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Autor: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic.

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Nubes y libertad Podemos optar, cada segundo, por un mundo mejor.  

Si las nubes hablasen, cuando pasan en vuelos caprichosos por


encima de nuestras ciudades y pueblos, podrían contarnos la
Nubes y libertad
historia de sus viajes, los caminos recorridos, las subidas y
bajadas a merced de los vientos. Muchas nubes "nacen"
gracias a la evaporación. Crecen con la ayuda de vientos y de corrientes de frío y de
calor. Se mueven impulsadas por el viento, por una fuerza desconocida que va por
delante y por detrás; que una veces sube y que baja, que otras veces da la sensación de
detenerse de modo suave y misterioso. Una nube puede desatarse en una lluvia
frenética o en una suave llovizna, o simplemente se deshace, sin pena ni gloria, ante los
ojos indiferentes de un anciano que mira y mira el techo que está por encima de los
techos humanos.

La vida de cada uno de nosotros no puede compararse con la historia de una nube.
Nosotros no volamos, no nos extendemos por amplios espacios del cielo, no
conquistamos cimas de montañas ni cubrimos como niebla los campos y las aldeas de
los valles y llanuras. Estamos condicionados por un cuerpo bastante pequeño y con
proporciones bajas, que nos tiene casi siempre con los dos pies sobre la tierra y que nos
permite "levantarnos" a pocos centímetros de altura en el espacio que corretean las
brisas o los huracanes. Tenemos unos padres concretos (algunos, por desgracia, nunca
los conocieron) y, seguramente, un nombre y un apellido. Hacemos planes para el
mañana y recordamos con mayor o menor alegría las aventuras del pasado. Escribimos
en el presente nuestra biografía, y vemos cómo otros las leen, con buenos o malos ojos,
con simpatía o antipatía, con amor o con odio.

La vida del hombre, como la nube, recibe muchos influjos, muchos vientos, numerosos
rayos de sol o de lámparas fluorescentes en oficinas llenas de humo y olorosas a café.
Pero esos influjos no determinan lo que son las elecciones más profundas. Esas nacen,
como los manantiales de las montañas, desde lo profundo de nuestro ser, desde ese
núcleo interior que a veces los demás juzgan con demasiada facilidad, cuando nosotros
mismos muchas veces no acabamos de conocerlo de veras. Esas decisiones forjan
nuestra biografía, deciden nuestra historia, y marcan también el destino de otros seres
que dependen de nosotros; unos, muy cercanos, que vemos todos los días; otros,
desconocidos, que piden solamente un gesto de justicia o un acierto en una delicada
decisión política o económica.

Las nubes siguen circulando, como hace miles de años, por encima de nuestra tierra
encanecida y arrugada. También los hombres se siguen sucediendo, generación tras
generación, para caminar por el suelo polvoriento de una carretera de provincia o para
apretar el acelerador de un coche en una moderna autopista de tres carriles. Pero unos
habrán dejado una huella de bondad y de justicia, mientras otros serán recordados entre
el número de los que "el bien lo hicieron muy mal y el mal lo hicieron muy bien". Unos
y otros, un día, tuvieron sus vidas en sus manos. Nosotros, cada segundo de nuestra
existencia, podemos optar para hacer el mundo un poco mejor, o para seguir añadiendo
dolor a quienes no tienen apenas tiempo de alzar la cabeza para ver las nubes pasar.
Sólo con opciones justas habrá quien mire a las nubes y no piense en ellas, sino en la
posibilidad de un nuevo milenio mejor y más feliz...

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