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En orden a la transmisión de la palabra de revelación, Dios dispuso una doble vía: una vía consistente en
la predicación oral y otra consistente en la fijación y consignación escrita. El objeto de la inspiración en
relación con la palabra de la revelación es precisamente esta fijación y consignación escrita, mediante la
cual la palabra de revelación se hace Escritura.
Antiguo Testamento.
Moisés recibe la orden de escribir (Ex17,14; 34,27). De la obra de Moisés se dice que es
“Palabra de Yhwh, pronunciada por boca de Moisés” (2Cro 35,6).
Los profetas también reciben este mandato. Pero de todo esto no se sigue ninguna conclusión
cierta; no son más que indicios. Del mandato divino de escribir no se deduce la inspiración del
libro.
Nuevo Testamento
Habla sobre la inspiración del Antiguo Testamento en una doble forma: implícita y explícitamente.
Implícitamente, se deduce del uso absoluto que Jesucristo y los apóstoles hacen del Antiguo
Testamento: el máximo argumento es “escrito está”. Igualmente del motivo que alegan para garantizar
la misma Escritura: hablan en el Espíritu (Mt 22,43; Hch 28,25).
- 2Pe 1,20ss:
«Pero, ante todo, tened presente que ninguna profecía de la Escritura puede interpretarse por
cuenta propia; porque nunca profecía alguna ha venido por voluntad humana, sino que hombres
movidos por el Espíritu Santo, han hablado de parte de Dios.»
- 2Tim 3,14-17:
«Tú, en cambio, persevera en lo que aprendiste y en lo que creíste, teniendo presente de quiénes
lo aprendiste, y que desde niño conoces las Sagradas Letras, que pueden darte la sabiduría que
lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús. Toda Escritura es inspirada por Dios y útil
para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la justicia; así el hombre de Dios se
encuentra perfecto y preparado para toda obra buena.»
Dice S. Pablo que toda escritura es theopneustós (Dios-soplo), trata, pues, de un soplo, un impulso
divino. El término theopneustós puede tener sentido activo (que inspira divinamente) o pasivo
(divinamente inspirada).
a. los que hacían consistir la inspiración en la aprobación de unos libros compuestos por la sola
capacidad humana
b. y los que hacían consistir la inspiración de un libro solamente en que contuviera la
revelación sin error.
«Fue Él mismo (el Espíritu Santo) quien, por sobrenatural virtud, de tal modo les asistió
mientras escribían, que rectamente habían de concebir en su mente, y fielmente habían de
querer consignar y aptamente con infalible verdad expresar todo aquello y sólo aquello que
Él mismo les mandara: en otro caso, no sería Él, autor de toda la Escritura Sagrada». Vemos,
pues, que de aquí parte la concepción de la inspiración como luz al entendimiento, moción a
la voluntad, y asistencia en las facultades operativas.
d. Benedicto XV, encíclica Spiritus Paráclitus (DzH 3651). Expone la doctrina de S. Jerónimo,
que es “la común doctrina católica sobre la inspiración”:
«Dios, con su gracia, aporta a la mente del escritor luz para proponer a los hombres la verdad
en nombre de Dios; mueve, además su voluntad y le impele a escribir; finalmente, le asiste de
manera especial y continua hasta que acaba el libro.»
«Los libros enteros del Antiguo y Nuevo Testamento con todas sus partes (...), escritos bajo
la inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor y como tales se le han entregado a
la misma Iglesia1.Pero en la redacción de los libros sagrados, Dios eligió a hombres, que
utilizó usando de sus propias facultades y medios2, de forma que obrando Él en ellos y por
ellos3, escribieron, como verdaderos autores, todo y sólo lo que Él quería [León XIII, Prov.
Deus, (DzH 3293)].»
Naturaleza de la inspiración.
Por parte de Dios. Es una gracia sobrenatural: Sobrenatural virtud (León XIII), Gracia concedida...
hasta que acabe el libro (Benedicto XV). Esta gracia de la inspiración, considerada en su causa principal
(Dios) es una:
Por parte del hombre. El hombre es instrumento, pero vivo y dotado de razón, como veíamos en el
texto de Pío XII. Habrá que estudiar el influjo de la inspiración en su razón, en su voluntad, y en sus
facultades operativas, siguiendo también a León XIII y a Benedicto XV.
Entendimiento. Puesto que la acción del entendimiento es esencial para la composición del libro
no es suficiente que el libro esté en el entendimiento divino; también ha de ser concebido por el
entendimiento del hombre. De otro modo, el hombre no sería verdadero autor humano.
Voluntad. La actividad de la voluntad es, como la del entendimiento, esencial en la composición
de un libro. Como Dios es autor del libro sagrado, tiene que actuar su voluntad en la
composición del mismo; y como el hombre también lo es, tiene que actuar también su voluntad.
Dios, como causa principal que mueve la voluntad del hombre, y éste como causa instrumental
viva que se mueve también ella misma a escribir el libro. Si sólo el hombre fuera quien se decide
a escribir, sólo él sería plenamente autor del libro.
Facultades operativas. La actividad de las facultades operativas (memoria, fantasía, cerebro, etc.)
es necesaria para la composición del libro. En consecuencia, deberá provenir de Dios, causa
principal del libro, y del hombre, causa instrumental del mismo. Además, si Dios no influyese en
estas facultades defectibles de por sí, podría ocurrir que no transmitiesen ‘aptamente y con
infalible verdad’ las cosas que Dios quería enseñar.
1
cf. Concilio Vat. I, Dei Filius cap. 2 (DzH 3006); Pontificia Comisión Bíblica, decr. 18 de junio de 1915 (DzH 3629); Sto.
Oficio, Carta del 22 de diciembre de 1923 (Ech. Bib. 499)].
2
[Pío XII, Div. Affl. Spir. (EB 556)]
3
[En y por el hombre: cf. Heb 1,1; 4,7 (en); 2 Sam 23,2; Mt 1,22 y frecuentemente (por); Conc. Vat. I, Schema de doctrina
cathol. Not. 9: Coll. Lac. VII 522]
Una consecuencia de la inspiración: la verdad de la Biblia.
La inspiración supone que Dios es autor del libro. Pero como Dios no puede equivocarse ni mentir,
engañarse ni engañarnos, se sigue que todo lo que hay en la Biblia es verdad sin error (es lo que
tradicionalmente se ha llamado inerrancia de la Sagrada Escritura). Se excluye el error no sólo de hecho
(no hay error) sino también de derecho (no puede haber error)
A) La misma Sagrada Escritura: basta la razón de ‘escrito está’ para que una cosa sea inapelable.
«Jesús les respondió: “¿No está escrito en vuestra Ley: Yo he dicho: dioses sois? Si llama dioses a
aquellos a quienes se dirigió la Palabra de Dios –y no puede fallar la Escritura– a aquel a quien elPadre
ha santificado y enviado al mundo, ¿cómo le decís que blasfema por haber dicho: ‘Yo soy Hijo de
Dios’?”».
B) Por la Tradición. Toda la Tradición ha creído siempre a la Sagrada Escritura inmune de todo
error por el hecho de que Dios es su autor, y ante las dificultades que han podido surgir, nunca
han dudado de la verdad de la Biblia, sino que antes han pensado que el códice es defectuoso, o
que no han entendido nada, o que el traductor no supo comprender el sentido del original. Pero
jamás dudar de la verdad sin error de la Biblia.
«(...), y tan lejos está que la divina inspiración pueda contener error alguno, que ella de suyo no sólo
excluye todo error, sino que los excluye y rechaza tan necesariamente como necesario es que Dios,
Verdad suprema, no sea autor de error alguno».
«Como todo lo que afirman los hagiógrafos, o autores inspirados, lo afirma el Espíritu Santo, se sigue
que los libros sagrados enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad, que Dios hizo consignar en
dichos libros para salvación nuestra».
Bajo las palabras “la cuestión bíblica” se encierran toda una serie de problemas que en la segunda mitad
del siglo XIX comenzaron a plantearse a la Sagrada Escritura por parte de los avances de las ciencias
naturales y de la investigación histórica, que creían descubrir crasos errores en los Libros Sagrados en lo
referente a estas materias. A esto se añadieron las dificultades provenientes de los problemas morales
que plantea el mismo texto sagrado.
Existe absoluta armonía entre la verdad revelada y la verdad natural; no puede haber jamás verdadera
oposición entre la fe y la razón. Así dice el Vaticano I4:
4
Cf. también JUAN PABLO II, Fides et Ratio, cap. V, especialmente n. 52-55
«Aunque la fe esté sobre la razón, sin embargo, nunca puede haber verdadera disensión entre la fe y la
razón, puesto que, siendo el mismo Dios el que revela los misterios e infunde la fe, es el que ha dado al
espíritu humano la luz de la razón, y Dios no puede negarse a sí mismo, ni puede nunca contradecirse lo
verdadero» (DzH 3017; FIC 60)
Es verdad bíblica, sin error, todo lo que el hagiógrafo dice, y en el sentido en que lo dice, pues sólo en
ese sentido es en el que Dios mueve al hagiógrafo a decirlo. Así dice el Vaticano II:
«Dios habla en la Escritura por medio de hombres y en lenguaje humano [Cf. S. Agustín, De civitate Dei
XVII 6,2]; por lo tanto, el intérprete de la Escritura, para conocer lo que Dios quiso comunicarnos, debe
estudiar con atención lo que los autores querían decir y Dios quería dar a conocer con dichas palabras»
(DzH 4217; FIC 195).
1. Ciencias naturales
Los problemas que algunos ven en la Sagrada Escritura en relación con las ciencias naturales fueron
tomados en consideración y resueltos por León XIII en Prov. Deus, el autor sagrado no quiso enseñar la
íntima constitución de las cosas. Por tanto, no hay error, sino que bien usa cierto modo de metáforas, o
habla en lenguaje vulgar sin hacer un juicio formal de verdad sobre lo que está diciendo.
«(...)los escritores sagrados o, más exactamente, ‘el Espíritu de Dios que por medio de ellos hablaba, no
quiso enseñar a los hombres esas cosas (es decir, la íntima constitución de las cosas sensibles), como
quiera que para nada habían de aprovechar a su salvación’[S. Agustín, De Genesi ad litteram II 9, n. 20];
por lo cual, más bien que seguir directamente la investigación de la naturaleza, describen o tratan a
veces las cosas mismas o por cierto modo de metáfora o como solía hacerlo el lenguaje común de su
tiempo, y aún ahora acostumbra, en muchas materias de la vida diaria, aún entre los mismos hombres
más impuestos en la ciencia…).
La clave está en que el hagiógrafo habla, describe, según las apariencias y usando el lenguaje vulgar sin
hacer un juicio formal de verdad sobre lo que está diciendo, sino que se adapta a los modos corrientes de
hablar.
2. Historia
Más complejo resulta el tema de la historia. Porque, si bien el autor sagrado no pretende enseñar la
constitución íntima de las cosas, sí que pretende narrar la historia. León XIII no resolvió el tema, pero
invitó que lo mismo que él había hecho con los problemas ocasionados por la ciencia, se trasladase a la
historia, y apuntó algunos caminos de investigación: puede haber un error en los copistas de los códices,
o puede ser que no hayamos descubierto el sentido genuino del texto (cf. DzH 3290-3291; FIC 136-
137).
Intentos erróneos:
Limitar la inspiración solamente a algunas partes de la Sagrada Escritura. (León XIII, cf. DzH 3291)
limitar la inspiración solamente a temas tocantes a la fe y costumbres y a nada más. En los pasajes de
la Sagrada Escritura no habría que buscar lo que se dice sino para qué se dice (ibid.).
distinguir el elemento primario (fe y moral) del secundario (el resto, que sería como una especie de
vestidura exterior de la verdad divina, un ropaje en el que va envuelta) para decir que el primario estaría
dotado de inspiración junto con inerrancia, mientras que el secundario sólo gozaría de inspiración, pero
no de inerrancia (cf. DzH 3652; FIC 164). Este era el camino que algunos habían seguido para no limitar
la inspiración real total, como pedía León XIII.
Decir que en la Sagrada Escritura la historia se cuenta según las apariencias, como se encuentra en las
fuentes, o como se conoce por tradición, sin que necesariamente deba corresponder a la realidad. Sería
lo mismo que León XIII hizo para resolver los problemas científicos: los autores hablan según las cosas
aparecen a los sentidos. Pero este camino es erróneo porque, si bien a los sentidos corresponde percibir
las apariencias, y no hay en ellos error en la percepción de esas cosas que constituyen el objeto propio de
su conocimiento, sin embargo es ley de la historia relatar las cosas como realmente sucedieron (cf. Dz
2187 [suprimido en DzH];cf. FIC 166).
Distinción entre verdad absoluta y verdad relativa. Es imposible. Lo que es verdad para un tiempo,
no será enteramente verdad para otro. Sin embargo, si el hagiógrafo pretende hacer historia, ésta tiene
que ser verdadera, fiel a los hechos, y si lo es en su tiempo lo es para siempre(cf. DzH 3653; FIC 165).
Caminos válidos.
Las citas implícitas: textos en los que el hagiógrafo está citando documentos sin hacerlos suyos y, por
tanto, no los afirma ni compromete en ello su autoridad. Pero para usar este camino ha de probarse que
el hagiógrafo realmente está citando y que no quiere hacer suyo lo que cita (cf. Pontificia Comisión
Bíblica, DzH 3372), lo cual no ha de presuponerse, pues cuando alguien cita normalmente quiere hacer
suyo lo que cita.
El recurso a narraciones que sólo en apariencia serían históricas, tratándose en realidad de fábulas,
relatos didácticos, etc. Es válido, pero hay que probar con sólidos argumentos que realmente el autor no
pretende la significación propiamente literal o histórica de las palabras (cf. Pontificia Comisión Bíblica,
DzH 3373).
El uso de géneros literarios. Pío XII, en la encíclica Divino Afflante Spiritu, va a dar el gran impulso
y desarrollo a este camino. Por género literario se entiende: aquellas formas o maneras de decir y de
escribir usadas comúnmente entre los hombres de una época o región para expresar lo que quieren decir.
Se establecen una serie de principios:
Este campo sí que es delicado, pues toca nada menos que a la moral. Si Dios es autor principal de la
Biblia, y Él es la suma santidad, no puede haber en ella nada que se oponga a la santidad.
El gran principio. Lo primero que hay que tener en cuenta es que hay que ver la Sagrada
Escritura en su totalidad. Muchos de estos relatos no son más que la expresión de la paciencia de
Dios para con su pueblo, de su condescendencia en ir educando a su pueblo poco a poco,
progresivamente (cf. Dz 2294; FIC 176).
Relatos inmorales. En la Biblia aparecen descritos relatos inmorales, adulterios, mentiras, etc.
Pero esto no se opone a la santidad de la Biblia, pues tales relatos son el retrato de una
humanidad caída y cargada de miserias y defectos.
Actos de crueldad. Por ejemplo las guerras o “anatemas” de la conquista de Canaan, ordenadas
por Dios. Para juzgar estos hechos es necesario atender primero al fin que Dios se propone, que
es no ver pervertido a su pueblo (Dt 7, 4-10).
Imprecaciones. Se trata de proposiciones que expresan deseos de mal contra otros y contra sí
mismo. Deseos de venganza en general, deseo de la propia muerte, etc. En primer lugar, hay que
tener en cuenta que Dios mismo en la Torah promete bendiciones al que cumple con su Ley y
amenaza con maldiciones a los transgresores. Por tanto, el autor sagrado imprecante, no hace
más que tomar la causa de Dios como propia, y desear que se respete la Ley, y que se cumplan
sus maldiciones para el transgresor.
Canonicidad: comporta para un libro el hecho de ser incluido en el canon o lista de los libros que
la Iglesia tiene por inspirados. Es una cualidad de carácter ‘jurídico’ y externa al libro como tal.
Inspiración: es una cualidad de carácter esencial e intrínseca al libro, por la que éste tiene a Dios
por autor. Todos los libros canónicos están inspirados. Hemos llegado a conocer la lista de libros
a través de la tradición, del uso litúrgico y del magisterio de la Iglesia.
a. Interpretación de la Biblia
1. Literal. Es el significado por las palabras de la Escritura y descubierto por la exégesis; es lo
que el autor quiso decir. El sentido literal lo encontramos en todas las palabras de la Sagrada
Escritura, y es único en cuanto sentido literal explícito (así parece deducirse, entre otros
lugares, de Div. Affl. Spir. DzH 3826; FIC 171-172, y de Dei Verbum 12).
Aunque este sentido literal puede dividirse:
2. El sentido espiritual existe también en la sagrada Escritura, pero no afecta a todo, y puede
conocerse por múltiples caminos (la misma Sagrada Escritura, tradición, magisterio), aunque
no hay que abusar de él. (Cf. Div. Affl. Spir. DzH 3828; FIC 173).
Dado el medio humano que escribe el libro habremos de atender a los géneros literarios
(cf. Div. Affl. Spir.; Dei Verbum 12), la crítica textual, la historia, la arqueología, el autor
y la finalidad del libro, etc.
Dado el origen divino, la escritura «se ha de leer e interpretar con el mismo Espíritu con
que fue escrita; por tanto, para descubrir el verdadero sentido del texto sagrado hay que
tener muy en cuenta el contenido y la unidad de toda la Escritura, la Tradición viva de
toda la Iglesia y la analogía de la fe» (Dei Verbum 12, DzH 4219; FIC 196).