Está en la página 1de 207

Teamklaynd

CAPÍTULO 1
BASTIAN
Sentado contra la pared mohosa del cuartucho asfixiante
asfixiante al que llego a considerar su hogar, Bastian observaba
cómo las paredes a su alrededor se achicharraban por el fuego
que amenazaba con derrumbarlas.

Solo se dedicó a observar, dejando que un calor inexistente


besara su piel.

Sentía espasmos en las piernas que lo invitaban a levantarse, a


correr, a esconderse debajo de una piedra hasta que todo
desapareciera. Pero se mantuvo quieto, con la cabeza apoyada
sobre una mancha de humedad y con los ojos clavados en el
fuego, intentando descifrar cómo su mente era capaz de crear
aquello, intentando descifrar cómo controlar el odio que
sentía.

Un odio que la tarde anterior había explotado en mil


direcciones cuando se cruzó con la cartelera colorida pegada
en el centro de la ciudad. Lo tomó desprevenido, con la
guardia baja y las emociones demasiado expuestas.

Teamklaynd
No había podido dormir en toda la noche porque se le instaló
una idea absurda en el fondo del cráneo. Un pensamiento que
en un principio parecía descabellado, casi suicida, pero que al
correr de las horas había ido tomando forma hasta ser lo
suficientemente coherente como para que el corazón le
martillara fuerte en el pecho.

O quizás era el sueño que, quitándole toda lucidez, pensaba


por él.

Si miraba rápido en el espejo que tenía sobre la mesa, sus


ojeras parecían moretones viejos. Una acumulación extraña de
colores violáceos y verdes, metidos dentro de dos surcos
profundos. Se levantó del rincón en el que estaba sentado,
agarró la palangana de madera llena de agua marrón —tan
turbulenta que lo terminaría ensuciando más que otra cosa—,
y comenzó a frotarse las axilas y la cara con ella. Luego del
intento de aseo, se puso el traje de taxista que había
regateado en la tienda de la vieja Mone, con su largo saco
marrón y su boina de persona bondadosa, y cruzó la húmeda e
hinchada puerta de su casa.

El traje era bastante horrible y pesado, con pliegues en los


lugares equivocados y montones de hilos sueltos que
pinchaban su piel. Pero a pesar de todo lo elegiría antes que
cualquier otra cosa, porque así, con el disfraz cubriéndolo y
siendo alguien completamente distinto, era el momento en el
Teamklaynd
que más seguro se sentía. Nadie nunca les prestaba atención a
los taxistas, pasaban de largo entre el amontonamiento de
gente. Eran fantasmas vivos caminando por las calles podridas
de Queresser.

Se dirigió a lo alto del edificio en el que vivía y observó durante


largos minutos los tumultos de personas que rodeaban el
mercado. Contempló los colores vivos de los frutos y carteles
contrastando con las telas marrones y sucias que vestían los
vendedores. Gente extremadamente cerca, piel con piel,
compartiendo el olor a transpiración, pescado y verduras
podridas. Invadidos por sonidos chillantes de los gatos
callejeros y las carretas que chapoteaban contra el agua
estancada de las calles. Semanas después se acordaría de
aquel instante y se culparía por no habérselo guardado en la
memoria porque, a pesar de la mugre y la muerte que
emanaba la ciudad, extrañaría ese algo casi vivo que se
escondía bajo el cemento.

Los viernes las personas se volvían particularmente locas por


caminar entre las calles del centro, buscando el pescado recién
llegado del puerto, rebajas o telas exóticas, y si eran
afortunados, llevarse también un buen chisme que contar en
sus miserables hogares.

En cuanto vio desde lo alto a un cincuentón regordete parado


en el centro de la plazoleta, vestido con unos ropajes decentes
Teamklaynd
y un buen reloj en su muñeca, supo que el día sería fácil. El
hombre no paraba de frotarse la espalda con sus manos gordas
y bien cuidadas. Su mirada se encontraba atenta, moviendo
sus ojos de un lado al otro buscando algo que lo sacara de allí.

CAPÍTULO 2
HENRY
Henry no tenía ni la menor idea del lugar en el que se
encontraba. Su esposa le había advertido que una cantidad
insufrible de gente concurría el mercado los viernes, pero
estaba en su naturaleza ser terco y esa mañana creyó que sería
buen plan pasar a comprar una pata de cerdo antes de
embarcar hacia Donato.

Su espalda comenzaba a dolerle de sobremanera por llevar la


pesada valija con el increíblemente pesado pedazo de cerdo.
Su metro sesenta no le permitía estirarse por encima de la
gente en búsqueda de algún carro que lo llevara al puerto, por
lo que no pudo pensar en otra cosa más que en
agradecimiento cuando un joven de pelo negro y ojos aún más
negros se acercó con sonrisa bondadosa y paso ligero. No notó
sus ojeras profundas, ni el deje hambriento que reflejaban sus
pupilas, no notó que el traje de taxista le quedaba un poco
grande y muchísimo menos notó la reiterada cantidad de veces
que se acercó de más para rozar sus cuerpos.

Teamklaynd
—¡Ey, caballero! —le habló sonriente—. Pareciera que está en
busca de algo, ¿será que necesita un coche que lo lleve a su
destino?

—¡Oh! ¡Sí! Ne… necesito llegar a Donato lo antes posible.


Pronostican lluvia para esta noche y no quiero que me agarre
el chaparrón en el camino. —Henry dibujó una sonrisa
nerviosa antes de continuar—. La última gran tormenta la tuve
que pasar en un burdel. ¡No me quejo, pero vio cómo se ponen
las esposas!

Sus redondos cachetes se tornaron rojizos al pensar en eso.


Todavía podía sentir el alcohol bailándole por la sangre y las
manos cálidas de las mujeres recorriendo su cuerpo. Quizás
por la excitación repentina que sintió, no notó cuando se le
desprendió el reloj de la muñeca.

—Es su día de suerte entonces, ¿ve ese carro de allí? —


preguntó el joven señalando a un cúmulo de carros que se
cernían cruzando la plaza—, es nuestro mayor orgullo, llega a
casi sesenta kilómetros por hora, toda una maquinaria.

Henry abrió los ojos hasta dejarlos como dos pelotas verdes.
Había escuchado varios rumores sobre aquellas carretas y se
moría de ganas de refregarles a sus compañeros del bar que se
había subido a una.

Teamklaynd
—Sus maletas, señor —sugirió cortésmente el joven,
levantándolas del suelo y amagando a entregárselas—, no vaya
a ser que venga un desgraciado y se las robe.

Henry pensó en el moretón que le cubría la piel bajo la camisa


y lo recorrió un escalofrío.

—¿Podría llevarlas por mí? Tengo la espalda totalmente


contracturada. El otro día bajando de las escaleras tuve un
tropezón con las medias de mi esposa —comentaba tocándose
en círculos la zona dolorida.

—Por supuesto.

El joven le hizo preguntas de todo tipo y Henry, que disfrutaba


la atención más que cualquier otra cosa, se sentía extasiado de
poder hablar tanto.

Y lo siguió haciendo aun cuando el chico desapareció entre la


muchedumbre. Le contó historias al aire sobre su esposa, sus
hijos y los problemas que lo atormentaban. Y cuando el viento
le respondió con algo muy parecido a una risa, supo antes de
siquiera verlo, que había perdido todo su equipaje.

Teamklaynd
CAPÍTULO 3
BASTIAN
La pata de cerdo estaba increíblemente rica.

Bastian no se privó de nada y comió como pocas veces se lo


había permitido. Se chupó los dedos grasientos y recogió los
restos de jamón que cayeron perdidos entre los pliegues de la
mesa.

Sabía, por su vestimenta y por la forma en que caminaba, que


el hombre al que acababa de robar no era una persona de gran
rango y que no se encontraría con objetos de lujo. Pero no le
importaba, porque ese día se había buscado, justamente, una
presa lo suficientemente fácil como para no tener que pensar
de más ni agotar su tiempo con imprevistos. Tiró todo el
equipaje al suelo y empezó a revolver. Se encontró con
mejores cosas de las que esperaba: aretes de perlas, un
abrecartas algo costoso y varias prendas elegantes por las que
podría regatear. Guardó todo lo medianamente interesante en
su bolso marrón y se dirigió hacia la taberna de la vieja Mone.

El lugar quedaba cerca del río, en una zona donde ni siquiera la


luz se atrevía a entrar.

Queresser tenía la peculiaridad de ser una ciudad oscura en


todo momento del día. No importaba si el sol arrasaba en lo
Teamklaynd
alto del cielo o si se estaba en pleno verano devastador. Las
sombras siempre consumirían el lugar.

Caminó entre los transcurridos y putrefactos callejones de los


suburbios, mirando constantemente el suelo porque los
charcos de agua permanecían más tiempo del normal allí,
como si no tuvieran fuerza o calor suficiente como para
evaporarse. La pesadez del aire lo acompañó hasta encontrar
la destartalada torreta de la vieja Mone. Era un edificio de tres
pisos hecho en su totalidad por basura. Troncos apilados sobre
piedras, ruedas de carretas, huesos de bueyes y otro cúmulo
interesante de mierda que era físicamente imposible que se
mantuviera de pie.

Dentro del lugar todo era peor, mucho más roñoso e intenso.
Había una cantidad excesiva de mesas invadidas por
borrachos. Las paredes estaban cubiertas de una especie de
cuero húmedo que, al mezclarse con el alcohol, creaba un
aroma mohoso que lograba que el aire punzara en lo más
profundo de los pulmones.

Pero, aun así, a Bastian el lugar le parecía una obra de arte.

—Mone, traje unas cosas bastante peculiares —comentó a la


anciana, dejando el bolso sobre la mesa.

Teamklaynd
Mone era la persona que uno esperaría que viviera en aquel
lugar. Vestida con una superposición de telas y texturas de lo
más extrañas, con decenas de pequeñas trenzas canosas que le
colgaban como chorizos sobre la frente. Estaba tan arrugada
que a lo lejos podría confundirse con una pasa de uva. La vieja
soltó una sonrisa con varios dientes faltantes y se dedicó a
analizar el montón de objetos como si su vida dependiera de
aquello. Realizaba movimientos erráticos, casi inhumanos,
pasando las telas entre sus dedos flacuchos y acercándoselas
exageradamente cerca para observarlas con sus ojos críticos de
gato. Inspeccionaba, olía, saboreaba y manoseaba cada uno de
los objetos, como si necesitara de todos sus sentidos para
calcular el valor real que tenían.

Pasados unos minutos, frenó abruptamente, haciendo


desaparecer a la pequeña fiera en la que se había convertido.

—Tres monedas de cobre y una de oro. —Chasqueó la anciana.

Bastian sabía que Mone inflaba los precios.

—Lo podríamos dejar en siete de plata y un par de prendas del


perchero.

Mone le estrechó la mano con sus dedos de bruja y dirigió a


Bastian hacia el piso superior.
Teamklaynd
La madera de las escaleras hacía una serie de ruidos que ya le
eran familiares. La primera vez que estuvo allí había estado
seguro de que todo el lugar caería derrumbado si seguía
subiendo.

Arriba era un cuarto inmenso, sin separación alguna por


paredes ni toldos. Había percheros de todos los tamaños
distribuidos sin ningún orden aparente. Sobre ellos se
acumulaban miles de objetos sumamente extraños. Estaba
todo tan junto y apretado que se terminaban perdiendo los
límites de dónde comenzaba o terminaba cada cosa, como si
buscaran crear una serpiente inmensa enrollándose sobre sí
misma.

La cantidad de texturas y colores que recorrían la sala eran


abrumadores y sabía que, aunque quisiera, no le daría la vida
para revisarlo todo.

Comenzó a revolver entre las telas en busca de algo digno para


esa noche. Cada vez que movía una prenda le llegaba una
ráfaga de olor a encierro y naftalina. A Bastian le fascinaba el
momento de crear físicamente al personaje en el que se
transformaría, de elegir con cuidado cada cosa, prestando
atención a no dejar escapar ningún detalle. Luego de media
hora se decidió por un sombrero negro alto y un traje un tanto

Teamklaynd
pretencioso en tonos violáceos, con múltiples arabescos
sutilmente más oscuros.

Mostró su selección de prendas a la anciana, que respondió


levantando los hombros con una indiferencia total y lo
acompañó hasta la salida.

Una vez alejado de la taberna, se acercó a una de las orillas


más alejadas del río. Era un lugar oscuro, rodeado de altísimos
árboles que se caracterizaban por asfixiar cualquier forma
conocida de luz, guardándola entre sus troncos gruesos y sus
hojas amontonadas. Los pequeños plantines que rodeaban el
lugar crecían en busca de un sol que jamás alcanzarían,
bailando flacos de un lado al otro por los vientos que azotaban
la zona.

El único lugar en donde la claridad asomaba era en el centro


del agua. Se creaba un halo de luz brillante que no tenía fin y
bajaba hasta encontrarse con las profundidades de la tierra.

Dejó su bolsa vacía en el suelo y se dedicó a recoger varias de


las rocas que se encontraban dispersas sobre los granos de
arena que bordeaban el río. Las introdujo una a una dentro de
los bolsillos de su saco hasta que no quedó espacio ni para sus
miedos. Se acercó a la orilla y sin pensarlo dos veces se

Teamklaynd
sumergió junto con sus pesadas prendas en las profundidades
del río.

El agua helada le caló los huesos, entumeciendo cada


centímetro de su piel, haciendo que se le oprimiera cada una
de sus células y sus pensamientos. Se dejó llevar por el peso de
las rocas hasta que el barro húmedo del fondo se le escurrió
como chorizos entre los dedos.

Mientras más tiempo se encontraba sumergido, más noción


perdía de su cuerpo. Con cada segundo que pasaba iba
dejando atrás cualquier conexión con sus piernas, con sus
brazos, con su cabeza o con cualquiera de sus órganos. Pensó
que así se debería sentir la muerte. Completamente
anestesiado, rodeado de un silencio abrumador y una
oscuridad absoluta a su alrededor.

Y por un segundo deseó descubrirlo.

Cuando sus pulmones le quemaron anhelando una brazada de


aire, Bastian se desprendió de su pesado saco. Dejó que se
perdiera en las profundidades del agua, fusionándose con el
barro del fondo y rodeándose de peces curiosos que meses
después terminarían por comerse la tela.

Teamklaynd
Lentamente subió a la superficie, siguiendo el pequeño
destello de luz y la única muestra que tenía de que la vida aún
seguía allí arriba.

CAPÍTULO 4
CASPER
Casper se encontraba parado frente al espejo de su camerino,
las luces del fondo rebotaban en su reflejo creando un halo de
luz que contrastaba detrás de su cuerpo. En ese instante, nadie
dudaría de que se trataba de un ángel.

El destello a su alrededor le pedía a gritos que lo mirara, pero


él no podía apartar la vista de sus ojos. No entendía cómo la
gente no era capaz de darse cuenta de lo tristes que se veían,
el silencio que no existía dentro de él. Quizás la culpa la tenía
cómo vestía, atrayendo todas las miradas a su cuerpo y no
dando lugar para que observaran otras cosas. Tenía puesto un
traje dorado compuesto por capas y capas de finos tules que se
le pegaban a la piel y marcaban su figura, con un delineado
bajo sus párpados en los mismos tonos, que parecían
transformar su cara en la de algún felino exótico.

Todo en él gritaba extravagancia,¡carisma y espectáculos.

Casper se tomaba su tiempo con cada detalle, como si


arreglándose de más pudiera reparar también otras cosas.
Teamklaynd
Estaba hermoso.

Y sabía que eso era parte del problema.

Mientras terminaba los últimos detalles fingía que estaba


haciendo todo aquello para subirse al escenario y recibir algún
premio prestigioso, simulando que las decisiones que había
tomado a lo largo de su vida lo habían llevado al lugar en el
que le gustaría estar. Tuvo que cerrar los ojos un par de veces
para esfumar la cara que pondrían sus padres y hermanos al
verlo en aquella situación. No había día en el que no se
arrepintiera por lo que había hecho.

La gente solía decir que arrepentirse no servía de nada, que


cada decisión de mierda te fortalecía y te llevaba a ser quien
eras. Pero él no lo creía así en lo absoluto. Se había equivocado
demasiado y desde entonces solo tenía el sentimiento de que
cada día estaba un poco más muerto.

Tocaron la puerta del cuarto y, casi susurrando, le indicaron


que ya tenía que salir.

No tenía la menor idea de cómo había caído tan bajo.

Teamklaynd
CAPÍTULO 5
BASTIAN
La fila era larga, extremadamente larga, compuesta por las
personas más extravagantes y exquisitas de la ciudad. Casi
daba risa lo producidas que estaban. Se encontraban todos
pegadas entre sí, fusionándose en una especie de ciempiés
humano. Se imaginó empujandolos a una para ver cómo caían
uno por uno, como piezas de dominó bien apiladas.

Bastian, con su pelo oscuro recién lavado por el río, el traje


violeta lleno de arabescos y su bombín negro pasaba, como
estaba planeado, desapercibido.

El precio de la entrada era impagable, eso ya lo tenía bien


claro, pero tampoco pensaba comprarla. Desde que llegó,
tenía bajo su aguda vista un pequeño papel dorado que
sobresalía de un bolsillo.

Se acercó a él y tropezó contra un círculo de gente con trajes


caros que estaba hablando sobre cosas aún más caras. Tenían
los ojos rojos y la risa fácil por el alcohol que había comenzado
a hacer efecto en su sangre.

—Un poco más de cuidado —comentó enojado uno de los


hombres.

Teamklaynd
Bastian alzó los brazos pidiendo disculpas y se alejó a paso
rápido hacia el final de la fila. Lo único que recibió fueron
malas caras, y un ticket impagable.

Desde los 10 años que había comenzado, no por voluntad


propia, a manejarse con ese lenguaje; leyendo los
movimientos que la gente hacía, sus expresiones, el valor de
las telas de sus ropas. Distinguía si sufrían de algún malestar
físico o si los cigarrillos que fumaban costaban lo suficiente.
Información que quizás en otra vida se le hubiera pasado por
alto, pero Queresser era hostil y él había quedado atrapado
entre sus paredes pegajosas.

La gente avanzaba para ser tragada por la inmensa carpa


blanca y roja que se tendía como un monstruo hambriento
frente a ellos. La lengua era una alfombra bordó kilométrica
que te invitaba a entrar, a meterte por voluntad propia en sus
entrañas.

Alrededor del predio había pequeños puestos que desprendían


olor a pochoclos y otras comidas que empalagaban de solo
olerlas.

Teamklaynd
Era un espacio que invadía cada uno de los sentidos
sumergiéndote en un espectáculo meticulosamente planeado,
incluso antes de que comenzara el show.

Cuando entró al monstruo no pudo evitar abrir ligeramente la


boca: colores resplandecientes, juegos de luces, fuegos,
texturas, superposiciones de olores; un poco del dulce por los
pochoclos, un amargo por el humo de los cigarros y un toque
de canela que no estaba seguro de dónde provenía. Espesor,
capas y capas para analizar.

Sus ojos se movían de un lado al otro intentando prestarles


atención a todos los detalles, comiéndose cada color, cada
textura, cada pliegue de la carpa.

Y, por un segundo, olvidó por qué se encontraba allí.

Se acercó a su asiento y esperó impaciente. El corazón empezó


a latirle a una velocidad descomunal cuando la música indicó
que el espectáculo estaba por empezar. El cuello, poco a poco,
se le fue poniendo rojo, y las gotas de sudor comenzaron a
caer frías por su espalda.

Estaba por verlo.

Teamklaynd
Estaba por verlo a él.

Estaba por verlo en persona, no impreso en algún volante de la


plaza, ni en difusos recuerdos que con el tiempo se habían
distorsionado. Estaba por verlo y no quería otra cosa más que
gritar, gritar y arrancarle el cuello con sus propias manos.

Sacó un paquete de cigarros de su bolsillo y fumó. Fumó cuatro


seguidos. Fumó hasta que los pulmones le gritaron que parara.

Las luces se apagaron de golpe y su cuerpo pareció hacerlo


también.

Cuando se prendieron, lo hicieron con muchísima más


intensidad, apuntando hacia el centro del escenario y
reflejando una cara que conocía a la perfección.

Ahí estaba Oskar, vestido con un gorro exageradamente alto y


un atuendo rojo y negro de lo más extravagante.

—Bienvenidos, bienvenidas. Damas, caballeros, niños y niñas


—dijo, abriendo los brazos y moviéndose con una gracia que
hipnotizaría a cualquiera—. Están por experimentar una noche
distinta a cualquier otra. Sus ojos brillarán y se abrirán de
sorpresa, exclamarán y creerán que están en presencia de

Teamklaynd
magia. —Guiñó un ojo al público—. Y puede que un poco lo
estén.

Mientras hablaba, había empezado a salir un humo espeso por


debajo de los asientos. El campo de visión quedó reducido a un
juego de luces que intentaban atravesar débilmente el espesor.
Olía a canela, a panqueques y postres esponjosos.

A los pocos segúndos comenzó a disiparse la nube, dándole


paso a un nuevo escenario, dándole paso a una sensación de
éxtasis que se retorcía en su cuerpo.

Sus dedos picaban por la emoción.

El presentador había desaparecido y en su lugar se encontraba


un hombre de tez oscura y rasgos finos. Llevaba puesto un
traje completamente dorado, lleno de capas, plumas y texturas
extrañas. Con unas hojas brillantes que rodeaban su cabello
cobrizo y pintura dorada desparramada sobre cada centímetro
de su piel.

Todo su cuerpo resplandecía. Parecía el sol.

Y se pareció aún más cuando de repente se prendió un círculo


inmenso de fuego a su alrededor que se movía a una velocidad

Teamklaynd
cegadora, casi inhumana, formando dibujos en el aire. Un
fuego que por un segundo pareció comérselo, pero era él
quien se lo devoraba, el que lo dominaba y lo transformaba en
una extensión de su propio cuerpo. Se movía a una velocidad
cegadora, casi inhumana, formando dibujos en el aire.

Y era hermoso.

Igual de hermoso que un cuadro agónico, que una ciudad


destruida, que una planta creciendo en medio de la muerte.

Bastian se movió incómodo en su asiento, hacía muchísimo


que no veía una cantidad tan sofocante de fuego. De un fuego
real que ante cualquier mal movimiento podría destruir por
completo el lugar.

Imaginaba cómo el calor comenzaba a impregnarse por las


telas de la carpa, cómo las vigas se desplomaban por no
soportar tanta temperatura. A la gente intentando huir y
quedando atrapada entre las paredes inmensas de fuego y
humo.

Sus piernas comenzaron a temblar. Todo su cuerpo empezó a


temblar.

Teamklaynd
El chico de fuego había comenzado lentamente a danzar en el
centro del círculo, como si no se estuviera destruyendo todo a
su alrededor, moviéndose al compás de unos tambores que
marcaban el ritmo de sus pasos.

Si la carpa era un monstruo, aquello definitivamente tenía que


ser el corazón.

Los latidos de los tambores se iban agitando cada vez más


enfurecidos, pero sus movimientos se mantenían igual de
rítmicos y fluidos. Se movía como si su vida dependiera de
aquello, como si el mundo estuviera a punto de desintegrarse y
no quedara nada más bajo sus pies.

Parecía estar demasiado cerca, demasiado caliente.

La multitud contenía el aliento, y Bastian notó que él también


lo hacía.

Ya no podía controlar los temblores y su transpiración


comenzaba a picar encima de la línea exacta en la que había
estado bajando por su espalda. Cuando no lo pudo tolerar
más, se levantó rápido de su butaca y salió de la carpa

Inhalar. Exhalar. Y fumarse un cigarrillo.

Teamklaynd
Odiaba seguir sintiendo miedo.

Esperó a que se disipara por completo el ruido de los


tambores, y sus posteriores aplausos, para entrar una vez más
a la carpa. El show era larguísimo, pero uno perdía total
conciencia del tiempo al presenciarlo. Siamesas, domadores,
trapecistas, payasos y varios personajes más, todos envueltos
en ropa cara, con maquillajes llamativos y una coordinación
impresionante.

No había otra palabra para definirlo más que absorbente,


resultaba imposible apartar los ojos siquiera un segundo.

Intentó analizar todo, intentó acordarse el orden de las


escenas, intentó acomodar cada imagen en su carpeta
cerebral. Y, sobre todo, prestó atención al presentador.
Observó sus movimientos, sus gestos corporales, su manera de
andar, de hablar, las palabras que seleccionaba. Le dolía la
garganta del grito que retenía al verlo.

Al finalizar el show, los circenses se acomodaron en el centro


de la carpa tomados de las manos y con una sonrisa en sus
bocas. Parecía una gran familia de lo más extraña.

Teamklaynd
Esperó a que la multitud empezara a levantarse para hacer lo
mismo. Salió junto con la horda de gente, ni antes ni después.
Aceleró el paso una vez fuera de la carpa y cuando estuvo lo
suficientemente lejos corrió. Corrió hasta estar en algún lugar
apartado y solo, alejado del presentador y de los recuerdos
que comenzaron a caer furiosos sobre su cuerpo.

En medio del bosque decidió frenar. Se arrancó el traje y lo tiró


con fuerza al suelo. Lo sentía sucio, envenenado, lleno de
piojos y bichos muertos que buscarían comerlo. Necesitaba
despellejarse de esa piel.

En ese preciso momento se odió por hacerse pasar por uno de


ellos, por haberse permitido estar tan cerca y clavar una estaca
ardiente en una herida que apenas había empezado a
cicatrizar.

Las manos le temblaban más de lo habitual, casi raquíticas y


enfermas. Las acunó a su pecho y esperó. Esperó a que las
sombras de los árboles se profundizaran y la noche las
convirtiera en garras filosas. Garras filosas que sabían lo que
iba a hacer, que lo juzgaban, que poco a poco se le
arremolinaban a su alrededor, acercándose sigilosas para
despellejarlo vivo, para extirpar sus secretos, sus dolores, su
vida.

Teamklaynd
Y él las dejaría hacerlo.

CAPÍTULO 6
OSKAR
Esa noche, luego del espectáculo, Oskar sintió que tenía el
mundo a sus pies. Era posible que los litros de alcohol
recorriendo su sangre y la apuesta casi millonaria que había
ganado en el póker ayudaran un poco. Todavía sentía la
adrenalina que le cruzó el cuerpo al sostener las cartas entre
sus manos y saber que estaba a punto de llevarse todas las
fichas.

Entró a su dormitorio y los ronquidos pesados de Padme se


escuchaban como ecos escondidos bajo las mil sábanas con las
que estaba tapada. En otro momento se hubiera vuelto loco
con aquel ruido, pero cuando el mundo se despliega a tu paso,
cualquier sonido insoportable se transforma en una melodía
armoniosa. Así que allí, fumando un puro de algún viaje lejano
y sentado en su sillón carmesí, no le importó lo odiosa que
podía ser Padme ni lo desesperante que era ver crecer su
panza día a día, recordando constantemente que no estaba
listo para ser padre.

El humo salía desprendido del cigarro llenando de a poco cada


rincón del lugar, escabulléndose entre los muebles como si
estuviera buscando algún secreto viejo que destapar.

Teamklaynd
Padme se movió en la cama y su cara redonda quedó
apuntando hacia él. Sus ojos cerrados dejaban que las
pestañas largas le rozaran las mejillas y, por un segundo, o casi
un segundo, pensó que era Dorotea.

Había días en los que veía su rostro en cada lugar al que


miraba. Sábanas aplastadas que formaban sus labios gruesos,
pastos altos imitando su cabello largo, canciones del viento
intentando débilmente copiar su voz, o apariciones fugaces en
la cara de una esposa a la que no amaba. Pues Dorotea
siempre encontraba la forma de aparecer, atormentándolo con
recuerdos pasionales y dolorosos.

Pero a pesar de todo nunca podría odiarla, estaba seguro de


que, si en algún momento ella cambiaba de parecer, él caería
rendido a sus brazos. Había fantaseado días enteros con
tenerla allí con él, liderando el circo juntos, compartiendo
secretos y heridas profundas.

Se sirvió un vaso de whisky y lo tomó de golpe, como si tuviera


miedo de volver a sentir, de pensar en las cosas que había
hecho y en las tantas otras a las que no se había animado.

CAPÍTULO 7
BASTIAN
Teamklaynd
En Queresser nunca te ibas a despertar con un rayo de luz
molestándote sobre la cara, porque parecía que allí al sol se lo
habían comido los burdeles, las torretas destartaladas de
basura, las sogas de ropa mojada que cruzaban las calles y el
vapor que brotaba furioso desde las alcantarillas.

Se escuchaban a la perfección las charlas lejanas y los carros


chapoteando sobre el agua estancada. Daba la sensación de
que las paredes de su cuarto estaban hechas de hojas de papel
de biblia, exageradamente finas y con olor a viejo. Si mantenía
los ojos cerrados, podía sentir que cada uno de los ruidos en
realidad se estaban creando justo a su lado.

Agarró las prendas que tenía separadas encima de la única silla


del cuarto y se preparó para salir.

Esa tarde el circo se marcharía de Queresser.

Bastian se acercó al mercado. Las hordas de gente le hacían


acordar al mar. Con movimientos en apariencia imprecisos
pero con un ritmo continúo sonando por lo bajo, como si
estuvieran conectados por algo más grande que los unía.

Pasó por su puesto favorito, regenteado por una anciana casi


ciega a la que todo le daba igual. No tuvo ni que esforzarse
para guardar un pedazo de queso y un pan duro en su bolso.
Teamklaynd
Comió el improvisado sanguche de camino al correo y, al
mismo tiempo que pegaba un mordisco, depositó un sobre con
dinero dentro del buzón.

Todos los meses se acercaba y dejaba un cuarto de lo que


ganaba allí. No tenía bien en claro cuál era su intención al
hacerlo, nunca había recibido noticias ni estaba del todo
seguro de saber si aquella seguía siendo su dirección, pero en
el fondo quería creer que lo era.

Se sintió un poco como el resto de la humanidad, ilusionado


con la idea de algo que estaba seguro de que no lo llevaría a
ningún lugar. Agradecía no tener nada que perder, le daba
tranquilidad saber que si las cosas salían mal,
condenadamente mal, no iba a estar peor de lo que ya estaba.
Y con esa mezcla de confianza y terror se dirigió nuevamente al
circo, pero esta vez no pensaba volver a su hogar.

Parado frente a la carpa tomó conciencia de que se estaba por


tirar a un foso profundo repleto de serpientes. Se imaginó el
veneno entrando por su piel y convirtiendo su sangre en una
en gelatina espesa y putrefacta.

Era sorprendente la gracia y la rapidez con la que se movían los


trabajadores. Todas pequeñas hormigas trabajando para juntar
sus hojas, ramitas y flores, juntar su hogar y mundo entero, y

Teamklaynd
poder achicarlo lo suficiente para que entraran en unos
destartalados vagones de tren. Pasaron los segundos, los
minutos, las horas, e iban quedando pocas cosas que
acomodar. Cuando el cielo empezó a oscurecer todos parecían
más cansados, con los pasos pesados y moviéndose como si
tuvieran un reloj a cuerda que los mantenía, muy a su pesar,
de pie.

Las sombras empezaban a asomarse por la puesta del sol y los


rostros a camuflarse bajo los sombreros y la oscuridad. Cada
uno de ellos podría llegar a pasar por un completo
desconocido. Y eso era justamente lo que buscaba.

Bastian decidió acercarse.

No emitió ningún sonido ni cruzó palabras con nadie. Se limitó


a repetir los movimientos automatizados que había observado
durante el día: apilar, levantar y luego transportar las cosas.
Cuando todos lo hicieron se acercó él también al tren y se
subió a un vagón repleto de personas ocultas bajos sus
sombreros. Cuatro hombres se encontraban sentados entre
altos pilones de paja, con los ojos cerrados y las manos negras
por el trabajo.

Teamklaynd
El olor que salía del lugar era nauseabundo, pero realmente
nauseabundo. Fingiendo que su cara no se contorsionaba por
el asco, Bastian se sentó en una esquina libre del vagón.

A nadie pareció importarle tenerlo allí. Era de noche y las


sombras le cubrían el rostro.

CAPÍTULO 8
ZESO
Zeso no recordaba quién era aquel hombre, pero tampoco
había recordado el cumpleaños de su hermana y a veces hasta
olvidaba que la tenía, así que no le dio más vueltas al asunto.

El circo manejaba una cantidad exasperante de gente, apenas


lograba aprenderse el nombre de la mitad de ellos. Cada día
parecía encontrarse con un puñado nuevo de trabajadores,
como si hubieran encontrado la forma de reproducirse cual
conejos.

El joven tenía el pelo oscuro igual que el fondo de un pozo y su


piel parecía bastante curtida a pesar de ser pálida, como si se
hubiera quedado varias tardes dormido bajo el sol. Parecía un
vagabundo con clase.

Teamklaynd
Siguió golpeándolo con el palo hasta que se dignó a abrir sus
ojos, y cuando lo hizo podría haber jurado que no tenía
pupilas.

—Hombre, despierta. —Le pegó una vez más en la cabeza—.


Llegamos a Marroco y debemos empezar a bajar las cosas.

El chico se levantó rápido de la esquina en la que estaba


sentado y se paró junto a él. Tenía la mirada de un loco que no
tiene la más mínima idea de dónde se encuentra, y Zeso rio al
verlo así.

—La sopa que nos dieron ayer me dejó con unos gases
impresionantes —comentó Zeso mientras se llevaba las manos
al estómago y ponía una mueca de dolor—. Creo que se me
perforó el intestino.

Ni el viento le contestó, pero ni se percató de aquello. Zeso


hablaba por hablar aun cuando se encontraba solo. Le gustaba
la sensación del sonido saliendo por su garganta, de su propia
voz llegando en eco a sus oídos. Caminaron hasta llegar a los
últimos vagones. Vagones rebosantes de mierdas y cajas y
telas y más mierdas y cajas y telas. No tenía ni idea para qué
servían la mitad de las cosas que se encontraban allí.

Teamklaynd
—¡Zeso! Pareces un pedazo de mierda —saludó Klaus
entrando al vagón—. Se nota que la sopa nos sentó a todos
igual.

Conocía a Klaus desde hace poco menos de un año. Eran el


agua y el aceite en todo. Zeso medía casi metro noventa y era
todo flácido y torpe, y Klaus como mucho llegaba al metro
treinta, con sus piernas arqueadas y la espalda ligeramente
encorvada. Pero aun así parecían encajar a la perfección.

—Ni me lo digas —contestó cerrando los ojos y negando con la


cabeza—. De casualidad si pude dormir dos horas.

Zeso no sabía cómo definir su rol en el circo más que como un


comodín. Estaba allí, igual que otro puñado de trabajadores,
para hacer lo que faltara. Un día podía estar levantando cajas
pesadas y al otro colgando luces o cortando sogas. Y le divertía
que así sea.

Se acercó a Klaus y ambos, al mismo tiempo y de forma casi


automática, empezaron a descargar las porquerías, cajas y
telas del tren. Y el chico nuevo los siguió.

Había perdido la cuenta de la cantidad de cosas que habían


transportado, pero después de lo que no sabía si habían sido

Teamklaynd
minutos u horas, Klaus se acercó y le golpeó el brazo con un
pedazo de pan.

—Toca descansito.

Se sentaron en ronda y repartieron la comida entre los tres.

—Vinimos el año pasado a Marroco —comentó Zeso al


nuevo—. No es la gran cosa, pero mejor que Queresser seguro.
No hay tanto olor a mierda y ratas.

—¿Cómo se llama tu amigo? —preguntó Klaus llevándose un


pedazo de pan a la boca.

—La verdad no lo tengo claro —respondió Zeso con la lengua


llena de pollo y pan masticado.

Sus dedos estaban completamente negros por la tierra y la


grasa, pero los chupeteaba como si se tratasen del mejor
manjar.

— ¿Cómo se llama mi amigo? —le preguntó mirándolo a


los ojos.

Teamklaynd
—Bastian —respondió con voz de lija.

—Nombre peculiar, el perro de mi primo se llamaba así.

—¿Qué te trajo al circo? —le preguntó Klaus.

—Vi el afiche en la ciudad y pensé que quizás tendrían lugar


para un trabajador más. —dijo Bastian mirando a ningún
punto en particular.

Zeso asintió sin prestarle demasiada atención y siguió


chupándose los dedos con grasa de pollo.

CAPÍTULO 9
BASTIAN
La jornada laboral había sido exageradamente larga y tediosa.
Puro trabajo físico, fuerza bruta y calambres. En todo el día
comieron solo un pedazo de pollo con pan duro que había
conseguido el enano de quién sabe dónde.

Caminó cerca de Zeso con la cabeza erguida y una pala en la


mano, dejando que todos en el circo vieran su rostro y
cabeceando de forma amigable a quienes se lo quedaban
mirando. Necesitaba que lo vean acompañado, que se les
guardara su rostro en el inconsciente y empezaran a
Teamklaynd
naturalizar su presencia. Estar al lado de alguien, por más
torpe e incrédulo que fuera, le daba ventajas. Muchísimas
ventajas. La gente lo vería al lado de una cara conocida y se
cuestionarían menos las cosas.

Sintió cómo sus hombros se relajaban y esa bola gaseosa y


venenosa de nervios se liberaba un poco.

Zeso caminaba como si su cuerpo todavía no reaccionara u


obedeciera las órdenes del cerebro, parecía una cabrita recién
nacida de un metro noventa. Se tambaleaba y tropezaba con
regularidad. No entendía cómo había sido capaz de transportar
tantas cajas sin que se cayera todo al suelo.

Era extraño ver el circo desde adentro y no como un simple


espectador. Toda la magnitud empezaba a cobrar sentido, la
grandeza del espectáculo caía en la espalda de decenas y
decenas de trabajadores. Parecían pequeñas hormigas
trabajando hasta caer rendidas y pasar a ser un punto negro
aplastado en la tierra.

Bastian no se alejó de Zeso ni de Klaus en todo el día. Se


mantuvo cerca y los imitó al pie de la letra, soltando alguna
que otra risa y comentario cuando pensaba que debía hacerlo.

—Miren esto —dijo Zeso llamándolos con la mano.


Teamklaynd
Les señaló una caja enorme que contenía restos de comida y
mínimo siete ratas peleando por ella. Salía un olor
nauseabundo, a calles podridas y animales muertos, pero le
era tan familiar que hasta soltó una pequeña sonrisa.

—Creo que justo así se vería Queresser si tuvieran que


achicarlo a un espacio de un metro cuadrado —respondió
Bastian.

Ambos lo miraron y rompieron a reír. Aunque no había sido un


chiste en lo absoluto.

—Te equivocas, le falta una botella de ron y olor a pis —agregó


Klaus.

Se dio cuenta de que si su vida no hubiera tomado el rumbo


que tomó, estaría riéndose a carcajadas como el resto. Pero
sentía que sus pulmones se cerraban ante la idea de emitir tal
ruido. Pero estaba acostumbrado a actuar, así que hizo lo que
mejor sabía hacer: fingir su carcajada. Fingir que era
completamente normal y podía reírse sin que su cuerpo le
pidiera a gritos que parara.

Teamklaynd
El sol comenzaba a esconderse y las tareas iban bajando en
intensidad.

—Nuevito, para que tengas en cuenta, cuando aparece la


primera estrella dejamos de mover nuestros culos y nos
dirigimos al comedor —dijo el enano dejando caer una caja al
pasto—. En este preciso momento es donde dejo de
cuestionarme por qué trabajo aquí, porque la sopa vale la
pena. —Se llevó una mano al estómago y sonrió—. Y el
retorcijón al día siguiente también.

La palabra comedor no se parecía en nada a lo que realmente


era: tablones y maderas puestos arriba de cualquier objeto
que los hiciera parecer una mesa, rodeados de los asientos
más extraños, y con sujetos aún más extraños encima. La
música y los gritos formaban una sinfonía peculiar, era puro
ruido, puro contacto, risas, golpes amigables y no tan
amigables, los vasos se chocaban y la cerveza salía disparada
en forma de lluvia dorada, intensificando aún más el olor a
alcohol.

No tenía otra palabra para describirlo más que fascinante.


Asquerosamente fascinante.

Bastian parecía un parásito de lo cerca que había estado del


enano y de Zeso las últimas doce horas. Y como buen parásito

Teamklaynd
los siguió y se sentó junto a ellos en la mesa. Le tocó de
asiento un pilón de paja dura, de la cual esperaba que no
saliera ninguna rata ni piojo extraño.

—Bastian, ellos son Bibi, Mosh, Pek y… bueno, ¿qué más da?
Ya irás aprendiendo sus nombres —dijo Zeso, levantando los
hombros y tomando un gran sorbo de cerveza.

Miró rápidamente a cada uno de ellos y les lanzó un cabeceo


amigable. Antes de que el ruido del ambiente lo sepultara en
pensamientos agobiantes.

Bastian volvió a la realidad cuando sintió el peso de la multitud


a su alrededor, cada par de ojos lo miraba, cada boca se movía
emitiendo ruidos que no comprendía. Sentía cada respiración,
cada movimiento del aire, sentía el ruido y realmente sentía
que debía hacer algo. Por debajo de la mesa agarró el clavo
que siempre guardaba en su bolsillo y lo apretó contra su
muslo, o específicamente contra el pequeño círculo en carne
viva que tenía en su pierna. Como si al tratar de presionar
todas las emociones de su cuerpo en el área más pequeña
posible las cosas se fueran a acomodar de golpe.

El dolor había sido una columna en su vida, se había movido


por y para sanarlo, por y para hacerlo desaparecer.

Teamklaynd
Pero también el dolor lo traía a la realidad.

Se le destaparon los oídos, las respiraciones volvieron a los


pulmones de sus dueños y los ojos lo seguían mirando, pero ya
no lo atemorizaban.

—Este amigo tuyo es medio lerdo —dijo una pelirroja vestida


de azul, con el maquillaje corrido bajo sus ojos.

Lo miró de frente y le preguntó otra vez.

—Te pregunté de dónde sos.

—Mendje, a las afueras de Adalberta —contestó—. Un


pueblucho cutre sin mucho que contar.

Era una mentira a medias. Se había criado por varios años allí y
recordaba lo necesario. Conocía sus tierras, sus grandes
pastizales, sus tradiciones y comidas, su iglesia cutre y su gente
que lo era aún más.

Tenía recuerdos amigables, con sus perros y animales


correteando por los campos, de su padre cocinando sopa de
gallinas que él mismo le había enseñado a desnucar. Se
acordaba de cómo caía la lluvia y entraba por los agujeros del
Teamklaynd
techo creando pequeñas lagunas en el piso. Pero, sobre todo,
recordaba el dolor, los ojos apagados de su madre que no se
animaban a mirarlo, como si en su rostro se reflejara una vida
que no quería tener. La imagen de su padre tirado en el suelo y
cómo había deseado con todas sus fuerzas que se levantara de
allí.

—Mis tías eran de Mendje, murieron jóvenes —respondió la


pelirroja—. Todos allí mueren jóvenes.

La conversación siguió y Bastian no emitió palabra alguna.


Divagaron sobre el circo y las actividades que habían estado
realizando los últimos días. En ningún momento nombraron al
presentador ni estuvieron cerca de hacerlo.

Se armó un cronograma mental con todas las tareas y los


horarios que fueron soltando a lo largo de la conversación: en
qué momento se desayunaba, cómo se dividían los grupos,
horarios de almuerzo, cena y trabajo. Archivó absolutamente
todo.

A la gente le gusta hablar, le gusta ser chismosa y llamar la


atención. Y, de vez en cuando, Bastian estaba agradecido de
que así sea.

Teamklaynd
La comida en los platos, la música y los ruidos fueron
disminuyendo progresivamente, y cual estampida se
levantaron, casi al unísono, todos los comensales de la mesa.
Bastian se paró y comenzó a danzar con ellos, pero un apretón
en el hombro lo hizo frenar de golpe.

CAPÍTULO 10
PEK
Pek llevaba casi tres años trabajando en el circo y aún
recordaba su primera semana allí, rodeado de baldes y olor a
mierda. Recordaba lo solo que se había sentido y lo que le
costó hacerse un lugar entre tanta gente. Quizás por eso le
pareció chistoso recrear aquella situación con cada trabajador
que llegaba, como si al desquitarse con ellos pudiera revertir lo
que le habían hecho sentir. En otra vida quizás, con dinero y la
fuerza suficiente para ir a terapia, se hubiera dado cuenta de
que aquello no hacía más que lastimarlo. Pero esa no era su
vida, así que caminó tambaleante por el efecto del alcohol en
busca del tipo nuevo sobre el que había escuchado durante la
cena.

—Eh, que todavía no te toca descansar —dijo, apretándole el


hombro con la fuerza suficiente para que sus dedos quedaran
marcados sobre su piel pálida.

Teamklaynd
Cada día Pek pensaba que debería haber llegado más lejos en
la vida, que sus brazos del tamaño de piernas tendrían que
haber sido utilizados para algo más grande.

—Ser nuevo es una mierda y hay que ganarse el lugar. —Le


señaló una acumulación de baldes, trapos y escobas apoyadas
contra uno de los vagones del tren—. Es tradición que el más
nuevo se encargue de limpiar las cagadas de las jaulas. Una
semanita y quedas liberado.

Le dio un último apretón en el hombro y se marchó intentando


mantenerse lo más recto que su cuerpo le permitía,
sintiéndose fuerte y contento con esa dosis de poder que le
recorría el cuerpo. Sus pies se superponían, tropezaban y se
volvían a acomodar.

—¡Buenas noches! —gritó Pek, moviendo una mano por


encima de su cabeza.

Antes de llegar al dormitorio cayó de cabeza al piso.

A la mañana siguiente se despertaría con un chichón en la


frente y sintiéndose igual de vacío que siempre.

CAPÍTULO 11

Teamklaynd
BASTIAN
Se sintió aliviado de que el hombre lo moleste, porque no
tendría que dirigirse a las habitaciones con el resto de la gente,
ni debería seguir fingiendo conversaciones amigables o seguir
tensando el cuerpo ante cada mención de su nombre.

Se confundió tres veces de vagón antes de dar con el de los


animales. Pasó por un depósito, una especie de taberna y uno
con una pareja en un asunto caluroso que lo dejó con cara de
desagrado por unos buenos diez minutos. En la cuarta dio con
ella. Era una sala inmensa, repleta de jaulas de todos los
tamaños que albergaban animales de lo más exóticos: desde
lémures con sus pelos gris plomo hasta elefantes tan enormes
que podrían estrujarte con su trompa inmensa.

Y todo estaba repleto de mierda.

Pilones y pilones de suciedad y desechos. El olor se le metía


por los poros y comenzaba a transportarse por la sangre hasta
dejar cada célula de tu cuerpo transformada en una variante
de mierda de animal. El lugar manejaba una humedad
particular, formando una especie de ecosistema interno. Como
si las jaulas y la madera podrida buscaran reemplazar la
vegetación de sus hábitats naturales. Pero a pesar de todo, le
pareció un regalo poder rodearse de bestias peludas que no
emitían palabras ni expresiones indescifrables. Aquel día había
tenido demasiada interacción social para toda una vida.
Teamklaynd
Le fascinaba la idea de acercarse a los animales y analizarlos
como si fueran maquinarias, buscando entender cómo era
posible que se mantuvieran de pie. Se ató un pañuelo sobre la
nariz y se colocó los guantes bien hasta el fondo. Las texturas
extrañas le daban ganas de vomitar. Si podía evitaba el
contacto con cosas viscosas, peludas, húmedas, grasosas, y por
sobre todo humanas.

Bastian se movía con cuidado porque sentía que ante el más


mínimo movimiento despertaría a las bestias, rompiendo ese
algo en el que estaba metido. Y ese sonido brusco que tarde o
temprano llegaría, llegó. Más temprano que tarde.

Un mono, o algún animal lo bastante parecido, gruñó fuerte,


lanzando un alarido que le perforó el tímpano. Un hombre se
encontraba de espaldas mirando al animal gritón. Todos sus
gestos indicaban que le estaba pidiendo disculpas, y el mono,
como cualquier mono, no se percataba de aquello. Se dio
vuelta y aunque la mitad de su cara estuviera cubierta por las
sombras, Bastian lo reconoció.

Pero ya no parecía el sol.

Los dorados y el fuego se habían esfumado, y en su lugar


dejaron a un joven con cara de no haber descansado en siglos.

Teamklaynd
Tenía los ojos hinchados y la marca de hebras de paja sobre sus
mejillas.

—Me quedé dormido y escuché un ruido, y me desperté de


golpe, y pisé a Nabucodonosor sin querer y chilló y… —habló
con una velocidad casi apabullante.

Las palabras salieron disparadas de su boca antes siquiera de


que pudiera procesarlas, antes de que cualquiera pudiera
procesarlas. Y cuando el sonido pareció entrar a sus oídos, el
chico frenó de golpe y movió su brazo flaco frente a su rostro
dándole fin al pequeño monólogo en el que se había
sumergido.

—En fin, disculpa por haber despertado al resto de los


animales.

Se miraron un pequeño instante y Bastian corrió los ojos para


seguir barriendo el suelo.

No tenía ganas de hablar, así que no lo hizo.

De reojo vio cómo se alejaba del vagón. Le sorprendió que por


más que estuviera atento a él, en ningún momento escuchó
sus pasos.

Teamklaynd
Si lo miraba con atención casi parecía estar flotando.

CAPÍTULO 12
CASPER
Por un instante Casper creyó que aquella era una cara nueva,
que nunca antes había visto esa combinación tan peculiar de
facciones. Pero sentía una sensación extraña revoloteando en
su pecho, como si su cuerpo estuviera trabajando a toda
máquina intentando recordar.

Quizás fue su cabello oscuro, o lo reflejado que se había


sentido al ver sus ojos tristes.

Quizás fue el hecho de que se había levantado desesperado de


su asiento a mitad del espectáculo, con un cigarro en la mano y
la cara contorsionada de miedo por algo que no había podido
descifrar.

Pero Casper lo recordaba.

Lo recordaba con su traje violeta y su bombín alto. Lo


recordaba sentado entre las gradas viviendo una vida
totalmente distinta.

Teamklaynd
Pudo sentir cómo sus latidos aumentaban rápidamente por la
adrenalina que le corría por la sangre. Por el secreto que creía
compartir.

CAPÍTULO 13
BASTIAN
En algún momento de la noche Bastian se había quedado
dormido. La sala estaba oscura y un único halo de luz lograba
colarse entre los agujeros de las paredes. A primera hora el sol
lo despertó golpeándole con suavidad el rostro en una
sensación completamente nueva.

Se levantó del suelo y recogió las herramientas que había


utilizado la noche anterior. Los brazos le dolían y sentía que sus
piernas se habían convertido en pedazos de algodón húmedo.
Terminó de juntar las últimas y nuevas montañitas de mierda y
salió del vagón. La luz del exterior le pegó de golpe. Sus pupilas
se contrajeron, dejándolo ciego por un instante. Se sentía
drogado y perdido. Con la incertidumbre de haber despertado
en un lugar distinto.

En una vida distinta.

El balde de agua fría cayó de golpe sobre su cuerpo entero.

Teamklaynd
Estaba en el circo. Estaba acercándose a lo que había esperado
por años, y por primera vez en la vida no se sentía listo.

Los terrenos a su alrededor estaban casi vacíos, los pastizales


se balanceaban por los vientos húmedos de la mañana, y las
nubes se movían con una velocidad impresionante, como si
buscaran escaparse de algo.

Bastian había estado un par de veces en Marroco, conocía la


ciudad, conocía el campo y, lo que más le importó en ese
momento, fue que conocía sus ríos.

Sabía, por lo que había escuchado la noche anterior en la cena,


que el desayuno no comenzaba hasta dentro de unas horas, así
que tenía buen tiempo para volver y fingir que recién se había
despertado.

Se adentró del bosque. El sonido del viento golpeando los


árboles era bastante intenso. Los pastos, las ramas y la tierra
se contorsionaban pronunciadamente y creaban unos ruidos
fuertes, con compases y ritmos profundos.

Era impresionante.

Teamklaynd
Se encontró cerrando los ojos y dejándose llevar por sus oídos.
Caminó hacia el oeste, hasta que los sonidos del viento se
fusionaron con los del correr del agua. Unos destellos azules le
llegaron a través de sus ojos cerrados y se acercó casi frenético
a la orilla del río.

Sumergió las uñas, los dedos y luego el resto de la mano. Se


quedó unos instantes así, con su mano derecha bajo el agua y
el resto de su cuerpo temblando como una hoja. La fue
sacando poco a poco y comenzó a desprenderse de sus ropas.

Se arrancó todo lo que llevaba puesto, como si de aquella


forma pudiera desprenderse también la sensación extraña que
sentía en el cuerpo, y lo dejó perfectamente doblado sobre un
tronco desprendido con forma de barril.

Cerca de la orilla agarró una piedra lo bastante grande. Inhaló


hondo y una vez dentro del agua se dejó caer, tocó la arena del
fondo con la punta de sus pies y le dio cosquillas al entrar en
contacto con su piel desnuda.

Era el único momento en donde todo se apagaba. Las


extremidades le temblaban por los espasmos del frío,
contrastando con el fuego que empezaba a sentir en el medio
del pecho. Ese era el mejor momento, en el que, estando al
borde de la inconsciencia, seguía presionando con fuerza la

Teamklaynd
roca contra su estómago para que lo mantuviera en el fondo
del agua. Sabía que era suya y únicamente suya la decisión de
soltarla, de elegir cuándo volver a respirar.

Le gustaba pensar que sería capaz de no dejarla jamás, de


quedar para siempre enterrado en las pantanosas aguas del
río. Pero no creía ser capaz de hacerlo. Soltó la roca y se sintió
ligero como una pluma, subiendo sin siquiera intentarlo.

Comenzó a mover exaltado los brazos buscando la superficie y


cuando salió respiró fuerte, tan fuerte que escuchó el crujir de
su cuerpo. Estaba de pie en la orilla del río, con la piel de
gallina por el roce del viento contra su piel mojada. Se acostó
unos instantes sobre unos pastos cortados bien al ras, y dejó
que el sol le pegara de lleno en la cara.

Cuando estuvo lo suficientemente seco se cambió y se puso en


marcha.

El campamento comenzaba a despertar y era como ver a un


animal desperezarse. La gente salía de las carpas con los ojos
entrecerrados, con movimientos lentos y murmurando cosas
ininteligibles. De fondo se escuchaban los choques de las tazas
y el derramamiento de agua caliente.

Teamklaynd
Se acercó a una de las mesas en las que estaban desayunando
y se dejó caer junto al grupo de personas que mejor sensación
le generaban. Había olor a pan tostado y alguna infusión de
hierbas.

El único sonido que emitió fue un «Buenos días» cuando tomó


asiento. Agarró una tostada y la untó con lo que esperaba que
fuera una mermelada de duraznos.

—Permiso. —Una mano se apoyó un nanosegundo en su


hombro—. No me quiero quedar sin mermelada.

Y sin esperar ningún tipo de respuesta, el chico de oro se sentó


a su lado.

Ya no se lo notaba vulnerable y cansado, su cara volvía a jugar


con las tonalidades ocres y doradas, como si hubiera renacido
durante la noche. Sus ojos con pestañas infinitas enmarcaban
sus rasgos lo justo como para ser lo primero que uno notaría al
observar su rostro. Todo en él era lo suficientemente extraño
como para llamar la atención, pero al mismo tiempo sentir que
estabas frente al reflejo de alguien conocido.

Pasó su brazo por delante de Bastian y se sirvió dos tostadas


con duraznos. Con la boca llena, y como si fuera lo más natural
del mundo, se puso a hablar con todos los presentes. Les
Teamklaynd
preguntaba por sus familiares, por sus mascotas, por sus
ambiciones, sueños y toda clase de preguntas que Bastian
nunca en su vida había emitido. La gente le respondía con una
leve sonrisa, agradecidos de que alguien se acordara hasta del
nombre de sus perros.

Se lo notaba cómodo entre las personas, siendo el centro de


atención. Tenía el total dominio de la mesa y era consciente de
eso.

Generaba charla entre todos, y poco decía para que hablen.


Cada vez que alguien lo asaltaba con una pregunta rozando lo
personal, asentía con una sonrisa, respondiendo sin decir nada
en lo absoluto y cambiando rotundamente el eje de la
conversación.

—¿Y? ¿Quedaron muy alborotados? —le preguntó mientras


acercaba la cabeza a la suya. Como si estuvieran compartiendo
un secreto del que no se había enterado.

Bastian no entendió su pregunta, quizás porque lo tomó


desprevenido que le dirigiera la palabra.

—¿Quiénes?

Teamklaynd
—Los animales, claro está. Cuando se despiertan de golpe se la
agarran con cualquiera que esté cerca —respondió—.
Principalmente Nabucodonosor, es un pesado.

Las palabras ya no se escapaban verborrágicas de su boca.


Ahora hablaba como uno esperaría que lo hiciera después de
verlo en el escenario. Con una presencia hipnotizante,
haciendo que cada palabra sonara como miel.

—Ah, no… No se alborotaron.

—Me alegra oírlo —dijo y le tendió la mano—. Casper.

—Bastian —respondió, ignorando por completo su mano


levantada.

Casper asintió y se dio vuelta para responderle a un hombre


que le había soltado una pregunta directa.

Había algo en él que lo sacaba de sus casillas.

Quizás por la naturalidad con la que se manejaba, haciendo


ver terriblemente sencillo algo que a él le había costado años
entrenar.

Teamklaynd
CAPÍTULO 14
BASTIAN
En lo que iba de la mañana, Bastian no había visto a Zeso ni a
Klaus, y como buen parásito se puso a buscarlos. Todavía
estaba empezando a entender cómo funcionaba el circo y sin
alguien que lo guiara se sentía terriblemente desorientado.

—Nos habíamos preguntado dónde te habías metido anoche


—empezó Zeso—, las apuestas iban cincuenta cincuenta.

—Yo aposté que te habían mandado al corral de mierda —


acotó Klaus—, y por el olor de tu ropa creo que me gané veinte
monedas de cobre. ¿Cuánto tiempo te dieron?

—Una semana —respondió Bastian.

—Bastante misericordiosos. Cuando llegó Zeso lo dejaron casi


un mes lavando los platos de todo el grupo.

—Todavía me duelen las manos, ¿sabes la cantidad de vajilla


que se usa para alimentar este circo?

Teamklaynd
Ese día llegaron carretas repletas de una variedad abrumadora
de mercancías. La gran mayoría eran bolsas de comida; maíz
para los pochoclos, azúcar, muchísima azúcar, manzanas,
harina y alimentos que jamás había visto. Se pasaron gran
parte de la mañana intentando acomodar la cantidad
descomunal de bolsones.

La otra gran tarea del día fue levantar la inmensa carpa en la


que se quedarían los animales. Por lo visto, encerrarlos toda su
vida en un vagón era una pésima idea, pero mantenerlos
igualmente encerrados en una carpa no lo era tanto.

Llegó el que parecía ser el domador y se puso a mover con


sumo cuidado a las bestias fuera de sus jaulas.

Los pastos altos estaban más dorados que nunca y trataban


débilmente de esconder entre sus pliegues a las enormes
bestias que paseaban por ahí. El sol estaba comenzando a
bajar y las sombras distorsionaban las figuras de los animales,
alargando sus patas y haciéndolos parecer monstruos
inmensos.

Vio a lo lejos cómo Casper se acercaba a uno de los caballos


para acariciarle el pelo y desajustarle un poco la silla de
montar. Miraba al animal con unos ojos melancólicos enormes,
esperando que le respondiera algo que no podía darle. Sentía

Teamklaynd
que cada vez que lo veía era alguien distinto, casi como si lo
estuviera viendo a través de un caleidoscopio.

Hacía dos días que estaba en el circo y todavía no había visto ni


un rastro del presentador. Tampoco estaba seguro de querer
hacerlo. Había escuchado que se encontraba en la ciudad
charlando con empresarios importantes para hacerle
promoción al show que empezaba la noche siguiente.

Cada día, durante catorce años, Bastian se preguntó si Oskar


dedicaba la misma cantidad de energía que él a pensar en lo
que había pasado, si también soñaba cada noche con paredes
negras y olor a humo. Porque si algo había hecho Bastian bajo
el techo de su cuartucho, y algunas veces sin siquiera un techo
sobre su cabeza, fue pensar. Catorce años era muchísimo
tiempo para pensar.

Esa noche los animales estaban despiertos, pero


exageradamente tranquilos. Sus ojos se encontraban dispersos
y vidriosos, y sus patas parecían resortes oxidados que
flaqueaban ante el menor movimiento. Manejaban un nivel de
tranquilidad que solo te puede dar un relajante. Se les había
marchado del cuerpo cualquier indicio de vitalidad, no tenían
ni control sobre sus extremidades. Sus pieles y pelajes estaban
manchados con una línea perfecta de mierda debajo de sus
colas.

Teamklaynd
En el fondo agradecía su silencio y quietud. Les pasó trapos por
las patas, colas y cualquier otra parte manchada. Lo hizo con
sumo cuidado de no lastimarlos ni tocar la mierda con sus
guantes.

Ya le había sacado el ritmo y tardó muchísimo menos que la


noche anterior. Al finalizar acomodó los baldes y las escobas
contra una de las esquinas de la habitación y se dirigió a los
dormitorios. Eran carpas inmensas y rectangulares, sin ninguna
gracia en particular. Las telas eran finas y el frío se escabullía
por las aberturas y los agujeros desgarrados. Se escuchaba de
fondo, tras el barullo de la gente, el silbido del viento
haciéndose lugar para colarse en el interior.

Adentro había filas y filas de cuchetas metálicas, torcidas y


oxidadas, con sábanas y acolchados de todos los colores,
texturas y tamaños. Era la definición de caos. No esperaba
menos de una cueva en donde dormían alrededor de cincuenta
hombres. Había ropa tirada, olor a transpiración, ronquidos
fuertes, gritos, colillas de cigarrillos a medio apagar y algún
que otro perro durmiendo entre los rincones más cálidos del
lugar. Un espectáculo que representaba a la perfección lo
grotesco de la masculinidad.

Todos ya estaban acomodados en sus respectivas camas,


algunos durmiendo o intentándolo, y otros despiertos
cuchicheando sobre cosas grotescas que Bastian no pensaba
Teamklaynd
repetir. Se encontraban todos acostados y quedaban pocos
lugares sin utilizar.

Amagó a tirarse sobre un colchón vacío y un barbudo le


revoleó un zapato a modo de advertencia. Siguió caminando y
se acercó a otra de las cuchetas.

—¿Está ocupada esta cama? —preguntó mirando a un flacucho


rubio que estaba cerca.

El chico pegó un pequeño salto al escucharlo, como si no


estuviera acostumbrado a que la gente le dirigiera la palabra.

—Mm estoy bastante seguro de que sí —respondió,


rascándose el bigote de puberto que tenía sobre el labio—,
pero esa de ahí no.

No le importó tener la cama de arriba casi pegada a sus


narices, ni que el colchón tuviera el ancho de una hoja y las
tablas de madera se le clavaran en su espalda. No le importó el
olor a hombre, ni el frío que se colaba en la habitación. Lo que
le perturbaba era la idea de dormir en la misma habitación
que otras cincuenta personas, de quedar tan expuesto frente a
todos.

Teamklaynd
Guardó sus botas, su abrigo y el fajo de billetes que escondía
entre las telas del saco y se los metió bajo el acolchado con él.
Desenfundó el pequeño cuchillo que guardaba en el bolsillo de
su pantalón y lo colocó debajo de la almohada, empuñándolo
con su mano izquierda.

Sabía que era una estupidez, pero lo tranquilizaba tenerlo


cerca. Abrazándolo como si fuera un oso de peluche, más
espeluznante y frío.

Esa noche soñó con un fuego imperioso y un niño solitario


entre las calles de Queresser.

CAPÍTULO 16
BASTIAN
Bastian tenía un reloj interno de lo más agudizado. Casi
siempre despertaba a la misma hora, no importaba lo que
hubiera hecho la noche anterior ni qué tan cerca del amanecer
se hubiera ido a dormir. Las seis de la mañana era un lindo
horario para estar solo, para observar la quietud sin ser visto.

La gente dormía y los ruidos más intensos eran los ronquidos


suaves que se escuchaban a lo lejos. La oscuridad
predominaba, pero ya no era la única en la sala, porque las
tenues luces del sol empezaban, poco a poco, a colarse entre
las telas. Tanta tranquilidad, tanto control de todo. Se sentía
Teamklaynd
un cazador al acecho, rodeado de cuerpos blandos e
inconscientes. Los dedos de las manos le temblaban de la
emoción. Podría haber hecho lo que se le antojara.

Salió de la cama haciendo el menor ruido posible, se calzó las


botas, el abrigo y se acercó lentamente a la puerta de salida.
Hasta el momento lo único estable en su rutina había sido
meterse en el río, desde pequeño se había acostumbrado a la
sensación casi agonizante del frío sobre su piel y ahora sentía
que no podría vivir sin ella. Se acercó al lugar con pasos
rápidos, casi trotando. Con la ilusión de tirarse de lleno y
sentirse apagar, pero no llegó ni el frío ni la paz que lo
acompañaba.

Casper se encontraba sentado en la barrosa orilla del río. Tenía


las rodillas flexionadas y las presionaba contra su pecho con
fuerza. Con muchísima fuerza. Supo apenas verlo que sus
dedos quedarían marcados como líneas violáceas sobre su
piel. Llevaba puestas unas prendas violetas brillosas que
hacían un contraste terrible con el fangoso bosque, verlo era
como haber encontrado un hada muriendo.

Estaba sentado dándole la espalda, pero no necesitaba ver su


cara para saber que se encontraría con un lienzo en blanco,
como si su alma hubiera elegido abandonarlo aquel día.

Teamklaynd
Parecía un sol extinguiéndose.

Por más que sintiera la necesidad de dejarlo solo, su cuerpo no


le respondía para marcharse. Estuvo un buen rato viéndolo y le
sorprendió lo quieto que se podía quedar. En ningún momento
emitió ni el más mínimo movimiento, tenía el culo pegado al
piso y las rodillas casi fusionadas con su tórax de lo cerca que
las tenía.

Todo era quietud. Una quietud cargada de emociones a punto


de explotar. Chispas flotaban en el aire esperando la menor
fricción para desatar en inmensas llamas.

Y explotó, pero lo hizo a su manera.

Casper se levantó y se acercó al agua. Para sorpresa de Bastian


no lo hizo con un movimiento brusco ni mucho menos rápido,
fue meticuloso, tomándose su tiempo con cada paso.

Se quitó la primera capa de ropa y la acomodó en el suelo, el


vestido violeta se llenó de barro y se pareció mucho a una flor
naciendo. Casper se dejó puesta una remera blanca ajustada y
unas calzas hasta la rodilla, y así, con las pocas prendas que
tenía, pudo ver lo flaco que estaba.

Teamklaynd
Le desesperaba lo lento que se movía, como si tuviera la
necesidad de verlo estallar estruendosamente para confirmar
que se estaba marchitando. Y pareció leerle la mente porque
después de estar unos instantes contemplando el bosque,
Casper agilizó su paso y se metió de lleno al río.

Bastian perdió completa noción del tiempo que estuvo


sumergido, lo único que demostraba que aún seguía allí eran
las burbujas furiosas escapando a la superficie. Se lo imaginó
ahí abajo, rodeado de oscuridad y con la cara contorsionada
por los gritos agónicos que largaban sus pulmones.

Al rato de que las burbujas frenaran y el aire hubiera


abandonado por completo su cuerpo, Casper se dignó a salir. El
agua le llegaba por el ombligo y Bastian se equivocó al pensar
que su cara estaría vacía.

Todo su rostro pedía ayuda a gritos.

Agarraba el agua con desesperación y la levantaba con fuerza


para frotarse los brazos, la cara y cualquier pedazo de piel que
se encontrara a la vista. Se pasaba las manos con tanta fuerza
que el cuerpo se le fue enrojeciendo en cada una de las zonas
que tocaba.

CAPÍTULO 15
Teamklaynd
CASPER
Casper tenía la peculiaridad de siempre hacer lo opuesto a lo
que su instinto le gritaba, como si su impulso de vida estuviera
cegado por una punción aún más intensa que la muerte. A
medida que pasaban los años había dejado de escuchar esas
sensaciones que le susurraban con intensidad lo que debería
hacer. Había aprendido a calcular cada uno de sus
movimientos, siguiendo su deber sin ambiciones ni grandes
sueños. A medida que pasaban los años había dejado de
escuchar esas sensaciones que le susurraban con intensidad lo
que debería hacer.

De pequeño había sido el joven más soñador de todo Ammej y


su padre le advertía, cada vez que podía, que no le hiciera caso
a su percepción, que debía dejar lugar en su cabeza para cosas
importantes como las matemáticas o degollar gallinas. Pero
Casper hacía oídos sordos y se escapaba con su abuela para
que le contara historias de espectáculos grandes y reyes
soberbios. Y aunque toda su vida creyó que su intuición eran
mensajes de ángeles protectores, a los dieciséis descubrió que
no era así. Lo habían arrastrado al peor lugar en el que había
estado, lo habían acercado a una vida con una soledad que no
creyó posible sentir. Desde ese momento empezó a pensar que
quizás sonaban más como cantos de sirenas invitándolo a que
se ahogara con ellas. Hacía lo posible por ignorarlos.

Teamklaynd
Pero una parte de él sentía curiosidad, y quizás por eso había
estado revoloteando alrededor de Bastian. Y, aunque cada
célula de su cuerpo supiera que debería alejarse, había un
pequeño hilo que lo empujaba hacia él, un cosquilleo en el
pecho que le avisaba que no debería dejarlo marchar. Tal vez
esa era la razón por la que no había avisado que estaba de
infiltrado, le daba curiosidad descubrir qué era lo que tenía
para ofrecer.

Y allí estaba Casper, parado en su camerino esperando que lo


fueran a buscar, ignorando por completo cómo su cuerpo le
pedía a gritos que saliera corriendo de allí. Cualquier curioso
que hubiera pasado pensaría que estaba hermoso, que sus
brillos violetas eran capaces de opacar cualquier pensamiento
o dolor.

Su camerino era un cuartito de madera preparado dentro de


uno de los vagones del tren. Era ínfimo y las paredes oscuras
parecían intentar comérselo todo el tiempo. Pero dentro de
todos los lugares de aquel circo, era en donde más seguro se
sentía, como si disfrutara de esa sensación de paz que sentía
antes de que se le derrumbara el mundo.

La puerta sonó con tres golpes secos y Casper cerró los ojos
durante unos segundos antes de salir.

Teamklaynd
Hacía rato que ya no había nada más que limpiar, pero seguía
haciéndolo con tanta intensidad que no se sorprendería si en
algún momento se le terminaría de caer por completo la piel,
desprendiéndose de su cuerpo como una carcasa vieja, como
un pellejo que no quería recordar.

Fue todo caos y desorden.

Todas y cada una de las facetas de Casper saliendo a la luz y


peleando a muerte entre ellas.

No supo identificar en qué momento comenzó a llorar. Las


lágrimas cayeron y se fusionaron con el agua en forma de
pequeños círculos que al instante de crearse desaparecían,
volviendo a llenar poco a poco el río.

Era puro agua.

El cuerpo de Bastian le pidió a gritos que se marchara de allí


porque creía no ser capaz de volver a ver tanto dolor, tanta
desesperación. Las imágenes de Casper se fusionaron con sus
propios recuerdos, las mismas lágrimas, el mismo vacío, la
misma angustia en dos personas muy distintas. Sintió cómo
sus tripas se apretaban adentro de él formando un nudo
inquebrantable.

Teamklaynd
Lo vio a Casper como lo vieron a él los cientos de personas que
pasaban enfrente de él en la calle cuando apenas era un niño.
Todos se limpiaban las manos porque no habían hecho nada
para llevarlo a la miseria ni se preocuparon lo suficiente como
para sacarlo de allí.

Ni una mirada.

Ni una moneda.

Con los pulmones resecos de tanto llorar, con el pecho


agrietado y la sensación de que nunca podría cerrarlo. Pero
con el tiempo las lágrimas se fueron extinguiendo y apareció
algo más fuerte. Un propósito. Una salida a todo eso.

Y así, con la sensación de haberse comido un balde de arena,


Bastian se alejó del río, de los malos recuerdos y del chico de
agua.

CAPÍTULO 17
BASTIAN
No tuvo ni tiempo de parar a procesar lo que había visto. La
gente ya se acercaba caminando en modo zombi para
desayunar, y aunque no tuviera ni las más mínimas ganas, él
Teamklaynd
también lo hizo. En la mesa ya estaba todo servido y la gran
mayoría de los asientos ocupados, no quería ni imaginarse a
qué hora se levantaba la gente de la cocina.

Por primera vez desde que había llegado no buscó la compañía


de Zeso y Klaus, se alejó lo más posible de ellos, de lo
conocido, de las caras medianamente amigables. Quedó
sentado en la punta de una larga mesa, rodeado de sillas
vacías y personas que a juzgar por su cara se habían levantado
hacía menos de cinco minutos. Le perturbaba la distorsión del
tiempo que generaba el sueño, algunos recién estaban
abriendo los ojos y él sentía que había pasado una vida entera
desde que lo hizo.

Se sirvió unas tostadas y vio que ese día no había tocado


mermelada, su lugar lo ocupaba una pasta de zanahoria
demasiado blanda. El sabor era desagradable, pero disfrutó la
sensación del ungüento casi líquido metiéndose entre sus
dientes al morder el pan.

El desayuno transcurrió con normalidad. Nadie le dirigió la


palabra, nadie lo miró más de la cuenta, nadie se le apoyó en
el hombro para intentar robarle su pasta de zanahoria.
Escuchó la voz de Casper a lo lejos. Estaba con una sonrisa
inmensa y pulcramente vestido, no dejaba asomar ni una
minúscula parte de lo que había vivido hacía unos minutos. Y

Teamklaynd
nadie parecía darse cuenta de nada, pero tampoco los culpaba,
porque por un breve instante él también se lo creyó.

No entendía cómo podía haber recobrado la compostura al


punto de permitirse deformar su cara de esa forma, sonreír así,
con los hoyuelos a flor de piel y los ojos achinados. Quedó
hipnotizado con la facilidad con la que mentía.

Casper debió de haber sentido el peso de sus ojos porque giró


la cabeza y le devolvió la mirada, lo miró con ojos amistosos,
como si fueran amigos de toda la vida. Levantó levemente la
cabeza a modo de saludo y Bastian copió el movimiento por
reflejo.

Se levantó del asiento y marchó en busca, ahora sí, de Zeso y


Klaus. Los encontró sentados contra un vagón charlando de
algún tema que Bastian no supo descifrar desde lejos. Veía
cómo se movían sus labios, como reían y se pegaban
amablemente. Nunca había tenido a nadie más que a sí
mismo, y por lo general no aspiraba a más, pero en esos
momentos flaqueaba. Temblaba con movimientos
imperceptibles la torre de seguridad que había construido por
años, casi que podía ver flotar el polvo que desprendían los
cimientos partiéndose.

—Buen día —les dijo suavemente.

Teamklaynd
Ambos se dieron vuelta y se pararon a saludarlo. Zeso le dio un
apretón en el hombro y Klaus una palmada en la pierna, aún
no se acostumbraba a lo toquetones que eran.

—Buen día será cuando vuelva a Kkor con mi familia —


respondió el enano—. Pero sí, podría ser peor.

—Hoy se viene un día movido, nuevito —agregó Zezo—.


Empieza el show.

CAPÍTULO 18
OSKAR
Estuvo los últimos días tomando té y algunas sustancias
controversiales con una serie interminable de políticos y gente
conocida. Con cada apretón de manos su ego crecía un poco
más, con cada mirada de admiración su pecho se inflaba de
ambiciones. No había persona a los alrededores de Queresser
que no lo conociera, que no hubiera escuchado hablar sobre su
circo.

Hacía años que Frei Mordae era tema recurrente entre la


gente, como si existiera una fuerza mayor en ellos que los
invitara a contar lo que habían visto, a intentar expresar lo

Teamklaynd
mágico que era aquello. Y Oskar había hecho lo imposible para
que así fuera.

Y ahora, sentado en el centro de la carpa principal, aún podía


sentir el poder recorriendo sus venas. La silla en la que estaba
era exageradamente alta, dejándolo por encima de cualquier
persona y con la sensación de que nadie nunca podría ser lo
suficientemente grande como para generarle algún miedo.
Desde allí arriba se sentía el rey del mundo. Con una mano
sostenía a su gato siamés y con la otra una lista interminable
de tareas. Debajo de él se paraba una fila de trabajadores
esperando impacientes que les dictaran su trabajo del día.

Se paró frente a él un grupo bastante peculiar. Un enano, un


gigante flaco como una espiga y un chico al que no había visto
nunca, y por un segundo su cara se fusionó con la de alguien
más, por un segundo creyó haber visto a un fantasma. Pero sus
ojos estaban menos hambrientos y a su rostro le faltaban
algunos años encima.

Tenía una cara interesante, casi animal. Era joven y con un


porte decente. Inmediatamente se lo imaginó en los puestos
de comida, cautivando a los clientes con su rostro enigmático y
sus aires de oscuridad. O quizás sirviendo a él, con algún traje
ajustado y fuego en los ojos.

Teamklaynd
—Un grupo de lo más extravagante, eso seguro —dijo
mirándolos de arriba abajo—. Se ocuparán de encender las
luces en la zona norte. Y denle una ropa decente al chico para
que venda en los puestos, un alma joven siempre atrae
clientes.

Filippa, una señora que trabajaba en el circo desde hacía más


tiempo que nadie, atravesó la carpa a una velocidad imposible
sosteniendo entre sus manos un traje rojo y dorado, y un gorro
chato que fueron entregados al joven de rostro animal.

Cada vez que hablaba alguien lo escuchaba.

Cada vez que hablaba alguien corría a servirlo.

Tenía el mundo a sus pies.

CAPÍTULO 19
CASPER
El maquillaje podía cubrir muchas cosas.

Tapaba sus ojeras.

Sus moretones.
Teamklaynd
Y sobre todo tapaba las pequeñas marcas que denotaban una
vida que no quería tener.

Lo usaba como escudo, como intento de esconderse bajo su


propia piel, pero también el maquillaje era un arte, y lo
pintaba en dorados. Pasaba con suavidad las brochas
despeluchadas por arriba de sus ojos, dejando líneas de brillos
que destellaban con las luces del espejo. Con la brocha a mitad
de camino sintió un cosquilleo recorriendo su espalda, una
sensación que con el tiempo comenzaría a relacionar con
Bastian.

Movió sus ojos por el espejo buscándolo, siguiendo el hilo que


pedía ser tirado, e intentando encontrar esa nube negra que
acompañaba su presencia. Y lo encontró. Vestido con un traje
rojo y dorado que había visto infinita cantidad de veces entre
los vendedores de los puestos. La ropa le quedaba
particularmente grande y se notaba a lo lejos que no le
pertenecía, pero aun así le sentaba muy bien. Parecía
completamente incómodo con esas prendas y a Casper se le
escapó una sonrisa al ver su rostro de desagrado.

—Definitivamente el rojo es tu color —dijo mirándolo por el


espejo.

Teamklaynd
Y lo era.

Parecía algún demonio de la noche, de esos que se acercan por


detrás y te engatusan antes de que siquiera te percates de su
presencia.

Bastian corrió la vista al instante, como si le costara mantener


los ojos sobre él. La mano le tembló ligeramente cuando se
colocó el espantoso sombrero chato sobre la cabeza. Y Casper
notó que las suyas también lo hicieron un poco.

Sentía que compartían un secreto, algo que inevitablemente


terminaría saliendo mal.

—Consejo para allá afuera —empezó Casper tratando de


enfocarse en su maquillaje—, la gente rica puede ser un grano
en el culo y mientras menos los mires a los ojos mejor se
sentirán con ellos mismos. Y dan buenas propinas.

—Lo tendré en cuenta —respondió con la voz hecha un eco.

No tuvo ni que voltear a ver para saber que Bastian ya se había


escabullido entre la gente.

CAPÍTULO 20
Teamklaynd
BASTIAN
Bastian siguió su camino por el medio de la pequeña feria que
se organizaba antes del comienzo del show, los puestos
estaban distribuídos en dos largas filas dejando un ancho
pasillo en el medio. Todos seguían una misma gama de colores
en dorados con detalles en rojo, parecía un montón de oro
derretido sobre pequeñas casas de papel.

Había tiendas de pochoclos, algodón de azúcar, chocolates,


manzanas con caramelo y una variedad de dulces realmente
perturbadora.

Los primeros veinte minutos se los pasó revolviendo maíz para


los pochoclos. Por un instante creyó que quizás esa noche no
habían vendido suficiente cantidad de entradas, pero de un
segundo para otro aparecieron decenas de carruajes, caballos
y carretas, acompañados de la gente más extravagante y
estirada. El cúmulo de personas fue bajando de sus transportes
y se desparramaron a lo largo del gran predio. Parecía que
habían coordinado a la perfección para llegar todos juntos.

Los barullos se intensificaron muchísimo y un olor a dinero


llegó con ellos. Gente con tocados altos de plumas, tapados de
pieles exóticas y zapatos de algún animal ya extinto,
acompañados de maquillajes extravagantes y peinados
absurdos.

Teamklaynd
Si los desnudaba y vendía sus ropas, podría alimentar
fácilmente a todo Queresser por una semana, con postre
incluido. Rozaba tanto lo absurdo que casi se le escapa una
risa.

Vender era una serie de movimientos mecánicos bastantes


sencillos, una repetición de caras pidiendo lo mismo. Y Casper
tenía razón, a la gente no le importaba en lo más mínimo su
presencia allí, mientras menos interacción generaba, más
satisfechos se iban del lugar.

Las personas se esfumaron dentro de la carpa en el instante en


el que se corrieron las grandes telas que cubrían la puerta de
entrada. Sintió paz cuando los barullos cesaron y las caras
pretenciosas desaparecieron, dejándolo rodeado de
trabajadores y el silencio de los árboles. Lo único que quería
Bastian en ese momento era volver al cuchitril en el que
dormían y meterse bajo las sábanas, pero todavía debía
preparar una bandeja repleta de paquetitos de pochoclos para
repartir durante el entretiempo.

Preparó la mercancía y se escabulló por debajo de las gradas


buscando algún hueco entre los pies de los espectadores para
poder observar el comienzo de la función. Encontró el lugar
ideal sentándose encima de un viejo expulsor de niebla.

Teamklaynd
Su cuerpo tembló cuando el humo comenzó a salir de la
máquina y poco a poco fue creando una capa espesa que se
colaba entre las piernas de los espectadores.

Lo invadió un fuerte olor a canela y fue sutil cómo su cuerpo


empezó a ceder a sus sentidos.

El tamaño de la carpa parecía haber crecido de repente, era


tan inmensa que haría sentir diminuto hasta al más grande de
los hombres. Las luces y las sombras empezaron a jugar con el
humo del ambiente y creaban una ilusión óptica atrapante. Los
tambores tocaban con golpes profundos, intentando controlar
los latidos de todos los presentes. El suyo por lo menos ya
estaba a su merced.

La palabra fascinante le quedaba chica.

Con cada inhalación sus palpitaciones se volvían más fuertes y


ruidosas, sus ojos percibían la luz con mayor intensidad y cada
roce que recibía su piel se sentía como caricias intensas. Las
paredes bailaban un ritmo suave que todavía no había
descifrado y el piso tambaleaba intentando seguirlo.

Teamklaynd
El humo empezó a salir con fuerza otra vez y el olor a canela se
tornó más intenso, tenía la sensación de estar sumergido en lo
profundo de un sueño. Cuando apareció el presentador no se
disipó ni un poco la sensación de éxtasis que lo estaba
invadiendo. Todo le parecía increíble, no le importaba quién
era, ni qué era lo que estaba haciendo allí. Lo único en lo que
podía pensar era en lo bien que se sentía y en lo magnífico que
era el circo. Y no se cuestionó en ningún momento por qué se
sentía así. Se dejó llevar por el espectáculo, por las emociones,
por la sensación de sentirse vivo después de muchísimo
tiempo enterrado.

El presentador habló y no le importó en lo más mínimo lo que


decía, escuchaba sus palabras como notas musicales, como
colores brillantes, como chistes baratos que lo hacían reír a
carcajadas. Y en medio de su ataque de risa empezó a salir más
humo de la máquina. Un humo que de un segundo para el otro
se comió por completo el escenario, dejándolos ciegos y con
los sentimientos a flor de piel.

Entre medio de la niebla se podía ver la silueta de Casper,


brillando en dorados furiosos por las luces cegadoras que lo
apuntaban.

Sintió como un escalofrío le subió de golpe por su espina


dorsal.

Teamklaynd
Nunca había visto nada tan hermoso.

Pero estaba equivocado.

Cada movimiento superaba al anterior, cada baile, cada


expresión de sufrimiento y amor era más impresionante que la
anterior. No había palabras para abarcarlo, hasta el sol parecía
quedarle chico. En ese momento Casper era todo el universo y
era imposible sacarle los ojos de encima.

Encendió su aro de fuego y lo movió como si se tratara de una


articulación de su cuerpo, lo movió como si no existiera la más
mínima posibilidad de estallar en llamas. Por primera vez en
muchísimo tiempo Bastian no sintió la necesidad de apagar el
fuego.

Los minutos pasaron rápidos y en lo que se sintió un parpadeo


llegó el entretiempo. Le costó más trabajo del que creía
posible salir a buscar la bandeja de pochoclos. Se levantó de
golpe y corrió al patio en búsqueda de la comida que debía
vender. Sentía las piernas como resortes de gelatina. Cada
paso era una secuencia eterna de enfocar su atención y
voluntad para no caer desplomado contra el suelo. Las paredes
bailaban, los espacios se achicaban y agrandaban sin razón
aparente. No tenía ni la menor idea de lo que le estaba
pasando, pero poco le importaba.

Teamklaynd
El aire fresco le pegó como una bofetada, y el olor a canela fue
reemplazado por el aroma del pasto y del viento. Nunca se
había percatado de que el viento tuviera olor, ni de que las
nubes hicieran ruido al chocarse.

Tenía quince minutos para vender y sus pies comenzaron a


reaccionar mejor que hacía dos minutos, moviéndose ágil
entre la gente.

Terminó la pausa y se dirigió a su lugar bajo las gradas.

Volvieron a sonar los tambores.

Volvió a sentir su pecho explotar.

La euforia esta vez llegó acompañada de náuseas y un viento


frío en el cuello. Intentó pararse y sus piernas flaquearon.
Intentó levantarse y su cuerpo entero flaqueó. Se quedó allí,
tirado en el suelo húmedo debajo de cientos y cientos de
espectadores que parecían flotar encima de él. Estaba boca
arriba mirando cómo los pies danzaban de alegría sobre su
cabeza, todo era tan absurdo que Bastian comenzó a reír, y fue
su primera carcajada real en años.

Teamklaynd
Se rio hasta que los pulmones le dolieron, hasta que lo único
que quedó en el mundo fue el sonido de su risa y la sensación
de querer morir sintiendo eso.

Y en algún momento, entre medio de todo aquello, se durmió.

El show terminó, las personas se marcharon y quedó la carpa


vacía. Completamente vacía.

A excepción de él y el eco de su risa.

CAPÍTULO 21
CASPER
Las luces del circo aún seguían brillando mientras se alejaba.
Con cada paso, el destello se desvanecía y la oscuridad lo
invitaba a que le tomara la mano.

Casper se había escabullido de la carpa apenas terminó su


coreografía, no se quedó a esperar los aplausos ni le hizo caso
a su estómago que le suplicó por aparecer en la cena.

—Si alguien te pregunta, estoy con vómitos —le dijo a Fiona


antes de salir.

Teamklaynd
—¿Qué tan mentira es?

Fiona hablaba como si todos a su alrededor no fueran más que


payasos puestos para divertirla, nada en el mundo era lo
suficientemente serio como para preocuparla, a excepción,
quizás, de aquel tema.

—Si no me voy ahora te aseguro que será verdad.

—Casper… —Su voz parecía un susurro—. ¿Sos consciente de


que no tenés que hacerlo?

Pero no le respondió.

Quizás porque no era consciente en lo más mínimo.

La carpa dormitorio vacía daba miedo, no tanto por la niebla


que, como un manto blanco, cubría el suelo, ni por el sonido
agudo de las telas bailando alguna danza macabra. Lo que a
Casper le daba miedo era la soledad que transmitía. Parecía
estar adentrándose en una iglesia abandonada que hacía
tiempo había perdido cualquier rastro de humanidad, dejando
lugar para que la ocuparan las deidades perdidas y los sueños
olvidados.

Teamklaynd
Caminó entre medio de las cuchetas pensando en lo fácil que
sería desaparecer.

Se acostó con el traje dorado despampanante y el maquillaje


aún recubriendo su piel. No tenía ganas de pararse frente a un
espejo y quitárselo, no tenía ganas de ver reflejado un títere de
oro que no hacía otra cosa más que escabullirse y lamentarse
por sus malas decisiones.

Las lágrimas cayeron débiles por sus mejillas, contorneando


con cuidado su rostro, como si tuvieran miedo de estropear su
maquillaje perfecto.

CAPÍTULO 22
BASTIAN
Bastian despertó a las horas con una sensación de vacío
metiéndose en su pecho.

La euforia, la adrenalina, el placer, todo se había marchado, y


lo habían dejado tirado en el piso de tierra sin nada a lo que
aferrarse. Podía sentir la pesada mano enguantada que le
revolvió las tripas en busca de ese algo que le había generado
tanto. Arrebatándole, en pocos segundos, un éxtasis que no
había creído posible conocer.

Teamklaynd
Se levantó, pese a que su cuerpo le rogara que durmiera un
rato más, y limpió su ropa empolvada llena de azúcar. Todavía
tenía la bandeja de pochoclos tirada a su lado. Algunas
hormigas habían descubierto el azúcar caramelizado y se
habían organizado para llevársela en fila por debajo de las
telas de la carpa.

Levantó la bandeja y vació el paquete, con hormigas y todo,


dentro de un tacho cercano.

Por la oscuridad que empapaba el lugar, dedujo que todavía le


quedaban algunas horas de sueño. Se acercó a la salida más
cercana y, con toda la lentitud y sigilo que encontró, se marchó
del lugar.

De noche el predio emanaba una energía extraña, las sombras


de las carpas formaban figuras alargadas poco amigables sobre
el pasto cortado. El lugar escondía mucho más de lo que
mostraba y tendría tiempo suficiente para averiguarlo, lo
sentía en sus articulaciones al igual que, a veces, sentía que se
avecinaba una tormenta.

Se hacercó a la enorme habitación escabulléndose de las


sombras, pero la oscuridad de la sala parecía ser aún más
profunda que en el exterior, se distinguían poco y nada los
límites entre una cama y la otra, entre un cuerpo y el otro.

Teamklaynd
Cerró los ojos con fuerza para que al abrirlos el negro se
apaciguara un poco.

Todos estaban durmiendo, o fingían hacerlo. Se quitó los


zapatos para no hacer ruido y caminó despacio hacia su cama.

Su traje estaba manchado por tierra y copos de azúcar que


intentó despegar inútilmente. Lo dobló con cuidado sobre las
mantas y se acostó sobre el colchón casi inexistente.

Las sábanas húmedas se le pegaban sobre su piel desnuda y le


hacían sentir cada una de las pelotillas que cubrían la tela. Dio
media vuelta para acomodarse y al verlo sintió como si algún
dios extraño le estuviera jugando una broma. Justo en la
cucheta vecina, dormía Casper.

Pese a la mala luz y a lo distinta que se veía su cara en ese


estado de paz, era imposible no reconocerlo. Su maquillaje
dorado estaba casi extinto, pero aún se podían ver destellos de
oro recorriendo su piel.

Se acostó con la cara apuntando hacia él. Le miró la nariz, las


pequeñas pecas que asomaban bajo las sombras de la
habitación, sus cejas gruesas, su piel morena, el pelo ondulado
de un marrón casi rojo que caía cual resortes sobre su frente.

Teamklaynd
Lo miró y se cuestionó muchas cosas. Era como observar una
gran incógnita, un signo de pregunta del tamaño de un edificio.

Se obligó a girar la cabeza y alejarse de él. De él y de las


sensaciones completamente contradictorias que sentía al
verlo.

Era más fácil voltearse.

Siempre era más fácil voltearse.

CAPÍTULO 23
OSKAR
Había días, y con días se refería a cada minuto y medio, en los
que Oskar se preguntaba cómo sería su vida si no le hubiera
contado a Dorotea lo que pasó aquella noche. No había tenido
la intención de que las cosas salieran tan catastróficamente
mal, y en parte tampoco era su culpa. Fingía que no le pesaba,
que él se lo merecía. Pero admitía que en el fondo aquel
recuerdo lo perturbaba por las noches. Quizás porque era el
único momento en el que no podía controlar sus
pensamientos.

Teamklaynd
Soñaba con el cuerpo desnudo de ella y con los ojos negros de
su esposo arrebatándosela. Soñaba con un fuego que se
expandía con cada cosa que tocaba, con cada bocanada de aire
que respiraba, como si su naturaleza fuera destruir todo lo que
lo rodeaba. Soñaba con una casa achicharrada y con sus
piernas huyendo a toda velocidad.

Y al despertar muchas veces no se acordaba de aquellos


sueños. O quizás se obligaba a olvidar.

Lo único que se permitía pensar, quizás de más, era en Dorotea


y en lo jodidamente enamorado que había estado. Era
inevitable compararla con Padme y sabía que ella no tenía la
culpa, pero verla era como estar en presencia del recuerdo
vivo de una vida que no quería tener.

Y no estaba del todo seguro de por qué, pero se levantó de su


sillón rojo y sacó una carpeta vieja escondida entre los cajones
de su placar. Quizás lo hizo porque allí dentro estaba la única
foto que tenía de ella, o quizás fue algo más fuerte lo que lo
impulsó.

Pero se encontró releyendo el caso. Hoja por hoja. Todavía le


recorría un escalofrío al pensar en ese juicio. Y agradeció por
enésima vez haber tenido tanto dinero encima y haber sido

Teamklaynd
capaz de ver los ojos hambrientos de los jueces. Un par de
sesiones y su nombre quedó limpio otra vez.

Vio la foto de Dorotea y también la de su esposo, y por un


segundo creyó estar viendo a alguien más, y se preguntó
dónde había visto una cara tan peculiar.

CAPÍTULO 24
BASTIAN
Un par de sonidos casi inexistentes lo despertaron. Bastian no
recordaba si toda su vida había tenido el sueño ligero o si
había aparecido por necesidad al vivir en la calle. A pesar de
estar despierto, se mantuvo acostado con los párpados
entrecerrados, mirando todo lo que le permitía la pequeña
línea de abertura entre sus ojos.

La habitación estaba dormida en un sueño compartido a


excepción de Casper que se encontraba parado al costado de
su cama. Lo vio levantarse y estirar su cuerpo para
desperezarse, vio cómo preparaba un pequeño bolso con ropa
y jabón, y cómo finalmente se marchaba dejando su cama
desarmada. Dejándolo a él desarmado.

Bastian esperó paciente hasta asegurarse de que realmente se


hubiera marchado, de que estaba lo suficientemente lejos
como para no cruzarse nunca más.
Teamklaynd
El sol tenue le hacía cosquillas en la cara. Siempre se había
sentido sucio bajo el sol, como si no perteneciera allí.

No tenía ni la menor idea de lo que había pasado la noche


anterior, pero en ese instante sentía que un grupo de elefantes
gordos le habían pisoteado todo el cuerpo.

Caminó hacia el río, con los sentidos en alerta por si se cruzaba


con algún visitante indeseado.

Para su agrado, y decepción, el lugar estaba vacío. El estanque


se encontraba calmo, actuando como un espejo inmenso que
todo lo reflejaba. Las ramas bailaban con el viento y creaban
movimientos hipnóticos en las sombras, se sentía dentro de un
universo paralelo, inmerso en una dimensión en donde todo se
solucionaba.

Y con esa fantasía se sumergió una vez más.

Cuando volvió al campamento se puso a caminar por los


alrededores y se topó con el campo de entrenamiento.

Un descampado enorme cubierto por una lona inmensa llena


de varios tipos de herramientas e instrumentos peculiares.
Teamklaynd
Sogas colgadas de los árboles, trampolines, colchonetas,
zancos y otras extravagancias que de casualidad conocía. Entre
todo eso se encontraban los artistas practicando, sudando y
repitiendo una y otra vez las mismas acciones, cayendo y
volviéndose a levantar un poco más fuertes que antes. Se los
veía más humanos que en el medio de la función.

Y allí, entre la muchedumbre, se encontraba Casper. Pero


diferencia del resto él no caía, él no dejaba esa gracia y
naturalidad a la hora de entrenar, su cuerpo parecía responder
a algo más, moviéndose al compás del viento

Y odiaba con todo su ser lo hipnótico que era verlo.

Pero el velo de hipnosis se rompió con la entrada de Oskar. Los


estaba observando desde algún lugar del que Bastian no se
había percatado. Entró con su cabeza en alto, sus trajes caros y
una sonrisa ladeada que le dio escalofríos. No llegaba a
escuchar lo que decía, pero su boca se abría y cerraba como un
pescado viejo, y vio perfectamente cómo se acercó a Casper y
le pasó un brazo por detrás de los hombros, vio con claridad
cómo le acarició de forma sutil, casi imperceptible, el brazo
derecho, y cómo aún más delicadamente acercó la boca a su
oído y le susurró algo que nadie más que ellos podrían
escuchar.

Teamklaynd
No quería mirar porque sentía que hacerlo era como caer en
un pozo infinito.

Todos sus sentidos flaqueaban cuando llegaba él.

Sintió el recorrido exacto que hizo la bilis hasta su boca,


atorándose en su garganta cada vez que recordaba el brazo de
Oskar alrededor de Casper, cada vez que imaginaba un
centenar de escenarios que esperaba no fueran ciertos.

Se sentó en la sombra de un gran árbol y comenzó a pensar en


lo que haría. No era tan simple como ir y matar al presentador,
no era eso lo que buscaba. Quería destruir todo lo que alguna
vez pudo haberle importado.

Y empezaría por el circo.

Debía, primero que nada, conocerlo milimétricamente desde


adentro. Conocer sus puntos débiles, sus secretos, preparar el
escenario perfecto para llevar a cabo su propio espectáculo.

CAPÍTULO 25
ZESO
El desayuno transcurrió con la normalidad con la que pasaban
las cosas poco memorables. Zeso comió la porción de pan
Teamklaynd
diaria, le untó algún tipo de mermelada demasiado amarga y
se quedó callado hasta que aparecieron Bastian y Klaus.

No terminaba de descifrar qué le generaba la presencia de


Bastian. Por lo general le daba risa, parecía alguna imitación
barata de un vampiro terrorífico, con su cara seria y su piel
rozando lo transparente.

Bastian se sentó a su lado y Zeso soltó una risita, quizás, en


realidad, era que todo tendía a darle risa.

—Mariza me dejó por carta —dijo Zeso llevándose un pedazo


de pan a la boca—. Supongo que las relaciones a distancia no
eran tan sencillas.

—Que mierda, pero un par de tragos pueden solucionarlo —


comentó Klaus, sacando una petaca de su abrigo—. Todavía
tenés el mundo por delante, cualquiera se moriría por tu
metro noventa y tus brazos flacos, incluido yo. ¿No, Bastian?

Zeso soltó otra carcajada al ver los ojos con los que lo analizó
Bastian, le daba risa lo incómodo que parecía estar todo el
tiempo.

Teamklaynd
—No sos mi tipo, pero sí. Si quisieras podrías comerte al
mundo.

—¿Y cuál es tu tipo? —intervino Klaus golpeándole la


espalda—. ¿Rubias? ¿Morochas? ¿Tetonas?

Zeso notó el milisegundo en que los ojos de Bastian se


desviaron hacia la mesa de al lado, y ni se le cruzó por la
cabeza que quizás estaba viendo a Casper

—Tetonas, claro.

El líquido dentro de la petaca fue desapareciendo a lo largo del


desayuno, y el alcohol empezaba a hacer efecto.

Cuando Klaus bebía se ponía más verborrágico que nunca y


aquel día no era la excepción. Estuvo quince minutos largando
monólogos infinitos sobre cualquier tema que se le cruzara por
la cabeza, principalmente sobre por qué la tortilla de papa era
la mejor comida de todas.

Zeso aún recordaba la noche en la que se habían bajado una


botella cada uno y tuvieron que encerrarlos en el vagón de los
animales a las tres de la mañana porque la gente quería
dormir y ellos no podían parar de reírse. Bastian fingía beber y

Teamklaynd
a Zeso aquello le pareció curioso, pensó que quizás pertenecía
a alguna religión antigua, o que tal vez, como era nuevo, tenía
miedo de que lo descubrieran con alguna sustancia de más en
sangre.

—Es imposible que no te guste la tortilla de papa —empezó


Klaus por enésima vez en el día—. Literalmente es el mejor
invento del hombre, y si algún día me …

—¿Por qué empezaron a trabajar aquí? —interrumpió Bastian.

A Zeso le sorprendió la pregunta, Bastian nunca hablaba si no


era estrictamente necesario. Hubo un silencio acotado en el
que ambos se quedaron pensando.

—Tengo dos hijos y una esposa que mantener —respondió


Klaus—. No es lo ideal estar toda una temporada fuera, pero
tampoco es la muerte de nadie. Te acostumbras con el tiempo,
y si no lo haces siempre se puede recurrir al whisky —remató
alzando la petaca en el aire.

—Yo me enamoré perdidamente y pensé que si trabajaba lo


suficiente podría darle a Mariza la vida que merecía. —Zeso
bajó la mirada evitando la de sus compañeros—. Pero bueno,
ni me dejó intentarlo.

Teamklaynd
—Todavía sos joven, te van a romper el corazón miles de veces.

Pensó en Mariza y en cómo se esfumaba de golpe la vida que


había planificado con ella. No escuchó de qué hablaban Klaus y
Bastian, pero parecían sumergidos en alguna conversación
importante, ambos tenían el rostro serio y casi que parecían
susurrar.

—¿Qué piensan del presentador? —Bastian habló como si no


estuviera preguntando algo prohibido.

Klaus se calló de golpe y lo miró con los ojos abiertos.

—Terreno peligroso, Bastian, no hagas esa pregunta a la ligera


—empezó Klaus acercándose un poco más a él—. No traté
demasiado con él, pero escuché cosas. Cosas que no deberían
ser repetidas.

Zeso se intentó acercar para escuchar lo que estaban diciendo


y al hacerlo tropezó y comenzó con un ataque de risa histérico.
Klaus se unió a él y estuvieron un buen rato riendo y diciendo
incoherencias, quizás por eso no vieron el miedo que había
cruzado por el rostro de Bastian.

Teamklaynd
CAPÍTULO 26
PADME
Padme sabía el día exacto en que su vida había caído cuesta
abajo. Un martes 10 de noviembre había leído en algún
periódico los mil y un riesgos que la exposición solar podría
generar en el organismo. Hasta ese momento no había sido
demasiado paranoica, pero las palabras del artículo se le
inyectaron como veneno en la carne, sumergiéndola de golpe
en un pozo de terror. Quizás en otro momento, con años de
introspección encima, Padme podría haberse dado cuenta de
que todo aquello no era otra cosa más que una acumulación
de traumas no verbalizados y que ese artículo funcionó como
la gota que colmó el vaso.

Pero de lo que estaba segura era de que de un instante para el


otro su vida había dado un giro de ciento ochenta grados. La
gente creía que no le gustaba que la luz del día le diera en la
cara, la tomaba de vanguardista o amante de la noche, como si
realmente tuviera elección alguna. Pero no gustarle se
quedaba corto, era algo mucho más profundo que disgusto.

Le aterraba el sol.

Cada vez que pensaba en salir al exterior, se le venía a la


cabeza una lista interminable de enfermedades mortales, se
imaginaba cómo su piel se achicharraba hasta quedar pequeña
y arrugada como una pasa de uva, alucinaba con sus piernas
llenas de ampollas repletas de pus y enfermedades.

Siempre que salía lo hacía con precaución, tapada hasta los


dientes y con un paraguas inmenso que todo lo cubría, pero
aun así se sentía expuesta. Desde el embarazo su terror no
había hecho otra cosa más que ir en aumento, cada día que
pasaba se cubría con una capa más de ropa al salir al exterior,
como si de aquella forma pudiera evitar que su bebé se
convirtiera en polvo dentro de su panza.

En ese instante Padme se encontraba parada bajo la sombra de


un árbol, guiando el entrenamiento de treinta vagos
prácticamente desnudos bajo el sol.

—¿Quieren dejar de ser unos mediocres? Pues entonces sigan


corriendo. Las grasas no se queman solas, la perfección no se
consigue sola. ¡Corran!

Veía correr a todos a su alrededor y sentía cierta excitación en


el pecho. Le gustaba gritar órdenes, sentirse escuchada y
saborear el único momento en el que el poder estaba en sus
manos.

Y lo disfrutaba especialmente con Casper.


Cada vez que lo veía sentía que un nudo de pelos se le atoraba
en la garganta, generando arcadas y ganas de arrancarse la piel
con sus uñas filosas lijadas en punta. Desde que había llegado
sospechaba algo de él, tenía el descaro de llevar la bandera de
la inocencia y el carisma, pero resultaba ser una serpiente
cubierta de cuchillas y veneno. La bilis le subió a la boca y
disimuladamente la escupió detrás de unas plantas.

Los primeros meses fueron de espera, de encontrarse en el


limbo de la incertidumbre, intentando descifrar si eran meros
delirios suyos o si realmente había algo entre ellos dos. Esperó
paciente, sin levantar la voz ni contradecir en lo absoluto a su
esposo. No dejó ver en ningún momento lo rota que se sentía,
la mochila de inseguridad que cargaba en la espalda y que
apenas si la dejaba moverse.

Hasta que un día los vio.

Su corazón se partió en mil pedacitos de cristal que cayeron


desde lo alto y se fragmentaron en el piso cortándole los pies
con infinitas astillas ensangrentadas. Con pocas ropas,
entrelazados, soltando sonidos impropios y palabras aún
peores.
Casper parecía el sol, tan hermoso, tan puro, tan lleno de
energía. Y ella un eclipse inmenso que intentaba evitar que lo
vieran.

Pero ahora, parada bajo la sombra de un sauce inmenso, se


sentía más poderosa que aquel día. Con su varilla en la mano
gritando órdenes incoherentes y haciendo sudar a todos bajo
un sol que tarde o temprano los mataría.

Sentía sus axilas mojadas y llenas de olores extraños que se


pegaban sobre las distintas capas de tela.

Le irritaba muchísimo encontrarse allí. Pero no tenía otra


opción, porque Oskar no entendía su terror, creía que era
histeria femenina, o alguna locura generalizada. Tenía
grabadas en el cerebro las mil conversaciones que tuvieron del
tema y las mil reacciones aleatorias que había tenido al
comentarle lo que sentía.

—No podemos manejarnos en base a tus caprichos. ¿Quieres


entrenar de noche? Bueno, adelante, haz lo que quieras, pero
si sale mal no me hago cargo de limpiar tu mierda, ¿me
escuchaste? No podemos tener a los artistas como zombis sin
dormir y pretender que rindan bien en el espectáculo. ¿Acaso
no piensas en la economía de la familia?
Que era una paranoica.

Que no hacía otra cosa más que intentar llamar la atención.

Que él no estaría casado con una loca de mierda.

Y otro sinfín de palabras dolorosas.

Oskar ya no era la misma persona que cuando se conocieron, o


quizás era ella la que había cambiado, quitándose el lente de
amor que todo lo opacaba.

Había cumplido al pie de la letra sus caprichos, intentando ser


la esposa perfecta, siguiendo todos y cada uno de sus pedidos.

Los habían obligado a casarse y él siempre había dejado bien


en claro que no sentía nada por ella, pero con el tiempo todo
había empezado a caer en picada. Coincidió con la fecha en la
que había empezado a temer al sol y a sentirse vacía por el
engaño, no podía descifrar cuál había sido consecuencia de la
otra.

La noticia del embarazo le había caído como una patada en la


cara, Oskar no tenía la menor intención de criar un niño, y se lo
recalcaba cada vez que podía. No se comunicaban en lo más
mínimo, sus momentos de cercanía eran silencios obsoletos, y
su indiferencia era aún peor que el enojo. Había días en los
que deseaba que se enojara con ella, que se dignara de una
vez por todas a mirarla a los ojos. Porque ella sabía que en el
fondo él la seguía amando, que volverían a ser como antes y
podrían vivir como cualquier otra familia feliz.

El cielo había empezado a oscurecer y sintió que se desprendía


la bolsa de nervios que llevaba atada a la espalda. Cerró el
paraguas con cuidado y dejó que el aire limpio le tocara el
rostro.

El show comenzaría dentro de poco y ella se contentaba con


alejarse de allí, con meterse en su cama y contar historias
felices que morirían en sus oídos.

CAPÍTULO 27
CASPER

Hacía un calor infernal y los aros de fuego no lo


estaban ayudando en lo más mínimo.
Casper se encontraba en el centro del escenario,
con un millar de ojos comiéndolo vivo, prestando
atención a cada uno de sus movimientos. Su cuerpo
se sentía pesado como el plomo y sus pies seguían
acalambrados del movimiento extraño que había
hecho el día anterior en el entrenamiento. Tenía ganas
de marcharse y zambullirse en el río, de pasarse un
hielo por la nuca y quedarse dormido debajo de las
estrellas. Pero no dejaría relucir el más mínimo
malestar. Su sonrisa seguía impecable en su rostro,
casi rozando lo absurdo, pero parecía notarlo. Sus
manos se movían con una gracia hipnotizante porque
sabía que todo en él se estaba viendo perfecto.
La gente solía creer que había nacido con aquello,
con sus pies flotando y el talento en la sangre, pero no
era el caso. Todos los días entrenaba hasta que las
manos le sangraban de sostener las sogas, hasta que
sus tobillos le gritaban que dejara de dar vueltas y
caía desplomado sobre el suelo. Se exigía más que
cualquiera y sabía que no era en lo absoluto sano. Era
capaz de darse cuenta de que le hacía mal, que su
cuerpo un día dejaría de responderle, y su cabeza
explotaría en mil pedazos dejando un charco
catastrófico de sangre a su alrededor. Y quizás eso
era lo que buscaba. En el fondo disfrutaba de aquello,
de sentir su piel arder y ver hasta dónde era capaz de
llegar, lo usaba como ancla a la vida, como un fino
hilo rojo del que podía tirar cuando sentía que lo había
perdido todo. Y sobre todo, lo hacía por los ojos que
lo miraban, brillando de sorpresa y éxtasis, como si su
cuerpo lo abarcara todo. Si había algo de lo que
estaba seguro era de que había nacido para el
espectáculo, toda su sangre gritaba extasiada cada
vez que pisaba un escenario, haciéndole recordar que
allí y solo allí podría sentirse pleno.
Pero en el circo no lo sentía.
Los espectadores parecían maniquíes con la mirada
perdida y una capa brillosa recubriendo sus pupilas.
Una capa que sabía que él mismo tenía. Porque el
humo había comenzado a salir por debajo de los
asientos y ya podía sentir cómo su cuerpo se derretía.
En el entretiempo se encontró buscando a Bastian,
vestido con sus prendas rojas ridículas y una bandeja
de pochoclos en sus manos. Le divertía verlo así,
sonriendo con cordialidad y moviéndose toscamente
por el lugar. Era una faceta nueva, un nuevo disfraz.
Sabía que escondía algo. Tenía ojos hambrientos, casi
de fiera, como si con su paso buscara comerse al
mundo. Y sabía que si se acercaba de más él también
quedaría atrapado en ese torbellino negro.
Cuando el show terminó, los espectadores salieron
por las puertas moviéndose como pequeños bichos
desesperados, se apretujaban pegados entre sí con tal
de salir primeros de la carpa.
Esperó hasta que el hormiguero se vaciara por
completo para salir él también.
Afuera, limpiando los restos de caramelo pegados
sobre el metal de la máquina de pochoclos, se
encontraba Bastian. Tenía la mirada puesta en un
pegote inmenso, refregando con fuerza para hacerlo
desaparecer. Y aunque todas las señales le advertían
que se mantuviera alejado, Casper caminó a su lado.
—Vinagre —dijo Casper, como si aquello tuviera el
menor sentido.
Bastian lo miró y Casper sonrió al ver su cara de
confusión.
—¿Vinagre?
—Claro, para que el azúcar se desprenda más fácil
del metal. Hay varios botellones en las cocinas y a
nadie le importará si falta alguno.
Bastian ni siquiera se dignó a mirarlo, siguió
pasando el trapo húmedo sobre un caramelo
pegoteado que no desaparecería. Tenía cada vena del
brazo a punto de explotar por la fuerza que estaba
haciendo. En algún momento desistió y soltó el trapo
sobre la mesa. A Casper le dio risa lo terco que era.
—¿Dónde queda la cocina? —preguntó apenas
avergonzado.
—Por acá —contestó invitándolo a que lo siguiera.
Casper conocía cada rincón del circo, podía
atravesarlo completo hasta con los ojos cerrados. Y
en aquel momento fue necesario porque a medida que
se adentraban en la zona vip, los faroles iban
perdiendo su intensidad.
Dudaba de que Bastian hubiera estado alguna vez
por aquella parte del circo, él la había descubierto
meses después de empezar a trabajar allí. Y no había
sido especialmente grato hacerlo. Poco a poco
empezaron a aparecer distintas carpas que se unían
entre sí como un panal de abeja, cada una con su
altura, color y formas únicas. Las telas se superponían
sin ningún tipo de código, rojas sobre naranjas y
amarillas encima de azules. Si veías el lugar de reojo
podrías confundirlo con una marea de colores, con un
mar inmenso cambiante. Y hacía mucho tiempo
Casper lo había hecho.
Las pocas luces que iluminaban el lugar sumaban
más aún sensación de excentricidad. Los techos eran
altísimos y tenían sinfines de cosas colgadas de ellos,
objetos que al moverse tintineaban creando una
melodía trágica.
—¿Qué es este lugar? —preguntó Bastian,
intentando captar la mayor cantidad de información
con sus ojos.
—Lo llamamos «el hoyo», es la cueva de Oskar —
aclaró Casper, bordeando el inmenso cúmulo de
carpas—. Te sorprendería la cantidad de habitaciones
que tiene.
—¿Y duerme ahí adentro? —Su cuerpo se movía con
cuidado, como si tuviera miedo de hacer ruido.
—Depende del día, por lo general no. Tiene
una suite con su esposa en los vagones del tren. Este
lugar funciona como espacio de reuniones, fiestas,
cocina, y en definitiva lo que él quiera que sea.
No estaba del todo seguro en qué momento habían
comenzado a susurrar, pero todo aquel lugar invitaba
a acercarse y hablar por lo bajo.
Rodearon el predio hasta dar con una puertecita
cerrada con un candado pequeño. Le parecía absurdo
que una carpa llevara candado. Casper evitó la mirada
curiosa de Bastian cuando sacó una llave ínfima que
le abrió la puerta como si aquella fuera su casa.
—¿Y eso? —preguntó con lo que pareció una media
sonrisa.
—Unas copias que hice hace un tiempo.
La cocina de noche parecía un agujero negro que
absorbía toda luz y Casper la conocía como la palma
de su mano. Pero Bastian no, y había chocado
reiteradas veces contra las mesas y los hornos.
Sonrió y se acercó para ayudarlo. A ciegas buscó su
brazo en la oscuridad. Tenía los dedos fríos y Casper
no supo descifrar si el escalofrío que le recorrió la
espina dorsal se debía o no a su piel helada.
Bastian apartó su mano de golpe, como si hubiera
tocado alguna planta venenosa.
—No me gusta para nada este lugar, agarremos la
botella y larguémonos —susurró Bastian.
Y así lo hicieron.
***
Una vez frente a la máquina, Casper empezó a dudar.
No estaba seguro de si preguntárselo porque sabía
que lo negaría a muerte, pero la intriga lo carcomía
desde que lo había visto en el primer desayuno
vestido con la ropa sucia del trabajo.
—Te vi —dijo con calma, como si su pecho no
estuviera a punto de explotar—. En el último show de
Queresser, con tu traje violeta y tu gorro alto. Me
llamaste la atención cuando te levantaste de la butaca
porque parecías a punto de morir. —Lo miró y soltó
una risa casi imperceptible—. Y al otro día apareciste
por acá, vestido con trapos y buscando trabajo.
La cara de Bastian parecía tranquila, como si no le
importara en lo más mínimo lo que le estaba
contando, pero el color se había ido por completo de
su piel y su mano derecha le temblaba sutilmente.
—No te voy a pedir ninguna explicación, no me
importa en lo más mínimo. Pero debo admitir que me
intrigó mucho, muchísimo. —Sus ojos se encontraron
por un instante y Bastian los mantuvo allí, quietos,
paralizados.
No sé de qué me estás hablando —respondió
manteniendo la mirada fija en él.
Pero sí que sabía.

CAPÍTULO 28
BASTIAN
Sentía que la cabeza le daba vueltas, que los pensamientos
giraban tan rápido alrededor de su cráneo que en cualquier
momento iba a terminar explotando. No podía permitir que un
error tan estúpido le arruinara todo.

Se alejó del azúcar pegoteado y caminó, lo más recto que el


cuerpo le permitió, hacia la carpa dormitorio. Realmente
quería dormir y apagar todo por un rato, y por primera vez
desde que había llegado extrañó el cuartucho de mala muerte
en el que había vivido los últimos dos años.

Se metió debajo de la cama, sin siquiera sacarse la ropa de


trabajo. Podía sentir cómo las sábanas retumbaban contra su
piel siguiendo el compás rápido al que estaba yendo su pecho.
Tenía un torbellino de ideas pasando frente a sus ojos. Ideas
que no terminaban bien. Ideas en las que Casper decía lo que
había visto y lo tiraban del tren incluso antes de haber
comenzado a hacer algo. Ideas que lo dejarían en la ruina, que
lo harían retroceder en el tiempo y lo llevarían a sentirse como
se había sentido años atrás.

Le costaba respirar, necesitaba inhalar rápido, muy muy rápido


porque sentía que sus pulmones no querían inflarse.

Hacía muchísimo que no perdía el control de esa manera, que


no sentía que la vida se le escurría entre sus dedos
temblorosos. Con los minutos fue bajando la intensidad, sus
pulmones comenzaron a inflarse, su corazón dejó de ser del
tamaño de un grano de arena y sus pensamientos callaron.

Y lentamente, como pasa el tiempo cuando se es consciente de


cada instante, transcurrió una semana.

Días enteros evitando a Casper, escuchando a Zeso y Klaus


charlar sobre tortillas de papa, familias separadas, trabajo y
mal de amores, anotando mentalmente toda la información,
por más pequeña que fuera, que escuchaba sobre el circo.

Días en donde sintió que le caería una emboscada de Oskar en


cualquier momento.

Días durmiendo mal.

Días de trabajo.

Días de volver a subir todo a los vagones y partir vuelo una vez
más.

Y allí se encontraba, sentado sobre un pilón de paja en la carpa


de los animales. Le gustaba la falta de ruido humano, estar
rodeado de respiraciones y jadeos suaves, de olores
desconocidos, de seres que no te leían la cara y se
cuestionaban tu vida.

Y entre los jadeos y los ruidos, oyó cómo se abría la puerta del
vagón. Vio cómo Casper se sorprendía al verlo y cómo dudaba
si marcharse o no. Y aunque rezó para que lo hiciera, él se
quedó.

Se quedó y se acercó al lado de Bastian como si nada hubiera


pasado, como si no se estuviera cuestionando sus secretos.

—Una elección de escondite bastante extraño —dijo


sentándose a su lado en la paja—, el resto del circo por lo
general prefiere algún burdel o meterse entre los sacos de
harina.

El lugar comenzó a arder con un fuego invisible pero que se


sentía.

—Me gustan las pulgas y el olor a mierda que se te queda


impregnado por tres días en la ropa —respondió.

Casper soltó una carcajada y Bastian quedó confundido por un


segundo.
—Yo me inclino más por el lado de que Nabucodonosor me
parece fascinante, incluyendo su mierda y sus pulgas. Y que su
compañía es mucho más fácil de descifrar que la del resto del
circo —respondió sonriendo—, incluyéndote.

Casper se dio vuelta a mirarlo y su boca titubeó un poco,


intentando moverse para formular alguna pregunta que
Bastian no estaba preparado para responder. Así que decidió
hablar primero.

—¿Por qué el fuego? —realmente no pensó la pregunta.

Casper lo miró sorprendido.

—No sé si hay un porqué. Llegué al circo, me asignaron este rol


y tuve que acostumbrarme a quererlo. Seguro estabas
esperando alguna historia tierna sobre la conexión emocional
que tuve desde que nací, pero no fue el caso. —Lo miró y alzó
la cabeza—. ¿Y por qué un circo?

—Necesitaba el dinero y alejarme por un rato de la mierda de


la ciudad —respondió como si no le pesara en lo más mínimo
mentir.
Había veces que las palabras salían antes de siquiera llegar a
procesarlas, le salía tan natural hacerlo que hasta se
sorprendía cuando no lo hacía. Sentía que la mentira era una
semilla enterrada en lo profundo de su mente y que había
crecido descomunalmente hasta ocupar todo el espacio
posible. Creciendo tanto y tan rápido que las raíces se le
escapaban por la nariz, por las orejas y principalmente por la
boca. Que con cada conversación su lengua se volvía tronco, se
enredaba en ella misma y se endurecía haciendo que cada vez
costara más moverla de una forma que no fuera esa.

—Por plata baila el mono —dijo Casper, alzando los hombros—


. Me gusta, sin drama ni giros complicados.

—Sin drama ni giros complicados —repitió Bastian.

Se quedaron por unos minutos sumergidos en un silencio


incómodo, ambos fingiendo que no se estaba derrumbando el
lugar a pedazos. En algún momento Casper se levantó y se
acercó flotando a la jaula de Nabucodonosor, le abrió la puerta
y lo dejó salir.

Lo acariciaba como si su cuerpo estuviera relleno de burbujas


que pudieran explotar en cualquier momento, y el mono
respondía con la misma delicadeza. Revisó entre sus bolsillos,
sacando una mantita diminuta y la enrolló alrededor del
animal, una vez abrigado le empezó a dar unos bastoncitos
verdes con una pinta realmente desagradable.

Era una escena demasiado íntima, demasiado cálida.

Le hubiera gustado poder observarla detenidamente, sin sentir


que su mirada estorbaba.

—No tengo ningún tipo de dudas de que acabo de presenciar


la escena más cursi que se haya desarrollado jamás —le dijo
mientras Casper se acercaba con el mono en brazos.

—Completamente de acuerdo, fue desagradable —respondió y


su comisura bailó un poco—. Pero este animal saca lo peor de
mí.

—Padre soltero de un chimpancé, curioso.

Casper lo acunó aún más y lo miró con una ofensa fingida.

—Llegué al circo hace unos años y a los días de mi llegada lo


trajeron a él. En su momento lo llamaban Mauro, un nombre
realmente terrible para un mono —dijo riéndose—. Y acá
empieza la parte típica: lo vi solo y confundido y me sentí
identificado. Mi idea inicial era hacerle compañía, pero al
tiempo me di cuenta de que me hacía mejor a mí que a él, así
que supongo que, por más que tenga pulgas y un olor a mierda
impresionante, me está haciendo un favor.

Bastian no estaba del todo seguro en que momento había


dejado de molestarle hablar.

—De pequeño mi papá trajo un conejo a casa y nunca en la


vida había conectado tanto con nada, lo criamos por casi dos
meses y un día cuando entré a la cocina vi cómo lo estaban
despellejando para una sopa.

—Dios mío, espero que no le pase lo mismo —dijo acariciando


al mono—. ¿Tenías buena relación con él?

—¿Con mi padre? —preguntó y Casper asintió.

Le llegaron recuerdos borrosos de su infancia, rodeado de


panqueques y campos amplios. Su padre era del tamaño de un
edificio y sus piernas parecían ser capaces de recorrer el
mundo de un solo paso.

—La verdad que sí. Cocinaba riquísimo.


—Indispensable —contestó riendo—. En mi casa todos
parecían tener la manía de quemar la comida, incluyéndome.
Como si una fuerza mayor nos obligara a dejar las cosas
olvidadas en el horno. Mi abuela era la peor, nunca la vi
cocinar algo comible, pero todos fingíamos que sus platos eran
manjares. Quizás por eso la comida de acá no me parece tan
repugnante como al resto.

Casper hablaba demasiado.

—No lo creo, nunca comí nada más espantoso que la sopa del
comedor.

—Se rumorea que la hacen con arsénico para perforar los


intestinos —soltó, con un sonido muy parecido a una risa.

Y también se reía demasiado.

—No me cabe duda.

Se quedaron callados un buen rato, Casper jugando con


Nabucodonosor y Bastian mirando. Le sorprendió la facilidad
con la que se podía mover frente a él, le sorprendió cómo se le
esfumaron todos los pensamientos paranoicos que había
desarrollado la última semana, le sorprendió que le diera
curiosidad lo que pudiera llegar a salir por su boca, su espera
impaciente de la siguiente oración.

Quizás fue la tranquilidad que le recorría el cuerpo, pero sus


ojos empezaron a flaquear, sus pestañas le hicieron cosquillas
en los cachetes invitándolo a que poco a poco fuera perdiendo
la conciencia.

Con las pocas neuronas activas que le quedaron, Bastian se


levantó, estiró los brazos por encima de su cabeza y desperezó
el resto de su cuerpo.

—Bueno, estuve realmente cerca de caer rendido en un pilón


de paja —dijo Bastian, sacudiéndose la ropa—. Te dejo con
Nabucodonosor y el resto de los animales.

—Descansa, nos vemos por ahí —contestó saludando con un


cabeceo.

La noche estaba particularmente negra, las nubes cubrían por


completo el cielo y no dejaban pasar ni una partícula de luz.

Llegó a la habitación y se dejó caer encima del colchón. Desde


arriba del acolchado fue desprendiéndose de su ropa llena de
olor a animales y a un chico de fuego. Levantó las sábanas y se
metió dentro, pensando en lo extraño que se sentía estar en el
circo.

Había días que olvidaba lo que estaba haciendo allí, días en los
que se sentía un empleado más, trabajando por una paga
mediocre, conociendo gente y comiendo comida bastante
desagradable.

Pero en la noche sus pensamientos desencadenaban siempre


en Oskar. Al no cruzárselo casi nunca, perdía conciencia de lo
cerca que lo tenía, de lo fácil que sería terminar con todo.

Pero quería hacer las cosas bien, necesitaba esperar y


descubrir más cosas sobre las que sostenerse.

Y con esos pensamientos se durmió, soñando con un calor


abrasador que le quitaba todo y con un niño asustado en las
calles de Queresser.

CAPÍTULO 29
BASTIAN
Recogió las prendas dobladas sobre la cama y se preparó para
salir. Llovería fuerte. Lo sentía en los huesos, en las
articulaciones, en la capa fina de humedad que le cubría la piel
y le encrespaba los pelos.
Le entusiasmaba la idea de la lluvia. Le gustaba solo en el
hipotético escenario de estar resguardado bajo una casa,
abrigado, escuchando cómo caían las gotas y golpeaban el
techo de chapa. Le parecía tan irreal que ni le dolió la idea de
que su fantasía fuera abruptamente cambiada por veinte
obreros metidos entre barrales, chorreando litros de agua.

A los minutos de comenzado el desayuno por fin empezó a


llover, y lo hizo con una fuerza inimaginable. Los panes de la
mesa no tardaron en hincharse y transformarse en cerebros
gordos, la mermelada no tardó en desaparecer, y con ella
llevarse a los comensales de las mesas que salieron corrieron a
resguardarse bajo la carpa principal.

Las gotas caían como chorros furiosos sobre las telas y el cielo
se tornaba cada vez más negro azabache, oscuro como pocas
veces lo había visto.

No era fácil evitar que el ruido de los truenos se colara entre


sus oídos, que penetrara en su cerebro como mil agujas
calientes y le trajeran recuerdos. Madrugadas frías
deambulando entre las calles de Queresser con las prendas
empapadas y la piel entumecida Noches atemorizado en las
que intentaba escabullirse en la cama de sus padres, pero
siempre se encontraba con una puerta trabada y la sensación
de que jamás se le iría el miedo que sentía.
Pasado un rato, Zeso se acercó a Bastian y leyó un papel mal
cortado con una letra torcida y desprolija que rozaba la
caligrafía de un niño.

—No tendremos que colgar las luces, porque sería inútil


prenderlas con el pedazo de tormenta que hay afuera. Pero
como ni de casualidad nos dejarán el día libre, me dictaron una
nueva lista de tareas —dijo moviendo el papel con énfasis
jocoso.

Bastian lo agarró y lo leyó. Las palabras estaban marcadas con


exagerada fuerza sobre la hoja, se sentía la textura
sobresaliente del otro lado del papel, como si el simple hecho
de sostener con sutileza el lápiz le hubiera costado más de lo
normal.

Se imaginaba a Zeso, con sus manos gigantescas sosteniendo el


lápiz diminuto y poniendo toda su concentración en no
partirlo. Y casi instintivamente se acordó de él a los 10 años,
raquítico, con los huesos a flor de piel y las manos del tamaño
de una naranja. Pequeñas, frágiles, amoratadas, sosteniendo
lo que parecía un lápiz demasiado enorme para su cuerpo.
Poniendo todas sus fuerzas para que al presionarlo dejase
marca alguna.
—Creo que preferiría que me caiga un rayo antes que volver a
las jaulas a limpiar mierda —respondió Bastian devolviéndole
el papel.

—Touché, hasta preferiría comerme la mierda antes que


limpiarla, y por eso te doy los honores de hacerlo. —Le dio
unas palmadas en la espalda y le soltó una sonrisa—. Yo me
quedaré desempaquetando cajas, tranquilo.

La carpa principal estaba abarrotada de gente. Todos y cada


uno de los trabajadores del circo se encontraban allí. Todos
menos el presentador.

La habitación parecía un hormiguero gigante, cada grupo


estaba realizando sus actividades al mismo tiempo,
moviéndose mecánicamente; erráticos, al unísono. Era difícil
despegar los ojos porque mientras más mirabas, más cosas
encontrabas.

Sobre el extremo sur estaban los cocineros preparando la


cena, pelando cebollas y cortando papa en una tabla
destartalada de madera, los dirigía un viejo con pata de palo
que no paraba de gritar y mover un cuchillo como si se tratara
de una batuta de orquesta, y parecía funcionar, porque todos
se movían a su ritmo.
Al norte se encontraba su grupo, conformado por personas con
las que no había ni cruzado mirada y otros apenas más
cercanos que poco a poco había empezado a registrar. Lo único
que hacían era levantar, mover y acomodar cajas repletas de
mercancías.

Pero ningún grupo llamaba tanto la atención como el del


centro.

Los artistas.

Vestidos con prendas de entrenamiento de telas elásticas con


unos colores que en algún otro momento debieron de ser
brillantes. Algunos cubrían sus agujeros con parches y otros
tantos ni se preocupaban por eso. Ropa que detonaba uso,
sudor, años de prácticas, giros y caídas.

Y, como si sus ojos estuvieran fabricados con algún imán poco


sano, buscaron con ansias entre todos ellos para ver si de
casualidad lo encontraba. Y sabía que lo haría.

No le costó dar con él. Estaba un poco apartado del resto,


sujetando unos aros inmensos entre sus manos y moviéndose
al compás de una música que solo él escuchaba.
Tenía entendido que en las prácticas no solían utilizar el fuego,
y se dio cuenta de que con los aros apagados no le generaba
tanto impacto verlo. Sin el fuego se esfumaba ese halo de
deidad enfurecida, ya no sentía el impulso de apartar la vista
por temor a que pasara algo. Se convertía en un humano como
cualquier otro, moviéndose como cualquier otro, pero
fascinaba de una forma totalmente distinta, como lo haría una
gota cayendo de una hoja o una tormenta repiqueteando en el
mar. Llamaba la atención lo terrenal que era, lo vulnerable que
se veía.

Sentía que su cuerpo se movía solo, que ansiaba irse de allí.

Empezó a alejarse de a poco, transformándose en humo para


deambular tranquilo entre la gente. Con cada paso se acercaba
más a la salida, a sumergirse en la tormenta.

Y antes de dar con la puerta, escuchó su nombre entre la


multitud.

CAPÍTULO 30
GERALDO
Geraldo tenía las patas cortas y flacuchas, y nadie hubiera
dado ni dos monedas por él, pero a pesar de todo era el joven
más rápido de todo el condado. O eso le había dicho su madre
reiteradas veces, y él cada día se esforzaba por mostrárselo a
todo el mundo.

Lo contrataron hacía menos de tres meses y ya había perdido


la cuenta de la cantidad de cartas y mensajes que le habían
hecho llevar. Cada día se despertaba con una pequeña lista de
tareas clavada con una chinche sobre la madera de su cama.

Recorría pueblos enteros buscando nombres, intentando


localizar locales o cualquier otro trabajo extraño que requiriera
de su velocidad. Su corazón era pequeño y latía demasiado
veloz sobre su pecho, quizás en otra vida, con más dinero y la
oportunidad de ir a un médico, hubiera sabido que no le
duraría mucho tiempo más. Pero en aquel momento no lo
sabía y se encontraba corriendo debajo de la tormenta
sintiendo las gotas como agujas filosas que le adormecían la
piel. Imaginaba que estaba en alguna carrera importante,
venciendo a titanes monstruosos que le sacaban metros y
metros de altura.

Entró a la carpa principal repitiendo mentalmente el nombre


que le habían asignado.

Bastian.

Bastian.
Bastian.

No tenía ni la menor idea de quién era ni de cómo lucía, así


que se acercó a varias personas hasta dar con alguien que
alguna vez lo hubiera visto.

Le dijeron que se daría cuenta porque sus ojeras eran


profundas y su pelo era más negro que la noche misma, y
cuando creyó haberlo visto gritó su nombre.

El joven se dio vuelta con el cejo levemente fruncido y su cara


le dio miedo porque parecía un cuervo dispuesto a todo.

—¿Bastian? —preguntó agitado porque sentía que los


pulmones se le salían del pecho—. Uno de los mozos del
presentador se enfermó y tira para dos semanas más, están
haciendo varias pruebas para que lo reemplacen y entre los
nombres que soltaron apareció el tuyo. Por lo que tengo
entendido empezarías esta noche.

Geraldo estuvo tan concentrado en volver a respirar que no el


pánico que por un instante le invadió la cara a Bastian, ni notó
el casi imperceptible temblor que empezó a tener su mano
derecha.
—Sí, Bastian. ¿Qué es lo que tendría que hacer?

CAPÍTULO 31
BASTIAN
Habían pasado algunas horas y la tormenta apenas seguía en
pie. Le habían dicho que se acercara al cúmulo de carpas
glamorosas y así lo hizo. El lugar era fascinante y nadie lo podía
negar, pero pese al glamour y a los colores, sentía que se
estaba sumergiendo de a poco en la boca del lobo. Que cada
paso que daba lo hundía más y más.

Una vez atravesada la primera carpita que funcionaba a modo


de hall, Bastian fue interceptado por un hombre joven, de
cabello rubio y piel oscura. Le perturbó la idea de que todos
los empleados cercanos a Oskar fueran tan jóvenes y
hegemónicos.

—Antes de entrar tendrás que cambiarte esos trapos que


llevas puestos —le dijo mirándolo de arriba abajo—, y más si
vas a tener contacto directo con la mesa principal. Bueno,
digamos que con la única mesa que hay.

—No tengo otra ropa —respondió levantando los hombros.


El hombre se agachó tras su pequeño mostrador y le tiró a
Bastian una pila de ropajes pulcramente doblados. Dentro del
cubículo para cambiarse se puso a examinar la ropa. Eran
diseños simples, con colores lisos y revestimientos apenas
visibles en dorado, con una tela que costaba más de lo que
creía.

Al ponérselo notó que todo le quedaba un poco más chico de


lo que debería, que la ropa se le estrujaba alrededor de ciertas
partes poco agradables. No estaba mostrando ni un apéndice
de piel, pero se sentía desnudo, y lo último que quería era
entrar a la habitación sintiéndose así.

Salió y siguió las indicaciones del chico rubio.

El corazón le iba rápido. Rápido por los nervios, el enojo y las


ansias de verlo. Rápido por todas las veces que había gritado,
pateado y maldecido a los mil demonios por lo que había
pasado.

Poco a poco corrió la pesada tela y Bastian casi se ahogó con


su propia respiración al hacerlo.

Casper.
Sentado junto a Oskar. Cerca. Exageradamente cerca. Sus
piernas estaban superpuestas a punto de fusionarse.

Con un movimiento delicado, Oskar acercó su cabeza al oído


del chico de fuego, susurrando algo que definitivamente no
quería oír. Veía cómo su boca se movía al hablarle,
escupiéndole la oreja con sus palabras.

Bastian no era capaz de enmarcar ninguna expresión. Tenía la


cara tiesa, dura, como si la idea de verlos pegados tan
obscenamente no le hiciera ruido en lo más mínimo.

Pero sí que lo hacía.

Casper movió los ojos y sus miradas se cruzaron por un


segundo, y en ese instante, que no duró más que un suspiro,
pudo leer un centenar de expresiones casi imperceptibles en
su rostro. Vio cómo el asombro inicial pasó a ser algo más.

Miedo.

Vergüenza.
Un cúmulo inmenso de sentimientos entremezclados y sintió
en su propia piel la incomodidad que le estaba dando aquella
situación.

Vio movimiento por movimiento, cómo de un segundo para el


otro volvió a relajar la cara, dejando atrás cualquier indicio de
malestar. Cubrió su rostro con una máscara seria, sin rastro de
lo que había sentido hacía un instante.

Se la pasó parado sin hacer nada, con la cabeza gacha


apuntando a cualquier lugar menos a la mesa. Le costaba
evitar mirarlos y evitar el cúmulo de emociones que se le
estaba formando en el pecho.

Cualquier distracción era bien recibida.

Oskar levantó su campanita y la hizo tintinear entre sus dedos.


Lo estaba mirando fijo con los ojos entrecerrados, como si
todavía no hubiera terminado de descifrar que le generaba su
presencia.

—Unas ostras, cerdo gratinado y papas con crema y tomillo. En


cantidad. Y tráeme el whisky más fuerte que haya. —Al decir
esto le guiñó un ojo a Casper. Intentó ser disimulado, pero no
lo fue.
Movió su mano por encima de la cabeza invitándolo a
marcharse. Y así lo hizo.

Salió del cuarto y se marchó hacia la cocina para dictar el


pedido al viejo de pata de palo que había visto hacía unas
horas en la carpa central.

Se quedó esperando allí por largos minutos hasta que otra vez
lo llamaron con un tintineo de campana. Se sentía un perro.

Agarró la comida y se dirigió nuevamente al comedor.

Se mantuvo parado con la espalda recta, manteniendo la


mirada en un punto fijo entre las telas perdidas del fondo,
intentando con todas sus fuerzas dejar los ojos clavados allí.

—Derrick vendrá al show de Fermín —dijo Oskar, llevándose


un pedazo de comida a la boca—, él y todo su grupito de
jueces pretenciosos, me confirmaron esta mañana su
presencia. Supongo que deberías saberlo para que no te tomé
de sorpresa verlo allí.
A Bastian le tembló el cuerpo al escuchar aquel nombre. En
ese momento tuvo bien claro la fecha en que llevaría a cabo
todo. Fermín.

—Gracias por avisarme, pero creo que la próxima preferiría no


saberlo.

—Pagué lo que tenía que pagar y las cuentas quedaron


saldadas, Derrick no tiene el más mínimo poder sobre tu vida.
—Oskar hablaba con la boca llena de comida—. A menos,
claro, que me ofrezca alguna buena suma de dinero.

Oskar soltó una carcajada y Casper lo miró con desagrado.

—Ya sabes que es un chiste, no me mires con esa cara.

Lo llamaron una vez más para pedirle el postre, una torta


exótica con nombre e ingredientes que en su vida había
escuchado.

Eran pasadas las dos de la mañana cuando sonó la campana


por tercera y última vez en la noche. Con pasos largos se
acercó a la mesa y comenzó a levantar los platos y limpiar
rápido las migas caídas sobre el mantel.
Aprovechó el momento para dar un vistazo rápido a su
alrededor. Nunca dejaban la habitación vacía, estaba llena de
objetos caros y exóticos custodiados por un guardia parado en
la entrada. Hizo una pequeña reverencia antes de marcharse
de la marea extravagante de telas y dirigirse a su cama.

Absolutamente todos estaban durmiendo, había una sinfonía


perfecta de ronquidos y respiraciones.

Su cuerpo le pesaba contra el colchón, le dio la sensación de


desvanecerse contra las sábanas, de que si respiraba lo
suficientemente profundo las maderas que lo sostenían se
partirían y caería en un pozo negro sin fondo.

Como solía pasar, volvió a soñar con el fuego. Sueños en donde


las cenizas eran lo único que podía conservar. Soñaba con sus
padres, principalmente con su madre y sus expresiones que se
desfiguraban en movimientos bruscos, marcando que algo no
estaba bien. Con su padre enterrado entre pilones de madera
caliente, aplastado, con la piel en carne viva y una cara que no
se olvidaría jamás.

Su sueño se vio interrumpido por la sensación de que debía


dejar de hacerlo. Abrió apenas los ojos y miró a través de la
línea fina que le achinaba la mirada.
Casper estaba levantando las sábanas de su cama y poco a
poco iba metiendo su cuerpo dentro. Se movía con muchísima
delicadeza, todo lento, rítmico, casi al borde de ser
exasperante. Su peso parecía de pluma al acostarse, el colchón
apenas se había aplastado.

Era increíble como aun con poquísima luz, y estando con los
ojos casi cerrados, podía notar en absolutamente toda su cara
que no estaba contento. Que los platos caros y el lujo de la
habitación no habían sido suficiente.

CAPÍTULO 32
CASPER
Oskar se encontraba acurrucado entre almohadones y telas
desparramadas, su pecho estaba cubierto de pelos enrulados
que parecían querer formar un chaleco peludo sobre él.
Parecía un oso a punto de entrar a hibernar.

La luz del lugar era tenue, casi inexistente, con la iluminación


perfecta para introducirte en sueños. Oskar lo había hecho,
pero Casper no podía ni pensar en la idea de dormir allí. Sentía
que a su lado tenía que estar constantemente alerta,
pendiente del más mínimo movimiento, del más mínimo
cambio de humor.
Se paró despacio y caminó fuera de la carpa, agradeciendo que
sus pies fueran de algodón.

Las noches en las que no podía dormir, entrenaba hasta que


sus pies le pidieran a gritos que frenara. Se imaginó a los
tambores del show retumbando sobre sus oídos y se sumergió
de lleno en su ritmo, rogando que sonaran más fuertes y
pudieran tapar también las voces que le recordaban la cara de
asco que tuvo Bastian al verlo allí sentado con Oskar.

No podía ni empezar a explicar la vergüenza que le recorría el


cuerpo.

Una parte de él sentía la necesidad de buscarlo y explicarle


que él no había elegido aquello, que no era tan fácil decidir
cuándo tu vida está eclipsada por un miedo aún más grande.

Y la otra parte no tenía ni la menor idea de por qué debería


hacerlo, habían cruzado como mucho dos palabras y no tenía
el menor derecho a juzgarlo.

Pero en el fondo sabía que él también sentiría repulsión.

CAPÍTULO 33
BASTIAN
A la tarde siguiente lo llamaron nuevamente para que se
presentara como camarero, quizás les había gustado porque
no había pronunciado palabra ni sonido alguno en toda la
noche. Y si había algo que entendía a la perfección, era el
sentimiento de superioridad que manejaba la gente poderosa,
las ganas que tenían de que les sirvieran sin chistar, sin hacer
ruidos y sobre todo sin parecer personas. Querían gente recta
y seria, lo más parecida posible a una hoja de papel vacía.

Y justamente eso era lo que les había dado.

Había estado todo el día dándole vueltas al tema, intentando


descifrar la ecuación perfecta para comenzar a moverse, y esa
noche por fin haría el primer movimiento.

Entró a la sala y esta vez Casper no lo estaba acompañando, en


su lugar estaba la que creía que era su esposa, con sus pelos
rojos y cachetes regordetes.

Oskar masticaba con la boca abierta. El sonido de su lengua


jugueteando con la papilla le hizo sentir a Bastian que sus
tripas estaban siendo anudadas y usadas de trapo de piso.
Saboreaba la comida con sus manos, chupándose los dedos y
deleitándose con el aceite caliente y la grasa que rebosaba el
pollo frito que había pedido.
Le resultaba desagradable verlo, al borde del vómito.

Odiaba que realizara cosas tan sencillas como comer o


disfrutar algo, porque odiaba verlo tan humano. En sus años
solo, en los que al único lugar al que recurría era su mente,
había imaginado a Oskar de mil y una formas posibles y nunca,
ni una sola vez, había pensado en él como una persona común
y corriente. Lo había infantilizado convirtiéndolo únicamente
en un ente monstruoso al cual odiar.

Pero ahora lo tenía enfrente y le sorprendía que fuera tan


normal.

—Faltan pocas semanas para el espectáculo en Fermín y tengo


miedo de que coincida con el tema del bebé —empezó la
mujer, jugueteando ansiosa con una servilleta.

—No tengo ni tiempo ni energía para que empieces otra vez


con eso —susurró Oskar, sin siquiera mirarla—. Es el
espectáculo más importante de la temporada y si deseas que
el bebé tenga un plato de comida sobre el plato vas a tener
que dejar que me ocupe de esto.

Ambos se quedaron callados un rato, pero el ambiente estaba


lejos de estar sumergido en el silencio. La sala parecía moverse
por la cantidad de palabras y gritos que estaban evitando
soltar.

—Oskar, también es tu hijo, y por más que te hagas el


desentendido al final vas a tener que colaborar. ¿Crees que yo
elijo criarlo en estas circunstancias? ¿Qué me fascina la idea de
viajar constantemente y que nuestro bebé no pueda formar
vínculos ni ir al colegio?

—Yo te ofrecí ir con la curandera y sacarlo de tu panza, y me


dijiste que no querías a pesar de que te advertí que me
desligaría de la situación.

La mujer se quedó callada, mirándolo como si estuviera en


presencia de un monstruo.

—¿Pero qué creías? ¿Qué en estos meses me iba a encariñar


de la criatura? Padme, ya conoces mis prioridades y no digas
que me desligo de la situación. Te cumplí todos tus caprichos,
están las parteras que querías, la cuna que querías, hasta
podés ponerle el nombre que quieras, no me importa, pero
este espectáculo se hará igual quieras o no.

Había una tensión latente entre ellos dos y Bastian se preguntó


por qué habían elegido casarse. Hicieron sonar la campanita
para ordenar un nuevo plato. En sus pasos contra la mesa no
desvió sus ojos del piso en ningún momento. Con el mentón
pegado al pecho anotó en una pequeña libreta mental todo lo
que necesitaba traer. Los ojos de Oskar se encontraban teñidos
de un rojo carmín, y su lengua resbalaba por el alcohol que
corría por su sangre. Tenía que aprovechar tenerlo en ese
estado.

En el instante en el que volteó hacia la puerta, dejó que sus


ojos bailaran deleitándose en un análisis exhaustivo de
precios, tamaños y pesos, de los objetos que había en la sala.

Su cuello se mantenía firme mirando al frente, pero sus pupilas


corrían velozmente de un lado a otro. La habitación estaba
cubierta de joyas que valían la pena. Y no se le había pasado ni
una sola por alto.

Había aprendido que robar frente a las personas era aún más
sencillo que planificar un robo en su ausencia. Si podías hacer
algo que atrajera toda la atención, no quedaba nada más que
moverse lo suficientemente rápido y sutil para quitar lo
deseado.

En esos pocos segundos en los que recorrió la habitación de


arriba abajo, vislumbró un abrecartas con mango de marfil con
alguna que otra perla empuñada. La combinación de texturas
era grotesca. El blanco marfil contrastaba con los colores de las
joyas haciéndolas parecer un puñado de grajeas de torta. Pero
dejando de lado el mal gusto y el poco cuestionamiento
estético, nadie podía contradecir que aquel objeto desbordaba
extravagancia.

Estaba apoyado en el borde de la mesita junto a la puerta,


como si estuviera esperando la llegada de una pequeña brisa
para caerse y destrozarse contra el suelo. Para caerse y entrar
justo en el bolsillo de algún curioso.

Salió de la habitación tomando conciencia de cada una de las


partes de su cuerpo.

Esperó pacientemente que le acomoden los platos sobre la


bandeja. La gente se movía errática, como si el único objetivo
de su vida fuera acomodar de forma rápida y ordenada los
mandatos del presentador.

A los pocos minutos escuchó la campanita que indicaba que la


bandeja se encontraba lista, y antes de cruzar la puerta se
levantó la cola del traje y la estiró lo máximo posible para que
sobresaliera con firmeza.

Se acercó despacio, con la cabeza baja y a paso firme, cuando


estuvo lo suficientemente cerca apoyó la botella de whisky
enfrente suyo.
La niebla de afuera se adentraba por debajo de la carpa,
creando una fina capa fantasmagórica al ras del suelo.

No lo pensó dos veces, dejó que su cuerpo se moviera solo,


que diera la media vuelta y se encaminara en dirección a la
mesita cercana a la puerta.

En cada paso descartaba un torbellino de ideas, de posibles


cambios en el plan.

Con un movimiento torpe completamente actuado dejó caer al


piso la estruendosa bandeja de plata. En el segundo en que lo
hizo pateó la pequeña mesa que tenía atrás, dándole por fin la
brisa final que necesitaba el abrecartas para caer del
acantilado.

El golpe de ambos objetos retumbó en el lugar al unísono, la


bandeja contra el suelo y el abrecartas sobre la tela de su traje.

El presentador levantó la cabeza con la vena asomándose en


su frente y susurró por lo bajo algo que Bastian no llegó a
escuchar.
Se apresuró a levantar la bandeja y sintió el peso del
abrecartas sobre la cola de su traje. Había colocado el pliegue
un poco más alto para que al caer resistiera el peso, pero podía
sentir lo débil que estaba agarrado, al ras de soltarse, como si
tuviera por naturaleza el impulso de querer estrellarse contra
el suelo y partirse en mil pedazos.

Se llevó las manos hacia atrás y agachó la cabeza fingiendo


vergüenza, corrió un poco las telas del saco y se escondió el
objeto dentro del pantalón. Sentía el pinchazo de la punta del
cuchillo contra su columna.

La cena pasó exageradamente lenta, fue consciente de todos y


cada uno de los segundos que duró y los saboreó con deleite.
No podía evitar que sus manos temblaran de emoción, le había
robado a Oskar. Por primera vez desde que había entrado al
circo se sentía poderoso, sentía que había podido arrebatarle
un poquito de lo que le habían arrebatado a él, que de a poco
tenía el manejo de la situación.

El presentador agitó la mano por encima de su cabeza


indicando que había terminado de comer.

Bastian levantó todo con cuidado, evitando cualquier


movimiento brusco. Los platos tenían restos importantes de
comida. Acomodó todo encima de la bandeja de plata y con un
cabeceo suave indicó su salida.

Sentía la punta del abrecartas hundiéndose contra su columna,


con cada movimiento se incrustaba un poco más entre su piel.

Imaginaba cómo la sangre comenzaba a manchar su ropa,


dejándola oscura, mojada y viscosa. Cómo de golpe las
pequeñas gotas que caían de la herida darían paso a una
cascada roja que lo consumiría todo, pegoteando sus piernas
en un líquido espeso que le impediría caminar.

CAPÍTULO 34
BASTIAN
Cuando abrió los ojos supo que era más temprano que de
costumbre, había dormido profundamente, sin pesadillas ni
sueños rebuscados con metáforas que descifrar. Se levantó por
primera vez después de mucho tiempo sin tener nada en qué
pensar. Era algo que nunca pasaba.

Por lo general, sus pensamientos cruzaban frente a sus ojos y


se estrellaban contra las paredes, contra los árboles, contra
cualquier objeto o persona que se encontrara lo
suficientemente cerca. Y era difícil intentar no prestarle
atención al estruendo que realizaban al chocar contra las
cosas, intentar no prestarle atención a los gritos agudos que le
bailaban de oreja a oreja con el fin de atraer su interés.

Con el cuerpo ligero y la mente aún más liviana se dirigió al


lugar exacto en donde había escondido el abrecartas. Lo
desenterró de entre las ramas y escondió el objeto entre los
pliegues de la ropa.

A los minutos de arrancar a caminar empezó a encontrar casas.


Casas que a medida que avanzaba se iban agrandando,
agregando pisos y acortando la distancia entre ellas, como si
necesitaran estar cada vez más pegadas para mantenerse en
pie.

Eran torretas destartaladas fabricadas con madera y chapa,


haciendo un esfuerzo impresionante para no caerse y partirse
en mil pedazos. Las sombras reinaban entre las paredes y la
humedad del ambiente se sentía también en la piel.

Hacía tiempo que no pisaba algo que no fuera campo, y le


agradó la idea de volver a estar rodeado de cloacas, de peste,
ratas y olores nauseabundos. Era como volver a casa.

A pesar de que el sol había salido hacía poco, las calles ya


estaban pobladas y la gente trabajando, llevando pavos
muertos de aquí para allá, lustrando zapatos, pelando ajos y
pescados, y generando otro sinfín de olores que se
superponían en capas infinitas.

Se acordó de sus primeras noches solo en Queresser y cómo


todos los ojos a su alrededor parecían estar a punto de
comérselo vivo. Se acordó de las noches buscando empleo y de
las decenas de miradas chistosas que le largaron por ser un
niño.

El mercado central se encontraba sobre un terreno en desnivel,


jugando con los altibajos de la tierra y aprovechando cada
espacio libre para tirar un par de tablones de maderas, telas y
armar un puestito. Las inmensas telas blancas cubrían todo a
su alrededor. Parecía algún dibujo surrealista de ciudades
imaginarias.

Con la capucha bien colocada se dispuso a divagar entre los


pasillos de la feria, prestando atención a los precios y al tipo de
cosas que se dedicaban a vender.

Pasó frente a una mesa rebosante de antigüedades de todo


tipo. Frenó en seco y con ojo agudo inspeccionó todo. Parecía
un mar de hojalata y brillos.

Sus ropas no le daban margen para crear ningún papel


complejo, por lo que se limitó a jugar con lo único que le
quedaba; su cuerpo y voz. Se paró derecho, con el mentón en
alto y se escondió un poco más detrás de la capa que lo tapaba
de los ojos mirones. Lo único que sobresalía de la capucha era
su nariz recta cubierta de sombras.

Levantó algún que otro objeto y lo examinó con fingida


agudeza.

—¿Cuánto por este espejo? —preguntó mirándolo por arriba,


como si no le importara en lo más mínimo la respuesta que le
dieran.

—Buena elección, un objeto que esconde reiteradas historias


de culto y magia. Sesenta monedas de bronce, precio que no
encontrarás en ningún otro lugar —respondió el dueño del
puesto.

Era un anciano con el pelo largo y con una barba que apenas le
cubría las mejillas, vestido con una corbata ocre y unos aros
dorados llamativos. Y pese a su buena actitud, a su apariencia
de alma inocente, podía ver bien en el fondo de su ser que por
más que hubiera entonado la oración con una voz cálida,
realmente no estaba interesado en contestar.

—¿Y cuánto ofreces por un abrecartas Hunw con seis


incrustaciones de perlas y punta de acero? —preguntó y el
anciano levantó rápido la cabeza de la taza partida que estaba
inspeccionando.

Sus ojos se tornaron curiosos, con una chispa de gracia, como


si lo estuvieran invitando a jugar a algún juego.

—Permítame. —El vendedor tomó el abrecartas de sus manos


y lo analizó como si se tratara del objeto menos interesante
que podrían haberle otorgado, una actuación estelar—. Dos
monedas de oro, está rayado a los costados y a la punta le falta
filo.

—Cinco, las ralladuras se van con una limada y el filo se


resuelve fácilmente, podrías sacar diez por esto y lo sabes —
respondió Bastian, mirándolo directo a los ojos.

El viejo soltó una sonrisa ladeada y levantó sus hombros a


modo de derrota.

—El que sabe sabe, pero pese a todo no te voy a dar más de
tres.

—Cuatro y te lo dejo hoy mismo. —Bastian estiró la mano para


cerrar el trato y el anciano se lo devolvió.
Había notado cómo el viejo le analizó la piel antes de concretar
el saludo, como si tuviera asco de tocarlo. No le gustaban sus
manos, estaban bordeadas de relieves y hendiduras blancas,
de cicatrices de quemaduras que con los años se habían
apagado, un poco, pero no lo suficiente. Le bajaban desde los
dedos al antebrazo, bordeando y pegando media vuelta al
llegar al codo, marcaban el camino exacto por donde habían
caído las brasas ardientes.

Le agarró un pequeño escalofrío al recordarse con el brazo en


carne viva corriendo por la ciudad en búsqueda de ayuda, de
un simple balde de agua en el que poder ahogarse.

Pero nadie abrió la puerta por más llanto que lo estuviera


consumiendo.

Se sentía un egoísta al preocuparse por su brazo después de lo


que había pasado, pero no podía dejar de pensar en otra cosa
más que en el dolor que lo atravesaba. Si cerraba los ojos veía
un millar de pirañas desesperadas por despellejarlo vivo, por
arrancarle hasta el último centímetro de carne.

Y pese a vomitar reiteradas veces por el dolor, estaba


agradecido de sentirlo porque funcionaba como anestesia para
un dolor que le caería varios días después.
Un dolor que no tenía comparación alguna con un brazo
quemado.

Y cuando supo que no le brindarían ningún tipo de ayuda, se


dedicó a correr lo más rápido posible hacia un lugar en el que
no dependiera de nadie.

Cuando llegó a la orilla del río sintió la necesidad desesperada


de sumergir también la cabeza. Y lo hizo, quedando de rodillas
sobre el borde de piedras. Colgando como un muerto sobre el
agua.

Y quizás lo estaba, porque el choque con el río se sintió como


morir.

Todo el dolor se apagó de golpe, dejándolo frente a frente con


la nada misma. No podía ni necesitaba respirar.

Desde ese momento volvió al agua cada vez que necesitaba


desaparecer.

Si la muerte se sentía así, no le tenía el más mínimo miedo.

CAPÍTULO 35
CASPER
Casper no tenía ni la menor idea de por qué estaba
adentrándose en el bosque, en un principio había tenido la
necesidad de estar solo y rodearse de naturaleza, pero en
aquel instante sentía que estaba siguiendo algo más grande.

Se sumergió entre los árboles y se sorprendió a sí mismo


acercándose hacia la orilla del río. Con cada paso que daba
percibía cómo crecía la punzada que sentía en el pecho,
advirtiéndole que quizás no debería seguir caminando. Pero
Casper siguió, y ni se sorprendió al encontrarse a Bastian
parado sobre las piedras que bordeaban el agua. Tampoco lo
hizo cuando lo vio esconder una bolsita debajo de algunas
hojas secas.

Bastian se desprendió de casi toda su ropa y Casper realmente


supo que nunca había visto un cuerpo tan hermoso. Cada
partícula de él gritaba que había vivido. Estaba repleto de
cicatrices y manchas violáceas que le atravesaban la piel. Su
brazo derecho estaba destruido casi por completo, lleno de
pozos y hendiduras feroces, y Casper sintió la necesidad de
acercarse y que le contara la historia de cada una de sus
marcas.

Sumergió las patas con cuidado y se puso a buscar algo que


Casper no terminaba de descifrar. Agarró una piedra grande
del suelo y se acercó al centro del río. No había ningún ruido a
su alrededor más que el sonido tumultuoso de pequeñas
cascadas lejanas que dejaban caer litros y litros de agua. Si
cerraba los ojos podía sentir que el agua estaba dentro de su
cráneo y corría por su cerebro, hasta llegar a sus pies.

De un segúndo para el otro Bastian había desaparecido entre


las profundidades del río, y Casper aprovechó para acercarse al
cúmulo de hojas e inspeccionar la bolsita de monedas. Eran
más del que había esperado, y de seguro mucho más del que
podría haber ganado en tan poco tiempo en el circo.

No tenía la menor idea de qué pensar al respecto.

Los minutos pasaban y no había ni rastro de él, pero las


burbujas empezaron a salir con fuerza y a los pocos segundos
Bastian estaba otra vez en la superficie.

—Impresionante, por un segundo hasta pensé que te habías


tirado a morir —habló Casper a sus espaldas—. Un poco
exagerado lo de la piedra, pero acá somos amigos del
dramatismo.

Bastian giró lentamente hasta quedar frente a él, lo miró e


instintivamente corrió los ojos hacia la bolsita escondida bajo
las hojas.
—Sumergirse sin la piedra es hacer trampa.

—No si buscas, digamos, nadar… —respondió Casper,


acercándose a la orilla.

Mientras caminaba se iba desprendiendo de su ropa pesada,


se quitó las botas, la chaqueta y por último el pantalón. Quedó
vestido con unos calzones largos y una sudadera blanca.

Casper estaba acostumbrado a que lo miraran con deseo, a


que clavaran sus ojos en él y se lo comieran con la mirada,
pero Bastian estaba haciendo todo lo contrario. Tenía la vista
puesta en un punto lejano, evitándolo por completo.

—¿Esta es tu rutina matutina? ¿Por esto desapareces tan


temprano? —preguntó acercándose aún más.

—No me gusta despertarme al mismo tiempo que otros


cincuenta hombres. —Su voz era áspera, como si sus cuerdas
vocales hubieran quedado dañadas después de tanto gritar.

—Cincuenta hombres en un mismo cuarto pueden ser bastante


terribles, pero en el fondo creo que me da tranquilidad estar
rodeado de tanta gente. —Con cada palabra se adentraba más
en el río.

Antes de acercarse del todo se volteó para agarrar una piedra


pesada, Bastian se mantenía quieto, como si algún veneno lo
hubiera petrificado.

El agua le llegaba por encima del ombligo y la transparencia de


la corriente lo traslucía todo. Podía notar cómo su piel
reaccionaba al frío y le encrespaba cada uno de sus pelos, y
cómo al sumergir las piernas se le había cortado un poco la
respiración. Quizás por el agua helada o quizás por lo cerca
que estaban de repente.

—Bueno, enséñame eso de la piedra. —Se acercó aún más, si


es que era posible—. Y yo después te muestro el arte de
sumergirte sin una.

Le colocó la pesada roca sobre sus manos, haciendo una


pequeña, casi ínfima, pausa en el momento en el que sus
dedos se rozaron. Y al hacerlo, Bastian cerró los ojos por un
instante.

Su piel siguió picando en el lugar exacto en el que se habían


tocado.
—Un trato justo —respondió.

Su piel siguió picando en el lugar exacto en el que se habían


tocado.

Estar cerca de Bastian era como meterse de lleno en una


nebulosa que todo lo absorbe y te das cuenta que de repente
se te olvida hasta cómo hablar.

—Lo único que importa es sacarte el miedo a no respirar, el


resto de las cosas se da solo. —Al hablar miraba con atención
la piedra—. Agarras la roca con fuerza y caminas por la arena
hasta que el agua cubra todo tu cuerpo, te dejas caer y una vez
que tus pulmones duelen, volvés a subir.

—Para nada morboso —comentó riendo, y a Bastian le


bailaron las comisuras.

Le tendió la roca, Casper la agarró y siguió caminando hasta


que el agua le cubrió los hombros; antes de seguir se dio
media vuelta y lo llamó con la mano, invitándolo a que lo
acompañara.

—En tu bautismo vas a tener que entrar solo.


Casper hizo un saludo militar y siguió caminando hasta que el
agua lo cubrió por completo.

CAPÍTULO 36
BASTIAN
En ese preciso momento Bastian salió corriendo con dos ideas
claras. Agarrar la bolsa de dinero y alejarse lo más posible del
río, y del chico de todos los elementos que lo habitaba.

Un pánico intenso lo invadía, no sabía por qué su cuerpo le


pedía con tanta intensidad que saliera de allí. Pero no lo
cuestionó. Se aseguró de que la bolsa de dinero se encontrara
en su lugar y levantó toda su ropa lo más rápido que pudo,
estrujando las prendas entre sus brazos mojados y no mirando
atrás cuando sus piernas empezaron a correr.

Le atormentaba la idea de salir juntos del agua, mojados y con


prendas casi translúcidas. De tener que vestirse frente al otro y
volver caminando a la par hasta el campamento. Todo lleno de
silencios incómodos y ganas de alejarse, o peor aún, ganas de
lanzarse a él y dejar que lo conociera.

Pero sobre todo no quería arriesgarse a que vea su bolsa con


dinero. Algo en el fondo de su pecho lo hacía confiar en
Casper, quizás eran sus ojos tristes o la forma en la que parecía
abstenerse de la vida, pero seguía siendo cercano a Oskar, más
cercano de lo que le hubiera gustado. Y no tenía ni idea
cuántos cuchillos guardaba detrás de su espalda dorada.

No tuvo tiempo ni de cambiarse. Los pies descalzos le dolían


contra las piedras que sobresalían por el camino y el viento de
la mañana empezó a picarle sobre su piel desnuda. Lo único
que tenía encima era su remera y sus calzones.

Se escabulló entre unos árboles y poco a poco fue colocándose


la ropa seca. No se sentía para nada cómodo con lo que
acababa de hacer.

Todavía necesitaba encontrar un lugar seguro en donde


esconder el dinero. Por el momento tenía fichada una tabla
suelta en el vagón de los animales, la había encontrado de
casualidad mientras levantaba asquerosidades del piso, al
levantarla formaba una diminuta cueva escondida.

Metió un puñado de arena dentro de la bolsita para evitar que


el metal hiciera ruido al chocar entre sí, y se dirigió al
campamento, con la ropa pegada al cuerpo y un pinchazo de
culpa cruzando su pecho.

CAPÍTULO 37
CASPER
Casper sintió su cuerpo contraerse de la emoción, le gustaba la
idea de caer a las profundidades, de sentir cómo el peso de la
roca lo empujaba despacio hacia abajo. Disfrutó los primeros
instantes, cómo el agua fría le acariciaba la piel casi desnuda,
cómo sus rulos se sentían como algas cobre danzando algún
ritmo que jamás había escuchado.

Pero al tocar fondo la magia desapareció.

Haber abierto los ojos había sido una mala idea. A su


alrededor reinaba la oscuridad, no había más que tierra y
vacío.

La luz entraba por un huequito específico arriba de su cabeza,


bien arriba, algún rayo de sol que había podido escabullirse
entre los inmensos árboles que rodeaban el río. Agradeció
poder guiarse con eso.

Al principio lo tomó como un juego, le gustaba la idea de la


oscuridad a su alrededor, del silencio, del haz tenue de luz que
lo guiaba, pero poco a poco las imágenes se fueron fusionando
con otros escenarios oscuros.
La arena del fondo pasó a ser una acumulación de alfombras
exóticas tiradas en el piso, el rayo de luz se convirtió en una
lámpara de mala muerte roja titilante sobre su cabeza, el agua
se transformó en manos que le tocaban todo el cuerpo, que se
escabullían entre sus ropas y lo dejaban desnudo y vulnerable.

Un torbellino de caras pasó frente a sus ojos, rodeadas de


sonidos guturales y palabras oscuras. Recordaba, o eso quería
creer, todas y cada una de las caras que habían pasado por
esas alfombras. Y recordaba aún más al día que se había
cruzado con Oskar y supo al verlo que su vida estaba a punto
de cambiar otra vez. Quizás fueron sus ojos ambiciosos o sus
palabras dulces, pero Casper supo que debía acercarse. Y a
pesar de todo, aún sentía un respeto terrible hacia él, porque
en el fondo lo había rescatado, le había dado una segunda
oportunidad.

Pestañeó varias veces para sacarse las imágenes de la cabeza.

Su mente le gritó que saliera a la superficie, que se rodeara de


ruidos, de charlas y de distracciones en las que poder
esconderse de sus recuerdos.

A medida que se acercaba a la superficie, la luz se iba


intensificando, podía percibir los movimientos de la corriente,
el danzar de las algas alejándose de ella, y sus recuerdos se
borroneaban

—Definitivamente lo de la piedra no es lo mío —dijo


intentando sonreír.

Pero ni el viento respondió a sus palabras. Bastian no estaba


ahí. Una sonrisa se le dibujó en la cara. Era un tipo rarísimo.

Se quedó un rato más así, recostado sobre el agua, con la


mirada alta en el cielo y el pecho libre de manos que lo
arrastraran hacia abajo.

CAPÍTULO 38
ZESO
No había una sola persona en aquel circo que no disfrutara de
un buen chisme. Pero a Zeso nunca le importó demasiado todo
eso.

Ese día en el desayuno la gente estaba completamente loca,


parecía una jungla en plena temporada de apareamientos.
Todos, absolutamente todos, estaban cuchicheando con una
discreción nula. Formulaban una cantidad abrumadora de
teorías de las que él no estaba enterado. Lo único que se sabía
era que Morgan tenía los días contados.
No tenía ni idea qué era la comida que había sobre la mesa,
pero no se lo cuestionó ni un segundo cuando se zambulló la
cucharada pegajosa dentro de la boca.

Bastian se sentó a su lado con la piel más blanca que de


costumbre, su pelo estaba mojado y sus ojos tan negros que
parecían no tener fondo. Tenía cara de haber visto un
fantasma, si es que existía una cara para aquello. O quizás él
era el que se había convertido en uno.

—¿Qué pasó que todos cuchichean? —preguntó Bastian


soltando un pequeño pollo casi imperceptible.

El nunca titubeaba al hablar, pero en aquel momento parecía


mucho más débil que de costumbre.

—¿No te enteraste? Literalmente todos están hablando de


esto. Parece que alguien buchoneó que le encontró un collar
caro a Morgan. Y créeme si te digo que Morgan no tiene ni de
casualidad dinero para comprar eso —respondió Rafe, un chico
con el que como mucho había cruzado una oración—. Bueno,
en realidad prácticamente ninguno de nosotros, pero Morgan
menos que menos.
Rafe hablaba a las apuradas, disfrutando cada cosa que decía,
como si su diversión se valiera de por qué tan desdichados
eran a su alrededor. Bastian estaba más interesado en el tema
de lo que hubiera creído, miraba a Rafe con ojos atentos,
intentando anotar cada una de sus palabras.

—Así que viste cómo es, si te pescan robando o con cosas


raras, chau. Todavía no hay nada confirmado porque no
pudieron encontrarlo, pero no hay duda de que tienen puesta
la mira en él —siguió diciendo.

—¿Morgan? ¿El flacucho morocho? —preguntó Bastian.

—No, ni cerca. Morgan es el pelirrojo morrudo que está


parado al lado del vagón. —Señaló el lugar exacto en el que se
encontraba.

CAPÍTULO 39
BASTIAN
Sabía que se le había presentado una oportunidad que por
todo lo que quisiera no podía dejar pasar. Todavía estaba
intentando recuperarse del choque de adrenalina que le
generó el milésimo segundo en el que pensó que quizás
estaban hablando de él y de lo estúpido que había sido al
robarle a Oskar. Un terror que rápidamente fue reemplazado
por algo aún más grande. Porque ahora tenía un objetivo claro
contra el que actuar. Sentía que el cuerpo se le levantaba solo
de la silla con tal de ponerse a hacer cosas.

Pasaron los días y Bastian aprovechó para robar todo tipo de


objetos, sintiendo cada victoria y agradeciéndole en silencio a
Morgan, porque ahora tenía un respaldo en el que apoyarse si
todas las cosas comenzaban a salir condenadamente mal.

Había juntado una pila decente de dinero. Una buena parte


estaba separada para depositarla en el correo y el resto aún no
lo tenía claro. Tenía una lista mental de cosas que debería
comprar antes del espectáculo de Fermín, pero las cantidades
y los precios eran difusos. Por el momento se contentaba con
tener su propia fortuna y sentir que por fin le estaba sacando
algo a Oskar.

Los cuchicheos no paraban de empeorar y el único nombre que


se repetía con frecuencia era el de Morgan, y sabía que
bastaba que llegara a oídos de Oskar para que todo se fuera a
la mierda.

Necesitaba pensar bien cuál sería su movimiento. Cómo haría


para entregar el cuello de otra persona.

No le molestaba morir con esa culpa. Él estaba primero,


porque su familia ya no podía estarlo, y si tenía que robar
robaría, y si tenía que hundir a alguien para conservar la
cabeza pegada al cuerpo también lo haría.

A lo lejos vio a Klaus y Zeso, y se sorprendió cuando sus


piernas empezaron a marchar en su dirección. Sentía que su
cuerpo lo tiraba al ruido, a la muchedumbre, a distracciones
rápidas. Se sentó a su lado e intentó prestarle atención a su
conversación.

—Vomitaría, me comería mi vómito y luego mis intestinos


antes de aceptar una propuesta así —decía Klaus.

No tenía ni idea de lo que estaban hablando, pero asintió y


movió sus ojos esperando encontrar al próximo en seguir la
conversación.

—Claro, lo dices desde la envidia porque nunca te propondrían


algo como eso —replicó Zeso.

Zeso parecía drogado, siempre parecía drogado. Sus ojos


estaban entrecerrados, como si sus pupilas tuvieran una fuerza
irracional que las empujara hacia abajo, y todo en su cara
sonreía, a pesar de que su boca no emitiera movimiento
alguno, con los ojos idos y la lengua floja.
Era ligero y torpe, una combinación extraña de ver. Su cuerpo
parecía hecho de espuma, esperando un viento lo
suficientemente fuerte que lo mandara a volar lejos y lo hiciera
desaparecer. Y a su vez sus brazos de plomo todo lo tiraban, no
podía moverse por más de cinco minutos sin hacer algún
estruendo.

—¿Envidia? Ni cerca de eso —siguió Klaus—. Me dan más pena


que cualquier otra cosa.

—¿De qué hablan? —preguntó por fin Bastian.

—Las putas del presentador. Pueblo chico, infierno grande, con


el circo pasa lo mismo. Cualquier secreto, cualquier suspiro,
todo siempre es escuchado. Desde que el circo es circo que se
sospecha que las tiene, y ahora salió Jorge, el mozo al que
despidieron por enfermedad, a soltar todo tipo de
comentarios sobre lo que aparentemente hacían dentro de la
carpa. No me importaría en lo más mínimo si el hombre no
tuviera una esposa y un hijo por nacer, pero es un atorrante —
comentó tajante Klaus.

Parecía arrepentido de haber soltado la última oración, su


boca se abrió en forma de O como si intentara volver a meter
de golpe todo el aire posible y así tragar también sus palabras.
Sus ojos miraron rápido a su alrededor esperando no encontrar
ningún oído curioso.

Cuando la primera estrella salió, nadie dejó de trabajar,


ninguna pala cayó al suelo y ningún cuerpo dejó de moverse.
Esa noche todos entendían que el trabajo terminaba cuando el
último objeto del terreno fuera subido al tren. La oscuridad
empezaba a asomarse entre los árboles y con ella llegó
también el frío.

Intentó concentrarse en las pequeñas vibraciones escondidas


entre los árboles, notó grillos, búhos recién despiertos, bichos
aleteando contra las hojas de las plantas, y otro sinfín de
instrumentos orquestales. Le recordó a su infancia, al ruido
envolvente del campo y a sus padres de fondo gritando todo
tipo de insultos.

Y a pesar de todo, era un buen recuerdo.

CAPÍTULO 40
BASTIAN
Habían entrado en lo profundo de la noche cuando subieron a
los vagones. Los trabajadores se amontonaban contra las
puertas de los vagones intentando conseguir un lugar digno en
el que apoyar el culo y dormir. Se sorprendía con las elecciones
de espacio que elegían, preferían descansar amontonándose
entre sí, con el olor nauseabundo de la transpiración
acumulada, a compartir espacio con un par de animales un
poco menos olorosos.

El circo marcaba los roles de sus trabajadores implícitamente,


si pertenecías al círculo de Bastian no te quedaba mucho más
que luchar por un espacio decente en el que descansar. Los
artistas tenían unos vagones privados un poco más lujosos, si
por lujo entraban unos sillones destartalados de fieltro y
gomaespuma.

El círculo cercano del presentador, se escondía en la punta del


tren más próxima a la locomotora. Dos almas moribundas
desparramadas entres tres vagones repletos de copas,
alfombras y sillas realmente acolchadas, con una variedad
exquisita de licores ocre muy perfumados.

Los animales se encontraban quietos, callados, con los ojos


vidriosos y los pelajes opacos.

Le molestaba la idea de que cada día le importara más el


estado en el que se encontraban.

—¿Hola? —preguntó asegurándose de estar completamente


solo.
Corroboró posibles escondites, por más remotos que
parecieran, y se acercó a la tabla suelta. Las manos se le
llenaron de pequeñas astillas color arena al levantarla.

Depositó la bolsa de monedas dentro de la cuevita y la cubrió


con tierra para camuflarla un poco. Apoyó nuevamente la tabla
y arrastró un buen pilón de paja para cubrirla. Había juntado
una cantidad decente de dinero, el suficiente como para al
terminar el show de Fermín, escapar a algún lugar lejano y
empezar una nueva vida. Se limpió las manos contra el
pantalón para desprenderse de los diminutos pedazos de
madera que se había clavado.

Estaba cansado. El cuerpo le rogaba caer rendido ante el


primer objeto medianamente decente y dormir hasta que su
mente desapareciera en un sinfín de sueños atormentantes.

Pero, aunque sus piernas le pidieran a gritos que las dejara


caer, Bastian se acercó hacia la jaula de los leones y con sumo
cuidado, intentando mantenerlos en esa ensoñación forzada,
les limpió las piernas cagadas con un toallón húmedo.

No estaba seguro de por qué estaba haciendo aquello, quizás


porque casi nadie entraba a ese vagón y los pocos que lo
hacían salían huyendo ante el rugido de las bestias. Podrían
estar allí metidos por horas y absolutamente ningún ser
humano se acercaría a verlos. Y así se quedarían, cagados y
con hambre esperando con poca gana a que llegara el
momento de salir de entre los barrotes para quedar
encerrados en una jaula aún peor. Una jaula de gente riendo,
aplaudiendo, celebrando cada movimiento antinatural y cada
doctrina aprendida.

Siguió así un rato más, acercándose a cada una de las jaulas y


corroborando que sus animales se encontraran, dentro de
todo, limpios.

—Puede que esta escena haya superado por mucho mi


momento cursi con Nabucodonosor —soltó Casper, como si
estuvieran sumergidos en una conversación desde hacía
mucho, como si se conocieran de toda la vida y fuera más que
natural encontrarse en el medio de la noche y ponerse a
charlar.

Odiaba lo suave que se movía, odiaba saltar cada vez que


aparecía de golpe porque odiaba no ser capaz de escuchar sus
pasos.

Estaba vestido con un traje de lo más exótico, con plumas


verdes que le subían por la espalda formando una espina
dorsal inmensa. Sus pantalones eran ajustados y su remera,
con mucha menos tela que el resto de las remeras, también lo
era.

Cualquier persona en el planeta quedaría realmente estúpida


con esa ropa, pero él no.

Le sorprendía lo fino que se veía con aquel menjunje de


vulgaridades. Sus movimientos respaldaban su fineza, como si
ningún músculo en su cuerpo estuviera capacitado para
realizar algo fuera de lugar y sus extremidades estuvieran
atadas a algún hilo invisible manejado por el músico más
virtuoso del planeta.

—Todavía me queda limpiar a tu mono —respondió evitando


por completo hacer contacto visual con él—, pero te concedo
el placer de hacerlo.

—Será todo un placer. —Casper le regaló una media sonrisa.


Agarró un pedazo de trapo tirado en el suelo y lo sumergió en
un balde lleno de un líquido negro que en algún momento
había sido agua. Escurrió con cuidado y se acercó a la pequeña
jaula en la que estaba encerrado el mono, sus ropas hacían un
contraste inmenso con el resto del lugar—. Me revuelve las
tripas verlos así de drogados, parecen trapos sin vida. Entiendo
que les afecten los movimientos bruscos del tren, o que en el
ideal es más placentero viajar sin tener una manada de
animales gritando a todo pulmón, pero igual no lo entiendo —
habló con una frustración que se palpaba al tacto—. Trapos
muertos y sucios….

Nunca lo había escuchado tan abierto, tan alejado de esa voz


actuada en la que se resguardaba. No pudo evitar voltear a
verlo, y no se sorprendió cuando al mirarlo notó que su cara
estaba estática, como si ninguna de esas palabras hubiera
salido nunca de su boca.

—No estoy ni cerca de ser un activista animal, vengo acá para


alejarme del resto de los trabajadores sudorosos, pero siento
que si yo no me hago cargo pueden pasar horas antes de que
entre alguien y les preste un mínimo de atención —dijo
Bastian.

Casper lo miró.

—Exacto, les traen la comida una vez al día y después se


olvidan por completo de su existencia —contestó—. Hace unos
años que intento no comer carne, creo que es lo mínimo que
puedo hacer por ellos —contestó.

Y a Bastian le llegó de golpe a la cabeza la imagen de Casper en


la cena con el presentador y un plato enorme de cerdo frente a
sus narices.
—¿El cerdo es la excepción? —preguntó intentando sonar
gracioso, pero era asquerosamente malo con los chistes y, por
el rubor que subió por las mejillas de Casper, pareció no
haberlo sido.

—Realmente no estaba comiendo, y tampoco es que tuviera


poder de decisión sobre los pedidos que se hacen. Corté todo
en pedazos pequeños y los fui colocando alrededor del plato
para que… —Cortó la oración de golpe y movió el brazo por
encima de su cara—. No es que importe, pero la respuesta es
no, no comí. Y el cerdo no es la excepción.

Se quedaron en silencio un rato, cada uno enfocado en el


animal que tenía enfrente.

—¿Cómo terminaste estando con él?

Ni él entendía cómo había podido largar esa pregunta tan de


golpe, tan seca, sin ningún tipo de aviso previo.

Casper lo miró con ojos confundidos, ignorando el dedo


acusador que lo obligab a responder algo sobre lo que
posiblemente no tuviera ganas de hablar. Pero a Bastian no le
salían las palabras para retractarse, para hacerle entender que
no hacía falta que respondiera nada.

—Supongo que en el fondo uno siempre elige todo —


respondió mirándolo fijo.

Como si el conjunto de sonidos que había emitido respondiera


lo que le habían preguntado y no fuera una cadena de palabras
carentes de significado.

—Supongo que sí —dijo, pero no estaba de acuerdo.

No hablaron por un rato, quedaron envueltos en un silencio


que debería haber sido incómodo pero que
sorprendentemente no lo fue. Le gustaba estar callado,
escuchando cómo sus respiraciones poco a poco se iban
copiando el ritmo. Era como caminar al lado de alguien y con
el tiempo imitar su andar, la duración de los pasos, el cambio
de pies.

Sus pulmones se inflaban al mismo tiempo, inhalando una


dosis enorme de olores extraños y cercanía. Y tan atento
estaba en sus respiraciones que notó cómo la de Casper se
frenaba de golpe, anticipando un cambio, un posible ataque.
Lo notó con la misma facilidad con la que notaría la caída de
un árbol frente a sus ojos, de un árbol estruendoso, enorme,
lleno de ramas gordas y pájaros aún más gordos.

Evitó hacer contacto visual con él, por más que supiera que
estaba a punto de hablarle.

—Me dejaste solo en el río —dijo sin ningún tipo de enojo en


su voz—. No me molesta, es más, hasta admito que me divirtió
un poco. —Lo miró de frente con la sonrisa torcida—. Y
también admito que no me sorprendió en lo más mínimo.

No sabía qué decir porque no tenía ninguna excusa válida que


soltar. El aire se llenó por fin de incomodidades,
incomodidades que por lo visto él solo percibía, porque Casper
se mantenía allí, estático, con esa sonrisa ladeada y cara de
que no le importaba en lo más mínimo lo que le había hecho.

—Un movimiento predecible, lo voy a tener en cuenta en


próximos bautismos.

Era realmente malo con los chistes, se sentía un idiota de


mierda.

Pero a Casper parecía no importarle, porque siempre que


hablaba sonreía.
Era exasperante.

—Definitivamente no es lo mío llevar una piedra, me sentía un


muerto a punto de morir por segunda vez.

—Justamente, es lo único divertido de meterse en el agua.

—Bueno, voy a evitar lo morboso que sonó eso —dijo, y


Bastian casi suelta una carcajada—. Está claro que tenés
distorsionado el concepto de diversión

—¿Y cuál sería tu concepto de diversión?

—¿Diversión de verdad? —preguntó, y se quedó pensando un


buen rato, veía cómo le pasaban un sinfín de palabras por
delante de sus ojos—. Seguro suene como la cosa más patética
y triste que haya dicho jamás, pero realmente no se me ocurre
nada.

A Bastian le sorprendió escuchar aquello.

—Creo que literalmente ninguna persona en el circo lo hace —


siguió.
—¿Tampoco en los entrenamientos?

—Especialmente en los entrenamientos —dijo riéndose en


seco—. Con los años se ponen cada vez más estrictos. Intensos
al punto de no dejar de entrenar hasta que absolutamente
todos hayamos hecho diez repeticiones sin equivocarnos. Y es
muy fácil equivocarse, o equivocarse dentro de los parámetros
en los que Padme considera error —acotó mirándolo fijo—. Así
que muchas veces nos quedamos hasta entrada la madrugada
intentando hacerlo bien, intentando poner el pie lo
suficientemente curvado, o el brazo contorsionado bien arriba,
y que no se pierda la estética.

Había escuchado que Padme era la esposa del presentador y la


encargada de manejar al pie de la letra los espectáculos que se
presentaban. Una mujer cínica, enorme, con el pelo rojo
intenso crispado para todas las direcciones.

—Una mierda.

—Una gran mierda.

No sabía en qué momento se habían sentado sobre el pilón de


paja, pero allí estaban, cerca. Demasiado cerca. Bastian
intentaba mantener su brazo pegado a sus costillas para evitar
cualquier tipo de movimiento que lo llevara al roce.

Casper giró hacia su izquierda y sacó dos cigarrillos y un


mechero diminuto que tenía escondido bajo la cintura del
pantalón.

—No nos dejan fumar, dicen que nos baja el rendimiento si lo


hacemos —comentó mientras llevaba el cigarrillo a su boca,
contradiciéndose por completo.

Acercó el mechero a sus labios, haciendo una pequeña carpita


con sus manos para frenar un viento inexistente. Las ondas
ocres del pelo le caían como cortinas cortas sobre la frente.

Levantó la vista de golpe y los rulos bailaron con aquel


movimiento.

—¿Me haces el honor? —preguntó, acercando a la boca de


Bastian el segundo cigarrillo.

Hacía bastante que Bastian no fumaba, probó comprar en el


mercado, pero le habían intentado arrancar la cabeza con los
precios. En Queresser había aprendido a encontrar los
revendedores ocultos que te vendían armados con
procedencias dudosas y calidades dudosas, pero a un muy
buen precio.

—Jiaes, buena marca. —Aceptó el cigarro y lo sostuvo con sus


labios.

Casper lo miró y se acercó aún más. Colocó el mechero sobre la


punta de su filtro, haciendo una carpita alrededor.

Sus rodillas estaban superpuestas y sus manos a centímetros


de su cara. Si se movía un milímetro hacia adelante, o si
simplemente respiraba profundo, sus dedos le rozarían la piel.
Y tenía miedo de que sucediera, tenía miedo de que su corazón
pudiera latir tan fuerte.

Antes de separarse lo miró a los ojos por un breve instante,


como si quisiera dejar su marca antes de irse. No entendía la
cantidad de colores y superposiciones que entraban dentro de
su iris, un sinfín de tonalidades ocre mezclándose en un
espacio que no debería albergar tanta información.

Todo en él era confusión y dorados.

El sol y la luna, y todo el universo al mismo tiempo.


Por un segundo olvidó que tenía el cigarrillo en la mano, siguió
sumergido en sus pensamientos, en las sensaciones que le
recorrían el cuerpo.

Sintió un calor quemando sus dedos y le dio una pitada al


cigarrillo. Se notaba que era caro, era una marca recurrente
entre las personas a las que por lo general les robaba.

Tenía un sabor amargo, con un dejo dulzón, tirando a almíbar.


Al tocar el filtro ya se sentía distinto y su textura dejaba un
halo de cosquillas en la boca, de esas que te generan piel de
gallina alrededor de las piernas.

Estaba seguro de que se los había robado al presentador.


Estaba fumando los cigarrillos de Oskar sentado en un vagón,
rodeado de mierda.

—El otro día te vi en el agua —empezó Bastian, lanzándose de


lleno en una conversación que le daba miedo empezar.

Una conversación que murió antes de que pudiera siquiera dar


un paso, porque los interrumpió el estruendo de la puerta del
vagón al abrirse.
—Casper, estás media hora atrasado, deja de esconderte entre
los monos y la mierda —dijo una mujer de unos treinta y
largos años, sus piernas eran cortas y rellenas, como dos
corchos de vino tinto. Tenía un andar seguro, a punto de
tragarse el mundo de un mordisco—. Y hazte el favor de sacar
esa mierda de tu boca —le dijo directamente a Bastian, porque
Casper ya no tenía el cigarrillo en sus manos y no había señales
en su cuerpo de haberlo tenido nunca. Hubiera sido un buen
ladrón.

Casper se paró, caminó hacia la puerta y a último momento


volteó a guiñar el ojo, como si mantuvieran un secreto del que
no estaba enterado.

Desde que lo vio entrar en la habitación intuyó adónde se


marcharía. Con ese traje inmenso lleno de joyas y telas caras. Y
no le gustaba en lo más mínimo que así fuera.

No le gustaba porque sabía que su elección estaba basada en


mil cosas de las que no tenía ni idea. No le gustaba porque el
presentador era la única persona a quien odiaba plenamente.

Volvió a llevarse el cigarrillo a los labios para sumergirse en el


caro humo, en recuerdos de robos e historias olvidadas.

CAPÍTULO 41
CASPER
Lo había mandado a llamar por segunda vez en la semana.
Había meses más tranquilos, semanas enteras en donde no
tenía ni una señal de él, días que se le escurrían entre las
manos de lo rápido que se marchaban. Toda su vida giraba en
torno al momento en que lo llamaban o encontraba alguna
notita desprolija con algún horario sobre su cama.

Las tripas se le revolvían en su interior, pero había aprendido a


ignorarlas por completo, y casi que se creía que no le generaba
nada.

Pero podía sentir cómo la sombra le subía por las piernas y


poco a poco le iba comiendo el cuerpo, matando todas y cada
una de sus células. El alma se escabullía a los rincones de luz,
doblándose cada vez más para caber entre los pliegues de su
piel podrida.

Lo único que podía percibir era un pitido insufrible en sus


oídos. Con cada paso que daba el sonido aumentaba aún más.

Estaba parado frente a la puerta de la carpa de Oskar y apenas


si se podía mantener de pie.
Tocó la pequeña campanita que encontró sobre una de las
mesas del lugar y esperó impaciente a que lo dejaran pasar.

Y todo era realmente complejo, porque el odio feroz que


sentía por él estaba opacado por un amor incondicional, por
un agradecimiento tan inmenso que hacía que las lágrimas
brotaran a cántaros.

Por casi quince años Casper vivió una vida plena, rodeada de
familia amorosa, animales aún más amorosos y huertas
exasperantes a su alrededor. Sus padres cosechaban todos los
alimentos que llegaban a su plato y cocinaban las cosas con un
amor tan profundo que se le crispaban los pelos al olerlas. Era
una vida digna, nunca le faltó el pan y mucho menos un
pedazo de carne o alguna verdura de estación sobre la mesa.

Pero los pastizales inmensos y el silencio del campo dejaron de


inspirarlo, dejaron de ser suficiente. Sentía que cada día allí era
un día perdido porque lo alejaba de lo que realmente era.
Empezó a fantasear con grandeza, con espectáculos y obras
llenas de brillos y extravagancia. Nunca había visto nada de
eso, pero lo leía en los cuentos que agarraba y en las revistas
de su madre, y podía imaginar cada escenario con lujo de
detalle. Y se veía en el centro del show, lleno de gloria y fama.
Pero Antonieta, la madre de la tía de su padre, le había leído el
futuro en varias ocasiones y nunca le respondía lo que él
quería escuchar. Empezó con las líneas de sus manos, siguió
con las hebras de té y con alguna que otra tirada de cartas,
como si el hecho de probar distintos métodos pudiera cambiar
la sombra que veía en su destino.

Todas y cada una de las veces le advertía sobre una oscuridad


en su vida, notaba dolor y sobre todo una soledad arrolladora
persiguiéndolo de cerca.

—Perdóname, niño, yo no elijo lo que veo —contestaba


alzando las cejas y llevándose a la boca sus dedos raquíticos
llenos de anillos.

Siempre ponía la misma expresión de tristeza al finalizar cada


sesión, y Casper estaba seguro que ese dolor llegaría si tiraba
su vida por la borda y se conformaba con un par de vacas y
hectáreas de tierra seca.

Sabía, lo sabía tan claro que le dolía el pecho, que en el campo


no encontraría más que vacío. Y ahora, mirándolo en
retrospectiva, casi se le escapaba una carcajada seca de la
boca.
No dudó ni un segundo cuando a sus dieciséis años encontró
una billetera cara con un boleto de tren tirado al costado de
una zanja. Nunca había pensado en el destino hasta ese
momento. Lo sintió en los huesos instantes antes de
levantarlo, como si aquel pedazo de cuero estuviera a punto de
encaminarlo a la vida que tanto había soñado.

Fue la primera vez en su vida que le mintió a su familia.

El tren partiría al día siguiente.

Tenía una noche entera para pensar. Y por más que hasta sus
huesos chillaran de la euforia por irse, se pasó toda la
madrugada llorando y extrañando cosas de las que aún no se
había despedido.

No tenía la fuerza para comentarles a sus padres lo que estaba


a punto de hacer, para enfrentarse con la idea de que quizás
nunca más volvería a ver esas tierras. Optó por la forma más
impersonal de despedirse; una carta de apenas tres renglones.
Sentía que, si evitaba ponerse emocional, ellos también lo
harían, que apenas notarían su ausencia.

Salió de su casa a eso de las cinco de la madrugada. El cielo


todavía estaba oscuro y el agua de la lluvia se encontraba
congelada en los canales de las calles de barro.
De pequeño había leído mil libros de viajeros aventurándose
en travesías épicas, despidiéndose con gracia de sus tierras,
llevando de la mano la valentía y cien kilos de músculos. Y
ahora, caminando con el pecho levantado y la seguridad de
que estaba cambiando su destino, casi podía ver las palabras
frente a sus ojos escribiendo su propia historia.

Nunca había estado en la estación de trenes para otra cosa que


no fuera cargar o vender cosas de la granja. Le encantaban los
techos altos de madera y los pisos duros que repiqueteaban al
caminar por encima.

Si cerraba los ojos podía escuchar orquestas bajo sus pies.

Bajó del tren con la sonrisa en los labios y el corazón ansioso.

Todo su cuerpo era una cascada de agua dorada.

Nunca se había sentido tan vivo.

Las ratas entre las calles lo invitaban a bailar, a arrancarse la


piel del pecho y dejar entrar todo el aire cálido de la ciudad.
Caminó por horas, recorriendo cada rincón de las calles y
alucinando con las construcciones caras y los objetos
desconocidos. Le dolían los ojos de lo rápido que los movía en
búsqueda de nuevas imágenes que guardar en su memoria.

Cuando su panza crujió del hambre se atragantó con todo tipo


de comidas. Cuando su cuerpo le pidió descansar corrió feliz al
primer hotel que encontró. Cumplió todos y cada uno de sus
caprichos, perdiendo noción del tiempo y del dinero.

Nunca había estado en la ciudad y a los dos días se dio cuenta


de que no tenía ni la más remota idea de qué hacer. Y allí,
parado en el centro de la plaza, mirando las altas edificaciones
que intentaban comérselo vivo, se sintió abrumado por
primera vez desde su llegada.

El dinero que tenía disponible había bajado


considerablemente, y también su euforia inicial.

Caminó por los puestos de la plaza preguntando por un


empleo a todo aquel que se le cruzaba, pero nadie parecía
percatarse de su presencia.

Al principio salió con miedo a las calles, caminando por lugares


oscuros y pasillos lúgubres. Su cabeza no dejaba de gritarle
que volviera a la comodidad del hotel, con sus sábanas
piojosas y baños compartidos. Pero su cuerpo caminaba por su
cuenta, poseído por alguna fuerza a la que no podía combatir.

Todo a su alrededor era húmedo y oscuro. Parecía estar


rodeado de las entrañas de algún monstruo que llevaba varias
décadas vivo. El piso pegajoso manchado por la sangre del
bicho, o el alcohol derramado por algún vagabundo, y los
pulmones colapsados por los gases que largaba su aliento
mortal, mejor conocido como el humo de las fábricas. Un bicho
inmenso y terrible que se sostenía en pie por los miles de
personas que caminaban por su cuerpo y sin darse cuenta lo
mantenían vivo.

Empezó a caminar con pasos rápidos pero frágiles, como si


tuviera miedo de despertar a la bestia.

Había perdido la cuenta de la cantidad de veces que estuvo a


punto de frenar en seco y volver corriendo al hotel, pero aún
hoy no tenía ni la menor idea de por qué no lo hizo.

Después de un rato esquivando grupos de alcohólicos y


cucarachas exageradamente enormes, escuchó a lo lejos
música sonando aún más fuerte que los latidos de su corazón.
Corrió tan rápido que las piernas se le acalambraron.
No estaba del todo seguro de por qué corría, pero sentía en los
huesos y en lo más recóndito de su piel que se estaba
acercando a eso que había estado buscando toda su vida.

Llegó a la calle principal de la ciudad y estaba seguro de que


nunca había visto algo tan hermoso. Las luces se encontraban
por todos lados y eran tan intensas que podría haberse
quedado ciego si las miraba en profundidad. Y él lo había
hecho. Tenía los ojos al rojo vivo del ardor y las lágrimas le
caían por los cachetes llevándose también su cansancio. El
lugar estaba lleno de carteles de teatros caros y otros que
rozaban la miseria.

Casper no tenía ni la más remota idea de cómo haría para


trabajar allí, pero lo haría.

Por Dios que lo haría.

Vio todo tipo de espectáculos, musicales mediocres con


presupuestos ínfimos, obras oscuras y otras mil cosas para las
cuales no existían palabras adecuadas.

Fueron días reiterados acercándose a los teatros en búsqueda


de cualquier puesto que tuvieran para ofrecerle. Pero nunca
tenían un hueco para él.
La euforia se iba desprendiendo de su cuerpo y dejaba un
espacio creciente para que entraran los miedos y la soledad.

Estaba lejos de su casa, con los pies fríos apoyados contra una
estufa rota y la nostalgia apretándole el pecho. Casi podía
sentir cómo las piezas empezaban a encajar en su cabeza, el
sutil sonido del clic retumbando cerca de los oídos mientras
veía las cartas oscuras de su tía sobre la mesa.

Se encontraba jodidamente solo.

El dinero se le había escurrido entre los dedos y la situación no


parecía prosperar. La gente lo ignoraba por completo, no
volteaban a verlo en la calle y ni siquiera se inmutaban cuando
se acercaba a hablarles. Empezó a dudar de su existencia,
como si su cuerpo hubiera desaparecido del plano terrenal y
sus pensamientos fueran el único resto efímero que quedaba
presente.

Todas las noches pedía a algún dios, o a cualquiera dispuesto a


escucharlo, que lo ayudara y le mostrara cuál era su camino.

Y un día al despertarse lo supo.


Tenía los ojos cerrados, divagando entre la delgada línea de la
conciencia, cuando notó el sonido del papel entrando por su
ventana. El pequeño folleto se apoyó sutil sobre el pilón de
ropa perfectamente doblada en la única silla y mueble de la
habitación.

Esperó impaciente a que el sol terminara de salir y casi cayó


rodando por las escaleras cuando se marchó. No conocía el
lugar, ni la calle, ni lo que esperaban de él, pero era joven y le
gustaba bailar y era lo único que pedían en aquel sitio.

Onza mayor 541. Las perlas de Eros.

El lugar no se parecía en nada a lo que había esperado.

Abrió la puerta con cuidado, como si al cruzarla estuviera


metiéndose de lleno en una trampa para osos. La sala estaba
reluciente y llena de objetos caros, hasta podía ver su reflejo
en el piso claro que parecía ser mármol. Había un mostrador
en el medio de la sala con una mujer rubia parada detrás.

—¿Buscabas algo? —preguntó con exasperación.


—Eh… sí. Encontré un folleto en la calle y vi que estaban
buscando bailarines. —Las palabras le salieron chillonas de su
boca, casi infantiles—. De preferencia jóvenes.

La mujer lo miró por completo, desde la punta de sus pies


hasta el último rulo de su cabeza. Su mirada era dura y lejana,
como si todo aquello no le importara en lo más mínimo.

Casper se sintió desnudo bajo sus ojos. Sus ropas eran viejas y
sus zapatos lo eran aún más. Contrastaban terriblemente con
el lugar.

—¿Cuántos años tenés? —preguntó con las cejas arrugadas.

—Dieciséis.

—¿Vivís solo?

No, con mis pa… Sí, vivo solo. —Decirlo en voz alta le hizo
temblar hasta la espina dorsal.

—Bueno, ¿qué más da? Yo no decido estas cosas. Pasa por la


puerta de allá y espera a que terminen —indicó, mirándose las
uñas—. Y no interrumpas, por favor, no interrumpas.
Entró decidido, con la cabeza en alto y a paso firme, pero al
adentrarse se quedó quieto, estático, apenas si salía aire de su
nariz.

El olor a alcohol fue lo primero que captó su cuerpo. Lo


segundo fue la falta de luz, casi pudo sentir cómo sus pupilas
se agrandaron de golpe y quedaron torpes por unos instantes.
La música fue lo tercero. Música exótica, bailable, con bajos
profundos que te calan hasta los huesos y te aceleran los
latidos.

El lugar estaba infestado de viejos ricachones sentados en


mesas individuales escurriendo sus manos por encima de sus
pantalones.

Nunca había visto algo tan grotesco.

En el centro había un escenario de unos cuatro pies de altura y


parados sobre él, tres hombres con pocas prendas, poquísimas
prendas, bailando con una sensualidad hipnotizante. No se
sentía en lo absoluto cómodo mirando aquello, pero tampoco
podía apartar la vista. Sus cuerpos parecían hechos de algún
imán poderoso y él era una cantidad jodida de metal. Se
contorsionaban de todas las maneras posibles, arrastrándose
por el suelo y soltando caricias y sonrisas a la gente. Y ellos
respondían tirando billetes a lo loco.

Se quedó paralizado enfrente de la puerta, con los pies


atornillados al piso y la mente teniendo mil cortocircuitos al
mismo tiempo.

Los recuerdos se volvieron difusos a partir de ese momento y


por más que intentara indagar nunca podía llegar a entender
cómo había empezado a trabajar allí, cómo había podido
exponerse tanto. Irónicamente su memoria funcionaba a la
perfección en el resto de las cosas, podía recordar todos y cada
uno de los bailes que había dado, todas las veces que se le
insinuaron de más, que intentaron cosas para las que no
estaba preparado.

Se repetía internamente que aquella plata estaría destinada


con exclusividad a formarse como artista. Todo aquello no era
más que una bola inmensa de problemas que debía esquivar
cuando llegara el momento oportuno, pero la bola parecía
nunca dejar de crecer.

Odiaba aquel lugar, lo odiaba tanto que casi podía sentir cómo
sus entrañas se apretaban al pensarlo.
Fueron tres años de no tener ni la menor idea de lo que estaba
haciendo, de dormir pocas horas y despertarse de golpe por
pesadillas cargadas de miradas deseosas y manos alrededor de
su cuerpo.

De noche ya no podía soñar y aprendió a hacerlo estando


despierto.

Encontró, sin saber cómo, la forma de desconectar físicamente


por un rato, de apagar la mente y concentrarse en cualquier
otra cosa.

Y ahora, después de tres años allí y cuatro más en el circo,


estaba sintiendo lo mismo. Un vacío que se expandía por sus
venas y lo adormecía.

Había aprendido a divagar entre sus pensamientos, a meterse


en piletas llenas de palabras y sensaciones amigables,
escuchando canciones lejanas y cantos profundos.

Entró a la habitación de Oskar y se sumergió en un mar de


música que por un rato lo contuvo.

CAPÍTULO 42
BASTIAN
Sentado arriba de un pilón de pajas, Bastian cerró los ojos e
intentó dormir. Pero no pudo evitar que su cabeza se
expandiera en mil direcciones, y le llegaran ráfagas frenéticas
de imágenes indecentes entre el presentador y Casper.

Necesitaba caminar y concentrarse en otra cosa.

Así que se levantó y lo hizo.

Quería investigar, recorrer cada milímetro que abarcara el


circo. Abrió puertas, atravesó vagones repletos de gente, de
harinas y de otras cantidades excesivas de objetos. No tenía ni
idea de adónde se dirigía, o qué era lo que buscaba, pero
necesitaba caminar.

Por fuera del tren había unas pasarelas de metal que


bordeaban los costados de los vagones. Se podía andar por ahí
y también se podía sentir la muerte.

Era como caminar sobre la nada misma.

Todo era bombeos y ruidos. Ruidos del viento. De su propio


cuerpo pidiéndole que saltara y se tirara contra la locomotora
hirviendo. Del tren galopando a cien kilómetros por hora. De
los árboles chocando contra ellos mismos. De los trabajadores
riendo en su interior. Una cadena de sonidos que mezclados
sonaban como clavos arañando una placa de metal.

Y caminó, consciente de todos sus movimientos, mirando las


pequeñas ventanas y lo que albergaba cada una en su interior.
Salas vacías, llenas de polvo y cosas olvidadas, otras repletas
de vida, con música y gente festejando estar viva.

El tren era largo, y cuando sus piernas se cansaron decidió


refugiarse en la primera sala decente que encontró. Miró por
una de las ventanas, pero apenas era perceptible lo que había
dentro porque grandes cortinas lo cubrían todo, y en los
espacios en los que la tela no llegaba la luz tampoco lo hacía.

La iluminación más grande que entraba en la habitación era la


de la luna menguante. Una luz tenue, apagada, como si tuviera
miedo de alumbrar.

Estuvo unos buenos minutos forzando la cerradura hasta que


la puerta cedió.

La sala estaba abarrotada de cajas relativamente grandes y


marrones, sin ningún tipo de etiqueta o marca que indicara
nada.
Reinaba un olor a canela chicloso y familiar. Ese tipo de
perfumes que son más que perfumes, que por más que
intentes evitarlos se terminan colando por alguno de tus
orificios y te penetran el cuerpo con aromas dulzones y
empalagosos.

Se acercó a las cajas e intentó abrirlas, pero las tapas se


encontraban cerradas con clavos finos y largos, manteniendo
todo bien alejado de cualquier ojo curioso.

Levantó un alambre grueso del piso y lo enrolló alrededor del


clavo más suelto de la caja. Estuvo un buen rato haciendo
fuerza para quitarlos uno por uno. Corrió la tapa con cuidado,
manchándola con gotitas opacas de sangre. Sangre que corría
a través de una herida corta pero profunda que se había hecho
con el metal.

Pedazos de aserrín cubrían como una primera capa el interior


de la caja. Metió la mano y sacó una botella de vidrio opaca
que se sentía fría al tacto, como si hubiera sumergido la mano
en un charco helado.

No tenía ninguna etiqueta o marca, una botella negra lisa sin


más. Estaba cerrada con un corcho bien incrustado, que
destapó con una técnica aprendida en alguna taberna perdida.
El olor a canela invadió por completo sus pulmones.

Canela mezclada con otras sustancias que no reconocía pero


que indiscutiblemente eran fuertes. Ya no era un cosquilleo
amigable, eran torrentes de ácido subiendo por las fosas
nasales, intentando incrustarse en las paredes de su piel hasta
quemarla. Se sentía como tomar alcohol puro por la nariz.

Después del golpe inicial, fue acostumbrándose a la sensación.


Notaba cómo sus pies se aflojaban cada vez que acercaba la
nariz a la botella, cómo sus brazos se sentían más livianos, a
punto de levitar por su propia cuenta. Sus pensamientos
dejaron de ser espinas contra su cráneo y se volvieron suaves y
amables, llenos de sensaciones a las que no estaba
acostumbrado.

Cada partícula de polvo le fascinaba. Cada tablón de madera


levantado, cada mancha de humedad en la pared.
Absolutamente todo le parecían obras de arte.

Por más que quisiera, y no quería, no podría despegar su nariz


del pico de vidrio.

De chiquito amaba la canela porque lo hacía sentirse en un


hogar, de esos que leía en los libros, en donde todo era amor,
dulces y olores agradables.
En las mañanas más felices se levantaba y lo primero que
notaba al abrir los ojos era ese aroma que mezclado con harina
y miel inundaba todos los cuartos de la casa. Bajaba corriendo
las escaleras como si sus piernas le pidieran
desesperadamente que se moviera rápido. Una vez en la
cocina, esperaba paciente en la mesa a que su papá le sirviera
su porción de panqueques, calentitos y esponjosos. Al
comerlos se olvidaba de todo lo que lo rodeaba porque los
panqueques tenían el poder de apagar su interruptor mental,
saboreando con la lengua la comida y el dulce de leche y todos
y cada uno de los sabores. Los primeros días fueron increíbles,
todo parecía colorido y vivo. Pero poco a poco empezó a notar
un patrón en común y dejó de bajar con tanto entusiasmo. O
dejo de bajar en lo absoluto. Los días de panqueques
indicaban malos días de su madre, días en los que no paraba
de llorar, de lastimarse, de lastimarlo a él con la mirada y las
palabras a medio salir, con los pensamientos que él sabía que
se le estaban cruzando por la cabeza.

Y odiaba cuando se comunicaba de esa forma. Odiaba su


silencio y las lágrimas que le caían por los ojos, odiaba cómo
cada vez que se acercaba lo hacía con cuidado, con miedo,
como si el mero hecho de tocar su piel implicara una muerte
dolorosa.
La canela de a poco dejó de ser hogar y calor, y se convirtió en
algo más rebuscado, lleno de lazos inconclusos y decepciones.

Y ahora volvía a sentir lo mismo. Cada respiro cerca de la


botella indicaba la falta de lo que no tenía, lo llenaba de una
excitación embriagante, de una felicidad falsa.

Se sentía tan tan vivo, como si todo lo que había pasado en su


vida hubiera estado escrito para llegar a este momento. Como
si todo lo que alguna vez había pensado se esfumara de golpe,
y ya no importaba el tiempo, o el dolor, o cualquier
sentimiento desagradable que hubiera experimentado. Estaba
él solo, sentado en el piso de una habitación sucia y
destartalada, rodeada de ratas ocultas y polvo viejo, pero en
su interior contenía el universo entero.

Cada partícula del universo era él, y él era cada partícula, cada
átomo, cada ser vivo.

Empezó a llorar y a reír, y a reír llorando. No entendía por qué,


pero ya no era dueño de sus emociones ni de sus movimientos.

Si cualquier persona hubiera entrado en la habitación en aquel


momento posiblemente hubiera pensado que estaba
atravesando algún brote psicótico. Y quizás lo estaba teniendo.
Sus ojos se movían veloces, intentando captar todas las
sensaciones, todos los colores, todas las luces y sombras. Sus
manos todo lo tocaban, acercándose a cualquier textura que le
llamara la atención y pasando los dedos, la cara y la lengua por
ellas, saboreando el sinfín de explosiones que sentía al
hacerlo.

Y cada vez que esa sensación empezaba a desvanecerse se


llevaba otra vez la botella a la nariz y dejaba que inunde otra
vez sus sentidos.

No tenía ni idea cómo ni cuándo, pero en algún momento


determinado cayó derrumbado.

Sus hombros fueron lo primero en tocar el piso, retumbando


en un golpe seco, como una librería volteada que de repente
deja caer todos sus libros. Y el último libro en estrellarse, su
cabeza, cayó fuerte contra la madera húmeda, chocando de
lleno contra el piso.

CAPÍTULO 43
OSKAR
Oskar estaba en su habitación, esperando impaciente que
tocaran la puerta. Había tenido un día de mierda y necesitaba
descargar toda esa grotesca energía en alguien.
Ya reinaba el mal humor y no podía ni imaginarse lo que
pasaría cuando naciera el bebé de Padme. Todos los días se
cuestionaba cuál había sido el detonante en su vida, pero en
todas y cada una de las veces se le venía su cara a la cabeza.
Con sus cachetes gordos y su pelo encrespado en todas las
direcciones, toda amorfa y odiosa. Ella con sus paranoias, con
sus miedos irracionales, con su puta voz gruesa y la panza que
no paraba de crecer. Todo en ella representaba una vida que
no quería. Casi la había confundido con un ángel la primera vez
que la vio, casi pudo ver cierto parecido con Dorotea, un aire
que las envolvía a ambas y las hacía parecer hermanas. Y
viéndolo mejor, quizás lo que las unía era la locura que veía en
sus ojos.

Hacía un par de noches había visitado el bar de Berko, estaba


ebrio hasta la médula y apenas podía pronunciar su nombre,
tenía todos los recuerdos borrosos porque la información le
llegaba de manera confusa a la cabeza. No entendía la mitad
de las cosas que pasaban a su alrededor, y tampoco entendió
cuando su amigo más íntimo se acercó para aconsejarle que se
marchara de una vez. Ni cuando el mozo se escabulló entre la
gente, con una sonrisa en la boca, para entregarle una nueva
copa de vodka y una pastilla extraña.

Lo único que sabía era que aquella era su noche, que la suerte
estaba de su lado como nunca lo había estado y que la estaba
pasando espectacular, por fin lejos de Padme y el bebé y el
circo y cualquier preocupación.
En ese momento realmente sentía que estaba manejando la
situación y que volvería a su casa con las manos repletas de
joyas y títulos. Por lo que, cuando a la mañana siguiente
despertó con un dolor de cabeza impresionante y con la
sensación de que le habían arrancado el alma a puñetazos,
supo, antes de siquiera verlo, que había metido la pata hasta el
fondo.

Nunca en toda su vida se había sentido así de imbécil.

Imbécil.

Imbécil.

Imbécil

Y ahora, días después, todavía podía notar cómo el humo


empezaba a emanar de su cuerpo por la sangre hirviendo que
le corría entre las venas. Recorrió famélico la habitación,
caminando en círculos como si realmente estuviera
dirigiéndose a algún lugar.

Pensó en el circo, en la gente que trabajaba para él y en las


familias que se quedarían sin hogar si no hacía las cosas bien.
Pensó en la idea de cerrarlo, en dejarlo morir de una vez por
todas, en escaparse con el dinero que no había tirado sobre la
mesa de póker y correr lo más lejos que sus caballos y patas le
permitieran. Pensó en abandonar a su esposa en la carpa para
que se la devoraran los empleados, hambrientos de venganza.

Y casi por un instante se sintió en paz, sin responsabilidades ni


ataduras, pero el circo era lo único que tenía, y le aterraba aún
más la idea de dejarlo caer.

Se sobresaltó al ver a Casper parado en el medio de la sala.


Nunca se iba a terminar de acostumbrar a que apareciera de
golpe, con su cuerpo hecho de humo y sus pasos silenciosos.

—Por más que no hagas ningún ruido, aprendí a notar tu


presencia —mintió.

—Tendré que entrenarme mejor, entonces.

Tenía puesto uno de sus atuendos favoritos. Unos pantalones


celestes ajustados que le marcaban todo y una remera
transparente que encuadraba los rasgos finos de su rostro.

Le quedaba espectacular.
CAPÍTULO 44
BASTIAN
Y así, tirado en el suelo, despatarrado como un cadáver
reciente, Bastian empezó a delirar con millones de objetos, de
tiempos y colores que no había visto en su vida.
Despertándose ocasionalmente para doblarse por la mitad y
vomitar todo lo que alguna vez había entrado por su cuerpo.

Después de algunas horas, cuando el olor a vómito


impregnaba por completo el lugar y el sol estaba a punto de
comenzar a salir, Bastian abrió los ojos.

Se sintió a punto de morir, como si estuviera por atravesar


todas las muertes existentes al mismo tiempo, saboreando
cada una y no llegando a desaparecer en ningún momento.

Sabía que tenía que moverse, que debía limpiar el vómito,


acomodar todo en su lugar y ponerse a investigar qué mierda
pasaba con ese líquido canela, pero no tenía fuerzas. Se quedó
quieto, muy quieto. Alejando su cabeza de los choques
eléctricos que le atravesaban el cuerpo, de los temblores, de lo
jodidamente mal que se sentía y de las ansias de volver a estar
como la noche anterior, de lo tonto que había sido, de lo
enojado que estaba con él y con el mundo y con todos los
putos animales, átomos y plantas del planeta.
Se agarró del remolino de apatía, decepción y sentimientos
que le estaba creciendo en el pecho y se levantó. El lugar
parecía moverse en un sinfín de direcciones. Los pisos
bailaban, las paredes se acercaban de golpe, rápido, muy
rápido, como si buscaran aplastarlo y dejarlo fino como una
hoja de papel.

Sintió cómo la bilis le subía nuevamente por la garganta,


llenándolo de un sabor amargo.

Agarró un trapo viejo que se encontraba bajo la puerta y lo


apoyó contra el vómito, levantando la mayor cantidad posible
de mierda.

El menjunje era líquido en su mayoría, pero notaba los


pedazos sólidos de comida bajo la tela, como si intentara
escurrirse entre los pliegues y manchar sus manos.

Era repulsivo.

Cuando el trapo no fue capaz de absorber nada más, se acercó


a la ventana abierta y lo tiró. Salió disparado por la velocidad
del tren, bailando en el aire y desprendiendo de golpe los
pedazos peor sujetados.
Ahora, cuando el dolor de cabeza no lo invadía y lo dejaba
articular pensamientos sin que sintiera su cráneo explotar,
comenzó a indagar en todo lo que había pasado.

Siempre presintió que el olor a canela de los shows tenía algo


embriagador por demás, algo que invitaba a abrir las fosas
nasales y dejar entrar la mayor cantidad de aire que los
pulmones permitieran. Pero era muy sutil, exageradamente
sutil, se percibía por un segundo y tu cabeza dejaba de pensar
en eso. Se concentraba en el show por venir, en los colores que
de repente empezaban a tornarse más intensos, en la música
que como por arte de magia parecía dirigir las emociones.

Pero ahora empezaba a entenderlo, a comprender la razón por


la que la gente salía fascinada del show, como si hubieran
presenciado el espectáculo más grande de todos los tiempos,
como si hubieran visto magia por primera vez.

Porque los drogaban.

De alguna forma esparcían el olor a canela por toda la carpa,


de alguna forma lograban que cada uno de los espectadores se
sumergiera en una ensoñación perfecta, que recomendaran el
show como la mejor sensación de su vida y fueran corriendo a
vendérselo a sus conocidos.
Lo suficientemente macabro como para que nadie notara nada
extraño. Era un plan excelente, cerraba por todos lados.

La euforia empezó a crecerle en el pecho. Tenía que investigar


mejor, recopilar las pruebas necesarias como para tener una
buena carta bajo la manga. Una carta lo bastante pesada como
para que cambiara por completo el juego a su favor.

Cuando todo había quedado medianamente decente se


marchó de la habitación, escondiendo la botella de canela
entre los pliegues de sus ropas.

Le entró una necesidad imperante de encontrar a Casper y


contarle lo que había descubierto, de advertirle sobre lo que
pasaba realmente en el circo.

CAPÍTULO 45
BASTIAN
—Arriba pajeros, llegamos a … —Quien sea que estuviera
hablando cortó la frase por la mitad—. La verdad es que no
tengo ni idea de dónde estamos, pero llegamos.

Bastian escuchaba las voces a lo lejos, con los ojos aún


cerrados.
—Koronto —respondió una segunda voz femenina, tenía un
tono grave, fuerte, al borde de resultar masculino—. Estamos
en Koronto.

Bastian abrió los ojos de repente y sintió que también se le


abría el pecho.

Koronto.

K o r o n t o.

Los últimos diez años se los había pasado enviando sobres allí,
esperando con una ilusión infantil recibir una respuesta a
cambio. No se sentía preparado como para regresar a su
ciudad natal, para volver a su gente, a su colegio, a sus parques
inmensos llenos de barro y espinas, y mucho menos para
volver a ver esa estructura alta de ladrillos y madera.

Su casa.

Tenía un miedo impresionante en el pecho porque existía la


posibilidad de volver a verla. De asimilar de una vez por todas
que tenía una madre y que lo había abandonado.
No tenía ni la más mínima idea de cómo reaccionaría, de cómo
se movería su cuerpo una vez que estuvieran frente a frente,
sin ningún tipo de barrera que le impidiera hacer nada. La
última vez que la vio fue la noche en que decidió marcharse
con sus padres, no había dado explicaciones ni se acercó a
despedirse cuando se fue. Bastian la vio marcharse desde la
ventana de su cuarto, sujetando una valija diminuta entre sus
brazos y con los ojos rojos de llorar.

Su padre le había explicado que ella estaba enferma y


necesitaba algunos días para sanar, pero Bastian nunca la
había visto toser ni tener ampollas o las cosas extrañas que
tenían los enfermos, le llevaría mucho tiempo entender que su
enfermedad pasaba por otro lado, que estaba llena de capas y
sentimientos complejos.

Las semanas pasaban y Bastian supo en lo profundo de su


corazón que su madre no volvería a buscarlo, que lo había
dejado abandonado en una casa que no hacía otra cosa más
que gritarle cosas que no quería escuchar. Y de repente, antes
siquiera de empezar a sanar, le arrebataron también a su
padre.

Cerró los ojos con fuerza para escapar de su mente, y esperó a


que las demás personas bajaran del vagón para hacerlo
también. El sol estaba en lo alto del cielo, brillando como si
quisiera prender fuego todo a su paso.
Si cerraba los ojos con fuerza podía escuchar las voces
distantes, susurrando a su espalda, y no podía imaginar otra
voz más que la de su madre, o la que creía que ella tendría,
pidiéndole que se acercara a buscarla. Y supo que lo haría.

Pasó el resto del día apilando, moviendo y acomodando


innumerable cantidad de cosas. Seguía de cerca un grupo con
el que en su vida había trabajado, imitando sus movimientos,
evitando sus preguntas, pensando en su niñez y en los pocos
recuerdos que guardaba de ella. Sentía una mancha enorme
de tinta en el cráneo, como si la lapicera con la que habían
escrito su vida se hubiera explotado y con ella destruido su
memoria.

Sacó con cuidado la botella que tenía escondida entre los


pliegues de la chaqueta e inhaló profundo, dejando que la
canela entre con furia por sus fosas nasales.

Al instante se empezó a sentir bien, exageradamente bien. Su


cabeza se encontraba en paz, convirtiendo todos y cada uno de
sus pensamientos en cenizas.

No tenía ni la más mínima idea de lo que haría cuando llegara,


pero se puso en marcha a encontrarse con lo único de su
pasado que seguía respirando.

También podría gustarte