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ESPACIOS PARA LA
INFANCIA EN LA
CIUDAD
REFLEXIONES DESDE CASA
DEL ENCUENTRO
Ensayo
E D I T O R I A L
C UA RTO P RO PI O
ESPACIOS PARA LA INFANCIA EN LA CIUDAD
REFLEXIONES DESDE CASA DEL ENCUENTRO
I.S.B.N. 978-956-396-080-8
Impresión:
Una palabra 9
Introducción 11
Diego Blanco
Claudia Curimil
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calles donde quedan las casas, los vecinos y todo lo que bordee lo
urbano, constituyen el tejido social que va haciendo historia en
la vida de un niño o niña. Sin lo anterior, no podemos pensar lo
que hace historia en un niño o niña.
Proponer un abordaje y entendimiento de la infancia situa-
da en lo social, implica reconocer que las infancias involucran
todo un campo social por donde los encuentros con otros irán
constituyendo al niño y niña durante su vida. En este sentido,
hablamos de infancias en plural, pues la historia de un niño o
niña es la historia no sólo respecto a su lugar en la filiación, sino
que también de historias sociales que reenvían a nuevos contactos
y lugares a través de encuentros cotidianos. Es esto precisamente
lo que propone Casa del Encuentro al ofrecer un espacio donde
se pueda contar con otros, es decir, ampliar una cartografía social
por donde tener ciertas referencias, un Otro social para que la
identidad de un niño o niña, no se ponga en riesgo producto del
aislamiento o quede esta restringida a una dependencia materna
o paterna.
Situar la infancia más allá del núcleo familiar, es abrir las
consideraciones que aquello que hace infancia, son también los
tránsitos dados por el barrio, los encuentros con otros, las expe-
riencias institucionales y todo lo que la historia del tejido social
considere.
1 Inaugurada el año 2014 en la Fundación Santa Ana, por Valentina Peri, Diego Blanco,
Franco Ramírez, Stephanie Otth e Ignacia O’Shea. En la actualidad el Coordinador de
Casa del Encuentro La Pintana es Franco Ramírez.
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Renca2. Si bien ambas quedan en la capital de Chile, establecen
cada una diferencias importantes respectos al modo de vida que
en cada sector se desarrolla, llevando a que ambos equipos de las
respectivas Casas se vean involucrados en escuchar el modo en
que se desarrollan los intercambios en cada lugar y, por lo tanto,
a pensar el dispositivo no como un modelo replicable en cual-
quier espacio, sino que en un dispositivo que atento a la historia
del lugar donde se sitúa, a su configuraciones sociales e institu-
cionales, va escuchando el cotidiano que sostiene el camino de la
niñez y la crianza en relación a su contexto social.
En este sentido, disponer de un espacio abierto a la escucha
de lo cotidiano de los tiempos de la infancia en Casa del Encuen-
tro, no sólo ha permitido ofrecer un espacio de palabra, juego o
descanso para los tiempos de la crianza, sino que también ha im-
plicado atender a lo que resulta difícil de comunicar, de escuchar
o de hablar. Por lo anterior, es que el trabajo que se desarrolla en
Casa del Encuentro se inspira en el marco principal propuesto
por Françoise Dolto al momento de fundar la Casa Verde, el cual
refiere a estar situado en un trabajo de prevención en la niñez
respecto a las dificultades comunicacionales tempranas.
Françoise Dolto, tiempo antes de inaugurar la Maison Verte
en Paris el año 1979, situaba la necesidad de contar con un es-
pacio de prevención temprana para los más pequeños junto a sus
padres en la ciudad, argumentando lo siguiente:
2 Inaugurada el año 2016 en la Fundación Santa Ana por Valentina Peri, Diego Blanco
e Ignacia O’Shea. En la actualidad la Coordinadora de Casa del Encuentro Renca es
Valentina Peri.
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el entorno calificado por sus intercambios personales con las de-
más madres y acompañantes familiares de cada niño, para apoyar
el despertar motor y psíquico de su hijo en contacto con otros
y ayudarle a conquistar su autonomía en otro espacio, a tiempo
parcial, que el de la casa familiar. (2009, 119)
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o pesquisar lo que el modelo de prevención señala a partir de los
estudios científicos universales, puesto que es esta universalidad
la que termina por extinguir, juzgar y censurar las palabras que se
tengan por decir a partir de la historia de cada uno.
Acompañar el crecimiento de un hijo o hija en algún mo-
mento estaba más orientado a preguntar e interrogar la experien-
cia de otras generaciones, de algún otro familiar, especialmente
otra mujer. En la actualidad, esas palabras de transmisión pare-
cen ir quedando desacreditadas por el saber de expertos de distin-
tas áreas. Aparecen entonces, notas de revistas, diarios, artículos,
libros de crianza. Es posible situar, que, desde un tiempo hasta
acá, aquellas dificultades que madres y padres sobrellevaban a
través de las referencias ofrecidas por otras generaciones hoy son
empujadas a sobrellevar mediante la consejería, los documentos
manuales, provenientes de especialistas y expertos en un saber
universal, pasando de una transmisión más bien oral a lo escrito-
normativo, a la lectura, a lo psicoeducativo.
Uno de los fundamentos que comenzó a trabajar Françoi-
se Dolto a propósito de la necesidad de crear un espacio que
atendiera a los primeros años de vida bajo un marco preventivo,
fue que partir de la atención a niños de siete u ocho años que
recibía en su consulta, estos traían una demanda donde en la es-
cuela eran incapaces de establecer relaciones interpersonales, oca-
sionando una serie de problemáticas tanto para el niño o niña,
como para la escuela quien los diagnosticaba como inadaptados.
Es entonces a partir de esta serie de situaciones que se encontraba
en su consulta, que Françoise Dolto señala lo siguiente:
El diálogo con los padres dejaba entrever que las dificultades ha-
bían comenzado en la mayoría de los casos muy temprano en la
vida de estos niños, pero ni ellos ni los diversos testigos adultos
se alarmaban por ello. Ahora bien, parecía que, si las cosas se hu-
bieran “hablado” a tiempo, a este niño y para él, en el momento
de los traumas, las conmociones, el sufrimiento familiar del que
está involucrado el niño y del cual él guarda rastro inconsciente
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y reprimido constituyen una pérdida de confianza en sí mismo y
una fluctuación en su identidad, la mayoría de las veces habría
sido posible evitar la gran patología psicosocial manifestada en la
escuela. (2009, 319)
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cuesta decirla. Se podría decir que escuchar es también esperar y
no adelantarse a lo que se cree que al otro le falta por decir, sino
que escuchar es también sostener el conflicto de esa palabra que
cuesta ser dicha o que cuesta ser escuchada. Al respecto, Marie
Hélène Malandrin fundadora junto a Françoise Dolto de la Casa
Verde, anota lo siguiente:
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la Casa del Encuentro es un espacio que combate el aislamiento
y soledad de las personas, sobre todo porque vemos los efectos
que esto conlleva en los niños. (Trastornos de lenguaje, difi-
cultades al ingresar al Jardín, angustias preverbales, agresiones,
entre otras). Por lo anterior, hemos visto cómo la soledad –que
cobra mayor peso cuando la crianza sucede en escases de re-
des– no es necesariamente ausencia de un otro, sino más bien,
ausencias de referencias sociales, de lazos afectivos con quien
intercambiar palabras. En esta línea, Françoise Dolto (2005)
advertía que precisamente el drama de los niños de la ciudad
(a diferencia de los niños del campo) es que los primeros no
están carenciados de cuidados, sino de palabras mediadoras del
mundo que los rodea.
Estas faltas de referencias sociales han sido parte importante
de la escucha de Casa del Encuentro al momento de pensar cómo
se viven los procesos de separación temprana, y cómo se van pre-
sentando estos en un espacio de socialización para niños y niñas,
donde muchas veces las distancias que suceden entre, madre e
hijo, por ejemplo, se vuelven muy complejas de sostener puesto
que la relación con el otro que no está, ha estado sostenida en el
encierro del hogar y en la dificultad de hablarse para representar-
se de otro modo que no sea estar viéndose o tocándose. Dicho de
otro modo, las dificultades que puedan surgir durante los proce-
sos de separación temprana no son sólo dificultades vinculares,
sino que también son dificultades sociales de situar qué espacios
se pueden volver un lugar social donde estar con otros en una
ciudad que pueda acoger estos procesos y no los particularice o
patologice desde las lógicas del individualismo.
En nombre de la productividad hemos visto cómo hoy la
ciudad se planifica y se ordena en territorios donde la indus-
trialización y lo urbano son aspectos que hablan acerca de una
“urbanización de la sociedad” (Lefebvre 2017), y donde el con-
texto, es decir, la vida cotidiana, la parte inconsciente de lo ur-
bano, lo que apenas se dice y menos aún se describe, hace hablar
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lo que lo urbano oculta a través de su instituciones, tal como
señala Henry Lefebvre. Esta parte inconsciente, que es la vida
cotidiana del barrio donde se ubican las Casas del Encuentro,
nos hace escuchar también lo que ingresa cada vez que abri-
mos las puertas de cada Casa del Encuentro, y se presenta en
los intercambios o las formas de relacionarse, en las dificultades
cotidianas, angustias, desconfianzas y temores sociales que hoy
existen.
Considerando lo anterior, el abordaje que se realiza en Casa
del Encuentro es que aquello que vaya a mediar o referenciar
entre un niño y otro, será ese lenguaje –verbal, gestual o mí-
mico– que permita un intercambio a través de la palabra para
simbolizar una conducta. Se trata, tal como señala Marie-Hélène
Malandrin (2013) de entender, a veces, los gestos de un niño
en el momento en el que nadie entiende nada. Esa palabra que,
dirigida a un bebé o a un niño, tal como señala Dolto (2005)
ayudará a establecer o restablecer por su contenido, el vínculo
humano que se constituye a través del mundo que lo rodea, don-
de el niño percibe de inmediato que lo tratan de comprender
y ayudarlo a comprenderse a sí mismo mediante el apoyo de la
palabra que le es otorgada. Esta acogida social que se realiza en
Casa del Encuentro, que no separa al niño de aquellos de quienes
depende la seguridad de su identidad, por lo general su madre o
padre, los prepara para la entrada en sociedad en la calma de las
palabras que fueron escuchadas y dichas para preparar estos mo-
mentos de separación, como lo son la entrada al Jardín infantil,
por ejemplo.
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niño? En Casa del Encuentro un primer momento de la acogida
tiene que ver con presentar el lugar a los nuevos visitantes, es
decir, contarles de los distintos lugares y objetos disponibles, y
algunas reglas que permiten que compartamos el espacio. A los
bebés y a los niños se les dirige la palabra de modo directo, y sus
cuidadores a veces han comentado –con sorpresa– que se les ha-
bla con las mismas palabras que usamos los adultos.
Un bebé o niño pequeño requiere de distintos modos de
comunicación, así como el adulto, en los más pequeños pareciera
ser más evidente el contacto físico, ser cargado, movido, mirado,
tocado tanto para sus cuidados básicos (comer, vestir, la higiene),
como para un juego, pero es necesario que la vía de la palabra
también anote, inscriba algo en esa experiencia con el bebé. De-
berá considerarse, además, que hablarle a un bebé o niño, cobra
sentido cuando suponemos un sujeto ahí. Mathelin, a propósito
de su trabajo con recién nacidos, comentaba sobre la diferencia
entre los efectos en un bebé cuando se le habla:
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de hacer preguntas, de interrogar al mundo adulto, de preguntar
por el deseo de quienes están con ellos. La responsabilidad con la
infancia posiblemente se ubique en el gesto de ofrecer palabras,
historias para ellos.
Diremos entonces, que hablarle a una persona desde los pri-
meros días de vida, es ofrecer palabras que lo designen como
sujeto y que haga de su cuerpo, un cuerpo hecho de lenguaje por
donde su identidad será sostenida en la memoria de las palabras
que han simbolizado las experiencias de su vida.
3 Revisar libro La infancia y sus encuentros: Escritos a partir de la experiencia de Casa del
Encuentro, Compilado por Diego Blanco, Editorial Pólvora, Santiago, Chile, 2016.
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circulación, y de lo imposible de “programar” encuentros, pues
estos simplemente ocurren o no, y para que esto sea posible “se
requiere la existencia de un espacio y una circulación en el sen-
tido concreto del término, poder caminar. Tener la libertad de
caminar es a veces tener la libertad de quedarse en el lugar. Por-
que la circulación no se hace simplemente con los pies, puede
estar también dentro de la cabeza: una circulación, la libertad
de estar tranquilo” (2017, 55-56).
Estar tranquilos también tiene que ver con no quedar atra-
pados en preguntas. La acogida se sostiene más bien en la dispo-
sición de escuchar y acompañar lo singular de quienes nos visi-
tan. Disponerse a la sorpresa de la expresión del otro, y de lo que
en ese encuentro surja, y los efectos que este tenga.
Esta acogida es una acogida social, se acompaña un encuen-
tro en un espacio social, en donde no sólo quienes son parte del
equipo de acogida cumplen la función de acoger, sino que por
efecto puede ser la disposición, la palabra, la pregunta de otro
cuidador u otro niño que haga posible esto. Vasse (1995) plantea
que se trata de una presencia tranquila, una palabra sin miedo,
alguien que no se asusta al hablar.
Por otra parte, el encuadre marca un espacio social, en don-
de por ejemplo aquella línea que delimita un espacio para andar
de determinado modo, que está pensado especialmente para los
más pequeños, en donde no pasarán objetos grandes, es una regla
que no está para simplemente ser cumplida sino para marcar di-
ferencias, para separar, para el despliegue de cómo cada uno se las
verá con la diferencia. Y entonces poder nombrar, decir, aliviar.
Es una acogida social y colectiva, en tanto como señala This:
“Acoger afectivamente al niño, es primero respetarlo en tanto ser
que se expresa, sin formalidad de inscripción, sin objetivizar, me-
dirlo, sin que sus padres tuvieran que cumplir un cuestionario,
sin finalidad pedagógica o diagnóstica” (2007, 43). Esta acogida
en presencia de sus padres o cuidadores le permite al niño ac-
ceder al placer de vivir con otros “…placer que pronto deviene
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esencial: él se abre a una socialización exterior a su familia” (54)
Y se va tejiendo ciertas seguridades en el poder andar más allá de
la presencia de quienes siempre han estado.
Hablamos entonces en Casa del Encuentro –y tomando
prestados algunos principios de la Psicoterapia Institucional– de
una función de acogida en tanto los encuentros y el modo de
escuchar y de estar, que no están programados ni puestos con
objetivos a priori, puedan desplegar los distintos modos de estar
o circular en la Casa del Encuentro. Trabajamos con lo espontá-
neo, y es desde aquí donde nos situamos para escuchar la vida
cotidiana. Retomando a Jean Oury, señala:
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pedir hora previa ni tener motivo de consulta para asistir, sino
simplemente ir. Todos los días, un equipo de profesionales cali-
ficados –distintos cada día–, se encarga de dar la acogida y estar
atento a lo que sucede, a escuchar, a esperar el acontecimiento,
el instante preciso donde algo de lo que compromete al sujeto
emerge y se presenta de forma única como si hubiera una palabra
en espera de ser dicha.
Una alcancía está dispuesta para una colaboración volun-
taria, no se cobra ni se pide un pago por la visita. Cada vez que
alguien llega, se lo anota en la pizarra junto a la persona que lo
acompaña, y se le explican los acuerdos del lugar. Es la pizarra
la que guardará la referencia al nombre de cada uno y su rela-
ción filial, y será este el lugar donde a través del nombre de cada
una/o, se realizará la inscripción puesto que no se pide carnet de
identidad ni ningún tipo de documento ni de diagnóstico para el
ingreso, es decir, sólo el nombre.
Al interior hay una línea amarilla que separa un lugar de
otro en la Casa del Encuentro, el cual significa que se debe andar
más lento al interior del espacio que establece esta línea diviso-
ria, y donde no se pueden pasar juguetes muy grandes ya que
por lo general están los bebés en ese sector. Hemos pensado esta
línea amarilla, como aquello que permite organizar y separar un
espacio, pero también hablar de aquello que se instala cuando se
vuelve prohibido. También hay una pequeña tina con agua y ju-
guetes donde se deben poner una capa para protegerse la ropa e ir
inscribiendo los cuidados autónomos con el propio cuerpo. Un
poco más alejado de esto, ubicamos una escalerita con tres pel-
daños que culmina con un espejo, el que permite acompañar los
procesos de reconocimiento y subjetivación que van sucediendo.
Sin duda que esta escalera con su espejo al final del tercer pelda-
ño ha sido una forma excepcional para abordar con palabras los
diversos momentos por donde el psiquismo va constituyendo la
relación al otro y al cuerpo propio. Por último, existen al interior
de Casa del Encuentro, dos juguetes de cada tipo para trabajar
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los instantes de envidia temprana que surgen en estos tiempos, e
ir instalando no sólo las diferencias necesarias sino el trabajo con
las identificaciones que suceden a propósito de la envidia.
Este encuadre que no programa ni dirige mediante activida-
des lo que vaya ocurriendo al interior de la Casa del Encuentro,
está pensando para que desde lo in-estructurado permita acoger
efectivamente y no parcelar en categorías (diagnósticos, situación
social, lugar geográfico, etc.) las infancias que transitan por la
ciudad. Lo que ingrese, lo iremos escuchando de acuerdo a la
herramienta principal que el psicoanálisis enseña, es decir, el uso
de la transferencia. Por lo que, desde aquí, más que anticiparnos
a las categorías que puedan existir, iremos escuchando cómo se
actualiza y se presentan las relaciones que cada uno va estable-
ciendo con el otro.
Consideraciones finales
¿Qué condiciones serían importantes para un espacio social
de infancia temprana? ¿Qué significa escuchar la infancia? ¿Qué
escuchamos cuando escuchamos? Estas tres preguntas atraviesan
la lectura de este libro que se origina a partir de la experien-
cia de Casa del Encuentro donde se abordan los efectos de un
trabajo con la infancia que considera distintos elementos y se
posiciona desde una ética del sujeto. Por lo anterior, el primer
capítulo aborda distintas situaciones clínicas ocurridas en Casa
del Encuentro que permitan levantar preguntas y compartir lo
que ha sido el trabajo a lo largo de estos años y los efectos de una
escucha y propuesta desde un dispositivo Casa Verde en Chile.
En el segundo capítulo, se propone articular cómo se escuchan
las infancias en Casa del Encuentro para ponerlo en tensión con
distintos factores que constituyen lo social. Luego a esto, un ter-
cer capítulo aborda el cruce entre infancia, política y ciudad, si-
tuando distintos factores que recorren una posible comprensión
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de la infancia y los tránsitos que esta da en los distintos terrenos
de la ciudad. Finalmente, hemos incorporado un cuarto capítulo
que recoge distintas experiencias y reflexiones latinoamericanas,
específicamente de Perú, Brasil, México y Argentina, a partir de
experiencias de Casas Verdes. Creemos fundamental situar las
experiencias de Casas Verdes en Latinoamérica considerando las
particularidades de este continente, su historia y los modos en
que está siendo comprendida la infancia en este sector.
Referencias
Dolto, F. (2005). La dificultad de vivir V.2. Barcelona: Gedisa Editorial, 2005.
_______ (2009). Une psychanalyste dans la cité. L’aventure de la Maison Verte. Fran-
ce : Gallimard.
Lefebvre, H. (2017). El derecho a la ciudad. Madrid: Capitán Swing Libros.
Mathelin, C. (1998). Clínica psicoanalítica con bebés prematuros. Buenos Aires:
Nueva Visión, 2001.
Malandrin, M-H. (2013). “Pertinencia e impertinencia del dispositivo ‘La Maison
Verte’ respecto a la prevención precoz con el niño pequeño”. En Espais fami-
liars. Octubre, N°2. Barcelona: ACNIA.
________ (2010). “Devolver la palabra a los niños”. En Espais familiars. Octubre,
N°0. Barcelona: ACNIA.
Oury, J. (2017). Libertad de circulación y espacios del decir. En Vida Cotidiana.
Santiago, Chile. Cordes: Colectivos de Inclusión y Salud Mental. Obrera
Gráfica.
Vasse, D. (1995). Se tenir debout et marcher: Du jardin OEdipien à la vie en société.
Paris: Gallimard.
This, B. (2007). La maison verte: Créer des lieux d’accueil. Paris: Éditions Belin.
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Capítulo I
Primeros encuentros y des encuentros
en la infancia
DIFICULTADES DEL LENGUAJE EN LA
SOCIALIZACIÓN DE NIÑOS Y NIÑAS:
HACIA UN DEBATE SOCIAL Y VINCULAR
Diego Blanco1
Claudia Curimil2
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jugar, compartir con otros que puedan resultar diferentes a aque-
llos con los que el niño o niña está habitualmente. Así como
también un espacio en donde cuidadores se encuentren también
con sus niños y niñas, en un contexto diverso, y puedan ver y es-
cuchar otras experiencias. Y es que hablar, necesariamente, tiene
que ver con estar con otros.
¿Cómo llega a hablar un niño? ¿Qué implica hablar? Co-
mencemos por decir que un niño llega al mundo a un “espacio
hablante” –como dice Aulagnier (2007)–, es decir, llega a una
familia en donde quienes la conforman, hablan una lengua de-
terminada. Un niño llega a un ambiente físico y de palabras. Y
algo ocurre en un bebé, en un niño, cuando estas palabras son
dirigidas a él. Hay un acuerdo entre profesionales de distintas
disciplinas que una de las primeras sugerencias de estimulación
temprana es hablarles a los bebés, cantarles, jugar con las ento-
naciones e imitaciones; asumiendo, necesariamente, que frente a
nosotros hay alguien que está escuchando. Cuando un niño llega
a Casa del Encuentro, ya sea tenga una semana de vida o un par
de años, siempre nos dirigimos a él o ella para darle la bienvenida
y contarle sobre este lugar al que ha llegado. A veces cuidadores
sonríen, otros se sorprenden, alguna vez una madre nos decía:
“¡le hablan como a un adulto!” ¿Qué se juega al hablar? Podría-
mos decir que hablar, está relacionado con llamar a otro. Gracias
a que alguien está ahí para escuchar, es que entonces podemos
hablar. Uno y otro. Y un espacio entre medio. Distancia entre
uno y otro.
Dolto (1986) plantea que habrá un momento en esa rela-
ción entre una madre y su hijo en donde se vuelva necesario dejar
el cuerpo a cuerpo, para tomar una distancia que permita que
la palabra emerja. Es decir, que surja la posibilidad de aliviar las
penas, diciendo algo del propio dolor de un lado, diciendo algo
que alivie, del otro. Encontrar nuevos modos de estar juntos,
diferentes placeres, diferentes brazos que puedan sostener y con-
tener también. “Es por que el niño no puede tener a la madre,
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que aprende a hablarle”, decía Francesca Lombardo4. La palabra
señala una ausencia, una pérdida a la vez que separa uno de otro.
En este sentido es que sostener para un niño ese despegue
del lugar/cuerpo de la madre, implica aquí trabajar la separación
estando acompañado de quien depende su seguridad e identidad.
Acoger los primeros signos de buscar otro lugar, tanto para un
cuidador conversando con alguien del equipo u otro cuidador,
tanto para el bebé que deja el pecho para mirar lo que hacen
otros niños. Escuchar esos primeros ¡No! de un niño o niña, o
aquella palabra –bien pronunciada o no– que traen para marcar
su separación, para marcar lo suyo, sobreviviendo ambas partes a
ese trecho, de modo que significarse los unos a los otros permita
la existencia mutua sin depender de la presencia corporal, que
justamente, será sustituida por el cuerpo de las palabras como
señalaría Green (2010).
Manuel, de dos años y medio, a veces no puede resolver al-
gunas dificultades en las negociaciones con otros, por ejemplo,
si otro chico viene y ocupa lo que él estaba ocupando, Manuel
baja la cabeza y parece molestarse, su madre lo toma y le ofrece
el pecho en una escena sin palabras, es un ofrecimiento para que
se le pase lo que sea que le haya pasado: la pena, el enojo, la frus-
tración. ¿Qué le pasó a Manuel? ¿Qué te pasó Manuel?, alguien
le habla. Son preguntas que inscriben ese no saber sobre el otro,
y a la vez el deseo de escucharlo. Varias veces conversábamos sobre
este retiro del espacio, repliegue en lugar de despliegue. Manuel
mismo, un tiempo después, comenzando a decir algunas pala-
bras, es convocado por su madre a indicar nombres de colores,
de figuras, en español, en inglés, que Manuel va diciendo sin
dificultad, aumentando un vocabulario de esas cosas que otro le
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pide, mientras que le es muy difícil decir algo que le implique en
el encuentro con otros.
Cristián de dos años entra corriendo, y va pasando por obje-
tos, con una sonrisa nombra lo que ve mirando a su padre, este le
va repitiendo aquello que nombra Cristián. Su padre hace notar
su preocupación por la falta de más lenguaje en su hijo, y otros
aspectos que le llaman la atención. Alguien del equipo le pregun-
ta “¿Cómo ocupa las palabras Cristián?” “¿Qué Hace con ellas?”
“¿Para qué le sirven las palabras?”
Sabemos que en términos diagnósticos las llamadas dificul-
tades del lenguaje se clasifican en distintos tipos como trastor-
nos de lenguaje expresivo, expresivo/receptivo, fonológico, y que
están asociados a la comunicación y al neurodesarrollo. Hemos
pensado que las dificultades para hablar no están siempre asocia-
das a la dificultad en el hecho de pronunciar una palabra o en un
plano de la función comunicativa. La dificultad del lenguaje, a
veces, también convoca la posibilidad de tener una relación con
la palabra propia de uno, sea esta dicha o no, con o sin dificul-
tad en su expresión, pareciera más bien que a veces la condición
misma de la palabra viene a dificultar la posibilidad de expresar
un pensamiento. Se trata en ocasiones, de esa palabra precisa o
“palabra verdadera”, tal como señalaba Françoise Dolto (1986)
que se busca y se invoca en los momentos de crisis en los niños y
que busca tomar dominio y conquista sobre algo. El niño o niña
reclama el derecho a comprender lo absurdo que le sucede en de-
terminada reacción agresiva suya (Mannoni 1987), sin embargo,
muchas veces la palabra dicha no es garantía de poder representar
en una palabra el afecto que lo agita. Por esta razón pensamos
que las dificultades del lenguaje, más allá de ser pensadas desde
un registro psicopatológico o como una dificultad, se hace nece-
sario pensar también la relación del niño o niña con su palabra
y los efectos que en otros produce, así como cuando esta se ve
detenida o violentada y entonces, lo que continúa hablando, es
su conducta.
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¿Por qué a veces faltan las palabras? ¿Qué sigue hablando
cuando esa falta de lenguaje existe?
Desde estas preguntas pensamos a Ángel, un niño de seis
años que viene hace algún tiempo a Casa del Encuentro junto
a su abuelo, y su hermano pequeño; nos hace pensar entre otras
cosas, la dimensión a la palabra que él porta. Abordaremos aquí
una situación pequeña.
Un día una abuela que vino con su nieto a la Casa del En-
cuentro, trajo cabritas5 para compartir con todos quienes vinie-
ran ese día. Había varios niños, entre ellos, Ángel quien le pidió
cabritas a un integrante del equipo, junto con Luis. Le fue ofre-
cido el plato a cada uno, junto con las cabritas. Ambos comieron
tranquilamente escondidos en unos juegos al interior de la Casa
del Encuentro. Durante largo rato Ángel estaba tranquilo junto
a Luis, jugaba y podía estar en el lugar junto a otros. Ángel es un
niño que muchas veces interpela el encuadre del lugar (se sube
al techo de la casa de madera, dice muchos garabatos, a veces
se enoja hasta querer golpear a otro niño), sin embargo, con el
correr del tiempo él sigue queriendo venir, recuerda los nombres
de los integrantes del equipo, nos busca para jugar, nos recuerda.
De pronto, en un juego que ocurre afuera, Luis vuelve a
pedir cabritas y Ángel también, se les ofrece a ambos en el plato,
pero de pronto a Luis su mamá lo llama, le da un beso y le pide
cabritas. Luis se queda con ella y comparte sus cabritas. Ángel
cuando ve esta escena, entra diciendo que se quiere ir solo, agre-
gando lo siguiente: “A él le diste más cabritas por puro que está con
esa maraca culiá de su mamá”. En ese momento estaba un papá
de un niño cerca y cuando lo escucha, le dice que así no se habla,
a lo que Ángel le responde “Ándate a la mierda vo weon o te saco
la chucha”. También había otras madres al interior, y una de ellas
comentó que Ángel cuando iba a la Casa del Encuentro, genera-
ba temor. Sin duda que en ese momento hubo una fractura y un
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silencio que nos dejó pasmados a todos los que estábamos ahí.
El mismo integrante del equipo que había estado en la escena se
acerca y le dice: “Ángel, creí darte la misma cantidad de cabritas
que a Luis, pero parece que para ti es más importante que te den más
cariño”. Ángel lo mira, se detiene y pregunta: “¿Qué dijiste? ¿Di-
jiste que me puedes entregar cariño?” Uno de nosotros le responde
que, si él quiere, lo puede acompañar un momento porque él
quedó enojado y triste ya que le dio pena lo que vio. Entonces
Ángel le toma la mano, y le dice “ven pa’ acá, dibújame un corazón
con colafría pa’ mi mamá”. Durante el tiempo que hacían el cora-
zón, Ángel miraba sin hablar hasta que en un momento hace una
pregunta: “¿Por qué me dijiste eso del cariño antes?” Y la respuesta
fue “Porque para ti parece que es importante que estén contigo y te
puedan dar cariño”. Ángel le pide un abrazo en seguida de eso.
Pensamos en la corriente tierna que él cuida, busca y defiende
cuando su identidad se pone en juego y cuando no existe una
palabra que represente el afecto que lo agita. Son palabras que
al inicio de la vida siempre vendrán de los otros cotidianos, se
tomarán prestadas de esa lengua familiar.
¿Qué dicen los garabatos en Ángel? ¿Por qué la palabra de
Ángel es castigada y temida? Al respecto, pensamos cuál es la
dificultad que se pone en juego aquí, puesto que, si bien no se
trata de una dificultad del lenguaje en un plano psicopatológico
clásico, vemos efectivamente cómo la palabra queda atascada ahí
donde no cuenta con la posibilidad de simbolizar esa imagen
que causa el afecto que le produjo la reacción agresiva y de triste-
za. Las chuchadas, como señala Angélica Sotomayor (2018) son
también una protesta frente a las palabras impuestas, un esfuerzo
por desmarcarse de fórmulas prefabricadas, una forma subjetiva
de decir el afecto. Un producto cultural para decir el afecto. Di-
ríamos, aquí, afecto que no ha encontrado palabra que lo sitúe.
Es decir, queremos pensar aquí con este segundo ejemplo,
la dimensión simbólica de las dificultades del lenguaje en niños
y niñas.
34
Pues bien, tal como apuntábamos antes, la palabra señala
una ausencia, una distancia con otro. La ausencia del cuerpo es
sustituida por el cuerpo de las palabras. Como señala Green, el
afecto es un desafío para el pensamiento, del afecto es difícil ha-
blar porque, por su esencia es solo parcialmente comunicable.
Simbolizar este proceso pareciera involucrar factores tanto in-
dividuales como sociales. Tomando la pregunta inicial acerca de
cómo un niño llega a hablar, hemos visto aquí que muchas veces
la palabra llega ahí donde se marca una distancia generalmente
con su madre o padre, una distancia que tiene que ver con poder
comunicarse ya no en un cuerpo a cuerpo, sino que con palabras
o de otras formas. Sin embargo, hemos visto que las distancias
en Casa del Encuentro no son sin temor. “Ten cuidado”, “Te pue-
des caer”, “No te vayas lejos”, “Donde mis ojos te vean”, “Yo sé lo
que él quiere antes que me lo pida”, son frases que escuchamos a
diario en las jornadas de acogida cuando abordamos a niños y
niñas cuya relación al lenguaje presenta una dificultad. Así como
frases relacionadas con situaciones donde el cotidiano no sucede
afuera del hogar, donde la Casa del Encuentro es el único espacio
donde pueden venir porque se sienten seguros ya que las plazas
y el barrio resultan un espacio peligroso. ¿Qué se juega aquí? ¿En
qué influye el espacio social en el acceso al lenguaje? ¿Por qué el
afuera es tan temido? ¿Dónde se puede hablar? ¿Por qué aquí a
veces es difícil hablar?
6 Revisar en este libro, el artículo de Manuela Agüero “Acoger desde el silencio” para
abordar la escucha del silencio en la clínica con niños y niñas.
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o desde los gestos, movimientos, o ritmos que imprime el niño
en un juego. En ocasiones hay madres y padres que vienen asus-
tados porque su hijo simplemente “no dice nada” pero “entiende
todo”. Al respecto, recordamos a Ricardo Rodulfo (2009, 23),
psicoanalista que dice lo siguiente: “Correlativamente, parece in-
dispensable complementar esto con la idea de que no toda puesta
en palabras es lo más indicado terapéuticamente, y puede ocurrir
que en algunos casos sea hasta perjudicial, que contrariamente
sea el silencio lo que permita que un proceso subjetivo valioso
se cumpla. Como mínimo, la cuestión queda abierta”. Así ¿Qué
dice el silencio en los niños?
Creemos importante hacer esta distinción puesto que hemos
visto cómo las instituciones y/o bases técnicas del desarrollo del
niño en las instituciones terminan por angustiar a los profesio-
nales ahí donde deben cumplir una serie de exigencias institucio-
nales para abordar las pretendidas dificultades del lenguaje, sin
embargo, creemos importante incluir también la dimensión del
sujeto, es decir, lo que señala y marca el niño en el encuentro con
otro, donde no siempre es una dificultad en el lenguaje, sino la
angustia del otro en escuchar eso que se presenta.
Así, podríamos concluir con la siguiente pregunta: ¿Qué di-
cen los niños y niñas en su dificultad con el lenguaje?
Referencias
Aulagnier, P. (2007). La violencia de la interpretación. Buenos Aires: Amorrortu
editores.
Dolto, F. (1986). La imagen inconsciente del cuerpo. Buenos Aires: Paidós.
Green, A. (2010). El pensamiento clínico. Buenos Aires: Amorrortu Eds.
Mannoni, M. (1987). El niño, su “enfermedad” y los otros. Buenos Aires: Nueva
Visión.
Sotomayor, A. (2018). “Entre la función de significación y el afecto innombrable
(o por qué hablamos a punta e’ chuchá)” Texto presentado en Reunión de
Reflexión en ICHPA el 1 de agosto de 2019.
Rodulfo, R. (2009). Trabajos de la lectura, lecturas de la violencia. Buenos Aires:
Paidós.
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ACOGER DESDE EL SILENCIO
Manuela Agüero1
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de la mirada, aquello que aparece en términos sensoriales, los
olores, las expresiones y los gestos faciales, el inter-juego entre
la presencia y la ausencia, los ruidos de la Casa, el silencio, etc.
Otro aspecto a partir del cual se nutre esta interrogante tiene
que ver con los diversos modos en que quienes llegan hacen uso
de la Casa. Así, si algunos vienen a jugar, otros vienen a hablar,
quieren contar algo que les ha ocurrido, alguna alegría o dificul-
tad que los aqueja, mientras hay personas que prefieren simple-
mente descansar y estar en silencio en compañía de otros.
En todos aquellos que nos visitan, pero con particular fuerza
en el caso de personas que vienen de modo continuo a la Casa, se
instala la fértil posibilidad de la transferencia. La transferencia en
su sentido más clásico, como aquello que se actúa por no poder
recordarse al haber sucumbido a la represión, pero también en
un sentido menos clásico, en tanto aquello que aparece y se ree-
dita no guarda relación necesariamente con las conflictivas edípi-
cas, sino con la prehistoria del Edipo, apareciendo lo más atávico
y primario. Pienso que son las condiciones particulares que Casa
del Encuentro ofrece, en tanto lugar de trabajo no sólo con ni-
ños sino con La Infancia (de todos los involucrados), lo que da
cabida a que aparezcan aspectos que, a mi parecer, interpelan a la
función de acogida, haciéndola situarse mucho más allá –o más
acá– de la palabra.
Viñeta
Durante las primeras jornadas, Benjamín (3 años) se carac-
teriza no sólo por ser un niño muy feliz, sino también por ser
muy gestual. Su rostro, sus gritos, lo dicen todo. ¡Ah! ¡Ohhh! Sus
primeros encuentros con la Casa están marcados por la novedad
y el placer que le produce el descubrimiento de los juguetes y
rincones del lugar. En un primer momento, le decimos “el niño
feliz”, todo le parece nuevo y captura su atención en un principio
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un poco dispersa. Al ir conociéndolo, comienzo a intentar jugar
con él. Trato de hablarle y dirigirme a él, ya sea verbalizando lo
que hace, haciéndole preguntas acerca de lo que está haciendo,
animándolo a que me incluya en su juego, (“¡Vamos Benjamín!
Lánzame el auto y luego yo te lo lanzo de vuelta”), pidiéndole que
me preste un juguete, o mostrándole, por ejemplo, las efectos
que tienen sus acciones y movimientos en los otros niños y en el
espacio compartido. Tras estos intentos percibo que no se afirma
en lo que le es dicho, como si las palabras se deslizaran jabonosa-
mente. Al dirigirme a él, no me mira ni acusa recibo de lo dicho.
Parece no sentirse aludido.
Al menos con él, no es través de la palabra que logro hacer-
me un espacio en su mente ni en su juego. Para sintonizar con
Benjamín fue necesario hablar de otra forma. En una ocasión, en
que me decidí a acompañarlo silenciosamente mientras pensaba
¿qué hago acá? ¿querrá estar solo?, me paré y me moví de un lado
de la Casa a otro. Benjamín me siguió, se rio, y volvió al lugar
donde jugaba. Asumí que me pedía que siguiera acompañándolo
en silencio. Eso hice, y volví sin jugar, sin intervenir más que
con la presencia y la mirada. Presencia, mirada y silencio fueron
las coordenadas que marcaron mi modo de estar con Benjamín
durante un buen periodo de tiempo.
Mi presencia silenciosa y mi mirada sostuvieron lo que en
ese momento él hacía, que era básicamente sacar autos de los
canastos. Lo que hacía Benjamín no era tanto jugar con los autos
que sacaba como sacar y sacar juguetes de los canastos, como
queriendo sorprenderse con cada uno de ellos y buscando mi
reacción. Parecía particularmente interesado en aquello que yo
le devolvía con mi rostro. Abría sus ojos en su máxima expre-
sión y levantaba sus cejas. A lo que seguía una sonrisa de parte
de ambos. Buscaba mi mirada y casi sin pronunciar palabra, lo
acompañé. Cada cierto tiempo se paró a buscar a su mamá, que
conversaba en otro sector de la Casa, pero volvía luego al lugar
de los canastos.
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Sobre el silencio
En su texto El cuerpo y la palabra, Caroline Eliacheff se-
ñala que dedicarse al psicoanálisis de niños consiste en servirse
del propio cuerpo para sentir los efectos que tuvieron palabras
y acontecimientos sobre el cuerpo del bebé. “Comprender con
el cuerpo”, dice ella, en tanto “la escucha del lactante pone en
guardia todos los sentidos del psicoanalista para que resuenen en
el silencio de sí. Esta resonancia debe necesariamente suspender
todo juicio, pero no prohíbe, sino todo lo contrario, la actividad
fantasmática. Sólo su liberación permite la traducción de lo sen-
tido” (1993, 22).
Me gustaría detenerme en el estatuto del silencio en esta cita.
Eliacheff sugiere que antes de hablar y dirigirse al bebé se hace
necesario que algo pase primero por el propio cuerpo, que algo
del otro resuene en el silencio de sí, pudiendo uno abandonarse a
la actividad fantasmática propia. De tal modo que el silencio apa-
rece como un elemento fundamental de la escucha y condición
de posibilidad de la acogida, un espacio necesario para que las
cosas resuenen y se vuelvan audibles. ¿A qué damos paso cuando
callamos? Sería el silencio en primera instancia aquello que nos
posibilita alojar al otro en nuestro cuerpo y mente.
Tengo la impresión de que algo de Benjamín pudo ser aco-
gido sólo cuando decidí callarme y acompañarlo serenamente sin
el imperativo de la palabra. Callar me permitió, por lo demás,
entrar en contacto con otras cosas. Habité el espacio de forma
distinta y percibí lo que su presencia producía en mí. La tensión
muscular que habitaba mi cuerpo, la incomodidad que me pro-
ducía el silencio, las preguntas sobre mi lugar en su juego, mi
recuerdo de otros niños similares a él, la gracia que me genera
su felicidad frente a los autos, la satisfacción que experimento
una vez que empiezo a relajarme y entran en juego otros modos
de estar con Benjamín. La presencia y la ausencia, la mirada, los
gestos, el movimiento. Aspectos todos donde la transmisión y el
Encuentro –significante importante para quienes trabajamos en
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la Casa– recorre canales distintos, aunque siempre complemen-
tarios, a la palabra.
Escrito en el año 1771 por Abate Dinouart, el ensayo El
arte de callar puede iluminar algo de esta experiencia. Dinouart
concibe al silencio como un refugio en el que nos encontramos
con nosotros mismos. Concibe el acto de callar como un arte de
continencia verbal que cede espacio al rostro, la mirada, la postu-
ra y el movimiento. La palabra, señala, “surge en el silencio, nace
de sus profundidades, aparece por un instante y luego regresa
serenamente a sus abismos” (19).
En un contexto histórico totalmente distinto al que nos con-
voca, este autor presentaba al silencio como un elemento funda-
mental de la elocuencia. No lo concibe como un arte de no decir
nada, su apuesta es justamente producir el silencio para hacerlo
hablar en un inter-juego sereno con la palabra, en la que entraría
en escena la elocuencia del cuerpo. Siguiendo, entonces, la línea
de aquello que acontece cuando callamos, parece interesante de-
tenerse en el estatuto del rostro y la mirada. Dinouart señalaba:
“Es un silencio inteligente cuando en el rostro de una perso-
na que no dice nada se percibe cierto talante abierto, agradable,
animado, e idóneo para reflejar, sin la ayuda de la palabra, los
sentimientos que se quieren dar a conocer” (19).
A diferencia de lo planteado por Jacques Lacan en su texto
del “Estadio del espejo” (2006), donde lo que hay es, entre otras
cosas, una madre que mira al fascinado niño mirarse, Winnicott
(1967) plantea que el rostro de la madre marca un aspecto funda-
mental del desarrollo en tanto precursor del espejo. Aquello que
el niño ve al mirarse al espejo va a estar determinado por lo que
vio cuando fijó su mirada en la mirada de la madre. Se pregunta
Winnicott qué pasa cuando el bebé, observando su alrededor,
se topa con la cara de la madre, y plantea que lo que ve cuando
mira el rostro materno es a él mismo. Describe, así, la escena de
una madre que mira a su bebé, perfilando los cambios que se
observan en la cara de esta al registrar el hecho de haber sido, a
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su vez, vista por el bebé. De tal modo que él se ve a sí mismo en
función de las respuestas de la madre, en la sonrisa y en el brillo
de sus ojos.
A pesar de no abordar la dimensión de la palabra, el rostro
materno del que habla Winnicott es un rostro elocuente, en nin-
gún caso mudo. Un rostro que devuelve e impacta. Cuando una
madre, por diversas razones, muestra un rostro rígido o colmado
de angustia, no logra devolver al bebé el reflejo de sí mismo. En
lugar de verse a sí mismo, el bebé sólo ve a la madre, y tampoco
tendrá la impresión de haber sido visto por ella. Ocurre así un
cierto impasse en el proceso de reconocimiento mutuo, del que
se desprenden delicadas consecuencias que Winnicott plantea
del siguiente modo: “Si el rostro de la madre no ofrece respuesta,
entonces un espejo será un objeto para mirar y no para investi-
gar” (132), oponiendo así el par mirar/investigar.
Estos aportes me hacen pensar en la función de acogida en
su dimensión reflectante, donde la clase de reflejo que se ofrece
iría más de la mano con la posibilidad de investigarse que de
simplemente mirarse. ¿Qué clase de reflejo proporciona un ros-
tro a diferencia de un espejo? ¿Qué clase de reflejo es aquel que
no se detiene en lo estático de mirar, sino que abre la posibilidad
de investigarse a través del otro en un juego de intercambio y
reconocimiento? ¿Cómo inciden estos elementos en los procesos
de socialización temprana que acogemos en Casa del Encuentro?
Laurence Spurling (1991) profundiza lo planteado por Win-
nicott, reiterando la pregunta por el tipo de reflejo que propor-
ciona el rostro materno. Para esto, compara y opone, en tanto
funciones reflectantes, al vidrio con el agua. El vidrio, dice, da
una imagen demasiado estable, devolviendo una imagen fija e
inamovible, mientras que el espejo que provee el agua se ancla
en lo que Gastón Bachelard llama “imaginación abierta”. En tal
sentido, para Winnicott, el reflejo brindado por el rostro de la
madre se ajusta más al que proporciona el agua, en tanto rostro
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vivo, dividido, cambiante, modificado por expresiones, afectado
y siempre contingente.
Reflexiones finales
Si he querido reflexionar en torno a los aspectos que sostie-
nen la función de acogida, más allá o más acá de la palabra, es
porque son parte importante del escenario en el que esta pueda
advenir. Son quizás condición de posibilidad para que algo de los
conflictos psíquicos que traen y despliegan los niños y niñas en
el espacio de la Casa, y que aún no pueden ser dichas, ingresen
poco a poco al campo de la enunciación.
En este escenario, el silencio es un componente imprescindi-
ble, en tanto da paso a otros modos de habla. Pero silencios hay
muchos. Está el silencio de la mudez irreductible de la pulsión,
que se resiste, como dijera Borges, a comerciar con la palabra.
Está también el silencio de lo acallado, de lo silenciado. Y existe
también, por qué no, el silencio respetuoso, benevolente, cóm-
plice de los tiempos del inconsciente, necesario para acoger, ob-
servar, escuchar y escucharse. Un silencio que permite encuentro
y compañía. Silencios que marcan una presencia más que una
ausencia. Silencios en su dimensión continente, como condición
de posibilidad de la palabra, más que su amenaza. Se trata de al-
gún modo, y como plantea Kovadloff (1993), de no reconducirlo
todo a encontrar a esa palabra que falta sino también de lidiar y
hacer tolerable lo que le falta a la palabra en sí misma para con-
tenerlo todo. En ese sentido, estamos todos quienes habitamos la
Casa convocados a vérnosla con nuestro propio silencio y poder,
desde ahí, encontrarnos con otros.
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Referencias
Eliacheff, C. (1993). El cuerpo y la palabra. Ser psicoanalista con los más pequeños.
Buenos Aires: Ed. Nueva Visión.
Dinouart, A. (1771). El arte de callar. España: Ed. Siruela, 2011.
Dolto, F. (1983). En el juego del deseo. España: Ed. Siglo XXI.
Kovadloff, S. (1993). El silencio primordial. Buenos Aires: Ed. Emecé.
Lacan, J. (2006). “El estadio del espejo como formador de la función del yo tal
como se nos revela en la experiencia analítica”. En Escritos 1. España: Ed.
Siglo XXI.
Spurling, L. (1991). “Winnicott and the Mother’s fase”. En Winnicott Studies. The
Journal of the Squiggle Foundation.
Winnicott, D. (1967). “El rol especular de la madre en la familia y el desarrollo del
niño”. En Juego y Realidad, España: Ed. Gedisa.
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