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El cambio climático hace arder

al mundo
Los cambios inducidos por la acción del hombre afectan a fenómenos meteorológicos y climáticos.
Antonio Albiñana

Ya no cabe duda alguna, el cambio climático y su derivada, el calentamiento


global, se instalaron en todo el mundo ante la inacción de los tomadores de
decisiones. Sus consecuencias se están sintiendo con fuerza durante los últimos
días en Europa del Sur: subida inusitada de temperaturas, alertas rojas, pavorosos
incendios con cientos de miles de hectáreas calcinadas, víctimas en España,
Francia, Portugal, Grecia, Italia, y amenazas e incertidumbre en otras zonas del
mundo.
Varias oleadas de calor en un mes, con las jornadas más calurosas de la historia
en Francia, España o Reino Unido, con unas temperaturas que, unidas a la
sequía, han provocado intensos incendios en toda Europa del Sur, algunos sin
resolver del todo, como los que afectan a media España, incluyendo sus más
apreciadas zonas naturales. Evacuaciones y miles de muertos en una cifra que
aún no cabe dar por concluida: Europa arde. Una primera conclusión: la del
secretario general de la Agencia de la ONU, el finlandés Petteri Taalas: “que sirva
la ola de calor como llamada de atención a un mundo no siempre concienciado del
todo sobre el cambio climático”. Y es que, según científicos que participan en el
Panel de Naciones Unidas, esos cambios inducidos por la acción del hombre ya
están afectando a muchos fenómenos meteorológicos y climáticos en toda
Europa, cuya muestra está siendo las olas de calor extremo y los incendios de las
últimas semanas.

En 1988 la ONU creo el Panel Internacional sobre el Cambio Climático (IPCC por
sus siglas en inglés), al que están asociados miles de científicos en 195 países de
todo el mundo para “facilitar el conocimiento científico, técnico y socioeconómico
sobre el cambio climático, sus causas, sus impactos y las posibles estrategias
para hacerles frente”. Sus informes periódicos cada vez han sido más duros, tanto
como la inacción de los gobiernos concernidos.
El informe que el IPCC emitió en 2014, previó exacta y detalladamente
“fenómenos extremos”, como los que están sucediendo en este momento.
Además, anticipaba la “frecuencia e intensidad de precipitaciones intensas”: las
que provocaron inesperadas inundaciones en el centro de Europa en el pasado
año.

¿Por qué no se hizo caso a las alertas de los científicos de la ONU y se siguieron
empleando intensivamente los combustibles fósiles cuyas emisiones son la causa
de la actual emergencia climática? En primer lugar, por el “negacionismo” sobre la
realidad del cambio climático, que recuerda al fenómeno que se produjo al inicio
de la pandemia por Covid-19. Se registra en algunos países europeos y también
en Estados Unidos, alentado por la influencia de los sectores ligados a intereses
energéticos e industriales tradicionales. En segundo lugar está una especie de
“negacionismo soterrado” que se empeña en que no se avance en materia de
cambio energético por intereses electorales y populistas. Por ejemplo, en España
podemos ver que la oposición de derechas manifiesta sistemáticamente en el
Parlamento su oposición a cualquier iniciativa para avanzar en materia de
ambición climática o fiscalidad verde, por considerarlas “políticas retardistas”
respecto al progreso económico.
Europa enfrenta, además, por el conflicto Rusia /Ucrania y el corte del suministro
del gas ruso, una situación muy complicada, que está obligando, por ejemplo, en
Alemania, a volver al uso intensivo de combustibles como el carbón o el petróleo,
aun sabiendo que sus efectos como emisores de gases de efecto invernadero son
decisivos para el cambio climático que hoy sufre el continente, especialmente en
el Sur.

Saliendo de Europa se empieza a percibir que la ola de calor se extiende al


continente africano, llegando también a Oriente Próximo y hasta Asia. “Esta gran
área de calor extremo y sin precedentes es otro indicador de que los gases con
efecto invernadero por la actividad humana está causando extremos climáticos
que afectan a nuestras condiciones de vida”, según el investigador de la NASA
Steven Pawson.

Además de los fenómenos extremos en el viejo continente, se estima que antes de


mediados de siglo habrá en el mundo más de mil millones de “refugiados
climáticos” a la espera de ser reconocidos por el sistema de Naciones Unidas.
¿Qué planeta dejamos a las futuras generaciones? ANTONIO ALBIÑANA
Los de la última fila
Sugiero un repaso a la máxima del Hombre Araña: ‘Un gran poder conlleva una gran
responsabilidad’.
Thierry Ways

Creer que es una virtud menospreciar las normas sociales es no entender cómo
funciona el mundo. Estas, recordemos, son diferentes a las reglas. Las reglas son
preceptos, usualmente escritos, que emanan de alguna autoridad: por ejemplo, ‘no
robar’. Las normas, en cambio, nacen de un consenso tácito y su violación no
implica un castigo, pero sin ellas sería imposible vivir en comunidad. Por ejemplo:
dar las gracias cuando recibimos un favor.

Creer que es una virtud menospreciar las normas sociales es no entender cómo
funciona el mundo. Estas, recordemos, son diferentes a las reglas. Las reglas son
preceptos, usualmente escritos, que emanan de alguna autoridad: por ejemplo, ‘no
robar’. Las normas, en cambio, nacen de un consenso tácito y su violación no
implica un castigo, pero sin ellas sería imposible vivir en comunidad. Por ejemplo:
dar las gracias cuando recibimos un favor. No obstante, hay quienes creen que
transgredir ciertas normas de comportamiento los hace irreverentes y, por tanto,
más sinceros y francotes. Los otros son unos hipócritas, ellos no: ellos dicen las
cosas de frente. Los modales son para los tibios.

Y lo peor es que, culturalmente, van ganando. Solo escribir la palabra ‘modales’ se


siente como un anacronismo, como le debe sonar a una joven de la era de la selfi
oír a su abuelo hablar de cuando iba a ‘sacarse un retrato’ a la tienda fotográfica.

Pero no, las normas no son el vestigio de una era más hipócrita o más pacata,
sino afinados rituales que la civilización ha desarrollado para, entre muchas otras
cosas, tramitar discusiones difíciles. Lo sabe cualquiera que haya participado en
una junta directiva dividida o una reunión de copropietarios en conflicto. Al primer
insulto se rompe cualquier posibilidad de entendimiento. La norma violada: no
irrespetar al contrario. Pensaba en eso, con un sentimiento de pena ajena –de
emoji de palma de la mano en la frente–, al ver a unos noveles legisladores (y
otros menos noveles) insultar al Presidente durante la instalación del Congreso e
interrumpir su discurso con cancioncitas.

Alguien me dirá que así pasa en el Parlamento británico, donde son frecuentes las
interrupciones, las risas y los “hear, hear” de aprobación. Justamente: esas son las
normas políticas de ellos, y a lo mejor les funcionan, pero no son las nuestras.
Además de que los británicos las aplican con ritualizados sentidos del humor, la
proporción y la oportunidad. Muy distinto a la grosería trumpiana que manchó la
sesión del 20 de julio.

Esa incontinencia es uno de los productos preliminares de un nuevo Congreso


marcado por el ‘ethos’ de las redes sociales, en las que se adquieren con rapidez
poder y popularidad, pero no se adquiere al mismo ritmo el seso para usarlos
adecuadamente. Como correctivo sugiero a sus nuevos integrantes un repaso a la
máxima de Peter Parker, más conocido como el Hombre Araña: “un gran poder
conlleva una gran responsabilidad”.

Pues, además de la incapacidad de oír sentados el discurso de alguien con quien


discrepan, la actitud de esos traviesos parlamentarios revela algo más deprimente.
Actuaron, ni más ni menos, como el matón del colegio, el que se sentaba en la
última fila y fustigaba desde ahí al maestro o a los que se sentaban adelante. Él
también se creía ‘cool’ y transgresor. Sin embargo, quizá por la misma
inexperiencia –o arrogancia– de la que tan vanidosamente hicieron gala, los hoy
matoneadores ignoran que en la vida pública las cosas se devuelven. Que en el
camino de regreso uno se encuentra con lo que sembró en el de ida. Que su
‘performance’ no solo degrada la calidad del debate –normalizando que se calle a
gritos al contrario–, sino que sienta un precedente que más adelante será usado
contra ellos. En sus manos, la democracia imitará a las redes, donde imperan la
réplica efectista y el meme burlón, donde lo que cuenta es el calibre del insulto o el
tamaño de la ‘peinada’ y donde la conversación constructiva es más escasa que
en Instagram la modestia. Una delicia de sociedad.

Y esos son los representantes de la ‘política del amor’. Los del ‘gran acuerdo
nacional’ y la ‘paz total’. Prueba de que la irreverencia no es garantía de
sinceridad.

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