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DE LA ENFERMEDAD
Graciela Biagini
El presente artículo resume algunos de los resultados obtenidos en el marco de una investigación
realizada con el auspicio de la OPS y ejecutada entre 1984-86 a través de la Escuela de Salud
Pública de la UBA1
OBJETIVOS GENERALES
-Respecto a comunicación social y salud, es posible observar que tradicionalmente las campañas
de vacunación, efectuadas por los Ministerios de Salud Pública y las distintas estructuras de
gobierno, conforman mensajes que se emiten -a través de medios masivos y/o por medios de
distintos efectores de salud- sin obtenerse los efectos y resultados esperados.
-Algunas observaciones realizadas en el terreno nos permitieron formular como hipótesis de trabajo
que la escasa penetración de los mensajes emitidos, en los sectores de mayor riesgo, tienen su
razón de ser en la construcción misma de los mensajes pues los elementos seleccionados, tanto a
nivel lingüístico como icónico, no son representativos del universo semántico de dicho sector.
Algunas de las conclusiones aquí resumidas tienen que ver con un abordaje realizado a nivel
sociocultural y psicosocial sobre los fenómenos de:
I- PERCEPCION DE SALUD-ENFERMEDAD 3
En forma muy clara se observó que el reconocimiento y el temor a las enfermedades deriva de
experiencias concretas ya que la casi totalidad de las enfermedades mencionadas son aquellas que
han sido vividas por el grupo familiar.
Con relación a las patologías más comunes y frecuentes de los niños o los adultos se verifica un
conocimiento de cuáles síntomas han de ser atendidos pero dichas señales son percibidas
tardíamente.
La mayoría de estas mujeres no privilegia la localización corporal como señal de alarma. El malestar
o los síntomas infantiles que más preocupan son la falta de interés en el juego, el no comer, el estar
molesto o triste.
Las patologías más nombradas son las afecciones del aparato respiratorio, sarampión, neumonía,
diarrea y tuberculosis.
Los malestares que no son lo suficientemente “serios” como para ser encarados a través de los
servicios de salud correspondientes (descomposturas, vómitos y diarrea pasajera, fiebres,
parasitosis, resfríos) forman parte de la “normalidad”.
La situación de enfermedad es aceptada con naturalidad; forma parte del ambiente en un marco de
carencias y dificultades.
El mandato social e histórico que señala el papel que debe desempeñar la mujer se visualiza
claramente en los sectores populares. Sumergida en los quehaceres del hogar, en el aislamiento de
una relación sexual asimétrica, en la mayoría de las familias es la única responsable de la totalidad
de los cuidados y atención de los hijos, con los escasos elementos de una educación que resulta
deficiente, hasta en el conocimiento y cuidado de su propio cuerpo.
Estos aspectos la conducen a tener escasas medidas de prevención e higiene sanitarias y atribuirle
a “los factores climáticos”, a las comidas que “caen mal”, la alteración de los estados de salud de
los miembros adultos del grupo.
Contestaciones como las que se transcriben se encuentran en casi todas las entrevistas:
D: “Son todos sanos, todo normal; tuvieron resfríos, sarampión, tos convulsa, pero nunca diarrea; son sanos”
Z: “...los chicos son sanitos... Lo único que tuvieron hace poquito fue el sarampión, las dos nenas...”
G: “lo único que tiene, bronquitis espasmódica...”
E: “no, enfermedades ninguna”
F: “Los chicos gracias a Dios no tuvieron enfermedades, salvo paperas, tos convulsa, sarampión...”
Generalmente las respuestas llevan agregada la muletilla “nada más”.
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Basta observar las carencias y la falta de un hábitat adecuado para una vida sana; el “nada más”
adquiere una significación que explica por sí sola, que en esas condiciones no hay alternativa para
otra situación.
Las enfermedades están ahí, forman parte del contexto, no tienen figura propia pero en cualquier
momento “les puede agarrar”, como expresan la mayoría de las madres en otra frase significativa
cuando se les pregunta si saben para qué sirven las vacunas: “para que no les agarre tan fuerte...”
Desde el punto de vista semántico entre las entrevistadas, se observa una clara tendencia a
denominar “enfermedad” como tal a la situación en la que el sujeto “ve” su propio cuerpo o el ajeno,
comprometido de un modo irreversible. Esta apreciación se distingue de otra en la que el cuerpo
aparece afectado temporariamente.
Tendríamos entonces la siguiente clasificación o modos de percibir los síndromes que los aquejan:
Los primeros son, para sectores de bajo nivel socioeconómico, baja cobertura de inmunización y
alta incidencia de diarrea, los que merecen la denominación de enfermedad. Aquí se inscriben
situaciones corporales vivenciadas como discapacitadoras: operaciones, accidentes que afectan
severamente partes vitales del cuerpo, mal de Chagas, tuberculosis, parálisis.
Un ejemplo representativo de esta manera de percibir y clasificar las afecciones corporales nos lo
da el comentario de una entrevista describiendo el problema de salud de su madre:
“no era una enfermedad porque era curable” -esta expresión nos dice que no era nada a pesar de
que esa persona debió someterse a una intervención quirúrgica para su restablecimiento y, en ese
momento estaba con un “ano contra natura”.
No son entonces consideradas -en primera instancia- como enfermedades las que tuvieron en su
infancia: paperas, tos convulsa, eruptivas. Tampoco las que comúnmente padecen como adultas:
resfríos, tos, anginas, hemorragias menstruales, inflamación de ovarios, sarna, flujo vaginal.
Esta forma de valorizar los síntomas en relación a su propio cuerpo, plantea un relativo cambio en
relación al cuerpo del hijo. Si bien un resfrío, una angina, una parasitosis, una otitis o una
conjuntivitis, no es una enfermedad adquiere las características de una señal:
“...yo no sé qué le pasa. Siempre está con anginas. Vuelta a vuelta, con los bronquios...”
“...mi mamá me dijo que había estado rara. Largó como una víbora por la boca. Ahora está mejor pero
dicen (la vecina) que tiene que largar otra, porque son de a dos...”
“...están sanos. No sé. La doctora me retó porque dice que está desnutrido. Pero no sé. El come bien...”
Al decir “señal” se quiere indicar que estas expresiones manifiestan un nivel de inquietud hacia lo
que posiblemente pudiera desencadenar en una enfermedad. Mientras, a modo preventivo, “curan”
caseramente recurriendo a lo que su sentido común les dicta (este sentido común está conformado
por los saberes que culturalmente se han ido estableciendo en este sector) y que no siempre están
dispuestos a explicitar.
Este mecanismo de silenciar las formas de tratar algunos síntomas, así como la adquisición de esa
capacidad de diagnosticar tanto como los signos que permitirían dichos diagnósticos, resultado
significativo.
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Es probable que esta conducta obedezca a la necesidad de preservar una zona de respuestas
alternativas frente a la posibilidad, siempre presente, de no poder contar con respuestas médicas
comprensibles; consejos prácticos en forma inmediata; fácil acceso hacia las formas de terapias
propuestas: remedios, dietas, tratamientos prolongados, etc.
Es observable que la diarrea en los niños, la tuberculosis y la poliomielitis, son las únicas que
adquieren, entre el sector consultado, la significación de enfermedad grave pues arrastra tras de sí
la fantasía de “estar consumiéndose”. El cuerpo todo se ve involucrado, sea porque se muere o se
discapacita.
Este módulo de análisis se centra en la necesidad de detectar aspectos relevantes en el uso de los
servicios formales e informales de salud. Aquí tuvimos en cuenta, por un lado, el modelo
internalizado en cada madre sobre cómo resolver los problemas referidos a la salud y, por otro, el
uso de los SS formales e informales.
Para los SS informales resultó complejo recabar información debido a la “actividad clandestina” que
suponen lo que en las entrevistas se manifestó como dificultad de ambas partes. El entrevistado
con dificultades para responder; las entrevistadoras preguntando con timidez.
Con respecto a los modelos de acción, todas las entrevistadas manifestaron actuar igual que su
madre.
En primer lugar se recurre al modelo de atención que ofrece la “tradición” y la experiencia. Frente a
la situación de enfermedad hay un “itinerario” común: primero se detecta, por parte de la madre o
alguna otra mujer, los síntomas de un desequilibrio; luego se lo trata de resolver a través de la
medicina casera, el autocuidado y/o la medicina informal. Después, asistir a la salita o puesto más
próximo problema y, de acuerdo a la importancia del problema, al centro de salud más importante
del distrito o al hospital especializado.
Es de suponer que esto es así fundamentalmente porque lo que ofrece la tradición y la experiencia
se refiere a los recursos disponibles en estas unidades domésticas, ya que no habría en general
conflictos entre lo que fija la concepción médico-sanitaria y los valores de la familia. Aquí la cuestión
es, básicamente “después” de percibida la enfermedad, de inaccesibilidad económica, geográfica,
funcional y social hacia los servicios de atención médica, por lo menos para la mayoría de las
patologías.
De la entrevista con F, quien se dedica a ayudar a los vecinos con problemas de salud, se
extrajeron sus propias conclusiones sobre la práctica de curar. Ella supone que la gente se cura por
fe, pues desconoce cuáles son las razones por las que ella, a través de algunas técnicas (que
incluyen también algunos medicamentos, como antidiarreicos por ejemplo) puede lograr tal efecto.
Desconoce como cura, pero refiere que existen personas con una sensibilidad especial para ello.
No sólo no cobra por esos servicios sino que a veces la presión social y la demanda de los vecinos
la obliga a “medir” el empacho; curar el ojeo, “independientemente de su voluntad”; a aplicar ese
“don” que le enseñó su madre.
No existe contacto “profesional” entre los “prácticos” y los médicos como representantes de los SS
formales desaprovechándose un interesante e importante agente de salud.
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Un caso demuestra la posible eficacia en el logro de un mejor estado de salud si existiera una
actividad mancomunada. Se refiere a un niño con diarrea que es llevado a la empírica.
Este el relato de la misma: “...Le dije que le diera baños de agua, dos gotitas de un jarabe
(carbocaftiazol), agua hervida para tomar; le indiqué que vaya al pediatra y que me venga a contar
lo que dijo el médico, que le cuente a él lo que pasó... Llegó a la salita y estaba cerrada, no hay
doctora, no hay nadie... El chico ya andaba bien con la diarrea.”
Hay concordancia y claridad de opiniones con respecto a las deficiencias de los servicios de
atención médica y a las dificultades en la relación médico-paciente que podemos sintetizar en:
Correlacionado dichos niveles con variables sociodemográficas tales como edad, nivel educativo,
ocupación de la madre e intervalo intergenésico se verificó una mayor tendencia de las madres que
no trabajan a abandonar el esquema de vacunación; hecho que puede estar vinculado con una
menor integración de estas unidades familiares, especialmente la madre, a un sistema de
programación y organización de la vida cotidiana como el que impone la inserción regular al
mercado laboral.
Se aprecia una relación directa entre el nivel educativo de la madre y un mayor cumplimiento en el
esquema de vacunación; asociación que se hace más evidente todavía para el caso de las vacunas
que, como Sabín y Triple, requieren tres dosis y un refuerzo según calendarios establecidos.
Pensamos que el indicador de educación no debe ser concebido como factor o atributo personal
que de manera aislada condiciona las prácticas de prevención. Creemos que la baja escolaridad
alcanzada por la madre evidenciaría la marginalidad de la familia de origen.
También la cantidad de hijos y el lugar que ocupa el niño en la escala intergenésica incide en el
cumplimiento de la vacunación ya que se incrementa la proporción de incumplimiento en el
esquema a partir del cuarto hijo, especialmente en vacunas de dosis múltiples. Este indicador
tampoco debe ser tomado descontextualizadamente pues son los núcleos familiares más
numerosos los que presentaron menor nivel socioeconómico.
En la medida en que el concepto de enfermedad connota un acontecimiento puntual y accidental,
puede pensarse que la idea de proceso está trabada porque cuando se vive “al día” la
programación y anticipación de conductas se torna difícil e innecesaria.
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Cabría preguntarse: qué ocurre cuando las madres de los estratos más bajos se les impone una
conducta preventiva tal como cumplir con el calendario de vacunación?
Cómo incorporan y resuelven ese mandato?
¿A través de las campañas masivas de vacunación se logra una modificación de las conductas o
una respuesta compulsiva, de escaso efecto y corta duración?
Asociado también al significado del fenómeno salud-enfermedad, podemos señalar que las madres
de sectores populares no consideran la prevención de la salud en general como una necesidad
debido a que ella no integra su esquema referencial.
Dentro de este contexto de relaciones de significados y valoraciones en torno a los síntomas y las
enfermedades, la vacunación es interpretada como la conducta necesaria para:
Por otra parte, el tipo o clase de saber que el respecto se incorpore afectará de un modo directo la
percepción de los servicios de salud, expresándose ésta a grandes rasgos en dos actitudes:
Dentro del primer grupo se adscriben los sectores sociales que por tener incorporado un saber
médico-científico acerca de su cuerpo, pueden decodificar o interpretar los signos que este emite en
términos de categorías diagnósticas. Estas los movilizarán a demandar servicios a la fuente
proveedora de ese saber y, al mismo tiempo, reparadora de lo que emerge como conflicto.
En el segundo grupo se encuentran aquellos sectores sociales que no poseen un “saber” médico-
científico respecto de su cuerpo y que sólo pueden decodificar los signos que este emite desde un
imaginario que, a su vez, le brindará categorías diagnósticas inscriptas en una cultura marginada de
lo científico y de las “conductas racionales”. Sólo en un segundo momento, después de haber
demandado asistencia a los vecinos, familiares y/o curanderas y no obtener una solución al
problema, acudirán a los servicios de atención médica.
Como la consulta es tardía y por casos graves, la prevención resulta imposible al no haber
permanencia y continuidad en la atención, lo que se agrava por la distancia lingüística y cultural
entre el médico y el paciente.
Esta situación es producto no sólo de las condiciones socioculturales de la población sino también
de las características de las prestaciones médicas que se les brinda, con su énfasis en lo
asistencial, con un estilo “asimétrico”, unidireccional y verticalista de comunicación médico-paciente.
La mayoría afirma que nunca les indicaron para qué sirven las vacunas, aunque les avisaron que
debían volver. El equipo de salud provee escasa información a la población usuaria o lo hace de un
modo que dificulta la recepción del mensaje. Se estimula la actitud pasiva y dependiente de la
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madre. La responsabilidad del cumplimiento del esquema está depositada en el agente sanitario o,
en forma mágica, en la libreta sanitaria.
“No te dicen para qué sirven. Vos tenés que llevarlo sabiendo para qué le das la vacuna”
“Mis chicos no tienen todas las dosis. Cuando voy a vacunarlo a veces ya se terminaron... y está la gente
amontonada... y yo con todos los hijos ahí.A veces pienso que como son sanitos, gracias a Dios... Yo
me voy”.
Entre las patologías vinculadas a las vacunas básicas, sobresalen como las más temidas la
poliomielitis y la tuberculosis. Prácticamente se desconoce la difteria y el tétanos. Tampoco se sabe
de cuales enfermedades protege la DPT o Triple.
La empiria es la base de sustentación de los conocimientos y llega a pesar más en las conductas
que la información adquirida. Un brote de sarampión moviliza mucho más a las madres que el
conocimiento (que resulta más abstracto) de la convivencia de aplicar la vacuna.
Al analizar qué argumentos utilizan para explicar la vacunación y para adoptar una práctica
preventiva observamos, como señalamos, dos clases de respuestas:
a) Aquellas que utilizan la expresión “para que no les agarre tan fuerte” y
b) Quienes usan el término “prevenir” en las mismas.
Las primeras son aquellas entrevistadas que poseen mejor información acerca de las
enfermedades a controlar, las dosis necesarias y el momento de aplicación. Puede considerarse
que tienen una noción más certera del objetivo de la vacunación y de sus beneficios.
Por el contrario, el grupo que utilizó la expresión “prevenir” tiene menor información.
Paradójicamente la utilización del término no implica la comprensión cabal de su significado puesto
que prevenir expresa evitar una cosa, conocer de antemano un daño para lo cual se requiere saber
cuál es el daño (la enfermedad, en este caso), con qué instrumento se lo evita (la vacuna) y cómo
se lo usa (dosis necesarias y sus intervalos). Podemos inferir que estas mamás utilizan una
respuesta aprendida mecánicamente pero no aprehendida; el correcto contenido de las conductas
preventivas no habría sido incorporado.
Estimamos que esta observación debería ser particularmente considerada pues se han realizado
algunos estudios, con metodología cuantitativa y formularios de encuestas, que concluyen que hay
un buen conocimiento sobre el para qué de la vacunación ya que la mayoría de las respuestas se
concentra en la categoría “prevenir”.
Para estos sectores de bajos recursos económicos, el cuerpo adquiere dos connotaciones:
a) la herramienta de trabajo
b) fuente de sensaciones incontroladas
La mayoría de las entrevistadas no perciben sus cuerpos, ni el de sus compañeros, como espacios
donde la enfermedad pueda residir.
Deben ser fuertes; el costo de una debilidad conllevaría a la mayor desgracia: una ruptura de la
organización familiar en todos sus niveles.
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Esta manera de relacionarse el cuerpo y la “supuesta” salud es necesaria a los efectos del lugar
que esos cuerpos ocupan en la unidad familiar: en general, el hombre como proveedor de ingresos
y ella como encargada de velar por la alimentación y la educación de sus hijos y su familia. Si bien
esta distribución de roles está presente en las diferentes clases sociales, en este sector adquiere
características marcadas pues, en general, no se cuenta con la ayuda certera de ningún otro
miembro que pueda sustituir temporariamente alguno de estos roles, sin dañar la estructura familiar
en su conjunto. Este no espacio del cuerpo productivo para la enfermedad se vincularía con no
usuario de los servicios de salud.
En esta distribución de roles y funciones los niños sí pueden mantener, sin mayores perjuicios, una
relación con al enfermedad. De ahí que en la población en estudio sean los que más consumen SS.
No obstante, podríamos inferir -no tenemos datos al respecto- que a medida que el hijo va
creciendo y asumiendo responsibilidades dentro del sistema productivo o al interior de la unidad
doméstica, su “capacidad” para enfermarse es menor aunque las condiciones que contribuyeron a
crearle enfermedades siguen siendo las mismas.
Por otro, desde la industria del vestido, las casas de belleza, la industria en general se descubrió
este espacio de placer que el cuerpo brindaba y lo lanzó a postularse hedonísticamente. Estas
ideas “libertarias” tuvieron aceptación en los sectores sociales predispuestos y dispuestos a
efectivizar el consumo, a su vez como un medio de adquirir nuevos signos de status.
Estos objetos de consumo tienen un valor simbólico: reaseguran el espacio social que el sujeto
conquistó o brindan un peldaño más. Así pasó a ser símbolo de status estar en tal o cual SS; ser
atendido por fulano de tal; poseer determinadas dolencias; poseer un terapeuta; etc.
La salud y las conductas preventivas ingresan al mercado del consumo con las mismas reglas de
marketing que mueven otros sectores empresariales.
¿Cómo queda el sector de bajos recursos ante esta nueva manera de ser tratado el cuerpo?
Parecería que al no poder entrar al mercado consumidor, no ha podido superar una visión “antigua”
o tradicional. En consecuencia, mostrarse enfermo y/o dar rienda suelta a los impulsos hedonistas,
es signo de debilidad. Al respecto transcribimos algunas expresiones:
“No, no tiene vicios. Su única debilidad es el fútbol”
“No, no es tener vicios. No fuma, no toma, no sale”
A los efectos de redondear un poco más sobre la inscripción del cuerpo en la cultura de consumo
diríamos que las mismas preguntas formuladas a los sectores de clase media y alta hubieran
suscitado respuestas de otro tipo.
1 -su escaso capital lingüístico para interpretar e incorporar las propuestas que circulan no sólo en
el campo de la salud sino en cualquier área de consumo;
2 -su muy bajo nivel de ingreso para insertarse como potencial consumidor de prestaciones médicas
A estas condiciones deberá agregarse una tercera que estaría relacionada con el comportamiento
de los SS y el cuerpo profesional que en ellos actúan:
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3 -pocos centros de salud y ubicación distanciada de los lugares de residencia como para poder
prescindir de los medios de transporte y evitar un gasto que, en la mayoría de los casos, no se
puede solventar; exigencia por parte de estos centros, para brindar la prestación, de un tiempo que
excede las posibilidades reales de los demandantes:
“...hay que ir a las 5 de la mañana para poder sacar número y te atienden a las 4 de la tarde; hay que llevar
comida para los chicos y todo...”
“No, no me pude sacar la muela (que le ocasiona reiterados procesos infecciosos) porque en la 117 sólo
dan siete números y no puedo irme hasta allá con el riesgo de que no me den”
A lo señalado, debe agregarse un cuarto factor: el temor de no recibir una solución a su problema
sea porque se les prescriben medicamentos, como lo expresa el siguiente caso:
...fuí al médico por última vez cuando anduve con el problema del estómago ...casi me morí en la salita; me
dieron una orden para comprar afuera y no tenía plata... No dan remedios en la salita; ponen mala cara, no
me gusta ir; más que no tengo plata... llegué aquí y lloré; desde las 3 de la mañana estuve ahí en invierno y
pleno frío para sacar turno y para eso...!”
o porque no les den medicamentos que consideran efectivos. Generalmente las inyecciones son
valoradas como de una acción inmediata.
Podemos concluir, así mismo, que los cuatro factores mencionados condicionan una relación hacia
los SS marcada por actitudes de distanciamiento, temor y desconfianza.
A fin de determinar una estrategia de medios, se investigó la influencia de los medios masivos de
comunicación relevándose el uso del tiempo cotidiano “no productivo” (o esa, ¿qué hacen cuando
tiene un rato para descansar?).
La mayoría se distribuye entre las que miran televisión (35%) y las que manifiestan coser o tejer
(32%). Como estas actividades usualmente no se excluyen y se dan simultáneamente puede
estimarse una fuerte exposición a ciertos mensajes televisivos pues afirman, además, mirar todos
los días por igual. Predominan las telenovelas de lunes a viernes en el horario de 14 a 16 horas y
los fines de semana en programas de tipo Sábados de la Bondad, Domingos de la Juventud y,
sobre todo en las más jóvenes, la tercera categoría abarca distintos tipos de Películas. No obstante,
esta alta exposición no implica un verdadero y significativo impacto en las conductas o en la
información que manejan.
En las mujeres menores de 25 años (que eran en la muestra la mayor proporción que no tenía
televisor o dinero para arreglarlo) se presenta la proporción más alta que optan por conversar con
amigas, visitar familiares o vecinos (35%de las mismas).
La radio no es tomada en cuenta prácticamente como medio que distrae o permita despreocuparse
de las tareas; por el contrario, opera más como acompañante de las mismas y la concentración de
la audiencia se da por la mañana.
Para responder a los objetivos del proyecto, estudiamos cómo circula la información según tipos de
“noticias” a fin de conocer los canales de trasmisión de la comunicación y, en forma indirecta,
apreciar los “modelos” de quién sería el más autorizado para emitir ciertos mensajes, sobre todo en
salud.
Utilizamos para ello una serie de preguntas disparadoras que tenían que ver con acontecimientos
del momento y que habían tenido una muy importante inversión publicitaria -como la campaña del
PAN (Plan alimentario Nacional) y del cambio del peso por el austral. Asimismo, indagamos sobre
las formas de enterarse cuando aumenta el precio del transporte; cuándo vacunar a los chicos y
cómo supo de la Guerra de las Malvinas.
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Es interesante destacar la preeminencia de los medios masivos (TV y radio) en los mensajes
estructurados como noticias de tipo informativo: cambio de moneda, aumento de boleto, guerra.
Mientras que los mensajes que expresan una apelación a asumir una conducta (estructura
formativa) -”ir” a vacunar; “ir” a inscribirse para recibir el PAN- no son receptados como mensajes
destinados al sector, probablemente por la imposibilidad de decodificar aspectos operativos, o sea
el “qué hay que hacer para”. De allí que la información interpersonal cobra importancia (vs. los otros
medios de comunicación) en tanto, no sólo reciben información, sino que los prepara para la acción.
Un ejemplo significativo resulta la expresión de una joven madre con primario incompleto que relata
cuando fue a su casa un agente del PAN a tomarle los datos. Ella ya se había enterado por la
televisión...”lo del PAN pero no se me pensó que era para acá también” y nos indica la dificultad
que esta población tiene de asumirse como destinatarios de los mensajes masivos.
Las entrevistas en profundidad y las charlas grupales permitieron confirmar lo que se había
planteado como una hipótesis de trabajo: el modo en cómo se concibe el cuerpo es determinante
de conductas hacia los procesos de salud y enfermedad y hacia los servicios de salud.
Puede afirmarse que las dificultades de estas mujeres para asumir medidas de prevención sanitaria,
percepción temprana de síntomas mórbidos, de control natal y de “programación” en general, tiene
su origen en el profundo desconocimiento hacia su propio cuerpo, sus órganos y funciones. Esta
“ignorancia” habría creado a través de generaciones la necesidad de encontrar explicaciones para
los males que les aquejan y así se habría conformado una serie de mitos y creencias que de un
modo u otro se van transmitiendo.
En este sistema de explicaciones, los diferentes síntomas han ido encontrando una ubicación
nosológica: “ojeadura”, “empacho”, “asentamiento”, “pata de cabra” son, entre otros, los principales
cuadros.
Se observa una dificultad operativa en la convivencia de dos sistemas nosográficos: uno, valorado
como un sistema que pertenece a la cultura oficial, donde vacunar, controlar la salud, son
comportamientos deseados; otro, valorado como un sistema que corresponde a la cultura no oficial
y popular que no deja de ser una alternativa siempre a mano cuando, ni el tiempo ni el dinero
alcanzan: “hacerse tirar el cuerito”, “medir”, etc. Sin embargo ambos sistemas y prácticas coexisten.
Muchas veces se piensa que la exposición constante y prolongada a los medios televisivos y
radiales por parte de estos sectores podría ser ventajosa para incidir hacia una mejor comprensión y
predisposición hacia el consumo de prestaciones preventivas.
Sin embargo, hemos comprobado que a pesar del algo número de menciones (la mayoría de la
muestra) registradas por el programa del Dr. Sokolinsky, ninguna entrevistada recuerda los temas
de divulgación (contenidos) al que dicen haber estado expuestas.
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Este profesional no sólo goza de una alta penetración en la población estudiada sino que también
promueve una imagen valorada positivamente. Para el conjunto de las entrevistadas representa el
ideal del profesional con el cual quisieran tratar. En estas apreciaciones está más acentuado el
cómo dice más que lo qué dice.
Este hincapié en la forma es vivenciado como un estilo “amable”, con una retórica que involucra a la
audiencia ”... a Ud. señora mamá que me está escuchando le digo que...”.
No obstante esta fascinación por la palabra, por cuanto se ven recuperadas como madres con
problemas, no es suficiente para superar el obstáculo de comprensión de contenido. Este
generalmente se inscribe dentro de un código de clase media-tipo el cual contiene términos y
referencias que la divulgación científica ha puesto al alcance de esos sectores a través de distintos
canales: la educación escolar en sus distintos niveles; los libros de primeros auxilios que están a
disposición de este sector para ser consumidos, las revistas de interés general que incluyen notas
sobre salud-enfermedad, descubrimientos médico científicos y la propia relación periódica y
simétrica con el médico, facilitan el desarrollo de esa “capacidad médica”.
A modo de resumen concluimos que toda comunicación con estos sectores debe tener en cuenta:
La temática a desarrollar exige, asimismo, una especial selección de los medios y estilos de
comunicación, a través de los cuales abordarlos.
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Por lo tanto, toda propuesta de prevención para estos sectores sociales deberá, en primer término,
estar soportada por un programa de alfabetización sanitaria, cuyo gran tema inicial sería la
desmitificación del cuerpo y su comportamiento como paso previo a la adquisición de pautas de
cuidado y prevención sanitaria que posibiliten revertir la percepción del cuerpo como objeto natural
destinado a padecer enfermedades y recuperarlo como sujeto social.
Y aquí surge como tema fundamental la problemática de ser mujer, de ser madre; de entender la
posible adecuación entre los deseos y los “productos” de esos supuestos deseos así como la
profundización de las significaciones implicadas en el vínculo madre-hijo.
Sabido es que en estos sectores el cuerpo adquiere características de básica y casi única
herramienta laboral y es indispensable que siempre esté a disposición del trabajo. Pero también es
un lugar de demandas incontrolables; el cuerpo pide alcohol, sexo, castigos.
En cualquier caso está siempre presente su condición de “sujetado” a algún otro de un modo
finalmente displacentero:
Nadie puede cuidar lo que no se conoce ni lo que no quiere. Si en serio se concibe a la madre como
efector y agente primario de salud, se desprende la necesidad de capacitarlas promoviendo desde
el sector salud -con conexiones intersectoriales- lo que lamentablemente los sistemas de atención
médica tradicionales y los sistemas educacionales parece que no pueden suministrar.
Dadas las dificultades socioculturales y perceptuales encontradas con relación a la influencia de los
medios masivos de comunicación en la transmisión de temas “médicos” y como segunda
recomendación a tener en cuenta, se evidenció la necesidad de pensar en mecanismos
interpersonales en que los agentes “comunicadores” cumplan el papel de retransmisores de
información y estimuladores de interacciones y de otros modelos de identificación; donde las
conductas hacia las inmunizaciones, hacia la higiene personal y del hábitat, la percepción de
síntomas e, incluso la lactancia, se inserten en programas de atención primaria con agentes o
educadores sanitarios surgidos de la propia comunidad.
REFERENCIAS:
1
El equipo de investigación se integró con las licenciadas Graciela Biagini, Susana Checa, Stella Garrido y
Ana González. Como auxiliares de investigación participaron alumnos de Sociología. Agradecemos la
colaboración prestada por el Dr. R. Bargero, entonces secretario de Salud y Acción Social de la Municipalidad
de Berazategui.
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El diseño de investigación contempló tres etapas: 1) Descriptiva o diagnóstica; 2) operativa o de acción y 3)
de comunicación. En cada una se fijaron objetivos específicos y se implementaron distintas técnicas de
investigación (encuesta de cobertura, entrevistas en profundidad, técnica del informante clave, observación
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participante, charlas y talleres de salud, grupos operativos, talleres creativos con técnica brainstorming, etc.).
La unidad de análisis fueron las familias donde residieran mujeres de 16 a 38 años con hijos de 1 a 5 años.
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En la primera serie de entrevistas realizadas, conformada por una muestra de 15 informantes, se trata de
detectar la percepción que sobre el proceso de salud-enfermedad tienen las madres de sectores populares y la
relación entre la expresión verbal y las actitudes concretas que se observaron en la vida diaria.
Se entiende por percepción de salud-enfermedad, a los fines de este trabajo, la capacidad que tienen los
individuos para captar, sentir y expresar los mensajes de sus cuerpos. Esta capacidad es aprendida y se
vincula con la ubicación e identidad socioeconómica y cultural, participando en la “construcción social de la
realidad”, como dirían Berger y Luckmann. Nos interesa conocer el “lugar” y la significación que ocupan los
procesos de salud-enfermedad en la vida cotidiana y en el marco normativo, con especial referencia a las
actitudes hacia la población infantil.
Para la segunda serie de entrevistas la muestra se amplió a 40 informantes centrando la indagación en la
madre dado las características de las dimensiones a indagar:
. salud-enfermedad; sentidos y actitudes que esta dupla suscita en relación al propio cuerpo y al de los demás
miembros de la familia.
. significación otorgada a las enfermedades de la infancia.
. “estilo de vida” como fenómeno multidimensional que abarca distintas variables: origen y situación de
migración; tiempo de residencia; relación de pareja; maternidad y crianza; tiempo libre; tiempo productivo;
expectativas y nivel de aspiraciones; exposición a los medios masivos de comunicación; personajes tomados
como modelos y redes de comunicación.
La producción de información se efectuó a través de entrevistas en profundidad y de grupos operativos
conformados en el marco de “charlas de salud” en las que se aplicaron distintas técnicas de dinámica de grupo
utilizando como estímulo materiales diversos de tipo audiovisual (películas, videos, audiovisuales) en relación
a: vacunación, diarrea, parásitos, embarazo, la mujer y su salud, etc. Tanto las entrevistas como las reuniones
grupales se registraron con grabador y técnicas de observación participante y no participante.
4
Boltansky, L.: “La sociología del cuerpo” -Edit.Periferia, Bs. As.,1975
Este autor fue uno de los primeros en evidenciar que las diferencias en las conductas relacionadas con la
salud en los miembros de las distintas clases sociales están vinculadas con la socialización y la concurrencia
al médico y ésta, a su vez, con el grado de intensidad con que se sienten las situaciones de enfermedad.
El interés y la atención que se da a las sensaciones se traduce al utilizar categorías taxonómicas adquiridas
por medio de aprendizaje de distinto tipo (sistemático y no sistemático) y la práctica de los mismos. La
percepción de situaciones de enfermedad son paradigmas del grupo social al que está adscripto el actor.
Tal como la evidencia empírica lo demuestra, los miembros de las clases altas tienen una mayor percepción
de sus estados mórbidos y pueden expresarlo sin mayores dificultades, satisfaciendo las demandas de
servicios de salud y previniendo las enfermedades con la implementación de conductas aprendidas en
sistemáticas socializaciones.
Por el contrario, los miembros de los actores populares tienen dificultades en la percepción y expresión de las
enfermedades que los aquejan. Esto se refleja en la demora en que los síntomas actúan como señal de alarma
y se vincula con el bajo y tardío consumo de cualquier servicio de salud formal.
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Interesa aquí destacar este enfoque porque muchas veces al analizar y evaluar los resultados de programas
de salud (de atención o prevención) que se implementan, no se tiene en cuenta precisamente esta dimensión
de la mirada; de representación y significación social. Se supone que aumentando la accesibilidad de los
servicios o “mandando” mensajes de educación para la salud, la demanda y el nivel de salud de la población
van a aumentar.