqués escribió una breve misiva a Draco, entregada por un hermoso pájaro lira,
invitándolo a Málaga. El Marqués propuso un hotel en el paseo marítimo para el encuentro. Draco
respondió con preocupaciones sobre su seguridad personal, dado el valor del objeto que llevaría
consigo, e invitó al marqués a la mansión. Como esperaban, el marqués rechazó el viaje a
Inglaterra. Pero ofreció su propia villa como lugar de reunión, siempre y cuando el señor Malfoy
estuviese más dispuesto a reunirse allí. Su única petición era que el señor Malfoy cumpliera con
sus medidas de seguridad y viniera solo.

Granger frunció los labios mientras leía el último fragmento, inclinada sobre el hombro de Draco.

—Responde afirmativamente. Encontraremos una manera de eludir ese poco de sodomía en


particular. Ciertamente no puedes hacer esto solo, rebelde total o no.

—¿No puedo?

—No.

—Qué abominable falta de fe. ¿Qué estás pensando, entonces?

—Tengo algunas ideas —dijo Granger.

Ahora miraba a Draco especulativamente, girando su varita entre sus dedos.

A Draco no le gustó la sensación.

Empacaron la Varita de Saúco, con una cinta de seda alrededor de su centro roto, en una magnífica
caja de satén y madera de granadillo.

La varita estaba inerte en la mano de Draco mientras la metía en su estuche.

—Realmente es pura leña, no le quedó ni una chispa.

—Todavía podría tener el poder de hacer un último bien —dijo Granger.

El flu Internacional a Málaga tardó seis minutos. Granger salió de ella con el tierno tinte verde de
un espárrago joven.

Un mago de inmigración aburrido la observó y luego le dio a Draco formularios para que los
llenara él y su esposa, así como una bolsa para el vómito.

Para su profesión, Draco puso: «Bueno para nada/ Rebelde Total», y para Granger: «Pirómana».

Estaba demasiado biliosa para darse cuenta.

El Marqués vivía en las afueras de uno de los Pueblos Blancos a lo largo de la costa sur de España.
Draco y Granger tomaron una habitación en un pueblo a unos kilómetros de distancia para finalizar
sus preparativos para el atraco.

El tiempo designado encontró a Draco y Granger caminando por el camino a la Villa d'Artois.
Bueno, Granger caminó. Draco trotó junto a ella, con una cola larga y plumosa moviéndose
elegantemente detrás de él.

Porque sí, Draco había sido transfigurado en un Borzoi.

Y Granger era Draco.

Draco, al observar a Granger-Draco desde su nueva altura justo en su cintura, se dijo a sí mismo
que no había forma de que caminara moviendo tanto la cadera.

Sin embargo, eso realmente hizo explotar su trasero.

Tenía un trasero tan perfecto.

Llegaron al final del camino. La casa del Marqués no era una villa en absoluto: la cosa era,
francamente, otra Alhambra, anidada en las colinas andaluzas.

Enormes puertas se abrieron cuando se acercaron. Pares de guardias, armados con varitas y espadas
ceremoniales, flanqueaban el camino a intervalos regulares y los observaban en silencio mientras
pasaban.

—Bastante alegre —murmuró Granger-Draco a Draco.

Caminaron a través de espléndidos jardines ricos en almendros, limoneros, fuentes en cascada y


deslumbrantes flores de todos los colores. Aves exóticas se pavoneaban: pavos reales, faisanes,
grullas damiselas.

Llegaron a las puertas delanteras de la villa. Un mayordomo vestido de negro saludó a Granger-
Draco, una especie de mayordomo alto y bien formado, cuya forma de andar y anchura de hombros
sugería que era más como guardaespaldas que un sirviente. Su varita estaba enfundada en su
antebrazo y el vistazo estratégico que le dio a Granger-Draco le dijo a Draco que sabía lo que
estaba haciendo.

Siguieron al mayordomo a través de una serie de patios, cruzando estanques resplandecientes con
dorados peces koi.

Granger-Draco, sosteniendo la caja de la Varita de Saúco bajo su brazo mientras caminaba, estaba
haciendo un excelente trabajo pareciendo muy Malfoy sin impresionarse por nada. Draco la
escuchó resoplar.
Precioso arte de Purpl3suit
Llegaron a una antesala, al final de la cual brillaba una especie de pared translúcida, una especie de
escudo mágico.

Apareció una pequeña figura, ligeramente distorsionada por la pared. Hablaba con una voz
aristocrática y acentuada:

—Señor Malfoy, bienvenido. Espero que el viaje no te haya fatigado. ¿Puede François proceder
con los controles habituales, para mi tranquilidad?

Granger-Draco inclinó la cabeza y respondió en francés.

—Monsieur le Marquis, es un placer. Por favor, continúe. Estoy ansioso por comenzar nuestra
plática.

El mayordomo lanzó una serie de hechizos de revelación de armas sobre Granger-Draco,


exponiendo su varita y el cuchillo que Draco normalmente tenía atado a su muslo.

El mayordomo ofreció una bandeja sobre la cual Granger-Draco colocó estos artículos.

La varita de Draco estaba sujeta a un hechizo de identificación, que confirmó brillantemente que el
Señor Draco Lucius Malfoy era su dueño.

El mayordomo le preguntó a Granger-Draco qué había en el frasco en su cadera.

—Es agua —dijo Granger-Draco, ofreciéndosela para que la inspeccionara.

El frasco se sometió a cinco hechizos antes de que el mayordomo se convenciera de que su


contenido era inocuo.

La caja de la Varita de Saúco se abrió y se sometió de manera similar a hechizos de detección, sin
ningún efecto.

—Supongo que no tienes objeciones de que François se quede con tu varita y cuchillo. Por
supuesto, sólo mientras dure nuestra charla —dijo el Marqués detrás de su escudo.

Después del gesto de afirmación de Granger-Draco, François deslizó la varita y el cuchillo en su


túnica.

—Aprecio su paciencia con mis debilidades —dijo el Marqués—. ¿Puedo preguntar por el perro?

—Es mi familiar —dijo Granger-Draco, acariciando la elegante cabeza de Draco—. Él puede


esperar aquí, si ese es su deseo.

—Oh, no. Ya sabes, comprendo la necesidad, más que nadie, de mantener las cosas preciosas al
lado de uno. ¿La criatura tiene buen temperamento? Haré que François ejecute algunos hechizos y
luego podremos continuar.

François lanzó algunos hechizos a Draco, incluido un Finite Incantatem y un encantamiento de


detección de Animagos.

No pasó nada.

Draco movió la cola y dejó que la lengua le saliera de la boca.

—Excelente —dijo el Marqués—. El perro es un perro. Déjalos pasar, François.


Draco soltó un suspiro perruno de alivio. Inspirándose en la piel de la cierva de Oisín, Granger
había construido lo que ella llamó «una especie de jaula de Faraday» con sus discos anti-magia y
algunos cables. El equipo ahora estaba atado a su cuerpo, cubierto por su espeso pelaje. Lo habían
probado arduamente. No desviaría las maldiciones serias, pero los hechizos más ligeros a cierta
distancia parecían desvanecerse dentro del perímetro.

El mayordomo bajó el reluciente escudo y dejó al descubierto al Marqués. Draco trotó al lado de
Granger-Draco y examinó al hombre. Era de contextura delgada y vestía un traje violeta
confeccionado con buen gusto, aunque el corte parecía casi antiguo. Un par de brillantes ojos
azules brillaban con inteligencia en un rostro que parecía, extrañamente, viejo y joven a la vez.

Para el olfato perruno y demasiado entusiasta de Draco, apestaba a puros finos y oro.

—Un Borzoi, ¿verdad? —dijo el Marqués, mirando a Draco—. Un animal de la nobleza, una raza
tan inusual. ¿Cuál es su nombre?

Granger-Draco miró a Draco con las cejas levantadas.

—¿Su nombre? Es... Ingle.

—¿Hinngle? —repitió el Marqués con un fuerte acento francés.

—Sí, significa inteligente, en... eh... Sirenio. Yo no lo nombré.

—¿Cómo lo conseguiste?

—Algunos amigos en San Petersburgo.

—¿En serio? ¿Qué amigos? Tengo algunas conexiones allí.

—Los... Mikhailov.

—Mm... No tengo el placer de conocerlos.

Draco saltó hacia delante y puso su cabeza debajo de la mano del Marqués, en un intento de
distraer al hombre para que no siguiera entrometiéndose.

El Marqués pareció complacido y le dio unas palmaditas.

—Feliz como una lombriz, ¿eh? Sí, eres un buen chico.

Draco trotó adelante, olfateando, preguntándose si debería orinar en algo para dar mayor
autenticidad.

Llegaron a un nuevo patio, atravesado a intervalos regulares por finas columnas de madera. En el
centro de todo estaba una elegante disposición de muebles.

El Marqués levantó la mano y François, que había estado al acecho sin ser visto, avanzó con
bebidas.

—¿Le gustaría a Hinggle una galleta? —preguntó el Marqués.

—No, gracias. Está en una dieta especial.

—¿En serio?
—Él está... estreñido.

—Ah, pobrecito amigo.

Draco movió la cola como si nada le diera más alegría que el estreñimiento.

Granger-Draco tomó una copa de vino de François y la agitó con un gesto altivo.

Draco no era tan altivo.

—¿Qué te parece? —preguntó el Marqués cuando Draco lo hubo probado.

—Tiendo a preferir mis vinos con mayor... cuerpo —dijo Granger-Draco con un resoplido—. Pero
está excelente.

Una de las cejas del Marqués se contrajo ante este leve elogio.

—Ya veo. —Examinó su propio vaso—. Me temo que no puedo demorarme demasiado. Estoy
bastante ocupado esta noche.

Granger-Draco produjo una excelente sonrisa poco sincera.

—Estaría encantado de prescindir de más charlas triviales. ¿Le muestro con lo que he venido?

Ella se acomodó en un sofá, Draco se puso a sus pies.

Abrió la caja brillante de la Varita de Saúco y se la acercó al Marqués.

—Partida por la mitad por Harry Potter, el dos de mayo de 1998.

Los ojos del Marqués brillaban cuando se inclinó para mirar.

—Esto parece fortuito: me has traído algo de la Muerte en Halloween.

—De hecho.

—¿Cómo la obtuviste?

—Potter me debía un gran favor.

—¿Un favor?

—No puedo proporcionar más detalles.

El Marqués asintió.

—Por supuesto. No quise entrometerme. ¿Te importa si...?

Granger-Draco asintió y le tendió la caja al Marqués. Cogió la varita y la inspeccionó, primero a


simple vista, luego con una lupa plateada y luego con una dorada.

—Hermosa, Preciosa. ¿Puedo lanzarle algunos hechizos?

Granger-Draco agitó una mano indiferente en señal de aquiescencia.

Ella capturó los gestos de Draco con una precisión casi ofensiva, solo un poco demasiado
amanerada para que Draco se convenciera. Seguramente no era tan pretencioso.
—Treintaicuatro centímetros y medio de largo, madera de saúco y núcleo de un pelo de la cola de
un Thestral —dijo el Marqués, pasando por varios hechizos mientras confirmaba la autenticidad de
la varita de saúco—. Fascinante. Es un elemento vital de la historia lo que tiene entre sus manos,
señor Malfoy. Soy un verdadero monstruo cuando se trata de artículos históricos mágicos y la
Varita de Saúco es, bueno, ya sabes, uno de los santos griales del mundo mágico. Es una pena que
esté rota. Estoy seguro de que el señor Potter sólo tenía en mente los mejores intereses para el
mundo mágico, sin embargo...

Draco se levantó y se sacudió, dejando una niebla de pelaje blanco sobre Granger-Draco, y
comenzó a deambular por el patio, luciendo lo más aburrido posible.

Deambuló, olfateando aquí y allá, hasta que encontró el escondite de François. No pudo encontrar
ningún otro rastro de personal doméstico o guardias cercanos. Su oído perrunamente mejorado
captó lo que sonaba como las cocinas, posiblemente, a la derecha: las voces agudas de los elfos
domésticos. Más allá, podía oír chillidos cacareando: ¡¿monos?!

Regresó con Granger-Draco y se acostó, como una esfinge, a sus pies. Esta fue la señal para que
ella hiciera un movimiento: solicitar una vista de la colección del Marqués y, si la respuesta era
negativa, entonces las cosas estaban a punto de complicarse.

—Pasemos a la parte que más desprecio. ¿Cuánto pides por esta cosa invaluable? —preguntó el
Marqués.

—¿Qué puede ofrecerme que no pueda ya comprar por mí mismo?

La ceja del Marqués se elevó.

—Había entendido por nuestros intercambios que estabas interesado en vender. No hago trueque
con piezas de mi colección, si eso es lo que sugieres.

Granger-Draco se encogió de hombros.

—Francamente, estoy más interesado en encontrar un hogar digno para esta parte de la historia que
cualquier otra cosa. Le diré lo que puede ofrecerme que yo no puedo comprar: un pequeño
recorrido por su legendaria colección.

El rostro del Marqués se cerró.

—Por supuesto que no.

Granger-Draco suspiró.

—Está bien, esperaba un poco de flexibilidad de su parte. Pensé que esta era una oferta bastante
generosa, en realidad, la Varita de Saúco por unos momentos de su tiempo... Pero por supuesto,
respeto su decisión. —Granger-Draco guardó la Varita de Saúco en su caja y cerró la tapa con un
chasquido—. Gracias, sin embargo, por...

—Espera.

El Marqués miraba la caja con un anhelo codicioso.

—¿Simplemente quieres un recorrido por mi colección? —preguntó—. ¿A cambio de la varita?

—Sí.
—¿Por qué?

—Porque eso también sería algo invaluable —contestó Granger-Draco con una sonrisa—. No creo
que haya permitido nunca una visita.

—Ciertamente, no lo he hecho —dijo el Marqués con expresión grave.

Miró a François, quien parecía claramente infeliz. Luego volvió a mirar la caja.

Se volvió hacia Granger-Draco.

—Haremos un pequeño recorrido, quince minutos. Debes seguir mis instrucciones y, por supuesto,
no tocar nada.

—Por supuesto.

—Y al final de la gira, la Varita de Saúco será mía.

—Es correcto.

El Marqués parecía serio.

—Qué giro tan inusual de los acontecimientos.

—Monsieur le Marquis, ¿está...? ¿Está completamente seguro? —preguntó François.

Los ojos del Marqués estaban clavados en la caja de madera de granadillo. Había un músculo en su
mejilla mientras se abría paso a través de una lucha interna.

Finalmente, dijo:

—Tienes la varita del señor Malfoy, François... No creo que pueda hacer mucho daño. No es que
arrojaría tales calumnias sobre su carácter, señor Malfoy. François simplemente está siendo
cuidadoso.

—Entiendo. Si hay algo más que pueda hacer para mayor tranquilidad, ¿quizá debería dejar al
perro atrás?

—Oh, no, el señor Hinngle puede venir —dijo el Marqués, inclinándose hacia Draco y
chasqueando la lengua—. Es un buen chico.

Draco hizo un poco de brincos alrededor de las piernas del Marqués, para demostrar lo buen
muchacho que era.

—Sí, así es, eres un buen chico. Sí, tú eres, sí. ¿Da besos?

Era difícil brincar cuando te paralizaba un repentino horror. Draco no quería dar besos...

La boca de Granger-Draco se torció.

—Eh... no. Le entrené para no dar.

—Ah, ¿sí?

—Tiene un horrible aliento.

Draco le dio a Granger-Draco una mirada que claramente decía: «¿te ruego me disculpes?».
El Marqués le rascó las orejas.

—¡Travieso! Debemos cepillarnos los dientes con más frecuencia, ¿verdad? Sí, eres un chico listo,
pareces casi como si me entendieras. Un chico cascarrabias, debería más bien decir en sirenio,
¿no? François, muéstranos el camino, por favor.

Cruzaron a una gran sala con altos arcos y un techo ornamentado tallado.

Llegaron a una puerta, fuertemente protegida, con dos magos inexpresivos montando guardia a
cada lado.

El Marqués desvió la atención deliberadamente de Granger-Draco hacia el techo.

—Tómate un momento para admirar esta artesanía: una representación de los siete cielos islámicos
a través de los cuales el alma debe ascender, después de la muerte.

—Hermoso.

Mientras tanto, François despidió capa tras capa de protecciones. Draco se sentó un poco más lejos,
como el buen chico que era, y observó cuidadosamente. El oído del perro fue útil: incluso podía
escuchar los encantamientos del hombre.

La puerta fuertemente protegida se abrió.

Ahora empezó el recorrido.

Al principio, el Marqués estaba bastante nervioso y rígido. Sin embargo, Granger-Draco ofreció la
cantidad precisa de jadeos y gritos (probablemente muy genuinos) para halagarlo, y se animó
durante la caminata. François lo siguió a cierta distancia, con el ceño fruncido y su varita
apuntando a la espalda de Granger-Draco.

Pasaron a través de una habitación tras otra de impresionantes Artefactos. El Marqués ofreció un
comentario continuo sobre los artículos:

—Esas son plumas de Hugin y Munin: los cuervos de Odín.El primer bonsái: de la dinastía Han. El
incienso ofrecido al Niño Jesús por los Reyes Magos. El penacho de Moctezuma, muy
temperamental, solo lo toqué una vez y transformó a mi valet en una tortilla. Un mechón del
cabello de Sansón. El loto de Lakshmi, lo adquirí en Kolhapur. El arpa del Arcángel Sandalfón...

Pasaron a otra habitación y el Marqués continuó.

—Ah, algunas rarezas de tu lado del mundo. Aquella es la piel de uno de los Sabuesos de Annwn;
no la mires con detenimiento, Hinngle, se parece mucho a la tuya, ¿no es cierto, mi pobrecito? La
hermosa Excalibur... Por supuesto que la conoces; me costó un bonito Knut. Y aquí, el caldero de
Cerridwen, si es que conoces su leyenda...

—Algo... He escuchado —dijo Granger-Draco con voz estrangulada.

Llegaron a una puerta que conducía a una habitación llena de libros, libros sobre estanterías, libros
sobre pedestales, libros en vitrinas.

El Marqués pasó junto a la puerta con un gesto.

—No entraremos allí; gastaríamos demasiado tiempo y no debemos demorarnos. Mi incorporación


más reciente a la biblioteca es el manuscrito original de Nostradamus de Les Prophéties. Todo un
logro, estaba muy complacido. Buen hombre ese Nostradamus, en realidad era bastante divertido
en persona. Eh... Eso dicen, como sea.

Granger-Draco miró con anhelo la habitación e hizo un sonido que sugería un gran sufrimiento,
sosteniendo su corazón.

—¿Está bien, señor Malfoy?

—Eh, sí... Un poco de... indigestión. Acidez estomacal.

Continuaron por otro corredor, que se bifurcaba hacia un patio lleno de jaulas a la izquierda. El
Marqués tenía una colección de animales salvajes. Eso explicó los monos.

Agitó la mano en esa dirección.

—Algunos especímenes interesantes del extranjero. Hay un aviario detrás y un jardín de mariposas.
Pero avancemos rápido.

El arco se dividía en tres direcciones más. Al final de uno, Draco vio el resplandor de una llama
violeta en un cuarto oscuro.

El Marqués cerró la puerta cuando pasaron con un movimiento casual de su varita, atrayendo la
atención de Granger-Draco hacia una quimera petrificada.

Por fin, llegaron a la colección de objetos del mundo antiguo. Estaba alojado en una habitación con
estilo de templo griego, con columnas dóricas que sostenían una enorme cúpula central. Las
paredes eran de mármol y onduladas con tallas en movimiento de escenas mitológicas.

—Déjame ver, ahora, cuáles son las piezas más interesantes —dijo el Marqués, parado en el centro
de todo, antes de llevar a Granger-Draco a una vitrina de vidrio—. Ese es el Anemoi: la brújula
original. Y aquí, ¿qué piensas de eso?

Granger-Draco estudió el pequeño objeto bajo una cúpula de cristal.

—Eh, parece... ¿Una fruta seca?

—Eso es lo que es: son los restos de la granada original consumida por Perséfone.

—Increíble.

El Marqués señaló una gran viga que llegaba hasta el techo, ensartada con antiguos aparejos que
brillaban con encantamientos de estasis.

—El mástil del Argo. Estoy persiguiendo el Vellocino de Oro, lo he estado haciendo durante
muchos años, creo que deberían reunirse, ¿no crees?

—Oh sí, por supuesto.

—Mm... Aquí está la caja de Pandora, en realidad es menos como una caja y más como un frasco,
como puedes ver... Pithos sería el término correcto. Y aquí, el ónfalo del Oráculo de Delfos. El
yunque de Hefesto: absurdamente pesado, ni siquiera puedo decirte el lío que fue que lo trajeran...

Draco fue a apoyarse en las piernas de Granger-Draco, como lo haría un perro un poco aburrido
que quería llamar la atención. Habían localizado la caja; era hora de pasar al siguiente paso.

El Marqués, al observar la inclinación de Draco, dijo:


—Espero que no te ofendas, sé que él es tu familiar, pero debes decirme si alguna vez considerarías
separarte del perro. Es un espécimen tan bien educado. Agregaría una buena pizca de sofisticación
imperial a mi colección.

—Eh... no... Él es, desafortunadamente, bastante querido para mí. —Granger-Draco acarició la
cabeza de Draco—. Realmente lo quiero demasiado como para dejarlo ir.

—Por supuesto. Siempre vale la pena preguntar. Ahora, esto fue un hallazgo: el cráneo de Tifón...

Draco y Granger habían hecho varios planes para diferentes escenarios. Granger ahora rascó la
oreja izquierda de Draco, señalando la divertida.

François estaba revoloteando melancólicamente en la puerta, con la varita en la mano, aunque


apuntaba al suelo.

Fingiendo una alegría repentina, Draco saltó hacia el hombre y puso su trasero en el aire (¡Santo
cielo!) y movió la cola.

—¿Qué quiere Hinngle? —preguntó el Marqués. Luego, al ver el arco de Draco, jadeó—. ¡Oh!
¡François, él piensa que tienes un palo! Bobito, eso es una varita.

Draco saltó y arrancó el «palo» de la mano de François. Se alejó brincando (se estaba volviendo un
experto en brincos) y luego se lanzó hacia François, con la varita en la boca.

François se abalanzó sobre él. Draco salió disparado, luego corrió hacia él de nuevo.

—¡Está jugando a que lo persigas, François! —Se rio el Marqués.

Draco y Granger habían practicado esta parte en particular durante muchas horas. La clave era
hacer que pareciera involuntario e inofensivo.

Draco negó con la cabeza y una lluvia de chispas salió volando de la varita, al azar. Luego se arrojó
la varita a sí mismo y saltó para atraparla, momento en el que una pequeña bandada de pájaros
salió disparada de ella.

François ahora lo estaba persiguiendo en serio. Draco agitó la varita y lo golpeó con un Aguamenti,
su cola era un torbellino de placer perruno.

El Marqués se reía. François estaba terriblemente desconcertado. Granger-Draco hizo vanos


intentos de llamar a Hinngle.

Draco esperó a que François se lanzara y lo golpeara con un Locomotor Wibbly, de una manera
juguetona y brincando.

François se precipitó de cabeza contra una pared.

El Marqués fue alcanzado por un Aturdidor.

Granger-Draco saltó a la acción, arrodillándose junto a François para recuperar la varita de Draco,
quitando con cuidado la plataforma de Faraday de Draco y transformándolo de nuevo en sí mismo.

—Finalmente —respiró Draco, encantado de estar sobre dos piernas otra vez.

Granger aturdió a François por si acaso y lanzó hechizos silenciadores a su alrededor.

Corrieron hacia la caja de Pandora (qué sensación tan extraña la de correr junto a uno mismo).
Draco tomó su varita de Granger y se puso a trabajar en la protección que rodeaba a la pithos.

—Me quedan diecisiete minutos de mi dosis de Multijugos —dijo Granger.

Draco, sudando, quitó las capas de protecciones que rodeaban el frasco.

—Bueno, estas no son tan malas, creo que las peores estaban en la primera puerta, dame dos
minutos más...

Granger llevó a cabo sus propios preparativos, sacó el frasco de agua y arrojó su contenido donde
el Aguamenti de Draco había dejado charcos.

—Listo —dijo Draco.

La mano de Granger-Draco vaciló sobre la pithos.

—Dios mío.

—¿Qué? No me digas que de repente desarrollaste escrúpulos.

—¿De verdad vamos a abrir la caja de Pandora?

—Ya se hizo una vez; lo peor está afuera, ¿no?

—Sí.

Se miraron el uno al otro.

—Hagámoslo —dijo Granger.

Juntos levantaron la pesada tapa. Salió con una especie de chirrido.

Ambos dieron un paso atrás, medio esperando que el resto de las plagas del mundo se desataran en
sus rostros.

Pero no: el frasco estaba rebosante de Esperanza.

En su forma física pura, la Esperanza era una sustancia luminosa y nebulosa, que simultáneamente
se enroscaba sobre sí misma y se expandía en estremecimientos de confianza, convicción y fe.

—Qué hermoso —suspiró Granger-Draco.

—Tómalo y sigamos —instó Draco, pasándole su varita de nuevo.

Granger-Draco presionó delicadamente la varita en la sustancia y la desvió de su frasco.

Esto dejó un hueco significativo de Esperanza en la caja de Pandora, pero solo por un momento, y
luego volvió a tomar forma y el frasco volvió a llenarse.

—Genial —respiró Granger-Draco—. La esperanza no se acaba. Es... infinita.

No había tiempo para filosofar entrecortadamente sobre la naturaleza de la esperanza. Draco le dio
un codazo a Granger-Draco fuera del camino, deslizó la tapa del pithos de Pandora y volvió a
colocar las protecciones.

El frasco fue escondido en la capa de Granger-Draco.


—¿Listo? —preguntó Granger-Draco, apuntando la varita a Draco.

—Maldita sea, sí, aquí vamos de nuevo. Si vuelves a llamarme estreñido, te morderé.

Sonriendo, Granger-Draco lo transformó de nuevo en un perro. Ella deslizó el dispositivo de discos


anti-magia de nuevo en él, amarrándolos en la profundidad de su piel y volvió a meter la varita de
Draco en el bolsillo de François.

Luego corrió al lado del Marqués y usó su varita para enervarlo a él y a François.

—¡Vaya! Monsieur le Marquis, ¿se encuentra bien? Lo siento mucho, Hinngle lo golpeó con algo,
el perro tonto. Creo que sólo fue un Aturdidor. Lo he sentado en la esquina; está castigado.

El Marqués se levantó luciendo asombrado.

François, sin embargo, se puso en pie con los ojos llenos de profunda sospecha. Cogió su varita y
apuntó a Draco.

Draco se sentó en un rincón, miró hacia abajo y movió la cola patéticamente.

—Ese no es un maldito perro —dijo François—. ¡Finite Incantatem!

Apuntó el hechizo directamente al esponjoso pecho de Draco.

No pasó nada.

—Sinceramente, François, ya le echaste eso una vez a la pobre criatura, ahora se está
estremeciendo. —El Marqués se estaba sacudiendo el polvo—. Por favor, deja de aterrorizar al
animal.

—Gracias —dijo Granger-Draco, dándole a François una mirada severa—. Fue un desafortunado
accidente. Digamos que eso fue el final del recorrido, no debería imponerle más de su tiempo.

François, con la boca fruncida en una mueca amarga, lanzó hechizos de revelación por la
habitación. Todas las protecciones estaban perfectamente intactas.

—Estoy de acuerdo contigo en eso, señor Malfoy —dijo el Marqués—. Déjame mostrarte la salida.

Siguieron al Marqués. François murmuró detrás de ellos y miró sombríamente a Draco, quien lo
miró con jadeante simpatía e hizo un poco de diversión adicional.

Finalmente, llegaron a la primera antesala.

—Debo despedirme aquí —dijo el Marqués.

Miró significativamente la caja en las manos de Granger-Draco.

—Es un gran placer darle esto, como acordamos —dijo Granger-Draco, pasándole la caja.

El Marqués la tomó y la abrió de nuevo, como para asegurarse de que la varita no se había
desvanecido en algún juego de manos.

—Algunas cosas en la vida no tienen precio —dijo Granger-Draco—. El recorrido de esta noche
ha sido toda una revelación. Uno de los momentos más mágicos de mi vida, me atrevo a decir.
Debería estar orgulloso de su obra maestra como coleccionista. Es verdaderamente insuperable.
El Marqués inclinó la cabeza.

—Un trabajo lleno de amor a lo largo de los años. Hasta luego, señor Malfoy y dime si cambias de
opinión sobre separarte de Hinngle.

—No lo haré, pero le diré si escucho algo sobre el paradero del Vellocino de Oro —dijo Granger-
Draco con una sonrisa.

El Marqués suspiró.

—Hazlo.

Agitó su varita y el muro translúcido volvió a levantarse.

François le devolvió la varita y el cuchillo de Draco a Granger-Draco.

Luego, con una mirada de odio absoluto hacia Draco, los acompañó de regreso a las puertas, a
través de los jardines, más allá de la larga fila de guardias con caras de piedra, y murmuró un
«buenas noches».

Las puertas se cerraron detrás de ellos y se estremecieron con una nueva serie de protecciones
lanzadas por el enojado mayordomo.

Granger-Draco, sonriendo, puso su brazo alrededor de Draco y Desapareció.

En el hotel, Draco y Granger-Draco lanzaron hechizos silenciadores alrededor de su habitación y


comenzaron a saltar frenéticamente, sin poder creer lo que acababan de hacer.

Granger-Draco estaba agarrando su rostro, paseando e hiperventilando.

Draco se dio la vuelta y aterrizó en la cama, riendo.

—Maldita sea, lo hicimos.

—No puedo creerlo —dijo Granger-Draco.

—Dioses, qué emocionante —dijo Draco.

—Debemos dejar de robar cosas antes de que desencadenemos en ti una cleptomanía latente.

—Realmente estoy considerando un cambio de carrera.

Granger-Draco hizo una pausa en su paseo circular e hizo una mueca.

—Bueno... Necesito desesperadamente hacer pipí

—Ve —dijo Draco, señalando el baño.

—Pero yo soy tú por... nueve minutos más —dijo Granger-Draco, consultando el reloj.

—Ah. —Draco sintió que una sonrisa se abría paso en su rostro—. ¿Qué pasa? ¿No quieres
sostener mi pito?

—Quiero decir...

—¿Puedo ir allí y sostenerlo por ti, si quieres, para que puedas orinar con los ojos cerrados?
—Absolutamente no —dijo Granger-Draco.

—¿Estás segura?

—Sí. Sólo... Lo haré rápido. ¿Me siento o me paro? Me sentaré... No quiero salpicar por todas
partes.

—No seas ridícula. El objetivo de ser un hombre es estar de pie.

Granger-Draco desapareció en el baño con la espalda bastante rígida.

Draco llegó a experimentar la intrigante y molesta sensación de que Granger tocara su pene sin que
él estuviera allí para disfrutarlo.

La expresión de su rostro cuando regresó a la habitación fue... Interesante.

—Bueno —dijo Granger-Draco, emergiendo del baño—. Eso explica tus pies.

—Acerca de esa definición de lar...

Granger-Draco lo señaló con un violento dedo índice.

—No.

Draco se carcajeó.

Cuando habían transcurrido los últimos minutos de la dosis de Multijugos, hubo una especie de
fusión entre Granger y Draco, y luego apareció Granger, nadando en su ropa.

Draco se giró en la cama para que ella pudiera cambiarse.

—Fuiste bastante buena siendo yo, aunque algunos de tus gestos eran un poco exagerados.

—Eres un Borzoi extraordinariamente convincente.

—Yo no me acomodo así el cabello... Eso fue de tu propia invención.

—¿Viste la cara de François al final?

—Él sospechaba algo, lo sé.

—Los discos funcionaron, gracias a Dios que solo te hechizó a distancia y no intentó nada más
desagradable...

Granger, ahora con un encantador vestidito de verano, se unió a él en la cama. Draco notó que ella
no había aplicado glamour a su cicatriz.

—¿Viste las colecciones del Marqués? —preguntó Draco.

—¡Sí! Indignante. Nunca he visto algo así en mi vida, ni lo volveré a ver. Cualquiera de esos
artículos valía todo el PIB de algunos países.

—Un bastardo codicioso, ¿no?

—La biblioteca —suspiró Granger, agarrándose el pecho.

—¡Él tiene a Excalibur!


—¡El mástil del Argo!

—¡La maldita granada de Perséfone!

—¡El caldero de Cerridwen! ¡¿Cómo?! ¿Quién es él?

—Creo que lo sé —dijo Draco—. Y si estoy en lo correcto...

—¿Quién?

—¿Viste la llama? ¿La morada?

—Eh... No creo que lo haya hecho.

—Cerró la puerta cuando pasamos: una llama violeta en una habitación oscura. Creo... creo que
fue La Llama Violeta.

Granger jadeó.

—¿La Llama Violeta?

—Sí, esa. La que sólo ha sido dominada por un alquimista.

—No.

—Sí. —Draco rio con incredulidad.

—No.

—Granger.

—No... No puede haber sido.

—Sí. Debe haber sido. Creo que acabamos de conocer a uno de los mejores alquimistas que jamás
haya existido. Creo que acabamos de conocer al conde de Saint Germain.

Granger farfulló.

—¡No! No. ¿Cómo?

—¿De qué otra manera explicas esa colección? ¿Eso debe haber sido recolectado durante siglos y
siglos? ¿Todo el dinero involucrado?

—Su rostro era peculiarmente eterno.

Las palmas de Draco presionaron sus sienes.

—Acabamos de robarle a Saint Germain.

—Oh, Dios mío —dijo Granger, hiperventilando de nuevo.

—Aturdí a Saint Germain.

—¡Insulté su vino!

—¡Saint Germain quería besos míos!


—Al menos él piensa que eres un buen chico.

—Un chico cascarrabias...

—Con mal aliento... —Granger jadeó por aire entre risitas—. ...Él piensa que estás... ¡Estreñido!

Draco no podía respirar.

—Tú... ¡El hombre es una leyenda! ¡Y tú...! Maldita sea, ¿no podrías haber pensado en otra cosa
que no fuera el estreñimiento?

—Para... Me voy a orinar...

Granger cayó de espaldas junto a Draco en la cama y se rieron alegremente hasta que ya no
pudieron reír más.

Draco y Granger habían hecho vagos planes para regresar al Reino Unido esa misma noche, si
podían... Aunque ambos habían traído sus equipajes, por si acaso.

El «por si acaso» se materializó. El flu internacional cerraba a las siete de la tarde, pero,
casualmente, perdieron la noción del tiempo, entreteniéndose demasiado con tapas y vinos con
cuerpo.

—Supongo que una noche en España no será la peor de las calamidades —dijo Granger mientras
salían del bar de tapas.

Deambularon por la parte muggle del pueblo, disfrutando del ambiente andaluz: los omnipresentes
geranios en sus macetas de terracota, las calles increíblemente estrechas, las casas blancas apiladas
una encima de la otra, todo desordenado.

Llegaron a un mercado nocturno, donde Draco se distrajo fácilmente y tuvo que ser convencido de
que no comprara una variedad de objetos muggles, incluido un trombón, una cosa llamada lámpara
de lava y un bote inflable.

—No necesitas un bote —dijo Granger, tirando de Draco y luciendo exasperada.

—No parezcas tan exasperada; sé que me tienes cariño.

—¿Yo? ¿Está seguro?

—Lo dijiste hoy.

Granger saludó con desdén, pero estaba reprimiendo una sonrisa.

—Lapsus linguae.

—Me gustan tus lapsus linguae.

—Claro que sí.

Subieron por una sinuosa calle adoquinada hasta un mirador en el extremo este del pueblo, era un
mirador desde donde podían ver la oscura campiña andaluza, ondulando suavemente a lo lejos, y la
distante Málaga, y más allá, el mar negro como la tinta.

Para Draco, parecía un buen lugar para mirar un poco y, tal vez, un acercamiento accidental a lo
largo de la barandilla. Sin embargo, Granger decidió dar un relato poco atractivo de algunos de los
horrores infligidos a los herejes durante la Inquisición española, y el momento pasó.

Granger guio el camino hacia la parte mágica de la aldea para continuar su exploración. Consistía
en una única calle estrecha, a la que se accedía tocando con la varita una pared encalada que se
convertía en un arco.

Los habitantes mágicos del pueblo estaban celebrando una verdadera fiesta en su interior. La calle
brillaba con rábanos tallados, calabazas y lo que parecían cráneos humanos reales.

—No sabía que los españoles celebraran Samhain —dijo Draco.

Granger miró a su alrededor con gran interés.

—No, escúchalos, eso no es español: es gallego. Debe haber un grupo de ellos de Galicia.

Ante la mirada inexpresiva de Draco, añadió:

—El norte de España. Esa parte de la península ibérica estuvo una vez dominada por tribus celtas.
Todavía celebran Samhain. ¡Sí, mira! ¡Tienen Queimada!

Queimada. (Foto:followthecamino.com)

¿Qué era la Queimada? Al principio, Draco estaba convencido de que estaba hecho del mismo
material que la lámpara de lava. Era una especie de ponche llameante, aromatizado con cáscaras de
cítricos y granos de café.

Mientras caminaban por la calle, vieron versiones de la bebida preparadas de diversas formas en
calabazas, ollas o calderos vacíos. Los druidas gallegos vestidos de blanco cantaban sobre la
Queimada y prendían fuego a la bebida, creando hermosas llamas azules. La gente contaba hasta
tres mientras inclinaban sus vasos hacia atrás.

Algunos de los druidas cantaron en gallego, algunos en español. De estos últimos, Draco pudo
captar fragmentos de frases: protecciones contra magia negra, liberación del mal y purificación.

Una amistosa druida los vio y les hizo señas a los extranjeros de aspecto desconcertado para que se
acercaran. Le entregó a Draco y Granger una taza pequeña del tamaño de un espresso para cada
uno, rechazando su oferta de pago.

Ella levantó tres dedos.


—¡Debes terminarlo en tres!

Draco y Granger tomaron cada uno en un primer sorbo. Era una bebida embriagadora: brandy
caliente, azúcares caramelizados con un rico regusto a café.

El druida asintió.

—El primero destierra al mal. Beban de nuevo.

Bebieron de nuevo.

—El segundo elimina los prejuicios de la mente —dijo la druida, golpeándose un lado de la cabeza
—. Uno más.

Terminaron sus tazas.

—La última despierta la pasión en el alma —dijo la druida, presionando sus manos contra su
pecho. Luego dijo—. ¡Bendito sea Samhain! —Y se alejó para volver a prender fuego a su caldero.

La música comenzó a sonar y la fiesta se volvió estridente.

—¿Se han despertado tus pasiones? —preguntó Draco por encima de la música.

—Oh, sí, esto está allanando el camino para todo tipo de libertinaje —dijo Granger.

Draco le sonrió.

Ella se rio y, con las mejillas sonrojadas, apartó la mirada.

Regresaron serpenteando a su habitación de hotel. Draco dijo que deseaba haber pedido la receta
de la bebida: la adición de los granos de café fue brillante. Granger estaba más interesada en los
fragmentos del encantamiento que habían escuchado, su procedencia e historia, y si también se
podían rastrear hasta los antiguos celtas.

En el hotel, cada uno se duchó (Draco pensó que todavía olía a perro; Granger dijo que todavía
apestaba a la colonia de Draco y que era insoportable; Draco se ofendió y le arrojó una almohada).

A medida que se acercaba la medianoche, y entre muchos bostezos de Granger, se pusieron sus
pijamas.

Draco se metió a la cama.

Además, por cierto, solo había una cama porque... obviamente.

Granger vestía un negligé.

Esto iba a estar bien.

Granger se paró al pie de la cama, varita en mano. Parecía terriblemente concentrada, como si
estuviera calculando una división larga.

Entonces, Draco, siendo el primero de su clase, grado A, 24 quilates, príncipe de la imbecilidad,


dijo:

—No me importa compartir la cama.


Granger parecía en conflicto.

—No estoy convencida de que eso sea sensato.

—Es demasiado pequeño aquí para Transformar otra.

—Podría hacer que funcione.

—Te prometo que no robaré las mantas.

—Eso no es lo que me está deteniendo.

—¿Entonces qué te está deteniendo?

Granger se tomó un momento para responder.

—La Queimada.

—Ah, ¿sí? ¿A qué libertinajes les tienes miedo?

Su bravuconería siempre era una apuesta segura. Valió la pena. Granger lo miró con los ojos
entrecerrados, luego se subió a la cama junto a él y se deslizó entre las sábanas blancas.

Draco no miró hacia abajo, porque su negligé subió mientras lo hacía, y era mejor no hacerlo.

Él la miró a ella en su lugar.

—¿Qué? —preguntó Granger.

—Es terriblemente humanizador ver a alguien en una cama —dijo Draco, con la barbilla apoyada
en la mano—. Me había convencido de que eras otra cosa.

—¿Otra cosa?

—Una ninfa, si quieres saberlo.

Granger parecía divertida.

—¿En serio?

—Una vengativa: una que podría transformar a un hombre errante en un hongo, o algo así.

Granger se burló y agitó su varita para apagar las luces.

—Ahora puedo aspirar a más grandes y mejores cosas, que transformar a hombres traviesos.

—¿Cómo cuáles?

—Mm... Sé exactamente dónde está el caldero de Cerridwen.

—Peligroso.

—Sí, es lo mismo contigo y la Llama Violeta.

—Avísame cuando estés lista para el próximo atraco.

—Tal vez, cuando todo esto termine, deberíamos ir a buscar el Vellocino.


—Estoy completamente a tu disposición —dijo Draco.

Había una sonrisa en la voz de Granger en la oscuridad.

—Estupendo.

Se hizo el silencio.

Draco era un buen chico, incluso cuando no era un perro. Se quedó correctamente en su lado de la
cama, no permitió que su mente ni sus manos vagaran hacia el suave calor cerca de él. Se comportó
como el perfecto monje que era, yaciendo inmóvil, mirando al techo y sin pensar en Granger.

Había sido un día largo y la emoción y el alcohol dieron paso al cansancio. Durmieron una hora o
dos, sólo para despertarse con el sonido de las persianas abriéndose y cerrándose. Un viento helado
golpeó en la ventana.

Un susurro al lado de Draco le dijo que Granger también estaba despierta. Se incorporó y se volvió
hacia la ventana, medio dormida, con ojos maravillados.

El viento sopló susurros de brujas por las calles adoquinadas. El cielo nocturno estaba cargado de
nubes. El mar más allá del pueblo se llenó de espuma, con altas olas que flotaron en el aire durante
silenciosos segundos en una multitud de blanquecinas y sobrenaturales cosas.

Era la noche de Samhain; los muertos despertaron; las almas vagaron; los portentos brillaron.

El velo entre los mundos se adelgazó. Los límites se desdibujaron. Los umbrales desaparecieron.

Las Cosas podrían abarcar lagunas. Las Cosas podrían estar en el medio.

Granger se giró de lado y miró a Draco. Uno de los tirantes de su negligé se le había resbalado
mientras dormía. Él extendió un dedo y tiró de él hacia arriba.

Dejó que la punta de su dedo se arrastrara en un prolongado toque.

Sus ojos eran claros. Podían culpar a la Queimada todo lo que quisieran, pero ambos estaban
perfectamente sobrios.

Su delicada mano se abrió paso hasta su rostro y empujó un mechón rubio de su cabello hacia atrás,
a su lugar.

Era la noche de Samhain. El velo entre los mundos se adelgazó. Esta noche, las terribles
incompatibilidades importaban menos. Las polaridades violentas se suavizaron. Los universos
podrían colisionar y pasar uno a través del otro, las estrellas de uno permaneciendo amorosamente
a la luz del otro.

Tal vez había un lugar para que se encontraran en el medio.

Él agarró su mano antes de que pudiera apartarla. Ella lo miró, curiosa, preguntándose. Él presionó
un beso en sus nudillos, luego en su palma abierta, luego en el interior de su antebrazo, donde se
grabó tal profanación.

A través de su delicada piel, sintió los latidos de su corazón, demasiado lentos, inmóviles, como
para que su anillo hiciera eco, pero lo suficiente para que sus labios los sintieran. Besó cosas no
expresadas en su cicatriz: remordimientos, penas, confesiones.
Los ojos de ella eran oscuros y suaves. Sus dedos encontraron la carne áspera que delineaba los
restos de su Marca. Empujó su mejilla contra la de él con los ojos cerrados. Su corazón estaba
lleno. Sintió su aliento contra el suyo y luego, la presión de sus cálidos labios.

Ella se acercó, o él lo hizo, no lo sabía. Todo lo que sabía era que su boca estaba ahora allí, a
centímetros de la suya. Estaba el tirón, estaba el querer caer. Él se apoyó en un codo y levantó su
barbilla hacia él.

Colgaban allí en ese lugar de equilibrio, entre lo conocido y lo desconocido, entre el nunca y el
todavía no.

Ahora, el aire se volvió raro. Ahora, el único aliento que valía la pena respirar era el del otro.

Él rozó sus labios contra los de ella. Habría dejado que el asunto permaneciera hasta ahí, si ese
hubiera sido su deseo.

Entonces, ella presionó su propio beso en su boca. Se encontraron de nuevo, juntos esta vez, y sus
respiraciones se hicieron más rápidas. Su mano se deslizó hasta la nuca de él y la atrajo hacia sí,
corporalmente, para cerrar el intermedio.

Ellos no hablaron. Hablar lo haría real y esto no era real.

Era la noche de Samhain. Eran almas errantes entre muchas otras almas errantes, buscando
consuelo o un momento de felicidad.

El calor de su pierna se arrojó sobre su cadera. Su mano acarició la piel de su muslo, incapaz de
distinguir la seda de su piel bajo su palma de la seda del negligé sobre sus nudillos. Ella era toda
dulzura, toda entrega. Su mano agarró el trasero que tanto se había burlado de él en demasiadas
ocasiones: clavó dedos posesivos en él.

Lento, en ese intermedio, lento, en esa noche siniestra, expresaron su deseo en los labios del otro.

Las cosas que se habían cocinado con lentitud cobraron vida. Se amontonaron besos sobre besos
calientes, con la boca abierta, tocando lenguas y dientes. Él la puso encima suyo, un sueño tan
largamente soñado. Ella besó un camino por su cuello. Entonces, abandonó completamente el
mundo, en una dulce euforia. Cuando regresó, le estaba desabrochando el pijama en una hábil
secuencia, desde la garganta hacia abajo, más y más abajo.

Draco sintió el roce de su mano contra su erección, pero aún no quería eso, la deseaba a ella. Él tiró
de ella hacia él y aflojó las correas de sus hombros. El negligé cayó sobre sus caderas en un charco
de seda.

Él la adoró. Besó la suave parte inferior de un seno, luego el otro, luego le mojó los pezones con la
lengua y el calor de su boca. A medida que avanzaba, y la respiración de ella se hizo más rápida,
sintió una humedad equivalente donde estaba sentada contra su estómago, y otra, donde su pene se
tensó debajo de su pijama.

Los dedos de Draco estaban debajo del negligé ahora. Él tiró de sus bragas. El negligé lo siguió, y,
entonces, ahí estaba ella: la ninfa, desnuda y encima de él, y no necesitaba nada más que eso,
excepto verla terminar encima de él.

Apoyó la cabeza contra la pared con una almohada y la acercó a su rostro con manos insistentes
contra su trasero. Trepó hacia adelante, con una mano contra la pared y la otra sobre su hombro, y
se presionó, hermosa, húmeda y tierna, contra su boca. El olor de ella habría sido suficiente para
que él terminara en tres movimientos, si él hubiese querido. La probó, deslizó un dedo dentro de
ella, sintió que se apretaba. Un segundo dedo se unió al primero. Cayeron en un ritmo de él
lamiendo y besando y ella balanceando sus caderas contra sus dedos y su lengua, una mano
presionada contra la pared, la otra enterrada en su cabello.

Su respiración se volvió pesada, y luego ella, con un gemido ahogado y un largo estremecimiento
que pellizcó los nudillos de Draco, también llegó.

El anillo en su mano cobró vida, haciéndose eco de su pulso acelerado.

Ella se mantuvo erguida, con una mano contra la pared, la otra apretando su hombro, por un
tembloroso momento, antes de caer sobre él para recuperar el aliento. Él deslizó su mano dentro de
su pijama y se acarició mientras ella yacía sobre él, sus dedos húmedos y pegajosos y oliendo a
ella. Sus ojos estaban oscuros y llenos de felicidad.

Ella tiró de su pijama. Él se los quitó. Ella puso una rodilla a cada lado de sus caderas. Cuando él
se empujó hacia arriba y dentro de ella, ella empujó su boca contra la suya. Se deslizó dentro de
ella hasta la mitad. El calor y la comodidad querían deshacerlo. Tembló... Con moderación, con
deseo.

Ella abrió más las rodillas. Observó cómo se unían, la forma en que la abría, la forma en que ella lo
metía poco a poco con esos altibajos sin prisas, la forma en que lo dejó reluciente.

De nuevo encontraron un ritmo, un ir y venir sembrado de besos húmedos y respiraciones


entrecortadas. Por encima de él, la hermosa vista de ella arqueándose hacia arriba, sus pechos, sus
labios entreabiertos. Cada movimiento de sus caderas lo atraía más y más y más cerca, hasta que
estuvo en el borde, jadeando.

Ella vino, se apretó a su alrededor, y él se inclinó y se vació en ella en espasmódicos chorros, con
sus manos aferrándose a sus muslos.

Se tambaleó en algún punto intermedio durante un largo momento. Después, ni aquí ni allá, era un
lugar en el placer de temblores secundarios y pulsos unidos que corrían a través de sus anillos.

Ella se recostó a su lado, con la cabeza apoyada en su hombro. Desde allí, pudo observar el ascenso
y descenso de sus senos y el camino hacia su estómago que tanto deseaba seguir con sus labios.

Nada de eso había sucedido y no era real.

Una mano soñolienta le acarició el cabello. Él pasó los dedos por su cadera.

Cayeron en un sueño ligero.

Draco se despertó duro de nuevo, quizás una hora más tarde, y la empujó, y la encontró receptiva y
se abrió camino entre sus senos con la boca.

Era la noche de Samhain. Los muertos estaban vivos y los vivos iban, una y otra vez, a sus
pequeñas muertes.

**~**~**
Chapter End Notes

No podía tener la traducción lista y esperar hasta el sábado, soy muy débil.

Y en un abrir y cerrar de ojos ya estamos en el capítulo 30 de 36. ¡Qué rápido se ha


pasado el tiempo!

Probablemente la próxima actualización se adelante o retrase de su día normal porque


este sábado cumplo años y estaremos un poquitín ocupadas. ;)

Besos,

Paola
La Sala (J)anus (T)hickey
Chapter Notes

Una nota al margen acerca de que en este AU, aquellos que no están buscando
activamente procrear están usando algún anticonceptivo a largo plazo u otra cosa. No
hay bebés a partir del libertinaje (¡Lo siento, Narcissa!).

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Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse

"Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love"

De Isthisselfcare

Beteado por Bet

**~**~**
Antes de comenzar, debo compartir esto:

Vestido de fiesta de Hermione por rubywurst

El amanecer se elevó grisáceo a la mañana siguiente. La lluvia golpeó contra la ventana.

En ese húmedo silencio, Draco «Voy a Reprimir» Malfoy y Hermione «Sin capacidad para las
Complicaciones» Granger miraron al techo y reflexionaron sobre lo que habían hecho.

Era difícil negar lo que había sucedido, dado que cada uno tenía los fluidos corporales del otro en
varias etapas de evaporación sobre su persona.

La charla de almohada fue breve y directa: lo que pasó en España se quedaría en España. Eran
profesionales; eran profesionales que respetaban la profesionalidad de los demás y nunca actuarían
de otra manera que no fuera profesionalmente con su profesional asignado. Repitieron la palabra
hasta la saciedad semántica, y confundidos, se fueron a casa.

El catálogo de masturbación de Draco se benefició de algunas nuevas incorporaciones, por lo que


no todo estuvo perdido.

Si Granger no tenía ni una sola célula cerebral de sobra antes, ahora, con la adquisición de la
Esperanza de la caja de Pandora, la totalidad de su ser fue consumida por su proyecto. En los
siguientes días, llegó a la etapa final de preparación del proto-Sanitatem y pasó todas las horas del
día en el laboratorio, preparándose para sintetizar su milagro y lanzar los ensayos clínicos.
La luna llena de noviembre se deslizó hacia ellos. Greyback y Granger ahora estaban en una tensa
carrera armamentista: infección contra cura.

Al ver el febril trabajo de Granger en el laboratorio, Draco supo que las actividades ilícitas con su
Auror, incluida una noche en España, que no sucedió, eran lo último que tenía en mente. A medida
que se acercaba la luna llena, su impulso por completar el tratamiento bordeó la manía. Su ritmo
era frenético. Comía únicamente cuando se lo recordaban y, a menudo, tenía que ser intimidada
para que se fuera a la cama.

A veces, cuando miraba a Draco, había un vacío en sus ojos, pero no era Oclusión; su mente estaba
obsesiva y fervientemente en otra parte.

El fuego en ella era algo peligroso, la hacía tan brillante, pero también amenazaba con consumirla.

La extrañaba tanto.

Cuando no estaba con Granger en el Salón del Rey, Draco se unía a Potter, Weasley y su equipo,
en la búsqueda de Greyback. La persecución de Potter fue tan loca y frenética como el trabajo de
laboratorio de Granger. Persiguieron todas las pistas que Draco le había sacado a Larsen. Estas
produjeron algunas capturas, pero no la del maldito Greyback.

Shacklebolt recibió un emisario del clan de vampiros más grande del Reino Unido. El tipo
cadavérico, el Señor Dragavei, informó al ministro que Greyback se había acercado a varios clanes
para que se unieran a su causa, ya que ahora corría el rumor de que el tratamiento de Granger
podría eventualmente curar el vampirismo. En general, Dragavei insistió en que los vampiros no
tenían nada en contra de Granger o su tratamiento. Aquellos lo suficientemente estúpidos como
para querer renunciar a las «exquisitas delicias» del vampirismo eran libres de hacerlo: los clanes
no tomarían represalias contra Granger y deseaban mantenerse al margen del conflicto. Si
Shacklebolt tuviera la amabilidad de no enviar Aurores tras ellos: «Se lo agradecería mucho.
Gracias, ministro».

Shacklebolt le contó la historia con un escalofrío. Dragavei había rematado con una oferta de
bebidas y le dijo a Shacklebolt que, por cierto, olía delicioso.

Con noviembre, llegó la finalización del proyecto de renovación de la Sala Janus Thickey. San
Mungo, respaldado por el regalo de Malfoy, no había perdido el tiempo. Emplearon a los mejores
arquitectos e ingenieros mágicos para acelerar el proceso de demolición y construcción, lo que
resultó en una instalación completamente renovada en tres meses.

San Mungo organizó una celebración para conmemorar la finalización de la nueva sala. Tanto
Draco como Granger estaban, por supuesto, invitados como «invitados de honor». Granger accedió
a salir de su laboratorio durante una hora para asistir. Draco le dio a Smethwyck una lista de
estrictas medidas de seguridad que tendría que cumplir si quería que la sanadora Granger estuviera
allí en persona.

La celebración tuvo lugar en la propia sala. Aquellos pacientes que no deseaban participar se
retiraron a sus suites privadas, porque sí, ahora tenían suites privadas.

A su llegada a la sala, Draco se aseguró de que los Aurores y los agentes del DALM en turno
estuvieran en sus puestos e hizo un sondeo de Legeremancia a los asistentes.

Granger llegó poco después de haber recibido su Nota de que todo estaba despejado. Draco apenas
pudo asegurarse de que se veía hermosa con un conjunto de túnicas de color rosa suave cuando la
rodeó una multitud y desapareció de la vista.

—Señor Malfoy, bienvenido —dijo Smethwyck, apareciendo junto a Draco con un Gin-tonic para
él—. ¿Puedo ofrecerle un recorrido? Comencemos con las instalaciones médicas. Aquí en el piso
principal: una sala de consulta, tres salas de tratamiento y, mi favorito, un quirófano…

Draco estaba complacido por lo que vio a medida que avanzaron. La nueva instalación era
impresionante, pero, más importante todavía, estaba seguro de que Granger quedaría encantada.

La sala había sido mágicamente expandida y dividida en dos pisos. El gran vestíbulo de doble
altura se abría ante un techo encantado a lo Hogwarts, reflejando el clima del día (hoy era un
grisáceo cielo de noviembre). En el nivel superior había treinta suites y una sala común. El nivel
inferior ahora tenía un gimnasio, una pequeña biblioteca y una cafetería, que actualmente estaba
sirviendo bebidas y bocadillos a los invitados.

Al otro extremo de la sala, donde anteriormente unos pocos helechos habían luchado por
sobrevivir, ahora había una enorme pared con ventanales que daban a Londres. Allí se había
construido un jardín interior. Un pequeño grupo conformado por Longbottom y sus padres, estaba
caminando a través de él con sonidos de alegría. Pansy cerraba la marcha, con una firme mano en
la espalda de Frank Longbottom.

Un corredor conducía a una piscina de hidroterapia, que sobresalía del edificio principal en una
proeza de arquitectura mágica. Estaba rodeado de ventanas y plantas tropicales. Un hombre se
paseaba con un traje de baño inquietantemente pequeño con una sufrida enfermera pisándole los
talones. Draco reconoció el exuberante, aunque canoso cabello: era Lockhart.

Cerca del jardín había un piano; una de las pacientes estaba tocando una suave melodía. Su familia
se apiñó a su alrededor con sonrisas en sus rostros: era Lavender Brown.

A Draco le dolió verla ahí. Le recordó que Greyback había estado victimizando a inocentes durante
años y todavía lo estaba haciendo. Se preguntó si el tratamiento de Granger podría hacer algo por
sus cicatrices.

Se dio la vuelta para encontrarse mirando a otra víctima de Greyback: Remus Lupin.

Lupin, luciendo frágil, estaba apoyado en el brazo de Tonks, con un bastón en la mano. Tonks
vestía un traje de hombre a la medida para la ocasión y, francamente, lo lució mejor que la mayoría
de los hombres.

Tonks era ferozmente protectora de su vida privada; nunca había mencionado que Lupin se había
convertido en un paciente aquí. Esa fue la voz suave que Draco había escuchado en su primer
recorrido.

Estaban hablando con Granger. Los tres apuntaban hacia el techo encantado y sonreían.

Lupin vio a Draco y le hizo señas para que se acercara.

Draco había hablado con Lupin unas cuantas veces a lo largo de los años: en alguna fiesta
navideña ocasional de los Aurores y en otros eventos por aquí y por allá. No le gustaba hablar con
Lupin, porque él siempre lo miraba con una especie de amabilidad nostálgica, la amabilidad de un
maestro que te vio tomar muy malas decisiones y casi destruir tu vida, pero aún recuerda al niño
que eras. Hizo que Draco se sintiera aprensivo por ese cariño inmerecido y tácito.

Sin embargo, hoy había una franca alegría en la sonrisa que partió el rostro demacrado de Lupin.
—El hombre del momento.

—No lo halagues demasiado —olfateó Tonks—. De por sí ya es inmanejable.

—¿Inmanejable? ¿Draco? No lo creo —dijo Lupin, estrechando la mano de Draco.

Granger estaba conteniendo una sonrisa. Draco estaba seguro de que ella tenía algunas opiniones
propias sobre su manejabilidad.

Procedieron a dar sus comentarios sobre la piscina, el piano, las suites, el jardín. Granger estaba
encantada con todo y parecía como si quisiera abalanzarse sobre Draco. Él se colocó dentro del
perímetro apropiado, pero ella no lo hizo.

Tonks y Lupin fueron atraídos por sus hijos, que querían tocar el piano.

—Esto se unió maravillosamente —dijo Granger, vibrando con fuerza—. Te abrazaría hasta
exprimirte, pero… Hay demasiados testigos.

—Lástima, sería una buena forma de morir.

—Finalmente han arreglado ese maldito letrero.

—¿Lo hicieron? —Draco observó el nuevo letrero—. Extrañaré el «Sala anus hickey».

—Tenía cierto prestigio.

—¿Qué es eso del ano? —preguntó una voz.

Era Theo.

—Creemos que te pareces a uno —contestó Draco.

Granger se rio. Fue bueno ver que todavía estaba allí, en algún lugar, bajo toda la fiebre de su
trabajo.

—Vete a la mierda, Draco. Hermione, hola, te ves deslumbrante. —Theo se inclinó sobre la mano
de Granger y le dio un beso.

Lo cual era cierto, ella se veía deslumbrante, pero no le correspondía a Theo decírselo. Draco, con
la mandíbula apretada, le transmitió esto a Theo empalándolo con los ojos.

—¿Cómo van la poesía, Draco? —preguntó Theo.

Draco lo fulminó con la mirada.

—¿Quieres que te recite una?

—No.

—Cobarde.

Granger parecía cortésmente confundida.

—¿De todos modos qué estás haciendo aquí? —preguntó Draco.

—La tía Maud. —Theo hizo un gesto por encima del hombro, donde una paciente con una bata
larga miraba seductoramente a uno de los camareros.
—¿Eres pariente de Maud? —preguntó Granger—. Eso explica mucho.

—¿En serio?

—Es una coqueta insaciable.

—Es de familia. Quería decirles que: bien hecho, ustedes dos. Este lugar es increíble. ¿¡Vieron la
piscina!? Estoy a punto de ordenar que se construya lo mismo en la finca Nott.

Theo tomó un rollito primavera del plato de Draco. Luego robó un champiñón relleno, después
tomó la servilleta de Draco de su mano, la usó y la devolvió.

—Vete a la mierda, maldita gaviota —dijo Draco, agitando su mano hacia él—. Ve a ver a tu tía.

Theo se dio la vuelta.

—Oh, no… ¿qué está haciendo?

La tía Maud estaba comiendo una salchicha de cóctel, pero de una manera muy indecente.

—Debo irme —dijo Theo—. De nuevo, bien hecho. Qué maravilloso verte haciendo algo bueno
por el mundo, Draco. Siempre supe que estaba en ti. —Se volvió hacia Granger y presionó sus
manos contra las de ella—. Él es un buen hombre, ya sabes, bajo toda su idiotez.

Theo se fue y fingió no escuchar a Draco informarle que era un tarado.

Ahora que estaban solos de nuevo, Draco estaba formulando un cumplido para Granger, porque se
negaba a que Theo fuera el único que le dedicara uno. Sin embargo, algo tiró de la pernera de su
pantalón y lo interrumpió.

Un niño pequeño sostenía una húmeda salchicha de cóctel, parecía ser de la dudosa procedencia de
la tía Maud, para que la inspeccionaran.

—¿Hola? —llamó Draco a la habitación en general—. ¿Hay un feto sin supervisión por aquí?

—Ese es el nieto del señor Belford —dijo Granger, mirando a su alrededor—. Oh, su familia está
en el jardín.

Granger puso las manos en sus rodillas y elogió la salchicha. (Por cierto, no había elogiado la
salchicha de Draco, simplemente una nota ante tal injusticia. Tal vez él también debería exhibirla,
ligeramente húmeda).

Granger levantó al niño para devolvérselo a sus padres, dejando a Draco con un plato vacío, una
servilleta sucia y un cumplido sin decir.

Su siguiente visitante no mejoró su estado de ánimo: el total pendejo de McLaggen.

Había demasiadas salchichas deformadas en esta fiesta.

McLaggen se veía bastante guapo con traje y corbata. Draco notó que había elegido un traje
muggle y eso le molestó.

—Bien hecho, pareja —dijo McLaggen, estrechando la mano de Draco—. Increíble regalo.

Draco se consideraba «amigo» de poquísimas personas y McLaggen no era una de ellas. Le dedicó
al hombre una sonrisa que apenas mereció ese nombre, porque fue un simple apretón de labios, una
mueca, en el mejor de los casos.

Draco estaba en el mismo nivel con poquísimas personas y McLaggen no era una de ellas. Le
dedicó al hombre una sonrisa que apenas mereció ese nombre, porque fue un simple apretón de
labios, una mueca, en el mejor de los casos.

McLaggen parloteó un poco sobre la sala antes de llegar al verdadero motivo de su visita.

—Puedo preguntarte algo más bien... eh... ¿personal? —preguntó.

—¿Qué?

—¿Están tú y Hermione...?

—¿Estamos qué?

—¿Saliendo? ¿Juntos?

¿Saliendo? A diario. ¿Juntos? Todo el tiempo. ¿Juntos, juntos? Qué absurdo. Simplemente
mantuvieron un Equilibrio complicado por la paranoia y sus razones mutuas, pero se acostaron
durante las fiestas paganas y fingieron que nunca sucedió y él no dijo nada, porque no
tenía sentimientos por ella. Pero sufrió angustia porque de todos modos sí los tenía, y cuanto más
trataba de Reprimirlos en el fondo de su corazón, más vivía ella ahí: una cosa brillante en un oscuro
lugar, pero estaba bien y todo estaba bajo control.

—No —contestó Draco, para resumirlo sucintamente.

—Ah... ¿Sabes si está saliendo con alguien?

—No lo sé y, francamente, no me importa —dijo Draco, pero le importaba profundamente.

—Ah bueno, sólo quería preguntar porque ustedes dos parecen… cercanos.

—Cercanos.

McLaggen hizo un gesto hacia la sala que los rodeaba.

—Acabas de hacer todo esto y dijiste que era por ella, pareja.

—Lo fue: ella me salvó la vida.

—Ajá.

Tomaron un sorbo de sus respectivas bebidas, mirándose con disgusto apenas disimulado.

—¿Puedo preguntarte ahora yo algo personal? —preguntó Draco.

—Está bien.

—¿Qué te hace pensar que eres lo suficientemente bueno para ella?

McLaggen lo miró fijamente. La ofensa cayó lentamente, él se irguió para encarar a Draco, los
hombros rectos, el rostro enrojecido.

—¿Qué quieres decir con eso exactamente?

—¿Qué palabra no entendiste? No importa, déjame reformular: No eres lo suficientemente bueno


para ella.

McLaggen había terminado de procesar el insulto y, dado que no tenía la capacidad para una
resolución verbal, parecía estar pasando a la siguiente etapa: estaban a punto de intercambiar
maleficios o puñetazos.

—No necesitas parecer tan ofendido —dijo Draco encogiéndose de hombros descuidadamente—.
No estoy seguro de que alguien sea lo suficientemente bueno para ella.

Esto le dio a McLaggen una pausa. Su puño, que había sido cerrado a su lado, se relajó.

—Ella puede decidir quién es lo suficientemente bueno para ella.

—Estoy de acuerdo.

—Pero a ella le gusta hacerse la difícil. Lo ha hecho desde Hogwarts. Ella solo necesita una
pequeña motivación.

—¿Una pequeña motivación?

—Tengo… algo para mantenerla sometida.

—¿Lo tienes? —preguntó Draco—. ¿Qué tipo de sometimiento?

—Asientos estratégicos en juntas estratégicas.

—Esa es una verdadera jugada maestra.

McLaggen se encogió de hombros.

—Como ya habrás descubierto, los incentivos habituales no funcionan con ella: dinero, apariencia,
etc.

—No, no lo he hecho.

—Mmm.

La siguiente pregunta de Draco fue eminentemente casual.

—¿Has hablado con Smethwyck hoy?

—¿Hippocrates? No, ¿por qué?

—Creo que tiene algunas noticias para ti.

—¿Qué noticias?

—Bueno, supongo que no hay nada de malo en decírtelo ahora —reflexionó Draco—. Ya no eres
miembro de la Junta Directiva de San Mungo.

—¿Qué?

Draco pareció disculparse.

—Hice que te quitaran. Lo siento, pareja.

McLaggen farfulló.
—¿Hiciste qué? ¿Quién diablos te crees que eres? Tú no decides si yo…

—Lo hago porque esa fue una de mis estipulaciones. Para un regalo de esta magnitud, que estaban
felices por cumplir. Aparentemente, has sido considerado un riesgo para la reputación durante
algunos años, algo que tiene que ver con tu comportamiento con las mujeres, particularmente con
Granger. También han llevado esta preocupación al HSMEM. Creo que eres uno de los
fideicomisarios allí. Tampoco estoy seguro de cuánto tiempo mantendrás ese asiento. Considera
esto como un consejo amistoso: tal vez puedas renunciar y evitar la vergüenza.

En el centro del vestíbulo, Smethwyck golpeó un vaso y llamó la atención de todos.

—Es mi llamada —dijo Draco. Dejó el plato y la servilleta sucia en las manos de McLaggen—.
Sostén estos… Qué buen chico. Me tengo que ir.

Smethwyck, representantes del HSMEM y la Sanadora Crutchley, pronunciaron discursos. El de


Crutchley fue, por mucho, el más conmovedor; había visto cómo se revertían décadas de abandono
en cuestión de meses y parecía medio convencida de que todo aquello era un sueño. Draco y
Granger fueron llevados al frente de la multitud de diversas maneras, obligados a decir algunas
palabras, empujados hacia atrás entre la multitud, empujados hacia delante de nuevo, brindis en su
honor, fotografiados y más brindis.

En el movimiento que siguió, Draco vio que los miembros de la Junta se acercaban a Granger. La
mayoría la trataba con cauteloso respeto. Algunos se acercaron con aprensión, como si fuera a
enloquecer y lanzarse contra ellos con un bisturí. (No tenían por qué haberse preocupado por eso;
solo lo hacía cuando los sesos de cierto Auror estaban a punto de ser esparcidos por el suelo por un
Vikingo).

Narcissa le había dicho a Draco que soportaría la humedad inglesa durante unas horas y asistiría a
la celebración. Llegó a tiempo para los discursos, bronceada y todavía oliendo a la terraza de
Sevilla en la que se había estado demorando.

Cuando vio a Granger, Narcissa la recibió con mucha más calidez de lo que Draco hubiese
esperado, tal vez el calor de Sevilla también persistía en ella.

Draco estaba en las garras de la familia Belford, que se había reunido a su alrededor para
agradecerle y explicarle las hemorroides bubotubérculas de larga data del señor Belford, que
habían sido curadas, y mientras el niño le sostuvo la salchicha en la cara.

Draco los llevó cerca de Granger para escuchar lo que se decía entre ella y su madre.

Granger estaba gesticulando hacia la sala en general y expresando su gratitud de esa forma tan
apasionada suya.

Narcissa parecía bastante enamorada de Granger. Presionó las manos de Granger en las suyas.

—Por favor, no me hables de gratitud. Devolviste a mi hijo al mundo de los vivos. Esto no es más
que un gesto. Debes decirme si hay algo más que mi familia pueda hacer por ti. ¿Cómo están tu
despensa?

—Hem… Está bien, y ha hecho más que suficiente, realmente han ido más allá...

—Es sólo dinero —dijo Narcissa, con un movimiento de la mano y la falta de preocupación que
sólo los verdaderamente ricos pueden disfrutar. Miró el techo encantado—. Draco normalmente
tiene poco tiempo o paciencia para el trabajo de caridad, su mente está inclinada hacia el lado de la
inversión, ya sabes, y yo administro las actividades filantrópicas, pero en este caso, lo hizo
notablemente bien.

—Él lo hizo.

—Lograste perfeccionar un nuevo tipo de enfoque en él.

—Oh, sí, enfocarlo. —Granger le dio a Narcissa una de sus rígidas sonrisas.

—Parece feliz. En realidad, yo solo quiero que sea feliz, ¿sabes?

—Por supuesto.

—Quiero que encuentre algo… mejor dicho a alguien, que lo haga feliz.

Narcissa miró significativamente a Granger. Granger, sonrojada, miró fijamente su Gin Fizz como
si todo su ser estuviera siendo esclavizado. Draco consideró lanzarse sobre Narcissa y derribarla
contra el suelo.

—Perdóname por mis bromas maternales —dijo Narcissa—. De todos modos, me ha


impresionado. Después de todo, tal vez pueda tomar el liderazgo. Siempre deseé que estuviera más
preocupado por estas cosas, ya sabes. ¿Viste el pequeño jardín? No hubiera puesto los crisantemos
tan cerca de la hierba de lirio, se pierden un poco, pero por lo demás…

El niño escapó de nuevo y vino a mostrarle a Granger la salchicha de cóctel.

—¡Vaya! —exclamó Narcisa—. ¿Es un huérfano?

—Eh… no, pertenece a los Belford —dijo Granger, levantando al niño de nuevo y mirando
alrededor de la habitación—. Lo van a pisotear.

—¿Estás segura? Parece un huérfano. Está tan sucio... Tal vez sea un pilluelo de la calle. ¿Por qué
está sosteniendo una salchicha? ¿La hurtó? ¿Dónde están las nodrizas?

El rebaño de Belford se abalanzó para recoger a su errante hijo. Granger fue zarandeada entre los
miembros de la familia en un torbellino de agradecimientos y felicitaciones y actualizaciones de
hemorroides, hasta que la delgada mano de Narcissa la tomó del codo y la sacó del vórtice para
reanudar su conversación.

Draco se unió a ellas.

—Ah, Draco, ahí estás. Le estaba diciendo a la sanadora Granger que me has impresionado con tu
gestión de un ejercicio filantrópico a esta escala.

—Todo lo que hice fue firmar la transferencia de los fondos. La planificación fue toda… Toda
realizada por alguien más en el hospital.

—¿De verdad? Bueno, pues es alguien bastante brillante, me imagino —dijo Narcissa—. Está todo
tan bien pensado... Sólo los crisantemos.

Draco miró a Granger. Ella sacudió la cabeza por un minuto. Muy bien, entonces él no señalaría
que el brillante Alguien estaba justo aquí.

—Hiciste bien tus discursos, Draco —continuó Narcissa—. No demasiado detallado. Intenta
sonreír un poco la próxima vez. No queremos parecer altaneros. Somos personas del pueblo,
etcétera.
—Por supuesto.

Narcissa se estremeció un poco y se ciñó más el chal a sus delgados hombros.

—¿Hay corrientes de aire? Creo que hay una corriente de aire. ¿Alguien abrió una ventana?
Supongo que solo soy yo: acabo de estar en Sevilla, Sanadora Granger, y regresaré directamente
allí. Ya no soporto la humedad inglesa. Supongo que es la edad…

Granger fue convocada para hablar con los reporteros del Profeta.

Narcissa hizo señas a Draco para que se acercara con un movimiento de su dedo.

—Draco —dijo en un susurro conspirador.

Había Rebujito en su aliento: jerez y limón. No era el calor de Sevilla lo que persistía en ella: su
madre estaba agradablemente borracha y se lo estaba pasando en grande. Eso explicó su
volubilidad.

—¿Qué?

—He estado pensando —dijo Narcissa.

—¡Oh, no!

—Sí. ¿Sabemos si la sanadora Granger está soltera?

—Madre…

—Simplemente tengo curiosidad. He estado reflexionando sobre las posibilidades. No estés tan a
la defensiva. Parece como si acabaras de lamer una ortiga. ¿Te gusta? Creo que debería gustarte.
Ella no es pusilánime. Todavía no me han dicho en qué capacidad están trabajando juntos.

—Literalmente no puedo decirte eso. He hecho un Juramento Inquebrantable.

—¿Hiciste eso? Hum... Entonces debe ser importante. Averigua si está soltera. Sé proactivo,
Draco.

—Madre.

—Solo estoy haciendo una sugerencia. La pasividad solo engendra dolor, querido. Aprendí esto
durante una larga vida. No seas como yo. Oh, cuidado detrás de ti, ese huérfano ha vuelto de
nuevo, cuida tus bolsillos... ¡No, niño, no quiero tu salchicha!

Narcissa se alejó para continuar con sus rondas y vagamente prometió enviarle una nota a Draco
cuando regresara a Sevilla.

Era el turno de Draco de ser entrevistado por el Profeta. Dijo varias cosas agradables sobre la
importancia de la atención a largo plazo y la generosidad, todo mientras se tambaleaba por el
nuevo enamoramiento de su madre por Granger.

El pilluelo continuó con su alboroto tirando con fuerza de los pantalones de Longbottom. Draco
miró precisamente en el momento equivocado. Los pantalones se deslizaron hacia abajo y abrieron
ante él un magnífico panorama del gran trasero de Longbottom*.

La Sanadora Crutchley le dio a Draco y Granger enormes abrazos, sofocando a cada uno de ellos
en su amplio pecho.
Granger escapó para tomar aire luciendo levemente perturbada. Draco, más acostumbrado a las
tetas en su cara, simplemente arregló su cabello.

Cuando estuvieron libres de los abundantes senos de Crutchley, Granger empujó a Draco a un
lado.

—Smethwyck acaba de hablarme del puesto de McLaggen en la Junta. ¿Tú hiciste eso? —preguntó
ella.

—¿Yo? No. No me entrometería en los asuntos de gobierno del hospital.

—No te creo.

—Tienes razón en no creerme. ¿Smethwyck te dijo a quién irá el puesto vacante?

—¿No…?

—Yo —contestó Draco.

Las cejas de Granger se elevaron.

—Felicidades. Te espera toda una nueva pestilencia de incompetencia.

—No, te espera a ti.

—¿Qué?

—Te he nombrado mi delegada para el puesto. Espero que esté bien.

La sonrisa, dioses, la sonrisa.

—Eso está… muy bien —dijo Granger.

El brillo en sus ojos, el mordisco en el labio, la mirada hacia abajo.

—Ponlos en forma, Granger.

—Será un total placer hacerlo.

Probaron sus bebidas. Ahora, ella le estaba dando una mirada larga y asombrada.

—¿Qué? —preguntó Draco.

—Nada. Bueno… algo. Estoy de acuerdo con Ernie.

—¿Ajá?

—Están bien, después de todo, estos Malfoy.

Draco tocó su copa con la de ella con su sonrisa más Malfoy.

La celebración llegó a su fin. Después de las despedidas, Draco acompañó a una Granger
Desilusionada al vestíbulo de San Mungo, donde una línea de chimeneas flu parpadeaba.

Encontraron el lugar inusualmente lleno. Había una aglomeración de personas dando vueltas y
sonidos de confusión. Pedazos de pergamino revolotearon por todas partes, pegados al techo,
pegados a las ventanas, planeando.
Montjoy, uno de los Aurores de turno, se abrió paso a empujones hacia Draco y Granger.

—Sáquenla de aquí —murmuró cuando estuvo cerca.

—¿Qué está pasando?

Montjoy usó un Depulso suave para apartar a la gente mientras Draco empujaba a la invisible
Granger hacia las llamas.

—Cientos, miles de estas cosas, por todo el vestíbulo —dijo Montjoy, agarrando un trozo de
pergamino—. Humphreys me acaba de mensajear, dice que también están por todo el Ministerio.

Había una Maldición Gemino en el pergamino, incluso mientras Montjoy lo sostenía, los
duplicados surgieron y se derramaron por el suelo.

Sobre el pergamino había una fotografía de Granger. Y debajo, las siguientes líneas, con letra tosca
e irregular:

Denme a Granger y los ataques se detendrán.

Habían esperado una escalada de Greyback, y ahí estaba.

Sucedió no en la forma de otro ataque directo a ella, sino algo mucho más insidioso. Algo que
volvió los ojos de toda la población mágica hacia ella y ofreció un horrible incentivo para ayudar a
Greyback a alcanzarla. Los lugares mágicos clave en el Reino Unido habían recibido el mismo
trato que San Mungo.

En colaboración con Granger, el Ministerio emitió un comunicado sobre la naturaleza de su


avance. Con el anuncio de que una cura para la licantropía estaba en fase de pruebas clínicas, la
cobardía egoísta de Greyback quedó expuesta.

Pero, a medida que se acercaba la luna llena de noviembre, también hubo susurros. Habían pasado
dos lunas llenas de terror total y se avecinaba otra. La población estaba al límite. Algunos ya
habían perdido y otros estaban aterrorizados de perder.

El daño ya estaba hecho. Granger ya no podía salir en público. Estaba, para todos los efectos,
confinada a la mansión y al laboratorio.

Ella tomó las dificultades tan bien como Draco podría haber esperado. Si Greyback había tenido la
intención de aislarla, fracasó. Su Bloc zumbó sin cesar con mensajes de apoyo. Su cabaña estaba
medio enterrada en cartas. Las solicitudes de todo el mundo para participar en los ensayos clínicos
inundaron su buzón de correo en Cambridge. La portada del Profeta estaba llena de indignación
editorial y cartas de la población que expresaban su disgusto por el intento de coerción de
Greyback.

Narcissa envió una alarmada nota a Draco para asegurarse de que mantuviera a la Sanadora
Granger a salvo de ese lunático; ¿quizá podrían ofrecerle la mansión? Cuando Draco le mostró la
nota, Granger sonrió con la primera sonrisa que había visto en días.

Durante la luna llena de noviembre, el cuartel general de Aurores daneses envió un destacamento
de treinta de sus propios Aurores para ayudar con la siguiente ronda de ataques. Entre eso y una
población que ahora tomaba la amenaza en serio, sólo ocho se infectaron, ninguno murió.

Noviembre se disipó en diciembre. Hubo buenos momentos entre los malos. El fuego de Granger,
lejos de ser apagado por Greyback, estalló todavía más impresionante.

En un momento de triunfo en el laboratorio que Draco se sintió honrado de presenciar


completamente la síntesis del primer lote de dosis de la cura para la licantropía. El laboratorio fue
sacudido por gritos, saltos y aplausos, mientras todo el equipo de Granger se abalanzó sobre ella.
Luego, todos se sentaron o se acostaron en el suelo, y alguien abrió el champán, y se pasaron la
botella porque estaban demasiado exhaustos para conjurar copas. Granger intentó pronunciar un
discurso, pero su voz se quebró, puso su rostro entre sus manos y fue atormentada por silenciosos
sollozos. Esto inició una reacción en cadena de llanto en todo su equipo, que solo cesó cuando se
consumieron tres o cuatro botellas más de champán.

Muchas horas después, Draco se encontró de pie en un laboratorio silencioso a medianoche, con
todos dormidos en el suelo a sus pies.

Cargó a Granger a través de la red flu, rumbo a casa.

Granger terminó de pasar las presentaciones a través de un horrible laberinto de Códigos,


Autoridades, Normas y juntas de revisión de investigación y ética; sólo entonces comenzó con sus
ensayos clínicos.

Lupin estuvo entre el primer grupo de pacientes en recibir una dosis. Draco acompañó a una
Desilusionada Granger a San Mungo para administrarlo. La familia de Lupin estaba a su alrededor:
Tonks sostuvo una mano, su hijo adolescente la otra, y su hija estaba sentada sobre sus rodillas.

Granger era toda gentileza profesional mientras administraba la infusión. Había una sonrisa en el
delgado rostro de Lupin y una esperanza en sus ojos que coincidía con la esperanza que estaba en
sus venas.

Draco vio llorar a Tonks por primera vez.

Cuando Draco y Granger regresaron a la mansión esa tarde, Granger, con los ojos bastante
brillantes, dijo que le apetecía dar un paseo: ¿a él le gustaría venir?

A él le gustaría, por supuesto.

Se lanzaron hechizos cálidos sobre sí mismos, luego avanzaron por un camino helado bordeado
por helechos de hielo y abedules que crujían, plateados sobre blanco. Su aliento estaba fluyendo
detrás de ellos.

Durante un tiempo, no dijeron nada. Granger estaba pensativa mientras se abría paso entre charcos
congelados. Draco siguió el ritmo de sus pequeños pasos, a veces justo detrás de ella, a veces,
junto a ella.

Llegaron al final del camino. Daba a un lago inmóvil como un espejo cuyos bordes brillaron con
escarcha nueva.

El aire olía a frío y pureza, tan puro que daba vértigo respirar demasiado profundo.

Granger se paró en el terraplén y juntó sus manos enguantadas. Draco se detuvo junto a ella.

Permanecieron en silencio.

Él la empujó con el codo.


Ella lo miró.

—Lo hiciste —dijo Draco.

Granger presionó sus guantes contra su boca, sonriendo, incrédula.

—Yo… sí. Tenemos que ver cómo regresan los números, después de las primeras infusiones.
Pero… sí.

Miró hacia el cielo limpio por el viento. Era uno de esos días de diciembre en que el firmamento
era un brillo puro azulado. El soplo blanco de su suspiro fue llevado por una ráfaga y desapareció
en él.

Había una especie de alegría encantadora y temblorosa en ella: la alegría exhausta, increíble, de
alguien que ha logrado algo después de mucho esfuerzo y poco a poco llega a deleitarse en la
euforia.

Había lágrimas en sus ojos.

Ella tomó una respiración temblorosa.

Draco le dio un pañuelo en lugar del abrazo aplastante que quería darle.

—Me gustaría señalar que estas son lágrimas de felicidad —dijo Granger con un resoplido.

—Obviamente.

Granger se secó los ojos y luego sostuvo el pañuelo contra su pecho. Ella se aclaró la garganta.

—Estaré escribiendo un artículo sobre este proyecto, ahora que mi trabajo es público. Tal vez
incluso un libro. Y tendré una larga lista de dedicatorias y agradecimientos. Este ha sido el trabajo
de muchas manos y muchas mentes. Todos los que estuvieron en el laboratorio, por supuesto, y
tantos colegas cuyo trabajo tomé de referencia, y los investigadores que me precedieron, y…

—¿Y?

—Me gustaría agregarte —dijo Granger.

Una inesperada chispa de felicidad se encendió en Draco.

—¿Lo harías?

—Sí.

—Me sentiría… honrado —dijo Draco, incapaz de evitar que una sonrisa complacida se abriera
camino en su rostro.

—Aún no he decidido cómo expresarlo. ¿Preferirías el anonimato? Podría usar algún tipo de
epíteto: ¿me gustaría agradecer a la espina en mi costado?

—¿El Auror Molesto? —sugirió Draco.

—¿El demonio oportunista?

—¿La verdadera pestilencia de la incompetencia?


—¿Ingle?

—Entonces debes darte de alta como Hormona.

—Eso puede ser difícil de explicar al editor.

—¿Crees que «Socio en Crímenes No Especificados» constituiría una admisión de culpabilidad?

—No lo sé… Tú eres el Auror.

—Mmm… Mejor no.

—Quizás simplemente diga: Mi más sincero agradecimiento a Draco Malfoy…

—Me gusta.

—… Cuyo cabello fue sacrificado muchas veces por la causa.

—Eso agrega la seriedad requerida.

—Entonces está arreglado. Gracias.

—Deberíamos celebrar. ¿Quieres invitar a alguien a la mansión esta noche? Tengo una botella de
Beaujeu-Saint-Vallier de 1972

—¿1972? Dios mío, no. Guárdalo para una ocasión especial.

—Tú eres la ocasión especial.

Granger rio, luego se puso pensativa. Finalmente, dijo:

—Francamente, esta noche preferiría no hacer nada.

Miró hacia el inmóvil lago. Debajo de su abrigo, sus hombros se relajaron. Con las primeras dosis
completadas, se le había quitado una tremenda presión.

La manía del fuego había amainado. Ella estaba de vuelta y era dueña de sus pensamientos.

Draco sintió el cambio cuando sus ojos se encontraron. Ahora no parecía extenuada con una mente
demasiada agobiada como para pensar en otra cosa que no fuera el trabajo. Ahora se sintió atraído
de nuevo por la calidez habitual, la atracción tranquila, y el tirón.

Él le tendió el codo.

—Vamos a no hacer nada. No creo que nadie lo haya merecido más.

En realidad, no se habían tocado desde España.

Ella lo miró con una rápida sonrisa. Sintió el agarre sobre su codo y la presión de sus cálidos dedos
a través de su capa.

Ella estaba de vuelta.

Su corazón se elevó con el viento y fue al encuentro del cielo.

Vocabulario y otras anotaciones:


Gran trasero de Longbottom: Longbottom's long bottom. (badum tss).

Chapter End Notes

¡Gracias por sus lindas felicitaciones, significan mucho para mí! ¿Me conceden el
capricho de un capítulo más por mi cumpleaños? ¡Vámonos!
Un intercambio pedagógico
Chapter Notes

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Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse

"Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love"

De Isthisselfcare

Beteado por Bet

**~**~**

(Ni siquiera me dio tiempo de hacer imagen porque... bueno, perdónenme por hoy)

**~**~**

En la Mansión, un fuego que ardía enérgicamente los esperaba en el salón más pequeño. Las
cortinas habían sido corridas contra el cielo oscurecido. Henriette sirvió un pequeño goûter de
cuadrados de queso, paté y pequeños quiches lorraines.

Se despojaron de sus cosas de invierno. Draco se instaló en un sillón con las mangas arremangadas
y tirantes. Granger se arrojó sobre uno de los sofás, cruzó las manos sobre su pecho y sonrió al
techo.

Su euforia era contagiosa. Draco también sintió una profunda alegría, por el mundo mágico en
general, pero también por ella, por haber logrado algo tan significativo después de tanto esfuerzo.
Los meses habían sido largos, los peligros habían sido muchos, las ocasiones para rendirse,
innumerables.

Y ella no se había dado por vencida. Ella se había abierto paso; había salido y vencido.

Él rebosaba de admiración.

Para comunicar esta poderosa emoción, Draco hizo flotar un cubo de queso sobre la cara de
Granger.

—¿Puedo ayudarte? —le preguntó Granger al queso.

—No has comido. Henriette se enfadará.

Ahora trató de hacer flotar el queso en su boca. Le golpeó la nariz y la barbilla. Granger apartó el
queso de un manotazo. Draco deseaba indicar que era mejor apuntando a la boca con otras cosas.

Granger se sentó y convocó algunas galletas hacia ella. Era la primera vez que comían juntos en
mucho tiempo. Draco la vio comer uno de los quiche lorraines en pequeños bocados.

—¿Qué? —preguntó Granger.

—Comes como un micropuff.


Granger parecía provocada, entonces ella resopló.

—Me gustaría compararte con una criatura u otra, pero debo ser justa: los malos modales en la
mesa no figuran entre tus muchos defectos.

Draco estaba simultáneamente halagado y ofendido.

—¿Mis muchos defectos?

Ahora Granger se veía remilgada.

—¿Ahora qué hice? —preguntó Draco—. ¿O qué no hice?

—Solo otra promesa rota —dijo Granger, a la ligera, como lo haría una si la confianza en los
hombres hubiera sido borrada, una vez más, por Draco Malfoy.

—Oh, estamos haciendo esto de nuevo, ¿verdad?

—Sí.

—¿Qué promesa?

—Nunca me enseñaste Caeli Praesidium.

Draco estaba molesto.

—Tampoco me enseñaste las cosas que me dijiste.

Granger estaba conteniendo una sonrisa.

—Supongo que ambos hemos estado un poco ocupados.

—Un poquito.

—¿Estás ocupado esta noche? —preguntó Granger.

—Dijiste que no harías nada.

—Lo sé.

—Aprender mi encantamiento más complejo no es nada.

—Permíteme esta extravagancia.

—Bien, pero vas a enseñarme el comando rúnico.

Granger se puso de pie de un salto y parecía ansiosa.

—Está bien.

Se las había arreglado para no hacer nada durante diez minutos.

—Vamos a mi estudio —dijo Draco—. Tendré que sacar algunas cosas: se pone un poco... teórico.

—Ooh... —dijo Granger, siguiéndolo fuera del salón—. Me gusta la teoría.

Draco abrió la puerta de su estudio y se hizo a un lado para dejarla entrar. Ella observó su
alrededor, fijándose en los muebles, las pesadas cortinas, las velas flotando en racimos
resplandecientes. La chimenea chisporroteaba y ronroneaba.

Una pared estaba dominada por una pintura de algunos de los preciados Abraxan de su abuelo. Las
orejas de los caballos alados se pincharon al ver a Granger. Uno le dio un pequeño relincho
curioso.

Draco se sentó detrás de su escritorio. Había esperado que Granger tomara uno de los dos asientos
para invitados frente a él. Sin embargo, cuando lo vio tomar un pergamino y un tintero, se unió a él
en su lado del escritorio y se sentó en uno de los amplios reposabrazos de su silla.

A Draco no le importó en lo más mínimo esta invasión de su espacio personal.

Se sentía maravilloso tenerla de vuelta.

—Así que... Caeli Praesidium. —Draco entintó su pluma y dibujó algunas líneas—. Supongo que
sabes lo que es un poliedro geodésico.

—Lo sé; algunos virus tienen cápsides en forma de poliedros geodésicos, en realidad.

—¿Cápsides?

—Una especie de caparazón, hecho de proteína. —Granger agitó su mano hacia él—. Continúa.

—Bueno, mi intención con esta protección era distribuir las fuerzas mágicas entrantes por toda la
estructura. La mayoría de las protecciones tradicionales tienen un punto de debilidad que puede ser
forzado a través de magias de conmoción o compresión, especialmente las protecciones
parabólicas que normalmente vemos utilizadas sobre las viviendas. Ninguna protección es
irrompible, por supuesto, pero Caeli Praesidium requiere mucha más presión mágica durante un
período más largo para romperse.

Draco dibujó algunos poliedros más.

—En esencia, cuantos más vértices cruzan la esfera... así, más fuerte es. Una vez que hayas
establecido la escala y la fuerza deseadas de la protección, necesitas un poco de Aritmancia para
dividir su cara y calcular su potencia. Entonces, en este dodecaedro, por ejemplo... —Hizo un
bosquejo—. Podría dividir esos pentágonos en triángulos y, a partir de ahí, en triángulos aún más
pequeños. Esto nos da muchos más vértices. Eso se llama aumento.

Levantó la vista para ver si ya había perdido a su audiencia, pero no: Granger, con las manos
cruzadas sobre su regazo, era la viva imagen de la atención absorta.

Todavía podía oler el invierno en su propia ropa, pero ella olía a la chimenea del salón.

—Ahora para la Aritmancia... Esta fórmula. —La escribió—. Nos da el número de vértices que
tendrá el poliedro y su fuerza mágica potencial. Por supuesto, cuanto más complejo sea, más
agotador será lanzarlo, pero más durará.

—Ooh... —dijo Granger, mirando la fórmula—. Eso es Aritmancia múltiple. No he hecho de éstas
desde la universidad. ¿Lo puedo intentar?

Draco anotó un ejemplo para que ella trabajara y le pasó la pluma. Ella se apoyó en un codo. Había
un placer silencioso en ella mientras trabajaba, en la presión de la pluma sobre el pergamino, en el
pensamiento.
Lo resolvió en medio minuto, lo cual fue, sinceramente, muy sexy. Un pequeño cosquilleo de
placer recorrió a Draco.

Produjo un ejemplo más desafiante y le dio la pluma de nuevo. Se recostó para observarla.

Rozó la punta de la pluma contra su labio mientras reflexionaba sobre el nuevo problema.

Durante sus muchos años como soltero elegible y libertino en general, Draco había sido blanco de
muchas tácticas de seducción. El cepillado de labios distraído de Granger estaba entre los más
tentadores.

Después de un poco más de esfuerzo, también resolvió el segundo ejemplo.

Draco estaba... excitado.

Deseó que ella se deslizara del reposabrazos y cayera en su regazo. Ese sería el pináculo de lo que
sea que fuera esto: el sueño húmedo de este sapiófilo. Granger estaba en su regazo, resolviendo
oscuros pedazos de exponenciación aritmántica.

Su siguiente desafío fue injusto. Granger lo intentó, se detuvo confundida, luego le lanzó una
mirada acusadora, antes de resolver la aritmética al revés.

—Tss... Tu punto de partida fueron los pentágonos. Este tiene facetas cuadradas.

—Bien visto. —Sonrió Draco. Extendió la mano para que ella le devolviera la pluma.

—¿Qué sucede si lo aumentamos? —preguntó Granger, reteniendo la pluma.

—Desgarraríamos el tejido del universo, supongo.

—Veamos.

Ella trabajó a través del cálculo.

—Vaya. Una subdivisión geodésica que da como resultado triángulos de ángulo recto, no
equiláteros. Supongo que no es tan fuerte.

Draco miró la interesante creación de Granger.

—Esa también sería mi suposición.

—Hay cierta belleza en ello, ¿no?

—La hay —dijo Draco, obviamente sin hablar de geometría—. ¿Estás lista para uno más?

Granger parecía sospechosa.

—Está bien.

—Sin trucos, esta vez; lo prometo, solo complejidades.

Produjo un ejemplo final, uno bastante desagradable, para asegurarse de que ella estaría ocupada
por más de un momento, para que él pudiera disfrutar de esta experiencia, en el empuje de su
cadera contra su brazo, en el roce de su talón contra su espinilla.

—Mmm —dijo Granger—. Necesito usar la ley de Köhler.


—¿Conoces la ley de Köhler?

—Claro que sí.

—Vaya, esto se ha vuelto estimulante.

Granger apretó los labios.

—Si puedo recordarlo todo, sin embargo...

Plantó dos codos en el escritorio y murmuró vagos recuerdos de la ley Köhler.

Sí... Estimulante. Su pene se retorció en un hola contra la parte interna de su muslo.

Granger se había quitado su voluminoso suéter y vestía una fina camiseta muggle. Draco se quedó
mirando la llamarada de sus caderas, muy manejables, ya sabes... muy bien formadas para las
manos de un hombre, claro, si un hombre tuviera pensamientos obscenos mientras una mujer
calculaba los vértices primarios.

Decidió desviar la mirada antes de desarrollar una erección completa. La ventana frente a su
escritorio proporcionaba una distracción inútil. Afuera estaba oscuro y todo lo que podía ver era un
reflejo del estudio iluminado por velas. Granger estaba inclinada, brindando una hermosa vista del
escote y el borde superior de su sostén.

Brillante. ¿Debería simplemente masturbarse con su Principal aquí mismo? ¿Estaba distraída y
probablemente a él sólo le tomaría un minuto...? Dioses.

Granger hizo algún avance u otro y comenzó a garabatear.

—¡Hecho! —dijo, y tiró la pluma.

Draco se inclinó hacia adelante para estudiar el pergamino y su elegante solución.

Sí. Ella lo había hecho.

Y era jodidamente erótico.

El tintero de su escritorio explotó.

Granger saltó.

—¿¡Qué...!?

Un descontrolado y mágico borbotón. Maravilloso. Un paso por encima de venirse en sus


pantalones.

—Lo siento —dijo Draco, desvaneciendo la evidencia de su precoz tintaculación.

—¿Estás bien?

—Estaba... sobre estimulado.

—¿Sobre estimulado? —repitió Granger, luciendo mucho más desconcertada que en cualquier
momento durante su explicación.

Draco se aclaró la garganta.


—¿Seguimos? Estarás haciendo estos cálculos en tu cabeza después de las primeras veces. El
movimiento de varita es similar a Salvio Hexia, solo que queremos que los cortes hacia arriba sean
iguales a c3. Lo que puede llevar mucho tiempo, como puedes imaginar. La intención del
lanzamiento no es protección, es fortificación. Toma nota de eso, los matices importan. El
encantamiento es Caeli Praesidium, una vez, al principio. Eso es todo.

—Bien —dijo Granger—. Déjame intentarlo.

—Protege la puerta.

Draco aprovechó su cambio de atención para tirar de la pernera de su pantalón, discretamente, de


modo que el bulto pareciera un pliegue inocuo en la tela, o algo más o menos.

Granger lanzó el hechizo unas cuantas veces, intercalado con unos cuantos garabatos más de
Aritmancia. Su lanzamiento fue lento y su aprendiz era pequeña, pero estaba claro que había
entendido la esencia. En su quinto intento, una red plateada bastante creíble se extendió por la
puerta, brilló y desapareció.

—Bien hecho —dijo Draco, en lugar de «Estoy muy excitado en este momento».

—Tendré que practicar. Qué protección tan interesante. No creo haber visto la Aritmancia aplicada
al hechizo de esta manera.

—Es útil. He tratado de enseñárselo a otros Aurores pero la mayoría de ellos pierden el interés tan
pronto como ven las fórmulas aritmánticas.

Granger chasqueó la lengua.

—Ellos se lo pierden.

Hizo ademán de levantarse, pero Draco le tocó el brazo con los dedos.

—¿Qué?

—Nuestro quid pro quo, profesora: el comando rúnico.

—Ah, sí. —Granger se movió en su asiento para encararlo. Una de sus piernas estaba metida
debajo de ella donde estaba apoyada en el reposabrazos, la otra descansaba ligeramente entre las
suyas.

Muy bien.

Granger levantó su varita y sacó cuatro runas doradas.

—Hverfðar viþ inn laguz.

Las velas se apagaron y el fuego del hogar se redujo a un resplandor de brasas.

—Ups —dijo Granger en la repentina oscuridad.

Agitó su varita y las velas se encendieron de nuevo

—Es una sintaxis apotropaica. Las runas son del silabario Meginrunar, pero interpolé prosódicos
del Rúnatal. Se traduce, en términos generales, como «extinguir». Prueba el encantamiento
primero, porque la entonación es un poco complicada.
Draco lo intentó. Granger negó con la cabeza y repitió las antiguas sílabas lentamente.

Lo intentó de nuevo. Granger chasqueó la lengua.

—Estás tropezando con las eyecciones palatinas.

—¿Las qué?

—Deja de sonar tan elegante. Estás hablando rúnico antiguo, no pidiendo foie gras en el Séneca.

Draco lo intentó de nuevo, infundiendo un poco de dureza nórdica a su discurso.

—Mejor. Ojalá hablaras alemán en lugar de francés. —Granger suspiró y lo miró nostálgica—. Sus
fricativas son para morirse. Ahora, las runas.

Granger cogió la pluma y la sumergió en los restos fragmentados del tintero. Ella dibujó cuatro
runas en el pergamino.

Draco las copió. Enfocarse era bueno para él: aparentemente, no podía concentrarse en las runas y
mantener una erección al mismo tiempo.

Granger estaba disfrutando enormemente y criticando burlonamente su caligrafía.

—Oh, no, has hecho que el laguz sea demasiado suave; enderézalo... Bien... Un poco más de
confianza en el trazo hacia abajo. Correcto. Inténtalo de nuevo. ¿Qué está pasando aquí? ¿El techo
se derrumbó sobre Hverfðar? ¿Cómo es que dibujas poliedros tan perfectos y luego le haces eso a
una runa? Tiene cuatro líneas. En cuanto a esta exhibición, ¿es un Wotsit de queso? ¿Y ese es otro
de tus erizos? ¿Y esto? ¿Un punto de geometría hiperbólica? Vas a rasgar el tejido del universo, a
este ritmo.

Draco no rasgó el tejido del universo, pero se rio demasiado fuerte y abrió un agujero en el
pergamino.

Granger lo estudió con una sonrisa reprimida, pero no lo censuró:

—Después de todo, las runas están predestinadas a ser talladas.

Después de algunas runas de práctica, Granger se declaró complacida.

Progresaron a los movimientos de la varita. Para evitar cualquier desgarramiento del universo u
otra molestia, Granger puso su mano sobre la de él mientras dibujaba las runas en el aire.

Su mano fue suave sobre la de él, su palma suave sobre sus nudillos.

Los primeros intentos de Draco, junto con su horrible pronunciación, fueron pobres aberraciones.
Entonces, Granger pronunció la orden rúnica con él, y eso, junto con su mano guiándolo, resultó en
el brillo de las runas doradas, suspendidas, sólo por un momento, en el aire.

Las velas parpadearon.

Granger quitó su mano de la de él para que pudiera hacerlo solo. Draco se preguntó si debería
fingir ser incompetente, pero tampoco deseaba parecer estúpido frente a ella.

Un dilema para la historia. El orgullo ganó. Lo intentó de nuevo y las runas brillaron durante un
momento más largo, y la mitad de las velas del estudio se apagaron.
El fuego, sin embargo, crepitaba alegremente. Cosita impertinente.

—Ese fue un intento muy justo —dijo Granger—. Bien hecho.

Ella lo estaba mirando con una mezcla de satisfacción y admiración, lo que complació mucho a
Draco y envió pequeños y encantadores aleteos tanto a su ego como a su ingle.

Granger, lamentablemente, decidió terminar sentada en su silla. Se levantó con un gemido y se


llevó una mano al trasero.

—Mi trasero se ha dormido.

—¿Debería masajearlo? —preguntó Draco.

—Eso estaría muy bien —dijo Granger riéndose.

No había estado bromeando, pero bueno.

Granger se estiró, bostezó y miró hacia la puerta.

Draco aún no estaba listo para dejarla ir, sentía como si acabara de recuperarla.

—¿Vas a no hacer nada?

Granger lo observó con una ceja levantada.

—Parece como si tuvieras una alternativa convincente en mente.

—He pensado en una nueva ficha de negociación, para La Computadora. Pero puede esperar.

—Estoy intrigada.

—¿Lo hice? ¡Oh, no!

—¿Qué es?

—Ven conmigo.

Salieron del estudio. Granger se colocó al lado de Draco, con algunos saltos adicionales hacia
adelante aquí y allá, dada la longitud relativa de sus pasos.

—¿A dónde vamos?

—Primero se suponía que era un regalo de cumpleaños, ya que no sabía qué regalarte, porque eres
un magnate y puedes comprarte lo que quieras, y no tenía ninguna idea más allá de un pijama
horrible y otras cosas menos "apropiadas" ... eh... De todos modos... Mabon vino y se fue y perdí el
momento. Luego quise usarlo para animarte cuando Greyback puso sus viles carteles por todo
Londres, pero estabas consumida por tu trabajo y apenas tenías tiempo para dormir...

Llegaron a un conjunto de puertas dobles.

—Ahora, dado que perdí todas mis ventanas de oportunidad, he decidido que también podría ser un
verdadero sinvergüenza al respecto y usarlo como palanca para La Computadora.

Granger exhaló un suave «¡Oh!» cuando reconoció las puertas. Se volvió hacia Draco, el comienzo
de una sonrisa en sus labios.
—Estratégico. Lo apruebo.

—Varita —dijo Draco, tendiéndole la mano.

Granger la colocó en su palma. Draco la acercó a las puertas y, con unos pocos movimientos de su
propia varita, agregó a Granger a una lista muy corta de personas a las que se les permitía ingresar
a la biblioteca Malfoy.

Abrió una de las puertas. Granger dio un paso emocionado hacia adelante, pero encontró el camino
bloqueado por su brazo.

Ella lo miró.

—¿Sí?

—¿La Computadora?

—Seré tu tutora personal hasta que hayas aprendido todo lo que tu negro corazoncito desee.

Draco sonrió. Se dieron la mano. Y, para su deleite, Granger no lo soltó después: lo empujó hacia
la biblioteca detrás de ella y lo llevó consigo mientras descubría el lugar.

Fue gratificante estar con ella mientras exploraba la biblioteca, que ocupaba un ala entera de la
mansión. Era en parte una enorme sala de lectura, en parte estanterías tradicionales, en parte un
museo personal. Las altas ventanas daban al bosque y al lago a lo largo del borde occidental de la
propiedad; una chimenea crepitaba. Las mesas de estudio y los sillones de gran tamaño se
colocaron en arreglos reflexivos aquí y allá, iluminados por lámparas mágicas.

Los jadeos de Granger continuaron siendo una enorme fuente de placer. Ella solicitó un recorrido.
Draco se lo proporcionó. Recorrieron las estanterías y las vitrinas. Granger le preguntó a Draco
sobre el sistema de clasificación, sobre la filosofía de adquisición de los Malfoy, sobre su plan de
depuración.

Había una luz suave en sus ojos.

Draco estaba exponiendo, de manera muy interesante e inteligente, pensó, sobre los principios que
guiaron sus adquisiciones y depuración, cuando notó que su mirada estaba desenfocada.

—¿Sigues conmigo? —preguntó Draco.

—Sí —contestó Granger, parpadeando.

Draco continuó.

Ella parecía somnolienta de nuevo.

—¿Hola? —preguntó Draco, molesto.

—Lo siento. Sí... Estoy aquí.

Draco decidió reprogramar la conferencia, ya que claramente no era tan fascinante como pensaba.

Granger tenía una vaga sonrisa en su rostro.

Pasaron junto a libros, tomos, periódicos y una pequeña colección de grabados y dibujos. Le
mostró la colección de cartografía. Un garabateado «Aquí hay monstruos» fue inscrito en un mapa
del siglo XVII. Draco señaló una pequeña mancha entre los monstruos marinos y dijo que era
Granger.

Pasaron por la colección de libros raros, exhibida bajo un cristal. Granger suspiró mientras
observaba los antiguos grimorios y manuscritos allí.

—¿Quién decidió poner «El libro de Din Eidyn» en no ficción? —jadeó ella, deteniéndose de golpe
cuando pasó un estante.

—Yo —dijo Draco.

—Tss —dijo Granger.

—La batalla sucedió.

—Eso está abierto a interpretación —contestó Granger, con su voz sabihonda—. La existencia
misma de ese bardo no tiene fundamento. Creo que sería mejor que lo pusieras debajo de la poesía.

—Es muy amable de tu parte compartir tu opinión, pero en esta biblioteca: l'État, c'est moi —dijo
Draco.

Granger parecía estar fomentando pensamientos de revolución.

Terminaron su recorrido. Granger encontró el sofá más cercano al fuego y se acurrucó en él, y miró
la biblioteca como quien admira una vista prospectiva de un hermoso paisaje.

—Este puede ser mi lugar favorito en toda esta propiedad.

—¿Puede ser? ¿Qué otros competirían por tus afectos?

Granger enumeró con sus dedos.

—Me gusta el pequeño salón cerca de la parte trasera de la casa, en el que estuvimos hoy, es muy
acogedor cuando Henriette enciende la chimenea; la terraza donde comimos durante el verano fue
simplemente encantadora; el jardín de rosas es un sueño absoluto, por supuesto...

Se detuvo cuando Draco se sentó a su lado.

—¿Qué hay de cierto alféizar de la ventana? —preguntó Draco.

Le tomó un momento, pero Granger entendió lo que quería decir y sus mejillas se sonrojaron.

—No estoy segura de recordar eso.

—¿No?

—No.

—Bueno, supongo que estabas soñando.

Un silencio bastante tenso descendió sobre la biblioteca.

Granger fue la primera en romperse. Ella se puso de pie de un salto.

—¿Te enseño la computadora? Iré a buscarla.

—Pero acabamos de empezar a no hacer nada —se quejó Draco.


Granger parecía como si hubiera decidido que no hacer nada era una actividad peligrosa.

—También podemos, ya sabes... Esencialmente no es nada, para mí, de todos modos. Es muy fácil.

Ella no esperó su aquiescencia y desapareció para buscar el dispositivo.

Regresó con la computadora en sus brazos y una pila de discos.

—Pareces emocionado —comentó ella mientras se sentaba a su lado.

—He estado reflexionando sobre los misterios de este artículo durante mucho tiempo.

—Podrías haberle preguntado a cualquier hijo de muggles, ¿sabes?

—No. Yo te quería a ti.

Granger le dio una mirada interrogativa mientras presionaba algunos de los botones de la máquina.

Fue encantador aprender La Computadora, porque Granger se deslizó más cerca de él hasta que sus
piernas se tocaron, equilibró el dispositivo entre ellos y luego puso su mano sobre la suya para
demostrar cómo funcionaba el «touchpad». Todo muy bonito. Ella le mostró las funciones de la
computadora: escribir, investigar, comunicarse con otros, hasta «navegar en Internet».

Internet era algo que Draco no estaba muy seguro de entender, pero Granger podía escribir cosas
como «gato» o «casa» u «oncología» en un recuadro, y aparecía información sobre las cosas, y
también imágenes. Parecía extraordinariamente útil. Una enciclopedia instantánea. Granger dijo
que todo el contenido de las bibliotecas estaba ahí.

Ella empujó la computadora hacia él para que pudiera probar el Internet. Lo primero que buscó,
con mucho trabajo de escritura, fue «tetas».

Granger soltó una risita cuando vio aparecer la palabra.

—¡Malfoy!

Draco silbó por lo bajo mientras observaba los resultados de su esfuerzo.

—Ahora dime qué es la nube y los Hackers —dijo Draco, pasándole la computadora a ella, con
cinco pares de tetas bastante agradables en la pantalla.

Granger se deshizo de las tetas (qué lástima) y explicó la nube y los Hackers. La nube era
interesante, conceptualmente. La falta de hachas u otras armas violentas de los Hackers lo
decepcionó. Granger confirmó que por lo general no había derramamiento de sangre involucrado.
Anticlimático, en general.

Cuando Draco terminó de hurgar en la computadora («traseros» y «Draco» completaron su


recorrido por Internet), se lo devolvió a Granger, quien se levantó y comenzó a guardar las cosas.

—Eso fue informativo —dijo Draco—. Ahora conozco todos tus secretos.

—Mm... Puede que haya exagerado mi mano, porque, ahora que lo pienso, no sé todos los tuyos.

—¿En serio?

Granger se movió hacia la puerta.


—Pero esta ha sido una noche esclarecedora, a pesar de todo. Gracias por darme acceso a la
biblioteca, es...

Draco también se había levantado y la bloqueó antes de que pudiera alcanzar la manija de la
puerta.

—¿Qué secreto mío te intriga?

Granger negó con la cabeza.

—Es estúpido. No te lo diré.

—Ahora necesito saberlo.

—No necesitas saberlo —dijo Granger, alejándose de él. Había una sonrisa abriéndose paso en su
rostro.

—Lo hago; vives en mi casa, me has visto completamente desnudo. Literalmente has sido yo.
¿Qué misterio persiste?

Granger se rio.

—Uno menor. —Ella dio otro paso alejándose—. Es una tontería...

Él la siguió a los estantes en los que ella retrocedió.

—Dime.

—No.

—Te arrinconaré y te hechizaré —dijo Draco.

Cumplió la primera parte de la amenaza. Después de unos cuantos pasos más hacia atrás, Granger
fue acorralada.

Ella jadeó con falsa indignación.

—¡No te atreverías!

La pequeña persecución entre los pasillos lo llenó de una inesperada oleada de endorfinas. Su
respiración se aceleró.

—Lo haría —dijo Draco.

Se acercó.

—Te enseñaría cómo se siente una verdadera pelota rota —dijo Granger.

—Puedes hacer lo que quieras con mis pelotas.

Dio otro paso hacia ella.

—No hagas promesas que no puedas cumplir —dijo Granger.

Ahora estaba contra un estante y no tenía adónde ir. Olía a peligro.

Él bajó la mirada hacia ella y ella le devolvió la mirada.


Sentía que gran parte de su futura felicidad residía en esos resplandecientes ojos.

—¿Qué secreto? —incitó de nuevo, porque si no ocupaba su boca con preguntas, podría hacer algo
idiota, como declararle una devoción eterna.

Miró hacia un lado, como si estuviera calculando una ruta de escape. Draco levantó un brazo para
bloquear el camino.

Ella miró hacia el otro lado. Draco puso un sólo dedo debajo de su barbilla y le dio la espalda.

—Eres muy insistente —dijo Granger.

—Siempre obtengo lo que quiero —dijo Draco.

Granger le puso magníficamente los ojos en blanco. Luego, cediendo al fin, se relajó contra los
estantes y le hizo señas para que se acercara.

Se acercó con deleite. Un mechón de su cabello quedó atrapado en su barba de final del día cuando
él se inclinó.

—La crema batida —le susurró Granger al oído.

—Ah —dijo Draco. Fue su turno de sonreír, más que sonreír. Él apoyó la frente en su hombro y se
carcajeó.

—Espero tu respuesta —dijo Granger, su aliento rozando un lado de su cuello.

Draco levantó la cabeza y dijo:

—Creo que eso requeriría una demostración práctica.

—La demostración es uno de los métodos pedagógicos más efectivos —asintió Granger.

—Desafortunadamente, no sería... caballeroso... o apropiado... o sabio.

Granger no parecía sorprendida.

—Qué pena.

—La tragedia desgarra mi propio ser —dijo Draco, apenas exagerando.

Granger pasó una mano por su brazo y chasqueó la lengua.

—Todavía llevas los gemelos de plata. ¿No hemos aprendido nuestra lección sobre los peligros de
los metales de transición?

—Tal vez esperábamos una repetición.

—La repetición también es un excelente método pedagógico —coincidió Granger.

—Espero instrucciones —dijo Draco, con una cantidad absurda de esperanza en su voz.

—Oh, no. Eso también requeriría una demostración práctica.

—¿Ajá?

—Tan impropio de una dama, inapropiado, insensato.


—Las mejores cosas lo son.

Granger le dio la sonrisita más adorable y peligrosa.

—Tal vez te enseñe cuando me muestres lo de la crema batida.

—Eres tortuosa y cruel.

—Gracias. ¿Puedo preguntar sobre otro secreto menor, mientras te tengo?

—Sí. —Ella lo tenía en tantos sentidos del término... que era un poco ridículo.

—¿Qué otra cosa pensaste en comprarme, aparte de los espantosos pijamas? ¿La cosa inapropiada?

Draco se tambaleó sobre su punto de apoyo.

—Eso fue... Nada —dijo, en lugar de indicar que había visitado una tienda de lencería en el
Londres muggle y había estado soñando con eso durante días.

—¿Nada? Debería empujarte contra las estanterías y tiranizarte para que respondas.

Sí; ella lo tenía. A su corazón, ese órgano estúpido e inútil, estaba repleto.

—Por favor, hazlo —susurró Draco.

Ella puso un sólo dedo en su pecho y lo hizo retroceder. No tuvo que ir muy lejos antes de golpear
el estante detrás suyo, apenas medio paso en el mejor de los casos.

Un estante se clavó en su espalda. La punta de su dedo empujó suavemente su frente. ¿Podía ella
sentir su corazón? Probablemente.

—Dime —dijo Granger.

—Mm... No.

Granger enganchó un dedo en su cuello y se puso de puntillas.

—Dime —susurró contra su mandíbula—. O si no...

Sólo unas pocas palabras dulces, y suaves amenazas, y toquecitos apenas visibles, y estaba de
vuelta en el vertiginoso remolino: la suave euforia encima suyo.

Era un tonto enamorado y enredado por Granger.

—No lo haré —dijo Draco.

¿De qué estaban hablando?

Era su turno de poner sus dedos en su barbilla. Ella atrajo su rostro hacia sí.

—Danos la menor de las pistas, entonces —dijo ella, revoloteando, mientras lo hacía, la más
mínima de las pistas de su aliento contra su boca.

—Tú eres terriblemente insistente.

—Yo también obtengo lo que deseo.


—¿Sigue siendo deseo, cuando lo que quieres está tan dispuesto a entregarse a ti? —preguntó
Draco.

—Filosofías profundas entre pasillos —dijo Granger—. Deja de intentar distraerme.

—Tú eres la que me distrae —contraatacó Draco. Sus narices se tocaron—. No tengo ni idea de lo
que estamos hablando.

—Regalos inapropiados.

—Ah, sí.

—¿Con qué debo amenazarte para revelar esta información? —preguntó Granger, buscando sus
ojos y una sonrisa en su voz.

Draco recargó su frente contra la de ella.

—Reteniendo lo que sea con lo que me estés molestando en este momento.

—Un enigma. —Ella le pasó un dedo por la mandíbula—. Difícil de retener, cuando tanto quiero
dar.

—Más filosofías para deleitar e intrigar.

Ella respiró contra su boca por un momento más. Fue un exquisito ejercicio de autocontrol no
deslizar su mano alrededor de su nuca y atraerla hacia él.

Granger se alejó unos centímetros.

—Me estoy reteniendo. Habla.

—Desalmada —dijo Draco.

—Satisface mi curiosidad y yo satisfaré estas...

—¿Estas qué?

—Estas cavilaciones filosóficas.

—Qué encantador soborno.

—¿Funcionará? Los Aurores entrenan contra esto, ¿no?

— En principio. Pero mi integridad profesional se desmorona, una vez más, ante ti.

—Oh, no —dijo Granger.

—No tienes por qué parecer tan presumida.

—Dime.

—Simplemente quería comprarte... Ropa de dormir menos fea.

—Reflexivo. No hay nada demasiado inapropiado en eso.

—Era una tienda de lencería muggle.


—...¡Ah!

—Los muggles son muy imaginativos con su ropa de dormir, ya sabes, mucho más que sus
equivalentes mágicos. Tantas cositas sin tirantes... ligueros de encaje... camisolas... encantadores
conjuntos a juego... pequeños conjuntos lujuriosos... Todo eso ocupó mis pensamientos demasiado
tiempo después.

Hubo un rubor en las mejillas de Granger.

—Te dije que era inapropiado —dijo Draco.

—Terriblemente —coincidió Granger—. Ven aquí para que pueda darte tu soborno.

Draco se inclinó.

Presionó un beso en sus labios, pero se apartó antes de que él pudiera responderle.

No fue suficiente. Nada de esto era nunca suficiente.

Quería besarla lentamente; quería apoyarla contra los estantes, levantarla y exprimir todo su deseo
contra ella.

—Debería haber negociado los parámetros para la duración e intensidad de este soborno —
reflexionó Draco.

—Probablemente sea... más inteligente así —dijo Granger.

Su mirada voló de nuevo a su boca. Luego, con un esfuerzo, apartó la mirada. Ella retorció
ociosamente uno de sus gemelos. Delicadas yemas de los dedos rozaron su muñeca.

—No me preguntaste cuál es mi lugar favorito en la mansión —dijo Draco.

—¿No lo hice? Bueno... ¿cuál es?

—Aquí.

—Es una hermosa biblioteca.

—No. Aquí, contigo.

Él tomó su mano donde ella jugaba con sus gemelos y entrelazó sus dedos con los suyos.

Ella sonrió con esa sonrisa que lo hizo volar. Ella era una luz entre las sombras, ojos brillantes,
mejillas sonrojadas, el alma tan resplandeciente.

Su corazón estaba lleno de ella: su mente, su ingenio, su magia, su ambición, su belleza, su caos.
Se sintió al borde de la caída.

Él podría amarla. Dioses, él podría amarla.

Pasó un dedo por su mejilla.

Él ya podría estarla amando, en latidos secretos del corazón, y toques robados, y miradas pesadas.

Hubo un desgarro y una disonancia, un dolor placentero cuando su mente se expandió para aceptar
lo que su corazón ya sabía.
Él ya la amaba.

Lo desgarró; sufrió en silencio. Ella, inconsciente de su calvario, giró su rostro hacia su mano,
específicamente, contra su palma. Sintió la suavidad de su mejilla, y la presión de su sonrisa.
Estaba tan lleno de anhelo que dolía. Era miserable, tan miserable.

—Te he extrañado —dijo Draco. Su voz quedó atrapada en los bordes.

La horrible sinceridad de tener su corazón en la mano lo horrorizó.

Ella, bendita sea, respondió de la misma manera.

—Yo también te he extrañado. —Había una respiración entrecortada en sus palabras, la


inestabilidad de una emoción reprimida—. Je reviens de loin. Me siento como si estuviera de
vuelta en el mundo de los vivos.

Todavía sostenía su mano, él pasó su pulgar sobre su anillo.

—Debes decirme cuando hayas recuperado tu capacidad para... complicaciones.

Ella lo miró con los labios entreabiertos y los ojos coloreados por la curiosidad.

Sintió su toque de regreso contra sus nudillos.

—Después de hoy, es posible que tenga cierto margen de maniobra.

—¿Y si fuéramos...? ¿Un poco estúpidos, entonces?

—... Seamos un poco estúpidos.

Ella deslizó sus dedos debajo de sus tirantes, donde descansaban contra sus hombros, y tiró de él
hacia ella.

Él la apoyó en los libros.

La besó lentamente, como había querido, y la levantó contra los estantes, como había querido, y
vertió todo su deseo en él.

Sus labios sonrieron contra los suyos.

Su beso fue dulce y, ¡dioses!, se sintió como amor.

Se besuquearon como adolescentes idiotas entre los sombríos pasillos. Era tan hermosa como
imaginaba que sería, apretujada contra los libros.

Su cabello se soltó. Él la inhaló por los pulmones, por el corazón. Sus pequeños dedos buscaron
algo a lo que aferrarse, se deslizaron por sus bíceps, fueron a sus hombros y luego encontraron su
cuello.

Había tanta belleza en todo eso: su boca siguiendo el ritmo de sus lentos besos, la ligereza de ella
en sus brazos, sus jadeos. Fue un éxtasis, mágico. Quería decirle que lo tenía, que era suyo y él la
quería a ella.

Él la amaba, y besó esta realización en su cuello. Estaba mareado, enfermo, flotando en ello.

Sonó el gong de la cena.


Después de las estupideces -hermosas, brillantes, magníficas estupideces-, Draco descubrió que
había amor en todo lo que hacía. Estaba en la puerta que él le mantuvo abierta cuando salieron de
la biblioteca, en el roce de su hombro contra el de ella en el corredor, en cómo la acompañó al
comedor.

Había desesperado amor cuando él se detuvo para que ella le arreglara el cuello. Hubo tierno amor
cuando él le acercó la silla. Fue un doloroso amor al servirle una copa de vino. Cuando él, como
un ridículo, se estiró para empujar un rizo de su cabello detrás de su oreja, estaba destrozado por el
amor.

Se burló de ella por sus pequeños bocados porque la amaba. La amenazó con robarle el último
profiterol porque la amaba. Fue el por qué la siguió a las criptas, el por qué luchó contra las ciervas
en los pantanos: fue por qué besó su cicatriz.

Y esa atracción... Esa fuerza gravitacional, l'appel du vide, fue enamorarse, una y otra, y otra vez.

Al pie de la escalera, después de la cena, estaba el temeroso amor en su «Buenas noches»,


replegándose sobre sí, tratando de mantenerse en secreto.

Su «Duerme bien» sonó como «Ven aquí y bésame de nuevo».

Mientras subía las escaleras y él la observaba subir, cada paso que daba para alejarse de él era un
dolor de cabeza.

Se pasó la mano por el cabello y miró las escaleras vacías.

Él la amaba. Estuvo en cada abrazo, en los vuelos debajo de las estrellas, en cada enfrentamiento,
en los secretos bailes, en darle cosas, en salvarla, en la entrega de pañuelos, en los accidentales
toques, en las disputas sobre los apellidos con guion, en los picnics borrachos, en todas las tazas de
té acompañados: él la amaba.

Ella le hizo comprender la palabra.

Chapter End Notes

Bueno, así se siente la felicidad al finalmente traerles mi capítulo preferido.

¡Nos vemos el próximo sábado!

Un beso,

Paola
Peligros del heroísmo
Chapter Notes

Nota de la autora: Nunca, en más de 20 años de escribir, produje un capítulo tan


hilarante y dramático, al mismo tiempo, como éste.

See the end of the chapter for more notes

Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse

"Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love"

De Isthisselfcare

Beteado por Bet

**~**~**
**~**~**

El notable Auror Draco Malfoy estaba enamorado de su Principal.

No todo estaba bajo control y no todo estaba bien.

La angustiosa comprensión de Draco hizo que las cosas fueran insostenibles en dos frentes. Así
que, se levantó de la cama a la mañana siguiente con dos objetivos, los cuales lo llenaron de
diferentes tipos de pavor.

Primero, dado que esto ya no era Reprimible, Equilibrable, ni remotamente estaba Bajo Control,
necesitaba hablar con Tonks y renunciar formalmente a la asignación de Granger.

En segundo lugar, habiéndose liberado de las ataduras de su relación profesional, iría a Granger y
desnudaría su angustiada alma ante ella.

Y, si eso iba bien, formó el vago objetivo terciario que implicaba besarla hasta exprimirla.

(También acostándose con ella hasta el último centímetro de su vida. Pero primero, los besos; él
era un caballero.)

Draco llegó a la oficina esa mañana, bueno, en algún punto de la mañana, y encontró a Potter
preparándose para una actualización del GUAT. Le preguntó a Tonks si podía hablar con ella
después de la reunión. Ella lo miró inquisitivamente, asintió y luego le hizo un gesto para que se
sentara; Potter estaba a punto de comenzar.

Mientras Potter enumeraba algunos de los éxitos limitados del GUAT esa semana, Draco ensayaba
el discurso que le daría Tonks. Él le expondría que estaba aceptando su anterior oferta sobre dejar
la asignación de Granger. Insistiría en que Granger se quedara con el anillo, pero se retiraría de la
asignación en cualquier capacidad oficial. Sugeriría que Granger se quedara en la mansión después
de su renuncia, ya que seguía siendo el lugar más seguro para ella.

Tonks estaría en su derecho de presionarlo sobre la sabiduría de hacerse a un lado en este momento
bastante crítico, y, si lo hiciera, él actuaría con calma. No era nada, de verdad, sólo un problema
menor, que apenas valía la pena mencionar. ¿Qué problema? Oh, sólo que estaba, ya sabes,
enamorado de Hermione Granger. Probablemente lo había estado durante unos meses. Actualmente
estaba retorciéndose en la magnífica soberbia al respecto. ¿Tonks tenía un bote de basura en su
oficina? Él podría vomitar.

Potter y Weasley ahora estaban presentando fotos de fichas policiales de presuntos miembros de la
manada. La rodilla de Draco se sacudió. Si pudieran seguir adelante, sería maravilloso, para que él
pudiera acelerar esta espantosa confesión y arrastrarse hacia algún lugar oscuro y solitario para
morir como un animal.

De repente, el anillo cobró vida en su dedo. El ritmo cardíaco de Granger alcanzó un nuevo pico,
hubo una ola de pánico que resonó, luego ardió la baliza de socorro.

Todos miraban a Draco, quien se había puesto de pie de un salto, con varita en mano.

—Granger —jadeó.

Ahora todos se levantaron: Tonks, Potter, Weasley, Humphreys, Buckley, Brimble.

—¿Qué es? ¿Dónde está ella? ¿Qué ha pasado?


Pero ahora, a través del anillo, Draco sólo sintió vacío. Su intento de Aparecerse resultó
infructuoso... No hubo respuesta del anillo de Granger; no sabía adónde ir.

Miró su mano con lenta comprensión.

—La tienen. Le han hecho algo al anillo, lo han inutilizado o lo han destruido.

Maldiciendo, Draco lanzó su encantamiento de rastreo. Un mapa apareció ante él, en el que
brillaban las horquillas de Granger. Recorrió los lugares mientras los preocupados Aurores se
apiñaban a su alrededor... San Mungo, Trinity, su cabaña, la mansión...

—Allí —dijo Brimble, señalando un grupo de puntitos en Escocia—. Las Hébridas Exteriores.

Draco levantó su varita para Desaparecerse hasta allá, pero Tonks bajó su brazo.

—Guárdate la heroicidad, Malfoy. ¿Vas a aparecerte hasta la maldita Escocia? No seas estúpido.
Danos un segundo para diseñar una estrategia antes de que todos saltemos a nuestras malditas
muertes.

A Draco no le importó ninguna maldita muerte en este momento excepto la de Granger, y deseaba
prevenirla con la suya propia, si era necesario. Potter y Weasley se empujaron por sus varitas,
luciendo tan desorbitados como él.

Tonks asomó la cabeza fuera de la sala de conferencias y llamó a Montjoy y Goggin.

—Prepárense y traigan sus culos aquí. —Cuando Montjoy y Goggin se acercaron, ella preguntó—.
¿Quién estaba de servicio con Hermione en el laboratorio?

—Fernsby —dijo Weasley.

—Humphreys con Montjoy, al laboratorio. Ve qué le pasó a Fernsby. Brimble: llama a todos los
Aurores y agentes disponibles del DALM. Todos ustedes únanse a nosotros tan pronto como
puedan. Tengo la sensación de que estamos a punto de entrar en la guarida de los hombres lobo.

—Correcto.

—La red flu más cercana es Leverburgh —dijo Brimble, señalando el mapa.

Se amontonaron en el pasillo hacia la chimenea de la Oficina de Aurores. El corazón de Draco


retumbaba en su garganta, en su boca.

Mientras pasaban corriendo por la oficina de Tonks, una figura corpulenta apareció en su reflector
de enemigos. Tonks le hizo un gesto grosero a Greyback.

—Siguen las Desilusiones —dijo Tonks, golpeándose la cabeza con la varita. Todos hicieron lo
mismo y entraron a la red flu.

Un posadero confundido en Leverburgh escuchó a un grupo de personas Desilusionadas salir de su


chimenea. Antes de que pudiera siquiera ofrecerles una pinta, sacudieron su cristalería con las
explosiones de sus Desapariciones y se fueron.

Los Aurores se Aparecieron en la pequeña isla entre las Hébridas Exteriores que había brillado en
el mapa de Draco. Se materializaron en un trozo de costa plano y verde. No había nadie a la vista.
Draco no estaba sorprendido: había sentido que su Aparición fue forzada a desviarse de su curso
por una Protección Anti-Aparición.
En su cabeza, había un coro de voces gritando: ¿Dónde está ella? ¿Dónde está ella? ¿Dónde está
ella?

Nada de nada del anillo.

Lanzó hechizos de detección hacia el centro de la isla mientras los Aurores se equipaban con
hechizos de protección y desviación.

Las cosas tomaron un giro desafortunado.

—Parece que son trescientos, si no más —dijo Draco mientras las figuras se iluminaban más allá.

—Maldita sea —dijo Weasley, al mismo tiempo que Potter escupía: «Mierda», y Tonks decía:
«Carajo».

Draco volvió a lanzar su hechizo de rastreo. En esta proximidad, el hechizo pudo producir un mapa
más detallado, que mostraba a Granger en el centro de una especie de depresión en forma cóncava
en el terreno, limitada alrededor de la periferia por una alta colina.

—¿Protecciones? —preguntó Tonks.

—Lo de siempre —dijo Draco—. Anti-Aparición y alarmas, a lo largo de la colina y alrededor de


este hueco. Tonks, ella está en el medio de todo, vamos a necesitar una distracción.

—Encárgate de las protecciones. Buckley, Goggin, ustedes son la distracción. Creen un incendio
desde el borde occidental.

Tonks se concentró en su transformación. A través de la Desilusión, Draco vio que sus rasgos se
hacían más pequeños y sus anchos hombros se volvían más estrechos. Ahora estaba mirando a una
Granger Desilusionada.

—Ese es un juego peligroso —dijo Goggin, sacudiendo la cabeza.

—Brillante —exclamó Potter.

—Potter, Malfoy, Weasley, conmigo —dijo Tonks—. Protocolo de infiltración de Tambling:


vamos por Hermione. Si podemos sacarla juntos, lo haremos. Si no podemos, tomaré su lugar.
Tienen que sacarla antes de que se den cuenta del intercambio. Envíen chispas cuando esté a salvo,
entonces podremos divertirnos un poco.

Draco se colocó sobre las protecciones en la parte superior de la colina. Desarmó un hueco lo
suficientemente grande para que los Aurores pasaran.

Las formas Desilusionadas de Goggin y Buckley corrieron hacia la izquierda.

Desde su nueva posición ventajosa dentro de las protecciones, Draco podía ver el desorden que les
esperaba: fácilmente trescientos hombres lobo. Probablemente toda de la manada restante de
Greyback: eran los fanáticos, los verdaderos creyentes. Estaban de pie o en cuclillas, observando
algo en el centro de la multitud.

En medio de todos ellos, atada a una enorme roca, estaba Granger. Todavía vestía su bata blanca de
laboratorio.

Draco fue invadido por el deseo de correr y comenzar a maldecir. La mano de su varita
Desilusionada se sacudió.
Tonks vio el movimiento. Le pellizcó el brazo justo por encima del codo.

—¿Qué pasa contigo? —susurró ella—. Harás que la maten. Llévame a ella.

Granger apenas parecía consciente. Su cabeza colgaba. Weasley maldijo por lo bajo.

¿Cómo diablos habían llegado a Granger? Ella había estado en el laboratorio. Draco quería
desesperadamente decirle que estaba ahí. Habían pasado apenas como cinco minutos desde que
había girado el anillo.

Los cuatro Aurores se abrieron paso entre la multitud, Desilusionados. Con sus más fuertes No-
Me-Notas, estaban suprimiendo la habilidad de los hombres lobo para percibirlos. Si alguien notó
algo, un doble vistazo, un olfateo al aire, fueron golpeados por un
silencioso Confundus u Obliviate.

Mientras se acercaban al centro del grupo, pudieron escuchar la voz ronca de Greyback escupiendo
un discurso de regodeo a Granger. Gracias a los dioses, gracias a los dioses que era lo
suficientemente estúpido, lo suficientemente arrogante como para regodearse.

—Deberías haber elegido otra cosa para curar, ¿no? —llegó el sonido de su voz, aún más áspera
ahora que durante la guerra—. ¿Parezco que necesito curarme? Mírame, niña. ¿Hay algo mal
conmigo? ¿No vas a decir nada?

Draco no había lanzado una Imperdonable desde la guerra. Por el momento, la maldición asesina
parecía una opción razonable. ¿Qué le importaba su alma, cuando la sucia mano de Greyback
estaba debajo de la barbilla de Granger?

Draco iba a matarlo.

Tenían por lo menos otros diez metros por recorrer antes de que estuviera dentro del alcance. La
multitud se hizo más densa. Draco perdió de vista las formas Desilusionadas de Potter y Weasley.
Tonks estaba a su lado.

¿Cuánto tiempo se regodearía Greyback? Podría partirle el cuello en cualquier momento entre el
ahora y el intercambio.

Greyback comenzó a alejarse de Granger, eso fue una bendición y una maldición. Cada paso lo
alejaba más de ella, pero también la dejaba fuera del alcance de Draco.

Caminó entre su manada, deleitándose con su victoria, preguntando a sus hombres si sentían que
necesitaban curarse. ¿Tenía una pequeña sanador aquí si así lo deseaban?

Con cuidado, con mucho cuidado, los Aurores se abrieron paso a través de la línea del frente y se
acercaron sigilosamente a la roca donde estaba atada Granger.

Llegó la distracción.

Tonks no había pedido ser sutil. Un terremoto retumbó bajo los pies de Draco, luego se escuchó el
sonido de una explosión. Draco sintió el calor de eso, un viento abrasador en su rostro. Parecía que
Goggin y Buckley habían creado un Bombarda a escala volcánica completamente nueva y habían
decidido acabar con tantos hombres lobo como pudieran en el proceso.

Mientras los hombres lobo se dispersaban en confusión, los Aurores Desilusionados flanquearon a
Granger.
Greyback, sin darse cuenta de la compañía, señaló a un grupo de hombres.

—Ustedes, cuiden a la chica. —Corrió hacia la explosión con un gruñido—.


¿Cómo diablos supieron en dónde estamos? Destruí ese maldito anillo. ¿Cuántos hay?

Las figuras de Potter y Weasley avanzaron hacia los vigilantes para detenerlos si era necesario
mientras Draco y Tonks completaban el intercambio.

Draco se arrodilló junto a Granger, en lo que parecían las cenizas húmedas de un fuego extinguido.
Desarmó algunas protecciones de alarma lanzadas apresuradamente.

Granger miró sus ubicaciones aproximadas con los ojos entreabiertos. Tenía un labio partido y
marcas en la cara que hablaban de golpes. Algo andaba mal con una de sus manos, porque sus
dedos estaban rotos o dislocados, pensó Draco. Quizá lo provocó alguien al arrancar violentamente
su anillo.

Su rabia fue embriagadora.

Él la controló.

Tonks se sentó junto a Granger. Su Desilusión se estremeció cuando hizo una copia de la ropa de
Granger.

Los vigilantes estaban distraídos, ocasionalmente miraron hacia su rehén mientras se esforzaban
por ver qué estaba causando las erupciones al otro lado del campo.

Draco cortó las ataduras de Granger y las reemplazó con dobles ilusorios atados al pecho de Tonks.
Él desilusionó a Granger justo cuando Tonks canceló su propia Desilusión.

Granger fue apartada de la roca. Tonks se deslizó en su lugar, su varita pegada a su pierna.

Justo a tiempo: dos de los vigilantes se habían dado la vuelta para ver cómo estaba la mujer que se
parecía a Granger.

La verdadera Granger, invisible, estaba inerte en los brazos de Draco. Draco susurró Gravitas
Penna. Él colgó su cuerpo casi ingrávido sobre su hombro como "un saco de papas de Granger"
para mantener libre el brazo de su varita.

Dos vigilantes se acercaron demasiado a la roca de Potter y Weasley. Draco vio que sus ojos se
desenfocaban cuando fueron golpeados por un Confundus cada uno.

Otro vigilante les dijo algo y no recibió más respuesta que gorgoteos.

—¡Ey! —llamó a otro—. ¿Qué diablos está mal con...?

Estaba aturdido.

—Ve —vino el agudo susurro de Tonks.

Los vigilantes restantes gritaron alarmados.

Siguiendo las instrucciones de Tonks, Potter y Weasley flanquearon a Draco para acompañar a
Granger fuera de la refriega, atrayendo la menor atención posible. Draco sintió que Potter
refrescaba su encanto No-Me-Notas.

Todos miraron hacia atrás, a Tonks, odiando dejarla tan expuesta.


El interruptor había funcionado. Los vigilantes restantes tomaron posiciones junto a Tonks-
Granger, con las varitas en alto, pero ni por un momento consideraron si esta mujer era alguien más
que la verdadera Sanadora Granger.

Otra explosión sacudió el campo. Los hechizos zumbaban ahora en el cielo en dirección a Goggin
y Buckley.

—¿Estamos seguros de que ninguno de nosotros debería quedarse con Tonks? —preguntó Weasley
mientras caminaban, lenta y cuidadosamente, entre hombres lobo que corrían.

—Ella todavía tiene su varita... nos lanzará un Confrigo si no hacemos lo que dice —dijo Potter.

Draco ciertamente no se quedaría. Tenía la carga más preciosa del mundo sobre su hombro, y su
único objetivo, ahora, era salir de aquí sin ser detectado. La repentina muerte de Greyback podía
esperar.

Casi fueron atropellados por un grupo de hombres lobo que corrían hacia los vigilantes. Potter y
Weasley lanzaron un Depulso, sacándolos del camino, y luego los petrificaron a todos.

Oyeron a los vigilantes gritar órdenes para buscar a quienquiera que hubiese aturdido y confundido
a sus colegas en la roca.

—Mierda —resopló Potter, enviando otro Confundus sobre su hombro hacia una bruja que
intentaba investigar a sus camaradas caídos.

—Casi llegamos —dijo Weasley.

Draco lanzó un Flipendo a otro corredor que se acercó demasiado.

Estaban a mitad de camino en la colina. Desde allí, pudieron ver a Goggin y Buckley y, gracias a
los dioses, a los recién llegados Humphreys, Montjoy y Fernsby, y a una docena de otros Aurores y
agentes del DALM con ellos, que se unieron al enfrentamiento en el lado occidental de la
depresión.

Sin embargo, el rastro de Petrificaciones y Aturdimientos de los tres Aurores había sido notado. Ya
no podían avanzar libremente entre el caos. Estaban siendo buscados. Ráfagas de Finite
Incantatem y Homenum Revelio se entrecruzaron a su alrededor, que se desviaron cuando era
imposible esquivarlas.

Weasley fue alcanzado, se Desilusionó nuevamente y entró en un combate con cuatro hombres
lobo.

Explosión. A Draco no le gustó esto ni un poco.

—Sigue adelante —dijo Potter—. Él puede cuidarse solo, tenemos que sacarla de aquí.

En la cima de la colina, ahora se encontraba una hilera de hombres.

Detrás de ellos, una bruja estaba reparando el desgarro en las protecciones que Draco había hecho.
Algo en su rostro agrio le resultaba familiar.

La mano de Potter encontró el hombro de Draco. Draco dejó de moverse. Potter tenía razón:
estaban demasiado superados en número y Draco llevaba una carga demasiado preciosa para
intentar una confrontación directa aquí.
Otra explosión de Goggin-Buckley detonó.

Draco y Potter dieron media vuelta y retrocedieron por la colina, con la esperanza de encontrar un
lugar más adelante para abrir las protecciones nuevamente.

Cometieron el error de mirar hacia Tonks; Greyback estaba a su lado, rodeado por una docena de
hombres, y parecía estar preparándose para arrancarla de la roca y... sólo los dioses sabían qué
más.

Un Finite Incantatem voló en su dirección.

Potter fue golpeado.

Draco lanzó un Depulso a Potter, arrojándolo fuera del camino de una maldición chisporroteante.
Bajó por la colina alejándose de los hombres lobo que ahora estaban convergiendo sobre Potter.

La única ventaja de ser superados en esta pelea era que los hombres lobo no podían Desilusionarse
sin correr el riesgo de golpearse unos a otros mientras rodeaban a su enemigo.

Potter se Desilusionó de nuevo, desapareció de la vista y se puso en modalidad seria.


Su Reducto arrojó a los hombres de Greyback, con o sin todas sus extremidades.

Draco decidió que Potter también podía cuidar de sí mismo y continuó su búsqueda desesperada
por un lugar tranquilo en el perímetro de las protecciones Anti-apariciones, donde pudiera dejar a
Granger y abrirse paso.

Envió un Patronus hacia Goggin y a los refuerzos recién llegados, pidiendo ayuda en este extremo
del campo. El Borzoi se alejó corriendo en un halo plateado.

Granger se removió contra su hombro.

—Estás bien —dijo Draco—. Te tengo, casi estamos afuera.

—Varita —dijo Granger.

Draco estaba reacio a separarse de la suya. Vio a un mago petrificado y murmuró:

—Accio varita.

Una varita robusta voló hacia la mano de Draco.

—Bájame —dijo Granger—. Puedo caminar.

—¿Estás segura?

—S-Sí...

Por lo que Draco pudo ver bajo la Desilusión, Granger estaba aturdida. Miró hacia la roca donde la
habían atado.

—Oh, lo han apagado... Por supuesto que lo han hecho, eso habría sido muy, muy sencillo, ¿no?

—¿Apagarlo? ¿Apagar qué?

Granger se quedó en silencio. Ella se estaba auto-curando. Draco vio su mano Desilusionada
lanzando hechizos hacia su cabeza, su mano, y a uno de sus tobillos.
—¿Cuántos hay? —preguntó Granger con voz débil.

—Trescientos. Vienen refuerzos, pero somos muy pocos. Estoy buscando un lugar para sacarte de
las protecciones Anti-apariciones. Se han dado cuenta, ahora han colocado un perímetro de
hombres a lo largo de las protecciones. Vamos a tener que luchar antes de que podamos llevarte a
un lugar seguro.

—Hay demasiados de ellos —dijo Granger, mirando alrededor con una desesperanza que coincidía
con la del corazón de Draco que no se había atrevido a reconocer.

Potter y Weasley se habían juntado y estaban causando una turbulencia bastante fuerte entre los
hombres lobo, más abajo de la colina. Una maldición se dirigió hacia Draco y Granger. Lanzó
un Protego para desviarlo.

El Protego fue visto. La fila de magos en la cima de la colina comenzó a caminar lentamente hacia
Draco y Granger, cruzando el suelo ante ellos con maleficios.

Debajo de ellos, se desató una batalla a gran escala, mientras los Aurores y los agentes del DALM
intentaban avanzar hacia ellos.

Estaban atrapados.

—Mierda —siseó Draco.

—Necesito hacer un fuego —dijo Granger.

—No. Tienes que salir de aquí, no hacer malditos fuegos...

—¿Salir cómo? Estamos rodeados. —La forma desilusionada de Granger se arrodilló en el suelo
—. Dame tres minutos y haré que se arrepientan de haber nacido.

Los magos que se acercaban desde arriba ahora estaban demasiado cerca y eran demasiado
numerosos para su comodidad.

—Maldito infierno —dijo Draco—. Tres minutos.

Además, él haría que se arrepintieran de haber nacido primero.

Lanzó un denso Caeli Praesidium sobre Granger, canceló su Desilusión para atraer el fuego
enemigo hacia él y luego se puso a trabajar.

Debajo de la protección plateada, Granger encendió su fuego.

A los primeros tres hombres lobo que se acercaron a Draco, les arrancaron la garganta. Un vórtice
de cuchillos conjurados atravesó a los dos siguientes, y las flechas arcanas impactaron en el pecho
del siguiente. Cada brazo de varita levantado hacia Granger se encontró con un Immobulus y, si
Draco tenía tiempo, el estallido de una detonación para librar al mago de su problemático
miembro.

Potter y Weasley intentaban acercarse a él, pero estaban rodeados por una multitud de hombres
lobo.

Las maldiciones fueron lanzadas hacia Draco, paradas y contrarrestadas con asfixia, ruptura o
desmembramiento.

La primera Imperdonable fue lanzada: una maldición asesina justo a sus pies.
El hombre responsable fue decapitado.

Draco estaba empezando a llamar la atención. Había demasiados oponentes y venían más. No
podía usar su Legeremancia, no podía lanzar encantamientos de deserción, ni elaborar estrategias.
Sólo tuvo tiempo de reaccionar. Una maldición alcanzó la protección plateada y rebotó
inofensivamente en ella. Nunca debió haber llegado a la protección; Draco debió haberlo desviado.

Sintió el comienzo del pánico, no por él, sino por ella. Su reparto se volvió apresurado,
imprudente.

Esta era la razón por la que se prohibían las cosas entre los Aurores y sus Principales.

Otra maldición asesina brilló hacia él. Draco convocó a un hombre lobo para recibir el golpe y
luego arrojó a su atacante por la cresta.

Potter y Weasley lograron abrirse camino a través de su círculo de enemigos con


un Reducto conjunto y acudieron en ayuda de Draco.

—Está haciendo algo con el fuego... ¡Laceratio! ¡Suffocatus! Ella... necesita tres minutos...

—Le daremos tres minutos —jadeó Potter—. ¡Depulso!

Un par de hombres lobo fue volado. Tres más lo reemplazaron.

—¡Suffocatus! ¡Scindo! —exclamó Draco, lanzando una maldición de asfixia y un corte de


garganta hacia dos de ellos.

Weasley golpeó al tercero con una bola de fuego naranja.

—¿Qué va a hacer con el fuego?

—Ni idea... ¡Expulsis Visceribus! ...Confío en que será espectacular...

Una docena de hombres lobo se separaron de una pelea de abajo y comenzaron a escalar la cresta
hacia ellos.

—Son demasiados —dijo Potter, viendo al grupo.

—Reduce sus números antes de que se acerquen demasiado —jadeó Weasley a Draco.

Weasley y Potter se colocaron a la defensiva a ambos lados de la protección plateada de Granger.


Draco odiaba confiar en ellos, pero, con esa multitud viniendo hacia ellos, no tenía elección. Se
Desilusionó y bajó por la colina.

Lanzó dos Bombardas para ablandar al grupo. Después, con la varita en una mano y el cuchillo en
la otra, estuvo entre ellos. Su varita encontró gargantas, su cuchillo presionó ojos y los puntos
blandos debajo de sus barbillas. Era un torbellino Desilusionado cuyo paso sólo estaba marcado por
entrañas y chorros de sangre.

Ni uno solo logró subir la colina.

Volvió a trepar hasta Potter y Weasley. Los comienzos del inminente temblor por agotamiento
mágico estaban creando estragos en él.

—Un minuto —dijo Potter.


Alrededor de Potter y Weasley, una pequeña muralla de cuerpos de hombres lobo había comenzado
a formarse mientras Draco estaba ocupado con su carnicería.

Debajo de ellos, Tonks, aún disfrazada de Granger, atraía la atención de Greyback y su séquito.
Estaba bailando, causando estragos con explosiones, arrojando Depulso al suelo para alejarse de
ellos y guiándolos en una alegre persecución por el campo de batalla. Draco la vio retroceder y
caer, vio, con un escalofrío de miedo, a Greyback cerniéndose sobre ella; luego, le plantó una bota
de combate en la entrepierna y salió corriendo de nuevo, esquivando hechizos y riendo, y Draco
recordó que ella también era una Black tanto como una Tonks.

Buckley se había reunido con Tonks y estaba actuando como su retaguardia, defendiendo a la
supuesta Granger por todo lo que valía.

Greyback miró hacia la cresta. Vio la protección plateada, se llevó la varita a la garganta y, con una
voz mágicamente amplificada, ordenó a sus hombres que destruyeran: «Lo que sea que estén
haciendo debajo de esa cosa».

Una nueva ola de atacantes se abalanzó sobre los tres Aurores en la cima de la colina.

Estaban, ahora, bajo una tormenta de hechizos. La protección fue golpeada repetidamente, pero
desvió cada hechizo con un ping metálico. Debajo, Draco podía escuchar a Granger jadeando un
largo encantamiento. El fuego parpadeó entre los poliedros.

La nueva ola de atacantes estaba fresca y contaba con unas dos docenas. Los Aurores cambiaron a
una defensa desesperada, de espaldas a la pared, que formaba un triángulo alrededor de Granger, y
estaban incapaces de hacer más que desviar. Utilizaron los cuerpos de los hombres lobo para
absorber las maldiciones asesinas que se interpusieron en su camino.

Potter fue golpeado por algo que lo conmocionó y lo lanzó contra un grupo de hombres lobo; el
lanzó una Bombarda cuando aterrizó. El aire apestaba a carne quemada.

Draco sintió que una maldición cortante partía su cuello. Cayó de rodillas junto a la protección,
agarrándose la garganta, luego sintió el sello del corte tan rápido como se había abierto.

Granger.

Cinco hombres lobo que se acercaban, desaparecieron ante sus ojos.

Aparecieron cinco gusanos en el suelo donde habían estado.

Draco los pisoteó.

Sintió que el temblor del agotamiento mágico amenazaba su encantamiento cuando arrojó
un Depulso a otro hombre lobo.

Una runa grande y brillante emergió del interior de la sala y flotó hacia una fila de hombres lobo
que se acercaba desde arriba. Draco escuchó una orden. La runa se disolvió en una fina niebla
dorada.

Los hombres de Greyback parpadearon entre la niebla y luego corrieron en ayuda de Potter.

Ética invertida.

Tonks-Granger lo estaba haciendo demasiado bien contra Greyback debajo de ellos. Él era un
duelista brutal con el que pocos podían enfrentarse, ciertamente no lo haría una Sanadora que había
estado en combate activo por última vez hacía quince años.

Greyback, deteniendo hechizos, con el rostro ensangrentado, miró hacia la protección plateada, a
Draco, Potter y Weasley colocados a su alrededor, y finalmente se dio cuenta de que la Granger que
estaba persiguiendo, que estaba enfrentando cada una de sus maldiciones con una propia, no era
Granger.

Lanzó una maldición asesina hacia Tonks, quien la esquivó.

—Esta no es la maldita Sanadora. Acábenla.

Luego, con un grito lleno de rabia, trepó por la colina hacia ellos.

La barrera plateada alrededor de Granger comenzó a parpadear. Draco le dijo a Weasley que lo
cubriera y, jadeando, se preparó para lanzar la agotadora cosa de nuevo.

Weasley fue atacado por tres maldiciones a la vez. Desvió dos, la tercera lo golpe. Él cayó.

Había demasiados de ellos.

La figura Desilusionada de Granger ahora estaba inclinada sobre Weasley. Draco escuchó un
encantamiento de curación. Se giró para gritarle que regresara a la seguridad de la barrera, pero la
protección parpadeó por última vez.

Ahora, donde había estado la protección, había una fogata. ¿Qué tenía de especial este maldito
fuego? Draco no pudo decirlo. Un círculo de runas brillaba en su base. Draco sabía lo suficiente
sobre runas para leer las magias de protección allí... Inextinguible.
Increíble arte de gingerhuneybee

Necesitaba lanzar la protección sobre Granger de nuevo, era la única razón por la que aún no había
sido golpeada por un Finito y ser descubierta.
Había demasiados de ellos. Él necesitaba tiempo.

Potter exclamó:

—¡Cuidado! —Y lanzó un Protego hacia Draco. Desvió una maldición, pero otra la siguió.

Potter fue derribado.

Había demasiados de ellos.

Un maleficio empujó lejos la varita de Draco de su mano.

Otra maldición voló directamente hacia Granger, donde se arrodilló sobre Weasley.

Draco estaba demasiado lejos para sacarla del camino y él no tenía su varita.

No tenía elección, ni siquiera había una elección qué hacer. Se interpuso directamente.

La escuchó jadear «¡No!»

Ahora él cayó, una maldición paralizante sobre sus extremidades, la sangre goteando de su boca,
en una pesadilla viviente, mientras Greyback, cojeando y sangrando, subió por la colina.

El puñado de hombres lobo aún bajo la influencia de la runa ética invertida se lanzó contra
Greyback. Se echó hacia atrás sorprendido, luego luchó contra ellos con la ayuda de los hombres
detrás de él.

—Mantén ocupados a los de abajo —ladró, señalando hacia el campo—. Voy a terminar esto.
¿Dónde está la maldita chica? Sé que está aquí arriba con estos imbéciles...

Draco, Potter y Weasley normalmente habrían merecido una maldición mientras estaban abatidos,
pero no eran de interés para Greyback con Granger ahí. Una explosión de Finite Incantatem agitó
el suelo a su alrededor.

Granger fue expuesta, agarrando una varita con su temblorosa mano.

Acababa de terminar de lanzar algo directamente a Greyback. El movimiento lateral de su brazo


parecía haber activado un hechizo de rastreo.

Ella también estaba exhausta; colapsó sobre sus rodillas y su varita se cayó de su mano.

El silencio cayó mientras todos esperaban que sucediera algo.

Iba a ser extraordinario. Draco, paralizado, impotente, sabía que iba a serlo. Sería... Una enorme
explosión; una Transformación multitudinaria; invocar al maldito Voldemort; abrir las puertas del
infierno; cualquier cosa... Lo que fuera.

El fuego detrás de Granger crepitaba alegremente, inocuo, como si fuera el subproducto de


un Confrigo al azar en el campo de batalla y no el fuego más caro que jamás se hubiese encendido.

Los hombres lobo se miraron unos a otros.

No pasó nada.

Uno por uno, los hombres lobo comenzaron a reír.


—¿Eso es todo? —se burló Greyback, mostrando sus largos dientes amarillos con deleite—. ¿Eso
es lo que hizo la Extraordinaria Granger? ¿Tan inteligente que hizo... una fogatita?

Hubo más risas.

Greyback sacudió su varita hacia el fuego para extinguirlo. Alguien más echó un Aguamenti. El
fuego crepitó.

Debajo de Greyback, los sonidos de una escaramuza subieron por la colina. Draco escuchó la voz
de Tonks, Goggin y Buckley. Más rápido, Tonks, por el amor de dios.

Más hombres de Greyback intentaron apagar el fuego, sin éxito. Greyback le escupió.

—Déjenlo. —Se volvió hacia Granger—. Cuando todo esto termine, niña, y me haya ocupado de
tus amigos de allá abajo, voy a asar lo que quede de ti en tu fogata y te comeré.

Más gritos flotaron desde abajo.

Greyback miró por encima del hombro y comenzó a rodear a Granger.

—Tendremos menos tiempo juntos de lo que quería, pero voy a disfrutar cada uno de tus gritos.

Él apuntó su varita hacia ella. Draco conocía esa postura: se acercaba un Crucio.

Granger, manchada de sangre, temblando por su agotamiento mágico, lo miró fijamente. Ella no
tenía miedo. Su desdén era magnífico.

Antes de que Greyback pudiera lanzar algo, hubo un estremecimiento de magia.

El fuego detrás de Granger se volvió verde. Un tipo específico de verde: del verde del flu.

Granger sonrió.

Entonces hubo un sonido sibilante. Los hombres lobo corrieron de nuevo para apagar el fuego,
pero ahora estaba siendo alimentado en el otro extremo, y se duplicó, luego se triplicó y terminó
quintuplicándose en tamaño.

Figura tras figura vestida de negro salió disparada del fuego y giró hacia arriba. Docenas y docenas
de ellas montadas en escobas, cacareando estridentemente.

La sonrisa de Granger se volvió peligrosa, satisfecha de sí misma, del tipo que un Nundu podría
sonreír, justo antes de diezmar un pueblo entero.

Gritos de risa salvaje llenaron el aire.

Las monjas habían llegado.

**~**~**

Chapter End Notes


¡AAH! ¿Monjas? ¿Qué está pasando?

Es mi placer informarles que hemos terminado de revisar y traducir los últimos tres
capítulos y mientras tanto, le daremos una ligera corregida a todo el fic, detalles
menores, algunos dedazos que como humanas, se nos han ido a lo largo de la historia.

Y bueno, sin más, les dejo el calendario de actualización para la última parte:

34.- sábado 2 de septiembre

35 y 36.- sábado 9 de septiembre

Y así, queridos lectores, llegamos a la antepenúltima actualización de este hermoso


calvario. *Se pone a llorar una vez más*

Con amor,

Paola
Deus Ex Machina
Chapter Notes

Como un regalo, a las monjas se les permite ser desquiciadas. Disfruta el homenaje a
Orgullo y prejuicio(2005) en la última parte del capítulo.

See the end of the chapter for more notes

**~**~**

Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse

"Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love"

De Isthisselfcare

Beteado por Bet

**~**~**
**~**~**

El cielo se oscureció con el torbellino de túnicas negras.

—¿Qué carajo? —preguntó un hombre lobo.

—¿Quiénes son esas? —preguntó otro.

—... ¿Monjas? —dijo el primero.

—¿Estás bromeando? —dijo Greyback.

Los hombres lobo miraron hacia arriba confundidos.

Entonces empezaron a reírse de nuevo.

Las monjas se movían juntas por el aire con una fluidez en conjunto que podría haber sido una
advertencia para Greyback, si no hubiera estado tan ocupado riendo a carcajadas.

Algunos hombres lobo enviaron hechizos. Se encontraron con despiadadas contra maldiciones que
dejaron a los lanzadores desfigurados en el suelo, sin la mayoría de sus rostros.

Hubo un poco de conmoción, un poco de disonancia cognitiva con la que luchar. Algunos de los
hombres lobo comenzaron a gritar y reagruparse. Greyback seguía jadeando de burla.

Las monjas se alinearon sobre ellos y, con las varitas apuntando hacia abajo, lanzaron en grupo una
especie de Petrificus Totalus con efecto de área que congeló a todos donde estaban.

Draco sintió que sus extremidades se tensaban más allá de la maldición. Granger se quedó
extrañamente quieta. La risa de Greyback se congeló en su rostro ensangrentado.

Se hizo el silencio.

Una pequeña monja de cabello blanco, que volaba por encima del resto, lanzó un hechizo de
detección en el campo.

Greyback estaba iluminado en rojo.

La monja chasqueó la lengua en el silencio. Con un movimiento de su varita, el cuerpo rígido de


Greyback flotó hacia el centro del campo y cayó con un crujido entre la sangre y el lodo cerca de
la roca.

—Saquen a los inocentes —dijo en francés, agitando la mano.

Había imperiosidad en el gesto: estaba acostumbrada a mandar; ella era la Priora.

Un contingente de monjas voló y levitó figuras fuera del campo de batalla. Por las insignias en sus
capas, eran los Aurores y los agentes del DALM. Draco vio las formas rígidas de Tonks-Granger,
Buckley y Goggin ser levitadas.

Entonces él mismo fue levitado, empujando contra Granger, Potter y Weasley, y fueron
depositados en la parte superior de la colina.

Cuando los inocentes fueron despejados y solo los hombres de Greyback permanecieron en el
campo, la priora voló más alto.
—¿Deberíamos tener un ritual de invocación? —preguntó ella.

Las monjas, cacareando de nuevo, giraron sobre sus escobas por el campo de batalla. Hilos de
magia violeta brillaron entre ellos hasta que formaron un pentagrama flotante.

La priora levantó su varita, al igual que sus hermanas. Empezaron a cantar en voz baja en latín.
Choques de magia oculta surcaron el aire: oscuros, prohibidos, peligrosos.

Una forma osificada cobró existencia donde las corrientes de magia se concentraron en el centro
del campo: era el sonriente cráneo de una cabra, silencioso e inerte.

—¿Quién será el cordero del sacrificio? —preguntó la priora.

Una monja hizo flotar a un mago con la cara ensangrentada, uno de los que había comenzado el
ataque contra las monjas.

—Tengo un pecador.

El pecador fue levitado hacia el cráneo de la cabra.

Sus gritos, amortiguados por su lengua petrificada y su mandíbula apretada, resonaron en el


silencioso campo.

La monja voló por encima de él y lo acercó, hasta que su frente se presionó contra la parte posterior
del cráneo.

Hubo un destello de luz roja. El hombre se aflojó. Ahora parecía grotesco, una marioneta colgante
con una cabeza con cuernos de gran tamaño.

La monja volvió a ocupar su lugar en el pentagrama aéreo.

El cráneo tembló, luego se estremeció, luego se sacudió.

Las cuencas de sus ojos, que habían estado envueltas en sombras, estaban iluminadas por dos
llamas rojas.

El cuerpo del hombre se alargó y desgarró. Desde dentro suyo, una forma se retorció y nació: un
ser de Fuego Maldito y oscuridad, rasgando el tejido entre los mundos.

Granger había abierto las puertas del infierno.

Mientras se abría camino hacia la existencia, la cosa vomitó un sonido del cráneo de la cabra que
era mitad risa profana, mitad dolor. Estaba sufriendo, pero había una horrible anticipación en ello.

Los miembros tomaron forma. La cosa era alta. El cráneo colgaba al final de un largo cuello. Había
alas fibrosas, negras y empapadas de abominables placentas, desplegadas.

Dos pezuñas hendidas tocaron la tierra y convirtieron aquel lugar en terreno profano.

No había señales de conciencia en aquellos llameantes ojos de la cosa; sólo una terrible sed de
muerte.

Las monjas, rompiendo en carcajadas, deshicieron su hechizo de parálisis dentro de los límites del
pentagrama.

No era para darles una oportunidad a los hombres lobo.


Era por deporte.

La risa desgarradora del alma del demonio se unió a la de las monjas. Con el infierno en sus ojos,
se abalanzó contra los hombres lobo.

La mitad de ellos intentaron correr, la mitad lanzaron hechizos. Una garra enroscada golpeó a
cinco de ellos y dejó cadáveres a su paso. Se arrojó fuego líquido y quemó una docena donde
estaban. El golpe abrasador de un ala dejó a un grupo de hombres de pie sin el frente: sin rostro,
sin piel, sólo tripas y huesos. Cayeron con un sonido húmedo.

Aquellos que intentaban huir se vieron atrapados por el pentagrama, repelidos y arrojados hacia las
pezuñas hendidas del demonio.

Hubo un crujido de cráneos siendo aplastados y el cacareo ronco y sobrenatural de la criatura.

Diez maldiciones asesinas brillaron en verde y golpearon al demonio al mismo tiempo. No hicieron
nada. La cosa no estaba viva, era el príncipe de algún inframundo, y simplemente estaban
avivando su fuego.

Los lanzadores de maleficios fueron destruidos.

Las monjas sostenían su pentagrama. El demonio no se atrevía o no podía ir más allá, pero no
importaba: encontró su placer dentro de esos impíos confines.

Su alboroto fue enfermizo, espantoso, perfecto. Los gritos y sus risas se mezclaron en un espantoso
coro. Los chillidos disminuyeron más y más a medida que el demonio se abría paso a través de su
festín. Ahora sólo se oía el sonido de su terrible placer y la rotura de los huesos.

Dejó a Greyback para el final.

Greyback huyó de un extremo al otro del pentagrama, golpeándolo desesperadamente con


maldiciones. Las monjas se rieron. Apuntó maldiciones asesinas hacia ellas que esquivaron y se
rieron todavía más.

El demonio vio a su última víctima. El cráneo de cabra se inclinó. Una columna de llamas emergió
de las fosas nasales negras.

Greyback estaba entrando en pánico, luchando. Se abrió paso hacia el pentagrama y fue repelido
hacia atrás.

Aterrizó a los pies del demonio. Plantó un casco hendido en el centro del pecho de Greyback.

Draco tuvo el gran placer de ver a Greyback desgarrado, miembro por miembro, y siendo comido.

La masacre estaba completa.

Había doscientos de los hombres de Greyback en ese pentagrama. Ahora, nada dentro se movió,
excepto el demonio. El aire estaba fétido por el azufre y la sangre cuajada por el calor.

Las monjas comenzaron otro canto en voz alta y prístina... Era el Padre nuestro.

Pater noster, qui es in caelis,

Sanctificetur Nomen Tuum;

Adveniat Regnum Tuum;


Fiat voluntas Tua,

Sicut in caelo, et in terra.

A medida que avanzaba la oración, las monjas se acercaron en sus escobas; el pentagrama se
encogió.

Ahora, un halo celestial brillaba sobre la cabeza de cada monja. Sus crucifijos se elevaron fuera de
sus cuellos y brillaron con una luz piadosa.

El demonio siseó y escupió penachos de fuego infernal cuando los límites del pentagrama se
acercaron a él. El campo tembló con sus gritos discordantes e infernales cuando fue retraído hacia
adentro, y nuevamente más adentro, hasta que se convirtió en una sombría bola.

... perdona nuestras ofensas,

como también nosotros perdonamos

a los que nos ofenden;

no nos dejes caer en la tentación,

y líbranos del mal.

Amén.

Todo lo que quedó del demonio fue el cráneo de la cabra, luego también desapareció en un destello
rojo.

Las auras sagradas que rodeaban a las monjas se desvanecieron. Rompieron el pentagrama y
comenzaron a sobrevolar tranquilamente el campo de batalla, maldiciendo a cualquier miembro de
la manada de Greyback que todavía se estremeciera.

La priora voló sobre Draco y Granger, con su varita en alto. Observó su insignia de Auror y la bata
de laboratorio de Granger y siguió adelante.

Draco, petrificado por ella tanto en el sentido físico como metafórico, nunca había estado más feliz
de ser irrelevante.

Las monjas quedaron satisfechas con su victoria total. Conjuraron una lluvia torrencial, algo de
agua bendita, algo del diluvio del Génesis, que apagó los incendios dejados por el demonio y
limpió aquella impía tierra.

Liberaron su parálisis sobre el resto del campo de batalla.

Mientras las brujas y los magos comenzaban a sentarse con jadeos y gemidos, una de las monjas
arrojó una lata entera de polvos flu al fuego de Granger.

Se encendió verde. Las monjas volaron hacia las llamas y desaparecieron.

Las secuelas de la batalla fueron un desastre de porquería, sangre y confusión. La protección Anti-
Aparición cayó. Alguien convocó a las medibrujas, que se aparecieron por el campo y
distribuyeron pociones y curaciones a quienes más lo necesitaban.

Un par de ellas trabajaron con Draco y Granger hasta que estuvieron satisfechas de que estaban
estables. Continuaron con Potter y Weasley, quienes gemían lo suficiente como para confirmar que
estaban vivos y bien.

Draco y Granger se miraron: sucios, cortados, magullados y maltratados. A través de la cara de


Granger había un gran rocío de sangre. Gotas de eso decoraban sus mejillas en una fina niebla,
corriendo en riachuelos, ahora, mientras la lluvia se lo llevaba. Draco sintió la humedad en su
rostro y supo que estaba adornado de manera similar; algunas suyas, otras de los demás.

Se sentaron y se tocaron las manos, la cara, los hombros, soltando una ráfaga de preguntas...
«¿Estás herido? Maldita sea, te dieron... ¿Estás bien? ¿Puedes ponerte de pie? ¿Estás seguro de que
estás bien? Vi que te golpearon, ¿puedes caminar? ¡Oh! Gracias a dios, estás bien, estás sana y
salva, casi te matan, tan estúpida.... Maldito idiota...

Se pusieron de pie. Él sostenía su tan adorado y mallugado rostro entre sus manos y ella sostenía el
suyo entre las suyas.

La besó, suavemente, bajo el diluvio, suavemente, contra su labio partido, suavemente, entre
lágrimas, lluvia y sangre.

Ella deslizó sus brazos alrededor de su cuello, y se puso de puntillas, y le devolvió el beso.
Entonces Draco encontró la felicidad. La felicidad era ella: viva. Sus ojos anegados de lágrimas
comenzaron a derramarse, el latido de su corazón golpeaba contra su pecho. También era felicidad
saber que su mayor amenaza estaba muerta y se había ido, era la belleza de los días venideros que
apenas se atrevía a imaginar, era la sensación de los dedos en su cabello, era el estremecimiento de
ella, medio llorando, medio riendo, fue su susurro de «absoluto idiota» contra su boca.

Ella empujó su cara contra su pecho y sollozó de alivio y alegría.

Había movimiento a su alrededor. Potter y Weasley estaban de pie. Tonks, que volvió a parecerse a
sí misma, cojeó hacia ellos, al igual que Goggin y Buckley.

Mientras sostenía a Granger contra su corazón, a Draco, francamente, no le importaba ni un carajo


las opiniones de sus colegas. Él sólo se preocupaba por ella, por esto, esta catástrofe exquisita, este
hermoso y estúpido desastre.

Hubo jadeos, luego sonrisas, luego Weasley se rio y dijo: «Tranquilo, amigo», y Potter se echó a
reír salvajemente y exclamó: «Te lo dije, maldita sea, sí te lo dije».

Granger escondió su rostro en la capa de Draco, temblando con algo que bordeaba la risa histérica.

Tonks, con un ojo cerrado por la hinchazón, puso un puño en su cadera y los observó con los labios
fruncidos.

—Supongo que esto era sobre lo que querías «hablar».

—Sí —dijo Draco—. Yo... Eh... Ya no puedo ser objetivo...

—Curiosamente, me di cuenta de eso hace un momento, cuando te vi tomar una maldición por ella
—dijo Tonks—. Estás oficialmente fuera de la asignación de Granger, Malfoy.

—Estupendo —dijo Draco, con una amplia sonrisa en su rostro.

Tonks negó con la cabeza, pero también había una sonrisa en su rostro.

—Lamento interrumpir el amoroso episodio, pero ¿alguien puede explicar lo de las malditas
monjas? —preguntó Goggin con un gesto hacia el cielo.

Todos los ojos estaban ahora en Granger.

—Ellas... Hum... Me debían un favor —dijo Granger.

—¿Un favor? —preguntó Potter, mirándola con asombro—. Llamaste a la caballería correcta,
Hermione.

—Estoy inspirada —dijo Tonks—. Creo que ese demonio sería un buen Auror.

El grupo deambuló por el fangoso campo de batalla en busca de colegas, varitas o, en el caso de
Draco, piezas de joyería familiar.

La varita de Draco estaba ubicada cerca del fuego de Granger. La de Granger estaba en una pila
pegajosa de lo que sospechosamente parecía carne humana masticada por un demonio cerca de la
roca.

Ella lo arrancó con una mueca.

—Creo que eso es todo lo que queda de Fenrir Greyback.

Draco apuntó su varita a la pila de carne picada carbonizada y dijo:

—Accio anillo Malfoy.

Una pieza de plata deformada silbó hacia él, no desde la pila, sino desde un lugar a unos pocos
metros de distancia.

Granger hizo una mueca.

—Ay, no, me lo arrancó y lo hizo añicos, tan pronto como me vio girarlo...

—Es reparable —dijo Draco, guardándose el dañado anillo—. Todo lo es.

Ella lo miró con una rápida sonrisa.

—Todo lo es.

—¿Nos vamos a casa?

—Sí, por favor, vámonos.


Después de la batalla, por Anastraa

En la Mansión, se ducharon y se encontraron en el pequeño salón de la parte trasera de la casa.

Granger bajó con su pijama más espantoso.

Henriette y Tupey recibieron una versión redactada de los eventos del día, para que no se pusieran
histéricos. Opimum se elaboró para paliar el impacto y suavizar la carga emocional del día.

Granger explicó su secuestro, tal como fue.

—Alguien manipuló el flu en el laboratorio.


—¡¿Qué?!

—Sí, lo sé. Estaba destinado a tener solo dos conexiones entre el laboratorio y la mansión. Entré
para venir hacia aquí, y les prometo que dije «mansión Malfoy», y lo siguiente que supe era que
estaba dando vueltas en un campo, y ese monstruo estaba frente a mí. Me desarmaron en el
momento en que aterricé. Greyback me vio torcer el anillo y me lo arrancó; pensé que me iba a
arrancar los dedos, fue tan rudo... Me golpeó por tratar de pedir ayuda. Un cáncer total de hombre.
Y, por supuesto, Fernsby no me había seguido hasta la red flu; yo venía directamente aquí, no
tenía motivos para...

Draco caminó.

—¿Quién manipuló el puto flu? Voy a... ni siquiera voy a usar mi varita, los estrangularé con mis
propias manos. ¿Y las malditas monjas?

Granger, que estaba acurrucada en un sofá con los brazos alrededor de las piernas, metió la cara
entre las rodillas y se rio.

—Todavía no puedo creer que funcionó.

—¿Cómo?

—Después de haber visto un poco de lo que eran capaces de hacer en el convento, cuando devolví
el cráneo, pensé que podría ser útil, hem... Aprovechar a las monjas para nuestro beneficio, si
pudiera.

—Por supuesto que sí.

—Cuando devolví el cráneo, fingí ser un coleccionista que se lo había comprado a una banda de
ladrones. Les dije a las buenas hermanas que se lo devolvía porque era un ser consciente y merecía
estar en su propia casa; me parecía mal quedármelo. Dije que, si querían vengarse de la pandilla,
podría ayudarlas. Les dije qué hechizo de seguimiento debían tener en cuenta: que lo activaría
cuando fuera el momento adecuado para que ejercieran su venganza.

Granger tragó saliva.

—No esperaba que la ejercitaran tan a fondo... De todos modos, he estado practicando ese maldito
hechizo flu durante semanas y semanas, por fin lo pude reducir a tres minutos. Es tan difícil
como Portus, probablemente peor, lo odio y nunca lo volveré a lanzar. El especialista de Flu que
vino a mi laboratorio me dio un tutorial decente y estudié el resto. Sabía que las monjas no podrían
Aparecerse al otro lado del Canal, pero si tuviera una conexión flu abierta dondequiera que
estuviera cuando activase el hechizo de rastreo, entonces tendríamos una oportunidad...

Draco estaba demasiado atónito para hacer algún tipo de comentario articulado. Simplemente dijo:

—Maldita sea, Granger. —Y se frotó la frente con la palma de la mano.

—Lo sé —dijo Granger—. Puedo ser el peor demonio oportunista entre nosotros.

Él la miró fijamente. Ella se rio entre rodillas de nuevo.

—Pero, hablando de rastrear... ¿Cómo me encontraste? —preguntó ella—. Cuando Greyback


destruyó el anillo, estaba convencida de que sería mi fin, simplemente no había forma de que
hubieras tenido tiempo de siquiera intentar una Aparición ante mí.
—Tus horquillas —dijo Draco.

—¿Mis... horquillas? —Parpadeó Granger.

Draco hizo un gesto general hacia su cabello.

—Están por todas partes y siempre las llevas contigo. Lo he estado haciendo desde nuestro primer
encuentro; han sido útiles un par de veces.

Granger sacó una horquilla de sus rizos y lanzó un hechizo de revelación; hubo un brillo verde.

—Por supuesto —continuó Draco—, al lado de la Señorita Traigo a las Malditas Monjas por Flu,
se siente poco prominente ahora...

—Creo que es brillante —dijo Granger, sonriendo a la horquilla—. Las ideas más simples a
menudo lo son.

—Correcto.

—Eso explica lo de Uffington.

—Sí.

—Eres astuto.

—Tú también.

Henriette Apareció.

—Pardonnez-moi, Monsieur, Mademoiselle... Madame Tonks está viajando por red flu. Le
gustaría entrar, si este es un momento conveniente. Viene acompañada de Mademoiselle Brimble .

—Envíalas adentro —dijo Draco.

Un momento después, la voz de Tonks resonó por el pasillo mientras preguntaba a Henriette.

—No estoy interrumpiendo, ¿verdad? ¿No traman nada? ¿Un poco de jugueteo previo?

—Euh... non, Madame...

Granger tenía las mejillas rosadas.

Tonks irrumpió en la habitación con una cantidad ridícula de vigor, considerando lo que acababan
de pasar apenas hacía unas horas.

—Hermione, qué atuendo —la halagó, viendo el pijama de Granger—. No es de extrañar que
Draco no pudiera quitarte las manos de encima.

Granger se puso todavía más rosada.

—¡Tonks!

—¿Qué? ¿No es verdad?

Brimble siguió dócilmente a Tonks, agarrando una pila de pergaminos.

Distrajo a Tonks del pijama.


—Entonces, Brimble tiene noticias. Cuéntanos lo que has encontrado para que podamos estar
debidamente indignados juntos.

Henriette reapareció.

—Lo siento mucho, Monsieurs Potter y Weasley están en la red flu y ellos...

Monsieurs Potter y Weasley no habían esperado a ser invitados a pasar. Sus pisadas y gritos de
«¿Hermione? Malfoy? ¿Dónde están?» resonaron a través de la mansión hasta que Tonks asomó la
cabeza fuera del salón y les hizo señas para que entraran.

La visión de Draco de una noche tranquila de descanso y recuperación (y besándose con Granger)
se desvaneció rápidamente.

Henriette sirvió Opimum a los recién llegados mientras se acomodaban en los sofás.

Brimble les informó sobre sus hallazgos. Al final, la Oficina de Aurores realmente había hecho
todo lo que podía. Granger había sido traicionada por dos relativamente desconocidos que habrían
sido difíciles de anticipar.

—Primera noticia: ha habido un arresto —dijo Brimble—. Un tal señor Terris acaba de entregarse;
técnico del flu del Departamento de Transporte Mágico. Dice que él es el responsable de manipular
la chimenea en el laboratorio de la Sanadora Granger. Greyback secuestró a su esposa e hijos ayer
y le dio doce horas para hacerlo, o los asesinaba.

—¡No! —jadeó Granger.

—La familia está bien, fueron encontrados atados y amordazados, pero por lo demás, ilesos. El
señor Terris está cooperando, parece que estaba bastante arrepentido, en realidad, estaba llorando.

Granger miró a Draco.

—Sin estrangulamiento.

—Sí, con estrangulamiento —dijo Draco, quien no encontró en esto una excusa adecuada para lo
que había hecho el hombre.

Tonks los observó con los labios fruncidos.

—Tengan la amabilidad de discutir los planes de su dormitorio en otro momento: Brimble está
hablando.

Granger se sonrojó. Weasley soltó una carcajada. Uno de los ojos de Potter se contrajo.

—En cuanto a mi segunda noticia —dijo Brimble, sacando un largo rollo de pergamino—. Esta es
una lista de los muertos, por lo menos, sólo de aquellos cuyos restos pudimos identificar.

Levantó la lista. Un nombre estaba encerrado en un círculo.

Una tal señorita Clotilde Fiddlewood.

—¿Quién? —preguntó Granger.

—¿Qué? —exclamó Potter.

—No —dijo Weasley.


—La asistente de Shacklebolt —dijo Tonks, con los labios apretados en una mueca infeliz.

—¿Esa vieja cascarrabias? —preguntó Draco.

Esa había sido la bruja que les había parecido familiar en el campo, la que había estado
remendando la protección, impidiendo su escape.

Brimble asintió.

—No podemos interrogarla, obviamente, pero estamos especulando que puede haber escuchado
fragmentos de la primera conversación de la sanadora Granger con el ministro; la que desencadenó
su solicitud de protección. Informar a Greyback le habría llevado meses, él estaba profundamente
escondido en ese momento. Investigaremos lo que podamos y es posible que nunca lo sepamos con
certeza, pero ella fue una de las pocas personas que podría haber sabido algo. Y, por supuesto,
encontrarla corriendo con la manada de Greyback, después, es una evidencia bastante
condenatoria...

Se sentaron en silencio. Granger parecía sorprendida. Draco negó con la cabeza.

Luego, en silencio, Potter dijo:

—Greyback está muerto.

Decirlo lo hizo real.

Las manos de Granger encontraron sus mejillas. Greyback está muerto.

—Greyback está malditamente muerto —repitieron Draco y Tonks.

—¡El idiota está muerto! —exclamó Weasley.

Tocaron juntos sus copas de Opimum.

—Bueno —dijo Weasley después de beber el suyo. Juntó las manos—. ¿Qué tiene que hacer un
tipo para conseguir una bebida de verdad por aquí?

Decidieron hacer una fiesta adecuada. Se enviaron patronus y Notas. Pronto, el salón se llenó de
familiares y amigos: Lupin y sus niños, la esposa y los niños de Potter, Luna Lovegood vagando
soñadoramente, los colegas de Granger y sus estudiantes estrella, Shacklebolt (soportando muchas
recriminaciones por su elección de asistente), Aurores y sus familias, una hueste de Sanadores. Se
corrió la voz de la victoria y la fiesta y comenzó a llegar más gente, muchos en ropa de dormir
debido a lo tarde de la hora: Longbottom y Pansy, Zabini y Patil, todo el clan Weasley (los dioses
ayuden a Draco), Macmillan y otros colegas del Ministerio, y, finalmente, Theo, en un conjunto de
pijamas de hombre ridículamente transparentes.

Henriette, Tupey y los elfos de las cocinas estaban encantados de ayudar en la diversión. Tupey
acosó particularmente a Weasley con las cosas más fuertes de sus bodegas.

En algún momento durante las festividades, Potter y Weasley asaltaron a Draco mientras se dirigía
hacia Granger. Draco se encontró arrinconado por sus colegas favoritos.

Todos estaban debidamente borrachos.

—¿Qué? —dijo Draco.

—Lo sabía. Sabía que estabas tramando algo —dijo Potter, inclinándose tanto que su aliento ebrio
subió por la nariz de Draco—. Vi cómo la mirabas.

Draco lo empujó lejos.

—Retrocede, maldito acosador.

—¿Cuáles son tus intenciones con Hermione?

—¿Mis intenciones? ¿Hemos vuelto a la época victoriana? ¿Eres su padre?

—Responde a la pr-prr-pregunta, Malfoy —dijo Weasley, con lo que presumiblemente pretendía


ser una fachada amenazadora. (Fue menos que intimidante cuando terminó el movimiento
apoyando su cabeza en el hombro de Draco).

—No tengo ninguna intención —dijo Draco—. Quítate de encima.

Sostuvo a Weasley con el brazo extendido.

—Hueles bien —dijo Weasley—. Huele bien —le repitió a Potter.

—¿Sí?

Potter lo olfateó.

—Aléjate —dijo Draco, también sosteniendo a Potter con el brazo extendido.

—¿Le hiciste algo a ella? —preguntó Weasley, con un ojo entrecerrado en sospecha (el otro ya
estaba cerrado y tomando una siesta)—. ¿La dosificaste con una pócima de amor?

—Por supuesto que no, las mujeres se enamoran de mí todo el tiempo, sé que es un concepto
novedoso para ti...

—¿Qué hay de ti? —preguntó Potter—. ¿Estás enamorado de ella?

—Yo... Eso no es de tu incumbencia, ¿y por qué no me preguntas si ella me drogó?

—Porque ella no es una... una sinvergüenza como tú —dijo Potter.

—Un g-gr-granuja —dijo Weasley.

Draco intentó decir «Bah», pero estaba tan mareado que le salió como una trompetilla.

—Ambos están bajo la ilusión de que ella es un perfecto angelito, pero ella es... di-diez veces la
sinvergüenza que yo soy y es por eso que yo la...

—¿Tú qué? —preguntó Potter.

—...Me gusta.

—Ella te gusta.

—Sí.

—Eres su Auror, lo sabes —dijo Potter, apuntando un dedo vagamente en dirección a Draco—. Eso
no es profesional. No está permitido.

—Po-Po... Poco Profi-pasessi... ¡poco profesional! —repitió Weasley.


—Era su Auror. Y yo nunca... no cruzamos la línea... O si lo hicimos, en realidad nunca sucedió.

Potter parpadeó con ojos desenfocados.

—¿Pasó o no pasó?

—Ensoñaciones; en el alféizar de una ventana. Fantasías. En España... Nada real. Ya sabes, fue
Samhain. Nos emborrachamos con la cosa de fuego... En serio... Hay que admirar a los españoles,
sí que saben preparar un trago... ¿O eran celtas? Como sea, todas fueron... Fantasías... Preciosas
fantasías

—Deja de hablarnos de tus fantasías —dijo Weasley, alarmado.

—Son excelentes, sin embargo. Por cierto, mi favorita es cuando ella...

—No —dijo Potter, presionando su mano en la boca de Draco—. No lo digas.

Draco apartó su mano de un golpe.

—¿Por qué tienes los dedos pegajosos?

Potter miró sus dedos con un intenso enfoque.

—Tarta de melaza —declaró con un firme asentimiento.

—No hay tarta de melaza.

Weasley, tratando de ayudar, derramó su whisky de fuego en la mano de Potter y en los zapatos de
Draco.

—Gracias —dijo Potter gravemente a Weasley mientras se limpiaba la mano en la túnica—. Eres
un verdadero amigo...

—Idiota. Ahora mis dedos de los pies están húmedos —escupió Draco.

—...A diferencia de Malfoy, que es un idiota. Escucha, Malfoy, si haces algo para he-herrarla...

—¿Herrarla?

—...Herirla, te mataremos; te asesinaremos.

—M-matarte a sangre fría —dijo Weasley—. Prender fuego a tu casa. Liberar a tus elfos.

—Yo nunca haría nada para herrarla —dijo Draco en una extraña y ebria zambullida en la genuina
sinceridad.

—¿No lo harías?

—No. Ella es... Yo... Cierto, no es asunto suyo, como acabo de decirles...

Weasley agarró el cuello de Draco y, con una especie de lastimera desesperación, dijo:

—¿Prometes que nunca harías nada para lastimarla?

—Sí.

Weasley presionó su frente contra la de Draco y lo miró a los ojos.


—Creo que está diciendo la verdad.

—Detente, aléjate de mí, no eres un Legeremante...

—¿Le damos nuestra bendición? —preguntó Potter, frunciendo el ceño.

—No necesito tu puta bendición —dijo Draco.

—Le importaría a Hermione —dijo Weasley.

—Ella tampoco la necesita —replicó Draco.

—Dile que lo mataremos si la lastima —dijo Potter.

—Ya lo hicimos —contestó Weasley—. Creo...

—Ajá.

—¿Crees que deberíamos simplemente matarlo ahora? —preguntó Weasley.

—¿Preventivamente? —preguntó Potter.

—Sí. Creo que eso sería muy proactivo de nuestra parte.

—Me gusta.

Draco apartó a Weasley de un empujón.

—Por el carajo, deja de respirarme, Weasley, iugh, ¿por qué estás tan húmedo? ¿Por qué está todo
húmedo y pegajoso? Aléjate. Como sea... Nunca la lastimaría. Ella es realmente importante para
mí; me preocupo por ella muchísimo, demasiado, de verdad. Hasta un grado tonto. Desearía no
haberlo hecho. Pero lo hago y, de todos modos, esta no es una conversación que desee tener con
ustedes, imbéciles babosos. Pueden matarme si la lastimo, pero no lo haré... Nunca lo haría... Ella
será la que me lastime, en todo caso, ese es mi miedo, mi maldito Boggart, ¿de acuerdo? ¿Ya
terminamos?

Potter y Weasley entrecerraron los ojos, pero no estaba claro si estaban procesando la diatriba de
Draco o simplemente se estaban quedando dormidos.

—Creo que está bien —dijo Weasley.

Potter asintió y dijo:

—Estoy satisfecho.

—¿Sí? —preguntó Draco—. ¿En serio? Bueno, ahora váyanse a la mierda. Necesito cambiarme
los zapatos porque eres literalmente incapaz de sostener un vaso en posición vertical. ¡Tupey!
Zapatos y calcetines limpios, por favor, Weasley tuvo un accidente.

Se reincorporaron a la fiesta, se emborracharon mucho más y pasaron la noche muy animados.

Draco se había quedado dormido en uno de los sofás. Se despertó al amanecer con el cuello rígido
y un punzante dolor de cabeza.

Se levantó y pasó por encima de cuerpos en varios estados de conciencia. Granger no estaba por
ningún lado.

Henriette se abría paso por el salón, colocando un croissant y una pócima para la resaca al lado de
cada invitado que roncaba.

—¿Dónde está Mademoiselle? —preguntó Draco.

—Creo que fue a tomar un poco de aire, Monsieur —dijo Henriette—. ¿La llamo?

—No, no, yo la buscaré.

Draco bebió una de las pócimas para la resaca. Luego se paró en la ventana y suspiró con un
susurro melodramático.

—¿Todo está bien? —preguntó Henrriette.

Draco presionó su frente contra la fría ventana.

—No.

Henriette se acercó.

—¿Cuál es el problema?

—¿Henriette?

—Oui?

—Je suis... Je suis ensorcelé.

—Ah!

—Je l'aime de tout mon cœur, Henriette. De tout mon être.

Henriette dejó su plato de croissants y se retorció las manos.

—No te pongas contenta todavía —murmuró Draco.

—¿No?

—No, no le he dicho nada, pero se lo diré. Desnudaré mi alma, Henriette.

Henriette lo vio irse con lágrimas en los ojos y las manos cruzadas sobre el pecho.

—Bon courage, Monsieur —dijo ella en un susurro.

El amanecer de diciembre iluminó el cielo del este.

Draco encontró a Granger entre abedules plateados y niebla creciente, recorriendo lentamente a
través los árboles. Hacía frío, había brisa.

Parecía pálida y cansada mientras caminaba por el sendero. Se había envuelto en una especie de
chal que se parecía sospechosamente a uno de los pañuelos Transformados de Draco. Su cabello
sólo estaba recogido a medias y le caía por la espalda.

Ella lo vio en la distancia. Hizo una pausa y lo vio acercarse a ella entre las aulagas y los juncos
helados.
Todo en ella parecía distinto y nítido, asombrosamente. Aliento nebuloso entre los labios
entreabiertos. Dedos agarrando el chal. Pestañas oscuras alrededor de sus brillantes ojos.

—Te levantaste temprano —dijo ella, con una especie de suave sorpresa.

Cuando Draco continuó mirándola como un cretino enamorado, ella preguntó.

—¿Estás bien? ¿Pasa algo?

Un coraje enloquecido lo invadió; el coraje de un idiota.

Fue coraje verdadero al poner en práctica su decisión. Después de aquello, las cosas nunca
volverían a ser las mismas.

—Sí, algo sucede —dijo Draco.

—¿En serio?

—Algo está muy mal. Necesito... Necesito decirte algo. Es estúpido, y probablemente una mala
decisión, pero parece que me va a matar si no lo hago, así que...

Granger lo miraba con curiosidad, con algo serio, con su mirada de resolver rompecabezas. Se ciñó
más el chal a su alrededor.

Bueno, él iba a resolver su maldito rompecabezas para ella, justo ahora.

—En vano he luchado y no puedo contenerme más. No quiero mantener el equilibrio —dijo Draco
—. No quiero Reprimir ni un momento más.

—¿El... equilibrio? —repitió Granger—. ¿Reprimir?

—El... el constante ir y venir... El no atreverse a hacer más... El no cruzar la línea. Culpar a la


bebida de mis lapsus. Pretender que no me importas, que no moriría por ti... Supongo que ese barco
ya zarpó, de todos modos. Negar... Reprimir, sofocar lentamente mi corazón... todo eso.

Draco se tomó un momento para recuperar la compostura.

Para nada sereno, prosiguió:

—Eres... malditamente brillante y hermosa más allá de... cualquier cosa. De hecho, es bastante
injusto que una persona tenga todos esos atributos con los cuales burlarse de mí. Y quiero ser más
que tu Auror, y quiero que tú seas más que mi Principal, o Sanadora, o cualquiera de tus muchos y
diversos títulos. Estoy... Me he enamorado de ti a pesar de lo que ha sido, te lo juro,
un sincere negación de mi parte. Sé que estuvo mal, que fue inapropiado, contravino todos los
protocolos... Toda esa podredumbre. Hice todo lo que un hombre puede hacer para Reprimir estas
cosas, pero fracasé. Eres demasiado. No puedo soportarte. Encontraste fisuras en mis defensas y las
rompiste en grandes y malditas rasgaduras, y luego viniste a habitar mi corazón, como una especie
de luz en un lugar oscuro. Y lo peor es que sé que no lo hiciste a propósito; sé que no lo pediste; sé
que solo estabas siendo tú... Tu yo estúpido, brillante y bienhechor. Pero tú eres, como resulta, todo
lo que quiero.

Se atrevió a mirarla. Había lágrimas en sus ojos.

—Genial, ahora te he hecho llorar, estupendo.

—¿Y-yo? —dijo Granger con voz temblorosa—. ¿Soy yo la que está encontrando
fisuras? No puedo soportarte.

—¿Qué?

Granger tomó aire, confusa.

—Sigo tratando de controlarlo, pero es... Más fuerte que yo. No lo deseo, no lo quiero... No sé lo
que quiero. Sí, yo sé... yo quiero una maldita noche sin pensar en ti. Quiero estar en la misma
habitación que tú sin sentir que moriré si no te toco, si te toco. Quiero que mi cabeza vuelva a ser
mía, y mi corazón. Pero estás en los dos, idiota, me estás enloqueciendo.

Ella se secó una lágrima.

—Solo quiero tener... Un maldito momento de paz, sin ti en mi cerebro, pero eso, aparentemente,
es pedir demasiado.

—¿Qué hay de mí? No puedo... no puedo sacar el pensamiento de ti de mi mente. Tu... tu sonrisa...
tú resolviendo aritmética... maldita España...

—¿Sabes a qué huele mi Amortentia?

—¿Sabes cuánto persigues mis noches?

—Odio esto —resopló Granger—. Es una basura. Odio no... No tener el control... No debería
tener ningún tipo de sentimientos por ti, esto es tu culpa...

—¿Mi culpa?

—¿Por qué tenías que ser tan...?

—¿Tan qué?

Granger lanzó sus manos al aire.

—¡Todo! ¡Estabas predestinado a ser un Auror arrogante y moderadamente competente! No


estabas hecho para ser divertido, entrañable, heroico y... caballeroso cuando realmente importó. No
estabas destinado a, literalmente, hechizarme las bragas y, peor aún, abrirte paso hasta mi corazón.

—Habla por ti misma —dijo Draco, indignado—. Tú eres el gusano; tenías que ser una sabelotodo
insufrible cuya presencia no podía soportar, no alguien cuya compañía, risas, besos, todo, terminé
deseando como un tonto hechizado y enamorado. ¿Sabes cuántas malditas citas tuve para sacarte
de mi cabeza?

—¡Tuve una cita con ese estúpido jardinero!

—¿Qué?

—Tú me la pusiste.

—Dioses.

—¿Cómo puedo estar enamorada de ti? Eres Draco Malfoy.

—¿Y yo? ¿Enamorado de Hermione Granger? ¿Locamente? Yo no hago el amor. Ni siquiera


puedo decir la palabra, se siente horrible en mi boca.
—Nunca debí haber aceptado este arreglo —dijo Granger, dirigiéndose al cielo—. Debería haber
insistido en alguien más, en el momento en que vi tu estúpido nombre en esa estúpida carta
diciéndome que te habían asignado.

— Lo intenté —dijo Draco—. Me dijeron que no tuviera complejos con Granger, bueno, pues aquí
estamos...

—¿Un complejo?

—...Y ahora tengo uno, sí, un complejo, un gran maldito complejo por Granger, más allá de las
expectativas más salvajes.

—No quiero tu complejo.

—Bueno, lo tienes, y mucho más, además.

Se hizo el silencio. Granger se secó una lágrima. Draco dio un paso más cerca de ella. Sus manos
se alcanzaron la una a la otra.

—Siento como si te hubiera dado una parte de mí que podrías romper —dijo Granger—. Por favor,
no lo rompas...

—No lo romperé... nunca. Potter y Weasley me han informado que me matarán si te lastimo,
aunque sus amenazas no cuentan para nada. Y tú tienes una parte de mí. Estoy harto de esto... será
mejor que tú no lo rompas...

—Nunca lo haría.

—... ¿Y por qué debes ser tan hermosa, incluso cuando estás llorando?

—¿Cómo haces que parecer un vampiro con resaca sea tan atractivo?

—Voy a besarte hasta la muerte.

Su sonrisa se abrió paso entre las lágrimas como un destello de sol.

Ella era felicidad brillando en sus venas. Ella tenía la totalidad de su negro corazoncito.

Cerró la distancia entre ellos. Él sostuvo su rostro entre sus manos. Su aliento se empañó en el
gélido aire.

El sol se elevó finalmente e iluminó la nieve y reverdeció la hierba y los envolvió en su luz.

La besó.

Y fue la cosa más dulce, más abrasadora, más maravillosa, finalmente poder hacerlo, sin
interrupción, sin excusas, sin alejarse. Hacerlo sabiendo que su tormento era compartido y, por lo
tanto, se había convertido en otra cosa... Un alivio, una atronadora alegría.

Él tenía una parte de ella y ella tenía una parte de él y sería... sería algo hermoso. ¿Podría haber
algo más dulce, podría haber más dicha que esto?
Por NikitaJobson

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Chapter End Notes

¿Listos para el final con doble capítulo el próximo sábado 10 de septiembre?

Besos,

Paola
Intercambio Dinámico de Fluidos: un modelo práctico
Chapter Notes

Sobre la infiltrada: te di una única, insignificante, ni siquiera se puede llamar una pista,
sobre ella en el Capítulo 1. Soy horrible, lo sé. Ahora sabemos quién orinó en sus
Pixie Puffs, de todos modos.

Advertencia de contenido para adultos: este capítulo es la culminación de casi un año


de frustración sexual para nuestra querida pareja y, por lo tanto, casi completamente
obsceno. Se alude a algunas dinámicas ligeras de BDSM, pero ten en cuenta que esto
es ficción y no una guía práctica. Desplázate hacia abajo hasta el guion largo si
prefieres saltar a cosas más ligeras.

See the end of the chapter for more notes

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Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse

"Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love"

De Isthisselfcare

Beteado por Bet

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La inocencia del beso se convirtió en algo más pesado cuando Draco cumplió su promesa de
besuquear a Granger.

Ella pasó sus dedos por su cabello. Él la hizo retroceder contra un árbol. Ella tenía su cuello entre
sus puños y estaba usando eso como palanca para tirar de él más cerca, o empujarse ella más
arriba, con el placentero resultado de lengua contra lengua.

Draco sintió la falta del anillo, se había acostumbrado a que la cosa lo mantuviera al tanto del
ritmo cardíaco de Granger. Resolvió el problema encontrando puntos de su pulso a lo largo de su
garganta con su boca, lo que le dio una explicación mucho más inmediata y táctil de sus
sentimientos.

Sus ojos estaban cerrados. Su cabello quedó atrapado en la corteza del abedul. Su pulso era un
aleteo acosado y delicado contra sus labios. Él podría haberla tomado ahí mismo, contra el árbol,
pero ella era Granger, y todo lo que era bueno y maravilloso en el mundo, se merecía algo mucho
mejor.

Ahora una de sus piernas estaba alrededor de él. Él la levantó más alto, con una mano en su trasero,
y se presionó contra ella.

—Creo que me gustaría, tal vez, volver a entrar —jadeó Granger con una especie de pregunta,
como si fuera a decir cualquier cosa que: sí, dioses, sí.

—Te deseo —dijo Draco en su boca—. En... todos los sentidos del término.

—¿En todos ellos? Bueno, ¿empezamos con uno?

—Sí, con el mínimo común denominador —dijo Draco. Empujó su pene contra ella con más
fuerza, en caso de que su significado no fuera rotundamente claro—. ¿Me acompañas a mis
habitaciones?

—¿No querrás decir tus aposentos? —preguntó Granger arrastrando las palabras
entrecortadamente.

Draco tomó su mano y comenzó a jalarla hacia la Mansión.

—No seas descarada, o haré que te arrepientas.

Granger le sonrió.

Se detuvo para besarla con fuerza.

Tropezaron de regreso a la Mansión, tomados de la mano. Subieron sigilosamente por la escalera


trasera cerca de las cocinas, como traviesos adolescentes, para evitar ser vistos por la multitud de
invitados.

Arriba, Granger miró con curiosidad las habitaciones de Draco, pasó por la sala de estar, el
vestidor, se asomó al baño y, finalmente, llegó al dormitorio.

—¿Por qué estás sonriendo? —preguntó Granger, mirando a Draco por encima del hombro.

¿Estaba sonriendo? Vaya.


Draco cerró la puerta del dormitorio detrás de él y levantó algunas protecciones.

—Es un placer tenerte finalmente aquí en persona.

—¿He estado aquí en otros estados? —preguntó Granger, pasando su mano por el poste de la
cama, lo que no debió haber sido tan sensual como lo fue.

Draco se recostó en la cama.

—Muchas versiones de ensueño de ti, versiones de fantasía terriblemente traviesas de ti...

—Debes hablarme de esto último.

Draco quería seguir con algo inteligente y sexy, pero Granger eligió ese momento para quitarse el
chal y exponer su horrible pijama.

—Dioses —dijo Draco, en lugar de la cosa inteligente y sexy.

—¿Cuál es el problema? —preguntó Granger—. ¿No te gustan estos? ¿Estoy... cuajando tu


esperma?

—Eres una visión —dijo Draco.

Granger pasó una mano seductora por su cadera forrada de tartán.

—¿Verdad? Tómame, soy tuya.

—No debes decir cosas así a menos que las digas en serio.

—Me refiero a estos.

—Bueno, entonces —dijo Draco—, ven aquí. Debo despojarte de esas cosas antes de seguir
adelante.

Granger se subió a la cama.

—Pensé que agregan un poco de estilo escocés...

—Los escoceses no tienen estilo. No juntes esas palabras...

—Tienen un montón de estilo.

—...Voy a comprarte tantas cosas inapropiadas, tantos negligés muggles que tendrás uno nuevo
para usar cada noche.

Empezó a desabrocharle los botones.

—Igualmente —dijo Granger, observando su progreso—. El pijama de Theo me inspiró. Podemos


encontrarte algo aún mejor. Algo con una escotilla para pene.

—¿Una escotilla para pene?

—Sí, para facilitar el acceso, una pequeña abertura...

—¿Pequeña?

—Lo siento, una gran apertura, un verdadero abismo, oh...


El soliloquio de Granger sobre las escotillas para pene fue interrumpido porque Draco liberó sus
pechos del horrible pijama y ahora tenía su boca sobre ellos.

Ella se acostó a su lado y pasó su mano por su frente y abrió su bragueta. Cualquier ocurrencia que
Draco había estado listo para lanzar, desapareció, excepto «acaríciame como un poste de cama»,
que no parecía lo suficientemente fuerte como para compartir con la clase.

Pero eso estuvo bien. No necesitaba compartir nada con la clase. Su cara estaba en las tetas de
Granger y su boca estaba ocupada con un pezón y su poder mental se redujo a cero ya que toda su
sangre estaba actualmente en su pene, que estaba disfrutando de la sensación de la mano de
Granger que se deslizó dentro de sus pantalones, acariciándolo y apretando suavemente sus bolas.

—Resulta que —dijo Draco—, la fórmula del «Atrayente Malfoy» es simplemente... tú.

—Sí —respiró Granger—. Te sientes como si estuvieras listo para hacer una... una prueba de
penetración...

Ella soltó una carcajada y se cayó de la cama.

Draco la levantó.

— De verdad. —Él volvió a poner su mano en su polla—. Eres tú, Granger.

—Mira —suspiró Granger mientras deslizaba su mano dentro de sus pantalones—. Es por eso que
necesitamos una escotilla de pene. Voy a tener un maldito calambre.

—Ambos deberíamos deshacernos de... todo —dijo Draco, quitándose los pantalones.

—Sí.

—¿Ducha? —preguntó Draco.

—¿Bañera? —respondió Granger.

—¿Por?

—Me gustan bastante los... chorros —dijo Granger, deshaciendo los botones de Draco.

—Oh.

Draco se apresuró a preparar el baño, tropezó con los pantalones alrededor de sus tobillos y los
arrojó a la cabeza de Granger cuando ella se rio.

—Esta vez tienen pequeñas escobitas —fue la divertida observación de Granger.

Ella se unió a él en el baño cuando la enorme bañera comenzó a llenarse.

—Veamos los tuyos —dijo Draco, tirando de los pantalones de su pijama.

—Te decepcionaré: no llevo bragas.

—Eso es cualquier cosa menos decepcionante.

Se paró detrás de ella y los miró a ambos en el espejo mientras le quitaba las cosas. Ahora ella
estaba desnuda, y él estaba desnudo, y todo lo que quería hacer era pasar sus manos sobre ella y
observar sus reacciones: el arqueamiento mientras apretaba un pezón, el suspiro mientras besaba su
cuello. Dioses, la sensación de su piel desnuda contra su polla.

Frotó su trasero contra él y le sonrió en el espejo cuando inhaló. Ella deslizó su mano por detrás y
lo acarició. Él deslizó una mano por su frente, hacia donde las cosas eran más cálidas y cada vez
más húmedas, y comenzó a frotarlas un poco. Ambos comenzaron a respirar más fuerte.

—¿Bañera? —jadeó Granger.

—Correcto —dijo Draco.

Se metieron en la enorme bañera con una clara falta de elegancia, dado que ambos estaban
obsesionados con los genitales del otro.

Se enjabonaron mutuamente, una excelente excusa para seguir toqueteándose. Draco realmente
tenía la intención de limpiarse y luego llevarla de vuelta a la cama para las actividades
subsiguientes, pero ella había dicho algo interesante sobre los chorros, y una poderosa y excitante
curiosidad se apoderó de él.

—Entonces, los chorros —dijo Draco, encendiendo cada uno de ellos. La bañera se convirtió en un
remolino espumoso.

—Sí —dijo Granger.

—Muéstrame —dijo Draco.

—¿No preferirías participar?

—Para empezar, quisiera observar. Puedo unirme más tarde.

Granger apretó los labios en una pequeña sonrisa, luego comenzó a palpar con las manos. Draco
miró con una especie de aturdimiento excitado, porque Granger estaba en su bañera, y había jabón
goteando de sus tetas, que él había puesto allí, y ahora estaba buscando un chorro con el que
venirse, y él no estaba seguro de que este no fuera un glorioso sueño erótico.

—Aquí hay opciones. Oh, este —dijo Granger, encontrando un chorro al final de la tina que salía a
borbotones horizontalmente.

Se montó a horcajadas sobre su chorro de elección.

—El truco es ponerse encima, así...

—¿En serio?

—Claro, el ángulo importa mucho...

—Por supuesto.

—Y luego dejamos que el calor y el agua, ya sabes, hagan el resto...

—Sí.

—...no toma mucho tiempo...

Draco vio como su explicación se volvió menos coherente y, en los siguientes momentos, sus
mejillas y a lo largo de su clavícula se pusieron más rosadas. Sus labios estaban separados; sus
ojos, que habían estado sobre su propio reflejo en el espejo, ahora se encontraron con los de él, tan
oscuros y sugerentes; su respiración se aceleró cuando el calor espumoso entre sus piernas la
acercó al final.

La mano de Draco estaba sobre su pene, pero ligeramente, porque a este ritmo, podría venirse en
sólo un minuto nada más con los sonidos y la visión.

Ella se pasó una mano por el pecho y jugueteó con su propio pezón.

—Maldita sea, Granger.

Su sonriente respuesta fue un «Mmm».

Le hizo un gesto a Draco para que se colocara detrás de ella, lo cual, por supuesto, hizo con
presteza.

Ahora podía ver a ambos en el espejo. Granger se inclinó y colocó los dedos en el borde de la
bañera. El chorro hizo espuma frente a ella, mientras que a Draco se le presentó una entrada muy
húmeda y resbaladiza, justo por encima de la línea del agua.

Él puso las manos en sus caderas (que hicieron de excelente agarradera, por cierto).

La entrada era cómoda. Se sintió hinchada. Se vio a sí mismo entrar en ella, la forma en que su
cabeza la abrió mientras se empujó, la forma en que su humedad y la de él se mezclaron cuando
salió de nuevo.

El chorro agitó contra sus bolas mientras él se empujaba hacia adentro, centímetro a centímetro.

—Voy a durar unos... cuarenta segundos.

Su respuesta fue entrecortada.

—No importa... tenemos... toda la mañana...

Draco no estaba seguro de haber visto nunca algo más excitante que a Granger en el espejo, en el
precipicio de su orgasmo, con sus pechos moviéndose al ritmo de sus embestidas.

La vio venir, sus mojadas manos aferrándose al borde de la bañera, su núcleo apretándose
alrededor de su pene en un largo y convulso apretón. Lo montó con un jadeo entre dientes,
presionando su cara contra su antebrazo.

Las terminaciones nerviosas desde la cabeza de su pene hasta sus testículos estaban sobrecargados
con la sensación de ella, por el calor del agua, por el espumoso chorro. Y Draco, incapaz de
soportar más, la acompañó, empujando su liberación tan dentro de ella como pudo.

Inhalaron. Granger se alejó del chorro, que ahora sobre estimuló áreas recientemente sensibles. El
pene de Draco se deslizó fuera y goteó semen y sus pegajosas contribuciones al agua.

Se hundieron de nuevo en la bañera, descansaron la cabeza en el borde y jadearon hacia el techo.

Granger se recuperó primero. Besó a Draco en su boca donde colgaba floja y estúpida y luego se
entretuvo presionando botones para descubrir variedades de jabón.

—Yo, por mi parte, me siento limpia y lista para empezar —dijo Granger—. ¿Hechizo de secado?

A medida que la sangre comenzó a regresar a su cerebro, Draco presintió que podría estar en algo.
Tal vez Granger practicó el sexo como lo hizo todo, a fondo.
Lo cual iba a ser interesante, porque él también se enorgullecía de su minuciosidad en estos
asuntos.

Salieron de la tina.

—¿Estás lo suficientemente limpia para comer? —preguntó Draco, apuntándola con hechizos de
secado.

—¿Sabes? estaba pensando que no hemos desayunado.

—Pediré a las cocinas que envíen algo.

—Perfecto.

—¿Fresas con crema?

Los ojos de Granger brillaron con diversión.

—Que las fresas sean opcionales.

—Hecho.

Draco se puso una bata de seda para dar la orden mientras Granger intentaba peinarse frente al
espejo.

Salió del baño envuelta en una toalla, todavía con las mejillas sonrosadas. Un carrito de tostadas,
huevos fritos, fresas recién cortadas y un tazón ridículamente grande de crema batida la esperaba.

—Un balde entero —dijo Granger, mirando la cosa.

—Henriette fue insistente. ¿Deberíamos sumergirnos?

—Debería haberte dejado comprar ese barco.

Hablando de barcos, Draco desayunó con su pene a media asta, lo cual divirtió enormemente a
Granger cuando se dio cuenta.

—Las partes colgantes se están escapando —dijo, señalando la entrepierna de Draco con un
tenedor.

—No creo que esto cuente como peligroso.

—Tienes toda la razón. Bastante más pomposo que cualquier otra cosa.

Draco miró hacia abajo.

—Estas partes querían escapar la última vez que estuve contigo en bata, pero estabas demasiado
ocupada escandalizándote con los proyectos de irrigación soviéticos.

Granger se rio.

—Necesitaba una distracción.

—Ah, ¿sí? ¿De qué?

Granger se ocupó con una fresa.


—¿De mí fuera de la ducha? —presionó Draco—. ¿Qué fue? Dime.

—Nunca.

—¿Estás siendo tímida conmigo después de lo que acabas de hacer en el baño?

— Eso no resultó en niveles sofocantes de presunción de tu parte —resopló Granger.

—Así que querías jugar con mis partes colgantes.

Granger tomó un sorbo de su té con una exasperante cantidad de ambivalencia.

Draco se recostó.

—Lo hiciste. Lo negarías fervientemente si no lo hicieras.

—Simple conjetura. —Granger lo miró a él y a su sonrisa—. Engreído, ugh, te ahogaré en la crema


batida.

—Tengo la intención de ahogarme en algún momento de esta mañana —dijo Draco, con una
sonrisa cada vez más amplia—. Bueno, no voy a ser tímido, puedo admitir felizmente que te habría
cogido en esa habitación de hotel, repetidamente, durante tres o cuatro días. Pero sólo tenías que
irte y salvar al mundo. Eres insufrible.

Granger sonrió en su taza de té.

—Ahora tu presunción es sofocante —dijo Draco.

—Bien —dijo Granger.

—Dime que querías acostarte conmigo —dijo Draco.

—Oblígame —dijo Granger.

—¿En serio?

—Sí.

—¿Palabra segura?

—Neville.

—Dioses.

—Ya sé.

—Súbete a la cama.

Granger arrojó sus brazos hacia él con una especie de gesto perezoso. En su lugar, la cargó a la
cama, lo que era incluso mejor, al estilo nupcial.

No es que estuviera pensando en recién casados, en casarse con sus tetas, ni nada por el estilo.

La depositó en su cama entre sábanas blancas y almohadas esponjosas, y se detuvo para mirarla: su
trenza sobre su almohada, la presión de sus senos donde la toalla los apretaba, sus muslos medio
ocultos que pronto estaría exponiéndose y disfrutando.
—¿Qué? —preguntó ella cuando lo notó de pie y mirando.

—Estoy disfrutando del momento —dijo Draco. Deshizo el nudo que sostenía su toalla—. Esto se
siente como desenvolver un hermoso regalo.

—No estoy segura de para quién es el regalo —suspiró Granger cuando Draco, incapaz de
contenerse, se inclinó para presionar besos a lo largo de su clavícula.

—Pues feliz Navidad anticipada para los dos —dijo Draco.

Hizo flotar el recipiente de crema batida hacia ellos, luego conjuró una venda en los ojos.

—¿Sí?

—Oh, sí.

—Excelente.

—Los pedacitos colgantes decididamente se han escapado —dijo Granger, pasando la yema de un
dedo por la parte inferior de su pene, que ahora sobresalía de la bata.

Draco dejó que ella lo tocara, luego tiró de su mano hacia abajo.

—Por muy divertido que sea, se trata de ti y de sacarte confesiones.

Granger se mordió el labio y dijo:

—Engatúsame.

Draco ató la venda de seda alrededor de su cabeza y le robó un beso antes de comenzar.

Bueno, sólo tenía la intención de robarle un beso, pero sintió su lengua contra la suya, y luego se
encontró incapaz de apartarse, puso un codo en la almohada y se distrajo por completo con su boca.

Fue solo cuando se encontró deslizando una mano entre sus muslos que se separó.

—Entonces —exhaló—, la crema batida.

—El punto en cuestión —dijo Granger, tan jadeante como él.

Una cuchara de plata estaba de pie en el tazón de crema batida. Draco lo cargó, goteando
ligeramente con la sustancia, y se giró para observar a Granger, desnuda y con los ojos vendados
en su cama, con las manos sobre su cabeza. Sus labios estaban hinchados y húmedos, lo que le
trajo a la mente otras partes hinchadas y húmedas, lo que hizo que Draco volviera a enfocarse.

Draco sumergió un dedo en la crema batida y lo sostuvo contra los labios de Granger.

—Pruébalo y dime si está a la altura.

Sintió el movimiento de su lengua contra su dedo, un movimiento bastante inteligente, un


movimiento que sabía exactamente lo que estaba haciendo. En cuanto a la suave
succión, esa sensación se fue directamente a su pene.

—Perfecta —dijo Granger.

Draco se inclinó sobre ella y la besó, y probó la dulzura residual.


—Tienes una lengua traviesa.

Una sonrisa igualmente traviesa fue su respuesta.

Tenía la intención de colocar una cucharada en cada centímetro de Granger que deseaba besar, pero
descubrió que quería besar literalmente cada centímetro de ella, lo que implicaría arrojar todo el
recipiente sobre ella, y eso, aunque divertido, podría no ser tan sexy.

Por lo tanto, ejerció moderación y priorizó. Los globos de crema batida formaron una forma
particular. Disfrutó de sus espasmos cuando ella se estremeció al sentir la crema fría tocar su piel
caliente.

Granger se quedó en silencio y definitivamente estaba tratando de resolverlo, incluso mientras se


estremecía.

—¿Qué estás dibujando? —preguntó después de un tiempo—. Será mejor que no comience con la
letra D...

—Oh, no, es mucho mejor: es una constelación.

—¿Sí?

—La constelación de Draco, para ser específico.

—Tú eres...

Draco nunca supo lo que era, porque ella se interrumpió con un grito ahogado. Le había puesto
crema sobre los pezones en dos cucharadas que no tenía absolutamente nada que ver con las
constelaciones.

—No puedes decirme que estás sorprendida por eso —dijo Draco.

—Está frío.

—Lo calentaré en un momento —dijo Draco, dibujando líneas cremosas en sus muslos, hacia la
unión entre sus piernas.

Dejó a un lado la crema y comenzó. Su boca siguió un camino desde sus dulces labios hasta su
cuello, a través de sus clavículas y sus senos. El contraste entre la crema fría y la calidez de sus
pezones rígidos fue magnífico.

—Delicioso —dijo Draco.

Granger, arqueando la espalda, exhaló una especie de «de acuerdo». Tenía las manos a los
costados, presionadas contra el colchón. Una de sus piernas se movió y rozó la erección de Draco.
Era tentador permitirse un poco de frottage contra ella, pero se contuvo.

En cambio, besó y lamió su camino hacia abajo por su estómago y luego, justo cuando había
llegado a las partes interesantes y Granger se había quedado quieta, se detuvo y besó la crema de su
muslo izquierdo.

Granger exhaló. Se abrió camino hasta la piel suave y la crema; hasta todo el sendero de la parte
más interna de su muslo. Granger inhaló, sus dedos empujaron el colchón.

Se detuvo de nuevo y dirigió su atención a la línea de crema que subía por su muslo derecho.
El suspiro que siguió fue... frustrado.

—Puedo sentir tu sonrisa —dijo Granger mientras Draco volvía a subir.

—Ups —dijo Draco.

—Insufrible... Mmm...

Draco había probado su pastelito.

—Ahora empiezo mi interrogatorio —dijo Draco.

—Debo ser fuerte —contestó Granger.

—Háblame del Séneca —dijo Draco, burlándose de ella con la punta de un dedo. La encontró
resbaladiza, con una mezcla de sus actividades anteriores y una nueva excitación.

—¿Q-qué quieres saber?

—¿Por qué no me miraste?

Él empujó su dedo en ella, uno, luego dos nudillos de profundidad.

Ella gimió en señal de aprobación y luego dijo:

—Ya lo sabes.

—Me encantaría escucharlo.

—Porque eras... estúpidamente atractivo... nadie tiene derecho a pavonearse por tener ese aspecto,
todo... vaporoso y chorreante. No quería mirar hacia arriba porque no quería saber, no quería esas
imágenes en mi cabeza, de todos modos miré, por supuesto... maldita sea.

Draco sacó su dedo, probó y resistió el impulso de sumergirse y terminar esto ahora mismo.

Ya no estaba seguro de quién diablos estaba molestando a quién.

—Así que podríamos haber pasado tres días acostándonos —dijo Draco, rozando sus labios contra
su humedad mientras hablaba.

—Teníamos una relación profesional —dijo Granger.

—Tan justa —dijo Draco, moviendo la lengua donde había estado su dedo—. Voy a lamer eso de
ti.

Así lo hizo.

Granger jadeó.

—Pero... para ser sincera...

—¿Sí?

—Tú... competencia en la cripta fue posiblemente incluso más que un empapador de bragas...

Draco hizo una pausa en sus servicios.


—Creo que ambos compartimos esa predilección. Siguiente pregunta: dime qué pasó después de
nuestro encuentro en el alféizar de la ventana.

—L-lo sentiste a través del anillo, ¿verdad?

—Sí.

—Lo... sospeché. No había tenido un orgasmo tan fuerte en meses.

—Cambié de opinión —dijo Draco. Tomó una de sus manos y la empujó a su centro—. No quiero
que me lo digas; muéstramelo.

Granger se rio.

—Hedonista.

—Mm... —dijo Draco, sentándose un poco hacia atrás para darle espacio para maniobrar—.
Asientos de primera clase. Te haré saber que me estoy acariciando.

—No demasiado —chasqueó la lengua Granger—. Debes dejarme algo con lo que jugar, después
de...

—Habrá... mucho con lo que jugar —dijo Draco, bajando la mirada hacia su pene.

Draco realizó un análisis FODA. Observó cómo se tocaba a sí misma, con dos dedos presionando
pequeños círculos alrededor; entonces, prefería un toque ligero, y no demasiado contacto directo.
Empujó un dedo más abajo, recogió la humedad y volvió a subir para continuar con sus rítmicos
círculos.

Draco se quitó la mano del pene. Él mismo estaba casi listo para venir, maldita sea.

Y ella también estaba llegando ahí. Observó cómo un nuevo hilo se abría paso entre sus dedos.
Apartó su mano y la presionó contra el colchón.

—Mi turno.

Granger suspiró.

Puso un dedo dentro de ella, luego otro, apretando los nudillos por su comodidad. Empujó y tiró en
una cadencia que coincidía con la que ella le había mostrado. Su lengua encontró sabor a sal y
recreó esos pequeños círculos de ella.

Cuando ella comenzó a retorcerse, Draco se encontró extrañando dolorosamente el anillo. Pero, no
importaba, tenía otros indicadores.

Ella no era una gritona. Ella era una agarradora. Sus manos encontraron su cabello. Sus muslos se
cerraron alrededor de sus orejas. Ella empujó sus caderas hacia él mientras sus dedos entraban y
salían, y su lengua la besaba con un calor rítmico.

—Exactamente... así... —Fue su única instrucción, obedientemente llevada a cabo por Draco.

El movimiento de sus caderas se volvió errático. Draco sostuvo su trasero para mantenerla
empujada contra su boca.

Ella se convulsionó contra él, jadeó y se corrió con largas contracciones -cuatro, cinco, seis- contra
sus dedos, mientras él movía su lengua contra ella. Se sintió contraerse y gotear sobre las sábanas.
Caliente, eso fue malditamente caliente.

Hubo un estremecimiento y ella estaba inmóvil, jadeando, sonrojada desde el cuello hasta los
senos.

Draco se empujó hacia arriba con cuidado, evitando tocar su pene, que, francamente, se sentía listo
para brotar su propio orgasmo a la menor provocación.

Él le quitó la venda de los ojos. Sus ojos eran oscuros y soñadores.

—Eres jodidamente hermosa —dijo Draco.

Ella se dejó llevar por su resplandor con una sonrisa y lo vio lamerse los dedos.

Draco se dejó caer en la cama junto a ella y apoyó la cabeza en su puño.

—Algo de halagos —dijo Granger en voz baja.

—Siento que vas a hacer que me arrepienta.

Ella sonrió con la sonrisa de Nundu.

—Mierda —dijo Draco.

—Te ves preocupado.

—Lo estoy, pero, vale la pena por el material para el catálogo de masturbación.

Granger le tiró una almohada.

—Debo llamar a una pausa antes de que continuemos, dado que estoy a una suave brisa de venirme
—dijo Draco, agarrando la almohada.

Granger se inclinó hacia su erección, puso su boca a un centímetro de ella y exhaló su cálido
aliento sobre ella.

—¿Una brisa suave, dices?

—Oye —dijo Draco—. Eso es... antideportivo.

—¿Quieres que me detenga? —preguntó Granger, sus palabras fueron ligeros toques de aliento
contra su eje.

—Sí... No... ¡Mierda!

Granger le dio una especie de asentimiento sensato.

—Deberíamos tomar esa pausa.

Ella trepó sobre él, accidentalmente, a propósito, lo rozó con su resbaladizo cuerpo y se levantó de
la cama.

Draco se recostó en la cama y miró al techo con la mandíbula apretada.

Granger se sirvió un vaso de agua en la mesa.

—¿No vienes? —preguntó por encima del hombro.


—Estoy tratando de no hacerlo —dijo Draco.

Miró, no miró, volvió a mirar su trasero.

—Me gustaría morder eso —declaró Draco—. Ven aquí, ¿quieres?

—Creo que deberías tomarte un descanso mientras puedas —dijo Granger.

Ella no retrocedió a sí misma dentro del rango de mordida. Reprimiendo una sonrisa, desapareció
en el baño para limpiarse las peores manchas pegajosas. Draco se levantó para beber y comer una
tostada. Su pene aceptó el interludio y comenzó una trayectoria descendente.

Granger salió del baño, nadando en una de las batas de seda de Draco.

—No —gimió Draco cuando vio el cambio de atuendo—. Quédate desnuda, te estaba admirando.

—Toma —dijo Granger, abriendo un poco la parte delantera de su atuendo—. Haré un Malfoy y
crearé una exhibición atroz para ti.

—Eso está lejos de ser atroz —dijo Draco, agitando su mano hacia ella—. Más.

—¿Así? —preguntó Granger, abriendo una modesta ventana para mostrar su escote.

—No, por favor, no seas una monja.

Granger se burló un poco de él.

—Eso es tan gracioso, viniendo de ti.

—Todo hasta el final. De hecho, déjalo desatado. Ofréceme vislumbres.

—¿Mejor?

—Sí. Debemos tenerte en el próximo número de «Tetas Fantásticas y Dónde Encontrarlas».

La atención de Granger estaba en la ingle de Draco. No se opuso al cambio de tema.

—¿Las cosas se han vuelto peligrosas otra vez? —preguntó ella—. ¿Podemos proceder?

—Examínanos, Doctora —dijo Draco.

Deslizó una mano entre los pliegues de su bata.

—Mm... No es exactamente llamativo, pero es un buen punto de partida.

—¿Y qué estamos empezando? —preguntó Draco.

Granger se acercó a la mesita de noche y encontró la varita de Draco. Ella se la entregó.

—Me gustaría que me hicieras un ejercicio de Legeremancia para averiguarlo.

Bueno, eso era nuevo y emocionante.

—¿Sí?

Granger se paró frente a él. Draco, con las cejas levantadas, preguntó:
—¿Estás segura?

—Sí.

—Legilimens.

Se sentía sorprendentemente íntimo, entrar en una mente que estaba tan dispuesta a alojarlo. Sintió
el calor de ella, las corrientes de inteligencia, las complejidades, el conocimiento.

Ella le ofreció un pensamiento. La escena era una delicia largamente soñada.

—Ooh... —dijo Draco, saliendo de su mente, con las cejas levantadas.

—¿Estás de acuerdo? —preguntó Granger.

—Obviamente.

—¿Palabra segura?

—Prolapso.

—Hombre horrible.

Ella lo guio hacia la cama con una mano alrededor de su pene.

—Y quítate esto —dijo ella, tirando de su bata.

Draco hizo lo que le pedía. Ahora era su turno de reclinarse contra las almohadas, completamente
desnudo.

Él estaba viviendo adecuadamente el sueño.

Granger apuntó su varita hacia su vestidor y dijo:

—Accio gemelos.

Un par de gemelos plateados volaron hacia la habitación, flotaron junto a las muñecas de Draco y
rápidamente se transfiguraron en esposas, encadenadas entre los postes de la cama.

Cualquier cosa colgante que quedara en el pene de Draco desapareció por completo.

—¿Venda? —preguntó Granger.

Draco, sintiéndose aturdido de forma preventiva, dijo:

—Mierda, no, quiero mirar.

—Muy bien —dijo Granger.

Se acomodó a su lado, apoyó la cabeza en la palma de la mano y empezó a recorrer con dedos
delicados su cuerpo, ligeramente lánguida, ligeramente exploratoria.

—Realmente eres el ideal platónico de un hombre —dijo.

—No quiero ser nada platónico contigo.

Granger se rio. Con un movimiento de su varita, levitó el recipiente de crema batida hacia ella y le
lanzó un hechizo refrescante.

—No debemos dejar que esto se desperdicie.

Draco se estremeció con un delicioso escalofrío cuando Granger comenzó a hacer flotar gotas de
crema batida sobre él con su varita.

Los de ella estaban muy enfocados en su erección, y colocados con mucha precisión a lo largo del
eje y sobre la cabeza, convirtiéndolo en una ridícula gloria de crema apilada en su pene.

—¿Frío? —preguntó Granger.

—Sí.

—Tal vez mi plan es inducir el encogimiento, de modo que pueda entrar en mi boca cuando lo
rodee.

—Muy... inteligente —susurró Draco mientras ella comenzaba a lamer su camino hacia su
estómago—, pero me preocupa que tu boca, en cualquier lugar cerca de ella, tenga el efecto
contrario.

—¿En serio? Tendré que probarlo —dijo Granger.

Ahora se recogió el cabello sobre la cabeza, empujó su varita a través de él de manera profesional y
se puso a trabajar.

Besó la crema que había esparcido por su pecho, lamió las manchas que había puesto sobre sus
pezones -sonriendo mucho cuando sintió que se contraía-, y subió por su cuello -qué felicidad- para
besarlo en la boca.

Delicioso. Una de sus manos se sacudió hacia adelante para agarrar la parte posterior de su cuello y
mantenerla allí, pero las esposas.

—Oh, no —dijo Granger.

Draco enganchó una pierna alrededor de ella, pero no era lo mismo. Su beso pasó de profundo y
dulce con la lengua, a una versión ligera como una pluma rozando sus labios.

Hizo un sonido de descontento cuando ella se apartó.

Ella se movió más y más bajo. Miró hacia abajo y ella estaba allí, con un codo apoyado en el
colchón entre sus muslos, observando el lento derretimiento de la crema por su eje.

Había fantaseado tanto con algo así que, una vez más, no estaba convencido de que no fuera un
sueño. No podría ser real.

La yema de un dedo muy real recogió un goteo derretido de crema batida hasta la mitad de su pene,
lo deslizó hacia arriba hasta la punta y lo presionó con la boca.

—Mierda —suspiró Draco.

—Puedo confirmar que tu definición de grande cumplió con mis expectativas —dijo Granger.

Draco no tenía una respuesta coherente que ofrecer, ya que ella eligió ese momento para comenzar
a besar su eje, mientras unos dedos suaves tiraban de sus testículos.
Fue terriblemente minuciosa al respecto, terriblemente científica, cada cresta, protuberancia y vena
fueron descubiertas y tratadas con el movimiento rápido de una lengua pequeña y caliente, y ella ni
siquiera había llegado a la cabeza todavía, y él se sentía cerca. Quería agarrarla por el pelo, quería
agarrarle un pecho, pero estaba esposado y, en cambio, sufrió deliciosamente.

—Mm —dijo Granger—, tenías razón.

—¿Ajá? —preguntó Draco con voz estrangulada.

—La contracción, si la hubo, no persistió.

—Siempre tengo razón, deberías tener que aprender es...

Se interrumpió con un gemido. Los movimientos de su lengua se convirtieron en lametones y


caricias aterciopeladas a lo largo de su longitud. Sus dedos se unieron, siguiendo su boca en un
movimiento lento hacia arriba y hacia abajo.

Draco dejó caer la cabeza hacia atrás y se quedó mirando sus manos esposadas. Ahora él también
sintió la palma de ella, y la otra... ahora ambas manos estaban trabajando sobre él, arriba y abajo,
mientras su lengua describía un pequeño semicírculo justo debajo de su cabeza.

Cerró los ojos. Habría dado, cualquier cosa, para que ella lo tomara completamente en su boca, en
ese momento.

Ella no lo hizo, obviamente. Dejó la punta intacta. Sabía que lo tenía donde lo quería: todo lo
delataba, sus ojos cerrados, su respiración pesada, la tensión que lo atravesaba, el pre-semen que
goteaba entre la crema en su cabeza intacta.

—Glurkk —comentó sagazmente.

—Cuéntame sobre el catálogo de masturbación —dijo Granger, ahuecando una palma alrededor de
sus bolas—. Tengo una ardiente curiosidad.

—Este es... uno de varios escenarios —jadeó Draco—. Tu boca sobre mí, pero, la cosa real es
mucho mejor de lo que había podido imaginar...

Ella lo recompensó con una larga serie de lametones. Sus manos continuaron subiendo y bajando
lentamente.

—De hecho, pensé en esto cuando yo... No estoy seguro de que deba decirte esto...

Sus manos se movían más rápido, un estímulo.

—...Cuando me masturbé en tu ducha... La noche en que me quedé. Esa fue una pequeña paja
peligrosa, en caso de que necesites más confirmación de que soy un hombre horrible...

Sus manos se detuvieron. Draco echó un vistazo hacia abajo para verla mirándolo con un nuevo
rubor en sus mejillas.

—¿De verdad?

—Sí.

—Eso es... Ridículo, pero, al mismo tiempo... muy caliente. Continúa.

—Vestidos sin espalda: tomándote por detrás, con tacones. He querido hacerlo desde aquella fiesta
sobre los huérfanos...

Sintió el calor de su risa contra su pene y luego la bienvenida humedad de su lengua.

—¿Qué otra cosa?

—Tú esposada...

—Tendré que darte motivos para arrestarme.

—Bien. Mordiendo, obviamente, ya que hiciste todo lo posible para evitar una desalineación
dental.

—Mm... debemos darle un buen uso.

A Draco le resultaba difícil concentrarse. Su lengua era... wow.

—Fantasías de profesora, no puedo decidir si estarás de acuerdo...

La lengua se detuvo.

—Podría estarlo, con el hombre adecuado.

La lengua reanudó, acompañada por la succión. Todavía su cabeza no había recibido atención. Se
veía rojo púrpura debajo de la crema.

—Será mejor que sea el puto hombre correcto. Mataré a todos los demás hombres para ser el
maldito hombre correcto.

Ella se carcajeó, pero él no había estado bromeando.

Levantó las caderas, como si pudiera encontrar una forma de meterse en su boca. Se las arregló
para golpearla en la mejilla. La breve sensación de piel suave en su cabeza hambrienta de tacto fue
maravillosa.

—¿Qué otra cosa? —preguntó Granger, limpiando una mancha de crema de su mejilla y
reanudando sus atenciones.

—Voy a necesitar que me digas que soy un buen chico, en algún momento...

—¿En serio?

—Estás haciendo aritmética... En mi estudio... En mi regazo... Montándome...

—Dios, me gusta eso.

Ahora la succión se movió hacia la parte inferior de su eje, la parte exquisitamente sensible, justo
debajo de la punta. Todo su pene se movió hacia arriba. Una gota de crema cayó húmeda sobre las
sábanas. Su pene desesperadamente produjo otras gotas de pre-semen, mezclándose con la crema
restante.

—Ups —dijo Granger—. Lapsus linguae.

—Te...dije que me gustaban esos —tartamudeó Draco.

Ella se rio y, finalmente, se compadeció de él.


—Eso concluye mi interrogatorio —dijo, con una terrible cantidad de satisfacción.

—Gracias, mierda...

Una cosa había sido imaginar su boca sobre él, pero otra muy distinta sentirla, la suave lengua, la
dulce presión de sus labios finalmente rodeando su cabeza. Se sintió expulsar otro chorrito de
líquido preseminal, absorbido rápidamente.

Se tensó contra las esposas. Había querido tomárselo con calma, había querido prolongarlo. Pero
ahora su lengua dibujó cálidos círculos alrededor de su cabeza mientras se movía hacia arriba y
hacia abajo, y lo tomaba tan profundo como podía. Sus manos compensaron el resto.

Había querido tomárselo con calma.

—Maldita sea, voy a venir, a menos que tú...

Ella retrocedió. Tuvo un momento de lo que fue a partes iguales tortura y respiro. Ella lo miró, con
los labios húmedos, junto a su reluciente cabeza. Ella esperó.

Bueno. Él había querido que lo deshicieran.

—A la mierda —respiró—. Acaba conmigo.

Su boca estaba sobre él otra vez. Estaba envuelto en calor, a la vez suave y firme. Sintió el leve
roce de los dientes. La acumulación fue rápida y el lanzamiento se acercaba. Estaba jadeando.

Sus caderas se sacudieron. Sus manos apretaron. Su lengua trazó un estrecho círculo en su misma
punta. Ella chupó más fuerte. Se corrió con maldiciones indistintas, en largos chorros contra la
lengua y sus dientes y la estrechez.

Sintió la presión de su trago contra la parte inferior de su cabeza y lanzó un último chorro, tirando
de las esposas.

Se aflojó contra las esposas.

No se movió durante dos minutos después, sintiendo como si su fuerza vital acabara de ser drenada
de sus bolas.

Estaba deshecho. Muy deshecho.

Ella realmente puso en marcha el ESPERMA.

Granger trepó por la cama, le dio un beso en los labios (sabía a sal, a él mismo, a crema batida, a
ella) y lo liberó de las esposas.

—Eres un buen chico —dijo Granger.

—Demasiado tarde.

Ella era una mezcla de preocupación y diversión.

—¿Estás bien? Pareces... aturdido.

Su pene, todavía duro por la sobreestimulación y los ridículos niveles de excitación, goteó contra
su estómago.
—Ghlph —fue todo lo que dijo mientras se dejaba caer sobre las almohadas.

Granger se apresuró con agua para él y lanzó algunos hechizos de limpieza en las sábanas.

—Tsss —dijo, inspeccionando el recipiente de crema batida—. Apenas hemos hecho mella en esto.

—Dona... a... huérfanos —dijo Draco, reducido a fragmentos lingüísticos.

Granger vino a pararse junto a la cama, todavía con la bata demasiado grande. Ella juntó las manos
delante de sí e inclinó la cabeza hacia un lado, contemplándolo.

Draco, con su pegajoso cerebro débilmente sostenido por las hormonas y una o dos neuronas
restantes, suspiró:

—¿Qué?

—Estoy complacida.

—¿Por?

—Tenía la sensación, después de España, de que seríamos bastante compatibles, pero una no puede
estar segura hasta que haya realizado algunas, eh... pruebas, ya sabes.

—Bastante compatibles —repitió Draco.

—¿No crees?

—¿Me has visto?

Granger sonrió.

—Explotaría mis hallazgos —dijo Draco—, pero acabas de sacar toda la cognición de mis bolas.

Extendió una mano lánguida hacia ella. Ella se acercó. Lo deslizó entre los pliegues de la bata y lo
pasó por su costado.

—Eres malditamente increíble, ni siquiera puedo unir palabras en este momento, pero...

Se acostó en la cama con él y apoyó la cabeza en su hombro.

Un tipo de gesto ordinario, en general, solo que era Granger, poniendo su cabeza en su hombro. Su
pulso se aceleró de nuevo, no por excitación, sino por una oleada de alegría.

Besó la parte superior de su cabeza. No podía recordar haber besado la parte superior de la cabeza
de nadie en su vida, pero ahí estaba.

Granger parecía estar pensando las cosas de la misma manera. Ella habló en su pecho en un
murmullo sonriente.

—Esto es absurdo: eres Draco Malfoy.

—¿Nos hemos vuelto locos?

—Creo que sí, un poquito.

Acabas de recordarme que quería hacerte decir mi nombre.


—Tenemos tiempo para corregir el lapsus.

Sí. Habría tiempo.

Gracias a los dioses, porque Draco estaba haciendo una lista. Quería hacerlo en una escoba; quería
el juego de roles de profesor; la tendría en la biblioteca, incluso, tal vez, en la biblioteca de
Hogwarts, si pudieran volver a entrar; en la mesa del comedor; en su cubículo en el trabajo;
definitivamente en el laboratorio; en el Séneca, sí, por supuesto; y la tendría en el alféizar de esa
ventana, y en cada maldito alféizar de esta casa; y se iba a venir en sus tetas; y definitivamente
resolvería ese dispositivo de autoasfixia.

Habría tiempo.

Habría toda una vida, tal vez, ¿o era demasiado loco pensar en eso?

Lo pensó de cualquier manera.

Había sido, en total, un comienzo ganador del día.

Se acomodaron en los brazos del otro y cayeron en una siesta.

A juzgar por el ángulo del sol, eran solo las diez de la mañana cuando Draco se despertó. Obtuvo
un deleite inusual y aturdido al sentirse cálido y pegajoso, porque era Granger con quien se sentía
cálido y pegajoso.

Su bata se había abierto y expuesto un muslo que se veía delicioso.

Se empujó hacia arriba y lo besó.

Granger, muy lejos en algún sueño profundo y pacífico, seguía durmiendo.

Draco estaba a punto de volver a acostarse cuando se dio cuenta de que estaba siendo observado.

El gato de Granger estaba al pie de su cama, mirándolo.

—¿Cómo demonios sigues entrando aquí? —susurró Draco—. Tengo las protecciones levantadas.

El parpadeo del gato le dijo que esto no era asunto suyo.

—Bien... bueno... hem... como puedes ver, las cosas han... progresado... —dijo Draco, tratando de
cubrir el muslo de Granger con su bata.

La larga mirada del gato le informó que efectivamente se había dado cuenta, y que cualquier
progreso era, en realidad, obra suya, dado que Draco era en gran parte un imbécil inservible. Draco
podría ofrecerle un pago en forma de arenque ahumado en el desayuno.

—...No estabas realmente perdido, ¿verdad? ¿Aquella vez? Y la otra noche, en realidad no estabas
persiguiendo una hoja.

No, dijo el gato, por supuesto que no. Draco era tan torpe y un gato simplemente se queda sin
paciencia. El movimiento de la cola del gato le informó a Draco que, dicho fuera de paso, las
consecuencias serían nefastas para él si la cagaba.

Francamente, el gato intimidó a Draco mucho más que Potter y Weasley juntos. El gato realmente
tenía el coraje de llevar a cabo sus amenazas.
Draco se cubrió con una sábana, sintiendo que la vieja salchicha y los frijoles estaban demasiado
expuestos con la proximidad de esas garras.

—No voy a cagarla —susurró Draco—. No puedo cagarla. Me preocupo demasiado por ella... Es
un sentimiento horrible.

Los ojos amarillos lo observaron fijamente.

—¿Qué más quieres que te diga? Ella tiene la totalidad de mi estúpido corazón, ¿de acuerdo? No
puedo hacerle daño, preferiría arrancarme mi propia alma...

Aun así, la mirada continuó.

—La amo.

Eso es lo que había querido oír.

El gato se abrió camino hacia él en la cama. Draco deslizó una mano protectora frente a su
entrepierna, en caso de que tuviera alguna idea.

El gato observó el movimiento. Su mirada hacia Draco le dijo que, si iba a llevar a cabo su
venganza, iría primero por sus ojos, luego por los pezones; él afiló sus garras con ese propósito.

Pero, por ahora, eso era totalmente innecesario. Podrían ser amigos.

Golpeó su cabeza contra su pecho y curvó su cola debajo de su barbilla.

Draco escupió un único pelo de gato, presumiblemente colocado sobre su lengua para asegurarse
de que conocía su lugar.

Granger se despertó y encontró a Draco rascando las orejas de su gato.

—Oh —dijo ella.

—Me aprueba —dijo Draco—, con algunas condiciones.

—¿Condiciones?

—Eso es entre él y yo, no puedo revelarlas.

—Está bien. —Granger estaba sonriendo ampliamente—. Sabes, sabía de buena fuente que eres un
buen hombre, debajo de toda la imbecilidad, pero ahora...

—Es irrefutable, ¿verdad?

—Sí. Las conclusiones de Theo han sido revisadas por pares, por así decirlo.

El gato comenzó a masajear el muslo de Draco, demasiado cerca de su entrepierna para su


comodidad, otra táctica de intimidación, sin duda alguna.

Granger vio los ojos muy abiertos de Draco y fue al rescate. Cogió al gato y le dio un beso en su
fea cabeza antes de enviarlo a su alegre camino a través de la puerta.

—Todavía quiero saber cómo está entrando —dijo Draco.

—Deberías haber incluido eso en tus cláusulas —dijo Granger—. Estoy tan contenta de que se
estén llevando bien.

—No estoy seguro de que sea la más igualitaria de las relaciones.

—Suenas como si él tuviera algo terrible contigo.

—Me amenazó con ir tras mis pezones, si yo, de alguna manera, te molestaba.

Granger se rio y presionó un beso en uno de los pezones en cuestión.

—Te mantendré a salvo.

—Gracias. No puedo decidir si, en este momento, el gato o la priora me aterrorizan más.

—Nuevo Boggart, ¿verdad?

—No del todo —dijo Draco, pero sí, había un nuevo terror allí.

Granger bostezó.

—¿Nos damos una ducha y les proveemos a los demás una señal de vida?

—No —contestó Draco, egoístamente.

—Creo que deberíamos hacerlo, o Harry y Ron podrían irrumpir en este instante.

—Una cosa es que ese críptido tuyo entre, pero si esos dos bravucones atravesaran mis
protecciones, sabría que estoy perdiendo mi toque.

—Estabas un poco distraído cuando las estabas lanzando —dijo Granger.

Luego procedió a distraerlo nuevamente caminando hacia el baño y dejando que la bata se
deslizara mientras caminaba.

Todos los demás problemas perdieron su importancia por perseguir el trasero desnudo de Granger.

—¿Otra vez? —jadeó Granger cuando Draco corrió tras ella y empujó su cuerpo medio duro contra
ella.

—Obviamente. Todavía queda mucha vida en la vieja bolsa.

Cuando entraron al baño, Draco se vio a sí mismo en el espejo.

Su cabello parecía una piña.

En un momento de verdadero crecimiento personal, descubrió que no le importaba.

Se ducharon, entre otras cosas malas. Luego, debido a que Granger lo deseaba, bajaron las
escaleras para dar la señal de vida requerida.

Esa noche cuando todos, pero particularmente Potter y Weasley, se habían ido a la mierda, Draco
se unió a Granger en sus habitaciones.

Para entonces, habían sacado lo peor de la lujuria de sus sistemas, y eran capaces de tomárselo con
calma, y era algo más parecido a hacer el amor.

Había tanto placer en ello. No puro placer carnal, que se había encontrado varias veces esa mañana,
sino algo íntimo, lento y dulce. Se desnudaron mutuamente con mimo y caricias. Ella le quitó los
tirantes y los gemelos con una suave sonrisa en su rostro. Él sacó las horquillas de su cabello, todas
excepto una, por mera paranoia persistente. Ella le desabotonó la camisa; él levantó su parte
superior.

Cuando ambos estuvieron desnudos, la acostó sobre las almohadas con ese hermoso caos de
cabello a su alrededor, bajo la luz de la luna creciente. Ella era la hechicera que había vislumbrado
hacía tanto tiempo. Le pasó los dedos por el pelo y sintió la imposibilidad de esto, de la realidad de
esta onírica visión. Él le dijo que era hermosa. Ella le pidió que la besara.

Sus besos arrojaron secretos. Él le habló de su Amortentia y ella le habló de la suya. Encontraron
deliciosas sorpresas en las respuestas del otro, de volar, y sobre el mar, y de rosas, y de su cabello,
y de arenas del desierto, y de su jabón, y de su colonia, y sidra con miel, y cerezas, trocitos y
recuerdos, y momentos que los unieron. Él le dijo lo que pensaba cuando lanzaba un Patronus. Ella
le habló de su rompecabezas, de paradojas ahora resueltas.

Era un suave delirio de estupideces y vulnerabilidades. Hicieron el amor en él, susurrando deseos,
en voz baja, al oído del otro. Sus corazones latían y se agitaron. Sus bocas segaron y cosecharon
besos y, cuando giraron juntos sobre el borde del orgasmo, cada uno jadeó el nombre del otro.

**~**~**

Chapter End Notes

¿Me acompañas al último capítulo?


Los viajes terminan cuando los amantes se encuentran
Chapter Notes

Nota de la autora:

El título del capítulo es de Noche de Reyes. Algunos agradecimientos están en orden


mientras publico este capítulo final:

A todos los artistas que produjeron fanarts y gráficos increíbles, que me dejan sin
aliento y con humildad. Hago scroll para mirar sus piezas todo el tiempo y no puedo
creer lo afortunada que soy. Un saludo especial a nikitajobson, quien me ha mimado
más allá de las palabras con su arte a medida que avanzaba la historia.

Para los lectores, comentaristas y sus felicitaciones: en un mundo donde nuestra


capacidad de atención es pequeña y las distracciones son muchas, me siento honrada
por cada par de ojos que tocaron esta historia. ¡Gracias por su apoyo, por arriesgarse
con una absoluta desconocida y por quedarse conmigo!

Y así llegamos al final. Mis amigos, ha sido un placer total.

(Ce n'est qu'un au revoir. Puedes encontrarme esporádicamente en e tumblr e


instagram ).

See the end of the chapter for more notes

**~**~**

Draco Malfoy y el mortificante calvario de enamorarse

"Draco Malfoy and the Mortifying Ordeal to Being in Love"

De Isthisselfcare

Beteado por Bet

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La luna llena de diciembre vino y se fue. No hubo más ataques de hombres lobo. El mundo mágico
suspiró aliviado: Greyback y su manada habían sido completamente erradicados. Y, si alguien de
su calaña regresaba, bueno, ahora había una cura. La licantropía ya no era la aflicción que
cambiaba la vida que solía ser.

En los días y semanas que siguieron, la normalidad volvió a la vida de Draco y Granger. Granger
regresó a su casa de campo, a pesar de que Draco mencionó, con eminente indiferencia, que no le
importaba que se quedara en la mansión por más tiempo. Con lo cual, claramente quería decir que
quería pasar el resto de su vida allí con ella, pero ella era muy obstinada al respecto.

De todos modos, Granger volvió a mudarse a su cabaña. Regresó a sus honorables trabajos en el
Cambridge Muggle, a su cirugía local y en Urgencias de San Mungo. El sonido de un látigo restalló
sobre la Junta Directiva de San Mungo.

Sus avances en inmunología mágica tomaron por asalto a la academia mágica y la catapultaron al
estrellato académico. Lo que parecía ser que todas las instituciones de investigación mágica del
mundo se esforzaron por robarla de Cambridge. Oxford fue particularmente insistente e intentó
reclutarla con la promesa de dirigir su propio instituto de investigación, y presupuestos, personal y
recursos más allá de sus sueños más descabellados. Cambridge se apresuró a hacer una contraoferta
para asegurarse de que Granger se quedara. La Sorbona envió una propuesta que rozaba lo
escandaloso. Las universidades estadounidenses de peso pesado entraron en la refriega con ofertas
mucho más extravagantes, que incluso Draco encontró bastante tentadoras cuando Granger se las
mostró.

Granger observó la contienda con una ceja levantada, dijo que todo era muy halagador y decidió
quedarse en Cambridge. Le dieron la totalidad del tercer piso del Salón del Rey para expandir su
laboratorio y financiaron una nueva instalación para la producción en masa de su tratamiento.

Ganó una cantidad absurda de premios para agregar a su mosaico. Mientras tanto, las
universidades muggles encontraron una afluencia inexplicable de interés en sus programas de
inmunología por parte de futuros estudiantes con calificaciones académicas extrañas y
maravillosas.

En cuanto a Draco, bueno, recibió una Orden de Merlín, Primera Clase, por Actos de Valentía
Sobresaliente, es decir, por sus diversas manifestaciones de idiotez en el campo de batalla.
También recibió una carta de reprimenda por conducta inapropiada de un Auror por actos
inconvenientes con su Principal; estaba firmado por Tonks y tenía un post-it preguntando cuándo
sería la boda. Él enmarcó la carta y la colocó en un lugar de honor en la pared de su cubículo, junto
a su Orden de Merlín. La fotografía de Granger del expediente original estaba pegada a su lado y
ella le hacía muecas cuando llegaba tarde.

Draco volvió a su variedad habitual de misiones. Y, cuando no estaba lidiando con brujas y magos
traviesos, jugaba con cierto anillo dañado. Las palabras talladas en él: «La pureza siempre
vencerá», ahora significaba algo diferente. La pureza había vencido, pero había sido pureza de
otro tipo: de propósito, de corazón y de mente.

En cuanto al Algo entre Draco y Granger, se veían cuando sus horarios lo permitían, tal vez, cada
dos o tres días. Mientras diciembre llegaba a su fin, Draco decidió que, fuera lo que fuera, no era
suficiente. No quería volver a las notas de su Bloc, no cuando podía besar significados en su
cuello. No quería despertarse en camas separadas. No quería agendar; quería una Vida Juntos.
Parecía un objetivo divino y aterrador. Quería probar eso con Granger, esta próxima aventura. Lo
asustaba mucho más que cualquiera de las otras; más que las Guardianas, más que las monjas, más
que la manía de Greyback, pero podría ser suficiente.

Una vida junto a Granger, cualquiera que fuera la forma que tomara, no sería perfecta, no era
navegar tranquilamente hacia una puesta de sol perpetua. Esto, lo sabía. Se peleaban a menudo.
Querrían asesinarse unos a otros a través de nuevos y sensacionalistas medios. Probablemente,
algunos días, lo llamarían un error. Pero llegarían a acuerdos. Y tal vez, con el tiempo, aceptaría
vivir en la mansión con él y llenar de calidez sus nobles salones. O, tal vez, él se mudaría a su
cabaña y haría algo con el desorden de libros en esa habitación delantera. Tal vez, algún día,
tendrían hijos, y esos niños tendrían una infancia libre de dolor y guerra. O tal vez simplemente
disfrutarían el uno del otro e irían a donde el viento, o la bienhechora de Granger, los llevara. O tal
vez se convertirían en señores ladrones. O podrían adoptar huérfanos e infundirles fibras morales.

Pero se estaba adelantando con estas especulaciones. Primero, tenía que preguntárselo a ella.

Draco tuvo una conversación con su madre. Le explicó muchas cosas que hasta ahora se habían
mantenido en secreto: los anillos, Granger viviendo en la mansión, sus sentimientos imprudentes y
no permitidos. Había esperado, como mínimo, molestia, si no ira, por su temeridad en todos los
frentes. En cambio, su madre se puso a llorar y le hizo una pregunta:

—Y tú eres... feliz, ¿verdad? —inhaló ella.

—Sí —contestó Draco con una inusual sinceridad y una amplia... enorme sonrisa.

—Entonces yo también.

Ella lo tomó en sus delgados brazos y lo abrazó.

—Y —dijo Narcissa en su hombro—, con gusto admitiré que estaba equivocada, después de todo,
ella sí existía.

—¿Quién?

—La bruja perfecta que estabas esperando.

Unos días antes de Navidad, Draco invitó a Granger a cenar a la mansión.

Para su disgusto, llegó tarde a casa esa noche, ya que había estado ocupado persiguiendo a un liche
en Grimsby. Salió de la red flu para encontrar la mansión resplandeciente con las decoraciones
navideñas: oropel de plata y oro combinados, racimos de velas blancas y guirnaldas que despedían
el aroma de los pinos.

Tupey lo desempolvó. Henriette, con una pluma detrás de la oreja y un rollo de pergamino en la
mano, interrogó a Draco sobre algunos elementos del menú de la cena. Draco tenía poco interés en
el asunto, no tenía absolutamente nada de apetito, dado que sus intestinos eran un nudo de nervios.

—¿Ya está aquí? —preguntó al momento.

—La Compañera Sanadora Granger salió a caminar —dijo Tupey—. Le avisamos que llegaría
tarde, señor.

—Compañera Sanadora Granger —repitió Draco.


—¿Señor?

Draco apretó su bolsillo.

—Mi esperanza es que... Mi esperanza es que ella no sea la Compañera Sanadora Granger por
mucho más tiempo.

Ambos elfos domésticos se giraron para mirarlo con los ojos muy abiertos. El plumero de Tupey se
estremeció.

—Espero que se convierta en otra cosa... Si me acepta —dijo Draco, sintiéndose algo tembloroso.

Henriette dejó caer su pergamino. Sus pequeñas manos se cerraron sobre su corazón.

Los elfos se arrojaron sobre él. Cada uno se abrazó a uno de sus muslos.

—Debe cambiarse, Monsieur —dijo Henriette, retrocediendo y poniéndose seria—. Huele como
a un cadáver.

—Sí, bueno, los muertos vivientes en Grimsby, ya sabes...

Diez minutos más tarde, Draco había sido arrojado a la ducha y vestido con túnicas limpias. Luego,
recibió consejos de vida de Henriette, como, por ejemplo, la importancia de ser humilde y
sincero. Et surtout! Surtout! No estropee esto, Monsieur, o ella se enfadaría.

A pesar de sus severas palabras, sus ojos se llenaron de lágrimas mientras lo ayudaba a ponerse la
capa.

Tupey sollozaba en su plumero.

Draco esperaba sinceramente que pronto les daría una razón para sonreír; de lo contrario, se uniría
a ellos en el llanto.

Salió y encontró las huellas de Granger en la nieve. Las siguió, sintiéndose como un hombre con
una misión. Posiblemente la misión más significativa de su vida. Qué sentimiento, qué sentimiento
tan horrible, vulnerable y glorioso.

El aire olía a justo antes de la nieve.

Mientras Draco caminaba, los recuerdos de su año juntos se desarrollaron ante él en una suave
cronología. Aquel día de febrero en Glastonbury; su pelea en Ostara; el pastel de Banofee devorado
como bárbaros; Beltane y sus mares y humo; el chocolate junto a una fuente; el Solsticio y
Provenza bañada por el sol; de curaciones y revelaciones involuntarias en San Mungo;
demorándose bajo las glicinas; el suave deambular por los recuerdos en Lughnasadh; los ataques
de risa con barro en la boca y la magia de Mabon; un baile robado; Samhain y aquella noche en
España; el triunfo en el campo de batalla entre fuego y sangre; el beso bajo la lluvia santificada.

Sintió una dulce especie de tristeza porque algo había terminado, pero también emergió en él la
esperanza de que algo nuevo y maravilloso estaba a punto de comenzar.

Había una extraña belleza en el cielo de la tarde. Las nubes de nieve amenazaban, pero el sol
bailaba entre ellas, filtrando oro delicado aquí y allá a través del gris. Lavó la luz y la oscuridad
sobre los terrenos en un empaste pálido y luminoso.

Las huellas de Granger conducían a las paredes cubiertas de hiedra de nieve del jardín de rosas.
Los rosales, encantados para resistir el frío, goteaban carámbanos que fijaban la luz en destellos
helados. Las rosas mismas se veían mucho más opulentas que de costumbre bajo sus capas de
nieve, las pesadas cabezas se inclinaron bajo el peso, que brillaban con destellos de rubí, rosa o
carmesí a través del blanco.

Había una especie de cuento de hadas sobre las rosas bajo la nieve: en las congeladas hojas, en los
tallos doblados, en las flores sin cicatrices, tocando pétalo con pétalo como los labios de los
amantes. Algo así como una historia de amor, algo así como un felices para siempre.

Draco tomó una rosa, una de color rojo intenso, el color del romance, de la sangre del corazón.

La conmovedora belleza del jardín de rosas se hizo todavía más hermosa por la mujer que lo
cruzaba.

Había trazado un círculo de huellas alrededor de la fuente. Tenía la nariz y las mejillas rosadas por
el frío. Ella sonrió cuando él se acercó.

En sus manos, un fajo de papeles. En las manos de él, una rosa.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella, cuando él se acercó.

—Travesuras, como de costumbre —dijo Draco. Deslizó la rosa en su cabello y retrocedió para
contemplar el efecto—. Dorando el lirio, en realidad... Sosteniendo una linterna al sol.

Granger lo miró con diversión y sospecha, incluso mientras se sonrojaba. Tocó con las yemas de
los dedos los pétalos.

—Gracias. Es encantador.

—¿Y qué estás haciendo tú? —preguntó Draco.

—Recuperándome —dijo Granger. Ella agitó sus papeles hacia él—. Acabo de regresar del
laboratorio. Hemos recibido algunos resultados preliminares.

—¿Y es bueno?

—Más que bueno, fantástico. Más allá de lo que podría haber esperado.

Llegó a su lado y le mostró los resultados, las incomprensibles filas de datos que la hacían tan
feliz. Explicó las cosas en un arrebato de entusiasmo, cómo estos y aquellos números eran tan
prometedores, que este y aquel efecto secundario anticipado habían ocurrido solo mínimamente,
intercalados con exclamaciones de «¡Mira!» y «¿Te imaginas?».

Draco asintió y fingió entender y dijo que todas eran malditas buenas noticias, bien hecho,
¡mierda!, bien hecho.

Granger sonrió. Apretó los resultados contra su pecho, giró sobre sus talones, tomó aliento y lo
dejó escapar en una cálida niebla.

Con una nueva serenidad, dobló sus papeles y los metió dentro de su abrigo. Ahora miró a Draco
con un deleite suave y sonriente. Una gran paz descendió sobre ella, la paz que sigue a años de
esfuerzo y persistencia, cuando esos esfuerzos, por fin, han dado sus frutos. Había logrado lo
imposible; ella había logrado un sueño.

Draco sintió esa oleada de admiración y afecto que se había vuelto terriblemente familiar cuando
Granger estaba cerca: la presión en su corazón, la embriaguez. Qué bruja tan extraordinaria: la
increíble mujer. Tan, tan, amada.

El sol brillaba detrás de las nubes.

—Hoy es el solsticio de invierno: —dijo Granger, mirándolo—. Yule.

—¿Lo es? ¿Qué? ¿Unas vacaciones paganas? O no tenemos una aventura asterisco para divertirnos

—Extraño, ¿verdad?

—¿Vamos a las Islas Orcadas antes de la cena?

Granger se rio.

—Es un evento astronómico fascinante por derecho propio. El significado literal de Solstitium es
«el sol se detiene», y lo hará. Muy pronto, creo. Y entonces los días volverán a ser más largos. Un
tiempo para nuevos comienzos, según las viejas costumbres.

—Nuevos comienzos —repitió Draco—. Eso es... Bastante conveniente.

—¿Sí?

Draco se encontró, de nuevo, atrapado por el coraje de un tonto, así como por la presión de los
nervios.

—Tengo... algo para ti —dijo Draco.

De pronto, su voz bordeó lo tembloroso. Su voz nunca era temblorosa. Había querido ser suave.
Pero esta era Granger, ergo, no era suave. Lo mandó todo al infierno.

Granger volvió su atención del cielo a él. Su enfoque era curioso, gentil.

Con dedos que se sentían un poco temblorosos, Draco sacó el anillo. Estaba en su palma, una
simple banda de plata.

—Lo arreglaste —jadeó Granger con deleite—. ¡Bien hecho!

—Lo hice y me gustaría que lo tuvieras.

Ella lo miró a él.

—¿Para usarlo de nuevo?

—No. Bueno, sí. Pero quiero decir... para quedártelo.

—¿Quedármelo? —Granger buscó sus ojos—. Pero... Estos son los anillos de tu familia.

Correcto; lo estaba estropeando esto por completo e iba a tener que explicárselo, incluso cuando su
corazón estaba haciendo todo lo posible para bloquear su garganta.

—Sí, por supuesto, tienes razón. Estos son los anillos de mi familia. —Hizo una pausa, tomó aire y
continuó—. Y, lo que estoy tratando de decir -muy mal, por cierto- es que me gustaría que fueras
parte de mi familia. O... Para que yo sea parte de la tuya. O para que hagamos una nueva, juntos...
O cualquier iteración que desees. Lo que estoy tratando de preguntarte es, si lo intentarías
conmigo...
Su voz quedó estrangulada. Finalmente ella estaba empezando a entender. Sus labios se separaron.
Unos cuantos copos de nieve cayeron y se engancharon en su cabello, en la rosa, y dejaron
derretidos besos en sus mejillas.

—Potter y Weasley me preguntaron cuáles eran mis intenciones contigo —continuó Draco—. Y no
tenía una respuesta, no sabía que tenía alguna. Pero lo hago: quiero estar contigo, en cualquier
capacidad que me quieras.

Ahora había lágrimas en sus ojos.

Siguió adelante, porque ya era demasiado tarde para dar marcha atrás.

—Te amo... Te adoro... Quiero que estemos juntos: Juntos-juntos. Francamente, me gustaría pasar
el resto de mi vida contigo, pero primero podemos tener estúpidas citas, o un cortejo apropiado, o
un compromiso (aunque creo que nos comprometimos en marzo, aunque lo niegues) ... O cualquier
cosa que desees.

Ella soltó un sollozo que, de algún modo, también era un sonido de alegría.

—¿Me estás pidiendo que me case contigo?

—Sí, lo hago. Si quieres, obviamente, pero también sería feliz simplemente estando contigo, lo que
sea que eso signifique, lo que sea que quieras que signifique. No sé, maldita sea... Soy una total
basura en esto. Hay algo en ti que me reduce a un tonto estúpido. Me doy cuenta de que pedir el
resto de nuestras vidas probablemente sea demasiado, demasiado rápido, así que...

—Sí —dijo Granger.

—¿Sí? —repitió Draco—. ¿Tú quieres?

Ella se acercó. Ella sostuvo su fría mano entre las suyas cálidas y la atrajo, con anillo y todo, hacia
su corazón. Las lágrimas se mezclaron con la nieve derretida en su mejilla.

—Sí, quiero... Sí a todo. A lo que sea que pueda significar. Sí a las citas estúpidas, sí a estar juntos-
juntos, sí a... casarme contigo, a pasar el resto de mi vida contigo. Sí a cada palabra balbuceante.

—¿Estás segura? Soy... El peor de los charlatanes... De los hombres en general...

Ella lo interrumpió con un beso y, con voz ahogada por la emoción, susurró: «Te amo», contra sus
labios.

Su cabeza dio vueltas. Su alma voló. Él le devolvió el beso, luego su corazón de por sí rebosante
desbordó deseos en una secuencia sin aliento contra su boca.

—Quiero más tiempo contigo, quiero que tengamos la misma cama. Quiero que te burles de mí
todos los días; quiero, dioses, darte tantas cosas; quiero rapiditos en los baños; bailes; fotografías
en guardapelos...

Lágrimas o copos de nieve se aferraban a sus pestañas. Ella jadeó otro sí contra sus labios.

—Soy el idiota más afortunado que jamás haya pisado esta tierra —dijo Draco, sosteniendo su
rostro, presionando su frente contra la de ella.

—Te puedo asegurar que ese título va para mí —dijo Granger con voz trémula.

—Eres Granger... es una contradicción en los términos.


Ella rio entre lágrimas.

—¿Cómo me haces... tan feliz...?

—¿Deberíamos... deberíamos tener una última gran aventura juntos?

Ella no pudo hablar más. Ella asintió y luego apretó la cara contra su pecho.

Ella había dicho que sí. Ella había besado síes en su boca. Quería llorar, quería estrujarla, quería
arrodillarse, quería todo, toda esta estúpida cosa del amor, la quería plagada de clichés, otro beso,
otro momento, por los siglos de los siglos.

Sintió el calor de su aliento a través de su capa. Puso su pequeño y tembloroso agarre alrededor de
él e hizo un serio intento de exprimirlo hasta matarlo.

Y, a pesar de su larga lista, no quería nada más que esto. Esta bruja en sus brazos, haciendo todo lo
posible para romperle las costillas.

Había, por fin, encontrado lo suficiente.

El sol se puso; las estrellas brillaron en su hermoso despertar.

Y volvieron a coincidir así, este mismo jardín como hacía tantos meses, cuando ellos eran,
únicamente, un hombre y una mujer entre verdes ramas y una susurrante brisa.

Sólo que, en esta ocasión, las violentas polaridades que los mantuvieron separados, los unieron.
Después de todo, el fuego ama la oscuridad; después de todo, el pecador ama a su ángel; el otoño,
riendo, baila sus hojas hacia los altos cielos de su invierno; la luna da vueltas y vueltas
persiguiendo a su amado sol.

Sólo que, esta vez, las terribles incompatibilidades se volvieron irrelevantes, desaparecieron, ya no
importaban ni un poco. Ellos eran dos almas que se acercaron lo suficiente para sentir el brillo del
otro, pero, ahora, finalmente, se encontraron, se tocaron, se enlazaron.

Él deslizó el anillo en su dedo; había eliminado todas las restricciones y ella sentiría todo. Los
anillos estaban conectados. Él sintió la oleada de su corazón y ella, con un grito ahogado, sintió el
suyo.

Él la abrazó, la levantó y la hizo girar, riéndose, entre nebulosas arremolinadas de copos de nieve
que atraparon el sol.

Ella era suya y él era completamente suyo.

En el crepúsculo cubierto de nieve, bajo el cielo derramado y el brillo de las estrellas y un sol
inmóvil, se besaron, se prometieron, se amaron.

¿Qué importaba que los universos colisionaran? Que colisionaran. Que sus latidos unidos
separaran las constelaciones y sorprendieran a las eternas estrellas.

**~**~**
Chapter End Notes

Nota de su traductora: Y así concluimos este mortificante calvario enamorándonos


capítulo tras capítulo de esta pareja. Gracias por todo el amor que le dieron: por sus
decenas de comentarios, teorías, gifs, corazones y estar semana tras semanas
puntualmente, incluso cuando fueron a leer la historia en inglés, muchas gracias por
seguir apoyando la traducción.

Que este viaje haya sido tan hermoso para ti como para mí fue el traértelo.

Un beso y nos leemos luego,

Paola

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