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RUHN
BRYCE
*****
THARION
—Con que Fitzroy, ¿eh? —comentó Tharion, mirando hacia abajo para
dirigirse a la nutria de río con el chaleco amarillo brillante de los mensajeros
que estaba de pie ante él en la esclusa de aire de la Corte Azul—. ¿De dónde
sacaste ese nombre?
Los bigotes de la nutria se crisparon, sus enormes ojos marrones parpadeaban
mientras le miraba. Las criaturas podían entender su lenguaje, aunque no
tuvieran la capacidad vocal para hablarlo, de manera que se dedicaban a
comunicarse escribiendo. Los animales, en cambio, todavía no podían hacer eso
por su cuenta. No podían comunicarse a no ser que les proporcionaran, de forma
ocasional, una gota de agua mágica.
La nutria sacó una pequeña tableta electrónica y escribió en ella con sus
pequeños deditos negros pulsando las teclas de una en una. Tharion se inclinó
para coger la tablet cuando se la ofreció y leyó en la pantalla:
Fitzroy era el nombre de mi tátara-tátara-tatarabuelo, señor.
—Ah —dijo Tharion, sonriendo ligeramente mientras le devolvía la
tableta—. Un nombre familiar.
Volvió a teclear.
Mis amigos me llaman Fitz.
—Encantado de conocerte, Fitz —aseguró Tharion, metió la mano al
bolsillo y sacó un recorte de papel—. ¿Podrías llevar esto a la embajada de
las brujas?
Asintió con la cabeza. Fitz extrajo un cilindro de metal de su mochila y se
lo entregó a Tharion. Tharion deslizó la nota dentro y enroscó la tapa
impermeable antes de devolvérselo a la nutria.
—Dáselo a la Reina Hypaxia, únicamente a la Reina Hypaxia, a nadie más.
Fitz asintió otra vez sin un ápice de sorpresa o asombro en su rostro peludo.
Un profesional de verdad.
Tharion le lanzó un marco de oro.
—Que esto se quede entre nosotros, Fitz.
Fitz le guiñó un ojo y trotó hacia la pequeña esclusa de aire que estaba
construida y reservada para las nutrias mensajeras. Con un siseo de aire
comprimido se selló el portón.
Tharion se tomó su tiempo antes de volver a la oficina. Tenía que seguir
manteniendo las apariencias y que pareciera que estaba buscando a Emile,
pero en ese instante tenía un asunto personal que resolver.
Después cerrar con llave la puerta del despacho y encender su ordenador,
Tharion escribió en la barra de búsquedas el nombre que le había estado
provocando pesadillas desde la noche anterior.
Morganthia Dragas.
La segunda al mando de Hypaxia. También lo había sido de la Reina
Emérita Hecuba. Si había alguien con la intención de llevar a cabo una
revuelta o de intentarlo siquiera tenía que ser ella.
A pesar de que durante toda su carrera las brujas solo habían estado en el
punto de mira en el sentido más vago de la palabra, desde la Cumbre de la
primavera pasada no les había quitado el ojo de encima. Su amistad con la
reina le había dado la excusa perfecta para estar interesado en las personas
que la rodeaban. Y después de lo que había oído acerca de las sospechas de
Pax…
Hojeó un artículo tras otro de Morganthia. Encontró un poco de
información que la relacionaba con Hecuba donde se decía que había sido una
líder tan amada como enigmática. Morganthia era la hija de Moria, que había
sido la general y segunda al mando de la madre de Hecuba, Horae. La madre
de Moria había sido la general y la segunda al mando de la madre de Horae,
la Reina Hestia, y así sucesivamente a lo largo de la historia. Un linaje extenso
de brujas poderosas que siempre habían estado sirviendo al trono desde cerca.
Pero ahora no parecía que Morganthia estuviese de acuerdo con
permanecer de parte de la corona ni un minuto más. ¿Acaso querría ser ella
la que gobernase?
Tharion golpeteó distraídamente el escritorio con un dedo, balanceándose
hacia atrás en la silla. La última foto en la que se quedó parado era una de
Morganthia y de Hypaxia en la Cumbre. Morganthia estaba junto a su reina,
irradiaba la misma vacuidad que un Segador, todo en ella eran ángulos
afilados y tenía una mirada fría. Pax tampoco estaba sonriendo, pero la luz
interna de sus ojos sugería amabilidad y alegría.
Era el mismo brillo que le había llamado la atención la primera vez que se
encontró con ella, justo dos días después de que tomaran esa fotografía.
Por un momento, permitió que el recuerdo le llevase de vuelta al
bochornoso calor de los estanques subterráneos del centro de la Cumbre.
Había estado agotado después del primer día de reuniones y había optado
por darse un baño nocturno en esas masivas y sinuosas aguas. Las estancias
habían sido remodeladas para parecer cuevas con columnas y techos
abovedados, algunos de los estanques tenían más de tres mil metros de
profundidad y estaban equipados con edificaciones habitables bajo el agua
para los mer que quisieran dormir bajo la superficie. En el momento en que
la hija de la Reina del Río había decidido que quería dormir en una de esas
casas sumergidas a él no le había quedado más remedio que dormir también
ahí abajo en su propia habitación. Como no conseguía conciliar el sueño
empezó a anhelar la tranquilidad y la quietud de las piscinas de la superficie.
Había asumido que estarían vacías a esas horas de la madrugada.
En su mesa Tharion cerró os ojos y dejó que el recuerdo se apoderase de
él.
*****
El cansancio le pesaba como una roca por todo el cuerpo, por su cola,
mientras se encaminaba entre los pilares y las grutas cavernosas de los
estanques deleitándose con la suavidad de sus movimientos.
Por fin tenía un momento de paz después de un día entero lidiando con
individuos con unos egos gigantescos. Y, de hecho, había sido su
responsabilidad hacerlo porque la hija de la Reina del Río no había movido
ni un solo dedo en todo el tiempo.
No tenía ni la mas remota idea de por qué su madre la había enviado a la
Cumbre.
Bueno, de hecho, había un motivo obvio, que la Reina del Río no
abandonaba jamás el Istros; pero enviar a la inexperta y cobarde de su hija…
Supuso que por ese motivo lo había mandado asistir junto a ella. Él sería el
que hablase. Él escucharía a Micah, a Sandriel, al Rey del Otoño, a Sabine y
a todos esos cabrones farfullar acerca de la guerra y de los negocios,
intentando pisarse y convencerse los unos a los otros. Imaginó que dejaría que
hablasen unos pocos días más, permitiría que se dejasen exhaustos entre ellos,
antes de que él hablase, pusiese los puntos sobre las íes y expusiera lo que
quería; o, mejor dicho, lo que su reina quería.
Simplemente había estado allí sentado durante horas y había sido suficiente
para que le drenaran toda la energía. Y, a pesar de que se había pegado un
baño matutino para aguantar hasta el cambio de turno, necesitaba otro. Todo
su amor por las cosas de Arriba no anulaba el que también sentía cuando
estaba bajo el agua, meciéndose en ella y escuchando las corrientes.
Todavía quedaban otros seis días de ese infierno.
Al menos había podido tomar asiento. El pobre bastardo de Athalar había
estado obligado a mantenerse de pie a las espaldas de los demás durante todo
el día. Había sido entregado como esclavo de Sandriel. Ojalá Ogenas tuviera
piedad por él.
No había nada que Tharion pudiese hacer para ayudarlo. De acuerdo a los
rumores, Bryce Quinlan no solo había ofrecido oro y dinero a cambio de Hunt,
sino que había ofrecido su propia vida en su lugar. Sandriel declinó su oferta.
Durante el proceso, Sandriel había revelado un secreto: Piernas era la hija
del Rey de Otoño. Mientras escuchaba las conversaciones entre todos esos
imbéciles, se había percatado de la cantidad de gestos y expresiones que el
Rey de Otoño compartía con su hija. ¿Cómo podía no haberse dado cuenta?
¿Cómo era posible que nadie se hubiera dado cuenta?
Tharion sacudió la cabeza, nadando en círculos en el espacio mientras se
deleitaba con los poderosos barridos de su cola, la respuesta de la magia del
agua en sus venas.
Escuchó el sonido leve de una salpicadura en el agua. Como si hubiesen
tirado algo.
Se dirigió a la superficie, emergiendo lentamente, prácticamente sin
provocar ni una ola mientras miraba hacia arriba, de donde había provenido
el sonido.
Allí, sentada en el borde del estanque con los pies en el agua, justo en el
interior de las puertas de vidrio del pasillo, estaba la Reina Hypaxia.
Él investigó el espacio de mosaico blanco por si veía a alguno de sus
guardias, pero la bruja había ido sola. Parecía satisfecha con simplemente
poder sumergir los pies en el agua serena mientras se apoyaba sobre sus
manos. No había señal de su corona de zarzamoras o de sus elegantes túnicas.
Solo llevaba un vestido blanco como si fuera una de las vírgenes del templo
de Luna.
¿Había ido allí abajo en busca de alguien o simplemente para encontrar
soledad?
Tharion se mantuvo guarecido bajo la sombra de una de las columnas,
surcando el agua de la manera más silenciosa que pudo.
No le habían presentado formalmente a Hypaxia porque la hija de la Reina
del Río todavía no la había conocido personalmente, pero él la había visto
durante todo el proceso de la Cumbre, en la cena de después y en la reunión
de ese mismo día. Había estado tan formal y callada como él lo había estado,
escuchando a los demás en vez de escupir bilis. Hypaxia había estado
tomando notas, incluso.
Joven pero sabia.
Ella meneó sus pies, salpicando en el agua mientras miraba el techo.
Joven pero sabia y hermosa.
Sabía que era mejor dejar que pensara tranquila pero no pudo evitar nadar
hacia ella, acercándose. Dejó que su cola salpicase lo suficiente para que lo
escuchara, miró en su dirección con los ojos abiertos, alarmada.
Se detuvo a tres metros de distancia donde el agua tenía profundidad
suficiente para que su cola tuviese el espacio necesario para mantenerse
vertical; le dedicó una sonrisa torcida.
—Yo que tú tendría cuidado con meter los pies en el agua —dijo él—. Algo
podría morderte esos piececillos. —Le guiñó el ojo.
Ella no sonrió, tan solo preguntó con sinceridad: —¿Qué es lo que podría
morderlos exactamente?
Tharion se rio entre dientes. —Tengo que admitir que no había pensado en
qué decir después de eso.
Ella sonrió levemente entonces.
—Espero no estar interrumpiendo nada.
Gesticuló abarcando la enorme estancia, extendiendo la mano hacia la
penumbra que se desvanecía a sus espaldas.
—El beneficio de tener tanto espacio como el centro de convenciones
entero es que tienes pocas probabilidades de cruzarte con multitudes.
Ella se quedó mirándolo con esos enormes y preciosos ojos. —Eres
Tharion Ketos. El Capitán de Inteligencia de la Reina del Río.
—Mucha gente olvida todo ese asunto de la “inteligencia” cuando tiene
que ver conmigo, pero sí. Hola. —Inclinó la cabeza—. Tú eres…eh… la
Reina Hypaxia.
Asintió levemente, su semblante se tornó ligeramente distante.
—Siento mucho lo de tu madre —añadió él con tranquilidad.
—Yo también —dijo ella, y añadió—: Te lo agradezco.
Se notaba que ella necesitaba espacio y un momento de soledad, pero no
pudo ignorar la tristeza que se escondía en su mirada. La forma en que sus
hombros se encogieron ante la mención de su madre. Así que continuó
hablando, aunque solo fuera para intentar aliviar la angustia de su rostro.
—¿Qué tal crees que ha ido lo de hoy?
Ella inclinó la cabeza como si estuviera sorprendida por que hubiese
continuado hablando en vez de echarse a nadar y dejar que la conversación
muriera con cortesía.
—Ha sido… esclarecedor —dijo ella con precaución.
—Qué diplomática —bromeó él y se acercó nadando, apoyando un brazo
en el borde del estanque—. A mí me ha parecido tan aburrido como el
infierno. Mucho aparentar y poco que aportar.
Las comisuras de sus labios se curvaron hacia arriba.
—¿Ese es tu reporte oficial como Capitán de Inteligencia?
—Mi reporte oficial sería más parecido a esto: los líderes fanfarrones no
han parado de resoplar con disgusto mientras se peleaban por quién tiene la
polla más grande.
Ella se rio suavemente, pero con un humor natural y sincero.
—Estoy segura de que tu reina sabrá valorar tu aguda evaluación.
Él se colocó una de sus manos mer con garras sobre el corazón en un gesto
burlón intencionado.
—Ella siempre lo hace.
La mirada de Hypaxia se posó sobre la calmada y despejada agua a espaldas
de Tharion.
—Me advirtieron que escuchase primero y que evaluase mi… compañía
aquí, antes de que les hiciera saber a todos lo que pienso.
—Por eso estabas tomando apuntes.
—¿Me estabas espiando?
—Soy el Capitán de Inteligencia, ¿recuerdas? A menos que estuvieses
garabateando y escribiéndole cartas de amor a tu apuesto prometido.
Ella se sonrojó al oír eso.
—Las reinas no garabatean ni escriben cartas de amor.
—Mal, mal, mal. —Con un fuerte coletazo se sentó junto a ella en el
bordillo, salpicándola en el proceso—. Perdona —dijo cuando vio su vestido
blanco empapado por culpa del agua que chorreaba de él.
Le restó importancia al asunto. —Un poco de agua nunca ha hecho daño a
nadie.
Él examinó su cara un instante y después preguntó: —¿Hace cuanto que se
conocen Ruhn y tú?
—Esa es una pregunta bastante personal. —Tharion sonrió ampliamente.
—Si crees que eso es personal estás en graves problemas.
Sus labios se arquearon de nuevo como si estuviera conteniendo una gran
sonrisa.
—Desde no hace mucho. Solo nos hemos visto ocasionalmente.
—Parece que está muy interesado en ti. —Tharion mantuvo un tono
juguetón—. Hoy he estado contando la cantidad de veces que te miraba.
—No lo has hecho.
—Ha llegado a diecisiete al mediodía.
Ella dejó escapar una risotada, dándole rienda suelta a su sonrisa. —Estoy
segura de que te equivocas.
—No es posible. El Principito estaba prácticamente babeando. —Dejó
escapar otra risa, como campanas de plata.
—Eres todo un problema.
—Me lo dicen mucho.
Se generó un silencio cómodo. Después él preguntó—: Necesitabas un
tiempo a solas, ¿eh?
Hypaxia volvió a patear el agua con sus pies descalzos.
—Me he pasado la mayor parte de mi vida en el complejo privado de mi
madre en las montañas con la única compañía de mis profesoras. Estos
últimos meses he estado intentando buscar una manera de adaptarme al
mundo moderno. Me he dado cuenta de que tendré que acostumbrarme a tener
mil ojos sobre mí con esto de ser reina.
Le había dado la oportunidad perfecta para tirar del hilo y preguntar—:
¿Por qué creciste sola en medio de la naturaleza?
—Fue decisión de mi madre. —Eso no era una respuesta exactamente pero
su voz sonó lo suficientemente tajante para que Tharion supiera que no debía
presionar. Ella prosiguió—. Tengo unos… dones especiales. De la clase de
dones que mi madre prefirió que aprendiese a utilizar estando recluida.
—¿Puedo preguntar por ellos?
—No te los hubiese mencionado si no pudieras.
Él arrastró las palabras. —Cuéntame entonces, Pax: ¿qué clase de dones?
Sus labios se curvaron hacia arriba al escuchar el apodo. Y ella dijo—:
Nigromancia. Puedo resucitar y hablar con los muertos.
Tharion dejó escapar un largo silbido entre los labios.
—Me tienes impresionado. —Alzó las cejas—. Pensaba que todas las
brujas eran de la Casa de Tierra y Sangre. La nigromancia es cosa de la Casa
de Llama y Sombra.
—Mi padre era un nigromante —dijo ella—. He heredado todos sus
poderes.
—Entonces, ¿de verdad puedes… revivir a los muertos? —El rostro de su
hermana cruzó su mente.
—Hay límites y puede haber consecuencias, pero sí. De hecho, es por eso
por lo que nos limitamos a hablar con ellos en vez de resucitarlos.
—¿Y qué pasa cuando los muertos vuelven a la vida? ¿Son… los mismos
que cuando murieron?
—No. Si su cuerpo ha sido destruido requieren uno nuevo. Eso les causa
desorientación, como mínimo. Y hay algunos que no quieren que los saquen
de las Tierras Eternas. Yo nunca he resucitado a nadie como tal, así que solo
te cuento lo que he aprendido de mis tutoras. Actuamos bajo un estricto
código moral y ellas se aseguraron de que yo estuviese bien entrenada.
—¿Ellas también son nigromantes?
—No. Son fantasmas.
—¿Perdona? —empezó a decir Tharion.
—Son fantasmas muy antiguos. Mi madre pensó que eran las que mejor
podrían educarme. No solo acerca de la nigromancia sino de todo lo que una
reina necesita saber.
Tharion se devanó los sesos intentando comprenderla. Los nigromantes no
eran muy comunes, pero tampoco eran algo de lo que no hubiera oído hablar.
Pero que una bruja reina fuera una nigromante podría tener unas
consecuencias interesantes.
—¿Guardas esta información en secreto?
—No. Muchas brujas del aquelarre desearían que lo hiciera, pero yo no me
avergüenzo de ello. No tengo ninguna razón para ocultar esta habilidad.
Funciona mano a mano con mi capacidad de sanación.
—Vida y muerte.
—Exacto.
Volvieron a verse sumergidos en ese silencio apacible y Tharion meneó la
cola debajo del agua. Ella preguntó—: ¿Prefieres tu forma mer o tu forma
humana?
—Nadie me ha preguntado eso nunca.
—¿Es privado?
—No. Simplemente… —Estaba considerando qué decir—. No sé la
respuesta.
Ella lo estudió con atención. Como si pudiera ver esa parte de él que a veces
solo corría a meterse al agua porque tenía que hacerlo y no porque quisiera.
Intentó que su mirada no lo intimidase y volvió a centrar la conversación en
ella haciéndole otra pregunta.
—¿Prefieres estar en tierra o volando en tu escoba? —Ella no sabía por
cuál de las opciones decantarse.
—No es lo mismo, pero si tanto te interesa saberlo: prefiero volar. —Señaló
el broche de Cthona con su exuberante figura que llevaba enganchado en el
hombro—. Mi escoba va guardada aquí. Es tan fácil invocarla como a ti te
resulta sacar tus aletas. A veces simplemente presiento que me llama. Es
como si pudiera escuchar al mismísimo viento reclamándome, haciendo señas
para que me deje llevar por sus idas y venidas. Hay cierta libertad y calma en
volar. —Le dedicó una mirada comprensiva—. Sospecho que tú estabas aquí
pegándote un chapuzón por motivos similares.
Efectivamente, joven y sabia.
—¿Pegándome un chapuzón? Dicho así me siento estúpido —protestó—.
¿Qué tal si decimos que estaba ‘merodeando las aguas’?
Volvió a sonreír, resplandeciente.
—Vale, estabas merodeando las aguas, entonces. —El mer se frotó la nuca.
—Necesitaba un momento para desestresarme —admitió—. Estoy…
prometido con la hija de la Reina del Río. —En muy pocas ocasiones había
pronunciado esas palabras en voz alta—. Tiene alguna ventaja, sí, pero
también tiene muchas obligaciones diarias. Las suficientes como para que…
—dejó la oración a medias, era mejor callar que acabar yéndose de la lengua.
Sin embargo, por el destello en los ojos de Hypaxia, supo que la reina bruja
leyó entre líneas lo que le había faltado por decir: que, en primer lugar, era
un error gigantesco que había cometido—. Y encima tengo que darle vueltas
a toda esa mierda que han soltado hoy esos embaucadores en la Cumbre.
—Intentaré impresionarte cuando sea mi turno de hablar.
—Tú ya me has impresionado, Pax.
¿Cuántos gobernadores jóvenes habían compartido ese tipo de cosas con
él? Con cautela, sí, pero se lo había contado abiertamente. Amistosa. Si ella
había estado rodeada de fantasmas toda su vida no podía culparla porque le
apeteciese un poco de compañía de parte de los vivos. A pesar de todo la reina
seguía siendo diferente al resto. Diferente a la cobarde hija de la Reina del
Río, diferente a las presuntuosas hadas que gobernaban, diferente a los
ceñudos Arcángeles. Una especie de franqueza brillaba en su mirada y él no
podía apartar los ojos de ella.
Ese fue precisamente el motivo por el que volvió a sumergirse al agua de un
salto, intentando no salpicarla esta vez. Cuando emergió, con el cabello hacia
atrás, dijo: —Bueno, creo que necesito dormir. Tengo que estar espabilado
para escuchar más soplapolleces mañana.
—¿Te refieres a las que dirás tú o a las que tendrás que escuchar de los
demás?
Había hablado de forma tan ocurrente y divertida que no pudo evitar echarse
a reír a carcajadas.
—Buenas noches, Pax.
Ella se sonrojó y Tharion se alejó nadando unos pocos metros.
—Buenas noches —ella respondió.
—Te veré cuando amanezca temprano —le contestó él y se zambulló bajo
el agua.
Se dirigió hacia su dormitorio cruzando el espacio cavernoso del fondo y
aunque sabía que estaba nadando lo suficientemente profundo para que ella
no lo viera, podría haber jurado que sentía la mirada persistente de la bruja
sobre él.
*****
Una notificación en el ordenador lo sacó del recuerdo de golpe, abrió los
ojos y se encontró con un montón de correos nuevos listos para leer en la
bandeja de entrada.
Aún y todo se permitió un momento para acordarse de cómo durante los
próximos días él se había permitido pasarle trocitos de papel durante las
reuniones en los que le iba contando la cantidad de veces que Ruhn la
observaba. En cómo ella se ponía roja y gesticulaba con la mano para quitarle
hierro al asunto.
Recordó en cómo a partir de ese primer día habían quedado todas y cada
una de las noches en el estanque para hablar de todo y de nada; algunas veces
solo unos minutos, otras durante horas. Para cuando el infierno se desató —
literal y figuradamente— él ya la consideraba una amiga. Y sabía que ella se
sentía igual con respecto a él.
El mer había vuelto a Lunathion durante la invasión de los demonios y no
tenía ni idea de cuándo iba a volver a verla. Hasta la noche anterior. Hasta
que las atacaron a ella y a Bryce. ¿Podía culpar a las traidoras de su aquelarre?
¿Quién había mejor que el Capitán de Inteligencia para averiguarlo?
Tharion echó un vistazo por encima a los correos y volvió a centrarse en su
búsqueda.
Él tenía amigos, claro. Si el Capitán Tharion Ketos tenía algo es que era
amistoso. Pero esas amistades siempre habían resultado ser temporales y
casuales. La conexión que había sentido con Pax había sido instantánea,
honesta y profunda. Tenía jodidamente claro que no iba a permitir que los
buitres de su aquelarre la hicieran daño o le arrebataran lo que era suyo por
derecho desde su nacimiento. Costase lo que costase, él la ayudaría.
Eso si conseguía sobrevivir a todo el asunto de Emile Renast y los rebeldes
del Ophion. Por no mencionar a su reina, claro.
Todavía estaba buscando información sobre Morganthia cuando Fitzroy
volvió, transportando un mensaje en el tubito de metal.
La nutria esperó educadamente en la puerta mientras Tharion leía la
respuesta de Hypaxia, escrita debajo de su propio mensaje.
Él le había escrito:
Lo que te he dicho antes, lo he dicho en serio. Te cubro las espaldas. Si
necesitas que me encargue de tu aquelarre, lo haré. Sin preguntas. Conozco
a muchas bestias hambrientas del río.
Ella le respondió:
Eres un buen amigo. Muchas gracias.
Él frunció el ceño ante aquella respuesta tan escueta e impersonal. Pero
después vio la posdata que había añadido al final.
P.D. Parece que nos vuelve a tocar lidiar con los soplapollas.
Se rio y se guardó la nota en su bolsillo, después le dijo a Fitz: —Eso sería
todo, Fitz.
La nutria tecleó en su tableta y se la pasó a Tharion junto con una tarjeta de
contacto suya.
Si necesitas a alguien discreto estoy disponible para recados fuera de mi
horario laboral. Te puedo hacer ofertas con tarifas especiales, aunque altas.
Tharion miró la tarjeta, que decía: Fitzroy Brookings, mensajero privado.
Venía con una dirección de correo electrónico privada y marcaba que estaba
disponible todos los días del año, incluidos los festivos.
—Eres todo un emprendedor —dijo Tharion mientras se guardaba la tarjeta
en un bolsillo—. Me gusta.
Los bigotes de la nutria se crisparon levemente y le dirigió una sonrisa que
dejaba entrever los colmillitos.
—Estaremos en contacto, Fitz —dijo Tharion con una expresión agradable.
La nutria le hizo una reverencia de despedida antes de salir.
Tharion sacó la tarjeta de Fitz y la nota de Hypaxia del bolsillo.
Definitivamente iba a estar en contacto con esa nutria. Si Hypaxia corría
peligro no dudaría en hacer uso de todos sus recursos para protegerla.
Incluso aunque eso supusiera arriesgar todo lo que tenía.