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¿SON SAGRADOS LOS TEXTOS?

Por Graciela Montes


(Ponencia presentada en el 1º Encuentro Argentino y Latinoamericano de
Narración Oral)

Me digo: lo sagrado no se toca. Lo que no se toca es maldito. Está


condenado a la maldición de quedarse solo, a la maldición de no ser jamás
penetrado.
No, me digo, que me toquen, que el que un día fue mi texto y ahora es sólo
eso, un texto, un tejido que anda por el mundo, sea tocado, por favor, de
mil maneras. Eso para empezar, desecho el deseo de un texto eternamente
virginal, apresado en un cinturón de castidad sagrado.
Lo que sigue es otro asunto peliagudo: la traición.
¿Si hay traición cuando se toca? Sí, la hay siempre, es la traición
necesaria. Toda materialización es siempre una forma de traición al
inasible sueño. Entre la novela soñada, aquella que perseguiré, creo,
siempre, hasta el final, toda la vida, y la novela por fin escrita, hay traición.
Basta escribir una palabra para que haya traición: se ha traicionado a
todas las demás, a las que no fueron escritas.
Hay traición entre el libro soñado y el libro por fin editado, con esa
tipografía y no con otra, con ese dibujo de letras que, de entonces en más
pasará a formar parte de ese texto para cualquier lector, encerrado en ese
formato, con esos dibujos al lado. Hay traición, pero también hay vasija en
la que transportar el vino.
Y después está el lector, que es el traidor más deseado. Toda lectura
traiciona las otras lecturas. Uno patina en un pasaje, en otro en cambio se
demora y deja que vengan a la cita otras lecturas, recuerdos, derivas, que
hacen que nazca, en fin, otro texto, un texto nuevo y único, que jamás
volverá a repetirse.
Hay traición cuando se lee en voz alta, porque se elige, hay un timbre, un
acento, cierta entonación, énfasis, se arrastran de cierto modo las letras.
Hay traición, sí. Pero también hay carne, temperaturas, humedad, olores,
materia. La materia traiciona a la idea pero le presta sus jugos. Sin esos
jugos la idea moriría, tengan por seguro, seca.
Y está, después, la traición en segunda instancia. La de Antonioni, cuando
convirtió en Blow-up lo que habían sido Las babas del diablo de Cortázar,
la de Borges cuando recordaba de memoria, muy transformado, algún
pasaje del Beowulf. La de cualquier traductor, por grande y genial que sea,
cuando pasa de un sonido a otro sonido, de un universo de lenguaje a
otro, armando el rompecabezas. Yo he traicionado mucho, y sobre todo a
los que más he amado. (...)
Bienvenida la traición amorosa, digo yo, la que multiplica los cuerpos - y
los sueños -, la que hace que se produzcan bellos apareamientos entre
culturas que sin duda darán a luz nuevos y vigorosos sueños que, a su
vez, deberán encarnar, ser traicionados y aparearse. Así es la cultura,
cuando está viva.
Y la narración, para ir a lo que preocupa acá, también es traducción y
traición, sin duda. A veces amorosa y deseable, otras veces odiosa y
asesina.
Que la narración es traducción es un hecho incuestionable.
Hay un nuevo narrador y un nuevo juego. Hay una voz, y un cuerpo, que
antes no estaba, y un tiempo y un espacio nuevos. Un nuevo círculo
dentro del cual van a suceder ciertas cosas. Un mundo cerrado, autónomo,
con sus reglas, donde alguien va a narrar, enunciando con ciertas
palabras pero también con entonaciones, gestos, miradas, modulaciones,
es decir, con toda una retórica propia, una historia que, tal vez, formaba
parte de otro mundo cerrado y autónomo, el texto escrito, que tenía sus
propios recursos, su propia retórica, su estilo, sus maneras y, sobre todo,
su propio narrador, que no es el escritor en sí sino, más bien, ese
particular punto de vista desde donde se cuenta la historia. A veces es un
narrador burlón, o sorprendido, a veces parece no entender muy bien lo
que cuenta, sabe o no sabe demasiado, se siente implicado o no con lo
que cuenta, comenta, se detiene en algunos detalles y pasa por alto otros
y, fundamentalmente, es el dueño del tiempo. Dice:" Pasaron los años y un
día..." y obliga a que diez años del relato se conviertan en cinco segundos
de lectura o, como James Joyce, convierte un día en cincuenta días de
lectura.
Y aparece el otro narrador, que mientras dure la narración, será el
verdadero dueño del tiempo del relato. Y eso no es moco de pavo. Todo
narrador sabe que es ahí, en la administración de ese tiempo, donde radica
el gran poder y el gran compromiso. (Tengo la impresión de que muchos
se lanzan a la narración por el solo gusto de sentir ese delirio
agradabilísimo que da el poder manejar el tiempo por un ratito). El contar,
tanto el del escritor como el del narrador oral, es una especie de zona
liberada donde el terrible fluir parece detenerse o, al menos, distraerse
para ver bailar a ese otro tiempo de la ficción, lleno de disfraces y piruetas.
Pero a veces, detrás, está el otro texto, la otra función, el otro baile.
Sólo a veces. A veces no. En el cuento oral, en el que rueda de boca en
boca, no hay sino variaciones sobre un mismo tema. Hay detrás una
historia, una secuencia de imágenes, a veces muy bellas, y un curso de
acción típico, como bien demostró Vladimir Propp hace ya muchos años.
Ahí el narrador está a sus anchas. Te cuento el de Epaminondas, cuando
le llevó la torta a la madrina, o el de cuando el zorro lo burló al tigre, el de
cómo empezaron los ríos, un cuento del mentiroso... Ahí no hay un texto
previo, no hay sino acontecimientos únicos, narraciones, que tienen en
común algunas imágenes, ciertos personajes, una secuencia. (...)
Pero otras veces no es así, otras veces detrás está el texto. Un relato, sí -
algo relatable, pues - pero ya tejido, con las palabras ensartadas de esa
manera en el hilo. Algo, en realidad, tan compacto y autónomo como un
poema (y a nadie se le ocurriría contar un poema; un poema se recita, se
dice). Sólo que el cuento es además, cuento, una historia, la
representación de un acontecer, un relato que, hasta entonces, no ha
tenido sino una enunciación, la del texto al que ha estado implacablemente
unido.
Es ahí donde entra a tallar el narrador audaz, el verdadero traductor. No es
una elección sencilla, mucho más fácil es narrar Epaminondas. Es incluso
un gesto temerario. Que tiene, a veces, consecuencias deslumbrantes,
porque echa a rodar la cultura escrita por el mundo, y entonces multiplica
los cuerpos y sueños, rompe casillas sociales, produce apareamientos
insospechados. Pero que, otras veces, se convierte en maqueta, en polvo,
en un montoncito de papel picado que se mastica a desgano y queda para
colmo pegado al paladar que da asco.
No hace falta que les diga de qué lado me pongo, cuál es el narrador que
prefiero, si el que con los dedos delicadamente va desprendiendo la
historia del primer tejido y la lleva palpitando, temblorosa, recordadora
todavía de la forma que había tenido, a su voz y a su palabra. O el que,
munido de tijera y pegote, espantosamente suficiente, confecciona su
maqueta, sin demasiada consideración porque, al fin de cuentas, se dice,
un cuento es sólo eso, un cuento, cualquier cuento.
El primero es tembloroso, inseguro, cada vez cuenta por vez única y
primera. Tiene dudas y sobre todo tiene oreja, una gran oreja para
escuchar al otro texto, para dejar que se le entreteja. El segundo es
arrasador, y sordo además, por lo general su retórica es siempre la misma.
En el fondo cuenta siempre el mismo cuento.
El primero, mi favorito, primero se ha dejado inundar por el primer texto.
Lo ha elegido apasionadamente, como elige el traductor - cuando puede -
el texto que va a traicionar al prestarle un nuevo cuerpo.
El segundo sólo se preocupa por matizar su repertorio. Del texto inicial
sólo retiene la historia, lo demás es resaca de una borrachera en la que él
nunca jamás ha participado. El Quijote es la historia de un chiflado.
Madame Bovary la de una mujer que engaña a su marido. Dotado de un
espantoso sentido común, el narrador tijera no entiende nada.
Me digo entonces: que vivan los textos muy tocado, ¿de qué sirven los
sagrados?, que vivan en la voz y en el cuerpo de los que los amen y por
eso quieran traicionarlos. Pero, por favor, (ruego en secreto) que me toque
un narrador buscador y tembloroso y no un matón con tijeras.

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