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CAPITULO II

“Materia signata quantitate”

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n general, los escolásticos entendían por materia lo que ya Aristóteles
había llamado ὒλη, como ya hemos dicho, esta materia nunca debe ser
identificada con la “materia” de los modernos cuya noción compleja, con-
tradictoria incluso en algunos aspectos, parece haber sido tan ajena a los an-
tiguos de Occidente como a los orientales. Incluso si se admitiese que en al-
gunos casos particulares pudiera convertirse en tal “materia” o, dicho con
más exactitud, que en ella pudiera incluirse tardíamente esta concepción
más reciente, esta noción supone también y al mismo tiempo otras muchas
cosas y son estas diversas cosas las que en principio tendremos buen cuidado
de diferenciar. Desgraciadamente, para designarlas globalmente con térmi-
nos como ὒλη y materia, no disponemos en las actuales lenguas occidentales
de un término mejor que el de “substancia”. Ante todo, la ὒλη considerada
como principio universal, es la potencia pura en la que no hay nada diferen-
ciado ni “actualizado” y que constituye el “soporte” pasivo de toda manifes-
tación; por tanto, en este caso se trata claramente de Prakriti o la substancia
universal y todo cuanto hemos señalado anteriormente a su respecto se apli-
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ca igualmente a la ὒλη entendida de esta forma1 . En cuanto a la substancia


tomada en un sentido relativo, como aquello que representa analógicamente
el principio substancial desempeñando su papel respecto a un cierto orden
de existencia delimitado con mayor o menor amplitud, también se le llama
subsidiariamente ὒλη, fundamentalmente al poner dicho término en cone-
xión con el de εἶδος, cuando se trata de designar las dos facetas esencial y
substancial de las exigencias particulares.

Los escolásticos, siguiendo a Aristóteles, distinguen ambos sentidos al


hablar de materia prima o bien de materia secunda; por tanto podemos decir que
su materia prima es la substancia universal mientras que la materia secunda cons-
tituye la substancia en sentido relativo. No obstante, a partir del momento en
que se ingresa en el campo de lo relativo, los términos se hacen susceptibles
de múltiples aplicaciones según diversos grados y así puede ocurrir que, lo
que a un determinado nivel es materia, se convierta en forma a otro y a la in-
versa, todo ello según la jerarquía de grados más o menos particularizados
que en la existencia manifestada se considere. En cualquier caso, y a pesar
de constituir la vertiente potencial de un mundo o de un ente, una materia
secunda nunca es potencia pura. La única potencia pura es la substancia uni-
versal que no sólo se sitúa debajo de nuestro mundo (substantia, del latín sub
stare, significa literalmente “lo que se encuentra debajo”; esta es también la
idea expresada por soporte o por “substrato”), sino debajo del conjunto de
1 Apuntemos que el sentido originario de la palabra ὒλη se refiere al principio vegetativo.
Puede observarse aquí una alusión a la “raíz” (llamada en sánscrito mûla, término gene-
ralmente aplicado a Prakriti) a partir de la cual se desarrolla la manifestación; en ella tam-
bién puede discernirse una cierta relación con lo referido por la tradición hindú acerca de
la naturaleza “asurica” del vegetal, pues efectivamente éste se hunde, por medio de sus
raíces, en lo que constituye el oscuro soporte de nuestro mundo: como podrá verse poste-
riormente, la substancia es, hasta cierto punto, el polo tenebroso de la existencia.

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todos los mundos o de todos los estados que comprende la manifestación


universal. Añadamos que la substancia universal, por el hecho mismo de ser
mera potencialidad absolutamente indiferenciada e “indistinta”, es el único
principio que puede en rigor ser considerado “ininteligible”, no ya por ser
nosotros incapaces de aprehenderlo, sino porque en realidad nada hay en
ella que aprehender. En cambio, las substancias relativas, por el hecho de
participar en la potencialidad de la substancia universal, se hacen partícipes
también de su “ininteligibilidad” en una medida correspondiente. Por tanto,
la explicación de las cosas no habrá de ser buscada en el lado de la substan-
cia, sino, muy al contrario, en el de la esencia, en un proceso que podríamos
traducir en términos de simbolismo espacial diciendo que toda explicación
debe pasar de arriba abajo y no de abajo arriba. Esta observación ha de re-
sultarnos particularmente importante pues ella nos ofrece una explicación
inmediata de la razón por la que la ciencia moderna carece en realidad de
todo valor explicativo.

Antes de proseguir, debemos señalar aquí mismo que la “materia” de


los físicos no puede ser, en el mejor de los casos, más que una materia secunda,
puesto que éstos la suponen dotada de ciertas propiedades acerca de las cua-
les, por otra parte, no llegan a un completo acuerdo, de forma que no hay
en ella más que potencialidad e “indistinción”. Por otra parte, dado que sus
concepciones se limitan al mero mundo sensible sin ir más allá, de nada les
serviría la consideración de la materia prima. Sin embargo, por alguna extraña
confusión, se refieren continuamente a una “materia inerte” sin darse cuenta
de que, si fuera verdaderamente inerte, carecería de toda propiedad y no se
manifestaría en modo alguno, tanto es así que no sería absolutamente nada
de lo que sus sentidos pueden percibir, y ello precisamente cuando se afanan

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en declarar “materia” a todo cuanto se pone al alcance de sus sentidos; en


realidad, la inercia no puede aplicarse más que a la materia prima porque ella
es sinónimo de pasividad o potencialidad pura. Hablar de “propiedades de
la materia” y afirmar al mismo tiempo que “la materia es inerte” constituye
una contradicción insalvable; ¡curiosa ironía, pues; el “cientismo” moderno,
que tiene la pretensión de eliminar todo “misterio” recurre, en sus intentos
de explicación, precisamente a lo más “misterioso” en el sentido vulgar de
tal palabra, es decir, a lo más oscuro y menos inteligible!

Ahora podemos preguntarnos si, prescindiendo de la supuesta “iner-
cia de la materia” que no es en el fondo sino un puro absurdo, esta misma
materia, dotada de cualidades más o menos definidas que la hiciesen suscep-
tible de manifestarse a nuestros sentidos, es la misma cosa que la materia se-
cunda de nuestro mundo tal y como la entienden los escolásticos. Llegados a
este punto ya podemos percatarnos de que tal asimilación resultaría inexacta
simplemente con reparar en que, para desempeñar respecto a nuestro mun-
do un papel análogo al de la materia prima o al de la substancia universal res-
pecto a cualquier manifestación, la materia secunda de que se trate en modo
alguno debe ser manifestada en ese mismo mundo, sino sencillamente servir
de “soporte” o “raíz” a cuanto en él se manifieste y que, por ende, las cuali-
dades sensibles no le pueden ser inherentes sino que proceden de las formas
recibidas en ella; ello se reduce una vez más a decir que, en definitiva, todo
lo que es cualidad debe ser referido a la esencia. Es evidente que aquí apare-
ce una nueva confusión: los físicos modernos, en su esfuerzo de reducción de
la cualidad a la cantidad, han llegado, vía una especie de “lógica del error”,
a confundir una y otra y por tanto a atribuir la propia cualidad a su “mate-
ria” como tal, concepto en el que asimismo terminan por localizar toda rea-

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lidad, o al menos todo cuanto son capaces de reconocer como realidad, lo


que constituye el materialismo propiamente dicho.

Sin embargo, la materia secunda de nuestro mundo no debe quedar


desprovista de toda determinación, pues, si así fuere, se confundiría con la
propia materia prima en su completa “indistinción”; además y por otra parte,
no puede ser una materia secunda cualquiera, sino que debe estar determina-
da, según las condiciones especiales de este mundo, de forma tal que su apti-
tud para el desempeño de la función de substancia se dé precisamente res-
pecto a éste y no respecto a cualquier otra cosa. Por tanto, será menester
precisar la naturaleza de tal determinación y esto es lo que hace Tomás de
Aquino al definir esta materia secunda como materia signata quantitate. Aquello
que es inherente a ella y la hace ser lo que es, no es pues la cualidad, aunque
ésta se considere desde el prisma sensible exclusivamente, sino muy al con-
trario la cantidad que efectivamente existe así ex parte materiae.

La cantidad es una de las condiciones mismas de la existencia en el


mundo sensible o corporal; entre tales condiciones es incluso una de las más
exclusivamente propias de éste; de esta forma y como ya podíamos esperar,
la definición de la materia secunda en cuestión no puede referirse más que a
este mundo al que concierne por entero pues todo cuanto en él existe está
necesariamente sometido a la cantidad; por tanto, esta definición es plena-
mente suficiente sin que haya por qué atribuir a esta materia secunda una serie
de propiedades que en modo alguno pueden pertenecer a ella como se ha
hecho con la “materia” moderna. Puede decirse que la cantidad, por el he-
cho de constituir el lado substancial de nuestro mundo, supone para él la
condición básica o fundamental; no obstante, habrá que evitar darle por ello

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una importancia de orden diferente a la que verdaderamente posee y tener


buen cuidado de no pretender extraer de ella una explicación de este mundo
pues ello supondría confundir los cimientos de un edificio con su tejado:
mientras sólo existan los cimientos todavía no hay edificio, a pesar de que
éstos sean indispensables; asimismo, mientras sólo haya cantidad todavía no
existe la manifestación sensible a pesar de que esta última tenga en ella su
propia raíz. La cantidad reducida a ella misma, no es más que una “presupo-
sición” ciertamente necesaria mas incapaz de explicar nada; es efectivamente
una base pero nada más y no conviene olvidar que la base, por su propia defi-
nición, es aquello que se sitúa en el nivel más inferior. En consecuencia, la re-
ducción de la cualidad a la cantidad en el fondo no es más que esta “reducción
de lo superior a lo inferior” con la que algunos han pretendido con buen
acuerdo caracterizar al materialismo; pretender extraer el “más” del “menos”,
es pues, ciertamente una de las más típicas aberraciones modernas.

Ahora se nos plantea una nueva cuestión: la cantidad se presenta a


nosotros bajo diversas modalidades y fundamentalmente existen una canti-
dad discontinua, el número propiamente dicho 2, y una cantidad continua
que suele representarse principalmente por las magnitudes de orden espacial
y temporal; ahora bien: ¿De todas estas modalidades cuál es la que con ma-
yor precisión constituye lo que podría llamarse la cantidad pura? Esta cues-

2 La pura noción del número reside esencialmente en el número entero y resulta evidente
que la sucesión de los números enteros constituye una serie discontinua; todas las sucesivas
ampliaciones de que esta noción ha sido objeto y que han dado lugar a la consideración de
los números fraccionarios (o racionales) y de los números inconmensurables suponen ver-
daderas alteraciones de ella y no representan en realidad más que los esfuerzos que han
sido realizados para reducir, en la medida de lo posible, los intervalos de discontinuidad
numérica con el fin de hacer menos imperfecta su aplicación a la medida de las magnitu-
des continuas.

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tión no carece de importancia tanto más cuanto que Descartes, punto de


partida de una parte importante de las concepciones filosóficas y científicas
específicamente modernas, ha querido definir la materia por la extensión y
convertir esta misma definición en el principio generador de una física cuan-
titativa que, si bien por entonces no era aún “materialismo”, al menos sí su-
ponía un “mecanicismo”; de todo ello podríamos vernos tentados a concluir
que es la extensión la que, por ser directamente inherente a la materia, re-
presenta la modalidad fundamental de la cantidad. En cambio, Tomás de
Aquino, al afirmar que “numerus stat ex parte materiae”, parece más bien sugerir
que es el número el constitutivo de la base substancial de este mundo y por
tanto que es él el que debe ser considerado verdaderamente como la canti-
dad pura. Tal carácter “básico” del número por otra parte concuerda per-
fectamente con el hecho de que, en la doctrina pitagórica, sea él el que, me-
diante una analogía inversa, se toma como símbolo de los principios esencia-
les de las cosas. Además, nótese que la materia de Descartes ya no es la mate-
ria secunda de los escolásticos, sino que constituye un ejemplo, tal vez el pri-
mero en el tiempo, de una “materia” análoga a la del físico moderno, a pe-
sar de no haber introducido todavía en esta noción todo lo que sus sucesores
introducirían gradualmente hasta llegar a las más recientes teorías acerca de
la “constitución de la materia”. Queda, pues, fundada la sospecha de que en
la definición cartesiana de la materia pueda haber algún error o confusión y
de que tal vez, sin que su autor se diese cuenta, debe haberse deslizado en
ella un elemento que no es de orden puramente cuantitativo. Efectivamente,
como veremos más adelante, la extensión, a pesar de su carácter evidente-
mente cuantitativo (que comparte con todo cuanto pertenece al mundo sen-
sible), en modo alguno podría ser considerada como pura cantidad. Además,
también puede observarse que las teorías que más lejos llegan en el sentido

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de la reducción a lo cuantitativo, suelen ser “atomistas” en una u otra forma,


es decir que, en su noción de materia, introducen una discontinuidad que la
emparenta mucho más con la naturaleza del número que con la de la exten-
sión; incluso el hecho de que la materia corporal no pueda a pesar de todo
ser concebida de otra forma que como extensión, no constituye para cual-
quier “atomismo” más que una fuente de contradicciones. Otra causa de las
confusiones en esta cuestión, sobre la que más adelante tendremos que vol-
ver, es el hábito que se ha adquirido de considerar “cuerpo” y “materia”
como términos prácticamente sinónimos; en realidad, los cuerpos en modo
alguno pueden ser la materia secunda, que no se encuentra en ninguna parte
dentro de las existencias manifestadas en este mundo, sino que proceden de
ella como de su principio substancial. En definitiva, es el número, que tam-
poco es percibido directamente y en estado puro en el mundo corporal, el
que debe ser considerado en primer lugar en el campo de la cantidad por
constituir supuestamente su modalidad fundamental; las otras modalidades
son meramente derivadas, es decir que, hasta cierto punto, no constituyen
cantidad más que por el hecho de participar en el número: esto es lo que se
reconoce implícitamente al considerar, como de hecho siempre ocurre, que
todo lo cuantitativo debe poderse expresar numéricamente. Dentro de las res-
tantes modalidades de la propia cantidad, inclusive si constituye el factor pre-
dominante, siempre aparece más o menos mezclada con la cualidad, siendo
esta la razón de que las concepciones del espacio y del tiempo, a pesar de los
esfuerzos de los modernos matemáticos, nunca puedan ser exclusivamente
cuantitativas a menos de consentir su reducción a unas nociones enteramente
vacías sin contacto con ningún tipo de realidad; pero ¿acaso la ciencia actual
no está construida en gran parte con estas nociones huecas que sólo poseen un
carácter de “convenciones” sin el menor alcance efectivo?

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A este último respecto convendrá que nos expliquemos con mayor


extensión, sobre todo en cuanto concierne a la naturaleza del espacio, pues
este punto se halla en estrecha relación con los principios del simbolismo
geométrico, suministrándonos al propio tiempo un ejemplo excelente del ti-
po de degeneración que conduce desde las concepciones tradicionales hasta
las profanas; cumpliremos este propósito examinando en primer lugar la
forma en que la idea de la “medida”, sobre la que reposa la propia geome-
tría, es susceptible, según la tradición, de una transportación que le confiere
una significación completamente diferente de la que tiene para los científicos
modernos que en definitiva no ven en ella más que el medio idóneo de
aproximación a su “ideal” invertido, a saber, el de operar gradualmente la
reducción de todas las cosas a la cantidad.

Obra: El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos.


Autor: René Guénon
Título Original: Le Regne de la Quantité et les Signes des Temps.

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