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Jex Lane
Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, negocios, lugares, eventos e
incidentes son productos de la imaginación del autor o utilizados de manera
ficticia. Cualquier parecido con personas, vivas o muertas, o eventos reales es pura
coincidencia, o se usa con permiso.
JexLane.com
A lo largo de los años, Drusen se preguntó a menudo por qué Loth había hecho
de Wyoming su hogar. Claro que era territorio de vampiros, pero no había muchos
humanos, y no pasaba mucho. Pero al mirar el cielo abierto cubierto por un manto
de hermosas estrellas, Drusen podía entender por qué a Loth podría gustarle aquel
lugar. Era una criatura que gobernaba la noche, y en el campo, la noche se sentía como
algo vivo, que respiraba. Algo divino en la naturaleza.
Drusen respiró profundamente el frío aire nocturno y continuó su camino a
través de la extensa pradera. Había aparcado su coche unos kilómetros más atrás,
pensando que llegar a pie podría ser más seguro de alguna manera, como si fuera una
amenaza menor. Se rio. Dada su estatura, dudaba que algún vampiro lo viera como
una amenaza física.
Los pelos de la nuca se le erizaron, y no estaba seguro de si era porque alguien
estaba observándolo o porque se acercaba al velo mágico que ocultaba la casa de Loth.
Probablemente ambas cosas.
Pasaron cinco minutos más antes de que llegara al velo. No pudo verlo tanto
como sentir que un deseo antinatural de irse iba surgiendo en su interior. Luchó
contra él, sabiendo que era magia, y siguió adelante, atravesando la barrera invisible.
—Dios —jadeó.
Drusen se había equivocado al decir que Loth vivía en una casa. Loth vivía en
un maldito castillo. Un enorme castillo de piedra gris que se alzaba en lo alto, con
altas torres y gárgolas. Hermoso. Impresionante. Y totalmente inesperado en el medio
de Wyoming.
—Eres un pequeño demonio sexual persistente, ¿verdad?
Drusen miró a su alrededor. Nada. Estaba solo.
—No soy un demonio —le dijo al vacío, controlando sus rasgos para ocultar su
molestia por el insulto—. Pero ya lo sabes. Y puedo ser persistente... cuando quiero
algo.
Loth se rio desde algún lugar que no se veía.
—Soy un amante bastante decente, pero no puedo decir que haya hecho que
alguien arriesgue su vida para montar mi polla antes. Es halagador.
—¿Mi vida está en peligro?
—El miedo que viene de ti, que huele delicioso, por cierto, me dice que ya sabes
la respuesta a esa pregunta.
Drusen miró a las gárgolas inmóviles.
—Anoche me preguntaste por qué creo que soy digno de tenerte.
—Lo hice.
—No soy digno. No soy un guerrero ni nadie importante. No tengo un título,
ni una riqueza extrema, ni una propiedad. Soy un comprador de arte para varias casas.
Cualquier cuadro que se te ocurra, incluso los que supuestamente se perdieron en el
tiempo, sé dónde encontrarlos y cuánto costarán. Puedo facilitar el trato, y ese es el
fin de mi valor. No soy digno del lord de este castillo. Pero aun así realmente quiero
que me folles. Es algo en lo que he estado pensando durante mucho tiempo.
El aire pareció congelarse alrededor de Drusen mientras esperaba una respuesta.
Se había pasado el día contemplando lo que podría hacerlo «digno» para el vampiro.
Dudaba que fueran títulos impresionantes o respuestas arrogantes. No, a aquel
vampiro no le gustaba hacer una escena. Solo aparecía cuando se le llamaba para
luchar, para liderar, y luego desaparecía de todos los informes que los íncubos tenían
sobre él. Alguien así no querría una teatralidad grandilocuente o una lista de hazañas.
Alguien como Loth querría un amante más sumiso. Como un comprador de arte.
No hubo respuesta. Y no es que le sorprendiera.
Drusen esperó unos momentos más antes de decidir que no debía agravar más
al vampiro aquella noche. Tenía suerte de seguir vivo; bien podría irse con su piel
intacta y volver a intentarlo más tarde. Con no poca decepción, se volvió para
atravesar el velo de nuevo y comenzar la larga caminata de regreso a su coche.
Al atravesar la magia, el castillo detrás de él desapareció, y un enorme caballo
negro se paró frente a él, con un arnés hecho de cuero negro adornado. Sus temibles
ojos parecían como si un fuego vivo ardiera dentro de los orbes.
Loth estaba sentado, noble y orgulloso, en el lomo del caballo. Llevaba una capa
negra, y sus ojos eran del mismo color verde que su broche de esmeralda. Miró a
Drusen con dureza. La impresionante visión hizo que Drusen retrocediera a
trompicones.
—Corre —le ordenó Loth.
—¿Qué?
Los iris de Loth se volvieron rojos en los bordes y gruñó:
—Corre.
El caballo relinchó, pisoteó con una pezuña y sus ojos comenzaron a arder con
un espeso humo negro. Los ya afilados rasgos de Loth se volvieron más aguzados,
crueles e inhumanos.
Un terror antinatural se apoderó de Drusen. Luchó contra el miedo. Años de
práctica lo ayudaron a mantener su forma de íncubo encerrada, pero sus piernas
estaban golpeando el suelo antes de saber que estaba corriendo. Sus músculos ardían
y sus pulmones no podían seguir el ritmo.
Debía estar a medio kilómetro de distancia cuando escuchó los golpes de los
cascos yendo tras él. No se atrevió a mirar hacia atrás; la necesidad de llegar a su coche,
de ponerse a salvo, lo superaba. Todo su cuerpo tembló, y su pie se enganchó en una
roca e hizo que se cayera al suelo. Se dio la vuelta a tiempo para ver a Loth y a su
montura descendiendo sobre él. Las patas negras del caballo tenían grietas de pulsante
lava fundida. Al correr, había dejado un camino de huellas de cascos marcadas en el
campo.
Con un movimiento impecable, el vampiro desmontó. Drusen se puso de pie,
con la mente acelerada. Corre. Peligro. Vampiro. Muerte. Una y otra vez, las palabras
llenaban cada uno de sus pensamientos.
No llegó muy lejos. Unos pocos pasos y Loth lo agarró del hombro, tirando de
él. Sus propias garras de íncubo salieron y se agitó. Con cada bombeo frenético de su
corazón, el latido en sus oídos crecía más fuerte. Su estómago y su vejiga amenazaban
con vaciarse. No estaba seguro de cómo había sucedido, pero Loth lo tenía en el suelo,
con los brazos inmovilizados por encima de su cabeza. El vampiro estaba sobre él,
dejándolo indefenso. Total y completamente indefenso.
Un gruñido retumbante salió de Loth y dos largos colmillos se hundieron en la
suave carne de su cuello. Drusen gritó y luchó contra el dolor, solo para encontrarse
a merced del lord vampiro, que seguía chupando su esencia vital.
El cansancio no tardó en apoderarse de él. Su cabeza se volvió ligera, y parecía
flotar mientras el vampiro tomaba ávidas bocanadas de sangre. Se rindió, dejando que
su cuerpo se debilitara. El vampiro sacó los colmillos y miró a Drusen, manteniéndolo
inmovilizado. El largo pelo rojo de Loth caía en cascada alrededor de su cara,
haciéndolo parecer una especie de ángel de la muerte y de la sangre.
El mundo empezó a desenfocarse para Drusen y echó la cabeza hacia atrás,
mirando al cielo por encima de él.
—Las estrellas son bonitas esta noche —susurró.
—Lo son —respondió Loth sin levantar la vista, pasando sus dedos por la
mejilla de Drusen en un gesto afectuoso—. Quizá haya algo de valor en ti.
—¿Mi sangre?
—Tu miedo.
—Bien —dijo Drusen. Era un coste que podía pagar. Podía darle miedo a
Loth—. ¿Puedes follarme ahora?
—No.
Drusen frunció el ceño.
—Pero...
—Pequeño íncubo. —Loth se inclinó y le lamió las heridas, sellándolas. Drusen
retuvo un gemido cuando la lengua, ahora caliente, le rozó la piel—. Tomo. Y solo
doy cuando me place.
Drusen cerró los ojos con fuerza. Tómame, quería decirle, pero estaba demasiado
débil.
Un momento después, ya no pudo sentir a Loth cerca de él, y el sonido de los
cascos que se desvanecían le dijo que el vampiro lo había dejado allí, exhausto en el
campo.
Lágrimas calientes se formaron en los bordes de sus ojos. Estar cerca de algo
que había deseado —necesitado— durante tanto tiempo y que se le escapara era
demasiado.
Pero se negaba a rendirse.
CAPÍTULO 3
—1527.
Loth retiró el bocado del caballo de su boca.
—Eres una cosa persistente, ¿no es así?
Drusen se las había arreglado para atravesar débilmente el campo y volver al
castillo. Loth le había sacado mucha sangre y ahora estaba cerca del colapso, pero lo
había hecho. Se apoyó en un pilar, observando cómo Loth cuidaba de su caballo. Sin
duda, el lord vampiro había sentido su presencia hacía tiempo, pero lo había ignorado
hasta ese momento.
—Ese es el año en el que te vi por primera vez.
Loth colgó el bocado en un gancho.
—Ah, ¿sí? Me tenías engañado. Pensé que eras mucho más joven.
—Roma estaba siendo saqueada de nuevo y tú te fuiste a Florencia.
—Lo recuerdo. Hubo una revuelta contra los Medici, y yo aproveché la
oportunidad para atacar la Casa Mahiet —le dijo Loth.
—La casa a la que serví. —Drusen se esforzó en mantener los ojos abiertos,
pero su cuerpo se sentía más pesado contra el pilar—. Vi tu lucha desde una ventana
y... Dios, fuiste glorioso. Si hubieras ganado esa batalla, te habría rogado que me
tomaras como tu esclavo. En cambio, he pasado casi medio milenio plagado de
fantasías sobre ti. —Tragó saliva con fuerza para ocultar su vergüenza—. Sería
expulsado si los otros íncubos supieran que deseo a un vampiro. Tal vez me maten.
Qué cosa tan terrible soy.
Drusen no pudo mantenerse erguido por más tiempo. Su cuerpo se tambaleó y
cayó hacia atrás. El vampiro ya estaba detrás de él, atrapando su caída.
—¿Qué pasa? —le preguntó Drusen, tratando de mantener los ojos abiertos.
Loth ladeó la cabeza, inseguro de la pregunta—. El caballo —le aclaró Drusen—. Lo
que he sentido... Ese miedo...
—Ah. Goeth es un espectro.
—Un demonio... —Drusen apenas podía creerlo. Él nunca había visto a un
demonio; se suponía que ya no existían.
Loth asintió.
—Reliquia de una guerra de hace mucho tiempo. Se alimenta del miedo. Como
yo, en cierto modo.
Loth acercó a Drusen con un agarre posesivo. Drusen disfrutó de la sensación,
leyendo las emociones de Loth y saboreando el propio deseo del vampiro.
Pasaron varios segundos antes de que Loth volviera a hablar:
—Deberías dejar de perseguirme. No me conoces. No entiendes de lo que soy
capaz. Lo que necesito.
—Sí lo entiendo. Lo vi en tus ojos aquel día. Eres poder, codicia y masacre. —
Drusen le ofreció una pequeña sonrisa y le repitió las palabras del propio Loth—:
Tomas lo que quieres, y solo das cuando te place. Y yo quiero que me tomes a mí.
Drusen siempre había pensado que su deseo por el vampiro se desvanecería con
el tiempo, que tal vez encontraría a otra persona. Pero, por el contrario, se había vuelto
más fuerte. La nostalgia lo atormentaba, y nunca se libraría de ella hasta que obtuviera
lo que quería. Y en ese momento se le había dado la oportunidad. No podía dejar
pasar su única oportunidad.
—¿Suplicar te complacería? Voy a rogar. Yo...
Drusen quería decir más, quería defender su caso una última vez, pero perdió la
lucha por mantenerse consciente.