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De esta manera se inauguraba el Siglo de las Luces, que no era sino una prolongación del
racionalismo del siglo anterior (Descartes o Newton). Del mismo modo continuó con la
crítica a las creencias tradicionales y a la monarquía absoluta.
Pero no hay que subestimar el aporte del siglo XVIII. Si bien abandonó un poco las certezas
del pensamiento cartesiano, lo hizo para entrar en el estudio de la naturaleza, del hombre y
de la vida. De alguna manera ahora el racionalismo no fue tan matemático, sino
humanístico. Porque al igual que los intelectuales del Renacimiento, la Ilustración puso
énfasis en la figura del hombre como centro del Universo, criatura racional y con pleno
derecho en su búsqueda del placer y la felicidad.
A diferencia del Humanismo la Ilustración fue capaz de llegar a un público más amplio. Sus
ideas no sólo se debatieron en un grupo reducido de intelectuales. En este sentido la
publicación de la Enciclopedia, por ejemplo, contribuyó a que las nuevas ideas sean leídas
por comerciantes, burócratas e incluso artesanos, en fin, lo que ahora podríamos llamar la
“clase media”. A finales de siglo movimientos como la Revolución Francesa permitieron que
estas ideas se propagaran en segmentos incluso más amplios de la población.
Pero el siglo XVIII también guarda otros aspectos. Las monarquías absolutistas se
contagiaron en alguna medida del pensamiento ilustrado. Varios soberanos contrataron los
servicios de los nuevos intelectuales para realizar determinadas reformas. Nació así el
Despotismo Ilustrado donde los reyes trataron de implementar medidas para elevar el nivel
económico y cultural de sus súbditos. Pero este sistema de gobierno no puso en peligro los
privilegios de la nobleza y mantuvo casi intacto el edificio del Antiguo Régimen.
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LA ILUSTRACIÓN.- Definirla no es fácil porque su espíritu rechazó cualquier
pensamiento dogmático. Sin embargo, este movimiento intelectual (filosófico) surgido en
Francia en el siglo XVIII, presenta algunos rasgos principales:
Para los ilustrados la razón tenía un carácter universal, estaba presente en todos los
hombres, por lo tanto afirmaba el principio de igualdad. La razón le permitía al hombre
rechazar cualquier autoridad (política o de pensamiento) fundada en la revelación o la
tradición. También le facilitaba al hombre descubrir las leyes de la naturaleza mediante la
observación y la experiencia. En síntesis, el uso de la razón era el motor para mejorar el
mundo.
De otro lado, el hecho de situar al hombre como centro del Universo obligaba que se
poseyera un mejor conocimiento del individuo y de la sociedad: de allí el interés despertado
por la historia, la antropología, la política y la economía.
Por todo ello la Ilustración pretendió rehabilitar al individuo como criatura racional y sensible
y, sobre todo, libre en seguir las leyes de la propia naturaleza. De esta manera la búsqueda
del placer y la felicidad, y la satisfacción de las pasiones, pasaron a ser vistas como
impulsos legítimos, sólo rechazados si ponían en peligro el derecho de los demás a la
felicidad. En síntesis, la Ilustración puso en vigencia nuevos valores como la tolerancia, la
humanidad y la beneficencia.
De otro lado, el esfuerzo por desacralizar el pensamiento hizo que la filosofía tomara por
blanco la religión. Trató de socavar sus cimientos mediante el uso de la ciencia, la crítica de
la Biblia, los progresos en el conocimiento del pasado y el debilitamiento de las iglesias,
especialmente de la católica que no había modernizado sus postulados a la luz del
desarrollo de la ciencia.
Pero en esta crítica a la religión los filósofos se dividieron. Así intelectuales, como Voltaire,
recogieron las ideas del deísmo inglés y preconizaron la creencia sin dogmas: un Dios
arquitecto y geómetra, garante de la marcha del mundo y del respeto de las leyes morales y
naturales. El deísmo fue la corriente dominante. Pocos fueron los que tuvieron inclinaciones
materialistas o ateas. Uno de ellos, Diderot, negó la existencia de Dios y del alma, y trató de
explicarlo todo a partir de la materia.
¿Una Europa francesa? El siglo XVIII fue una clase académica cuyo medio de
comunicación fue el francés, lengua culta en Europa desde el reinado de Luis XIV. La
superioridad del francés no fue cuestionada. Las principales obras (tratados científicos o
filosóficos, o novelas inglesas) fueron conocidas a través de sus traducciones en francés.
Pero si bien las ideas de la Ilustración se difundieron en francés no bastó para hacer de la
Europa del siglo XVIII una Europa francesa. En muchos campos del conocimiento el francés
sólo hizo el papel de intermediario. En pensamiento inglés, por ejemplo, llegó al resto del
continente gracias a la intervención del francés.
Con esto queremos decir que no toda la Ilustración se gestó en Francia. Inglaterra, por
ejemplo, se promovió la novela al rango de género literario mayor. El pensamiento inglés
también contribuyó a la formación del romanticismo, al redescubrimiento de la Edad Media
y al auge de la novela gótica. Entonces tenemos una Europa inglesa y francesa, pero
también alemana e italiana.
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En Alemania tenemos los aportes esenciales de Kant y de Goethe. Con respecto a Italia, su
arte siguió dominando Europa y, en el aspecto científico, la península dio personajes tan
importantes como Alejandro Volta (1745-1827), quien desarrolla influyentes trabajos en el
campo de la electricidad; fue el inventor de la pila que lleva su nombre.
En la música dominaron los alemanes e italianos. Bach hizo progresar el arte del órgano y
Hyden el de la sinfonía hasta un grado de perfección inigualado. A ellos luego se sumaría
Mozart. Italia, por su lado, perfeccionó algunos instrumentos y creó otros como el piano, e
inundó Europa con sus músicos. Y tanto en Alemania como en Italia se elaboró un nuevo
gusto por la ópera. Finalmente, impulsada por el deseo ilustrado de desacralizar la vida, la
música profana, compuesta para el deleite y para la felicidad, triunfó en este siglo sobre la
música religiosa.
EL AMBIENTE INTELECTUAL
La Ilustración contribuyó a hacer más cosmopolita la cultura. Se multiplicaron los
periódicos, se crearon más academias científicas y logias masónicas en las grandes
ciudades. Además hubo una modificación en el “status” social de intelectual y del artista.
Aumentó la importancia de los derechos de autor en detrimento de las pensiones o la ayuda
de los mecenas. De esta manera el pintor o el músico, el filósofo o el novelista, dejaron de
ser meros criados. Si no obtuvieron con ello más dinero, sí alcanzaron al menos una cierta
independencia al momento de crear sus obras.
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Montesquieu (1689-1755).- También de origen francés, su verdadero
nombre fue Charles-Louis de Secondant. Para Montesquieu los
pueblos podían regirse por una república, una monarquía o un
despotismo. Todo dependía (las leyes y los sistemas de gobierno) de
las características de cada pueblo. Aquellas sociedades cuya cualidad
sea la virtud necesitarán una república; aquellas que estimen el honor
se gobernarán por una monarquía; y aquellas donde abunden los
temerosos o los exaltados deberán tener a un déspota. De esta
manera en algunos casos un tirano puede ser preferible a un monarca
constitucional y hasta a una república. Todo depende de la época y
los países. Con estos postulados, Montesquieu creyó haber
descubierto reglas fijas, casi matemáticas de la política, encontrando
razones para las leyes en el carácter de los pueblos. Al criticar el
absolutismo defendió la división de poderes (ejecutivo, legislativo y
judicial), esencial en la política moderna. Su obra más conocida fue
“El espíritu de las leyes”, publicada siete años antes de su muerte.
Emmanuel Kant (1724-1804).- Este filósofo alemán fue uno de los
que mejor definió la Ilustración: era el fin para el hombre de su minoría
de edad… minoría, es decir incapacidad de utilizar su entendimiento
sin la dirección de otro. En su “Crítica a la razón pura” (1781) dijo que
el mundo sólo puede ser conocido como se nos muestra y no como
en realidad es. Más adelante, en su “Crítica de la razón práctica”
(1788) señaló que los deberes morales solo tienen valor si se cumplen
sin interés personal, es decir, como imperativos categóricos que el
propio ser humano se impone y obedece voluntariamente.
Los libreros de París conocieron esta obra y pensaron hacer un negocio editorial
traduciéndola y adaptándola al gusto de los franceses. De este modo encargaron la
dirección del proyecto a dos filósofos ilustrados, Denis Diderot (1713-1784) y Jean Le Rond
d’Alembert (1717-1783), quienes pronto comprendieron la tremenda oportunidad de difundir
las nuevas ideas a un público más amplio. De esta manera escribieron una obra de
propaganda.
Lo curioso es que a pesar de estar pensada para ser leída por un público amplio (no
erudito), muchos de sus artículos estaban redactados con un estilo tan fino o irónico, que no
se sabe si los autores hablaban en serio o si se burlaban de los grandes títulos o temas que
aparentemente trataban de explicar. Capítulos como los que se referían a Dios, Fe o
Religión, producían un efecto muy corrosivo bajo una aparente imparcialidad. Por ello la
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Enciclopedia cuando salió a la venta produjo tal revuelo que pronto llegó a prohibirse su
publicación.
A pesar de las prohibiciones la obra siguió saliendo con pie de imprenta falso en París hasta
completar los tomos previstos. Esto desalentó a algunos colaboradores como Voltaire. Su
obra personal les absorbía demasiado tiempo. Desde el cuarto volumen Diderot redactó casi
toda la obra. Digamos que fue la ocupación de su vida.
Bibliografía complementaria