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Pleasure with Business

Una historia corta de Beautiful Monsters

Jex Lane
Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, negocios, lugares, eventos e
incidentes son productos de la imaginación del autor o utilizados de manera
ficticia. Cualquier parecido con personas, vivas o muertas, o eventos reales es pura
coincidencia, o se usa con permiso.

Pleasure with Business © 2018 por Jex Lane.


Reservados todos los derechos.

JexLane.com

Beautiful Monsters™ es una marca comercial de Jex Lane.

Editado por Michelle Rascon


Diseño de portada por Mirella Santana
SINOPSIS

El lord vampiro Loth es un temible guerrero que invoca el terror en aquellos


que se enfrentan a él..., y el íncubo Drusen quiere probarlo. Está ansioso por ello. ¿El
problema? Las dos especies han estado en guerra durante miles de años, y acercarse a
un vampiro como Loth significa una muerte segura.
Pero por su sabor podría valer la pena morir...
CAPÍTULO 1

Oeste de Wyoming. Bar de carretera Rencarnación

El letrero de neón que decía «Rencarnación» proyectaba un parpadeo rojo en el


aparcamiento de tierra. Su fuerte zumbido era una ominosa advertencia de que se
mantuviera alejado. Drusen lo ignoró mientras se dirigía a la desgastada entrada,
deteniéndose para agarrar con fuerza el pomo de latón antes de abrir la puerta y entrar.
A diferencia de la mayoría de los bares de carretera en medio de la nada, aquel
no tenía la música a todo volumen ni estaba lleno de cuerpos calientes a pesar de ser
viernes por la noche. No. Los humanos no iban allí para comer o divertirse; los
humanos eran la comida y la diversión.
Una treintena de vampiros dirigió su atención a Drusen. Se le secó la boca. Un
humano que se tropezara con aquel lugar podría tener una oportunidad de salir con
vida. Los vampiros jugarían y se alimentarían, y luego compelerían al humano para
que olvidara el calvario. Pero ¿para un íncubo como Drusen? Aquello era un suicidio.
Los vampiros nunca se contenían cuando se trataba de su especie. Los íncubos y los
vampiros habían sido enemigos mortales durante miles de años —tal vez más— y el
odio era profundo, entretejido en cada faceta de sus respectivas sociedades.
Un gruñido salió de uno de los vampiros y la adrenalina de Drusen se disparó,
provocando más gruñidos. Al no haber estado nunca tan cerca de los vampiros, le
costó todo lo que tenía para no huir. Estaba allí por una misión y la cumpliría.
Vio a su objetivo casi de inmediato. Se obligó a caminar a través del bar de
carretera, pasando por los vampiros, por los humanos compelidos de los que estaban
alimentándose, por una súcubo casi desnuda encadenada a una mesa, con el cuello y
el interior de los muslos llenos de marcas de mordiscos. Los ojos de ella se abrieron
de par en par cuando vio a Drusen y pareció suplicarle que la ayudase. Si él intentaba
ayudarla en ese momento, ambos acabarían muertos.
Apartó su mirada de ella y se dirigió hacia la cabina de la esquina. Un vampiro,
alto, de piel pálida y pelo largo y rojo como el fuego, estaba sentado allí. Tenía un
aspecto regio, con una camisa de vestir blanca, un chaleco negro y un broche de
esmeralda en el cuello. Sus ojos rojos miraban a Drusen mientras la diversión se
extendía por su rostro.
—Íncubo... —Su voz suave y etérea envió ondas de placer hasta la polla de
Drusen.
—Loth —logró susurrar, recordando la primera vez que había visto al vampiro.
Drusen era joven. Apenas comenzaba a desarrollar sus habilidades de íncubo
cuando los vampiros atacaron la finca donde vivía y trabajaba. Los mercenarios habían
respondido rápidamente, al igual que los íncubos guerreros. En pocos segundos se
desató una batalla. Cientos en cada lado, y en media hora, miles. Drusen, que no era
un guerrero, hizo lo que se esperaba de él y se escondió dentro. Pero de vez en cuando
se asomaba por una ventana para ver lo que estaba pasando. Los lores vampiros
llenaban el cielo. Algunos con alas, mientras que otros tomaban la forma de
murciélagos, pájaros o niebla oscura.
Un vampiro llamó la atención de Drusen por encima de todos los demás: Loth.
Había algo en el pelo rojo brillante, en los largos colmillos en forma de daga y en las
gotas carmesíes que cubrían el rostro de alguien que se deleitaba con la emoción de la
batalla, que Drusen no podía apartar la mirada. Observó cómo Loth se abalanzaba
sobre un íncubo guerrero, cómo agarraba a la pobre criatura por las alas y cómo las
arrancaba con una fuerza frenética. La sangre cubrió el aire mientras Loth lanzaba un
rugido triunfal de batalla y dejaba caer a su enemigo aún vivo al suelo, muy por debajo
de él. El terror se apoderó de Drusen, como era de esperar para alguien tan joven,
pero fue la lujuria que lo llenaba lo que lo sorprendió con la guardia baja. Lujuria. Por
un vampiro. El enemigo. Prohibido.
Más tarde, cuando la batalla había sido ganada y los vampiros se habían retirado,
Drusen pasó más horas de las que jamás admitiría jugando con su polla, pensando en
el vampiro pelirrojo. Y a medida que pasaban los años, la tentación de rastrear al
vampiro creció hasta convertirse en una obsesión. Una obsesión que nunca se atrevió
a llevar a cabo. No podía. Un íncubo sería destrozado por cualquier vampiro. Tenía
que mantenerse alejado.
Hasta ese momento.
Las cosas estaban cambiando.
El mundo estaba cambiando.
El Príncipe de la Sangre caminaba. Las alianzas estaban destruyéndose y
rehaciéndose. Para Drusen significaba una oportunidad para conseguir lo que
deseaba.
—¿Qué te trae a Wyoming, pequeño y valiente íncubo? —le preguntó Loth.
Drusen resistió el impulso de inclinarse en su dirección.
—Tú —susurró.
La sonrisa de Loth se amplió. Sus colmillos brillaron en la escasa luz y el corazón
de Drusen se aceleró al verlos. Loth hizo un gesto para que el vampiro que estaba
sentado frente a él se apartara. El vampiro se alejó tan rápido que Drusen ni siquiera
lo vio irse. Loth volvió a hacer un gesto hacia el asiento ahora vacío, con sus dedos
apuntando con finas garras, aunque Drusen sabía que podrían ser mucho más largas
y afiladas si el vampiro lo deseaba.
—Acompáñame.
Drusen lo hizo.
Loth hizo un ligero movimiento con sus dedos y los otros vampiros desviaron
la mirada, volviendo a comer, jugar o charlar en un tono tan bajo que Drusen no podía
entender lo que decían.
—¿Y qué puedo hacer por ti, íncubo? —La sonrisa de Loth permaneció fija en
su rostro, claramente entretenido por la idea de un íncubo entrando en una guarida
de vampiros.
—Yo... —Drusen tragó saliva—. He oído que has firmado el pacto del Príncipe
de la Sangre. Que tú y los que te siguen lucháis con él... —Loth entrelazó los dedos y
apoyó la barbilla en ellos—. Que ya no... nos matáis... —Drusen se interrumpió
durante un momento cuando la lengua de Loth recorrió uno de sus colmillos
superiores—. Así que... había pensado que ya no nos tenías como esclavos...
—Yo he firmado el pacto, pero hay muchos que se oponen al Príncipe de la
Sangre y a su Consejo de Caudillos. —Los ojos de Loth se desviaron hacia la súcubo,
dirigiendo la atención de Drusen hacia ella—. ¿Estás aquí para intentar salvarla?
¿Negociar por su vida, tal vez?
—Yo... Yo... No. No es por eso por lo que estoy aquí.
—Hm. —Loth volvió a apoyarse en sus dedos, estudiando a Drusen, quien sabía
que su estructura más pequeña, sus rasgos aniñados y el pelo y la ropa elegantes hacían
que atrapar una polla fuera fácil para él. Podía entrar en cualquier bar y tener una
pareja en minutos, y todo eso sin usar ninguna de sus habilidades de íncubo para
manipular las emociones.
Los ojos de Loth se detuvieron en el cuello del íncubo y su lengua pasó por
delante de sus colmillos, mojando sus labios esta vez.
—No tengo toda la noche, pequeño.
—Te deseo —le soltó Drusen, sin molestarse en ocultar su ansiedad, algo de lo
que el vampiro probablemente disfrutaría. Podían oler el miedo. Lo sabían. Los
irritaba. Los encendía.
Los ojos de Loth se entrecerraron; un depredador afianzando a su presa.
—¿Me deseas?
—Sí.
—¿Y cómo me deseas? —La pregunta era juguetona. Loth sabía muy bien lo
que Drusen deseaba.
Drusen dejó escapar un pequeño y frustrado gemido. Podía amoldarse para
encajar en cualquier situación, utilizar su impresionante habilidad con la lengua para
convencer a todo el mundo —desde un macho humano heterosexual hasta el más
noble de los íncubos— de que se acostase en su cama. Habilidades que lo habían
llevado lejos en la vida. Pero se sentía fuera de su ámbito cuando se trataba de los
chupasangres. Dios, su piel ardía tanto que amenazaba con derretirse. La criatura con
la que había fantaseado durante años estaba sentada a solo unos metros de distancia,
y no podía averiguar cómo convencerlo de que se lo follase a lo tonto. Ah, y tal vez
no matarlo tampoco. Eso sería fantástico.
Resultó que no tuvo que idear una respuesta. Parpadeó y Drusen se encontró
tumbado bocabajo sobre la mesa, con las afiladas garras de Loth clavándose en su
cuello, amenazando con romperle la piel. Si se movía, lo harían.
—¿Es esto lo que deseas?
Drusen cerró los ojos. Porque sí, sí, aquello era lo que quería. Quería ser
inmovilizado, controlado y totalmente poseído.
Loth rasgó la tela de la espalda de la camisa de Drusen, abriéndola. Las puntas
de las garras le recorrieron la piel, haciendo que temblara de placer y de miedo.
—Desabróchate los pantalones, bájatelos y luego ponte de rodillas, con el culo
en el aire —le ordenó Loth.
Drusen se apresuró a hacerlo, abriendo el botón de sus pantalones negros y
empujándolos junto con su ropa interior hasta los muslos. Con Loth todavía
sujetándolo del cuello, se puso de rodillas, exponiéndose. Fue entonces cuando se dio
cuenta de que todos los demás vampiros se habían callado. No se atrevió a mirar,
manteniendo los ojos cerrados. Su respiración se entrecortaba mientras una mano le
agarraba una nalga y luego la otra.
—¿Qué te hace pensar que disfruto con los hombres? —le preguntó Loth.
Drusen podía sentir que el vampiro estaba detrás de él, pero la pregunta sonaba
como si se la hubieran susurrado al oído.
—Soy un íncubo —exhaló Drusen.
—Así es.
Loth se rio y un dedo frío presionó el culo de Drusen, quien dejó que se formara
allí un gel resbaladizo —una habilidad que tenían todos los íncubos—, y se preguntó
si el vampiro pretendía introducir una garra..., si pretendía sacar sangre. No podía
decidir si deseaba eso o no.
—Los íncubos sois tan sensibles, ¿verdad? Tan fáciles... —El dedo romo
presionó y Drusen no pudo evitar dejar escapar un jadeo. Y cuando el dedo se curvó
hacia adelante, presionando contra su próstata, gimió tan fuerte que no había forma
de que ningún vampiro no se hubiera dado cuenta. Pero se sentía tan bien...
Demasiado bien—. Íncubo —susurró Loth—. ¿Qué te hace pensar que eres digno
de tenerme?
El dedo desapareció, al igual que la mano firme en su cuello.
Después, no hubo más que silencio.
Drusen se armó de valor para abrir los ojos, solo para descubrir que las luces
estaban apagadas y que todo el bar de carretera se había despejado.
No había ninguna súcubo encadenada.
No había humanos alimentadores.
No había vampiros.
No estaba Loth.
Nada.
La luz roja entraba por las ventanas. Parpadeó durante unos segundos hasta que
también se apagó, dejando a Drusen desnudo en la oscuridad.
Su cuerpo se desplomó sobre la mesa.
Joder.
CAPÍTULO 2

En medio de la nada, Wyoming. A la noche siguiente

A lo largo de los años, Drusen se preguntó a menudo por qué Loth había hecho
de Wyoming su hogar. Claro que era territorio de vampiros, pero no había muchos
humanos, y no pasaba mucho. Pero al mirar el cielo abierto cubierto por un manto
de hermosas estrellas, Drusen podía entender por qué a Loth podría gustarle aquel
lugar. Era una criatura que gobernaba la noche, y en el campo, la noche se sentía como
algo vivo, que respiraba. Algo divino en la naturaleza.
Drusen respiró profundamente el frío aire nocturno y continuó su camino a
través de la extensa pradera. Había aparcado su coche unos kilómetros más atrás,
pensando que llegar a pie podría ser más seguro de alguna manera, como si fuera una
amenaza menor. Se rio. Dada su estatura, dudaba que algún vampiro lo viera como
una amenaza física.
Los pelos de la nuca se le erizaron, y no estaba seguro de si era porque alguien
estaba observándolo o porque se acercaba al velo mágico que ocultaba la casa de Loth.
Probablemente ambas cosas.
Pasaron cinco minutos más antes de que llegara al velo. No pudo verlo tanto
como sentir que un deseo antinatural de irse iba surgiendo en su interior. Luchó
contra él, sabiendo que era magia, y siguió adelante, atravesando la barrera invisible.
—Dios —jadeó.
Drusen se había equivocado al decir que Loth vivía en una casa. Loth vivía en
un maldito castillo. Un enorme castillo de piedra gris que se alzaba en lo alto, con
altas torres y gárgolas. Hermoso. Impresionante. Y totalmente inesperado en el medio
de Wyoming.
—Eres un pequeño demonio sexual persistente, ¿verdad?
Drusen miró a su alrededor. Nada. Estaba solo.
—No soy un demonio —le dijo al vacío, controlando sus rasgos para ocultar su
molestia por el insulto—. Pero ya lo sabes. Y puedo ser persistente... cuando quiero
algo.
Loth se rio desde algún lugar que no se veía.
—Soy un amante bastante decente, pero no puedo decir que haya hecho que
alguien arriesgue su vida para montar mi polla antes. Es halagador.
—¿Mi vida está en peligro?
—El miedo que viene de ti, que huele delicioso, por cierto, me dice que ya sabes
la respuesta a esa pregunta.
Drusen miró a las gárgolas inmóviles.
—Anoche me preguntaste por qué creo que soy digno de tenerte.
—Lo hice.
—No soy digno. No soy un guerrero ni nadie importante. No tengo un título,
ni una riqueza extrema, ni una propiedad. Soy un comprador de arte para varias casas.
Cualquier cuadro que se te ocurra, incluso los que supuestamente se perdieron en el
tiempo, sé dónde encontrarlos y cuánto costarán. Puedo facilitar el trato, y ese es el
fin de mi valor. No soy digno del lord de este castillo. Pero aun así realmente quiero
que me folles. Es algo en lo que he estado pensando durante mucho tiempo.
El aire pareció congelarse alrededor de Drusen mientras esperaba una respuesta.
Se había pasado el día contemplando lo que podría hacerlo «digno» para el vampiro.
Dudaba que fueran títulos impresionantes o respuestas arrogantes. No, a aquel
vampiro no le gustaba hacer una escena. Solo aparecía cuando se le llamaba para
luchar, para liderar, y luego desaparecía de todos los informes que los íncubos tenían
sobre él. Alguien así no querría una teatralidad grandilocuente o una lista de hazañas.
Alguien como Loth querría un amante más sumiso. Como un comprador de arte.
No hubo respuesta. Y no es que le sorprendiera.
Drusen esperó unos momentos más antes de decidir que no debía agravar más
al vampiro aquella noche. Tenía suerte de seguir vivo; bien podría irse con su piel
intacta y volver a intentarlo más tarde. Con no poca decepción, se volvió para
atravesar el velo de nuevo y comenzar la larga caminata de regreso a su coche.
Al atravesar la magia, el castillo detrás de él desapareció, y un enorme caballo
negro se paró frente a él, con un arnés hecho de cuero negro adornado. Sus temibles
ojos parecían como si un fuego vivo ardiera dentro de los orbes.
Loth estaba sentado, noble y orgulloso, en el lomo del caballo. Llevaba una capa
negra, y sus ojos eran del mismo color verde que su broche de esmeralda. Miró a
Drusen con dureza. La impresionante visión hizo que Drusen retrocediera a
trompicones.
—Corre —le ordenó Loth.
—¿Qué?
Los iris de Loth se volvieron rojos en los bordes y gruñó:
—Corre.
El caballo relinchó, pisoteó con una pezuña y sus ojos comenzaron a arder con
un espeso humo negro. Los ya afilados rasgos de Loth se volvieron más aguzados,
crueles e inhumanos.
Un terror antinatural se apoderó de Drusen. Luchó contra el miedo. Años de
práctica lo ayudaron a mantener su forma de íncubo encerrada, pero sus piernas
estaban golpeando el suelo antes de saber que estaba corriendo. Sus músculos ardían
y sus pulmones no podían seguir el ritmo.
Debía estar a medio kilómetro de distancia cuando escuchó los golpes de los
cascos yendo tras él. No se atrevió a mirar hacia atrás; la necesidad de llegar a su coche,
de ponerse a salvo, lo superaba. Todo su cuerpo tembló, y su pie se enganchó en una
roca e hizo que se cayera al suelo. Se dio la vuelta a tiempo para ver a Loth y a su
montura descendiendo sobre él. Las patas negras del caballo tenían grietas de pulsante
lava fundida. Al correr, había dejado un camino de huellas de cascos marcadas en el
campo.
Con un movimiento impecable, el vampiro desmontó. Drusen se puso de pie,
con la mente acelerada. Corre. Peligro. Vampiro. Muerte. Una y otra vez, las palabras
llenaban cada uno de sus pensamientos.
No llegó muy lejos. Unos pocos pasos y Loth lo agarró del hombro, tirando de
él. Sus propias garras de íncubo salieron y se agitó. Con cada bombeo frenético de su
corazón, el latido en sus oídos crecía más fuerte. Su estómago y su vejiga amenazaban
con vaciarse. No estaba seguro de cómo había sucedido, pero Loth lo tenía en el suelo,
con los brazos inmovilizados por encima de su cabeza. El vampiro estaba sobre él,
dejándolo indefenso. Total y completamente indefenso.
Un gruñido retumbante salió de Loth y dos largos colmillos se hundieron en la
suave carne de su cuello. Drusen gritó y luchó contra el dolor, solo para encontrarse
a merced del lord vampiro, que seguía chupando su esencia vital.
El cansancio no tardó en apoderarse de él. Su cabeza se volvió ligera, y parecía
flotar mientras el vampiro tomaba ávidas bocanadas de sangre. Se rindió, dejando que
su cuerpo se debilitara. El vampiro sacó los colmillos y miró a Drusen, manteniéndolo
inmovilizado. El largo pelo rojo de Loth caía en cascada alrededor de su cara,
haciéndolo parecer una especie de ángel de la muerte y de la sangre.
El mundo empezó a desenfocarse para Drusen y echó la cabeza hacia atrás,
mirando al cielo por encima de él.
—Las estrellas son bonitas esta noche —susurró.
—Lo son —respondió Loth sin levantar la vista, pasando sus dedos por la
mejilla de Drusen en un gesto afectuoso—. Quizá haya algo de valor en ti.
—¿Mi sangre?
—Tu miedo.
—Bien —dijo Drusen. Era un coste que podía pagar. Podía darle miedo a
Loth—. ¿Puedes follarme ahora?
—No.
Drusen frunció el ceño.
—Pero...
—Pequeño íncubo. —Loth se inclinó y le lamió las heridas, sellándolas. Drusen
retuvo un gemido cuando la lengua, ahora caliente, le rozó la piel—. Tomo. Y solo
doy cuando me place.
Drusen cerró los ojos con fuerza. Tómame, quería decirle, pero estaba demasiado
débil.
Un momento después, ya no pudo sentir a Loth cerca de él, y el sonido de los
cascos que se desvanecían le dijo que el vampiro lo había dejado allí, exhausto en el
campo.
Lágrimas calientes se formaron en los bordes de sus ojos. Estar cerca de algo
que había deseado —necesitado— durante tanto tiempo y que se le escapara era
demasiado.
Pero se negaba a rendirse.
CAPÍTULO 3

—1527.
Loth retiró el bocado del caballo de su boca.
—Eres una cosa persistente, ¿no es así?
Drusen se las había arreglado para atravesar débilmente el campo y volver al
castillo. Loth le había sacado mucha sangre y ahora estaba cerca del colapso, pero lo
había hecho. Se apoyó en un pilar, observando cómo Loth cuidaba de su caballo. Sin
duda, el lord vampiro había sentido su presencia hacía tiempo, pero lo había ignorado
hasta ese momento.
—Ese es el año en el que te vi por primera vez.
Loth colgó el bocado en un gancho.
—Ah, ¿sí? Me tenías engañado. Pensé que eras mucho más joven.
—Roma estaba siendo saqueada de nuevo y tú te fuiste a Florencia.
—Lo recuerdo. Hubo una revuelta contra los Medici, y yo aproveché la
oportunidad para atacar la Casa Mahiet —le dijo Loth.
—La casa a la que serví. —Drusen se esforzó en mantener los ojos abiertos,
pero su cuerpo se sentía más pesado contra el pilar—. Vi tu lucha desde una ventana
y... Dios, fuiste glorioso. Si hubieras ganado esa batalla, te habría rogado que me
tomaras como tu esclavo. En cambio, he pasado casi medio milenio plagado de
fantasías sobre ti. —Tragó saliva con fuerza para ocultar su vergüenza—. Sería
expulsado si los otros íncubos supieran que deseo a un vampiro. Tal vez me maten.
Qué cosa tan terrible soy.
Drusen no pudo mantenerse erguido por más tiempo. Su cuerpo se tambaleó y
cayó hacia atrás. El vampiro ya estaba detrás de él, atrapando su caída.
—¿Qué pasa? —le preguntó Drusen, tratando de mantener los ojos abiertos.
Loth ladeó la cabeza, inseguro de la pregunta—. El caballo —le aclaró Drusen—. Lo
que he sentido... Ese miedo...
—Ah. Goeth es un espectro.
—Un demonio... —Drusen apenas podía creerlo. Él nunca había visto a un
demonio; se suponía que ya no existían.
Loth asintió.
—Reliquia de una guerra de hace mucho tiempo. Se alimenta del miedo. Como
yo, en cierto modo.
Loth acercó a Drusen con un agarre posesivo. Drusen disfrutó de la sensación,
leyendo las emociones de Loth y saboreando el propio deseo del vampiro.
Pasaron varios segundos antes de que Loth volviera a hablar:
—Deberías dejar de perseguirme. No me conoces. No entiendes de lo que soy
capaz. Lo que necesito.
—Sí lo entiendo. Lo vi en tus ojos aquel día. Eres poder, codicia y masacre. —
Drusen le ofreció una pequeña sonrisa y le repitió las palabras del propio Loth—:
Tomas lo que quieres, y solo das cuando te place. Y yo quiero que me tomes a mí.
Drusen siempre había pensado que su deseo por el vampiro se desvanecería con
el tiempo, que tal vez encontraría a otra persona. Pero, por el contrario, se había vuelto
más fuerte. La nostalgia lo atormentaba, y nunca se libraría de ella hasta que obtuviera
lo que quería. Y en ese momento se le había dado la oportunidad. No podía dejar
pasar su única oportunidad.
—¿Suplicar te complacería? Voy a rogar. Yo...
Drusen quería decir más, quería defender su caso una última vez, pero perdió la
lucha por mantenerse consciente.

Se despertó en una cama suave, sorprendido de encontrarse sin camisa y con la


polla apretando dolorosamente contra sus pantalones. Estaba hambriento. Muy
hambriento. Necesitaba alimentarse de sexo.
Medio aturdido, buscó un reloj y no lo encontró. Por la ventana, pudo ver la
luna poniéndose. Debía ser la misma noche.
Comida.
Loth.
Tenía que encontrar a Loth.
Tras arrastrarse fuera de la cama, sus pies golpearon el frío suelo de piedra.
Avanzando a trompicones, llegó hasta la puerta y se sorprendió al ver que no estaba
cerrada con llave. El tenue vestíbulo, iluminado con velas, estaba vacío, salvo por los
retratos de pálidos vampiros, cuyos ojos parecían seguirlo a medida que se movía. El
sombrío laberinto de pasillos hizo que volviera sobre sus pasos y dudara de sí mismo.
Si no estuviera tan condenadamente hambriento, se habría rendido. Al castillo, con
aquellas corrientes de aire, le vendría bien una puesta al día y tener un poco de calidez,
tanto en el color como en la temperatura.
Supuso que Loth vivía con otros vampiros, pero el castillo estaba vacío. O eso
creía, hasta que escuchó voces provenientes de una gran sala delante de él. Las voces
se acallaron cuando se acercó. Drusen empujó las pesadas puertas y encontró a tres
vampiros, Loth y dos mujeres, de pie al lado una mesa, mirando hacia unas tabletas y
estudiando mapas de Rusia.
Una mujer rubia, hermosa y con un vestido de estilo victoriano, observó a
Drusen durante un momento antes volver a poner su atención en una tableta.
—Matthew, tenemos un problemilla aquí. Volveré a llamarte en un momento.
—¿Necesitas ayud...? —Una voz masculina se cortó tras la pulsación de un
botón.
La mujer se giró y miró a Loth.
—Te he ordenado que te deshagas de tus esclavos. ¿Primero la súcubo y ahora
él? ¿Tienes idea de lo mucho que se cabreará el Príncipe de la Sangre si se enterara de
que mantienes a uno?
Loth frunció el ceño.
—Lo de la súcubo ya ha sido resuelto, y este no es mi esclavo, Gwenyth. Está
aquí por voluntad propia, y no puedo deshacerme de él. Todo lo que he intentado ha
fracasado.
A Drusen no le importaba su discusión.
—Vampiro —le gruñó—. Tengo hambre de ti.
Liberó feromonas, inundando el espacio con ellas. Drusen se había contenido
tanto como había podido, esperando que no tuviera que emplear una manipulación
tan obvia —un lord vampiro era probablemente inmune a su influencia—, pero
necesitaba a su presa, y la necesitaba ya.
Los labios de Loth se separaron, y sus pupilas se dilataron tanto que sus ojos
parecían completamente negros. La mujer, que parecía no estar afectada en absoluto,
rio, con su voz musical resonando por toda la sala.
—Hazte cargo de él.
Ella y su acompañante se fueron, dejando a Drusen solo con Loth.
—No me gusta que me interrumpan. —Loth frunció el ceño, pero sus ojos
permanecieron fijos en Drusen; ojos que traicionaban su deseo.
—Entonces deberías haberme follado antes.
—Tal vez. Arrodíllate. —Drusen se hincó sobre su rodilla derecha sin dudarlo.
Loth inhaló—. Puedo oler tu necesidad desde aquí.
—Estoy seguro de que mi polla dura como una roca está delatando lo mucho
que te deseo.
Una ráfaga de aire rozó a Drusen y sintió el tacón de una bota clavándose en su
columna vertebral, forzando su pecho y su cabeza hacia el suelo.
—Eres un mocoso cuando tienes hambre, ¿verdad?
—¿Por qué no me follas y me pones en mi sitio?
—Te llevaré al pueblo más cercano, donde podrás alimentarte.
Drusen cerró los ojos con fuerza y un pequeño gemido se le escapó. No quería
irse.
—Por favor, no...
—Soy un monstruo, pequeño. Puedes pensar que puedes soportar las cosas que
me gustaría hacerte, pero al final te destrozarán. Si no tu cuerpo, tu mente.
—Pero has tenido a otros íncubos antes...
—Prisioneros de guerra que morían más a menudo que vivían.
Drusen se esforzó en mirar a Loth, pero la bota del vampiro permaneció
firmemente plantada en su espalda sin permitirle moverse. Él disfrutaba de la
dominación.
—Parece que realmente te importa si muero.
—No encontraría más que mala fortuna con tu muerte, ya que enfadaría al que
ahora sirvo.
—No es una mentira, pero no es toda la verdad. Tú me deseas. Puedo sentirlo.
Quieres controlarme, alimentarte de mí, hacerme huir con miedo. —Loth no
respondió—. Olvidas algo, lord vampiro —continuó Drusen.
—¿Qué he olvidado?
Drusen extendió la mano hacia atrás y agarró el tobillo de Loth, tocando la fría
carne.
—Yo también soy un monstruo.
Antes de que Loth pudiera apartarse, Drusen empujó el deseo hacia al vampiro.
Puede que no fuera un íncubo especialmente poderoso, pero era lo suficientemente
mayor como para tener práctica con sus habilidades. Incluso los íncubos jóvenes
podían manipular y leer las emociones. ¿Uno de su edad? Fácil.
No tuvo tiempo de ser sutil. En vez de eso, descargó una fuerte dosis de lujuria
en el vampiro.
Loth se separó.
—Tonto.
Las velas que iluminaban la habitación se apagaron, dejando a Drusen en la más
absoluta oscuridad. Se sentó y les dio tiempo a sus ojos para adaptarse, pero sin
ventanas en aquella habitación, tuvo problemas para distinguir algo. Se tambaleó en
la oscuridad hasta la mesa y encendió la pantalla de bloqueo, que proyectaba un
resplandor azul con sombras profundas.
Un estruendo llegó desde algún lugar por encima de él.
—¿Loth? —preguntó, con la voz más baja de lo que quería.
—Incitarme a perder el control no es... prudente. —Hubo una pausa gruesa—.
Ni seguro.
—No quiero estar seguro. Quiero...
Drusen no tuvo la oportunidad de terminar. La tableta se apagó y se encontró
arrojado sobre la mesa, con su espalda deslizándose contra la madera. Los papeles y
los aparatos electrónicos salieron volaron y sus piernas fueron abiertas por manos
firmes. Loth se cernía sobre él, con una mano fría rodeándole el cuello y la otra
alrededor de su muñeca, elevándosela hacia los labios. Los colmillos perforaron su
fina carne.
Un gemido se le escapó y se agitó de placer. Sus caderas se levantaron de la mesa
por la necesidad, su polla estaba desesperada por frotarse contra cualquier cosa que
pudiera encontrar. Con la mano libre, se agarró al costado de Loth. Empezó a empujar
el placer en el vampiro, solo para encontrar que la mano alrededor de su cuello se
apretaba más, cortándole el aire. Un gruñido salió de la boca que seguía encerrada en
su muñeca.
Advertencia recibida.
Detuvo su manipulación emocional y se le permitió respirar de nuevo. Loth
empujó sus caderas hacia adelante, arrancando un gemido de ambos mientras sus
pollas se frotaban a través de sus pantalones. El vampiro chupó más fuerte, tomando
con avidez la poca sangre que Drusen aún tenía para ofrecer.
—Loth —se esforzó en decir—. Aún no me he recuperado de antes.
En la oscuridad, unos ojos rojos se clavaron en su alma. Loth retiró los colmillos,
y una lengua, ahora caliente, recorrió las heridas, cerrándolas con la saliva antes de
que desapareciera en la oscuridad una vez más.
El sonido de las cadenas al chocar con la piedra fue todo lo que Drusen escuchó
antes de encontrarse arrodillado en el suelo una vez más. Un metal duro le rodeó la
muñeca, seguido de un clic. Una única vela de cera roja se encendió en la mano de
Loth, y su ardiente cabello captaba la luz como si fuera un ser vivo. El vampiro miró
fijamente su premio. Luego se quedó quieto.
Drusen no sabía qué hacer. Necesitaba alimentarse o moriría. El vampiro le
había sacado demasiada sangre.
—Tómame —le suplicó.
Silencio.
Loth se quedó como una estatua, pálido e inmóvil.
—Por favor, Loth...
Incapaz de soportarlo por más tiempo, se levantó y se abalanzó sobre el
vampiro, pero se quedó corto cuando el brazalete metálico atado en su muñeca lo
detuvo a unos metros de su presa. Tiró de él, pero las cadenas no se movieron.
—Loth —dijo de nuevo, desesperado.
El vampiro ni siquiera parpadeó.
El anhelo, la necesidad, el hambre y una locura abrumadora se apoderaron de
Drusen.
—¡Aliméntame, bastardo! —gritó mientras su forma de íncubo se acercaba a
toda velocidad.
Unas grandes alas coriáceas salieron de su espalda, rojas en la parte superior y
doradas en las puntas. De sus sienes brotaron cuernos, recorriendo su cráneo. De la
parte trasera de sus pantalones, una fina cola con punta de flecha serpenteaba. Sus
orejas se volvieron puntiagudas, y sus ojos, rojos. Pero a diferencia de los de un
vampiro, estaban salpicados de oro. Sus dedos se convirtieron en garras, y sus pies,
en pezuñas.
Las comisuras de los labios de Loth se levantaron.
—Ahí estás.
Respirando con dificultad, Drusen abrió los labios y gruñó. Loth se rio y sus
colmillos captaron la luz de las velas. Se acercó un paso más. ¿Realmente Drusen iba
a conseguir alimentarse? Otro paso. Uno más y el vampiro estaría lo suficientemente
cerca como para tocarlo.
Pero no se acercó. Se detuvo justo fuera del alcance de Drusen.
Drusen se irguió y se esforzó, desesperado por reclamar lo que era suyo. Dio un
respingo de sorpresa cuando su muñeca fue agarrada y retorcida. Loth aplicó el dolor
como si fuera suyo, obligando al íncubo a empujar hacia abajo y a doblarse en el suelo.
Una vez que Drusen estuvo de rodillas, Loth lo soltó. Drusen no quería —no
podía— esperar más. Permaneciendo de rodillas, se abalanzó hacia delante y abrió los
pantalones del vampiro en un intento de alcanzar la recompensa que tan justamente
se había ganado: la polla de Loth, la cual salió mientras la tela se desgarraba.
Magnífica. Todo lo que Drusen había soñado. Gruesa y bellamente grande, con
un número perfecto de venas corriendo a lo largo de los lados.
Con movimientos descuidados y ansiosos, movió el prepucio hacia atrás y pasó
su lengua por la punta, saboreando el rico presemen. Agarró la base y apretó, pero
antes de que pudiera hacer la mejor mamada de su vida, Loth tomó el relevo
agarrándole uno de los cuernos y empujando su polla hacia dentro. Drusen retrocedió
ante lo repentino del acto, pero Loth no le permitió moverse hacia ningún lado,
manteniendo un firme agarre en su cuerno.
Después de una arcada, obligó a su garganta a relajarse para poder tomar todo
lo que Loth le ofrecía. El vampiro controlaba cada movimiento, empujando dentro y
fuera, usando la boca de Drusen como un juguete sexual. A Drusen le encantaba
aquella sensación: estar indefenso y consumido, como si su cuerpo fuera solo un
vehículo para el placer de otra persona. Se sentía degradado. Y, joder, nunca había
estado tan empalmado en su vida.
El ritmo se volvió febril. Desesperado, Drusen rasgó sus propios pantalones,
dejando que su impresionante polla del tamaño de un íncubo quedara libre. Sobresalía
con fuerza, dura, y goteaba gruesas gotas de líquido perlado. Antes de que pudiera
agarrarla, Loth tiró de su verga y de su cuerno, manteniendo el agarre pero haciéndole
caer sobre su culo. Un dolor ardiente llovió sobre la polla de Drusen.
Levantó la vista a tiempo para ver cómo se vertía cera líquida sobre su paquete;
las gotas parecían sangre espesa. Siseándole a Loth, luchó por alejarse, pero no pudo
liberarse del agarre del vampiro.
—¿No querías esto? —le preguntó Loth con crueldad, con sus ojos oscurecidos,
sin mostrar ninguna intención de parar, sin importarle la contestación de Drusen.
Antes de que pudiera intentar una respuesta, fue liberado. Le dio la vuelta y le
bajó los pantalones hasta los tobillos. Su polla estaba dolorosamente presionada
contra la fría piedra debajo de él.
—Haz que tu agujero se moje —le ordenó el vampiro.
Pero Loth no le dio tiempo a Drusen para que se humedeciera. En vez de eso,
hundió su polla en el cuerpo del íncubo con fuerza y rápido. Drusen gritó ante el
repentino estiramiento. Le quemó. Hacía mucho tiempo que no lo pillaban lo
suficientemente desprevenido como para que la inserción fuera dolorosa, lo que
aumentó cuando sus caderas fueron empujadas hacia delante, haciendo que su polla
rozara el áspero suelo.
—Loth, es demasiad...
—Tú te lo has buscado —gruñó Loth, usando su polla como un arma de asalto,
abusando del agujero de Drusen.
Loth tenía razón: él le había pedido aquello.
Quería aquello.
Suplicó por aquello.
Planeó y planeó y esperó el momento adecuado para se cumpliera aquello.
Y ahora lo tenía.
El dolor. El placer. El abrumador sentimiento de que su cuerpo fuera poseído
por la fruta prohibida.
Drusen se rindió a la sensación y se alimentó de Loth tirando de los hilos de
energía sexual. El vampiro sabía delicioso.
Su ritmo se aceleró, volviéndose áspero y salvaje. El aire se llenó de sonidos de
gemidos, gruñidos y de golpes de piel contra piel. Los filamentos de los músculos se
estiraban y se tensaban. Loth pasó sus garras por las alas de Drusen, haciendo que
este se congelara en el lugar. El vampiro podría causarle graves daños con un solo
movimiento de muñeca.
Loth gruñó.
—El pacto no se mantendrá para siempre. Y cuando se rompa, no tendré que
contenerme.
El miedo y la excitación se apoderaron de Drusen, y Loth aprovechó el
momento para atacar, mordiéndole el cuello con rapidez y fuerza. Drusen perdió todo
el control. Su cuerpo se agitó y se estremeció cuando el orgasmo lo desgarró. Sus
caderas bombearon el suelo con furia y sus pelotas se vaciaron mientras su polla
escupía ola tras ola de semen, cubriendo la piedra y su estómago por igual.
Detrás de él, Loth retiró sus colmillos, echó la cabeza hacia atrás y aulló cuando
llegó su propio orgasmo, llenando las entrañas de Drusen como no lo habían hecho
en años. Drusen saboreó cada momento: el vampiro perdiéndose en sí mismo, la
alimentación, el sabor... Nunca había sentido algo tan cercano antes.
Loth se desplomó, sin llegar a aplastar a Drusen.
El silencio los envolvió.
Drusen dejó escapar un pesado suspiro. Sus ojos luchaban por mantenerse
abiertos.
—Supongo que es una buena señal —dijo Loth.
Drusen solo pudo sonreír en respuesta.
Loth retiró su polla y se apartó.
—¿Ha sido todo lo que soñaste, pequeño íncubo?
—Mejor.
—Ven. —Loth se levantó y le tendió la mano—. El amanecer no está lejos. Te
llevaré a tu carruaje.
—La gente los llama «coches» hoy en día.
—A tu coche —se corrigió.
Drusen se dio la vuelta y lo miró.
—¿O... podría quedarme?
—Si te quedas, tendré que mantenerte encadenado, y eso me causará todo tipo
de problemas.
Levantando el brazo, Drusen hizo sonar el metal.
—Ya estoy encadenado.
Loth se quedó en silencio durante un rato. Sin respirar, sin moverse. Un hábito
muy extraño de los vampiros antiguos.
Drusen esperó hasta que Loth finalmente asintió.
—Te usaré de nuevo mañana. Entonces, volverás a casa.
Drusen no pudo evitar la sonrisa que cruzó por su rostro. «Mañana» se
convertiría en muchos «mañana». El vampiro le pertenecía ahora, solo que no lo sabía
todavía. Loth podía intentar ocultarlo, actuar de forma distante e indiferente, incluso
mentirse a sí mismo, pero Drusen podía sentir su deseo, su necesidad. Juntos,
explorarían nuevos niveles de deseo y miedo. Sería perfecto.
El Alto Lord General Tarquin estaría encantado.
Una pequeña punzada de remordimiento invadió a Drusen. Realmente quería a
Loth, probarlo, tenerlo, pero Drusen, el espía jefe, no el comprador de arte —aunque
disfrutaba de esa coartada—, era un leal. Puede que hubiera aceptado la misión
cuando se le ofreció, pero nunca podría ponerse del lado del Príncipe de la Sangre o
de cualquier criatura no muerta. No después de todo lo que le habían hecho a su
especie: los asesinatos, el terror, la destrucción de familias. No. No importaba la...
enfermiza lujuria que pudiera tener. Su gente era lo primero.
La orden de matar a Loth llegaría con el tiempo, y la ejecutaría sin dudarlo.
Hasta entonces, disfrutaría mezclando el placer con los negocios.

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