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Ya hace siglos que diversos autores han pretendido hallar nexos causales entre el
medio ambiente natural y los caracteres de los individuos que en él habitan.
Por ejemplo, Herodoto creía que el espíritu activo de los griegos y la pereza de los
africanos dependían de las condiciones climáticas en que cada pueblo se
desenvolvía. Veinte siglos más tarde, Bodino seguía atribuyendo gran importancia
social a los factores naturales.
Los puntos de vista anteriores adquirieron mayor relieve y amplitud porque varios
sociólogos buscaron explicar los fenómenos sociales como consecuencia de los
factores geográficos; se dio a éstos, a veces, suma importancia, como sucedió con
Ratzel; otras, se combinó su influencia con la de otras condiciones, como sucedió
con la escuela de Buckle.
Los estudios criminológicos sobre la influencia del factor geográfico fueron pronto
dejados de lado o relegados a un lugar secundario, ante el empuje que caracterizó
a las tendencias antropológistas, sociologistas en general, o a las derivadas del
materialismo económico.
Lombroso llamó la atención sobre las repercusiones del medio ambiente físico en
el número y especie de los delitos.
Las teorías de Lombroso, así como las de Constancio Bernaldo de Quiroz no han
hallado mayor eco; y no porque los datos estadísticos en que se apoyan sean
falsos, sino porque se reincide en el defecto metódico de considerar que de una
correlación estadística puede deducirse una ligazón causal, sin mayor trámite;
puede que el nexo causal realmente exista, pero, por lo menos, no alcanza a ser
claramente visto a través de las explicaciones de los autores citados.
EL CLIMA.
Tampoco puede dejarse de notar la influencia que ejercen ciertos vientos, sobre
todo los que portan olas de calor, sobre alteraciones producidas en el organismo y
que repercuten en la delincuencia. Exner reproduce opiniones atendibles, acerca
de la relación directa entre los vientos cálidos y los delitos de violencia y sexuales .
Canadá (Sutherland)............ 30
Estados Unidos (Bosco)......... 120
Méjico (Roumañac) ............ 180
Cuba (Castellanos) ............ 97
Colombia (cifras oficiales)....... 184
Argentina (Moyano Gacitúa) ..... 170
Uruguay (cifras oficiales)........ 160
Chile ("Raza Chilena")......... 160
El defecto de los datos anteriores está en que sólo se fijan en la temperatura 0°)
dejando de lado otros factores que podrían coadyuvar en la explicación de estas
curvas de criminalidad. Por ejemplo, Niceforo y Lombroso ( u) habían hecho notar
que la distribución de los delitos violentos y fraudulentos en Europa se debe
también al grado de civilización que existe en sus distintas partes componentes; la
barbarie se caracteriza por delitos de fuerza, mientras la civilización, por delitos
fraudulentos; ahora bien: los países europeos menos adelantados, en líneas
generales, se encuentran hacia el sur, mientras la civilización se acrecienta a
medida que nos acercamos al norte. Por tanto, las curvas pueden explicarse
también desde este punto de vista, pero no exclusivamente por el climático
Como se advertirá, los estudios sobre el clima y el factor geográfico son antiguos y
no han llegado a conclusiones terminantes. Estudios posteriores, escasos en el
mundo entero, no han contribuido a conseguir explicaciones menos inexactas. Es
indudable que el clima y la situación geográfica determinan, de alguna manera, la
personalidad y sus reacciones; pero de esta comprobación, conseguida a través
de la experiencia diaria, hay mucha distancia a determinar las relaciones causales
entre los factores ambientales naturales con la personalidad, en general, y más
concretamente, con el delito.
Las razones por las cuales se han explicado estos fenómenos son de tipo
eminentemente social; Barnes y Teeters , Gillin y Sutherland, entre otros, hacen
notar que en verano los días son más largos y favorecen así el mayor contacto
social que sirve de oportunidad para cometer delitos contra las personas; el calor
lleva a un mayor consumo de bebidas que, aunque tengan bajo grado alcohólico
(v. gr. la cerveza), se ingieren en cantidades suficientes para ocasionar
intoxicaciones que potencian la irritabilidad ya aumentada por el calor; en el otro
extremo, en invierno aumentan las necesidades y escasean los medios para
satisfacerlas no sólo porque la naturaleza es menos productiva, sino porque se
presentan olas de desempleo
En cuanto toca a los delitos sexuales, fuera de las explicaciones sobre influencias
corporales o sociales, existe otra basada en la creencia de que el hombre posee
una periodicidad fisiológica similar a la que se da entre los animales; el alza del
número de estos delitos en una época que es la mejor, climáticamente, del año,
empuja a pensar que también en el hombre se da una época de celo, por
atenuada que sea. Havelock Ellis ha expuesto claramente esta idea; la existencia
de una periodicidad en la vida sexual humana ha sido aceptada como probable
por Parmelee; por su lado, Bernaldo de Quiroz ha citado varios casos que, por ser
patológicos, muestran exageradas estas tendencias de manera muy instructiva:
típico es el ejemplo ofrecido por el famoso criminal "Sacamantecas" en quien la
periodicidad de los delitos era evidente .
En todo caso, faltan aún conclusiones definitivas tanto para rechazar como para
aceptar sin más ni más esta hipótesis.
En cuanto a la sucesión del día y de la noche, hay delitos que suponen el contacto
social, la actividad laboral plena, como sucede con la estafa, las defraudaciones al
fisco, la puesta en circulación de productos falsificados, etc. Pero la mayor parte
de otros delitos muertes en emboscada, hurtos, robos, violaciones de domicilio,
conspiraciones, etc.— se llevan a cabo de noche. La existencia de turnos de
trabajo que, sobre todo en las ciudades altamente industrializadas, llenan las 24
horas del día, está creando en la actualidad una distribución más uniforme de la
delincuencia a lo largo de todo el día.
Pueden tomarse como punto de referencia los siguientes datos consignados por
Álzate Calderón, para Chile:
Distribución de la criminalidad en cuatro etapas del día:
Al mismo tiempo, se ha observado que la proporción del delito crece más que la
población de las ciudades; Jacksonville, entre 1920 y 1925, aumentó su población
en un 50%, pero los homicidios pasaron de 31 a 69; Miami creció entre el 125 y el
130%, pero sus homicidios aumentaron en un 660%; en Tampa, el crecimiento de
la población fue de 80% el de homicidios, de 320%. En general, las ciudades
mayores dan, proporcionalmente, mayor delincuencia que las menores, si bien
existen excepciones, como sucede con las grandes ciudades de Holanda, Austria
y Hungría.
Entre las causas que se han dado para explicar la mayor criminalidad urbana,
están las siguientes: la ciudad ha destruido o relajado los vínculos familiares y
vecinales que en el campo aún se mantienen fuertes; la ciudad supone más
movilidad, más cercanía para imitar las conductas criminales, más posibilidades
de profesionalizarse en el delito; atrae más a los delincuentes, inclusive a los que
iniciaron su carrera en el campo; la ciudad es fértil en roces sociales y ofrece
mayores tentaciones por la esperanza de la ocultación y del anonimato;
incrementa el número de necesidades sin hacerlo paralelamente con las
posibilidades de satisfacerlas-, el vicio comercializado tiene en las ciudades sus
cuarteles generales (alcoholismo, diversiones nocturnas, drogas, estupefacientes,
juego, prostitución): ofrece distracciones frecuentemente peligrosas como
sustitutivo o equivalente de !a vida activa y sana del campo; en éste, la pobreza no
suele llegar casi nunca a los extremos que en las ciudades; las bandas infantiles y
juveniles son fenómenos urbanos y sólo raramente campesinos; se carece de
lugares parques, jardines— para que la población se distraiga sanamente; la vida
ciudadana es más nerviosa; inclusive se puede citar el hecho de que en las
ciudades existe un mayor número de disposiciones que pueden ser transgredidas.
Sin embargo, es muy probable que las diferencias consignadas en las estadísticas
sean menores en la realidad; por ejemplo, en los lugares pequeños y en el campo,
autoridades y pueblo se conocen, por lo que es muy fácil que aquéllas dejen pasar
las faltas menores, resignándose a dar curso sólo a las más graves; por otro lado,
los lazos familiares extensos y las vinculaciones vecinales evitan que muchas
faltas sean llevadas a conocimiento de las autoridades. El número de delitos que
así escapan a las estadísticas difícilmente pueden ser compensado por el de
aquellos que, al amparo de las facilidades ofrecidas por las grandes ciudades,
eluden a la justicia o el de aquéllos que se hallan protegidos por los siste mas de
corrupción política que existen en las ciudades.
Lo recién dicho vale en buena medida también para las bandas de adultos.
El aporte de Shaw y de sus discípulos ha sido considerable, en el terreno de la
Criminología; sus estudios son modelo de buen método y de conclusiones bien
meditadas; sin embargo se han formulado las siguientes observaciones
fundamentales:
1.— Shaw descuidó tratar de la capacidad selectiva de ciertas áreas; por ejemplo,
si encontramos muchos delincuentes en alguna de ellas, tal fenómeno puede
deberse no precisamente a que el lugar 1os produzca, sino a que han ido a parar
allí desde otra región; en efecto, si un delincuente comete sus actos en un lugar lo
más probable es que al sentirse perseguido por la policía, o vigilado por ella
después de cumplir la sanción, trate de alejarse de las regiones donde es
conocido; entonces, al trasladarse, va de manera natural a dar a áreas con ciertos
caracteres que seleccionan y atraen a los delincuentes foráneos. Taft, en sus
estudios sobre 71 delincuentes de Danville, comprobó que sólo ocho de ellos
habían nacido en el lugar y se habían criado en él.
En cuanto a la movilidad, puede decirse que cuanto mayor es, más delitos
provoca; la movilidad se refiere a las personas que cambian realmente de
residencia, pero no a quienes se desplazan por turismo o vuelven continuamente a
un centro fijo, como los agentes viajeros. El incremento de criminalidad puede
explicarse por dos razones fundamentales: 1) La movilidad excesiva implica la
carencia de un centro fijo, con la consiguiente inestabilidad personal y familiar (si
el traslado se realiza en compañía de la familia); 2) Los inmigrantes deben buscar
en cada lugar al que llegan, un nuevo ajuste cultural el que se logra después de
roces de muy variada intensidad, o no se logra; si la migración tiene causas
económicas, los recién llegados son vistos con malos ojos por los trabajadores
establecidos, pues traen consigo la competencia y la posibilidad de bajas en los
salarios. Las dificultades de adaptación se acrecientan cuando entre los grupos
establecidos y los inmigrantes existen grandes diferencias de idioma,
nacionalidad, costumbres, etc.; eso vale, por ejemplo, para las numerosas
migraciones desde el sur de Bolivia hacia el norte de la Argentina.
Las áreas que dividen poblaciones dé distinta raza —negros, indígenas, judíos
(ghettos), etc.— dan lugar a aumento de roces sociales y de delincuencia. Lo
mismo puede decirse de aquellas regiones que aún representan la progresiva
línea fronteriza de la civilización que avanza.
CONCLUSIONES.
c) El divorcio, que si bien fue instituido con el pretexto de que serviría de remedio
sólo a situaciones extremas y, por tanto, raras, se ha extendido hasta convertirse
en un problema social de primer orden, lo que era fácil de prever desde un
comienzo. Generalmente el divorcio adviene por puro interés de los padres, sin
consideración por los hijos. El resultado es la aparición de niños que, para fines
prácticos, pueden ser asimilados a los huérfanos, con la agravante de que existen
corrientemente sentimientos de repulsión hacia uno de los padres o hacia ambos;
el cuadro general suele complicarse mucho con la aparición de padrastros y
madrastras en vida del progenitor por naturaleza.
d) Los niños pasan mucho tiempo fuera del hogar, no sólo en las escuelas, sino
en las calles, los clubes y los centros de recreo, frecuentemente sin la necesaria
vigilancia. La inexistencia de un hogar digno de tal nombre suele ocasionar la fuga
de los hijos.
Vemos pues, por las razones apuntadas —que no son todas sino las principales
de las que podrían enumerarse— que la familia está lejos de reunir siempre las
condiciones necesarias para cumplir su función socializadora; sólo en la minoría
de los casos satisface las necesidades de los niños, necesidades qué no son ex -
clusivamente las de alimentación, ropa y habitación, sino de seguridad psíquica,
cariño, comprensión, consejo, etc.; fuera de que debe darle un estado personal
socialmente aceptable, el de hijo legítimo que le proporciona satisfacción interna y
valentía para encarar muchas situaciones externas y elimina una fuente de pro-
bable vergüenza e inferioridad. En el seno del hogar, el niño debería contar con el
aliento necesario para formar su propia personalidad y crearse un sentido de
responsabilidad y la capacidad de obrar por propia iniciativa.
Puede agregarse, que frecuentemente el hogar, durante sus primeros años, suele
ser menos estable no sólo por la menor compenetración entre los padres ^-que se
hallan aún en plena etapa de ajuste y comprensión— sino también porqué la
situación económica suele ser más incierta; es en tal ambiente familiar donde el
primogénito ha de moverse, en mayor proporción que los hermanos que le siguen.
Además, no es raro que el primogénito sea sacrificado por sus hermanos,
teniendo que trabajar pronto para contribuir al sostenimiento del hogar y hasta a
los estudios de sus menores.
Quizá parte de las discrepancias pueda explicarse porque mientras unos toman en
cuenta sólo a los hijos materialmente únicos —hay uno solo en la familia— Burt
incluye a aquellos que psíquicamente pueden ser considerados únicos, aunque de
hecho tengan hermanos.
Las razones recién anotadas destacan que, en cuanto toca sólo a las relaciones e
influencias familiares, el ser hijo único constituye una desventaja: como que lleva a
delincuencia mayor, o por lo menos igual, que la de varios hermanos, pese al
contrapeso constituido por la buena situación económica
Muchas de las estadísticas que sirven de base a las conclusiones a este respecto,
se realizan tomando en cuenta la población de los reformatorios; ahora bien: los
hijos únicos, más frecuentemente que los otros, provienen de familias en buena
posición económica, por lo que los jueces, ante los cuales aquéllos se hubieren
presentado por inconductas, no los envían a reformatorios u otras instituciones,
sino que los devuelven a los padres; de manera natural, las sentencias del juez de
menores tienen que tomar en cuenta el hecho de que el presupuesto familiar esté
o no recargado. Con lo cual, parte de la criminalidad de los hijos únicos escapa a
las estadísticas.
Si bien hemos de hablar aquí fundamentalmente del hogar deshecho —lo que
implica que en algún momento él existió-— hemos de incluir también los casos en
que el niño proviene de un hogar que nunca llegó a formarse dentro de los moldes
socialmente aceptables; en tal condición se encuentran los hijos ilegítimos.
Las razones que pueden explicar estas diferencias numéricas son múltiples; la
primera, entre todas, se halla en la escasa capacidad educativa que poseen
hogares en que las relaciones son anormales. Lugar preponderante tiene la
censura social que deprime al niño, lo aparta de ciertos círculos y reduce sus
posibilidades para alcanzar un alto nivel cultural y social; tal situación puede
quedarse en la depresión que el niño sufre, pero frecuentemente ocasiona una
reacción de repudio de parte de él hacia sus padres, con lo cual aún la escasa
influencia que ellos podrían ejercer se esfuma; esta reacción crítica no resulta sólo
como consecuencia de las dificultades materiales que se oponen a los hijos
ilegítimos, sino que también puede tener un fundamento estrictamente moral: por
ejemplo cuando el niño adquiere una conciencia moral estricta —y exacerbada por
el conocimiento de su origen— que comienza por censurar la inconducta de los
padres y termina por provocar graves tensiones internas. Sin embargo, es también
corriente que los niños concluyan por adaptarse a su situación, a ser indiferentes
contra las críticas y a aceptar como molde de conducta el de sus padres; por eso,
los hijos ilegítimos suelen ser muy proclives a tenerlos de la misma categoría.
Podrían aún agregarse otras razones: así, la ausencia del padre —usual en los
casos de ilegitimidad— mengua la capacidad moralizadora hogareña; aunque allí
se predique la virtud, el niño no la asimila porque es más arrastrado por la fuerza
de los hechos; la madre generalmente trabaja para sostener al hijo, por lo cual lo
descuida; muchas veces ella se conduce con su hijo como con un ser indeseado,
que dificulta el formar luego un hogar legítimo o, por lo menos, el formarlo con las
condiciones que se lograrían si no existiera la prueba de una culpa pasada: la
madre soltera, por el hecho de serlo, se ve obligada a disminuir sus protensiones
matrimoniales; frecuentemente, el ambiente hogareño es inmoral aun después del
nacimiento del hijo. Como los padres no atienden debidamente a las necesidades
de los niños, éstos se ven obligados a iniciarse prematuramente en el trabajo.
Fuera de que suelen darse casos de inferioridad biológica, pues los niños nacen
dañados por maniobras abortivas fracasadas que intentaron las madres.
Sin embargo, Shaw y McKay, en sus estudios que envolvieron a 7.278 escolares y
1.675 delincuentes, hallaron hogares deshechos en la proporción de 36,1% y
42,5%, respectivamente, con una razón de 1 a 1,18 que es sumamente baja sobre
todo comparándola con las establecidas por otros autores; bien es verdad que se
han formulado serias críticas a Shaw y McKay principalmente en cuanto al método
de investigación utilizado.
Los problemas del hogar deshecho se complican, según adelantamos más arriba,
cuando aquél se reconstituye por medio de matrimonio posterior con otra persona.
En tales casos, parece que la presencia del padrastro es menos perjudicial que la
de la madrastra, sobre todo como emergencia de las tensiones internas que se
provocan. La variedad de casos particulares, empero, ha tornado difícil el
establecer generalizaciones con base aceptable, acerca de si uno u otra provoca
mayores dificultades hogareñas. De cualquier manera, las tensiones apuntadas
tienen importancia criminal y tanto más grave si el nuevo matrimonio subsigue a
un divorcio y el padre o madre según la naturaleza aún vive, pues se debe prestar
obediencia, respeto y acatamiento a un extraño, a quien los niños y jóvenes
consideran un intruso y hacia quien se ven predispuestos a adoptar actitudes de
resistencia que son fuentes de disgustos inclusive entre los cónyuges. Si del
nuevo matrimonio nacen otros hijos, la situación se complica aún más, en vista de
preferencias y pretericiones —reales o imaginarias— entre los grupos de
hermanastros; surgen problemas para los padres, pero también entre los hijos que
experimentan celos entre sí.
Los Glueck, en sus estudios sobre delincuencia juvenil, hallaron que los
delincuentes provenían de familias de las cuales el cincuenta por ciento tenían
registros criminales; otro 30% de las familias tenían miembros que, aunque
criminales, no habían sido registrados por una razón u otra.
Los mayores perjuicios provocados por la laxitud son fáciles de explicar: ya vimos
que los mimos, la demasiada condescendencia, forman en el niño un carácter
caprichoso que tiende a satisfacer sus deseos por medios compensatorios
derivados y criticables, pues carece de la virilidad suficiente para buscarlos a
través de las dificultades presentadas por la vida social normal. La voluntad se
debilita, no se crea el sentido de la iniciativa ni se forma para la lucha leal y dura;
al permitir que desde temprana edad los niños triunfen en sus deseos usando
medios poco viriles, la laxitud prepara casi seguros fracasados para la vida juvenil
y adulta. Por eso, Edgar Hoover, jefe del FBI y que conoce de cerca a los
criminales, tuvo razón al escribir: "Si tuviera que catalogar a los que considero los
contribuidores actuales más grandes de nuestros crecientes anales del crimen,
temo que honradamente me vería obligado a ^censurar la excesiva indulgencia
paterna".
Por el otro lado, la disciplina exagerada incrementa el natural sentimiento de
inferioridad de los niños; bajo un régimen de este tipo, los castigos no enderezan
lo torcido sino que sólo logran deprimir la personalidad infantil y juvenil; el hijo,
para escapar de los castigos provocados por sus faltas —o por conductas que los
padres incomprensivos califican de tales— se ve obligado a fingir; a mentir o a huir
de la casa. Fugas, mendacidad, odios y resentimientos contra los padres,
hipocresía, etc., que son resultado de los regímenes draconianos, constituyen
malos antecedentes para la conducta futura.
Por fin, la labor educativa familiar es nula cuando no existen exigencias de ningún
tipo, sino que cada miembro del hogar se comporta como mejor le parece, sin
vigilancia, corrección ni consejo.
Hentig trae las siguientes estadísticas de Estados Unidos, promedios de los años
1933 - 1936, por 100.000 de las admisione? penales de cada grupo; delitos
cometidos por varones:
Sin embargo, no hay que descuidar el hecho de que el estado civil se combina con
otras condiciones sobre todo de edad, para dar por resultado cierto tipo de
conducta.
De cualquier modo, será preciso estudiar aún otros datos que pueden explicar 1as
cifras anteriores. Por ejemplo, es claro que si un hombre o una mujer permanecen
solteros a los cuarenta años, se pueden sospechar otras causas, fuera del mero
estado civil, para explicar su delincuencia. Se ha hecho notar que la mayor pro-
porción de casados y menor de divorciados se da en las áreas rurales, por lo cual
estas implicaciones deberían ser tomadas en consideración.
La menor delincuencia del casado debe ser más tenida en cuenta porque se halla
en condiciones de cometer .más delitos para él propios, como el abandono de
familia o de mujer embarazada y la bigamia; las urgencias económicas, relevadas
por la obligación de mantener a. toda la familia, deberían empujarlo más, sobre
todo a delitos contra la propiedad.
RELIGIÓN Y DELINCUENCIA.
Nadie está libre de sentir la tentación de llevar a cabo conductas que, de ser rea -
lizadas, constituirían delitos. Sin embargo, entre el impulso interno primitivo y su
actualización externa se dan instancias represivas que evitan estos delitos. Las
instancias represivas pueden derivar del temor que se tiene de la opinión ajena o
del castigo de la ley humana —en ambos casos se trata de fuerzas que tienen un
origen exterior al individuo— o de la mera conciencia moral y religiosa (en este
último caso asociada con el temor de un castigo ultraterreno).
Si se quiere evitar el delito, por tanto, pueden reforzarse los frenos de origen
externo: aumentar las leyes, darles eficaz vigencia, crear una fuerte opinión social;
o, complementaria o supletoriamente, acrecentar las fuerzas morales y religiosas.
Entre ellas se mantiene tal equilibrio que cuando unas aumentan su fuerza, la de
las otras disminuye.
Más claramente, Bonger ha afirmado que los ateos son individuos más morales y
menos delincuentes que los religiosos; y explica tales características por dos
razones fundamentales: 1) los irreligiosos pertenecen, en general, a las clases de
cultura más elevada; 2) son hombres de más carácter, como lo prueban por el
simple hecho de ir contra la corriente; así eran también —agrega— los primeros
cristianos y de ahí su moral más alta
Ya Lombroso había hecho destacar estos aspectos; para él, el mero ritualismo
conduce a deformaciones de fanatismo y superstición, favorables al delito: pero si
se deja de lado el formulismo exagerado y se trabaja con la conciencia del
individuo, para llevar a ella convicciones morales, entonces se tiene un verdadero
y eficaz freno contra la delincuencia.
Uno de los medios más adecuados para descubrir las relaciones entre la religión y
el delito consiste en investigar los porcentajes de personas religiosas que existen
entre delincuentes y no delincuentes. Hay ciertos países en los cuales la
posibilidad de error es grande, porque la afiliación religiosa se afirma
automáticamente o por costumbre. Pero eso no sucede en Estados Unidos, donde
la afiliación es voluntaria y relativamente bien registrada.
Los autores citados comprobaron que —dentro del sector que a ellos les
interesaba especialmente— muchos que se declaraban católicos en realidad no lo
eran; de entre tales supuestos católicos, una décima parte no había sido siquiera
bautizada; otra décima parte no había recibido la primera comunión; más de un
quinto no había recibido la confirmación; cuatro quintos habían descuidado el
cumplimiento del deber pascual inmediatamente antes de ser encarcelados; y el
95% no recibía los sacramentos en la proporción media de los católicos corrientes.
¿Por qué, entonces, la gran afiliación religiosa de los penados? Porque ése es un
dato importante ante las comisiones que conceden indultos, rebajas de pena,
libertad bajo palabra, etc. Taft cita un caso comprobado, en el cual los presos
cambiaban de afiliación religiosa, según fueran las creencias de quienes integra-
ban esas comisiones.
Esta asistencia es, en los criminales, notoriamente inferior a la propia de los fieles
corrientes en Estados Unidos.
Hay que averiguar si algunos grupos religiosos,' por ser tales o cuales, inclinan
más a la delincuencia, por lo menos a ciertos tipos de delincuencia.
La criminalidad judía, tan baja, puede explicarse por el hecho de que en ellos pesa
mucho la comunidad, la que se ha hecho compacta y ceñida, debido en parte a las
persecuciones y a la influencia que conservan los rabinos, aún sobre los no
creyentes.
Es usual que las minorías con fuerte personalidad de grupo y sujetas a presiones
formen fácilmente este sentido de comunidad; suelen también mostrar un nivel
moral superior al corriente en la comunidad en que viven.
La importancia de las razones anteriores puede comprobarse ante lo que sucede
en el estado de Israel. Los judíos forman allí la mayoría y no están sujetos a
presiones del tipo de que históricamente sufrieron. La consecuencia se muestra en
que Israel tiene una delincuencia similar a la de otros países desarrollados-» tanto
en la cantidad como en la distribución en tipos penales.
Se puede agregar que los grupos católicos cometen delitos de fácil descubrimiento
y prueba, lo que no sucede con los protestantes y judíos.
Podemos pensar, por lo que a nuestro país toca, en las borracheras que se
desencadenan con el pretexto de festividades religiosas, sobre todo de tal o cual
santo o imagen reputados por patronos o por milagrosos; allí suelen originarse
muchos delitos de violencia. Tampoco dejan de tener ligazones con el delito
ciertas creencias cercanas a la idolatría, en que ha derivado una religión
malentendida.
Ejercicio del Culto.— Con frecuencia, en los últimos tiempos, se declara que el
ejercicio de la religión, bajo ciertas circunstancias, constituye delito. El
cumplimiento de su deber religioso acarrea así a los fieles, el calificativo de
criminales, simplemente como emergencia de situaciones políticas que, por
desgracia, hoy están lejos de ser excepcionales.
Uno de los casos más recientes es el de los Testigos de Jehová en Argentina. Por
sus creencias se niegan a honrar los símbolos de la patria. En consecuencia,
miembros de la secta han sido arrestados, a veces por decenas y la secta misma
ha concluido por sufrir prohibiciones.
Las Iglesias, sobre todo cristianas, han insistido de manera permanente en los
aspectos sexuales, de la conducta; el catolicismo llega inclusive a imponer el
celibato de sus sacerdotes.
Fuera del beneficio que significa un freno fundado en la moral y la religión, éstas
ofrecen otros modos de prevención del delito.
Así, por ejemplo, las parroquias formadas como es debido crean el sentido de la
vecindad y de la ayuda mutua.
La escuela es uno de los ambientes por los cuales el niño está rodeado desde sus
más tiernos años; ingresa en ella en momentos en que posee un alma
esencialmente moldeable y en que la imitación tiene especial relieve; continúa en
los años en que se abren los horizontes del conocimiento; sigue cuando se
plantean los grandes problemas de la vida social, de la responsabilidad personal v
de la procreación. Allí forma sus primeros grupos de amigos y recibe el legado de
las tradiciones y los conocimientos propios de su tiempo y lugar. Allí se le señalan
los ideales de la vida. Allí se le proporcionan los instrumentos de que ha de
valerse para lograr su adaptación en la edad adulta. Pero también, ya en la
escuela puede mostrarse como persona adaptada o desadaptada y puede adquirir
conocimientos, costumbres y tendencias que posteriormente lo conduzcan a actos
antisociales y criminales.
Ya Lombroso anotó sagazmente que la educación escolar puede servir tanto para
aumentar como para disminuir la delincuencia. De manera general, la escuela,
muestra del grado de civilización, ocasiona una disminución de los delitos feroces,
pero aumenta el número de los de otra naturaleza. Fue Lombroso quien hizo notar
que los adelantos científicos transmitidos por la escuela no traen necesariamente
consigo la capacidad requerida para servirse de ellos moralmente.
Al filo de nuestro siglo, Niceforo afirmaba que los analfabetos tienden a los delitos
de violencia, mientras las personas cultas se inclinan a los delitos fraudulentos.
Por eso, los autores modernos participan, en general, de estas reservas; para
hacerlas no se basan, se sobreentiende, en el ideal de escuela que se puede
estudiar en los libros, sino en su real influencia actual, comprobada por medio de
estadísticas, en lo que toca a repercusiones criminales.
Tenemos el caso de la alfabetización.
Gillin, guiándose por las estadísticas estadounidenses del año 1923 (primer
semestre), halló que entre los internados en presidios y reformatorios los
analfabetos constituían los siguientes porcentajes, según los diversos tipos de
delitos: asalto, 24%; homicidio, 19,7%; violación de leyes antialcohólicas "£%; vid*
ción,14,3%; violación de leyes sobre estupefacientes 11,5%, violación dé
domicilio, 10,8%; hurto, 5,9%; robo simple 6%. Pero los porcentajes quedaban
muy debajo en los siguientes delitos abusa de confianza, 1%; falsificación 2 9% Y
fraude, 2,6%. Estas cifras pueden compararse con las del analfabetismo en la po-
blación estadounidense normal de entonces que era del 7 1. A ello pueden
agregarse otras observaciones; por ejemplo,
Fontán Balestra halla que entre los que hubieran recibido una educación
esmerada; los Glueck, en sus estudios tantas veces citados, encontraron como
característica un notorio retardo en la educación.
Entre los problemas ligados con la criminalidad, se halla el de los alumnos que
repiten cursos o que abandonan sus estudios antes de concluirlos y sin razones
legítimas. Las estadísticas muestran que los repitentes de cursos dan mayor
delincuencia que quienes los vencen normalmente; se ha advertido una relación
directa entre el número de reincidencias y la repetición de cursos ( 12). Lo mismo
ocurre con los que abandonan los estudios, al extremo de que esta característica
constituía uno de los puntos en el sistema alemán de pronóstico.
Pero hay que evitar sacar conclusiones precipitadas de los hechos anteriores y
pretender establecer una relación inmediata y sin complicaciones entre el fracaso
escolar y la delincuencia. Con frecuencia, la causalidad es mucho más compleja.
Desempeñan papel notable la carencia de inteligencia, la falta general de
adaptabilidad, malas condiciones familiares, variados factores extraescolares,
anormalidades mentales, etc. Además, suele ocurrir que el propio instituto
educativo provoque reacciones destructoras y conflictos, por su mal
funcionamiento.
Lo anterior puede aplicarse también para los casos en que se trata de problemas
de disciplina más que de rendimiento. Todo ello, sin olvidar los caracteres propios
de la edad evolutiva en que se encuentran los estudiantes.
El propio Guillen advierte que el índice de honestidad en el primer grupo fue sólo
el apuntado, porque en él existían algunos muchachos recién ingresados; entre los
que habían pertenecido al grupo los dos años, el promedio fue del ciento por
ciento.
El resultado anterior no debe sorprendernos pues corresponde estrictamente a la
lógica de los hechos. En los grupos de scouts, la formación de los sentimientos, de
la voluntad, del espíritu de lealtad, solidaridad, sacrificio, etc., ocupa el primer
lugar relegando a uno secundario los conocimientos teóricos que se imparten en
mucha menor proporción que en nuestra enciclopédica escuela actual; el poder
formativo de este sistema educativo se manifiesta por el mejoramiento que se
obtiene, en el sentido de honestidad, a medida que los muchachos pertenecen
más tiempo n los grupos escautísticos, cosa que no sucede ni de lejos con los
cursos vencidos en la escuela. En cuanto a la superioridad de las escuelas
privadas sobre las públicas, ella puede explicarse sobre todo porque en países
como Estados Unidos, aquéllas son de tipo confesional, que conceden lugar
principal a la formación ético - religiosa, descuidada generalmente en las escuelas
públicas. Es esta educación, bien dada, la que impediría muchos dejitos derivados
de supersticiones y fanatismos, a que en otro lugar nos referimos más
extensamente.
Las razones para el aumento de criminalidad son tantas que resulta tarea punto
menos que imposible el hacer un análisis detallado de todas ellas. Por eso, en un
intento de resumir y sin la pretensión de agotar el tema, podemos ofrecer las
siguientes causas, como las que fundamentalmente permiten explicar, sobre todo
actuando en cooperación, la cantidad y calidad de la criminalidad civilizada actual: