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¿Cómo miramos la mirada del otro?

En el consultorio se escucha a diario problemáticas vinculadas a “la mirada del otro” (me ven
como un objeto, el otro no me ve, X fue la única persona que me miró, todos me ven feo/a..
etc), por lo que pareciera que en los tiempos que corren, el foco está puesto en la mirada. Una
mirada que cuando está, por momentos angustia, pero cuando no está, también es fuente de
distintos afectos.

También, si vamos un poco más allá, vemos que incluso en las redes sociales, cada cual
construye la manera en la que desea ser mirado por sus seguidores; porque claro, lejos
estamos de ser los mismos que mostramos en las historias de Instagram.

El tema trascendental en las consultas de hoy en día no está tanto en la mirada propia, sino en
como sentimos que somos mirados. Y acá hay una diferencia fundamental con otro concepto:
la visión. En verdad, todo el tiempo somos “vistos” por el otro; si vamos a comprar a un
supermercado, el cajero que nos atiende nos ve, cuando cruzamos la calle, vemos al conductor
del auto, cuando bajamos en un ascensor con otra persona, también la vemos. La visión se
reduce al ver, mientras que la mirada está siempre presente, y por ello es fuente de muchas
consultas actuales, porque angustia el no saber cómo nos mira el otro, y en ese hueco se
inserta una mirada muy especial… la propia.

Es importante saber que casi todas las miradas parten de una: la propia. A veces estamos tan
ensimismados en la creencia de como nosotros suponemos que el otro nos ve, que sin darnos
cuenta terminamos actuando ese mismo rol.

Es importante la mirada del otro, claramente. Pero, ¿cómo nos miramos a nosotros mismos?

"Aunque sabemos que después de una pérdida así el estado agudo de pena va
aminorándose gradualmente, también nos damos cuenta de que continuaremos
inconsolables y que nunca encontraremos con qué rellenar adecuadamente el
hueco, pues aun en el caso de que llegara a cubrirse totalmente, se habría
convertido en algo distinto. Así debe ser. Es el único modo de perpetuar los amores
a los que no deseamos renunciar" (Sigmund Freud, 1929)

Me gusta esta frase, un tanto distinta, para pensar y hablar sobre el duelo. El duelo
es un trabajo, un proceso, que se realiza ante la pérdida de un objeto o
equivalentes (es decir, no solamente hacemos un duelo por una persona que
fallece; también por una relación, por una etapa concluida, por una mudanza…etc).
¿Tiene un tiempo exacto el duelo? La realidad es que dicha pérdida siempre deja un
hueco, hay una parte de nuestra vida que se modifica por completo. El tiempo que
lleve que ese estado de tristeza vaya disminuyendo será propio de cada persona,
de sus recursos, de la posibilidad de tramitar la pérdida, significarla… También del
tipo de pérdida. No hay un tiempo de reloj, sino que hay tiempos propios de cada
sujeto.

En ese tiempo, es fundamental hablar de la pérdida (¿qué perdimos con lo


perdido?), no negarla o intentar taparla con, por ejemplo, otra persona.
Porque nada rellena exactamente ese hueco, y si lo hace, es algo distinto,
porque ocupa otro lugar y también nosotros ocupamos otra posición.

En medio de un presente en donde todo tiene que ser “ya” -también el


proceso de duelo-, es fundamental no exigirnos su elaboración inmediata,
ya, en X cantidad de tiempo, sino ser pacientes con nuestros procesos y
pérdidas que atravesamos, porque no todas son iguales. No se pierde lo
mismo en cada una de ellas, por ende el tiempo que lleve será diferente en
todas.

El lenguaje del dolor: autolesiones

¿Por qué se autolesiona una persona?, ¿es una llamada de atención?, ¿una medida
desesperada?, ¿qué significa?, ¿cómo empieza?, ¿qué lo motiva?, ¿qué siente una persona que
se lesiona?, ¿cómo puede parar de hacerlo?... Hay muchas preguntas en torno al tema de las
autolesiones.

La autolesión o autoagresión es una estrategia de afrontamiento, una agresión al propio


cuerpo como forma de manejar y tolerar las emociones. Esta “agresión", si bien puede surgir
de manera impulsiva e inesperada, también puede ser premeditada o la consecuencia de un
aprendizaje que se ha ido reforzando y que se hace automático con el tiempo.

A veces la autolesión surge porque la persona no encuentra palabras que le permitan expresar
la intensidad de su sufrimiento y necesita comunicarlo, “sacarlo fuera”; en otras, para hacerlo
visible; y en otras, porque las emociones son demasiado intensas y dolorosas para ser
manifestadas con palabras y no se ha aprendido a identificarlas, expresarlas de una manera
adecuada, tolerarlas, aceptarlas ni manejarlas.

Si bien hoy se habla un poco (muy poco) más de esto, es importante reconocer que es una
forma disfuncional de afrontamiento muy frecuente hoy en los adolescentes.

¿Que NO AYUDA?

- NO ayuda presionar
- NO ayuda culpabilizar ni criticar (“por qué lo haces? No nos querés?
Otra vez lo mismo! Si quisieras estar bien no lo harías…”)

Todo esto solamente invalida las emociones de esa persona, su sufrimiento


y malestar. Nadie lo hace porque quiere.

¿Qué SÍ AYUDA?

- La comprensión
- El respeto
- Entender los motivos por los cuales se llega a ese comportamiento

Si te pasa esto, o algo similar, no dudes en pedir ayuda. Habla, expresalo


con alguien a quien le tengas confianza y te sientas cómodo/a. Y es
fundamental la ayuda profesional.

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