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ÍNDICE

pp.

Prólogo……………………………………………….…………………. 03

1. El amor de mi vida………………………………………….……... 04
2. La gitana…………………………………………….………….. 07
3. La nieve se volvió la muerte……………………………..……….15
4. El soldado que nunca dejó el cuartel………………….……… 18
5. La entrevista final………………………………………….….…… 21
6. La corredora……………………………………………….…….. 23
7. Aquel bendito mes de febrero de 1992…………………….…… 25
8. Siempre que llega diciembre me enamoro……..…….…..……36
9. La velada……………………..…………………………….……..38
10. Pedrito y la navidad.……..………………………….…..….....…41
11. Narración inoportuna………..……………………….……..…..… 44
12. El último romántico………..………………………..…….………..
13. Cuando regrese del cuartel………..……….……….……...… 48
46
2
14. Crónica del fin de una era…................................................. 54
15. En los sueños, la música está dentro de ti…………...…..… 58
16. La pequeña Mari……………………………………...….……. 60
17. Cuando el bebe duerme……………..…………...……….….. 63
18. El contralor y el psicoanalista..…………………….………… 66
Prólogo

Los cuentos que hoy les ofrezco, sin lugar a dudas serán de
su entera satisfacción amigo lector. No están hechos con
rebuscamiento para hacerlos perderse en la lectura, todo lo
contrario, les caracteriza la sencillez, técnica que busca más
bien el disfrute pleno de los lectores.
Debo confesar que soy un escritor “free lang”, es decir no me
encasillo en un género en particular, al cual debo contribuir a
su perfeccionamiento, ¿Por qué? Porque mi inspiración me
lleva a estados y géneros creativos distintos, a veces estoy
atrapado por la poesía, otras por la dramaturgia y muchas
veces por el cuento y la investigación científica.
Lo que deseo es que cuando usted me vea por la calle y me
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reconozca, se apure a avistarme para invitarme a beber un
café y hablarme de lo que le gustó o no de mis cuentos y que
le parece mi forma de escribir y cuáles son sus
preocupaciones al respecto de un gusanito que le molesta y
le obliga escribir escondido.
Venga pues su amistad como lector. Continúe usted con la
lectura y cuando lo termine, entonces hablamos.
Renny Loyo
El amor de mi vida.
Un día, estando sentado en la cima de la montaña,
una brisa fresca te trajo a mis recuerdos. Pensé hace tiempo,
que no volvería a imaginarme estar cerca de ti. Recuerdo
que escribía una frase para comentar unas cartas de unos
viejos amigos, me resultaba difícil explicarla decía así: que el
otro solo signifique el recurso infinito que le debo, que
sea el grito de socorro sin término, al que nadie más que
yo pudiera responder.
Pero estar enfrente de tu recuerdo hizo que la frase se
quedara impregnada en mi libreta; no sé porque me puse a
pensar en ti después de tanto tiempo. Las nubes del cielo,
construían figuras hermosas, que correteaban por el ancho
espacio y allí estabas tú nuevamente. Semidesnuda, como
siempre te mostraste ante mí, sin pudor, con una sonrisa
fresca y sincera, esperando mi cuerpo tibio para darte mis
brazos y apretujarte en mi pecho con tu oloroso perfume de
tus cabellos que siempre se enredaban en mi boca, como si
quiera morderlos por el sabor a manzana que expelían.
Entonces se me ocurrió otra frase que me pareció grandiosa:
hasta en la risa misma cierta clase de liberación, parece 4
tener su importancia.
De repente el frío se acentuaba en la fría brisa y un
movimiento cierto de protección, me obligaba a ponerme la
chaqueta roja que estaba a mi lado esperando por mí.
Tu imagen volvió insistente, y me llevó a las playas de
Falcón, donde en la arena jugábamos solitos en aquellos
días de noviembre, paseo en el que tú me habías invitado a
conocer a tu familia.
Aun el nerviosismo me embarga al recordar los días
más felices vividos y en los cuales ya pensaba en la
eternidad de nuestra relación y en las fotos recuerdos con
canosos personajes que seríamos tú y yo.
Se hace tarde. El cielo se ennegrece. El rocío de una
tempestad amenaza la tranquilidad del césped o la alfombra
verde que me ha cobijado en mis pensamientos. Cuando
camino, me imagino que soy una roca rodando en cámara
lenta y por la cual nadie apuesta nada, solo su quietud para
apaciguar el peligro de su rodada.
Por dentro, la sensación de haber vivido los años de
nuestra relación, se me cruza como una película en blanco y
negro. Como si rodara el carrete y de repente la imagen ya
no sale más. Ha llegado el final y el carrete se suelta. Así
siento que mi vida corre y anda desde que yo te abandoné.
No pido disculpa al tiempo. Tú me indujiste a hacerlo.
Me pedias un papel, como si este fuera suficiente para
exaltar el amor que nos teníamos. Yo solo quería mirarte y
amarte sin mirar adelante ni voltear hacia atrás. Mis ojos y
mis pensamientos solo vivían para vivirte. A lo mejor fui
egoísta. Lo reconozco. Pero ya da igual. Me mostraste lo que
siempre soñé que me mostrarías. Lo que siempre supe. Que
eras más fuerte que yo. Que aunque el amor late en
nuestras cercanías, no te morirás por mí. Yo sigo siendo
débil a la carne. Aun me estremece tu mirada profunda. Tus
ojos negros y grandes. Tu larga cabellera y tus largas piernas
de modelo. Tu exquisitez para lucir las prendas más sencillas
como una Reyna. ¡Hasta cuando! Me digo, continuare
soñando con lo que ya que no puede ser. Fue un sueño. Lo
hicimos realidad y se fracturó en mil pedazos como aquella
copa que bebimos en el malecón y las dejamos caer para
que se hicieran pedazos, pensando que eran los miles de
deseos que se cumplirían en nuestra eterna vida de
amantes. Pero no. A partir de allí, nuestra vida se
despedazó, y fue imposible recoger los vidrios nuevamente. 5
Las olas que rompían en las piedras, se encargaron de
esparcirlas por todo el océano, haciendo imposible la
reconstrucción.
Adiós amada mía. Aunque despedirme de ti, será una
mera ilusión. Fue tanta la felicidad contigo, que aún está
impregnada en mis pupilas olfativas, el olor de tus
entrepiernas. Que quisiera no oler más perfumes y morir en
la playa con un solo olor. Tu olor a hembra, tu olor a amante,
tu olor que era mi olor. Oh, dolor profundo, tú que fuiste musa
misteriosa, te has ido. Yo te he abandonado. Tú has huido.
Ya no te apareces más. Vuela, vuela y encuentra lo
predecible del amor.
No te importe mi dolor o mi sufrimiento. Son sólo
pensamientos engañosos inventados para atajarte y no
dejarte huir como si yo tuviera derecho sobre ti. Escapa de
mí. Déjame en mi encierro, en mi camisa de fuerza que me
impide ver el mar, ese mar de los recuerdos, ahora lleno de
gente, de bulliciosa enfermedad. Vuela, huye, encuentra otro
ser, menos vulnerable que yo. No voltees como si tuvieras
lástima de mí. Mira adelante. Sólo adelante. Déjame a mi
tranquilo disfrutando el recuerdo de mi pasado y mi presente
vejez.
Entonces me acorde de una frase: “nombrar es
conceder una lámpara al caos, volverte oficiante,
comunicarle orientación. Dominar es dar frugalidad y un
sorbo de conducta a la beoda vorágine voraz”. Cuando la
escribí, me di cuenta que no era mía. Había llegado a mí, por
tu imagen y tus recuerdos. Y aunque quisiera no recordarte,
me he vuelto un pensante de recuerdos. Así avivo mi triste
vejez. No es que es triste. Es solo que tú no estás.

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La gitana.
Fue una intensa reunión. Un gran encuentro de
personalidades venidas de todas partes del país con sus
libros y poemarios, buscando lectores, abrazos calurosos de
amigos y hermanos del arte de la escritura, reencuentro de la
musa del otro, encuentro de corrientes letradas como
caudalosos ríos.
Pero él que miraba con avidez, toda la esencia
humana desbordada en aquella sala de la Universidad, se
acariciaba la barbilla absorto en una mujer blanca como de
37 años, poseedora de unos ojos negros muy grandes, de
rasgos árabes, expresivos, una cabellera larga y negra,
abundante, su cara redonda, era un poquito regordita, pero
su estatura de unos 1,70, la hacían ver esbelta, sofisticada,
misteriosa, pero enfocado en su rostro, él se imagina la
presencia de la monna Lisa.
De vez en cuando era interrumpida su contemplación
por algunos saludos, abrazos y palmaditas que
representaban felicitaciones por la publicación de su último
libro de poesía. A veces la perdía, y entonces giraba su silla
360 grados, buscándola. Desesperado, como si la conociera 7
de antes. En verdad ni se la habían presentado todavía. Pero
su encanto era increíble. Se levantó y salió de la sala.
Habían dado 10 minutos de receso. Eran las 10 de la
mañana, exactamente. Afuera amenazaba la lluvia. Una brisa
fresca batía las ramas de eucaliptos y siempre verdes que
rodeaban las instalaciones. Varios perros guardianes
seguían a los vigilantes mientras estos hacían sus rondas.
Algunas veces los perros ordenaban a las vacas regresar a
sus lugares de pasteo. Y las vacas, tristes como siempre, al
oírles ladrar, sigilosamente obedecían, comprendiendo la
orden de aquel animal que a lo mejor alguna vez fue famélico
y ahora estaba en sus mejores carnes, gracias a la bondad y
el cuidado de los vigilantes de la universidad.
Los organizadores, también poetas y escritores,
estaban claros que los asistentes aún conservaban la resaca
de la instalación del evento de la noche anterior. Era la
costumbre. Había poetas que llegaron a las deliberaciones
sin haber pegado un ojo. Brindando, como dicen. Unos
ansiosos de una cerveza para el ratón. Inclusive muchos de
ellos protestaban por ser internados en un sitio donde a
Baco, le estaba prohibida la entrada.
Luego de contemplar escenas grotesca entre beodos y
olores etílicos desparramados en el ambiente. La vio
sentada, sus piernas blancas y largas, cruzadas. Sonriente.
Como si estuviera abstraída recordando escenas de placer.
Pues sus labios se movían como si los relamiera por dentro.
El se acercó a continuar su visión sobre los perros que como
seres humanos, continuaban señalàndole el camino hacia el
pasto a las tres vacas realengas, que insistían en traspasar
el asfalto que las separaban del potrero.
Estaba ansioso de mirarla de frente y presentarse ante
aquel mujeron, no entendía porque a ese panal tan dulce, los
avispones que siempre acuden a este tipo de evento aun no
habían actuado. Giró 90 grados hacia la izquierda y se
encontró con su mirada. Todo su cuerpo tembló. Ella, le
saludó con un -¡Hola!- Y le hizo mohines con sus ojos. Esto
terminó siendo como una explosión que le recorrió
nuevamente el cuerpo. Sintió que se le despertaban unas
emociones dormidas y que algo dentro de él, volvía a nacer.
Suspiró, sintió que en la cabeza le bailaban estrellitas como
cuando era adolescente y se enamoró perdidamente de la
maestra de cuarto grado. También una mujer cuarentona, de
hablar andino, dulce y atenta. La cual soñó durante nueve 8
meses y a la que siempre atenazaba en sus sueños y era
responsable de aquella sensación de orinarse todas las
noches cada vez que se abrazaba a ella cuando esta le
felicitaba y le daba un besote en la mejilla, marcándole con
su pintura roja que en recreo era la envidia de los muchachos
mayores que él. Sólo el ladrido intenso de los perros, le alejó
de aquel recuerdo y le ubico exactamente a tres pasos de
ella.
Estaba confundido con todas esas cosas que bullían
en su cerebro. Todo iba muy rápido. Sin embargo se llenó de
valentía como cuando se le declaró a su primera esposa y le
sonrió simplemente. No era que no le quería hablar.
Pensaba que una sonrisa suya diría mucho más que las
palabras. Sin en embargo, la garganta la tenia reseca. Se
mentía a sí mismo y no se daba cuenta. En fin fue todo. La
sonrisa sirvió para romper el hielo. O sea pensaba él. La
táctica había funcionado. Estaba a penas a tres metros y no
podía avanzar. Dentro de sí, rogaba a los perros para que
ladraran y azuzaran a la vaca regordeta de manchas negras
que se negaba a obedecerles. Pero estos ubicados
estratégicamente la tenían acorralada. Nadie estaba
pendiente de esta escena. Sólo él. Era como la justificación
de su preocupación interior. Era la forma de decirle a los
demás por qué tardaba tanto en acercarse a aquella mujer
que le había saludado tan calurosamente.
Que broma, se decía, y comenzó a pensar en lo que
había estado haciendo toda la mañana. Estuvo buscándola y
ella estaba allí. A tres metros. Ella se ofrecía con un – ¡Hola!
Y él con su insistente timidez, estando a tres metros de ella,
opta por ir a la mesa donde estaba el agua y el café. Se
sirvió un café. Se quedó mirándola esperando otra invitación.
Seguro que ahora si iría directamente. Es más, comenzó a
preparar un café para llevárselo como norma de cortesía. Ya
estaba listo. El café estaba muy caliente. Sus dedos se
resentían del calor. Pero nuevamente sintió esa sensación.
Sus músculos comenzaron a tensarse. Sintió un pequeño
dolor. Era el viejo desgarre que nuevamente hacia de las
suyas. Siempre a parecía como un castigo por su indecisión
a tomar decisiones tempranas.
Nuevamente comienza a planificar su discurso.
Metáforas, símiles y tantas palabras enlazadas. Intenta hilar,
como las tejedoras, intenta armar un discurso coherente, que
fuese capaz de atraer su atención y por lo menos aprovechar
los ocho minutos que quedaban del receso. Sorbió su café.
Estaba fuerte. Sintió que su estomago se revolvía. No bebió 9
más y optó por un vaso de agua. Parecía que el agua se iba
acabar. Los poetas la bebían como si fuera un refresco. Miró
su reloj y el tiempo abusaba de su desesperación por hablar
con aquella mujer. La miró nuevamente. Un viejo escritor le
atrajo a un grupo y le presentó sus amigos. Uno de ellos
soltó un chiste y comenzó a reír. Querían oírle. Conocerlo y
entablar amistad con un afamado poeta, decían
jocosamente.
Mientras conversaba con estos nuevos amigos, se fue
relajando. Comenzó a sentirse libre y a dominar a voluntad
sus músculos. A pesar de la sabrosa conversación no perdía
de vista a la mujer que le ha estado perturbando toda la
mañana.
Pero repentinamente las cosas empiezan a cambiar.
El tiempo avanza. Mirando su reloj se da cuenta que apenas
quedan cinco minutos de lo diez dados para el receso. Un
compañero de viaje atrae su atención. Ha escuchado su
nombre y al voltear, este estaba precisamente allí ocupando
su lugar. ¡El estaba con ella! Un desánimo le inunda su
espíritu. Se siente traicionado. ¿Por qué ella no esperó un
ratico más mientras el luchaba con su timidez? ¿Por qué
ese hola, fue olvidado por ella en tan breve tiempo? ¿Es que
no sabe que existen personas como él? El mundo está lleno
de personas a las que les cuesta iniciar una conversación.
Y allí estaba el bendito dolor nuevamente. Era como
una autoflagelación. Los perros se alborotan. El vigilante les
trae comida y los llama por su nombre. Quisiera ser un perro.
No necesitan hablar. Y les entienden. Hasta las vacas les
obedecen. ¿Qué lenguaje es ese? Que todo el mundo
entiende. Mientras los perros devoraban sus huesos, luchaba
contra lo que le impedía andar. Pero poco a poco la batalla la
iba ganando. Por fin empezó a mover las piernas. Parecía un
robot. Es posible que nadie lo notara. Pero él, se sentía así.
Ella reía muy gustosamente, el compañero de viaje
compartía con ella su risa. Se comunicaban mirándose,
mientras ella se tapaba la boca como si aquel hubiera dicho
una obscenidad. Ella miró a donde estaba él y nuevamente le
sonrió como si no le importara la presencia del que le
contaba chistes. Pero ella ría. ¿Sería de él? Posiblemente.
Hay mujeres que tienen poderes especiales y desnudan a las
personas sin que estos se den cuenta. ¿Y si ya sabe de su
timidez? Volvió a interrogarse. Y nuevamente le entró la
duda. Pero se llenó de valor y se fue acercando poco a
poco. Aún quedan cinco minutos. Tiempo suficiente se dijo. 10
Ella extendía la mano a aquel intruso que la tomaba con
delicadeza. Y ofrecía sus ojos melosos, su cabellera
ondeando como una bandera, a este inoportuno que le
besaba las palmas abiertas, mirándole como si le retara.
El amigo extendió su brazo y le conmino a que se
acercara. –Ven Juan Pablo, conoce a esta belleza de mujer.
Conoce a esta gitana que necesita de tu ayuda- Eso lo dejó
pasmado. Así que todo lo que él había sufrido desde la
mañana, era realidad. ¿En verdad había surgido la química
necesaria para establecer una relación afectuosa? Entonces
tomó la decisión más importante de la mañana. Caminó
hasta ella y extendiéndole su mano le dijo-¡Hola! Fue intenso
el momento. Se miraron a los ojos. Ella le atrajo para sí y le
estampó un beso que le hizo hervir la sangre. Y parecía que
ya habían hablado antes. Él la sintió tan cercana que se
sentó al lado de ella y comenzó a preguntarle cosas y ella se
abrió en la conversación que parecía que se conocieran de
antes. No hubo límites. La escuchaba y al mismo tiempo
pensaba y se imagina cosas que por supuesto ella jamás
debería saber. Los hombres somos así se dijo. Muchas
veces confundimos las cosas. De repente ella lo interrumpió.
-¿Es verdad que escribes teatro? Si, respondió.
-Que bueno, Dios te puso en mi camino.
-Ah, qué bueno, que el creador haya interferido en este
acercamiento.
-Sí, tu amigo me dijo que eras bueno en eso. El rió y se
esponjó por el reconocimiento.
-Seguramente habrá leído algunas de mis obras.
-Tienes que ayudarme. Hace mucho tiempo fui actriz.
Necesito que escribas un monólogo con trozos de mi vida.
Aquella confesión de la mujer lo dejó como en un
vacío. Era como si ella estuviera dispuesta a entregarse toda.
-Te voy a contar con pelos y señales, todo.
Ella se dio cuenta que él se ponía rojo. Es que sus
palabras eran muy sinceras. Primera vez que alguien le
solicitaba hacer algo así.
-¡Todo! ¿Oíste? ¡Todo! No dejaré nada por fuera. No quiero
que quede nada suelto.
-Bueno hay cosas que no fáciles de contar. Ripostó, como
estrategia para que ella aclarara el “todo”.
-Ah, ya sé a qué te refieres. Pero podría contártelo, no tengo
miedo. Total será mi obra. Partir de ahora, yo será la actriz
de mi vida.
La situación se iba complicando. ¿Por qué esta mujer
tan bella querría repetir lo vivido y de paso hacerlo en 11
público? Ella le tomó la mano, así, sin su autorización. Se la
apretó fuertemente. Todo su cuerpo fue un terremoto. Se
atrevió a mirarla a los ojos. Ella comenzó abrir los labios. Su
lengua roja apenas se veía. Entonces dijo:
-Se que escribirás el mejor monólogo de tu vida.
No supo que decirle. Ella hablando cosas. El solo sentía que
su mano estaba tibia. Que su sangre corría violentamente,
que una y otra vez hacia el recorrido hacia su corazón. La
miraba a los ojos, encontrando que la necesidad de amar de
aquella mujer era inminente.
Entonces pensó: ¿Y si su interés es atraparme? ¿Y si
me considera una mosca que debe atrapar en su red?
Inventó un movimiento corporal, para que ella le soltara la
mano. Miró su reloj, y dijo-Aun quedan 2 minutos.
-¿Sabes? Los ángeles te protegen.
Eso sí que fue una sorpresa. ¿De qué ángeles habla esta
mujer?
-En una de tus vidas, fuiste un cacique.
-¡Perro! Se dijo para sus adentro. ¿Y quién es esta mujer que
es capaz de ver cosas como estas?
-¿Y qué me dices de esta timidez?
-También fuiste un poeta atormentado en una de tus vidas
pasadas. Se suicidó. Llevó una vida triste. Era un
incomprendido. Asesinó a una chica cuarenta años menor
que él. No soportó el abandono luego de un año de vivir una
tormentosa relación. El murió en la cárcel ahorcado con una
correa. Ella recibió diez puñaladas, mientras dormía en uno
de esos encuentros fortuitos en los que los cuerpos se
encuentran y olvidan sus penas y sus diferencias y
complementan sus necesidades. Pero el no pudo soportar
que después ella regresara al otro mundo en la que el ya no
podía estar. Que otros pudieran contemplar la belleza que
pensó siempre estaría reservado para sus ojos.
-No me gusta confesarme-dijo entre cortado.- No he
asesinado a nadie, pero viví una situación casi similar a la de
este poeta.
-¡Siiií, cuéntame!
-¡No, ni loco! Eres tú la que debes contarme. Es sobre ti que
escribiré.
-¡Diablillo tienes tus cuentos! Pero sabes yo sé más de ti que
tú mismo. Te voy a confesar mi verdadera identidad. Soy
gitana. Es decir venezolana pero de padres extranjeros.
Gitanos. Fuimos empujados a venir a Venezuela. Leo las
cartas. El tarot. Conozco a través de María lo que hay de tu
pasado. No esté sino inclusive siglos atrás. Solo eres un 12
cuerpo, una materia. Tantas identidades te confunden.
Tienes tanta fuerza espiritual que supe que me querías, que
te molestaba que otros pudieran hablar conmigo antes que
tu.
-Okey, gitanilla. Dejemos esto así. No quiero que me llenes
de preocupaciones con vidas pasadas. Bastante tengo con la
que llevo ahora. Nunca me gustado esas cosas misteriosas.
-Te equivocas si crees que soy una bruja. No, no es así, no
soy una bruja. Tengo poderes especiales. Veo cosas de las
personas. Es más no soy yo, es otro espíritu el que ve y me
cuenta.
Ahora ya no eran las piernas las que le fustigaban. Ahora
tenía miedo. Eran sus pensamientos. Un suspenso nacía
nuevamente. Haber conocido a esta mujer se volvía un
problema hasta para sus creencias. Era una sensación de
pesadez. Su mente se volvió espesa. Las ideas no coordinan
claramente. Sin embargo, una especie curiosidad se volvió
en sí misma una manera de afrontar la realidad.
-Anota mi teléfono-Dijo-. No creas que te vas a escapar de
mí. Tu será la horma de mi zapato.
Y como si recibiera una orden lo anoto y dio el suyo. Sintió
que estaba por comenzar una aventura extraña, pero
también entendió que según sus lecciones de yoga la
persona que llega es la persona correcta.
-Ya verás lo importante que será nuestra conexión.
Comprenderás poco a poco como tú y yo nos ayudaremos.
Tu crecerás conmigo y yo contigo-Insistió ella- mientras él
buscaba en su mente las razones espirituales que de ahora
en adelante le unirían a esa mujer. “Lo que sucede es la
única cosa que tenía que haber sucedido”. Era una gran
verdad. ¿Por qué se empeñó tanto en conocerla?
-Tarde o temprano tú yo nos conoceríamos. Tú vendrías a mí
o yo iría a ti. Este fue el momento correcto.
Es verdad, su viaje a esta reunión estuvo plagado de
fuerzas opositoras que casi le hacen desistir de su asistencia
al evento. Por eso se preparó con todas su fuerzas para
estar allí. Y producto de esta iniciativa es que todo esto ha
comenzado.
Un bululú se formó alrededor de la entrada de la sala
donde se llevaba a cabo la reunión de los escritores. Se
dieron las manos, como si no se volverían a ver nuevamente
durante el día. Y sin embargo estarían dos días más
viéndose en el hotel donde los alojaban y en este recinto
donde se reunirían nuevamente. 13
Ella entró a la sala. El esperó diez minutos afuera
mientras inhalaba un cigarrillo pensativo. Nuevamente los
perros y las vacas le atrajeron su atención. Esta vez, las
vacas insistían en cruzar la calle prohibida. Los perros,
entrenados por sí mismos, casi que abrían sus patas para
azuzarlas a que volvieran a su corral y se dieran cuenta del
peligro que corrían, por un sitio donde constantemente
transitaban vehículos.
Tiró el cigarrillo, volvió a tomarse un vaso de agua y
entro con el vaso en la mano. Mientras iba camino a su
asiento giratorio al extremo sur de la sala, en diagonal hacia
donde ella estaba sentada, tenía que pasar obligatoriamente
por donde ella estaba la orilla extrema, estaba de primerita.
Haciendo esfuerzo para ver y escuchar lo que la moderadora
decía,, caminaba lentamente. Entonces sintió que ella puso
su mano izquierda, sobre su muslo derecho. Por supuesto
que esto lo sorprendió. Se imagino tantas cosas que después
se arrepintió de aquellos pensamientos tan morbosos.
-Nunca más te volverá a doler. Te lo aseguro- Fue lo
que creyó oír. Solo atinó a decir –Gracias- Como si fuese un
creyente de las cosas que aquella mujer, que se decía
gitana, le comenzaba a confesar con sus acciones. Primeros
con sus historias y ahora con tocamientos. Bueno, se dijo. Si
esto servirá para mi evolución, un tanto mejor. Dejaré que
esto avance. ¿Hasta dónde? No sé. Seguramente mi vida
seguirá adelante enriqueciéndose con esta experiencia.
-Seguro que sí amigo. No te quede la menor duda- Estaba
seguro que eso fue lo que oyó.
Pero sus labios no se movieron. Solo su sonrisa se
hizo más picarona que de costumbre como si entendiera lo
que él estaba pensando.
Definitivamente esta mujer me cautivará con sus
cosas. Me arriesgaré. Seguramente en esta mujer encontraré
las cosas espirituales que me sacaran de este mundo del
silencio en la que me abato constantemente. Ella será la que
me inspire para expresarme libremente lo que no he podido
decirle al mundo en voz alta. Que soy un hombre, que existo
y estoy aquí.

14
La nieve se volvió la muerte.

Era de noche. Por aquí estaba nevando. ¡Imagínense!


En estas tierras, llano puro, sol ardiente y los copos caían. La
gente rezaba a Dios por el milagro, la antigua iglesia de la
adoración de San Miguel Arcángel comenzó a agitar su
campanario. Ellos agradecían a Dios bendito esta gran
ilusión. A medida que subía la noche, eran como las 7, la
nieve aumentaba. Ya los vehículos patinaban y la gente
gozaba un puyero. Ella absorta en el banco, pensaba que
su ciudad no parecía pertenecer a ninguna. Vio el dolor
como pasaba enfrente de ella. Eran como pétalos con
espinas que volaban libremente, ella las absorbió todas. Y
volvió a su escondite. Se encerró en sí misma. Y no le
importó pasar las horas ni la lluvia ni el sol.
El alcalde convocó a unos músicos y montaron la
retreta. Apenas era miércoles. Como un día atravesado.
Llegaron también los zanquistas y come candelas. Era
jolgorio por todas partes. Un raspadero tuvo la ocurrencia y
se trajo su máquina con bicicleta y todo para vender
raspados. Una señora trajo cinco termos de café y chocolate.
Uhhh, todo el mundo tenía ganas de tomar chocolate. Era
15
como una misa de gallos. Los más sifrinos traían hasta
esquíes, otros más osados traían unas tablas tipo patineta y
se deslizaban. En verdad la nieve era distinta a como
estábamos acostumbrado a verla en la televisión. Esta era
dura. Hasta patines de hielo habían entre tanta gente, en los
alrededores de la plaza ya no cabía un alma, es que era una
caída torrencial. Había empezado a llover como a las 3 de la
tarde, pero fue como a las 6 que la nieve comenzó a caer y
entonces la gente se detuvo a ver a otros. Y así hasta que
esto se volvió una multitud. Casi no se podía caminar entre
tanto bullicio. El suceso extraordinario de la ciudad, se había
convertido en una feria de café, y distintos tipos de alimentos.
Dulces y vendedores de chucherías se habían instalado en
los alrededores de la plaza. Más allá no había nieve. Solo
alrededor de la plaza. Por eso es que la gente que pasaba
por allí se quedaba. Era insólito, increíble lo que estaba
sucediendo. Un altercado se formó al extremo sur, es decir
hacia el kiosco de periódicos del Señor Navas.
Ella tenía más de una hora con su paraguas viéndolo
todo. Había permanecido quieta sentada en uno de los
bancos ubicados al extremo norte de la plaza, cerca de
donde está el banco y la farmacia. Nada había alterado su
rabia y su estado de ánimo. La traición de su novio, la había
dejado en shock. Estaba claro que el no vendría como se
habían acordado. Mientras tanto, la gente pasaba alrededor
de ella y ella ni pendiente. El habría huido seguramente para
florida. Esa gringa jugadora de beisbol, se lo había llevado.
Es que ella vio cuando aquella le pidió su autógrafo a su
novio que era el coach de primera base del equipo
venezolano de beisbol en este mundial. Ella le dio su teléfono
y le plantó un largo beso, que hasta la oreja derecha de él,
se estremeció.
Ella corría hacia primera cuando recibió un pelotazo,
por eso vio todo. Desde ese amargo segundo inning, que
representó para la suerte del equipo el juego más duro y
batallado, se jugaba la dignidad de un país frente a un equipo
que en el imaginario colectivo representaba nada más y nada
menos que el símbolo del imperialismo, ella sintió que algo
entre ellos empezaba a surgir. No era normal que esto
sucediera, más cuando había la barrera del idioma. Sin
embargo, a él le brillaban los ojos, y ella se puso roja, era
como si quedara al descubierto ante más de 12mil fanáticos
viéndolos en su acción traidora. A lo mejor para los
comentaristas de televisión, era una escena más de amistad 16
entre dos pueblos. Para esta chica era solo un robo.
Por eso, después que regresó a su ciudad natal,
siempre se sentaba en este banco de la plaza a recordar las
mejores escenas vividas en el mundial. Pero una de ellas,
siempre terminaba con aquellos dos. Por eso, se aislaba de
la realidad. Viajaba por el mundo. Pero en esta ocasión ya
no quería regresar. Por eso, nevaba tan copiosamente. Nada
interrumpía su imaginación. Su concentración era tan
profunda, que la nieve ya tapaba la gente. Ahora todo el
mundo rezaba para que cesara. Un milagro era la única
oportunidad que tenían todas esas personas que solo
asomaban la cabeza para pedir auxilio.
Ella sin interrumpir su sueño de estar en la nieve en
algún país de Europa, se alejó de la plaza. A sus oídos no
llegan los gritos de auxilio. Ella volteo para despedirse de la
plaza, la vio desolada. Le pareció que sus colores eran
tristes. Vio que ya algunos indigentes se recogían,
preparaban sus cartones y papeles para cobijarse del frio
que ya anunciaba pronto una navidad.
Mientras tanto, la nieve aumentaba, ya no se oían
gritos. Un silencio extraño irradiaba el ambiente musical de
las cuatro esquinas. Un helicóptero ilumina a Simón Bolívar,
que apenas sobrevive con su espada desenvainada. Un taxi
se detuvo. Subió a él y se despidió con una lágrima sincera
por los hermosos recuerdos vividos en aquel banco. Volvió a
recordar todas las tardes cuando el pasaba a buscarla para
ir a las prácticas de beisbol, no sin antes, pasar por el
famoso negocio donde vendían una famosa chicha y la
saboreaban con un solo pitillo. Sonrió, miró en derredor y
había una paz en toda la plaza. Se juró persignándose, que
jamás volvería al banco a llorar su desolación, se fue
buscando un nuevo destino y un nuevo partido de beisbol en
donde las reglas fuesen mucho más claras y la traición no
formara parte de ella.

17
El soldado que nunca dejó el cuartel.
¡Presente! Fue lo que atinó a decir mientras un tiro subía
desde abajo hacia arriba, buscando la carne y el hueso para
atravesar el destino y seguir a la inmensidad del cielo, como si
volara en una tarde mágica del cuartel. Recordó que aquel fusil
que caía imprevistamente al suelo del patio general del cuartel, lo
había inventado Avtomat Kaláshnikova.
¡Ay mi madre! Atenuó a decir inmediatamente que el
fuego candente le penetró en el pecho, quemándole al mismo
tiempo la espalda y ahogándole, dejándole sin habla. Apenas el
pensamiento efímero, como si fuera un rollo de película cruzó su
mente, y convertida en escenas, la vida se le apareció, como si
fuera ayer.
Un, dos, tres, un, dos, tres. Al hombro, ¡Arm! Descansen,
¡Arm! Y allí estaba. Regresando al cuartel después de un breve
descanso de apenas doce horas. Se había incorporado a la milicia,
30 años después de haber pagado el servicio militar. No era que
estaba aburrido de vivir y corretear con sus nietos, era una
necesidad más bien de volver a tocar las armas, con las que el
presidente siempre decía que era el alma de la patria. Por eso
estaba nuevamente en el patio del cuartel. A muchos conocía y
eso resulto agradable. Era la camaradería de aquellos viejos
tiempos, una vez más era evocar la juventud sin rumbo que en el 18
cuartel encontraba la sabiduría, la disciplina y el castigo adecuado
para convertirse en un hombre de bien. Ahora, su presencia allí, no
era para enderezar un palo torcido, no, era más bien una
necesidad de poder pagarle a la patria los favores recibidos que le
habían convertido en un hombre de lleno de felicidad.
Estando parado allí, mirando por encima del hombro, en
lontananza, el remordimiento le mordió la conciencia, al recordar a
su esposa, quien le rogó que no se fuera, que si estaba loco, que
él no era de esos, que se dedicara más bien a cuidar los perros y a
sembrar hortalizas. Pues no, eso era lo que no quería. Sentía que
su patria le necesitaba, los acontecimientos fronterizos con
narcotraficantes y bandoleros de poca monta y que guerrilleros de
la paz, perturbaban la tranquilidad del país que ahora vivía en
zozobra, por una rebelión pagada en el exterior. Entonces, fue
cuando supo que podía contribuir luchando por ella, no sembrando
hortalizas. Defendiéndola, porque la patria es una mujer que nunca
se olvida.
Pero allí estaba, tirado en una camilla. Oyendo voces,
gritos, sonidos de ambulancias. No sabía porque decían – ¡Está
vivo, vive aún! Menos mal que no era con él. A lo mejor era que
estaba en una etapa de entrenamiento de rescate y auxilio de
heridos en combate. A menudo participaba este tipo de
entrenamientos. Varias veces le tocó hacer el papel del herido, con
vendajes en brazos, piernas y cabeza. Cuando le tocaba hacer
este papel se imaginaba siempre su experiencia en el teatro de
cuando tenía 14 años y la profesora de castellano gritaba -
¡Fernando, la cuarta pared! ¡Concéntrate muchacho, concéntrate,
se orgánico!- Y entonces se dejaba llevar por el personaje. De
verdad sentía que era él. Hablaba como aquel personaje, miraba,
sonreía, hasta que la profesora irrumpía en llanto y decía -Pero
hasta cuando Fernando te dejas llevar por el personaje- Tienes
que dominarlo, sujetarlo, imponerte.
Es verdad, cuando representas un rol en el teatro eso es lo
que hay que hacer. Pero, algo extraño le sucede. No puede mover
nada. Siente que mira los demás como si estuviera por encima de
ellos, como una nube que se posa en un sitio y desde allí calcula
todo lo que le es posible ver.
Intentaba gritar pero nada. Ya no escuchaba esos gritos
molestos que se suceden en toda emergencia cuando se
encuentran heridos o fallecidos, el coro de llantos es insoportable,
las letanías hipócritas te llenan de rabia. Por eso casi no le
gustaba asistir a un hospital público y menos a una emergencia.
Fue entonces cuando se pudo tocar el pecho luego de un
esfuerzo sobrehumano, en la que sintió que volvía a la vida y
provocó un revuelo entre los doctores y las enfermeras. Sintió que
se abalanzaban sobre él. Pero no pudo detenerlos y preguntarles
por lo que hacían. Solo sintió que un hombre vestido de blanco con
dos especies de planchitas redondas le quemaba el pecho
repetidamente y gritaba desaforado con rabia contenida –Vuelve,
19
vuelve, vuelve- pero nada sucedió. Tuvieron que arrancarlo de su
cuerpo, y a este hombre vestido de blanco le brotaron dos
lágrimas, sus compañeros le palmearon en la espalda y él se
retiró cabizbajo, como si esta escena se le repitiera muchas
veces..
Inmediatamente un hombre de bata blanca, pero que
parecía más un carnicero, debido a que su bata estaba toda llena
de sangre, tomó la camilla de aquel pobre hombre y la arrastró por
todo el hospital hasta que llegó a un sitio frio, gris, de poca luz y
donde habían unas cavas que parecía gaveteros de una oficina,
pero no, eran cavas congeladoras de cadáveres.
Allí fue cuando abrí los ojos y me di cuenta que era yo al
que pretendían encerrar porque creían que estaba loco. Así que
abrí la cava, y llame al hombre que yacía inerte, frio, blanco, con el
rictus mortis en la cara y el pecho. Este se levantó y salió sin ni
quisiera darme las gracias. Algo raro sucedía en mí. Era como si
ya no existiera. Le seguí, nada. Desapareció. Entonces me acordé
que hoy tenía guardia. Si no llegaba a tiempo me darían plantón.
Y aquí estoy en el aire, en el patio del cuartel, cayendo en
cámara lenta, mientras el disparo del fusil del Kalasnikot de mi
compañero, avanza trepitósamente sobre mi pecho, sin que yo
pudiera hacer nada, solo cantar el himno, porque eso era lo que
estábamos haciendo en ese momento, cuando el correaje se soltó
y activó el gatillo enredado en el nerviosismo del viejo
comandante que sin culpa trabaja de atajar el fusil sin darse
cuenta que al jalar el correaje apretaba el gatillo que segó mi vida.
Pero allí otra vez estaba yo. Cantando mi himno porque jamás, ni
siguiera muerto, dejaría de cantarlo, y por si así fuera, me
consideraría un traidor.

20
La entrevista final.
Se habían citado en el museo para conversar. Hacia
como tres meses que no se hablaban. El por estar de viaje
ocupado en sus estudios de postgrado y ella, porque desde
la última conversación, un sabor amargo aun corroía su
garganta. Apenas habían abierto las puertas gigantescas de
aquella vieja construcción del siglo XVIII, que en sus días
más esplendorosos había sido un convento y luego un
hospital. Entró, saludó amablemente al portero o a ese viejo
guardián, que era muy receloso con los visitantes. Le
estrechó su mano con mucha cordialidad, porque lo conocía
desde niño. En un tiempo fue el guía de los alumnos de la
escuelita que estaba como a dos cuadradas en el mismo
lugar que hoy en día yace un edifico de 20 pisos. Sólo cuatro
meses bastaron para que la ciudad cambiara la historia por el
progreso.
-Aquí estas-dijo ella pavoneándose y dirigiéndose por los
viejos pasillos, al lugar acordado para la reunión.
-Hola-dijo él sin levantar la mirada. Sin embargo, la siguió y
la recordó como en los viejos tiempos. Esperó que se alejara
un tiempo al sitio acordado. Después emprendió su caminata 21
lentamente, pensando cómo se arreglaría aquel asunto.
Ella estaba sentada en el banquito frente al cuadro
expresionista El grito de Edvard Munch.
-¿Recuerdas cuando discutíamos el significado de este
cuadro?-lo dijo para romper el hielo.
-Eso está claro ¿No?
-Aún hay mucha tela que cortar-Dijo sin mucha ganas.
-La nuestra está por empezar su corte.
-Estas tensas hoy-Ella se mostraba fría, como si nada
hubiese pasado entre ellos.
-Tuve que callar tanto tiempo.
-Lo sé-Dijo, muy seguro de si mismo.
-Ustedes, todo lo saben. Pero no toman parte del silencio-Se
levantó y se acercó más al cuadro-Este cuerpo delirante que
grita me representa.
-No exageres. Fue un mal entendido.
-La carta estaba clara.
-Fue un error. Te envié una nota.
-Muy tarde. Me enteré por tu propio error-Buscó en su bolso
y se la mostró. Siguió escarbando y encontró la nota
también.
-Cómo pudiste-Continuó y una lágrima brotó de manera
sincera. Él le entrego un pañuelo y ella lo rechazó.
-No gracias. Tengo mis propios pañitos de lágrimas-
Estornudó, se limpió y vio que había manchado el pañuelo
con su polvo. Extrajo de su bolso una polvera y muy
femenina, con carácter, se empolvaba nuevamente para
subsanar el descolorido que se había hecho con el pañuelo.
-Era un juego. Entre adultos. Un error lo tiene cualquiera.
-Sí, es verdad, pero aun sigues enviando esas cartas.
-La que tú me escribiste, me mató. Me dejó sin aliento. Me
secó el corazón.
-Te lo merecías por haberme engañado-Mira, tengo más- Y
extrajo otras.
-¿Cómo?-Nunca se imagino que lo traicionarían así.
-Sí, ella no te ama. Juega contigo. Me envía tus cartas.
Ahora dirás que te equivocaste nuevamente.
Un balde de agua fría representaban esas cartas en
poder de Marta. Ahora entendía su valentía. En sus manos
tenia las cartas de este juego. Y él que venía a recomponer
el asunto. Pues hacia como dos meses que había roto con la
destinataria de aquellos escritos. Amaba a Marta y quería
enmendar su error. Pero Marta estaba ciega. No quería 22
escuchar nada. Solo quería gritar como el personaje del
cuadro. Por eso eligió ese sitio para la entrevista final.
-He descubierto tu juego. Eres un sucio, un pervertido.
Jamás pensé que el amor de mi vida, con el que crecí, al que
amé durante todo tiempo me traicionaría de esa manera.
Era la puñalada que le faltaba y la estaba recibiendo
certera. Tal era el convencimiento de Marta, que se
expresaba como una desquiciada. Le tiró las cartas y le
abofeteó con fuerza que las gafas de este volaron y los
cristales se zafaron rodando por el piso hasta detenerse en
un rincón. El vio cuando ella levantó la mano, pudo detenerla,
pero pensó que a lo mejor ella se arrepentiría como otras
veces. Pero, no. Dio media vuelta y se alejo.
-Hasta nunca-Gritó.
Luego de encontrado los cristales, armó sus gafas. Se
sentó frente al cuadro de Munch y grito:
-¿Por qué? ¿Por qué?
Se dio cuenta de su situación. Camino rápidamente para que
nadie le preguntara nada. Llegó al pórtico de la entrada. Y
dos lágrimas comenzaron a brotarle. Entonces buscó su
pañuelo y se secó. Viró a la derecha y se alejó tal como
había venido.
La corredora.
Inició la carrera como lo hace la leona cuando
persigue su presa. Con destreza brincó las bardas de las
veredas que se interponían entre ella y quienes intentaban
capturarla. ¿Capturarla? Si, capturarla, porque si te
persiguen, con saña, con rabia, con desprecio, con odio, no
es para nada bueno.
Una y otra vez. Escaleras, subir y bajar, algunas
puertas desvencijadas se abren como si compartieran su
angustia de verse atrapada. Los pies ya no los siente. Parece
volar en medio de piedras y ladrillos caídos de un viejo
edificio que pronto seguramente sería derruido para construir
un gran centro comercial, en el cual resultaría infructuoso
escapar de una situación igual, no porque ella no tuviera la
fuerza suficiente para aguantar la carrera y el pulmón
necesario para soportar la fatiga y el cansancio, no, es que
en estos centros comerciales hay muchos vigilantes y ver
correr a una persona en medio de una multitud sería algo
grotesco y predecible.
Apenas le da tiempo para mirar hacia atrás y sentir
como las zancadas de los otros se estrellan fuertemente 23
contra el piso, las latas vuelan de rabia, pateadas con toda la
furia y el aliento se acerca peligrosamente, como si fueran
cuchillas que se perfilan de arriba hacia abajo, como
intentando rasgarle la piel. Su temor aumenta. Sus piernas
comienzan a sentir calambres, es que lleva más de 1 hora y
30 minutos en esta carrera. Finalmente siente que va
desfallecer, sus brazos se extienden como si llegara a una
meta. Ya están cerca, muy cerca. El sudor de los otros se
siente, es un olor fuerte que estremece el estomago, la sed
aumenta, la lengua reseca se relame a sí misma, casi que se
ahoga. Ya se le nubla la mente, el sudor que baja de su
frente le quema las retinas.
La gente se asoma y aplaude en con complicidad con
los otros. Les animan a que la alcancen. Definitivamente
están a favor de aquellos que la persiguen. No hay
compasión en las miradas de los transeúntes, los niños, los
adolescentes, todos conspiran contra ella, es una racha que
le persigue desde hace ya una hora cuando comenzó a tener
la seguridad vencerles y escapárseles al mismo tiempo.
¿Pero será que no pararan? La espalda comienza dolerle.
Pero aun así cree poder escapárseles. Ya está a punto de
desfallecer y siente que tiene que resistir. Los otros
comienzan a sufrir también un poco de desfallecimiento, se
les escucha la respiración por la boca. Cómo se les voltean
los ojos del agotamiento, pero ese brillo de perseguidores no
se les quita. Se escuchan aplausos y gritos como si fuera
una carrera de caballo. Ellos están cerca, muy cerca,
extienden los brazos como si quieran alcanzarla, pero ella los
extiende más, levanta las zancadas como si fuera una
corredora rusa, tocan una campana como si fuera una forma
de fastidiar y alertar a los otros que no queda mucho tiempo,
que tienen que alcanzarme ahora o nunca, que no tendrán
otra oportunidad de escapar, ¿Ellos? No se dé quien, y yo de
ellos. Pero aquí voy, como el viejo corredor cubano conocido
como el caballo, el viejo Juan Torena, y comienzo a imitarlo,
lanzando mis zancadas de caballo pura sangre, con
elegancia, sé que puedo escarparme de estos bastarnos que
quieren quitarme de las manos y de mi pecho la medalla de
oro que me tocará a mí y a mi país si gano esta carrera de
ochocientos metros. Abro los brazos, extiendo mi pecho.
Todo el mundo se asombra, se levanta de las butacas, gritan
fuertemente los nombres de los otros, pero no, aquí voy,
como la leona que persigue su presa para alimentar a sus
cachorros, que son todo el pueblo que represento y que 24
espera con ansia esta medalla, con la que haré que se
escuche mi himno para que retumben en el mundo el nombre
de mi país.
Voy, voy, voy, aunque me muera en la meta. Voy, sé
que voy a llegar, no duele, no duele, me digo como aquel
boxeador que alcanzó la gloria a fuerza de golpes, son solo
diez metros los que me separan de la llegada, pueden
codearme, insultarme, gritarme todo lo que quieran. Pero no
me ganarán, no, no y no.
“Aquel bendito mes de febrero de 1992”
Crónica
En verdad la situación económica nos tenía
agobiados. Lugar común, dirán, nada nuevo, tal vez. Pero
había que estar allí en esos tiempos para saberlo. A mis 50
años, tenía en pleno apogeo una bodega en el cerro que se
salvó del saqueo porque todos en el barrio sabían que don
Leo, estaba armado hasta los dientes, que todos mis hijos,
tres varones y una hembra, el mayor de 18 y la menor de 15,
disparaban muy bien y con cierta puntería infalible, las
escopetas de cañón recortado que mostrábamos con orgullo
en la estantería interior del negocio protegido con barrotes de
2 pulgadas, pintadas multicolor como si fuera una obra
cromática de Carlos Cruz Diez, muy de moda en París por
estos años.
Don Leo, de Leonardo Montilla, de Falcón, de las
sierras, con padres venidos de Carora, seguramente
pensaran y -cabezón- si y cabezón, no faltaba más, y me
decían pelo e gallina por mi pollina, cuando me vine a la
ciudad de Caracas, al Valle, con mi mujer por supuesto,
Estefanía Falcón, sí, como la esposa de Zamora. ¡Qué vaina!
La historia la llevo a rastras. Ya tenía a dos de los varones. 25
Estefanía era maestra, sin título, por eso, la traje a Caracas,
para que estudiara. Yo había hecho una negociación con un
local que era un rancho de madera y que la había venido
trabajando hasta convertirla en una casa de bloques rojos de
dos plantas, por supuesto la planta de arriba con asbesto,
estaba de moda. Se veía linda a la orilla del cerro, pero con
columnas muy bien reforzada, nunca se caería, era una obra
de ingenio popular, el albañil me la garantizó de por vida. A
bajo entonces, donde iba la bodega, había un espacio de 10
por 12 metros cuadrados. Me pareció adecuado.
Cuando llegamos a la casa nueva, dos compadres me
acompañaron y en el trayecto compramos mercancía. Asi
que ese mismo días mudamos todos y la mercancía también.
En la noche rezamos y celebramos el cumpleaños número
36 de mi mujer. En verdad nos habíamos casado muy
jóvenes. Yo reporteaba para un periodiquito Caroreño, muy
querido por cierto dada la gran participación de ilustres
personajes de la época. No soy periodista, solo escribía en
una Olivetti, crónicas de ciudades que visitaba, vendiendo en
mi camioneta Willys 1962. Era turco pues, sin ser de ese
país. Era la herencia de mis padres. Quincalleros
ambulantes, que hacían feliz a los pueblerinos, llevando lo
más novedoso del ingenio de la humanidad, a buen precio y
cómodas cuotas. Sin embargo, entorno mío, las cosas eran
muy distintas. A mí me podía estar hiendo bien, pero…
La profunda crisis económica y fiscal que venía
padeciendo Venezuela, hacia que las cosas se pusieran
cada día más difíciles para la gente, sobre todo aquellos que
vivían en el cerro y dejaban sus vidas en las escalinatas y
las paradas, después de andar de aquí para allá y allá para
acá, buscando el empleo que no había y que no existía para
los que vivían en el cerro, bajo la sospecha de ser lo que
todos ya suponían que eran. Porque, que mas podía ser un
negro o una mujer venida de esos cerros. No solamente
gentes pobres, sino excluidos, porque ellos supuestamente
habían decidido alejarse de la abundancia.
Porque ellos escogieron el camino de la mala vida, la
delincuencia, la prostitución y las drogas. El delito era su ley.
Por eso llevaban plomo parejo a cada protesta. No se
merecían nada. Ni la atención del gobierno de turno. No eran
nada. Eran seres venidos de otras partes. No pertenecían a
la capital. Pero eran necesarios para atender la casa de los
que si podían vivir la vida cómoda de la ciudad. Los que por
derecho habían nacido allí por generaciones o si venían de 26
otras partes, no venían para ir al cerro y guindarse en este
como si fueran uvas colgando de un mazo o un racimo. Pero
también eran necesarios para animar campañas, servir de
imagen de candidatos sin recibir nada a cambio, sólo
promesas incumplidas cada cinco años.
Fue entonces cuando entramos al primer mundo. El
presidente Pérez anunció con bombos y platillos la liberación
de la economía. Todo el mundo elogiaba al presidente que
había sido condecorado como doctor Summa cum lauden por
la Universidad de Harvard, por fin saldríamos de aquel
atolladero a donde nos había llevado el presidente Herrera
con el viernes negro del 83 y Lusinchi con el nudo gordiano
que nadie supo ni cuando fue amarrado ni como nos
amarraron con ese bendito nudo.
Las arcas de la nación estaban vacías, sin embargo el
apoteósico acto en el teatro Teresa Carreño, parecía indicar
todo lo contrario, la abundancia de especies y atención a
personalidades del mundo indicaba todo lo contrario. Una
calma soterrada estaba allanando el camino de una
desgracia que el pueblo se había dado. Caldera ya lo había
dicho, los pueblos no se equivocan. Pero esta vez, parecía
que todo estaba haciéndose al revés. Los Iesaboys
alardeaban de sus medidas. Pero nadie las entendía. O por
lo menos nadie comprendía aún que había pasado con las
prestaciones sociales, ni si los carnavales del año 89 serían
tan animados como en el 88.
Todos escuchamos su mensaje. El protocolo se
esmeró en mostrarnos la república bananera que merecía la
atención del mundo. En su discurso Pérez mostró cierto
camino que determinarían la forma de como Venezuela
saldría de la crisis. Le dijo a los mandatarios visitantes, más
que a su pueblo, que él le daría “una importancia especial a
las relaciones interamericanas e internacionales como parte
de la estrategia para la construcción de una salida de la crisis
económica y fiscal que padecía el país”. ¿A quién le hablaba
Pérez? Habría reformas, expresó. Reformas políticas. Claro
el bipartidismo ya había agotado a la vetusta democracia que
impedía que una gran cantidad de excluidos no pudieran
votar. Era raro escuchar que un presidente haría reformas
políticas. ¿Reformas que favorecían a quien? El
escepticismo no se hizo esperar, ni los notables tuvieron
suerte en su incansable pensar para el país. Entonces vino
lo que todos sabían que vendría, pero guardaban esperanzas
de que Pérez no se atrevería, sobre todo porque había
obtenido apoyo popular para volver al poder. 27
Vino el paquete. El mismo que “en muchos aspectos
contrariaba el discurso de toma de posesión y las promesas
electorales”, provino del nuevo rey del populismo
suramericano. Lo demás era de esperarse. Tarde o temprano
el pueblo caería en cuenta que había sido engañado. Pero
una vez más intentaba hacerlo. 490 años atrás, ya lo habían
hecho los españoles. Espejitos por preciosas perlas y
bisutería de oros hechas a manos que adornaban los
hermosos cuellos y muñecas del pueblo originario. Esta vez,
prometió el aumento de sueldo de los trabajadores de la
administración pública y el salario mínimo, asi mismo
subsidios directos a ciertos alimentos de la cesta básica,
becas alimentarias, atender la lactancia infantil y preescolar,
combatir las enfermedades diarreicas y prevenir
enfermedades por vacunas. Ósea todo lo que era obligación
del estado estaba siendo ofrecido como una promesa que los
Iesaboys pensaban que mejoraría la calidad de vida de la
gente que vivía en pobreza crítica.
El pueblo castigó al gobierno de Pérez. Dada la difícil
situación social y política de estos años, sin lugar a dudas
que esto tuvo un efecto importante en los resultados de los
comicios del 89 para gobernadores y del 92 para alcaldes. El
pueblo sin lugar a dudas cobraba la traición con estos
resultados. Siendo asi, el pueblo ya mostraba su conciencia y
la lucidez necesaria para entender la economía del país y el
lenguaje neoliberal de entonces.
Acción democrática fue despojada electoralmente de
9 gobernaciones de las 22 que eran contraladas por el
partido blanco en el 89, y en el 92, 14 de las 22. Esto
indicaba que el pueblo estaba realmente consciente de su
futuro y que este dependía del nivel de organización de las
fuerzas populares de izquierdas y democráticas.
Asi como les cuento es que yo viví la historia.
Habiendo nacido en 1939, y ahora con 72 años, la historia se
me cruza por mi mente como si fuera ayer. La bodega ya no
existe. El hampa se desató. Los vecinos cambiaron y me
denunciaron de poseer las armas para la defensa de mi
negocio. De repente yo no era el amigo del fiaos. Todos me
debían. Pero igual yo les seguía fiando. Total ya tenía mi
platica guardada en el banco y por lo menos podría
asegurarles los estudios a mis hijos. En verdad ya estaba
construyendo una casa en una zona residencial cercana al
este de Caracas. Digamos no en el este, pero mucho más
respetada que el cerro. El cerro se había vuelto inhóspito. Ya
me era rara la atmosfera, la gente andaba protestando por 28
todo. Se escuchaba como maldecían la mala suerte que les
perseguía. Yo era pobre, había llegado allí incluso antes de
que muchos de ellos se radicaran. Era compadre de medio
mundo. Mis ahijados venían y hacían cola para pedirme la
merienda. Pero el trabajo honesto y hacendoso me permitió
echar adelante a mi negocio y a mi familia.
Miren, el hombre no era tan malo. Lo obligaron sabe.
A todos los han obligado. No ha habido un presidente
después de Rómulo Gallegos que se rebele. Ah, mi general
Medina, también intentaron obligarlo. Pero él no se dejó y ahí
está. No lo pueden acusar de corrupto. El Fondo Monetario
Internacional estaba detrás. Adelante la tristeza de los
pueblos. No era Venezuela nada más. No señor. Revisen la
prensa. Toda América latina estaba arrodillada, jodida.
¿Sabe una cosa? Los encapuchados de la UCV eran amigos
míos. A vaina que sí. Se acuerdan del Movimiento 80, eran
muchachos de izquierda, bueno decían ellos, decían que
estaban apoyados por el rector y que eran miembros de la
Liga.
Me gustaba la conversa. Yo nunca había ido a la
universidad, si acaso había llegado a bachiller y escrito
algunas crónicas para aquel periódico que les conté de
Carora. Pero hablar con los muchachos me entusiasmaba;
aunque su radicalidad me daba mucho miedo, no por mí que
ya había vivido bastante si no por el dolor que estos les
causarían a sus madres si sus acciones llegaban incluso al
enfrentamiento con la despiadada policía metropolitana. Las
calles de Caracas se calentarían empezando por la plaza las
Tres Gracias. Apenas comenzaban las clases en la UCV, era
enero de 1989. Los muchachos me contaban todo. A veces
nos bebíamos unas cubas libres gracias a la mata de limón
que había detrás en el patio de la bodega. Mientras más
brindábamos más sabia yo de sus andanzas y lo que ocurría
allá bajo. Pero ese día decidí bajar a comprar mercancía.
Cerré el negocio. Los muchachos se ofrecieron cuidarlo de
los malandros si esa noche les brindaba dos botellas de
cacique, asi lo concertamos y acordamos vernos en la noche.
Las cosas no se anunciaban bien. Los jiseteros advertían de
un aumento del pasaje. Esto molestaba a mucha gente. En
verdad el dinero no alcanzaba para cubrir repentinos gastos.
Se volatizaba. Los estudiantes de media salían a las calles a
protestar. Aunque muchos padres recriminaban estos hechos
violentos, ellos creían hacer lo correcto, ya que los mayores
no actuaban. El presidente Pérez anuncia que habrá
aumento de la gasolina. 29
Yo estaba cerca de la Universidad Central. Había
estacionado mi camioneta Ford 80, en un estacionamiento
cercano. Sabía que los muchachos preparaban algo. La
noche anterior me habían comentado de su reunión con un
dirigente del transporte. La protesta iba a ser grande. Muy
grande. El aumento de combustible les había dado el
pretexto que esperaban y el gobierno se las había servido en
bandeja de plata. Esta era una protesta más me dije. La
Metropolitana acabará con ellos como lo han hecho otras
veces. La verdad, pensaba yo. Asi no saldríamos nuca hacia
adelante. El país necesitaba paz, para su desarrollo, pero
también necesita justicia para calmar la sed de venganza y
odio acumulado de la gente. Cuando crucé la acera que me
llevaría al hospital Universitario, para atravesar la ciudad
universitaria y visitar a uno de mis hijos que estaba
estudiando medicina, me llamó la atención un titular de un
periódico que estaba enrollado en una papelera cerca de la
entrada que conduce a los sótanos del Hospital.
Era Radamés Larrazábal, este había sido diputado al
Congreso de la República y destacado luchador social,
indicaba la nota que este líder social había sido ferviente
luchador en contra de la dictadura del general Marcos Pérez
Jiménez y un revolucionario a carta cabal a favor de la
justicia y la libertad. El anunciaba en este periódico las
condiciones dadas para un detonante social. Era la tesis de
los muchachos. Las condiciones dadas, las condiciones
objetivas, repetían una y otra vez. Y allí estaba el dirigente
social expresando lo mismo como si hubiera descubierto el
agua fría. Y efectivamente mientras yo leía el pedazo de
periódico que tenía fecha 27 de febrero, la gente empezó a
correr agitada por los pasillos. En Guarenas ya se
anunciaban disturbios. Las ambulancias traían heridos y
envolvían el ambiente con su música ensordecedora.
Muchos eran estudiantes, según sus uniformes provenían del
liceo Gustavo Herrera, liceo Luis Espeluzin, Andrés Bello y
Fermín Toro. Aun no eran las doces y ya Caracas se
incendiaba. Comenzaba asi amigos míos, la triste historia del
Caracazo. Quise regresarme, pero me detuvo la sensación
de estar con mi hijo y ayudar si era necesario. Asi que corrí
por los pasillos y túneles del hospital preguntando por
Leonardo. La gente que llegaba venia eufórica, venían
heridas pero eufóricas, algunos emitían cánticos como
“caerá, esta noche caerá”. No puedo decir que no me daba
una alegría nerviosa oírlos cantar así, pero a la vez miedo.
Miedo porque un gobierno acorralado pierde los estribos y 30
este señor sabía como era de aplicarse la represión a sus
enemigos.
Me pareció que las cosas estaban controladas. A
Leonardo no lo encontré. El servicio de telefonía estaba
colapsado. Todo el mundo de repente empezó a escuchar
radio. Las noticias eran horripilantes. La policía metropolitana
se había convertido en un ejército de ocupación de toda
Caracas. Era agresiva y violenta. No entendía la rabia del
pueblo. Estaba desconcertada. No entendía por qué la gente
actuaba con tanta rabia. La protesta paso de ser eso, una
protesta a un enfrentamiento con la metropolitana. Pero allí,
al ver que la metropolitana no tenia control sobre ellos, se
abalanzaron sobre los comercios y tiendas cercas a las
protestas. Asi había comenzado el “sacudón”. Lo peor vino
después. Se activa el plan Ávila y ya nada es igual. El
ejército se entrompa con balas y apuntan a matar, contra
todo aquello que se mueva.
Un nuevo ejército popular aparece en escena. Son los
motorizados de Caracas, el mismo que vive en los cerros.
Caracas es un desastre. No hay por donde transitar sin que
una bala o una bomba lacrimógena te exploten en la cara o
en los pies. La gente grita. Los muchachos del ejercito
asustados tiran a matar y a mansalva. Creen estar en un una
práctica de tiro y apuntan sin contemplación. La rabia se
acrecienta contra estos y surgen francotiradores de algunos
edificios de las cercanías del 23 de enero y el centro de
Caracas. Varios de ellos caen. Y la sangre comienza rodar
como si el agua hubiese cambiado de color las calles sucias
de Caracas. La rabia se dispersa por todo el país. Los
estudiantes de la UCV en Valencia y Maracay fomentan
disturbios reclamando la muerte de varios estudiantes en
Caracas. También los andes y Barcelona con la UDO. Llega
la noche y el infierno se apodera de Caracas y otras
ciudades. El aquelarre entre la gente, la policía, la guardia
nacional y el ejército es indetenible. Todos los barrios entran
en acción y ya Venezuela no será Igual, más nunca. Se
ejecuta el plan Ávila, se suspenden las garantías y ya nadie
podrá olvidar lo que vino después. Era 28 de febrero y yo
había caminado por las veredas y caminos por donde
pudiera pasar. Todo era humo y desolación. Destrucción y
dolor. La gente rabiosa bajaba a reclamar venganza por la
muerte de sus muertos. Aquellos que lo habían presenciado
por la televisión y lo habían oído por radio, pero también los
que fueron avisados, bajaron a vengarlos y a reclamar
justicia. Esto no había terminado ayer. Continuaría. 31
La normalidad que el ministro Alliegro anunciaba,
nunca llegó. El 3 de marzo aún había escaramuzas. Pero ya
todo era diferente. El control social sobre los luchadores
sociales se inició. Pero por ningún lado parecían los autores
de aquella revuelta. Ninguno parecido Al Marat, Tigerin,
Danton, Maximiliane de Robespierre, y Charles Maurrice de
Tallerant, de la revolución francesa salieron a reclamar su
liderazgo en la revuelta. Ni Bandera Roja (BR), ni
Desobediencia Popular (DP), ni Tercer Camino (TC), ni
siquiera pequeños grupos creyentes de otras ideas,
participaron en los hechos de manera organizada,
premeditada; menos aún en su planificación, eso lo dijeron
los cuerpos de seguridad y yo lo ratifico. Porque aquella
célula de jóvenes, nunca lo plantearon de ese modo. Lo que
vino después fue una burla. Los políticos no entendieron el
mensaje. O se hicieron los sordos. Entonces otra vez el
pueblo, pero ahora armado, vino y ha pasado todo lo que ya
conocemos. El hermoso 4 de febrero.
¿Pero eran militares? Eso era lo peligroso. En
aquellos tiempos, le creíamos a la prensa el cien por ciento.
¿De verdad eran unos gorilas? ¿Pensaban matar a Carlos
Andrés? ¿Era lo mejor de sus acciones? Muchos se
alegrarían si eso hubiese sucedido. Pero no, no sucedió así.
Vino el por ahora.
Asi, es. Yo estaba celebrando mis 53 años. ¿No les
había dicho que nací un 3 de febrero? Ya nos habíamos
mudados al centro de Caracas. Igual había montado un
puesto de periódicos y chuchería cerca de Parque Central.
Por allí camina mucha gente. Artistas de televisión, pintores,
poetas, borrachos, prostitutas, en fin, la fauna caraqueña.
Ya se comentaba de ruidos de sables. Acostumbraba
a jugar dominó con varios jubilados del Ministerio del Interior
que aún tenían el oficio de olfatear para el estado a cambio
de bonos especiales que no aparecían en la nomina normal
de esa oficina ministerial.
Por allí se colaba en voz baja ciertas cosas que
estaban sucediendo en los cuarteles. En verdad para
nosotros era como una competencia. Éramos críticos de la
realidad venezolana. A la gente le gustaba oírnos. Muchas
veces pegábamos comentarios sobre medidas económicas
que el gobierno implantaría. Eso hacía que mi puesto de
periódico fuese muy visitado. Hasta que un día un soldado
compró el Nacional y me dijo: Feliz Cumpleaños don
Leonardo. No lo miré a la cara. Me imaginé a un militar 32
corrupto que a lo mejor quería que le regalara el periódico.
Levanté la mano y la extendí cobrándole. Le di las gracias,
hablando por debajo como si no me interesaba. Rió y se
alejó silbando una canción llenera.
En la noche, los amigos me esperaban, mi mujer
había preparado un lechoncito. Hizo hallacas. Mis hijos
adoraban las hallacas. No podía faltar la negrita claro. La
parrilla, la guasacaca y los choricitos. Un conjunto criollo y un
grupo de viejos serenateros me cantaban como si yo fuera
una persona importante de la ciudad. De bodeguero a
vendedor de periódico. Eso era lo que era. No más, un
hombre sencillo. Culto, eso sí. Leído. Sereno.
Sin embargo, toda la noche estuve pensando en aquel
militar que sabía mi nombre. ¿Y si era un espía del gobierno
y ha escuchado mis cuentos de aquel Caracazo y quiere que
le de los nombres de aquellos muchachos? ¡Pero han
pasado ya tres años! No recuerdo donde fue que leí esta
frase: ¡El estado nunca olvida!
Esa noche no dormí. Me quedé viendo televisión.
Tenía insomnio. Entonces aparecieron Pérez anunciando la
acción y el tigre Eduardo Fernández, rasgándose la
vestidura ratificaba el apoyo de su partido a Pérez y a la
democracia. No se podía esperar nada distinto. El
bipartidismo se daba cuenta de la herida mortal sufrida,
había que salvar lo salvable, pero no por mucho tiempo. Los
medios jugaban un papel importante apoyando al gobierno y
dándoles el nombre a los valientes soldados que trataban de
limpiarle la cara a Venezuela, de sediciosos, insurrectos. El
pueblo callado contemplaba la acción. Muchos civiles
participaban en la misma. Pero no eran muchos. Aún
atónitos, la gente rezaba por la vida de aquellos hombres de
verde que se la habían jugado por la república. Aunque la
batalla se mostraba desigual y desarticulada, los rostros de
aquellos muchachos generaban dos sentimientos: rabia por
el maltrato que recibían cuando eran tomados como
prisioneros y lastima por la forma tan aventurera en que el
formato televisivo nos mostraban las acciones. Pero para la
gente, esta acción indicaba que los militares habían
aprendido la lección. Que este grupo de soldados eran
representativos de un ideal bolivariano que subyace en las
fuerzas armadas. Que el bolivarianismo estaba vivo, más allá
de los pequeños partidos de izquierda.
El 4 de febrero le rompió el espinazo al bipartidismo.
Las fieras con sus discursos aprovecharon la ocasión y
mostraron sus verdaderas fauces. El fascismo de los 33
dirigentes de derecha aparecía con rostros frescos en el
congreso. ¿Muerte a los golpistas? Fue la frase acuñada
rechazada por todos. Inclusive por Caldera, que había sido
responsable también de la crisis que vivía Venezuela y que
supo sacarle provecho a su lacónico discurso en donde se
lavaba las manos como si nunca hubiera gobernado este
país.
Es verdad, las cosas empeoraron. Cayó el hombre,
pero los que vinieron después solo lograron mantener el país
a flote. Nada hicieron por los muertos y los dolores de las
madres, hermanos o hijos. Se hicieron los locos. Era como si
nada tendría que suceder. Y parecía que nada iba a suceder.
Las mañas continuaban. Los políticos opinaban como si no
fuera con ellos la cosa. Estaban confiados de que el
bipartidismo tendría mucha vida por delante, los viejos
dinosaurios se mantenía a flote mientras los nuevos políticos
eran obligados a madurar en la vejez.
Llegó otra vez una nueva asonada. Retumbaron las
espadas y los aviones. Era la clarinada de la aviación
incorporada a la reprimenda de la sociedad política sorda,
que no había comprendido el alerta del 4 de febrero.
Igualmente fracasó y fue más tempranera que el 4. Pero el
daño estaba hecho. Nuevos rostros, nuevas esperanzas
sembraron los de la aviación y la marina. No fueron tantos
como los del 4 de febrero. Pero terminaban de hundir la daga
que ya había clavado en la yugular, el 4 de febrero a la
cuarta republica.
La historia avanza. Felizmente hacia la consolidación
de una quinta republica bolivariana. Se está edificando. Se
sigue avanzando bajo las premisas iniciales de aquel
comandante que asumió la responsabilidad ante un país que
ya no creía en nadie y que a partir de un “Por ahora”,
comenzó a labrarse un futuro mejor, que se erige con las
fuerzas armadas como punta de lanza. Aún tengo frescas las
palabras del comandante Chávez. Al comandante Chávez,
se le veía en las pantallas de televisión, que era un hombre
de carácter. Con mucha seguridad. No se le veía el miedo
por ningún lado. Estaba sudado. Pero firme frente a sus
superiores que le tenían prisionero y lo mostraban como un
trofeo. Pero también aquellos generales, tenían cierta
necesidad de proyectarse a las pantallas. Parecía que no
estaban convencidos de sus acciones. Es posible que
estuvieran corrompidos también. Pero la acción aún asi, no
fue directamente contra ellos. Fue contra el poder
representado en la autoridad civil de aquel sujeto que había 34
llevado a Venezuela a los más bajo.
“Primero que nada quiero dar buenos días a todo el
pueblo de Venezuela, y este mensaje bolivariano va dirigido
a los valientes soldados que se encuentran en el Regimiento
de Paracaidistas de Aragua y en la Brigada Blindada de
Valencia. Compañeros: Lamentablemente, por ahora, los
objetivos que nos planteamos no fueron logrados en la
ciudad capital. Es decir, nosotros, acá en Caracas, no
logramos controlar el poder. Ustedes lo hicieron muy bien
por allá, pero ya es tiempo de reflexionar y vendrán nuevas
situaciones y el país tiene que enrumbarse definitivamente
hacia un destino mejor. Así que oigan mi palabra. Oigan al
comandante Chávez, quien les lanza este mensaje para que,
por favor, reflexionen y depongan las armas porque ya, en
verdad, los objetivos que nos hemos trazado a nivel nacional
es imposible que los logremos. Compañeros: Oigan este
mensaje solidario: Les agradezco su lealtad, les agradezco
su valentía, su desprendimiento, yo, ante el país y ante
ustedes, asumo la responsabilidad de este movimiento
militar bolivariano. Muchas gracias”.
Era febrero de 1992. Año fatídico para el bipartidismo.
Nuevos nombres surgieron para la historia: Hugo Chávez,
Francisco Arias Cárdenas, Yoel Acosta Chirinos y Jesús
Urdaneta. El 27 de noviembre 1992, surgieron como el ave
fénix, Hernán Grüber Odremán, Luis Enrique Cabrera
Aguirre, Francisco Visconti Osorio, Wilmar Castro Soteldo; y
los hoy defenestrados partidos políticos Bandera Roja y
Tercer Camino, quienes aún deambulan entre el ser y la
nada, entre morir y seguir viviendo, o todo lo contrario, seguir
transitando el camino de la reiterada traición contra el
pueblo…

35
Siempre que llega diciembre me enamoro.

Cuando llegan las navidades me emociono ¡Sí! Me


emociono. Noviembre mes de la chamba, del rebusque. Hay
que conseguir la mona a como dé lugar; llega diciembre y sin
dinero no podemos estar, además los zapatos de la vidriera
del comercio. se sonrieron conmigo, igual pasó con el bluyín
de la otra cuadra, la correa Pierre Cardín, la camisa Camaro
Sport, que es un primor. ¡No que va! A moverse. Hay que
buscar plata, además, a la pure habrá que cumplirle como
todos los años su aguinaldo, este año ella ha sido más
exigente, pues en vez de uno me ha pedido uno, dos, tres
moulinex. Así que sin pensarlo tomo mi brocha grande, casi
nueva, la de dos pulgadas y media y la de una pulgada y
media. Imaginariamente busco un mapa, una agenda,
realmente busco direcciones y nombres de trabajos
anteriores, Corradutti, Ferrari, Máspoli. Si, los extranjeros
pagan bien la pintada, aunque son muy pero muy exigentes.
Hago el contrato y logro tres contratos más. He conseguido
cuatro pintadas, más que suficientes a dos mil bolos cada
una, son ocho mil ¡Na´guará! ¡No me lleváis! Me dicen mis
amigos y eso no es todo, con la trácala de la pintura me
36
deben quedar como quinientos bolos, mas el descuento que
me harán por ser cliente de la casa del pintor, soy una fija
todos los años.
Siempre me busco un compañero, para sacar rápido
las pintadas y no me agarre el 24 limpiando.
Comienza la faena, una pared, dos, tres, el garaje, el
frente y ahora los cuartos, ¡Qué emoción, el cuarto de la hija!
Digo de la hembra ¡Y qué hembra! Las manos me tiemblan,
la garganta se me seca, jamás levanto la cabeza y obedezco
a todas sus órdenes. Pinte aquí por favor, voy y pinto,
siempre mirando mi cara de idiota reflejada en el piso
brillante, se me ocurre levantar la cabeza solo porque voy
detrás de ella hasta el sitio donde quiere que pinte, y ummm,
mamá, ¡Que hermosa, que líneas, que blancura! (Es italiana)
Ese peloejojoto me tiene loco. Apenas puedo balbucir
palabras para decirle ssssi sssseñorita a cada pregunta. Noto
a mis espaldas su mirada vigilante, levanto mis hombros y
los lleno de aire, es decir a mis pulmones, es que ya no
controlo mis pensamientos sanamente, bueno decía que
llenaba mis pulmones de aire y ensanchaba mi espalda para
que se fije en mi contextura muscular ¡Plus! Me ahogo, pero
no importa yo se que le gusto. ¡Qué vaina! ¡He metido la
pata en el pote de pintura! Ella se ríe, yo también. _Ahora
tendrá que desempolvar cincuenta bolívares para reponer la
pintura derramada. ¡Tan bella ella! De repente nos
encontramos cara a cara, fijamente, ojo a ojo. ¡Qué bellos
ojos, que boca más sensual y provocativa! Veo que sus
labios se abren, pienso que es para decirme: te amo, me
enloqueces, pero ¡Maldita sea! Ojalá no hubiera abierto ese
hocico ¡Debe poner más cuidado señor! Me emociono, si,
cada vez que llegan las Navidades, porque siempre sueño
que algún día, en una de esas pintadas, una italianita, una
portuguesita, una francesita o una estadounidensita, se
tendrán que enamorar de mí. Si no es así, tendré que
conformarme, seguir leyendo Cosmopolitan hasta encontrar
el mejor método para enamorar una extranjera de una sola
pintada.

37
La Velada

La noche cayó sobre su espalda desnuda e irrumpió el


silencio de sus huesos. Su equilibrado esqueleto comenzó a
tiritar y a tronar cual una lluvia de granito, en un cuero seco y
prensado.
– ¡Bruurrr! ¡Uy, que frío! Se me quedó el cubertor de
lana y ya el frío me pega fuerte.
El hombre miró a su derredor y la noche solitaria
invitaba a esconderse de ella.
-¡A la verga! ¡Pero si no hay naiden a lao mío!
Se oye el rugir de un motor, sus focos alumbran la
espalda desnuda del hombre que camina por la carretera. El
carro se detiene tres a cinco metros del caminante.
Oiga ¿Hacia dónde va usted?
- ¡Guah! Pá donde má, pá mi casa.
- ¿Queda muy lejos?
- Uff, como a unas veinte casas de a poraquì. ¡Quién
sabe!-El hombre miró para divisar las casa y noto
que estaban separadas como por quinientos metros
unas a la otra. Cayó en cuenta que cada una era una
38
parcela.
- ¿Y por que anda sin camisa?
- ¡Porque no me gusta, pues!
- Yo vengo de paso, ¿Cómo se llama esto por aquí?
- ¡Ná guará! Esto es San Pablo.
- ¡San Pablo! ¡Ah! Esto pertenece al estado Lara.
- Si señó, ¡Y por qué no me da un reempujoncito pá mi
rancho?
- Como quiera amigo.
Le costó abrir la puerta del Mercedez 350; forcejeó con
ella, pero al fin la venció.
- Estos bichos ya no lo saben jacé.
Impresionado quedó del lujo del interior de vehículo y
sonreía pícaramente de lo que estaba disfrutando.
- ¡Verga! Eto es vida, si señó.
El nuevo pasajero hizo seña con la mano derecha hacia
la izquierda.
- Métase para allí, ajá, ansina no mas queda el rancho
humilde pero güenito.
- Parece confortable la estancia.
- ¡Claro señó que si! Esa estancia, ajá así como es que
usté dice.
- Debe tener una bella familia.
- Pues si así es ques que, pos uno viene a este
mundo pa cría hombres pal campo y la tierra,
porque sino que va comé la gente de la ciudá.
- Muy inteligente su apreciación.
- ¡Carajo y eso que no me convine a la escuela,
poque la señorita me alaba las mechas! Yo creo
que Dio no me la dió a mi, sino a la prole.
- Un razonamiento muy poco inteligente, pero
comprensible.
- Ajá, ya va a empezá da clase, no jile, no digo yo
pué ¡Cualquiera e maestro en este paí.
- Je, je, je – rió el forastero con la ocurrencia.
- ¡Consolación! – salió una señora, como de 58
años- prepáranos un cafecito negro bien güeno,
pa mi y pal señó.
- ¿Y quién es el invitao Melquiades?
- ¡Guah, ni su nombre se!
- Humberto López, soy arquitecto, resido en
Caracas.
- Ajá caraqueño, nos salió el invitao, no digo yo
pues. ¿Y que conoce deaporaquí? – pregunta 39
Melquiades.
- Pues fíjese amigo Melquiades, que, no conozco
absolutamente nada.
La señora regresa con dos tacitas de café, Da
a los hombres sus tazas correspondientes, mira la
noche oscura y calcula la hora –deben ser como
las dos de las madrugada. El forastero mira el
reloj y se sorprende de la veracidad de la señora.
- Hay Melquiades, va tené que acomodá las
colchas pal señó, pues es nuestro invitao.
Melquiades busca las colchas y acomodan un
colchón de abundante paja, va a su cuarto y
regresa con un cuatro.
- Oiga a migo, yo tengo poraquí un litrico de cocuy
del güeno, el chivato, muy güeno, la noche e fría,
e bueno calentase el cuerpo pá no dormí
espelucao. Échese un palo mientras yo me tiro un
contrapunteo y austé se le aclare el pecho.
Una noche poel camino
Yo venía sin camisa
Y me venía azotando una brisa
Que me espelucaba la carne
Como si hubiera visto al diablo
Esconderse entre las ramas
Y sopló más fuerte la brisa
Pol toda la sanana
Buscando descubrí los cachos
Carajo yo quisiera
Agarrarlos por las patas
Pá que no siguiera molestando
A la gente que en paz descansa.

- ¡Bravo! Ud. Sí que es payador, cónchale, pero que


buenos versos, y que significados, esas frases mejor
dichas, no podrían haber sido.
Y después de esta salutación y con un bostezo fuerte,
sacudió el cuerpo el arquitecto, el sueño lo dominaba;
Melquiades se dio cuenta y lo invitó a que durmiera mientras
el arreglaba el portón.
Los gallos despertaron a forastero y para sorpresa de éste
¡Estaba durmiendo en el asiento trasero de su Mercedez!
- -¡Pero y Melquiades!- se preguntó a Si mismo, un
poco confuso.
En ese momento pasaban tres campesinos cerca del 40
carro, los llamó y les preguntó ¡oigan! ¿Conocen a
Consolación y Melquiades?
-¡Guah! Mijo, esos cristianos hace como unos meses
que ya no son de este mundo. –Sorprendido- ¡Quéee!
-Si señó, murieron en un accidente, un carro igualito a
este como el suyo los atropelló a toitica la familia,
unos borrachos venían manejando y los arrojaron
contra el suelo y allí quedaron pa no levantarse jamás.
- ¿Santo Dios! ¡Acié carajo, yo me voy de aquí! ¡El guen
guaro! ¡Guillo!
Pedrito y la Navidad.
Los patines oxidados se hicieron a la calle. Los viejos
recuerdos aparecieron como una película barroca cargada
de imágenes poéticas. La policromía de las emociones
aumenta, como aumenta la curiosidad a la espera de una
sorpresa. Los pitucos, muchachos hijos de papá, siempre
alardeando con sus patines de botín contra el hermoso patín
de correa, el cual recupera su vitalidad con la fuerza
extraordinaria de un David cuando se empuja con alegría, y
se deja atrás la rabia de ser descubierto en su pobreza
material, sin que los otros se den cuenta de la millonada de
sonrisas trae desde el barrio para repartir en la calle a los
que se juntan para disfrutar la navidad sin barreras ni
distinciones.
El pitorreo no se hace esperar. Todos están a la
expectativa, es el mes de la alegría, el mes de los juegos y
las chanzas, el reencuentro, de la risa y la canción, de la
gaita y la tradición. En todo eso piensa Pedrito. Si, el mismo
que dejó de ir a la escuela donde estudiaba cuarto grado
porque no tenía zapatos y le daba pena ir en alpargatas, el
41
mismo que ahora vende periódicos, recoge latas y fuma
cigarrillos y también bebe cocuy y juega pool y maquinitas y
de vez en cuando se acerca a un cyber, a matar gente,
aunque a él no le gusta matar a nadie, pero los juegos de
hoy en día son asi. El piensa que es mejor matar gente que
matar animales. Posiblemente piense también, que eso sería
lo más equilibrado.
El está contento porque llegó la navidad. En navidad
la gente cambia, se transforma. Se hace más humana, más
solidaria, por eso Pedrito siempre sueña con la navidad. En
navidad gana más dinero porque la gente se vuelve loca,
loca de alegría para comprar y él vende de todo, San
Nicolás, luces, bambalinas, hojas para la hallaca, ponche
crema, pan de jamón y pare usted de contar. Para él, la
navidad está en la calle, en el barrio. A veces mientras
vende, su mente vuela y va directamente al rancho. El
quisiera que llegara a su casa con todo su esplendor, pero
siempre ella se aleja más, apenas roza el rancho. Quisiera
que sus hermanitos no tuvieran tantos piojos, no fueran tan
barrigones y comieran todos los días.
A él le hubiera gustado que sus hermanos fueran a
clases para que aprovecharan la leche, la beca escolar, la
comida y las Canaimitas, seria de pinga revisar la tarea de
los chamos mientras duermen y meterse en internet. Pero
siempre los rechazan por piojosos y brutos, es que ellos no
aguantan media hora de clase se quedan dormidos, es que
ellos trabajan con su mamá recogiendo latas de aluminio y a
veces la noche los agarra tan lejos de su rancho que llegan
de madrugada o duermen en algún banco.
Al rancho también llega cierta alegría, porque la
navidad cuesta plata y llega la alegría porque la gente bota
cosas “buenas” y por lo menos al rancho legan juguetes
raros o pedazos de ellos, extraños pero juguetes al fin, para
algo deben servir, aunque sea para animarle las caras a los
morochitos de ocho meses que son la verdadera alegría del
hogar.
Pedrito quisiera que su papá trabajara y no bebiera
tanto, que no le quitara la mitad de lo que gana. Pero a
pesar de todo a Pedrito le gusta la navidad y él siempre reza
para que llegue pronto, porque también le gusta
patinar y a pesar de que sus patines no ruedan mucho, él no
se pierde las misas de aguinaldos. Allí conoce a otros
muchachos, hace amigos, enamora muchachas bonitas que
frecuentan las mejores iglesias de la ciudad. Por eso le 42
gusta la navidad, aunque se enamore de muchachas
inalcanzables, él siempre les demuestra sus cualidades de
parrandero y echador de bromas. A él siempre lo esperan
para animar el grupo y él con gusto se ofrece para divertir a
los demás. Por eso le gusta la navidad, porque apacigua su
soledad, aleja su tristeza y vence su derrota.
Cuando amanece, se escabulle de entre las
enredaderas que representan las manos y las piernas de sus
hermanos pequeños que duermen en ese colchón. Son
cuatro para un espacio tan pequeño. Sin embargo,
sacudiendo su columna adolorida, se levanta y prepara café.
El compro una cafetera eléctrica. Reza un padre nuestro y
besa la contra que le hizo su madre para que lo proteja en la
calle. El cree que su madre se la prepararon con incienso,
mirra y estrellitas del cielo. Así lo ha creído y lo creerá
eternamente. Porque siempre le ha ido bien. La navidad no
traiciona. Si no trabajas, es tu culpa que en la navidad no
tengas para disfrutar. Pedrito no espera dadivas. Se dejó de
eso. Ahora es independiente y hace su vida. La navidad es
su espera. Se sienta frente a un local dentro de un centro
comercial inmenso. Ve al rojizo San Nicolás que saluda y le
saluda como si fuera con él. La navidad es conmigo, se
repite. Recoge sus bolsas y decide ir a su casa a llevar las
uvas del recuerdo que la noche depara en aquel rancho, que
soporta la lluvia y el sol, elecciones y candidatos, Magos y
reyes. Pedro tiene esperanza y a ella se aferra. Camina con
sus fantasías navideñas, soñando en la alegría que llevará
para repartir a su hogar.

43
Narración Inoportuna

Ella se aleja con toda intención. Adivinando las mías.


Escucho los ríos que se abren y huyen en libre corriente.
Ella va adelante, yo voy atrás, mirando a los lados, pisando
piedras ardientes, piedras que besan mis pies. Vómito de
sudor. En la frente, en el pecho, en los brazos. Hago el
esfuerzo. No se detiene, se aleja más. El sol es ardiente, me
enceguece, me hace llorar. Acelero mis pasos, grito, lloro,
río. Sigo corriendo. La veo, la huelo. Siento la brisa que deja
el aroma, que lo dispersa. Alargo mis brazos, siento el calor.
Apenas la toco, la siento. Es ella que se pierde, o la veo, no
la siento. Sigo corriendo con los pies gastados, la piel
adherida a los huesos, hueco los pómulos, caídos los
párpados, reseca la boca, morada la piel. Continúo
resistiendo. Espero el desliz. Me arropo. Estiro las piernas.
Acomodo la almohada. Cruzo los brazos sobre mi pecho.
Miro al techo. Cierro los ojos como si durmiera. Escucho el
lamento. Sonrío, dormido. Espero. Espero a que venga. Que
se dé cuenta, que vuelva sola, que se lamente, que llore,
que corra, que no se canse, que corra, que se vaya. Es lo 44
que aspiro. Es lo que quiero. Me levanto de la cama. Veo al
espejo. Eso es lo que queda. Ese soy yo. Algo es algo. Por
lo menos me sostengo, la espera es ardua, la esperanza
premiada.
Aquí estoy, casi no quepo en este mundo.
Somos muchos. Como si el mundo se hiciera chiquitico.
Crujiente de frío. La naturaleza inclemente se obstina de
tantos y nos maltrata. Ella va adelante. Me ha cansado de
seguirla. La obstinación se ha ido diluyendo. ¡Que siga, que
se pierda de vista! Mejor el cansancio que el vacío, porque
eso queda, seguro. La raíz de nuestros males somos
nosotros mismos. El hombre que gobierna al hombre, es el
hombre que ordena, es el hombre que atropella, el es
hombre que humilla, estas últimas reflexiones me han
puesto a pensar no perseguirla más. ¿Acaso ya no me
quiere? ¡Pues que no me quiera! ¿Cuál es el
empecinamiento? ¿Qué la quiero? ¿Y que gano yo con eso?
Problemas. De todas maneras el que se ha ido para siempre
soy yo. Lo que pasa es que nunca he salido de la casa. La
rutina me ha atrapado. Estoy aferrada a ella. La tengo
pegada en todo el cuerpo. Veo el arma. La tomo, la acaricio
y la vuelvo a guardar. Sois incrédulos si creéis que por una
mujer voy a dejar de saborear a las otras. Ja, ja, ja, ja, ja.

45
El último romántico

Todos los días llegaba a las seis. A veces en un


impala, a veces en un Mercedes. Tocaba la bocina y ella
salía corriendo como si hubiera llegado Dios. Él era viejo,
bueno ni tanto. Ella tampoco era muy joven, ya pronto
cumpliría 35 años.
Casi que se cumple su sueño: casarse con una mujer
como Doña Elvira.
Los muchachos nos reuníamos en la esquina a
comentar la vaina. Por supuesto que rondaba la sospecha en
ellos. Siempre los calmaba. Al principio todos creían que era
marimacha porque siempre le gustaba jugar el voleibol, el
basquetbol, pelotica de goma y montar bicicleta. Cuando
carajita era feíta. Era flaca y a poco fue adquiriendo una
fisionomía de reina. Empezó a gustarle la música y el equipo
o el pikot sonaba todo el día a millón cuando los Rollinstone y
los Monkies. Era pretenciosa. Miraba de reojo a las
personas. Se creía una mujer de la alta sociedad o no sé qué
cosa y vivía en una casa de banco obrero construida cuando
Raúl Leoni. No tenía nada. Pura suerte. Hay personas que la 46
suerte le rodea, ella como que era de esas.
Éramos tontos. La pretendíamos todos. Hasta miedo
nos daba acercarnos a ella. Le teníamos cierta rabia, cierta
envidia, cierto amor. Era una combinación de todas esas
cosas.
Llegaban tarde. A veces jugábamos a las apuestas.
Apostábamos la hora exacta en que el tipo ese la traería de
nuevo a casa. Casi teníamos medido el tiempo. Nos
acostábamos tarde. Esperándola. Los sábados sufríamos,
teníamos que aguantar hasta las tres de la mañana. El
domingo era día de descanso. A veces saludaba. Otros días
teníamos que aguantarnos la pena. Era arisca. Pretendía
otra cosa, pero sin embargo todavía escondía sus senos
salientes cuando vestía con straples.
Él no volvió más. Nuestras reuniones se hicieron
pocas. El aburrimiento nos absorbió a todos. Ella se mudó. A
veces viene a ver a su familia, pasa veloz por la calle con su
impresionante automóvil. Tiene el pelo blanco. Ya no se
parece a ella. Él ya no anda con ella. Era europeo. Canoso,
muy canoso. las manos le temblaban cuando muy
caballeroso le abría la puerta. Tendría como unos setenta
años.
La última vez que nos reunimos en la esquina, nos
bebimos una botella de ron. Nos despedíamos con tristeza.
Sentíamos hasta vergüenza de nosotros mismos. Yo sentía
lástima por ella.
Acabamos de regresar del funeral. Fue la última
oportunidad que tuvimos para abrazarla. Era la última y la
primera. Rocé sus labios con los míos. No me importó que
mi mujer estuviera ahí, cerquita, mirando, sospechando. Le
dije que contara conmigo.
La botella está medio vacía. ¿Cuánto hace que nos
reunimos en esta esquina a hablar pendejadas? ¿30 años?
Pendejadas no. Son recuerdos. Ayer enterramos a Manuel,
hace dos meses a Luisito, el último romántico, el que le
llevaba serenatas. Aun sabiendo que ella prefería al viejo
millonario, pero también sabiendo que algo debía sentir
porque él porque sonreía con sus canciones. ¿Por qué salía
a disfrutar de sus serenatas? Luisito, amigo mío, fuiste el
último romántico de esta esquina. Y ella ¿Dónde está? No
sé. Tengo entendido que atiende un asilo. Pobrecita. Si le
hubiera hecho caso a Luis. ¡Quién sabe! A lo mejor hubiera
cambiado, hubiera dejado la bebida. Bueno, Luis está muerto
y ella vive. 47
Amor apaga la luz por favor. Si viejo como no. Hasta
mañana. Hasta mañana que pases buenas noches. Amén.
¡Cuando regrese del cuartel!

Llegó corriendo a traer la noticia. Traía un sobre postal


en la mano. Sus ojos brillaban de emoción. Se paró en medio
de la sala. Nadie se dio cuenta. Todos estaban viendo
televisión, la novela de “lucecita”. Era la hora del mediodía.
Hacía mucho calor en Ospino en esta temporada. Cada
quien reposaba a su modo. Unos oían radio, leían la prensa
o veían televisión. Así esperaban la hora para regresar
nuevamente al trabajo de labranza.
Entonces comenzó a leer la carta. Nadie le atendía.
Miraba a todos lados y nada, nadie deseaba escucharla.
Aguantó las ganas de llorar, salió lentamente de la sala y se
fue al patio. Los perros se le acercaron jugueteando. Eran
tres, unos negro, otro marrón y el último blanco con manchas
grises. Los abrazaba y los besaba, entonces los puso a los
tres, frente a sí, agachaditos y comenzó a leerles la carta y
ellos sonreían alegres de oírla. De la cocina alguien llamó.
- ¡Katiusca! ¿Qué si no va a comer? ¡Que la comida se está
enfriando! ¡Que si no vienes pronto las moscas no te dejaran
nada, en la olla pá que la raspes! ¡Que te laves las manos, 48
que dejes de estar besando los perros, que te van a pegar
una sarna un día de estos!
Los oídos se resistían nuevamente. Comenzó a botar
sangre por ellos. Cada vez que su mamá la llamaba, los
oídos se le reventaban, bastante que se lo había dicho. Que
no le hablara tan alto, que la dejara tranquila, que era mejor
pasar hambre que andar chorreando sangre por las orejas
cada vez que la llamaba.
Era la tercera carta que recibía en una misma semana.
Pero nadie le paraba.
En la mañanita, un día domingo, después de la misa,
iba al correo a preguntar si le había llegado carta. En las
últimas semanas había recibido seis. Se las sabía de
memoria. Era porque no sabía leer y el cartero se las leía
cuando traía unas revistas extranjeras para un tío que era
político retirado. Entonces pasaba todo el día recitando lo
que le habían dicho que decía la carta.
Una tarde de un domingo antes de entrar a misa corría
alrededor de la iglesia con otras muchachas tropezó con
Julián. De eso hace ya seis años. Ella cayó en un charco y se
llenó el vestido de lodo. Se asustó y comenzó a berrear como
un muchachito chiquito al recordar la paliza que le esperaba,
si su madre la veía en ese estado. Entonces fue cuando
Julián le propuso que no fuera a misa, que se fuera con él al
río a lavar el vestido. Ella creía que no estaba bien y que
además tenía que recitar unos versículos que le habían
enseñado. Julián la agarró por el 0brazo y casi la arrastró al
río que estaba como a cinco cuadras. La llevó a un pozo
escondido que estaba rodeado de maleza, caña y cuatro
apamates muy grandes, que apenas dejaban entre las copas
de los árboles un haz de luz multicolor que al estrellarse con
el pozo, la convertía en un espejo de plata y sin decir nada le
quitó el vestido. Ella lloraba pero no decía nada. Estaba rojita
de pena y vergüenza, con los brazos caídos. No llevaba
pantaletas, ni sostenes y apenas se le veían los pechitos.
Julián tomó el vestido y lo estrelló varias veces contra el agua
para que el lodo se deslizara en la cristalina agua y se pasara
al fondo. Se subió al apamate más alto y extendió el vestido.
La conminó que se bañara en el pozo, mientras el vigilaba
para que nadie la viera. Se quitó la camisa y se la entregó
cuando salió del agua para que se la pusiera y se tapara. Se
sentó al otro lado del pozo que medía como tres metros de
ancho.
Prendó un cigarrillo y comenzó a contarle que se iba 49
para el cuartel, que el cuartel era duro, pero que eso no le
importaba porque él era duro también. Ella se atrevió a
replicarle que era mentira, que los hombres duros no les
lavaban los vestidos a las muchachas. Él sonrió y le dijo que
le lavaba las pantaletas a quien le daba la gana, y que el solo
hecho de tomar una decisión propia era sinónimo de su
hombría. Se quedaron callados mirándose mutuamente. Se
conocían de antes, pero nunca se habían dirigido la palabra y
la vista apenas la habían levantado alguna vez para mirarse.
Era la primera vez que lo hacían. Sin darse cuenta comenzó a
de decirle como se llamaba y que tenía quince años y que
había dejado la escuela porque la maestra la gritaba muy alto
y entonces se le reventaban los oídos y se le manchaba la
cota, y cuando salía corriendo del saloncito donde recibían
clases de primer grado, salpicaba los cuadernos de los demás
niños y ese era un problema porque las mamás se quejaban.
Su mamá le pegaba y le hacía nuevamente botar sangre por
las orejas y para evitarse problemas con los vecinos, la familia
decidió que ella sería la única burra de la asa.
Las campanas anunciaban el final de los misterios
sacramentales. Despertaron como de un sueño. Ella sintió
ganas de reír de repente, que un hilillo de no sé qué cosa le
subía de entre las piernas y estallaba en el estómago. Se
sentía como en el aire. Julián se vino del otro lado del pozo.
Ella estaba en la luna. La tomó por los hombros. ¿Será eso?
Pensaba. ¿Será lo que le pasa a las mujeres de las novelas
de los radios? Le dijo que no se preocupara, que le iba a
enseñarle a leer cuando viniese del cuartel.
Recordó cuando encontró a su hermanita Martina
acostada con un hombre y estaba desnuda. No dijo nada.
Martina la amenazó con reventarle los oídos a gritos si decía
algo. ¿Decir qué? Martina se olvidó del asunto y no la molestó
más. Julián respiro hondo, muy hondo, imitó una pose de un
actor argentino que había visto en una película donde actuaba
con Libertad La Marque. También ella había visto escenas
similares de algunas muchachas ya muy creciditas con
muchachos patiquines, pero a nadie le importaba su
curiosidad, o siempre había la forma de chantajearla con sus
oídos. Con la mano izquierda la rodeó por la cintura sin
mucha malicia, más bien le temblaban las manos, el brazo
derecho se lo puso en el pecho y la mano la llevó hasta la
barbilla. Recordó los versículos que había aprendido: “¿Estás
tú unido a una mujer? No busques romper esta unión. ¿Estás
libre de mujer? No busques mujer.” “Con todo, si te casases,
no pecas. Y si una virgen se casa, no peca; mas tales 50
personas sufrirán en su carne tribulaciones, que yo quiero
evitaros.” Con el pulgar acarició los labios, ella gritó de dolor
porque los tenía resecos y cuarteados de tanto llevar sol y lo
vio muy cerca, demasiado cerca y recordó a Martina y las
otras y se separó de él.
Entonces fue cuando le dijo que se iba a casar con
ella cuando viniera del cuartel. Ella ni se inmutó. Ya había
oído eso por la radio y las muchachas siempre terminaban
con el que no era. Y él seguía repitiéndoselo. Ni lo oía.
Recordaba el último capítulo de la novela radial. Ella no
estaba allí. El comenzó a hablar más alto de la emoción y
apenas le salían las palabras. Dos hilillos de sangre le
bajaban por los hombros. Él volvió a tomarla. Igualito que la
vez anterior. Y ahí sintió su mano grande y huesuda, fría y
temblorosa en su nalga y no sabía qué hacer y para mas
colmo le chorreaban las orejas, y el sin hacer nada
maliciosamente le decía que le iba a curar ese chorreo de
sangre por las orejas cuando regresara del cuartel.
Como pudo la soltó. Los brazos se le habían vuelto
palos, apenas los podía mover, los dedos los tenía
encalambrados. Los frotó como pudo hasta que los sintió de
nuevo, pues, parecía como si se hubiese quedado sin
manos, dedos, ni brazos. Subió al apamate donde estaba el
vestido y se lo trajo. Ella permaneció quieta y con los ojos
cerrados. Comenzó a recordar las cosas que siempre le
decían. Las burras nunca consiguen esposo. Las burras son
burras.
El propuso un pacto: “De ahora en adelante se verían
en ese sitio, que él le quitaría siempre la ropa, ella se bañaría
y él se ubicaría del otro lado del pozo a vigilar para que nadie
la viera. Le decía que lo hacía porque quería verle crecer los
pechos. Ella recordó a su tía. Siempre la buscaba a la hora
del baño. Además la miraba con mucho amor. Los ojos de la
tía brillaban cuando le lavaba la vagina. Katiusca le fregaba
la espalda a su tía Fátima, la viuda del teniente que murió
asesinado por andar con la esposa de un mayor del ejército.
Todo el baño estaba forrado de vidrio. Se podía ver todo. La
tía Fátima tomaba sus senos y se los apretaba con fuerza, a
Katiusca le pareció al principio que era que le dolían.
También tomaba sus manitas y se los frotaba contra sus
senos. La tía se quejaba y Katiusca se asustaba creyendo
que le hacía daño. La tía se disculpaba diciendo que era
feliz, porque el baño la refrescaba.
Julián esperó un rato la respuesta y ella le dijo que le
gustaba la idea porque ya no sabía ni como era su cuerpo. 51
Pero si sabía cuando la tía no estaba en casa, ella se
introducía en el cuarto de baño y se miraba todo. Imitaba a
su tía. Aquello le parecía divertido muy divertido.
Le dijo que le enseñaría como era sus cuerpos cada
vez que existiera cambio y que también la iba a dibujar
porque él era medio pintor. Quería verle crecer los pechos.
Cuatro días seguidos estuvieron allí, en la misma forma,
desde el otro lado del pozo él le describía su cuerpo y ella se
privaba de la risa cuando le hacía un chiste con alguna parte
de él. Estuvieron callados un rato. Después le prometió que
le iba a escribir todos los lunes, que ya había hablado con en
el despachados del correo para que le entregara las cartas.
Despertó de repente de aquellos recuerdos. Se
lamentó así misma su mal humor con la abuela Patricia, pero
es que gritaba tan alto como si no supiese de su problema.
Fue a la pluma del patio y con la manguera empezó a
mojarse el cabello para apaciguar el calor que la quemaba y
la sofocaba, buscaba con ello ver correr los hilillos de agua
por su rostro para imaginarse que por allí se resbalaba su
mal humor.
Ese día era lunes. Fue como de costumbre y no había
carta para ella. Protestó al encargado y este pretendió
cobrarle cartas que no habían sido pagadas por el remitente.
Ella no le pagó nada. El despachador protestó en tono airado
y ella se tapó los oídos para que no le chorrearan. Pero fue
inútil el despachados había gritado tan alto y con toda mala
intención.
Deambuló varios días pensando en lo que iba a hacer.
Nada se le ocurría. Se maldecía así misma por lo burra que
era. La verdad es que le hacía falta Julián. Éste se había
grabado en su vida como un lunar en su cuerpo. ¿Lo amaba?
No lo sabía con exactitud. Pero algo la unía a ese hombre
misterioso que le escribía con palabras serenas y
misteriosas.
La imagen era la misma. Un muchacho alto, flaco, con
unos cuatro pelitos en la barbilla. Pelo crespo alborotado y
narizón. ¿Y si Julián no volvía porque se enamoró de otra?
¿No será que es un cobarde y no se atreve a dar la cara? La
verdad, se sorprendía de sus propias meditaciones. A veces
se decía que como una burra como ella podía pensar esas
cosas. Decidió ir donde la maestra para que le leyera
algunas cartas sin abrir, inclusive la última, que no era carta
sino telegrama.
Lo primero que hizo fue ponerse unos tapones de
algodón para que no se le reventaran los oídos cuando 52
escuchase a la maestra. Eran muchas cartas las que había
recibido. De letra muy fina, extensas, llenas de amor. Las
cartas de los dos primeros años hablan del cuartel, de lo duro
que era, que ya no lo aguantaba, que esto no era para
hombres sino para animales.
Las cartas de los siguientes años hablan de la
apacible vida de la montaña, de lo engorroso que había sido
desertar del cuartel, también le pedía que se aguantara, que
todavía eran jóvenes, que lo único que lamentaba era no
poder contemplar el desarrollo de su cuerpo en estos años y
que lamenta no poder venir a buscarla, pues en todas partes
lo querían atrapar.
En una de sus últimas cartas que ella no había abierto.
Él le pedía que se fuera a Colombia, que allá estaba a salvo,
que intentara venir sola porque toda la policía lo buscaba y
por eso él evitaba venir a Venezuela.
Ella se cansó de tantas cartas y sacó de su pecho el
telegrama que había recibido hacía un mes. La
correspondencia que ahora mostraba era distinta a todas las
demás. Tenía muchos sellos y en ellos se veían camiones de
guerra y armas, también soldados y caballos en posición de
relincho, la maestra leyó el telegrama y cuando terminó de
leer ella se enteró que Julián tenía dos años de muerto, que
había sido asesinado en una emboscada donde habían
muchos muertos, jóvenes guerrilleros, jóvenes sin ocupación,
también informaban que habían detenido a un impostor que
seguía escribiéndole las cartas. Lamentaban lo ocurrido y le
mandaban el pésame como si de verdad fuera viuda. Salió
corriendo. La maestra no la pudo detener y no la llamó para
no hacerla sangrar. Katiusca cruzó la callé veloz, tan veloz
que se trajo tras si el polvo y la maleza que un jardinero
había cortado en el frente de la escuelita. Disminuyó su
carrera y fue dejando el polvo en el camino. Se dirigió hacia
su casa y pasó delante de todos en la sala y no pidió
permiso, ni cuenta se dio que pisó a alguien. Desamarró el
alambre que protegía la barraca donde dormía. Se quitó los
tapones de algodón, buscó un radiecito de pilas que ella
tenía arriba del escaparate, lo prendió y le puso todo el
volumen.
Desenrolló la colchoneta y la extendió en el suelo y se
acostó. Se puso a decirse a sí misma que se le reventaran
los oídos, que se quedara sorda, que se muriera, que el
mundo se acabara, pero, ni se le reventaron los oídos, ni se
quedó sorda, ni se murió y el mundo continuaba normal
como si no hubiera pasado nada, nada absolutamente nada. 53
Crónica del fin de una era.
Nadie supo cómo explicarse la noticia que ya corría
por internet y que los diarios publicarían al día siguiente
como una crónica refrita. La mujer había dicho
insistentemente en su cuenta twiter que lo lograría, y más
de 15.000 personas se burlaron de ella, sin percatarse los
twiteros que la odiaban por semejante osadía, que la
convertirían en una mujer famosa a través de la cuenta más
visitada en un día.
Pero eso no era lo que a ella le interesaba. Era
importante, sí, ahora sería famosa. Pero no era la meta ni el
propósito para lo cual se había preparado. Durante la
escuela se lo había manifestado a la maestra, y aunque todo
el tiempo recibía burlas, supo esperar y este momento había
llegado.
Michelle, que así se llamaba esta osada mujer, se
frotaba las manos mientras miraba su monitor y sacaba
cuentas de sus prontas ganancias debido a su gran idea. El
día que se presentó ante el notario, el recinto de atención
estaba solo. Hacía como seis meses que nadie registraba
nada. La isla era tan pequeña que no había ni un centímetro 54
de tierra, de arboles, de agua, que no tuviera dueño. Así que
la propiedad privada allí se había agotado. Todos eran
dueño de todo. Ay, del que no fuera dueño de nada, sería
una especie de excluido. Una especie de pobre. Pues al no
poseer ninguna propiedad, ¿Qué sentido tenía estar en un
lugar donde no se era dueño de nada?
El notario soñoliento leyó el documento y levantó la
ceja para mirarla bien. Ella estaba acompañada por un
abogado desgarbado, sesentón, cuya manía manifiesta era
frotarse los largos mostachos a lo Pancho Villa y un pañuelo
mugriento que pasaba siempre por su frente, dado el calor
sofocante que inundaba la isla en pleno verano.
Preguntó el notario si tenía problemas mentales o que.
Ella, movió los hombros e inquirió si tenía algún
inconveniente en hacer el registro debido. El notario tomó un
teléfono clásico de los años 50 y marcó tres números. Habló
en voz baja, pero todo el mundo escuchó que pedía el libro
de los registros de las cosas alejadas de la tierra. Él explicó
que había que verificar, dado que por ser propiedades tan
antiguas, no fuera que otro se le hubiere adelantado, sobre
todo en la época de Tolomeo, puesto que este era un
fanático de tal propiedad. Ella se sentó en un banco de
parada de tren que había sido colocado enfrente del
escritorio ante la falta de presupuesto para brindar mayor
comodidad a los solicitantes del servicio de notaría.
Un joven de pelo largo, con tirantes y vestido con
pantalones y camisa a cuadro, trajo un inmenso libro que
parecía más bien un gran bulto de papel, lucía antiguo y
polvoriento. Sus páginas amarillas eran tan arcaicas que el
comején apenas si dejaba ver la mitad de muchas de ellas.
El hombre encargado de la oficina hojeó todo el libro y se
tomó su tiempo en releer muchas de ellas, como un
rezandero de un funeral inició su ritual.
Numerosos documentos estaban escritos en latín. Y
para él no era difícil, particularmente lo había aprendido en la
escuela de letras de la vieja y única universidad de la isla
cuando aún era pública. Se veía que disfrutaba su lectura, de
vez en cuando mientras leía como una letanía, levantaba las
cejas en son de gozo, parecía que le agradaba molestar a
Michelle. La molestia de ésta se dibujaba en su rostro con
una perspectiva de enrarecer el ambiente si no conseguía su
objetivo. Michelle era así. Explosiva, algunas veces
prepotente, altanera. Se creía con derecho y lo estaba
ejerciendo. Para ella, este hombrecito insignificante de 55
oficina, la estaba obligando a escuchar la lectura del viejo
libro y en latín, ¡Esto era el colmo! Le parecía más bien un
fingimiento de un incompetente para resolver un pequeño
registro.
Por fin el hombrecito de la oficina terminó la lectura
tediosa de todo el libro, habiendo durado esta dos
interminables horas. Durante ese tiempo, el notario le brindó
un café a Michelle y a su abogado. Estos lo saborearon con
gusto y sintieron un alivio al ver que el libro se cerraba. Esta
fue una oportunidad que aprovechó el abogado para pasarse
el pañuelo por su frente y frotarse con gusto sus bigotes
mojados de café con leche.
El notario vuelve a marcar un número y nuevamente le
atiende aquel joven asistente que parecía vestido de payaso.
Recogió el libro que había traído con cierta parsimonia,
mientras aquel le decía algo al oído. El joven le miro
afirmativamente y se retiró. La joven Michelle, fue notificada
que comenzaba el procedimiento, pero la ley era ley y tenía
que revisar el convenio internacional que habían firmado los
294 países sobre las propiedades galácticas. Dado que ya
otros eran dueños de estrellas y cometas, inclusive de
asteroides. Pero de este, no se sabía si había antecedentes
de dueños absolutos o parciales. Por lo que había que
verificarlo. Sobre todo porque este convenio establecía que
“ningún país puede hacerse dueño de ningún objeto
intergaláctico de cualquier naturaleza”, pues ello implicaba
una gran inversión en su sostenimiento, que nadie estaba
dispuesto a hacerlo, más cuando la crisis mundial, no
permitía ni siguiera sostener las débiles economías en plena
mitad del siglo XXI, particularmente por estos lados de
Europa.
Es más llegó a decir el notario, que debía dejar claro
también en este procedimiento que el acuerdo internacional
no excluye a las personas de hacerse dueñas de ellos,
siempre y cuando corran con las manutenciones, pagos de
impuesto y sus derivados de uso, como el IVA entre otros
impuestos. Así que comenzó en su vieja computadora a
copiar el modelo de registro de astros y estrellas y
acentuando el nombre de Michelle, diciéndolo en voz alta
para que todo el mundo se enterara que en la notaria si
había trabajo, que Michelle era propietaria del sol, cuyas
características de este rey solar, es que era una estrella tipo
G2, que su ubicación exacta era el centro del sistema solar y
cuya referencia más cercana era la tierra y dado que durante
los últimos 7mil millones de años nadie había procurado su 56
propiedad, a partir de la presente fecha, su propietaria
dispondría de ésta, y haría su debido uso como más le
convenga, a su vez, llevar a cabo su administración y
establecer además el precio justo, dado el consumo masivo
del determinado producto, que durante tanto tiempo había
sido derrochado sin aportar ningún beneficio al fisco de los
distintos países al cual irradiaba.
Así fue como la noticia se regó. No se le ha cambiado
ni una letra a la historia contada a los medios de
comunicación, por aquel joven vestido de feria. Ahora todos
entienden por qué la molestia colectiva. A partir de la
presente fecha, todos tendrían que pagar el consumo del sol
en sus diferentes variantes. No existe posibilidad de negarse.
Los países y sus cancilleres establecieron acuerdos
unánimes y hasta el premio nobel de economía recibió esta
joven, lo mismo ocurrió al año siguiente y por ello recibe el
nobel de energía alternativa no dañina y libre de
contaminantes.
Ante tanto fastidio de los consumidores protestando
por cobros indebidos realizados por su empresa
administradora, mandó a cerrar su cuenta twiter, el
Facebook, sus correos electrónico y se montó en el
“transbordador súper Atlantis”, para tomarse unas
vacaciones en Marte, y alejarse de tanto bullicio grosero, de
la cual estaba segura, los cuerpos privados de seguridad
pública se harían cargo de tantos quejosos que no entienden,
que lo consumido en el pasado, también tienen que pagarlo.

57
En los sueños, la música está dentro de ti.
Me desperté de repente y sentí que estaba tan
cansada que no me levanté, deje reposar todo el cuerpo
esperando quizás que el peso que sobre mi se posaba fuera
absorbido por el colchón como una esponja inmensa que
tenia vida y abría sus poros hambrienta de mi.
Cerré los ojos e intenté volver al sueño que me había
sobresaltado. Tenía que hacerlo pronto. Los sueños muchas
veces se escabullen, dejando una estela borrosa sin
contexto. Es como un color que se desvanece y solo deja el
efecto de un rasgado en la conciencia de lo ocurrido, como si
la nada precediera a todo lo concreto y el abstracto fuera el
ser, sin saber su existencia.
En principio, me costó atrapar la imagen inicial. Me
veía corriendo entre arboles gigantes y delgados, en las
copas de ellos los haces de luces luchaban por entrar. El
ambiente era sombrío, una semi penumbra completaba el
paisaje. El color predominante era el gris verdoso. Mi
respiración se entrecortaba, mi larga cabellera ondeaba
dejando un destello que indicaba que efectivamente había 58
pasado por allí.
Al detenerme al final del camino, sin que me lo
propusiera, encontré un muelle de madera que indicaba que
había llegado al lago. Desde la carretera, los arboles lo tapan
y nadie se imagina que tal aparición existe. El lago,
impresionante como todo lo que la naturaleza es capaz de
crear, no se acercaba a nada de lo que yo había visto en
toda mi vida. Era único. El cielo azul le daba su rostro, los
pequeños peces saltarines parecían estar felices en ese
inmenso hogar de un mundo acuático, donde la tranquilidad
predomina en toda su extensión.
Me senté en la orilla del muelle y a mi lado había una
caña rustica de pescar. Tomé el anzuelo y coloque la
carnada con toda la calma como si ya esto lo hubiese
practicado en otras oportunidades. Giré hacia el lado derecho
para tomar fuerza e impulsar el anzuelo al lago, intentado
que este llegara a lo más lejos del muelle.
Mientras transcurrían unos diez minutos, en los que
uno como pescador se abstrae de la realidad, la situación se
transmuta a tiempos en los que a veces ni las fechas ni los
años tienen importancia, lo que interesa son las imagines
que te llevan al recuerdo, a reencontrarte con las cosas que
te han hecho feliz, una fuerza poderosa me haló y tumbó al
lago, convirtiendo aquella situación de desespero y miedo en
un paseo salvaje, en la cual la mente busca como resolver
aquella situación, pero al mismo tiempo anula las salidas.
Mientras me sentía halado, la brisa viajaba en mi
dirección y por tanto empujaba el agua abriendo camino
como si se tratara de una tabla de surf, por tanto, cuando se
aparecía una ola, el cuerpo horizontal la sobrepasaba
evitando recibir cualquier golpe natural que una situación de
esta naturaleza provoca en el cuerpo. Despertar, es la
sensación que se percibe en una situación delicada como
esta. Abrir los ojos y darte cuenta que estas por encima de
la imaginación es el desespero que te aferra a la realidad.
Sin embargo nada de eso ocurría. A pesar de que los
parpados se mueven violentamente, guturalmente hablas,
pero resulta un lenguaje ininteligible para el que acompaña tu
morada. Mueves los brazos y te levantas, pero te sorprendes
que aun estas allí. Corres la sábana de tu pareja, le das
cachetadas, le volteas el vaso de agua que está en la mesita
de noche y nada. De repente sientes que te halan y entras
en un especie de cono, y allí estas nuevamente deslizándote
en el agua, gritando a ver si los pájaros y los animales 59
escuchan tu ruego, pero no, cada especie parece tener un
lenguaje distinto, hacen caso omiso a tus llamados, la
velocidad aumenta, la garganta esta reseca de los gritos,
empapada en tu desnudes, de la cual no te das cuenta, es
como si en los sueños la ropa estorbara, tu rubor aparece y
se convierte en un problema. Aunque nadie te ve sientes que
estas vigilada y que todo esto es provocado.
Comienzas a gritar y a gritar para que te oigan. La
calma es muy estable. Solo el ruido de la brisa que roza el
lago se escucha. Esta es una música celestial sin ruido. Es
un silencio musical, donde los instrumentos son
imperceptibles, pero tú la escuchas, no entiendes como llega
a tus oídos, pero está dentro de ti, en tus tímpanos.
Como en todo sueño, sin saber cómo, el nylon se
enreda entre tus piernas, te asegura y te hala al fondo del
lago. Empiezas a ver ciudades, gente, la cotidianidad es
sorprendente, las calles aparecen, los rostros conocidos te
saludan. Te vas olvidando como llegaste al sueño, pero estas
allí, de repente, mirándote como duermes y te revuelcas en
las sábana con desespero, te das cuenta que eres tu misma,
tratando de oírte para que despiertes, pero te ves al mismo y
tiempo y entonces es cuando desapareces en medio del grito
que te ha traído a la realidad nuevamente.
La pequeña Mari.

Mari es pequeña, de pelo rizado, ojos negros y


grandes, tiene una boca muy apetitosa y su piel morena es
acanelada. El pelo siempre lo lleva recogido, es menudita,
tiene un pompi que la hace exuberante y camina como una
reina, su voz es un poco grave, sus bigoticos le lucen y
remarcan la boca, los dientes blancos en la oscuridad son
como luciérnagas, sus líneas de expresión la hacen aun más
bella.
Ella canta y baila, también enseña, le encantan los
niños y tiene tres, dos ya son profesionales, esa es Mari.
La conocí en el centro, toda ciudad tiene uno y ella estaba
allí parada, preguntando sobre una actividad cultural
anunciada en un gran cartel escrito a mano.
Por su edad, le calculé como 48, me sorprendió su interés
por el teatro. De casualidad yo estaba allí, ella hablaba con
un amigo y mostraba mucho interés por este arte y empecé a
soñarla. Bailaba frenéticamente un seis por derecho, daba
giros, y caminaba como una garza, giraba alegremente y
mostraba sus bellos dientes parejitos, me miraba y hacia
mohines. No ponía atención a su pareja que se esforzaba en
60
mirarla y simulaba su molestia al no obtener la atención de
tan linda morena. Interrumpí la conversación y me adentré en
el tema, se interesó en mí e intercambiamos números y
quedamos en llamarnos. Andaba apurada, Vi que sus ojos
brillaron cuando nos dimos un beso como si ya de antes nos
conociéramos. Así es Mari.
Mari me impresionó, su acento llanero penetró mis
oídos, se incrustó en la memoria, se alojó en mi corazón y su
imagen se hizo carne en los pulmones, de tal manera que a
cada respiro, ella drenaba mi cerebro con su canto.
Durante dos meses nos saludamos a través de mensajes de
textos en el marco de un compromiso cultural planificado
entre los dos. La necesidad de encontrarnos se fue haciendo
necesaria, pero un imprevisto grave lo impidió, dejó de
enviarme mensajes como cinco meses, que para mí el pasar
de días y noches, se convirtieron en una eternidad que
pasaba aceleradamente y ayudaba a que la melancolía se
estacionara en la epidermis de piel. Sin embargo, la vida
continuaba, y aunque había tantas cosas que hacer, ella
estaba en el aire que respiraba.
Una mañana, cuando ya sentía que Mari desaparecía
sin que me diese cuenta de mi memoria como una gran
ilusión, ella estaba enviando mensajes. Al principio no
respondí, había muchas llamadas perdidas, pero para qué,
fue ella la que dejó de responder, bastantes tarjetas que
gasté infructuosamente para comunicarme. Sus mensajes
comenzaron a interesarme, me informaba sobre el accidente
que había sufrido, lo cerca que había estado de la muerte.
¿Debía creerle? ¿Estaría jugando conmigo?
Entonces decidí terminar con esta situación incómoda
y le mandé mensajes suaves, tampoco quería que fuera tan
violenta la cosa. Entonces comenzó a tutearme y a entrar en
confianza y allí fue donde me preguntó cosas personales
hasta que se desbordó en pasión y yo quedé atrapado en
medio de tanta turbulencia virtual y comencé a responderle
con el entusiasmo que despertaba en mí, porque Mari me
había conquistado en no más de 150 mensajes en menos de
doce horas.
Así fue como ambos nos hallamos en medio de la
nube de la red telefónica, besándonos virtualmente y
frotando nuestros labios en Bit incontenibles de pasión.
Cuando nos encontramos de verdad, luego de casi un año de
interminables mensajes, me sorprendió lo enamorado que
estaba de aquella menudita mujer. Bebimos café y nos 61
contamos cuanto nos gustábamos y deseábamos estar
juntos, así como compartir el resto del tiempo que nos fuese
permitido en esta alocada aventura de amor peligroso y
fugaz. Al atardecer, cuando ella tenía que regresar a la
ciudad de dónde provino como hada madrina, la invité a
entrar en una tienda de juguetes y escondidos entre hileras
de estantes de juguetes, que afanosamente la gente
compraba porque estaba cerca la navidad, le robé un beso,
corto, pero un beso.
Fue como si la hubiera besado de toda la vida, sentí
su necesidad de compartir furiosamente su tiempo conmigo,
nos abrazamos y fue un abrazo lleno de poesía y música. La
gente nos miraba como si descubrieran a dos adolescentes
atrevidos.
Así es Mari, atrevida, me rodeó la cintura, me atrajo
fuertemente y apretó su cuerpo junto al mío. Sentí como su
perfume penetró todo mi cuerpo y como mis olores la
impregnaron a ella. Me besó un siglo, todo se había
detenido, solo el sonido de la caja registradora de la tienda
ambientaba aquella mágica sensación de estar en las manos
mágicas de mi Mari, dos lágrimas le brotaron.
Habíamos pasado una tarde tan hermosa, rodeados de
ángeles que nos protegían de las miradas y las sospechas
de los demás, parecían muchas las horas de estar juntos,
entonces la separé de mí y le dije:
Es tarde, tienes que irte, nos vemos el martes y
concretaremos sobre nosotros. De eso hace un mes, algo
inesperado ocurrió nuevamente. Mari enfermó, está
convaleciente aun, sufre al estar lejos. Me preocupa su
salud, pero no soy libre ni ella tampoco para estar juntos, lo
nuestro es un secreto, es un permiso que nos damos en
medio de tanto desamor. A pesar de su edad y la mía, nos
hemos confesado que nunca es tarde para amar. Así sea
escondido, burlando la burla, burlando la muerte inclusive,
espero por ti Mari, porque nos merecemos un momento de
felicidad.

62
Cuando el bebe duerme.
Ambas estaban allí, la mirada cruzada indicaba que se
conocían pero no se delatarían ante tanta gente, el juego
continuado desde la noche anterior, nadie tenía porque
sospecharlo. Miró el piso y lamió sus labios satisfecha, como
recordando lo feliz de su nuevo día.
Elena, la elegante vendedora de ropa intima
femenina, miraba a través de su polvera a su amiga, quien
desde lejos le hacía ojitos, como echándole bromas, y a ella
esto le hacía reír por dentro, ni se atrevía siquiera mover los
labios, no fuera que se le marcaran líneas de expresión en la
máscara de polvo, necesaria para lucir sin los síntomas del
cansancio de la noche anterior.
La gente conversaba muy animadamente ante la
llegada de la hora perfecta. Otros serios y con caras rudas,
esperaban sin mostrar la impaciencia de sus adentros y
escondiendo el pensamiento de sus reflexiones. El rito diario
siempre era el mismo, a veces variaban las posiciones en la
fila. Como la mayoría de ellos trabaja allí, se cuidan los
turnos en la cola. La camaradería es graciosa y animada.
Esto parece molestarle a los que no los conocen. Nadie 63
viene a trabajar con tanto escándalo, seguramente era lo que
pensaban los más adultos que exigían con sus miradas, el
recato necesario que merece un centro comercial de esta
naturaleza. Algo anunciaba que ya estaban listos para entrar
y que la loca carrera por vender y comprar se iniciaba.
Las puertas se abrieron y la tormenta de gente entró
en tromba como si la desesperación los hubiera empujado.
Silenciosos, mirando hacia la nada, automáticamente todos
se movieron. Hubo sincronía entre el sonido de la puerta
cuando el cerrojo se disparó y los relojes de la gente. Había
relación directa incluso entre el tiempo transcurrido y el
bombeo incesante de sangre del corazón, el tictac de aquella
bomba perenne, parecía estar mediada entre la necesidad de
partir primero y darse el gusto de cruzar la raya como si
fueran velocista de cien metros planos.
Imaginariamente el griterío de las gradas impulsaban
la acción de Elena que había llegado temprano al centro
comercial y sentía la presión de los que en la fila empujaban
con su mirada a aquel reto de entrar primero y coronar la
meta en esta mañana.
Muchos de los que estaban allí por ser trabajadores no
querían llegar tarde, eran quienes ofrecían a los clientes la
mercancía, por eso la ansiedad de Elena se combinaba con
la competencia ubicada en la otra fila de enfrente de la
puerta eléctrica de vidrio. Entre los dos locales de ropa
femenina mediaban cien metros. Los precios no establecían
diferencia, pero la atención era una cosa que debía estar de
primero para captar los visitantes que no sabían exactamente
que comprar, pero la palabra bien manejada y elocuente
podría convencerlos.
Elena abrió su cartera comprada en un baratillo de un
centro de economía popular, ni loca que estuviera para
comprar en este Mall, con lo caro que allí se vende, si
apenas le alcanza el sueldo para pagar la guardería de su
bebe de catorce meses, comprar la leche y los pañales.
Tomó su celular y marcó un número mientras caminaba
aceleradamente y a la vez hablaba como desaforada pero sin
preocupación, notificándole a su mamá que se acordara de
buscar al bebe, porque no saldría a la cuatro como otras
veces, era diciembre y su horario sería hasta las 8pm.
Eran las once de la mañana, y casi que abría los
brazos de gozo, se había entrenado muy bien. Al bebe lo
llevaba tempranito a la guardería, compraba la prensa y en la
panadería se tomaba un café, mientras reparaba en todas las 64
noticias y se enteraba de las cosas que ocurrían en política y
en economía. Si tenía alguna tarea que hacer releía sus
textos y en su celular escribía las ideas básicas referidas al
tema que debía investigar, mientras por internet, buscaba
páginas para encontrar parejas.
Era una mujer como otras, madre soltera, a pesar de
tener un hijo, este no había sido producto de un error. Son
cosas que pasan, pensaba, se cree que tienes todo en orden
y de repente las cosas se complican y explotan.
Mientras camina en cámara lenta como para que la
filmación de su llegada y su triunfo se note más espectacular,
recordaba la fiesta de cumpleaños de su bebe. Allí habían
acudido todos los empleados de la tienda y sus vecinos que
conocían su situación. Muchos regalos habían recibido,
gracias a Dios en los próximos seis meses por lo menos no
compraría pañales ni potes de leche. Incluso el cálculo de la
ropa recibida de regalo, predecía que hasta la próxima
navidad no tendría que comprarle ropa a Juan Carlos.
Fue en pocos segundos que vio la imagen de su ex
abrazado a una vieja chingona cruzarse por el otro pasillo. La
sangre le hirvió repentinamente. La imagen de la cabeza rota
de aquel se le pareció y la bolsa que llevaba en sus manos
se convirtió en un sartén de aluminio ensangrentado. Intentó
correr pero alguien la detuvo y le preguntó sobre la noche
buena.
Reconoció a su amiga, eran comadres, madrina de
agua, sospechosa de sonsacarle a su marido, pero como
este se había ido con otra, entonces se había librado del
sartén también. Le sonrió y hablaron de los viejos tiempos de
la navidad, se agarraron de la mano y se dieron un romántico
beso en la boca. Recuperó su aliento, levantó los brazos
triunfadora, había llegado a las puertas del negocio donde
trabajaba a la misma hora de siempre, se despidió de su
amante y una sonrisa pícara se dibujó en su rostro mientras
miraba a su compañera cruzar el pasillo sacudiéndose el
pelo y caminando como una reina para su mayor
satisfacción, recordando a su vez que fue su marido que la
pilló en la cama con esta, y que su insatisfacción era culpa
de este, pues su abandono era tal que aquel prefería siempre
andar con sus amigotes, jugando futbol o softbol, y perderse
los fines de semana como si no tuviera responsabilidades,
entonces fue presa fácil de la seducción de su comadre, que
le ayudó a despertar su verdadera convicción sexual, por eso
siempre era la primera en llegar al mall, para encontrarse con
ella e iniciar los juegos amorosos que la llevarían a la cama 65
cuando el bebe por fin se durmiera en la noche.
El contralor y el psicoanalista.

La historia que os voy a contar aquí, deseo de todo


corazón no sirva de comparación en ningún otro caso. Es de
mi entero sufrimiento y si hoy les cuento, es porque el doctor
me ha exigido que no reprima más lo que os quiero contar y
yo estoy de acuerdo con él, porque creo enteramente en su
predisposición a cambiar mi parecer con respecto a lo que os
quiero relatar. Han de saber que hace como seis meses, caí
en letargo profundo y durante ese tiempo no supe de mí, sino
hasta ahora que el doctor me contó y por ello, al recuperar la
memoria de lo olvidado, deseo contaros la pesadilla que vivió
el doctor, al escuchar mis relatos durante su procedimiento
del psicoanálisis.
Sepan que provengo de familia acomodada, sabidas y
expertas en sacar provecho de cuantos cargos públicos han
ejercido. La burocracia parece ser la labor preferida y toda mi
familia estudia para tal fin y son expertos en políticas de
estado, aunque ninguno ha alcanzado ni aspira cargos de
elección popular. 66
Estando ejerciendo uno de alta jerarquía, pues
autorizaba yo el manejo de miles de millones de bolívares, y
de mi competencia era la contraloría, al descubrir
marramuncias de facinerosos que se hacían llamar políticos
avezados y de alta sensibilidad social, comencé por
escudriñar la vida privada llena de lujos de algunos, que bien
sabido era por muchos, que llegaron a sus cargos con una
mano adelante y otra atrás.
Al acumular pruebas fehacientes de sus tracalerías y
patrañas con el erario público, y al descubrir la cadena de
corrupción que funcionaba como un enjambre, pero que a su
vez alimentaba una escalera en el conciliábulo entorno del
mandatario de turno, que desde un principio consideré
inocente de tales felonías en esta mafia de abanderados, que
se suponía eran la flor y nata de la conciencia democrática
de un pueblo creyente en sus discursos, y al estar próximo a
armar el expediente con apoyo del abogado que se suponía
estaba enteramente adiestrado como paladín de la justicia en
la consumación de tal expediente, fui cayendo en
consideración que me resultaba harto sospechoso el
abogadillo presente, puesto que cada vez que escribía una
afirmación sobre las pruebas poseídas en físico, este
interponía sus buenos oficios para que tal redacción no fuere
lo suficiente fuerte a fin de no provocar la ira de los mafiosos
y en consecuencia mi pellejo estuviera a salvo de cualquier
felonía de estos politiquero devenidos en líderes sociales.
Era tal la ira acumulada en mí que, sostiene el Dr.
quien trata la ahora enfermedad de la cual se me acusa, que
mi inconsciente, consciente de tamaña industria provenida
por mi depresión neurótica, había sugestionado un
mecanismo de defensa necesario que al encerrarme en un
estado catatónico, permitía escabullirme de una realidad que
me perseguía, como consecuencia de la prevalencia de mis
principios morales y éticos.
Es así, que durante mi estadía en esta habitación
blanquecina iluminada por bombillos ahorradores,
comenzaron a aparecérseme las imágenes de los
defenestrados individuos. Sus inexpresivos rostros revelaban
sujetos que sabían manipular inclusive los recuerdos, por eso
mi experiencia los asociaba con los clones del teatro, de los
circos de mala muerte de mi niñez y siguiéndoles el juego,
los ahuyentaba a gritos, porque he caído en cuenta de la
profunda crisis o traumatismo o shock en la que se encerraba
toda mi angustia, precisamente cuando mis brazos intenté
extender, observé que estaban cruzados hacia mi espalda y 67
por tanto inutilizaba mi acción de abofetear tales fantasmas
para desaparecerlos de mi vista.
Como quiera que en este recinto da fe de mi relato,
solo la paciencia del Dr. me ayuda a recuperar la calma y la
confianza de que algún día cual quijote volveré a los campos
floridos con mi dulcinea, la justicia, a combatir los molinos de
la corrupción. Aunque dejar de lado y olvidarme de aquello
podría ser la medicina que pronto me echara a la calle, mis
sentimientos permanecen intactos y por tanto me debo a
ellos. Sé que para la familia repercuto como una oveja negra,
y por ello, no deja de molestarme al imaginar la negra
conciencia de mis familiares.
Durante mi infancia luché contra aquellos que usaban
la trampa para alcanzar las mejores notas y la mayor
atención de los maestros y las maestras, y aunque el rincón
era mi castigo, saboreaba dejar al descubierto a los
excelentes mal habidos, quienes a partir de allí, recibían la
desconfianza de los amiguitos del salón, y ese era mi trofeo.
No el de hacerle daño a nadie, no, sino dejar al descubierto
al tramposo y a los cómplices de tal acción.
Muchas peleas se sobrevinieron durante mis estudios
escolares. Hasta el ostracismo viví en mi carrera
universitaria, ¿Cuántas batallas contra la decencia inicié?
Unas pérdidas y otras ganadas, aunque los premios fueran el
dolor y el olvido de los amigos, por ningún caso iba yo a
abandonar la lucha emprendida por la corona de laureles de
la decencia en la administración pública, para lo cual la
Universidad me había preparado, contraviniendo los favores
de la mafia burocrática del momento para lograr una pasantía
exitosa.
Pero volviendo a la situación inicial que me trajo a este
relato, cuenta el Dr. que mis circunstancias actuales tienen
su origen en el pasado, generándome dudas al respecto tal
planteamiento, ya que tal contexto vivido lo describe
diciéndome que se involucran la aparición de imágenes
sexuales relatadas en mi hipnosis. Este descubrimiento
confieso me incomoda, pues no recuerdo que durante mi
infancia o adolescencia yo estuviera detrás de las faldas de
las niñas, quizás besos robados de travesuras y maldades,
pero sueños mojados, ¡Jamás! Por lo menos que yo
recuerde. Abandonado por tres chicas, si, lo confieso, pero ni
me dolió, ¿Que eso explote ahora? Vaya usted a creer. Pero
esto es lo que afirma el Dr.
Sin embargo, la teoría del Dr. acabose por exacerbar
mi crisis, que era tratada por un “delirium tremen de 68
persecución obsesiva”. A eso fue que vine. O me trajeron.
Pero si en la búsqueda de los motivos de mi reclusión
los investigáramos, tendríamos que comenzar por decir que
no hará más de seis meses que en mi oficina comenzaron a
aparecer papelitos de amenazas contra mi vida. Durante
meses se me amenazó y ultrajó mi carrera como si fuera una
lacra de la sociedad. Se me trató de lo más sucio y con
epítetos fuera de lugar y de altísimo tono vulgar. Es como si
el mundo se volteara y las cosas comenzaban a funcionar
distinto a lo que yo había aprendido en la universidad.
Yo era, decía un papelito de tantos, parte de la
podredumbre burocrática, que no dejaba progresar a este
país. A veces la señora que limpiaba conseguía sobres
repletos de dinero con destino al señor contralor, es decir,
directo a mi persona. Por supuesto que no traían remitente.
El decir de la gente es que eran sobres mágicos. Toda mi
oficina se impregnaba con el olor del dinero fresco.
En medio de mi rabia interior, tomaba el dinero y me
iba la plaza mayor y los repartía a los viejitos que estaban
allí añorando quizás una pensión tardía. A partir de allí fue
cuando en las columnas de los diarios locales, las culebras
viperinas del diarismo amarillista, comenzaron a hacer
comentarios sobre mi salud mental, después de que me
alababan y agradecían las cestas navideñas y los obsequios
a los periodistas en su día. Era tanta la repetidera, que de
verdad la gente comenzó a creer en esa matriz creada sobre
mi salud. Se me acusó incluso de usar dineros de la oficina y
repartirlo seguramente con la intensión de aspirar a un cargo
de elección popular, es decir, posiblemente así aumentaría
mi popularidad ya incrementada por los periodistas en la
buena época de regalos y ofrendas institucionales. Esto
suponía poner en desventajas a los demás aspirantes que si
batían barro y pisaban tierra y se comían las verdes durante
este periodo. Eso era lo que repetían hasta el cansancio los
medios. Esto supone poner en jaque a mis adversarios
políticos. Baboserías, nada más lejos de la realidad.
Totalmente absurdo. Claro, no le dije a nadie de donde
provenía tal despilfarrado dinero, fue entonces cuando se
levantaron causas contra mí y se me acusó de loco.
Durante mi tratamiento, el Dr. pudo comprender que
era imposible que yo pudiese haber tenido relaciones con
Maritza Sayalero, Alicia Machado, Irene Sáez, pero para el
colmo de los colmos, con la sexagenaria Susana Duím.
Estas imágenes le hicieron comprender que su teoría de que
mi problema tenía que ver con una sexualidad insatisfecha 69
era echada por tierra. Al desmontarse que tales imágenes
eran crueles y creados productos quizás por el fetichismo
sugerido por la televisión y los concursos de bellezas y no
por una necesidad intrínseca de mis deseos reales y
orgánicos. En fin, estimado lector, que todo lo que os he
contado, lo he hecho para demostrarles que estoy en mis
cabales y que vuelvo al cargo del cual fui echado hace seis
meses, acusado de loco y parlanchín. Hasta la pobre
secretaria fue involucrada al cumplir al pie de la letra mis
recomendaciones de regalar dinero de cualquiera otro sobre
amarillo que llegase a sus manos. Con tan mala suerte que
lo hizo con el susi del subcontralor del cual nunca sospeché
nada y para mi sorpresa, hoy ostenta el cargo que reclamo y
del cual se niega mi reincorporación. Así que emprendo otra
lucha contra la injusticia y esta trama montada en mi contra y
desde estas blanquecinas paredes donde han impedido mi
salida, seguro por influencias de las altas esferas del poder.
Toda esta conspiración será derrotada con mi inteligencia y
mi sana razón. No importa que no tenga aliados, en el
camino se incorporaran. Como abogado se defenderme solo.
Mientras trato de zafarme de esta camisa de fuerza le grito al
Dr. que crea mi historia, que ate los cabos de la lógica. Que
conecte los enemigos de mi obra y se dé cuenta por
inducción e inferencia que no estoy loco. Que se apoye en la
crítica de la razón de Emmanuel Kan, que note la
sensibilidad que tengo sobre la cosa pública, que analice mi
entendimiento de la honestidad y la decencia, la ética y la
moral y note como mis argumentos y sospechas están
basadas en la razón de los hechos y las prueba y que la
subjetividad con la que se me acusa de loco no tiene ningún
asidero científico. Y la sociedad entera tiene conocimiento de
mi acción y por supuesto de mi reacción. Callar es
convertirse en cómplice de los facinerosos que hoy deberían
estar pudriéndose en la cárcel y no celebrando que aun
continuo en este encierro injusto.
Carta dirigida a los medios de comunicación desde el
hospital siquiátrico de Bárbula.

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