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Creo que sería injusto empezar si antes, de improviso, no improviso un poco una sinopsis.

El
centro de mi escrito orbita en torno a las técnicas episódicas de Macedonio labradas en una
suma de prólogos completamente indecente. Los prólogos conforman la mitad de Museo de la
Novela de la Eterna. Para mí, describir un libro es darle nombre a algo arrogándose una
potestad nominal que no tenemos: recordemos que siempre el nombre, al igual que el
lenguaje nos es otorgado. A mí me lo dio Paquita, una funcionaria del registro civil de vista
nublada y gesto cansado que se equivocó al escribir mis nombres y lo invirtió. Un funcionario
de aduanas cambió mi apellido de Banos a Baños. Podría decirse, en definitiva, que me
escrituraron mal. 

Con un Final de Muerte Académica y con un acto Previo de Maniobra de los Personajes, se
tributa por primera vez el Respeto y la garantía al público espectador. Así se inaugura el
prólogo a la Novela de Macedonio. Me di a la tarea de, como él, escribir sobre ello dos
exposiciones: una Buena y la otra Mala. Al verme envuelto en la problemática de no poder
exponer las dos a la vez, me percaté que de que no se había respetado la voluntad de
Macedonio de vender su Última Novela Mala y su Primera Novela Buena a la vez, así que no
cabía hacerse problema, incluso si, en el ínterin me confundía los montículos (tal es la
naturaleza miscelánica de los polos estéticos). Sabía que era indudable que la exposición no
aconteciera ni con su escritura ni mucho menos con su lectura, después de todo las cosas no
comienzan cuando se las inventa”, somos arrojados al mundo en un lenguaje que siempre nos
antecede.

Escribir sobre Macedonio podría agotar toda previsión de bostezos. Prefiero redondear la idea
y dejar en vuestras manos que el escrito no palidezca y se olvide. Ojalá no me pase como a
aquel Mensajero que iba perdiendo los recados porque, tanto los paquetes como sus palabras,
caían en saco roto. Pero para que el Mensajero exista primera hay que inventar una existencia
vacía, así que me propongo elucubrar el No Existente Discurso, procedente de la Muerte del
Discurso y la Belleza del Discurso. Allá la Muerte del discurso, acá la Belleza, que cuelga de un
clavo, el clavo que alguien clavó para que tendiera tendida sobre el precipicio. El clavo está
clavado a una rama.

Ni se les ocurra saltearme, esto es, tentaros a escucharme de forma salteada y para ello
quisiera trocarme con ustedes, retomarlos. Piensan que nada de esto tiene sentido, mucho
menos la inclusión de la Muerte, pero es en su elusión que cerramos espacios, ampliamos
precipicios y charlamos silencios (hacemos eco donde cuelga la Belleza). Evitamos la
Alucinación, ignominia del Arte (según Macedonio), de seguirle la pista al Realismo. Haber
leído o escuchado no es más que una mera yuxtaposición… hasta que sentimos. Hace falta
tener fe en lo leído, mientras que gente como el Mensajero sueña con ser, propiedad exclusiva
de los inventados Los inventados anidan en el género de lo nunca habido, y el adjetivo de un
personaje siempre habla más del Autor que del personaje mismo. O sea, si yo estoy inventado
y me acompañan, estamos inventados todos.

El otro día se comunicó el Profesor con algunos de nosotros respecto a las reseñas relatadas
hoy. Tengo constancia que le comunicó a un Alumno su negativa a todo proyecto
grandilocuente “Confundirá usted la Realidad y la Fantasía, no hablará de su proceso de
interpretación, hablará como el objeto interpretado”. El Alumno se quejaría con el Autor a este
respecto, con Macedonio mismo si hiciera falta:

-No quiero que me deje en la queja, quiero confundir hermenéutica con poiesis”. Si el Profesor
se ponía agrimensor, fijaría en 24 dedos índices el largo de la exposición y el Alumno quedaría
24 renglones inmortalizado e en un eterno Presente (donde no anida la Muerte y sí la Belleza).
Temo que, si vuelvo a decir Belleza, se rompa la rama que la sostiene en el clavo. ¿Ya se dieron
cuenta de que se rompió la rama?

En Macedonio se mezcla toda una ristra de teorías novelísticas variopintas: Heráclito hace acto
de presencia con su flujo constante y cambiante en cada uno de sus trazos (no solo en ellos,
nosotros tampoco somos los mismos al experimentar la Novela). Engullidos por acrósticos
formados por subjetivaciones tramposas cuyas mayúsculas juegan a poblar el relato de
personajes (los cuales son siempre medio inventados), juega a poner en situaciones
comprometidas a los personajes y despacharlos (un personaje se prende fuego por sostener
una vela que nadie le ayudó a apagar, otro se acalambra por cortarse la escena antes de
quitarse el suéter). Podríamos dejar al Profesor subir la escalera y provocarle terribles agujetas
al cambiar la escena (o podríamos ahondar en sus pasos y hacer un manual como Cortázar).
Para Macedonio se trata de fijadores nemónicos (indiferentemente de si produjesen irritación
o ternura) que hagan momentos inolvidables sin recurrir a un efectismo en la propia trama y
su final, por lo que todo queda religado en el momento.

Paquita y el Profesor no existen, la Belleza es verdad, Macedonio habla con y de personajes


desnudos, inacabados, y revela osamentas de ontología ficcional que interactúan no solo con
él, sino también entre ellos y la novela (Macedonio usa al Presidente como vehículo
intermediario para sus designios en la Novela). Macedonio nos hace partícipes, nos propone la
autoexistencia como desafío eterno al futuro y nos fija con un clavo. Plagado de diatribas
metafísicas (en las que incluye a Kant y a Hegel) su concepción del universo literario raya el
solipsismo. El Arte es un imposible, y dado que el único y verdadero imposible es la muerte,
esta se funda sobre ella: la muerte es anhelo por aquello que ya no está (y nosotros siempre
estamos).

Macedonio llega a protestar contra la captatio benevolentiae de Cervantes. El que escribió Don
Quijote ya no transita y es cuanto menos dudoso que sea la imagen que nos deja sus palabras.
Yo traje imágenes absurdas, las realidades son otra. Y si traje una exposición-desastre, tanto
mejor es la obra que describo. Al que le haya gustado eso le toca leerse la exposición Buena, la
de Macedonio. Al que no, no podrá decir que la conoce, pero que sí la ha sentido.

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