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UNIDAD III:

EL BIEN Y EL MAL EN EL OBRAR HUMANO

1
Índice

Índice ....................................................................................................................................................... 2
1. ¿Qué se espera del ser humano? .................................................................................................... 3
Leyes y costumbres ................................................................................................................................. 3
a) ¿Hay una ley que rige los comportamientos humanos?............................................................. 3
El fenómeno de la “anomia social” ..................................................................................................... 3
b) Ley divina, ley natural y leyes positivas ...................................................................................... 5
c) Ética y cultura.............................................................................................................................. 7
2. La conciencia moral....................................................................................................................... 11
a) Conciencia psicológica y conciencia moral ............................................................................... 13
b) El dictamen de la conciencia ..................................................................................................... 15
c) Conciencia moral y decisiones éticas ........................................................................................ 16
d) La conciencia errónea ............................................................................................................... 18
3. ¿Cómo es el mecanismo del obrar humano? ............................................................................... 19
a) Conocimiento y voluntad. Sensibilidad y afectividad ............................................................... 19
b) Estructura del acto voluntario .................................................................................................. 20
4. ¿Cuándo decimos que una acción es buena o mala? ................................................................... 21
a) El objeto, el fin y las circunstancias: ......................................................................................... 21
fuentes de la moralidad de las acciones humanas ........................................................................... 21
a) El objeto de la acción ................................................................................................................ 22
b) El fin de la acción ...................................................................................................................... 25
c) Las circunstancias de la acción.................................................................................................. 26
5. Conclusión ..................................................................................................................................... 27

2
1. ¿Qué se espera del ser humano?
Leyes y costumbres
La vida humana está inserta en una sociedad, que a la vez tiene una cultura, un estilo de vida. En las
distintas culturas y sociedades hay normas y costumbres que definen qué se espera del individuo, lo
que se considera bueno y lo que se considera malo. A la vez, la persona siente la necesidad de obrar
“en conciencia”, es decir, a partir de decisiones que surjan de su interioridad. A veces esas decisiones
parecen entrar en conflicto con las leyes y costumbres. En esta unidad estudiaremos estas dos reglas
del obrar humano: la externa, que es la ley (y la costumbre que es como una ley no escrita), y la interna
que es la conciencia. También haremos un análisis interno de las acciones humanas, analizando dos
aspectos: 1) la estructura interna del acto humano; 2) las fuentes de la moralidad de los actos
humanos, es decir, los tres elementos que determinan cuándo una acción es buena o mala.

a) ¿Hay una ley que rige los comportamientos humanos?


El fenómeno de la “anomia social”
Comencemos entonces a hablar sobre la ley. Hoy
muchos quisieran vivir “sin reglas”, porque
identifican esto con la libertad. Cuando en
realidad quien vive “sin reglas” no se puede decir
que sea libre, como veremos. Esa actitud de “no
respeto de las leyes”, de menosprecio de toda
norma, bastante común en nuestro tiempo y en
algunas sociedades, es descripto por los
sociólogos como anomia social.

La palabra anomia viene del griego, y significa


simplemente: sin leyes. La anomia es definida como ausencia de ley, o, más precisamente -desde la
psicología y la sociología-, como el conjunto de situaciones que derivan de la carencia de normas
sociales o de su degradación.1 Uno de los padres de la sociología, Émile Durkheim (1858-1917), estudió
la anomia como fenómeno social; es decir, aquellas sociedades en las que la falta de respeto por la ley
se ha convertido en un fenómeno colectivo. La anomia social es una característica cultural
contemporánea, sobre todo en América Latina, en donde no solo se ve un menosprecio generalizado
de las leyes morales, sino también de las leyes estatales.2 Este fenómeno, dice Durkheim, tiene
relación con el individualismo y la falta de cohesión comunitaria, pero principalmente, en nuestro

1Diccionario de la Real Academia Española, versión web: https://dle.rae.es/anomia (consulta realizada el día 15
de mayo de 2020 a las 12.09 hs de Argentina, GMT -4).
2
Cf. sobre este tema de la anomia en la sociedad argentina, el estudio sociológico realizado por el investigador
argentino Ernesto Aldo Isuani, Anomia social y anomia estatal. Sobre integración social en Argentina, Trabajo
presentado al II Congreso Nacional de Ciencia Política, SAAP / Universidad Nacional de Cuyo (Mendoza, 1-4 de
noviembre de 1995) -el trabajo está entre las lecturas complementarias-.

3
tiempo, con el ideal materialista y progresista de una cultura que busca solamente el progreso de la
economía y el bienestar reducido al placer sensible.3

Para entender por qué se da la anomia social es importante ver qué entendemos por “ley”. Santo
Tomás de Aquino define ley como: una ordenación de la razón al bien común, promulgada por quien
tiene el cuidado de la comunidad.4 Se trata, antes que nada, de una ordenación de la razón. Quizás lo
que cuesta en algunas sociedades es entender la importancia de la racionalidad. Algunos tienen en
gran valor guiarse solo por los sentimientos, como si la razón humana fuera una limitante de un obrar
“auténtico”. Ese es un grave error, la razón no es un adorno; las sociedades que evolucionan hacia
mejores niveles de organización lo hacen gracias al uso de la razón y al imperio de la racionalidad sobre
los sentimientos (que es lo mismo que decir, sobre los caprichos). Enseña santo Tomás que la ley es
una ordenación de la razón, puesto que propio de la razón es ordenar al fin, y el fin es el primer principio
en el orden operativo.5 Es decir, es usando la razón como encontramos los medios para lograr un fin.
Por eso la ley debe ser algo de la razón: los sentimientos no nos sirven a la hora de resolver un
problema complejo (o simple), es necesario usar la razón.

Lo que sigue en la definición de ley tiene que ver con el bien común. La ley es una ordenación de la
razón al bien común. ¡Cómo nos cuesta tener buenas
intenciones en orden al bien común! El “sálvese quien
pueda” se ha convertido en ley del obrar para muchos.
Es lo mismo que decir: el egoísmo, la búsqueda de
intereses mezquinos, sin interesarse por el bien del
otro. El asunto es que las sociedades que funcionan
mejor como tales han descubierto que no se puede
obtener el bien propio, sin buscar a la vez el bien del
otro. Por desgracia, muchas de esas sociedades lo han
descubierto en situaciones terribles como las guerras.
Es deseable que no sea necesario tocar fondo para
aprender, y por eso analizamos aquí este fenómeno de
la anomia social en que vivimos, y la necesidad de superar esta mentalidad egoísta y cortoplacista que
es la madre de muchos de nuestros fracasos como sociedad (hablo de Argentina y, más ampliamente,
de América Latina).

Yendo más al plano concreto, al hablar del bien común corremos el riesgo de quedarnos en algo muy
abstracto. No debe pensarse así, el bien común de una sociedad es un patrimonio bien concreto de
valores, de estilos de vida, también de recursos materiales, pero que no valen nada si no está presente
la actitud espiritual de convivir en paz, cuidándonos, cuidando el medio ambiente, respetándonos,
siendo sobrios en el uso de los bienes, ayudándonos los unos a los otros.

Ese bien común coincide con el fin último de la vida humana, que hemos estudiado. La ley no se ordena
solo a un bienestar material, sino a algo mucho más grande que tiene que ver con el modo en que
convivimos, con la “amistad política”, como diría Aristóteles. No hay búsqueda bien común en una
sociedad consumista de individuos que viven encerrados en sus metas mezquinas. Nada se construye

3
Cf. el interesante trabajo del investigador Fernando Múgica Martinena, Emile Durkheim: La constitución moral
de la sociedad (II). Egoísmo y anomia: el medio moral de una sociedad triste, en Serie de Clásicos de la Sociología.
Cuadernos de Anuario Filosófico, n° 15, Departamento de Filosofía de la Universidad de Navarra (Pamplona,
España – 2005). El trabajo está publicado en la web:
https://dadun.unav.edu/bitstream/10171/6979/1/Cuaderno%2015.pdf.
4
Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica I-II q. 90, art. 4 cuerpo.
5
Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica I-II q. 90, art. 1 cuerpo.

4
así, ni siquiera una familia que es la unidad básica de la convivencia humana, y a la cual la naturaleza
nos ordena antes que a otras formas más complejas de sociedad.

La ley es, entonces, una regla de la razón que debe ordenarse al fin último de la vida humana, que es
la verdadera felicidad, que solo se da en la alegría del amor compartido, en una sociedad que se
organiza como comunidad y no como “islas” que conviven. Esto está en nuestra naturaleza. La parte
se ordena al todo como lo imperfecto a lo perfecto, y el hombre individual es parte de la comunidad
perfecta. Por lo tanto, es necesario que la ley se ordene no solo a la felicidad individual (sería un fin
incompleto para la ley), sino a la felicidad común. Esta visión integradora de la felicidad individual del
hombre en una felicidad común es una idea muy antigua, pero hoy suena como revolucionaria, porque
la felicidad se plantea desde una óptica más bien individualista.

b) Ley divina, ley natural y leyes positivas


Ahora bien, ¿quién decide cuáles son las leyes para una mejor convivencia humana? La respuesta, si
nos sacamos de encima los prejuicios, surge clara: la primera ley viene del Creador. Así como el manual
de funcionamiento de una máquina la hace su fabricante, las leyes o normas que nos llevan a la
felicidad no pueden sino provenir de nuestro Creador. Otra cosa es descubrir qué es lo que realmente
ordena el Creador. Y en este sentido nos ayuda la última parte de la definición de ley que nos da santo
Tomás de Aquino: esa regla de la razón ordenada al bien común debe ser promulgada por quien tiene
el cuidado de la comunidad. Esto lo vemos claro cuando se trata de la autoridad humana, pero no
siempre lo aplicamos a la autoridad divina. Hoy se habla mucho de la ecología, y está muy bien. Pero
es necesario ahondar en el fundamento de las virtudes ecológicas: y es que hay un orden, una ley en
la naturaleza que es necesario respetar. De otro modo, destruimos la naturaleza. No se puede hacer
cualquier cosa con la naturaleza. Lo que no se dice mucho es que esto también se aplica al ser humano:
no se puede hacer cualquier cosa con el ser humano, porque se lo puede destruir. Física, psíquica y
espiritualmente. De ahí la insistencia de las religiones en la necesidad de volver a unirse a la armonía
del orden establecido por Dios en la creación. De hecho, una de las etimologías de la palabra “religión”
es “re-ligare”: en este sentido, religión significa re-unirse con Dios, y también reconciliarse con los
demás y con la creación, con el planeta, que es nuestra “casa común”.

Si no partimos del respeto a la ley divina, terminamos parcializando la ley, escogiendo lo que más
responde a nuestras búsquedas egoístas. El Papa Francisco señala esta cultura individualista de
nuestro tiempo, que nos lleva a una cultura del “descarte”.6 Elegimos a quienes queremos cuidar, pero
descartamos a otros. Hay muchas formas de descarte, pero todas terminan en seres humanos,
hermanos nuestros, que viven una vida miserable, como si no fueran personas. Y lo peor es que el
resto de la sociedad vive en su mayoría con indiferencia ante esta grave realidad.

De ahí que, al hablar de la ley, debemos hablar, antes que nada, de la ley divina, la ley que el Creador
ha establecido para que seamos felices, pero no a costa de los demás, sino en armonía con la felicidad
de nuestros hermanos y cuidando el planeta que Él nos ha encomendado. La ley divina nos enseña los
caminos de lo que está bien y lo que está mal según ese plan creador, que es perfecto.7

Pero esa ley divina, ¿dónde la encontramos? Está promulgada por Dios en nuestra razón. Se trata de
la ley natural. Promulgar una ley es comunicarla y darle eficacia de ley. Para que la ley tenga el poder
de obligar, cual compete a su naturaleza, es necesario que sea aplicada a los hombres que han de ser
regulados conforme a ella. Esta aplicación se lleva a cabo al poner la ley en conocimiento de sus

6
Cf. Francisco, Encíclica Laudato si’ (2015).
7
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1950.

5
destinatarios mediante la promulgación.8 Es decir, debemos conocer la ley para poder cumplirla, y
para eso debe ser promulgada, es decir, publicada, puesta en conocimiento de quienes deben
cumplirla. El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que la ley moral, que es obra de obra de la
Sabiduría divina y puede definirse como una instrucción paternal, una pedagogía de Dios… Es a la vez
firme en sus preceptos y amable en sus promesas.9

Dios nos comunica su ley para que sepamos lo que está bien y lo que está mal. Es diferente en los
animales y en los hombres. Los primeros tienen instinto, ordenan sus acciones según la ley divina,
pero sin conciencia y libertad, por eso no pueden equivocarse. El ser humano toma parte o participa
en la ley divina a partir de la ley natural. Pero puede contradecir esa ley, y en eso consiste obrar mal.
Sin embargo, la ley divina está siempre allí como un Faro que ilumina nuestra vida. Llamamos ley
natural a esa iluminación que Dios brinda constantemente a la mente humana, para que podamos
conocer el bien y el mal.10 De ahí que santo Tomás defina la ley natural como la participación de la ley
eterna en la criatura racional.11 Y agrega que esa participación de la ley eterna que hay en la criatura
racional se recibe mediante la inteligencia y la razón, y por eso se llama ley con toda propiedad, puesto
que la ley es algo de la razón.12

8
Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica I-II q. 90, art. 4 cuerpo.
9
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1950.
10
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1955: La ley divina y natural (Gaudium et spes n. 89) muestra al hombre
el camino que debe seguir para practicar el bien y alcanzar su fin… «¿Dónde, pues, están inscritas [estas normas]
sino en el libro de esa luz que se llama la Verdad? Allí está escrita toda ley justa, de allí pasa al corazón del
hombre que cumple la justicia; no que ella emigre a él, sino que en él pone su impronta a la manera de un sello
que de un anillo pasa a la cera, pero sin dejar el anillo» (San Agustín, De Trinitate, 14, 15, 21)… La ley natural «no
es otra cosa que la luz de la inteligencia puesta en nosotros por Dios; por ella conocemos lo que es preciso hacer
y lo que es preciso evitar. Esta luz o esta ley, Dios la ha dado al hombre en la creación. (Santo Tomás de Aquino, In
duo pracepta caritatis et in decem Legis praecepta expositio, c. 1).
11
Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica I-II q. 91, art. 2 cuerpo.
12
Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica I-II q. 91, art. 2 ad 3.

6
Existe la ley divina y la ley natural, que es participación de la ley divina. Sin embargo, toda ley, en la
medida que se ordena al bien común, es algo divino. Jesús decía a Poncio Pilato: No tendrías ningún
poder sobre mí si no se te hubiera dado de arriba (Juan 19, 11). Si entendemos bien esto, vamos a
entender la importancia de obedecer las leyes positivas, es decir, aquellas leyes establecidas por los
hombres, por los gobiernos. Es verdad que las decisiones de los gobernantes pueden oponerse, en
casos determinados, a la ley divina. Pero lo cierto es que Dios ha encomendado al hombre el poder de
dictar leyes, y también es cierto que la búsqueda del bien está en el corazón de todo ser humano. Es
verdad que, cuando los tiranos se apartan de la ley divina y establecen como ley decisiones injustas,
no hay que obedecerles. Como dijo san Pedro a los jerarcas del pueblo judío, aun a costa de perder su
vida: Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres (Hechos 5, 29). Sin embargo, ese fenómeno
generalizado de la anomia social, del que hemos hablado, nos lleva muchas veces a desobedecer las
leyes humanas, pero no por obedecer a Dios, sino por simple desobediencia. Hoy se ha perdido la
conciencia de la importancia de la autoridad y la obediencia, porque también se ha perdido la
conciencia del bien común.13 Irracionalmente, muchas personas piensan que podrán lograr la felicidad
“cortándose solos”, sin tener en cuenta las necesidades de la comunidad y que somos parte de la
comunidad, y como enseña santo Tomás, la parte no puede llegar a su plenitud desligada del todo.14

c) Ética y cultura
Cada sociedad se va configurando de un modo diferente, los pueblos tienen sus identidades culturales
particulares. Sin embargo, esto no significa que no deba aspirarse a una búsqueda de valores comunes
que sostengan la convivencia de toda la familia humana. ¿Existen valores morales objetivos capaces
de unir a los hombres y de proporcionales paz y bienestar? ¿Qué valores son? ¿Cómo se pueden
discernir? ¿Cómo se pueden poner en práctica en la vida de las personas y de las comunidades? Estas
cuestiones perennes acerca del bien y del mal son hoy más urgentes que nunca en cuanto que los
hombres han tomado conciencia de que forman una única comunidad mundial. Los grandes problemas

13
Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica I-II q. 90, art. 3 cuerpo; cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1951;
cf. León XIII, Carta enc. Libertas praestantissimum; citando a santo Tomás de Aquino, Suma Teológica I-II q. 90,
art. 1 cuerpo.
14
Cf. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica I-II q. 90, art. 2 cuerpo.

7
que se plantean hoy a los hombres tienen además una dimensión internacional, planetaria, puesto que
las posibilidades técnicas de comunicación favorecen una interacción creciente entre las personas, las
sociedades y las culturas.15

Una parte de la respuesta a esos interrogantes está en la esencia de la ley natural. La ley natural,
presente en el corazón de todo hombre y establecida por la razón, es universal en sus preceptos, y su
autoridad se extiende a todos los hombres. Expresa la dignidad de la persona y determina la base de
sus derechos y sus deberes fundamentales.16 De ahí que la ley natural es inmutable y permanente a
través de las variaciones de la historia; subsiste bajo el flujo de ideas y costumbres y sostiene su
progreso.17 La ley natural proporciona los fundamentos sólidos sobre los que el hombre puede construir
el edificio de las normas morales que guían sus decisiones. Establece también la base moral
indispensable para la edificación de la comunidad de los hombres. Finalmente proporciona la base
necesaria a la ley civil que se adhiere a ella, bien mediante una reflexión que extrae las conclusiones
de sus principios, bien mediante adiciones de naturaleza positiva y jurídica.18

15
Comisión Teológica Internacional, En busca de una ética universal. Una nueva perspectiva de la ley natural
(2009), n. 1.
16
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1956. El Catecismo agrega esta bella cita de Cicerón: Existe ciertamente una
verdadera ley: la recta razón, conforme a la naturaleza, extendida a todos, inmutable, eterna, que llama a
cumplir con la propia obligación y aparta del mal que prohíbe. [...] Esta ley no puede ser contradicha, ni derogada
en parte, ni del todo (Marco Tulio Cicerón, De republica, 3, 22, 33).
17
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1958; cf. Concilio Vaticano II, Const. Pastoral Gaudium et spes n. 10). El
Catecismo cita a San Agustín, quien expresa esta realidad diciendo: El robo está ciertamente sancionado por tu
ley, Señor, y por la ley que está escrita en el corazón del hombre, y que la misma iniquidad no puede borrar (San
Agustín, Confessiones, 2, 4, 9).
18
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1959.

8
Sin embargo, si bien los principios de la
ley natural son universales y comunes a
toda la humanidad, su aplicación varía
mucho, ya que los seres humanos
adaptamos esos principios a la
multiplicidad de las condiciones de vida
según los lugares, las épocas y las
circunstancias.19 Por eso, por un lado, en
lo tocante a los principios comunes de la
razón, tanto especulativa como práctica,
la verdad o rectitud es la misma en
todos, e igualmente conocida por
todos.20 Pero, en cuanto a las
conclusiones particulares de la razón
especulativa, es decir, todo lo que hace
a la cosmovisión que tiene una sociedad
y los criterios morales sobre lo que está bien o mal en concreto, hay diferencias en diversas culturas,
por diversos factores: decisiones, condicionamientos, situaciones como guerras, hambrunas, etc. El
ser humano busca siempre el bien y la verdad: la verdad es la misma para todos los hombres, pero no
todos la conocen igualmente.21 Además, no todos la aplican del mismo modo. A veces se da el
fenómeno de la “doble vida” en los dirigentes, que influye en las costumbres de las sociedades. Es lo
que reprochaba Jesús a los fariseos, y un fenómeno que se repite constantemente. Para enseñar la
verdad no alcanza con decir la verdad, es necesario vivirla. Finalmente, el ejemplo es lo que convierte
los corazones.

Las culturas se van configurando mediante gestas y líderes que marcan tendencias. La palabra cultura
significa “cultivo”, y se refiere fundamentalmente al cultivo, a la formación del ser humano. De modo
que hay entornos culturales que favorecen en mayor o en menor medida la formación integral del ser
humano. Hay sociedades que fomentan la vida virtuosa, mientras que hay grupos humanos que
generan entornos culturales que fomentan el vicio. Hoy asistimos a una época triste en este sentido,
con sociedades que de a ratos parecen muy civilizadas, pero que a la vez son indiferentes a la perdición
en la que caen masas de jóvenes y adultos detrás de vicios que son promovidos o al menos aceptados
como conductas normales. ¿Cómo se supera esta triste realidad? No se trata de imponer “por ley” las
conductas correctas. Sin embargo, tampoco está bien que esas conductas estén validadas como
“buenas” por las leyes y las costumbres. Los líderes sociales tienen la gran responsabilidad de ser
gestores de cambios culturales positivos, que ayuden a las personas a crecer y no las dejen en la
soledad de la ignorancia del bien y en la fragilidad de los vicios y adicciones.

19
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1957.
20
Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica I-II, cuestión 94, art. 4, cuerpo.
21
Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica I-II, cuestión 94, art. 4, cuerpo.

9
Es innegable que se ha avanzado mucho en la búsqueda de un humanismo integral y solidario.22 No
faltan en nuestros días tentativas para determinar una ética universal. Poco después de la Segunda
Guerra Mundial, la comunidad de naciones, sacando consecuencias de la estrecha complicidad que se
había dado entre el totalitarismo y el positivismo jurídico, determinó en la Declaración universal de los
derechos del hombre (1948) derechos inalienables de la persona humana que van más allá de las leyes
positivas del Estado y que deben servir como referencia y norma para esas leyes. Estos derechos no
son simplemente concedidos por el legislador: son declarados, es decir, su existencia objetiva, anterior
a la decisión del legislador, simplemente se hace patente. Nacen, en efecto, del «reconocimiento de la
dignidad inherente a todos los miembros de la familia humana» (Preámbulo).23 Sin embargo, queda
mucho camino por recorrer. Jamás el género humano tuvo a su disposición tantas riquezas, tantas
posibilidades, tanto poder económico. Y, sin embargo, una gran parte de la humanidad sufre hambre
y miseria y son muchedumbre los que no saben leer ni escribir. Nunca ha tenido el hombre un sentido
tan agudo de su libertad, y entretanto surgen nuevas formas de esclavitud social y psicológica.
Mientras el mundo siente con tanta viveza su propia unidad y la mutua interdependencia en ineludible
solidaridad, se ve, sin embargo, gravísimamente dividido por la presencia de fuerzas contrapuestas.
Persisten, en efecto, todavía agudas tensiones políticas, sociales, económicas, raciales e ideológicas, y
ni siquiera falta el peligro de una guerra que amenaza con destruirlo todo. Se aumenta la comunicación
de las ideas; sin embargo, aun las palabras definidoras de los conceptos más fundamentales revisten
sentidos harto diversos en las distintas ideologías. Por último, se busca con insistencia un orden
temporal más perfecto, sin que avance paralelamente el mejoramiento de los espíritus.24

Los influencers de la cultura tienen una gran responsabilidad en este camino de mejoramiento del ser
humano. La ética no se aprende en primer lugar de los manuales, sino en la vida cotidiana, y sobre
todo en la familia. Pero también hay otros ámbitos donde vamos aprendiendo los principios y criterios
éticos con los que nos movemos: los hombres y mujeres dan testimonio real de estos valores éticos
comunes; los académicos y científicos; los artistas, que mediante la manifestación de la belleza, actúan
contra la pérdida del sentido y a favor de la renovación de la esperanza de los hombres; aquellos
políticos que trabajan con energía y creatividad para poner en práctica programas para erradicar la
pobreza y para proteger las libertades fundamentales; aquellos líderes religiosos que, mediante un
testimonio perseverante, han entregado su vida a vivir a la luz de la verdad última y del bien absoluto;
cualquier persona que, con sus palabras y su vida, contribuya a su manera y mediante una
comunicación recíproca, a promover la paz, un orden político más justo, al reparto equitativo de la

22
Cf. Pontificio Consejo Justicia y Paz, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, nn. 1-19.
23
Comisión Teológica Internacional, En busca de una ética universal…, op. cit., n° 5.
24
Concilio Vaticano II, Constitución Pastoral Gaudium et spes, n° 4.

10
riqueza, al respeto del medio ambiente, de la dignidad de la persona humana y de sus derechos
fundamentales. 25

De ahí que podamos decir que los valores éticos nos llegan a través de una transmisión cultural que
se realiza de generación en generación. Se trata de una herencia o patrimonio espiritual, que no
debemos dejar de lado por una visión individualista de la vida: porque los valores éticos que nos han
sido transmitidos son fruto de grandes conquistas de nuestros antepasados, y debemos ser custodios
de esos valores y agrandar el patrimonio espiritual, cultivando siempre un estilo de vida mejor, como
personas de bien que queremos construir el bien común.

2. La conciencia moral
Hemos hablado de la ley, norma externa del obrar humano; ahora hablaremos de la conciencia, la
norma interior de nuestras acciones. Antes es necesario analizar brevemente el contexto histórico. Así
como hoy se vive en muchos lugares un espíritu de anomia social, la valorización de la conciencia ha
crecido en los últimos siglos.

25
Comisión Teológica Internacional, En búsqueda de una ética universal: nueva perspectiva sobre la ley natural,
2008, n. 2.

11
El hombre moderno se forjó a partir de un reclamo de libertad. Uno de los principales autores de la
ética moderna, Immanuel Kant (s. XVIII), formuló la idea de una “conciencia autónoma”, haciendo de
la conciencia el fundamento ineludible de la libertad. Se trataba de una reacción a una sociedad muy
“legalista”, en la que se sostenía sobre todo el valor de las normas éticas y de las instituciones, pero
se le daba poca cabida al individuo con su realidad propia. De ahí que Kant planteara la necesidad de
volver al interior del individuo y rescatar su autonomía, desde la conciencia y la libertad.26 El problema
es que, si se lleva esta postura al extremo, se cae en relativizar la ley divina y la ley natural. El
antropocentrismo moderno ha favorecido la idea de un ser humano que, desde el poder de su razón
y su voluntad, puede dominar todo y a todos. Esta sensación de omnipotencia antropocéntrica se ha
visto favorecida por una época de grandes progresos científicos y tecnológicos. Sin embargo, ha
generado en algunos una soberbia que llega al extremo de considerar al ser humano como una suerte
de “dios”.27

Al hombre moderno, siguiendo el pensamiento de Kant, le cuesta entender que la conciencia deba
estar regida por una ley externa. Pero hay que entender que la ley que rige la conciencia no algo es
puramente externo, ya que ilumina la razón “desde dentro”. Viene de fuera, del orden de la creación
y, más precisamente, del Creador, pero se manifiesta como luz interior en la razón humana.28 Frente
a esta impronta cultural con la que hoy convivimos, vemos que es importante rescatar la autonomía
de la conciencia, pero también es importante rescatar la necesidad del respeto y la obediencia a la ley

26
Cf. sobre este tema: Thomas Sören Hoffmann, El giro copernicano de Kant en el concepto de la conciencia
moral, traducción al castellano de Martín Zubiría, publicado en: Philosophia n. 76/1 (2016), págs. 37-55.
27
Esta mentalidad está presente aún hoy. Un autor muy reconocido entre los líderes políticos y universitarios,
Yuval Noah Harari, plantea la tesis de un hombre-dios en su libro que lleva como título, justamente, Homo deus
(2015).
28
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1780: La dignidad de la persona humana implica y exige la rectitud de
la conciencia moral. La conciencia moral comprende la percepción de los principios de la moralidad
(«sindéresis»), su aplicación a las circunstancias concretas mediante un discernimiento práctico de las razones y
de los bienes, y en definitiva el juicio formado sobre los actos concretos que se van a realizar o se han realizado.
La verdad sobre el bien moral, declarada en la ley de la razón, es reconocida práctica y concretamente por
el dictamen prudente de la conciencia. Se llama prudente al hombre que elige conforme a este dictamen o juicio.

12
natural. Después de la locura antropocéntrica, es necesario volver a respetar y cuidar el orden
establecido por el Creador en su creación. Es en este sentido que los líderes religiosos han reclamado
últimamente que los gobiernos y las personas en general volvamos a ser conscientes de que la vida y
el planeta nos han sido dados, y debemos cuidarlos y cuidarnos.29

a) Conciencia psicológica y conciencia moral


Un efecto de la ética kantiana es lo que podríamos
llamar un sentimentalismo moral. Cuando no está
claro el referente objetivo de la ley, el ser humano se
deja llevar fácilmente por la ilusión de que aquello
que él siente es la primera ley del obrar moral. Hoy se
escucha mucho decir “yo hago lo que siento”, como
un intento de justificar el obrar. Esto ha llevado a un
relativismo moral, que es la idea de que no hay
normas morales objetivas. El bien y el mal serían
construcciones de cada sociedad según ideas
diferentes en cada tiempo, que pueden ser
totalmente opuestas a las concepciones de los
antepasados. El bien y el mal serían algo subjetivo:
cada uno cree tener su propia verdad. Este es un error
muy grave, porque al no quedar claro qué está bien y
qué está mal, el ser humano se queda sin “brújula” moral.30

¿De dónde surge ese error tan grave? De confundir conciencia psicológica con la conciencia moral.31
La conciencia psicológica es la base sobre la que se asienta la conciencia moral, pero no es lo mismo.
La conciencia psicológica es aquella percepción que cada uno tiene de sí mismo. Sócrates, padre de la
ética occidental, planteó como principio del filosofar la consigna Conócete a ti mismo.32 No puede
haber una recta percepción del buen obrar, si no hay un buen conocimiento de uno mismo, de las
propias capacidades para ejecutar esas buenas acciones. El sacerdote y psicólogo italiano Amedeo
Cencini nos ayuda a reflexionar sobre esa relación necesaria entre el conocimiento de uno mismo -
conciencia psicológica- y la orientación del buen obrar -conciencia moral-. Él dice algo muy

29
Cf. estos dos documentos del año 2020 del Papa Francisco: la Encíclica Fratelli tutti y la Exhortación Apostólica
Post-Sinodal Querida Amazonía. En ellos el Papa habla no solo en nombre de la Iglesia católica, sino también a
partir de diálogos mantenidos con otros líderes religiosos y sociales, sobre la necesidad de recuperar el sentido
de fraternidad entre todos los hombres y del cuidado de nuestro planeta, la casa común.
30
Esa realidad del hombre moderno y el relativismo moral está simbolizada de un modo muy simpático en el
personaje Jack Sparrow de la saga “Piratas del Caribe”.
31
Está claro que la crisis de valores en la sociedad no es un fenómeno reciente. El beato Pablo VI, hace ya cuarenta
años, dirigiéndose precisamente a la Rota romana, condenaba las enfermedades del hombre moderno, «a veces
vulnerado por un relativismo sistemático que lo induce a las elecciones más fáciles de la situación, de la
demagogia, de la moda, de la pasión, del hedonismo, del egoísmo, de manera que, exteriormente, intenta
impugnar la “autoridad de la ley”, e interiormente, casi sin percatarse, sustituye el imperio de la conciencia moral
con el capricho de la conciencia psicológica» (Francisco, Discurso a la Rota Romana con ocasión de la
inauguración del año judicial, 23 de enero de 2015; cf. Pablo VI, Discurso a la Rota Romana con motivo de la
inauguración judicial, 31 de enero de 1974: AAS 66 [1974], p. 87).
32
Un autor que ayudó a esta toma de conciencia de la necesidad del conocimiento de uno mismo para construir
un buen edificio moral, fue Romano Guardini, sobre todo en su breve pero influyente librito La aceptación de
uno mismo (1962).

13
importante: es necesario formar nuestra sensibilidad, que muchas veces está desordenada, para que
la conciencia moral tenga todas las herramientas para guiar el buen obrar.33 Está claro que no se puede
obrar solo a partir de lo que “se siente”. A veces los sentimientos pueden estar desordenados. Por
ejemplo, hay personas que están obsesionadas afectivamente por otras: esto lleva al acoso y a veces
hasta el asesinato. En los diarios se ven casos de estos todos los días, por desgracia. Es necesario
formar nuestra sensibilidad, “entrenar” nuestros sentimientos, para que, con el tiempo, vayan siendo
cada vez más acordes con el bien entendido en el sentido del bien común: no un bien “egoísta”, sino
el bien de todos.

De esa confusión moderna de la conciencia psicológica con la conciencia moral ha surgido otro
problema: la anulación de la conciencia moral. Esto se ve en algunas corrientes de la psicología
contemporánea, sobre todo las que tienen su origen en el pensamiento de Freud, quien veía la
necesidad de liberar al ser humano de sus problemas psicológicos, pero esa búsqueda de liberación la
concibe desde una suerte de obediencia ciega a los impulsos de satisfacción de los placeres corporales.
La conciencia moral, que se ordena al bien, queda reemplazada de este modo por una conciencia
psicológica del placer: lo que provoca placer sería lo “bueno”. 34 Paradójicamente, esto lleva a
quitarle al ser humano lo que tanto se busca defender en la modernidad: la libertad. Si se reemplaza
la conciencia moral por la conciencia psicológica, entonces las decisiones ya no las toma uno, sino que
está determinado por los fenómenos psíquicos que dan lugar a los comportamientos humanos.

Sin embargo, a pesar de esta idea moderna de una conciencia sin la “brújula” de la ley divina, siempre
estará esa luz en el interior de todo ser humano, que es la ley natural. El buen obrar no consiste en
hacer “lo que uno siente”, sino en hacer “lo que está bien”. Dicho de otro modo, el amor no puede
consistir solo en un sentimiento, el amor debe fundarse en la verdad: en la verdad sobre mí mismo y
en la verdad sobre los demás.

Sólo en la verdad resplandece la caridad y puede ser vivida auténticamente. La


verdad es luz que da sentido y valor a la caridad… Sin verdad, la caridad cae en
mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena

33
Cf. Amedeo Cencini, ¿Hemos perdido nuestros sentidos? En busca de la sensibilidad del creyente, traducción
de José Pérez Escobar, ed. Sal Terrae -Buenos Aires, 2014-.
34
Cf. Leonardo Castellani, Freud (1996).

14
arbitrariamente. Éste es el riesgo fatal del amor en una cultura sin verdad. Es
presa fácil de las emociones y las opiniones contingentes de los sujetos, una
palabra de la que se abusa y que se distorsiona, terminando por significar lo
contrario.35

b) El dictamen de la conciencia
La conciencia psicológica (del propio yo, de las propias ideas y sentimientos) es la base sobre la que
opera la conciencia moral (el juicio sobre lo que está bien y lo que está mal), pero en la conciencia
moral interviene además la ley natural, que es la participación de la razón humana en la ley divina, la
percepción humana del orden puesto por el Creador en la creación.

La conciencia moral es un juicio interior, un dictamen, que nos dice lo que está bien y lo que está mal
en referencia a cada acción que realizamos. Este juicio es interior, es lo más interior que tenemos: el
núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena
en el recinto más íntimo de aquélla. En el interior del corazón, aparece esta voz que nos habla y nos
señala lo que está bien y lo que está mal.

Sin embargo, ese juicio o


dictamen interior que es la
conciencia está condicionado
por diversos hábitos que hemos
ido adquiriendo en nuestra vida.
De modo que en una misma
familia puede ser que los hijos se
hayan educado con los mismos
principios y valores, pero puede
darse juicios de conciencia
diferentes entre los hermanos,
porque los hábitos adquiridos
han formado en cada uno una
percepción diferente de lo que
está bien y lo que está mal. Como
hemos visto al hablar de la ley natural, todos tenemos esa luz interior que nos dice, en cuanto a los
grandes principios del obrar, qué está bien y qué está mal. Sin embargo, en la aplicación de esos
principios puede darse que alguno no alcance a percibir en cabalidad qué está bien, porque está
condicionado por hábitos de vida que le impiden ver con claridad. Es lo que Jesús llamaba el “corazón
endurecido”.36

35
Benedicto XVI, Encíclica Caritas in veritate (2009), n. 3.
36
Jesús se refiere a esto cuando habla del divorcio. Vale la pena citar aquí el episodio: Se acercaron a él algunos
fariseos y, para ponerlo a prueba, le dijeron: «¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer por cualquier motivo?».
Él respondió: «¿No han leído ustedes que el Creador, desde el principio, los hizo varón y mujer; y que dijo: "por
eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y los dos no serán sino una sola carne"?
De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido». Le replicaron:
«Entonces, ¿por qué Moisés prescribió entregar una declaración de divorcio cuando uno se separa?». Él les dijo:
«Moisés les permitió divorciarse de su mujer, debido a la dureza del corazón de ustedes, pero al principio no era
sí (Mateo 19, 3-8).

15
Es necesario obrar en conciencia. Obedecer a esa voz de la conciencia, que es la voz de Dios en nuestra
vida, y nos ilumina para seguir el camino del bien. El ser humano no puede decidir por sí mismo lo que
está bien y lo que está mal: eso han hecho siempre los tiranos, y no le ha ido nada bien a la humanidad
detrás de esas ideas. Para eso es necesario serenidad y humildad, y cultivar la interioridad. Es preciso
que cada uno preste mucha atención a sí mismo para oír y seguir la voz de su conciencia. Esta exigencia
de interioridad es tanto más necesaria cuanto que la vida nos impulsa con frecuencia a prescindir de
toda reflexión, examen o interiorización: «Retorna a tu conciencia, interrógala. [...] Retornad,
hermanos, al interior, y en todo lo que hagáis mirad al testigo, Dios».37

c) Conciencia moral y decisiones éticas


Está claro que no siempre los seres humanos obedecemos al juicio de nuestra conciencia moral. A
veces uno sabe que algo está mal, y sin embargo lo hace. No toda decisión es ética, está ordenada al
bien. El juicio de conciencia es una iluminación que nos viene “de fuera”, aunque no lo queramos. Por
eso decimos que “nos remuerde la conciencia”; es como si nos mordiera y no nos soltara hasta que
hagamos lo que está bien. Pero no siempre obedecemos, hay personas que se quedan con
remordimientos de conciencia por años.

Es necesario distinguir, entonces, entre el juicio de la conciencia y el juicio práctico del obrar, que nos
lleva a tomar una decisión concreta. Entre uno y otro juicio intervienen factores de nuestra
personalidad que pueden llevarnos a no seguir el camino del bien en una decisión concreta: hábitos
de vida muy arraigados, pasiones muy fuertes, el orgullo, la soberbia, la pereza, etc. Si usamos la lógica
(una ciencia bastante olvidada) podemos separar una decisión ética en tres partes: 1) premisa mayor
(el juicio de conciencia moral, que me dice qué está bien); 2) premisa menor (ilumina desde el juicio
de conciencia la situación concreta); 3) conclusión (el juicio práctico del obrar, que es consecuencia
de los dos anteriores). Lo que sucede cuando tomamos una decisión que se ordena al bien y no al mal,
es que reemplazamos en el segundo juicio (la premisa menor) el dictamen de la conciencia por algún
otro principio que se aplica a la situación concreta, pero que no corresponde a lo que nos dice la
conciencia. Ese otro principio proviene siempre de algún vicio o mala inclinación, que nos lleva a elegir
algo que no está bien. Esa mala inclinación o vicio “se impone” como premisa menor del silogismo
moral, llevándonos a decidir contra nuestra propia razón.38 Pongamos un ejemplo: una persona tuvo
un infarto provocado por el exceso de colesterol, y sabe que no debe excederse en la comida o en la
bebida, porque eso podría provocarle otro infarto. La conciencia moral le dice, cuando se presenta la
ocasión de incurrir en el exceso, que ya es suficiente. Pero aparece el apetito concupiscible
desordenado por la pasión y el vicio de la gula, y pone esta premisa menor en el razonamiento: Pero
yo tengo muchas ganas de comer más asado y de tomar más vino. Esa premisa menor no tiene ninguna
razonabilidad, solo proviene de un sentimiento irracional. Sin embargo, si esa persona toma la decisión
llevada por el vicio de la gula y no por la luz de su conciencia, entonces la conclusión será totalmente
contraria a la razón: Seguiré comiendo asado y tomando vino. El juicio de la conciencia moral dictaminó
que ese sujeto debía detenerse, pero el juicio práctico que lo llevó a obrar fue contrario a este juicio,
por la influencia de la pasión desordenada, pero, sobre todo, porque el sujeto decidió obedecer a la

37
San Agustín, In epistulam Ioannis ad Parthos tractatus 8, 9; Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1779.
38
Cf. Ignacio Serrano del Pozo, Debilidad de la voluntad y dominio racional: el problema de la incontinencia y la
continencia en la filosofía de Tomás de Aquino, Tesis doctoral en la Universidad de Navarra (Pamplona, 2011),
págs.132-137, y las obras citadas por este autor (la tesis puede encontrarse en la web:
https://dadun.unav.edu/bitstream/10171/21212/1/Ignacio%20Serrano%20del%20Pozo.pdf); cf. también Ariel
Busso, La conciencia moral del fiel y sus consecuencias en el derecho canónico, en: Anuario argentino de derecho
canónico, Vol. 24, 2018, págs. 11-28 (puede encontrarse en la web en:
https://repositorio.uca.edu.ar/bitstream/123456789/8385/1/conciencia-moral-fiel-busso.pdf).

16
pasión y no al juicio de la conciencia moral. Siempre está la libertad, el libre albedrío, para tomar
decisiones siguiendo la luz de la conciencia moral, pero muchas veces, por la debilidad que dejan los
malos hábitos o vicios en la voluntad, cedemos a sus impulsos y obramos contra la razón.39

De todo lo dicho podemos sacar como conclusión que hay una estrecha relación entre el dictamen o
juicio de la conciencia y la responsabilidad por los propios actos y sus consecuencias. Somos
responsables de nuestro obrar, sea que obremos “en conciencia” o “contra la conciencia”. Somos
responsables de las consecuencias de nuestras acciones, porque hemos podido decidir siempre lo
bueno, aunque no lo hayamos hecho (hablamos, por supuesto, de los actos propiamente humanos
que se hacen con conciencia y libertad; no de aquellos que se hacen en estado de inconciencia).

Además, solo en la medida que nos hagamos responsables de nuestras acciones, podremos pedir
perdón por los errores y salir de ellos. En cambio, si no hacemos caso a los remordimientos de nuestra
conciencia, pueden convertirse en una pesada carga a llevar. El Catecismo de la Iglesia Católica explica
esto en relación con el sacramento de la Reconciliación o Perdón de los Pecados:

La conciencia hace posible asumir la responsabilidad de los actos realizados. Si el


hombre comete el mal, el justo juicio de la conciencia puede ser en él el testigo de
la verdad universal del bien, al mismo tiempo que de la malicia de su elección
concreta. El veredicto del dictamen de conciencia constituye una garantía de
esperanza y de misericordia. Al hacer patente la falta cometida recuerda el perdón
que se ha de pedir, el bien que se ha de practicar todavía y la virtud que se ha de
cultivar sin cesar con la gracia de Dios: «Tranquilizaremos nuestra conciencia ante

39
El Papa Francisco señala esta distinción entre el juicio de conciencia y el juicio práctico que ordena la acción,
y la necesidad de ayudar a las personas a lograr la coherencia interiorizando las verdades que nos dicta la
conciencia: Para obrar bien no basta «juzgar adecuadamente» o saber con claridad qué se debe hacer —aunque
esto sea prioritario—. Muchas veces somos incoherentes con nuestras propias convicciones, aun cuando sean
sólidas. Por más que la conciencia nos dicte determinado juicio moral, en ocasiones tienen más poder otras cosas
que nos atraen, si no hemos logrado que el bien captado por la mente se arraigue en nosotros como profunda
inclinación afectiva, como un gusto por el bien que pese más que otros atractivos, y que nos lleve a percibir que
eso que captamos como bueno lo es también «para nosotros» aquí y ahora. Una formación ética eficaz implica
mostrarle a la persona hasta qué punto le conviene a ella misma obrar bien. Hoy suele ser ineficaz pedir algo que
exige esfuerzo y renuncias, sin mostrar claramente el bien que se puede alcanzar con eso (Francisco, Exhortación
Apostólica Amoris laetitia (2016), n. 265).

17
él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra
conciencia y conoce todo» (1 Juan 3, 19-20).40

d) La conciencia errónea
¿Puede ser errado el juicio de la conciencia moral? La respuesta es: sí. En sus principios generales el
juicio de conciencia es infalible (desde el primer principio de la conciencia moral que nos dice que “hay
que hacer el bien y hay que evitar el mal”). Sin embargo, en los juicios más particulares de la conciencia
se puede cometer errores, porque la idea de lo que está bien y lo que está mal la vamos adquiriendo
por formación y en la cultura en la que vivimos. Así, por ejemplo, han existido culturas que validaban,
por diversos motivos, el asesinato de seres humanos inocentes. Aquí es necesario hacer una distinción
clave: un juicio errado de la conciencia moral puede ser invencible o vencible.

Hay un tipo de situaciones en las que no puede hablarse de que la persona sea responsable de una
acción cometida, porque tenía una ignorancia invencible que le impidió hacer un recto juicio de
conciencia. En este caso se dice que el sujeto obra con conciencia invenciblemente errónea. Esto
sucede cuando, en el momento de obrar, a la persona no le fue moralmente posible conocer la verdad
de su acción. Es lo que ha sucedido y sucede en determinadas culturas, en las que hay ideas
distorsionadas sobre lo que está bien y lo que está mal (por ejemplo, en algunas culturas había
sacrificios humanos, y es probable que algunas personas que hayan vivido en esas culturas hayan
tenido una conciencia invenciblemente errónea sobre la bondad de esa acción, porque quizás creerían
de buena fe que la divinidad necesitaba esos sacrificios). Cuando hay ignorancia invencible, el mal
cometido por la persona no puede serle imputado, pero no deja de ser un mal, una privación, un
desorden.41

En cambio, puede darse también -y es lo que sucede en la mayoría de los casos- una conciencia
venciblemente errónea. Esto sucede cuando hay un juicio erróneo de la conciencia (por mala
formación, por malos hábitos, etc.), pero que podría ser cambiado si la persona se ocupa de buscar la
verdad y el bien, más allá de lo que le hayan enseñado. El ser humano no puede excusarse en su obrar
en que “lo aprendió así”, todos tenemos el instinto de la verdad en nuestra inteligencia y del bien en
nuestro corazón. Renunciar a buscar la verdad y el bien es una actitud cómoda que no excusa de la
responsabilidad moral (y cuando se trata de delitos, no exime al culpable de la pena).

40
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1781.
41
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1793.

18
3. ¿Cómo es el mecanismo del obrar humano?
a) Conocimiento y voluntad. Sensibilidad y afectividad
Una vez que hemos estudiado la relación entre la ley y la conciencia, norma externa e interna del obrar
humano, veremos cómo es el mecanismo de la acción humana, o, dicho de otro modo, del acto
voluntario. En el obrar humano intervienen todas sus facultades: la inteligencia, la voluntad, la
sensibilidad y los afectos.

La inteligencia es la apertura del espíritu a la verdad de las cosas. Es algo tan evidente que casi no
necesitaría explicarse. Desde que siempre hecho que entendemos cosas, podemos concluir que
tenemos una potencia o facultad que nos permite entender, y que llamamos inteligencia. Potencia se
llama a la capacidad que un ser tiene para hacer algo. En el caso de las potencias del alma, también se
las llama facultades. La inteligencia es una potencia espiritual. ¿Cómo podemos saberlo? Porque
puede entender conceptos, es decir, los aspectos más universales de los seres, lo inmaterial. En
cambio, los sentidos solo captan lo particular, lo material. Coincidimos con los animales en que
tenemos sentidos. Pero solo el ser humano tiene inteligencia, puede captar la esencia de las cosas.
Por eso puede hacer cultura, y progresar en el conocimiento. Todo el tiempo estamos elaborando
conceptos, ideas de la realidad; captamos el ser de las cosas, lo que las cosas son, o al menos aspectos
de su ser. Esto no lo pueden hacer los animales, que solo se forman imágenes de las cosas, pero no
pueden captar aspectos esenciales: y por eso no pueden hablar, porque hablar requiere antes
conceptualizar, captar nociones abstractas que después se expresan con palabras. En el conocimiento
humano intervienen en primer lugar los sentidos: entendemos las cosas a partir de la información que

19
nos brindan los sentidos. En cualquier conocimiento humano interviene la inteligencia, pero siempre
a partir de los sentidos: el objeto de la inteligencia es presentado por los sentidos. De ahí viene una
causa posible del error de la inteligencia, cuando los sentidos presentan el objeto distorsionado o
incluso falseado (por ejemplo, las alucinaciones). La inteligencia también puede errar por otros
motivos, por ejemplo, por la influencia de las pasiones. Todo esto tiene que ver con que el ser humano
es unidad sustancial de cuerpo y alma. Esta unidad sustancial se refleja en todas sus operaciones,
también en la inteligencia.

La voluntad es el apetito espiritual: así como el objeto de la inteligencia es entender o conocer, el


objeto de la voluntad es desear y querer. Lo que es captado por la inteligencia, es captado como bueno
o malo, como atractivo o nocivo. A partir de esa captación, se genera en la voluntad atracción (si la
inteligencia ve el objeto como bueno, atractivo) o rechazo (si ve el objeto como malo, nocivo). La
voluntad es, por lo tanto, el apetito del bien, la inclinación que se ordena a ejecutar lo que la
inteligencia le presenta como “bueno”. Sin embargo, a veces la atracción por un bien que los sentidos
presentan como agradable puede imponerse en la acción, a pesar de que la inteligencia presente el
objeto como malo o nocivo. Es el caso de la gula, por la que una persona puede verse atraída por una
comida deliciosa, aunque la inteligencia le diga que esa comida no es buena para su salud. Ya vimos
cómo, en este caso, el juicio de conciencia moral puede desviarse de su objeto bueno por seguir el
impulso de las pasiones (en este caso del apetito concupiscible).42 Ese suele darse cuando alguno se
deja vencer por el vicio y no ejercita la voluntad, que se ve atraída por el bien verdadero. Por eso se
dice de la persona que vive esta situación y toma el camino equivocado, que tiene poca voluntad.

b) Estructura del acto voluntario


Hay que decir que no somos tan libres como creemos. Un acto verdaderamente consciente y libre no
es algo tan fácil en la vida humana. Muchas veces elegimos mal, y eso se da porque estamos atados a
esclavitudes -en nuestra inteligencia y en nuestra voluntad-, porque en determinados aspectos de
nuestra vida hemos elegido no ser libres.

Un acto verdaderamente libre tiene ciertas


características: 1) antes que nada, hay una
percepción y elección de una buena acción a
realizar (por ejemplo, estudiar); 2) después está
la búsqueda y elección de los mejores medios
para llevar adelante esa acción buena (por
ejemplo, elegir el mejor horario y lugar para
estudiar, ordenar los tiempos para que no
estudiemos “a las apuradas”); 3) un
ordenamiento mental de la acción, usando la
virtud de la prudencia (armar el “plan mental”
del estudio); 4) una buena ejecución de la
acción (estudiar bien, sin distraerse). Para
entender mejor la vida moral del ser humano,
es indispensable asumir esta estructura del acto
humano, realizar bien esos pasos que llevan a
una buena acción.

42
Siguiendo a Aristóteles, entendemos por “apetito concupiscible” la atracción que se siente por objetos
agradables que son presentados a nuestros sentidos. El otro apetito sensible es el “apetito irascible”, que es la
atracción que se siente por objetos arduos o difíciles (como por ejemplo ganar una competencia deportiva).

20
En primer lugar, la percepción y elección de la buena acción a realizar. No siempre es fácil elegir el
bien, el ser humano vive engañándose acerca de lo que está bien. Hay bienes que son aparentes, no
reales. Por ejemplo, viajar a ver el mundial de fútbol en otro país, cuando sé que no es necesario, que
mi familia necesita el dinero para otra cosa más importante, etc. Dedicamos mucha energía a
autoconvencernos de bienes aparentes; mientras que la actitud debería ser dejarnos iluminar,
humildemente, por los bienes verdaderos. Esto requiere muchas veces un gran esfuerzo interior.

En segundo lugar, está la búsqueda y elección de los mejores medios para llevar adelante esa acción
buena. Una vez que se eligió la buena acción, es necesario poner toda la diligencia en buscar los
mejores medios para llevarla adelante. Hay personas que tienen muy buenas intenciones, pero no
llegan a concretar esas intenciones en buenas acciones. Como dice el dicho: El infierno está
alfombrado de buenas intenciones.

En tercer lugar, es necesario un ordenamiento mental de la acción, usando la virtud de la prudencia.


A veces está la buena intención, la búsqueda de los mejores medios, pero se procede de modo
desordenado, sin un plan. La guía de la buena acción es la virtud de la prudencia, que considera aquí
y ahora todo lo necesario para la ejecución de la acción.

En cuarto lugar, aunque parezca obvio (no lo es), es necesaria una buena ejecución de la acción. Y para
esto se requiere, además de la atención de la inteligencia, una voluntad firme. Porque puede estar
todo claro en la razón, hasta el modo de hacer las cosas, pero si falla la voluntad, entonces no se llega
a ejecutar lo que tan bien se había planeado. La voluntad puede fallar por múltiples causas, de ahí la
necesidad de “entrenarla” mediante la virtud, de lograr que la voluntad se ejercite constantemente
en la práctica del bien, para poder ejecutar buenas acciones y que no se queden en buenas
intenciones.

4. ¿Cuándo decimos que una acción es buena o


mala?
a) El objeto, el fin y las circunstancias:
fuentes de la moralidad de las acciones humanas

Entender las fuentes de la moralidad es indispensable para poder hacer un verdadero juicio ético de
nuestras acciones. Esas fuentes de la moralidad surgen del análisis de una acción y son los elementos
que están presentes en toda acción humana. Son: objeto, fin y circunstancias. Se dice que son “fuentes
de la moralidad”, porque de esos tres elementos depende que una acción sea realmente buena, de
modo que, si falta bondad en alguno de los elementos, la acción es mala o defectuosa.

21
a) El objeto de la acción

El objeto de la acción es lo primero que hay que considerar. Es el contenido moral de la acción, aquello
en lo que consiste la acción (por ejemplo: el objeto de comer es comer, el objeto de robar es robar,
etc.). El objeto de la acción puede ser en sí mismo bueno o malo; a veces se dice que puede ser
“neutro”, pero, en realidad, si no es malo, deberíamos considerar que es bueno, aunque la acción
pueda volverse mala por el fin o las circunstancias (por ejemplo, si el objeto de la acción es comer, en
sí mismo no es algo malo, pero puede volverse mala la acción por la circunstancia de que quien come
esté enfermo y no debería hacerlo por el momento, o no debería comer tal cosa).

Todas las culturas tienen enseñanzas ancestrales sobre lo que está bien y lo que está mal. Por ejemplo,
los diez mandamientos de la religión judeo-cristiana definen cuáles son las principales acciones
intrínsecamente malas. Es importante definir si el objeto de la acción, porque si es malo no hay buena
intención y circunstancias que lo justifiquen. De ahí el famoso dicho: El fin no justifica los medios.
Algunas ideologías han planteado que un fin bueno justificaría ciertas malas acciones. Por ejemplo, el
terrorismo, que busca sembrar el terror y hasta a veces matar para lograr una revolución que,
consideran los terroristas, justificaría todas las malas acciones que realizan para llegar a ese fin. Hay
personas que son consideradas “héroes de la revolución”, pero en realidad eran asesinos a sangre fría.
De ahí la importancia de prestar atención, antes que nada, al objeto. Un fin bueno no vuelve buena
una mala acción; o, en otras palabras, el fin no justifica los medios.

22
Hay casos que implican una cierta dificultad en el discernimiento del objeto del acto moral: por
ejemplo, en la legítima defensa. En este caso, si analizamos bien veremos que el objeto de la acción
no es matar (o no debería serlo), sino defenderse. Hay verdaderamente una legítima defensa cuando
se usaron medios proporcionados a la agresión para defenderse. Si una persona agredió a otra con las
manos, y la otra se defendió con un arma de fuego, no se considera legítima defensa. Por supuesto
que hay situaciones en las que la agresión es tan peligrosa que, para defenderse, es necesario poner
en riesgo al atacante, incluso en riesgo de vida (por ejemplo, en un enfrentamiento armado).43 Estos
no solo son principios que rigen en la esfera moral, sino que también se aplican en los tribunales
cuando se juzga, por ejemplo, un homicidio que se dio en ocasión de una legítima defensa.

Es necesario insistir en esto: el objeto es lo primero a tener en cuenta para considerar la moralidad de
cualquier acción humana. No puede haber una buena acción, si el objeto es malo. Nunca es lícito hacer
el mal para conseguir algún bien. El fin no justifica los medios.

El relativismo moral ataca gravemente este principio. Ya habíamos hablado un poco de esto. El
relativismo moral surge justamente de la desvalorización del objeto de las acciones morales. Lo malo
puede convertirse en bueno si está adornado de “buenas intenciones”. Es el ejemplo de Robin Hood,
que usan algunos políticos corruptos en la actualidad: “Robamos a los ricos para darles a los pobres”
(y a veces se quedan con algún vueltito…). O el ejemplo que pusimos arriba, de la mentalidad
revolucionaria: “la revolución exige sacrificios” (léase entre líneas: el sacrificio de la vida del otro). No
pocas ideologías se han construido con estos principios falaces, que llevan a extender la inmoralidad
entre la población, cuando se quiere maquillar lo malo para hacerlo parecer bueno.

Otro ejemplo es el aborto voluntario. Cuando se aprueba una ley favorable al aborto, podemos ver
cómo se evita la discusión acerca de la bondad o maldad intrínseca del acto de abortar. Es claro que
puede haber circunstancias atenuantes y hasta eximentes de la responsabilidad en un aborto, como
los miedos sufridos por la mujer, las amenazas de la familia, el estado de pobreza y la desesperación,
etc. Esas circunstancias, como veremos más adelante, forman parte de la moralidad y pueden atenuar

43
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica n. 2263: La legítima defensa de las personas y las sociedades no es una
excepción a la prohibición de la muerte del inocente que constituye el homicidio voluntario. “La acción de
defenderse [...] puede entrañar un doble efecto: el uno es la conservación de la propia vida; el otro, la muerte del
agresor” (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 64, a. 7). “Nada impide que un solo acto tenga dos
efectos, de los que uno sólo es querido, sin embargo, el otro está más allá de la intención” (Santo Tomás de
Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 64, a. 7).

23
o eximir la culpa y la necesidad de castigo. Pero lo primero que hay que considerar es si abortar es una
buena acción o no, si está bien o no. Y para poder determinar esto, hay que considerar si el ser que
está gestándose en el vientre materno es un ser humano, o no: esto llevará a determinar si el aborto
voluntario es la eliminación de un ser humano, o no. Y en este sentido, los avances científicos han
llegado a determinar, sin dudas, la existencia de un ser diferente de la madre, por las características
genéticas, los cromosomas, etc. (aunque dependa de ella para su subsistencia, al menos durante los
primeros 6-7 meses de vida). Que ese ser distinto de la madre es un ser humano es algo que no puede
discutirse, ¿qué otro tipo de ser podría ser? De ahí que, desde un análisis ético que parte del objeto
de la acción, nunca pueda sostenerse que el aborto voluntario está bien.

En la consideración del objeto de la acción es necesario acudir a la divina y la ley natural. Esto ya lo
hemos analizado al considerar la ley como regla externa del obrar humano. “Lo que está bien” y “lo
que está mal” está determinado en un orden que preexiste al ser humano, y debe ser respetado. De
otro modo, atentamos contra el orden de la creación, destruimos el planeta y nos destruimos a
nosotros mismos. Es verdad que a veces, al acudir a la ley divina y natural, podemos llevarnos algunas
sorpresas: por ejemplo, no está mal robar alimentos cuando uno tiene hambre y no puede
conseguirlos de otro modo. Porque el derecho de propiedad privada es posterior a la creación, en la
que Dios ha puesto a disposición de la humanidad entera los bienes necesarios para una vida digna.
Ese destino universal de los bienes es previo al derecho de propiedad, a nadie puede negársele el
acceso a los bienes necesarios para su vida digna.44 Esto abre un amplio debate en torno a otros bienes
necesarios para la vida digna, que son designados con las “tres T”: techo, tierra y trabajo.45

El objeto del acto moral es, en suma, el bien, lo que está bien. El egoísmo y los intereses mezquinos
de los individuos, que se han visto a veces plasmados en ideologías, muchas veces nubla la mente a la
hora de discernir lo que está bien y lo que está mal. De ahí la importancia del estudio de la ética. No
se trata solo de conocer: el conocimiento del bien y las buenas decisiones nos van liberando de la
esclavitud de la ignorancia y el pecado;46 como decía Jesús: La verdad los hará libres (Juan 8, 32). Sin

44
Las cosas que son de derecho humano no pueden derogar el derecho natural o el derecho divino. Ahora bien:
según el orden natural instituido por la divina providencia, las cosas inferiores están ordenadas a la satisfacción
de las necesidades de los hombres. Por consiguiente, por la distribución y apropiación, que procede del derecho
humano, no se ha de impedir que con esas mismas cosas se atienda a la necesidad del hombre. Por esta razón,
los bienes superfluos, que algunas personas poseen, son debidos por derecho natural al sostenimiento de los
pobres, por lo cual Ambrosio, y en el Decreto se consigna también, dice: De los hambrientos es el pan que tú
tienes; de los desnudos, las ropas que tú almacenas; y es rescate y liberación de los desgraciados el dinero que
tú escondes en la tierra. Mas, puesto que son muchos los que padecen necesidad y no se puede socorrer a todos
con la misma cosa, se deja al arbitrio de cada uno la distribución de las cosas propias para socorrer a los que
padecen necesidad. Sin embargo, si la necesidad es tan evidente y tan urgente que resulte manifiesta la premura
de socorrer la inminente necesidad con aquello que se tenga, como cuando amenaza peligro a la persona y no
puede ser socorrida de otro modo, entonces puede cualquiera lícitamente satisfacer su necesidad con las cosas
ajenas, sustrayéndolas, ya manifiesta, ya ocultamente. Y esto no tiene propiamente razón de hurto ni de rapiña
(Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica II-IIae q. 66, art. 7, cuerpo).
45
El Papa Francisco en su discurso del 5 de noviembre de 2016, con ocasión del Encuentro Mundial de
Movimientos Populares, hablaba de estos derechos inalienables del ser humano y de la legitimidad de asociarse
para defenderlos: https://www.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2016/november/documents/papa-
francesco_20161105_movimenti-popolari.html.
46
San Juan Pablo II hace un desarrollo esclarecedor de este tema en su Encíclica Veritatis splendor, cuando dice:
La moralidad de los actos está definida por la relación de la libertad del hombre con el bien auténtico. Dicho bien
es establecido, como ley eterna, por la sabiduría de Dios que ordena todo ser a su fin. Esta ley eterna es conocida
tanto por medio de la razón natural del hombre (y, de esta manera, es ley natural), cuanto —de modo integral y
perfecto— por medio de la revelación sobrenatural de Dios (y por ello es llamada ley divina)... La ordenación
racional del acto humano hacia el bien en toda su verdad y la búsqueda voluntaria de este bien, conocido por la
razón, constituyen la moralidad. Por tanto, el obrar humano no puede ser valorado moralmente bueno sólo

24
embargo, la historia del hombre muestra claramente que no ha sido suficiente el esfuerzo de la razón
para liberarnos de toda confusión en el discernimiento del bien y del mal, para lograr la libertad que
proviene de la verdad. Por eso fue necesario que Dios enviara a su Hijo único para recordarnos el plan
del Creador, para que nos revelara la verdad completa acerca de nuestra existencia, para esclarecer el
misterio del hombre.47

b) El fin de la acción
La segunda fuente de la moralidad es el fin. El fin es aquello a lo que el sujeto tiende cuando realiza
una acción, es la intención. Siempre que el objeto de la acción sea bueno, lo segundo a analizar es el
fin: ¿es bueno el fin de la acción realizada? Un ejemplo clásico es el de la limosna. Nadie puede dudar
de que dar limosna, ayudar a otro que necesita, es una buena acción. El objeto es bueno. Pero ¿y la
intención? Debe ser buena también. Porque podría ser que una persona diera limosna para ser vista
por los demás, y entonces su intención no es buena, no está buscando el bien en la acción, sino una
satisfacción egoísta. Un caso interesante para analizar es el de la relación de los padres con los hijos.
Puede darse que un padre o una madre, buscando el bien de su hijo, en realidad esté buscando un
logro propio y egoísta, no esté pensando en el bien del hijo.

En este punto debemos hablar un poco sobre las teorías morales teleológicas (del griego telos, fin),
que ponen el fin por encima del objeto. Dicen que, más que el objeto, habría que considerar la
intención para definir la moralidad de una acción. Las dos principales teorías teleológicas son el
proporcionalismo y el consecuencialismo. Para el proporcionalismo, la acción sería buena si en el

porque sea funcional para alcanzar este o aquel fin que persigue, o simplemente porque la intención del sujeto
sea buena. El obrar es moralmente bueno cuando testimonia y expresa la ordenación voluntaria de la persona al
fin último y la conformidad de la acción concreta con el bien humano, tal y como es reconocido en su verdad por
la razón. Si el objeto de la acción concreta no está en sintonía con el verdadero bien de la persona, la elección de
tal acción hace moralmente mala a nuestra voluntad y a nosotros mismos y, por consiguiente, nos pone en
contradicción con nuestro fin último, el bien supremo, es decir, Dios mismo (San Juan Pablo II, Encíclica Veritatis
splendor (1993), n. 72; cf. santo Tomás de Aquino, Suma Teológica II-IIae q. 148, a. 3).
47
Concilio Vaticano II, Const. Ap. Gaudium et spes n. 10.

25
resultado se produce una proporción mayor de bienes que de males (es el caso de las guerras
contemporáneas, que en busca de un supuesto bien, asumen muertes de inocentes como “males
menores” o “daños colaterales”). Para el consecuencialismo, se trata de medir las consecuencias de
la acción. Si estas son buenas, entonces la acción está justificada, aunque sea mala (es el ejemplo de
Robin Hood: robar un bien superfluo a un rico se justifica por el destino que se le dé a ese bien). El
error de estas teorías es que se desdibuja la diferencia entre el bien y el mal, y en el fondo, se
promueven conductas malas como si fueran buenas.48 De estas doctrinas erróneas nace también la
expresión de lo “políticamente correcto”, porque no importaría tanto la bondad o maldad del acto -
que no sería posible definir-, sino que el obrar sea “correcto” para cierta opinión pública, sobre la base
de la consideración de los efectos o consecuencias previsibles y de su proporción.49

c) Las circunstancias de la acción


Finalmente, la tercera fuente de la moralidad del acto humano son las circunstancias de la acción, que
son el conjunto de cosas que están como alrededor de la acción y que tienen cierta relevancia sobre
ella.50 Entre las circunstancias de una acción hay que considerar tanto el contexto en el que se realizó
la acción (tiempo, lugar, personas destinatarias de la acción, etc.), como las consecuencias de la acción,
tanto en personas como en cosas. Una acción se ve afectada por las circunstancias, de modo que una
acción buena puede volverse mala por no haber considerado suficientemente las circunstancias de la
acción (por ejemplo, dar de comer a un hambriento, pero sin considerar su estado de salud, de modo
que ese alimento terminó haciéndole más daño). También las circunstancias pueden obrar como
agravantes o atenuantes de una acción. Por ejemplo, en el caso del aborto voluntario, es muy
frecuente que la mujer acuda a él en circunstancias de gran vulnerabilidad psicológica y hasta física,
cuando se trata de mujeres que viven en una pobreza extrema; esto sin duda configura una
circunstancia atenuante de su responsabilidad. Un caso de circunstancia agravante de la acción se da
cuando, por ejemplo, una persona agrede a otra aprovechándose de su mayor fuerza y tamaño, de su

48
Cf. San Juan Pablo II, Encíclica Veritatis splendor (1993), n. 75: Las teorías éticas teleológicas (proporcionalismo,
consecuencialismo), aun reconociendo que los valores morales son señalados por la razón y la revelación, no
admiten que se pueda formular una prohibición absoluta de comportamientos determinados que, en cualquier
circunstancia y cultura, contrasten con aquellos valores. El sujeto que obra sería responsable de la consecución
de los valores que se persiguen, pero según un doble aspecto: en efecto, los valores o bienes implicados en un
acto humano, sería, desde un punto de vista, de orden moral (con relación a valores propiamente morales, como
el amor de Dios, la benevolencia hacia el prójimo, la justicia, etc) y, desde otro, de orden pre-moral, llamado
también no-moral, físico u óntico (con relación a las ventajas e inconvenientes originados sea a aquel que actúa,
sea a toda persona implicada antes o después, como por ejemplo la salud o su lesión, la integridad física, la vida,
la muerte, la pérdida de bienes materiales, etc).
49
Cf. ibídem: …Por consiguiente, los comportamientos concretos serían calificados como ‘rectos’ o ‘equivocados’,
sin que por esto sea posible valorar la voluntad de la persona que los elige como moralmente ‘buena’ o ‘mala’.
De este modo, un acto que, oponiéndose a normas universales negativas viola directamente bienes considerados
como pre-morales, podría ser calificado como moralmente admisible si la intención del sujeto se concentra, según
una ‘responsable’ ponderación de los bienes implicados en la acción concreta, sobre el valor moral considerado
decisivo en la circunstancia. La valoración de las consecuencias de la acción, en virtud de la proporción del acto
con sus efectos y de los efectos entre sí, sólo afectaría al orden pre-moral. Sobre la especificidad moral de los
actos, esto es, sobre su bondad o maldad, decidiría exclusivamente la fidelidad de la persona a los valores más
altos de la caridad y de la prudencia, sin que esta fidelidad sea incompatible necesariamente con decisiones
contrarias a ciertos preceptos morales particulares. Incluso en materia grave, estos últimos deberán ser
considerados como normas operativas siempre relativas y susceptibles de excepciones. En esta perspectiva, el
consentimiento otorgado a ciertos comportamientos declarados ilícitos por la moral tradicional no implicaría
una malicia moral objetiva.
50
Antonio Pardo, Análisis del acto moral. Una propuesta, en Persona y bioética 2008, ed. EUNSA (Navarra,
España) 12(2):78-107.

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capacidad técnica (por ejemplo, si es boxeador); o en el acoso o abuso sexual de menores la sola
circunstancia de ser menor la víctima es agravante de la acción (en este caso, también es agravante
de la acción la relación de autoridad que el abusador tenga con la víctima, porque se aprovecha de
esa relación en el abuso o en el acoso, lo cual genera una mayor indefensión en la víctima).

5. Conclusión
De todo lo dicho surge una conclusión necesaria: para poder obrar bien es necesario prepararse. De
ahí la importancia de la educación, que debe ser más entrenamiento para ser bueno y obrar bien, que
acumulación de conocimientos. Nacemos buenos, con una bondad intrínseca, pero también tenemos
la inclinación al mal, al obrar egoísta y defectuoso. Por eso es necesario aprender a ser buenos,
aprender a obrar bien, y tener maestros y maestras que nos enseñen; solo Dios es bueno de un modo
simple y perfecto (cf. Marcos 10, 18). La vida humana es un camino que se transita en medio de
dificultades y desafíos constantes, y siempre es necesaria la gimnasia interior de la rectificación de la
conciencia para obrar el bien.51 El gran desafío de la educación es llegar a la conciencia del hombre,
en donde radica su relación con la Verdad y el Bien.52 Es necesario formar las conciencias, formar
personas buenas, que puedan distinguir el bien del mal y tengan la capacidad de obrar bien.53 Decimos
formar las conciencias, pero es más preciso decir formar a la persona, esto es, fomentar la vida

51
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1787: El hombre se ve a veces enfrentado con situaciones que hacen el
juicio moral menos seguro, y la decisión difícil. Pero debe buscar siempre lo que es justo y bueno y discernir la
voluntad de Dios expresada en la ley divina.
52
La relación que hay entre libertad del hombre y ley de Dios tiene su base en el corazón de la persona, o sea, en
su conciencia moral: «En lo profundo de su conciencia —afirma el concilio Vaticano II—, el hombre descubre una
ley que él no se da a sí mismo, pero a la que debe obedecer y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos
de su corazón, llamándolo siempre a amar y a hacer el bien y a evitar el mal: haz esto, evita aquello. Porque el
hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia está la dignidad humana y según la cual
será juzgado (cf. Rm 2, 14-16)» (San Juan Pablo II, Encíclica Veritatis splendor, n. 54; Concilio Vaticano II,
Constitución Pastoral Gaudium et spes, n. 16).
53
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1783: Hay que formar la conciencia, y esclarecer el juicio moral. Una
conciencia bien formada es recta y veraz. Formula sus juicios según la razón, conforme al bien verdadero querido
por la sabiduría del Creador. La educación de la conciencia es indispensable a seres humanos sometidos a
influencias negativas y tentados por el pecado a preferir su propio juicio y a rechazar las enseñanzas autorizadas.

27
virtuosa, tanto en las virtudes morales como intelectuales. Y para esto, es necesario encarnar aquello
en lo que se busca formar a los demás.

Muchas veces los docentes se encuentran acorralados por la indiferencia de los alumnos. Esta
indiferencia es un signo distintivo del mundo contemporáneo, en el que nos hemos cansado de las
ideologías y ya nada ni nadie puede convencernos. Sin embargo, no hay que desesperar. Aristóteles
enseñaba algo que siempre debemos tener en cuenta: no son tanto las palabras, sino el atractivo de
la vida virtuosa, lo que genera la relación maestro-discípulo. Cuando se vive la virtud, se experimenta
un estado de libertad y felicidad que es contagioso y se transmite.54 Como dice el famoso proverbio:
Las palabras mueven, los ejemplos arrastran. Una humanidad nueva será posible solamente desde esa
experiencia de liberación que es la virtud, y que se transmite, se enseña, de modo personal, de uno a
uno. Sin este compromiso personal y comunitario con el desarrollo integral del ser humano, toda otra
construcción será vana.

54
Cf. Aristóteles, Ética a Nicómaco, L. X, cap. 6.

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