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DEL JOKER, EL NARRADOR SUPREMO

“Antes del equilibrio sideral.


Antes del tiempo y las magnitudes.
Antes de la materia y el orden.
Antes del caos.
Antes de antes.
Fue el hidrogeno.
Y antes de él, solo las leyes naturales y el espacio”

"Y el nuevo ser sin memoria, creció”

LOS TRASMIGRANTES INMEMORIALES

“Morir es iniciarse en los grandes misterios”


Platón
Aunque no hemos seguido el mismo camino, siempre hemos andado juntos, no de la mano,
y sin embargo siempre con el corazón, en los tiempos de prosperidad, en los de adversidad
también. Hemos atravesado capítulos violentos de nuestras vidas y hemos sobrevivido con
presteza y dignidad. Soportamos duras pruebas, algunas inclementes, creamos tiempos de
risa y sufrimos los de llanto, pero construimos una época que ahora solo permanece en
memorias ávidas de nostalgia, de alimento para su tristeza. Tal vez los tiempos que hicimos
fueran tan hermosos, fueron tan bien idealizados en el recuerdo, que a ellos se aferra
nuestra mente, ansiando volver y escapar de los momentos de incertidumbre en los que
nos descubrimos más vulnerables que nunca.
Y sin embargo… ¡oh! todo no es más que un triste pueblo de fantasmas desvencijado por el
frio viento de la soledad, sueños agonizantes en esquinas y rincones adonde nunca más
llegó el sol de nuestra vitalidad. ¿Nos convenceremos acaso de que nada ya volverá a ser
como antes, o moriremos fingiendo la trágica parodia de que nadie ni nada ha cambiado, y
que el próximo fin de semana volveremos a nuestras antiguas alegrías? Es muy largo el
camino para mirar atrás. ¡No hay tiempo para nostalgias! Hay mucho por construir. ¡Hay
que despertar de la ignominia y la servidumbre, recuperar el protagonismo de su propia
vida! Porque, ¿a qué volver a recorrer viejos caminos? Porque la realidad cotidiana no
alcanza a llenar nuestros mundos desde cuya base hemos partido a explorar lo nuevo en un
pacto contundente que vino a sellar el primer trasmigrante, el Joker inmemorial. Acaso no
sabíamos bien lo que estábamos haciendo, acaso a lo que estábamos apostando, o si
estábamos conscientes de que jamás regresaríamos indemnes de esa búsqueda. Ahora,
perdidos en ese inextricable laberinto de la creación, estamos uncidos por el conocimiento
de nuestra existencia y por nuestro sobreentendido acuerdo de deserción de los tinglados
vencidos. En la búsqueda de lo desconocido, ¿tenemos derecho de recriminar nuestra
ausencia? Las distancias no pueden separar verdaderamente a los hombres. La búsqueda
del fuego exaltó el heroísmo de la búsqueda en las alturas, muy lejos de las fábricas oxidadas
de lo convencional. Ya no nos pertenecemos y sin embargo somos uno solo. El tiempo de
nuestra odisea ha llegado, y habremos de sobrevivir al final del sueño y a las seducciones
que aguardan en el recorrido de nuestro insobornable peregrinar.
Solo hay una suprema condición: que en ello pongamos nuestro empeño y que hagamos
uso del recurso de nuestras facultades con las que fuimos provistos. ¡Y en ello nadie puede
ayudarnos! ¡Solo cuando nos hayamos vencido a nosotros mismos podremos
verdaderamente encontrarnos para iniciar el viaje del que jamás se retorna! En la fantástica
perspectiva de nuestro sino, lo principal es sustraernos a las versiones encantadoras y
rescatarnos a esta zona del tiempo donde luchamos con los elementos para aligerarnos y
poder penetrar por los estrechos senderos donde no se puede pasar con el bagaje inútil,
legado memorial que llevamos a cuestas. ¿Y que podrá ser más difícil que esto? Porque
hasta nuestros inmediatos se han vuelto un mueble más en nuestro tibio mundo de
certezas, pasando desde los hábitos creados hasta las creencias adoptadas: ¡Hay que ver
con qué ingenio usamos el reflejo de nuestra propia imagen para poder tranquilizarnos
acerca de la gran incertidumbre que parece rodearnos por doquier! ¡Hay que ver con qué
solemnidad aseveramos nuestras afirmaciones! Tan doctos, tan catedráticos, tan
infalibles… ¡No nos cabe ni un ápice de duda! ¡Hablamos como los pontífices de la verdad!
¿De qué es de lo que no podemos librarnos, por más que corramos, por más ingenios que
usemos para olvidar su presencia? ¿Por qué seremos tan predecibles, tan falibles?
Es tan desgastadora la lucha… erosiona, modela, quita, deforma, agrega… ¿Por qué todo
tiene que ser con lucha? Claro, uno no puede quedarse flotando a merced de las inercias
naturales. El azaroso proceso concierne al universo entero: ¿cómo se forjó la tierra acaso?
¿Cuántas capas de polvo barro y generaciones, lluvias, glaciaciones y fundiciones tuvieron
lugar antes del actual estado de las cosas? Séneca decía que la vida es lucha y solo vive
quien se compromete, citando en concordancia antiguos textos que describen la naturaleza
de los hombres muertos caminando por las aceras en pleno mediodía. En la disolución de
las seguridades, los subterfugios, las justificaciones, la vanidad, pueden abrirse paso otros
caminos. Cuando uno está en la falda de la montaña y ve lo inaccesible de los inalcanzables
picos ya es tarde para devolverse, ya no es posible el retorno.
Lo poderoso del símbolo del Arlequín trashumante reside en su esencialidad: no lleva
consigo nada, excepto su magia y su poder, libre de los lastres que agobian al hombre y con
cuyo peso no puede ir a parte alguna. ¡Vedle presto en toda parte del viaje eterno! Su
itinerario, como el de la vida, no tiene fin, y hasta la muerte no es más que una estación.
Por ello mismo resulta sumamente inquietante el hecho de que llevamos recorrido las
tercias partes de nuestra vida, y… ¡no hemos emprendido, excepto el cumplimiento
estamental o la adopción de algún ideal… ¡nada que pueda considerarse un intento serio
por trascender nuestra normatividad! y más preocupante resulta la comprobación de la
existencia de un impedimento serio que podamos usar como pretexto para defender
nuestra estaticidad, nuestra eterna postergación de una partida que “no está muy lejana
pero que tampoco muy cercana”. Gente menos dotada ha ido mucho más lejos de lo que
nuestras tranquilidades hubiesen deseado, y tal vez todo esto hubiera podido atenuarse de
no ser por el olor a agua estancada que denuncia nuestro marasmo sin contemplación. Es
cierto que todo hombre está emplazado a un punto de ruptura en su ritmo natural. ¿Para
qué esperarlo? ¿Es necesario que se produzca un hecho que nos provea del coraje
suficiente para abandonar la esterilidad en la que acabamos nuestras existencias y partir –
sin siquiera moverse del sitio- hacia nuevos horizontes? ¿Y si nunca se produjese este
hecho? ¿Estaríamos entonces condenados a languidecer en vida bajo la égida de civismos
criptocráticos? Es una inquietante posibilidad, máxime cuando hay cualidades ponderables
de por medio y de que existen las herramientas precisas para desatar las diligencias
fundamentales. La trágica disipación de la juventud y la energía está rondada por el olor de
la muerte, y cuando la consunción haya advenido, la realidad implacable habrá de mostrar
su tenebrosa mueca.

En la vida, como en la guerra, partir sin el coraje avizor es un suicidio (eso lo sabe bien quien
transita por la cuerda floja), y que en últimas es el mismo requisito que opera en la
búsqueda del misterio vivo. La naturaleza de las cosas que comenzaron a suceder después
del encuentro con el Joker fue tan extra lógica y disímil con las rutinas contextuales, que su
relato se convirtió en algo extremadamente difícil, viéndome arrojado al dilema entre
abandonarlo todo y darle entrada a la razón –que pujaba por sobrevivir-, o lanzarme de
lleno a ese mundo difícilmente ponderable que empecé a entrever tras las rendijas a las
que fui llevado por los designios providenciales.
¿Cómo darnos cuenta de la magnitud de la semilla que ha sido sembrada en nosotros? No
es descartable que el erador siga aún entre nosotros, aguardando pacientemente nuestra
propia resolución, porque en creer no se nos puede ir la vida. ¿Es real el divorcio entre lo
mítico y lo vivencial? ¿Cuál es límite que una vez traspasado, es irreversible? ¿Cómo
discerniremos las conminaciones? Haciéndome estas preguntas, me envolví en mi capa y
desaparecí en la noche.

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