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*CECILIA RINCON
BERDUGO
PROFESORA:
UNIVERSIDAD
DISTRITAL FRANCISCO
JOSE DE
CALDAS-COLOMBIA.
PRESENTACION
En las últimas dos décadas tanto en Europa como en América Latina el estudio
de la historia de la infancia ha tenido especial significación y se ha convertido
en referente investigativo de diferentes disciplinas y programas académicos en
Universidades.
Los cambios sociales rápidos que han caracterizado, en América Latina, la etapa tardía
de la modernidad han obligado a una adaptación y recomposición de la vida cotidiana
con la consecuente modificación de los roles asumidos por los distintos actores
sociales. Este proceso ha tenido dos frentes: de un lado la lenta pero progresiva
“tecnologización” de los aparatos estatales, comerciales o bancarios que han
influenciado algunas prácticas habituales como la compra y venta de productos, el
manejo contable de la economía desde la familiar hasta la empresarial, la prestación
de servicios sociales básicos y los mecanismos fundamentales de socialización de las
comunidades mestizas o peyorativamente conocidas como “mundo subdesarrollado”.
De otro lado las cada vez más profundas crisis económicas, fruto indudable de la más
inhumana forma de capitalismo, el neoliberalismo, han obligado a la ampliación del
mercado laboral y del intercambio productivo, factor que ha traído cambios en el
significado de la infancia, en donde los menores de edad son empujados a una vida
laboral prematura que lleva al abandono escolar.
Desde esta perspectiva es indispensable desentrañar los imaginarios que se han tejido
en las instituciones educativas, en las últimas décadas, entorno al concepto de
infancia, asumidos y reflejados en el contexto escolar por los profesores y demás
miembros de la comunidad educativa de instituciones tanto rurales como urbanas de
diferentes comunidades del país. Este Investigación busca responder preguntas tales
como: ¿Qué representaciones e imaginarios de infancia tienen los profesores y demás
miembros de la comunidad educativa en diferentes instituciones?. ¿Cómo ha variado y
ha sido abordado el concepto de infancia a través de los cambios sociales, culturales,
educativos y pedagógicos en el mundo y particularmente en Colombia?.¿Cuál es la
mentalidad de los maestros y de la comunidad educativa frente al nuevo rol que las
nuevas tecnologías están imponiendo al niño de hoy?. ¿Qué relaciones existen entre el
imaginario de niño y niña y la práctica pedagógica cotidiana en diferentes
comunidades e instituciones educativas?
La prelación de las ideas positivistas que asumían las lógicas del adulto como la única
posible que asimilaban la imaginación infantil y sus diferentes formas de expresión
como eventos sin sentido, hizo que la primera mitad del presente siglo estuviera
marcada por la “ausencia” forzada del niño del espacio reflexivo asimilado
frecuentemente a “lo consciente”, recurso exclusivo de los adultos, situación
manifestada en el texto de la investigadora Aline Helg, La Educación en Colombia 1918
- 1957.
Así, el niño era un ser prácticamente inexistente hasta tanto no cumpliera los siete u
ocho años de edad, cuando se consideraba que adquiría ya una “consciencia” que le
permitía tener un espacio moderado de opinión, aunque siempre bajo la tutela y
decisión final del adulto. En consecuencia, los niños solían ser, tradicionalmente,
nombrados y escenificados a partir de representaciones universalistas. El concepto de
infancia fue manejado, durante mucho tiempo, como un enunciado que hace referencia
a un tiempo común y lineal, transitado por todos los niños sin distinciones sociales. Por
ello, la infancia, como estado natural, ha sido objeto de protección, inversión, control y
represión.
Los sucesos de Mayo de 1968 en París, por ejemplo, despertaron formas dormidas de
percepción del mundo que significaron, en mayor o menor grado, cambios de cierta
relevancia en la forma de vivir y entender el mundo en occidente. Fue así como los
niños adquirieron una presencialidad social nueva, se convirtieron en “metáforas de
futuro”, en la medida en que se les veía como continuidad del sistema y,
simultáneamente, como renovación, pero sujeta a ser realidad sólo cuando ellos fuesen
adultos. La construcción de la infancia comenzaba desde el reconocimiento de un
“otro” que daba sentido a la individualidad.
La presencia de esta nueva forma de verse a sí mismo, “yo como mi otro”, traía
implícita una forma de jerarquizar y agrupar los segmentos sociales. El niño y el joven
se abrían al mundo sin esperar la aceptación o permiso de los mayores. Pero la
“otredad” del niño, (tal como sucede con la de cualquier otro ser amado), toma
sentido en la medida que permite reafirmar la legitimidad de la existencia del padre.
Aún hoy el mundo del adulto es vedado al niño. El halo de misterio con que se le
rodea, justifica el amor y la curiosidad del niño. Estos nuevos planteamientos afectaron
el mundo infantil. Como lo anota el sociólogo francés Pierre Bordieu en “El Gusto”, los
niños ganaron el mundo de la calle en aquellos espacios externos que son seguros, es
decir, los que se ubican fuera del ámbito de lo privado, de lo familiar a los que
podríamos denominar “espacios de transición o transicionales”, a los que se puede
acceder solo con la complicidad de los adultos (Bourdieu, 1983).
De otro lado, la institución familiar, base del sistema social occidental, comienza a
ceder su fuerza como elemento reproductor de valores, sus miembros inician la
búsqueda de elementos de socialización fuera de ella. La identificación entre los seres
que la conforman no se sustenta ahora solamente en la autoridad vertical o el poder
económico de los padres. Los niños educados dentro del sistema tradicional católico,
encuentran un modo alternativo de vida marcado por un proceso de socialización y
endoculturación basado no ya en la autoridad sino en el consentimiento y la
satisfacción de sus deseos más inmediatos, por lo que su resignificación cultural
parece tender a la de un sujeto creado y dispuesto para posesionarse del mundo y ser
su constructor.
Todos estos factores de orden social, cultural y económico, que acarrearon cambios
rápidos en las últimas tres décadas, condujeron a la promulgación sucesiva de políticas
estatales dirigidas a la niñez.
Durante las dos últimas décadas se han implementado diferentes planes de acción y
declaraciones internacionales, con miras a desarrollar un compromiso sostenido en
favor de la infancia a nivel mundial, latinoamericano y nacional. En tal sentido, pueden
mencionarse los resultados de un estudio sobre la situación de la infancia elaborado
por la UNICEF, en 1984. Las recomendaciones de este trabajo se dirigen a los
gobiernos con el propósito fundamental de reducir las tasas de mortalidad infantil e
incrementar la calidad de vida de los niños, a partir del fomento de programas
orientados a la ampliación de la cobertura de atención y al mejoramiento de la calidad
de los servicios existentes.
El carácter de obviedad ha dejado fija una idea de la infancia como objeto dado desde
siempre, inmutable, ahistórico y ha omitido las preguntas por las transformaciones
históricas del concepto, por sus matices, por sus continuidades, discontinuidades,
desplazamientos y rupturas. Sin embargo, el concepto de infancia hace remisión a una
categoría que sitúa invariablemente al niño en el centro del proceso educativo y la
práctica pedagógica.
Una de las nociones más difundidas es la que hace referencia a los estadios del
desarrollo cognitivo. Para Piaget estos estadios (sensoriomotor de los 0-2 años,
operacional concreto de los 2-12 años y el operacional formal de los 12- 15 años), se
caracterizan por que reflejan las estructuras cognoscitivas con las que cuenta el sujeto
en cada uno de esos estadios. Estas estructuras determinan lo que el sujeto es capaz
de entender, problematizar y transformar, es decir, lo que el sujeto es capaz de
aprender.
Pero, más importante que los estadios del desarrollo, lo que Piaget muestra durante
todo su trabajo es que el niño es constructor de su conocimiento. Esto implica
reconocer que su papel en el proceso de aprendizaje es activo, lo cual quiere decir que
no se limita sólo a recibir el conocimiento del exterior. A partir de sus conocimientos
previos y del desarrollo psicológico, el niño recoge de la cultura y la naturaleza lo que
sus “esquemas” le permiten, para lo cual a veces introduce en estos objetos
deformaciones en su proceso de aprehensión del conocimiento (asimilación). La
relación del niño con los objetos implica también un proceso paulatino de
acercamiento a las propiedades de los objetos mediante la modificación de sus
“esquemas” de pensamiento (acomodación).
A partir de estos planteamientos se deriva la imagen del niño estudiado por Piaget,
que corresponde a la de un sujeto (científico) que se enfrenta sólo al aprendizaje y al
conocimiento del mundo. Los trabajos del cambio cognitivo han vuelto a considerar al
niño como un ser social, un ser que juega y habla con otros, que aprende por medio de
las interacciones con niños, maestros y padres. Gracias a los trabajos de Vigotsky la
psicología cognitiva se ha dado cuenta de que, a través de la vida social, el niño
adquiere un marco de referencia “para interpretar las experiencias y aprende a
negociar los significados”, según las exigencias de la cultura (Jerome Bruner, 1990,
pag.9).
Una de las criticas más severas a la teoría Piagetiana ha sido señalada por Vigotsky,
quien considera que aunque Piaget reconoce la importancia de los factores sociales en
el desarrollo de la inteligencia no profundiza en este factor.
Como síntesis de estas dos teorías se concluye que mientras Piaget hace hincapié en
los estadios del desarrollo universales, biológicamente apoyados, Vigotsky subraya
con especial interés la interacción entre condiciones sociales cambiantes y los
substratos biológicos de la conducta. Es decir, para Vigotsky el niño se proyecta en el
mundo de los adultos en pos del desarrollo cultural.
Desde estos presupuestos teóricos y prácticos, uno de los aportes que este estudio
ofrece, es el de construir un marco descriptivo de los imaginarios de la infancia que
manejan los maestros de la educación pública y los que circulan entre los docentes de
la educación privada. Además, contribuir al desarrollo de la educación y la pedagogía,
en tanto puede, como producto, elaborar un balance del pensamiento del profesor
sobre la infancia en la actualidad y propiciar la deconstrucción y construcción de
imaginarios de infancia acordes con la realidad de los niños, sus necesidades y sus
vivencias, elementos que conducen al mejoramiento de la práctica pedagógica.
Es así como para la pedagogía los niños han sido cuerpos débiles e ingenuos,
manipulables en formación. Además los niños son objeto de estudio y de análisis
obligados a emigrar del seno de la familia a las instituciones educativas para que
puedan superar la carencia que les es constitutiva. En efecto la escuela dedica su
esfuerzo a hacer de esos pequeños “futuros Hombres de Provecho” o “Adaptados a la
sociedad de manera creativa” (Narodowsski, 1994).
El imaginario de niño que se deriva del discurso pedagógico comienza con el
cumplimiento de unas funciones establecidas por la sociedad tales como amar,
proteger y considerar al niño como sujeto heterónomo. La escuela en este sentido
juega un papel trascendental: Cumplir con la tarea de escolarización. En este sentido,
la producción discursiva de la pedagogía está orientada a normatizar y explicar la
circulación de saberes, constituyéndose en la agencia educativa que producirá una
infancia deseada.
Los trabajos Demause y Ariès, narran que en la época clásica, la escuela medieval de
los clérigos y mercaderes no distinguen las edades de los niños, ni señala ninguna
condición específica de la niñez. Esta escuela integra a niños y adultos y no presenta
criterios de clasificación por edad o grado de dificultad. En la escuela moderna, por el
contrario la infancia ha sido delimitada y su ubicación depende de una rigurosa y
minuciosa clasificación, que impide la integración, ocasionando también otras
delimitaciones más sutiles y específicas en relación con sus aprendizajes y las formas
de evaluación. Lamentablemente a través de la historia la pedagogía ha contribuido
con esta clasificación.
A partir de los estudios sobre la infancia en las últimas décadas, aparece reconocido
jurídicamente el concepto de infancia y adolescencia en la Convención de los Derechos
del Niño en donde “se entiende por niño todo ser humano menor de 18 años” (Art. 1
Ley No. 12 de 1991) y que socialmente reconoce que la infancia tiene derecho a
cuidados y asistencias especiales, a recibir protección para poder asumir plenamente
sus responsabilidades dentro de la comunidad. En estos presupuestos se observa que
el concepto inmersos es “el niño por su falta de madurez física y mental necesita
protección y cuidados especiales (Convención sobre los Derechos del Niño), discurso
jurídico que demuestra la intención de ayuda, asistencia y protección a una comunidad
que se encuentra en minoría de edad.
HALLAZGOS
Ese otro por el cual, se preocupa el maestro, es precisamente el niño, un niño que es
un extraño para el adulto, por su físico, su necesidad de ayuda para satisfacer algunas
de sus carencias. A través de la historia lo que se ha visto es un antagonismo entre
adultos y niños, mediado por una relación de poder. En donde este antagonismo no
nace del desamor sino de las diferencias, de la poca capacidad que tenemos para
comprender lo que no somos. Por lo tanto si no lo podemos comprender, debe ser
controlado, control que ha sido manifestado a través de la autoridad de los adultos
sobre los niños, pero además con relaciones de cariño y protección.
En los discursos de los profesores se enuncian varias perspectivas que contribuyen a la
formación de la imagen de niño: desde un sentimiento contemplativo “el niño es un
ser humano lleno de ternura, amor e inquieto que busca afecto” “un niño es primero
que todo un ser humano con cualidades y defectos, lleno de ternura y amor para
ofrecer y recibir”. Dentro del ámbito escolar estos imaginarios se derivan de la forma
como el niño se vincula a las actividades escolares o como responde al mundo escolar,
es así como el niño es “una semilla, una cajita de sorpresas, un diamante en bruto que
podemos tratar de moldear para el bien de él y de la sociedad” y así sucesivamente
los docentes de los Centros Educativos dejan ver una gama de imaginarios de infancia
que van desde el reconocimiento del ser humano, pasando por un ser integral hasta las
sui generis que los consideran como “engendros divinos”.
Esto nos muestra como la relación del maestro con el niño ha estado mediado por el
contrapunteo de visones como: la del niño como un ser bueno y con muchas
potencialidades para desarrollar y la del niño como un ser malo que introducirá el
demonio y que por lo tanto hay que controlar. Estos dos imaginarios a menudo se
confunden y son ellos los que dan ese extraño carácter a la infancia y a la práctica
pedagógica, que se mueve entre el niño como ángel y el niño como demonio.
Esto, es explicado en parte por las proyecciones de los adultos sobre lo que es
diferente a ellos. De Mause propone una explicación psicoanalítica a ese doble
carácter de la infancia: para él, las relaciones de los adultos con los niños se expresan
a través de tres actitudes psicológicas: 1) el adulto puede utilizar el niño como un
vehículo para la proyección de los contenidos de su propio inconsciente; 2) puede
utilizar al niño como sustituto de una figura adulta importante en su propia infancia y
3) puede experimentar empatía respecto a las necesidades del niño y actuar para
satisfacerlas (De Mause, 1982, pag. 23).
Desde estas argumentaciones se ha llegado a deducir, que la escuela la viven los niños
y los profesores desde sus imaginarios particulares de mundo, mundos encontrados,
que están abocados a relacionarse en los espacios institucionales pero no a
comunicarse. En este mundo el niño es visto por el profesor como estudiante, como el
alumno al cual se le elige lo que debe hacer y como lo debe hacer. Además este
imaginario permite construir por parte de los docentes intereses artificiales con la
situación social y económica del niño, que les exige una responsabilidad apremiante,
argumentos que orientan su llamada “educación para la vida”.
De otro lado hay autores que sostienen que el principal criterio que determinó esto fue
la rentabilización de la fuerza de trabajo. Lo que se ve en la ampliación del mundo
material de la infancia. El niño como ser humano nuevo y activo, es siempre una
posibilidad para el mundo y para la sociedad.
Es así, que se observa como los conceptos e imaginarios de los docentes y maestro de
la instituciones educativas se mueven en la actualidad dentro de estas concepciones,
manifestadas en sus prácticas de aula y en el sentido que ellos dan a su labor y su
relación con los niños.
Para finalizar cabe señalar que esta investigación se ha propuesto establecer una
tipología de los imaginarios de niño derivada posiblemente de los enfoques
pedagógicos, psicológicos y antropológicos asociados a la infancia y manifestados en
las prácticas pedagógicas –entendidas como las acciones dialécticas y relaciones
establecidas por el profesor en el aula de clase- nuestra preocupación conduce a
adoptar una perspectiva histórico-cultural y un marco teórico conceptual flexible que
ayude a comprender e interpretar las fuerzas y formas interactivas mediante las
cuales, históricamente se ha producido la construcción social de la infancia.