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LEÓN POCH.

70 AÑOS DE ARTE ARGENTINO Y JUDÍO


LA VIDA DE UNA OBRA; LA OBRA DE UNA VIDA1

Introducción I

Una mañana de enero de 1987, un hombre de 74

años y su hija bajan del tren en la estación de Sosnowiecz,

en Polonia. El paisaje nevado se había proyectado, durante

el viaje, como una interminable película en blanco y negro.

El hombre regresa, después de casi 60 años de ausencia,

para recorrer los itinerarios de su infancia que, veinte años

antes, su memoria había recuperado en una serie de

dramáticos dibujos llamados “Judíos de mi infancia”.

La hija reconoce el paisaje urbano que el hombre

había plasmado en imágenes: está intacto. Sólo los

personajes, los judíos, han desaparecido.

El hombre y su hija caminan, caminan, caminan...

Durante tres días se deslizan por la nieve del tiempo. La

última noche, sentados ante la mesa del restaurante del

hotel, mientras comen “pescado a la zydowska”, es decir,

“pescado a la judía” (léase guefilte fish) el hombre,

habitualmente parco, se va desprendiendo de su pesada

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Ponmencia presentada en el Primer Encuentro “Recreando la Cultura Judeo-Argenitna” realizado en la
AMIA, Buenos Aires, Agosto de 2001.

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armadura de recuerdos. La hija entiende entonces la

técnica del papel arrugado sobre el que se marcan, como

cicatrices, los desgarrados trazos de los dibujos. Entiende

por qué es ineludible el negro sobre el blanco. (ilustración)

Entiende la necesidad de olvidar el pasado y la necesidad

de recuperarlo. Cree que, por primera vez, entiende a su

padre, porque ambos habían compartido un viaje a la

semilla. El primero.

Introducción II

Hace dos años, el I.W.O. se propuso homenajear la

trayectoria de un artista y planeó una exposición

retrospectiva de la obra de León Poch. Durante meses, un

joven artista de 86 años se vio obligado a abrir todas las

puertas (literales y metafóricas) de los armarios y placares

donde tenía guardados originales, reproducciones, bocetos,

fotos, catálogos, comentarios de sus obras. Una de sus tres

hijas —la misma que lo había acompañado a Polonia— lo

ayudaba a rastrear las huellas de una producción que, a

medida que la iban rescatando, superaba en cantidad,

diversidad y calidad los registros de la memoria.

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A la hija se le hizo evidente —más evidente—, que a lo

largo de 70 años, entre 1929 y 1999, León Poch se había

construido un espacio de fronteras muy amplias, como

artista, como judío y como argentino. Sobre las mesas,

sillones y sillas se desplegaban los testimonios de su

quehacer como dibujante, pintor, periodista, publicista,

diseñador gráfico, humorista, escenógrafo, muralista,

diseñador de tapices y de vitrales.

Varios interrogantes se hicieron protagonistas de las

insomnes noches de la hija de León Poch: ¿Cómo ordenar

un material tan diverso? ¿Cronológicamente? ¿Por

técnicas? ¿Incluir sólo aquellas obras vinculadas

temáticamente a lo judío? ¿O tomar en cuenta también las

netamente “argentinas”? ¿Incluir una producción

“periférica” compuesta por afiches, batiks o tarjetas de

Rosh Hashaná y Año Nuevo?

El hermoso y ambicioso proyecto de Abraham

Lichtenbaum no se pudo realizar por falta de recursos,

pero gracias a él, padre e hija emprendieron un segundo

viaje a la semilla.

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Introducción III

Montevideo, julio de 2001. Ricardo Feierstein le

propone a la hija de León Poch, escribir una ponencia

sobre la obra de su padre, para este encuentro. Resulta

casi una obviedad aclarar que esa hija soy yo. Tengo a mi

disposición mucho material: fotos, láminas, diapositivas,

una breve cronología comparada de la vida de León Poch,

el mundo y la Argentina elaborada para la frustrada

retrospectiva del IWO. El boceto del catálogo para esa

muestra, diseñado por León Poch mismo. Una reseña

autobiográfica. Resúmenes por área. Sus aportes a la

comunidad judía. Su inserción en el campo cultural

argentino. El catálogo del Tributo que el Gobierno de la

Ciudad de Buenos Aires le hizo a León Poch en 1999, justo

reconocimiento a su trayectoria.

Frente a tanto material, las preguntas vuelven a

poblar, esta vez, mi vigilia. Entonces decido proponerles

emprender un viaje para encontrarnos con León Poch,

hombre y artista.

Hoy los invito a compartir mi tercer viaje a la semilla.

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CUATRO ESTACIONES

1ª. Estación

León Poch nació en Sosnowiecz, el 10 de febrero de

1913. Pero él prefiere sostener que fue el día que llegó a

Buenos Aires, en diciembre de 1928, cuando tenía 15 años.

No se trata de una ingeniosa figura retórica. Sus años

polacos fueron ásperos. Similares a los de muchos niños y

adolescentes judíos europeos: la Primera Guerra Mundial,

un padre que emigró para “hacer la América” y estuvo 10

años “borrado”, la escuela polaca, el jeider, el Hashomer

Hatzair, paseos por el bosque en verano, deslizarse en

trineo en invierno, comer pan negro con ajo, tomar

achicoria en vez de café, papas los lunes, los martes...

(montik bulbes, dinstik bulbes...) y pescado el viernes a la

noche; patotas de muchachos polacos que golpean a los

chicos judíos, mucha pobreza, pocos najes. Para conjurar

pesares o germinar alegrías Leibush o Yehuda (todavía no

es León) tiene unas varitas con las que accede a otros

mundos. Unas, negras, le sirven para ganarse algunos

groshn dibujando letras y carteles. Otras, con pelos en la

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punta, le permiten pintar parte del decorado —el gato

junto al pozo— para la representación de “Shulamis” de

Goldfaden (ilustración) y hacer sus primeros pasos como

escenógrafo para el grupo amateur que hace teatro en

idisch.

En 1928, en la Argentina, Yrigoyen es electo

presidente por segunda vez. Ese año aparecieron en

Buenos Aires los colectivos y se fundó el IWO. Pero

cuando en diciembre Leibush desembarca del vapor

“Almanzor” en el puerto de Buenos Aires, todavía no sabe

nada de esto. Sólo tiene ojos para registrar, absorber y

emborracharse con la veraniega luz porteña. Se enamora a

primera vista, de una vez y para siempre, de la ciudad. Se

entrega a ella incondicionalmente y no lo duda: pronto

será suya.

Un amigo de la familia le consigue un empleo como

dibujante en una agencia de publicidad. Aunque no lo

necesita para su trabajo, se impone aprender el castellano

para hablarlo sin acento, leer y escribir sin errores. Sin

embargo, en 1930, cuando se presenta a dar el examen de

ingreso en la Academia Nacional de Bellas Artes, todavía

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no lo domina. Entiende las preguntas, sabe las respuestas

pero las palabras que conoce son insuficientes. “¿Qué le

pasa, muchacho?”, le pregunta el profesor al ver que no

escribe. “Me faltan palabras en castellano”, responde.

“Escriba cómo le salga, amigo”. Entonces, él escribe. Se

apura, quiere recuperar el tiempo perdido, termina y

entrega. Pocas semanas después, lo llama el Director. “¿En

qué idioma escribió?” le pregunta, señalando las hojas de

su prueba. “En polaco”, dice él, “me dijeron que escribiera

como pudiese y sólo puedo en polaco”. El Director manda

llamar un traductor. Le leen el examen y lo aprueba. O

tempora! ... Así logra ingresar en la Academia de donde

se gradúa, con medalla de oro, en 1936.

2ª Estación

En 1934, Natalio Botana lo incorpora, como

caricaturista, al plantel de dibujantes del diario “Crítica”,

y le abre las puertas de un paraíso que nunca más querrá

abandonar: el periodismo. (ilustraciones). Recuerda León

Poch: “Allí fui conociendo, a lo largo de varios años, cómo

es el periodismo por dentro y también a una infinidad de

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personajes y figuras descollantes de la vida pública y de

las letras argentinas. En la enorme sala de dibujantes del

sexto piso, a menudo solía ver a Borges y a Petit de Murat,

revisando las pruebas del suplemento literario; a Nalé

Roxlo haciendo jocosos comentarios; a Rojas Paz, con los

originales de sus notas sobre fútbol; a Edmundo Guiburg

con su "Calle Corrientes", y a Horacio Rega Molina

dándoles forma a los "globos" de las historietas”.

En 1936, Dante Quinterno le da a probar otro fruto

del jardín de las delicias del periodismo: el humor. Su

mirada penetrante observa la variada gama de temas de la

intensa vida porteña y luego, su mano diestra traza con

pura imagen, sin texto alguno, una síntesis humorística,

crítica y amorosa de la vida cotidiana de la ciudad y de su

gente, en una página semanal, llamada “Temas Porteños”,

que sale en la revista “Patoruzú” durante cuarenta años.

(ilustraciones). En marzo de este año, 80 de estos

originales fueron expuestos en la Sala Historieta del

Centro Cultural Recoleta e hicieron sonreir a miles de

visitantes que se reconocían en esos dibujos o que, por

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primera vez, accedían a un relato iconográfico de una

realidad porteña que desconocían.

En ésta, su nueva tierra, colabora también con más

revistas argentinas como “Nervio” donde escriben Alvaro

Yunque, Elías Castelnuovo, José Portogalo y Leónidas

Barletta, entre otros; con “Letras”, dirigida por Arturo

Cambours Ocampo y “Páginas de Columba”.

También se dejó tentar por el periodismo judío.

Diarios y revistas en castellano, polaco e idisch contaron

con sus colaboraciones: Der Spigl, Polska Rasa Opieki,

Grafisher Jurnal, Morgnzaitung, Amanecer... Pero donde

anclará durante muchos años será en La Luz, que dirigía

Nissim Elnecavé y luego su hijo David, para la cual dibujó

tapas, viñetas humorísticas y una columna titulada “Cosas

y Casos Judíos”, cuya recopilación publicará en fecha muy

próxima la Editorial Milá. Para Alef y Raíces, durante la

época en que Simja Sneh estaba al frente, diseñó también

magníficas tapas. (ilustración)

De los muchos escritores argentinos y judíos para los

que ilustró las tapas de sus libros sólo voy a recordar a

uno, porque dejó en nuestra familia una “herida” que

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nunca “perdonamos”. A mamá le había impactado mucho

una novela, “In Poilishe velder”, “En los bosques polacos”,

de Yoseph Opatoshu. Para ella, y sólo para ella, León Poch

había realizado una bellísima tapa de madera tallada, que

le daba al ejemplar impreso el aura de una obra única e

irreproducible. Cuando Opatoshu estuvo de visita en

Buenos Aires, vino a nuestra casa. Sin preguntar a nadie,

León tomó el ejemplar y se lo regaló. La tormenta que se

desató después, tuvo características homéricas. El libro,

perdido hoy en algún lugar de Estados Unidos o del

mundo, es recuperado con frecuencia por la memoria de la

familia, con cierto ácido humor, heredado sin duda de

León Poch.

3ª Estación

Los primeros años de vida del porteño León (ahora

sólo es Leibush en su casa y Yehuda para sus compañeros

del Hashomer) fueron años duros para la Argentina y el

mundo. Uriburu y los militares dan a la democracia

argentina el primero de los muchos golpes mortales de los

que aún hoy no nos hemos recuperado. Hitler comienza a

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destruir a los judíos y a Europa. Franco se lanza contra el

sueño de una sociedad más justa.

“¿Cómo puedo permanecer indiferente y frío, en los

tiempos en que vivimos, tiempos de búsquedas y

experimentos en el arte? Cuando tantos cerebros (quizás

también corazones...) se esfuerzan por expresar a través

del arte la época en la cual vivimos. ¿Se ha logrado? ¿Ha

creado el arte de hoy la expresión de esta época, su

particularidad, su sentir? (...) Me parece ver una figura

que corre y corre tratando evitar ser alcanzada por una

ardiente, candente lava que algún volcán está escupiendo.

Y ese desborde se está extendiendo sin cesar por campos,

aldeas y ciudades, convirtiendo todo lo que encuentra a su

paso, en ese mismo material destructor...”, escribe en una

carta a su entonces entrañable compañera del Hashomer y

después su esposa, Clara, a la que todos conocen como

Shalhevet, llamarada, porque no sólo transmite luz sino

que es puro fuego.

Expresa su sufrimiento y angustia porque percibe

que una era se desmorona. Pero aun inmerso en esa tensa

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y contradictoria realidad destructora, él se siente un

hombre y un artista que se construye.

Mientras la lava nazi- fascista- franquista aniquila

vidas y sueños en Europa, en Argentina (que hasta 1945

se niega a romper relaciones con Alemania) también se

está gestando una erupción volcánica: el peronismo. La

comunidad judeo-argentina de esos años era compleja y

heterogénea, atravesada por numerosas tendencias. En el

entreverado paisaje comunitario tenían lugar luchas

internas por cuestiones de poder y de prestigio; por la

distribución de recursos para el mantenimiento de

servicios de asistencia comunitaria; por el apoyo a un

proyecto nacional sionista, opuesto a un proyecto judío

bundista; por la orientación que debía impartirse a la

educación judía: religiosa o secular; por imponer una

cultura judía en castellano; por mantener una cultura en

idisch; y por la creación de una cultura en hebreo. Tengo la

sensación (probablemente generada en recuerdos

infantiles) que el único lugar de encuentro fraterno, donde

todas las diferencias se disipaban, era el teatro idisch. Las

funciones en el Soleil, Excelsior, Mitre, Ombú o Politeama,

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siempre empezaban en punto: puntualmente, una hora más

tarde. Yo todavía no había nacido cuando León Poch realiza

su primera escenografía para Maurice Schwartz. Tenía

menos de dos años cuando colabora con Eny Lyton, Moisés

Lipman y Yaacov Ben Ami. Recién a partir de 1950, mi

memoria registra nítidamente el clima festivo antes de la

función: todo el mundo de pie, buscando con la mirada a la

gente conocida para saludarse y desplegar las plumas de

gala; Feldbaum y su flor en la solapa, el palco avant-scéne,

las visitas a los camarines después, para saludar a Joseph

Buloff, los Stramer, Golde Flami, Yaacov Ben-Ami, David

Licht, Max Berliner, Dorita Windler, Yacov Denker, Luis

Minces (¡perdón por las omisiones!). O a Maurice Schwartz

y a sus hijos, Marvin y Francis, que despertaban mi más

profunda envidia porque, con pocos años más que yo,

actuaban sobre un escenario de verdad. Y hablaban idisch

de corrido, sin que se les rompiera los dientes.

“El judío de los Salmos”, “El judío y su canción”, “El

plato de madera”, “La voz de Israel”, “Iosele Solovei”,

“Hershele Ostropoler”, “Tres obsequios”, “En las arenas

del Negev”, “La Bruja”, “Mi hijo, el filósofo”, “Huésped en

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la ciudad”, “Un casamiento en el shtetl”, (ilustraciones) son

para mí mucho más que obras cuya escenografía realizó

León Poch. Representan el orgullo que sentía porque mi

papá era el mago, creador de un espacio ilusorio que,

durante un par de horas, nos parecía verdadero.

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4ª. Estación

1950. El nacimiento del Estado de Israel plantea una

disyuntiva de hierro a los sionistas de la diáspora. También

a León Poch. Viaja a Israel, como “adelantado”, y regresa

con blocks llenos de bocetos, de imágenes, paisajes, calles

y personas reales que dedican sus vidas a construir la

patria que el imaginario sionista había soñado. Los ojos del

artista se impregnaron allí de las huellas de recientes

guerras, descubrieron colores nuevos, respiraron aires con

luces diferentes. No obstante, sentía que ya había anclado

para siempre en la Argentina y que se había encarnado,

irreversiblemente, en el castellano (curioso sentimiento de

un hombre que se expresa en un lenguaje sin palabras).

Para mis padres, como para muchos judíos de la

diáspora de su generación y de las siguientes, el sionismo

se convirtió en un sueño diferente, ahora real y tangible

pero de imposible realización para ellos. Lo transmitieron a

sus hijas como legado. Ruth, mi hermana mayor se hizo

cargo de concretar en la praxis esa parte de la herencia.

Dos años le llevó a León Poch elaborar las intensas y

conflictivas vivencias recogidas en Israel y transformarlas

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no en un mero reflejo de la vida, sino en la expresión de sí

mismo y de su tiempo. “Di wunder fun bloi-waisn land”,

“las maravillas de la tierra azul y blanca”, según las cantó

el poeta Bialik, adquirieron en las témperas del pintor

Poch oscuras tonalidades azules quebradas por misteriosas

luces blancas que desplegó sobre texturas rugosas. Expuso

esta serie de cuadros en 1952. (ilustración)

También se reconoce en la iconografía fundacional

que la nación estaba creando y se incorpora a ella con un

dibujo realista, nítido y comprensible para la mayoría de la

gente. La WIZO de Argentina publicó, en 1953, una

carpeta con estos dibujos, que formaron parte de la vida

cotidiana en las casas de miles de judíos que reconocían en

esas serigrafías no sólo el corazón de Israel y el del artista

sino también el suyo propio. (ilustración)

Años después, en los ‘70, es Buenos Aires la

protagonista de sus dibujos y óleos. Los primeros son el

resultado de una lectura que lo deja sin aliento: “Adán

Buenosayres” de Leopoldo Marechal. Con trazos color

sepia, desciende a los infiernos porteños que el escritor

imaginó. (ilustración) En los óleos, evoca, en cambio, los

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vívidos colores de una añorada Buenos Aires que ya nunca

más será, la que sus ojos capturaron cuando se enamoró de

ella. La lejanía temporal lo lleva a distanciarse de la

realidad, aunque sin romper con ella, para recuperar

figuras y paisajes que viven en su memoria pero que

aparecen inmersos en una abstracta superposición de

planos y efectos lumínicos, que le dan nuevos sentidos al

recuerdo. (ilustración)

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DE MEMORIA

1.

Para los últimos tramos de este viaje no necesito

apelar a ninguna guía.

Papá siempre trabajaba en casa, un minúsculo

departamento en Caballito. Su mesa de dibujo y su

caballete estaban en la habitación que era el living y que a

la noche, en un acto de transformismo, se convertía en

dormitorio. De modo que la familia era testigo de todo el

proceso de creación, desde el momento en que se sentaba

con su block para hacer pequeñísimos dibujos —los

bocetos— hasta que podíamos ver la obra “terminada”

(aunque para él, nunca lo estaba).

Creo que el primer recuerdo “artístico” que tengo de

León Poch es el mural sobre la visión del profeta Isaías,

que aún está en la Escuela “Sholem Aleijem” de la calle

Serrano (ilustración). No sé en qué año lo pintó, pero en mi

novela personal, ya lo veía cuando empecé a ir al

kindergortn, en 1946. Siempre tuve la certeza de que yo

había sido su modelo para el pastorcito que toca la flauta.

(Es probable que Dina, mi hermana menor, piense que fue

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ella. Lo cierto es que nunca nos retrató a ninguna de las

tres). Sus murales también nos acompañaron durante

nuestros estudios secundarios en el shule, luego de que se

inauguró, en 1958 ó 59, el edificio del Seminario para

Maestros, en la calle Gurruchaga.(ilustración) Realizó

murales también para otras escuelas judías de Buenos

Aires, pero sus más importantes creaciones estuvieron

destinadas al “Palacio de la Cultura”, el edificio de

Ayacucho 632, inaugurado en 1969. Era la primer vez que

las autoridades comunitaras convocaban a artistas judíos

de primera línea —Simja Schwartz, Naum Knopp, Noemí

Gerstein y León Poch— para decorar un Instituto

Educacional. El aporte de Léon Poch fue: 4 tapices

(ilustración), dos murales de cerámica, un mural de

mosaico veneciano, un motivo decorativo de mármol sobre

un piso y un reloj que señalaba las horas con letras

hebreas. Veinte años después, el edificio se vendió. De

nada sirvieron reclamos, cartas o entrevistas para salvar

un invalorable patrimonio artístico. Sería tema de una

ponencia especial la reflexión acerca de las causas y

consecuencias de esta imperdonable pérdida.

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2.

El hombre y su hija regresan a Buenos Aires después

del largo viaje de tres días por las calles de Sosnowiecz. El

hombre recuperó itinerarios. La hija se apropió del pasado

de su padre, que ahora también le pertenece. Juntos

transitaron el camino que iba de la estación de tren a la

casa primigenia, (en la que descubrieron, en los dinteles,

los agujeros de los clavos que sostenían las mezuzot).

Fatigaron las calles (diría Borges) que el hombre-niño

caminaba cuando iba a la escuela, al jeider, a la sinagoga

(de la que sólo queda el terreno baldío rodeado por una

altísima empalizada), a la casa de su abuela, a los negocios

de la calle Madrejowska, al cementerio judío

(milagrosamente intocado por la lava nazi) (ilustración). El

hombre dejó en Sosnowiecz las pesadillas que lo poblaban.

En su lugar, aparecieron las caretas que las recubrían. Y él

las pintó.

La realidad se disolvió, entonces, en imágenes de

tensión onírica, espejismos y misterios. El hombre buceó

en sus aspectos más secretos: las máscaras que lo ocultan

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y lo develan; que lo oprimen y liberan. Con ironía, alegría,

dolor y una incisiva caracterización de los personajes, la

figuración se lanzó a crear ficciones. Y debajo de las

espesas vestiduras y de las rígidas máscaras de ojos vacíos,

se develó la íntima desnudez del hombre que se atrevió a

viajar en busca del tiempo perdido. (ilustración)

Numerosos cuadros dan cuenta del rigor técnico y

estilístico de León Poch, enriquecido por su larga

experiencia vital y artística. Sostiene que sigue siendo

figurativo, que nunca dejó de serlo. Hoy, a los 88 años,

todavía pinta y descubre que a través de las pequeñas

ventanas de la percepción puede transformar los

microuniversos de la realidad en macrocosmos, ampliados

por las líneas, los planos, la luz y el color (ilustración)

3.

No todo creador teoriza sobre sus propias

realizaciones. León Poch es uno de ellos. No tuvo un taller.

No dio clases. Ningún discípulo se formó con él. No creía

que el arte pudiese ser enseñado —llamativa convicción de

un artista que estudió, aprendió e investigó todas las

técnicas, todos los secretos, y que tuvo maestros

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excepcionales, entre ellos, Pío Collivadino, su mentor

durante los seis años que se formó en la Academia

Superior de Bellas Artes. No quiso ser artista exclusivo de

ninguna galería, de ningún marchand. No entregó cuadros

a críticos a cambio de comentarios en la prensa. No tuvo el

apoyo de ningún partido. (Tiene sí, un generoso mecenas,

un familiar que aún lo ayuda). No se integró a ningún

círculo, elite o escuela artística. No se presentó a Salones

ni compitió por premios, excepto dos veces, en las que

obtuvo las más altas distinciones. Expuso poco. No cotiza

en el mercado pictórico. Se mostraba reticente —todavía se

muestra— a desprenderse de su obra. No hizo del arte su

medio de subsistencia porque sostenía que así se liberaba

de toda atadura y sometimiento impuestos por la necesidad

de vender. Sabe cómo no quiere pintar; sabe qué quiere

pintar; sabe cómo hacerlo. Crea sólo cuando tiene algo que

decir. Si no, calla y espera. Nunca dejó de actualizarse, de

experimentar. Para liberar a su arte de toda dependencia

mercantilista, se dedicó a la publicidad. No fue sólo una

elección de “ganapán” sino una elección de vida que

alguna vez merecería ser evaluada con rigor: ¿Fue correcta

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su decisión? ¿En qué medida ella le impidió tocar con las

manos el ilusorio cielo llamado “éxito”?

Sabemos que un artista, todo artista, mas allá de las

virtudes y valores de su obra, se construye a lo largo de su

vida el espacio de poder, de prestigio, de éxito y de

reconocimiento que quiere habitar. Mostrarse, circular,

enseñar, difundir, exponer y exponerse son sólo algunos de

los caminos que transita quien necesita y quiere que sus

realizaciones se conviertan en capital simbólico (y del

otro), para una comunidad determinada, intelectual o no.

A pesar de todos los “no” que atraviesan la vida y la

obra de León Poch, sus aportes a la cultura argentina y

judía fueron muchos, variados y muy ricos. Creó

representaciones alegóricas, naturalistas, realistas,

expresionistas, caricaturescas, humorísiticas, en las que

recogía aspectos tanto del imaginario personal como del

social.

Alfredo Grondona White, en un conmovedor texto que

escribió hace dos años dice:

“Es con un dejo de tristeza que escribo estas líneas.

León Poch no necesitaría presentación alguna después de

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setenta años de darlo todo: debería estar

permanentemente presente, como símbolo del argentino

inmigrante, desterrado que ama a su patria adoptiva más

que muchos nativos, y que ha hecho muchísimo por ella y

su colectividad”.

Evaluar el pasado (o recrearlo) implica revisar los

lugares de la memoria pero también los del olvido. Recrear

una cultura implica revisar sus relaciones, y las de sus

“hacedores”, con la autoridad, el poder y el canon. Como

señalé antes, no es ése el objetivo que me propuse para mi

exposición. Pero la revisión del pasado siempre se vincula

con la necesidad de conocer los orígenes, las pertenencias

y sus proyecciones futuras. En León Poch no sólo

reconozco una filiación personal sino también histórica y

cultural. Espero que todos ustedes también, después de

haber viajado brevemente a través de la obra de su vida,

de la vida de su obra.

Muchas gracias.

Susana Poch- Montevideo, julio de 2001

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