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ÍNDICE
pp.
Prólogo……………………………………………….…………………. 03
1. El amor de mi vida………………………………………….……... 04
2. La gitana…………………………………………….………….. 07
3. La nieve se volvió la muerte……………………………..……….15
4. El soldado que nunca dejó el cuartel………………….……… 18
5. La entrevista final………………………………………….….…… 21
6. La corredora……………………………………………….…….. 23
7. Aquel bendito mes de febrero de 1992…………………….…… 25
8. Siempre que llega diciembre me enamoro……..…….…..……36
9. La velada……………………..…………………………….……..38
10. Pedrito y la navidad.……..………………………….…..….....…41
11. Narración inoportuna………..……………………….……..…..… 44
12. El último romántico………..………………………..…….………..
13. Cuando regrese del cuartel………..……….……….……...… 48
46
2
14. Crónica del fin de una era…................................................. 54
15. En los sueños, la música está dentro de ti…………...…..… 58
16. La pequeña Mari……………………………………...….……. 60
17. Cuando el bebe duerme……………..…………...……….….. 63
18. El contralor y el psicoanalista..…………………….………… 66
Prólogo
Los cuentos que hoy les ofrezco, sin lugar a dudas serán de
su entera satisfacción amigo lector. No están hechos con
rebuscamiento para hacerlos perderse en la lectura, todo lo
contrario, les caracteriza la sencillez, técnica que busca más
bien el disfrute pleno de los lectores.
Debo confesar que soy un escritor “free lang”, es decir no me
encasillo en un género en particular, al cual debo contribuir a
su perfeccionamiento, ¿Por qué? Porque mi inspiración me
lleva a estados y géneros creativos distintos, a veces estoy
atrapado por la poesía, otras por la dramaturgia y muchas
veces por el cuento y la investigación científica.
Lo que deseo es que cuando usted me vea por la calle y me
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reconozca, se apure a avistarme para invitarme a beber un
café y hablarme de lo que le gustó o no de mis cuentos y que
le parece mi forma de escribir y cuáles son sus
preocupaciones al respecto de un gusanito que le molesta y
le obliga escribir escondido.
Venga pues su amistad como lector. Continúe usted con la
lectura y cuando lo termine, entonces hablamos.
Renny Loyo
El amor de mi vida.
Un día, estando sentado en la cima de la montaña,
una brisa fresca te trajo a mis recuerdos. Pensé hace tiempo,
que no volvería a imaginarme estar cerca de ti. Recuerdo
que escribía una frase para comentar unas cartas de unos
viejos amigos, me resultaba difícil explicarla decía así: que el
otro solo signifique el recurso infinito que le debo, que
sea el grito de socorro sin término, al que nadie más que
yo pudiera responder.
Pero estar enfrente de tu recuerdo hizo que la frase se
quedara impregnada en mi libreta; no sé porque me puse a
pensar en ti después de tanto tiempo. Las nubes del cielo,
construían figuras hermosas, que correteaban por el ancho
espacio y allí estabas tú nuevamente. Semidesnuda, como
siempre te mostraste ante mí, sin pudor, con una sonrisa
fresca y sincera, esperando mi cuerpo tibio para darte mis
brazos y apretujarte en mi pecho con tu oloroso perfume de
tus cabellos que siempre se enredaban en mi boca, como si
quiera morderlos por el sabor a manzana que expelían.
Entonces se me ocurrió otra frase que me pareció grandiosa:
hasta en la risa misma cierta clase de liberación, parece 4
tener su importancia.
De repente el frío se acentuaba en la fría brisa y un
movimiento cierto de protección, me obligaba a ponerme la
chaqueta roja que estaba a mi lado esperando por mí.
Tu imagen volvió insistente, y me llevó a las playas de
Falcón, donde en la arena jugábamos solitos en aquellos
días de noviembre, paseo en el que tú me habías invitado a
conocer a tu familia.
Aun el nerviosismo me embarga al recordar los días
más felices vividos y en los cuales ya pensaba en la
eternidad de nuestra relación y en las fotos recuerdos con
canosos personajes que seríamos tú y yo.
Se hace tarde. El cielo se ennegrece. El rocío de una
tempestad amenaza la tranquilidad del césped o la alfombra
verde que me ha cobijado en mis pensamientos. Cuando
camino, me imagino que soy una roca rodando en cámara
lenta y por la cual nadie apuesta nada, solo su quietud para
apaciguar el peligro de su rodada.
Por dentro, la sensación de haber vivido los años de
nuestra relación, se me cruza como una película en blanco y
negro. Como si rodara el carrete y de repente la imagen ya
no sale más. Ha llegado el final y el carrete se suelta. Así
siento que mi vida corre y anda desde que yo te abandoné.
No pido disculpa al tiempo. Tú me indujiste a hacerlo.
Me pedias un papel, como si este fuera suficiente para
exaltar el amor que nos teníamos. Yo solo quería mirarte y
amarte sin mirar adelante ni voltear hacia atrás. Mis ojos y
mis pensamientos solo vivían para vivirte. A lo mejor fui
egoísta. Lo reconozco. Pero ya da igual. Me mostraste lo que
siempre soñé que me mostrarías. Lo que siempre supe. Que
eras más fuerte que yo. Que aunque el amor late en
nuestras cercanías, no te morirás por mí. Yo sigo siendo
débil a la carne. Aun me estremece tu mirada profunda. Tus
ojos negros y grandes. Tu larga cabellera y tus largas piernas
de modelo. Tu exquisitez para lucir las prendas más sencillas
como una Reyna. ¡Hasta cuando! Me digo, continuare
soñando con lo que ya que no puede ser. Fue un sueño. Lo
hicimos realidad y se fracturó en mil pedazos como aquella
copa que bebimos en el malecón y las dejamos caer para
que se hicieran pedazos, pensando que eran los miles de
deseos que se cumplirían en nuestra eterna vida de
amantes. Pero no. A partir de allí, nuestra vida se
despedazó, y fue imposible recoger los vidrios nuevamente. 5
Las olas que rompían en las piedras, se encargaron de
esparcirlas por todo el océano, haciendo imposible la
reconstrucción.
Adiós amada mía. Aunque despedirme de ti, será una
mera ilusión. Fue tanta la felicidad contigo, que aún está
impregnada en mis pupilas olfativas, el olor de tus
entrepiernas. Que quisiera no oler más perfumes y morir en
la playa con un solo olor. Tu olor a hembra, tu olor a amante,
tu olor que era mi olor. Oh, dolor profundo, tú que fuiste musa
misteriosa, te has ido. Yo te he abandonado. Tú has huido.
Ya no te apareces más. Vuela, vuela y encuentra lo
predecible del amor.
No te importe mi dolor o mi sufrimiento. Son sólo
pensamientos engañosos inventados para atajarte y no
dejarte huir como si yo tuviera derecho sobre ti. Escapa de
mí. Déjame en mi encierro, en mi camisa de fuerza que me
impide ver el mar, ese mar de los recuerdos, ahora lleno de
gente, de bulliciosa enfermedad. Vuela, huye, encuentra otro
ser, menos vulnerable que yo. No voltees como si tuvieras
lástima de mí. Mira adelante. Sólo adelante. Déjame a mi
tranquilo disfrutando el recuerdo de mi pasado y mi presente
vejez.
Entonces me acorde de una frase: “nombrar es
conceder una lámpara al caos, volverte oficiante,
comunicarle orientación. Dominar es dar frugalidad y un
sorbo de conducta a la beoda vorágine voraz”. Cuando la
escribí, me di cuenta que no era mía. Había llegado a mí, por
tu imagen y tus recuerdos. Y aunque quisiera no recordarte,
me he vuelto un pensante de recuerdos. Así avivo mi triste
vejez. No es que es triste. Es solo que tú no estás.
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La gitana.
Fue una intensa reunión. Un gran encuentro de
personalidades venidas de todas partes del país con sus
libros y poemarios, buscando lectores, abrazos calurosos de
amigos y hermanos del arte de la escritura, reencuentro de la
musa del otro, encuentro de corrientes letradas como
caudalosos ríos.
Pero él que miraba con avidez, toda la esencia
humana desbordada en aquella sala de la Universidad, se
acariciaba la barbilla absorto en una mujer blanca como de
37 años, poseedora de unos ojos negros muy grandes, de
rasgos árabes, expresivos, una cabellera larga y negra,
abundante, su cara redonda, era un poquito regordita, pero
su estatura de unos 1,70, la hacían ver esbelta, sofisticada,
misteriosa, pero enfocado en su rostro, él se imagina la
presencia de la monna Lisa.
De vez en cuando era interrumpida su contemplación
por algunos saludos, abrazos y palmaditas que
representaban felicitaciones por la publicación de su último
libro de poesía. A veces la perdía, y entonces giraba su silla
360 grados, buscándola. Desesperado, como si la conociera 7
de antes. En verdad ni se la habían presentado todavía. Pero
su encanto era increíble. Se levantó y salió de la sala.
Habían dado 10 minutos de receso. Eran las 10 de la
mañana, exactamente. Afuera amenazaba la lluvia. Una brisa
fresca batía las ramas de eucaliptos y siempre verdes que
rodeaban las instalaciones. Varios perros guardianes
seguían a los vigilantes mientras estos hacían sus rondas.
Algunas veces los perros ordenaban a las vacas regresar a
sus lugares de pasteo. Y las vacas, tristes como siempre, al
oírles ladrar, sigilosamente obedecían, comprendiendo la
orden de aquel animal que a lo mejor alguna vez fue famélico
y ahora estaba en sus mejores carnes, gracias a la bondad y
el cuidado de los vigilantes de la universidad.
Los organizadores, también poetas y escritores,
estaban claros que los asistentes aún conservaban la resaca
de la instalación del evento de la noche anterior. Era la
costumbre. Había poetas que llegaron a las deliberaciones
sin haber pegado un ojo. Brindando, como dicen. Unos
ansiosos de una cerveza para el ratón. Inclusive muchos de
ellos protestaban por ser internados en un sitio donde a
Baco, le estaba prohibida la entrada.
Luego de contemplar escenas grotesca entre beodos y
olores etílicos desparramados en el ambiente. La vio
sentada, sus piernas blancas y largas, cruzadas. Sonriente.
Como si estuviera abstraída recordando escenas de placer.
Pues sus labios se movían como si los relamiera por dentro.
El se acercó a continuar su visión sobre los perros que como
seres humanos, continuaban señalàndole el camino hacia el
pasto a las tres vacas realengas, que insistían en traspasar
el asfalto que las separaban del potrero.
Estaba ansioso de mirarla de frente y presentarse ante
aquel mujeron, no entendía porque a ese panal tan dulce, los
avispones que siempre acuden a este tipo de evento aun no
habían actuado. Giró 90 grados hacia la izquierda y se
encontró con su mirada. Todo su cuerpo tembló. Ella, le
saludó con un -¡Hola!- Y le hizo mohines con sus ojos. Esto
terminó siendo como una explosión que le recorrió
nuevamente el cuerpo. Sintió que se le despertaban unas
emociones dormidas y que algo dentro de él, volvía a nacer.
Suspiró, sintió que en la cabeza le bailaban estrellitas como
cuando era adolescente y se enamoró perdidamente de la
maestra de cuarto grado. También una mujer cuarentona, de
hablar andino, dulce y atenta. La cual soñó durante nueve 8
meses y a la que siempre atenazaba en sus sueños y era
responsable de aquella sensación de orinarse todas las
noches cada vez que se abrazaba a ella cuando esta le
felicitaba y le daba un besote en la mejilla, marcándole con
su pintura roja que en recreo era la envidia de los muchachos
mayores que él. Sólo el ladrido intenso de los perros, le alejó
de aquel recuerdo y le ubico exactamente a tres pasos de
ella.
Estaba confundido con todas esas cosas que bullían
en su cerebro. Todo iba muy rápido. Sin embargo se llenó de
valentía como cuando se le declaró a su primera esposa y le
sonrió simplemente. No era que no le quería hablar.
Pensaba que una sonrisa suya diría mucho más que las
palabras. Sin en embargo, la garganta la tenia reseca. Se
mentía a sí mismo y no se daba cuenta. En fin fue todo. La
sonrisa sirvió para romper el hielo. O sea pensaba él. La
táctica había funcionado. Estaba a penas a tres metros y no
podía avanzar. Dentro de sí, rogaba a los perros para que
ladraran y azuzaran a la vaca regordeta de manchas negras
que se negaba a obedecerles. Pero estos ubicados
estratégicamente la tenían acorralada. Nadie estaba
pendiente de esta escena. Sólo él. Era como la justificación
de su preocupación interior. Era la forma de decirle a los
demás por qué tardaba tanto en acercarse a aquella mujer
que le había saludado tan calurosamente.
Que broma, se decía, y comenzó a pensar en lo que
había estado haciendo toda la mañana. Estuvo buscándola y
ella estaba allí. A tres metros. Ella se ofrecía con un – ¡Hola!
Y él con su insistente timidez, estando a tres metros de ella,
opta por ir a la mesa donde estaba el agua y el café. Se
sirvió un café. Se quedó mirándola esperando otra invitación.
Seguro que ahora si iría directamente. Es más, comenzó a
preparar un café para llevárselo como norma de cortesía. Ya
estaba listo. El café estaba muy caliente. Sus dedos se
resentían del calor. Pero nuevamente sintió esa sensación.
Sus músculos comenzaron a tensarse. Sintió un pequeño
dolor. Era el viejo desgarre que nuevamente hacia de las
suyas. Siempre a parecía como un castigo por su indecisión
a tomar decisiones tempranas.
Nuevamente comienza a planificar su discurso.
Metáforas, símiles y tantas palabras enlazadas. Intenta hilar,
como las tejedoras, intenta armar un discurso coherente, que
fuese capaz de atraer su atención y por lo menos aprovechar
los ocho minutos que quedaban del receso. Sorbió su café.
Estaba fuerte. Sintió que su estomago se revolvía. No bebió 9
más y optó por un vaso de agua. Parecía que el agua se iba
acabar. Los poetas la bebían como si fuera un refresco. Miró
su reloj y el tiempo abusaba de su desesperación por hablar
con aquella mujer. La miró nuevamente. Un viejo escritor le
atrajo a un grupo y le presentó sus amigos. Uno de ellos
soltó un chiste y comenzó a reír. Querían oírle. Conocerlo y
entablar amistad con un afamado poeta, decían
jocosamente.
Mientras conversaba con estos nuevos amigos, se fue
relajando. Comenzó a sentirse libre y a dominar a voluntad
sus músculos. A pesar de la sabrosa conversación no perdía
de vista a la mujer que le ha estado perturbando toda la
mañana.
Pero repentinamente las cosas empiezan a cambiar.
El tiempo avanza. Mirando su reloj se da cuenta que apenas
quedan cinco minutos de lo diez dados para el receso. Un
compañero de viaje atrae su atención. Ha escuchado su
nombre y al voltear, este estaba precisamente allí ocupando
su lugar. ¡El estaba con ella! Un desánimo le inunda su
espíritu. Se siente traicionado. ¿Por qué ella no esperó un
ratico más mientras el luchaba con su timidez? ¿Por qué
ese hola, fue olvidado por ella en tan breve tiempo? ¿Es que
no sabe que existen personas como él? El mundo está lleno
de personas a las que les cuesta iniciar una conversación.
Y allí estaba el bendito dolor nuevamente. Era como
una autoflagelación. Los perros se alborotan. El vigilante les
trae comida y los llama por su nombre. Quisiera ser un perro.
No necesitan hablar. Y les entienden. Hasta las vacas les
obedecen. ¿Qué lenguaje es ese? Que todo el mundo
entiende. Mientras los perros devoraban sus huesos, luchaba
contra lo que le impedía andar. Pero poco a poco la batalla la
iba ganando. Por fin empezó a mover las piernas. Parecía un
robot. Es posible que nadie lo notara. Pero él, se sentía así.
Ella reía muy gustosamente, el compañero de viaje
compartía con ella su risa. Se comunicaban mirándose,
mientras ella se tapaba la boca como si aquel hubiera dicho
una obscenidad. Ella miró a donde estaba él y nuevamente le
sonrió como si no le importara la presencia del que le
contaba chistes. Pero ella ría. ¿Sería de él? Posiblemente.
Hay mujeres que tienen poderes especiales y desnudan a las
personas sin que estos se den cuenta. ¿Y si ya sabe de su
timidez? Volvió a interrogarse. Y nuevamente le entró la
duda. Pero se llenó de valor y se fue acercando poco a
poco. Aún quedan cinco minutos. Tiempo suficiente se dijo. 10
Ella extendía la mano a aquel intruso que la tomaba con
delicadeza. Y ofrecía sus ojos melosos, su cabellera
ondeando como una bandera, a este inoportuno que le
besaba las palmas abiertas, mirándole como si le retara.
El amigo extendió su brazo y le conmino a que se
acercara. –Ven Juan Pablo, conoce a esta belleza de mujer.
Conoce a esta gitana que necesita de tu ayuda- Eso lo dejó
pasmado. Así que todo lo que él había sufrido desde la
mañana, era realidad. ¿En verdad había surgido la química
necesaria para establecer una relación afectuosa? Entonces
tomó la decisión más importante de la mañana. Caminó
hasta ella y extendiéndole su mano le dijo-¡Hola! Fue intenso
el momento. Se miraron a los ojos. Ella le atrajo para sí y le
estampó un beso que le hizo hervir la sangre. Y parecía que
ya habían hablado antes. Él la sintió tan cercana que se
sentó al lado de ella y comenzó a preguntarle cosas y ella se
abrió en la conversación que parecía que se conocieran de
antes. No hubo límites. La escuchaba y al mismo tiempo
pensaba y se imagina cosas que por supuesto ella jamás
debería saber. Los hombres somos así se dijo. Muchas
veces confundimos las cosas. De repente ella lo interrumpió.
-¿Es verdad que escribes teatro? Si, respondió.
-Que bueno, Dios te puso en mi camino.
-Ah, qué bueno, que el creador haya interferido en este
acercamiento.
-Sí, tu amigo me dijo que eras bueno en eso. El rió y se
esponjó por el reconocimiento.
-Seguramente habrá leído algunas de mis obras.
-Tienes que ayudarme. Hace mucho tiempo fui actriz.
Necesito que escribas un monólogo con trozos de mi vida.
Aquella confesión de la mujer lo dejó como en un
vacío. Era como si ella estuviera dispuesta a entregarse toda.
-Te voy a contar con pelos y señales, todo.
Ella se dio cuenta que él se ponía rojo. Es que sus
palabras eran muy sinceras. Primera vez que alguien le
solicitaba hacer algo así.
-¡Todo! ¿Oíste? ¡Todo! No dejaré nada por fuera. No quiero
que quede nada suelto.
-Bueno hay cosas que no fáciles de contar. Ripostó, como
estrategia para que ella aclarara el “todo”.
-Ah, ya sé a qué te refieres. Pero podría contártelo, no tengo
miedo. Total será mi obra. Partir de ahora, yo será la actriz
de mi vida.
La situación se iba complicando. ¿Por qué esta mujer
tan bella querría repetir lo vivido y de paso hacerlo en 11
público? Ella le tomó la mano, así, sin su autorización. Se la
apretó fuertemente. Todo su cuerpo fue un terremoto. Se
atrevió a mirarla a los ojos. Ella comenzó abrir los labios. Su
lengua roja apenas se veía. Entonces dijo:
-Se que escribirás el mejor monólogo de tu vida.
No supo que decirle. Ella hablando cosas. El solo sentía que
su mano estaba tibia. Que su sangre corría violentamente,
que una y otra vez hacia el recorrido hacia su corazón. La
miraba a los ojos, encontrando que la necesidad de amar de
aquella mujer era inminente.
Entonces pensó: ¿Y si su interés es atraparme? ¿Y si
me considera una mosca que debe atrapar en su red?
Inventó un movimiento corporal, para que ella le soltara la
mano. Miró su reloj, y dijo-Aun quedan 2 minutos.
-¿Sabes? Los ángeles te protegen.
Eso sí que fue una sorpresa. ¿De qué ángeles habla esta
mujer?
-En una de tus vidas, fuiste un cacique.
-¡Perro! Se dijo para sus adentro. ¿Y quién es esta mujer que
es capaz de ver cosas como estas?
-¿Y qué me dices de esta timidez?
-También fuiste un poeta atormentado en una de tus vidas
pasadas. Se suicidó. Llevó una vida triste. Era un
incomprendido. Asesinó a una chica cuarenta años menor
que él. No soportó el abandono luego de un año de vivir una
tormentosa relación. El murió en la cárcel ahorcado con una
correa. Ella recibió diez puñaladas, mientras dormía en uno
de esos encuentros fortuitos en los que los cuerpos se
encuentran y olvidan sus penas y sus diferencias y
complementan sus necesidades. Pero el no pudo soportar
que después ella regresara al otro mundo en la que el ya no
podía estar. Que otros pudieran contemplar la belleza que
pensó siempre estaría reservado para sus ojos.
-No me gusta confesarme-dijo entre cortado.- No he
asesinado a nadie, pero viví una situación casi similar a la de
este poeta.
-¡Siiií, cuéntame!
-¡No, ni loco! Eres tú la que debes contarme. Es sobre ti que
escribiré.
-¡Diablillo tienes tus cuentos! Pero sabes yo sé más de ti que
tú mismo. Te voy a confesar mi verdadera identidad. Soy
gitana. Es decir venezolana pero de padres extranjeros.
Gitanos. Fuimos empujados a venir a Venezuela. Leo las
cartas. El tarot. Conozco a través de María lo que hay de tu
pasado. No esté sino inclusive siglos atrás. Solo eres un 12
cuerpo, una materia. Tantas identidades te confunden.
Tienes tanta fuerza espiritual que supe que me querías, que
te molestaba que otros pudieran hablar conmigo antes que
tu.
-Okey, gitanilla. Dejemos esto así. No quiero que me llenes
de preocupaciones con vidas pasadas. Bastante tengo con la
que llevo ahora. Nunca me gustado esas cosas misteriosas.
-Te equivocas si crees que soy una bruja. No, no es así, no
soy una bruja. Tengo poderes especiales. Veo cosas de las
personas. Es más no soy yo, es otro espíritu el que ve y me
cuenta.
Ahora ya no eran las piernas las que le fustigaban. Ahora
tenía miedo. Eran sus pensamientos. Un suspenso nacía
nuevamente. Haber conocido a esta mujer se volvía un
problema hasta para sus creencias. Era una sensación de
pesadez. Su mente se volvió espesa. Las ideas no coordinan
claramente. Sin embargo, una especie curiosidad se volvió
en sí misma una manera de afrontar la realidad.
-Anota mi teléfono-Dijo-. No creas que te vas a escapar de
mí. Tu será la horma de mi zapato.
Y como si recibiera una orden lo anoto y dio el suyo. Sintió
que estaba por comenzar una aventura extraña, pero
también entendió que según sus lecciones de yoga la
persona que llega es la persona correcta.
-Ya verás lo importante que será nuestra conexión.
Comprenderás poco a poco como tú y yo nos ayudaremos.
Tu crecerás conmigo y yo contigo-Insistió ella- mientras él
buscaba en su mente las razones espirituales que de ahora
en adelante le unirían a esa mujer. “Lo que sucede es la
única cosa que tenía que haber sucedido”. Era una gran
verdad. ¿Por qué se empeñó tanto en conocerla?
-Tarde o temprano tú yo nos conoceríamos. Tú vendrías a mí
o yo iría a ti. Este fue el momento correcto.
Es verdad, su viaje a esta reunión estuvo plagado de
fuerzas opositoras que casi le hacen desistir de su asistencia
al evento. Por eso se preparó con todas su fuerzas para
estar allí. Y producto de esta iniciativa es que todo esto ha
comenzado.
Un bululú se formó alrededor de la entrada de la sala
donde se llevaba a cabo la reunión de los escritores. Se
dieron las manos, como si no se volverían a ver nuevamente
durante el día. Y sin embargo estarían dos días más
viéndose en el hotel donde los alojaban y en este recinto
donde se reunirían nuevamente. 13
Ella entró a la sala. El esperó diez minutos afuera
mientras inhalaba un cigarrillo pensativo. Nuevamente los
perros y las vacas le atrajeron su atención. Esta vez, las
vacas insistían en cruzar la calle prohibida. Los perros,
entrenados por sí mismos, casi que abrían sus patas para
azuzarlas a que volvieran a su corral y se dieran cuenta del
peligro que corrían, por un sitio donde constantemente
transitaban vehículos.
Tiró el cigarrillo, volvió a tomarse un vaso de agua y
entro con el vaso en la mano. Mientras iba camino a su
asiento giratorio al extremo sur de la sala, en diagonal hacia
donde ella estaba sentada, tenía que pasar obligatoriamente
por donde ella estaba la orilla extrema, estaba de primerita.
Haciendo esfuerzo para ver y escuchar lo que la moderadora
decía,, caminaba lentamente. Entonces sintió que ella puso
su mano izquierda, sobre su muslo derecho. Por supuesto
que esto lo sorprendió. Se imagino tantas cosas que después
se arrepintió de aquellos pensamientos tan morbosos.
-Nunca más te volverá a doler. Te lo aseguro- Fue lo
que creyó oír. Solo atinó a decir –Gracias- Como si fuese un
creyente de las cosas que aquella mujer, que se decía
gitana, le comenzaba a confesar con sus acciones. Primeros
con sus historias y ahora con tocamientos. Bueno, se dijo. Si
esto servirá para mi evolución, un tanto mejor. Dejaré que
esto avance. ¿Hasta dónde? No sé. Seguramente mi vida
seguirá adelante enriqueciéndose con esta experiencia.
-Seguro que sí amigo. No te quede la menor duda- Estaba
seguro que eso fue lo que oyó.
Pero sus labios no se movieron. Solo su sonrisa se
hizo más picarona que de costumbre como si entendiera lo
que él estaba pensando.
Definitivamente esta mujer me cautivará con sus
cosas. Me arriesgaré. Seguramente en esta mujer encontraré
las cosas espirituales que me sacaran de este mundo del
silencio en la que me abato constantemente. Ella será la que
me inspire para expresarme libremente lo que no he podido
decirle al mundo en voz alta. Que soy un hombre, que existo
y estoy aquí.
14
La nieve se volvió la muerte.
17
El soldado que nunca dejó el cuartel.
¡Presente! Fue lo que atinó a decir mientras un tiro subía
desde abajo hacia arriba, buscando la carne y el hueso para
atravesar el destino y seguir a la inmensidad del cielo, como si
volara en una tarde mágica del cuartel. Recordó que aquel fusil
que caía imprevistamente al suelo del patio general del cuartel, lo
había inventado Avtomat Kaláshnikova.
¡Ay mi madre! Atenuó a decir inmediatamente que el
fuego candente le penetró en el pecho, quemándole al mismo
tiempo la espalda y ahogándole, dejándole sin habla. Apenas el
pensamiento efímero, como si fuera un rollo de película cruzó su
mente, y convertida en escenas, la vida se le apareció, como si
fuera ayer.
Un, dos, tres, un, dos, tres. Al hombro, ¡Arm! Descansen,
¡Arm! Y allí estaba. Regresando al cuartel después de un breve
descanso de apenas doce horas. Se había incorporado a la milicia,
30 años después de haber pagado el servicio militar. No era que
estaba aburrido de vivir y corretear con sus nietos, era una
necesidad más bien de volver a tocar las armas, con las que el
presidente siempre decía que era el alma de la patria. Por eso
estaba nuevamente en el patio del cuartel. A muchos conocía y
eso resulto agradable. Era la camaradería de aquellos viejos
tiempos, una vez más era evocar la juventud sin rumbo que en el 18
cuartel encontraba la sabiduría, la disciplina y el castigo adecuado
para convertirse en un hombre de bien. Ahora, su presencia allí, no
era para enderezar un palo torcido, no, era más bien una
necesidad de poder pagarle a la patria los favores recibidos que le
habían convertido en un hombre de lleno de felicidad.
Estando parado allí, mirando por encima del hombro, en
lontananza, el remordimiento le mordió la conciencia, al recordar a
su esposa, quien le rogó que no se fuera, que si estaba loco, que
él no era de esos, que se dedicara más bien a cuidar los perros y a
sembrar hortalizas. Pues no, eso era lo que no quería. Sentía que
su patria le necesitaba, los acontecimientos fronterizos con
narcotraficantes y bandoleros de poca monta y que guerrilleros de
la paz, perturbaban la tranquilidad del país que ahora vivía en
zozobra, por una rebelión pagada en el exterior. Entonces, fue
cuando supo que podía contribuir luchando por ella, no sembrando
hortalizas. Defendiéndola, porque la patria es una mujer que nunca
se olvida.
Pero allí estaba, tirado en una camilla. Oyendo voces,
gritos, sonidos de ambulancias. No sabía porque decían – ¡Está
vivo, vive aún! Menos mal que no era con él. A lo mejor era que
estaba en una etapa de entrenamiento de rescate y auxilio de
heridos en combate. A menudo participaba este tipo de
entrenamientos. Varias veces le tocó hacer el papel del herido, con
vendajes en brazos, piernas y cabeza. Cuando le tocaba hacer
este papel se imaginaba siempre su experiencia en el teatro de
cuando tenía 14 años y la profesora de castellano gritaba -
¡Fernando, la cuarta pared! ¡Concéntrate muchacho, concéntrate,
se orgánico!- Y entonces se dejaba llevar por el personaje. De
verdad sentía que era él. Hablaba como aquel personaje, miraba,
sonreía, hasta que la profesora irrumpía en llanto y decía -Pero
hasta cuando Fernando te dejas llevar por el personaje- Tienes
que dominarlo, sujetarlo, imponerte.
Es verdad, cuando representas un rol en el teatro eso es lo
que hay que hacer. Pero, algo extraño le sucede. No puede mover
nada. Siente que mira los demás como si estuviera por encima de
ellos, como una nube que se posa en un sitio y desde allí calcula
todo lo que le es posible ver.
Intentaba gritar pero nada. Ya no escuchaba esos gritos
molestos que se suceden en toda emergencia cuando se
encuentran heridos o fallecidos, el coro de llantos es insoportable,
las letanías hipócritas te llenan de rabia. Por eso casi no le
gustaba asistir a un hospital público y menos a una emergencia.
Fue entonces cuando se pudo tocar el pecho luego de un
esfuerzo sobrehumano, en la que sintió que volvía a la vida y
provocó un revuelo entre los doctores y las enfermeras. Sintió que
se abalanzaban sobre él. Pero no pudo detenerlos y preguntarles
por lo que hacían. Solo sintió que un hombre vestido de blanco con
dos especies de planchitas redondas le quemaba el pecho
repetidamente y gritaba desaforado con rabia contenida –Vuelve,
19
vuelve, vuelve- pero nada sucedió. Tuvieron que arrancarlo de su
cuerpo, y a este hombre vestido de blanco le brotaron dos
lágrimas, sus compañeros le palmearon en la espalda y él se
retiró cabizbajo, como si esta escena se le repitiera muchas
veces..
Inmediatamente un hombre de bata blanca, pero que
parecía más un carnicero, debido a que su bata estaba toda llena
de sangre, tomó la camilla de aquel pobre hombre y la arrastró por
todo el hospital hasta que llegó a un sitio frio, gris, de poca luz y
donde habían unas cavas que parecía gaveteros de una oficina,
pero no, eran cavas congeladoras de cadáveres.
Allí fue cuando abrí los ojos y me di cuenta que era yo al
que pretendían encerrar porque creían que estaba loco. Así que
abrí la cava, y llame al hombre que yacía inerte, frio, blanco, con el
rictus mortis en la cara y el pecho. Este se levantó y salió sin ni
quisiera darme las gracias. Algo raro sucedía en mí. Era como si
ya no existiera. Le seguí, nada. Desapareció. Entonces me acordé
que hoy tenía guardia. Si no llegaba a tiempo me darían plantón.
Y aquí estoy en el aire, en el patio del cuartel, cayendo en
cámara lenta, mientras el disparo del fusil del Kalasnikot de mi
compañero, avanza trepitósamente sobre mi pecho, sin que yo
pudiera hacer nada, solo cantar el himno, porque eso era lo que
estábamos haciendo en ese momento, cuando el correaje se soltó
y activó el gatillo enredado en el nerviosismo del viejo
comandante que sin culpa trabaja de atajar el fusil sin darse
cuenta que al jalar el correaje apretaba el gatillo que segó mi vida.
Pero allí otra vez estaba yo. Cantando mi himno porque jamás, ni
siguiera muerto, dejaría de cantarlo, y por si así fuera, me
consideraría un traidor.
20
La entrevista final.
Se habían citado en el museo para conversar. Hacia
como tres meses que no se hablaban. El por estar de viaje
ocupado en sus estudios de postgrado y ella, porque desde
la última conversación, un sabor amargo aun corroía su
garganta. Apenas habían abierto las puertas gigantescas de
aquella vieja construcción del siglo XVIII, que en sus días
más esplendorosos había sido un convento y luego un
hospital. Entró, saludó amablemente al portero o a ese viejo
guardián, que era muy receloso con los visitantes. Le
estrechó su mano con mucha cordialidad, porque lo conocía
desde niño. En un tiempo fue el guía de los alumnos de la
escuelita que estaba como a dos cuadradas en el mismo
lugar que hoy en día yace un edifico de 20 pisos. Sólo cuatro
meses bastaron para que la ciudad cambiara la historia por el
progreso.
-Aquí estas-dijo ella pavoneándose y dirigiéndose por los
viejos pasillos, al lugar acordado para la reunión.
-Hola-dijo él sin levantar la mirada. Sin embargo, la siguió y
la recordó como en los viejos tiempos. Esperó que se alejara
un tiempo al sitio acordado. Después emprendió su caminata 21
lentamente, pensando cómo se arreglaría aquel asunto.
Ella estaba sentada en el banquito frente al cuadro
expresionista El grito de Edvard Munch.
-¿Recuerdas cuando discutíamos el significado de este
cuadro?-lo dijo para romper el hielo.
-Eso está claro ¿No?
-Aún hay mucha tela que cortar-Dijo sin mucha ganas.
-La nuestra está por empezar su corte.
-Estas tensas hoy-Ella se mostraba fría, como si nada
hubiese pasado entre ellos.
-Tuve que callar tanto tiempo.
-Lo sé-Dijo, muy seguro de si mismo.
-Ustedes, todo lo saben. Pero no toman parte del silencio-Se
levantó y se acercó más al cuadro-Este cuerpo delirante que
grita me representa.
-No exageres. Fue un mal entendido.
-La carta estaba clara.
-Fue un error. Te envié una nota.
-Muy tarde. Me enteré por tu propio error-Buscó en su bolso
y se la mostró. Siguió escarbando y encontró la nota
también.
-Cómo pudiste-Continuó y una lágrima brotó de manera
sincera. Él le entrego un pañuelo y ella lo rechazó.
-No gracias. Tengo mis propios pañitos de lágrimas-
Estornudó, se limpió y vio que había manchado el pañuelo
con su polvo. Extrajo de su bolso una polvera y muy
femenina, con carácter, se empolvaba nuevamente para
subsanar el descolorido que se había hecho con el pañuelo.
-Era un juego. Entre adultos. Un error lo tiene cualquiera.
-Sí, es verdad, pero aun sigues enviando esas cartas.
-La que tú me escribiste, me mató. Me dejó sin aliento. Me
secó el corazón.
-Te lo merecías por haberme engañado-Mira, tengo más- Y
extrajo otras.
-¿Cómo?-Nunca se imagino que lo traicionarían así.
-Sí, ella no te ama. Juega contigo. Me envía tus cartas.
Ahora dirás que te equivocaste nuevamente.
Un balde de agua fría representaban esas cartas en
poder de Marta. Ahora entendía su valentía. En sus manos
tenia las cartas de este juego. Y él que venía a recomponer
el asunto. Pues hacia como dos meses que había roto con la
destinataria de aquellos escritos. Amaba a Marta y quería
enmendar su error. Pero Marta estaba ciega. No quería 22
escuchar nada. Solo quería gritar como el personaje del
cuadro. Por eso eligió ese sitio para la entrevista final.
-He descubierto tu juego. Eres un sucio, un pervertido.
Jamás pensé que el amor de mi vida, con el que crecí, al que
amé durante todo tiempo me traicionaría de esa manera.
Era la puñalada que le faltaba y la estaba recibiendo
certera. Tal era el convencimiento de Marta, que se
expresaba como una desquiciada. Le tiró las cartas y le
abofeteó con fuerza que las gafas de este volaron y los
cristales se zafaron rodando por el piso hasta detenerse en
un rincón. El vio cuando ella levantó la mano, pudo detenerla,
pero pensó que a lo mejor ella se arrepentiría como otras
veces. Pero, no. Dio media vuelta y se alejo.
-Hasta nunca-Gritó.
Luego de encontrado los cristales, armó sus gafas. Se
sentó frente al cuadro de Munch y grito:
-¿Por qué? ¿Por qué?
Se dio cuenta de su situación. Camino rápidamente para que
nadie le preguntara nada. Llegó al pórtico de la entrada. Y
dos lágrimas comenzaron a brotarle. Entonces buscó su
pañuelo y se secó. Viró a la derecha y se alejó tal como
había venido.
La corredora.
Inició la carrera como lo hace la leona cuando
persigue su presa. Con destreza brincó las bardas de las
veredas que se interponían entre ella y quienes intentaban
capturarla. ¿Capturarla? Si, capturarla, porque si te
persiguen, con saña, con rabia, con desprecio, con odio, no
es para nada bueno.
Una y otra vez. Escaleras, subir y bajar, algunas
puertas desvencijadas se abren como si compartieran su
angustia de verse atrapada. Los pies ya no los siente. Parece
volar en medio de piedras y ladrillos caídos de un viejo
edificio que pronto seguramente sería derruido para construir
un gran centro comercial, en el cual resultaría infructuoso
escapar de una situación igual, no porque ella no tuviera la
fuerza suficiente para aguantar la carrera y el pulmón
necesario para soportar la fatiga y el cansancio, no, es que
en estos centros comerciales hay muchos vigilantes y ver
correr a una persona en medio de una multitud sería algo
grotesco y predecible.
Apenas le da tiempo para mirar hacia atrás y sentir
como las zancadas de los otros se estrellan fuertemente 23
contra el piso, las latas vuelan de rabia, pateadas con toda la
furia y el aliento se acerca peligrosamente, como si fueran
cuchillas que se perfilan de arriba hacia abajo, como
intentando rasgarle la piel. Su temor aumenta. Sus piernas
comienzan a sentir calambres, es que lleva más de 1 hora y
30 minutos en esta carrera. Finalmente siente que va
desfallecer, sus brazos se extienden como si llegara a una
meta. Ya están cerca, muy cerca. El sudor de los otros se
siente, es un olor fuerte que estremece el estomago, la sed
aumenta, la lengua reseca se relame a sí misma, casi que se
ahoga. Ya se le nubla la mente, el sudor que baja de su
frente le quema las retinas.
La gente se asoma y aplaude en con complicidad con
los otros. Les animan a que la alcancen. Definitivamente
están a favor de aquellos que la persiguen. No hay
compasión en las miradas de los transeúntes, los niños, los
adolescentes, todos conspiran contra ella, es una racha que
le persigue desde hace ya una hora cuando comenzó a tener
la seguridad vencerles y escapárseles al mismo tiempo.
¿Pero será que no pararan? La espalda comienza dolerle.
Pero aun así cree poder escapárseles. Ya está a punto de
desfallecer y siente que tiene que resistir. Los otros
comienzan a sufrir también un poco de desfallecimiento, se
les escucha la respiración por la boca. Cómo se les voltean
los ojos del agotamiento, pero ese brillo de perseguidores no
se les quita. Se escuchan aplausos y gritos como si fuera
una carrera de caballo. Ellos están cerca, muy cerca,
extienden los brazos como si quieran alcanzarla, pero ella los
extiende más, levanta las zancadas como si fuera una
corredora rusa, tocan una campana como si fuera una forma
de fastidiar y alertar a los otros que no queda mucho tiempo,
que tienen que alcanzarme ahora o nunca, que no tendrán
otra oportunidad de escapar, ¿Ellos? No se dé quien, y yo de
ellos. Pero aquí voy, como el viejo corredor cubano conocido
como el caballo, el viejo Juan Torena, y comienzo a imitarlo,
lanzando mis zancadas de caballo pura sangre, con
elegancia, sé que puedo escarparme de estos bastarnos que
quieren quitarme de las manos y de mi pecho la medalla de
oro que me tocará a mí y a mi país si gano esta carrera de
ochocientos metros. Abro los brazos, extiendo mi pecho.
Todo el mundo se asombra, se levanta de las butacas, gritan
fuertemente los nombres de los otros, pero no, aquí voy,
como la leona que persigue su presa para alimentar a sus
cachorros, que son todo el pueblo que represento y que 24
espera con ansia esta medalla, con la que haré que se
escuche mi himno para que retumben en el mundo el nombre
de mi país.
Voy, voy, voy, aunque me muera en la meta. Voy, sé
que voy a llegar, no duele, no duele, me digo como aquel
boxeador que alcanzó la gloria a fuerza de golpes, son solo
diez metros los que me separan de la llegada, pueden
codearme, insultarme, gritarme todo lo que quieran. Pero no
me ganarán, no, no y no.
“Aquel bendito mes de febrero de 1992”
Crónica
En verdad la situación económica nos tenía
agobiados. Lugar común, dirán, nada nuevo, tal vez. Pero
había que estar allí en esos tiempos para saberlo. A mis 50
años, tenía en pleno apogeo una bodega en el cerro que se
salvó del saqueo porque todos en el barrio sabían que don
Leo, estaba armado hasta los dientes, que todos mis hijos,
tres varones y una hembra, el mayor de 18 y la menor de 15,
disparaban muy bien y con cierta puntería infalible, las
escopetas de cañón recortado que mostrábamos con orgullo
en la estantería interior del negocio protegido con barrotes de
2 pulgadas, pintadas multicolor como si fuera una obra
cromática de Carlos Cruz Diez, muy de moda en París por
estos años.
Don Leo, de Leonardo Montilla, de Falcón, de las
sierras, con padres venidos de Carora, seguramente
pensaran y -cabezón- si y cabezón, no faltaba más, y me
decían pelo e gallina por mi pollina, cuando me vine a la
ciudad de Caracas, al Valle, con mi mujer por supuesto,
Estefanía Falcón, sí, como la esposa de Zamora. ¡Qué vaina!
La historia la llevo a rastras. Ya tenía a dos de los varones. 25
Estefanía era maestra, sin título, por eso, la traje a Caracas,
para que estudiara. Yo había hecho una negociación con un
local que era un rancho de madera y que la había venido
trabajando hasta convertirla en una casa de bloques rojos de
dos plantas, por supuesto la planta de arriba con asbesto,
estaba de moda. Se veía linda a la orilla del cerro, pero con
columnas muy bien reforzada, nunca se caería, era una obra
de ingenio popular, el albañil me la garantizó de por vida. A
bajo entonces, donde iba la bodega, había un espacio de 10
por 12 metros cuadrados. Me pareció adecuado.
Cuando llegamos a la casa nueva, dos compadres me
acompañaron y en el trayecto compramos mercancía. Asi
que ese mismo días mudamos todos y la mercancía también.
En la noche rezamos y celebramos el cumpleaños número
36 de mi mujer. En verdad nos habíamos casado muy
jóvenes. Yo reporteaba para un periodiquito Caroreño, muy
querido por cierto dada la gran participación de ilustres
personajes de la época. No soy periodista, solo escribía en
una Olivetti, crónicas de ciudades que visitaba, vendiendo en
mi camioneta Willys 1962. Era turco pues, sin ser de ese
país. Era la herencia de mis padres. Quincalleros
ambulantes, que hacían feliz a los pueblerinos, llevando lo
más novedoso del ingenio de la humanidad, a buen precio y
cómodas cuotas. Sin embargo, entorno mío, las cosas eran
muy distintas. A mí me podía estar hiendo bien, pero…
La profunda crisis económica y fiscal que venía
padeciendo Venezuela, hacia que las cosas se pusieran
cada día más difíciles para la gente, sobre todo aquellos que
vivían en el cerro y dejaban sus vidas en las escalinatas y
las paradas, después de andar de aquí para allá y allá para
acá, buscando el empleo que no había y que no existía para
los que vivían en el cerro, bajo la sospecha de ser lo que
todos ya suponían que eran. Porque, que mas podía ser un
negro o una mujer venida de esos cerros. No solamente
gentes pobres, sino excluidos, porque ellos supuestamente
habían decidido alejarse de la abundancia.
Porque ellos escogieron el camino de la mala vida, la
delincuencia, la prostitución y las drogas. El delito era su ley.
Por eso llevaban plomo parejo a cada protesta. No se
merecían nada. Ni la atención del gobierno de turno. No eran
nada. Eran seres venidos de otras partes. No pertenecían a
la capital. Pero eran necesarios para atender la casa de los
que si podían vivir la vida cómoda de la ciudad. Los que por
derecho habían nacido allí por generaciones o si venían de 26
otras partes, no venían para ir al cerro y guindarse en este
como si fueran uvas colgando de un mazo o un racimo. Pero
también eran necesarios para animar campañas, servir de
imagen de candidatos sin recibir nada a cambio, sólo
promesas incumplidas cada cinco años.
Fue entonces cuando entramos al primer mundo. El
presidente Pérez anunció con bombos y platillos la liberación
de la economía. Todo el mundo elogiaba al presidente que
había sido condecorado como doctor Summa cum lauden por
la Universidad de Harvard, por fin saldríamos de aquel
atolladero a donde nos había llevado el presidente Herrera
con el viernes negro del 83 y Lusinchi con el nudo gordiano
que nadie supo ni cuando fue amarrado ni como nos
amarraron con ese bendito nudo.
Las arcas de la nación estaban vacías, sin embargo el
apoteósico acto en el teatro Teresa Carreño, parecía indicar
todo lo contrario, la abundancia de especies y atención a
personalidades del mundo indicaba todo lo contrario. Una
calma soterrada estaba allanando el camino de una
desgracia que el pueblo se había dado. Caldera ya lo había
dicho, los pueblos no se equivocan. Pero esta vez, parecía
que todo estaba haciéndose al revés. Los Iesaboys
alardeaban de sus medidas. Pero nadie las entendía. O por
lo menos nadie comprendía aún que había pasado con las
prestaciones sociales, ni si los carnavales del año 89 serían
tan animados como en el 88.
Todos escuchamos su mensaje. El protocolo se
esmeró en mostrarnos la república bananera que merecía la
atención del mundo. En su discurso Pérez mostró cierto
camino que determinarían la forma de como Venezuela
saldría de la crisis. Le dijo a los mandatarios visitantes, más
que a su pueblo, que él le daría “una importancia especial a
las relaciones interamericanas e internacionales como parte
de la estrategia para la construcción de una salida de la crisis
económica y fiscal que padecía el país”. ¿A quién le hablaba
Pérez? Habría reformas, expresó. Reformas políticas. Claro
el bipartidismo ya había agotado a la vetusta democracia que
impedía que una gran cantidad de excluidos no pudieran
votar. Era raro escuchar que un presidente haría reformas
políticas. ¿Reformas que favorecían a quien? El
escepticismo no se hizo esperar, ni los notables tuvieron
suerte en su incansable pensar para el país. Entonces vino
lo que todos sabían que vendría, pero guardaban esperanzas
de que Pérez no se atrevería, sobre todo porque había
obtenido apoyo popular para volver al poder. 27
Vino el paquete. El mismo que “en muchos aspectos
contrariaba el discurso de toma de posesión y las promesas
electorales”, provino del nuevo rey del populismo
suramericano. Lo demás era de esperarse. Tarde o temprano
el pueblo caería en cuenta que había sido engañado. Pero
una vez más intentaba hacerlo. 490 años atrás, ya lo habían
hecho los españoles. Espejitos por preciosas perlas y
bisutería de oros hechas a manos que adornaban los
hermosos cuellos y muñecas del pueblo originario. Esta vez,
prometió el aumento de sueldo de los trabajadores de la
administración pública y el salario mínimo, asi mismo
subsidios directos a ciertos alimentos de la cesta básica,
becas alimentarias, atender la lactancia infantil y preescolar,
combatir las enfermedades diarreicas y prevenir
enfermedades por vacunas. Ósea todo lo que era obligación
del estado estaba siendo ofrecido como una promesa que los
Iesaboys pensaban que mejoraría la calidad de vida de la
gente que vivía en pobreza crítica.
El pueblo castigó al gobierno de Pérez. Dada la difícil
situación social y política de estos años, sin lugar a dudas
que esto tuvo un efecto importante en los resultados de los
comicios del 89 para gobernadores y del 92 para alcaldes. El
pueblo sin lugar a dudas cobraba la traición con estos
resultados. Siendo asi, el pueblo ya mostraba su conciencia y
la lucidez necesaria para entender la economía del país y el
lenguaje neoliberal de entonces.
Acción democrática fue despojada electoralmente de
9 gobernaciones de las 22 que eran contraladas por el
partido blanco en el 89, y en el 92, 14 de las 22. Esto
indicaba que el pueblo estaba realmente consciente de su
futuro y que este dependía del nivel de organización de las
fuerzas populares de izquierdas y democráticas.
Asi como les cuento es que yo viví la historia.
Habiendo nacido en 1939, y ahora con 72 años, la historia se
me cruza por mi mente como si fuera ayer. La bodega ya no
existe. El hampa se desató. Los vecinos cambiaron y me
denunciaron de poseer las armas para la defensa de mi
negocio. De repente yo no era el amigo del fiaos. Todos me
debían. Pero igual yo les seguía fiando. Total ya tenía mi
platica guardada en el banco y por lo menos podría
asegurarles los estudios a mis hijos. En verdad ya estaba
construyendo una casa en una zona residencial cercana al
este de Caracas. Digamos no en el este, pero mucho más
respetada que el cerro. El cerro se había vuelto inhóspito. Ya
me era rara la atmosfera, la gente andaba protestando por 28
todo. Se escuchaba como maldecían la mala suerte que les
perseguía. Yo era pobre, había llegado allí incluso antes de
que muchos de ellos se radicaran. Era compadre de medio
mundo. Mis ahijados venían y hacían cola para pedirme la
merienda. Pero el trabajo honesto y hacendoso me permitió
echar adelante a mi negocio y a mi familia.
Miren, el hombre no era tan malo. Lo obligaron sabe.
A todos los han obligado. No ha habido un presidente
después de Rómulo Gallegos que se rebele. Ah, mi general
Medina, también intentaron obligarlo. Pero él no se dejó y ahí
está. No lo pueden acusar de corrupto. El Fondo Monetario
Internacional estaba detrás. Adelante la tristeza de los
pueblos. No era Venezuela nada más. No señor. Revisen la
prensa. Toda América latina estaba arrodillada, jodida.
¿Sabe una cosa? Los encapuchados de la UCV eran amigos
míos. A vaina que sí. Se acuerdan del Movimiento 80, eran
muchachos de izquierda, bueno decían ellos, decían que
estaban apoyados por el rector y que eran miembros de la
Liga.
Me gustaba la conversa. Yo nunca había ido a la
universidad, si acaso había llegado a bachiller y escrito
algunas crónicas para aquel periódico que les conté de
Carora. Pero hablar con los muchachos me entusiasmaba;
aunque su radicalidad me daba mucho miedo, no por mí que
ya había vivido bastante si no por el dolor que estos les
causarían a sus madres si sus acciones llegaban incluso al
enfrentamiento con la despiadada policía metropolitana. Las
calles de Caracas se calentarían empezando por la plaza las
Tres Gracias. Apenas comenzaban las clases en la UCV, era
enero de 1989. Los muchachos me contaban todo. A veces
nos bebíamos unas cubas libres gracias a la mata de limón
que había detrás en el patio de la bodega. Mientras más
brindábamos más sabia yo de sus andanzas y lo que ocurría
allá bajo. Pero ese día decidí bajar a comprar mercancía.
Cerré el negocio. Los muchachos se ofrecieron cuidarlo de
los malandros si esa noche les brindaba dos botellas de
cacique, asi lo concertamos y acordamos vernos en la noche.
Las cosas no se anunciaban bien. Los jiseteros advertían de
un aumento del pasaje. Esto molestaba a mucha gente. En
verdad el dinero no alcanzaba para cubrir repentinos gastos.
Se volatizaba. Los estudiantes de media salían a las calles a
protestar. Aunque muchos padres recriminaban estos hechos
violentos, ellos creían hacer lo correcto, ya que los mayores
no actuaban. El presidente Pérez anuncia que habrá
aumento de la gasolina. 29
Yo estaba cerca de la Universidad Central. Había
estacionado mi camioneta Ford 80, en un estacionamiento
cercano. Sabía que los muchachos preparaban algo. La
noche anterior me habían comentado de su reunión con un
dirigente del transporte. La protesta iba a ser grande. Muy
grande. El aumento de combustible les había dado el
pretexto que esperaban y el gobierno se las había servido en
bandeja de plata. Esta era una protesta más me dije. La
Metropolitana acabará con ellos como lo han hecho otras
veces. La verdad, pensaba yo. Asi no saldríamos nuca hacia
adelante. El país necesitaba paz, para su desarrollo, pero
también necesita justicia para calmar la sed de venganza y
odio acumulado de la gente. Cuando crucé la acera que me
llevaría al hospital Universitario, para atravesar la ciudad
universitaria y visitar a uno de mis hijos que estaba
estudiando medicina, me llamó la atención un titular de un
periódico que estaba enrollado en una papelera cerca de la
entrada que conduce a los sótanos del Hospital.
Era Radamés Larrazábal, este había sido diputado al
Congreso de la República y destacado luchador social,
indicaba la nota que este líder social había sido ferviente
luchador en contra de la dictadura del general Marcos Pérez
Jiménez y un revolucionario a carta cabal a favor de la
justicia y la libertad. El anunciaba en este periódico las
condiciones dadas para un detonante social. Era la tesis de
los muchachos. Las condiciones dadas, las condiciones
objetivas, repetían una y otra vez. Y allí estaba el dirigente
social expresando lo mismo como si hubiera descubierto el
agua fría. Y efectivamente mientras yo leía el pedazo de
periódico que tenía fecha 27 de febrero, la gente empezó a
correr agitada por los pasillos. En Guarenas ya se
anunciaban disturbios. Las ambulancias traían heridos y
envolvían el ambiente con su música ensordecedora.
Muchos eran estudiantes, según sus uniformes provenían del
liceo Gustavo Herrera, liceo Luis Espeluzin, Andrés Bello y
Fermín Toro. Aun no eran las doces y ya Caracas se
incendiaba. Comenzaba asi amigos míos, la triste historia del
Caracazo. Quise regresarme, pero me detuvo la sensación
de estar con mi hijo y ayudar si era necesario. Asi que corrí
por los pasillos y túneles del hospital preguntando por
Leonardo. La gente que llegaba venia eufórica, venían
heridas pero eufóricas, algunos emitían cánticos como
“caerá, esta noche caerá”. No puedo decir que no me daba
una alegría nerviosa oírlos cantar así, pero a la vez miedo.
Miedo porque un gobierno acorralado pierde los estribos y 30
este señor sabía como era de aplicarse la represión a sus
enemigos.
Me pareció que las cosas estaban controladas. A
Leonardo no lo encontré. El servicio de telefonía estaba
colapsado. Todo el mundo de repente empezó a escuchar
radio. Las noticias eran horripilantes. La policía metropolitana
se había convertido en un ejército de ocupación de toda
Caracas. Era agresiva y violenta. No entendía la rabia del
pueblo. Estaba desconcertada. No entendía por qué la gente
actuaba con tanta rabia. La protesta paso de ser eso, una
protesta a un enfrentamiento con la metropolitana. Pero allí,
al ver que la metropolitana no tenia control sobre ellos, se
abalanzaron sobre los comercios y tiendas cercas a las
protestas. Asi había comenzado el “sacudón”. Lo peor vino
después. Se activa el plan Ávila y ya nada es igual. El
ejército se entrompa con balas y apuntan a matar, contra
todo aquello que se mueva.
Un nuevo ejército popular aparece en escena. Son los
motorizados de Caracas, el mismo que vive en los cerros.
Caracas es un desastre. No hay por donde transitar sin que
una bala o una bomba lacrimógena te exploten en la cara o
en los pies. La gente grita. Los muchachos del ejercito
asustados tiran a matar y a mansalva. Creen estar en un una
práctica de tiro y apuntan sin contemplación. La rabia se
acrecienta contra estos y surgen francotiradores de algunos
edificios de las cercanías del 23 de enero y el centro de
Caracas. Varios de ellos caen. Y la sangre comienza rodar
como si el agua hubiese cambiado de color las calles sucias
de Caracas. La rabia se dispersa por todo el país. Los
estudiantes de la UCV en Valencia y Maracay fomentan
disturbios reclamando la muerte de varios estudiantes en
Caracas. También los andes y Barcelona con la UDO. Llega
la noche y el infierno se apodera de Caracas y otras
ciudades. El aquelarre entre la gente, la policía, la guardia
nacional y el ejército es indetenible. Todos los barrios entran
en acción y ya Venezuela no será Igual, más nunca. Se
ejecuta el plan Ávila, se suspenden las garantías y ya nadie
podrá olvidar lo que vino después. Era 28 de febrero y yo
había caminado por las veredas y caminos por donde
pudiera pasar. Todo era humo y desolación. Destrucción y
dolor. La gente rabiosa bajaba a reclamar venganza por la
muerte de sus muertos. Aquellos que lo habían presenciado
por la televisión y lo habían oído por radio, pero también los
que fueron avisados, bajaron a vengarlos y a reclamar
justicia. Esto no había terminado ayer. Continuaría. 31
La normalidad que el ministro Alliegro anunciaba,
nunca llegó. El 3 de marzo aún había escaramuzas. Pero ya
todo era diferente. El control social sobre los luchadores
sociales se inició. Pero por ningún lado parecían los autores
de aquella revuelta. Ninguno parecido Al Marat, Tigerin,
Danton, Maximiliane de Robespierre, y Charles Maurrice de
Tallerant, de la revolución francesa salieron a reclamar su
liderazgo en la revuelta. Ni Bandera Roja (BR), ni
Desobediencia Popular (DP), ni Tercer Camino (TC), ni
siquiera pequeños grupos creyentes de otras ideas,
participaron en los hechos de manera organizada,
premeditada; menos aún en su planificación, eso lo dijeron
los cuerpos de seguridad y yo lo ratifico. Porque aquella
célula de jóvenes, nunca lo plantearon de ese modo. Lo que
vino después fue una burla. Los políticos no entendieron el
mensaje. O se hicieron los sordos. Entonces otra vez el
pueblo, pero ahora armado, vino y ha pasado todo lo que ya
conocemos. El hermoso 4 de febrero.
¿Pero eran militares? Eso era lo peligroso. En
aquellos tiempos, le creíamos a la prensa el cien por ciento.
¿De verdad eran unos gorilas? ¿Pensaban matar a Carlos
Andrés? ¿Era lo mejor de sus acciones? Muchos se
alegrarían si eso hubiese sucedido. Pero no, no sucedió así.
Vino el por ahora.
Asi, es. Yo estaba celebrando mis 53 años. ¿No les
había dicho que nací un 3 de febrero? Ya nos habíamos
mudados al centro de Caracas. Igual había montado un
puesto de periódicos y chuchería cerca de Parque Central.
Por allí camina mucha gente. Artistas de televisión, pintores,
poetas, borrachos, prostitutas, en fin, la fauna caraqueña.
Ya se comentaba de ruidos de sables. Acostumbraba
a jugar dominó con varios jubilados del Ministerio del Interior
que aún tenían el oficio de olfatear para el estado a cambio
de bonos especiales que no aparecían en la nomina normal
de esa oficina ministerial.
Por allí se colaba en voz baja ciertas cosas que
estaban sucediendo en los cuarteles. En verdad para
nosotros era como una competencia. Éramos críticos de la
realidad venezolana. A la gente le gustaba oírnos. Muchas
veces pegábamos comentarios sobre medidas económicas
que el gobierno implantaría. Eso hacía que mi puesto de
periódico fuese muy visitado. Hasta que un día un soldado
compró el Nacional y me dijo: Feliz Cumpleaños don
Leonardo. No lo miré a la cara. Me imaginé a un militar 32
corrupto que a lo mejor quería que le regalara el periódico.
Levanté la mano y la extendí cobrándole. Le di las gracias,
hablando por debajo como si no me interesaba. Rió y se
alejó silbando una canción llenera.
En la noche, los amigos me esperaban, mi mujer
había preparado un lechoncito. Hizo hallacas. Mis hijos
adoraban las hallacas. No podía faltar la negrita claro. La
parrilla, la guasacaca y los choricitos. Un conjunto criollo y un
grupo de viejos serenateros me cantaban como si yo fuera
una persona importante de la ciudad. De bodeguero a
vendedor de periódico. Eso era lo que era. No más, un
hombre sencillo. Culto, eso sí. Leído. Sereno.
Sin embargo, toda la noche estuve pensando en aquel
militar que sabía mi nombre. ¿Y si era un espía del gobierno
y ha escuchado mis cuentos de aquel Caracazo y quiere que
le de los nombres de aquellos muchachos? ¡Pero han
pasado ya tres años! No recuerdo donde fue que leí esta
frase: ¡El estado nunca olvida!
Esa noche no dormí. Me quedé viendo televisión.
Tenía insomnio. Entonces aparecieron Pérez anunciando la
acción y el tigre Eduardo Fernández, rasgándose la
vestidura ratificaba el apoyo de su partido a Pérez y a la
democracia. No se podía esperar nada distinto. El
bipartidismo se daba cuenta de la herida mortal sufrida,
había que salvar lo salvable, pero no por mucho tiempo. Los
medios jugaban un papel importante apoyando al gobierno y
dándoles el nombre a los valientes soldados que trataban de
limpiarle la cara a Venezuela, de sediciosos, insurrectos. El
pueblo callado contemplaba la acción. Muchos civiles
participaban en la misma. Pero no eran muchos. Aún
atónitos, la gente rezaba por la vida de aquellos hombres de
verde que se la habían jugado por la república. Aunque la
batalla se mostraba desigual y desarticulada, los rostros de
aquellos muchachos generaban dos sentimientos: rabia por
el maltrato que recibían cuando eran tomados como
prisioneros y lastima por la forma tan aventurera en que el
formato televisivo nos mostraban las acciones. Pero para la
gente, esta acción indicaba que los militares habían
aprendido la lección. Que este grupo de soldados eran
representativos de un ideal bolivariano que subyace en las
fuerzas armadas. Que el bolivarianismo estaba vivo, más allá
de los pequeños partidos de izquierda.
El 4 de febrero le rompió el espinazo al bipartidismo.
Las fieras con sus discursos aprovecharon la ocasión y
mostraron sus verdaderas fauces. El fascismo de los 33
dirigentes de derecha aparecía con rostros frescos en el
congreso. ¿Muerte a los golpistas? Fue la frase acuñada
rechazada por todos. Inclusive por Caldera, que había sido
responsable también de la crisis que vivía Venezuela y que
supo sacarle provecho a su lacónico discurso en donde se
lavaba las manos como si nunca hubiera gobernado este
país.
Es verdad, las cosas empeoraron. Cayó el hombre,
pero los que vinieron después solo lograron mantener el país
a flote. Nada hicieron por los muertos y los dolores de las
madres, hermanos o hijos. Se hicieron los locos. Era como si
nada tendría que suceder. Y parecía que nada iba a suceder.
Las mañas continuaban. Los políticos opinaban como si no
fuera con ellos la cosa. Estaban confiados de que el
bipartidismo tendría mucha vida por delante, los viejos
dinosaurios se mantenía a flote mientras los nuevos políticos
eran obligados a madurar en la vejez.
Llegó otra vez una nueva asonada. Retumbaron las
espadas y los aviones. Era la clarinada de la aviación
incorporada a la reprimenda de la sociedad política sorda,
que no había comprendido el alerta del 4 de febrero.
Igualmente fracasó y fue más tempranera que el 4. Pero el
daño estaba hecho. Nuevos rostros, nuevas esperanzas
sembraron los de la aviación y la marina. No fueron tantos
como los del 4 de febrero. Pero terminaban de hundir la daga
que ya había clavado en la yugular, el 4 de febrero a la
cuarta republica.
La historia avanza. Felizmente hacia la consolidación
de una quinta republica bolivariana. Se está edificando. Se
sigue avanzando bajo las premisas iniciales de aquel
comandante que asumió la responsabilidad ante un país que
ya no creía en nadie y que a partir de un “Por ahora”,
comenzó a labrarse un futuro mejor, que se erige con las
fuerzas armadas como punta de lanza. Aún tengo frescas las
palabras del comandante Chávez. Al comandante Chávez,
se le veía en las pantallas de televisión, que era un hombre
de carácter. Con mucha seguridad. No se le veía el miedo
por ningún lado. Estaba sudado. Pero firme frente a sus
superiores que le tenían prisionero y lo mostraban como un
trofeo. Pero también aquellos generales, tenían cierta
necesidad de proyectarse a las pantallas. Parecía que no
estaban convencidos de sus acciones. Es posible que
estuvieran corrompidos también. Pero la acción aún asi, no
fue directamente contra ellos. Fue contra el poder
representado en la autoridad civil de aquel sujeto que había 34
llevado a Venezuela a los más bajo.
“Primero que nada quiero dar buenos días a todo el
pueblo de Venezuela, y este mensaje bolivariano va dirigido
a los valientes soldados que se encuentran en el Regimiento
de Paracaidistas de Aragua y en la Brigada Blindada de
Valencia. Compañeros: Lamentablemente, por ahora, los
objetivos que nos planteamos no fueron logrados en la
ciudad capital. Es decir, nosotros, acá en Caracas, no
logramos controlar el poder. Ustedes lo hicieron muy bien
por allá, pero ya es tiempo de reflexionar y vendrán nuevas
situaciones y el país tiene que enrumbarse definitivamente
hacia un destino mejor. Así que oigan mi palabra. Oigan al
comandante Chávez, quien les lanza este mensaje para que,
por favor, reflexionen y depongan las armas porque ya, en
verdad, los objetivos que nos hemos trazado a nivel nacional
es imposible que los logremos. Compañeros: Oigan este
mensaje solidario: Les agradezco su lealtad, les agradezco
su valentía, su desprendimiento, yo, ante el país y ante
ustedes, asumo la responsabilidad de este movimiento
militar bolivariano. Muchas gracias”.
Era febrero de 1992. Año fatídico para el bipartidismo.
Nuevos nombres surgieron para la historia: Hugo Chávez,
Francisco Arias Cárdenas, Yoel Acosta Chirinos y Jesús
Urdaneta. El 27 de noviembre 1992, surgieron como el ave
fénix, Hernán Grüber Odremán, Luis Enrique Cabrera
Aguirre, Francisco Visconti Osorio, Wilmar Castro Soteldo; y
los hoy defenestrados partidos políticos Bandera Roja y
Tercer Camino, quienes aún deambulan entre el ser y la
nada, entre morir y seguir viviendo, o todo lo contrario, seguir
transitando el camino de la reiterada traición contra el
pueblo…
35
Siempre que llega diciembre me enamoro.
37
La Velada
43
Narración Inoportuna
45
El último romántico
57
En los sueños, la música está dentro de ti.
Me desperté de repente y sentí que estaba tan
cansada que no me levanté, deje reposar todo el cuerpo
esperando quizás que el peso que sobre mi se posaba fuera
absorbido por el colchón como una esponja inmensa que
tenia vida y abría sus poros hambrienta de mi.
Cerré los ojos e intenté volver al sueño que me había
sobresaltado. Tenía que hacerlo pronto. Los sueños muchas
veces se escabullen, dejando una estela borrosa sin
contexto. Es como un color que se desvanece y solo deja el
efecto de un rasgado en la conciencia de lo ocurrido, como si
la nada precediera a todo lo concreto y el abstracto fuera el
ser, sin saber su existencia.
En principio, me costó atrapar la imagen inicial. Me
veía corriendo entre arboles gigantes y delgados, en las
copas de ellos los haces de luces luchaban por entrar. El
ambiente era sombrío, una semi penumbra completaba el
paisaje. El color predominante era el gris verdoso. Mi
respiración se entrecortaba, mi larga cabellera ondeaba
dejando un destello que indicaba que efectivamente había 58
pasado por allí.
Al detenerme al final del camino, sin que me lo
propusiera, encontré un muelle de madera que indicaba que
había llegado al lago. Desde la carretera, los arboles lo tapan
y nadie se imagina que tal aparición existe. El lago,
impresionante como todo lo que la naturaleza es capaz de
crear, no se acercaba a nada de lo que yo había visto en
toda mi vida. Era único. El cielo azul le daba su rostro, los
pequeños peces saltarines parecían estar felices en ese
inmenso hogar de un mundo acuático, donde la tranquilidad
predomina en toda su extensión.
Me senté en la orilla del muelle y a mi lado había una
caña rustica de pescar. Tomé el anzuelo y coloque la
carnada con toda la calma como si ya esto lo hubiese
practicado en otras oportunidades. Giré hacia el lado derecho
para tomar fuerza e impulsar el anzuelo al lago, intentado
que este llegara a lo más lejos del muelle.
Mientras transcurrían unos diez minutos, en los que
uno como pescador se abstrae de la realidad, la situación se
transmuta a tiempos en los que a veces ni las fechas ni los
años tienen importancia, lo que interesa son las imagines
que te llevan al recuerdo, a reencontrarte con las cosas que
te han hecho feliz, una fuerza poderosa me haló y tumbó al
lago, convirtiendo aquella situación de desespero y miedo en
un paseo salvaje, en la cual la mente busca como resolver
aquella situación, pero al mismo tiempo anula las salidas.
Mientras me sentía halado, la brisa viajaba en mi
dirección y por tanto empujaba el agua abriendo camino
como si se tratara de una tabla de surf, por tanto, cuando se
aparecía una ola, el cuerpo horizontal la sobrepasaba
evitando recibir cualquier golpe natural que una situación de
esta naturaleza provoca en el cuerpo. Despertar, es la
sensación que se percibe en una situación delicada como
esta. Abrir los ojos y darte cuenta que estas por encima de
la imaginación es el desespero que te aferra a la realidad.
Sin embargo nada de eso ocurría. A pesar de que los
parpados se mueven violentamente, guturalmente hablas,
pero resulta un lenguaje ininteligible para el que acompaña tu
morada. Mueves los brazos y te levantas, pero te sorprendes
que aun estas allí. Corres la sábana de tu pareja, le das
cachetadas, le volteas el vaso de agua que está en la mesita
de noche y nada. De repente sientes que te halan y entras
en un especie de cono, y allí estas nuevamente deslizándote
en el agua, gritando a ver si los pájaros y los animales 59
escuchan tu ruego, pero no, cada especie parece tener un
lenguaje distinto, hacen caso omiso a tus llamados, la
velocidad aumenta, la garganta esta reseca de los gritos,
empapada en tu desnudes, de la cual no te das cuenta, es
como si en los sueños la ropa estorbara, tu rubor aparece y
se convierte en un problema. Aunque nadie te ve sientes que
estas vigilada y que todo esto es provocado.
Comienzas a gritar y a gritar para que te oigan. La
calma es muy estable. Solo el ruido de la brisa que roza el
lago se escucha. Esta es una música celestial sin ruido. Es
un silencio musical, donde los instrumentos son
imperceptibles, pero tú la escuchas, no entiendes como llega
a tus oídos, pero está dentro de ti, en tus tímpanos.
Como en todo sueño, sin saber cómo, el nylon se
enreda entre tus piernas, te asegura y te hala al fondo del
lago. Empiezas a ver ciudades, gente, la cotidianidad es
sorprendente, las calles aparecen, los rostros conocidos te
saludan. Te vas olvidando como llegaste al sueño, pero estas
allí, de repente, mirándote como duermes y te revuelcas en
las sábana con desespero, te das cuenta que eres tu misma,
tratando de oírte para que despiertes, pero te ves al mismo y
tiempo y entonces es cuando desapareces en medio del grito
que te ha traído a la realidad nuevamente.
La pequeña Mari.
62
Cuando el bebe duerme.
Ambas estaban allí, la mirada cruzada indicaba que se
conocían pero no se delatarían ante tanta gente, el juego
continuado desde la noche anterior, nadie tenía porque
sospecharlo. Miró el piso y lamió sus labios satisfecha, como
recordando lo feliz de su nuevo día.
Elena, la elegante vendedora de ropa intima
femenina, miraba a través de su polvera a su amiga, quien
desde lejos le hacía ojitos, como echándole bromas, y a ella
esto le hacía reír por dentro, ni se atrevía siquiera mover los
labios, no fuera que se le marcaran líneas de expresión en la
máscara de polvo, necesaria para lucir sin los síntomas del
cansancio de la noche anterior.
La gente conversaba muy animadamente ante la
llegada de la hora perfecta. Otros serios y con caras rudas,
esperaban sin mostrar la impaciencia de sus adentros y
escondiendo el pensamiento de sus reflexiones. El rito diario
siempre era el mismo, a veces variaban las posiciones en la
fila. Como la mayoría de ellos trabaja allí, se cuidan los
turnos en la cola. La camaradería es graciosa y animada.
Esto parece molestarle a los que no los conocen. Nadie 63
viene a trabajar con tanto escándalo, seguramente era lo que
pensaban los más adultos que exigían con sus miradas, el
recato necesario que merece un centro comercial de esta
naturaleza. Algo anunciaba que ya estaban listos para entrar
y que la loca carrera por vender y comprar se iniciaba.
Las puertas se abrieron y la tormenta de gente entró
en tromba como si la desesperación los hubiera empujado.
Silenciosos, mirando hacia la nada, automáticamente todos
se movieron. Hubo sincronía entre el sonido de la puerta
cuando el cerrojo se disparó y los relojes de la gente. Había
relación directa incluso entre el tiempo transcurrido y el
bombeo incesante de sangre del corazón, el tictac de aquella
bomba perenne, parecía estar mediada entre la necesidad de
partir primero y darse el gusto de cruzar la raya como si
fueran velocista de cien metros planos.
Imaginariamente el griterío de las gradas impulsaban
la acción de Elena que había llegado temprano al centro
comercial y sentía la presión de los que en la fila empujaban
con su mirada a aquel reto de entrar primero y coronar la
meta en esta mañana.
Muchos de los que estaban allí por ser trabajadores no
querían llegar tarde, eran quienes ofrecían a los clientes la
mercancía, por eso la ansiedad de Elena se combinaba con
la competencia ubicada en la otra fila de enfrente de la
puerta eléctrica de vidrio. Entre los dos locales de ropa
femenina mediaban cien metros. Los precios no establecían
diferencia, pero la atención era una cosa que debía estar de
primero para captar los visitantes que no sabían exactamente
que comprar, pero la palabra bien manejada y elocuente
podría convencerlos.
Elena abrió su cartera comprada en un baratillo de un
centro de economía popular, ni loca que estuviera para
comprar en este Mall, con lo caro que allí se vende, si
apenas le alcanza el sueldo para pagar la guardería de su
bebe de catorce meses, comprar la leche y los pañales.
Tomó su celular y marcó un número mientras caminaba
aceleradamente y a la vez hablaba como desaforada pero sin
preocupación, notificándole a su mamá que se acordara de
buscar al bebe, porque no saldría a la cuatro como otras
veces, era diciembre y su horario sería hasta las 8pm.
Eran las once de la mañana, y casi que abría los
brazos de gozo, se había entrenado muy bien. Al bebe lo
llevaba tempranito a la guardería, compraba la prensa y en la
panadería se tomaba un café, mientras reparaba en todas las 64
noticias y se enteraba de las cosas que ocurrían en política y
en economía. Si tenía alguna tarea que hacer releía sus
textos y en su celular escribía las ideas básicas referidas al
tema que debía investigar, mientras por internet, buscaba
páginas para encontrar parejas.
Era una mujer como otras, madre soltera, a pesar de
tener un hijo, este no había sido producto de un error. Son
cosas que pasan, pensaba, se cree que tienes todo en orden
y de repente las cosas se complican y explotan.
Mientras camina en cámara lenta como para que la
filmación de su llegada y su triunfo se note más espectacular,
recordaba la fiesta de cumpleaños de su bebe. Allí habían
acudido todos los empleados de la tienda y sus vecinos que
conocían su situación. Muchos regalos habían recibido,
gracias a Dios en los próximos seis meses por lo menos no
compraría pañales ni potes de leche. Incluso el cálculo de la
ropa recibida de regalo, predecía que hasta la próxima
navidad no tendría que comprarle ropa a Juan Carlos.
Fue en pocos segundos que vio la imagen de su ex
abrazado a una vieja chingona cruzarse por el otro pasillo. La
sangre le hirvió repentinamente. La imagen de la cabeza rota
de aquel se le pareció y la bolsa que llevaba en sus manos
se convirtió en un sartén de aluminio ensangrentado. Intentó
correr pero alguien la detuvo y le preguntó sobre la noche
buena.
Reconoció a su amiga, eran comadres, madrina de
agua, sospechosa de sonsacarle a su marido, pero como
este se había ido con otra, entonces se había librado del
sartén también. Le sonrió y hablaron de los viejos tiempos de
la navidad, se agarraron de la mano y se dieron un romántico
beso en la boca. Recuperó su aliento, levantó los brazos
triunfadora, había llegado a las puertas del negocio donde
trabajaba a la misma hora de siempre, se despidió de su
amante y una sonrisa pícara se dibujó en su rostro mientras
miraba a su compañera cruzar el pasillo sacudiéndose el
pelo y caminando como una reina para su mayor
satisfacción, recordando a su vez que fue su marido que la
pilló en la cama con esta, y que su insatisfacción era culpa
de este, pues su abandono era tal que aquel prefería siempre
andar con sus amigotes, jugando futbol o softbol, y perderse
los fines de semana como si no tuviera responsabilidades,
entonces fue presa fácil de la seducción de su comadre, que
le ayudó a despertar su verdadera convicción sexual, por eso
siempre era la primera en llegar al mall, para encontrarse con
ella e iniciar los juegos amorosos que la llevarían a la cama 65
cuando el bebe por fin se durmiera en la noche.
El contralor y el psicoanalista.
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