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El ‘crimen’ de Charles 

Darwin
Published: April 5, 2023 6.53pm BST – The Conversation
Author

1. José Manuel Sánchez-Ron


Profesor emérito de Física Teórica. Historiador de la Ciencia. Académico de la RAE, Universidad
Autónoma de Madrid

Charles Darwin (1809-1882) figura entre los científicos más importantes


de la historia de la ciencia, y no podía dejar de estar presente en mi libro
de correspondencias Querido Isaac, querido Albert. Su gran obra, aquella
por la que es y será recordado, desvela que las especies han variado a lo
largo del tiempo, y desencadenó procesos que afectaron a algo tan básico
como nuestras ideas acerca de la relación que liga a nuestra
especie, Homo sapiens, con otras formas de vida animal que existen o han
existido en la Tierra.
Encajar el rompecabezas de la naturaleza
Darwin defendió que la vida es como un árbol, de cuyas raíces comunes
han ido brotando diferentes ramas; esto es, especies (emparentadas por
su conexión con el tronco común) que con el paso del tiempo continúan
diversificándose, dando origen a otras “ramas” bajo la presión de
determinados condicionamientos (entre ellos –esto Darwin no lo supo–
las mutaciones genéticas que espontáneamente se producen).

Después de afanarse por encajar en una gran síntesis las piezas (botánica,
zoología, taxonomía, anatomía comparada, geología, paleontología, cría
domestica de especies, biogeografía….) del gigantesco rompecabezas que
es la naturaleza, y estimulado por la noticia de que Alfred Wallace había
llegado a conclusiones similares, aunque no tan sustanciadas, en
noviembre de 1859 publicó un libro que forma parte del tesoro más
precioso del que dispone la humanidad: El Origen de las Especies. Pero el
camino que lo llevó a su teoría y libro no fue ni fácil ni breve.
El pinzón que cambió el mundo
Un momento fundamental de ese camino fue cuando en marzo de 1837,
mientras estudiaba las aves recogidas por Darwin en las Galápagos –una
de las últimas paradas del Beagle, el bergantín en el que había partido el
27 de diciembre de 1831 en un viaje de cinco años que cambiaría su
vida–, John Gould, un taxónomo de la Zoological Society, identificó varias
especies de pinzón terrestre cuyos picos se habían adaptado para comer
insectos, cactus o semillas.

Gould pensó entonces que estas variedades de pinzones probablemente


vivían cada una en islas diferentes, pero no podía asegurarlo porque
Darwin no las había etiquetado con la indicación del lugar en que las
recogió.

Las indicaciones de Gould dieron pie a Darwin para considerar si las


semejanzas entre los pinzones de las diferentes islas no serían restos de
un antepasado común. Semejantes datos llevaron a Darwin a atreverse
con la idea que le rondaba la cabeza: que las especies no son estables.
Pinzones de Darwin o pinzones de las Galápagos. Dibujados por Darwin en 1845 en el Diario de
investigaciones de la historia natural y geología de los países visitados durante el viaje del H.M.S.
Beagle alrededor del mundo, comandado por el capitán Fitz Roy, R.N. Wikimedia commons
La carta de Darwin: “Es como confesar un
crimen”
En una carta que Darwin envió el 11 de enero de 1844 al botánico Joseph
Dalton Hooker expresó con claridad sus pensamientos:

“Me impresionó tanto la distribución de los organismos de las


Galápagos […] y […] el carácter de los mamíferos fósiles de América […],
que decidí reunir a ciegas toda suerte de hechos que pudieran tener que
ver de alguna forma con lo que son las especies. He leído montones de
libros de agricultura y horticultura, y no he parado de recoger datos.
Por fin han surgido destellos de luz, y estoy casi convencido (totalmente
en contra de la opinión con la que empecé) de que las especies no son (es
como confesar un crimen) inmutables. El Cielo me libre del disparate
de Lamarck de ‘una tendencia al progreso’, ‘adaptaciones debidas a la
paulatina inclinación de los animales’, etc…, pero las conclusiones a las
que he llegado no son muy diferentes de las suyas, aunque sí lo son por
completo los instrumentos del cambio. Creo que he descubierto (¡esto es
presunción!) la simple forma por medio de la cual las especies devienen
exquisitamente a adaptarse a varios fines”.
“Es como confesar un crimen”, decía.

Evolucionan, pero ¿cómo?


Ahora bien, una cosa era reconocer que las especies cambian y otra
identificar algún mecanismo para que sucediera esto. En otras palabras,
era necesaria una teoría que diese sentido a la evolución; no bastaba con
las observaciones que realizó durante el viaje en el Beagle, ni lo que luego
aprendió sobre los cambios producidos por la selección artificial de
animales domésticos.

Darwin encontró la clave en las ideas del economista Thomas Robert


Malthus, tal y como éste las había expuesto en su ensayo de 1826 Ensayo
sobre el Principio de la Población.
En su autobiografía, Darwin explicó lo que significó para él aquella obra:

“En octubre de 1838, es decir, 15 meses después de haber iniciado mi


indagación sistemática, leí por casualidad el libro de Malthus sobre la
población, y como, debido a mi larga y continua observación de los
hábitos de los animales y las plantas, me hallaba bien preparado para
darme cuenta de la lucha universal por la existencia, me llamó la
atención enseguida que, en esas circunstancias, las variaciones
favorables tenderían a preservarse, y las desfavorables a ser destruidas.
El resultado de ello sería la formación de nuevas especies”.
La puerta que le conduciría a su teoría del origen de las especies queda así
abierta definitivamente.

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