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Alberto “Tony” Rossi fue, en cuerpo y alma, un verdadero artista. Lo llevaba en la sangre:
su abuelo era cantante lírico; su padre decoró con sus finos pinceles las residencias porteñas
a fines del siglo XIX. Lo llevaba en el alma: incursionó en la música, la literatura y la
actuación teatral, pero fue en la pintura donde logró los mayores éxitos.
“Desde la más lejana infancia, mis aspiraciones habían oscilado con terrible
volubilidad…”, expresó en un reportaje, recordando en forma risueña su breve paso por las
clases de piano, violoncelo y violín, y las románticas rimas escritas…
En sus obras, en general de pequeño formato, pintó figuras, paisajes, escenas campestres,
desnudos y vistas urbanas de Buenos Aires, destacando el trabajo de transformación
edilicia de la ciudad y las actividades del puerto del Riachuelo de La Boca. Pero Rossi fue
sin duda “el pintor del circo”. Su espíritu divertido e histriónico y sus juveniles andanzas
europeas seguramente lo acercaron a este mundo colorido y bohemio, que supo representar
como nadie. Al exponer estas obras en Europa, la prensa lo comparó con Henri de Toulouse
Lautrec. En nuestro país también abordaron este tema Valentín Thibon de Libian y Enrique
de Larrañaga, pero el “petizo” Rossi lo hizo con humor y nostalgia.
Había nacido en Bolonia, Italia, el 18 de mayo de 1879, y llegó a nuestro país a los 12 años
junto a su familia. Su padre le brindó las primeras enseñanzas de pintura, que continuó
luego con el maestro Ernesto de la Cárcova. Con 20 años viaja a perfeccionarse a Europa,
donde vivió hasta 1906, pero su bohemia juvenil lo arrastra a unirse como actor a una
compañía teatral italiana que andaba de pueblo en pueblo tratando de ganarse la vida. Con
ella compartía las 200 liras mensuales que le enviaban sus padres, hasta que finalmente
decidió dedicarse “seriamente” a su profesión. En Roma entabló amistad con Quirós y
compartió el taller con otro pintor argentino que estaba estudiando allí: Carlos Ripamonte.
Junto a él integra, ya de regreso en la Argentina, el Grupo Nexus, que marcó un hito en
nuestra historia del arte por su búsqueda y valoración de una pintura nacional. Los otros
integrantes eran nada menos que Fader, Quirós, Collivadino, Lynch y el escultor Dresco.
Con ellos realiza sus primeras exposiciones, tras las cuales sigue una larga lista de muestras
en nuestro país y en el exterior, como así también importantes premios.
También se dedicó a la docencia, en forma particular y en la Academia de Bellas Artes,
formando a varias generaciones de pintores. En 1915 se casa con la pintora Ana Weiss, que
había sido su alumna, y de allí en más compartieron su vida y su vocación, exponiendo
juntos en varias oportunidades.
A los 86 años, el 11 de junio de 1965 falleció sorpresivamente, cuatro días antes de
inaugurar en la Galería Witcomb su gran muestra retrospectiva en la que tanto había
trabajado para organizar. Todos los que lo conocieron destacaban los valores que supo
cultivar: amistad, modestia, ansias de superación constante, y dueño de un gran sentido del
humor con el que sabía hacer reír y también reírse de sí mismo.
El Coro
óleo sobre cartón
33 x 42 cm
1940
Colección Zurbarán
El Circo
óleo sobre cartón
50 x 59 cm
Colección Privada
Desnudo
Colección Privada