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Contenido
 
Sinopsis
Prólogo
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Epílogo
Staff
 
Traducción
Afrodita
Anubis
Atenea
Hera
Huitzilopochtli
Nyx
Némesis
Selene
 

Corrección
Amalur
Artemisa
Circe
Coatlicue
Hades
Konan
Moira
Persefone
 
Revisión final
Anubis
Astartea
Moira
Némesis
 

Diseño Pdf y Epub


Selene
Huitzilopochtli
 
Sinopsis
 

Dos mejores amigos. Diez viajes de verano. Una


última oportunidad para enamorarse.
Poppy y Alex. Alex y Poppy. No tienen nada en común.
Ella es una niña salvaje; él lleva caquis. Ella tiene un
insaciable deseo de viajar; él prefiere quedarse en casa con
un libro. Pero, de alguna manera, desde que compartieron el
auto para volver a casa desde la universidad hace muchos
años, son los mejores amigos. La mayor parte del año viven
alejados -ella en Nueva York y él en su pequeña ciudad
natal-, pero cada verano, desde hace una década, se toman
una gloriosa semana de vacaciones juntos.
Hasta hace dos años, cuando lo arruinaron todo. Desde
entonces no se hablan.
Poppy tiene todo lo que debería desear, pero está
atrapada en la rutina. Cuando alguien le pregunta cuándo
fue la última vez que fue verdaderamente feliz, ella sabe,
sin lugar a duda, que fue en aquel malogrado y último viaje
con Alex. Así que decide convencer a su mejor amigo de
que se tomen unas vacaciones más juntos: ponerlo todo
sobre la mesa, arreglarlo todo. Milagrosamente, él acepta.
Ahora ella tiene una semana para arreglar todo. Si tan
sólo puede evitar la gran verdad que siempre se ha
interpuesto en medio de su aparentemente perfecta
relación. ¿Qué podría salir mal?
 
Prólogo
Hace Cinco Veranos
 

De vacaciones, puedes ser quien quieras.


Al igual que un buen libro o un traje increíble, estar de
vacaciones te transporta a otra versión de ti mismo.
En el día a día, tal vez ni siquiera puedas mover la
cabeza al son de la radio sin sentirte avergonzado, pero en
el patio con luces centelleantes adecuado, con la banda de
tambores de acero adecuada, te encontrarás girando y
dando vueltas con los mejores.
De vacaciones, tu cabello cambia. El agua es diferente,
tal vez el champú. Quizá no te molestes en lavarlo, ni en
cepillarlo, porque el agua salada del mar lo riza de una
manera que te encanta. Y piensas, Tal vez podría hacer esto
en casa también. Tal vez podría ser esa persona que no se
cepilla el cabello, a la que no le importa estar sudada o
tener arena en todas sus grietas.
De vacaciones, entablas conversaciones con
desconocidos y olvidas que hay algo en juego. Si resulta
imposiblemente incómodo ¿A quién le importa? ¡No volverás
a verlos!
Eres quien quieras ser. Puedes hacer lo que quieras.
De acuerdo, tal vez no lo que quieras. A veces el
tiempo te obliga a una situación concreta, como en la que
me encuentro ahora, y tienes que encontrar formas de
segunda clase para entretenerte mientras esperas a que
pase la lluvia.
Al salir del baño, me detengo. En parte, esto se debe a
que todavía estoy trabajando en mi plan de juego. Pero,
sobre todo, porque el suelo está tan pegajoso que pierdo mi
sandalia y tengo que volver cojeando por ella. En teoría, me
encanta este lugar, pero en la práctica, creo que dejar que
mi pie desnudo toque la suciedad anónima del laminado
podría ser una buena forma de contraer una de esas raras
enfermedades que se guardan en los frascos refrigerados de
una instalación secreta del CDC1.
Vuelvo a bailar hasta mi zapato, deslizo los dedos de
los pies a través de las finas correas naranjas y me giro para
observar el bar: la presión de los cuerpos pegajosos; el
perezoso torbellino de ventiladores de paja en lo alto; la
puerta abierta para que, de vez en cuando, una ráfaga de
lluvia se cuele en la negra noche para refrescar a la
sudorosa multitud. En la esquina, una gramola iluminada
con luces de neón hace sonar I Only Have Eyes for You de
The Flamingos.
Es una ciudad turística pero un bar de lugareños, libre
de vestidos de verano estampados y camisas Tommy
Bahama, aunque también carece, lamentablemente, de
cócteles adornados con lanzas de frutas tropicales.
Si no fuera por la tormenta, habría elegido otro lugar
para mi última noche en la ciudad. Durante toda la semana
la lluvia ha sido tan fuerte, los truenos tan constantes, que
mis sueños de playas de arena blanca y lanchas rápidas
brillantes se esfumaron, y yo, junto con el resto de los
vacacionistas decepcionados he pasado mis días
aporreando piñas coladas en cualquier trampa turística
abarrotada que pudiera encontrar.
Esta noche, sin embargo, no podía soportar más
multitudes, largas esperas y hombres canosos con anillos de
boda guiñándome un ojo por encima de los hombros de sus
esposas. Así que me encontré aquí.
En un bar de suelo pegajoso llamado sólo BAR,
buscando mi objetivo entre la escasa multitud.
Está sentado en la esquina del propio bar del BAR. Un
hombre de aproximadamente mi edad veinticinco años, con
cabello color arena y alto con hombros anchos, aunque tan
encorvados que no se notaría ninguno de estos dos últimos
hechos a primera vista. Tiene la cabeza inclinada sobre su
teléfono con una mirada de tranquila concentración visible
en su perfil. Un diente tira del labio inferior lleno mientras
su dedo pasa lentamente por la pantalla.
Aunque no está abarrotado al nivel de Disney World,
este lugar es ruidoso. A medio camino entre la máquina de
discos que entona espeluznantes melodías de finales de los
cincuenta y el televisor montado frente a ella, desde el cual
un meteorólogo grita sobre una lluvia que bate récords, hay
una pandilla de hombres con idénticas carcajadas que
estallan todas a la vez. En el otro extremo de la barra, la
camarera no deja de golpear el mostrador para enfatizar
mientras charla con una mujer de cabello amarillo.
La tormenta tiene a toda la isla inquieta, y la cerveza
barata tiene a todos alborotados.
Pero el hombre de cabello color arena sentado en el
taburete de la esquina tiene una quietud que le hace
destacar. En realidad, todo en él grita que no pertenece a
este lugar. A pesar de los ochenta y tantos grados de
temperatura y la humedad del millón por ciento, va vestido
con una camiseta de manga larga desarreglada y un
pantalón azul marino. También está sospechosamente
desprovisto de bronceado, así como de cualquier risa,
alegría, frivolidad, etc.
Bingo.
Me quito un puñado de ondas rubias de la cara y me
dirijo hacia él. Mientras me acerco sus ojos permanecen fijos
en su teléfono, su dedo arrastra lentamente lo que está
leyendo por la pantalla. Capto las palabras en negrita
CAPÍTULO VEINTINUEVE.
Está completamente leyendo un libro en un bar.
Muevo la cadera hacia la barra y deslizo el codo sobre
ella mientras me enfrento a él. —Hola, tigre.
Sus ojos color avellana se levantan lentamente hacia
mi cara, parpadean. —¿Hola?
—¿Vienes aquí a menudo?
Me estudia durante un minuto, sopesando visiblemente
las posibles respuestas.
—No —dice finalmente—. No vivo aquí.
—Oh —digo, pero antes de que pueda salir más,
continúa.
—Y aunque lo hiciera, tengo una gata con muchas
necesidades médicas que requiere cuidados especializados.
Hace que sea difícil salir.
Frunzo el ceño en casi todas las partes de esa frase. —
Lo siento mucho. —Me recupero—. Debe ser horrible estar
lidiando con todo eso y a la vez con una muerte.
Su ceño se arruga. —¿Una muerte?
Agito una mano en un círculo cerrado, señalando su
atuendo. —¿No estás en la ciudad para un funeral?
Su boca se aprieta. —No lo hago.
—Entonces ¿Qué te trae a la ciudad?
—Una amiga. —Sus ojos se dirigen a su teléfono.
—¿Vive aquí? —Supongo.
—Me arrastró —corrige—, por las vacaciones. —Dice
esta última palabra con cierto desdén.
Pongo los ojos en blanco. —¡No puede ser! ¿Lejos de tu
gato? ¿Sin ninguna buena excusa excepto disfrutar y
divertirse? ¿Estás seguro de que a esta persona se le puede
llamar realmente amigo?
—Menos seguro cada segundo —dice sin levantar la
vista.
No me da mucho con qué trabajar, pero no me rindo. —
Entonces —sigo adelante— ¿Cómo es esta amiga? ¿Es sexy?
¿Inteligente? ¿Voluptuosa?
—Pequeña —dice, todavía leyendo—. Ruidosa, nunca se
calla, deja caer algo sobre cada prenda de vestir que lleva
alguno de nosotros, tiene un gusto romántico horrible,
solloza durante esos anuncios de la universidad
comunitaria, esos en los que la madre soltera se queda
hasta tarde frente al ordenador, y luego, cuando se queda
dormida, su hijo le pone una manta sobre los hombros y
sonríe porque está muy orgulloso de ella, ¿Qué más? Oh,
está obsesionada con los bares de mala muerte que huelen
a salmonella. Me da miedo incluso beber la cerveza
embotellada de aquí, ¿Has visto las críticas de Yelp de este
lugar?
—¿Estás bromeando ahora mismo? —pregunto,
cruzando los brazos sobre el pecho.
—Bueno —dice— la salmonella no tiene olor, pero sí
Poppy, te quedas corta.
—¡Alex! —Le doy un golpe en el bíceps, rompiendo al
personaje— ¡Estoy tratando de ayudarte!
Se frota el brazo. —¿Ayudarme cómo?
—Sé que Sarah te rompió el corazón, pero tienes que
volver a salir. Y cuando una chica sexy se te acerque en un
bar, lo primero que no debes sacar es tu relación
codependiente con la idiota de tu gata.
—En primer lugar, Flannery O'Connor no es una
gilipollas —dice—. Es tímida.
—Es malvada.
—Simplemente no le gustas —insiste—. Tienes una
fuerte energía canina.
—Lo único que he hecho es intentar acariciarla —digo
—. ¿Por qué tener una mascota que no quiere ser
acariciada?
—Quiere que la acaricien —dice Alex—. Siempre te
acercas a ella con ese brillo lobuno en los ojos.
—No lo hago.
—Poppy —dice—. Te acercas a todo con un brillo lobuno
en los ojos.
En ese momento se acerca la camarera con la bebida
que pedí antes de meterme en el baño.
—¿Señorita? —dice—. Su margarita. —Hace girar el
vaso helado por la barra hacia mí, y un pinchazo de sed me
golpea en la garganta cuando lo cojo. Lo levanto tan rápido
que una buena cantidad de tequila salpica el labio, y con
una velocidad sobrenatural y muy practicada, Alex me quita
el otro brazo de la barra antes de que pueda salpicarse de
licor.
—¿Ves? Brillo lobuno —dice Alex en voz baja, en serio,
de la forma en que pronuncia casi todas las palabras que
me dice excepto en esas raras y sagradas noches en las que
sale el “Raro Alex” y puedo verlo, por ejemplo, tumbado en
el suelo fingiendo sollozos ante un micrófono en el karaoke,
con su cabello color arena sobresaliendo en todas
direcciones y su arrugada camisa de vestir desabrochada.
Sólo un ejemplo hipotético. De algo que ha ocurrido
exactamente antes.
Alex Nilsen es un hombre de control. En ese cuerpo
alto, ancho, permanentemente encorvado y doblado en
forma de pretzel, hay un exceso de estoicismo (resultado de
ser el hijo mayor de un viudo con la ansiedad más
manifiesta de todos los que he conocido) y una reserva de
represión (resultado de una estricta educación religiosa en
oposición directa a la mayoría de sus pasiones; es decir, el
mundo académico), junto con el más extraño, secretamente
tonto e intensamente blando de corazón que he tenido el
placer de conocer.
Doy un sorbo a la margarita, y un zumbido de placer se
abre paso en mí.
—Un perro en un cuerpo humano —se dice Alex, y
luego vuelve a desplazarse por su teléfono.
Resoplo mi desaprobación por su comentario y bebo
otro sorbo.
—Por cierto, esta margarita tiene como un noventa por
ciento de tequila. Espero que les digas a esos criticones
insatisfechos de Yelp que se vayan al diablo. Y que este
lugar no huele a salmonella. —Bebo un poco más de mi
bebida mientras me deslizo en el taburete junto a él,
girando para que nuestras rodillas se toquen.
Me gusta que siempre se siente así cuando salimos
juntos: la parte superior de su cuerpo mirando hacia la
barra, sus largas piernas hacia mí, como si mantuviera
abierta una puerta secreta hacia sí mismo sólo para mí. Y no
una puerta sólo al Alex Nilsen reservado y nunca bien
sonriente que el resto del mundo tiene, sino un camino
directo al bicho raro. El Alex que hace estos viajes conmigo,
año tras año, a pesar de que desprecia los vuelos y los
cambios y el uso de cualquier almohada que no sea con la
que duerme en casa.
Me gusta que, cuando salimos, siempre se dirija a la
barra, porque sabe que me gusta sentarme allí, aunque una
vez admitió que cada vez que lo hacemos, se estresa por si
hace demasiado o poco contacto visual con los camareros.
La verdad es que me gusta y amo casi todo lo
relacionado con mi mejor amigo, Alex Nilsen, y quiero que
sea feliz, así que incluso si nunca me ha gustado
particularmente ninguno de sus intereses amorosos
anteriores «y especialmente no me gustó su ex, Sarah» sé
que depende de mí asegurarme de que no deje que este
último desengaño lo obligue a convertirse en un ermitaño.
Después de todo, él haría «y ha hecho» lo mismo por mí.
—Entonces —digo— ¿Deberíamos hacerlo desde el
principio otra vez? Yo seré la extraña sexy en el bar y tú
serás tu yo encantador, sin lo del gato. Te devolveremos a la
piscina de las citas en poco tiempo.
Levanta la vista de su teléfono, casi sonriendo. Lo
llamaré simplemente sonreír, porque para Alex esto es lo
más parecido.
—¿Te refieres a la desconocida que empieza con un
oportuno “¿Hola, tigre”? Creo que tenemos ideas diferentes
de lo que es ”sexy”.
Giro sobre mi taburete, nuestras rodillas chocan
mientras me alejo de él y luego vuelvo, reajustando mi cara
en una sonrisa coqueta. —¿Te dolió… —digo— … cuando te
caíste del cielo?
Sacude la cabeza. —Poppy, es importante para mí que
sepas —dice lentamente— que si alguna vez consigo tener
otra cita, no tendrá absolutamente nada que ver con tu
supuesta ayuda.
Me pongo de pie, tiro el resto de mi bebida
dramáticamente y golpeo el vaso contra la barra. —¿Qué te
parece si salimos de aquí?
—¿Cómo es que tienes más éxito en las citas que yo?
—dice, asombrado por el misterio de todo ello.
—Fácil —digo—. Tengo estándares más bajos. Y ninguna
Flannery O'Connor que se interponga. Y cuando salgo a los
bares, no me paso todo el tiempo frunciendo el ceño a las
reseñas de Yelp y proyectando a la fuerza NO ME HABLES.
Además, podría decirse que soy preciosa desde ciertos
ángulos.
Se levanta y deja un billete de veinte sobre la barra
antes de volver a meterse la cartera en el bolsillo. Alex
siempre lleva dinero en efectivo. No sé por qué. Se lo he
preguntado al menos tres veces. Me ha contestado. Sigo sin
saber por qué, porque su respuesta era demasiado aburrida
o demasiado compleja intelectualmente para que mi
cerebro se molestara en retener el recuerdo.
—No cambia el hecho de que seas un absoluto bicho
raro —dice.
—Me quieres —señalo, un poco a la defensiva.
Me pasa un brazo por los hombros y me mira, con otra
pequeña sonrisa contenida en sus labios carnosos. Su rostro
es un colador, que sólo deja salir la mínima expresión a la
vez.
—Lo sé —dice.
Le sonrío. —Yo también te quiero.
Lucha contra el ensanchamiento de su sonrisa, la
mantiene pequeña y tenue.
—También lo sé.
El tequila me da sueño, pereza, y me dejo llevar por él
mientras nos dirigimos a la puerta abierta. —Ha sido un
buen viaje —digo.
—Lo mejor hasta ahora. —Asiente, mientras la lluvia
fresca nos rodea como si fuera confeti de un cañón. Su
brazo se acerca un poco más, cálido y pesado alrededor de
mí, su olor a madera de cedro limpia se pliega sobre mis
hombros como una capa.
—Ni siquiera me ha importado mucho la lluvia —digo
mientras nos adentramos en la espesa y húmeda noche,
todo zumbidos de mosquitos y palmeras temblando por los
lejanos truenos.
—Lo he preferido. —Alex levanta su brazo de mi
hombro para enroscarlo sobre mi cabeza, transformándose
en un paraguas humano improvisado mientras corremos por
la carretera inundada hacia nuestro pequeño auto rojo de
alquiler. Cuando llegamos a él, se separa y abre primero mi
puerta «hemos conseguido un descuento al coger un auto
sin cerraduras ni ventanas automáticas» y luego corre
alrededor del capó y se lanza al asiento del conductor.
Alex pone el auto en marcha, el aire acondicionado a
toda potencia sisea contra nuestra ropa mojada mientras
sale del aparcamiento y se dirige a la casa de alquiler.
—Acabo de darme cuenta —dice— de que no hicimos
ninguna foto en el bar para tu blog.
Empiezo a reírme y luego me doy cuenta de que no
está bromeando.
—Alex, ninguno de mis lectores quiere ver fotos de
BAR. Ni siquiera quieren leer sobre BAR.
Se encoge de hombros. —No pensé que BAR fuera tan
malo.
—Dijiste que olía a salmonella.
—Aparte de eso. —Pone el intermitente y guía el auto
por nuestra estrecha calle bordeada de palmeras.
—En realidad, no he conseguido ninguna foto utilizable
esta semana.
Alex frunce el ceño y se frota la ceja mientras frena
hacia el camino de grava que tiene delante.
—Aparte de las que tú tomaste —añado rápidamente.
Las fotos que Alex se ofreció a hacer para mis redes sociales
son realmente terribles. Pero lo quiero tanto por estar
dispuesto a hacerlas que ya he elegido la menos atroz y la
he publicado. Estoy poniendo una de esas horribles caras en
medio de la palabra, chillando y riéndome de algo mientras
él intenta «terriblemente» orientarme, y las nubes de
tormenta se están formando visiblemente sobre mí, como si
yo misma estuviera invocando el apocalipsis a la isla de
Sanibel. Pero al menos se nota que soy feliz en ella.
Cuando miro esa foto, no recuerdo qué me dijo Alex
para provocar esa cara, ni lo que le grité. Pero siento la
misma sensación de calor que siento cuando pienso en
cualquiera de nuestros viajes de verano anteriores.
Ese flechazo de felicidad, esa sensación de que la vida
es esto: estar en un lugar hermoso, con alguien que quieres.
Intenté escribir algo al respecto en el pie de foto, pero
era difícil de explicar.
Por lo general, mis posts tratan de cómo viajar con
poco presupuesto, de hacer más por menos, pero cuando
tienes cien mil personas siguiendo tus vacaciones en la
playa, lo ideal es mostrarles… unas vacaciones en la playa.
En la última semana, hemos tenido aproximadamente
cuarenta minutos en total en la costa de la isla de Sanibel.
El resto lo hemos pasado encerrados en bares y
restaurantes, librerías y tiendas vintage, además de mucho
tiempo en el deteriorado bungalow que hemos alquilado,
comiendo palomitas y contando rayos. No nos hemos
bronceado, ni hemos visto peces tropicales, ni hemos hecho
snorkel o tomado el sol en catamaranes, o mucho de
cualquier cosa aparte de caer y quedarse dormido en el
mullido sofá con un maratón de la Dimensión Desconocida
abriéndose camino en nuestros sueños.
Hay lugares que se pueden ver en todo su esplendor,
con o sin sol, pero éste no es uno de ellos.
—Oye —dice Alex mientras pone el auto en el
aparcamiento.
—Oye, ¿qué?
—Hagamos una foto —dice—. Juntos.
—Odias que te hagan fotos —señalo. Lo cual siempre
me ha resultado extraño, porque a nivel técnico, Alex es
extremadamente guapo.
—Lo sé —dice Alex— pero está oscuro y quiero recordar
esto.
—Está bien —digo—. Sí. Tomemos una.
Alcanzo mi teléfono, pero él ya tiene el suyo fuera. Solo
que, en lugar de sostenerlo con la pantalla hacia nosotros
para poder vernos, lo tiene volteado, con la cámara normal
fija en nosotros en lugar de la frontal.
—¿Qué estás haciendo? —digo, alcanzando su teléfono
—. Para eso está el modo selfie, abuelo.
—¡No! —Se ríe, sacándolo de su alcance—. No es para
tu blog, no tenemos que estar bien. Sólo tenemos que
parecer nosotros mismos. Si la tenemos en modo selfie no
voy a querer tomar una.
—Necesitas ayuda para tu dismorfia facial —le digo.
—¿Cuántas miles de fotos he hecho para ti, Poppy? —
dice— hagamos esta como quiero.
—Vale, bien. —Me inclino sobre la consola,
acomodándome contra su pecho húmedo, su cabeza se
agacha un poco para compensar nuestra diferencia de
altura.
—Uno… dos… —El flash salta antes de que llegue a
tres.
—¡Monstruo! —Lo regaño.
Le da la vuelta al teléfono para mirar la foto y gime. —
Noooo —dice—. Soy un monstruo.
Me ahogo en una carcajada mientras estudio el horrible
borrón fantasmal de nuestros rostros: su cabello mojado
sobresaliendo en forma puntiaguda, el mío enredado en
mechones encrespados alrededor de mis mejillas, todo en
nosotros brillante y rojo por el calor, mis ojos
completamente cerrados, los suyos entrecerrados e
hinchados. —¿Cómo es posible que seamos tan difíciles de
ver y tan feos a la vez?
Riendo, echa la cabeza hacia atrás contra el
reposacabezas. —Está bien, la borro.
—¡No! —Lucho por quitarle el teléfono de la mano. Él
también lo agarra, pero no lo suelto, así que lo mantenemos
entre nosotros sobre la consola
—. De eso se trataba, Alex. De recordar este viaje como
realmente fue. Y para parecer nosotros mismos.
Su sonrisa es tan pequeña y tenue como siempre.
—Poppy, no te pareces en nada a esa foto.
Sacudo la cabeza. —Y tú tampoco.
Durante un largo momento, nos quedamos en silencio,
como si no hubiera nada más que decir ahora que esto se
ha resuelto.
—El próximo año vayamos a un lugar frío —dice Alex—.
Y seco.
—De acuerdo —digo, sonriendo—. Iremos a un lugar
frío.
 
1
Este Verano
 

—Poppy —dice Swapna desde la cabecera de la


aburrida mesa de conferencias gris— ¿Qué tienes para mí?
Para la benévola gobernante del imperio
Rest+Relaxation, Swapna Bakshi-Highsmith no podría
exudar menos de los dos valores fundamentales de nuestra
excelente revista.
La última vez que Swapna descansó fue probablemente
hace tres años, cuando estaba embarazada de ocho meses
y medio y estaba en reposo por orden del médico. Incluso
entonces, se pasó todo el tiempo en videollamadas con la
oficina, con su ordenador portátil en equilibrio sobre su
barriga, así que no creo que se haya relajado mucho. Todo
en ella es elegante, directo e inteligente, desde su corte
recto de alta costura hasta sus zapatos con tachuelas de
Alexander Wang.
Su delineador de ojos alado podría cortar una lata de
aluminio, y sus ojos esmeralda podrían aplastarla después.
En este momento, ambos apuntan directamente a mí. —
¿Poppy? ¿Hola?
Parpadeo para salir de mi aturdimiento y avanzo en mi
silla, aclarando mi garganta. Últimamente me pasa mucho.
Cuando tienes un trabajo en el que solo tienes que ir a la
oficina una vez a la semana, no es ideal desconectar como
un niño en álgebra durante el cincuenta por ciento de ese
tiempo, y menos aún hacerlo delante de tu jefe, aterradora
e inspiradora a partes iguales.
Estudio el bloc de notas que tengo delante. Solía acudir
a las reuniones de los viernes con docenas de lanzamientos
garabateados con entusiasmo. Ideas para historias sobre
festivales desconocidos en otros países, restaurantes
locales famosos con postres fritos coloquiales, fenómenos
naturales en determinadas playas de América del Sur,
viñedos emergentes en Nueva Zelanda, o nuevas
tendencias entre los amantes de las emociones fuertes y
modos de relajación profunda para los amantes del spa.
Solía escribir estas notas con una especie de pánico,
como si cada experiencia que esperaba tener algún día
fuera un ser vivo creciendo en mi cuerpo, extendiendo sus
ramas para empujar mis entrañas, exigiendo salir de mí. Me
pasaba tres días antes de las reuniones de presentación en
una especie de trance sudoroso de Google, recorriendo
imagen tras imagen de lugares en los que nunca había
estado, con una sensación parecida al hambre que me rugía
en las tripas.
Sin embargo, hoy he dedicado diez minutos a escribir
los nombres de los países.
Países, ni siquiera ciudades.
Swapna me está mirando, esperando que le presente
mi próximo gran largometraje de verano para el año que
viene, y yo estoy mirando la palabra Brasil.
Brasil es el quinto país más grande del mundo. Ocupa
el 5.6% de la masa terrestre. No se puede escribir un
artículo corto y breve sobre las vacaciones en Brasil. Tienes
que elegir al menos una región específica.
Paso la página de mi cuaderno, fingiendo estudiar la
siguiente. Está en blanco. Cuando mi compañero Garrett se
inclina hacia mí como si quisiera leer por encima de mi
hombro, lo cierro. —San Petersburgo —digo.
Swapna arquea una ceja y se pasea por la cabecera de
la mesa. —Hicimos San Petersburgo en nuestro número de
verano de hace tres años. La celebración de las Noches
Blancas, ¿Recuerdas?
—¿Ámsterdam? —Garrett lanza a mi lado.
—Ámsterdam es una ciudad de primavera —dice
Swapna, vagamente molesta—. No van a presentar
Ámsterdam y no incluir los tulipanes.
Una vez oí que ha estado en más de setenta y cinco
países y en muchos de ellos dos veces.
Hace una pausa, sostiene su teléfono en una mano y lo
golpea contra su otra palma mientras piensa. —Además,
Ámsterdam está tan… a la moda.
Swapna cree firmemente que estar a la moda es llegar
tarde a esa moda. Si percibe que la idea de Toruń, Polonia,
se está convirtiendo en el espíritu de la época, entonces
Toruń está fuera de la agenda para los próximos diez años.
Hay una lista literal clavada en una pared junto a los
cubículos (Toruń no está en esta lista) de Lugares que R+R
No Cubrirá. Cada entrada está escrita a mano y fechada, y
hay una especie de apuesta clandestina sobre cuándo se
liberará una ciudad de La Lista. Nunca hay tanto entusiasmo
en la oficina como esas mañanas en las que Swapna entra
con su bolsa de ordenador portátil de diseño en el brazo y
se acerca a la lista con un bolígrafo ya preparado para
tachar una de esas ciudades prohibidas.
Todo el mundo la observa con la respiración contenida,
preguntándose qué ciudad va a rescatar del olvido de R+R,
y una vez que está a salvo en su despacho, con la puerta
cerrada, quien esté más cerca de la Lista correrá hacia ella,
leerá la entrada tachada y se girará para susurrar el nombre
de la ciudad a todos los miembros de la editorial. Suele
haber una celebración silenciosa.
Cuando el otoño pasado París dejó de pertenecer a la
Lista, alguien sacó el champán y Garrett sacó una boina roja
de un cajón de su escritorio, donde aparentemente la había
escondido para una ocasión como ésta. Se la puso todo el
día, quitándosela de la cabeza cada vez que se oía el
chasquido y el gemido de la puerta de Swapna. Pensó que
también se había salido con la suya, hasta que ella se
detuvo junto a su escritorio al salir por la noche y dijo: —Au
revoir2, Garrett.
Su cara se había vuelto tan brillante como la boina, y
aunque no creía que Swapna hubiera querido ser más que
graciosa, nunca había recuperado la confianza del todo
desde entonces.
El hecho de que Ámsterdam sea declarada “a la moda”
hace que sus mejillas pasen del rojo de la boina al morado
de la remolacha.
Otra persona propone Cozumel. Y luego hay una
votación para Las Vegas, que Swapna considera
brevemente.
—Las Vegas podría ser divertido. —Ella mira hacia mí—.
Poppy, ¿No crees que Las Vegas podría ser divertido?
—Definitivamente podría ser divertido. —Estoy de
acuerdo.
—Santorini —dice Garrett con la voz de un ratón de
dibujos animados.
—Santorini es precioso, por supuesto —dice Swapna, y
Garrett lanza un audible suspiro de alivio—. Pero queremos
algo inspirador.
Me mira de nuevo. Intencionadamente. Ya sé por qué.
Quiere que escriba el gran reportaje. Porque eso es lo que
he venido a hacer.
Se me revuelve el estómago. —Seguiré pensando en
algo para presentártelo el lunes —sugiero.
Ella acepta con la cabeza. Garrett se hunde en la silla a
mi lado. Sé que él y su novio están desesperados por un
viaje gratis a Santorini. Como lo estaría cualquier escritor de
viajes. Como probablemente lo estaría cualquier persona
humana.
Como definitivamente debería estar.
No te rindas, quiero decirle. Si Swapna quiere
inspiración, no la obtendrá de mí.
No he tenido nada de eso en mucho tiempo.
 

—Pienso que deberías presionar para ir a Santorini —


dice Rachel, haciendo girar su copa de rosé sobre el
mosaico de la mesa del café. Es un vino perfectamente
veraniego y, gracias a su plataforma, lo conseguimos gratis.
Rachel Krohn: bloguera de estilo, entusiasta del bulldog
francés, nacida y criada en el Upper West Sider (pero
afortunadamente no del tipo que actúa como si fuera tan
adorable que seas de Ohio, o incluso que Ohio exista,
¿alguien ha oído hablar de ello?), y la mejor amiga
profesional.
A pesar de tener electrodomésticos de alta gama,
Rachel lava todos los platos a mano, porque le resulta
relajante, y lo hace con tacones de 10 centímetros, porque
cree que los zapatos planos son para montar a caballo y
para la jardinería, y sólo si no has encontrado unas botas de
tacón adecuadas.
Rachel fue la primera amiga que hice cuando me mudé
a Nueva York. Es una “influencer” de las redes sociales
(léase: le pagan por llevar marcas específicas de maquillaje
en las fotos en su precioso tocador de mármol), y aunque
nunca había tenido una amistad con un compañero de
Internet, resultó tener sus ventajas (léase: ninguno de
nosotros tiene que sentirse avergonzado cuando le pedimos
al otro que espere mientras escenificamos fotos de nuestros
sándwiches). Y aunque podría haber esperado no tener
mucho en común con Rachel, fue durante nuestro tercer
encuentro (en el mismo bar de vinos en Dumbo donde
estamos sentadas en este momento) que ella admitió que
toma todas sus fotos de la semana los martes, cambiando
de ropa y cabello entre las paradas en diferentes parques y
restaurantes, y luego pasa el resto de la semana
escribiendo ensayos y dirigiendo las redes sociales para
algunos rescates de perros.
Cayó en este trabajo por ser fotogénica y tener una
vida fotogénica y dos perros muy fotogénicos (aunque
constantemente necesitados de atención médica).
Mientras que yo me propuse crear un grupo de
seguidores en las redes sociales como un juego a largo
plazo para convertir los viajes en un trabajo a tiempo
completo. Diferentes caminos hacia el mismo lugar. Es
decir, ella sigue en el Upper West Side y yo en el Lower East
Side, pero ambas somos anuncios vivos.
Tomo un trago del vino espumoso y lo hago girar
mientras le doy vueltas a sus palabras. No he estado en
Santorini, y en algún lugar de la abarrotada casa de mis
padres, en una caja de Tupperware llena de cosas que no
tienen absolutamente nada en común, hay una lista de
destinos soñados que hice en la universidad, con Santorini
cerca de la cima. Esas líneas blancas limpias y las grandes
franjas de mar azul brillante estaban tan lejos de mis
desordenados dos niveles en Ohio como podía imaginar.
—No puedo —le digo finalmente—. Garrett entraría en
combustión espontánea si lanzara Santorini y, una vez que
me subiera a bordo, Swapna lo aprobaría por mí.
—No lo entiendo —dice Rachel—. Qué difícil puede ser
elegir unas vacaciones, no es que hayas estado ahorrando
tus centavos. Elige un lugar, ve, luego escoge otro. Eso es lo
que haces.
—No es tan sencillo.
—Sí, sí —Rachel agita una mano—. Lo sé, tu jefa quiere
unas vacaciones ‘inspiradoras’. Pero cuando aparezcas en
algún lugar hermoso, con la tarjeta de crédito de R+R, la
inspiración aparecerá. Literalmente no hay nadie en la tierra
mejor equipado para tener unas vacaciones mágicas que un
periodista de viajes con la chequera de un gran
conglomerado de medios. Si tú no puedes tener un viaje
inspirador, ¿Cómo demonios esperas que lo tenga el resto
del mundo?
Me encojo de hombros, rompiendo un trozo de queso
de la tabla de embutidos.
—Tal vez ese es el punto.
Ella arquea una ceja oscura —¿Cuál es el punto?
—¡Exactamente! —digo, y ella me lanza una mirada de
seco disgusto.
—No seas linda y caprichosa —dice rotundamente. Para
Rachel Krohn, lo lindo y caprichoso es casi tan malo como a
la moda para Swapna Bakshi-Highsmith.
A pesar de la estética suavemente nebulosa del
cabello, el maquillaje, la ropa, el apartamento y las redes
sociales de Rachel, es una persona profundamente
pragmática. Para ella, la vida en el ojo público es un trabajo
como cualquier otro, que ha mantenido porque paga las
facturas (al menos en lo que respecta al queso, el vino, el
maquillaje, la ropa y cualquier otra cosa que las empresas
decidan enviarle), no porque disfrute del tipo de semifama
fabricada que viene con el oficio. Al final de cada mes,
publica un post con las peores imágenes sin editar de sus
sesiones fotográficas, la leyenda dice: ESTO ES UN FEED DE
IMÁGENES SELECCIONADAS PARA HACERTE SUSPIRAR POR
UNA VIDA QUE NO EXISTE. ME PAGAN POR ESTO.
Sí, fue a la escuela de arte.
Y, de alguna manera, este tipo de falso arte escénico
no ha hecho nada para frenar su popularidad. Cada vez que
estoy en la ciudad para el último día del mes, intento
programar una cita para tomar un vino y ver cómo revisa
sus notificaciones y pone los ojos en blanco a medida que le
llegan nuevos “me gusta” y “seguidores”. De vez en cuando
ahoga un grito y dice: “¡Escucha esto! ‘Rachel Krohn es tan
valiente y real. Quiero que sea mi madre’. Les digo que no
me conocen, ¡y siguen sin entenderlo!”
No tiene paciencia con las gafas de color de rosa y
menos aún con la melancolía.
—No me estoy haciendo la linda —le prometo— y
definitivamente no estoy siendo caprichosa.
El arco de su ceja se profundiza. —¿Estás segura?
Porque eres propensa a ambas cosas, nena.
Pongo los ojos en blanco. —Sólo quieres decir que soy
bajita y que llevo colores brillantes.
—No, eres pequeña —me corrige— y llevas estampados
chillones. Tu estilo es como el de la hija de un panadero
parisino de los años 60 que recorre su pueblo en bicicleta al
amanecer, gritando Bonjour, le monde3 mientras reparte
baguettes.
—De todos modos —digo, volviendo a lo de antes— lo
que quiero decir es, ¿qué sentido tiene tomarse estas
vacaciones ridículamente caras, y luego escribir todo sobre
ellas para las cuarenta y dos personas del mundo que
pueden permitirse el tiempo y el dinero para recrearlas?
Sus cejas se acomodan en una línea plana mientras
piensa.
—Bueno, en primer lugar, no creo que la mayoría de la
gente utilice los artículos de R+R como un itinerario, Pop. Si
les das cien lugares para visitar, eligen tres. Y, en segundo
lugar, la gente quiere ver vacaciones idílicas en las revistas
de vacaciones. Las compran para soñar despiertos, no para
planificar. —Incluso mientras se comporta como la Rachel
pragmática, la cínica Rachel de la Escuela de Arte se cuela,
dándole un toque a sus palabras. La Rachel de la Escuela de
Arte es algo así como un anciano que pone el grito en el
cielo, un padrastro en la mesa de la cena, que dice: “¿Por
qué no se desconectan un rato, niños?”, mientras tiende un
cuenco para recoger los teléfonos de todos.
Me encanta la Rachel de la Escuela de Arte y sus
Principios, pero también me inquieta su repentina aparición
en este patio de la acera. Porque ahora mismo están
brotando palabras que aún no he dicho en voz alta.
Pensamientos sensibles y secretos que nunca se me han
revelado del todo en las muchas horas que he pasado
tumbada en el sofá, todavía como nuevo, de mi
apartamento poco acogedor y poco habitado, durante el
tiempo de inactividad entre viajes.
—¿Qué sentido tiene? —Vuelvo a decir, frustrada—.
Quiero decir, ¿Nunca te sientes así? Como si hubieras
trabajado tan duro, hecho todo lo correcto…
—Bueno, no todo —dice ella—. Dejaste la universidad,
nena.
—Para poder conseguir el trabajo de mis sueños. Y lo
conseguí. Trabajo en una de las principales revistas de
viajes. Tengo un bonito apartamento. Y puedo tomar taxis
sin preocuparme demasiado por el destino de ese dinero, y
a pesar de todo eso… —tomo aire de forma temblorosa,
insegura de las palabras que estoy a punto de soltar a la
fuerza, incluso cuando todo su peso me golpea como un
saco de arena—…no soy feliz.
El rostro de Rachel se suaviza. Pone su mano sobre la
mía, pero permanece en silencio, dejando espacio para que
yo siga. Tardo un rato en obligarme. Me siento como una
imbécil desagradecida por haber tenido estos
pensamientos, y mucho más por haberlos admitido en voz
alta.
—Todo es más o menos como me lo imaginaba —digo
finalmente—. Las fiestas, las escalas en aeropuertos
internacionales, los cócteles en el jet, las playas, los barcos
y los viñedos. Y todo se ve como debería, pero se siente
diferente de lo que imaginé. Sinceramente, creo que se
siente diferente de lo que solía ser. Solía estar demasiado
emocionada y tener mucha energía durante las semanas
antes de un viaje, ¿Sabes? Y cuando llegaba al aeropuerto,
sentía como si mi sangre zumbara. Como si el aire estuviera
vibrando con la posibilidad a mi alrededor. No lo sé. No
estoy segura de lo que ha cambiado. Tal vez yo lo haya
hecho.
Se pasa un rizo oscuro por detrás de la oreja y se
encoge de hombros. —Lo querías, Poppy. No lo tenías, y lo
querías. Tenías hambre de ello.
Al instante, sé que tiene razón. Ella ha visto a través
del vómito de palabras el centro de las cosas.
—¿No es ridículo? —Gimoteo y me río—. Mi vida resultó
como esperaba, y ahora sólo extraño querer algo.
Temblando con su peso. Zumbando con el potencial.
Mirando al techo de mi cutre quinto piso antes de la R+R,
después de un doble turno sirviendo copas en el Garden, y
soñando con el futuro. Los lugares a los que iría, la gente
que conocería, en quién me convertiría. ¿Qué queda por
desear cuando tienes el apartamento de tus sueños, el jefe
de tus sueños y el trabajo de tus sueños (que anula
cualquier ansiedad por el alquiler obscenamente alto del
apartamento de tus sueños, porque de todos modos pasas
la mayor parte del tiempo comiendo en restaurantes con
estrellas Michelin a cuenta de la empresa)?
Rachel escurre su vaso y echa un poco de Brie en una
galleta, asintiendo con conocimiento de causa. —El disgusto
de los millennials.
—¿Es eso una cosa? —pregunto.
—Todavía no, pero si lo repites tres veces, habrá un
artículo de opinión de Slate para esta noche.
Lanzo un puñado de sal por encima del hombro como
para alejar ese mal, y Rachel resopla mientras nos sirve un
vaso nuevo a cada una.
—Pensaba que lo que pasa con los millennials es que
no conseguimos lo que queremos. Las casas, los trabajos, la
libertad financiera. Sólo vamos a la escuela para siempre, y
luego a trabajar de camareros hasta que nos muramos.
—Sí —dice ella— pero dejaste la universidad y fuiste
tras lo que querías. Así que aquí estamos.
—No quiero tener el disgusto de los millennials —digo
—. Me hace sentir como una imbécil el no estar contenta
con mi increíble vida.
Rachel vuelve a resoplar. —La satisfacción es una
mentira inventada por el capitalismo —dice la Rachel de la
Escuela de Arte, pero quizá tenga razón. Por lo general, la
tiene—. Piénsalo. ¿Todas esas fotos que publico? Están
vendiendo algo. Un estilo de vida. La gente mira esas fotos
y piensa: “Si yo tuviera esos tacones de Sonia Rykiel, ese
precioso apartamento con suelos de roble francés en
espiga, sería feliz. Me pavonearía, regaría mis plantas y
encendería mi interminable suministro de velas Jo Malone, y
sentiría que mi vida está en perfecta armonía. Por fin
amaría mi casa. Disfrutaría de mis días en este planeta”.
—Lo vendes bien, Rach —digo—. Pareces muy feliz.
—Claro que sí —dice ella—. Pero no estoy contenta, ¿Y
sabes por qué? —Coge su teléfono de la mesa, mira una
foto específica que tiene en mente y la levanta. Una foto de
ella recostada en su sofá de terciopelo, cargada de bulldogs
con las mismas cicatrices de sus cirugías de hocico. Está
vestida con un pijama de Bob Esponja y no lleva ni una
pizca de maquillaje— ¡Porque cada día hay fábricas de
cachorros de callejón que crían más de estos pequeños!
Embarazando a las mismas pobres perras una y otra vez,
produciendo camada tras camada de cachorros con
mutaciones genéticas que hacen que la vida sea dura y
dolorosa ¡Por no hablar de todos los pitbulls doblados en
perreras, pudriéndose en la cárcel de cachorros!
—¿Estás diciendo que debería tener un perro? —Digo—.
Porque todo el asunto de ser periodista de viajes impide
tener una mascota. —La verdad es que, aunque no fuera
así, no estoy segura de poder tener una mascota. Me
encantan los perros, pero también crecí en una casa repleta
de ellos. Con las mascotas vienen los pelos, los ladridos y el
caos. Para una persona bastante caótica, eso es un terreno
resbaladizo. Si fuera a un refugio a recoger un perro de
acogida, no hay garantía de que no volviera a casa
habiendo adoptado seis de ellos y un coyote salvaje.
—Lo que digo —responde Rachel— es que el propósito
es más importante que la satisfacción. Tenías un montón de
objetivos profesionales, que te daban un propósito. Uno por
uno, los cumpliste. Et voilà: no hay propósito.
—Así que necesito nuevas metas.
Ella asiente con énfasis. —Leí este artículo sobre ello. Al
parecer, la finalización de los objetivos a largo plazo a
menudo conduce a la depresión. Es el viaje, no el destino,
nena, y lo que sea que digan esos jodidos cojines.
Su rostro se suaviza de nuevo, se convierte en lo etéreo
de sus fotografías más queridas. —Sabes, mi terapeuta
dice…
—Tu madre —digo.
—Ella estaba siendo terapeuta cuando dijo esto —
Rachel argumenta, y sé lo que quiere decir, Sandra Krohn
estaba siendo decididamente la doctora Sandra Krohn, del
mismo modo que Rachel es a veces decididamente la
Rachel de la Escuela de Arte, no que Rachel estuviera
realmente en una sesión de terapia. Por mucho que Rachel
ruegue, su madre se niega a tratar a Rachel como una
paciente. Rachel, sin embargo, se niega a ver a nadie más,
por lo que siguen en un punto muerto.
—De todos modos —continúa Rachel— me dijo que a
veces, cuando pierdes la felicidad, lo mejor es buscarla de la
misma manera que buscarías cualquier otra cosa.
—¿Gimiendo y lanzando cojines del sofá? —pregunto.
—Volviendo sobre tus pasos —dice Rachel—. Así que,
Poppy, todo lo que tienes que hacer es pensar en el pasado
y preguntarte, ¿Cuándo fue la última vez que fuiste
verdaderamente feliz?
El problema es que no tengo que pensar en el pasado.
Para nada.
Sé de inmediato cuándo fue la última vez que fui
verdaderamente feliz.
Hace dos años, en Croacia, con Alex Nilsen.
Pero no hay manera de encontrar mi camino de vuelta
a eso, porque no hemos hablado desde entonces.
—Sólo piénsalo, ¿Quieres? —dice Rachel—. La doctora
Krohn siempre tiene razón.
—Sí —digo—. Lo pensaré.
 
2
Este Verano
 

Lo pienso.
Todo el viaje en metro a casa. El paseo de cuatro
manzanas después. A través de una ducha caliente, una
mascarilla para el cabello y otra para la cara, y varias horas
de estar tumbada en mi rígido sofá nuevo.
No paso suficiente tiempo aquí para haberla
transformado en un hogar y, además, soy el producto de un
padre tacaño y una madre sentimental, lo que significa que
crecí en una casa llena de basura. Mamá guardaba las tazas
de té rotas que mis hermanos y yo le habíamos regalado de
pequeños, y papá aparcaba nuestros autos viejos en el
jardín delantero por si acaso aprendía a arreglarlos. Todavía
no tengo ni idea de lo que se considera una cantidad
razonable de cachivaches en una casa, pero sé cómo
reacciona la gente en general ante la casa de mi infancia y
creo que es más seguro pecar de minimalista que de
acumulador.
Aparte de una colección poco manejable de ropa
vintage (primera regla de la familia Wright: nunca compres
nada nuevo si puedes conseguirlo usado por una fracción
del precio), no hay mucho más en mi apartamento en lo que
fijarse. Así que me quedo mirando el techo y pensando.
Y cuanto más pienso en los viajes que Alex y yo
solíamos hacer juntos, más los añoro. Pero no de la manera
divertida, soñadora y enérgica en que solía anhelar ver
Tokio en la temporada de florecimiento de los cerezos, o los
festivales de Fasnacht de Suiza, con sus desfiles de
máscaras y bufones con látigos bailando por las calles de
color caramelo.
Lo que siento ahora es más un dolor, una tristeza.
Es peor que el descaro de no querer mucho de la vida.
Es querer algo que no puedo convencerme de que sea una
posibilidad.
No después de dos años de silencio.
De acuerdo, no silencio. Todavía me envía un mensaje
en mi cumpleaños. Yo le sigo enviando uno en el suyo.
Ambos enviamos respuestas que dicen “Gracias” o “¿Cómo
estás?”, pero esas palabras nunca parecen llevar mucho
más allá.
Después de todo lo que pasó entre nosotros, solía
decirme a mí misma que sólo necesitaría tiempo para
superarlo, que las cosas volverían inevitablemente a la
normalidad y que volveríamos a ser los mejores amigos. Tal
vez incluso nos reiríamos de este tiempo separados.
Pero pasaban los días, los teléfonos se apagaban y
encendían por si se perdían los mensajes, y después de un
mes entero, incluso dejé de saltar cada vez que sonaba mi
alerta de texto.
Nuestras vidas continuaron, sin el otro en ellas. Lo
nuevo y extraño se convirtió en lo familiar, lo
aparentemente inmutable, y ahora aquí estoy, un viernes
por la noche, mirando a la nada.
Me levanto del sofá, tomo el portátil de la mesita de
café y salgo a mi pequeño balcón. Me dejo caer en la única
silla que cabe aquí y apoyo los pies en la barandilla, todavía
caliente por el sol a pesar del pesado manto de la noche.
Abajo, las campanas suenan sobre la puerta de la bodega
de la esquina, la gente vuelve a casa después de largas
noches de fiesta, y un par de taxis paran frente a mi bar
favorito del barrio, Good Boy Bar (un lugar que no debe su
éxito a sus bebidas, sino al hecho de que permite entrar a
los perros; así es como sobrevivo a mi existencia sin
mascotas).
Abro el ordenador y alejo una polilla del resplandor
fluorescente de su pantalla mientras abro mi antiguo blog. A
R+R no le importa el blog en sí; es decir, evaluaron mis
muestras de escritura antes de que consiguiera el trabajo,
pero no les importa que lo mantenga. Es la influencia en las
redes sociales lo que quieren seguir rentabilizando, no el
modesto pero devoto número de lectores que construí con
mis publicaciones sobre viajes de bajo presupuesto.
La revista Rest + Relaxation no está especializada en
viajes de bajo presupuesto. Y aunque había planeado seguir
con Pop Around the World además de mi trabajo en la
revista, mis entradas disminuyeron poco después del viaje a
Croacia.
Me desplazo hasta mi publicación sobre este y lo abro.
Para entonces ya estaba trabajando en R+R, lo que
significaba que cada lujoso segundo del viaje estaba
pagado. Se suponía que iba a ser el mejor que habíamos
hecho, y pequeñas porciones de él lo fueron.
Pero al releer mi publicación, incluso con todos los
indicios de Alex y de lo que pasó borrados, es obvio lo
miserable que me sentía cuando llegué a casa. Me desplazo
hacia atrás, buscando todos los mensajes sobre el Viaje de
Verano. Así lo llamábamos, cuando nos enviábamos
mensajes de texto a lo largo del año, normalmente mucho
antes de haber concretado a dónde iríamos o cómo nos lo
permitiríamos.
El Viaje de Verano.
Como en, La escuela me está matando, sólo quiero que
el Viaje de Verano ya esté aquí, y el tono para nuestro
Uniforme de Viaje de Verano, con una captura de pantalla
adjunta de una camiseta que dice SIP, SON REALES en el
pecho, o un par de pantalones cortos tan cortos como para
ser, esencialmente, una tanga de mezclilla.
Una brisa caliente levanta el olor a basura y a pizza de
un dólar de la calle y me despeina el cabello. Me hago un
nudo en la base de la nuca, cierro el ordenador y saco el
teléfono tan rápido que parece que voy a usarlo.
No puedes. Es demasiado raro, pienso.
Pero ya estoy sacando el número de Alex, que sigue ahí
en lo alto de mi lista de favoritos, donde el optimismo lo
mantuvo guardado hasta que pasó tanto tiempo que la
posibilidad de borrarlo ahora me parece un trágico último
paso que no puedo soportar.
Mi pulgar se cierne sobre el teclado.
He estado pensando en ti, escribo. Lo miro durante
un minuto y luego retrocedo hasta el principio.
¿Hay alguna posibilidad de que estés buscando
salir de la ciudad? Escribo. Esta parece buena. Está claro
lo que estoy preguntando, pero es bastante informal, con
una salida fácil. Pero cuanto más estudio las palabras, más
rara me siento por ser tan casual. De fingir que no ha
pasado nada y que los dos seguimos siendo amigos íntimos
que pueden planear un viaje en un foro tan informal como
un mensaje de texto después de medianoche.
Borro el mensaje, respiro profundamente y vuelvo a
escribir: Hola.
—¿Hola? —Me pongo a gritar, molesta conmigo misma.
En la acera, un hombre salta sorprendido al oír mi voz,
luego mira hacia mi balcón, decide que no estoy hablando
con él y se va corriendo.
No hay manera de que le envíe un mensaje a Alex
Nilsen que sólo diga Hola.
Pero luego voy a resaltar y borrar la palabra, y ocurre
algo horrible.
Accidentalmente le di a enviar.
El mensaje sale como una ráfaga.
—¡Mierda, mierda, mierda! —Siseo, agitando mi
teléfono como si tal vez pudiera hacer que escupiera el
texto de nuevo antes de que esa mísera palabra comenzara
a digerirse—. No, no, n…
Suena.
Me congelo. Boca abierta. El corazón se acelera. El
estómago se retuerce hasta que mis intestinos se sienten
como fideos rotini.
Un nuevo mensaje, el nombre en negrita en la parte
superior: ALEXANDER THE GREATEST.
Una palabra.
Hola.
Estoy tan asombrada que casi le devuelvo el Hola,
como si mi primer mensaje nunca hubiera ocurrido, como si
me hubiera saludado de la nada. Pero por supuesto que no
lo hizo, él no es ese tipo. Yo soy ese tipo.
Y como soy ese tipo que envía los peores mensajes de
texto del mundo, ahora he recibido una respuesta que no
me da ninguna entrada natural a una conversación.
¿Qué digo?
¿Cómo estás, suena demasiado serio? Hace que
parezca que espero que diga: Bien, Poppy, te he echado de
menos. Te he echado MUCHO de menos.
Tal vez algo más inocuo, como ¿Qué hay de nuevo?
Pero de nuevo siento que lo que podría hacer ahora
mismo es ignorar voluntariamente que es raro que le envíe
mensajes de texto después de todo este tiempo.
Siento haberte enviado un mensaje de texto que
decía hola, escribo. Lo borro, trato de ser graciosa:
Probablemente te estés preguntando por qué te he
traído aquí.
No tiene gracia, pero estoy de pie en el borde de mi
pequeño balcón, temblando de nerviosismo y aterrorizada
de esperar demasiado tiempo para responder. Envío el
mensaje y empiezo a caminar. Sólo que, como el balcón es
tan pequeño y la silla ocupa la mitad del mismo,
básicamente estoy dando vueltas como un trompo, una cola
de polillas persiguiendo la luz borrosa de mi teléfono.
Vuelve a sonar, me tumbo en la silla y abro el mensaje.
¿Se trata de la desaparición de los sándwiches en
la sala de descanso?
Un momento después, llega un segundo mensaje.
Porque yo no los tomé. A menos que haya una
cámara de seguridad allí. En cuyo caso, lo siento.
Una sonrisa se dibuja en mi cara, un torrente de calor
derrite el nudo de ansiedad que tengo en el pecho. Hubo un
breve periodo de tiempo en el que Alex estaba convencido
de que lo iban a despedir de su trabajo de profesor. Después
de levantarse tarde y perderse el desayuno, había tenido
una cita con el médico durante el almuerzo. No había tenido
tiempo de comer después, así que había ido a la sala de
profesores con la esperanza de que fuera el cumpleaños de
alguien y que hubiera donuts o panecillos rancios que
pudiera coger.
Pero era el primer lunes del mes, y una profesora de
Historia Americana llamada señorita Delallo, una mujer a la
que Alex consideraba secretamente su némesis en el
trabajo insistió en limpiar la nevera y el espacio del
mostrador el último viernes de cada mes, y luego hacía un
escándalo como si esperara que le dieran las gracias,
aunque a menudo sus compañeros de trabajo perdían un
par de almuerzos congelados en perfecto estado en el
proceso.
De todos modos, lo único que quedaba en la nevera era
un sándwich de ensalada de atún. —La tarjeta de visita de
Delallo —había bromeado Alex cuando me contó la historia
más tarde.
Se había comido el sándwich como un acto de rebeldía
(y de hambre). Luego pasó tres semanas convencido de que
alguien iba a descubrirlo y perdería su trabajo. No es que
fuera su sueño dar clases de literatura en el instituto, pero
el trabajo estaba bien pagado, tenía buenos beneficios y se
encontraba en nuestra ciudad natal, en Ohio, lo que
«aunque para mí es un aspecto definitivamente negativo»
significaba que podía estar cerca de dos de sus tres
hermanos menores y de los hijos que habían empezado a
tener.
Además, el tipo de trabajo universitario que Alex
realmente quería no surgía muy a menudo en estos días. No
podía permitirse el lujo de perder su trabajo de profesor, y
por suerte no lo había hecho.
¿Sándwiches? ¿PLURAL? Vuelvo a teclear ahora. Por
favor, por favor, por favor dime que te has convertido
en un ladrón de sándwiches en toda regla.
Delallo no es una fanática de los sándwiches, dice
Alex. Últimamente le gustan los Reubens4.
¿Y cuántos de estos Reubens has robado?
Pregunto.
Suponiendo que la NSA esté leyendo esto,
ninguna, dice.
Eres un profesor de inglés de secundaria en
Ohio; por supuesto que están leyendo.
Me devuelve una cara triste. ¿Dices que no soy lo
suficientemente importante como para que el
gobierno de Estados Unidos me vigile?
Sé que está bromeando, pero esto es lo que pasa con
Alex Nilsen.
A pesar de ser alto, bastante ancho, adicto al ejercicio
diario, a la alimentación sana y al autocontrol en general,
también tiene esa cara de cachorro herido. O al menos la
capacidad de invocarla. Sus ojos están siempre un poco
adormilados, las arrugas bajo ellos una indicación constante
de que no ama el sueño como yo.
Su boca es llena con un arco de cupido exagerado y
ligeramente desigual, y todo esto combinado con su cabello
liso y desordenado «la única parte de su apariencia a la que
no presta atención», le da a su cara un aspecto juvenil que
cuando se maneja adecuadamente, puede desencadenar
algún impulso biológico en mí para protegerlo a toda costa.
Ver cómo sus ojos somnolientos se vuelven grandes y
acuosos y su boca llena se abre en una suave O es como
escuchar el gemido de un cachorro.
Cuando otras personas envían el emoji del ceño
fruncido, lo leo con una leve decepción.
Cuando Alex lo utiliza, sé que es el equivalente digital a
su cara de cachorro triste para burlarse de mí. A veces,
cuando estábamos borrachos, sentados en una mesa e
intentando superar una partida de ajedrez o de scrabble que
yo estaba ganando, desplegaba la cara hasta que yo me
ponía histérica, atrapada entre la risa y el llanto,
cayéndome de la silla, intentando que parara o al menos se
tapara la cara.
Por supuesto que eres importante, escribo. Si la
NSA conociera los poderes de la Cara de Cachorro
Triste, estarías en un laboratorio siendo clonado
ahora mismo.
Alex teclea durante un minuto, se detiene y vuelve a
teclear. Espero unos segundos más. ¿Es este el mensaje al
que finalmente deja de responder? ¿Una gran
confrontación? O, conociéndolo, supongo que es más
probable que sea una inofensiva buena charla, pero me voy
a la cama. Que duermas bien.
¡Ding!
Una carcajada brota de mí, su fuerza es como la de un
huevo que se rompe en mi pecho, derramando calor para
cubrir mis nervios.
Es una foto. Una selfie borrosa e ineficaz de Alex, bajo
una farola, poniendo la infame cara. Como casi todas las
fotos que se ha hecho, está tomada ligeramente desde
abajo, alargando su cabeza para que quede en punta. Echo
la cabeza hacia atrás con otra risa, medio mareada.
¡Bastardo! Escribo. Es la una de la mañana y
ahora me has hecho ir a la perrera para salvar
algunas vidas.
Sí, claro, dice. Nunca tendrías un perro.
Algo así como un dolor me pellizca el estómago. A
pesar de ser el hombre más limpio, particular y organizado
que conozco, a Alex le encantan los animales, y estoy
bastante segura de que ve mi incapacidad para
comprometerme con uno como un defecto personal.
Miro a la única suculenta deshidratada en la esquina
del balcón. Sacudiendo la cabeza, escribo otro mensaje:
¿Cómo está Flannery O'Connor?
Muerta, escribe Alex.
¡El gato, no el autor! Digo.
También muerta, responde.
Mi corazón tartamudea. Por mucho que detestara a esa
gata (ni más ni menos de lo que ella me detestaba a mí),
Alex la adoraba. El hecho de que no me dijera que había
muerto me atraviesa en un corte limpio, una cuchilla de
guillotina de la cabeza a los pies.
Alex, lo siento mucho, escribo. Dios, lo siento. Sé
lo mucho que la querías. Esa gata tuvo una vida
increíble.
Sólo escribe: Gracias.
Me quedo mirando la palabra durante mucho tiempo,
sin saber a dónde ir. Pasan cuatro minutos, luego cinco,
luego ya han pasado diez.
Debería irme a la cama ahora, dice finalmente.
Duerme bien, Poppy.
Sí, escribo. Tú también.
Me siento en el balcón hasta que todo el calor se ha
agotado en mí.
 
3
Hace Doce Veranos
 

La primera noche de orientación en la Universidad de


Chicago, lo veo.
Va vestido con un pantalón caqui y una camiseta de la
Universidad de Chicago, a pesar de que lleva diez horas en
la escuela. No se parece en nada al tipo de intelectualidad
artística con la que imaginé hacer amistad cuando elegí una
escuela en la ciudad. Pero estoy aquí sola (resulta que mi
nueva compañera de cuarto siguió a su hermana mayor y a
algunos amigos a la universidad, y se escabulló de los
eventos de la Semana lo antes posible), y también está
solo, así que me acerco a él, inclino mi bebida hacia su
camiseta y le digo: —Así que, ¿Vas a la Universidad de
Chicago?
Me mira fijamente y sin comprender.
Tartamudeé que era una broma.
Balbucea algo sobre un derrame en su camisa y un
cambio de ropa de última hora. Sus mejillas se ponen
rosadas, y las mías también, por la vergüenza ajena.
Y entonces sus ojos se sumergen en mí, midiéndome, y
su cara cambia. Llevo un mono floral naranja y rosa neón de
principios de los setenta, y reacciona a ese hecho como si
también llevara un póster que pone JODIDOS CAQUIS.
Le pregunto de dónde es, porque no sé qué más decir a
un desconocido con el que no comparto ningún contexto
aparte de unas horas de confusos recorridos por el campus,
un par de paneles iguales y aburridos sobre la vida en la
ciudad, y el hecho de que odiamos la ropa del otro.
—Ohio —responde— un pueblo llamado West Linfield.
—¡No me digas! —Digo, aturdida—. Soy de East
Linfield.
Y se anima un poco, como si esto fuera una buena
noticia, y no sé por qué, el hecho de tener Linfields en
común es algo así como haber tenido el mismo resfriado: no
es lo peor del mundo, pero nada por lo que chocar los cinco.
—Soy Poppy —le digo.
—Alex —dice, y me da la mano.
Cuando imaginas un nuevo mejor amigo para ti, nunca
lo llamas Alex. Probablemente tampoco te lo imaginas
vistiendo como una especie de bibliotecario adolescente, ni
mirándote apenas a los ojos, ni hablando siempre un poco
en voz baja.
Decido que, si lo hubiera mirado durante cinco minutos
más antes de cruzar el césped sembrado de luces de globo
para hablar, habría podido adivinar tanto su nombre como
que era de West Linfield, porque estos dos datos coinciden
con sus caquis y su camisa de la U de Chicago.
Estoy segura de que cuanto más tiempo hablemos,
más violentamente aburrido se volverá, pero estamos aquí,
y estamos solos, así que ¿Por qué no estar seguros?
—Entonces, ¿Por qué estás aquí? —Pregunto.
Su ceño se frunce. —¿Aquí para qué?
—Sí, ya sabes —digo— como que estoy aquí para
conocer a un rico barón del petróleo que necesita una
segunda esposa mucho más joven.
Otra vez esa mirada perdida.
—¿Qué estás estudiando? —Aclaro.
—Oh —dice—. No estoy seguro. Derecho, tal vez. O
literatura. ¿Y tú?
—Todavía no estoy segura. —Levanto mi vaso de
plástico—. He venido sobre todo por el ponche. Y para no
vivir en el sur de Ohio.
Durante los dolorosos quince minutos siguientes, me
entero de que él está aquí con una beca académica y él se
entera de que yo estoy aquí con un préstamo. Le digo que
soy la menor de tres hermanos y la única chica. Él me dice
que es el mayor de cuatro chicos.
Me pregunta si ya he visto el gimnasio, a lo que mi
reacción genuina es —¿Por qué? —y ambos volvemos a
movernos torpemente de pie en silencio.
Es alto, callado y con ganas de ver la biblioteca.
Soy bajita, ruidosa y espero que alguien venga y nos
invite a una fiesta de verdad.Cuando nos separemos, estoy
segura de que no volveremos a hablar.
Al parecer, él siente lo mismo.
En lugar de decir adiós o nos vemos por ahí o
intercambiemos números, sólo dice: —Buena suerte con el
primer año, Poppy.
 
4
Este Verano
 

—¿Lo has pensado? —pregunta Rachel. Está golpeando


la bicicleta estática a mi lado, con gotas de sudor volando,
aunque su respiración es uniforme, como si estuviéramos
paseando por Sephora. Como de costumbre, encontramos
dos bicicletas al fondo de la clase de spinning, donde
podemos mantener una conversación sin que nos regañen
por distraer a los demás ciclistas.
—¿Pensar en qué? —Le respondo jadeando.
—Lo que te hace feliz. —Se levanta para pedalear más
rápido a la orden del profesor. Por mi parte, estoy
básicamente desplomada sobre el manillar, forzando mis
pies hacia abajo como si estuviera pedaleando en melaza.
Odio el ejercicio; me encanta la sensación de haber hecho
ejercicio.
—Silencio —jadeo, con el corazón palpitando—. Me.
Hace. Feliz.
—¿Y? —pregunta ella.
—Esas barritas de crema de vainilla y frambuesa de
Trader Joe’s —saco.
—¿Y?
—¡A veces tú lo haces! —Intento sonar cortante. Los
jadeos lo socavan.
—¡Y a descansar! —grita la instructora por el
micrófono; treinta y tantos jadeos de alivio recorren la sala.
La gente se desploma sobre las bicicletas o se desliza de
ellas hasta caer en un charco en el suelo, pero Rachel se
desmonta como una gimnasta olímpica que termina su
rutina de suelo. Me da su botella de agua y la sigo hasta los
vestuarios, y luego salgo a la luz del mediodía.
—No te lo sacaré —dice—. Tal vez es privado, lo que te
hace feliz.
—Es Alex —suelto.
Deja de caminar, agarrándome del brazo para que
quede cautiva, el tráfico peatonal que nos rodea en la
acera. —Qué.
—No así —digo—. Nuestros viajes de verano. Nada ha
superado a esos.
Nada.
Incluso si alguna vez me caso o tengo un bebé, espero
que el mejor día de mi vida siga siendo una especie de
debate entre eso y la vez que Alex y yo fuimos de excursión
a las secuoyas5 llenas de niebla. Cuando entramos en el
parque, empezó a llover a cántaros y los senderos se
despejaron. Teníamos el bosque para nosotros solos,
metimos una botella de vino en la mochila y nos pusimos en
marcha.
Cuando estuvimos seguros de que estábamos solos,
descorchamos la botella y nos la pasamos de un lado a otro,
bebiendo mientras caminábamos por la quietud del bosque.
Me gustaría que pudiéramos dormir aquí, recuerdo que
dijo. Como si sólo nos acostáramos y durmiéramos una
siesta.
Y entonces llegamos a uno de esos grandes troncos
huecos que hay a lo largo del camino, de los que se abren
para formar una cueva de madera, con sus dos lados como
gigantescas palmeras ahuecadas.
Nos metimos dentro y nos acurrucamos en la tierra
seca y necesitada. No hicimos la siesta, pero descansamos.
Como si, en lugar de absorber energía a través del sueño, la
introdujéramos en nuestros cuerpos a través de los siglos de
sol y lluvia que habían cooperado para hacer crecer ese
enorme árbol que nos protegía.
—Bueno, obviamente tienes que llamarlo —dice Rachel,
echándome el lazo y sacándome de la memoria—. Nunca he
entendido por qué no te enfrentaste a él por todo. Parece
una tontería perder una amistad tan importante por una
pelea.
Sacudo la cabeza. —Ya le envié un mensaje. No está
buscando reavivar nuestra amistad, y definitivamente no
quiere ir a unas vacaciones espontáneas conmigo. —Vuelvo
a dar el paso junto a ella, subiendo mi bolsa de deporte al
hombro sudado—. Quizá deberías venir conmigo. Sería
divertido, ¿No? Hace meses que no salimos juntas.
—Sabes que me pongo nerviosa cuando salgo de
Nueva York —dice Rachel.
—¿Y qué diría tu terapeuta sobre eso? —Me burlo.
—Ella diría: “¿Qué tienen en París que no tengan en
Manhattan, cariño?”
—Um, ¿La Torre Eiffel? —Digo.
—También se pone nerviosa cuando me voy de Nueva
York —dice Rachel—. Nueva Jersey es lo máximo que el
cordón umbilical se extiende para nosotras. Ahora vamos a
tomar un poco de jugo. Esa tabla de quesos ha formado
básicamente un corcho en mi trasero y todo se está
acumulando detrás.
 
 

A las diez y treinta de la noche del domingo, estoy


sentada en la cama, con mi suave edredón rosa
amontonado sobre mis pies y mi portátil ardiendo contra
mis muslos. Hay media docena de ventanas abiertas en mi
navegador y en mi aplicación de notas he empezado una
lista de posibles destinos que solo llega a tres.
1.Terranova
2.Austria
3.Costa Rica
Acabo de empezar a recopilar notas sobre las
principales ciudades y los hitos naturales de cada una de
ellas cuando mi teléfono zumba en mi mesita auxiliar.
Rachel lleva todo el día enviándome mensajes de texto,
renunciando a los lácteos, pero cuando busco mi teléfono,
en la parte superior de la alerta de mensajes se lee
ALEXANDER THE GREATEST.
De repente, esa sensación de vértigo ha vuelto,
hinchándose tan rápido en mí que siento que mi cuerpo va a
estallar.
Es un mensaje con imagen, y cuando lo abro,
encuentro una toma de mi divertidísima, es una mala foto
del último año, con la cita que elegí para que la imprimieran
debajo: ADIÓS.
Ohhhhhhh nooooo, tecleo entre risas, apartando el
portátil y dejándome caer de espaldas. ¿Dónde has
encontrado esto?
La biblioteca de East Linfield, dice Alex. Estaba
preparando mi clase y recordé que tienen anuarios.
Has desafiado mi confianza, bromeo. Estoy
enviando un mensaje a tus hermanos para pedirles
fotos de bebé ahora mismo.
Enseguida, nos devuelve la misma foto de cachorro
triste del viernes, con la cara borrosa y deslavada, y el
resplandor anaranjado de una farola visible sobre su
hombro. Mala, escribe.
¿Es una foto de archivo que guardas para
ocasiones como ésta? Le pregunto.
No, dice. La tomé el viernes.
Digo que saliste muy tarde para Linfield, escribo.
¿Qué hay abierto aparte del Frisch’s Big Boy a esa
hora?
Resulta que una vez cumplidos los 21 años hay
muchas cosas que hacer al anochecer en Linfield,
dice. Estuve en Birdies.
Birdies, el bar “y parrilla” con temática de golf que está
al otro lado de la calle de mi instituto.
¿Birdies? Digo. ¡Ew, ahí es donde beben todos los
profesores!
Alex dispara otra foto de Cara de Cachorro Triste, pero
al menos esta es nueva: él con una suave camiseta gris, con
el cabello regado por todas partes y una cabecera de
madera lisa visible detrás de él.
También está sentado en la cama. Enviando mensajes
de texto. Y durante el fin de semana, cuando estaba
trabajando en su clase, no sólo pensó en mí, sino que se
tomó el tiempo de ir a buscar mi vieja foto del anuario.
Ahora estoy sonriendo enormemente, y también estoy
vibrante. Es surrealista lo mucho que esto se parece a los
primeros días de nuestra amistad, cuando cada nuevo texto
parecía tan chispeante y divertido y perfecto, cuando cada
llamada telefónica rápida se convertía accidentalmente en
una hora y media de conversación sin parar, incluso cuando
nos habíamos visto unos días antes. Recuerdo cómo,
durante una de las primeras «antes de que lo considerara
mi mejor amigo», tuve que pedirle si podía llamarlo en un
segundo para ir a orinar. Cuando volvimos al teléfono,
hablamos otra hora y luego me pidió lo mismo.
Para entonces me pareció una tontería colgar el
teléfono sólo para no oír el ruido del pis en la taza del váter,
así que le dije que podía quedarse al teléfono si quería. No
me aceptó eso, ni entonces ni nunca, aunque a partir de ese
momento, a menudo orinaba en medio de la llamada
telefónica. Con su permiso, por supuesto.
Ahora estoy haciendo esta cosa humillante, tocando la
foto de su cara como si de alguna manera pudiera sentir la
esencia de él de esa manera, como si lo trajera más cerca
de mí de lo que ha sido por dos años. No hay nadie que lo
vea, y aun así me siento avergonzada.
¡Es broma! Respondo. La próxima vez que esté en
casa, deberíamos ir a emborracharnos con la señora
Lautzenheiser.
Lo envío sin pensar, y casi inmediatamente se me seca
la boca al ver las palabras en la pantalla.
La próxima vez que esté en casa.
Nosotros.
¿Fue demasiado lejos? ¿Sugiriendo que deberíamos
salir?
Si lo era, no lo nota. Sólo responde, Lautzenheiser
está sobria ahora. También es budista.
Pero ahora que no he obtenido una respuesta directa a
la sugerencia, positiva o negativa, siento un intenso deseo
de insistir en el asunto. Entonces supongo que
tendremos que ir a iluminarnos con ella, escribo.
Alex teclea durante demasiado tiempo, y todo el
tiempo cruzo los dedos, tratando de alejar a la fuerza
cualquier tensión.
Oh, Dios.
Pensaba que lo había hecho bien, que había superado
nuestra ruptura de amistad, pero cuanto más hablamos,
más lo echo de menos.
Mi teléfono vibra en mi mano. Dos palabras: Supongo
que sí.
No es un compromiso, pero es algo.
Y ahora estoy de subidón. Por las fotos del anuario, por
las selfies, por la idea de que Alex se siente en la cama y
me mande un mensaje de texto de la nada. Tal vez sea
presionar demasiado o pedir demasiado, pero no puedo
evitarlo.
Durante dos años, he querido pedirle a Alex que le
diera otra oportunidad a nuestra amistad, y he tenido tanto
miedo a la respuesta que nunca he sacado la pregunta. Pero
no pedírselo tampoco nos ha hecho volver a estar juntos, y
lo echo de menos, echo de menos cómo éramos juntos, y
echo de menos el Viaje de Verano, y finalmente, sé que hay
una cosa en mi vida que todavía quiero de verdad, y sólo
hay una manera de saber si puedo tenerla.
¿Hay alguna posibilidad de que estés libre hasta
que empiecen las clases? Escribo, temblando tanto que
me han empezado a castañear los dientes.
Estoy pensando en hacer un viaje.
Me quedo mirando las palabras durante el lapso de tres
respiraciones profundas, y luego pulso enviar.
 
5
Hace Once Veranos
 

Ocasionalmente, veo a Alex Nilsen en el campus, pero


no volvemos a hablar hasta el día después de que termina
el primer año.
Fue mi compañera de cuarto, Bonnie, quién preparó
todo. Cuando me dijo que tenía un amigo del sur de Ohio
que buscaba a alguien con quién compartir el viaje a casa,
no se me ocurrió que podría ser el mismo chico de Linfield
que conocí en la orientación.
Sobre todo, porque básicamente no sabía nada sobre
Bonnie, en los últimos nueve meses pasó por el dormitorio
para ducharse y cambiarse de ropa antes de regresar al
apartamento de su hermana. Francamente, no estaba
segura de cómo ella sabía que yo era de Ohio.
Me había hecho amiga de las otras chicas de mi piso,
comí con ellas, vi películas con ellas, fui a fiestas con ellas,
pero Bonnie existía fuera de nuestro grupo de estudiantes
de primer año. La idea de que su amigo pudiera ser Alex de
Linfield ni siquiera se me pasó por la cabeza cuando me dio
su nombre y número para coordinar nuestra reunión.
Pero cuando bajo las escaleras y lo encuentro
esperando junto a su camioneta a la hora acordada, es
obvio por su expresión firme e incómoda que me estaba
esperando.
Lleva la misma camisa que tenía la noche en que lo
conocí, o es que ha comprado suficientes idénticas para
poder usarlas.
—Eres tú —grito al otro lado de la calle.
Agacha la cabeza y se ruborizo.
—Sí.
Sin nada más que decir, se acerca a mí y toma las
cestas y una de las bolsas de lona de mis brazos,
cargándolas en el asiento trasero. Los primeros veinticinco
minutos de nuestro viaje son incómodos y silenciosos. Lo
peor de todo es que apenas avanzamos a través de la
aglomeración del tráfico de la ciudad.
—¿Tienes un cable auxiliar? —pregunto, buscando en la
consola central. Sus ojos se lanzan hacia mí, su boca forma
una mueca.
—¿Por qué?
—Porque quiero ver si puedo saltar la cuerda mientras
uso el cinturón de seguridad —resopló, volviendo a apilar
los paquetes de toallitas higiénicas y desinfectantes de
manos que volqué en mi búsqueda— ¿Por qué crees tú?—
Para que podamos escuchar música.
Los hombros de Alex se levantan, como si fuera una
tortuga que se retrae en su caparazón.
—¿Mientras estamos atrapados en el tráfico?
—Um, digo —¿Sí?
Sus hombros se suben más.
—Están sucediendo muchas cosas en este momento.
—Apenas nos estamos moviendo, señalo.
—Si. —Él hace una mueca—. Pero es difícil
concentrarse. Y ahí están todos los bocinazos y...
—Entendido. Sin música.
Me dejo caer en mi asiento y vuelvo a mirar por la
ventana. Alex hace un sonido de carraspeo consciente de sí
mismo, como si quisiera decir algo. Me vuelvo expectante
hacia él.
—¿Sí?
—¿Te importaría . . . no hacer eso?
Él inclina su barbilla hacía mi ventana y me doy cuenta
de que estoy tamborileando con los dedos contra ella.
Pongo mis manos en mi regazo, luego me sorprendo dando
golpecitos con los pies.
—¡No estoy acostumbrada al silencio! —Digo, a la
defensiva.
Cuando me mira. Es la subestimación del siglo. Crecí en
una casa con tres perros grandes, un gato con pulmones de
cantante de ópera, dos hermanos que tocaban la trompeta
y unos padres que consideraban que el ruido de fondo de
Home Shopping Network6 era "relajante".
Me había adaptado rápidamente a la tranquilidad de mi
dormitorio sin Bonnie, pero esto, sentarse en silencio en el
tráfico con alguien que apenas conozco, se siente mal.
—¿No deberíamos conocernos o algo así? —pregunto.
—Solo necesito concentrarme en la carretera —dice,
con las comisuras de los labios tensos.
—Bien.
Alex suspira cuando más adelante aparece la fuente de
la congestión: un pequeño accidente. Ambos autos
involucrados ya se han detenido en el arcén, pero el tráfico
sigue atascado aquí.
—Por supuesto. —dice, las personas simplemente se
detienen para mirar. Abre la consola central y busca hasta
que encuentra el cable auxiliar—. Aquí —dice—. Tú eliges.
Levanto una ceja —¿Estás seguro?... Puede que te
arrepientas. —Su frente se arruga.
—¿Por qué me arrepentiría?
Echo un vistazo al asiento trasero de su camioneta con
paredes de imitación de madera. Sus cosas están
ordenadamente apiladas en cajas etiquetadas, las mías
apiladas en bolsas de ropa sucia a su alrededor. El auto es
antiguo, pero está impecable. De alguna manera huele
exactamente como él, un suave aroma a cedro y almizcle.
—Parece que tal vez eres fanático del control, —señalo
—. Y no estoy segura de tener el tipo de música que te
gusta. No tengo nada de Chopin7.
El surco de su frente se profundiza. Su boca se tuerce
en un ceño fruncido.
—Tal vez no soy tan tenso como crees.
—¿Enserio? —Digo—¿Así que no te importaría si
escucho All I Want For Christmas Is You de Mariah Carey?
—Es Mayo —dice.
—Consideraré eso como una respuesta —digo.
—Eso es injusto —dice— ¿Qué clase de bárbaro
escucha música navideña en Mayo?
—Y si fuera el diez de Noviembre —digo— ¿Qué pasaría
entonces?
La boca de Alex se cierra. Tira del cabello lacio como un
palo en la coronilla de su cabeza, y una ráfaga de estática lo
deja flotando incluso después de que su mano cae sobre el
volante. Realmente honra todo el asunto del
posicionamiento de las manos y las ruedas de diez y dos,
me he dado cuenta, y a pesar de ser torpe cuando está de
pie, ha mantenido su postura rígidamente buena mientras
hemos estado en el automóvil, a pesar de la tensión del
hombro.
—Bien. —dice—. No me gusta la música navideña. No
pongas eso, y deberíamos estar bien.
Conecto mi teléfono, enciendo el estéreo y me
desplazo hasta Young Americans de David Bowie.
En cuestión de segundos, hace una mueca visible.
—¿Qué? —digo.
—Nada —insiste.
—Te moviste como una marioneta controlada que se
queda dormido. —Me mira de reojo—. ¿Qué significa eso?
—Odias esta canción —lo acuso.
—No lo hago. —Dice de manera poco convincente.
—Odias a David Bowie.
—¡Para nada! —Dice—. No es David Bowie.
—¿Entonces que es? —exijo.
Una exhalación silba fuera de él.
—Saxofón.
—Saxofón. —repito.
—Sí. —dice—. Yo solo... realmente odio el saxofón.
Cualquier canción con un saxofón se arruina
instantáneamente.
—Alguien debería decírselo a Kenny G. —digo.
—Nombra una canción que haya sido mejorada con un
saxofón. —desafía Alex.
—Tendré que consultar el bloc de notas donde hago un
seguimiento de cada canción que tiene saxofón.
—No hay canción. —Dice.
—Apuesto a que eres divertido en las fiestas —le digo.
—Me gustan las fiestas, —dice.
—Simplemente no los conciertos de bandas de
secundaria —digo.
Me mira de reojo.
—¿De verdad eres una defensora del saxofón?
—No, pero estoy dispuesta a fingir, si no has terminado
de vociferar. ¿Qué más odias?
—Nada. —Dice—. Solo música navideña, el saxofón. Y
Covers.
—¿Covers? —digo—. Como… ¿portadas de libros?
—Versiones de canciones —explica.
Me eché a reír.
—¿Odias las versiones de canciones?
—Con vehemencia —dice.
—Alex. Eso es como decir que odias las verduras. Es
demasiado vago. No tiene sentido.
—Tiene mucho sentido —insiste—. Si es una buena
versión, que se adhiere al arreglo básico de la canción
original, es como, ¿por qué? Y si no se parece en nada al
original, entonces es como, ¿por qué diablos?
—Oh, Dios mío —digo—. Eres un hombre tan viejo que
le grita al cielo.
Me mira con el ceño fruncido.
—Oh, ¿Y a ti te gusta todo?
—Prácticamente —digo—. Sí, me suelen gustar las
cosas.
—A mí también me gustan las cosas —dice.
—¿Como qué, modelos de trenes y biografías de
Abraham Lincoln?
—Creo. Ciertamente no tengo aversión a ninguno de los
dos —dice— ¿Por qué, odias alguna de estas cosas?
—Te lo dije —digo—. Me gustan las cosas. Soy fácil de
complacer.
—¿Por ejemplo?
—Por ejemplo. —Pienso por un segundo—. Está bien,
mientras crecía, Parker y Prince mis hermanos, y yo íbamos
en bicicleta al cine, sin siquiera comprobar lo que se estaba
estrenando.
—¿Tienes un hermano llamado Prince? —pregunta Alex,
levantando las cejas.
—Ese no es el punto. —Digo.
—¿Es un sobrenombre? —dice.
—No —respondo—. Le pusieron el nombre de Prince.
Mamá era una gran fan de Purple Rain8.
—¿Y Parker, por quién se llama así?
—Nadie —respondo—. Simplemente les gustó el
nombre. Pero de nuevo, ese no es el punto.
—Todos sus nombres comienzan con P —dice—.
¿Cuáles son los nombres de tus padres?
—Wanda y Jimmy. —Digo.
—Así que no son nombres con P —aclara Alex.
—No, no son nombres con P —digo—. Solo tenían a
Prince y luego a Parker, y supongo que estaban en una
buena racha. Pero de nuevo, ese no es el punto.
—Lo siento, continúa —dice Alex.
—Así que íbamos en bicicleta al cine y cada uno de
nosotros compraba un boleto para algo que se proyectaba
en la siguiente media hora, y todos íbamos a ver algo
diferente.
Ahora su ceño se arruga.
—¿Por qué?
—Ese tampoco es el punto.
—Bueno, simplemente voy a preguntar por qué irías a
ver una película que ni siquiera querías ver, sola.
—Fue por un juego. —Digo.
—¿Un juego?
—Shark Jumping —explico apresuradamente—.
Básicamente son dos verdades y una mentira, excepto que
solo nos turnábamos para describir las películas que
habíamos visto de principio a fin, y si la película en algún
momento simplemente daba un giro totalmente ridículo, se
suponía que debías contar cómo sucedió realmente. Pero si
no fue así, se suponía que debías mentir sobre lo que
sucedió. Luego tenías que adivinar si era un argumento real
o inventado, y si adivinabas que estaban mintiendo y tenías
razón, ganabas cinco dólares. Era más cosa de mis
hermanos; simplemente me dejaron acompañarlos.
Alex me mira fijamente por un segundo. Mis mejillas se
calientan. No estoy seguro de por qué le hablé de Shark
Jumping. Es el tipo de tradición de la familia Wright que
normalmente no me molesto en compartir con personas que
no lo entenderán, pero supongo que tengo tan poca piel en
este juego que la idea de Alex Nilsen mirándome sin
comprender o burlándose del juego favorito de mis
hermanos no me desconcierta.
—De todos modos —prosigo, ese no es el punto—. El
caso es que fui muy mala en el juego porque básicamente
me gustan las cosas. Iré a cualquier lugar que una película
quiera llevarme, incluso si eso es ver a un espía con un traje
ajustado balancearse entre dos lanchas rápidas mientras
dispara a los malos.
La mirada de Alex parpadea entre la carretera y yo
unas cuantas veces más.
—¿El Linfield Cineplex? —dice, sorprendido o con
repulsión.
—Vaya —digo—. Realmente no estás al día con esta
historia, sí el Linfield Cineplex.
—¿En el que las salas están siempre, como
misteriosamente inundadas? —dice, horrorizado—. La
última vez que fui allí, no había llegado a la mitad del pasillo
cuando escuché salpicaduras.
—Sí, pero es barato —digo— y tengo botas de lluvia.
—Ni siquiera sabemos qué es ese líquido, Poppy —dice,
haciendo una mueca—. Podrías haber contraído una
enfermedad.
Lanzo mis brazos a mis costados.
—Estoy viva, ¿no? —sus ojos se entrecierran.
—¿Qué otra cosa?, qué otra cosa… ¿te gusta? —aclara
—. Además de ver cualquier película, sola, en salas del
pantano.
—¿No me crees? — digo.
—No es eso —responde—. Estoy simplemente
fascinado. Ciertamente curioso.
—Bien. Déjame pensar. —Miro por la ventana justo
cuando pasamos por una sala de la cadena de restaurantes
de P.F. Chang's. Amo la familiaridad. Me encanta que sean
iguales en todas partes y que muchos de ellos tengan
palitos de pan sin fondo, ¡ooh!. Me interrumpo cuando me
doy cuenta de lo que odio.
—¡Correr! —Odio Correr—. Obtuve una C en la clase de
gimnasia en la escuela secundaria porque “olvidé” mi ropa
de gimnasia en casa con tanta frecuencia.
La comisura de la boca de Alex se curva discretamente
y mis mejillas se calientan.
—Adelante. Búrlate de mí por sacar una C en gimnasia.
Puedo decir que te mueres por hacerlo.
—No es eso —dice.
—¿Entonces?
Su leve sonrisa se eleva unos centímetros más.
—Es simplemente divertido. Me encanta correr.
—¿Enserio? —digo—. ¿Odias el concepto mismo de los
Covers, pero amas la sensación de tus pies golpeando el
pavimento y sacudiendo todo tu cuerpo mientras tu corazón
martilla en tu pecho y tus pulmones luchan por respirar?
—Si te sirve de consuelo —dice en voz baja, con la
sonrisa todavía mayormente escondida en la comisura de la
boca— Odio cuando la gente llama a los barcos “ella”.
Una sonrisa de sorpresa me estalla.
—¿Sabes qué? —Digo —. Creo que eso también lo odio.
—Así que está decidido —dice.
Asiento con la cabeza. —Está decidido. Se revoca la
feminización de los barcos.
—Me alegro de que nos encarguemos de eso —dice.
—Sí, es una carga. —¿Qué deberíamos erradicar a
continuación?
—Tengo algunas ideas —dice. —Pero dime algunas de
las otras cosas que amas.
—¿Por qué me estás estudiando? —Bromeo.
Sus orejas se tiñen de rosa.
—Estoy fascinado de haber conocido a alguien que se
metió en las aguas residuales para ver una película de la
que nunca había oído hablar, así que demándame.
Durante las próximas dos horas intercambiamos
nuestros intereses y desinterés como niños intercambiando
cartas de béisbol, todo mientras mi lista de reproducción de
conducción se reproduce en el fondo. Si hay otras canciones
con mucho saxofón, ninguno de los dos se da cuenta.
Le digo que me encanta ver videos de amistades de
animales que no coinciden. Me dice que odia las sandalias y
las muestras de afecto en público. —Los pies deben ser
privados —insiste.
—Necesitas ayuda —digo. Pero no puedo dejar de
reírme, e incluso mientras explora sus gustos extrañamente
específicos para mi diversión, ese tono de humor sigue
escondido en la esquina de su boca. Como si supiera que es
ridículo. Como si no le importara en absoluto que yo esté
encantada con su rareza.
Admito que odio Linfield y los Caquis, ¿por qué no?
Ambos ya conocemos la medida de las cosas: somos dos
personas que no tienen por qué pasar tiempo juntos, y
mucho menos gastar una gran cantidad de él en un
automóvil diminuto. Somos dos personas
fundamentalmente incompatibles sin absolutamente
ninguna necesidad de impresionarse el uno al otro.
Así que no tengo ningún problema en decir: Los caquis
solo hacen que una persona parezca sin pantalones y sin
personalidad.
—Son duraderos y combinan con todo —argumenta
Alex.
—Sabes, a veces con la ropa, no se trata de si se puede
usar algo, sino de si se debe usar.
Alex rechaza el pensamiento.
—Y en cuanto a Linfield —dice— ¿Cuál es tu problema
con eso?, es un gran lugar para crecer.
Esta es una pregunta más complicada con una
respuesta que no tengo ganas de compartir, incluso con
alguien que me dejará en varias horas y nunca volverá a
pensar en mí.
—Linfield es el color caqui de las ciudades del Medio
Oeste —digo.
—Cómodo —dice—, duradero.
—Desnudo de cintura para abajo.
Alex me dice que odia las fiestas temáticas, brazaletes
de cuero y zapatos puntiagudos con punta cuadrada.
Cuando te presentas en algún lugar y algún amigo o tío
hace la broma: ¡Dejarán entrar a cualquiera! Cuando los
servidores te llaman amigo o jefe. Hombres que caminan
como si acabaran de bajarse de un caballo. Chalecos, en
cualquier persona, en cualquier escenario. El momento en
que un grupo de personas está tomando fotografías y
alguien dice: ¿Deberíamos hacer una tontería?
—Me encantan las fiestas temáticas —digo.
—Por supuesto que sí —dice—. Eres buena en ello.
Lo miro con los ojos entrecerrados, pongo los pies en el
tablero y luego los vuelvo a bajar cuando veo las arrugas de
ansiedad en las comisuras de su boca.
—¿Me estás acechando, Alex? —pregunto.
Me lanza una mirada horrorizada.
—¿Por que dirías algo como eso?
Su expresión me hace reír de nuevo.
—Relájate, estoy bromeando. Pero ¿cómo sabes que
soy “buena” en fiestas temáticas? Te vi en una fiesta y no
era temática.
—No se trata de eso —dice—. Tu sólo... siempre usas
una especie de disfraz —Se apresura a agregar—. No lo digo
de mala manera. Siempre vas bien vestida.
—¿Increíble? —digo.
—Con confianza —dice.
—Qué cumplido tan sorprendentemente raro —digo.
Él suspira.
—¿Me estás malinterpretando a propósito?
—No —digo—. Creo que eso es algo natural para
nosotros.
—Solo quiero decir que para ti, parece que una fiesta
temática bien podría ser un martes.
—Tu podrías intentar… no se comprar tu ropa al por
mayor —sugiero—. O simplemente podrías ponerte tus
pantalones caqui y decirles a todos que vas a ir como un
exhibicionista.
Hace una mueca de repulsión, pero por lo demás ignora
mi comentario.
—Odio la toma de decisiones en todo esto —dice,
rechazando la sugerencia—. Y si intento ir a comprar un
disfraz, es aún peor. Estoy tan abrumado por los centros
comerciales. Es demasiado. Ni siquiera sé cómo elegir una
tienda, y mucho menos un estante. Tengo que comprar toda
mi ropa en línea y, una vez que encuentro algo que me
guste, pido cinco más de inmediato.
—Bueno, si alguna vez te invitan a una fiesta temática
en la que estás seguro de que no habrá sandalias, PDA9, ni
saxofón, podrás asistir —digo—. Me encantaría llevarte de
compras.
—¿Hablas en serio?
Sus ojos se desvían de la carretera hacia mí.
Empezó a oscurecer en algún momento sin que me
diera cuenta, y la voz triste de Joni Mitchell suena ahora por
los altavoces, con su canción A Case of You.
—Por supuesto que hablo en serio —digo.
Puede que no tengamos nada en común, pero estoy
empezando a divertirme. Todo el año sentí que tenía que
comportarme lo mejor posible, como si estuviera haciendo
una audición para nuevas amistades, nuevas identidades,
una nueva vida.
Pero, extrañamente, no siento nada de eso aquí. Plus…
Amo ir de compras.
—Sería genial —prosigo—. Serías como mi muñeco de
Ken vivo.
Me inclino hacia adelante y subo un poco el volumen.
Hablando de las cosas que amo: esta canción.
—Esta es una de mis canciones de karaoke —dice Alex.
Me echo a reír, pero por su expresión de disgusto,
rápidamente me doy cuenta de que no está bromeando, lo
que lo hace aún mejor.
—No me estoy riendo de ti, prometo rápidamente. —De
hecho, creo que es adorable.
—¿Adorable?
No puedo decir si está confundido u ofendido.
—No, solo quiero decir… —Me detengo, bajo un poco la
ventanilla para que entre una brisa en el auto. Me levanto el
cabello del cuello sudoroso y lo meto entre la cabeza y el
reposacabezas—. Tu eres sólo…— busco una forma de
explicarlo—. No eres como yo pensaba, supongo.
Su ceja se arruga.
—¿Como creías que era?
—No lo sé —digo—. Un tipo de Linfield.
—Soy un tipo de Linfield. —dice.
—Un tipo de Linfield que canta A Case of You en el
karaoke —lo corrijo.
Luego me sumerjo en una risa fresca y encantada al
pensarlo.
Alex sonríe al volante, sacudiendo la cabeza.
—Y tú eres una chica de Linfield que canta…— Piensa
por un segundo —¿Dancing Queen en el karaoke?
—Sólo el tiempo lo dirá —digo—. Nunca he estado en
un karaoke.
—¿Enserio?
Me mira con una gran sorpresa en su rostro.
—¿No son la mayoría de los bares de karaoke para
mayores de veintiuno en adelante? —digo.
—No todos los bares piden identificación. —dice.
—Deberíamos ir en algún momento de este verano. —
dice.
—Está bien —digo, tan sorprendida por la invitación
como por mi aceptación—. Eso sería divertido.
—Está bien —dice—. Genial.
Entonces ahora tenemos dos planes juntos. Supongo
que eso nos hace amigos. ¿O algo así?
Un auto viene detrás de nosotros, acercándose. Alex,
aparentemente despreocupado, hace su señal para
apartarse de su camino. Cada vez que he revisado el
velocímetro, él se ha mantenido estable precisamente en el
límite de velocidad, y eso no va a cambiar por alguien que
nos quiera sobrepasar.
Debería haber adivinado lo cauteloso que sería como
conductor. Por otra parte, a veces, cuando adivinas cosas
sobre las personas, termina muy mal.
A medida que los restos pegajosos y resplandecientes
de Chicago se encogen detrás de nosotros y los campos
sedientos de Indiana brotan a ambos lados de nosotros, mi
lista de reproducción de conducción cambiante se mueve
sin sentido entre Beyoncé, Neil Young, Sheryl Crow y LCD
Soundsystem.
—Realmente te gusta todo. —Bromea Alex.
—Excepto correr, Linfield y pantalones caqui —digo.
Él mantiene su ventana abierta, yo mantengo la mía
baja, mi cabello gira alrededor de mi cabeza mientras
volamos sobre carreteras rurales planas, el viento es tan
fuerte que apenas puedo distinguir la interpretación de Alex
de Heart's Alone hasta que llega al coro altísimo y lo
cantamos juntos en horrendos falsetes a juego, con los
brazos alzados, las caras contorsionadas y los antiguos
altavoces de las camionetas zumbando.
En ese momento, es tan dramático, tan ardiente, tan
absurdo, es como si estuviera mirando a una persona
completamente diferente del chico de modales apacibles
que conocí bajo las luces del globo durante la semana de
orientación.
Quizás, creo, que el Alex silencioso es como un abrigo
que se pone antes de salir por la puerta. Quizás este sea el
Alex desnudo.
Está bien, pensaré en un nombre mejor para él. El caso
es que me está empezando a gustar este.
—¿Qué hay de viajar? —pregunto, en la pausa entre
canciones.
—¿Qué pasa con eso? —dice.
—¿Lo amas o lo odias?
Su boca se aprieta en una línea uniforme mientras
considera.
—Es difícil de decir —responde—. En realidad, nunca he
estado en ningún lado. Leí sobre muchos lugares, pero
todavía no he visto ninguno.
—Yo tampoco —digo—. Todavía no.
Piensa por otro momento.
—Amo —dice—. Supongo que lo amo.
—Sí. —Asiento con la cabeza—. Yo también.
 
6
Este Verano
 

Entré en la oficina de Swapna a la mañana siguiente,


sintiéndome despistada ya que hasta entrada la noche
estuve enviándole mensajes de texto a Alex.
Dejo caer su bebida, un americano helado, sobre su
escritorio y ella mira hacia arriba, sorprendida, por las
pruebas de diseño que está aprobando para la próxima
edición de otoño.
—Palm Springs10 —digo.
Por un segundo, su sorpresa permanece fija en su
rostro, luego las comisuras de sus labios afilados se curvan
en una sonrisa. Se sienta en su silla, cruzando sus brazos
perfectamente tonificados sobre su vestido negro a la
medida, la luz del techo ilumina su anillo de compromiso de
modo que el rubí gigante en el centro parpadea
fantásticamente.
—Palm Springs, —repite—. Es interesante—. Piensa por
un segundo, luego mueve su mano—. Quiero decir, es un
desierto, por supuesto, pero en lo que respecta a R+R, no
hay ningún lugar más tranquilo o relajante en los Estados
Unidos.
—Exactamente— digo, como si eso hubiera sido lo que
estaba pensando todo el tiempo.
En realidad, mi elección no tiene nada que ver con lo
que podría gustarle a R+R y todo que ver con David Nilsen,
el hermano menor de Alex y un hombre que se casará con
el amor de su vida la semana que viene. En Palm Springs,
California.
Fue un contratiempo que no esperaba: que Alex ya
tuviera un viaje programado la semana que viene: el
destino era la boda de su hermano. Me había desilusionado
cuando me lo dijo, pero le dije que lo entendía, le pedí que
felicitara a David y colgué el teléfono, esperando que la
conversación terminara.
Pero no fue así, y después de dos horas más de enviar
mensajes de texto, respiré hondo y le planteé la idea de que
alargara su viaje de tres días para pasar unos días más en
unas vacaciones financiadas por R+R conmigo.
No solo estuvo de acuerdo, sino que me había invitado
a quedarme para la boda después. Todo estaba saliendo
bien.
—Palm Springs —dice Swapna de nuevo, sus ojos
brillan mientras se desliza en su mente y prueba la idea.
Ella rompe repentinamente de su ensueño y alcanza su
teclado. Teclea durante un minuto y luego se rasca la
barbilla mientras lee algo en la pantalla—. Por supuesto,
tendríamos que esperar para usar eso para la edición de
invierno. La temporada baja del verano.
—Pero por eso es perfecto —digo, rápidamente y un
poco presa del pánico—. Hay todo tipo de cosas sucediendo
en Springs en el verano, y hay menos gente y es más
barato. Esta podría ser una buena manera de volver a mis
raíces, cómo hacer este viaje a bajo precio, ¿sabes?
Los labios de Swapna se fruncen pensativamente.
—Pero nuestra marca es aspiracional.
—Y Palm Springs es la máxima aspiración —digo—. Les
daremos a nuestros lectores la visión y luego les
mostraremos cómo pueden tenerla.
Los ojos oscuros de Swapna se iluminan al considerar
esto, y mi estómago se eleva con esperanza.
Luego parpadea y regresa a la pantalla de su
computadora.
—No.
—¿Qué? —digo, ni siquiera a propósito, sino porque mi
cerebro no puede calcular que esto está sucediendo. No hay
forma de que esto, mi trabajo, sea donde el tren se
descarrila.
Swapna da un suspiro de disculpa y se inclina sobre su
reluciente escritorio de cristal.
—Mira, Poppy, agradezco la idea que dedicaste a esto,
pero no es R+R. Se interpretará como confusión de marca.
—Confusión de marca —digo, aparentemente todavía
demasiado aturdida para pensar en mis propias palabras.
—Lo pensé todo el fin de semana y te enviaré a
Santorini. — Ella mira hacia atrás a las pruebas de diseño en
su escritorio, su rostro cambia de velocidad de Gerente
empática pero profesional a concentradora genio de la
revista.
Ella ha seguido adelante, la señal es tan fuerte que me
encuentro de pie a pesar de que, por dentro, mi cerebro
todavía está atrapado en un estribillo de ¡pero, pero, pero!
Pero esta es nuestra oportunidad de arreglar las cosas. Pero
no puedes rendirte tan fácilmente. Pero esto es lo que
quieres. No es la hermosa Santorini encalada y su mar
resplandeciente.
Alex en el desierto, en pleno verano. Pasear por lugares
antes de verlos consultarlos con un asesor de viajes, días
desestructurados y tarde, noche y horas llenas de sol
perdidas en el interior de una librería polvorienta por la que
no podía pasar, o una tienda vintage cuyo desorden y
gérmenes lo tienen de pie, rígido pero paciente, cerca de la
puerta mientras me pruebo los sombreros de los muertos.
—Eso es lo que yo quiero.
Me quedo en la puerta de la oficina, con el corazón
acelerado, hasta que Swapna levanta la vista, su ceja se
arquea inquisitivamente, como diciendo
—¿Sí, Poppy?
—Dale Santorini a Garrett —digo.
Swapna parpadea, evidentemente confundida.
—Creo que necesito un poco de tiempo —espeto, luego
aclaro—. Unas vacaciones, unas de verdad.
Los labios de Swapna se aprietan. Está confundida,
pero no va a presionar para obtener más información, lo
cual es bueno porque no sabría cómo explicarlo de todos
modos. Ella asiente lentamente.
—Entonces, envíame las fechas.
Me doy la vuelta y camino de regreso a mi escritorio
sintiéndome más tranquila de lo que me he sentido en
meses. Hasta que me siento y la realidad entra por la
fuerza.
Tengo algunos ahorros, pero hacer un viaje que sea
accesible para los estándares de R+R, y en su moneda de
diez centavos, es algo muy diferente a hacer un viaje que
pueda pagar con mi propio dinero. Y como profesor de
inglés de secundaria con un doctorado y todas sus deudas
asociadas, no hay forma de que Alex pueda permitirse el
lujo de dividir los costos conmigo. Dudo que estuviera de
acuerdo en hacer el viaje si supiera que lo estoy financiando
yo mismo.
Pero tal vez esto sea algo bueno. Siempre nos
divertimos mucho en esos viajes que improvisamos con
centavos. Las cosas solo comenzaron a ir cuesta abajo una
vez que R+R se involucró en nuestros viajes de verano.
Puedo hacer esto puedo planificar el viaje perfecto,
como solía hacerlo; recordarle a Alex lo buenas que pueden
ser las cosas. Cuanto más lo pienso, más sentido tiene. De
hecho, estoy emocionada con la idea de tener uno de
nuestros viajes baratos y de la vieja escuela. Las cosas eran
mucho más sencillas en ese entonces y siempre nos
divertíamos mucho.
Saco mi teléfono y me tomo mi tiempo para intentar
redactar el mensaje perfecto.
Pensamiento divertido: hagamos este viaje como
solíamos hacerlo. Barato como una mierda, sin fotógrafos
profesionales siguiéndonos, sin restaurantes de cinco
estrellas, simplemente viendo a Palm Springs como el
académico empobrecido y el periodista de la era digital que
somos.
En unos segundos, responde:
¿R+R está de acuerdo con eso? ¿Sin fotógrafo?
Inconscientemente empiezo a mover la cabeza de un
lado a otro como si el pequeño ángel y el diablo en mi
hombro se turnaran para tirar de ella de izquierda a
derecha. No quiero mentirle abiertamente.
Pero están de acuerdo con eso. Me tomo una semana
libre, así que estoy libre.
Sí, le pongo. Todo está listo, si estás de acuerdo.
Seguro, escribe. Suena bien.
Suena bien. Será bueno. Puedo hacerlo bien.
 
7
Este Verano
 

Tan pronto como el avión aterriza, los cuatro bebés que


pasaron las seis horas de vuelo gritando se detienen de
inmediato.
Saco el teléfono de mi bolso y apago el modo avión,
esperando la avalancha de mensajes de texto entrantes de
Rachel, Garrett, mamá, David Nilsen y, por último, pero no
menos importante, Alex.
Rachel dice, de tres maneras diferentes, que le haga
saber tan pronto como aterrice que mi avión no se estrelló
ni fue absorbido por el Triángulo de las Bermudas, y que ella
está rezando y manifestando un aterrizaje seguro para mí.
Sanos y salvos y ya te extraño, le digo, luego abro el
mensaje de Garrett.
Muchas gracias por no tomar Santorini, escribe,
luego, en un mensaje separado: También… en mi humilde
opinión, es una decisión bastante extraña. Espero
que estés bien. . .
Estoy bien, le digo. Acabo de tener una boda en el
último minuto y Santorini fue idea tuya. Envíame
muchas fotos para que pueda arrepentirme de mis
elecciones de vida
A continuación, abro el mensaje de David: ¡Estoy tan
feliz de que vengas con Al! Tham está emocionada de
conocerte y, por supuesto, estás invitada a TODOS.
De todos los hermanos de Alex, David siempre ha sido
mi favorito. Pero es difícil creer que tenga la edad suficiente
para casarse.
Por otra parte, cuando le dije eso a Alex, me respondió,
Veinticuatro. No puedo imaginar tomar una decisión como
esa a esa edad, pero todos mis hermanos se casaron
jóvenes y Tham es genial. Incluso mi papá está a bordo.
Recibió una calcomanía en el parachoques que dice: SOY UN
SEGUIDOR DE CRISTO ORGULLOSO QUE AMO A MI HIJO GAY.
Solté una carcajada en mi café mientras leía eso. Fue
tan supremamente el Sr. Nilsen, y también encajó
perfectamente en la broma de Alex y mía acerca de que
David era el favorito de la familia.
A Alex ni siquiera se le había permitido escuchar
música pagana hasta que estaba en la escuela secundaria,
y cuando decidió ir a una universidad no religiosa, había
llorado. Sin embargo, al final, el Sr. Nilsen realmente amaba
a sus hijos, por lo que casi siempre se acercaba a los
asuntos que se referían a su felicidad.
Si te hubieras casado a los veinticuatro, estarías
casado con Sarah, le envié un mensaje de texto a Alex.
Tú estarías casada con Guillermo, dijo.
Le envié una de sus propias selfies de cara de perrito
regañado.
Por favor, dime qué aún no estás enamorada de
ese idiota, dijo Alex.
Los dos nunca se habían llevado bien.
Por supuesto que no, le respondí. Pero Gui y yo no
éramos los que estábamos en una tortuosa relación
intermitente. Eran tú y Sarah.
Alex escribió y dejó de escribir tantas veces que
comencé a preguntarme si lo estaba haciendo solo para
molestarme.
Pero ese fue el final de esa conversación. La siguiente
vez que me envió un mensaje de texto, al día siguiente, de
una imagen de una túnica negra deslumbrante que decía
SPA BITCH en la espalda.
¿Uniforme de viaje de verano?, escribió, y hemos
esquivado el tema de Sarah desde entonces, lo que me deja
muy claro que hay algo entre ellos. De nuevo.
Ahora, sentada en el avión abarrotado y sofocante,
rodando hacia LAX11, en el silencio posterior al grito del
bebé, todavía me enferma un poco pensar en eso.
Sarah y yo nunca hemos sido las mayores admiradoras
de la otra. Dudo que ella aprobara que Alex hiciera otro
viaje conmigo si volvieran a estar juntos, y si no lo están
correctamente, pero están en camino de serlo, entonces
este podría ser el último viaje de verano. Se casarían,
empezarían a tener hijos, llevarían a toda su familia a
Disney World, y ella y yo nunca estaríamos lo
suficientemente cerca como para que yo fuera una parte
real de la vida de Alex.
Alejo el pensamiento y respondo al mensaje de texto
de David: ¡ESTOY TAN EMOCIONADO Y HONRADO DE
ESTAR ALLÍ!
Me envía un Gif de un oso bailarín, y luego abro el
mensaje de texto de mi madre.
Dale a Alex un gran abrazo y un beso de mi parte
:), escribe, con la carita sonriente escrita a máquina. Ella
nunca recuerda cómo usar emojis y se impacienta
inmediatamente cuando trato de mostrárselo. —¡Puedo
mecanografiarlos muy bien! —insiste.
Mis padres: no son los mayores fanáticos del cambio.
¿Quieres que le agarre el trasero mientras lo
hago?, le escribo de nuevo.
Si crees que funcionará, responde ella. Me estoy
cansando de esperar a los nietos.
Pongo los ojos en blanco y salgo del mensaje. Mamá
siempre ha adorado a Alex, al menos en parte porque se
mudó a Linfield y espera que algún día nos despertemos y
nos demos cuenta de que estamos enamorados y que yo
también me mudaré y quedaré embarazada de inmediato.
Mi padre, por otro lado, es un hombre cariñoso pero
intimidante que siempre ha aterrorizado tanto a Alex que
nunca deja salir ni una pizca de personalidad mientras está
en la misma habitación que papá.
Es musculoso con una voz retumbante, un poco hábil
en la forma en que lo son muchos hombres de su
generación, y tiene la tendencia a hacer muchas preguntas
contundentes, casi inapropiadas. No porque esté esperando
cierta respuesta, sino porque es curioso y no es muy
consciente de sí mismo.
Además, como todos los miembros de la familia Wright,
no es sorprendente modulador con su voz. A un extraño,
cuando mi madre le grita —¿Has probado estas uvas que
saben a algodón de azúcar? —¡Oh, te encantarán! ¡Déjame
lavarte un poco! —¡Oh, déjame lavar un plato primero! —
¡Oh, no, todos nuestros platos están en el refrigerador con
plástico cubriendo nuestras sobras!, ¡Aquí, solo toma un
puñado en su lugar! —Puede ser un poco abrumador, pero
cuando la frente de mi padre se arruga y lanza una
pregunta como— ¿Votó en las últimas elecciones a la
alcaldía?, es fácil sentirse como si acabara de ser empujado
a una sala de interrogatorios con un ejecutor que el FBI
paga debajo de la mesa.
La primera vez que Alex me recogió en la casa de mis
padres para una noche de karaoke ese primer verano de
nuestra amistad, traté de protegerlo de mi familia y mi
casa, tanto por su bien como por el mío.
Al final de nuestro primer viaje por carretera a casa,
sabía lo suficiente sobre él como para entender que su
entrada a nuestra pequeña casa llena hasta el borde de
chucherías, marcos de fotos polvorientos y caspa de perro
sería como un vegetariano que recorre un matadero.
No quería que se sintiera incómodo, claro, pero con la
misma desesperación, no quería que juzgara a mi familia.
Desordenados, extraños, ruidosos y contundentes como
eran, mis padres eran increíbles, y había aprendido por las
malas que eso no era lo que la gente veía cuando entraba
por la puerta principal.
Así que le dije a Alex que me reuniría con él en el
camino de entrada, pero no había enfatizado el punto, y
Alex, siendo Alex Nilsen, había llegado a la puerta de todos
modos, como un buen mariscal de campo de los cincuenta,
decidido a presentarse a mis. Padres, para que "no se
preocupen" de que yo cabalgue hacia el atardecer con un
extraño.
Oí el timbre de la puerta y salí corriendo para evitar el
caos, pero con mis zapatos de casa vintage con plumas
rosas, no fui lo suficientemente rápido. Cuando bajé las
escaleras, Alex estaba de pie en el vestíbulo entre dos
torres de contenedores de almacenamiento apilados, siendo
golpeado de un lado a otro por nuestras dos mezclas de
Huskys muy viejos y de mal comportamiento, mientras una
serie de fotos familiares indecorosas lo miraban desde cada
lado.
En el momento en que llegué a la vuelta de la esquina
desde las escaleras, papá estaba gritando
—¿Por qué nos preocuparíamos de que ella salga
contigo? —y luego—, cuando dices " salir ", ¿te refieres a
que ustedes dos están...?
—¡No!, Interrumpí, arrastrando al más cachondo de
nuestros perros, Rupert, por el collar antes de que pudiera
montar la pierna de Alex.
—No estamos saliendo. Así no. —Y definitivamente no
tienes que preocuparte. Alex es un conductor muy lento.
—Eso es lo que estaba tratando de decir —balbuceó—.
Quiero decir, no la velocidad de conducción. Conduzco… en
el límite de velocidad. Solo quise decir, no tienes de que
preocuparte.
Papá frunció el ceño. La cara de Alex se quedó sin
sangre, y no estaba segura de si estaba más nervioso por
mi padre o por la capa de polvo visible a lo largo de los
zócalos en el pasillo, que, francamente, nunca había notado
hasta ese momento.
—¿Viste el auto de Alex, papá? —dije rápidamente, una
distracción—. Es muy antiguo. Su teléfono también. Alex no
ha recibido un teléfono nuevo en, como, siete años.
La cara de Alex se puso roja incluso cuando mi padre se
relajó con interés y aprobación.
—¿Es eso así?
Aún así, todos estos años después, puedo recordar con
vívida claridad la forma en que la mirada de Alex se posó en
la mía, buscando en mi rostro la respuesta correcta. Le di un
pequeño asentimiento.
—¿Sí? —respondió, y papá le puso una mano en el
hombro con tanta fuerza que Alex se estremeció.
Papá le dio una gran sonrisa sin límites.
—¡Siempre es mejor reparar que reemplazar!
—¿Reemplazar qué? —gritó Mamá desde la cocina—.
¿Se rompió algo? ¿Con quién estás hablando? ¿Poppy?
¿Alguien quiere pretzels bañados en chocolate?, déjame
encontrar un plato limpio…
Cuando finalmente terminamos los veinte minutos de
despedida innecesarias para salir de mi casa y regresar al
auto de Alex, solo dijo de todo el asunto: Tus padres parecen
amables.
Respondí, con una agresión accidental, "Lo son", como
si lo desafiará a sacar el polvo o al Husky jorobado o los dos
mil millones de dibujos de las infancias todavía
magnetizadas en nuestro refrigerador o cualquier otra cosa,
pero por supuesto que no lo hizo. Él era Alex, incluso si yo
no entendía todo lo que eso significaba en ese entonces.
En todos los años que lo conozco desde entonces,
nunca ha dicho una palabra desagradable sobre nada de
eso. Incluso envió flores a mi dormitorio cuando Rupert, el
Husky, murió. Siempre sentí que teníamos una conexión
especial después de esa noche que compartimos, bromeó
en la tarjeta. Lo extrañaremos. Si necesitas algo, P, estoy
aquí. Siempre.
No es que tenga la nota memorizada ni nada. No es
que, en la única caja de zapatos de tarjetas guardadas,
cartas y trozos de papel que me permito guardar en mi
apartamento, este hizo el corte.
No es que hubo días completos durante la pausa de
nuestra amistad en los que me torturaba pensando que tal
vez debería tirar esa tarjeta ya que, como resultó, siempre
había terminado.
En la parte trasera del avión, uno de los bebés
comienza a gritar de nuevo, pero ahora estamos llegando a
la puerta. Me iré en poco tiempo. Y luego veré a Alex.
Un escalofrío recorre mi espina dorsal, y un aleteo
nervioso regresa a mi estómago.
Abro el último mensaje no leído en mi bandeja de
entrada, el de él: Acabo de aterrizar.
Lo mismo, escribo de nuevo.
Después de eso, no sé qué decir. Hemos estado
enviando mensajes de texto durante más de una semana,
sin abordar el tema del desafortunado viaje a Croacia, y
todo se ha sentido tan normal hasta ahora. Entonces
recuerdo, no he visto a Alex en la vida real en más de dos
años.
No lo he tocado, ni siquiera he escuchado su voz. Hay
muchas formas en las que esto podría resultar incómodo. Es
casi seguro que experimentaremos alguno de ellos.
Estoy emocionada de verlo, por supuesto, pero más
que eso, me doy cuenta de que estoy aterrorizada.
Necesitamos elegir un punto de encuentro. Alguien
tiene que sugerirlo. Recuerdo el diseño de LAX a partir de la
sopa de recuerdos nebulosos de cada puerta y pasarela
eléctrica sin alfombras que he visto en los últimos cuatro
años y medio de trabajo en R+R.
Si pido reunirnos en el área de reclamo de equipaje,
¿significará eso un largo trecho de caminar uno hacia el otro
en silencio hasta que estemos lo suficientemente cerca para
hablar? ¿Se supone que debo abrazarlo?
Los Nilsens no son un grupo abrazador, a diferencia de
los Wright, quienes son conocidos por agarrar, abofetear,
susurrar, apretar y empujar para enfatizar cualquier
conversación, sin importar cuán mundana sea. Tocar es una
segunda naturaleza para mí una vez abracé
accidentalmente a mi reparador de lavavajillas cuando lo
dejé salir del apartamento, momento en el que
amablemente me dijo que estaba casado y lo felicité.
Cuando Alex y yo éramos cercanos, nos abrazábamos
todo el tiempo; pero fue entonces, cuando lo conocí. Cuando
se sentía cómodo conmigo.
Lucho con mi bolsa con ruedas para liberarla del
compartimento superior y la empujo delante de mí, el sudor
se acumula en mis axilas debajo de mi suéter ligero y bajo
la pequeña y contundente aproximación de una cola de
caballo que me cae del cuello.
El vuelo duró una eternidad; cada vez que miraba el
reloj, parecía que las horas completas se habían
condensado en uno o dos minutos.
Estaba saltando arriba y abajo en mi asiento muy
pequeño ansiosa por llegar aquí, pero ahora es como si el
tiempo estuviera compensando el vuelo en globo que hizo
durante el vuelo, encogiéndose para viajar por toda la
longitud del puente a reacción en un instante.
Mi garganta se siente apretada. Mi cerebro se siente
como si estuviera dando vueltas en mi cráneo. Salgo a la
puerta, me muevo de lado para apartarme del camino de
todos los que vienen del puente del jet detrás de mí y saco
el teléfono del bolsillo. Mis manos están sudorosas cuando
empiezo a escribir: Reúnete en el área de equipaje.
—Oye.
—Me giro hacia la voz justo cuando el dueño esquiva el
auto estacionado entre nosotros.
Sonriente. Alex está sonriendo, sus ojos hinchados de
esa manera adormilada, la bolsa de su computadora portátil
colgando de un hombro y los audífonos colgando alrededor
de su cuello, su cabello es un desastre total en comparación
con sus pantalones gris oscuro y abotonados y sus botas de
cuero sin raspaduras. Mientras cierra la brecha entre
nosotros, deja caer su bolso de mano detrás de él y me da
un abrazo.
Y es normal, tan natural ponerme de puntillas y
envolver mis brazos alrededor de su cintura, enterrar mi
cara en su pecho y respirarlo. Cedro, almizcle, lima. No hay
mayor criatura de hábitos que Alex Nilsen.
El mismo corte de cabello inescrutable, el mismo aroma
limpiamente cálido, el mismo guardarropa básico (aunque
mejorado un poco con el tiempo con una mejor sastrería y
zapatos), la misma forma de apretarme en la parte superior
de la espalda y atraerme hacia él y contra él cuando nos
abrazamos, casi tirando de mí del suelo, pero sin apretar
tanto como para que el abrazo pueda considerarse como un
crujido de huesos.
Es más como esculpir. Presión suave en todos los lados
que nos comprime brevemente en una cosa viva que respira
con el doble de corazones de los que deberíamos tener.
—Hola —digo, radiante en su pecho, y sus brazos se
deslizan hacia mi espalda, apretándome.
—Hola —dice.
Y espero que haya escuchado la sonrisa en mi voz
como yo la escucho en la suya. A pesar de su aversión
general a cualquier forma de afecto público, ninguno de los
dos nos dejamos ir de inmediato, y tengo la sensación de
que estamos pensando lo mismo: está bien aguantar un
tiempo inapropiadamente largo cuando han pasado dos
años desde que nos hemos abrazado.
Cierro los ojos con fuerza contra la creciente emoción,
presionando mi frente contra su pecho. Sus brazos caen
hasta mi cintura y se bloquean allí durante unos segundos.
—¿Cómo estuvo tu vuelo? —dice.
Me aparto lo suficiente para mirarlo a la cara.
—Creo que teníamos a bordo algunos futuros cantantes
de ópera de talla mundial. ¿El tuyo?
Su control sobre su pequeña sonrisa vacila, y su sonrisa
se abre de par en par.
—Casi le doy un infarto a la mujer que estaba a mi lado
durante algunas turbulencias, —dice—. Le agarré la mano
por accidente.
Una risa aguda me estremece, y su sonrisa se
ensancha, sus brazos se aprietan.
Alex desnudo, pienso, luego aparto ese pensamiento.
Realmente debería haber encontrado una mejor manera de
describir esta versión de él hace mucho tiempo.
Como si estuviera leyendo mis pensamientos y
debidamente mortificado, reprime su sonrisa y me suelta,
retrocediendo por si acaso.
—¿Necesitas obtener algo del reclamo de equipaje? —
pregunta, agarrando el asa de mi bolso junto con el suyo.
—Puedo con eso —ofrezco.
—No me importa, — dice.
Mientras lo sigo lejos de la puerta llena de gente, no
puedo dejar de mirarlo. Asombrado de que esté aquí. Con
asombro porque se ve igual. Impresionado de que esto sea
real.
Me mira mientras caminamos, torciendo la boca. Una
de mis cosas favoritas del rostro de Alex siempre ha sido la
forma en que permite que existan dos emociones dispares
en él al mismo tiempo, y lo legibles que se han vuelto esas
emociones para mí.
En este momento, ese giro de su boca dice tanto
divertido como vagamente cauteloso.
—¿Qué? —dice, con una voz que recorre la misma
línea.
—Tú eres sólo… alto —digo.
Él también está en buena forma, pero comentar sobre
eso generalmente lo lleva a la vergüenza de su parte, como
si tener un cuerpo de gimnasio fuera de alguna manera un
defecto de personalidad. Quizás para él lo sea. La vanidad
es algo para lo que fue educado para evitar.
Mientras que mi mamá solía escribir pequeñas notas en
el espejo de mi baño con rotulador de borrado en seco:
Buenos días a esa hermosa sonrisa. Hola, brazos y piernas
fuertes. Que tengas un gran día, linda barriga que alimenta
a mi querida hija. A veces todavía escucho esas palabras
cuando salgo de la ducha y me paro frente al espejo,
peinándome: Buenos días, hermosa sonrisa. Hola, brazos y
piernas fuertes. Que tengas un gran día, linda barriga que
me alimenta.
—¿Me estás mirando porque soy alto? —dice Alex.
—Muy alto —digo, como si esto aclarara las cosas.
Es más fácil que decir, te he echado de menos,
hermosa sonrisa. Es tan bueno verte, brazos y piernas
fuertes. Gracias, vientre extrañamente tenso, por alimentar
a esta persona que amo tanto.
La sonrisa de Alex se expande hasta el punto de abrirse
mientras sostiene mi mirada.
—Es bueno verte también, Poppy.
 
8
Hace Diez Veranos
 

Hace un año, cuando conocí a Alex Nilsen afuera de mi


dormitorio con media docena de bolsas de ropa sucia, no
hubiera creído que íbamos a tomarnos unas vacaciones
juntos.
Comenzó con alguno que otro mensaje ocasional
después de nuestro viaje por carretera a casa, fotos
borrosas del cine de Linfield al pasar por delante, con la
leyenda No olvides vacunarte, o una foto de un paquete de
diez camisetas que encontré en el supermercado, con un
regalo de cumpleaños escrito debajo, pero después de tres
semanas, pasamos a las llamadas telefónicas y los
encuentros. Incluso lo convencí de que viera una película en
el Cineplex, aunque pasó todo el tiempo flotando sobre el
asiento, tratando de no tocar nada.
Para cuando terminó el verano, nos habíamos inscrito
en dos clases de requisitos básicos juntos, una de
matemáticas y otra de ciencias, y la mayoría de las noches,
Alex venía a mi dormitorio o yo iba al suyo para hacer la
tarea. Mi antigua compañera de cuarto, Bonnie, se había
mudado oficialmente con su hermana, y yo estaba
compartiendo habitación con Isabel, una estudiante de pre-
medicina que a veces miraba por encima de Alex y por mis
hombros y corregía nuestro trabajo mientras masticaba
apio, su supuesta comida favorita.
Alex odiaba las matemáticas tanto como yo, pero le
encantaban sus clases de inglés y dedicaba horas cada
noche a la lectura asignada mientras yo examinaba sin
rumbo fijo blogs de viajes y de chismes de celebridades en
el suelo junto a él. Mis cursos eran uniformemente
aburridos, pero las noches en que Alex y yo caminábamos
por el campus después de la cena con tazas de chocolate
caliente, o los fines de semana cuando deambulamos por la
ciudad en busca del mejor puesto de perritos calientes o
una taza de café o falafel12, me sentía más feliz de lo que
jamás recordaba. Me encantaba estar en la ciudad, rodeada
de arte, comida, ruido y gente nueva, lo suficiente para que
la parte escolar fuera soportable.
Una noche, tarde, cuando la nieve se amontonaba en el
alféizar de mi ventana y Alex y yo estábamos estirados en
mi alfombra estudiando para un examen, comenzamos a
enumerar los lugares en los que nos hubiera gustado estar.
—París —dije.
—Trabajando en mi final de Literatura Americana —dijo
Alex.
—Seúl —dije.
—Trabajando en mi final de Introducción a la no ficción
—dijo Alex.
—Sofía, Bulgaria —dije.
—Canadá —dijo Alex.
Lo miré y estallé en una carcajada extenuada, lo que
provocó su disgusto característico.
—Tus tres destinos de vacaciones principales —dije,
recostándome en la alfombra —. Son dos ensayos
separados y el país más cercano a nosotros.
—Es más accesible que París —dijo con seriedad—. Que
es lo que realmente importa cuando estás soñando
despierto.
Él suspiró.
—Bueno, ¿qué hay de esa fuente termal sobre la que
leíste? ¿El de una selva tropical? Eso es en Canadá.
—Isla de Vancouver —dije, asintiendo—. O una isla más
pequeña cerca, en realidad.
—Ahí es donde iría —dijo—, si mi compañero de viaje
no fuera tan desagradable.
—Alex —dije—, con mucho gusto iré contigo a la isla de
Vancouver. Especialmente si las otras opciones solo te están
haciendo ver más tareas. Iremos el próximo verano.
Alex se recostó a mi lado.
—¿Qué hay de París?
—París puede esperar —dije—. Además, no podemos
permitirnos el lujo de París.
El sonrió levemente.
—Poppy —dijo—, apenas podemos permitirnos nuestros
Hot Dogs semanales.
Pero ahora, meses después, después de un semestre
de recoger todos los turnos posibles en los trabajos de
nuestro campus (Alex en la biblioteca, yo en la sala de
correo), hemos ahorrado lo suficiente para este efecto de
ojos rojos muy barato (completo con dos escalas), y Estoy
llena de emoción cuando finalmente abordamos.
Sin embargo, tan pronto como despegamos y las luces
de la cabina se atenúan, el cansancio se activa y me
encuentro arrullándome para dormir, con la cabeza apoyada
en el hombro de Alex, un pequeño charco de baba
acumulándose en su camisa. Solo para despertarme de
golpe cuando el avión golpea una bolsa de aire que la hace
sumergir y Alex accidentalmente me da un codazo en la
cara en respuesta.
—¡Mierda!, —jadea mientras me siento erguida,
agarrándome la mejilla—. ¡Mierda! — Sus nudillos blancos
están apretados alrededor de los apoyabrazos, la subida y
bajada de su pecho son superficiales.
—¿Tienes miedo de volar? —pregunto.
—No —susurra, considerado a los otros pasajeros
dormidos incluso en su pánico —. Tengo miedo de morir.
—No vas a morir, —le prometo. El jet se acomoda en un
ritmo, pero la luz del cinturón de seguridad se enciende y
Alex sigue agarrándose a los apoyabrazos como si alguien
hubiera volteado el avión y empezado a tratar de
sacudirnos.
—Eso no suena bien, —dice. Sonaba como si algo se
hubiera desprendido del avión.
—Ese fue el sonido de tu codo chocando con mi cara.
—¿Qué?
Él me mira. Las dos expresiones simultáneas en su
rostro son sorpresa y confusión.
—¡Me pegaste en la cara! —digo.
—Oh, mierda, —dice—. Perdón, ¿Puedo ver?
Alejo mi mano de mi pómulo palpitante, y Alex se
inclina más cerca, sus dedos se ciernen sobre mi piel. Su
mano cae sin aterrizar nunca.
—Se ve bien. Tal vez deberíamos ver si un asistente de
vuelo puede traer algo de hielo.
—Buena idea —digo—. Podemos llamarla y decirle que
me golpeaste en la cara, pero estoy segura de que fue un
accidente y tampoco es tu culpa, te sorprendiste y....
—Dios, Poppy —dice—. Lo siento mucho.
—Está bien. No duele tanto. —Le doy un codazo con el
mío—. ¿Por qué no me dijiste que tenías miedo de volar?
—No sabía que lo tenía.
—¿Explícame?
Echa la cabeza hacia atrás contra el reposacabezas.
—No había volado antes de esta noche.
—Oh. —Mi estómago se aprieta y me siento culpable—.
Ojalá me lo hubieras dicho.
—No quería convertirlo en algo.
—No hubiera hecho nada.
Me mira con escepticismo.
—¿Y cómo llamas a esto?
—Está bien, está bien, sí, lo hice una cosa. Pero mira. —
Deslizo mi mano debajo de la suya y tentativamente doblo
mis dedos con los suyos—. Estoy aquí contigo, y si quieres
dormir un poco, me quedaré despierta para asegurarme de
que el avión no se estrelle. Lo cual no será así. Porque esto
es más seguro que conducir.
—Yo también odio conducir, —dice.
—Yo sé que lo haces. Pero mi punto es que esto es
mejor que eso. Me gusta mucho más. Y estoy aquí contigo,
y he volado antes, así que si hay una razón para entrar en
pánico, lo sabré. Y te prometo que, en esa situación, entraré
en pánico y sabrás que algo anda mal. Hasta entonces,
puedes relajarte.
Me mira fijamente a través de la oscuridad de la cabina
durante unos segundos. Luego su mano se relaja en la mía,
sus cálidos y ásperos dedos se asientan. Me da una emoción
sorprendente tomar su mano. El noventa y cinco por ciento
de las veces, veo a Alex Nilsen de una manera puramente
platónica, y supongo que su número ronda un poco más.
Pero durante ese otro cinco por ciento del tiempo, existe
este qué pasaría si.
Nunca dura mucho ni presiona demasiado.
Simplemente se sienta allí, ahueco entre nuestras manos,
un pensamiento suave sin mucho peso detrás de él: ¿Cómo
sería besarlo? ¿Cómo me tocaría? ¿Saborearía como huele?
Nadie tiene mejor higiene dental que Alex, lo cual no es
exactamente un pensamiento sexy, pero ciertamente es
más sexy que el extremo opuesto del espectro.
Y eso es hasta donde llega el pensamiento, lo cual es
perfecto, porque me gusta demasiado Alex para salir con él.
Además, somos completamente incompatibles.
El avión vibra a través de otro tramo rápido de
turbulencia, y el agarre de Alex se aprieta.
—¿Es hora de entrar en pánico? —pregunta.
—Todavía no, —digo—. Trata de dormir.
—Porque necesito descansar bien cuando me
encuentre con la Muerte.
—Porque necesitas descansar bien cuando me canse en
los Jardines Butchart haré que me cargues el resto del
camino.
—Sabía que había una razón por la que me trajiste
contigo.
—No te traje conmigo para que fueras mi mula, —
discuto—. Te traje conmigo para que fueras mi chivo
expiatorio. Vas a causar una distracción mientras corro por
el comedor del hotel Empress durante el té, robando
pequeños sándwiches y brazaletes invaluables de invitados
desprevenidos.
Aprieta mi mano.
—Supongo que será mejor que duerma, entonces.
Yo aprieto hacia atrás.
—Supongo que sí.
—Despiértame cuando sea el momento de entrar en
pánico.
—Siempre.
Apoya la cabeza en mi hombro y finge dormir.
Cuando aterricemos, tendré una torcedura horrible en
el cuello y me dolerá el hombro de estar sentada en esta
posición durante tanto tiempo, pero ahora mismo no me
importa. Tengo cinco gloriosos días de viaje con mi mejor
amigo por delante y, en el fondo, lo sé: nada puede salir
mal, en realidad no.
No es momento de entrar en pánico.
 
9
Este Verano
 

—¿Tenemos un auto de alquiler? —pregunta Alex


mientras salimos del aeropuerto al calor del viento.
—Algo así. —Muerdo mi labio mientras saco mi teléfono
para llamar a un taxi—. Conseguí un viaje de un grupo de
Facebook.
Los ojos de Alex se entrecierran, las ráfagas inducidas
por el chorro de agua rodando a través del área de llegadas
haciendo que su cabello se agite contra su frente.
—No tengo idea de lo que acabas de decir.
—¿Recuerdas? —digo—. Es lo que hicimos en nuestro
primer viaje. ¿A Vancouver? ¿Cuándo éramos demasiado
jóvenes para alquilar un auto legalmente?
Me mira fijamente.
—Ya sabes —digo—, ¿Ese grupo de viajes en línea de
mujeres en el que he estado, como, quince años? Dónde las
personas publican sus apartamentos para subarrendar y
anuncian sus autos para alquilar ¿Recuerdas? Tuvimos que
tomar un autobús para recoger el auto fuera de la ciudad y
caminar como cinco millas con nuestro equipaje.
—Lo recuerdo —dice—. Nunca me he parado a
preguntarme por qué alguien alquilaría su auto a un extraño
antes de este momento.
—Porque a mucha gente en Nueva York le gusta irse
durante el invierno y a mucha gente en Los Ángeles le gusta
ir a otro lugar durante el verano. —Me encojo de hombros—.
El auto de esta chica habría estado sin usar durante, como,
un mes, así que lo compré para la semana por setenta
dólares. Solo tenemos que tomar un taxi para recogerlo.
—Genial —dice Alex.
—Sí.
Y aquí está el primer silencio incómodo del viaje. No
importa que nos hayamos estado enviando mensajes de
texto sin parar durante la última semana, o tal vez eso lo
haya empeorado. Mi mente está implacablemente en
blanco. Todo lo que puedo hacer es mirar fijamente la
aplicación en mi teléfono, viendo el ícono del auto
acercándose.
—Somos nosotros. —Inclino mi barbilla hacia la minivan
que se acerca.
—Genial— dice Alex de nuevo.
Nuestro conductor toma nuestras maletas y nos
amontonamos con las otras dos personas con las que
compartimos el viaje, una pareja de mediana edad con
visores BeDazzled a juego. ESPOSA, dice la rosa fuerte.
MARIDO dice el verde lima. Ambos llevan camisas con
estampado de flamencos y ya están tan bronceados que se
parecen a los zapatos de Alex. La cabeza del esposo está
afeitada y la de la esposa está teñida de un rojo brillante.
—¡Hola a todos! —dice, la esposa mientras Alex y yo
nos acomodamos en los asientos del medio.
—Hola.
Alex se gira en su asiento y ofrece una sonrisa que es
casi convincente.
—Luna de miel, —dice la esposa, saludando entre ella y
su esposo—. ¿Qué hay de ustedes dos?
—Oh —dice Alex—. Um...
—¡Lo mismo! —paso mi mano a través de la suya,
volviéndome para mostrarles una sonrisa.
—¡Oh!, —exclama la esposa— ¿Qué te parece eso,
Bob? ¡Un auto lleno de tortolitos!
Su esposo Bob asiente.
—Felicidades, niños.
—¿Cómo se conocieron? — quiere saber la esposa.
Miro a Alex. Las dos expresiones que está haciendo su
rostro en este momento son 1- aterrorizadas, 2- regocijadas.
Este es un juego familiar para nosotros, e incluso si es más
incómodo de lo habitual tener mi mano enredada y
empequeñecida por la suya, también hay algo reconfortante
en salir de nosotros mismos de esta manera, jugando juntos
como siempre lo hemos hecho.
—Disneyland, —dice Alex, y se vuelve hacia la pareja
en el asiento trasero.
Los ojos de la esposa se agrandan.
—¡Qué mágico!
—Realmente lo fue, ¿sabe? — Le lanzo a Alex una
mirada sincera y le toco la nariz con la mano libre—.
Trabajaba como VS, eso es lo que llamamos recogedores de
vómito. Su trabajo es simplemente quedarse fuera de todas
esas nuevas atracciones en 3D y limpiar después de los
abuelos mareados.
—Y Poppy estaba interpretando a Mike Wazowski, —
agrega Alex secamente, subiendo la apuesta.
—¿Mike Wazowski? —pregunta su esposo Bob.
—De Monsters, Inc. cariño, —explica su esposa—. ¡Es
uno de los principales monstruos!
—¿Cuál? —dice su esposo.
—El corto —dice Alex, luego se vuelve hacia mí,
afectando la mirada de adulación más tonta y exagerada
que he visto en mi vida. —Fue amor a primera vista.
—¡Oooh! —dice la esposa agarrándose el corazón.
Su esposo arruga la frente y dice —¿Cuándo ella estaba
con el disfraz?
La cara de Alex se tiñe de rosa bajo la evaluación del
esposo, y le interrumpo: —Tengo unas piernas realmente
geniales.
Nuestro conductor nos deja en una calle de casas de
estuco rodeadas de jazmines en Highland Park, y mientras
salimos al asfalto caliente, la Esposa y su Marido nos
despiden con afecto. En el instante en que el taxi se pierde
de vista, Alex suelta mi mano y escaneo los números de las
casas, señalando con la cabeza hacia una valla de
privacidad manchada de rojo. —Es este.
Alex abre la puerta y entramos en el patio para
encontrar un auto Hatchback blanco cuadrado esperando en
el camino de entrada, todos sus bordes oxidados y
astillados.
—Entonces, —dice Alex, mirándolo—. Setenta dólares.
—Puede que haya pagado de más. —Me agacho
alrededor de la rueda delantera del lado del conductor,
palpando la caja magnética donde el propietario, un
ceramista llamado Sasha, dijo que estaría la llave—. Este es
el primer lugar en el que buscaría un repuesto si estuviera
robando un auto.
—Creo que agacharse tanto podría ser demasiado
trabajo para robar este auto —dice Alex mientras saco la
llave y me enderezo. Camina por la parte trasera del auto y
lee en el portón trasero— Ford Aspire.
Me río y abro las puertas. —Quiero decir, “aspire” es la
marca R+R".
—Aquí. —Alex saca su teléfono y da un paso atrás—.
Déjame hacerte una foto con él.
Abro la puerta y apoyo mi pie, haciendo una pose.
Inmediatamente, Alex comienza a agacharse. —¡Alex, no!
No desde abajo.
—Lo siento, —dice—. Olvidé lo rara que eres con eso.
—¿Soy rara? —digo—. Haces fotos como un padre con
un iPad. Si tuvieras gafas en la punta de la nariz y una
camiseta de UC Bearcats13, serías indistinguible.
Hace un gran espectáculo al sostener el teléfono lo
más alto posible.
—¿Qué, y ahora vamos por ese ángulo emo de
principios de la década de los 2000? —digo—. Encuentra un
término medio.
Alex pone los ojos en blanco y niega con la cabeza,
pero toma algunas fotos a una altura seminormal y luego
viene a mostrármelas. Yo legítimamente jadeo cuando veo
el último disparo y agarro su brazo de la misma manera que
él debe haberse sujetado al octogenario14 con el que
viajaba al lado en el vuelo.
—¿Qué? —dice.
—Tienes el modo retrato.
—Lo hago, —asiente.
—Y lo usaste, —señalo.
—Sí.
—Sabes cómo usar el modo retrato —digo, todavía
horrorizada.
—Jaja.
—¿Cómo sabes cómo usar el modo retrato? ¿Tu nieto te
enseñó eso cuando estuvo en casa para el día de Acción de
Gracias?
—Wow —dice inexpresivo—. He echado mucho de
menos esto.
—Lo siento, lo siento, —digo—. Estoy impresionada.
Has cambiado. —Me apresuro a agregar— ¡No de mala
manera! Solo quiero decir, no eres una persona a la que le
guste el cambio.
—Quizás lo sea ahora —dice.
Me cruzo de brazos. —¿Todavía te levantas a las cinco y
media para hacer ejercicio todos los días?
Se encoge de hombros. —Eso es disciplina, no miedo al
cambio.
—¿En el mismo gimnasio? —pregunto.
—Sí.
—¿El que sube sus precios cada seis meses? ¿Y
reproduce el mismo CD de meditación New Age en
repetición en todo momento? ¿El gimnasio del que ya te
quejabas hace dos años?
—No me estaba quejando, —dice—. No entiendo cómo
se supone que eso te motive en una cinta de correr. Estaba
reflexionando. Contemplando.
—Te llevas tu propia lista de reproducción, ¿qué
importa lo que reproduzcan en los altavoces?
Se encoge de hombros y toma las llaves del auto de
mis manos, rodeando el Aspire para abrir la puerta trasera.
—Es una cuestión de principios. —Tira nuestras maletas en
la parte trasera y la cierra de golpe.
Pensé que estábamos bromeando, pero ahora no estoy
tan seguro.
—Oye. —Le agarro el codo mientras pasa. Se queda
quieto, arqueando las cejas. Hay un nudo de orgullo
atrapado en mi garganta, deteniendo las palabras que
quieren salir. Pero fue el orgullo lo que rompió nuestra
amistad la primera vez, y no volveré a cometer ese error. No
voy a dejar de decir cosas que hay que decir, solo porque
quiero que él las diga primero.
—¿Qué? —dice Alex.
Me trago el nudo. —Me alegra que no hayas cambiado
demasiado.
Me mira fijamente por un momento y luego, ¿es mi
imaginación, o él también traga? —Tú también, —dice, y
toca el extremo de una ola que se soltó de mi cola de
caballo para caer a lo largo de mi mejilla, la toca tan
levemente que apenas puedo sentirla en el cuero cabelludo
y el delicado movimiento envía un hormigueo por mi cuello.
—Y me gusta el corte de cabello.
Mis mejillas se calientan. Mi estómago también. Incluso
mis piernas parecen calentarse un par de grados.
—Aprendiste a usar una nueva función en tu teléfono y
me corté el cabello, —digo —. Cuidado con nosotros ahora,
mundo.
—Transformación radical, —coincide Alex.
—Un verdadero resplandor.
—La pregunta es, ¿He mejorado en la conducción?
Arqueo una ceja y cruzo los brazos. —¿Lo haces?
 
 
 

—Aspira tener aire acondicionado que funcione, —dice


Alex.
—Aspira a no oler como si un idiota está fumando un
porro —digo.
Hemos estado jugando a este juego desde que
llegamos a la autopista que se adentra en el desierto. Sasha
la ceramista había mencionado en su publicación sobre el
automóvil que el aire acondicionado iba y venía al azar,
pero había omitido el hecho de que evidentemente lo había
estado usando para calentar durante cinco años seguidos.
—Aspira a vivir lo suficiente para ver el fin de todo
sufrimiento humano, —agrego.
—Este auto, —dice Alex—, no vivirá lo suficiente para
ver el final de la franquicia de Star Wars.
—¿Pero quién de nosotros lo hará? — digo.
Alex terminó conduciendo en virtud del hecho de que
mi conducción lo marea. Y aterroriza. La verdad es que, de
todos modos, no me gusta conducir, por lo que
normalmente le cedo el puesto a él.
El tráfico de Los Ángeles resultó ser un desafío para
alguien tan cauteloso como él: nos detenemos en una señal
de alto esperando para girar a la derecha en una carretera
muy transitada durante unos diez minutos, hasta que tres
autos detrás de nosotros presionaron sus bocinas.
Sin embargo, ahora que estamos fuera de la ciudad, lo
está haciendo muy bien. Ni siquiera la falta de aire
acondicionado parece un gran problema con las ventanas
abiertas y el viento dulcemente florido que se precipita
sobre nosotros. El problema más grande es la falta de una
entrada auxiliar, que nos hace depender de la radio.
—¿Siempre ha habido tanto Billy Joel viajando por las
ondas de radio? —Alex pregunta la tercera vez que
cambiamos de canal a mitad de un comercial solo para
sumergirnos de nuevo en el medio de Piano Man15.
—Desde los albores de los tiempos, creo. Cuando los
hombres de las cavernas construyeron la primera radio,
esto ya estaba sonando.
—No sabía que eras historiadora, —dice inexpresivo—.
Deberías venir a hablar en mi clase.
Resoplo. —No podrías arrastrarme a los pasillos de East
Linfield High con la fuerza combinada de cada tractor en un
radio de cinco millas de ese edificio, Alex.
—Sabes, —dice—, tus matones probablemente ya se
hayan graduado.
—Realmente no podemos estar seguros, —digo.
Él me mira, el rostro sobrio, la boca apretada. —
¿Quieres que les patee el trasero?
Yo suspiro. —No, es muy tarde. Todos tienen hijos ahora
con esos lindos anteojos de bebé de gran tamaño y la
mayoría ha encontrado al Señor o ha iniciado uno de esos
extraños negocios de esquemas piramidales que venden
brillo de labios.
Me mira, su rostro sonrojado por el sol. —Si cambias de
opinión, di la palabra.
Alex conoce mis años difíciles en Linfield, por supuesto,
pero en su mayor parte, trato de no volver a visitarlos.
Siempre he preferido la versión de mí que trae Alex a la que
tenía en nuestra ciudad natal. Esta Poppy se siente segura
en el mundo, porque él también está en él, y en el fondo
donde importa, es como yo.
Aún así, tuvo una experiencia excepcionalmente
diferente en West Linfield High que la que tuve yo en su
escuela hermana. Estoy seguro de que ayudó que practicará
deportes (baloncesto, tanto para la escuela como en la liga
intramuros de la iglesia de su familia) y fuera guapo, pero
siempre insistió en que el factor decisivo era que era lo
suficientemente callado como para pasar por misterioso en
lugar de extraño.
Quizás si mis padres no hubieran sido tan
completamente alentadores en todas las facetas del
individualismo de mis hermanos y de mi, hubiera tenido
mejor suerte. Hubo niños que lidiaron con la desaprobación
adaptándose, haciéndose más agradables, como lo hicieron
Prince y Parker en la escuela, encontrando la superposición
entre sus personalidades y las de los demás. Y luego hubo
personas como yo, que trabajaban bajo la idea errónea de
que, eventualmente, mis compañeros no solo me tolerarían,
sino que, en última instancia, me respetarían por ser yo
misma.
No hay nada tan desagradable para algunas personas
como alguien a quien parece no importarle si alguien más
las aprueba. Tal vez sea resentimiento: me he inclinado por
el bien mayor, para seguir las reglas, entonces, ¿por qué no
lo has hecho tú? Debería preocuparme Por supuesto, en
secreto, me importaba. Mucho. Probablemente hubiera sido
mejor si hubiera llorado abiertamente en la escuela en lugar
de hacer caso omiso de los insultos y llorar debajo de la
almohada más tarde. Hubiera sido mejor si, después de la
primera vez que se burlaron de mí por los monos
acampanados en los que mi madre había cosido parches
bordados, no hubiera seguido usándolos con la barbilla en
alto, como si fuera una especie de la vieja Juana de Arco,
dispuesta a morir por mi mezclilla.
La cuestión era que Alex había sabido cómo jugar,
mientras que a menudo sentía que había leído las páginas
de la guía al revés, mientras todo estaba en llamas.
Sin embargo, cuando estábamos juntos, el juego ni
siquiera existía. El resto del mundo se disolvió hasta que
creí que así eran las cosas realmente. Como si nunca
hubiera sido esa chica que se había sentido completamente
sola, incomprendida, y siempre hubiera sido esta: conocida,
amada, totalmente aceptada por Alex Nilsen.
Cuando nos conocimos, no quería que me viera como
Poppy de Lindfield; no estaba segura de cómo cambiaría la
dinámica de nuestro mundo para dos una vez que
dejáramos que ciertos elementos externos se abrieran paso.
Todavía recuerdo la noche en que finalmente se lo conté. La
última noche de clase de nuestro tercer año, nos
tropezamos de regreso a su dormitorio de una fiesta y
encontramos que su compañero de cuarto ya se había ido
por el verano. Así que le pedí prestada una camiseta y
algunas mantas a Alex y dormí en la cama individual de
repuesto de su habitación.
No había tenido una fiesta de pijamas como esa desde
que tenía probablemente ocho años: de esas en las que
sigues hablando, con los ojos cerrados hace mucho tiempo,
hasta que ambos se quedan dormidos a mitad de la oración.
Nos contamos todo, las cosas que nunca habíamos
tocado. Alex me contó sobre la muerte de su madre, los
meses en que su padre apenas se cambió el pijama, los
sándwiches de mantequilla de maní que Alex preparó para
sus hermanos y la fórmula para bebés que aprendió a
mezclar.
Durante dos años, él y yo nos habíamos divertido
mucho juntos, pero esa noche sentí como si se abriera un
compartimento completamente nuevo en mi corazón donde
antes no había ninguno.
Y luego me preguntó qué sucedió en Linfield, por qué
temía volver en verano, y debería haber sido vergonzoso
ventilar mis pequeñas quejas después de todo lo que
acababa de decirme, excepto que Alex tenía una forma de
nunca hacerme sentir pequeña o mezquina.
Era tan tarde que era casi de mañana, esas horas
resbaladizas en las que se siente más seguro revelar tus
secretos. Así que le conté todo, empezando por el séptimo
grado.
Los desafortunados frenillos, el chicle que Kim Leedles
me puso en el cabello y el corte del cuenco resultante. El
insulto se agravó cuando Kim le dijo a toda la clase que el
que hablara conmigo no sería invitado a su fiesta de
cumpleaños. Todavía faltaban cinco meses, aunque
prometía que valdría la pena la espera, gracias al tobogán
de agua de su piscina y al cine en su sótano.
Luego, en noveno grado, una vez que el estigma
finalmente se había desvanecido y mis senos habían llegado
prácticamente de la noche a la mañana, estaba el período
de tres meses durante el cual fui un producto caliente.
Hasta que Jason Stanley me besó inesperadamente y
respondió a mi desinterés diciéndoles a todos que le hice
una mamada espontánea en el armario del conserje.
Todo el equipo de fútbol me llamó Porny Poppy durante,
como, un año después de eso. Nadie quería ser mi amigo.
Luego estaba el décimo grado, el peor de todos.
Comenzó mejor porque el menor de mis dos hermanos
estaba dispuesto a compartir su grupo de amigos de teatro
conmigo. Pero eso solo duró hasta que tuve una fiesta de
pijamas para mi cumpleaños, momento en el que descubrí
lo vergonzoso que todos pensaban que eran mis padres.
Rápidamente me di cuenta de que no me gustaban tanto
como pensaba mis amigos.
También le había contado a Alex lo mucho que amaba a
mi familia, lo protectora que me sentía con ellos, pero que
incluso con ellos, a veces me sentía un poco sola. Todos los
demás eran la mejor persona de otra persona. Mamá y
papá. Parker y Prince. Incluso los perros esquimales estaban
emparejados, mientras que nuestra mezcla de terrier y el
gato pasaban la mayoría de los días acurrucados juntos en
un parche de sol. Antes de Alex, mi familia era el único lugar
al que pertenecía, pero incluso con ellos, era algo así como
una parte suelta, ese desconcertante perno extra que
IKEA16 empaqueta con tu estantería, solo para hacerte
sudar. Todo lo que había hecho desde la secundaria había
sido para escapar de ese sentimiento, esa persona, y le dije
todo eso, menos la parte de sentir que pertenecía a él,
porque incluso después de dos años de amistad, eso parecía
mucho.
Cuando terminé, pensé que finalmente se había
quedado dormido. Pero después de unos segundos, se puso
de costado para mirarme a través de la oscuridad y dijo en
voz baja: Apuesto a que eras adorable con un corte de
tazón.
Realmente, realmente no lo estaba, pero de alguna
manera, eso fue suficiente para enfriar el duro dolor de
todos esos recuerdos. Me vio y me amó.
—¿Poppy? —dice Alex, llevándome de regreso al
caluroso y apestoso auto y al desierto—. ¿Dónde estás
ahora mismo?
Saco la mano por la ventana, agarrando el viento. —
¡Vagando por los pasillos de East Linfield High con el canto
de ¡Porny Poppy! ¡Porny Poppy!
—Bien, —dice Alex con suavidad—. No te haré visitar
mi salón de clases para enseñar la Historia de Radio de Billy
Joel. Pero solo para que lo sepas. . . —Me mira con cara seria
y voz inexpresiva—. Si alguno de mis estudiantes te llamará
Porny Poppy, lo mandaría a la mierda.
—Eso tiene que ser— digo—, la cosa más caliente que
alguien me ha dicho.
Se ríe, pero aparta la mirada. —Lo digo en serio. La
intimidación es la única cosa con la que no dejo que se
salgan con la suya. —Inclina la cabeza pensativo—. Excepto
yo. Me intimidan constantemente.
Me rio, aunque no le creo. Alex enseña a los niños de
AP y Honores, y es joven, guapo, silenciosamente divertido
y tremendamente inteligente. No hay forma de que no lo
adoren.
—¿Pero te llaman Porny Alex? —pregunto.
Él hace una mueca. —Dios, espero que no.
—Lo siento —digo—, Señor, Porny.
—Por favor. El Señor, Porny es mi padre.
—Apuesto a que muchos estudiantes están
enamorados de ti.
—Una chica me dijo que me parezco a Ryan Gosling…
—Ay Dios mío.
…si le hubiera picado una abeja.
—Ouch, — digo.
—Lo sé, —acepta Alex—. Duro pero justo.
—Tal vez Ryan Gosling se parece a ti si lo dejaran
afuera para deshidratarse, ¿alguna vez pensaste en eso?
—Sí. Toma eso, Jessica McIntosh, —dice.
—Perra —digo, luego inmediatamente niego con la
cabeza—. No, no se siente bien llamar perra a una niña. Mal
chiste.
Alex hace una mueca de nuevo. —Si te hace sentir
mejor, Jessica no... No es mi favorita. Pero creo que se le
acabará mucho de eso.
—Sí, quiero decir, por lo que sabes, ella podría estar
trabajando contra toda una vida de cortes de tazón. Es
amable de su parte darle una oportunidad.
—Nunca fuiste una Jessica —dice con confianza.
Arqueo una ceja. —¿Cómo lo sabes?
—Porque —Sus ojos se fijan en el camino blanqueado
por el sol—. Siempre has sido Poppy.
 

El complejo de apartamentos DESERT ROSE es un


edificio de estudio pintado de rosa chicle, con su nombre
grabado en letras onduladas de mediados del siglo. Un
jardín lleno de matorrales de cactus enormes que serpenten
a su alrededor, y a través de una valla blanca, divisamos
una piscina verde azulado brillante, salpicada de cuerpos
bronceados por el sol y rodeada de palmeras y tumbonas.
Alex apaga el auto. —Se ve bien, —dice, sonando
aliviado.
Salgo del auto y el asfalto está caliente incluso a través
de mis sandalias.
Pensé en los veranos en Nueva York, atrapado entre
rascacielos con el sol moviéndose de un lado a otro
indefinidamente, y todos esos primeros en la trampa de
humedad natural del valle del río Ohio, que sabía lo que
hacía calor. No lo hice.
Mi piel hormiguea bajo el despiadado sol del desierto,
mis pies arden solo por estar quieto.
—Mierda, —jadea Alex, apartándose el cabello de la
frente.
—Supongo que es por eso que estamos fuera de
temporada.
—¿Cómo viven aquí David y Tham? —dice, sonando
disgustado.
—De la misma manera que vives en Ohio, —digo—.
Tristemente, y con mucha bebida.
Lo digo como una broma, pero la expresión de Alex se
aplana y se dirige a la parte trasera del auto sin reconocer
lo que dije.
Me aclaro la garganta. —Es una broma. Además, la
mayoría vive en Los Ángeles, ¿verdad? No estaba ni cerca
de este calor allá atrás.
—Aquí. —Me pasa la primera bolsa y lo tomo,
sintiéndome reprendida.
Nota para mí mismo: no más cagadas de Ohio.
Para cuando sacamos nuestro equipaje, y las dos
bolsas de papel con alimentos que agarramos durante una
parada de CVS, y subimos tres tramos de escaleras hasta
nuestra unidad, estamos empapados de sudor.
—Siento que me estoy derritiendo, —dice Alex mientras
tecleo el código en la caja de llaves junto a la puerta—.
Necesito darme una ducha.
La caja se abre y meto la llave en el pomo de la puerta,
moviéndola y girándola según las instrucciones muy
específicas que me envió el anfitrión.
—Tan pronto como salgamos, nos vamos a derretir de
nuevo, —señalo—. Es posible que desees guardar la ducha
para antes de acostarse.
La llave finalmente se engancha, y abro la puerta de
golpe, arrastrándome dentro, deteniéndome en seco cuando
dos campanas de advertencia simultáneas comienzan a
chillar a través de mi cuerpo.
Alex pasa cerca de mí, una sólida pared de calor
húmedo por el sudor —Qué. — Su voz se apaga. No estoy
seguro de qué hecho horrible está registrando. Que hace un
calor asqueroso aquí o aquello. En medio de este estudio
(por lo demás perfecto), hay una cama.
—No, — dice en voz baja, como si no quisiera decirlo en
voz alta. Estoy seguro de que no lo hizo.
—Decía dos camas, —solté, tratando frenéticamente de
levantar la reserva—. Definitivamente decía.
Porque no hay forma de que pudiera haberlo cagado
tan mal. No podría haberlo hecho.
Hubo un tiempo en el que no parecía un gran problema
para nosotros compartir la cama, pero no es este viaje. No
cuando las cosas son frágiles e incómodas. Tenemos una
oportunidad de arreglar lo que se rompió entre nosotros.
—¿Estas segura?, — dice Alex, y odio esa nota de
molestia en su voz incluso más que la sospechosa que viajo
a su lado—. ¿Viste fotos? ¿Con dos camas?
Miro hacia arriba de mi bandeja de entrada. —¡Por
supuesto!
¿Pero lo hice? Esta unidad había sido ridículamente
barata, en gran parte porque una reserva se había
cancelado en el último minuto. Sabía que era un estudio,
pero vi fotos de la piscina de color turquesa brillante y las
palmeras alegres y danzantes y las críticas decían que
estaba limpio, y la cocina se veía pequeña pero elegante y...
¿De verdad vi dos camas?
—Este tipo es dueño de un montón de apartamentos
aquí, —digo, con la cabeza nadando—. Probablemente nos
envió el número de unidad equivocado.
Encuentro el correo electrónico correcto y hago clic en
las imágenes. —¡Aquí! —Digo— ¡Mira!
Alex se acerca y mira las fotos por encima del hombro:
un apartamento blanco y gris brillante con un par de
florecientes higos en macetas de hojas de violín en una
esquina y una enorme cama blanca en el medio de la
habitación, una un poco más pequeña al lado…
De acuerdo, puede que haya habido una manipulación
ingeniosa de estas fotografías, porque en la toma, la cama
más grande parece ser de tamaño king cuando en realidad
es queen, lo que significa que la otra no puede ser más
grande que un doble, pero definitivamente debería existir.
—No entiendo. —Alex mira la foto donde debería estar
la segunda cama.
—Oh, —él y yo decimos al unísono mientras hace clic.
Se acerca a la amplia silla sin brazos, de gamuza de
imitación coral, y tira de las almohadas decorativas,
metiendo la mano en la costura de la silla. Dobla la parte
inferior hacia afuera, la parte posterior presionando hacia
abajo de modo que todo se aplana en una almohadilla larga
y delgada con costuras caídas entre sus tres secciones. Una
silla reclinable…
—¡Tomaré eso! —Soy voluntaria.
Alex me lanza una mirada. —No puedes, Poppy.
—¿Por qué, porque soy una mujer, y te quitarán tu
masculinidad del Medio Oeste si no caes en la espada de
todas las normas de género que se te presentan?
—No, —dice—. Porque si duermes en eso, te
despertarás con migraña.
—Eso pasó una vez, —digo— no sabemos si fue por
dormir en el colchón de aire. Podría haber sido el vino tinto
—. Pero incluso mientras lo digo, estoy buscando el
termostato, porque si algo va a hacer que mi cabeza
palpite, es dormir con este calor. Encuentro los controles
dentro de la cocina. —Oh, Dios mío, lo ha puesto a ochenta
grados aquí.
¿Enserio? —Alex se pasa una mano por el cabello y se
percata del sudor que le cae por la frente—. Y pensar, que
no se siente un grado más de doscientos.
Bajé el termostato a setenta y los ventiladores se
activaron ruidosamente, pero sin ningún alivio instantáneo.
—Al menos tenemos una vista de la piscina, —digo,
cruzando hacia las puertas traseras. Echo las cortinas
opacas hacia atrás y me opongo, los restos de mi optimismo
se desvanecen.
El balcón es mucho más grande que el mío en casa,
con una linda mesa de café roja y dos sillas a juego. El
problema es que las tres cuartas partes están tapiadas con
láminas de plástico mientras, en algún lugar, se oye un
horrible tumulto de traqueteos mecánicos y chillidos.
Alex sale a mi lado. —¿Construcción?
—Me siento como si estuviera dentro de una bolsa con
cierre hermético, dentro del cuerpo de alguien.
—Alguien con fiebre, — dice.
—Quién también está en llamas.
Se ríe un poco. Un sonido miserable que intenta
interpretar como alegre. Pero Alex no es alegre. Él es Alex.
Es muy estresado y le gusta estar limpio y tener su espacio
y empaca su propia almohada en su equipaje, porque su
“cuello está acostumbrado a esta”, aunque eso significa que
no puede traer tanta ropa como quisiera, y lo último que
necesita este viaje es empujar innecesariamente nuestros
puntos de presión.
De repente, los seis días que tenemos por delante
parecen increíblemente largos. Deberíamos haber hecho un
viaje de tres días. Solo la duración de las festividades de la
boda, cuando habría abundancia de parachoques y alcohol
gratis y se bloqueó el tiempo para que Alex estuviera
ocupado con la despedida de soltero de su hermano y
cualquier otra cosa.
—¿Deberíamos bajar a la piscina? —digo, un poco
demasiado alto, porque ahora mi corazón está acelerado y
tengo que gritar para escucharme.
—Claro, —dice Alex, luego se vuelve hacia la puerta y
se congela. Su boca se abre mientras considera sus
palabras—. ¿Me cambiaré en el baño y puedes gritar cuando
hayas terminado?
Bien. Es un estudio. Una habitación abierta sin puertas
excepto la del baño. Lo cual no habría sido incómodo, si los
dos no estuviéramos siendo tan terriblemente incómodos.
—Mm-hm, —digo—. Seguro.
 
10
Hace Diez Veranos
 

Paseamos por la ciudad de Victoria hasta que nuestros


pies no pueden más, nos duele la espalda, y todo lo que no
dormimos en los vuelos hace que nuestros cuerpos se
sientan pesados y nuestros cerebros ligeros y flotando.
Después nos detenemos por dumplings17, en un pequeño
restaurante el cual tiene las ventanas teñidas y sus paredes
pintadas de rojo, que están entrelazadas en paisajes
montañosos dorados y bosques y ríos que fluyen
serpenteantes a través de colinas bajas y redondeadas.
Somos los únicos que estamos adentro, son las tres de
la tarde, no muy tarde para el almuerzo, pero el aire
acondicionado es poderoso y la comida es divina, y estamos
tan exhaustos que no podemos parar de reírnos sobre cada
pequeña cosa.
Alex soltó un grito ronco y agudo cuando el avión
aterrizó esta mañana.
El hombre de traje que corre más allá del restaurante a
toda velocidad, con sus brazos apoyados a sus lados.
La chica de la galería en el Hotel Emperatriz que pasó
treinta minutos tratando de vendernos una escultura de oso
de quince centímetros y veintiún mil dólares mientras
arrastramos nuestro andrajoso equipaje detrás de nosotros.
—Nosotros no tenemos dinero para eso —dijo Alex,
sonando muy diplomático—. Realmente no… tenemos
dinero para… eso —dijo Alex, sonando diplomático. La chica
asintió bruscamente—. Casi nadie lo tiene, pero cuando el
arte te gusta, encuentras una manera de hacerlo funcionar.
De alguna manera, ninguno de nosotros se atrevía a
decirle a la chica que no queríamos el oso de veintiún mil
dólares, que no nos gustaba. Después de aquello habíamos
pasado todo el día buscando algunas cosas que queríamos
como: un álbum firmado por los Backstreet Boys en la
tienda de discos usada, una copia de una novela llamada
What My G—Spot Is Telling You en una pequeña librería que
estaba por una calle empedrada, encontramos un traje de
piel de gato en una tienda de fetiches a la que llevé a Alex
principalmente para avergonzarlo y preguntarle: ¿Esto te
habla?
—Sí, Poppy, está diciendo, Bye—Bye—Bye.
—No, Alex, dile a tu punto G que hable.
—¡Sí, lo tomaré por veintiún mil dólares y ni un centavo
menos!
Nos turnamos para preguntar y responder, y ahora,
desplomados sobre nuestra mesa negra, no podemos dejar
de jugar con las cucharas y servilletas, haciéndolas hablar
entre sí.
La camarera que nos atiende es de alrededor de
nuestra edad, con muchas perforaciones, un suave acento y
un buen sentido del humor.
—Si está muy picante la salsa de soya, háganmelo
saber —dice—. Tiene una reputación por aquí
Alex le da propina del 30 por ciento, y todo el camino
hasta la parada del autobús, me burlo de él por ruborizarse
cada vez que ella lo miraba, y él se burla de mí por hacer
ojos hacia el cajero de la tienda de discos, lo que es justo,
porque definitivamente lo hice.
—Nunca he visto una ciudad tan llena de flores —le
digo.
—Nunca he visto una ciudad tan limpia —dice.
—¿Deberíamos mudarnos a Canadá? —le pregunto.
—No lo sé —dice—. ¿Canadá habló contigo?
Entre autobuses y el caminar entre paradas, nos toma
dos horas en recoger el auto que rente online no muy
segura a través de WWT, Women Who Travel.
Estoy tan aliviada de que realmente exista y de que las
llaves estén debajo de la alfombra en el asiento trasero,
como dijo Esmeralda, la dueña del auto, al que empecé a
aplaudir al verlo.
—Wow —Alex dice—, este auto realmente te está
hablando.
—Sí —respondo—, está diciendo ‘No dejes que Alex
conduzca’.
Él entreabre su boca, sus ojos se abren y brillan con
dolor fingido.
—¡Detente! —grito, me alejo de él y me muevo al
asiento del conductor como si él fuera una granada viva.
—¿Para qué? —Se inclina y me pone su carita de perrito
regañado.
—¡No! —Chillo, lo empujo lejos y me retuerzo de lado
en el asiento como si estuviera tratando de escapar de un
enjambre de hormigas. Me paso al asiento del pasajero, y él
tranquilamente se sube al asiento del conductor.
—Odio esa cara —le digo.
—Mentira —me dice Alex.
Él tiene razón.
Él sabe que amo esa ridícula cara.
Además, yo odio manejar.
—Cuando usas la psicología inversa en mí, estoy jodida
—digo.
—¿Hmm? —dice, mirando de costado mientras arranca
el auto.
—Nada. —Conducimos dos horas al norte hasta el
motel que encontré en el lado este de la isla. Es un país de
maravillas brumoso, amplios caminos despejados bordeados
de bosques tan antiguos como densos. No hay mucho que
hacer en la ciudad, pero hay secuoyas18, rutas de
senderismo a las cascadas y un Tim Hortons19 a sólo unos
kilómetros por la carretera de nuestro hotel, es un lugar
pequeño, un alojamiento con un estacionamiento de grava
en la parte delantera y una pared de niebla cubierto de
follaje detrás de ella.
—Me encanta estar aquí —dice Alex.
—A mí también —estoy de acuerdo.
Y no importa que llueva toda la semana y terminemos
cada caminata empapados hasta los huesos, o que solo
podamos encontrar dos restaurantes accesibles y tener que
comer en cada uno de ellos tres veces, o que poco a poco
empezamos a darnos cuenta de que casi todos los demás
con los que nos cruzamos son adultos mayores sobre los
sesenta, y que definitivamente nos quedaremos en un
pueblo de retiro. O que nuestra habitación del motel
siempre está húmeda, o que hay tan poco que hacer que
tenemos tiempo para matar un día completo en una librería
cercana (donde desayunamos y almorzamos en su cafetería
en silencio mientras Alex lee Murakami y yo tomo notas
para futuras referencia de la guía de Lonely Planet)20.
Nada de esto importa. Me la paso toda la semana
pensando, esto me está hablando.
Esto es lo que quiero por el resto de mi vida. Conocer
Nuevos lugares, gente nueva, experimentar cosas nuevas.
No me siento perdida, ni fuera de lugar aquí, no hay Linfield
del que escapar ni clases largas y aburridas a las que temer
volver. Solo estoy anclada en este momento.
—¿No te gustaría que siempre pudiéramos estar
haciendo esto? —le pregunto a Alex.
Él me mira por encima de su libro, y una esquina de su
boca se curva.
—No tendría mucho tiempo para leer.
—¿Qué pasa si prometo llevarte a una librería en cada
ciudad? —preguntó—. ¿Entonces dejarías la Universidad y
vivirás en una furgoneta conmigo?
Su cabeza se inclina hacia un lado mientras piensa.
—Probablemente no —dice. Lo cual no es una sorpresa
por una variedad de razones, incluido el hecho de que Alex
ama tanto sus clases que ya está investigando programas
de posgrado en inglés, mientras que yo me estoy
esforzando con Cs21.
—Bueno, tenía que intentarlo —digo con un suspiro.
Alex deja su libro.
—Te diré algo, puedes tener mis vacaciones de verano.
Las mantendré abiertos de par en par para ti, e iremos a
cualquier lugar que tú desees, y que podamos pagar.
—¿En serio? —digo, dudosa.
—Lo prometo. —Él extiende su mano y la estrechamos,
luego nos sentamos ahí sonriendo durante unos segundos,
sintiendo que acabamos de firmar un contrato que altera la
vida.
En nuestro penúltimo día, caminamos por la
tranquilidad de Cathedral Grove22 justo cuando sale el sol,
derramando una luz dorada sobre el bosque en pequeñas
gotas, y cuando salimos, conducimos directamente a un
pueblo llamado Coombs, cuya principal atracción es un
puñado de cabañas con techos de pasto y un rebaño de
cabras pastando sobre ellas. Les sacamos fotos, sacamos la
cabeza a través de un póster que ponen nuestras caras en
cuerpos de cabra pintados de forma tosca y pasamos dos
horas de lujo deambulando por un mercado lleno de
muestras de galletas, dulces y mermeladas.
En el último día de nuestro viaje, atravesamos la isla
hasta Tofino, la península en la que nos hubiéramos
quedado si no hubiéramos estado tratando de ahorrar hasta
el último centavo posible. Sorprendo a Alex con boletos
(quizás preocupantemente baratos) para un taxi acuático
que nos lleva a la isla sobre la que leí, con el sendero a
través de la selva tropical hasta las aguas termales.
Nuestro taxista acuático se llama Buck y no es mucho
mayor que nosotros, con una maraña de cabello amarillo
teñido por el sol que asoma por debajo de su sombrero de
malla. Es guapo de una manera absolutamente sucia, con
ese tipo de olor corporal específicamente playero mezclado
con pachulí. Debería ser repulsivo, pero lo hace funcionar.
El viaje en sí es un asunto violento, el motor del taxi es
tan fuerte que mi cabello está golpeando su cara por el
viento y tengo que gritarle al oído a Alex, para decirle:
—ESTO DEBE SER LO QUE SE SIENTE UNA ROCA
CUANDO SALTAS SOBRE EL AGUA —mi voz entra y sale con
cada golpe rítmico de la pequeña embarcación contra la
parte superior de las oscuras y agitadas olas.
Buck agita sus manos como si estuviera hablando con
nosotros durante todo el viaje (demasiado largo), pero no
podemos escucharlo, lo que nos hace a Alex y a mí reinos
descontroladamente después de los primeros veinte
minutos de monólogo inaudible.
—¿Y SI ESTÁ CONFESANDO UN DELITO AHORA MISMO?
—Alex grita.
—RECITANDO EL DICCIONARIO DE ATRÁS HACIA
ADELANTE —sugiero.
—O RESOLVIENDO ECUACIONES MATEMÁTICAS
COMPLEJAS —dice Alex.
—O COMUNICÁNDOSE CON LOS MUERTOS —digo.
—ESTO ES PEOR QUE…
Buck apaga el motor y la voz de Alex la sobrepasa.
Deja caer su voz en un susurro contra mi oído.
—Peor que volar.
—¿Se detuvo para matarnos? —susurro de vuelta.
—¿Era eso lo que estaba diciendo? —Alex sisea—. ¿Es
hora de entrar en pánico?
—Miren hacia allá —dice Buck, girando hacia la
izquierda en su silla y apuntando hacia adelante.
—¿En dónde nos va a matar? —Alex murmura y yo
convierto mi risa en tos.
Buck se gira con una amplia, torcida, pero ciertamente
hermosa sonrisa.
—Una familia de nutrias.
Un chillido muy agudo y cien por ciento genuino sale
disparado de mí cuando me pongo de pie y me inclino para
ver los pequeños bultos borrosos de piel flotando sobre las
olas, con las patas dobladas para que se muevan como una
sola, una criatura netamente destinada para el mar. Alex
viene a pararse detrás de mí, con sus manos ligeras sobre
mis brazos mientras se inclina sobre mí para ver.
—Está bien —dice—. Es hora de entrar en pánico. Eso
es jodidamente adorable.
—¿Podemos llevarnos uno a casa? —yo le pregunto—.
¡Ellos me están hablando!
Después de esto, la caminata a través de los
exuberantes helechos de la selva tropical y las cálidas y
terrosas aguas del manantial, aunque es asombroso, no se
puede comparar con ese viaje en taxi acuático.
Cuando nos ponemos nuestros trajes de baño y nos
metemos en la piscina cálida y nublada dentro de las rocas,
Alex dice:
—Vimos nutrias cogidas de la mano
—Le agradamos al universo —digo—. Este ha sido un
día perfecto.
—Un viaje perfecto.
—Aún no termina —le digo—. Una noche más.
Cuando el taxi acuático de Buck nos lleva a salvo al
puerto esa noche, nos adentramos en la pequeña choza que
usa la compañía como oficina para pagar.
—¿Dónde se están quedando chicos? —Buck pregunta
mientras toma los cupones que imprimí y teclea
manualmente su código en una computadora.
—Al otro lado de la isla —dice Alex—. Fuera de Nanoose
Bay.
Los ojos azules de Buck se elevan, y se intercalan entre
Alex y yo evaluándonos.
—Mis abuelos viven en Nanoose Bay.
—Parece que todos los abuelos de la Columbia
Británica podrían vivir en Nanoose Bay —le digo, y Buck
suelta una carcajada.
—¿Qué están haciendo ahí? —nos pregunta—, no es un
gran lugar para una pareja joven.
—Oh, no somos. . . —Alex se mueve incómodo de un
pie al otro.
—Somos como hermanos no biológicos —digo.
—Solo amigos —traduce Alex, pareciendo avergonzado
por mí, lo cual es comprensible porque puedo sentir mis
mejillas enrojecerse como langosta y mi estómago dar un
vuelco cuando los ojos de Buck se posan en mí.
Luego, vuelven a Alex, y él sonríe.
—Si no quieren conducir de regreso a la casa de
ancianos esta noche, mis compañeros de casa y yo tenemos
un patio y una carpa de repuesto. Son bienvenidos de
quedarse ahí, siempre tenemos gente que se queda con
nosotros.
Estoy bastante segura de que Alex no quiere dormir en
el suelo, pero me echa un vistazo y debe estar viendo cómo
me gusta mucho esa idea; este es exactamente el tipo de
giro inesperado sorpresa que esperaba que tomara este
viaje, porque deja escapar un suspiro casi imperceptible y
luego se vuelve hacia Buck con una sonrisa fija.
—Sí, eso sería genial, gracias.
—Genial, ustedes fueron mi último viaje, así que
déjenme cerrar y podemos irnos.
Mientras caminamos de regreso por el muelle, Alex le
pide la dirección para que podamos conectarla al GPS.
—No, hombre —dice Buck—. No es necesario conducir.
Resulta que la casa de Buck está en un camino corto y
empinado a media cuadra del muelle. Es una casa de dos
pisos, descolorida y gris, con un balcón en el segundo piso
cubierto con toallas secándose, trajes de baño y muebles
plegables de mala calidad. Hay una hoguera encendida en
el patio delantero, y aunque solo son las seis de la tarde,
hay una docena de tipos muy parecidos a Buck reunidos con
sandalias y botas de montaña o con los pies descalzos
cubiertos de tierra, bebiendo cerveza y haciendo acro—yoga
en la hierba mientras están en trance. La música suena a
través de un par de altavoces con cinta adhesiva en el
porche. Todo el lugar huele a hierba, como si fuera una
especie de Burning Man23 en miniatura de bajo precio.
—Todos —dice Buck mientras nos conduce colina arriba
—. Ellos son Poppy y Alex, son de. . . —Me mira por encima
del hombro, esperando.
—Chicago —digo, mientras Alex dice ‘Ohio’.
—Ohio y Chicago —repite Buck. La gente grita saludos
e inclina sus cervezas, y una chica delgada y musculosa con
un top corto tejido, nos trae a Alex y a mí una botella, Alex
se esfuerza por no mirar su estómago mientras Buck
desaparece en el círculo de personas alrededor del fuego,
dándonos la espalda para abrazarse con un puñado de
personas.
—Bienvenido a Tofino —dice—. Soy Daisy.
—¡Otra flor! —yo digo—. Pero al menos no usan el tuyo
para hacer opio.
—No he probado el opio —dice Daisy pensativa—. Me
quedo con el LSD y los hongos. Bueno, y la marihuana,
obviamente.
—¿Has probado esas gomitas para dormir? —preguntó.
—Esas cosas son jodidamente increíbles.
Alex tose.
—Gracias por la cerveza, Daisy.
Ella guiña un ojo.
—Un placer. Soy del comité de bienvenida, y la guía
turística.
—Oh, ¿tú también vives aquí? —pregunto.
—A veces —dice ella.
—¿Quién más lo hace? —dice Alex.
—Mmm. —Daisy se voltea, recorre la multitud y señala
vagamente—. Michael, Chip, Tara, Kabir, Lou. —Ella recoge
su cabello oscuro de su espalda y lo tira hacia un lado de su
cuello mientras continúa—. Mo, Quincy a veces; Lita lleva
aquí un mes, pero creo que se marchará pronto. Consiguió
un trabajo como guía de rafting en Colorado, ¿qué tan lejos
está Chicago de ahí? Deberías buscarla si alguna vez vas a
visitarla.
—Genial —dice Alex—. Tal vez.
Buck reaparece entre Alex y yo, con un porro metido en
la boca y nos rodea con un brazo despreocupado.
—¿Ya te ha dado Daisy el recorrido?
—Estaba a punto de hacerlo —dice.
Pero de alguna manera, no termino en un recorrido por
esta casa húmeda. Termino sentada en una silla de plástico
agrietada junto al fuego con Buck y, ¿creo? Chip y Lita, la
chica que pronto será guía de rafting. Están clasificando las
películas de Nicolas Cage según varios criterios como azules
y morados profundos del anochecer que se funden azules y
negros más profundos de la noche, el cielo estrellado parece
desplegarse sobre nosotros como una gran manta punteada
por la luz.
Lita se ríe fácilmente, lo que siempre pensé que era un
rasgo criminalmente subestimado, y Buck es tan relajado
que indirectamente quiero fumar para compartir una silla
con él, y luego me drogo directamente cuando comparte su
porro conmigo.
—¿No te encanta? —pregunta con entusiasmo cuando
le doy cuantas caladas.
—Me encanta —digo. A decir verdad, creo que está
bien, y además, si estuviera en cualquier otro lugar, creo
que incluso lo odiaría, pero esta noche es perfecta porque
hoy es perfecto, este viaje es perfecto.
Alex vuelve a verme después de su recorrido, momento
en el que, sí, estoy sentada acurrucada en el regazo de
Buck con su sudadera envuelta alrededor de mis fríos
hombros.
—¿Estás bien? —Alex me pregunta desde el otro lado
del fuego.
Asiento con la cabeza.
—¿Tú?
Él asiente con la cabeza, luego Daisy le pregunta algo y
él se da la vuelta, entablando conversación con ella. Echó la
cabeza hacia atrás y miró más allá de la línea de la
mandíbula sin afeitar de Buck hacia las estrellas que están
muy por encima de nosotros.
Creo que podría soportarlo si esta noche durara tres
días más, pero finalmente el cielo está cambiando de color
de nuevo, la niebla de la mañana silba sobre la hierba
húmeda mientras el sol se asoma sobre un horizonte en
algún lugar a la distancia. La mayor parte de la multitud se
ha ido, Alex incluido, y el fuego se ha reducido a cenizas
cuando Buck me pregunta si quiero entrar, y le digo que sí.
Casi le digo que ir adentro me habla, luego recuerdo
que no es una broma mundial, es solo una de las mías y de
Alex, y realmente no quiero decírselo a Buck después de
todo.
Me alivia descubrir que tiene una habitación propia,
incluso si es del tamaño de un armario con un colchón en el
suelo vestido con nada más que dos sacos de dormir
abiertos en lugar de ropa de cama. Cuando él me besa, es
áspero y rasposo y sabe a hierba y cerveza, pero solo he
besado a dos personas antes de esto y uno de ellos era
Jason Stanley, así que esto sigue yendo muy bien en mi
libro. Sus manos están confiadas, aunque un poco
perezosas, para igualar al resto de él, y pronto nos subimos
al colchón, con las manos atrapadas en el cabello enredado
por el agua de mar del otro, y las caderas juntas.
El tiene un lindo cuerpo, Creo, que del tipo que está en
su mayoría duro por un estilo de vida activo con un poco de
pudor por entregarse a sus diversos vicios. No como el de
Alex, que se ha hecho en el gimnasio durante años con
disciplina y cuidado. No es que el cuerpo de Alex no sea
genial, es genial.
Y no es que haya ninguna razón para comparar a los
dos, o a sus cuerpos, de verdad. Es una especie de desastre
que el pensamiento incluso se me viniera a la cabeza.
Pero es solo porque Alex tiene el tipo de cuerpo al que
estoy acostumbrada y también es del tipo que espero no
tocar nunca. La gente como Alex, cuidadosa, concienzuda,
de gimnasio, reservada, tiende a optar por gente como
Sarah Torval, la que lo consiente y cuida, y es crush de Alex
de la biblioteca.
Mientras que las personas como yo son más propensas
a terminar besándose con personas como Buck con sus
colchones en el piso y encima de su cama de bolsas para
dormir abiertas.
Él es todo lengua y manos, pero aun así es divertido,
besar a este casi extraño, tener un ferviente y agradecido
permiso para tocarlo, es como practicar. Práctica perfecta y
divertida con un chico que conocí en vacaciones, que no
tiene nada que ver con mi vida real. Quién conoce solo a
esta Poppy, y no necesita más que eso.
Nos besamos hasta que mis labios se sienten
magullados y nuestras camisas desaparecen y luego me
siento en la oscuridad del amanecer, recuperando el aliento.
—No quiero tener sexo, ¿de acuerdo?
—Oh, de acuerdo —dice a la ligera, sentándose contra
la pared—. Eso es genial. Sin presión.
Y no parece sentir ningún indicio de incomodidad por
esto, pero tampoco me atrae hacia él para que me bese de
nuevo. Se sienta ahí por un minuto, como si estuviera
esperando algo.
—¿Qué? —digo.
—Oh. —Mira hacia la puerta y luego a mí—. Solo pensé,
que si no quieres ligar…
Y luego lo comprendo.
—¿Quieres que me vaya?
—Bueno…—Él da una media risa tímida (o avergonzada
para él, de todos modos) que todavía suena como un
ladrido—. Quiero decir, si no vamos a tener sexo, entonces
podríamos. . .
Se queda en silencio, y ahora mi propia risa me toma
por sorpresa.
—¿Vas a ligar con alguien más?
Parece realmente preocupado cuando dice
—¿Eso te hace sentir mal?
Le devuelvo la mirada durante tres segundos
completos.
—Mira, si quisieras tener sexo, estaría. . . Yo quiero.
Definitivamente lo hago, pero como tú no quieres. . . ¿Estás
enojada?
Me eché a reír.
—No —digo, poniéndome la camisa de nuevo—. En
realidad, no estoy realmente enojada. Aprecio la
honestidad.
Y lo digo en serio, porque es solo Buck, un tipo que
conocí en vacaciones, y considerando todas las cosas, ha
sido una especie de caballero.
—Está bien, genial —dice, y muestra esa sonrisa
relajada suya, que casi brilla en la oscuridad—. Me alegro de
que estemos bien.
—Estamos bien —estoy de acuerdo—. Pero... ¿dijiste
algo sobre una tienda de campaña?
—Cierto. —Se golpea la frente con la mano—. La roja y
negra de enfrente es toda tuya, chica.
—Gracias, Buck —le digo, y me pongo de pie—. Por
todo.
—Oye, espera un segundo. —Se inclina y agarra una
revista del suelo al lado de su colchón, busca un marcador,
luego garabatea algo en el borde blanco de una página y lo
arranca—. Si alguna vez vuelves a la isla —dice—, no te
quedes en el barrio de mis abuelos, ¿de acuerdo? Solo ven y
quédate aquí. Siempre tenemos espacio.
Con eso, salgo de la casa, pasó por habitaciones que ya
están —todavía— tocando música y puertas a través de las
cuales emanan suaves suspiros y gemidos.
Afuera, bajo los escalones del porche que están
cubiertos de rocío y me dirijo a la tienda roja y negra. Estoy
bastante segura de que vi a Alex desaparecer dentro de la
casa con Daisy hace horas, pero cuando abro la cremallera
de la tienda, él está profundamente dormido en ella. Me
meto dentro con cuidado, y cuando me acuesto a su lado,
apenas abre sus ojos hinchados por el sueño y susurra:
—Hola.
—Hola —digo—. Lamento despertarte.
—Está bien —dice—. ¿Cómo pasaste la noche?
—Estoy bien —le digo—. Me besé con Buck.
Sus ojos se abren por un segundo antes de encogerse
de nuevo y volver a sus entrecerrados ojos por el sueño.
—Wow —gruñe, luego trata de tragarse una chispa de
risa somnolienta—. ¿Coinciden las cortinas con los
preocupantes cobertores?
Riendo, le doy un empujón a su pierna con el pie.
—No te lo dije para que pudieras burlarte de mí.
—¿Te dijo lo que estaba diciendo todo ese tiempo en el
taxi acuático? —Alex pregunta a través de otra carcajada—.
¿Cuántas personas estaban en la hamaca contigo?
Empiezo a reír con tanta fuerza que las lágrimas se me
escapan por las comisuras de los ojos.
—Él... me saco… —Es difícil pronunciar las palabras
entre carcajadas, pero eventualmente lo consigo— . . .me
echó cuando le dije que no quería tener sexo.
—Oh, Dios mío —dice Alex, sentándose sobre su codo,
el saco de dormir cae de su pecho desnudo y su cabello
baila por la estática—. Qué idiota.
—No —digo—. Estuvo bien. Solo quería tener un poco, y
si no de mí, fácilmente hay cuatrocientas chicas más en
este medio acre de bosques hundidos.
Alex se deja caer sobre su almohada.
—Sí, bueno, todavía creo que eso es una mierda.
—Hablando de chicas —digo, sonriendo.
—¿Nosotros... lo hacemos? —dice Alex.
—¿Te acostaste con Daisy?
Él pone los ojos en blanco.
—¿Crees que me enganché con Daisy? —como lo dice
de esa forma pareciera que sí.
Alex pone su brazo debajo de la almohada.
—Daisy no es mi tipo.
—Es cierto —digo—. Ella no se parece en nada a Sarah
Torval.
Alex vuelve a poner los ojos en blanco y luego los cierra
por completo.
—Vete a dormir, bicho raro.
A través de un bostezo, digo
—El sueño me llama
 
11
Este Verano
 

Hay muchas sillas vacías disponibles en la piscina del


complejo Desert Rose, todos están en el agua así que Alex y
yo ubicamos nuestras toallas en las sillas de la esquina.
Hace una mueca cuando se sienta.
—El plástico está caliente.
—Todo está caliente. —Me siento a su lado y me quito
la salida de baño.
—¿Qué porcentaje de esa piscina crees que ya es
orines? —pregunto, inclinando mi cabeza hacia donde hay
muchos bebés con sombrero para el sol chapoteando en los
escalones con sus padres.
Alex hace una mueca.
—No digas eso.
—¿Por qué no?
—Porque hace tanto calor que me voy a meter en el
agua de todos modos, y no quiero pensar en eso. —Él mira
hacia otro lado mientras se saca la camiseta blanca por la
cabeza, luego la dobla y gira para dejarla en el suelo detrás
de él, los músculos de su pecho y estómago se tensan en el
proceso.
—¿Cómo te has hecho más marcado? —pregunto.
—No lo he hecho. —Saca el bloqueador solar de mi
bolso de playa y se pone un poco en la mano.
Miro mi propio estómago, colgando sobre el apretado
resaltador naranja de la parte inferior de mi bikini. En los
últimos años, mi estilo de vida de cócteles en avión y
burritos, gyros24 y fideos nocturnos ha comenzado a
llenarme y ablandarme.
—Bien —le digo a Alex—, entonces te ves exactamente
igual, mientras que al resto de nosotros se nos empiezan a
caer los ojos, los senos y el cuello, y tenemos más y más
estrías, marcas de viruela y cicatrices.
—¿De verdad quieres parecerte a tu yo de dieciocho
años? —pregunta, y comienza a untar grandes gotas de
bloqueador solar en sus brazos y pecho.
—Si —Tomo protector solar y me pongo un poco en los
hombros—. Pero me conformaría con veinticinco.
Alex niega con la cabeza, luego la inclina mientras se
pone más bloqueador solar en el cuello.
—Te ves mejor que en ese entonces, Poppy.
—¿En serio? Porque la sección de comentarios en mi
Instagram no estaría de acuerdo —digo.
—Esas son tonterías —dice—. La mitad de las personas
en Instagram nunca han vivido en un mundo en el que no se
editaran todas las fotos. Si te vieran en la vida real, se
desmayarían. Todos mis estudiantes están obsesionados
con esta modelo de Instagram que es completamente CGI25.
Esta chica animada literalmente parece un personaje de
videojuego y cada vez que la cuenta pública, todos
enloquecen por lo hermosa que es.
—Oh, sí, conozco a esa chica —le digo—. Quiero decir,
no la conozco. Ella no es real, pero conozco la cuenta. A
veces me echo clavados profundos leyendo los comentarios.
Tiene una rivalidad con otra modelo CGI, ¿quieres que cubra
la espalda?
—¿Qué? —Él mira hacia arriba, confundido.
Levanto la botella de bloqueador solar.
—¿Tu espalda? Está frente al sol en este momento.
—Oh, si. Gracias. —Se da la vuelta y agacha la cabeza,
pero todavía es lo suficientemente alto como para tener que
sentarme sobre mis rodillas para conseguir el lugar entre
sus omóplatos—. De todas maneras. —Se aclara la garganta
—. Los chicos saben que me repugnan seriamente ese tipo
de cosas, así que siempre intentan engañarme para que
mire fotos de esa chica falsa, solo para verme enojado. Es
como sentirme mal por hacerte esa Carita de perrito
regañado todos estos años.
Mis manos se quedan quietas en sus hombros cálidos y
pecosos por el sol, y mi estómago se aprieta.
—Me entristecería si dejaras de hacer eso.
Me mira por encima del hombro, su perfil se ve
reflejado en una sombra fría azul mientras el sol cae sobre
él desde el otro lado. Por un milisegundo, siento un
cosquilleo por su cercanía, por la sensación de los músculos
de sus hombros bajo mis manos y la forma en que su
colonia se mezcla con la dulzura de coco del bloqueador
solar y la forma en que sus ojos color avellana se fijan en mí
con firmeza.
Es un milisegundo que pertenece a ese otro cinco por
ciento, el de qué pasaría si.
Si me inclinara hacia adelante y lo besara por encima
del hombro, deslizara su labio inferior entre mis dientes,
retorciendo mis manos en su cabello hasta que se diera la
vuelta y me atrajera hacia su pecho.
Pero no hay más espacio para ese qué pasaría si, y lo
sé. Creo que él también lo sabe, porque se aclara la
garganta y aparta la mirada.
—¿Quieres que yo también te aplique en la espalda?
—Mm hm —me las arreglo, y ambos nos volvemos a
dar la vuelta para que ahora esté de espaldas a mí, y todo
el tiempo que sus manos están sobre mí, estoy tratando
activamente de no registrarlo. Tratando de no sentir algo
más caliente que el sol de Palm Springs reuniéndose detrás
de mi ombligo mientras sus palmas me acarician
suavemente.
No importa que haya bebés chillando, gente riendo y
preadolescentes saltando a la piscina en espacios
demasiado pequeños. No hay suficientes estímulos en este
grupo ocupado para distraerme, así que paso a un plan B
elaborado apresuradamente.
—¿Hablaste alguna vez con Sarah? —dejo escapar, mi
voz es un poco más alta de lo habitual.
—Um. —Las manos de Alex se levantan de mí—.
Algunas veces. Ya terminé, por cierto.
—Genial. Gracias. —Me doy la vuelta y me vuelvo a
ubicar en mi silla, poniendo un buen pie de distancia entre
nosotros—. ¿Sigue enseñando en East Linfield? —Con lo
competitivos que eran los trabajos de docencia en esos
tiempos, parecía un sueño cuando ambos encontraron
puestos en la misma escuela y se mudaron de regreso a
Ohio, luego se separaron.
—Si. —Él mete la mano en mi bolso y saca las botellas
de agua que llenamos con los granizados de margarita
prefabricados que obtuvimos en CVS26. Me entrega uno de
ellos—. Ella todavía está ahí.
—Así que deben verse mucho —le digo—. ¿Es
incómodo?
—No, en realidad no —me dice.
—¿Realmente no se ven mucho o no es realmente
incómodo?
Compra algo de tiempo con un largo trago en la botella
de agua.
—Uhh, supongo que ninguno de los dos.
—Es... ¿Ella está viendo a alguien? —pregunto.
—¿Por qué? —dice Alex—. Pensé que ella no te caía
bien.
—Sí —digo, la vergüenza corre por mis venas como una
droga de efecto rápido—. Pero a ti sí, así que quiero
asegurarme de que estás bien.
—Estoy bien —dice, pero suena incómodo, así que lo
dejo.
No hablar de Ohio, no hablar sobre el cuerpo
ridículamente en forma de Alex, no mirarlo a los ojos a
menos de quince centímetros de distancia, y no mencionar
a Sarah Torval.
Yo puedo hacer eso. Creo.
—¿Deberíamos meternos en el agua? —pregunto.
—Por supuesto.
Pero a medida que nos abrimos paso entre la manada
de bebés para bajar los escalones de la piscina,
rápidamente queda claro que esta no es la solución a la
incomodidad entre nosotros. Por un lado, el agua, con todos
los cuerpos parados (y potencialmente orinando) en ella, se
siente casi tan caliente como el aire y de alguna manera
aún más desagradable.
Por otro lado, hay tanta gente que tenemos que estar
tan cerca que los dos tercios superiores de nuestro cuerpo
casi se tocan. Cuando un hombre fornido con un sombrero
de camuflaje pasa por mi lado, choco con Alex y un rayo de
pánico me atraviesa al sentir su estómago resbaladizo
contra el mío. Me agarra por las caderas estabilizándome y
alejándome a la vez, de regreso al lugar que me
corresponde a dos pulgadas de él.
—¿Estás bien? —me pregunta.
—Mm hm —digo, porque todo lo que realmente puedo
concentrarme es en la forma en que sus manos se
extienden sobre mis huesos de la cadera. Espero que haya
mucho de eso en este viaje. El mm—hm, no las gigantescas
manos de Alex en mis caderas.
Me suelta y estira el cuello por encima del hombro,
mirando hacia nuestras cosas.
—Quizás deberíamos leer hasta que haya menos gente
—sugiere.
—Buena idea. —Lo sigo en un camino zigzagueante de
regreso a los escalones de la piscina, al cemento ardiente, a
las toallas demasiado cortas extendidas en las sillas, donde
nos tumbamos a esperar. Él saca una novela de Sarah
Waters, que termina pronto, luego sigue con un libro de
Augustus Everett, yo sacó el último problema de R+R,
planeando echarle un vistazo a todo lo que no escribí. Tal
vez encuentre una chispa de inspiración que pueda llevarle
a Swapna para que no se enoje conmigo.
Finjo leer durante dos horas sudorosas y la piscina
nunca se vacía.
 

Tan pronto como abramos la puerta del apartamento,


sé que las cosas van a empeorar.
—Qué demonios —dice Alex, siguiéndome al interior.
—¿Se puso más caliente? —Me apresuro al termostato
y leo los números iluminados ahí—. ¡¿Ochenta y dos?!
—¿Quizás lo estamos presionando demasiado? —
sugiere Alex, acercándose a mí—. Veamos si podemos
bajarlo a ochenta por lo menos.
—Sé que ochenta es, técnicamente hablando, mejor
que ochenta y dos, Alex —digo—, pero todavía nos vamos a
morir si tenemos que dormir a ochenta grados de
temperatura.
—¿Deberíamos llamar a alguien? —pregunta Alex.
—¡Sí! ¡Definitivamente deberíamos llamar a alguien!
¡Buena idea! —Busco mi teléfono en la bolsa de playa y
busco en mi correo electrónico el número de teléfono del
anfitrión. Presiono llamar y suena tres veces antes de que
una voz ronca y humeante se escuche por la línea.
—¿Sí?
—¿Nikolai?
Dos segundos de silencio.
—¿Quién es?
—Soy Poppy Wright. ¿Me quedo en 4B?
—Okey.
—Estamos teniendo problemas con el termostato.
Esta vez, hay tres segundos de silencio.
—¿Intentaste buscarlo en Google?
Ignoro la pregunta y sigo adelante.
—Estaba fijado a ochenta grados cuando llegamos aquí.
Intentamos bajarlo a setenta, hace dos horas y ahora está
en ochenta y dos.
—Oh, sí —dice Nikolai—. Lo estás presionando
demasiado.
Supongo que Alex puede escuchar lo que dice Nikolai,
porque asiente, como diciendo te lo dije.
—¿Entonces… no lo puedes arreglar... para que esté
más frío, más bajo de setenta y ocho? —le digo—. Porque
eso no estaba en la publicación, ni tampoco la construcción
afuera de ...
—Solo puedes hacer un anuncio a la vez, cariño —dice
Nikolai con un suspiro pesado—. ¡No puedes simplemente
bajar un termostato a setenta grados! ¿Y quién se queda
con un apartamento a setenta grados de todos modos?
Alex y yo intercambiamos una mirada.
—Sesenta y siete —susurra.
Sesenta y cinco, digo, haciéndole un gesto.
—Bueno…
—Mira, mira, mira, cariño —Nikolai me interrumpe de
nuevo—. Bájalo a ochenta y uno. Cuando baje a ochenta y
uno, bájalo a ochenta. Luego bájalo a setenta y nueve, y
cuando baje a setenta y nueve, ponlo en setenta y ocho, y
una vez que sean setenta y ocho...
—...continúa y le cortaré la cabeza —susurra Alex,
aparto el teléfono de mí antes de que Nikolai pueda oírme
reír.
Lo arrastro de vuelta a mi mejilla, y Nikolai todavía me
está explicando cómo contar hacia atrás desde ochenta y
dos.
—Lo tengo —digo—. Gracias.
—No hay problema —dice Nikolai con otro suspiro—.
Que tengas una buena estadía, cariño.
Cuando cuelgo, Alex vuelve al termostato y lo vuelve a
subir a ochenta y uno.
—Está en eso, no avanza literalmente a nada.
—Si no podemos hacer que funcione… —Me
desvanezco cuando toda la fuerza de nuestra situación me
golpea. Iba a decir que, si no podíamos hacerlo funcionar,
simplemente nos reservaría una habitación de hotel con la
tarjeta R+R.
Pero por supuesto que no podemos.
Podría ponerlo en mi propia tarjeta de crédito, pero,
viviendo en Nueva York, en un apartamento demasiado
bonito para mí, en realidad no tengo una tonelada de
ingresos prescindibles. Las ventajas de mi trabajo son
posiblemente la mayor forma de ingresos. Podría intentar
conseguirnos una habitación a través de un intercambio
publicitario, pero he estado holgazaneando en mis redes
sociales y blogs, y no estoy segura de tener suficiente
influencia. Además, muchos lugares no harán eso con
influencers. Algunos incluso capturarán sus solicitudes de
correo electrónico y las publicarán en línea para
avergonzarlos. No es que yo sea George Clooney, solo soy
una chica que toma fotografías bonitas; podría conseguirnos
un descuento, una habitación libre es poco probable.
—Vamos a encontrar algo —dice Alex—. ¿Quieres
ducharte primero, o lo hago yo?
Puedo decir por la forma en que mantiene sus brazos
ligeramente alejados de su cuerpo que está desesperado
por estar limpio, y si se mete a la ducha ahora, tal vez hasta
consiga bajar la temperatura unos grados mientras tanto.
—Adelante —le digo, y él se escabulle.
Todo el tiempo que puedo escuchar el agua correr,
estoy caminando. Desde la cama plegable hasta el balcón
envuelto en plástico y el termostato. Finalmente, baja a
ochenta y uno, y reprogramo la temperatura a ochenta y
sigo caminando.
Después de decidir documentar esto para poder
informar a Airbnb e intentar recuperar algo de dinero, tomó
fotografías del sofá cama y el porche; afortunadamente, la
construcción de arriba ha cesado por hoy, así que al menos
está tranquilo, el zumbido de la conversación y salpicaduras
de agua que suben desde la piscina, luego regreso al
termostato, que baja a ochenta ahora, para tomar una foto
de eso también.
Justo cuando estoy reajustando la temperatura a
setenta y nueve, la ducha se apaga, así que balanceo mi
maleta sobre la silla plegable, abro la cremallera de la bolsa
y comienzo a buscar algo liviano para la cena.
Alex sale del baño envuelto en una nube de vapor con
una toalla envuelta alrededor de su cintura, con una de sus
manos asegurándola en la cadera mientras la otra pasa por
su cabello mojado, dejándolo levantado y desordenado.
—Tu turno —dice, pero me toma un segundo calcular a
través de la neblina de su torso largo y delgado y la afilada
forma de su cadera izquierda.
¿Por qué es tan diferente ver a alguien con una toalla
que en traje de baño? Hace treinta minutos, Alex estaba
técnicamente más desnudo que esto, pero ahora, las suaves
líneas de su cuerpo se sienten más escandalosas. Siento
que toda la sangre de mi cuerpo está saliendo a la
superficie, presionando contra mi piel para que cada
centímetro de mí esté más alerta.
Nunca solía ser así. Todo esto se debe a Croacia.
¡Maldito seas tú y tus hermosas islas, Croacia!
—¿Poppy? —Alex dice.
—Mm hm —digo, luego recuerdo al menos agregar—.
Sí. —Vuelvo a mi bolso y agarro un vestido, un sostén y ropa
interior al azar—. Okey, la habitación es toda tuya.
Me apresuro al baño lleno de vapor y cierro la puerta
mientras me quito la parte superior del bikini solo para
congelarme, aturdida al ver una enorme cápsula de vidrio
teñido de azul que ocupa una pared completa, con un
asiento reclinado en ambos lados, como si fuera una
especie de ducha grupal de Los Supersónicos.
—Ay, Dios mío. —Estoy segura de que no estaba en las
fotografías. De hecho, toda esta habitación es irreconocible
desde la del sitio web, transformada de los grises sutiles y
playeras de su antiguo yo en el azul brillante y los blancos
estériles de la vista hipermoderna que tengo ante mí.
Tomo una toalla del perchero, me envuelvo con ella y
abro la puerta.
—Alex, ¿por qué no dijiste nada sobre el...?
Alex agarra su toalla y se la pone a su alrededor y yo
hago todo lo posible para retomar el lugar donde falló mi
oración y fingir que eso no sucedió.
—...baño de la nave espacial?
—Supuse que lo sabías —me dice Alex, su voz un poco
ronca—. Tú reservaste este lugar.
—Deben haberlo remodelado desde que se tomaron las
fotos —digo—. ¿Cómo averiguaste cómo hacer funcionar
esa cosa?
—Honestamente —dice Alex—, lo más difícil fue
arrebatarle el control al sistema de inteligencia artificial al
estilo 2001: Odisea del espacio. Después de eso, el mayor
problema fue que seguí mezclando los controles del sexto
cabezal de ducha con los del masajeador de pies.
Es suficiente para romper la tensión. Me disuelvo en la
risa y él también, y deja de importar tanto que estamos aquí
parados en nuestras toallas.
—Este lugar es el purgatorio —digo. Todo es lo
suficientemente bueno como para hacer que los problemas
sean mucho más evidentes.
—Nikolai es un sádico —coincide Alex.
—Sí, pero es un sádico con un baño de nave espacial.
—Me regreso al baño para estudiar de nuevo la ducha de
múltiples cabezales y asientos.
Me echo a reír de nuevo y me inclino hacia atrás para
encontrar a Alex ahí de pie, sonriendo. Se ha puesto una
camiseta sobre la parte superior del cuerpo húmedo, pero
no se ha arriesgado a cambiar la toalla.
Vuelvo al baño.
—Está bien, te dejaré bailar desnudo por el
apartamento en privado ahora. Usa tu tiempo sabiamente.
—¿Es eso lo que haces? —Alex dice—. ¿Bailar desnuda
por el apartamento cada vez que estoy en la otra
habitación? Lo haces, ¿no?
Me alejo girando mientras cierro la puerta.
—¿No te gustaría saberlo, Porny Alex?
 
12
Hace Nueve Veranos
 

A pesar de que Alex pasó la mayoría de su tiempo libre


del tercer año tomando turnos en la biblioteca (yo por lo
tanto pasé cada momento libre sentada en el suelo detrás
del escritorio de referencia comiendo Twizzlers y
burlándome de él cada vez que Sarah Torval pasaba
tímidamente por ahí), no hay dinero para un gran viaje este
verano.
Su hermano menor comenzará la universidad el
próximo año, sin mucha ayuda financiera y Alex, siendo un
santo entre los simples hombres, está ahorrando todos sus
ingresos para la matrícula de Bryce.
Cuando me dio la noticia, Alex dijo:
—Entiendo si quieres ir a París sin mí.
Mi respuesta fue instantánea.
—París puede esperar. En su lugar, visitemos nuestro
París.
Él arqueó una ceja.
—¿Cuál es?
—Dah —dije—. Nashville.
Él se rio encantado. Me encantaba deleitarlo, vivía para
ello. Tenía urgencia por hacer que esa cara seria se
rompiera, y últimamente no había habido suficiente de eso.
Nashville está a solo cuatro horas en automóvil de
Linfield y, milagrosamente, la camioneta de Alex sigue
funcionando. Así que Nashville será.
Cuando llega por mi en la mañana de nuestro viaje,
todavía estoy empacando, y papá lo hace sentarse y
responder una serie de preguntas al azar mientras termino.
Mientras tanto, mi mamá se cuela en mi habitación con algo
escondido detrás de su espalda, cantando.
—Hoolaa, cariño.
Miró por encima de la explosión de colores hecha por
mi ropa, que está en mi maleta.
—¿Holaa?
Ella se sienta en mi cama, con las manos aún en su
espalda.
—¿Qué estás haciendo? —le pregunto—. ¿Estás
esposada? ¿Nos están robando? Parpadea dos veces si no
puedes decir nada.
Ella saca lo que tenía escondido e Inmediatamente
grito y se lo quitó de las manos tirándolo al suelo.
—¡Poppy! —me dice fuertemente.
—¡¿Poppy?! —le digo—. ¡Nada de Poppy! ¡Mamá! ¿Por
qué llevas una caja grande de condones en la espalda?
Ella se inclina y la recoge. No está abierto
(¿afortunadamente?), por lo que no se derramó nada.
—Simplemente pensé que es hora de que hablemos de
esto.
—Uh uh. —Niego con la cabeza—. Son las nueve y
veinte de la mañana. No es el momento de hablar de esto.
Suspira y deja la caja encima de mi maleta que parece
que está a punto de explotar.
—Solo quiero que ustedes, chicos se cuiden. Tienes
mucho qué explorar. ¡Queremos que todos tus sueños más
locos se hagan realidad, cariño!
Mi corazón tartamudea. No porque mi mamá esté
insinuando que Alex y yo estamos teniendo sexo, ahora que
se me ocurrió, por supuesto que eso es lo que ella piensa.
Pero sé que está recalcando la importancia de terminar
la universidad, lo cual todavía no le he dicho que no planeo
hacerlo.
Solo le dije a Alex que no volveré el año que viene. He
estado esperando para contarle a mis padres hasta después
del viaje para que no ocurra ningún inconveniente.
Mis padres son un gran apoyo, pero eso se debe en
parte a que ambos querían ir a la universidad y ninguno de
ellos tenía el apoyo para hacerlo. Siempre han asumido que
cualquier sueño que yo pueda tener va ligado con algún
título universitario.
Pero a lo largo del año escolar, la mayor parte de mis
sueños y energía se han dedicado a viajar: viajes de fin de
semana y breves períodos durante las vacaciones de la
escuela, generalmente sola, pero a veces con Alex
(acampar, porque eso es lo que podemos pagar), o con mi
compañera de cuarto, Clarissa, una chica hippie adinerada
que conocí en una reunión informativa sobre programas de
estudios en el extranjero a finales del año pasado (visitamos
las casas del lago que cada uno de sus padres tiene por
separado).Cursará su último año en Viena y obtendrá
créditos en historia del arte para eso, pero cuanto más
consideraba cualquiera de esos programas, menos
interesada estuve.
No quiero ir a Australia solo para pasar todo el día en
un aula, y no quiero acumular miles de deudas más solo
para tener una experiencia académica en Berlín. Para mí,
viajar es deambular, conocer gente que no esperas, hacer
cosas que nunca has hecho, y aparte de eso, todos esos
viajes de fin de semana han comenzado a dar sus frutos.
Solo he estado escribiendo en un blog durante ocho meses
y ya tengo algunos miles de seguidores en las redes
sociales.
Cuando me enteré de que no cumplí con el requisito
general de ciencias biológicas y, por lo tanto, me tomaría un
semestre más para graduarme, esa fue la gota que colmó el
vaso.
Y les voy a contar todo esto a mis padres y, de alguna
manera, encontraré la manera de hacerles entender que la
escuela no es lo adecuado para mí como lo es para
personas como Alex, pero hoy no es ese día. Hoy iremos a
Nashville, y después del último semestre, todo lo que quiero
es liberarme.
Simplemente no en la forma en que mi madre está
insinuando.
—Mamá —le digo—. No voy a tener sexo con Alex.
—No tienes que decirme nada —responde ella con un
asentimiento sereno, tranquilo y sereno, aunque esa
tranquilidad se pierde por completo a medida que continúa
—: Solo necesito saber que estás siendo responsable. ¡Dios
mío, no puedo creer lo mayor que eres! Me pongo a llorar
solo de pensar en eso. ¡Pero aún tienes que ser
responsable! Sin embargo, estoy segura de que sí. ¡Eres una
chica tan inteligente! Y siempre te has conocido a ti misma.
Estoy tan orgullosa de ti, cariño.
Estoy siendo más responsable de lo que ella cree. Si
bien me he besado con algunos tipos diferentes durante el
último año, e hice más que eso con uno, todavía me he
mantenido bastante segura en el carril lento. Cuando le
admití esto a Clarissa durante un viaje a la casa del lago de
su madre en la orilla más alejada del lago Michigan, sus ojos
se abrieron como si estuviera mirando una piscina de
visiones, y dijo de esa manera airada:
—¿Qué estás esperando?
Solo me encogí de hombros. La verdad es que no estoy
segura. Me imagino que lo sabré cuando lo vea.
A veces pienso que estoy siendo demasiado práctica,
que no es algo de lo que me hayan acusado nunca, pero con
esto, a veces siento que estoy esperando las circunstancias
perfectas para una Primera Vez.
Otras veces creo que podría tener algo que ver con
Porny Poppy. Después de todo eso, soy incapaz de
perderme en un momento, en una persona.
Tal vez solo necesito tomar una decisión, elegir a
alguien de mi lista de crushes que tengo por algunos chicos
con los que Alex y yo nos encontramos habitualmente en las
fiestas. La gente del departamento de inglés de con él, o de
la facultad de comunicaciones conmigo, o cualquiera de los
otros personajes que aparecen en nuestras vidas.
Pero por ahora, tengo esperanza, esperando ese
momento mágico en el que se sienta bien con una persona
en particular.
Esa persona no va a ser Alex.
En realidad, si tuviera que elegir a alguien,
probablemente lo sería. Sería sincera con él, le explicaría lo
que quiero hacer y por qué, y probablemente insistiría en
que ambos firmáramos algo con sangre diciendo que solo
sucedería una vez y que nunca volveríamos a hablar de ello.
Pero incluso si se trata de eso, hago un voto silencioso
y solemne en este momento, no usaré un condón de la caja
que mi mamá acaba de meter en mi maleta.
—De verdad, de verdad te juro que no necesito estos —
digo.
Ella se pone de pie y palmea la caja.
—Quizás no ahora, pero ¿por qué no aferrarse a ellos?
Por si acaso. Además, ¿tienes hambre? Tengo galletas en el
horno y, mierda, me olvidé de iniciar el lavavajillas.
Ella se apresura a salir de la habitación y yo termino de
empacar, luego arrastro mi maleta hacia abajo. Mamá está
en la isla, cortando plátanos para el pan de plátano,
mientras las galletas se enfrían, y Alex está sentado de
manera muy rígida junto a mi padre.
—¿Listo? —le digo, y se levanta del asiento como
diciendo nací listo para no sentarme junto a tu intimidante
padre.
—Si. —Se frota las manos por la parte delantera de sus
pantalones—. Si. —Es en ese momento que él nota la caja
de condones debajo de mi brazo.
—¿Esto? —le digo—. Estos son solo quinientos
condones que mi mamá me dio en caso de que nosotros
empecemos a follarnos.
Alex se sonroja.
—¡Poppy! —me dice mamá
Papá mira por encima del hombro, horrorizado.
—¿Desde cuándo ustedes dos están románticamente
involucrados?
—Yo no... nosotros no... lo estamos, señor —intenta
Alex.
—Toma, ¿puedes llevar esto al auto, papá? —le paso la
maleta sobre la isla—. Mi brazo se está cansando de
sostenerlo. Ojalá nuestro hotel tenga esos grandes carritos
de equipaje.
Alex todavía no mira a papá.
—Realmente no estamos. . .
Mamá se mete las manos en las caderas.
—Se suponía que eso era privado. Mira, lo estás
avergonzando. No lo avergüences, Poppy. No te
avergüences, Alex.
—No iba a durar mucho tiempo en privado —digo—. Si
esa caja no cabe en el maletero, tendremos que atarla a la
parte superior de la camioneta.
Papá deja la caja en la mesa auxiliar y comienza a leer
el costado con el ceño fruncido.
—¿Están realmente hechos de piel de cordero? ¿Son
reutilizables?
Alex no puede ocultar su estremecimiento.
Mamá dice:
—¡No estaba segura de si alguno de ellos es alérgico al
látex!
—Está bien, tenemos que salir a la carretera —digo—.
Ven a darnos un abrazo de despedida, la próxima vez que
nos veas, es posible que seas abuelo… —Me dejo de frotar
la barriga de manera significativa cuando veo la expresión
del rostro de Alex—. ¡Es una broma! Sólo somos amigos.
Adiós, mamá. ¡Adiós, papá!
—Oh, te lo vas a pasar genial. No puedo esperar a
escucharlo todo. —Mamá sale de detrás del mostrador y me
da un abrazo—. Sé buena. —me dice—. ¡Y no olvides llamar
a tus hermanos cuando llegues! ¡Están desesperados por
saber de ti!
Por encima de su hombro miro a Alex, desesperado, y
finalmente esboza una sonrisa.
—Te amo, pequeña. —Papá se baja del taburete para
darme un abrazo—. Cuida a mi pequeña bebé, ¿de acuerdo?
—le dice a Alex antes de tirar de él en un abrazo de espalda
que lo sobresalta de nuevo cada vez que lo hace—. No dejes
que se comprometa con un cantante de country o que se
rompa el cuello con un toro mecánico.
—Por supuesto —dice Alex.
—Ya veremos —digo, y luego nos acompañan afuera
(con la caja de condones dejada a salvo en la isla) y nos
despiden mientras avanzamos por el camino de entrada, y
Alex sonríe y se despide con la mano hasta que finalmente
estamos fuera de la vista de mis padres, en ese momento
me mira y dice serio:
—Estoy muy enojado contigo.
—¿Cómo puedo compensarlo? —Muevo mis pestañas
como una caricatura sexy de gato.
Él pone los ojos en blanco, pero una sonrisa se torna en
la esquina de su boca cuando sus ojos vuelven a la
carretera.
—Por un lado, definitivamente montarás un toro
mecánico.
Pongo los pies en el tablero, mostrando con orgullo las
botas vaqueras que encontré en una tienda de segunda
mano hace unas semanas.
—Voy un paso adelante.
Sus ojos se deslizan hacia mí, y bajan por mis piernas
hasta el cuero rojo brillante.
—Y se supone que esos te mantendrán en un toro
mecánico, ¿cómo?
Hago clic juntando mis talones.
—No lo harán. Se supone que simplemente encantarán
al guapo cantante de country del bar para que me saque de
la alfombra y me lleve a sus brazos de aficionado a la
granja.
—Aficionado a la granja —resopla Alex, no muy
impresionado por la idea.
—Lo dice el aficionado al Gym —bromeo.
Él frunce el ceño.
—Hago ejercicio para mi ansiedad.
—Sí, estoy segura de que no podrías preocuparte
menos por ese hermoso cuerpo. Es incidental.
Su mandíbula palpita y sus ojos se fijan de nuevo en la
carretera.
—Me gusta verme bien —dice con una voz que implica
un agregado: ¿Eso es un crimen?
—A mí también. —Deslizó uno de mis pies por el
tablero hasta que mi bota roja está en su campo de visión—.
Obviamente.
Su mirada se lanza sobre mi pierna hasta la consola del
medio, donde su cable auxiliar se encuentra en un bucle
ordenado.
—Toma. —Me lo entrega—. ¿Por qué no empiezas?
En días de viaje siempre nos turnamos para poner
música, pero Alex siempre me deja poner de primeras,
porque él es Alex, y es el mejor.
Insisto en mi lista de reproducción música country
durante todo el viaje, está llena de Shania Twain, Reba
McEntire, Carrie Underwood y Dolly Parton. Las de Alex son
todas de Patsy Cline y Willie Nelson, Glen Campbell y Johnny
Cash, y una ayuda de Tammy Wynette y Hank Williams.
Encontramos el hotel en Groupon27 hace meses, y es
uno de esos lugares cursis y únicos con un letrero rosa neón
(con un sombrero de vaquero de dibujos animados sobre la
palabra VACANTE) que hace que el apodo ‘Nashvegas’
finalmente tenga sentido para mí.
Nos registramos y llevamos nuestras cosas adentro.
Cada habitación tiene un tema vagamente inspirado en un
famoso músico de Nashville, lo que significa que hay fotos
enmarcadas de ellos por toda la habitación, y luego los
mismos horribles edredones florales y densos forros de color
canela en todas las camas. Traté de solicitar la habitación
de Kitty Wells, pero aparentemente cuando reservas a
través de Groupon, no puedes elegir.
Estamos en la habitación de Billy Ray Cyrus.
—¿Crees que le pagan por esto? —le pregunto a Alex,
que está levantando la ropa de cama para comprobar si hay
chinches en la base de los colchones.
—Lo dudo —dice—. Tal vez le manden ocasionalmente
yogurt helado Groupon o algo así. —Él aparta las cortinas y
mira el letrero de neón parpadeante—. ¿Hacen habitaciones
por horas aquí? —dice con escepticismo.
—Realmente no importa —digo—, desde que dejé la
caja de condones en casa. —Se estremece y se deja caer
sobre una de las camas, satisfecho de que esté libre de
insectos.
—Si no hubiera tenido que presenciar eso, en realidad
sería bastante dulce.
—Yo sí lo habría tenido que presenciar, Alex. ¿no te
importa?
—Sí, pero eres su hija. Lo más cerca que estuvo mi
padre de darnos una charla sobre sexo fue dejar un libro en
nuestras camas sobre la pureza cuando cumplimos trece
años. Pensé que masturbarme causaba cáncer hasta los
dieciséis años.
Mi pecho se aprieta con fuerza. A veces olvido lo difícil
que lo ha pasado Alex. Su madre murió de complicaciones
durante el nacimiento de David, el Señor Nilsen y sus cuatro
hijos han estado sin esposa y sin madre desde entonces. Su
padre finalmente salió con una mujer de su iglesia el año
pasado, pero rompieron después de tres meses, y aunque el
Señor Nilsen fue el que terminó, estaba tan destrozado que
Alex tuvo que conducir a casa desde la escuela a mitad de
la semana para ayudarlo a superarlo.
Alex es a quien también llaman sus hermanos cuando
algo sale mal, es la roca emocional.
A veces pienso que por eso nos unimos tanto el uno al
otro, porque él está acostumbrado a ser el hermano mayor
firme y yo a ser la hermana pequeña molesta. Es una
dinámica que entendemos: yo me burlo con amor de él, y él
hace que el mundo entero se sienta más seguro para mí.
Esta semana, sin embargo, no voy a necesitar nada de
él. Mi misión es ayudar a Alex a soltarse, sacar a su Alex
ridículo de su Alex con exceso de trabajo e
hiperconcentrado.
—Sabes —le digo, sentándome en la cama—, si alguna
vez quieres pedir prestado a unos padres autoritarios, los
míos están obsesionados contigo. Quiero decir, claramente.
Mi mamá quiere que me quites la virginidad.
Se apoya en las manos y ladea la cabeza.
—¿Tu mamá cree que no has tenido relaciones
sexuales?
Me frustro.
—No he tenido sexo, pensé que lo sabías. —Parece que
hablamos de todo, pero supongo que todavía hay algunos
lugares a los que no hemos ido.
—No. —Alex tose—. Quiero decir, no lo sé. Dejaste
algunas fiestas con personas.
—Sí, pero nunca pasó nada serio. No es como si
hubiera salido con algunos de ellos.
—Pensé que era solo porque no te gustaban las citas.
—Supongo que no —digo, o al menos hasta ahora no lo
he hecho—. No sé, supongo que solo quiero que sea
especial. No es que tenga que haber luna llena y estemos
en un jardín de rosas o algo así.
Alex hace una mueca.
—El sexo al aire libre no es lo que parece ser.
—¡Pequeño descarado! —clamo—. Me lo has estado
ocultando.
Él se encoge de hombros, con las orejas enrojecidas.
—Simplemente no hablo de esto con cualquiera, es
como si tan solo decir eso me hiciera sentir culpable, como
si le estuviera haciendo daño de alguna manera.
—No es como si dijeras su nombre. —Me incliné hacia
adelante y bajé la voz—. ¿Sarah Torval?
Él choca su rodilla contra la mía, sonriendo levemente.
—Estás obsesionada con Sarah Torval.
—No, amigo —le digo—. Tú lo estás.
—No fue con ella —dice—. Fue con otra chica de la
biblioteca. Lydia.
—Oh… por… Dios —digo, aturdida—. ¿La de los
grandes ojos de muñeca y exactamente el mismo corte de
cabello que Sarah Torval?
—¡Detente! —Alex se queja y se sonroja, agarra una
almohada y me la arroja—. Deja de avergonzarme.
—¡Pero es tan divertido!
Obliga a su rostro a relajarse y poner su Cara de perrito
al borde del llanto y yo grito y me arrojo hacia atrás en la
cama, todo mi cuerpo se debilita de risa mientras me paso
la almohada sobre los ojos. La cama se hunde bajo su peso
mientras él se sienta a mi lado y me quita la almohada de la
cara inclinándose sobre mí, con las manos a ambos lados de
mi cabeza, poniendo su cara de perrito triste donde la
pueda ver.
—Oh, Dios mío —jadeó a través de una mezcla de
lágrimas y risas—. ¿Por qué esto tiene un efecto tan confuso
en mí?
—No lo sé, Poppy —dice, la expresión se profundiza con
tristeza.
—¡Me habla! —grito a través de la risa, y su boca se
convierte en una sonrisa.
Y justo entonces. Eso.
Ese es el primer momento en el que quiero besar a
Alex Nilsen.
Lo siento hasta los dedos de los pies durante dos
segundos sin aliento, luego guardo esos segundos en un
nudo apretado, metiéndolos profundamente en mi pecho
donde me prometo que vivirán en secreto para siempre.
—Vamos —dice en voz baja—. Vamos a montarte en un
toro mecánico.
 
13
Este Verano
Regulamos el termostato a setenta y nueve y lo
ponemos en setenta y ocho antes de irnos a un restaurante
mexicano llamado La casa de Sam, que tiene una gran
puntuación en Tripadvisor y solo el símbolo del dólar indica
su costo. La comida es excelente, pero el aire acondicionado
es el verdadero MVP28 de la noche.
Alex sigue reclinándose en la cabina, cerrando los ojos
y dando suspiros de satisfacción.
—¿Crees que Sam nos deje dormir aquí? —pregunto.
—Podríamos intentar escondernos en el baño hasta que
cierre —sugiere Alex.
—Tengo miedo de beber demasiado y sufrir un
agotamiento por calor —digo, tomando otro sorbo de la
‘margarita jalapeña’ que pedimos en una jarra.
—Tengo miedo de beber muy poco y no ser capaz de
noquearme a mí mismo durante toda una noche.
Incluso pensar en eso hace que mi cuello esté lleno de
sudor.
—Lamento lo de Airbnb —digo—. Ninguna de las
críticas mencionó un aire acondicionado defectuoso. —
Aunque ahora me pregunto cuántas personas se quedarán
ahí en pleno verano.
—No es tu culpa —dice Alex—. Hago a Nikolai
totalmente responsable.
Asiento y el silencio se despliega torpemente hasta que
pregunto:
—¿Cómo está tu papá?
—Sí —dice Alex—. Bien, lo está haciendo bien. ¿Te dije
sobre la calcomanía para el parachoques?
Yo sonrío.
—Lo hiciste.
Me da una risa cohibida y se pasa la mano por el
cabello.
—Dios, envejecer es aburrido. Mi mejor historia de
fiesta es que mi papá tiene una nueva calcomanía en el
parachoques.
—Una muy buena historia —insisto.
—Tienes razón. —Su cabeza se inclina—. ¿Luego
quieres saber sobre mi lavavajillas?
Jadeo y mi corazón se aprieta.
—¿Eres dueño de tu propio lavavajillas? ¿Está a tu
nombre?
—Um. Por lo general, no se registran lavavajillas a tú
nombre, pero sí, lo compré. Justo después de que obtuve la
casa.
Una emoción sin nombre apuñala mi pecho.
—Tú... ¿compraste una casa?
—¿No te lo dije?
Niego con la cabeza, por supuesto que no me lo dijo.
¿Cuándo me lo habría dicho? Pero todavía me duele, cada
cosa que me he perdido en los últimos dos años duele.
—Es la casa de mis abuelos —dice—. Después de que
mi abuela falleciera, se la dejó a mi papá, y él quería
venderla, pero necesita unos arreglos y él no tenía ni tiempo
ni dinero, así que he estado viviendo en ella, arreglándola.
—¿Betty? —Me tragué la maraña de emociones que me
subían a la garganta. Solo vi a la abuela de Alex unas pocas
veces, pero la amaba. Era más pequeña que yo y feroz,
amante de los misterios de asesinatos y el crochet, la
comida picante y el arte moderno. Ella se enamoró de su
sacerdote y él dejó el sacerdocio para casarse con ella (“¡Y
así fue como nos hicimos protestantes!”) Y luego (“ocho
meses después”, me dijo con un guiño), la madre de Alex
había nacido con una cabellera espesa y oscura como la de
ella y una nariz “fuerte” como la del abuelo de Alex, que
descanse en paz.
Su casa tenía cuatro niveles, de estilo funky de
principios de los sesenta. Tenía el papel tapiz floral naranja y
amarillo original en la sala de estar, y había tenido que
poner una fea alfombra marrón sobre la madera y los
azulejos, incluso en el baño, después de que resbaló y se
rompió la cadera hace varios años.
—¿Betty se ha ido? —yo susurro.
—Se fue tranquila —dice Alex, sin mirarme—. Sabes,
ella era muy, muy vieja. —Ha comenzado a doblar nuestros
envoltorios de las pajitas, precisamente, en pequeños
cuadrados. No muestra ningún signo de emoción, pero sé
que Betty era prácticamente su miembro favorito de la
familia, tal vez empatado con David.
—Dios, lo siento. —Luché para evitar que mi voz
temblara, pero mi emoción aumenta, al estilo de un
maremoto—. Flannery O'Connor y Betty. Ojalá me lo
hubieras dicho.
Sus ojos color avellana se acercan a los míos.
—No estaba seguro de que quisieras saber de mí.
Parpadeó para contener las lágrimas, apartó la mirada
y finjo que me estoy quitando el cabello de la cara en lugar
de secarme los ojos. Cuando lo miro, su mirada todavía está
fija en mí.
—Yo quería —digo. Mierda, han llegado los temblores.
Incluso la banda de mariachis que toca en la trastienda
parece quedarse en silencio, de modo que solo somos
nosotros en esta cabina roja con su colorida mesa tallada a
mano.
—Bueno —dice Alex en voz baja—. Ahora lo sé.
Quiero preguntarle si quiso hablar conmigo durante
todo ese tiempo, si alguna vez me escribió mensajes que no
se enviaron o si pensó en llamarme durante tanto tiempo
que en realidad lo hizo.
Si él también siente que perdió dos buenos años de su
vida cuando dejamos de hablar y por qué dejó que eso
sucediera. Quiero que él diga que las cosas pueden ser
como eran antes, cuando no había nada que no pudiéramos
decirnos, y estar juntos era tan fácil y natural como estar
solos, sin nada de soledad.
Pero luego nuestro mesero viene con la cuenta, e
instintivamente la alcanzo antes de que Alex pueda.
—¿Esa no es la tarjeta de R+R? —dice, como si fuera
una pregunta.
Sin decidirme activamente, miento.
—Ellos simplemente nos reembolsarán ahora. —Mis
manos hormiguean y pican de incomodidad por el engaño,
pero es demasiado tarde para retractarme.
Cuando salimos, está oscuro y estrellado. El calor del
día ha desaparecido, y aunque todavía debe estar arriba de
los setenta, no es nada comparado con los ciento seis con
los que estábamos lidiando antes, incluso hay una brisa.
Guardamos silencio mientras cruzamos el estacionamiento
hacia el Aspire, hay una gran incomodidad entre nosotros
ahora que hemos tocado lo que sucedió en Croacia.
Me convencí a mí misma de que podíamos dejarlo en el
pasado, pero ahora me doy cuenta de que cada vez que me
entero de algo nuevo de los últimos dos años, presionará
ese mismo punto crudo en mi corazón.
También debe tener algún tipo de efecto en él, pero
siempre ha sido bueno reprimiendo sus sentimientos
cuando no quiere compartirlos.
Todo el viaje de vuelta quiero decirle que regresaría el
tiempo si eso arreglara esto, lo haría.
Cuando llegamos al apartamento, oficialmente hace
más calor adentro que afuera. Ambos nos dirigimos
directamente al termostato.
—¿Ochenta y uno? —él dice—. ¿Subió de nuevo?
Aprieto el puente de mi nariz, un dolor de cabeza está
comenzando detrás de mis ojos, debido al calor o el alcohol
o el estrés, o todo junto.
—Okey, está bien. Tenemos que volver a bajarlo a
ochenta, ¿verdad? ¿Y dejarlo bajar a eso antes de que lo
bajemos de nuevo?
Alex mira el termostato como si le acabara de quitar un
cono de helado de la mano. Hay matices involuntarios de su
cara de perrito triste en su expresión.
—Un grado a la vez, eso es lo que dijo Nikolai.
Él ajusta la temperatura a ochenta grados y abro la
puerta del balcón.
Pero la pared de láminas de plástico impide la entrada
de aire fresco. En la cocina, hojeo los cajones hasta que
encuentro unas tijeras.
—¿Qué estás haciendo? —Alex pregunta, siguiéndome
al balcón.
—Solo el jodido mínimo —digo, cortando el plástico por
la mitad.
—Oooh, Nikolai va a estar enojado contigo —bromea
Alex.
—Tampoco estoy muy contenta con él —le digo, y cortó
una solapa larga en el plástico, tirando a un lado y
anudándolo sin apretar, para que haya un espacio para que
fluya el aire.
—Él nos va a demandar —dice inexpresivo.
—Ven a mí, Nicky.
Alex se ríe y, después de unos segundos de silencio,
digo:
—Mañana estaba pensando que podríamos visitar el
museo de arte e ir a tomar el tranvía. Se supone que la vista
es increíble.
Alex asiente.
—Suena bien.
De nuevo nos quedamos en silencio. Son solo las diez y
media, pero las cosas son tan incómodas que creo que dar
por terminado el día podría ser nuestra mejor apuesta.
—Necesitas usar el baño antes. . .
—No —dice Alex—. Adelante. Voy a ponerme al día con
algunos mails.
No he revisado mi correo electrónico del trabajo desde
que llegué aquí, y también dejé algunos mensajes de
Rachel, junto con algunos mensajes del loco grupo entre mis
hermanos y yo. En gran parte, solo ellos dos están haciendo
una lluvia de ideas que no irán a ninguna parte. La última
vez que me reporté, estaban inventando un juego de mesa
llamado Guerra en Navidad y exigiendo que contribuyera
con juegos de palabras.
Así que al menos tendré algo que hacer mientras esté
acostada en el sofá cama, completamente despierta.
El dolor de cabeza sigue aumentando, me meto el
cabello en una coleta rechoncha y cruzó el piso de madera
desgastada hasta la bañera de la era espacial. En su
extraña luz azul, me lavo la cara, pero en lugar de aplicarme
cualquiera de los lujosos humectantes o sueros que Rachel
constantemente me da, me salpico la cara con agua fría
cuando termino, y froto un poco en mis sienes y mi cuello.
En el espejo, mi reflejo se ve tan terriblemente
estresado como me siento. Necesito darle la vuelta a esto y
recordarle a Alex cómo solían ser las cosas, y solo me
quedan cinco días para hacerlo, los últimos tres días estarán
ocupados por festividades de boda.
Mañana tiene que ser asombroso. Necesito ser la Poppy
divertida, no la rara o herida Poppy. Entonces Alex se
relajará y todo se suavizará. Me pongo un pijama sedoso y
una camiseta sin mangas, me lavo los dientes y luego
regreso a la sala de estar para encontrarme con que Alex ha
apagado todas las luces excepto la lámpara junto a la cama,
y él está acostado en el colchón del sofá en un par de
pantalones cortos de ejercicio y una camiseta, y su mismo
libro de antes en la mano.
Sé que Alex Nilsen siempre ha dormido sin camisa,
incluso cuando las temperaturas no son tan absurdamente
altas, pero eso no es lo que importa, porque el punto es que
se supone que yo debo tomar el sofá.
—¡Sal de mi cama! —le digo.
—Tú pagaste —me dice—. Tú te quedas con la cama.
—R+R paga. —Solo así, estoy más metida en la
mentira. No es como si fuera malo, pero aún así.
—Quiero el sofá —dice Alex—. ¿Con qué frecuencia un
hombre adulto se duerme en un sofá, Poppy?
Me siento a su lado y hago un gran espectáculo
tratando de empujarlo, pero él es demasiado sólido para
que yo lo mueva. Me giro, apoyando mis pies contra el
suelo, mis rodillas contra el borde de la cama y mis manos
contra su cadera derecha, mientras aprieto los dientes y
trato de empujarlo fuera de ella.
—Basta, bicho raro —dice.
—No soy un bicho raro. —Me volteo de lado, trato de
usar mi cadera y mi cuerpo para forzarlo a que se vaya.
—Tú eres el que está tratando de robarme mi única
alegría en la vida, esta cama extraña.
En ese momento, cuando todo mi peso está
prácticamente concentrado en mi cadera, deja de resistirse
y se desliza un poco hacia los lados, y de alguna manera
caigo a la mitad en el sofá y en la mitad en su pecho,
cayendo su libro al piso en el proceso. Él se ríe y yo también
me río, pero también siento un hormigueo y pesadez y,
francamente, excitación, acostada sobre él de esta manera.
Lo peor de todo es que parece que no puedo moverme.
Su brazo ha pasado alrededor de mi espalda, perdida en esa
curva, y cuando su risa se calma, miró hacia sus ojos, con
mi barbilla descansando en su pecho.
—Me engañaste —tarareo—. Apuesto a que ni siquiera
tenías correos electrónicos para responder.
—Para tu conocimiento, ni siquiera tengo una cuenta
de correo electrónico —bromea.
—¿Estás enojado?
—Furioso.
Su risa me atraviesa, se me pone la piel de gallina y me
recorre la espalda, y el calor del apartamento se hunde en
mi piel, y se acumula entre mis piernas.
—Te perdonaría eventualmente —digo—. Soy muy
indulgente.
—Lo eres —está de acuerdo—. Siempre me ha gustado
eso de ti.
Su mano apenas roza la piel entre la parte inferior de
mi camiseta sin mangas y la parte superior de mis
pantalones cortos, y me muevo contra él, sintiendo como si
pudiéramos fundirnos el uno en el otro.
¿Qué estoy haciendo?
Me incorporo de repente y tomo mi cabello hacia abajo
sólo para volver a ponerlo.
—¿Estás seguro de que estás bien para dormir en el
sofá? —Mi voz sale demasiado alta.
—Por supuesto. Si.
Me pongo de pie y me acerco a la cama.
—Bien, genial, entonces… buenas noches.
Apago la luz y me subo a la cama. Sobre las mantas,
porque hace demasiado calor para usarlas.
 
14
Este Verano
 

Cuando me despierto, todavía está oscuro y estoy


segura de que nos están robando.
—Mierda, mierda, mierda —dice el ladrón y suena como
si estuviera sufriendo.
—¡La policía está en camino! —Grito— no es una
declaración verdadera ni premeditada, y me apresuro a
acercarme al borde de la cama para encender la luz.
—¿Qué? —sisea Alex, con los ojos entrecerrados por la
repentina luminosidad.
Está de pie en la oscuridad con los mismos pantalones
cortos negros con los que se fue a dormir y sin camisa. Está
ligeramente doblado por la cintura y se agarra la parte baja
de la espalda con las dos manos, y cuando el sueño
desaparece de mi cerebro, me doy cuenta de que no solo
está entre cerrando los ojos contra la luz.
Está jadeando como si le doliera.
—¿Qué ha pasado? —Grito, medio cayendo de la cama
hacia él—. ¿Estás? ¿Estás bien?
—Un espasmo en la espalda —dice.
—¿Qué?
—Tengo un espasmo en la espalda —me dice.
Todavía no estoy segura de lo que está hablando, pero
puedo decir que tiene un horrible dolor, así que no presiono
para obtener más información aparte de preguntar: —
¿Necesitas sentarte?
Asiente con la cabeza y lo guío hacia la cama. Él baja
lentamente sobre ella, haciendo una mueca de dolor hasta
que por fin se sienta, momento en el que parte del dolor
parece aliviarse.
—¿Quieres acostarte? —le pregunto.
Niega con la cabeza. —Levantarse y acostarse es lo
más difícil cuando pasa esto.
Cuando pasa esto. Pienso pero no lo digo, y la culpa me
atraviesa el pecho. Por lo visto, este es otro de esos
acontecimientos sin Poppy de los últimos dos años.
—Toma —digo—. Deja que te ponga unas almohadas
detrás.
Él asiente, lo que tomo como una confirmación de que
esto no empeorará las cosas. Levanto las almohadas y las
apilo contra el cabecero de la cama, y él se reclina
lentamente, con la cara contorsionada por el dolor.
—Alex, ¿qué ha pasado? —Miro el despertador de la
mesita de noche. Son las cinco y media de la mañana.
—Me estaba levantando para correr —dice—. Pero
supongo que me senté raro. O demasiado rápido o algo así,
porque mi espalda tuvo un espasmo y... —Inclina la cabeza
hacia atrás contra las almohadas, con los ojos cerrados—.
Mierda, Poppy, lo siento.
—¿Lo sientes? —Le digo—. ¿Por qué lo sientes?
—Es mi culpa. —dice—. No pensé en lo bajo que está
ese catre. Debería haber sabido que salir de la cama de esa
manera haría esto.
—¿Cómo podías saber eso? —Digo, incrédula.
Se masajea la frente. —Debería haberlo sabido —repite
—. Esto ha estado pasando desde hace un año. Ni siquiera
puedo agacharme para recoger mis zapatos hasta que haya
despertado completamente y este en movimiento durante
al menos media hora. Simplemente no se me ocurrió. Y no
quería que te diera migraña, la silla y...
—Y por eso nunca deberías ser un héroe —digo
suavemente, burlándome pero su expresión de miseria no
varía.
—No estaba pensando —dice—. No quería estropear tu
viaje.
—Alex, hola. —Le toco ligeramente el brazo para no
molestar al resto de su cuerpo—. No has estropeado el
viaje, ¿vale? Lo hizo Nikolai.
Las comisuras de su boca se tuercen en una sonrisa
poco convincente.
—¿Qué necesitas? —Pregunto—. ¿Cómo puedo
ayudarte?
Suspira si hay algo que Alex Nilsen odia, es estar
indefenso. Lo que va de la mano con ser atendido. En la
universidad, cuando tuvo una faringitis estreptocócica, me
dejó de lado durante una semana (la primera vez que me
enfadé de verdad con él). Cuando su compañero de cuarto
me dijo que Alex estaba con fiebre, hice sopa de fideos de
pollo, en la cocina de nuestra habitación y la llevé a su
habitación.
Cerró la puerta con llave y no me dejó entrar por miedo
a infectarme el estreptococo, así que empecé a gritar Me
quedo con el bebé, ¿vale? a través de la puerta y cedió.
Le incomoda que lo molesten. Pensar en eso tiene un
efecto similar, aunque destilado, al de mirar la formidable
Cara de Cachorro Triste. Me abruma. El amor se eleva
menos como una ola y más como un rascacielos de acero
erigido instantáneamente, disparándose a través de mi
centro y derribando todo lo demás a su paso.
—Alex —digo—. Por favor, déjame ayudarte.
Suspira, derrotado. —Hay relajantes musculares en el
bolsillo delantero de la bolsa de mi laptop.
—En ello. —Recupero el frasco, lleno un vaso de agua
en la cocina y le entrego los dos.
—Gracias —dice disculpándose, y se toma la pastilla.
—No hay problema —le digo—. ¿Qué más?
—No tienes que hacer nada más—dice.
—Mira. —Respiro profundamente—. Cuanto antes me
digas cómo puedo ayudarte, antes te mejorarás y antes se
acabará esto, ¿de acuerdo?
Sus dientes rozan su labio inferior, y estoy hipnotizada
por la vista. Me sobresalto cuando su mirada vuelve a
dirigirse a mí.
—Si hay una bolsa de hielo aquí, eso ayudaría —admite
—. Normalmente alterno entre compresas frías y
almohadillas térmicas, pero lo importante es quedarse
quieto.
Lo dice con desdén.
—Entendido. —Me pongo las sandalias y cojo el bolso.
—¿Qué haces? —pregunta.
—Voy a la farmacia. Ese congelador no tiene ni siquiera
una bandeja de cubitos de hielo, y mucho menos una bolsa
de hielo, y dudo que Nicky tenga tampoco una almohadilla
térmica.
—No tienes que hacer eso —dice Alex—. De verdad, si
me quedo quieto, estoy bien. Vuelve a dormir.
—¿Mientras te sientas erguido en la oscuridad? De
ninguna manera. Por un lado, eso es extremadamente
espeluznante y por otro estoy despierta, así que bien podría
ser útil.
—Estas son tus vacaciones.
Camino hacia la puerta, porque no hay nada que pueda
hacer para detenerme. —No. —Digo—. Es nuestro viaje de
verano. No bailes desnudo hasta que vuelva, ¿bien?
Suelta un suspiro. —Gracias, Poppy. En serio.
—Deja de darme las gracias. Ya estoy redactando una
absurda lista de formas para que me pagues.
Eso hace que finalmente me gane una leve sonrisa. —
Bien. Me gusta ser útil.
—Lo sé —digo—. Siempre me ha gustado eso de ti.
 
15
Hace Ocho Veranos
 

Regresamos a nuestra habitación de hotel, en el centro


de la ciudad, a las dos y media de la mañana, un poco
borrachos. Normalmente, no bebemos tanto, pero todo este
viaje ha sido una celebración.
Estamos celebrando el hecho de que Alex se ha
graduado de la universidad, y que pronto se irá a obtener su
maestría en escritura creativa a la Universidad de Indiana.
Me digo que no está tan lejos. De hecho, viviremos más
cerca el uno del otro de lo que hemos estado desde que
dejé la universidad.
Pero la verdad es que, incluso con todos los viajes que
he estado haciendo, estoy deseando de salir de la casa de
mis padres en Linfield. He empezado a buscar apartamentos
en otras ciudades, trabajos flexibles de camarera o esos
servicios, en los que puedo trabajar hasta la extenuación y
luego tomarme semanas libres para viajar.
Pasar tiempo con mis padres ha sido genial, pero todo
lo demás sobre de estar en casa me hace sentir
claustrofóbica, como si los suburbios fueran una red que se
estrecha cada vez más a mi alrededor mientras lucho contra
ella.
Me encuentro con mis antiguos profesores, y cuando
me preguntan qué estoy haciendo, sus bocas se tuercen
ante la respuesta. Veo a los compañeros de clase que solían
acosarme, y a algunos que eran bastante amables, y me
escondo. Trabajo en un bar de lujo a cuarenta minutos al
sur, en Cincinnati, y cuando Jason Stanley, mi primer beso,
entró con su sonrisa perfeccionada por un ortodontista y el
tipo de ropa que requieren los trabajos de cuello blanco a
tiempo completo, me zambullí en el baño. Le dije a mi jefe
que tenía que vomitar.
Durante las semanas siguientes, me preguntó cómo
estaba con una voz que dejaba perfectamente claro que
pensaba que estaba embarazada.
No estaba embarazada. Julián y yo siempre tenemos
cuidado con eso o al menos yo lo tengo. Julián, en general,
no es cuidadoso por naturaleza. Es una persona que dice
que sí al mundo, casi sin importar lo que éste le pida.
Cuando me visita en el trabajo, se termina las bebidas que
se dejan en la barra, y ha probado la mayoría de las drogas
(excluida la heroína) una vez. Siempre está dispuesto a
hacer viajes de fin de semana a Red River Gorge o a
Hocking Hills, o viajes un poco más largos a Nueva York, en
el autobús nocturno que cuesta sólo sesenta dólares ida y
vuelta pero que a menudo no tiene baño. Él tiene el mismo
tipo de horario flexible que yo: también abandonó la
universidad, pero dejó la Universidad de Cincinnati después
de solo un año.
Estaba estudiando diseño arquitectónico, pero en
realidad, quiere ser un artista que trabaja. Expone sus
cuadros en locales de bricolaje de la ciudad y vive con otros
tres pintores en una vieja casa blanca que me hace pensar
en Buck y en los transeúntes de Tofino. A veces, después de
una cerveza de más, sentados en el porche mientras todos
fuman hierba o cigarrillos de clavo y hablan de sus sueños,
me da tanta nostalgia que podría llorar de una mezcla de
tristeza y felicidad cuyas proporciones nunca puedo
precisar.
Julián es delgado como un rastrillo, con los pómulos
hundidos y unos ojos despiertos que puedes sentir como si
te hicieran una radiografía. Después de nuestro primer
beso, a la salida de su bar favorito, un lugar sucio en el
centro de la ciudad que tiene un taller de reparación de
bicicletas en la parte de atrás, me dijo que no quería
casarse nunca ni tener hijos.
—Está bien —le dije—. Yo tampoco quiero casarme
contigo.
Se rio bruscamente y volvió a besarme. Siempre sabe a
cigarrillos o a cerveza, y cuando pasa los días libres del
trabajo (trabaja en un almacén de UPS en las afueras de la
ciudad), pintando en casa, se pierde tanto en su trabajo que
se olvida de comer o beber. Cuando nos reunimos después,
suele estar de mal humor, pero sólo durante unos minutos,
hasta que se toma un tentempié, momento en el que vuelve
a convertirse en un novio dulce y sensible que siempre me
besa y me toca de forma tan sensual que a menudo me
encuentro pensando que eso quedaría muy bien en una
película.
Me planteo decírselo a él, preguntarle si deberíamos
montar una cámara y hacer y tomar algunas fotos, e
inmediatamente me avergüenzo de haberlo considerado.
Es la segunda persona con la que me acuesto, pero él
no lo sabe. No ha preguntado. El primero sigue viniendo a
mi bar de vez en cuando y coquetea un poco, pero los dos
sabemos que la leve atracción que había cuando empezó a
venir se esfumó después de esos dos ligues rápidos. Esos
fueron un poco incómodos pero están bien, y al final, me
alegro de haberlos sacado adelante porque tengo la
sensación de que Julián se habría asustado demasiado para
acercarse a mí si hubiera sabido lo inexperta que soy.
Habría temido que me encariñara demasiado con él, y
probablemente lo he hecho, pero creo que él también, así
que por ahora está bien que pasemos juntos cada minuto
libre.
Julián conoció a Alex una vez cuando éste estaba en
casa para las vacaciones de Navidad en mi bar, una
segunda vez durante las vacaciones de primavera en el
sucio bar de bicicletas de Julián, y una tercera vez para
desayunar en Waffle House antes de que Alex y yo nos
fuéramos de viaje.
Puedo decir que Julián tiene muy poca opinión de Alex,
lo cual es ligeramente decepcionante, y del mismo modo
soy consciente de que Alex desprecia a Julián, lo cual
probablemente no debería ser una sorpresa. Cree que Julián
es imprudente, descuidado. No le gusta que siempre llega
tarde, o que a veces no sepa nada de él durante días, para
luego pasar semanas con él casi constantemente, o que no
haya conocido a mis padres aunque vivan en la misma
ciudad.
—No pasa nada —insistí cuando Alex compartió estas
opiniones conmigo en el vuelo a San Francisco hace unos
días—. A nosotros nos funciona. —Ni siquiera quiero que
conozca a mi familia.
—Puedo decir que no lo entiende —dijo Alex.
—¿Entender qué? —Pregunté.
—A ti —dijo—. No tiene ni idea de la suerte que tiene.
Fue algo dulce y a la vez hiriente de su parte. La
opinión de Alex sobre nuestra relación me hizo sentir
avergonzada, aunque no estaba segura de que tuviera
razón. —Yo también tengo suerte —dije—. Es realmente
especial, Alex.
Suspiró. —Tal vez sólo necesito conocerlo mejor. —Supe
por su voz que no creía que eso fuera a solucionar el
problema en absoluto.
En mis sueños, me los había imaginado a los dos
convirtiéndose en mejores amigos, tan cercanos que tenía
sentido que nuestro viaje de verano se ampliara para incluir
a Julián, pero después de ver cómo interactuaban, sabía que
no podía ni siquiera plantear la idea.
Así que Alex y yo nos dirigimos a San Francisco por
nuestra cuenta. Mi tarjeta de crédito me ganó suficientes
puntos para obtener uno de los boletos de avión de ida y
vuelta gratis, y Alex y yo dividimos el costo del otro.
Empezamos con cuatro días en la región vinícola,
alojándonos en un nuevo bed and breakfast29 de Sonoma
que ofrecía dos noches a cambio de la publicidad que
recibirían de mis veinticinco mil seguidores. Alex aceptó de
buen grado hacerme fotos haciendo todo tipo de cosas
pintorescas:
Sentada en una de las anticuadas bicicletas rojas que el
B and B tiene para los huéspedes, con un gigantesco
sombrero de paja para el sol, con flores frescas en la cesta
de mimbre fijada al manillar.
Caminando por los senderos naturales a través de las
praderas de matorrales y sus árboles desaliñados.
Tomando una taza de café en el patio, y un refresco a la
antigua en la sala de estar.
También tuvimos suerte con las cartas de vino. La
primera bodega que visitamos nos ofreció una degustación
si comprábamos una botella, y busqué la más barata en
Internet antes de ir. Alex me sacó una foto posando entre
hileras de viñas con una brillante copa de rosado, con una
pierna levantada a un lado para mostrar mi ridículo mono
de época de rayas moradas y amarillas.
Yo ya estaba borracha, y cuando él se arrodilló, justo en
la tierra seca, con sus pantalones grises claros, para hacer
la foto, casi me caigo de risa por el extraño ángulo que
había elegido para la foto. —Demasiado vino —dije,
jadeando.
—Demasiado. Demasiado. Vino. —repitió, encantado e
incrédulo, y mientras yo me agachaba en medio del pasillo,
riéndome a carcajadas, me hizo unas cuantas fotos más
desde muy abajo, fotos que me harían parecer un triángulo
de piel vestido con descaro.
Estaba siendo un fotógrafo horrible a propósito, no para
protestar, sino para hacerme reír.
Era la otra cara de la moneda de la triste Poppy, otra
actuación para mí y sólo para mí.
Para cuando llegamos a la segunda bodega, ya
teníamos sueño por el alcohol y el sol, y dejé caer mi cabeza
contra su hombro. Estábamos dentro, por un tecnicismo:
toda la parte trasera del edificio era una puerta de garaje
con ventanas que se levantaban para poder pasar
libremente del patio, con su celosía de buganvillas, a la
barra luminosa y aireada con sus techos de seis metros,
ventiladores de gran tamaño que giran perezosamente por
encima, su ritmo es como una canción de cuna.
—¿Cuánto tiempo llevan juntos? —nos preguntó la
dulce mujer de mediana edad que dirigía la degustación,
cuando volvió con nuestro siguiente vino, un Chardonnay
ligero y crujiente.
—Oh —dijo Alex.
En medio del bostezo, le apreté el bíceps y le dije —
Recién casados.
La camarera se sintió muy cómoda. —En ese caso —
dijo con un guiño—. Este va por mi cuenta.
Se llamaba Mathilde, y era originaria de Francia, pero
se trasladó a Estados Unidos después de conocer a su mujer
por Internet. Vivían en Sonoma, pero habían pasado la luna
de miel en las afueras de San Francisco.
—Se llama Blue Heron Inn —me dijo—. Es el lugar más
idílico que he visto nunca. Romántico y acogedor, con una
chimenea y un patio precioso, a pocos minutos de Muir
Beach. Ustedes dos deben verlo. Es perfecto para los recién
casados, díganles que Mathilde los envió.
Antes de irnos, le dimos una propina a Mathilde por el
costo de la degustación gratuita y algo más.
Durante los dos días siguientes, desplegué la tarjeta de
recién casados con regularidad. A veces nos daban un
descuento o una copa gratis; otras veces no recibíamos más
que una sonrisa, pero incluso éstas eran auténticas y
significativas.
—Me siento un poco mal —me dijo Alex mientras
caminábamos fuera de un viñedo.
—Si quieres ir a casarte —le dije—. Podemos hacerlo.
—De alguna manera, no creo que Julián se lo tome muy
bien.
—No le importará —dije—. Julián no quiere casarse.
Alex se detuvo y me miró, y entonces, totalmente por
culpa del vino, me puse a llorar. Me cogió la cara y la acercó
a la suya. —Oye —dijo—. Está bien, Poppy. No quieres
casarte con Julián, ¿verdad? Eres demasiado buena para ese
tipo. No te merece.
Me sorbí las lágrimas, pero eso sólo dejó salir más. Mi
voz salió como un chillido. —Sólo mis padres me van a
querer —dije—. Voy a morir sola.
Sabía lo estúpido y melodramático que sonaba, pero
con él, siempre era tan difícil refrenarme, decir cualquier
cosa que no fuera la absoluta verdad de lo que sentía. Y lo
peor de todo es que ni siquiera sabía que me sentía así
hasta ese momento. La presencia de Alex tenía una forma
de sacar la verdad a la superficie.
Sacudió la cabeza y me atrajo hacia su pecho,
apretándome, levantándome como si quisiera absorberme.
—Te quiero —dijo, y me besó la cabeza—. Y si quieres,
podemos morir juntos a solas.
—Ni siquiera sé si quiero casarme —dije, limpiando las
lágrimas con una pequeña risa—. Creo que estoy a punto de
empezar mi periodo o algo así.
Me miró fijamente, con el rostro inescrutable durante
otro rato. No me hizo sentir radiografiada, como los ojos de
Julián. Sólo me hizo sentir vista.
—Demasiado vino —dije, y finalmente dejó que una
fracción de sonrisa se deslizara por sus labios y volvimos a
caminar fuera del zumbido.
Nos marchamos temprano de nuestro hotel y llamamos
al Blue Heron Inn por el altavoz mientras nos dirigíamos a
San Francisco. Era mitad de semana y tenían muchas
habitaciones.
—¿Es usted por casualidad la Poppy que mi querida
Mathilde dijo que llamaría? —preguntó la señora del
teléfono.
Alex me lanzó una mirada significativa y yo suspiré con
fuerza. —Sí, pero aquí está el asunto. Le dijimos que éramos
recién casados, pero era una broma. Así que no queremos
ninguna cosa gratis.
La mujer al otro lado del teléfono dio una tos seca, que
resultó ser una risa. —Oh, cariño. Mathilde no nació ayer. La
gente hace ese truco todo el tiempo. Simplemente le han
gustado.
—A nosotros también nos gustó. —dije, sonriendo
enormemente a Alex. Él me devolvió la sonrisa.
—No tengo la autoridad para dar a nadie una estancia
gratuita. —la mujer continuó—. Pero tengo un par de pases
para todo el año que puedes usar para visitar Muir Woods si
quieren...
—Eso sería increíble. —dije.
Y así nos ahorramos treinta dólares.
El lugar era adorable, una casa de campo blanca de
estilo tudor escondida en una estrecha calle. Tenía un techo
de tejas y ventanas deformadas alineadas con jardineras y
una chimenea cuyo humo se enroscaba románticamente a
través de la niebla, las ventanas brillaban suavemente
cuando entramos en el estacionamiento.
Durante dos días, nos movimos entre la playa, las
secoyas, la acogedora biblioteca de la posada y el comedor
con sus mesas de madera oscura y su fuego ardiente.
Jugamos al UNO y a los corazones y a algo llamado Quiddler.
Bebimos cervezas espumosas y tomamos grandes
desayunos ingleses.
No tomamos fotos, pero no publiqué ninguna. Tal vez
era egoísta, pero no quería que veinticinco mil personas
descendieran a este lugar. Quería que permaneciera
exactamente como estaba.
Nuestra última noche reservamos una habitación en un
moderno hotel que pertenecía al padre de uno de mis
seguidores. Cuando publiqué un post sobre el próximo viaje
y le pedí consejos, me envió un mensaje de correo
electrónico para ofrecerme la habitación gratis.
Me encanta tu blog, dijo, y me encanta leer sobre tu
amigo particular, que es como llamo a Alex cuando lo
menciono. La mayoría de las veces intento dejarlo fuera,
porque él, al igual que la Posada de la Garza Azul, no es
algo que quiera compartir con miles de personas, pero a
veces las cosas que dice son demasiado divertidas para
dejarlas fuera. Al parecer, se ha colado más de lo que yo
creía.
Decidí esforzarme más para mantenerlo al margen,
pero acepté la habitación, por el dinero. Además, el hotel
tiene aparcamiento gratuito para los huéspedes, lo que, en
San Francisco, equivale a que un hotel regale trasplantes de
riñón.
Dejamos nuestras maletas tan pronto como llegamos a
la ciudad, luego nos dirigimos afuera de nuevo para
aprovechar al máximo nuestro único día en el centro de San
Francisco. Dejamos el auto y cogimos un taxi.
Primero caminamos por el puente Golden Gate, que era
increíble, pero también más frío de lo que esperaba y con
tanto viento que no podíamos oírnos. Durante unos diez
minutos, fingimos tener una conversación, agitando los
brazos de forma exagerada y gritándonos cosas sin sentido
mientras caminábamos por la pasarela atestada de gente.
Me hizo pensar en aquel viaje en taxi acuático en
Vancouver, en cómo Buck, no dejaba de gesticular
vagamente, hablando a un ritmo fácil como uno de esos
ortodontistas que no pueden dejar de hacerte preguntas
abiertas mientras tienen las manos en tu boca.
Por suerte, el tiempo había decidido ser soleado; de lo
contrario, probablemente habríamos tenido hipotermia en el
puente. Nos detuvimos a mitad de camino y fingí que me
subía a la barandilla. Alex hizo su característica mueca y
negó con la cabeza. Me cogió de las manos y me apartó de
la barandilla, acercándose para que pudiera oírle por
encima del viento cuando dijo contra mi oído: —Eso me
hace sentir que voy a tener diarrea.
Rompí a reír y seguimos caminando, él por el interior y
yo más cerca a la barandilla, resistiendo un poderoso
impulso de seguir metiéndome con él. Probablemente me
caería accidentalmente y no sólo moriría, sino que
traumatizaría al pobre Alex Nilsen, y eso era lo último que
quería.
Al final del puente, había un restaurante, el Round
House Café, un edificio redondo con ventanas. Nos metimos
dentro para tomar un café mientras dejábamos que
nuestros oídos dejaran de pitar por el viento.
Había docenas de librerías y tiendas vintage en San
Francisco, pero decidimos que con dos de cada una sería
suficiente.
Primero cogimos un taxi para ir a City Lights, una
librería y editorial que había existido desde el apogeo de la
era beatnik. Ninguno de los dos era un gran aficionado a los
ritmos, pero la tienda era exactamente el tipo de tienda
antigua y sinuosa para la que Alex vivía. De ahí pasamos a
una tienda llamada Second Chance Vintage, donde encontré
un bolso de lentejuelas de los años cuarenta por dieciocho
dólares.
Después de eso, habíamos planeado ir al Booksmith,
cerca de HaightAshbury, pero para entonces, el gran
desayuno inglés del Blue Heron Inn había desaparecido y el
café de Round House nos hacía sentir un poco nerviosos.
—Supongo que tendremos que volver —le dije a Alex
mientras salíamos de la tienda en busca de la cena.
—Supongo que sí —estuvo de acuerdo—. Quizá para
nuestro quincuagésimo aniversario.
Me sonrió, y mi corazón se hinchó hasta sentirse tan
grande y ligero que mi cuerpo podría flotar. —Para que lo
sepas. —dije—. Me casaría contigo de nuevo, Alex Nilsen.
Su cabeza se inclinó hacia un lado. Puso cara de
cachorro triste. —¿Es porque quieres más vino gratis?
Era difícil elegir un restaurante en una ciudad con tanta
oferta, pero estábamos demasiado hambrientos como para
estudiar la lista que había compilado, así que fuimos a lo
clásico.
Farallon no es un lugar barato, pero en el segundo día
de cata de vinos, cuando los dos estábamos achispados,
Alex había pedido otra copa al grito de ¡Cuando en Roma! y,
desde entonces, cada vez que uno de nosotros había
dudado en comprar algo, el otro había insistido: ¡Cuando en
Roma!
Hasta ahora, esto se había limitado principalmente a
enormes conos de helado y libros de bolsillo usados, y
mucho vino.
Pero Farallon es precioso, y un alimento básico de San
Francisco, y si íbamos a gastar mucho dinero, era mejor que
fuera allí. En cuanto entramos en el edificio, con sus techos
opulentos y redondeados, sus lámparas doradas y sus
cabinas con bordes dorados, dije: —No me arrepiento —y
obligué a Alex a chocar los cinco.
—Chocar los cinco hace sentir que mis entrañas tienen
hiedra venenosa —murmuró.
—Mejor quitar eso de en medio en caso de que estés a
punto de descubrir que eres alérgico al marisco.
Estaba tan embelesada por la decoración exagerada
que me tropecé tres veces de camino a la mesa. Era como
estar en el castillo de La Sirenita, pero sin animación y con
todo el mundo vestido.
Cuando nuestro camarero nos dejó nuestros menús,
Alex hizo esa cosa de hombre viejo, en la que lo abre y se
echa hacia atrás por los precios con los ojos abiertos, como
un caballo asustado.
—¿En serio? —Dije—. ¿Tan malo es?
—Depende. ¿Quieres más de media onza de caviar?
No era el tipo de precio que la clase media alta de
Linfield evitaría, pero para nosotros, sí, era caro.
Compartimos un plato para dos personas de ostras,
cangrejo y camarones junto con un cóctel.
Nuestro camarero nos odiaba.
Cuando nos fuimos, pasamos por delante de él, y me
pareció oír a Alex decir en voz baja: —Lo siento, señor.
Fuimos directamente a una pizzería y devoramos una
gran pizza de queso entre los dos.
—Comí demasiado, —dijo Alex mientras caminábamos
por la calle después—. Fue como si una especie de demonio
del Medio Oeste me hubiera poseído mientras estaba
sentado en ese restaurante y salía ese pequeño plato. Podía
oír a mi padre en mi cabeza diciendo: 'Eso sí que no es
económico'.
—Lo sé. —Estuve de acuerdo—. A mitad de camino,
estaba como, sácame de aquí, necesito ir a un Costco y
comprar una bolsa de fideos de cinco dólares que podría
alimentar a una familia durante semanas.
—Creo que soy malo para las vacaciones —dijo Alex—.
Todo esto de vivir a lo grande me hace sentir culpable.
—No eres malo en las vacaciones —argumenté—. Y casi
todo te hace sentir culpable, así que no le eches la culpa a
lo de vivir a lo grande.
—Touché —estuvo de acuerdo—. Pero, aun así.
Probablemente te habrías divertido más si hubieras hecho
este viaje con Julián. —No lo dijo como una pregunta, pero
por la forma en que sus ojos se dirigieron a mí, y luego de
vuelta a la acera delante de nosotros, puedo decir que era
una.
—Pensé en invitarlo —admití.
—¿Sí? —Alex sacó una mano del bolsillo y se alisó el
cabello.
Por alguna razón, las luces de la calle que pasaban por
encima de él en la acera oscura le hacían parecer más alto.
Incluso encorvado, sobresalía por encima de mí. Supongo
que siempre lo hacía. Sólo que no siempre me daba cuenta
porque a menudo se ponía a mi nivel o me subía al suyo.
—Sí —Pasé mi brazo por su codo—. Pero me alegro de
no haberlo hecho. Me alegro de que estemos solos.
Me miró por encima del hombro y redujo la velocidad.
Yo frené a su lado. —¿Vas a terminar con él?
La pregunta me pilló desprevenida. La forma en que
me miraba, con las cejas apretadas y la boca pequeña,
también me pilló desprevenida. Mi corazón tropezó con su
siguiente latido.
Sí, pensé de inmediato, sin ninguna consideración.
—No lo sé —dije—. Tal vez.
Seguimos caminando. Más adelante nos topamos con
un bar con temática de Hemingway. Eso puede parecer
bastante ambiguo como tema, pero lo lograron con su
elegante madera oscura y la luz ámbar y las redes de pesca
(no las medias, las redes reales para los peces) suspendidas
del techo. Todas las bebidas eran cócteles de ron, con
nombres de libros y cuentos de Hemingway, y durante las
dos horas siguientes, Alex y yo nos tomamos tres cada uno,
además de un chupito. Yo no paraba de decir —¡Estamos de
celebración! ¡Vamos, Alex! —pero en realidad, sentía que
había algo que estaba tratando de olvidar.
Y ahora, mientras volvemos a la habitación del hotel, se
me ocurre que no recuerdo lo que estaba tratando de
olvidar, así que supongo que funcionó.
Me quito los zapatos y me tumbo en la cama más
cercana mientras Alex desaparece en el baño y vuelve con
dos vasos de agua.
—Bébete esto —dice. Gruño y trato de apartar su mano
—. Poppy —dice con más firmeza, y me incorporo con brío y
acepto el vaso de agua. Se sienta en la cama a mi lado
hasta que he vaciado el vaso y luego vuelve a llenar los dos.
No estoy segura de cuántas veces lo hace. Todo lo que
sé es que, al final, deja los vasos a un lado y empieza a
levantarse, y desde mi estado de medio sueño y plena
embriaguez, le cojo el brazo y le digo: —No te vayas.
Se acomoda de nuevo en la cama y se tumba a mi
lado. Me duermo acurrucada contra su costado y, cuando
me despierto a la mañana siguiente al sonar mi alarma, él
ya está en la ducha.
La humillación por haberle hecho dormir a mi lado es
instantánea y ardiente. En ese momento sé que no puedo
romper con Julián al llegar a casa. Tengo que esperar, lo
suficiente para estar segura de que no estoy confundida. Lo
suficiente para que Alex no piense que los dos eventos
están conectados.
No lo están, creo. Estoy bastante segura de que no lo
están.
 
16
Este Verano
 

Encuentro una farmacia de veinticuatro horas en Palm


Springs y conduzco hacia ella a través de los primeros y
suaves rayos del sol. Después, vuelvo al apartamento antes
de que la mayoría de las otras tiendas hayan abierto. Para
entonces, el aparcamiento del Desert Rose ha empezado a
hornearse de nuevo, y las frías horas de antes del amanecer
se reducen a un recuerdo lejano mientras subo las
escaleras, cargada con las bolsas de la compra.
—¿Cómo te va? —le pregunto a Alex mientras cierro la
puerta tras de mí.
—Mejor. —Se esfuerza por sonreír—. Gracias.
Mentira. El dolor está escrito en su cara. Es peor para
ocultar eso que sus emociones. Pongo las dos bolsas de
hielo que compré en el congelador, luego voy a la cama y
conecto la almohadilla térmica. —Inclínate hacia delante —
le digo y Alex se mueve lo suficiente como para que pueda
deslizar la almohadilla por la pila de almohadas y
colocársela en la mitad de la espalda. Le toco el hombro y le
ayudo a frenar su descenso mientras se inclina hacia atrás.
Su piel está muy caliente. Estoy segura de que la
almohadilla térmica no será cómoda, pero espero que sirva
para calentar el músculo hasta que se relaje.
En media hora, cambiaremos a la bolsa de hielo para
intentar bajar la inflamación.
Puede que haya leído sobre los espasmos de espalda
en los silenciosos pasillos iluminados con fluorescentes de la
farmacia.
—También tengo un poco de Icy Hot30 —digo—. ¿Ayudó
eso alguna vez?
—Tal vez —dice.
—Bueno, vale la pena intentarlo. Supongo que debería
haber pensado en eso antes de que te recostaras y te
pusieras cómodo de nuevo.
—Está bien —dice, haciendo una mueca de dolor—.
Nunca me pongo cómodo cuando esto sucede. Espero a que
la medicina me deje inconsciente y, cuando me despierto,
ya me siento mucho mejor.
Me deslizo por el borde de la cama y recojo el resto de
las bolsas para llevárselas. —¿Cuánto tiempo dura?
—Normalmente sólo un día si me quedo quieto —dice
—. Tendré que tener cuidado mañana, pero podré moverme.
Deberías ir a hacer algo que sabes que odiaría. —Fuerza
otra sonrisa.
Ignoro el comentario y busco en la bolsa hasta
encontrar el Icy Hot. — ¿Necesitas ayuda para inclinarte
hacia delante otra vez?
—No, estoy bien. —Pero la cara que pone sugiere lo
contrario, así que me muevo a su lado, cojo sus hombros
con las manos y le ayudo a incorporarse lentamente.
—Me siento como si fueras mi enfermera ahora mismo
—dice amargamente.
—¿De una forma sexy y caliente? —Digo, tratando de
aligerar su estado de ánimo.
—En el sentido de un viejo triste que no puede cuidarse
a sí mismo —dice.
—Tienes una casa —le digo—. Apuesto a que incluso
arrancaste la alfombra del baño.
—Lo hice —asiente.
—Está claro que puedes cuidar de ti mismo —digo—. Ni
siquiera puedo mantener viva una planta de interior.
—Eso es porque nunca estás en casa —dice.
Le quito la tapa al Icy Hot y me pongo un poco en los
dedos. —No creo que sea así. Tengo estas cosas resistentes,
pothos, plantas ZZ y plantas de serpiente (son, como, el
tipo de plantas que se meten en los centros comerciales sin
luz durante meses y todavía no se mueren. Luego se mudan
a mi apartamento e inmediatamente renuncian a la vida).
Sujeto su caja torácica con una mano para no empujarlo
demasiado y con la otra, me acerco para masajear
cuidadosamente la crema en su espalda.
—¿Es ese el lugar correcto? —le pregunto.
—Un poco más arriba y a la izquierda. Mi izquierda.
—¿Aquí? —Lo miro y él asiente. Aparto la mirada y me
concentro en su espalda, con mis dedos haciendo suaves
círculos sobre el lugar.
—Odio que tengas que hacer esto —dice, y mis ojos se
desvían hacia los suyos, que están bajos y serios bajo una
ceja arrugada.
Siento que el corazón me atraviesa el pecho y se eleva
de nuevo. —Alex, ¿se te ha ocurrido alguna vez que podría
gustarme cuidar de ti? —Le digo—. Es decir, obviamente no
me gusta que te duela, y odio haberte dejado dormir en esa
abominable silla, pero si alguien va a tener que ser tu
enfermera, me honra que sea yo.
Su boca se cierra, y ninguno de los dos dice nada
durante unos momentos.
Aparto las manos de él. —¿Tienes hambre?
—Estoy bien —dice.
—Pues qué pena. —Voy a la cocina y me enjuago los
restos de Icy Hot de mis manos, cojo un par de vasos, los
lleno de hielo, luego vuelvo a la cama y dispongo las bolsas
de la compra restantes en fila—. Porque... —Saco una caja
de donas con una floritura, como un mago que saca un
conejo de un sombrero. Alex pone cara de duda.
No le gusta mucho el azúcar. Creo que en parte por eso
huele tan bien, incluso la limpieza obsesiva, su aliento y el
olor del cuerpo es siempre algo bueno y estoy adivinando
que es porque él no come como un niño de diez años. O
como un Wright.
—Y para ti —digo, y tiro los vasos de yogur, la caja de
granola y mezcla de bayas, junto con una botella de cerveza
fría. En el apartamento hace demasiado calor para el café
de goteo.
—Vaya —dice, sonriendo—. Eres un verdadero héroe.
—Lo sé —digo—. Quiero decir, gracias.
Nos sentamos y nos damos un festín, al estilo picnic, en
la cama. Yo como sobre todo donas y unos pocos bocados
del yogur de Alex. Él come sobre todo yogur, pero también
devora la mitad de una dona de fresa. —Nunca como estas
cosas —dice.
—Lo sé. —digo yo.
—Está muy buena —dice.
—Me habla. —digo, pero si capta la referencia a ese
primer viaje que hicimos juntos, lo ignora, y mi corazón se
hunde.
Es posible que todos esos pequeños momentos que
significaron tanto para mí nunca hayan significado lo mismo
para él. Es posible que no se haya acercado a mí durante
dos años completos porque, cuando dejamos de hablarnos,
no perdió algo valioso como yo.
Nos quedan cinco días más de viaje, contando hoy
aunque hoy y mañana son nuestros últimos días libres de
eventos de boda, y ahora mismo temo algo más grande que
la incomodidad.
Pienso en el desamor. La versión completa de esta cosa
que estoy sintiendo ahora mismo, pero extendiéndose
durante días sin alivio o escape. Cinco días fingiendo que
me siento bien, mientras en mi interior algo se va
desgarrando en trozos cada vez más pequeños hasta que no
quedan más que retazos.
Alex deja su cerveza fría en la mesa auxiliar y me mira.
—Realmente deberías salir.
—No quiero —digo.
—Claro que quieres —dice él—. Este es tu viaje, Poppy.
Y sé que no has conseguido todo lo que necesitas para tu
artículo.
—El artículo puede esperar.
Su cabeza se inclina insegura. —Por favor, Poppy —dice
—. Me sentiré fatal si te quedas encerrada conmigo todo el
día.
Quiero decirle que me sentiré fatal si me voy. Quiero
decir, que todo lo que quería para este viaje era estar en
cualquier sitio con él todo el día o a quién le importa ver
Palm Springs cuando hace cien grados o Te quiero tanto que
a veces me duele. En lugar de eso, digo –De acuerdo.
Entonces me levanto y voy al baño a prepararme.
Antes de irme, le traigo a Alex una bolsa de hielo y cambio
la almohadilla térmica. —¿Vas a ser capaz de hacer esto por
ti mismo? —le pregunto.
—Sólo voy a dormir cuando te vayas —dice—. Estaré
bien sin ti, Poppy.
Eso es lo último que quiero oír.
 

Sin ofender al Museo de Arte de Palm Springs, pero


realmente no me importa. Tal vez podría en otras
circunstancias, pero en estas circunstancias, está claro para
mí y para todos los que trabajan aquí que sólo estoy
perdiendo el tiempo. Nunca he sabido realmente cómo
mirar el arte sin alguien otra persona para ser mi guía.
Mi primer novio, Julián, solía decir: O sientes algo o no
lo sientes, pero nunca me llevaba al Moma o al Met (cuando
tomábamos el autobús nocturno a Nueva York nos los
saltábamos por completo) o incluso al Cincinnati Art
Museum; me llevaba a galerías de bricolaje donde los
artistas desnudos en el suelo con sus entrepiernas cubiertas
de alquitrán y plumas mientras grabaciones de audio del
comedor del P.F. Chang's sonaban a todo volumen.
Era más fácil "sentir algo" en esos contextos.
Vergüenza, repugnancia, ansiedad, diversión. Había tanto
que podías sentir de algo tan exagerado, y los detalles más
pequeños podían inclinarte hacia un lado u otro.
Pero la mayoría de las artes visuales no provocan una
reacción intensa en mí, y nunca estoy segura de cuánto
tiempo debo permanecer frente a un cuadro, o qué cara
debo poner, o cómo saber si he elegido el más aburrido del
lote y todos los docentes me están juzgando en silencio.
Estoy bastante segura de que no estoy pasando la
cantidad adecuada de tiempo mirando el arte, porque
termino de recorrerlo en menos de una hora. Todo lo que
quiero hacer es volver al apartamento, pero no si Alex
quiere específicamente que no lo haga.
Así que doy una segunda vuelta. Y luego una tercera.
Esta vez leo todos los carteles. Recojo los folletos en la
recepción y me los llevo para tener algo más que estudiar
intensamente. Un docente calvo con la piel fina como el
papel me mira mal.
Seguramente piensa que estoy de incógnita. Por todo el
tiempo que he pasado aquí, bien podría haberlo hecho. Dos
pájaros de un tiro, etc.
Finalmente, acepto que he agotado mi bienvenida, y
me dirijo a Palm Canyon Drive, donde se supone que hay
algunas increíbles tiendas de antigüedades.
Y las hay. Galerías y salas de exposición y tiendas de
antigüedades, todas alineadas en una hilera ordenada,
salpicada de brillantes estallidos de colores modernistas de
mediados de siglo, azules de huevo de petirrojo, naranjas
brillantes y verdes agrios, vibrantes lámparas de color
amarillo mostaza que parecen casi ilustradas y sofás con
motivos Sputnik y elaboradas lámparas de metal con radios
que sobresalen en todas direcciones.
Es como si estuviera de vacaciones en la imagen del
futuro de los años 60.
Es suficiente para mantener mi interés durante veinte
minutos.
Entonces, finalmente, me atrevo a llamar a Rachel.
—Holaaaaa —grita al segundo timbre.
—¿Estás borracha? —le pregunto sorprendida.
—¿No? —dice ella—. ¿Y tú?
—Ojalá.
—Uh-oh —dice ella—. ¡Pensaba que no me respondías
los mensajes porque te lo estabas pasando genial!
—No te contesto porque nos estamos quedando en una
caja de zapatos de 1 metro que está a un trillón de grados y
no tengo ni el espacio ni la fortaleza mental para enviarte
un mensaje detallado sobre lo mal que va.
—Oh, cariño —suspira Rachel—. ¿Quieres venir a casa?
—No puedo —digo—. Hay una boda al final de esto,
¿recuerdas?
—Podrías —dice ella—. Podrías tener una 'emergencia'.
—No, está bien —digo—. No quiero ir a casa, sólo
quiero que las cosas vayan mejor.
—Apuesto a que estás deseando estar en Santorini
ahora mismo —dice.
—Más que nada deseo que Alex no esté acostado en la
habitación con un espasmo en la espalda.
—¿Qué? —Dice Rachel—. ¿Alex, joven, en forma y con
un cuerpo de piedra?
—Lo mismo. Y no me deja hacer nada para ayudarle, de
verdad. Me ha echado y hoy he ido al museo de arte cuatro
veces.
—¿Cuatro... veces? —dice ella.
—Quiero decir —digo—. No me fui y volví. Me siento
como si hubiera hecho cuatro excursiones completas de
séptimo grado seguidas. Pregúntame cualquier cosa sobre
Edward Ruscha.
—¡Oh! —Dice Rachel—. ¿Cuál era su seudónimo cuando
trabajaba en la revista Artforum en maquetación?
—Bien, no me preguntes nada —digo—. Resulta que en
realidad no leí el panfleto que estuve mirando todo ese
tiempo.
—Eddie Rusia —suelta Rachel la Escuela de Arte—. No
recuerdo en absoluto por qué. Quiero decir, obviamente sólo
suena como su nombre, pero por qué no usar tu nombre
real en ese caso, ¿sabes?
—Totalmente —coincido, y empiezo a regresar al auto.
El sudor se acumula en mis axilas y en la parte posterior de
mis rodillas, y siento que me estoy quemando con el sol
incluso estando de pie bajo el toldo de esta cafetería—.
¿Debería empezar a escribir bajo el nombre de Pop Right,
sin la W?
—O convertirte en un DJ de los noventa —dice Rachel
con rotundidad—. DJ Pop-Right.
—De todos modos —digo—. ¿Cómo estás? ¿Cómo está
Nueva York? ¿Cómo están los perros?
—Bien —dice—. Con calor y bien. Otis tuvo una cirugía
menor esta mañana. Extirpación de un tumor benigno,
gracias a Dios. Estoy en mi camino a recogerlo ahora.
—Dale besos de mi parte.
—Obviamente —dice—. Estoy casi en el veterinario, así
que debería ir, pero avísame si necesitas que me lesione o
lo que sea para que puedas volver a casa antes.
Suspiro. —Gracias. Y tú avísame si necesitas algunos
muebles caros.
—Um. Claro.
Colgamos y miro la hora. He conseguido llegar a las
cuatro treinta de la tarde. Creo que eso significa que es lo
suficientemente tarde para recoger los sándwiches y volver
al Desert Rose.
Cuando entro, la puerta del balcón está cerrada contra
el calor del día, pero el apartamento sigue estando
asquerosamente caluroso. Alex se ha vuelto a poner una
camiseta gris y está sentado donde lo dejé con su libro
abierto y dos más puestos en el colchón a su lado.
—Hola —dice—. ¿Lo has pasado bien?
—Sí —miento. Inclino la barbilla hacia la puerta—. Te
has levantado y andado por ahí.
Su boca se tuerce en un ceño culpable. —Sólo un poco.
Tenía que orinar de todos modos, y tomar otra pastilla.
Me subo a la cama y pongo la bolsa de sándwiches
entre nosotros, metiendo las piernas debajo de mí. —¿Cómo
te sientes?
—Mucho mejor —dice—. Quiero decir, todavía estoy
atrapado aquí, pero me duele menos.
—Bien. Te he traído un sándwich. —Volteo la bolsa de
plástico y el sándwich envuelto en papel se desliza fuera de
ella.
Él coge el suyo y sonríe ligeramente mientras lo
desenvuelve. —¿Un Reuben?
—Sé que no es lo mismo que robárselo a Delallo —digo
—. Pero si quieres, lo pondré en la nevera y me iré al baño el
tiempo suficiente para que cojees y lo agarres.
—Está bien —dice—. En mi corazón, es robado a
Delallo, y algunos dirían que eso es lo que realmente
importa.
—Estamos aprendiendo muchas lecciones importantes
en este viaje —digo—. P.D., le dejé a Nikolai un mensaje de
voz de camino a casa sobre la situación del aire. Estoy
segura de que está filtrando mis llamadas.
—¡Oh! —dice Alex, iluminándose—. ¡Olvidé decírtelo!
Lo tengo a setenta y ocho.
—¿En serio? —Salto de la cama y voy a comprobarlo—.
¡Es increíble, Alex!
Se ríe. —Eso es algo patético para celebrar.
—El tema de este viaje es "tomar todo lo que podamos
obtener”. —digo mientras me vuelvo a sentar a su lado.
—Yo creía que era Aspirar —dice Alex.
—Aspirar a llegar a los setenta y cinco grados.
—Aspirar a entrar en la piscina en algún momento.
—Aspirar a salirse con la suya en el asesinato de
Nikolai.
—Aspirar a salir de la cama.
—Pobre —me quejo—. Atrapado en la cama con un libro
“tu infierno personal”, mientras te froto mentol en la
espalda y te entrego en mano tu desayuno y almuerzo ideal.
Alex pone cara de cachorro regañado.
—¡Injusto! —digo—. ¡Sabes que no puedo usar la
autodefensa contra ti ahora mismo!
—De acuerdo —dice—. Pararé hasta que te sientas
cómoda causándome daño corporal de nuevo.
—¿Cuándo empezó a pasar esto? —Pregunto.
—No lo sé —dice—. Supongo que un par de meses
después de Croacia.
La palabra aterriza como un fuego artificial en medio
de mi pecho. Intento mantener mi rostro plácido, pero no
tengo ni idea de cómo me va. Él, por su parte, no muestra
ningún signo de incomodidad. —¿Sabes por qué? —me
recupero.
—Me jode mucho... —dice—. Sobre todo, cuando estoy
leyendo o en mi ordenador. Un masajista me dijo que
probablemente mis músculos de la cadera se estaban
acortando, tirando de mi espalda. No lo sé. Mi médico se
limitó a recetarme relajantes musculares y se fue antes de
que se me ocurriera alguna pregunta.
—¿Y eso pasa a menudo? —Le digo.
—No mucho —dice—. Esta es la cuarta o quinta vez.
Ocurre menos cuando hago ejercicio regularmente. Supongo
que sentarse en el avión, en el auto y todo eso... y luego la
silla-cama.
—Tiene sentido.
Después de un momento, pregunta —¿Estás bien?
—Supongo que sólo... —Me detengo, sin saber cuánto
quiero decir—. Siento que me he perdido muchas cosas.
Su cabeza se inclina hacia atrás contra las almohadas y
sus ojos recorren mi cara. —Yo también.
Una carcajada a medias sale de mí. —No, no lo haces.
Mi vida es exactamente Igual.
—Eso no es cierto —dice—. Te has cortado el cabello.
Esta vez, la risa es más genuina, y una sonrisa
contenida se curva en sus los labios. —Sí, bueno —digo,
luchando contra un rubor cuando siento su mirada pasar por
mi hombro desnudo, bajando por la longitud de mi brazo
hasta donde mi mano se apoya en la cama cerca de su
rodilla—. No he conseguido una casa ni he comprado mi
propio lavavajillas ni nada. Dudo que alguna vez pueda
hacerlo.
Su ceja se arquea y sus ojos se vuelven a fijar en mi
cara. —No quieres —dice en voz baja.
—Sí, probablemente tengas razón —digo, pero
sinceramente no estoy segura. Ese es el problema. No he
querido las cosas que solía querer, las cosas que quería
cuando tomé casi todas las decisiones importantes de mi
vida. Todavía estoy pagando los préstamos estudiantiles por
un título que no terminé, y aunque me ahorré otro año y
medio de matrícula, últimamente me encuentro
preguntándome si fue la elección correcta.
Hui de Linfield. Hui de la Universidad de Chicago, y si
soy honesta, hui de Alex cuando todo sucedió. Él también
huyó de mí, pero no puedo echarle toda la culpa.
Estaba aterrorizada. Hui. Y dejé que fuera él quien lo
arreglara.
—¿Recuerdas cuando fuimos a San Francisco y
decíamos "cuando en Roma" cada vez que queríamos
comprar algo? —le pregunto.
—Quizá —dice, sonando inseguro. Supongo que mi
expresión debe ser algo parecido a la de aplastada, porque
añade disculpándose—: No tengo una gran memoria.
—Sí. —digo—. Eso tiene sentido.
Tose. —¿Quieres ver algo, o vas a volver a salir?
—No —digo—. Vamos a ver algo. Si vuelvo al Museo de
Arte de Palm Springs, creo que el FBI me estará esperando.
—¿Por qué, has robado algo de valor incalculable? —
pregunta Alex.
—No lo sabré hasta que lo tasen —bromeo—. Con
suerte, el tal Claude Moan-ay resulta ser algo importante.
Alex se ríe y sacude la cabeza, e incluso ese pequeño
gesto parece costarle una descarga de dolor. —Mierda —
dice—. Tienes que dejar de hacerme reír.
—Tienes que dejar de asumir que estoy bromeando
cuando hablo de robar museos de arte.
Cierra los ojos y presiona su boca en una línea recta,
sofocando cualquier otra risa. Después de un segundo, abre
los ojos. —Vale, voy a ir a orinar, espero que sea la última
vez por hoy y también voy a tomarme otra pastilla. Puedes
agarrar mi portátil del bolso y poner Netflix, si quieres. —Se
gira con precaución, pone los pies en el suelo y se levanta.
—Entendido —digo—. ¿Y quieres que deje las revistas
de desnudos ahí o que las saque también?
—Poppy —gime sin mirar atrás—. No bromeo.
Me levanto de la cama y tiro la bolsa del portátil de
Alex en la silla mientras busco y lo llevo de vuelta a la
cama, abriéndolo sobre la marcha.
No lo ha apagado, y cuando rozo la alfombrilla del
ratón, la pantalla se enciende y me pide que me conecte. —
¿Contraseña? —grito hacia el baño.
—Flannery O'Connor —responde, tira de la cadena y
abre el grifo.
No pregunto por los espacios, las mayúsculas o la
puntuación. Alex es un purista. Lo tecleo y la pantalla de
inicio de sesión desaparece, sustituida por un navegador
web abierto. Antes de darme cuenta, estoy fisgoneando sin
querer.
Mi corazón se acelera.
El agua se cierra. La puerta se abre. Alex sale, y
aunque sería mejor fingir que no he visto el anuncio de
empleo que Alex ha sacado, algo se apodera de mí, arranca
la parte de mi cerebro que al menos de vez en cuando filtra
las cosas que no debería decir.
—¿Estás solicitando una plaza de profesor en Berkeley
Carroll?
La confusión en su rostro se transforma rápidamente
en algo parecido a la culpa. —Ah, eso.
—Eso es en Nueva York —digo.
—Así lo sugería la página web —dice Alex.
—La ciudad de Nueva York —aclaro.
—Espera, ¿ese Nueva York? —exclama.
—¿Te vas a mudar a Nueva York? —Digo, y estoy segura
de que estoy hablando fuerte, pero la adrenalina me hace
sentir como si todo el mundo estuviera relleno de algodón,
reduciendo el sonido a un zumbido sordo.
—Probablemente no —dice—. Acabo de ver el anuncio.
—Pero te encantaría Nueva York —digo—. Quiero decir,
piensa en las librerías.
Ahora esboza una sonrisa que parece divertida y triste
a la vez. Vuelve a acercarse a la cama y se baja lentamente
junto a mí. —No sé —dice—. Sólo estaba mirando.
—No te voy a molestar —le digo—. Si te preocupa que
aparezca en tu puerta cada vez que tenga una crisis, te
prometo que no lo haré.
Su ceja se levanta escéptica. —Y si descubres que
tengo un espasmo en la espalda, ¿irrumpirás en mi
apartamento con donas y Icy Hot?
—¿No? —Digo, levantando el tono con culpabilidad. Su
sonrisa se amplía, pero aún así, hay algo vagamente triste
en ella—. ¿Qué pasa?
Me sostiene la mirada durante un rato, como si
estuviéramos atrapados en un juego de gallinas. Luego
suspira y se pasa una mano por la cara. —No lo sé —dice—.
Hay algunas cosas que todavía estoy tratando de resolver
en Linfield. Antes de tomar una decisión así.
—¿La casa? —Supongo.
—Eso es parte de ello —dice—. Me encanta esa casa.
No sé si podría soportar venderla.
—¡Podrías alquilarla! —Sugiero, y Alex me mira—. Ya.
Eres demasiado nervioso para ser casero.
—Creo que quieres decir que todos los demás son
demasiado flojos para ser inquilinos.
—Podrías alquilársela a uno de tus hermanos —digo—.
O puedes quedártela. Quiero decir, tu abuela era la dueña,
¿no? ¿Debes algo?
—Sólo los impuestos sobre la propiedad. —Me quita el
ordenador y sale del puesto de trabajo—. Pero no es sólo la
casa. Y tampoco es sólo por mi padre y mis hermanos. —
añade al ver que mi boca se abre—. Es decir, obviamente
echaría mucho de menos a mis sobrinos. Pero hay otras
cosas que me retienen allí. O, no sé, puede que las haya.
Estoy como... esperando a ver qué pasa.
—Oh —digo, dándome cuenta—. Así que, como... una
mujer.
Vuelve a sostenerme la mirada, como si me retara a
insistir en el asunto. Pero no pestañeo, y él es el primero en
decir algo. —No tenemos que hablar de esto.
—Oh. —Y ahora toda esa energía excitada y vibrante
parece congelarse, hundiéndose en mi estómago—. Así que
es Sarah. Van a volver a estar juntos.
Agacha la cabeza, se frota la frente. —No lo sé.
—¿Ella quiere? —Le digo—. ¿O tú?
—No lo sé. —vuelve a decir.
—Alex.
—No hagas eso. —Levanta la vista—. No me regañes.
Está realmente sombrío ahí fuera, en cuanto a las citas, y
Sarah y yo tenemos mucha historia.
—Sí, una historia sórdida —digo—. Hay una razón por la
que rompieron. Dos veces.
—Y una razón por la que salimos. —responde—. No
todo el mundo puede no mirar hacia atrás como tú.
—¿Qué se supone que significa eso? —Exijo.
—Nada —dice rápidamente—. Simplemente somos
diferentes.
—Sé que somos diferentes —digo, a la defensiva—.
También sé que es sombrío ahí fuera. Yo también estoy
soltera, Alex. Soy miembro del grupo de apoyo a las fotos
de pollas no solicitadas. No significa que esté corriendo para
volver con uno de mis ex.
—Es diferente —insiste.
—¿Cómo? —Le respondo bruscamente.
—Porque tú no quieres lo mismo que yo —dice, medio
gritando, posiblemente lo más alto que le he oído hablar, y
aunque su voz no es de enfado, es definitivamente de
frustración.
Cuando me alejo de él, veo que se desinfla un poco,
avergonzado.
Continúa, tranquilo y controlado una vez más. —Quiero
todo lo que tienen mis hermanos —dice—. Quiero casarme y
tener hijos y nietos y hacerme jodidamente viejo con mi
mujer, y vivir en nuestra casa durante tanto tiempo que
huela a nosotros. Quiero elegir los putos muebles y los
colores de la pintura y hacer todas esas cosas de Linfield
que te parecen tan insoportables, ¿vale? Eso es lo que
quiero. Y no quiero esperar. Nadie sabe cuánto tiempo tiene,
y no quiero que pasen diez años más y descubrir que tengo
un puto cáncer de polla o algo así y que sea demasiado
tarde para mí. Esas cosas son las que me importan.
El fuego que le quedaba se apaga, pero yo sigo
temblando de nervios, de dolor y de vergüenza, y sobre
todo de rabia conmigo misma por no haber entendido lo que
pasaba cada vez que defendía nuestra ciudad natal de
Podunk, o cambiaba el tema de Sarah, o cualquier otra
cosa.
—Alex —digo, al borde de las lágrimas. Sacudo la
cabeza, tratando de despejar las nubes de la tormenta de
emoción que se acumula—. No creo que esas cosas sean
insoportables. No creo que nada de eso sea insoportable.
Sus ojos se levantan pesadamente hacia los míos y se
alejan de nuevo. Con cuidado de no golpearlo, me acerco y
atraigo su mano hacia la mía, cruzo mis dedos entre los
suyos. —¿Alex?
Me mira. —Lo siento —murmura—. Lo siento, Poppy.
Sacudo la cabeza. —Me encanta la casa de Betty —digo
—. Y me encanta pensar en que la tienes, y por mucho que
odie la escuela, me encanta pensar en que enseñas allí y en
lo afortunados que son esos niños. Y me encanta lo buen
hermano e hijo que eres, y... —Las palabras se me atascan
en la garganta y tengo que balbucear el resto de ellas—. Y
no quiero que te cases con Sarah, porque ella te da por
sentado. Si no fuera así, nunca habría roto contigo. Y
sinceramente, aparte de eso, no quiero que te cases con
ella, porque nunca le he gustado, y si te casas con ella... —
Me detengo antes de empezar a sollozar.
Si te casas con ella, pienso, te perderé para siempre.
Y entonces, probablemente no importa con quién te
cases, tendré que perderte para siempre.
—Sé que eso es muy egoísta —digo—. Pero no es sólo
eso. Realmente creo que puedes hacerlo mejor. Sarah será
genial para alguien, pero no para ti. No le gusta el karaoke,
Alex.
Esta última parte sale patéticamente llorosa, y
mientras me mira, se esfuerza por ocultar la sonrisa que le
tira de la boca. Libera su mano de la mía y me rodea con su
brazo, apretándome ligeramente contra él, pero no me dejo
hundir en él como quisiera por miedo a hacerle daño.
Esta lesión, aunque es miserable para él, en realidad
está resultando ser un buen amortiguador porque en todas
las partes que nos estamos tocando ha empezado a
zumbar, como si mis nervios estuvieran buscando más de
él. Me da un beso en la parte superior de la cabeza, y siento
como si alguien hubiera roto un huevo allí, algo cálido y
sensual goteando sobre mí.
Empujo hacia abajo los recuerdos nebulosos de todo lo
que esa boca hizo en Croacia.
—No estoy seguro de que pueda hacerlo mejor —dice
Alex, sacándome de una escena de vergüenza—. Cuando
abro Tinder, sólo me muestra el dedo del medio.
—¿En serio? —Me incorporo—. ¿Tienes una cuenta de
Tinder?
Pone los ojos en blanco. —Sí, Poppy. El abuelo tiene
Tinder.
—Déjame verlo.
Sus orejas se ponen rojas. —No, gracias. No estoy de
humor para ser brutalmente agredido.
—Puedo ayudarte, Alex —digo—. Soy una mujer
heterosexual. Sé cómo se reciben los perfiles de Tinder de
los hombres. Puedo averiguar qué estás haciendo mal.
—Lo que estoy haciendo mal es tratar de encontrar una
conexión significativa en una aplicación de citas.
—Bueno, obviamente —digo—. Pero veamos qué más.
Suspira. —Bien. —Saca su teléfono del bolsillo y me lo
entrega—. Pero ten cuidado conmigo, Poppy. Estoy frágil
ahora mismo.
Y entonces pone la cara.
 
17
Hace Siete Veranos
 

New Orleans
Alex siente curiosidad por la arquitectura, todos esos
viejos edificios de color crayola con sus balcones de hierro
forjado y los árboles que se retuercen a través de las
aceras, con raíces que se extienden por metros en todas
direcciones, rompiendo el cemento como si nada. Los
árboles lo preceden y lo sobrevivirán.
Me entusiasma el alcohol en forma de granizado y las
tiendas sobrenaturales kitsch.
Por suerte, no hay escasez de nada de eso.
Estoy encantada de encontrar un gran estudio no muy
lejos de Bourbon Street. Los suelos están teñidos de oscuro,
los muebles son de madera pesada y en las paredes de
ladrillo visto cuelgan coloridos cuadros de músicos de jazz.
Las camas son de aspecto barato, al igual que la ropa de
cama, pero son queen, y el lugar está limpio, y el aire
acondicionado es tan fuerte que tenemos que bajarle la
potencia para que cada vez que entremos después de un
día de calor, no nos castañeen los dientes.
Todo lo que hay que hacer en Nueva Orleans, es
caminar, comer, beber, mirar y escuchar. Esto es
básicamente lo que hacemos en cada viaje, pero el hecho
queda subrayado aquí por los cientos de restaurantes y
bares que se encuentran hombro con hombro en cada
esbelta calle. Y los miles de personas que circulan por la
ciudad con vasos altos de neón y pajitas desparejadas. Cada
manzana, los olores de la ciudad cambian de frito y
delicioso a apestoso y podrido, la humedad atrapa las aguas
residuales y las pone en evidencia.
En comparación con la mayoría de las ciudades
americanas, todo parece tan viejo que me imagino que
estamos oliendo residuos del 1700, lo que milagrosamente
lo hace más soportable.
—Se siente como si estuviéramos caminando dentro de
la boca de alguien —dice Alex más de una vez sobre la
humedad, y desde entonces, cada vez que el olor llega,
pienso en comida atrapada entre muelas.
Pero el caso es que nunca dura. Una brisa lo despeja, o
pasamos por delante de otro restaurante con todas las
puertas abiertas, o doblamos la esquina y nos topamos con
una hermosa calle lateral en la que todos los balcones están
llenos de flores moradas.
Además, llevo cinco meses en Nueva York, y durante
los dos últimos meses de verano no es que mi parada de
metro haya olido a rosas. He visto a tres personas diferentes
orinando en los escalones del interior, y he visto a una de
esas personas hacerlo por segunda vez una semana
después.
Me encanta Nueva York, pero, vagando por Nueva
Orleans, me pregunto si podría ser igual de feliz aquí. Si tal
vez podría ser más feliz. Si tal vez Alex me visitara más a
menudo.
Hasta ahora ha visitado Nueva York una vez, unas
semanas después de que terminara su primer año de la
escuela de posgrado. Llevó un auto lleno de mis cosas
desde la casa de mis padres hasta mi apartamento en
Brooklyn, y el último día de su viaje, comparamos
calendarios, hablamos de cuándo nos volveríamos a ver.
El viaje de verano, obviamente. Posiblemente (pero
probablemente no) el Día de Acción de Gracias. Navidad, si
pudiera conseguir tiempo libre en el restaurante donde
trabajo. Pero todo el mundo quiere estar libre en Navidad,
así que propuse la idea de Nochevieja y acordamos que lo
haríamos más tarde.
Hasta ahora no hemos hablado de nada de eso en este
viaje. No he querido pensar en echar de menos a Alex
mientras estoy con él. Me parece un desperdicio.
—Si no hay nada más —bromeó—. Siempre nos
quedará el Viaje de Verano.
Tuve que decidir activamente ver eso como algo
reconfortante.
Desde la mañana hasta horas después del anochecer,
deambulamos. Bourbon Street y Frenchmen, y Canal y
Esplanade (Alex está especialmente enamorado de las
majestuosas casas antiguas de esta calle, con sus
rebosantes de flores y sus palmeras bronceadas que se
alzan junto a escarpados robles).
Comemos esponjosos beignets espolvoreados de
azúcar en un café al aire libre y pasamos horas recorriendo
las chucherías que se venden fuera del Mercado Francés
(llaveros con cabezas de cocodrilo y anillos de plata con
piedras lunares), los panes recién horneados y los productos
locales refrigerados y los densos pastelitos con kiwi y fresas
y cerezas empapadas en bourbon y pralinés (de todas las
formas imaginables) que se venden en los puestos del
interior.
Bebemos Sazeracs, huracanes y daiquiris allá donde
vamos, porque seguir el tema importa, como dice Alex
dramáticamente cuando intento pedir un gin-tonic, y a
partir de ahí, tenemos tanto nuestro mantra como nuestros
alter ego para la semana.
Gladys y Keith Vivant son una pareja poderosa de
Broadway, decidimos. Verdaderos artistas, hasta la médula,
y como rezan sus tatuajes a juego, ¡Todo el mundo es un
escenario!
Comienzan todos los días con algunos ejercicios de
actuación, se adhieren a un tema para una semana entera,
dejando que guíe cada una de sus interacciones para poder
habitar mejor el personaje.
Y el tema, por supuesto, es vital.
O podríamos decir, que es importante.
—¡El tema importa! —gritamos una y otra vez, pisando
fuerte cada vez que queremos que el otro haga algo que no
le entusiasma.
Hay un montón de tiendas vintage que parecen no
haber sido nunca limpiadas antes, y a Alex no le entusiasma
probarse los pantalones de cuero antiguos que le elijo en
una de ellas, al igual que a mí no me entusiasma que quiera
pasar seis horas en un museo de arte.
—¡El tema importa! —Grito— cuando se niega a entrar
en un bar con una banda de saxofón (no es broma) tocando
en pleno día.
—¡El tema importa! —grita cuando le digo que no
quiero comprar camisetas que digan Drunk Bitch 1 y Drunk
Bitch 2 como esas camisetas de Thing 1 y Thing 2 que
venden en los parques temáticos, y salimos de la tienda con
las camisetas encima de la ropa.
—Me encanta cuando te pones raro —le digo.
Me mira de reojo mientras caminamos. —Tú me pones
raro. No soy así con nadie más.
—Tú también me pones rara —le digo; luego—.
¿Deberíamos hacernos tatuajes de verdad que digan 'Todo
el mundo es un escenario'?
—Gladys y Keith lo harían —dice Alex, dando un largo
trago a su botella de agua. Después me la pasa, y yo me
trago la mitad con avidez.
—¿Entonces eso es un sí?
—Por favor, no me obligues —dice.
—Pero, Alex —grito—. El tem...
Me vuelve a meter la botella de agua en la boca. —
Cuando estés sobria, te prometo que ya no te parecerá
gracioso.
—Siempre pensaré que todos los chistes que hago son
divertidísimos –digo—. Pero punto válido.
Nos dedicamos a la hora feliz, con resultados variados.
A veces las bebidas son débiles y malas, a veces son duras
y buenas, a menudo son duras y malas. Vamos a un bar de
hotel que está montado en un carrusel y cada uno compra
un cóctel de quince dólares. Vamos a, supuestamente, el
segundo bar más antiguo en funcionamiento de Luisiana. Es
una vieja herrería con suelos pegajosos que parece un
museo viviente excepto por la gigantesca máquina de trivial
que hay instalada en la esquina.
Alex y yo sorbemos lentamente una bebida compartida
mientras esperamos nuestro turno. No batimos el récord,
pero sí el marcador.
La quinta noche, terminamos en un bar de karaoke de
fraternidad con un escenario y espectáculo de luces láser.
Después de dos tragos de Fireball, Alex acepta cantar I Got
You Babe de Sonny y Cher en el escenario en el papel de los
Vivants.
A mitad de la canción, nos enzarzamos en una pelea
con micrófonos sobre el hecho de que sé que se acuesta
con Shelly por el maquillaje. —¡No se tarda una hora en
ponerse una maldita barba falsa, Keith! —Grito.
Los aplausos del final son apagados e incómodos. Nos
tomamos otro trago y nos dirigimos a un lugar del que me
habló Guillermo que sirve un cóctel de café helado.
La mitad de los sitios a los que hemos ido han sido
lugares recomendados por Guillermo, y me han encantado
todos, especialmente la tienda de po'boys. Tener un chef
como novio tiene sus ventajas.
Cuando le dije a dónde íbamos Alex y yo, sacó un papel
y empezó a escribir todo lo que recordaba de su último
viaje, junto con notas sobre los precios y lo que había que
pedir. Anotó todo lo que debía comer, pero es imposible que
lleguemos a todos.
Conocí a Guillermo un par de meses después de
mudarme a Nueva York. Mi nueva amiga (la primera
neoyorquina), Rachel, recibió una petición para comer gratis
en su nuevo restaurante, a cambio de publicar algunas fotos
en sus redes sociales. Ella hace ese tipo de cosas a menudo,
y como soy una compañera de Internet, hacemos este tipo
de cosas juntas.
—Menos embarazoso —insiste—. Además de la
promoción cruzada.
Cada vez que publica una foto conmigo, mi número de
suscriptores aumenta en cientos. Llevo seis meses con
treinta y seis mil, pero he llegado a cincuenta y cinco mil
por pura asociación con Her Brand.
Así que fui con ella a ese restaurante, y después de la
comida, el chef vino era guapo y dulce, con suaves ojos
marrones y el cabello oscuro recogido en la frente. Su risa
era suave y discreta, y esa noche me envió un mensaje a
Instagram, antes de que pudiera publicar las fotos que
había tomado, en mi cuenta.
Me encontró a través de Rachel, y me gustó la forma en
que me lo dijo por adelantado, sin vergüenza. Trabaja casi
todas las noches, así que en nuestra primera cita fuimos a
desayunar y me besó cuando me recogió en lugar de
esperar a dejarme después.
Al principio, salía con otras personas y él también, pero
después de varias semanas, decidimos que ninguno de los
dos quería ver a nadie más. Él se reía cuando me lo
contaba, y yo también me reía, sólo porque me había
acostumbrado a dar ánimos a la risa por estar cerca de él.
No es como con Julián, no es algo que lo consuma todo
y sea imprevisible. Nos vemos dos o tres veces por semana,
y es agradable, la forma en que esto deja espacio en mi
vida para otras cosas.
Clases de spinning con Rachel y largos paseos por el
centro comercial de Central Park con un cucurucho de
helado chorreante en la mano, inauguraciones de galerías y
noches especiales de cine en los bares del barrio. La gente
de Nueva York es más amable de lo que el resto del mundo
me advirtió que sería.
Cuando le cuento esto a Rachel, me dice —La mayoría
de la gente aquí no es idiota. Sólo están ocupados.
Pero cuando le digo lo mismo a Guillermo, me coge
suavemente la mandíbula, se ríe y dice: —Eres tan dulce.
Espero que no dejes que este lugar te cambie.
Es dulce, pero también me preocupa. Como si lo que
Gui ama más de mí no es una parte esencial, sino algo
cambiante, algo que podría ser despojado por unos años en
el clima adecuado.
Mientras recorremos las calles de Nueva Orleans,
pienso varias veces en decirle a Alex lo que dijo Guillermo,
pero cada vez me detengo. Quiero que a Alex le guste
Guillermo, y me preocupa que se ofenda por mí.
Así que le cuento otras cosas. Como lo tranquilo que es
Guillermo, que se ríe con facilidad, que le apasiona su
trabajo y la comida en general.
—Te va a gustar –le digo, y me lo creo de verdad.
—Seguro que sí —insiste Alex—. Si a ti te gusta, a mí
me gustará.
—Bien —digo.
Y entonces me habla de Sarah, su enamoramiento
universitario no correspondido. Se encontró con ella cuando
estaba en Chicago visitando a unos amigos hace unas
semanas. Tomaron una copa.
—¿Y?
—Y nada —dice—. Ella vive en Chicago.
—No es Marte —digo—. Ni siquiera está tan lejos de la
Universidad de Indiana.
—Me ha estado enviando algunos mensajes de texto —
admite.
—Por supuesto que sí —digo—. Eres un buen partido.
Su sonrisa es tímida y adorable. —No lo sé —dice—.
Quizá la próxima vez que esté en la ciudad volvamos a
quedar.
—Deberías —insisto.
Soy feliz con Guillermo, y Alex merece ser feliz
también. Cualquier tensión que el cinco por ciento de
nuestra relación el "qué pasaría si", dejaba entrever parece
haberse resuelto.
Mientras que quedarse en el Barrio Francés había
parecido ideal cuando reservé nuestro Airbnb, resulta que
las noches son bastante ruidosas. La música llega hasta las
tres o las cuatro y empieza a sonar sorprendentemente
temprano por la mañana. Nos aventuramos a ir a la piscina
de la azotea del Ace Hotel, que es gratuita entre semana, y
a dormir la siesta en un par de tumbonas al sol.
Es probablemente el mejor sueño que tengo en toda la
semana, así que para cuando hacemos la visita al
cementerio en el último día del viaje, ya estoy agotada. Alex
y yo esperábamos historias de fantasmas inquietantes. En
cambio, recibimos información sobre cómo la Iglesia
Católica cuida de algunas tumbas, las que la gente compró
"cuidado perpetuo" hace generaciones y deja que las otras
se desmoronen hasta convertirse en polvo.
Es decididamente aburrido, y nos estamos asando al
sol, y me duele la espalda de caminar en sandalias toda la
semana, y estoy agotada de apenas dormir, y a mitad de
camino, cuando Alex se da cuenta de lo miserable que soy,
empieza a levantar la mano cada vez que nos detenemos
en otra tumba para obtener más datos anodinos y a
preguntar —Entonces, ¿esta tumba está embrujada?
Al principio nuestro guía turístico se ríe de su pregunta,
pero le hace menos gracia cada vez que ocurre. Finalmente,
Alex pregunta por una gran pirámide de mármol blanco que
no encaja con el resto de las tumbas apiladas y
rectangulares de estilo francés y español, y el guía turístico
resopla —¡Espero que no! Esa es de Nicolas Cage.
Alex y yo nos desternillamos de risa.
Resulta que no está bromeando.
Se suponía que esto era una gran revelación,
probablemente con una broma incorporada, y lo
arruinamos. —Lo siento —dice Alex, y le pasa una propina
mientras nos vamos. Yo soy la que trabaja en un bar, pero él
es el que siempre tiene dinero en efectivo.
—…Eres secretamente un stripper? —Le pregunto—.
¿Por eso siempre tienes dinero en efectivo?
—Bailarín exótico —dice.
—¿Eres un bailarín exótico? —Le digo.
—No —dice—. Sólo es útil llevar dinero en efectivo.
El sol se está poniendo, y ambos estamos cansados,
pero es nuestra última noche, así que decidimos asearnos y
reunirnos. Mientras estoy sentada en el suelo frente al
espejo de cuerpo entero, maquillándome, ojeo la lista de
Guillermo y le grito sugerencias a Alex.
—Eh —dice él después de cada una, viene a ponerse
detrás de mí, haciendo contacto visual en el espejo–.
¿Podemos dar un paseo?
—Me encantaría —admito.
Pasamos por un par de pubs lúgubres antes de acabar
en el Dungeon, un pequeño y oscuro bar gótico al final de
un estrecho callejón. Nos dicen que las fotos están
expresamente prohibidas, antes de que el portero nos deje
entrar en la sala principal, iluminada en rojo, y está tan
llena que tengo que agarrarme al codo de Alex mientras
subimos. Hay esqueletos de plástico colgados en la pared, y
un ataúd con revestimiento rojo espera una foto que no está
permitida.
A pesar de nuestro mantra para este viaje, y todas las
compras personales gratuitas que he hecho por él, Alex ha
seguido aborreciendo las fiestas temáticas, los eventos y, al
parecer, también los bares.
—Este lugar es horrible —dice—. Te encanta, ¿verdad?
Asiento con la cabeza y él sonríe. Tenemos que estar
tan cerca que tengo que inclinar la cabeza toda hacia atrás
para poder verlo. Me aparta el cabello de los ojos y me coge
la nuca, como para estabilizarla.
—Siento ser tan alto —dice por encima de la música
metálica que retumba en el bar.
—Siento ser tan baja —digo yo.
—Me gusta que seas bajita —dice—. Nunca te disculpes
por ser bajita.
Me inclino hacia él, un abrazo sin brazos. —Oye —le
digo.
—Oye, ¿qué? —pregunta.
—¿Podemos ir a ese bar country por el que pasamos?
Estoy segura de que no quiere. Estoy segura de que
todo esto le parece humillante. Pero lo que dice es —
Tenemos que hacerlo. El tema importa, Poppy.
Así que vamos allí a continuación, y es el polo opuesto
del Dungeon, un gran bar abierto con sillas de montar para
los asientos y Kenny Chesney a todo volumen para nadie
más que nosotros.
Alex está disgustado con la idea de sentarse en los en
las sillas de montar, pero me levanto e intento ponerle su
cara de cachorro regañado.
—¿Qué es eso? —dice—. ¿Estás bien?
—Estoy siendo patética —digo—. Para que por favor me
hagas la mujer más feliz del estado de Luisiana y te sientes
en una de éstas sillas de montar.
—No puedo decidir si eres demasiado fácil de
complacer o demasiado dura —dice, y gira una pierna,
subiéndose a la silla de montar junto a la mía.
—Disculpe —dice, a un fornido camarero con chaleco
de cuero negro—. Deme algo que me haga olvidar lo que ha
pasado.
Todavía sacando brillo a un vaso, se gira y me mira
fijamente. —No leo la mente, chico. ¿Qué quieres?
Las mejillas de Alex se ruborizan. Se aclara la garganta.
—La cerveza está bien. Lo que tengas.
—Que sean dos —digo—. Dos de esos alcoholes, por
favor.
Mientras el camarero se gira para traer nuestras
bebidas, me inclino hacia Alex y casi me caigo de la silla de
montar en el proceso. Él me atrapa y me sostiene mientras
susurro —¡Está tan en el tema!
Sólo son las once y media cuando nos vamos, pero
estoy agotada y tan sedienta como nunca he estado en mi
vida. Así que caminamos por el centro de la calle con todos
los demás juerguistas: familias con camisetas de la reunión
a juego; novias vestidas de blanco con sedosos fajines rosas
de soltera y altísimos tacones; hombres borrachos de
mediana edad que coquetean con las chicas con fajines
rosas de BACHELORETTE (soltera), metiendo billetes de
dólar en los tirantes de sus vestidos al pasar.
En lo alto, la gente se agolpa en los balcones de los
bares y restaurantes, agitando cuentas moradas, doradas y
verdes, y cuando un hombre me silba y agita un puñado de
collares, levanto los brazos para cogerlos. Él sacude la
cabeza y hace la pantomima de levantarse la camisa.
—Lo odio —le digo a Alex.
—Yo también —coincide Alex.
—Pero tengo que admitir que está en el tema.
Alex se ríe y seguimos caminando, sin rumbo fijo. Poco
a poco, el tráfico peatonal se ralentiza a medida que nos
acercamos a una banda de música (sin saxofón ni otros
vientos de madera) que se ha instalado en medio de la
calle, con las trompas y los tambores sonando. Nos
detenemos a observar y algunas parejas se ponen a bailar.
En un giro del siglo, Alex me ofrece su mano y, cuando la
tomo, me hace girar en un círculo perezoso y me acerca,
con una mano alrededor de mi espalda y la otra doblada
contra la mía. Me mece de un lado a otro y los dos nos
reímos con sueño. No llevamos el ritmo, pero no importa.
Sólo somos nosotros. Quizá por eso puede soportar el afecto
público.
Tal vez, como yo, cuando estamos juntos siente que no
hay nadie más, como si fueran fantasmas que soñamos
como decorado.
Incluso si Jason Stanley y todos los otros matones de mi
pasado estuvieran aquí, burlándose de mí a través de un
megáfono, no creo que dejara de bailar torpemente con
Alex en la calle. Me hace girar hacia afuera y hacia adentro,
trata de sumergirme, casi me deja caer. Grito cuando
sucede, me río tanto que resoplo cuando me atrapa y me
hace girar sobre mis pies, meciéndome un poco más.
Cuando la canción termina, nos separamos y nos
unimos a la multitud en los aplausos. Alex se agacha un
segundo y, cuando se levanta, sostiene un ramo de collares
de Mardi Gras de color púrpura.
—Estaban en el suelo —digo.
—¿No las quieres?
—No, las quiero —digo—. Pero estaban en el suelo.
—Sí —dice.
—Donde hay suciedad —digo—. Y alcohol derramado.
Posiblemente vómito.
Hace un gesto de dolor y empieza a bajarlas. Le agarro
la muñeca y lo calmo.
—Gracias —le digo—. Gracias por tocar estos sucios
collares para mí, Alex. Me encantan.
Pone los ojos en blanco, sonríe y desliza los collares por
mi cuello mientras yo agacho la cabeza.
Cuando vuelvo a mirarlo, me está mirando con una
sonrisa, y pienso: Te quiero más que nunca. ¿Cómo es
posible que esto siga ocurriendo con él?
—Podemos hacernos una foto juntos? —Le pregunto,
pero lo que estoy pensando es que ojalá pudiera embotellar
este momento y llevarlo como un perfume. Estaría siempre
conmigo. Dondequiera que fuera, él también estaría allí, y
así siempre me sentiría yo misma.
Saca su teléfono y nos acurrucamos juntos mientras
saca una foto. Cuando la miramos, emite un sonido de
sorpresa estrangulada. Probablemente en un esfuerzo por
no parecer tan somnoliento, abrió mucho los ojos en el
último segundo posible.
—Parece que has visto algo horrible exactamente
cuando el se prendió el flash —le digo.
Intenta quitarme el teléfono de las manos, pero me
alejo de él, y salgo corriendo de su alcance mientras me
escribo un mensaje de texto. Me sigue, luchando contra una
sonrisa, y cuando se lo devuelvo, le digo: —Ya está, ahora
que tengo una copia, puedes borrarla.
—Nunca la borraría —dice Alex—. Sólo voy a mirarla
cuando esté solo, encerrado en mi apartamento, para que
nadie más vea mi cara en esta foto.
—Yo la voy a ver —digo.
—Tú no cuentas —dice.
—Lo sé —acepto. Me encanta eso, ser la que no cuenta.
La que puede ver a Alex. La que lo hace raro.
Cuando volvemos al apartamento, le pregunto cuándo
me va a dejar leer los cuentos en los que ha estado
trabajando.
Dice que no puede, que si no me gustan, se sentirá
demasiado avergonzado.
—Has entrado en un programa de maestría increíble —
le digo—. Es obvio que eres bueno. Si no creo que sean
buenos, obviamente estoy equivocada.
Dice que si no creo que sean buenos, entonces la
Universidad está equivocada.
—Por favor —le digo.
—De acuerdo —dice, y saca su computadora—. Sólo
espera hasta que esté en la ducha, ¿de acuerdo? No quiero
tener que ver cómo lo lees.
—De acuerdo —digo–. Si tienes una novela, podría
leerla en su lugar, ya que tendré toda la duración de una
ducha de Alex Nilsen.
Me lanza una almohada y entra en el baño.
La historia es realmente corta. Nueve páginas, sobre un
niño que nació con un par de alas. Toda su vida, la gente le
dice que eso significa que debería intentar volar. Él tiene
miedo de hacerlo. Cuando finalmente lo hace, salta desde
un tejado de dos pisos, y se cae. Se rompe las piernas y las
alas. Nunca las recupera. Mientras se recupera, el hueso se
cura en su forma deforme. Por fin, la gente deja de decirle
que debe haber nacido para volar. Por fin, es feliz.
Cuando Alex vuelve a salir, estoy llorando.
Me pregunta qué me pasa.
Le digo: —No lo sé. Sólo háblame.
Piensa que estoy haciendo una broma y se ríe, pero por
una vez, no me refería a la chica de la galería que intentó
vendernos una escultura de un oso de veintiún mil dólares.
Estaba pensando en lo que Julián solía decir sobre el
arte. Como te hace sentir algo o no.
Cuando leí su historia, me puse a llorar por una razón
que no puedo explicar del todo, ni siquiera a Alex.
Cuando era una niña, solía tener estos ataques de
pánico pensando en cómo nunca podría ser otra persona.
No podía ser mi madre ni mi padre, y durante toda mi vida
tendría que andar dentro de un cuerpo que me impedía
conocer de verdad a otra persona.
Me hacía sentir sola, desolada, casi sin esperanza.
Cuando se lo conté a mis padres, esperaba que conocieran
el sentimiento del que hablaba, pero no fue así.
—¡Pero eso no significa que haya nada malo en sentirse
así, cariño! —insistió mamá.
—¿Quién más piensas ser? —dijo mi padre con su
particular fascinación.
El miedo disminuyó, pero la sensación nunca
desapareció. De vez en cuando vez, volvía a sacarla, a
hurgar en ella. Me preguntaba cómo podría dejar de
sentirme sola si nadie podía conocerme del todo. Cuando
nunca podría asomarme al cerebro de otra persona y verlo
todo.
Y ahora estoy llorando porque leer esta historia me
hace sentir por primera vez que no estoy en mi cuerpo.
Como si hubiera una burbuja que se extiende alrededor de
mí y de Alex y hace que seamos sólo dos globos de
diferentes colores en una lámpara de lava, mezclándose
libremente, bailando uno alrededor del otro, sin obstáculos.
Lloro porque me siento aliviada. Porque nunca más me
sentiré tan sola como en aquellas largas noches de niña.
Mientras lo tenga a él, nunca más estaré sola.
 
18
Este Verano
 

—Alex —grito al ver su perfil de Tinder—. ¡No!


—¿Qué? ¿Qué? —dice—. ¡No hay manera de que hayas
leído todo ahora!
—Um, en primer lugar —digo, blandiendo su teléfono
delante de nosotros—. ¿No crees que eso sea un problema?
Tu biografía parece la carta de presentación de un
currículum. Ni siquiera sabía que las biografías de Tinder
podían ser tan largas. ¿No hay algún tipo de límite de
caracteres? Nadie va a leer todo esto.
—Si están realmente interesadas, lo harán —dice,
deslizando el teléfono de mi mano.
—Tal vez, si están interesadas en extraer tus órganos,
hojearán hasta el final sólo para asegurarse de que no
mencionas tu tipo de sangre... ¿lo haces?
—No —dice, sonando dolido, y luego añade—, sólo mi
peso, altura, IMC y número de seguridad social. ¿Lo que he
escrito está bien al menos?
—Oh, no vamos a hablar de eso todavía. —Le quito el
teléfono de la mano, inclino la pantalla hacia él y amplío su
foto de perfil—. Primero tenemos que hablar de esto.
Él frunce el ceño. —Me gusta esa foto.
—Alex... —Le digo con calma—. Hay cuatro personas en
esta foto
—¿Y?
—Así que hemos encontrado el primer y mayor
problema.
—¿Que tengo amigos? Pensé que eso ayudaría.
—Pobre criatura inocente, recién llegada a la tierra —lo
arrullo.
—¿Las mujeres no quieren salir con hombres que tienen
amigos? —dice secamente, incrédulo.
—Por supuesto que sí —le digo—. Sólo que no quieren
jugar a la aplicación de citas. ¿Cómo se supone que van a
saber cuál de estos tipos eres tú? El de la izquierda tiene
como ochenta años.
—Profesor de biología —dice. Su ceño se frunce—. En
realidad no me tomo fotos solo.
—Me enviaste esos selfies de Cachorros Tristes —
señalo.
—Eso es diferente —dice—. Esas eran para ti... ¿Crees
que debería usar una de esas?
—Dios, no —digo—. Pero podrías tomarte una nueva
foto en la que no estés poniendo esa cara, o podrías
recortar una en la que estés tú y tres profesores de biología
de cierta edad para que sólo estés tú.
—Estoy poniendo una cara rara en esa foto —dice—.
Siempre pongo una cara rara en las fotos.
Me río, pero en realidad, un cálido afecto crece en mi
vientre. —Tienes una cara para las películas, no para las
fotografías —digo.
—¿Qué significa eso?
—Significa que eres extremadamente guapo en la vida
real, cuando tu cara se mueve como lo hace, pero cuando
se capta una milésima de segundo, sí, a veces pones una
cara rara.
—Así que básicamente debería borrar Tinder y tirar mi
teléfono al mar.
—¡Espera! —Salto de la cama y arrebato mi teléfono de
la encimera donde lo dejé, y luego vuelvo a subirme al lado
de Alex, metiendo las piernas debajo de mí—. Sé lo que
deberías usar.
Él me mira con duda mientras reviso mis fotos. Estoy
buscando una foto de nuestro viaje a la Toscana, el último
antes de Croacia. Estábamos sentados en el patio, cenando
tarde, y se escabulló sin decir nada. Supuse que había ido al
baño, pero cuando entré a por el postre, estaba en la
cocina, mordiéndose el labio y leyendo un correo electrónico
en su teléfono.
Parecía preocupado, no parecía darse cuenta de que yo
estaba allí hasta que le toqué el brazo y dije su nombre.
Cuando levantó la vista, su rostro se volvió flojo.
—¿Qué pasa? —pregunté, y lo primero que me vino a la
mente fue La abuela Betty. Se estaba haciendo mayor. En
realidad, desde que la conocí había sido vieja, pero la última
vez que habíamos ido a su casa juntos, apenas se había
levantado de la silla en la que tejía. Hasta entonces,
siempre había sido una persona bulliciosa. Iba a la cocina
para traernos limonada. Yendo al sofá para mullir los cojines
antes de sentarnos.
Pero el pensamiento no tuvo tiempo de gestarse
porque apareció la diminuta y siempre reprimida sonrisa de
Alex.
—Tin House —dijo—. Van a publicar uno de mis
cuentos.
Se rio por sorpresa después de decirlo, y lo abracé,
dejé que me levantara y que me atrajera y me apretara
contra él. Le besé la mejilla sin pensarlo, y si a él le pareció
menos natural que a mí, no lo demostró. Me hizo girar en
medio círculo, me dejó en el suelo sonriendo y volvió a
mirar su teléfono. Se olvidó de ocultar sus emociones. Dejó
que se desbocaran en su rostro. Saqué mi teléfono del
bolsillo, saqué la cámara y dije: —Alex.
Cuando levantó la vista, capturé mi foto favorita de
Alex Nilsen.
La felicidad sin filtros. Alex desnudo.
—Aquí —dije, y le mostré la foto. Él, de pie en una
cálida cocina dorada de la Toscana, con el cabello recogido
como siempre, el teléfono suelto en la mano y los ojos fijos
en la cámara, la boca sonriente pero entreabierta—.
Deberías usar esta.
Se vuelve del teléfono hacia mí, nuestras caras están
cerca aunque, como siempre, la suya cuelga sobre la mía,
su boca suave con un rastro de sonrisa. —Me había olvidado
de eso —dice.
—Es mi favorita —Durante un rato ninguno de los dos
se mueve. Nos quedamos en este momento de estrecho
silencio—. Te la enviaré —digo débilmente, y rompo el
contacto visual, abriendo nuestro hilo de texto y dejando
caer la foto en él.
El teléfono de Alex zumba en su regazo, donde debo
haberlo dejado caer. Lo coge y hace su tic de media tos. —
Gracias.
—Entonces —digo—. Sobre esa biografía.
—¿La imprimimos y buscamos un bolígrafo rojo? —
bromea.
—Ni hablar, hombre. Este planeta se está muriendo. De
ninguna manera voy a desperdiciar tanto papel.
—Ja, ja, ja —dice—. Intentaba ser minucioso.
—Tan minucioso como Dostoyevsky.
—Lo dices como si fuera algo malo.
—Shh —digo—. Leyendo.
Ya conociendo a Alex, la biografía me parece
encantadora. Sobre todo en que habla de su lado de abuelo
adorable. Pero si no lo conociera y uno de mis amigos me
leyera esta biografía, sugeriría que tal vez este hombre
sería un asesino en serie.
¿Injusto? Probablemente.
Pero eso no cambia las cosas. Enumera donde fue a la
escuela, cuando se graduó, habla a profundidad sobre lo
que estudió, los últimos trabajos que tuvo, sus puntos
fuertes en dichos trabajos, el hecho de que espera casarse y
tener hijos, y que está "unido a sus tres hermanos y a sus
cónyuges e hijos" y "disfruta enseñando literatura a
estudiantes de secundaria superdotados”
Debo poner cara de circunstancias, porque suspira y
dice: —Es realmente tan malo?
—¿No? —le digo.
—¿Es una pregunta? —pregunta.
—¡No! —le digo—. Quiero decir, no, no está mal. Es
algo bonito, pero, Alex, ¿de qué se supone que tienes que
hablar cuando sales con una chica que ya ha leído todo
esto?
Se encoge de hombros. —No lo sé. Probablemente sólo
les haría preguntas sobre ellas mismas.
—Eso parece una entrevista de trabajo —digo—. Quiero
decir, sí, es una cosa rara y maravillosa cuando tu cita de
Tinder te hace una sola pregunta sobre ti, pero no puedes
no hablar de ti en absoluto.
Se frota la línea de la frente. —Dios, realmente odio
tener que hacer esto. ¿Por qué es tan difícil conocer gente
en la vida real?
—Podría ser más fácil... en otra ciudad —le digo con
insistencia.
Me mira con recelo y pone los ojos en blanco, pero
sonríe. —Bueno, ¿qué escribirías, si fueras un chico,
tratando de cortejarte a ti misma?
—Bueno, yo soy diferente —digo—. Lo que tienes aquí
funcionaría totalmente en mí.
Se ríe. —No seas mala.
—No lo soy —digo—. Suenas como un robot sexy para
criar niños. Como la criada de los Jetsons pero con
abdominales.
—Poppyyyyy —gime, echándose el antebrazo a la cara.
—Bien, bien. Lo intentaré. —Vuelvo a coger su teléfono
y borro lo que ha escrito, memorizándolo lo mejor posible
por si quiere recuperarlo. Pienso durante un minuto, luego
escribo y le devuelvo el teléfono.
Él estudia la pantalla durante un largo rato y luego lee
en voz alta —. Tengo un trabajo a tiempo completo y una
cama con un marco real. Mi casa no está llena de posters de
Tarantino, y respondo a los mensajes en un par de horas.
Además, odio el saxofón.
—Oh, ¿he puesto un signo de interrogación? —
pregunto, inclinándome sobre su hombro para ver—. Se
supone que eso es un punto.
—Es un punto —dice—. Es que no estaba seguro de si
hablabas en serio.
—¡Claro que hablo en serio!
—¿Tengo una cama con un marco real? —dice de
nuevo.
—Demuestra que eres responsable —digo—. Y que eres
divertido.
—En realidad demuestra que eres graciosa —dice Alex.
—Pero tú también eres divertido —digo yo—. Estás
dándole demasiadas vueltas a esto.
—Realmente crees que las mujeres querrán salir
conmigo basándose en una foto y en el hecho de que tengo
una cama con un marco.
—Oh, Alex —digo—. Creí que habías dicho que sabías lo
sombrío que era ahí afuera.
—Todo lo que digo es que ando todo el día con esta
cara y un trabajo y una cama con marco, y nada de eso me
ha llevado muy lejos.
—Sí, eso es porque eres intimidante —digo, guardando
la biografía y volviendo al pase de diapositivas de los relatos
de las mujeres.
—Sí, eso es —dice Alex, y lo miro.
—Sí, Alex —digo—. Eso es.
—¿De qué estás hablando?
—¿Te acuerdas de Clarissa? Mi compañera de cuarto en
la Universidad de Chicago.
—¿La hippie del fondo fiduciario? —dice.
—¿Qué hay de Isabel, mi compañera de cuarto de
segundo año? ¿O mi amiga Jaclyn, del departamento de
comunicaciones?
—Sí, Poppy, recuerdo a tus amigos. No fue hace veinte
años.
—¿Sabes qué tenían en común esas tres personas? —
Digo—. Todas estaban enamoradas de ti. Todas ellas.
Se sonroja. —Estás llena de mierda.
—No —le digo—. No lo estoy. Clarissa e Isabel estaban
constantemente tratando de coquetear contigo, y las
"habilidades de comunicación" de Jaclyn fallaban por
completo cada vez que estabas en la habitación.
—Bueno, ¿cómo se supone que iba a saber eso? —
exige.
—El lenguaje corporal, el contacto visual prolongado —
digo—. Encontrar cada excusa para tocarte, hacer
insinuaciones sexuales abiertas, pedirte ayuda con los
papeles.
—Siempre lo hacíamos por correo electrónico —dice
Alex, como si hubiera encontrado un agujero en mi lógica.
—Alex —digo con calma—. ¿De quién fue la idea?
La mirada de victoria se filtra en su cara. —Espera. ¿En
serio?
—En serio —digo—. Así que, teniendo esto en cuenta,
¿te gustaría dar una vuelta en tu nueva foto y tu biografía?
Pone cara de asombro. —No voy a tener una cita
durante nuestro viaje, Poppy.
—¡Claro que no! —Le digo—. Pero al menos puedes
probarlo. Además, quiero ver por qué tipo de chicas te
deslizan hacia la derecha.
—Monjas —dice—. Y cooperantes.
—Vaya, eres una buena persona —digo con una voz de
Marilyn Monroe—. Por favor, permíteme mostrar mi
agradecimiento con un...
—Bien, bien —dice—. Qué no te dé un ataque de asma.
Voy a pasar el dedo, pero con cuidado, Poppy.
Golpeo mi hombro ligeramente contra el suyo. —
Siempre.
—Nunca —dice.
Frunzo el ceño. —Por favor, dime si alguna vez te hago
sentir mal.
—No lo haces —dice—. Está bien.
—Sé que a veces bromeo con dureza. Pero nunca
quiero hacerte daño. Nunca.
No sonríe, sólo devuelve la mirada con firmeza, como si
se tomara el tiempo necesario para dejar que las palabras
calen. —Ya lo sé.
—Vale, bien. —Asiento con la cabeza y entreno mis ojos
en la pantalla de su teléfono—. Oh, ¿qué sobre ella?
La chica que aparece en la pantalla está bronceada y
es bonita, se dobla por la rodilla y sopla un beso a la
cámara. —Nada de caritas —dice él, y la saca de la pantalla.
—Me parece justo.
En su lugar aparece una chica con un aro en el labio y
maquillaje de ojos oscuro. Su biografía dice: Todo el metal,
todo el tiempo.
—Eso es mucho metal —dice Alex, y la elimina
también.
La siguiente es una chica con un sombrero de duende
verde, que sonríe con una camiseta de tirantes verde y
sostiene una cerveza verde. Tiene grandes tetas y una
sonrisa más grande.
—Oh, una buena chica irlandesa —bromeo.
Alex se desvanece sin hacer comentarios.
—Oye, ¿qué te pasa? —Pregunto—. Era guapísima.
—No es mi tipo —dice.
—De acuerdo. Seguimos adelante.
Rechaza a una escaladora, a una camarera de Hooters,
a una pintora y a una bailarina de hip-hop con un cuerpo
que rivaliza con el de Alex.
—Alex —digo—. Empiezo a pensar que el problema no
está en la biografía sino en el biógrafo.
—Simplemente no son mi tipo —dice—. Y
definitivamente no soy el de ellas.
—¿Cómo lo sabes?
—Mira —dice—. Aquí. Ella es linda.
—Dios mío, tienes que estar bromeando!
—¿Qué? —dice—. ¿No crees que sea guapa?
La rubia fresa me sonríe desde detrás de un escritorio
de caoba. Lleva el cabello recogido en una media coleta y
una americana azul marino. Según su biografía, es una
diseñadora gráfica a la que le encanta el yoga, el sol y las
magdalenas. —Alex —digo—. Ella es Sarah.
Se echa hacia atrás. —Esta chica no se parece en nada
a Sarah.
Resoplo. —No he dicho que se parezca a Sarah,
(aunque lo hace), he dicho que es Sarah.
—Sarah es profesora, no diseñadora gráfica —dice Alex
—. Es más alta que esta chica y su cabello es más oscuro y
su postre favorito es la tarta de queso, no las magdalenas.
—Visten exactamente igual. Sonríen exactamente
igual. ¿Por qué todos los chicos quieren chicas que parezcan
talladas en jabón?
—¿De qué estás hablando? —Dice Alex.
—Quiero decir, no tenías interés en todas esas chicas
geniales y sexys y luego ves a esta aspirante a maestra de
jardín de infantes y es la primera persona que consideras.
Es simplemente... típico.
—Ella no es una maestra de jardín de infantes —dice él
—. ¿Qué tienes contra esta chica?
—¡Nada! —Digo, pero no parece que sea verdad, ni
siquiera para mí. Sueno molesta. Abro la boca, esperando
retroceder un poco mi reacción, pero eso no sucede en
absoluto—. No es la chica. Son los chicos. Todos creen que
quieren una bailarina de hip-hop sexy e independiente, pero
cuando esa persona aparece delante de ustedes, cuando es
una persona real, es demasiado y no les interesa y siempre
se decantan por la maestra de jardín de infantes guapa con
cuello alto.
—¿Por qué sigues diciendo que es una maestra de
jardín de infantes? —Alex grita.
—Porque es Sarah —suelto.
—No quiero salir con Sarah, ¿bien? —dice—. Y además
Sarah enseña noveno grado, no el jardín de infantes. Y
además —continúa, subiendo de tono—. Hablas mucho,
Poppy, pero te garantizo que cuando estás en Tinder, te
deslizas hacia la derecha por bomberos y cirujanos de
urgencias y putos skaters profesionales, así que no, no me
siento mal por fijarme en mujeres que parecen
probablemente dulces y para ti, sí, quizá un poco aburridas,
porque no parece que se te haya ocurrido que quizá las
mujeres como tú piensan que soy aburrido.
—A la mierda —digo.
—¿Qué? —dice él.
—¡He dicho que a la mierda! —Repito—. No creo que
seas aburrido, así que todo ese argumento falla.
—Somos amigos —dice—. No deslizarías a la derecha
por mí.
—Yo también lo haría —digo.
—No lo harías —argumenta él.
Y aquí está mi oportunidad de dejarlo pasar, pero
todavía estoy demasiado encendida, demasiado molesta
para dejarle pensar que tiene razón en esto.
—Lo haría.
—Bueno, yo también lo haría por ti —replica, como si
de alguna manera todo esto fuera un tipo de argumento.
—No digas algo que no quieres decir —le advierto—. No
llevaría una americana ni estaría sentada detrás de un
escritorio, sonriendo.
Sus labios se cierran. Los músculos de su mandíbula
rebotan mientras traga. —De acuerdo, enséñame.
Abro mi propia aplicación de Tinder y le entrego mi
teléfono para que pueda ver la foto. Sonrío somnolienta,
vestida de alienígena con un vestido plateado y la cara
pintada con antenas de aluminio pegadas a la diadema.
Halloween, obviamente. O espera, ¿era la fiesta de
cumpleaños de Rachel con temática de Expediente X?
Alex considera la foto con seriedad y luego se desplaza
hacia abajo para leer mi biografía.
Después de un minuto, me devuelve el teléfono y me
mira fijamente a los ojos. —Lo haría.
Siento un hormigueo en todo el cuerpo. —Oh —digo, y
luego logro un pequeño—. Bien.
—Entonces —dice—. ¿Has terminado de enfadarte
conmigo?
Intento decir algo, pero siento la lengua demasiado
pesada. Todo mi cuerpo se siente pesado, especialmente
donde mi cadera toca la suya. Así que me limito a asentir.
Gracias a Dios por su espasmo de espalda, pienso. De
lo contrario, no sé qué pasaría después.
Alex me estudia durante unos segundos y luego coge el
portátil olvidado. Su voz sale espesa. —¿Qué quieres ver?
 
19
Hace Seis Veranos
 

Alex y yo estábamos bastante apretados de dinero


cuando el centro turístico de Vail, Colorado, se puso en
contacto conmigo para ofrecerme una estancia gratuita.
En ese momento, la posibilidad de realizar el viaje
estaba en el aire.
Por un lado, cuando Guillermo rompió conmigo por una
nueva mesera en su restaurante (una chica de ojos azules y
delgada, casi recién llegada de Nebraska), seis semanas
después de que yo diera el paso y me mudara a su
apartamento, tuve que apresurarme a encontrar un nuevo
lugar para vivir.
Renté un apartamento en el límite superior de mi rango
de precios, además de pagar un U-Haul31 por segunda vez
en dos meses.
Tuvimos que comprar muebles nuevos para reemplazar
los que se habían vuelto inservibles y, por lo tanto, habían
sido desechados; Gui ya tenía versiones más bonitas de mis
cosas: el sofá, el colchón, la mesa de cocina de aspecto
danés. Nos quedamos con mi cómoda porque la pata de la
suya estaba rota, y con mi mesita de noche porque sólo
tenía una, pero aparte de eso, casi todo lo que habíamos
conservado era suyo.
La ruptura se produjo justo después de que fuéramos a
Linfield para el cumpleaños de mamá. Durante las semanas
anteriores, había debatido si debía advertir a Gui de lo que
le esperaba.
Por ejemplo, la chatarrería al estilo Beverly Hillbillies
que era nuestro jardín delantero, o el Museo de Mamá a
nuestra Infancia, como mis hermanos y yo llamábamos a la
propia casa. Los productos horneados que mi madre
amontonaba en la cocina durante todo el tiempo que
estábamos allí, a menudo con un glaseado tan espeso y
dulce que hacía toser a los que no fueran Wright mientras
comían, o el hecho de que nuestro garaje estuviera plagado
de cosas como cinta aislante usada que papá estaba seguro
de poder reutilizar, o que se esperaba que jugáramos un
juego de mesa de varios días que habíamos inventado de
niños basado en el Ataque de los tomates asesinos.
Que mis padres habían adoptado recientemente tres
gatos mayores, uno de los cuales era incontinente hasta el
punto de tener que llevar un pañal.
O que había una posibilidad decente de que oyera a
mis padres teniendo sexo, porque nuestra casa tenía
paredes finas, y como se dijo anteriormente, los Wright son
un clan ruidoso.
O que al final del fin de semana habría un espectáculo
de nuevos talentos, en el que se esperaba que todo el
mundo realizara alguna hazaña nueva que solo había
empezado a aprender al principio de la visita. (La última vez
que había estado en casa, el talento de Prince había sido
hacernos decir el nombre de cualquier película y tratar de
relacionarlo con Keanu Reeves en seis grados)
Así que debería haberle advertido a Guillermo en lo que
se estaba metiendo, definitivamente, pero hacerlo me
habría parecido una traición. Como si le estuviera diciendo
que había algo malo en ellos. Y claro, eran ruidosos y
desordenados, pero también eran increíbles, y amables, y
divertidos, y me odiaba a mí misma por considerar siquiera
que me avergonzaban.
Gui los amará, me dije. Gui me amaba, y estas eran las
personas que me habían hecho.
Al final de nuestra primera noche allí, nos encerramos
en el dormitorio de mi infancia y me dijo:
—Creo que ahora te entiendo mejor que nunca —su voz
era tan tierna y cálida como siempre, pero en lugar de
amor, sonaba a simpatía—. Entiendo por qué tuviste que
huir a Nueva York —dijo—. Debe haber sido muy duro para
ti, aquí.
Se me hundió el estómago y el corazón se me estrujó
dolorosamente, pero no lo corregí. De nuevo, me odié a mí
misma por estar avergonzada.
Porque había huido a Nueva York, pero no había huido
de mi familia, y si la había mantenido separada del resto de
mi vida, era sólo para protegerla del juicio y a mí misma de
este familiar sentimiento de rechazo.
El resto del viaje fue incómodo. Gui fue amable con mi
familia -siempre lo fue-, pero después vi cada interacción
que tenían a través de una lente de condescendencia y
lástima.
Intenté olvidar que el viaje había ocurrido. Éramos
felices juntos, en nuestra vida real, en Nueva York. ¿Y qué si
no entendía a mi familia? Él me amaba a mí.
Unas semanas después, fuimos a una cena en la casa
de un amigo suyo, alguien a quien conocía desde el
internado, un tipo con un fondo fiduciario y un cuadro de
Damien Hirst colgado sobre la mesa del comedor. Lo sabía -
y nunca lo olvidaría- porque cuando alguien dijo el nombre,
sin relación con el cuadro, dije: ¿Quién? y las risas siguieron.
No se reían de mí, sino que pensaban de verdad que
estaba haciendo una broma.
Cuatro días después, Guillermo puso fin a nuestra
relación.
—Somos demasiado diferentes —dijo—, nos dejamos
llevar por nuestra química, pero a largo plazo queremos
cosas diferentes.
No digo que me haya dejado por no saber quién era
Damien Hirst, pero tampoco digo lo contrario.
Cuando me mudé del apartamento, le robé uno de sus
elegantes cuchillos de cocina.
Podría haberlos tomado todos, pero mi leve forma de
venganza era imaginarlo buscándolo por todas partes,
tratando de averiguar si se lo había llevado a una cena o si
había caído en el hueco entre su enorme frigorífico y la isla
de la cocina.
Francamente, quería que el cuchillo lo persiguiera.
No en el sentido de que mi ex va a ir con Glenn a una
Atracción fatal, sino en el sentido de que algo de este
cuchillo perdido parece estar conjurando una fuerte
metáfora y no puedo averiguar lo que está diciendo.
Empecé a sentirme culpable después de una semana
en mi nuevo apartamento -una vez que se me pasaron los
sollozos- y consideré devolverle el cuchillo por correo, pero
pensé que eso podría enviar un mensaje equivocado. Me
imaginé a Gui presentándose en el departamento de policía
con el paquete y decidí que lo dejaría comprar un cuchillo
nuevo.
Pensé en vender el robado por Internet, pero me
preocupaba que el comprador anónimo resultara ser él, así
que me lo quedé y seguí sollozando hasta que dejé de
hacerlo tres semanas después.
La cuestión es que las rupturas apestan, y las rupturas
entre parejas que cohabitan en ciudades sobrevaloradas
apestan un poco más, y no estaba segura de poder
permitirme un viaje de verano este año.
Y luego estaba el asunto de Sarah Torval.
La adorable Sarah Torval, con su rostro limpio y su
delineador de ojos marrón.
Con quien Alex lleva saliendo en serio desde hace
nueve meses. Después de su primer encuentro fortuito
cuando Alex estaba visitando a unos amigos en Chicago,
sus mensajes de texto se convirtieron rápidamente en
llamadas telefónicas, y luego en otra visita. Después de eso,
se pusieron serios rápidamente y, tras seis meses a
distancia, ella aceptó un trabajo de profesora y se mudó a
Indiana para estar con él mientras terminaba su maestría.
Ella está feliz de quedarse allí mientras él trabaja para
obtener su doctorado, y probablemente lo seguirá a donde
sea que aterrice después.
Lo que me haría feliz si no fuera porque cada vez
sospecho más que ella me odia.
Cada vez que publica fotos de sí misma sosteniendo a
la nueva sobrina de Alex con leyendas como "tiempo en
familia" o "este pequeño bicho de amor", me gusta la
publicación y comento, pero ella se niega a seguirme.
Incluso la dejé de seguir y la volví a seguir otra vez, por si
no se había dado cuenta la primera vez.
—Creo que se siente un poco rara por el viaje —admite
Alex en una de nuestras (ahora cada vez menos frecuentes)
llamadas. Estoy bastante segura de que sólo me llama
desde el auto cuando va o viene del gimnasio.
Quiero decirle que llamarme sólo cuando ella no está
cerca probablemente no esté ayudando.
Pero la verdad es que no quiero hablar con él mientras
haya alguien más, así que en esto es en lo que se ha
convertido en nuestra amistad. Llamadas de quince minutos
cada par de semanas, sin mensajes de texto, sin mensajes,
apenas correos electrónicos, excepto el ocasional de una
línea con una foto de la pequeña gata negra que encontró
en el contenedor detrás de su complejo de apartamentos.
Parece una gatita, pero según el veterinario está
completamente crecida, sólo es pequeña. Me envía fotos de
ella sentada en sus zapatos y sombreros y cuencos, siempre
escribiendo para la escala, pero en realidad sé que sólo
piensa que todo lo que hace es adorable. Y claro, es bonito
que a los gatos les guste sentarse en las cosas... pero es
muy posible que sea más bonito que Alex no pueda evitar
hacer fotos de ello.
Todavía no le ha puesto nombre; se está tomando su
tiempo. Dice que no le parecería bien ponerle un nombre a
una cosa adulta sin conocerla, así que por ahora la llama
gata o pequeña dulzura o pequeña amiga.
Sarah quiere llamarla Sadie, pero Alex no cree que eso
encaje, así que está esperando su momento. La gata es de
lo único de lo que hablamos estos días. Me sorprende que
Alex sea tan directo como para decirme que Sarah se siente
rara con el viaje de verano.
—Claro que sí —le digo—, yo también lo haría. —No la
culpo en absoluto. Si mi novio tuviera una amistad con una
chica como la de Alex y la mía, acabaría como El papel
pintado amarillo32.
No hay forma de creer que sea totalmente platónico.
Especialmente habiendo estado en esta amistad el tiempo
suficiente para aceptar ese cinco (a quince) por ciento de lo
que sea como parte del trato.
—¿Y qué hacemos? —pregunta.
—No lo sé —digo, tratando de no sonar miserable—.
¿Quieres invitarla?
Se queda callado durante un minuto
—No creo que sea una buena idea.
—Okey... —y entonces, después de la pausa más larga,
digo—: ¿Deberíamos... cancelar?
Alex suspira. Debe tenerme en el altavoz porque oigo el
clic de su intermitente.
—No lo sé, Poppy. No estoy seguro.
—Sí, yo tampoco.
Seguimos hablando por teléfono, pero ninguno de los
dos dice nada más durante el resto del trayecto.
—Acabo de llegar a casa —dice finalmente—, volvamos
a hablar de esto dentro de unas semanas, las cosas podrían
cambiar para entonces.
¿Qué cosas? Quiero preguntarle, pero no lo hago,
porque una vez que tu mejor amigo es el novio de otra
persona, los límites entre lo que puedes y no puedes decir
se vuelven mucho más firmes.
Me pasé toda la noche después de nuestra llamada
telefónica pensando: ¿Va a romper con ella? ¿Va a romper
ella con él?
¿Va a intentar razonar con ella? ¿Va a romper conmigo?
Cuando recibo la oferta de una estancia gratuita del
complejo turístico de Vail, le envío el primer mensaje de
texto que he enviado en meses:
¡Oye! ¡Llámame cuando tengas un segundo!
A las cinco y media de la mañana del día siguiente, mi
teléfono me despierta.
Miro a través de la oscuridad su nombre en la pantalla
y, al encender la llamada, oigo el ritmo de su intermitente.
Está de camino al gimnasio.
—¿Qué pasa? —me pregunta.
—Estoy muerta —gimoteo.
—¿Qué más?
—Colorado —digo— Vail.
 
20
Este Verano
 

Me despierto junto a Alex. Insistió en que la cama del


Airbnb de Nikolai era bastante grande, y que ninguno de
nosotros debía arriesgarse a pasar otra noche en la silla
plegable, pero estamos en medio del colchón cuando llega
la mañana.
Yo estoy en mi lado derecho, frente a él, y él está sobre
su lado izquierdo, de cara a mí.
Hay medio pie entre nosotros, excepto que mi pierna
izquierda está extendida sobre él, con mi muslo enganchado
contra su cadera, y su mano apoyada en lo alto.
En el apartamento hace un calor infernal y ambos
estamos empapados de sudor.
Necesito salir antes de que Alex se despierte, pero la
parte ridícula de mi cerebro quiere quedarse aquí,
repitiendo la mirada que me echó, y la forma en que sonó
su voz anoche cuando evaluó mi perfil de citas y dijo: Yo
podría.
Como un reto.
Por otra parte, estaba tomando relajantes musculares
en ese momento.
Hoy, si se acuerda de eso, es casi seguro que estará
arrepentido y avergonzado.
O tal vez recuerde que se sentó a mi lado durante todo
el tiempo que duró un documental sobre los Kinks y que se
sintió como un cable en tensión, que echaba chispas cada
vez que nuestros brazos se rozaban.
—Sueles quedarte dormido durante estos —señaló con
una leve sonrisa, empujando su pierna contra la mía, pero
cuando bajó la mirada hacia mí, sus ojos avellana parecían
formar parte de una expresión totalmente diferente, una
con bordes afilados e incluso algo de hambre.
Me encogí de hombros, dije algo así como no estoy
cansada, y traté de concentrarme en la película. El tiempo
se movía a la velocidad de un caracol, cada segundo a su
lado me golpeaba con una nueva intensidad, como si
acabáramos de empezar a tocarnos una y otra vez durante
casi dos horas.
Era temprano cuando la película terminó, así que
empezamos otro documental que era aburrido y sin sentido,
sólo ruido de fondo para hacer sentir bien que estábamos
montando esta línea.
Al menos estaba bastante segura de que eso era lo que
habíamos estado haciendo.
La forma en que su mano se extiende sobre mi muslo
me produce otra punzada de deseo. Una parte muy absurda
de mí quiere acercarse más, hasta que nos toquemos por
completo, y esperar a ver qué pasa cuando se despierte.
Todos esos recuerdos de Croacia salen a la superficie
de mi mente, enviando destellos desesperados por mi
cuerpo.
Le quito la pierna de encima y su mano me aprieta por
reflejo, pero se afloja cuando me levanto. Me alejo y me
incorporo justo cuando Alex se despierta, con los ojos
entreabiertos por el sueño y el cabello alborotado.
—Hola —me dice con una carcajada.
Mi propia voz sale espesa.
—¿Cómo dormiste?
—Bien, creo —dice—, ¿y tú?
—Bien. ¿Cómo está tu espalda?
—Déjame ver —lentamente se levanta, girando para
deslizar sus largas piernas por el lado de la cama. Se
levanta con cautela—. Mucho mejor.
Tiene una enorme erección y parece darse cuenta al
mismo tiempo que yo. Cruza las manos frente a sí mismo y
mira alrededor del apartamento entrecerrando los ojos.
—Es imposible que hiciera tanto calor cuando nos
quedamos dormidos.
Probablemente tenga razón, pero no recuerdo
realmente el calor que hacía anoche.
No estaba pensando con claridad para procesar el
calor. El día de hoy no puede seguir el camino de ayer.
Se acabó el holgazanear por el apartamento, no más
sentarse juntos en la cama, no más hablar de Tinder, no
más quedarse dormidos juntos y medio montarlo mientras
está inconsciente.
Mañana comenzarán los festejos de la boda de David y
Tham (despedida de soltero, cena de ensayo, boda). Hoy,
Alex y yo necesitamos divertirnos lo suficiente y sin
complicaciones para que, cuando lleguemos a casa, no
necesite otro descanso de dos años conmigo.
—Llamaré de nuevo a Nikolai por el aire acondicionado
—digo—, pero deberíamos ponernos en marcha. Tenemos
mucho que hacer.
Alex se pasa la mano por la frente hasta el cabello.
—¿Tengo tiempo para ducharme?
Mi corazón da un pulso agudo, y así de repente me
imagino duchándome con él.
—Si quieres —me las arreglo—, pero volverás a estar
empapado de sudor en segundos.
Se encoge de hombros.
—No creo que pueda obligarme a salir del apartamento
sintiéndome así de sucio.
—Has estado más sucio —bromeo, porque he
extraviado mi ya defectuoso filtro.
—Sólo delante de ti —dice, y me revuelve el cabello
mientras pasa hacia el baño.
Siento las piernas como si fueran de gelatina mientras
espero a que se abra la ducha. Solo cuando lo hace me
siento capaz de moverme de nuevo, y mi primera parada es
el termostato.
¡¿Ochenta y cinco?!
Ochenta y cinco miserables grados en este
apartamento y el termostato está puesto a setenta y nueve
desde anoche. Así que podemos declarar oficialmente que
el aire acondicionado está totalmente roto.
Salgo al balcón y llamo a Nikolai, pero me manda al
buzón de voz al tercer timbre. Dejo otro mensaje, este un
poco más enfadado, y luego sigo con un correo electrónico y
un mensaje de texto también antes de entrar a buscar la
prenda más ligera que he traído.
Un vestido de guinga tan holgado que me cuelga como
una bolsa de papel.
El agua se cierra y Alex no comete el error de salir en
toalla esta vez.
Sale completamente vestido, con el cabello revuelto y
las gotas de agua todavía pegadas (sensualmente, debo
añadir) a la frente y el cuello.
—Entonces —dice—, ¿qué tenías pensado para hoy?
—Sorpresas —digo—, muchas. —Intento lanzarle las
llaves del auto de forma dramática. Caen al suelo con medio
metro de diferencia. Él mira hacia abajo donde están.
—Vaya —dice—, ¿fue esa... una de las sorpresas?
—Sí —digo—. Sí, lo fue. Pero las otras son mejores, así
que toma esos y vamos a darle.
Su boca se tuerce.
—Probablemente...
—¡Oh, claro! Tu espalda —corro y recupero las llaves,
entregándoselas como lo haría un humano adulto normal.
Cuando salimos al pasillo exterior del Desert Rose, Alex
dice:
—Al menos no es sólo nuestro apartamento el que se
siente como las glándulas anales de Satanás.
—Sí, es mucho mejor que toda la ciudad esté así de
caliente —digo—. Uno pensaría que con toda la gente rica
de vacaciones aquí tendrían dinero para climatizar todo el
lugar.
—Primera parada: el consejo de la ciudad, para lanzar
esa idea bomba.
—¿Ha pensado en construir una cúpula, concejala? —
dice secamente mientras bajamos las escaleras.
—Oye, ese tipo lo hizo en esa novela de Stephen King
—digo
—Probablemente dejaré eso fuera.
—Tengo buenas ideas —vuelvo a intentar poner cara de
cachorro mientras cruzamos el estacionamiento, y él se ríe
y me aparta la cara.
—No eres buena en eso —dice—. Tu severa reacción
sugiere lo contrario. Parece legítimamente que te estás
cagando.
—Esa no es mi cara de cagada —digo—. Esta sí. —Hago
una pose de Marilyn Monroe, con las piernas abiertas, una
mano apoyada en el muslo y la otra cubriendo mi boca
abierta.
—Qué bonito —dice—. Deberías ponerlo en tu blog. —
Rápidamente, con sigilo, saca su teléfono y saca una foto.
—¡Oye!
—Tal vez una empresa de papel higiénico te contrate —
sugiere.
—No está mal—digo—. Me gusta tu forma de pensar.
—Tengo buenas ideas —repite como un loro y me abre
la puerta, luego da un rodeo hasta el asiento del conductor
mientras yo subo y aspiro profundamente el olor a hierba
permanente.
—Gracias por no hacerme conducir nunca —le digo
mientras se sube, siseando al sentir el asiento caliente, y se
abrocha el cinturón de seguridad.
—Gracias por odiar la conducción y permitirme tener un
mínimo de control sobre mi vida en este vasto e
impredecible universo.
Le guiño un ojo.
—No hay problema.
Él se ríe.
Extrañamente, parece más relajado que en todo este
viaje. O tal vez es sólo que estoy siendo más
insistentemente normal y charlatana, y esto realmente fue
la clave todo el tiempo para un exitoso viaje de verano a la
vieja escuela de Poppy y Alex.
—Entonces, ¿me vas a decir a dónde vamos, o
simplemente apunto al sol y lo seguimos?
—Tampoco —digo—. Navegaré.
Incluso conduciendo a toda velocidad con todas las
ventanillas bajadas, parece que estamos delante de un
horno abierto, con sus ráfagas corriendo por nuestro cabello
y nuestra ropa. El calor de hoy hace que el de ayer parezca
el primer día de primavera.
Hoy vamos a pasar mucho tiempo al aire libre, y hago
una nota mental para comprar enormes botellas de agua en
la primera oportunidad que tengamos.
—La siguiente a la izquierda —digo, y cuando aparece
el cartel delante, grito—: ¡Ta-da!
—The Living Desert Zoo and Gardens —lee Alex.
—Uno de los diez mejores zoológicos del mundo —digo.
—Bueno, eso lo juzgaremos nosotros—responde.
—Sí, y si creen que vamos a ser benévolos con ellos
sólo porque estamos alucinando por el agotamiento del
calor, están muy equivocados.
—Pero si venden batidos, me inclino a dejarles una
crítica ampliamente positiva —dice Alex rápidamente en voz
baja, y apaga el auto.
—Bueno, no somos monstruos.
No es que seamos gente de zoológico, pero este lugar
se especializa en animales nativos del desierto, y hacen
mucha rehabilitación con el objetivo de liberar animales en
la naturaleza.
También te dejan alimentar a las jirafas.
No se lo digo a Alex porque quiero que se sorprenda.
Aunque es un joven ardiente, y una señora de los gatos en
su corazón, también es un amante de los animales en
general, así que espero que esto le guste.
La alimentación es hasta las once y media de la
mañana, así que supongo que tenemos tiempo para pasear
libremente antes de tener que averiguar dónde están las
jirafas, y si las encontramos por casualidad antes de eso,
mejor.
Alex todavía tiene que tener cuidado con su espalda,
así que nos movemos lentamente, pasando de un
espectáculo informativo sobre reptiles a uno sobre aves,
durante el cual Alex se inclina y susurra:
—Acabo de descubrir que le tengo miedo a los pájaros.
—¡Es bueno encontrar nuevas manías! —le respondo
con un siseo—. Significa que no estás estancado.
Su risa es silenciosa pero no reprimida, y resuena en mi
brazo de una manera que me hace sentir mareada. Por
supuesto, eso también podría ser el calor.
Tras el espectáculo de aves, nos dirigimos al zoo de
mascotas, donde nos encontramos con un grupo de niños
de cinco años y utilizamos cepillos especiales para peinar a
las cabras enanas nigerianas.
—Leí mal ese cartel como fantasmas, no como cabras,
y ahora estoy decepcionado —dice Alex en voz baja. Lo
acentúa con la cara.
—Es muy difícil encontrar una buena exposición de
fantasmas hoy en día —señalo.
—Muy cierto —está de acuerdo.
—¿Recuerdas nuestro guía turístico del cementerio en
Nueva Orleans? Nos odiaba.
—Ah—dice Alex de una manera que sugiere que no lo
recuerda, y mi estómago, que lleva todo el día dando
volteretas, rueda contra la pared y se hunde. Quiero que
recuerde. Quiero que cada momento le importe tanto como
a mí, pero si los viejos no lo hacen, entonces tal vez al
menos este viaje pueda hacerlo. Estoy decidida a que así
sea.
En el zoo de mascotas, nos encontramos con otros
animales africanos, incluidos unos burros enanos sicilianos.
—Seguro que hay muchas cosas pequeñas en el
desierto —digo.
—Quizá deberías mudarte aquí —bromea Alex.
—Sólo tratas de sacarme de Nueva York para que
puedas entrar y quedarte con mi apartamento.
—No seas ridícula —dice—. Nunca podría permitirme
ese apartamento.
Después del zoo de mascotas, buscamos unos batidos:
Alex se queda con el de vainilla a pesar de mis
desesperadas súplicas.
—La vainilla no es un sabor.
—También lo es —dice Alex—. Es el sabor de la vaina
de vainilla, Poppy.
—También podrías estar bebiendo crema espesa
congelada.
Piensa por un segundo.
—Yo lo intentaría.
—Por lo menos que te den chocolate —digo.
—Tú pide el de chocolate —dice.
—No puedo, pedí el de fresa.
—¿Ves? —dice Alex—. Como dije anoche, crees que soy
aburrido.
—Creo que los batidos de vainilla son aburridos —digo
—. Creo que tú estás confundido.
—Toma —Alex me tiende su vaso de papel—. ¿Quieres
un sorbo?
Lanzo un suspiro.
—Bien —me inclino hacia delante y bebo un sorbo. Él
arquea una ceja, esperando una reacción—. Está bien.
Se ríe
—Sí, honestamente no está tan bueno, pero eso no es
culpa de vainilla como sabor.
Después de terminar nuestros batidos y tirar los vasos,
decido que deberíamos subir al carrusel de las especies en
peligro de extinción.
Pero cuando llegamos allí, nos encontramos con que
está cerrado debido al calor.
—El calentamiento global está afectando a las especies
en peligro de extinción —reflexiona Alex y se pasa el
antebrazo por la cabeza, recogiendo el sudor que se
acumula allí.
—¿Necesitas agua? —pregunto—. No te ves muy bien.
—Sí —dice.
Vamos a comprar un par de botellas y nos sentamos en
un banco a la sombra. A los pocos sorbos, sin embargo, Alex
se pone peor.
—Mierda —dice—. Estoy bastante mareado. —Se
encorva sobre sus rodillas y cuelga la cabeza.
—¿Puedo ofrecerte algo? —pregunto—. ¿Quizás
necesitas comida de verdad?
—Tal vez —acepta.
—Toma. Quédate aquí y te traeré un sándwich, ¿de
acuerdo?
Sé que debe sentirse mal porque no discute. Vuelvo a
la última cafetería por la que pasamos. Ya hay una larga
cola: es casi la hora de comer.
Compruebo mi teléfono. Once y tres. Quedan poco
menos de treinta minutos para alimentar a las jirafas.
Hago cola durante diez minutos para conseguir el club
sándwich de pavo precocido, y luego vuelvo corriendo para
encontrar a Alex sentado donde lo dejé, con la cabeza
apoyada en las manos.
—Hola —digo, y sus ojos de cristal se levantan—. ¿Te
sientes mejor?
—No estoy seguro —dice, y acepta el sándwich,
desenvolviéndolo—. ¿Quieres un poco?
Me da la mitad y yo le doy un par de mordiscos,
tratando de no cronometrarlo mientras él mastica
lentamente su mitad. A las once y veintidós, le pregunto:
—¿Ayuda?
—Creo que sí, de todas formas me siento menos
mareado.
—¿Crees que estás bien para caminar?
—¿Tenemos... prisa? —pregunta.
—No, por supuesto que no —digo—. Sólo hay una cosa.
Tu sorpresa, empieza muy pronto.
Asiente con la cabeza, pero parece mareado, así que
me debato entre empujarlo a que se reponga o insistir en
que se quede quieto.
—Estoy bien —dice, poniéndose de pie—. Sólo tengo
que acordarme de beber más agua.
Llegamos a las jirafas a las once y media.
—Lo siento —me dice un empleado adolescente—. La
alimentación de las jirafas ha terminado por hoy.
Mientras se aleja, Alex me mira confusamente.
—Lo siento, Pop. Espero que no estés muy
decepcionada.
—Por supuesto que no —insisto. No me importa
alimentar a las jirafas (al menos no mucho). Lo que me
importa es que este viaje sea bueno.
Demostrar que debemos seguir haciéndolo. Que
podamos salvar nuestra amistad.
Por eso estoy decepcionada porque es el primer strike
del día. Mi teléfono zumba con un mensaje, y al menos son
buenas noticias. Nikolai escribe:
Recibí todos sus mensajes [sic]. Veré lo que
puedo hacer.
Vale —le respondo—. Mantéennos informados.
—Vamos —digo—, vamos a un lugar con aire
acondicionado hasta nuestra próxima parada.
 
21
Hace Seis Veranos
 

No sé cómo Alex consiguió que Sarah dejara que se


embarcara en el viaje a Vail, pero lo hizo.
Preguntarle cómo me parece peligroso. Hay cosas de
las que hablamos en estos días, para mantener todo por
encima de la mesa, y Alex tiene cuidado de no compartir
nada que pueda avergonzar a Sarah.
No se habla de los celos. Tal vez no hubo celos. Tal vez
hubo alguna otra razón por la que no le gustaba
inicialmente la idea del viaje, pero cambió de opinión y el
viaje se llevó a cabo, y una vez que Alex y yo estamos
juntos, dejé de preocuparme por ello. Las cosas vuelven a
ser normales entre nosotros, ese quince por ciento de "qué
pasaría si" se reduce a un dos manejable.
Alquilamos bicicletas y avanzamos por las calles
empedradas, subimos en teleférico a la montaña y posamos
para las fotos con el inmenso cielo azul a nuestras espaldas
y con el viento revolviéndonos el cabello por la cara en
medio de la risa. Nos sentamos en los patios, tomando té
verde frío o café por las mañanas antes de que empiece a
hacer calor, hacemos largas caminatas por los senderos de
la montaña durante el día con las sudaderas despojadas y
atadas a la cintura, para acabar en diferentes patios al aire
libre, bebiendo vino tinto y compartiendo tres órdenes de
patatas fritas con ajo y parmesano recién rallado. Nos
sentamos al aire libre hasta que se nos pone la piel de
gallina y nos ponemos a temblar, y entonces nos ponemos
las sudaderas, y yo meto las rodillas hasta el pecho dentro
de la mía. Cada vez que lo hago, Alex se inclina y me sube
la capucha por la cabeza, y luego tira de los cordones para
que solo se vea la mitad de mi cara, y la mayor parte está
tapada por mechones de cabello rubio enmarañado por el
viento.
—Qué bonito —dice, sonriendo. Es la primera vez que
lo hace, pero se siente casi fraternal.
Una noche, hay una banda en directo que toca éxitos
de Van Morrison mientras cenamos fuera, bajo unas luces
de globo que me recuerdan la noche en que nos conocimos
cuando éramos estudiantes de primer año. Seguimos a las
parejas mayores a la pista de baile, de la mano. Nos
movemos como lo hacíamos en Nueva Orleans: torpes y sin
ritmo, pero riendo, felices.
Ahora que ha quedado atrás, puedo admitir que las
cosas fueron diferentes esa noche.
En la magia de la ciudad y su música y sus olores y sus
luces resplandecientes, sentí algo que nunca había sentido
con él, y lo que es más aterrador, supe por la forma en la
que Alex me miró a los ojos, deslizó su mano por mi brazo y
apoyó su mejilla en la mía, que él también lo sentía.
Pero ahora, bailando al ritmo de "Brown Eyed Girl", el
calor se le ha ido de las manos, y estoy feliz, porque no
quiero perder esto nunca.
Preferiría tener una pequeña porción de él para
siempre que tenerlo todo por un momento y saber que
tendría que renunciar a todo cuando termináramos. Nunca
podría perder a Alex. No podría. Así que esto es bueno, esta
danza pacífica y sin chispas. Este viaje sin chispas.
Alex llama a Sarah dos veces al día, por la mañana y
por la noche, pero nunca delante de mí. Por la mañana,
hablan mientras él hace footing, antes de que yo salga de la
cama, y cuando vuelve, me despierta con un café y un
pastelito de la cafetería de la casa club del complejo. Por la
noche, sale al balcón para llamarla y cierra la puerta tras de
sí.
—No quiero que te burles de mi voz telefónica —dice.
—Dios, soy una idiota —digo, y aunque se ríe, me
siento mal. Las bromas siempre han sido una parte
importante de nuestra dinámica, y se han sentido como
algo nuestro, pero ahora hay cosas que no hace delante de
mí, partes de él en las que no confía en mí y no me gusta
cómo se siente.
Cuando al día siguiente entra después de hacer footing
y llamar por la mañana, me siento con sueño para aceptar
el café y el croissant que me ofrece y le digo:
—Alex Nilsen, por si sirve de algo, estoy segura de que
tu voz telefónica es increíble.
Se sonroja y se frota la nuca.
—No lo es.
—Apuesto a que eres todo mantecoso y cálido, dulce y
perfecto.
—¿Me hablas a mí o al croissant? —pregunta.
—Te quiero, croissant —digo, y arranco un trozo, me lo
meto en la boca. Él se queda ahí, con las manos en los
bolsillos, sonriendo, y mi corazón se hincha, al estilo Grinch,
sólo con mirarlo—. Pero estoy hablando de ti.
—Eres dulce, Poppy —dice—. Y mantecoso. cálido y lo
que sea, pero sigo prefiriendo hablar por teléfono a solas.
—Ya te oí —digo, asintiendo, y le tiendo mi croissant, él
arranca el trozo más pequeño y se lo mete entre los labios.
Más tarde ese día, mientras estábamos sentados en el
almuerzo, se me ocurre algo brillante.
—¡Lita! —grito, aparentemente de la nada.
—¿Disculpa? —dice Alex.
—¿Recuerdas a Lita? —le digo—. Ella vivía en esa casa
de mala muerte en Tofino, con Buck.
Alex estrecha los ojos.
—¿Ella es la que intentó meterme la mano en los
pantalones mientras me daba un 'tour'?
—Umm, uno, no me dijiste que había pasado, y dos, no.
Ella estaba conmigo y con Buck. Se iba a ir pronto,
¿recuerdas? Se mudaba a Vail para ser guía de rafting.
—Oh —dice Alex—. Sí, sí.
—¿Crees que todavía está aquí?
Él entrecierra los ojos
—¿En este plano terrenal? No estoy seguro de que
ninguna de esas personas lo esté.
—Tengo el número de Buck —digo.
—¿Sí? —Alex me lanza una mirada mordaz.
—No lo he usado —digo—. Pero lo tengo, le enviaré un
mensaje para ver si tiene el número de Lita.
Le escribo.
¡Hola, Buck! No sé si te acuerdas de mí, pero nos
diste a mi amigo Alex y a mí un paseo en taxi
acuático a las aguas termales hace como cinco años,
justo antes de que tu amiga Lita se mudara a
Colorado. De todos modos, estoy en Vail quería ver si
todavía estaba aquí. Espero que estés bien y que
Tofino siga siendo el lugar más bonito de todo el
planeta.
Para cuando terminamos de comer, Buck ya me ha
escrito.
Maldita sea, chica ¿Eres la pequeña y sexy
Poppy? Te tomó bastante tiempo usar esos dígitos.
Supongo que no debería haberte echado de mi
habitación.
Yo resoplo y me río, y Alex se inclina sobre la mesa para
leer el mensaje hacia abajo. Pone los ojos en blanco
—Sí, ¿tú crees, amigo?
No, no, no te preocupes por eso. Fue una gran
noche. Lo pasamos muy bien.
Me responde.
—Dulzura No he hablado con Lita en años, pero
te enviaré su contacto información si quieres.
—Eso sería increíble. —le contesto.
—Si alguna vez vuelves a la isla, ¿me lo vas a
decir?
—Obviamente. No tengo ni idea de cómo manejar
un taxi acuático. Serás inestimable —le digo.
—Lol, eres tan rara que me encanta.
 

Para esa noche, hemos reservado una excursión de


rafting con Lita, que no se acuerda de nosotros, pero insiste
por teléfono en que está segura de que lo pasamos muy
bien juntos.
—Para ser justos, por aquel entonces tomaba un
montón de drogas —dice—. Siempre me lo paso muy bien, y
no recuerdo casi nada.
Alex, al escuchar esto, pone una cara que se lee como
ansiedad con un lado de preguntas sin respuesta. Sé
exactamente lo que quiere que averigüe.
—Entonces —digo, tan casualmente como puedo—.
¿todavía... consumes... drogas?
—Tres años de sobriedad, mamá —responde—. Pero si
quieres comprar algo, puedo enviarte el número de mi
antiguo proveedor.
—No, no —digo—. No pasa nada. Simplemente...
tomamos... las cosas... que trajimos... de casa.
Con cara de asedio, Alex sacude la cabeza.
—Muy bien, entonces. Nos vemos temprano.
Cuando cuelgo, Alex dice:
—¿Crees que Buck estaba drogado cuando conducía
nuestro taxi acuático?
Me encojo de hombros.
—Nunca averiguamos por qué despotricaba ante nadie.
Tal vez pensó que Jim Morrison estaba revoloteando en el
agua justo delante de él.
—Me alegro mucho de que sigamos vivos —dice Alex.
A la mañana siguiente nos encontramos con Lita en el
lugar de alquiler de balsas, y su aspecto es casi idéntico al
que yo recordaba, pero con un tatuaje de alianza y un
pequeño bulto de bebé.
—Cuatro meses —dice ella, sacudiéndonos las manos.
—¿Y es... seguro? ¿Hacer esto? —pregunta Alex.
—El bebé número uno lo hizo bien —asegura Lita—. Ya
sabes, en Noruega, sacan a sus bebés para que duerman la
siesta.
—Oh...key —dice Alex.
—Me encantaría ir a Noruega —digo.
—¡Oh, tienes que hacerlo! —dice—. La hermana
gemela de mi esposa vive allí, se casó con un noruego. Gail
habla a veces de divorciarse legalmente de mí y de
ofrecerse a pagarle a un par de noruegos simpáticos para
que se casen con nosotros y podamos obtener la ciudadanía
y mudarnos allí. Llámame anticuada, pero no me parece
bien pagar por mi falso matrimonio.
—Bueno, supongo que tendrás que sobrevivir con las
vacaciones noruegas, entonces —digo.
—Supongo que sí.
Por precaución, optamos por la ruta para principiantes,
y pronto descubrimos que esto significa que nuestro "viaje
de rafting" consiste en gran parte en tomar el sol y flotar
con la corriente, sacando nuestros remos para empujar las
rocas cuando nos acercamos demasiado, y aumentando
nuestro remo cada vez que aparece un rápido.
Resulta que Lita recuerda mucho más de lo que dice
sobre Buck y las otras personas con las que vivía en la casa
de Tofino, y nos regala historias de gente saltando desde el
tejado a un trampolín, y de borrachos haciéndose tatuajes
con bolígrafos de tinta roja.
—Resulta que algunas personas son alérgicas a la tinta
roja —dice—. ¿Quién lo iba a saber?
Cada historia que cuenta es más ridícula que la
anterior, y para cuando arrastramos la balsa hasta la orilla
del río al final de nuestra ruta, me duelen los abdominales
de tanto reír.
Se limpia las lágrimas de risa de las comisuras de los
ojos que empiezan a arrugarse y lanza un suspiro de
satisfacción.
—Puedo reír porque he sobrevivido. Me hace feliz saber
que Buck también lo hizo —se frota la barriga—. Me hace
muy feliz cada vez que descubres lo pequeño que es el
mundo, ¿sabes? Como si estuviéramos en ese lugar al
mismo tiempo y ahora aquí estamos. En diferentes puntos
de nuestras vidas, pero aún conectados. Como un enredo
cuántico o algo así.
—Pienso en eso cada vez que estoy en un aeropuerto
—le digo—. Es una de las razones por las que me gusta
tanto viajar.
Dudo, buscando cómo verter en palabras concretas
este pensamiento largamente sobado.
—De niña, era solitaria—le explico—, y siempre pensé
que cuando creciera, dejaría mi ciudad natal y descubriría a
otras personas como yo en otro lugar. Y así ha sido, ¿sabes?
Pero todo el mundo se siente solo a veces, y siempre que
eso ocurre, compro un billete de avión y voy al aeropuerto
y... no sé. Ya no me siento sola. Porque no importa lo que
haga diferente a toda esa gente, todos están tratando de
llegar a algún sitio, esperando alcanzar a alguien.
Alex me lanza una extraña mirada cuyo significado no
puedo interpretar.
—Ah, mierda —dice Lita—. Me vas a hacer llorar. Estas
malditas hormonas del embarazo. Reacciono peor a ellas
que a la ayahuasca.
Antes de separarnos, Lita nos da un largo abrazo a
cada uno.
—Si alguna vez estás en Nueva York... —le digo.
—Si alguna vez te apetece hacer un viaje de rafting de
verdad —responde con un guiño.
Tras varios minutos de silencio en nuestro viaje de
vuelta al complejo, con arrugas de preocupación que surgen
del interior de sus cejas, Alex dice:
—Odio pensar en que te sientas sola.
Debo parecer confusa, porque me aclara:
—Lo de ir al aeropuerto. Cuando sientes que estás sola.
—Ya no me siento tan sola —digo—. Tengo los mensajes
de texto en grupo con Parker y Prince: hemos estado
planeando un musical de Tiburón sin presupuesto. Luego
están las llamadas semanales con mis padres por el altavoz.
Además, está Rachel, que me ha ayudado mucho después
de Guillermo, con invitaciones a clases de ejercicio y bares
de vinos y días de voluntariado en refugios para perros
Aunque Alex y yo ya no hablamos tanto como antes,
también están los relatos cortos que me envía por correo
con breves notas manuscritas en post-its. Podría enviarlas
por correo electrónico, pero no lo hace, y después de que yo
haya leído cada copia, las pongo en una caja de zapatos
donde he empezado a guardar las cosas que me importan.
(Una caja de zapatos, para no acabar con enormes cubos de
plástico con los dibujos de dragones de mis futuros hijos,
como tienen mamá y papá).
No me siento sola cuando leo sus palabras. No me
siento sola cuando tengo esos Post-its en la mano y pienso
en la persona que los escribió.
—Siento no haber estado ahí para ti—dice Alex en voz
baja. Abre la boca como si fuera a continuar, pero sacude la
cabeza y la vuelve a cerrar. Hemos vuelto al complejo, nos
estacionamos y, cuando me giro en mi asiento para mirarlo,
él también se inclina hacia mí.
—Alex... —tardo unos segundos en continuar—. Nunca
me he sentido realmente sola desde que te conocí, no creo
que vuelva a sentirme verdaderamente sola en este mundo
mientras tú estés en él.
Su mirada se suaviza, y se mantiene firme durante un
tiempo.
—¿Puedo decirte algo embarazoso?
Por una vez, no se me ocurre bromear, ni ser
sarcástica.
—Cualquier cosa.
Pasa la mano por el volante en un lento vaivén.
—Creo que no sabía que estaba solo hasta que te
conocí—vuelve a sacudir la cabeza—. En casa, después de
que mi madre muriera y mi padre se desmoronara, sólo
quería que todos estuvieran bien. Quería ser exactamente lo
que papá necesitaba, y exactamente lo que mis hermanos
pequeños necesitaban, y en la escuela, quería ser quien
todo el mundo quería, así que intentaba ser tranquilo y
responsable y estable, y creo que tenía diecinueve años la
primera vez que se me ocurrió que tal vez no era así como
vivían algunas personas. Que tal vez yo era alguien, más
allá de lo que intentaba ser. Te conocí, y honestamente... al
principio, pensé que era una actuación. La ropa chocante,
las bromas chocantes.
—¿Qué quieres decir? —me burlo en voz baja, y una
sonrisa guiña la esquina de su boca, breve como el batir de
las alas de un colibrí.
—En ese primer viaje de vuelta a Linfield, me hiciste
todas esas preguntas sobre lo que me gustaba y lo que
odiaba, y no sé. Sentí que realmente querías saber.
—Por supuesto que sí —digo.
Él asiente con la cabeza.
—Lo sé. Me preguntaste quién era, y fue como si la
respuesta saliera de la nada. A veces parece que ni siquiera
existía antes de eso. Como si me hubieras inventado.
El calor me sube a las mejillas y me acomodo en el
asiento, apretando las rodillas contra el pecho.
—No soy tan inteligente como para haberte inventado.
Nadie es tan inteligente.
Los músculos de su mandíbula saltan mientras piensa
en sus próximas palabras, ya que nunca es de los que
sueltan algo sin sopesarlo primero.
—Lo que quiero decir es que nadie me conocía
realmente antes de ti, Poppy. Y aunque... las cosas cambien
entre nosotros, nunca estarás sola, ¿Okey? Siempre te
querré.
Las lágrimas me nublan los ojos, pero milagrosamente
las despejo con un parpadeo. De alguna manera, mi voz
sale firme y ligera, y no como si alguien hubiera metido la
mano en mi caja torácica y hubiera sostenido mi corazón
dentro de su mano el tiempo suficiente para pasar el pulgar
por una herida secreta.
—Lo sé —le digo—. Yo también te quiero.
Es verdad, pero no toda la verdad. No hay palabras lo
suficientemente amplias o específicas para captar el éxtasis
y el dolor, el amor y el miedo que siento al mirarlo ahora.
Así que el momento pasa, y el viaje continúa, y nada es
diferente entre nosotros, excepto que una parte de mí se ha
despertado, como un oso que sale de la hibernación con un
hambre que ha conseguido dormir durante meses pero que
no puede ignorar ni un segundo más.
Al día siguiente, el penúltimo del viaje, subimos un
puerto de montaña.
Cerca de la cima, me acerco al borde del camino para
hacer una foto a través de una abertura en los árboles, del
lago azul profundo que hay debajo y pierdo el equilibrio. Mi
tobillo rueda, fuerte y rápido. Siento como si el hueso
atravesara mi pie para golpear el suelo, y luego estoy
desparramada en el barro y las hojas, silbando palabrotas.
—Quédate quieta —dice Alex, agachándose a mi lado.
Al principio apenas puedo respirar, así que no lloro, sólo
me ahogo.
—¿Tengo un hueso que me sale de la piel?
Alex mira hacia abajo, comprueba mi pierna.
—No, creo que sólo te has hecho un esguince.
—Mierda —jadeo por debajo de una ola de dolor.
—Aprieta mi mano si lo necesitas —dice, y yo lo hago,
tan fuerte como puedo. En su gigantesca y masculina
palma, la mía se ve diminuta, mis nudillos son nudosos y
pequeños.
El dolor cede lo suficiente como para que la manía se
apresure a sustituirlo. Las lágrimas caen a borbotones y
pregunto:
—¿Tengo manos de loris lentos?
—¿Qué? —pregunta Alex, comprensiblemente
confundido. Su expresión de preocupación se tambalea y se
convierte en una risa con tos—¿Manos de loris lentos? —
repite con seriedad.
—¡No te rías de mí! —chillé, completamente convertida
en una hermana pequeña de ocho años.
—Lo siento —dice—. No, no tienes manos de loris
lentos. No es que sepa lo que es un loris lento.
—Es como un lémur —digo con lágrimas en los ojos.
—Tienes unas manos preciosas, Poppy —se esfuerza
mucho, mucho -quizás lo más difícil que ha hecho nunca- en
no sonreír, pero poco a poco lo hace de todos modos, y yo
rompo a reír con lágrimas en los ojos—¿Quieres intentar
ponerte de pie? —pregunta.
—¿No puedes hacerme rodar por la montaña?
—Prefiero no hacerlo —dice—. Podría haber hiedra
venenosa una vez que salgamos del camino.
Suspiro.
—De acuerdo, entonces—me ayuda a levantarme, pero
no puedo apoyar ningún peso en el pie derecho sin que un
relámpago de dolor me suba por la pierna. Dejo de
tambalearme, empiezo a llorar de nuevo y me entierro la
cara entre las manos para ocultar el desastre de mocos en
el que me estoy convirtiendo.
Alex me frota las manos lentamente por los brazos
durante unos segundos, lo que solo me hace llorar más. Que
la gente sea amable conmigo cuando estoy disgustada
siempre tiene este efecto. Me atrae contra su pecho y
engancha sus brazos contra mi espalda.
—¿Voy a tener que pagar un helicóptero para bajar? —
digo.
—No estamos tan lejos —dice.
—No estoy bromeando, no puedo ponerle peso.
—Esto es lo que va a pasar —dice—. Te voy a cargar y
te voy a llevar, muy despacio, por el camino. Y
probablemente tendré que parar muchas veces y dejarte en
el suelo, y no podrás llamarme Seabiscuit33 ni gritar ¡Más
rápido! ¡Más rápido! en mi oído.
Me río en su pecho, y cabeceo contra él, dejando
marcas de humedad en su camiseta.
—Y si descubro que has fingido todo esto solo para ver
si te llevaba media milla por una montaña —dice—, me voy
a enfadar mucho.
—Escala del uno al diez —digo, inclinándome hacia
atrás para mirarle a la cara.
—Siete por lo menos —dice.
—Eres tan, tan agradable —digo.
—Quieres decir mantecoso y cálido y perfecto —se
burla, ampliando su postura—. ¿Lista?
—Lista —confirmo, y Alex Nilsen me levanta en brazos
y me lleva por una puta montaña.
No. Realmente no podría haberlo inventado.
 
22
Este Verano
 

Totalmente recargados después de dos botellas de


agua y cuarenta minutos en una tienda de regalos del zoo
llena de camellos disecados, nos dirigimos a nuestro
siguiente destino.
Los Dinosaurios de Cabazon son más o menos lo que
parecen: dos esculturas de dinosaurios de gran tamaño en
el arcén de la autopista en medio de la nada, en California.
Un escultor de parques temáticos construyó los
monstruos de acero con la esperanza de atraer clientes a su
restaurante de carretera. Desde que murió, la propiedad se
vendió a un grupo que instaló un museo creacionista y una
tienda de regalos dentro de la cola de uno de los
dinosaurios.
Es el tipo de lugar en el que te detienes porque ya has
pasado en auto. También es el tipo de lugar al que
conduces, fuera de tu camino, cuando estás tratando de
llenar cada segundo de tu día.
—Bueno —dice Alex cuando salimos del auto. El
polvoriento tiranosaurio rex y el brontosaurio se alzan sobre
nosotros, y unas cuantas palmeras con pinchos y arbustos
desaliñados salpican la arena bajo ellos. El tiempo y la luz
del sol han vaciado a los dinos de casi cualquier color.
Parecen sedientos, como si llevaran milenios arrastrándose
por este lugar y su dura luz solar.
—Bueno, efectivamente —estoy de acuerdo.
—¿Supongo que deberíamos tomar algunas fotos? —
dice Alex.
—Definitivamente.
Saca su teléfono y espera a que haga algunas poses
delante de los dinosaurios. Después de un par de fotos
discretas y apropiadas para Instagram, empiezo a saltar y a
agitar los brazos, con la esperanza de hacerlo reír.
Sonríe, pero sigue pareciendo un poco pálido, y decido
que es mejor que nos pongamos a la sombra. Paseamos por
el recinto, hacemos un par de fotos más de cerca y con los
dinosaurios más pequeños que se han añadido entre los
matorrales que rodean a los dos principales, luego subimos
las escaleras para curiosear en la tienda de regalos.
—Apenas se nota que estamos dentro de un dinosaurio
—se queja Alex en broma.
—¿Verdad que sí? ¿En dónde están las vértebras
gigantes? ¿Dónde están los vasos sanguíneos y los
músculos de la cola?
—Esto no va a tener una crítica favorable en Yelp —
murmura Alex, y yo me río, pero él no se une. De repente
me doy cuenta de lo patético que es el aire acondicionado
de esta tienda. Nada comparado con la tienda de regalos
del zoo. También podríamos estar de vuelta en el infierno de
Nikolai.
—¿Debemos salir de aquí? —pregunto.
—Dios, sí —dice Alex, y deja la figura de dinosaurio que
ha estado sosteniendo.
Compruebo la hora en mi teléfono. Sólo son las cuatro
de la tarde y ya hemos agotado todo lo que tenía planeado
para hoy. Abro mi aplicación de notas y busco en la lista
algo más que hacer.
—De acuerdo —digo, intentando disimular mi ansiedad
—. Lo tengo. Vamos.
El Jardín Botánico Moorten. Está en el exterior, pero
seguro que tiene un sistema de ventilación mejor que la
tienda de regalos que hay dentro de un dinosaurio de acero.
Solo que no se me ocurre comprobar los horarios y
conducimos hasta allí sólo para encontrarlo cerrado.
—¿Cierra a la una durante el verano? —leo el cartel con
incredulidad.
—¿Crees que tiene algo que ver con la temperatura
peligrosamente alta? —dice Alex.
—De acuerdo —digo—. De acuerdo.
—Tal vez deberíamos ir a casa—dice Alex—. Ver si
Nikolai ha arreglado el aire acondicionado.
—Todavía no —digo, desesperada—. Hay algo más que
quería hacer.
—Bien —dice Alex.
De vuelta en el auto, le hago frente en el lado del
conductor, y pregunta:
—¿Qué estás haciendo?
—Tengo que conducir para esta parte —digo.
Arquea una ceja, pero se sube al asiento del copiloto, y
abro mi GPS e introduzco la primera dirección de la lista
para la "visita arquitectónica autoguiada de Palm Springs"
—Es... un hotel —dice Alex, confundido cuando nos
acercamos a este edificio angular con su revestimiento de
piedra y su cartel naranja.
—El Hotel Del Marcos —digo.
—¿Hay... un dinosaurio de acero dentro? —pregunta.
Frunzo el ceño.
—No lo creo, pero todo este barrio, el del Club de Tenis,
se supone que está lleno de todos estos edificios
ridículamente increíbles.
—Ah —dice, como si eso fuera todo lo que puede reunir
en forma de entusiasmo.
Se me cae el estómago al marcar la siguiente dirección.
Conducimos durante dos horas, paramos a comer una cena
barata (que alargamos una hora más por culpa de Cold Air)
y, cuando volvemos al auto, Alex me interrumpe en la
puerta del conductor.
—Poppy —dice suplicante.
—Alex —digo.
—Puedes conducir si quieres —dice—, pero me estoy
mareando un poco con el auto, y no sé si podré soportar ver
más mansiones de desconocidos hoy.
—Pero tú amas la arquitectura —digo patéticamente.
Su ceño se frunce y sus ojos se entrecierran.
—Yo... ¿qué?
—En Nueva Orleans —digo—, te paseaste señalando
ventanas todo el tiempo. Pensé que te encantaban este tipo
de cosas.
—¿Apuntando a las ventanas?
Tiro los brazos a los lados.
—¡No lo sé! Es que... ¡te encantaba mirar los jodidos
edificios!
Deja escapar una carcajada fatigada.
—Te creo —dice—. Tal vez sí ame la arquitectura. No lo
sé, solo estoy... muy cansado y tengo calor.
Me apresuro a sacar mi teléfono del bolso. Todavía no
hay noticias de Nikolai. No podemos volver a ese
apartamento.
—¿Qué pasa con el museo del aire?
Cuando levanto la vista, me está estudiando, con la
cabeza inclinada y los ojos todavía entrecerrados. Se pasa
una mano desdichada por el cabello y desvía la mirada un
segundo, poniendo la mano en la cadera.
—Son como las siete, Poppy —dice—. No creo que esté
abierto.
Suspiro, desinflándome.
—Tienes razón. —Cruzo de nuevo al asiento del copiloto
y me tumbo, sintiéndome derrotada mientras Alex arranca
el auto.
A los quince kilómetros de la carretera, pinchamos una
rueda.
—Oh, Dios —gimo mientras Alex se aparta a un lado de
la carretera.
—Probablemente haya un repuesto —dice.
—¿Y sabes cómo se pone eso? —le digo.
—Sí. Sé cómo ponerlo.
—Señor Propietario —digo, tratando de sonar
juguetona. Resulta que yo también soy profundamente
gruñona y así es como mi voz me retrata. Alex ignora el
comentario y sale del auto.
—¿Necesitas ayuda? —pregunto.
—Podría necesitar que me iluminaras —dice—. Está
empezando a oscurecer.
Le sigo hasta la parte trasera del auto. Abre la puerta
de la escotilla, mueve algunas de las alfombrillas y maldice.
—No hay repuesto.
—Este auto aspira a destruir nuestras vidas —digo, y
doy una patada al lateral del auto—. Mierda, voy a tener
que comprarle a esta chica un neumático nuevo, ¿no?
Alex suspira y se frota el puente de la nariz.
—Lo dividiremos.
—No, eso no es lo que estaba… no estaba diciendo eso.
—Lo sé —dice Alex, irritado—. Pero no voy a dejar que
lo pagues todo.
—¿Qué hacemos?
—Llamamos a una empresa de remolque —dice—.
Volvemos a casa en Uber y mañana nos arreglamos con
esto.
Así que eso es lo que hacemos: Llamamos a la
compañía de remolque.
Nos sentamos en silencio en el maletero mientras
esperamos a que vengan. Volvemos a la tienda en la parte
delantera de la grúa con un hombre llamado Stan que tiene
una mujer desnuda tatuada en cada brazo. Firmamos unos
papeles y llamamos a un Uber y salimos mientras
esperamos a que llegue.
Subimos a un auto con una señora llamada Marla a la
que Alex susurra en voz baja.
—Se parece exactamente a Delallo —y al menos eso es
algo de lo que reírse.
Y entonces la aplicación de Marla se equivoca y se
pierde.
Y nuestro viaje de diecisiete minutos se convierte en un
viaje de veintinueve minutos ante nuestros ojos y ninguno
de los dos se ríe, ninguno de los dos dice nada, ni emite
ningún sonido.
Finalmente, ya casi hemos llegado al Desert Rose.
Afuera está casi negro, y estoy segura de que las estrellas
en lo alto serían increíbles si no estuviéramos atrapados en
la parte trasera del Kia Rio de Marla inhalando pulmón tras
pulmón del aromatizante en aerosol olor galletas de azúcar
con el que parece haber empapado todo el auto.
Cuando el tráfico se detiene de repente a media milla
del Desert Rose, casi lloro.
—Debe ser un accidente que bloquea la carretera —
dice Marla—. No hay razón en el cielo o en la tierra para que
el tráfico esté tan atascado.
—¿Quieres caminar? —me pregunta Alex.
—¿Por qué diablos no? —digo, y salimos del auto de
Marla, vemos cómo da la vuelta al Kia en un giro de quince
puntos, y empezamos a bajar por la oscura acera de la
carretera hacia la casa.
—Esta noche me meto en la piscina —dice Alex.
—Probablemente esté cerrada —gruño.
—Me subiré a la valla —dice Alex.
Una risa efervescente y cansada recorre mi pecho.
—Okey, me apunto.
 
23
Hace Cinco Veranos
 
En nuestra última noche en Sanibel Island, permanecí
sobre la cama despierta, escuchando el sonido de la lluvia
caer sobre el techo, reproduciendo la semana como si la
estuviera viendo en una pantalla espesa y brumosa,
tratando de capturar esa fracción de segundo que parecía
esfumarse de mi vista en cuanto trataba de alcanzarla.
Veo las tormentosas  playas, el  maratón
de Twilight Zone, el sofá donde Alex y yo dormimos, el lugar
de mariscos donde finalmente él me había contado
los  espeluznantes  detalles  de  su ruptura con Sarah, en la
que ella le había dicho que su relación era tan emocionante
como la biblioteca en la que se conocieron, antes de dejarlo
e irse a un retiro de yoga por un  máximo de tres
semanas.  —Si  ella  quiere  emoción, —le  dije—
estoy feliz de darle la llave del auto.
Mi memoria salta hacia un bar llamado BAR, con sus
pegajosos suelos y ventiladores de techo. Salgo del baño y
lo veo en la barra, leyendo un libro. Sintiendo tanto amor
que me divido en dos tratando de sacarlo de la tristeza
después de Sarah. Lo llamo con un exagerado —¡Oye, tigre!
Luego llega el momento en que corremos a través del
aguacero desde el BAR hasta nuestro auto, momento que
pasamos escuchando el chirrido del limpiaparabrisas sobre
el vidrio mientras atravesamos la lluvia torrencial de regreso
a nuestro búngalo empapados por la lluvia.
Me estoy acercando a ese momento, ese que sigo
buscando y llegando con las manos vacías, como si no fuera
más que un poco de luz que reflejada bailando en el suelo.
Veo a Alex pidiéndome tomarnos una foto juntos,
sorprendiéndome con el flash a la cuenta de dos en lugar de
tres. Los dos ahogándonos de la risa, gimiendo ante la
atrocidad de nuestra imagen, discutiendo si la borramos,
Alex prometiendo que no miraba nada atroz en mí, y yo
diciéndole lo mismo sobre él.Después  él  me dijo —El
siguiente año vamos a algún lugar frío.
Yo le contesté, que estaba bien, que lo haríamos.
Y aquí viene, el momento que sigue deslizándose entre
mis dedos, como si fuera el detalle que cambia el juego en
una repetición instantánea que parece que no puedo
pausar o disminuir de velocidad.
Solo nos estamos mirando el uno al otro. No hay bordes
duros a los que agarrarse, no hay marcas distintivas del
comienzo o el final de este momento, nada que lo separe de
los millones que hay justo así. Pero este, es el momento en
que lo pienso por primera vez.
Yo estoy enamorado de ti.
El pensamiento es aterrador, probablemente ni siquiera
es cierto.  Una idea peligrosa para  entretener.  Libero  mi
agarre sobre ella, observo que se escapa lejos.
Pero hay zonas en el centro de mis palmas que arden,
queman, prueba de que una vez la sostuve allí.
 
24
Este Verano
 

El departamento se ha convertido en el séptimo anillo


del infierno, y no hay señales de que Nikolai haya estado
ahí.  Me  cambio en el baño por un  bikini  y  una camiseta
extra grande, luego mando otro furioso mensaje exigiendo
una actualización sobre el aire acondicionado.
Alex  toca  la  puerta  cuando  termina  de
cambiarse  en  la  habitación, salgo y nos dirigimos a la
alberca, toallas en mano.  Primero  nos escabullimos
para  comprobar la puerta. —Bloqueada —confirma Alex,
pero acabo de notar el problema más grande.
—¡QUÉ DEMONIOS!
Él mira hacia arriba y lo ve: el contenedor de concreto
de la piscina vacío.  Detrás de  nosotros,  alguien  jadea.  —
¡Oh, cariño, te dije que eran ellos!
Alex y yo giramos mientras una pareja de mediana
edad curtida por el sol llega  dando brincos.  Una mujer
pelirroja en tacones de corcho brillantes y pantalones capri
blancos  al lado de  un  hombre de cuello grueso, y  unos
lentes de sol  acomodados sobre la parte posterior de la
cabeza afeitada.
—Tenías razón, bebé —dice el hombre.
—¡Los reciéeen casaaados! —la mujer canta y me
agarra en un abrazo—¿Por  qué  no nos dijeron que
se dirigían a Springs?
Ahí es  cuando  entendí.  Eran los esposos  del  taxi que
tomamos afuera de LAX34.  —Vaya —dice  Alex—.
Hola ¿Cómo les va?
La mujer  con uñas color naranja neón me
suelta, y saluda con la mano. ─Oh, ya sabes. Iba bien hasta
lo sucedido con la piscina.
El esposo gruñe de acuerdo. 
—¿Qué pasó? —Pregunto.
—¡Un niño entró y se hizo diarrea!   Un  montón,
supongo, porque tuvieron que vaciarla por completo. ¡Dicen
que  mañana  debería estar en funcionamiento de nuevo!.
Ella  frunce el ceño—. Por  supuesto que mañana nos
vamos a Joshua Tree.
— ¡Oh, genial! —digo. En realidad, sueno tensa en lugar
de alegre,  mi  alma
se  está  marchitando  silenciosamente  dentro de mi cuerpo
vacío.
—Gané una estadía gratis ahí, —ella me guiña un ojo—
tengo buena suerte. —Claro que sí —dice el esposo.
—¡No solo me refiero a eso! —ella prosigue—. Ganamos
la lotería hace unos años, no uno de esos mil billones de
dólares, sino una buena cantidad, y lo juro, ¡desde entonces
es como si ganara todas las rifas, sorteos y concursos
que veo!
—Increíble, —dice Alex. Parece que su alma también se
ha marchitado.
—De todas formas, vamos a dejar que ustedes dos
tortolitos vayan a hacer sus cosas. —Ella guiña de nuevo, o
tal vez sus falsas pestañas están simplemente pegadas.
Difícil de decir— ¡No puedo creer la extraña suerte que
tenemos de que nos quedemos en el mismo lugar!
—Suerte —dice Alex.  Suena como si estuviera en un
trance inducido por la mala suerte
—Sí, es un mundo diminuto, ¿no? —dice ella.
—Lo es —confirmo.
—De todos modos, ¡disfruten el resto de su viaje! —Ella
aprieta uno de cada uno de  nuestros hombros y el esposo
asiente. Luego se van y nos quedamos parados  frente a la
piscina vacía.
Después de  tres  silenciosos  segundos,  digo —Voy  a
tratar de llamar a Nikolai de nuevo.
Alex no dice nada. Nos vamos de vuelta arriba. Hace
noventa grados, no metafóricamente, literalmente son
noventa grados. No encendemos ninguna luz excepto la del
baño, como si incluso una bombilla encendida pudiera
llevarnos a los cien grados.
Alex se para en medio de la habitación, luciendo
miserable. Hace demasiado calor para  sentarse sobre algo,
para tocar algo. El aire se siente diferente, rígido como una
tabla. Le marco a Nikolai repetidamente mientras me paseo
por el cuarto.
La cuarta vez que rechaza la llamada, dejo escapar un
grito y regreso pisando fuerte a la cocina por las tijeras.
—¿Qué estás haciendo? —Pregunta Alex.  Simplemente
paso por el balcón y apuñalo las láminas de plástico—. Eso
no va a ayudar, —dice— hace tanto calor  allá  afuera  como
aquí dentro esta noche.
Pero no puede hacerme entrar en razón.  Corto el
plástico, corto  una tira gigante tras otra tira gigante y
andrajosa, tirándolas al suelo.  Finalmente, la mitad del
balcón está abierto al aire de la noche, pero Alex tenía
razón, no importa.
Hace tanto calor que podría derretirme. Entro de nuevo
y me salpico la cara con agua fría.
—Poppy —dice  Alex—
creo  que  deberíamos  registrarnos  en  un  hotel. —Niego con
la cabeza, demasiado frustrada para hablar.
—Tenemos que hacerlo —dice.
—Así no era como se supone que debía ser —
digo, un repentino latido pasa a través de mi ojo.
—¿De qué estás hablando? —dice.
—Se supone que esto tiene que ir como solía ser antes
—digo—Se  supone  que  debemos  mantener las cosas
baratas y ... seguir adelante con todo y los golpes que se
nos presenten.
—Nos  hemos  topado con  un  montón  de  golpes —
Alex insiste.
—¡Los hoteles  cuestan  dinero! —digo
—.  Y  ya  vamos  a  tener  que  gastar doscientos dólares en
conseguir un neumático nuevo para ese horrible auto.
—¿Sabes  lo que  cuesta  dinero? —dice—  ¡Hospitales!,
vamos a morir si nos quedamos aquí.
—¡No  es así  como  se  supone que  debe  ser —
medio grito, y rompo un récord
— ¡Así es como va! —él responde.
—Yo solo quería que fuera como solía ser —digo.
—¡Nunca va a ser así! —chasquea—. No podemos
volver a eso, ¿de acuerdo? las cosas son diferentes ahora y
no podemos cambiar eso, ¡así que detente!, deja de intentar
que esta amistad vuelva a ser lo que solía ser, ¡no va
a  suceder!  somos diferentes  ahora,  y  tienes  que  dejar
de fingir que no.
Su  voz  se  interrumpe, sus ojos  se oscurecen y su
mandíbula se tensa.
Hay lágrimas que nublan mi visión, y mi pecho se
siente como si estuviera siendo  cortado por la mitad
mientras estamos ahí parados en mitad de la oscuridad,
enfrentándonos en silencio, respirando con dificultad.
Algo  rompe  el  silencio.  Un  retumbar  bajo
y distante, y luego un tap tap tap.
—¿Oyes eso? —la voz de Alex es un carraspeo tenue.
Doy un asentimiento inseguro, y luego otro estruendo
se escucha. Nuestros ojos se encuentran el uno con el otro,
amplios y desesperados. Nosotros corremos hasta el borde
de la terraza.
—Mierda. —Lanzo mis brazos hacia fuera para coger la
caída de la lluvia. Me empiezo a reír. Alex se une.
—Aquí. —Agarra el resto de la lona de plástico y
comienza a rasgarla. Recupero las tijeras de la mesa de café
y corto el resto del plástico, lo arrojo por encima del
hombro, la lluvia cae libre, hasta que, finalmente, está todo
fuera de nuestro camino. Nos mantenemos de pie con
nuestros rostros inclinados hacia arriba y dejamos que la
lluvia caiga sobre nosotros. Otra risa burbujea en mí,
cuando miro a Alex, él me está observando, sonriéndome
durante dos segundos antes de que se convierta en
preocupación.
—Lo  siento —dice con la  voz  tranquila  bajo  la  lluvia—.
Solo quise decir...
—Sé  lo que  quisiste  decir, —le  digo—  estabas en lo
correcto, no podemos ir hacia atrás.
Sus dientes rozan su labio inferior. —Quiero
decir... ¿realmente querrías hacerlo?
—Sólo quiero... —Me encojo de hombros.
A ti, pienso.
A ti.
A ti.
A ti. ¡Dilo!
Sacudo la cabeza. —No quiero perderte de nuevo.
Alex se acerca a mí y yo me acerco a él, dejo que me
agarre de las caderas y me tire hacia él. Me presiono contra
su camiseta húmeda mientras él envuelve sus brazos
alrededor de mí y me levanta. Me pongo de puntillas y él
me sostiene allí, su rostro enterrado en mi cuello y mi
camiseta de gran tamaño empapada. Enredo mis brazos
alrededor de su cintura y tiemblo cuando sus manos se
deslizan por mi espalda, atrapando el bulto donde las tiras
de mi traje de baño están anudadas debajo de mi camisa.
Incluso después de un día completo de sudoración,
huele tan bien, se siente tan bien contra mí y debajo de mis
manos. Combinado con el intenso alivio de la lluvia del
desierto, esto me hace sentir mareada, con ganas de dar
vueltas y sin inhibiciones. Mis manos suben hasta su cuello
y se deslizan hasta su cabello, se retira lo suficiente para
mirarme a la cara, pero ninguno de los dos se suelta, y todo
el estrés y la preocupación ha dejado su frente y su
mandíbula al instante en que levanta mi cuerpo.
—No me perderás. —dice, con la voz atenuada por la
lluvia—. Mientras me quieras, estaré aquí.
Me trago el nudo en mi garganta, pero regresa. Trato de
mantener las palabras adentro, podría ser un error decirlas,
¿verdad? Nos contamos todo, pero hay algunas cosas que
no se pueden dejar de decir, como hay cosas que no se
pueden deshacer.
Su mano se levanta para barrer un rizo húmedo de mis
ojos, metiéndolo detrás de  mi oreja.  El bulto parece
derretirse, y la verdad se me escapa como un aliento que he
estado conteniendo todo este tiempo.
—Siempre te querré, Alex —le susurro—. Siempre.
En esta luz tenue, sus ojos se ven casi brillantes y su
boca se suaviza. Cuando se inclina para presionar su frente
con la mía, todo mi cuerpo se siente pesado, al igual que mi
deseo es una ponderada manta empujando en mí desde
todos los lados, mientras que sus manos son como pincel
sobre mi piel, tan suaves como la luz del sol. Su nariz se
desliza por el costado de la mía, nuestras bocas inseguras y
estiradas pulsando a una pulgada entre nosotros.
No es todavía una especie de negación, es una
oportunidad que vamos a dejar pasar sin tener que cerrar
esa distancia final. Pero, al escuchar su respiración
inestable, sentir la forma en que se tira contra mí mientras
sus labios se separan, ver más cerca que duda, me olvido
de todas las razones que estaba tratando de poner entre los
dos.
Somos imanes, tratando de juntarnos incluso mientras
acunamos la cuidadosa  distancia entre nosotros.  Su mano
roza mi mandíbula, la inclina con cuidado para que nuestras
narices se rocen entre sí, probando este pequeño espacio
entre nosotros, nuestras  bocas abiertas saboreando el aire
entre nosotros.
Cada aliento que ahora toma susurra contra mi labio
inferior.  Cada una de mis  temblorosas inhalaciones intenta
acercarlo más. Esto no tenía que suceder, pienso de manera
borrosa.
Entonces, pienso de manera más contundente,  esto
tenía que suceder. 
Esto tiene que suceder.
Esto está sucediendo.
 
25
Hace Cuatro Años
 

Este año será diferente. He estado trabajando para la


revista Rest + Relxation durante seis meses. En ese tiempo,
ya estuve en:  Marrakech y Casablanca35, Martinborough y
Queenstown36, Santiago e Isla de Pascua37.
Por no hablar de todas las ciudades de los Estados
Unidos a las que me han enviado.
Estos viajes no se parecen en nada a los que solíamos
hacer Alex y yo, pero es posible que le  haya restado
importancia a eso cuando presenté la combinación de
nuestro viaje de verano con un  viaje de trabajo, porque
quiero ver su reacción cuando lleguemos a nuestro
primer  resort  con  nuestro  andrajoso  equipaje de
TJ Maxx38, solo para ser recibidos con champán.
Cuatro días en Suecia. Cuatro en Noruega.
No es frío, precisamente, pero al menos es genial, y
desde que me comuniqué con la cuñada expatriada de la
guía de River Raft, Lita, ella me ha estado enviando correos
electrónicos semanalmente con sugerencias sobre cosas
que hacer en Oslo. A diferencia de Lita, Dani tiene una
memoria de acero: parece recordar todos los restaurantes
increíbles en los que ha comido y sabe exactamente qué
debemos ordenar. En un correo electrónico, clasificó varios
folios según una serie de criterios (belleza, concurrencia,
tamaño, conveniencia de la ubicación, belleza del camino
hacia la conveniente ubicación).
Cuando Lita pasó su información de contacto, me
estaba esperando obtener tal vez, una lista con un parque
nacional específico y un par de bares. Y Dani hizo eso, en su
primer correo electrónico. Pero los mensajes seguían
llegando cada vez que pensaba en otra cosa que
"¡absolutamente no podíamos dejar sin experimentar!".Ella
usa una gran cantidad de signos de exclamación, y aunque
por lo general creo que las personas recurren a estos en un
intento por parecer amable y sin duda, no-del todo
enojado, cada una de sus frases se lee como un comando.
—¡Debes beber aquavit!
—¡Asegúrate de beberlo a temperatura ambiente,
quizás junto con una cerveza!
—¡Ten tu aquavit a temperatura ambiente de camino
al Museo de Barcos Vikingos! ¡NO TE PIERDAS ESTO!
Cada nuevo correo electrónico quema mi mente con
sus signos de exclamación, y miedo me daría conocer a
Dani, si no fuera por el hecho de que ella firma cada correo
electrónico con  xoxo,  el cual  encuentro
entrañable  y  estoy  segura de  que nos va a gustar
un montón. Me agradará mucho y Alex estará aterrorizado.
De cualquier  manera,  nunca he estado más
emocionada por un viaje en mi vida.
En Suecia, hay un hotel hecho completamente de hielo,
  llamado  (por  alguna  misteriosa razón) Icehotel.  Es el tipo
de lugar que Alex y yo nunca podríamos habernos permitido
por nuestra cuenta, y toda la mañana previa a la reunión de
lanzamiento con Swapna, estaba sudando profusamente en
mi escritorio, no un sudor normal, sino el tipo de sudor
horrible que  viene  con  la ansiedad.  No es como si Alex no
hubiera preferido seguir con los destinos de verano a una
playa, pero desde que me enteré sobre Icehotel, sabía que
sería una perfecta sorpresa para él.
Lanzo el artículo como una característica de
"Enfriamiento para el verano", y los  ojos  de Swapna
se iluminan con aprobación.
—Inspirador. —dice ella, y veo a algunos de los
otros  escritores  más consolidados  diciéndose la misma
palabra entre sí.  No he estado allí el tiempo
suficiente  para  notar que ella use  la
palabra,  pero  yo  sé  cómo  es  con las  tendencias,  por lo
que me imagino que inspirador es totalmente opuesto a  de
moda en su mente.
Ella está completamente de acuerdo con la idea.  Solo
así estoy autorizada a gastar mucho dinero.  No
puedo técnicamente comprarle a Alex comidas o boletos de
avión,  o  incluso  la entrada al museo vikingo, pero cuando
estás de viaje con  R+R, las puertas se te abren, botellas de
champán que no ordenaste flotan a tu  mesa, los cocineros
pasan con algo "extra", y la vida se vuelve un poco
más brillante.
También está la cuestión del fotógrafo que viajará con
nosotros, pero hasta ahora todas las personas con las que
he trabajado han sido agradables, si no divertidas,
independientes como yo. Nos encontramos, planeamos
tomas, nos separamos, y aunque yo no he trabajado con el
nuevo fotógrafo con la que estoy emparejada, nos hemos
visto en programas opuestos en los días de oficina, nos han
puesto en horarios diferentes en la oficina; Garrett, el otro
escritor nuevo, dice que el fotógrafo Trey es genial, así que
no estoy preocupada.
Alex y yo nos enviamos mensajes de texto innecesarios
en las semanas previas al viaje, pero nunca sobre el viaje en
sí.  Le digo que yo me ocupo de todo, que todo es
una sorpresa, y aunque la falta de control lo está matando,
no se queja.
En cambio, envía mensajes de texto sobre su pequeña
gata negra, Flannery O'Connor.  Fotos de  ella en zapatos y
armarios, y tirada en la parte superior de las estanterías.
Ella me recuerda a ti, dice a veces.
—¿Por  las  garras? —
pregunto.  ¿O  por  los  dientes?  ¿O  por las pulgas?,  y cada
vez, no importa la comparación que saco, sólo
contesta: pequeña luchadora.
Me hace sentir agitada y cálida.  Me hace pensar en él
tirando de  la capucha de mi sudadera apretada alrededor
de mi cara y sonriéndome a través de  la  fría oscuridad,
murmurando en voz baja: linda.
En la última semana antes de irnos, tuve un resfriado
horrible o el peor ataque de alergias de verano que puedo
recordar. Mi nariz está constantemente tapada y goteando;
mi garganta se siente irritada y tiene un sabor agrio; toda
mi cabeza se siente obstruida por la presión; y todas las
mañanas, estoy agotada antes de que comience el día. Pero
no tengo fiebre y un viaje rápido a urgencia me informa que
no tengo faringitis estreptocócica, por lo que hago todo lo
posible para no reducir la velocidad. Hay un montón por
hacer antes del viaje, y lo hago todo mientras toso
profusamente.
Tres días antes de irnos, tengo un sueño en el que Alex
me dice que  volvió  con Sarah, que ya  no puede hacer el
viaje.
Me despierto sintiéndome mal del estómago.  Todo el
día trato de sacarme el sueño  de  la  cabeza.  A las
2:30, me envía una imagen de Flannery.
—¿Alguna vez extrañas a Sarah? —le pregunto.
—A veces —dice—. Pero no demasiado.
—Por favor, no  canceles nuestro viaje —digo, porque
este sueño es muy, muy molesto.
—¿Por qué  habría  que  cancelar  nuestro  viaje? —
pregunta.
—No sé, —digo—. Solo sigo estando nerviosa de que lo
hagas. 
—El  viaje de verano  es  el  punto culminante  de  mi  año
—dice.
—El mío también —le digo.
—¿Incluso ahora que puedes viajar todo el tiempo? ¿No
estás cansada de eso?  
—Yo no podría cansarme, —le digo— no canceles.
Me envía otra foto de Flannery O'Connor sentada en su
maleta ya hecha.
—Pequeña luchadora— le escribo.
—La amo —dice, y sé que está hablando de la gata,
obviamente, pero incluso eso hace que esa sensación cálida
y agitada cobre vida debajo de mi piel.
—No puedo esperar para verte, —digo, sintiendo de
pronto como decir esto es tan normal,  es una cosa
atrevida, arriesgada incluso.
—Yo  sé, —escribe  de regreso—, es  todo en
lo que puedo pensar.
Me toma horas conciliar el sueño esa noche.  Me
acuesto en la cama con esas  palabras corriendo por mi
mente una y otra vez, haciéndome sentir como si
tuviera fiebre.
Cuando me despierto, me doy cuenta de que realmente
tenía fiebre. Todavía tengo. Que mi garganta se siente más
hinchada y en carne viva que antes, y mi cabeza late con
fuerza, y mi pecho está pesado, y mis piernas duelen, y no
puedo calentarme sin importar  en cuántas  mantas esté
debajo.
Me reporto enferma con la esperanza de dormirme
antes de mi vuelo de la tarde siguiente, pero a última hora
de la noche, sé que no hay forma de que me suba a ese
avión. Tengo una fiebre de treinta y nueve grados Celsius.
La mayoría de las cosas que hemos reservado ahora
están lo suficientemente cerca como para que no
sean  reembolsables.  Envuelta en las mantas y tiritando en
mi cama, redacto un correo electrónico en mi teléfono para
Swapna, explicando la situación.
No estoy segura de qué hacer.  No estoy segura de si
esto de alguna manera hará que me despidan. 
Si  no me sintiera tan mal,  probablemente estaría
llorando.
—Ve al médico a primera hora en la mañana —Alex me
escribe.
—Tal vez  es solo el pico —le  escribo—. Tal vez puedas
volar en tiempo y te pueda alcanzar en un par de días.
—No deberías sentirte tan mal con un resfriado,  —
él dice— por favor, ve al médico, Poppy.
—Lo haré, lo siento.
Y ahora sí lloro.  Porque si no hago este viaje, hay una
buena  posibilidad de  que  no vea
a  Alex  en  un  año.  Está  tan  ocupado  con  su  MFA  y  la
enseñanza,  y  yo estoy  rara vez  en
casa ahora que estoy trabajando para R+R, y en Linfield incl
uso menos. 
Esta Navidad, mamá estaba emocionada contándome
que convenció a papá para venir a la ciudad. Mis hermanos,
incluso se pusieron de acuerdo para venir un día o dos, algo
que insistieron que nunca harían una vez que se trasladaron
a California (Parker a seguir escribiendo para la televisión en
Los Ángeles y Prince para trabajar de desarrollador de un
vídeo juego en San Francisco), como si tras al firmar sus
contratos de arrendamiento, también se habían
comprometido a una rivalidad intensa entre los dos estados.
Siempre que estoy  enferma, simplemente deseo estar
en Linfield. Tumbada en el dormitorio de mi niñez, con las
paredes empapeladas con carteles de viajes antiguos,
la  colcha  rosa pálido que  hizo mamá mientras estaba
embarazada de mí apretada alrededor de mi barbilla.  Ojalá
me trajera sopa y un termómetro, y
comprobara que estaba bebiendo agua, y que me mantuvie
ra al día con ibuprofeno para bajar la fiebre.
Por  una vez, odio a  mi  minimalista  apartamento.  Odio
los sonidos de la ciudad que rebotan en mis ventanas a
todas horas.  Odio la ropa de cama de lino gris suave
que elegí y los muebles daneses de imitación aerodinámica
que comencé a  acumular desde que  obtuve  mi trabajo de
niña grande, como lo llama papá.
Quiero estar  rodeada  de  adornos.  Quiero  dibujos
florales en las  pantallas de las lámparas,  y  cojines que no
combinen con en el sofá,  y el respaldo con una manta
afgana rasposa.  Quiero mezcla de cosas hasta tener una
nevera vieja y blanquecina cubierta de horribles imanes de
Gatlinburg y Kings Island,  y  de Beach Waterpark, con
dibujos que hice cuando era niña y fotos familiares ya
desgastadas, y ver  un  gatito  pasando,  sólo  para  chocar
con una pared que no ve.
No quiero estar sola, y por cada vez que respiro no
hacer un esfuerzo inmenso.
A las cinco de la mañana, Swapna responde a mi correo
electrónico.
Suceden  este tipo  de  cosas. No te aflijas por
ello. Tienes
derecho  sobre  los  reembolsos,  aunque, si
quieres que tu amigo use los alojamientos,
siéntete libre. Envíame lo  que  tenías en la
forma de itinerario de nuevo, y se lo pasaré a
Trey.  Puedes alcanzarlo cuando estés bien de
nuevo.
Y Poppy,  cuando  esto  suceda  de nuevo  (que
pasará),  no te esfuerces tanto
disculpándote.  No controlas tu sistema
inmunológico y te
puedo asegurar que cuando los machos de tus
colegas tienen que cancelar un viaje, no
muestran ninguna indicación de
arrepentimiento o agravio hacia mí. No
alientes a la gente a culparte por algo que
está más allá de tu control. Eres una escritora
fantástica y tenemos suerte de tenerte.
Ahora, ve a un doctor y disfruta de un
verdadero R+R. Nos  hablamos  cuando estés
repuesta.
Probablemente me sentiría más aliviada si no fuera por
la neblina superpuesta sobre  mi  apartamento y la extrema
incomodidad de simplemente existir.
Tomo captura  del  correo electrónico  y  se  lo  envío
por mensaje de texto a Alex.
—¡Diviértete! —escribo.  Trataré de alcanzarte en la
segunda mitad del viaje.
Para entonces, el solo pensar salir de la cama hace que
me sienta mareada. Dejo mi teléfono a un lado y cierro los
ojos, dejando que el sueño se apresure a tragarme como un
pozo que se extiende a mi alrededor mientras lo atravieso.
No es un sueño tranquilo, sino uno tipo frío y con fallas,
donde los sueños y las oraciones comienzan una y otra vez,
interrumpiéndose antes de que  puedan finalizar. Me tiro en
la cama, despierto el tiempo suficiente para registrar el frío
que tengo, lo incómoda que se ha vuelto la cama y mi
cuerpo, solo para caer de nuevo en sueños inquietos.
Sueño con un gato negro gigante con ojos
hambrientos.  Me persigue en círculos  hasta que es
demasiado difícil respirar, demasiado difícil seguir adelante,
y luego salto, despertándome de un sobresalto tomándome
unos segundos interminables, solo para comenzar de nuevo
en el momento en que cierro los ojos.
Debería ir al médico, pienso que de vez en cuando,
pero estoy segura de que no puedo sentarme.
No como, no bebo, no voy incluso a hacer a pis.
El día gira hasta que abro los ojos a la luz de color
amarillo-oro de  la puesta del sol mirando fuera de la
ventana de mi habitación, y cuando parpadeo, ha cambiado
a un  bígaro profundo, y hay un golpeteo en mi cabeza tan
real que hace un  ruido sordo  que envía  ondas de choque
a través de mi cuerpo.
Me enrollo más, tiro una almohada sobre mi cara, pero
no se detiene.
Se hace más fuerte. Empieza a sonar como mi nombre,
la forma en que los sonidos a  veces se transforman en
música cuando estás tan cansado que estás medio soñando.
¡Poppy! ¡Poppy! ¡Poppy!, ¿estás en casa?
Mi teléfono vibra en la mesita de noche.  Lo ignoro, lo
dejo sonar.  Empieza de nuevo, y después de eso, por
tercera vez, así que me doy la vuelta y trato de leer  la
pantalla a pesar de la forma en que el mundo parece
derretirse, como un remolino de  helados de  dos
tonos girando uno alrededor del otro.
Hay docenas de mensajes de ALEXANDER THE
GREAT, pero el último que leo,
¡Estoy aquí! ¡Déjame entrar!
Las palabras no tienen sentido. Estoy demasiado confu
ndida  para  contestar un par de ellas, demasiado fría para
preocuparme.  Me está llamando de nuevo, pero no estoy
segura de poder hablar.  Mi garganta se siente demasiado
apretada.
El golpeteo empieza de nuevo, la voz diciendo mi
nombre, y se levanta la niebla apenas suficiente para que
todas las piezas encajen juntas en perfecta claridad.
—Alex —murmuro.
—¡Poppy!  ¿Estás ahí? —
está gritando en el otro lado de la puerta.
Estoy soñando de nuevo, que es la única razón por la
que creo que puedo llegar a la puerta, lo que significa que,
probablemente, cuando llegue a la puerta y tire de ella para
abrir,  un  enorme  gato negro  va a  estar  ahí  esperando,
y Sarah Torval montándolo como un caballo.
Pero  tal vez  no.  Tal vez  solo sea  Alex,  y  podré  tirar
de él al interior y…
—¡Poppy,  por  favor  hazme  saber  que estás  bien! —
dice al otro lado de la puerta, y me deslizo fuera de la cama,
llevándome el edredón de lino. Me lo paso por los hombros y
me arrastro hasta la puerta con las piernas débiles  y
húmedas.
Busco a tientas la cerradura, finalmente la acciono, y la
puerta se abre  como  por arte de magia,  porque así es
como funcionan los sueños.
Sólo cuando lo veo de pie al otro lado de la puerta, la
mano aun descansando en la manija, la maleta detrás de él,
es que ya no estoy tan segura de que sea un sueño.
—¡Oh, Dios Poppy!, ─dice él, dando un paso y me
examina, el dorso de su mano fresca
presiona mi sudorosa frente —. Estás ardiendo.
—Estás  en  Noruega —me
las arreglo con un susurro ronco.
—Definitivamente no lo estoy. —Arrastra su maleta
adentro y cierra la puerta—. ¿Cuándo fue la última vez que
tomaste ibuprofeno?
Niego con la cabeza.
—¿Nada? —dice— mierda,  Poppy,  se  supone  que  irías
al médico.
—No sabía cómo. —Suena tan patético. Tengo veintiséis
años  con un trabajo de tiempo completo y seguro médico,
un apartamento, facturas de préstamos estudiantiles y vivo
sola en la ciudad de Nueva York, pero hay algunas cosas
que no quieres tener que hacer por tu cuenta.
—Está bien, —dice Alex, acercándome suavemente a él
— vamos a meterte de nuevo  en la  cama y ver  si
podemos deshacernos de la fiebre.
—Tengo que hacer pipí, —digo entre lágrimas, y luego
admito— puede que ya me haya hecho pipí encima.
—Está bien,  —dice— ve a  hacer pipí, te buscaré  ropa
limpia.
—¿Debería bañarme? —le  pregunto,  porque  al
parecer  no sé qué hacer.  Yo  necesito  que alguien me diga
qué hacer exactamente, como mi madre solía hacer cuando
estaba en la primaria, viendo Cartoon Network todo el
día,  sin hacer nada por mí misma hasta que alguien me
dijera.
—No estoy seguro, —dice— lo buscaré en google.  Por
ahora solo haz pipí.
Me toma demasiado esfuerzo llegar al cuarto de baño.
Dejo caer las mantas y hago pipí con la puerta abierta,
temblando todo el tiempo, pero sintiéndome cómoda por
escuchar a Alex moviéndose alrededor de mi apartamento.
Cajones abriéndose de manera silenciosa, haciendo clic en
la parte superior de la estufa de gas, colocando la tetera
sobre ella. Cuando ha terminado con lo que estaba
haciendo, viene a revisarme y todavía estoy sentada en el
inodoro con mis pantalones cortos de dormir alrededor de
mis tobillos.
—Creo que puedes ducharte si quieres —dice, y abre
el  agua—. Tal vez es mejor que  no
te  laves  el  cabello.  Yo  no  sé  si  eso sea buena idea, pero la
abuela Betty jura que el cabello mojado te enferma. ¿Estás
segura de que no te caerás?
—Lo hare rápido, voy a estar bien. —Digo de repente
consciente de lo pegajosa que me siento. Estoy casi segura
de que me hice pis. Más adelante esto probablemente será
humillante, pero ahora mismo no tengo porque
avergonzarme.
Estoy tan aliviada de tenerlo aquí.
Parece inseguro por un segundo, —Solo ve y metete,
me quedaré cerca, y si sientes que se está volviendo
demasiado, dímelo, ¿de acuerdo?
Se aparta de mí mientras me obligo a ponerme de pie y
me quito el pijama. Me meto en el agua caliente y cierro la c
ortina, temblando cuando el agua me golpea.
—¿Estás bien? —me pregunta inmediatamente.
—Mm-hm.
—Estaré aquí, ¿de acuerdo? —dice—, si necesitas algo,
simplemente dímelo.
─Mm-hm.
Después de solo un par de minutos, he tenido
suficiente. Apago el agua y Alex me pasa una toalla. Estoy
más fría que nunca ahora que estoy toda mojada, y salgo
castañeando los dientes.
—Aquí. —Me envuelve otra toalla alrededor de mis
hombros como una capa, intenta darme calor frotándomelos
—. Ve a sentarte en la habitación mientras cambio tu ropa
de cama, ¿de acuerdo?
Asiento con la cabeza y me lleva a la antigua silla de
mimbre tipo pavo real en la esquina de mi habitación. —
¿Dónde tienes la ropa de cama de repuesto? —pregunta.
Le apunto al armario —Estante superior.
La saca y me entrega un pantalón de chándal doblado
y una camiseta. Como no tengo la costumbre de doblar mi
ropa, él debió doblarla instintivamente cuando la sacó de la
cómoda. Cuando los tomo, se voltea deliberadamente lejos
de mí para hacer la cama y dejo caer las toallas al suelo y
me visto.
Cuando ha terminado de hacer la cama, Alex aparta
una esquina y  yo
me deslizo, dejándole que me arrope. En la cocina, la tetera
empieza a silbar.  Se gira para ir por ella, pero le agarro el
brazo, medio borracha por  la  sensación de estar caliente
y limpia. —No quiero que te vayas.
—Ahora vuelvo Poppy —dice—.
Necesito conseguir alguna medicina.
Asiento con la cabeza, soltándolo. Cuando regresa, trae
un vaso de agua  y la bolsa de su computadora portátil.  Se
sienta en el borde de la cama y saca frascos de pastillas  y
cajas de Mucinex, alineándolos en la mesa auxiliar. —No
estaba seguro de cuáles eran tus síntomas —dice.
Toco mi pecho tratando de explicar lo apretado y
horrible que se siente —Entiendo —dice y elige una caja,
saca dos pastillas y me las da con el vaso de agua.
—¿Has comido? —pregunta cuando los he tomado.
—No lo creo.
Él me da una leve sonrisa. —Cogí algunas cosas de
camino aquí para  no  tener que volver a salir.  ¿Suena bien
una sopa?
—¿Por qué eres tan bueno? —le susurro.
Me  estudia  por  un  momento,  luego  se
dobla  y  presiona  un  beso  en  mi  frente. —Creo que el  té ya
estará listo.
Alex me trae sopa de pollo con fideos, agua y
té.  Establece cronómetros  para cuando tengo que tomar
más medicamentos, controla mi temperatura cada  dos
horas durante la noche.
Cuando me duermo, no sueño, y cada vez que me
despierto, él está allí, medio dormitando en la cama junto a
mí. Se despierta bostezando y me mira. —¿Cómo estás?
—Mejor —respondo, y no estoy segura de si es cierto
en sentido físico, pero al menos emocionalmente me siento
mejor al tenerlo aquí, y solo puedo  manejar  una  palabra
o dos a la vez, así que no sirve de nada explicar eso.
Por la mañana, me ayuda a bajar las escaleras hasta un
taxi y vamos al médico.
Neumonía. Tengo neumonía. Sin embargo, no del tipo
que es tan malo que necesito estar en el hospital.
—Mientras le eches un ojo y se adhiera a los
antibióticos, deberá estar bien, —el médico le dice a Alex,
más que a mí, supongo que porque yo realmente  no me
veo  como  el  tipo  de  persona  que  puede  entender sus
palabras ahora mismo.
Cuando Alex me lleva a casa después, me dice que
tiene que volver a salir y tengo tantas ganas de rogarle que
se quede, pero estoy demasiado cansada.  Además,
estoy  segura de que necesita un descanso de mi
apartamento y de mí, después de una noche entera  de
hacerla de enfermera.
Regresa media hora más tarde con gelatina, helado,
huevos y más sopa y todos los tipos de vitaminas y especias
que yo nunca he considerado tener en mi apartamento
antes.
—Betty jura por el zinc, —me dice cuando me trae un
puñado de  vitaminas con una taza de gelatina roja y otro
vaso de agua— también  me  dijo  que  pusiera canela  en
tu sopa, así que si sabe mal, échale la culpa.
—¿Cómo es que estás aquí? —Lucho por levantarme.
—El primer tramo de mi vuelo a Noruega fue a través
de Nueva York, —dice.
—Entonces, ¿qué? —digo— ¿Entraste en
pánico  y  abandonaste el aeropuerto en lugar  de  abordar el
siguiente avión?
—No Poppy, —dice—. Yo vine aquí a estar contigo.
Inmediatamente, las lágrimas brotan de mis ojos. —Iba
a llevarte a un hotel hecho de hielo.
Una rápida sonrisa cruza su boca. —Honestamente, no
sé si es la fiebre la que habla.
—No. —Aprieto los ojos para cerrarlos, sintiendo las
lágrimas escurriendo por mis  mejillas— es verdad.  Lo
siento mucho.
—Oye. —Mueve  el  cabello lejos  de  mi  cara—,
sabes  que  no me  importa  eso ¿verdad?,  solo me importa
pasar tiempo contigo —su pulgar traza suavemente la línea
húmeda que baja por el costado de mi  nariz, apartándola
justo antes de que llegue a mi labio superior—. Lamento
que no te sientas bien y que te estés perdiendo el hotel de
hielo, pero estoy bien aquí.
Cada gramo de dignidad desapareció al haber hecho
que este hombre cambiara mi  ropa de cama empapada de
pipí, alcanzo su cuello y lo atraigo hacia mí, él se acomoda
en la cama a mi lado, maniobrando para acercarme a sus
brazos. Él envuelve un brazo alrededor de mi espalda y me
hace descansar en su pecho, paso  un  brazo alrededor
de  su  cintura también,  y nos quedamos allí
enredados, juntos.
—Puedo sentir los latidos de tu corazón —le digo.
—Puedo sentir los tuyos —dice.
—Siento haber hecho pis en la cama.
Él se ríe, me aprieta contra él y, en ese momento me
duele el pecho de lo mucho que lo amo. Supongo que lo dije
en voz alta, porque murmura: 
—Probablemente sea la fiebre la que habla.
Niego con la cabeza, me acurruco más cerca, hasta que
no quedan espacios entre nosotros. Su mano se mueve
ligeramente hacia mi cabello y un escalofrío recorre mi
columna desde donde sus dedos recorren mi cuello. Se
siente tan bien, en un mar de malos sentimientos, cuando lo
hace me arqueo un poco, mi mano aprieta su espalda y
siento la forma en que su corazón corre y eso hace que el
mío se dispare para que coincidan. Su mano se mueve a mi
muslo, envolviéndolo alrededor de su cadera, y mis dedos
se retuercen contra él mientras entierro mi boca contra el
costado de su cuello donde siento su pulso latiendo con
urgencia debajo de él.
—¿Estás cómoda? —me pregunta, como si estar tirados
solo dependiera de alinearnos, como si estuviéramos
construyendo una historia que nos protegiera de la verdad
de lo que está pasando.  Que incluso a pesar de
estar  enferma, puedo sentir que él me quiere como yo lo
quiero a él.
—Mm-hm, —murmuro— ¿Lo estás tú?
Su mano aprieta mi muslo y asiente. 
—Sí, —dice, y nos quedamos muy quietos.
No sé cuánto tiempo permanecemos así, pero
eventualmente, la medicina para el resfriado  mantiene mis
terminaciones nerviosas alertas, me quedo dormida.  Al
despertar lo encuentro al otro lado de la cama.
—Estabas preguntando por tu madre —me dice. 
—Siempre que estoy enferma, la extraño. —digo.
Él  asiente,  coloca  un  mechón  de  cabello  detrás
de mi oreja. 
—A veces yo también.
—¿Me hablas de ella? —Pregunto.
Se mueve, levantándose más alto contra la
cabecera. —¿Qué quieres saber?
—Cualquier cosa, —le susurro— ¿qué recuerdas
de ella?
—Bueno, yo sólo tenía seis años cuando ella murió, —
dice alisando mi cabello de nuevo. Yo no discuto o presiono
por más, pero con el tiempo continua—. Ella solía cantar
para nosotros cuando nos cobijaba en la noche. Y yo
pensaba que tenía una hermosa voz, quiero decir, les decía
a los niños de mi clase que ella era cantante, o lo habría
sido si no fuera una ama de casa o lo que sea, tú sabes… —
Su mano todavía está en mi cabello— mi papá no podía
hablar de ella, en absoluto, me refiero a que todavía no
puede realmente hablar de ella sin desmoronarse. Así que al
crecer mis hermanos y yo tampoco hablamos de ella. Y
cuando tenía catorce, quizás quince, fui a la casa de la
abuela Betty para limpiar sus canaletas y cortar el césped y
esas cosas, ella estaba viendo estas viejas películas caseras
de mi mamá.
Estudio su cara, la forma en que sus gruesos labios se
curvan y sus ojos atrapan las vetas de luz de la farola que
llegan a través de mi ventana, que iluminan dentro.
—Nunca  hicimos  eso  en  mi  casa,  —dice—
ni  siquiera  podía  recordar cómo sonaba.  Pero vimos ese
video de ella abrazándome  cuando era un bebé, cantando
esa vieja canción de Amy Grant —sus ojos me cerraron,
su  sonrisa se hizo más  profunda  en una  esquina—. Y  su
voz era horrible.
—¿Qué tan horrible? —Pregunto.
—Suficientemente mala que Betty tuvo que apagar la
tv para que no le diera un ataque al corazón de tanta risa,
—dice— y se notaba que mamá sabía que era mala, quiero
decir, se podía escuchar a Betty reír mientras filmaba y mi
mamá seguía mirando por encima del hombro sonriendo,
pero no dejaba de cantar. Creo que pienso mucho en eso.
—Suena como una gran mamá —digo.
—Durante la mayor parte de mi vida, —dice— la sentí
como el hombre del costal,  ¿sabes?, como si ella hubiera
jugado solo el papel de ser la causante de que mi papá se
sintiera destrozado por haberla perdido. ¿Qué tan aterrado
estaba de criarnos él solo?
Asiento con la cabeza; tiene sentido.
—Muchas veces, cuando pienso en ella, es como... —
Hace una pausa— Ella es más como un cuento con moraleja
que una persona.  Pero cuando pienso en ese video,  pienso
en por qué mi papá la amaba tanto.  Y eso se siente
mejor. Pensar en ella como una persona.
Por un tiempo, estamos callados, yo alcanzo su mano y
la tomo en la mía, —Ella debe haber sido asombrosa, —digo
— te creó a ti.
Me aprieta la mano, pero no dice una palabra más y
finalmente me vuelvo a dormir.
Los próximos dos días son borrosos, voy mejorando. No
estoy curada, pero  si más  despierta, más ligera, con la
cabeza más clara.
Ya no hay abrazos intensos, solo vemos dibujos
animados viejos en la cama, nos sentamos en la escalera de
incendios por la mañana mientras  desayunamos, tomo las
pastillas cada vez que suenan las alarmas del teléfono de
Alex,  tomar té en el sofá por la noche con una lista de
reproducción de "música folklórica  tradicional noruega" de
fondo.
Pasan cuatro días, luego cinco.  Y luego me estoy
sintiendo lo suficientemente bien
que  teóricamente  podría  salir del país, pero es demasiado
tarde y no se habla más de eso. Tampoco hay más caricias,
excepto el golpe ocasional del brazo o la pierna, o el alcance
rápido a través de la mesa para evitar que algo se me
derrame en  la barbilla.  Sin embargo, por la noche, cuando
Alex está acostado en el lado más alejado de mi cama,
me  quedo despierta durante horas escuchando su
respiración irregular, sintiendo como si fuéramos
dos imanes tratando desesperadamente de unirnos.
En el fondo sé que no es una buena idea. La fiebre bajó
mis  defensas y las de él también, pero cuando se trata de
eso, Alex y yo no somos el  uno  para el  otro.  Puede haber
amor, atracción e historia, pero eso solo  significa que hay
más que perder si intentamos llevar esta amistad a un lugar
al que no pertenece.
Alex quiere matrimonio e hijos y un hogar en un solo
lugar, y lo quiere todo con alguien como Sarah. Alguien que
pueda ayudarlo a construir la vida que perdió cuando tenía
seis años.
Y yo quiero una vida de espontáneos viajes y emociona
ntes  nuevas  relaciones, las diferentes estaciones con
diferentes personas, y es muy posible que jamás me quede
quieta.  Nuestra única esperanza de mantener esta relación
es a través
de la platónica amistad que siempre hemos tenido. Ese cinc
o por ciento ha ido aumentando durante años, pero es hora
de reducirlo. Aplastar el qué pasaría sí...
Al final de la semana, cuando lo dejo en el aeropuerto,
le doy el  más  casto  abrazo  que le  puedo  dar,  a pesar
de  la  forma en  que  me levanta hacia él,
siento  ese  mismo  escalofrío que  me  arquea la columna  y
el calor se acumula en todos los lugares donde nunca me ha
tocado.
—Te extrañaré. —dice en un gruñido bajo contra el
costado de mi oreja y me obligo a dar un paso atrás a una
distancia sensata.
—Y yo a ti también.
Pienso en él toda la noche y cuando sueño, él está
tirando de mi muslo sobre su pierna, rodando sus caderas
contra la mía. Cada vez que está a punto de besarme, me
despierto.
No hablamos durante cuatro días y cuando finalmente
me envía un  mensaje de  texto, es solo una  foto de su
pequeña gata negra sentada en una copia abierta de  Wise
Blood.
—El destino. —me escribe.
 
26
Este Verano
 

Estábamos de pie en el balcón, con nuestros cuerpos


empapados por la lluvia, su mirada suave, yo sintiendo mi
último vestigio de auto-control escurrirse, deshaciéndonos
de la mugre del día del desierto. No queda nada más que
Alex y yo.
Sus labios se cierran y luego se separan, y los míos lo
imitan, su aliento cálido contra mi boca. Cada inhalación
superficial que tomo nos acerca un poco más hasta que mi
lengua apenas roza su labio inferior mojado por la lluvia, y
luego se ajusta para atrapar mi boca un poco más con la
suya.
Una fracción de beso. Y luego otro, un poco más
complejo. Un giro de mis manos en su cabello, el silbido de
la respiración entre sus dientes, y luego otro roce de sus
labios, más profundo, más lento, cuidadoso y atento, y yo
me derrito contra él. Temblando, aterrorizada y emocionada
cuando nuestras bocas se unen y se separan, su lengua se
desliza sobre la mía por un segundo, luego un poco más
profundo, mis dientes se quedan atrapados en la parte más
ancha de su labio inferior, sus manos se mueven hacia
abajo sobre mis caderas, mi pecho se arquea contra el suyo
mientras mis manos se deslizan por su cuello mojado.
Nos acercamos y nos
alejamos,  los  pequeños  espacios  e inhalaciones  eran tan
intoxicantes, como cada probada y raspadura de su boca
húmeda moviéndose sobre la mía.  Se retira, deja su
boca  flotando sobre la mía, donde todavía puedo sentir su
respiración. —¿Estás bien? ─me pregunta.
Si pudiera hablar, le diría que este es el mejor beso que
he tenido en toda mi  vida.  Que no sabía que besar podía
sentirse tan bien.  Que podría  besarlo durante horas y sería
mejor que el sexo que he tenido.
Pero no puedo pensar con mucha claridad para decir
nada de esto. Mi mente está demasiado ocupada con el
agarre de sus manos en mi trasero y la sensación de su
pecho aplastando el mío, su piel mojada y la ropa
empapada entre nosotros, así que solo asiento y agarro su
labio inferior entre mis dientes nuevamente, él me gira y me
presiona contra la pared y de nuevo me besa con urgencia.
Una de sus manos se retuerce en el dobladillo de mi
camiseta que cuelga contra mi muslo, y sube su mano hasta
el estómago debajo de ella —¿Qué hay de esto? —pregunta.
—Sí —respiro.
Su mano se eleva más, se desliza debajo de la parte
superior de mi traje de baño, haciéndome temblar. —¿Esto?
—dice.
Mi respiración se detiene, el corazón da un vuelco
mientras sus dedos hacen  círculos con  suavidad.  Asiento,
acerco sus caderas a las mías.  Está duro entre mis piernas
e  instantáneamente me siento un poco mareada.  —Pienso
en ti todo el tiempo, —
dice, y me besa lentamente, arrastra su boca por mi cuello,
con la  piel de  gallina  revoloteando a su paso —Pienso en
esto.
—Yo también. —Admito en un susurro. Su boca se
mueve sobre mi pecho, besándome a través de mi húmeda
camiseta, sus manos trabajan la tela hacia arriba sobre mis
caderas, mis costillas, y luego mis hombros, la saca por
encima de mi cabeza y la tira entre las láminas de plástico.
—La tuya también, —digo con el corazón
acelerado. Cojo el dobladillo de su camiseta y se la paso por
la cabeza. Cuando la tiro a un lado, trata de moverse hacia
mí, pero lo detengo por un segundo.
—¿Quieres parar? —pregunta, mientras sus ojos se
oscurecen.
Niego con la cabeza. —Yo solo... nunca llegué a mirarte
así.
La comisura de su boca se contrae en una sonrisa. —
Podrías haberlo hecho, —dice  en  voz baja—. Solo  para que
lo sepas.
—Bueno, tú también podrías haberlo hecho, —le digo. 
—Confía en mí, —dice— lo hice.
Luego lo arrastro contra mí y él está levantando
bruscamente mi  muslo contra su cadera, hundo mis dedos
en su ancha espalda, mis  dientes en su cuello, sus manos
están masajeando mi pecho, mi trasero, su boca se mueve
hacia abajo por mi clavícula, baja el tirante de mi bikini,
pasa los dientes sobre mi pezón con
cuidado, estoy sintiéndolo a través de sus pantalones cómo
se tensa y cambia.  Bajo sus pantalones cortos sobre
los huesos de su cadera, mi boca se seca al sentirlo contra
mí.
—Mierda, —digo, y me doy cuenta de que me golpea
como un balde de agua helada —dejé  el  control de la
natalidad.
—Si te ayuda, —dice —me hice la vasectomía.
Me hago para atrás, sorprendida. —¿Tú qué?
—Es reversible —dice, sonrojándose por primera vez
desde que comenzamos  esto— tomé...  precauciones, en
caso de que quiera hijos y la reversión  no funcione.  Por lo
general lo hacen, pero...  de todos modos, yo solo...  no
quería embarazar a alguien accidentalmente. Todavía estoy
a salvo, no es así... ¿Por qué me miras así?
Yo  sabía que  Alex  era una persona que pensaba
en  todo,  sabía  que  era  ultra precavido, sabía que era la
persona más juiciosa y educada en  el planeta, pero de
alguna manera estoy sorprendida de que haya tomado esa
gran  decisión.  Mi  corazón  siente  como  un  dolor  muscular,
me enternece porque es tan  él.  Aprieto mis brazos
alrededor de su cintura,  lo aprieto contra mí —Es solo que,
por supuesto que lo hiciste, —le digo— más  allá de
la  precaución  y la  consideración, eres  un  príncipe
Alex Nilsen.
—Ajá —dice, su expresión a la vez divertida y poco
convencida. 
—Es enserio  —le  digo,  presionando  más cerca—
eres increíble.
—Podemos encontrar un condón si lo deseas —dice—
pero yo no, no hay nadie más.
Estoy segura de que ahora me sonrojo y
probablemente sonrío ridículamente. —Está bien  —digo—
solo somos nosotros.
A lo que  me  refiero  es, que si  hay  alguien con quien
me  gustaría  hacer  esto,  seria  él.  Si  hay  una  persona  en
quien realmente confío y quiero todo de esta manera, es él.
Pero así es como lo digo:  solo somos nosotros. Y él me
lo dice, como si  supiera exactamente a qué me refiero, y
luego estamos en el suelo, en un mar de  plástico
desechado, y él me arranca la parte de arriba, me quita la
de abajo también,  presionando su boca entre mis piernas,
agarrando mi trasero con sus manos, haciéndome  jadear y
levantándome contra él mientras su lengua se mueve sobre
mí. —Alex —le suplico,  anudando  mis manos  en su  cabello
—, deja de hacerme esperarte.
—Deja de ser impaciente —bromea— he esperado doce
años. Quiero que esto dure.
Un escalofrío recorre mi espalda y me arqueo hacia
él.  Finalmente, se arrastra a  lo largo de mí, sus manos se
enredan en mi cabello, vagando sobre mi piel
y  lentamente  empuja  dentro de  mí.  Encontramos
nuestro  ritmo  juntos,  y  se siente  tan  bien, electrizante, tan
bien que no puedo creer todo el tiempo que desperdiciamos
sin hacerlo.  Doce  años  de  hacer el
amor  insatisfactoriamente, cuando  todo el  tiempo
así era como se suponía que debía ser.
—Dios, ¿cómo es que eres tan bueno en esto? —le
digo, y su risa vibra contra mi oído mientras besa detrás de
ella.
—Porque te conozco —dice con ternura— y recuerdo
como suenas cuando te gusta algo.
Todo en mí se tensa en oleadas.  Cada movimiento de
sus manos, cada embestida amenaza con desbaratarme.
—Podría tener sexo contigo hasta que muera —jadeo.
—Bien —dice, y se mueve un poco más rápido, más
fuerte. El intenso placer me hace maldecir y moverme a la
par.
—Te amo —siseo por accidente. Creo que quería decirle
que amo tener sexo con él o amo su increíble cuerpo, o tal
vez  lo decía de la misma manera que siempre le digo a él
cuando hace algo que me conmueve, pero esto es un poco
un poco diferente porque estamos teniendo sexo, y mi cara
se pone caliente y no estoy segura de cómo arreglarlo, pero
luego Alex simplemente se sienta y  me lleva a su regazo,
sosteniéndome cerca mientras empuja dentro de mí
nuevamente, lento, duro y  profundo. Y me dice: —Yo
también te amo.
Mi  pecho  se afloja,  mi  estómago  se destensa
y  cualquier  miedo y vergüenza  se evapora.  Todo sucede al
mismo tiempo.
No queda nada más que Alex.
Las  manos  ásperas  de
Alex moviéndose suavemente por mi cabello. 
La ancha espalda de Alex ondulándose bajo mis dedos.
Las  afiladas  caderas de  Alex  trabajando  lenta
y decididas contra las mías. 
El sudor de Alex, su piel y  las gotas de lluvia  sobre
mi lengua.
Sus  perfectos  brazos  me
sostienen, manteniéndome ahí, frente a él.
Sus labios sensuales tirando de mi boca,
persuadiéndome para que la abra para saborearme
mientras nuestros cuerpos se unen, encontrando nuevas
formas de tocarnos y besarnos cada vez que podemos.
Besa mi mandíbula, mi garganta, mi hombro, su lengua
caliente recorre  mi  piel. Toco  y  saboreo  cada  línea
dura  y cada curva suave que alcanzo de él y se estremece
bajo mis manos, y mi boca.
Se recuesta y me pone encima de él, y esto es lo mejor
hasta ahora,  porque puedo verlo en su totalidad y llegar a
todos los lugares que quiero.
—Alex  Nilsen  —digo  sin aliento— eres el  hombre más
sexy.
Él se ríe, casi sin aliento, y besa el lado de mi cuello —
Y tú me amas.
Mi  estómago  revolotea —Te  amo —
murmuro esta vez a propósito.
—Te amo tanto, Poppy —dice, y de alguna manera, sólo
el sonido de  su  voz  consigue que caiga al precipicio y  me
vengo. Nos venimos juntos.
Y no sé qué hemos hecho, qué sucederá de ahora en
adelante, cómo vamos a manejar esto, solo puedo pensar
en este enamoramiento entre nosotros.
 
27
Este Verano
 

Permanecemos recostados sobre el plástico del balcón,


acurrucados y empapados hasta la médula, ya la tormenta
está terminando y nuestros cuerpos están deprendiendo
vapor.
—Hace tiempo, dijiste que  el sexo al aire libre no lo
habías practicado. —le  digo.    Alex  suelta una
carcajada, mientras alisa mi cabello.
—No había tenido sexo al aire libre contigo —dice.
—Fue  increíble,  —le  digo— quiero  decir,  para  mí,
nunca ha sido así para mí antes.
Él  se incorpora hasta  que me mira —Es  que nunca  ha
sido igual para mi tampoco.
Vuelvo mi rostro hacia su piel y beso su caja torácica.
—Solo me aseguro. 
Después de unos segundos, dice: —Quiero hacerlo de
nuevo.
—Yo también, —digo— creo que deberíamos.
—Solo me aseguro. —repite como loro. Dibujo patrones
perezosos sobre su pecho, su brazo me aprieta con fuerza la
espalda—. Realmente no podemos  quedarnos aquí esta
noche.
Yo  suspiro. —Lo  sé.  No quiero moverme de aquí
nunca más.
Él mueve mi cabello detrás de mi hombro, para
después besar mi piel expuesta.
—¿Qué crees que hubiera pasado si el aire
acondicionado de Nikolai no se hubiera  apagado? —
pregunto.
Ahora Alex se inclina para besarme justo sobre el
corazón, sus dedos recorren mis piernas hasta mi estómago
provocándome escalofríos. Hubiera  pasado, que
probablemente nada de esto hubiera sucedido en este
balcón.
Me siento pasando una pierna sobre su cintura,
acomodándome en su regazo. —Me  alegro de que haya
sucedido.
Sus manos recorren mis muslos y el calor se acumula
de nuevo entre mis piernas.  De pronto oímos
golpes en la puerta.
—¿ALGUIEN EN CASA? —grita un hombre—. ES NIKOLAI.
VOY A ENTRAR…
—Espera un segundo, —grito, Alex lucha con su
camiseta húmeda.
—Mierda. —Alex dice, mientras busca los shorts de
natación entre el amasijo de plástico.
Encuentro la tela negra y se lo aviento, tiro del
dobladillo de mi camisa para cubrirme los muslos justo
cuando la puerta comienza a abrirse. —  ¡Heyyyyy, Nikolai!
—Lo llamo demasiado fuerte, alejándolo antes de que
pueda  ver a Alex literalmente desnudo o el plástico
triturado.
Nikolai es bajo y se está quedando calvo, va vestido
con un atuendo completamente granate:  camisa de golf al
estilo de los setenta, pantalones plisados, mocasines.  Me
extiende su mano carnosa. —Debes ser Poppy.
—Sí, Hola. —Lo saludo con la mano y mantengo
contacto visual, con la esperanza de discretamente dar
a Alex una oportunidad de vestirse en el oscuro balcón.
—Mira,  me  temo  que son  malas  noticias,  —dice—
el aire acondicionado está descompuesto.
No me digas, apenas me abstengo de decirlo.
—No solo para esta unidad, sino para toda esta ala —
dice—. Hemos conseguido a alguien que llegará a primera
hora de la mañana, pero me siento muy mal por la demora.
Alex aparece en mi hombro.  En este punto, Nikolai
parece darse cuenta de que  los dos estamos empapados y
arrugados, pero afortunadamente, no dice nada al respecto.
—De todos modos, me siento  muy, muy mal —repite—.
Pensé que ustedes dos estaban  molestos, para ser franco,
pero cuando llegué aquí... —Se tira del cuello de la camisa y
se estremece.
—De todos modos, te reembolsaré los últimos tres días
y... bueno, dudo en decirte que vuelvas mañana, en caso de
que las cosas no se solucionen.
—¡Está bien! —digo—. Si nos reembolsa todo el viaje,
encontraremos otro lugar para quedarnos.
—¿Segura? —dice— las cosas pueden ponerse bastante
caras cuando reservas de última hora.
—Pensaremos en algo —insisto.
Alex acaricia mi espalda. —Poppy es una experta en
viajar con poco dinero.
—¿Ah sí? —Nikolai  no
podía  sonar  menos  interesado.  Saca su teléfono y teclea
algo con un dedo. —Reembolso emitido. No estoy seguro de
cuánto tiempo  tomará,  así que avíseme  si hay algún
problema.
Nikolai se da vuelta para irse, pero regresa —Casi lo
olvido, encontré esto en la alfombra de bienvenida. 
Nos entrega un papel doblado por la mitad. En el frente
y en cursiva dice:  LOS RECIÉN CASADOS  con como
veinticinco pequeños corazones dibujados a su alrededor.
—Felicidades por las nupcias —dice Nikolai y se va. 
—¿Qué es? —Pregunta Alex.
Desdoblo el papel, es un cupón impreso con tinta negra
de mala calidad, en  la  parte superior del  margen se
encuentra garabateada con la misma letra que en el frente
de la nota.
Espero no piensen que es raro, pero
descubrimos en que apartamento se quedaban.
Creímos escuchar la pasión saliendo de este en
particular ;-)
También Bob dijo que los vio salir esta mañana.
(nos encontramos tres puertas más abajo).
¡Como sea! Tuvimos que salir muy temprano
para la próxima etapa de nuestras vacaciones.
(¡¡Joshua Tree!!, Yay!, me siento como una
celebridad escribiendo eso!) y por desgracia no
tuvimos oportunidad para usar esto.
(Apenassalíamos de nuestra habitación, saben
cómo es, LOL.) Esperamos que se la pasen
genial el resto de su viaje.
Xoxo, sus padrinos, Stacey y Bob.
Parpadeo  al  cupón  aturdida. —Es  un  certificado
de regalo de cien dólares, —digo— para un spa. Creo que leí
sobre este lugar. Se supone que es asombroso.
—Vaya, —dice Alex —me siento un poco mal porque ni
siquiera recordaba sus nombres.
—No nos lo dijeron directamente, —señalo— dudo que
ellos conozcan el nuestro.
—Y sin embargo nos dieron esto. —Dice Alex.
—Me pregunto si hay alguna manera de crear una
amistad con  ellos, ser cercanos, hacer viajes juntos, todo
eso, y evitar que  descubran nuestros nombres.  Solo por
diversión.
—Absolutamente podríamos hacerlo, —dice Alex— solo
tienes que hacerlo lo suficientemente largo para que sea
demasiado incómodo pedirlo. Tenía tantos 'amigos' así en la
universidad.
—Oh, Dios, sí, y luego tienes que usar ese truco en el
que le preguntas a dos  personas si las han presentado y
esperas a que digan sus nombres.
—Excepto que a veces, simplemente dicen que sí, —
señala Alex— o dicen que no, pero siguen esperando a que
los presentes.
—Tal vez ellos están haciendo exactamente lo
mismo,  —me  digo—quizás  esas  personas  ni  siquiera
recuerden sus nombres.
—Bueno, yo dudo que olvide a Stacey y a Bob ahora —
dice Alex.
—Dudo que me olvide mucho de este viaje, —digo—
excepto la tienda de regalos con el dinosaurio.  Eso puede
funcionar, si necesito dejar espacio para  cosas  más
importantes.
Alex me sonríe. —Concuerdo.
Después de un largo silencio, le digo —Entonces,
¿deberíamos encontrar un hotel?
 
28
Este Verano
 

«Larrea Palm Springs Hotel cuesta» setenta dólares la


noche en verano, e incluso en la oscuridad, parece el dibujo
de un marcador mágico para niños. En el buen sentido.
El exterior es una explosión de colores: cabañas de
piscina de color amarillo banana, sillas de color rojo salsa
picante alineadas alrededor del agua, cada bloque del
edificio de tres pisos pintado de un tono diferente de rosa,
rojo, morado, amarillo, verde. La habitación en la que nos
registramos es igualmente animada, paredes, cortinas y
muebles de color naranja, alfombra verde, ropa de cama a
rayas a juego con el exterior del edificio. Lo más importante
es que hace mucho frío.
—¿Quieres ducharte primero? —Alex pregunta tan
pronto como estamos dentro.
Entonces me doy cuenta de que, durante todo el viaje,
y antes de eso, cuando empacamos nuestras cosas,
ordenamos el apartamento de Nikolai, ha estado esperando
estar limpio, reprimiendo el deseo de decir una y otra vez:
Dios, necesito una ducha, mientras todo lo que hacía era
pensar en lo que pasó en el balcón y calentarme
completamente.
No quiero que Alex se vaya a dar una ducha ahora
mismo. Quiero que entremos juntos en la ducha y besarnos
un poco más. Pero también recuerdo que una vez me contó
que odiaba el sexo en la ducha, peor que el sexo al aire
libre, porque cuando estaba en la ducha, solo quería estar
limpio, y eso era difícil de hacer con el cabello y la suciedad
de otra persona cayendo sobre ti, mientras la parte del sexo
era igual de desafiante porque constantemente había jabón
en tus ojos o estabas rozando la pared y pensando en la
última vez que limpiaron los azulejos, etcétera, etcétera,
etcétera. Así que solo digo:
—¡Adelante! —Alex asiente, pero duda, como si tal vez
fuera a decir algo, pero finalmente decide no hacerlo y
desaparece en el baño para darse una larga ducha caliente.
Mi camiseta y mi cabello se han secado, y cuando voy
a sentarme en el balcón, que no está envuelto en plástico
de nuestra nueva habitación, me doy cuenta de que ya está
casi seco también.
Cualquier indicio de la lluvia que rompió el calor se ha
apagado, como si nunca hubiera sucedido.
Excepto que mis labios se sienten magullados y mi
cuerpo está más relajado de lo que he estado en toda la
semana. Y el aire también es más ligero, incluso ventoso.
—Todo tuyo —dice Alex detrás de mí.
Cuando me doy la vuelta, él está parado allí en su
toalla luciendo reluciente, limpio y perfecto. Mi pulso se
acelera al verlo, pero soy consciente de lo sucia que estoy,
así que me trago mi deseo, me levanto y digo:
—¡Genial! —demasiado alto.
Para decirlo a la ligera, no disfruto ducharme.
Estar limpia, sí. El acto de estar en la ducha, también.
Pero sobre todo tener que cepillarme el cabello enredado de
antemano, pisar una alfombra de año raída o un piso de
baldosas, secarme, peinarme de nuevo, odio todo eso, lo
que significa que soy una persona de tres duchas a la
semana a una o dos duchas diarias de Alex.
Pero tomar esta ducha, después de la semana que
hemos tenido hasta ahora, es absolutamente lujoso.
Permaneciendo debajo del agua muy caliente, dentro
de un baño helado, viendo cómo la suciedad legítima y la
mugre gotean de mí y se arremolinan alrededor del desagüe
en espirales grises relucientes, me da vida. Masajear mi
cuero cabelludo con champú con aroma a coco y un
limpiador con aroma a té verde en la cara, y pasar una
navaja barata por mis piernas, se siente divino.
Es la ducha más larga que he tomado en meses, y
cuando finalmente salgo del baño sintiéndome como una
mujer nueva, Alex está profundamente dormido en una de
las camas, encima de la ropa de cama con todas las luces
encendidas.
Por un segundo, debato en qué cama subirme. En
general, me encanta poder tumbarme en una cama de
matrimonio en estos viajes, pero hay una gran parte de mí
que quiere acurrucarse junto a Alex, dormirme con la
cabeza en el hueco de su hombro, donde puedo oler su
limpio, olor a bergamota, tal vez evocar un sueño sobre él.
Al final, sin embargo, decido que es demasiado
espeluznante asumir que quiere compartir una cama
conmigo solo porque nos enganchamos.
La última vez que sucedió algo entre nosotros, desde
luego, no compartimos la cama. Solo había caos.
Estoy decidida a que esto no termine así. No importa lo
que haya pasado o pase entre nosotros en este viaje, no
dejaré que arruine nuestra amistad. No haré suposiciones
sobre lo que esto significa ni le impondré ninguna
expectativa a Alex.
Le cubro con el edredón a rayas, apago las luces y me
meto en la cama vacía frente a la suya.
29
Hace Tres Veranos
 

Oye, me escribió Alex la noche antes de partir hacia la


Toscana.
Oye, tú, yo le respondo.
¿Puedes hablar un segundo? Solo quiero finalizar
algunas cosas.
Inmediatamente, creo que está llamando para cancelar.
Lo que no tiene sentido.
Por primera vez en años, estamos preparados para
tener un viaje sin tensiones.
Ambos estamos en relaciones comprometidas, nuestra
amistad es mejor que nunca y nunca había sido tan feliz en
mi vida.
Tres semanas después de mi debacle de neumonía,
conocí a Trey. Un mes después de eso, Alex y Sarah
volvieron a estar juntos; él dice que esta vez es mejor, que
están en la misma página. Casi igual de importante, esta
vez parece que finalmente ha comenzado a sentir cariño por
mí, y las pocas veces que Alex y Trey se han conocido,
también se han llevado bien. Así que una vez más, como
siempre, he llegado al lugar de ser así, tan feliz de que Alex
y yo nunca dejemos que pase nada entre nosotros.
Empiezo a enviarle un mensaje de texto, luego decido
llamarlo desde la silla plegable en mi balcón, ya que estoy
solo en casa. Trey todavía está en Good Boy Bar, en la calle
de mi nuevo apartamento, pero llegué a casa temprano
después de un ataque de náuseas, una señal de advertencia
de una migraña inminente que debo combatir antes de
nuestro vuelo.
Alex responde al segundo timbre y yo digo:
—¿Todo bien? —Puedo escuchar su intermitente. De
acuerdo, tal vez volvamos a cuando él me llamaba desde el
auto, de camino a casa desde el gimnasio, pero las cosas
realmente parecen estar mejor. Por un lado, me enviaron
una tarjeta de cumpleaños conjunta. Y una tarjeta de
Navidad. Ella no solo me siguió de vuelta en Instagram, sino
que le gustan mis fotos, incluso comenta pequeños
corazones y caritas sonrientes en algunas de ellas.
Así que pensé que las cosas iban bien, pero ahora Alex
se salta el hola y va directamente a, —No estamos
cometiendo un error, ¿verdad?.
—Um —digo—. ¿Qué?
—Quiero decir, un viaje en parejas. Eso es algo intenso
—suspiro.
—¿Cómo es eso?
—No sé. —Puedo escuchar la ansiedad en su voz, lo
imagino haciendo una mueca, tirando de su cabello—. Trey
y Sarah solo se han conocido una vez.
En la primavera, Trey y yo volamos a Linfield para que
pudiera conocer a mis padres. Papá no estaba impresionado
por los tatuajes o los agujeros en las orejas de Trey por las
expansiones que se hizo cuando tenía diecisiete años, o que
le devuelva las preguntas de papá, o que no tiene un título.
Pero a mamá le impresionaron sus modales, que
realmente son de primera categoría. Aunque creo que, para
ella, tuvo más que ver con la yuxtaposición de su apariencia
con su manera fácil y cálida de decir cosas como:
—¡Excelente pastel de s'mores39, Sra. Wright! y ¿Puedo
ayudarla con los platos?.
Al final del fin de semana, ella había decidido que él era
un joven muy agradable, y cuando me escabullí a la terraza
para obtener la opinión de papá mientras Trey y mamá
estaban dentro sirviendo pastel Funfetti casero, papá me
miró a los ojos con asintió solemnemente y dijo:
—Supongo que parece adecuado para ti. Y obviamente
te hace feliz, Pop. Eso es todo lo que me importa.
Me hace feliz. Tan feliz. Y él es adecuado para mí.
Extrañamente. Quiero decir, trabajamos juntos. Pasamos
casi todos los días juntos, ya sea en la oficina o al otro lado
del mundo, pero también somos independientes, tenemos
nuestros propios apartamentos, nuestros propios amigos. Él
y Rachel se llevan bien, pero cuando Trey y yo estamos en
la ciudad, él pasa mayormente con sus amigos que andan
en patineta mientras Rachel y yo estamos probando un
nuevo lugar para el brunch o leyendo en el parque o
haciendo que nos laven todo el cuerpo en nuestro spa
coreano favorito.
Dos días en casa en Linfield y los dos ya estábamos un
poco inquietos, pero a él no le importó el lío y le gustó la
colección de animales moribundos y se unió cuando hicimos
un Show de Nuevos Talentos por Skype con Parker y Prince.
Aun así, después de cómo todo se vino abajo con
Guillermo —y como casi todos los demás en el mundo
entero— estaba inquieta, ansiosa por salir de Linfield antes
de que algo asustara a Trey, así que probablemente
hubiéramos regresado temprano si no fuera por el hecho de
que era el sexagésimo cumpleaños del Sr. Nilsen, y Alex y
Sarah iban a venir a sorprenderlo. con su visita. Decidimos
que los cuatro deberíamos cenar antes de la fiesta.
—Estoy tan emocionado de conocer a este tipo —decía
Trey cada vez que llegaba un nuevo mensaje de texto de
Alex, y cada vez, hacía que mis nervios se acercaran a la
superficie. Me sentí ferozmente protectora, pero no estaba
segura de con quién.
—Sólo dale una oportunidad —seguí diciendo—. Le
toma un tiempo abrirse.
—Lo sé, lo sé —insistió Trey—. Pero sé lo mucho que
significa para ti, así que me va a gustar, P. Te lo prometo.
La cena estuvo bien. Quiero decir, la comida
mediterránea estuvo excelente, pero la conversación podría
haber sido mejor. Trey, no pude evitar pensar, se mostró un
poco presumido cuando Alex le preguntó qué había
estudiado, pero yo sabía que su falta de educación formal
era algo así como un chip en su hombro, y deseé que
hubiera algo. Una manera fácil para mí de señalarle eso a
Alex mientras Trey se lanzaba a la historia de cómo sucedió
todo.
Cómo había estado en una banda de metal durante
toda la escuela secundaria en Pittsburgh. Cómo habían
despegado cuando él tenía dieciocho años, se les ofreció un
puesto de apertura en la gira de una banda mucho más
grande. Trey era un baterista increíble, pero lo que el
realmente amaba era la fotografía. Cuando su banda se
separó después de cuatro años de giras casi constantes,
tomó un trabajo tomando fotografías en la gira de otra
banda. Le encantaba viajar, conocer gente, conocer nuevas
ciudades. Y a medida que se establecieron esas conexiones,
aparecieron otras ofertas de trabajo. Se convirtió en
autónomo y, finalmente, empezó a trabajar con R + R, y
luego entró como fotógrafo del personal.
Terminó su monólogo poniendo un brazo alrededor de
mis hombros y diciendo:
—Y luego conocí a P. —Él parpadeo, la expresión de
Alex fue tan sutil que estaba seguro de que Trey no lo notó.
Quizás Sarah tampoco, pero para mí, se sentía como una
navaja hundiéndose en mi ombligo y arrastrándose hacia
arriba cinco o seis pulgadas.
—Tan dulce —dijo Sarah con su voz empalagosa, y
probablemente mi cara hizo una contracción mucho más
grande.
—Lo gracioso es —dijo Trey entonces—. Se suponía que
nos encontraríamos antes. Estaba programado para ir a ese
viaje a Noruega con ustedes dos. Antes de que ella se
enfermara.
—Wow —Los ojos de Alex se posaron en los míos, luego
se sumergieron en el vaso de agua frente a él. Sudaba tanto
como yo. Lo recogió, lo bebió lentamente y lo dejó en la
mesa—. Eso es gracioso.
—De todos modos —dijo Trey con torpeza—. ¿Tú qué
tal? ¿Qué estudiaste?
Trey sabía exactamente para qué había ido Alex a la
escuela, todavía iba a la escuela, pero pensé que, al
formularlo como una pregunta, le estaba dando a Alex la
oportunidad de hablar más sobre sí mismo.
En cambio, Alex tomó otro sorbo y solo dijo:
—Escritura creativa, luego literatura.
Tuve que sentarme y ver a mi novio luchar para
encontrar una pregunta de seguimiento apropiada, me rendí
y volví a estudiar el menú.
—Es un escritor increíble —dije torpemente, y Sarah se
movió en su asiento.
—Lo es —dijo, con un tono tan ácido que pensarías que
acababa de decir ¡Alex Nilsen tiene un cuerpo
increíblemente sexy!
Después de la cena, fuimos a la fiesta en casa de la
abuela Betty y las cosas mejoraron un poco. Los tontos
hermanos de Alex estaban clamando por conocer a Trey,
bombardeándolo con todo tipo de preguntas sobre la banda
y R + R y si yo roncaba.
—Alex nunca nos lo diría —dijo el más joven, David—.
Pero supongo que Poppy suena como una ametralladora
cuando duerme.
Trey se rió, se lo tomó todo con calma. Él nunca está
celoso. Ninguno de los dos puede permitirse el lujo de serlo:
los dos somos coquetos implacables. Suena extraño, pero
me encanta eso de él. Me encanta verlo subir a la barra
para pedirme una bebida y ver cómo las camareras sonríen
y se inclinan sobre la barra para pestañear. Me encanta
verlo encantar a todos en su camino a través de cada
ciudad a la que vamos, y que cada vez que está a mi lado,
me toca: un brazo alrededor de los hombros, una mano en
mi espalda baja o me tira a su regazo como si estuviéramos
solos en casa en lugar de cenar en un restaurante de cinco
estrellas.
Nunca me había sentido tan estable, tan segura de
estar en la misma página que alguien.
En la fiesta, el mantuvo sus manos sobre mí en todo
momento, y David se burló de nosotros al respecto.
—No crees que ella va a huir si la dejas ir, ¿verdad? —
bromeó.
—Oh, definitivamente se escapará —dijo Trey—. Esta
chica no puede quedarse quieta por más de cinco minutos.
Eso es algo que me encanta de ella.
La fiesta fue la primera vez que todos los hermanos de
Alex habían estado en el mismo lugar en mucho tiempo, y
eran tan ruidosos y dulces como los recordaba cuando Alex
y yo teníamos diecinueve años, regresamos de la
universidad y nos encargamos de llevarlos en auto. El auto
de Alex, ya que ninguno de ellos tenía el suyo todavía y su
padre era un hombre dulce, pero también olvidadizo,
inestable, incapaz de seguir la pista de quién tenía que
estar, dónde y cuándo.
Si bien Alex siempre había estado tranquilo y quieto
por defecto, sus hermanos eran el tipo de chicos que nunca
dejaban de luchar o de ponerse los pelos de punta el uno al
otro. Aunque algunos de ellos tienen hijos ahora, todavía
actuaban así en la fiesta.
El Sr. y la Sra. Nilsen los habían nombrado en orden
alfabético. Alex primero, luego Bryce, luego Cameron, luego
David, y extrañamente, en su mayoría también tienen ese
tamaño. Con Alex el más alto y ancho, Bryce igual de alto
pero larguirucho y de hombros estrechos, Cameron unos
centímetros más bajo y grueso. Luego está David, que es
una pulgada más alto que Alex con la constitución de un
atleta profesional.
Todos son guapos, con distintos tonos de cabello rubio
y ojos color avellana a juego, pero David parece una estrella
de cine, que últimamente, dijo Alex en la cena, ha estado
hablando de mudarse a Los Ángeles para convertirse en
una, con su cabello espeso y ondulado y ojos grandes y
pensativos, y su excitabilidad, la forma en que se ilumina
cada vez que comienza a hablar. Comienza el cincuenta por
ciento de sus oraciones con el nombre de la persona a la
que se dirige, o de la persona que cree que estará más
interesada.
—Poppy, Alex trajo varios números de R + R casa para
poder leer tus artículos —dijo en un momento en la casa de
Betty, y esa fue la primera vez que descubrí que Alex
incluso lee mis artículos—. Son realmente buenos. Me hacen
sentir como si estuviera allí.
—Ojalá lo estuvieras —le dije—. En algún momento
todos deberíamos hacer un viaje juntos.
—Diablos, sí —dijo David, luego miró por encima del
hombro, sonriendo mientras comprobaba si su padre lo
había oído decir palabrotas. Es un bebé de veintiún años y
lo amo.
En algún momento, Betty me pidió ayuda en la cocina y
la seguí para poner velas en el pastel de chocolate alemán
que había horneado para su yerno.
—Tu joven Trey parece agradable —me dijo sin levantar
la vista de lo que estaba haciendo.
—Es genial —le dije.
—Y me gustan sus tatuajes —Agrego— ¡Son
simplemente hermosos!
Ella no estaba siendo una idiota. Betty podría ser
sarcástica, pero también podría sorprenderte con sus
opiniones sobre ciertas cosas. Ella era cambiante. Me gustó
eso de ella. Incluso a su edad, hacía preguntas en la
conversación como si no tuviera todas las respuestas.
—A mí también me gustan —dije.
Me atrajo más la energía de Trey que su apariencia
durante nuestro primer viaje de trabajo juntos en Hong
Kong, y me gustó que esperara para invitarme a salir hasta
que estuviéramos en casa porque no quería que nada fuera
raro si le decía que no.
Sin embargo, estaría mintiendo si dijera que Alex no
jugó ningún papel en mi respuesta. Me acababa de decir
que él y Sarah habían estado hablando mucho más en el
trabajo, que las cosas parecían estar bien entre ellos. En ese
momento, todavía me despertaba regularmente de mis
sueños sobre él apareciendo en mi puerta, luciendo
somnoliento, preocupado y demasiado reconfortante,
mientras yo estaba en medio de una fiebre.
No importaba que no hubiera dicho nada sobre volver
con Sarah.
Lo hiciera o no lo hiciera, pero al final, habría alguien, y
no pensé que mi corazón pudiera soportarlo. Así que le dije
que sí a Trey esa noche y fuimos a un bar con Skee-Ball 40 y
perritos calientes gratis, y al final de esa noche, sabía que
podría enamorarme de él.
Trey era para mí lo que Sarah Torval era para Alex.
Alguien que encaja. Así que seguí diciendo que sí.
—¿Lo amas? —Betty me preguntó, todavía sin levantar
la vista de la tarea que tenía entre manos.
Tenía la sensación de que me estaba dando cierto nivel
de privacidad. La opción de mentir, sin que ella me mire
directamente a los ojos, si eso era lo que necesitaba. Pero
no necesitaba mentir.
—Lo hago.
—Bueno, cariño. Eso es genial. —Sus manos se
quedaron quietas, sosteniendo dos velas plateadas
delgadas en el glaseado como si quisieran saltar—. ¿Lo
amas como amas a Alex?
Recuerdo con vívida claridad la sensación de mi
corazón tropezando con los siguientes latidos. Esa pregunta
era más complicada, pero no podía mentirle.
—No creo que alguna vez amaré a nadie como amo a
Alex—. Dije, y luego pensé: Pero tal vez nunca amaré a
nadie como amo a Trey tampoco.
Debería haberlo dicho, pero no lo hice. Betty negó con
la cabeza y me miró a los ojos.
—Ojalá él supiera eso.
Luego salió de la cocina, dejándome que la siguiera.
Alex y Sarah habían traído a Flannery O'Connor con ellos, y
ella eligió ese momento para hacer su entrada dramática,
caminando hacia mí con la columna vertebral arqueada y
los ojos muy abiertos, mirándome a la cara y maullando en
voz alta, con una expresión de cuerpo entero, que Alex y yo
llamamos gatito de Halloween.
—Hola —le dije, y ella se frotó contra mis piernas, así
que extendí la mano para levantarla, y ella siseó y lanzó un
puñado de garras hacia mí justo cuando Sarah entraba en la
cocina con una pila de platos sucios. Ella se rió y dijo con
esa dulce voz suya:
—¡Guau! ¡A ella no le gustas!
Así que sí, veo de dónde viene Alex con sus nervios por
este viaje en pareja, pero estamos progresando. Con los
likes de Instagram y el tiempo perfectamente agradable que
tuvimos Trey, Alex y yo en un bar de juegos electrónicos la
última vez que Alex me visitó. Y, además, estar en la
campiña toscana con un goteo intravenoso de un vino
increíble, no va a ser lo mismo que una cena incómoda en
Ohio seguida de la fiesta de cumpleaños de un abstemio de
sesenta años.
—Se llevarán muy bien —le digo ahora, apoyando mis
piernas en la barandilla del balcón y ajustando el teléfono
entre mi cara y mi hombro.
Escucho que su intermitente se apaga y suspira.
—¿Cómo puedes estar segura?
—Porque los amamos —razoné—. Y nos amamos.
Entonces se amarán el uno al otro. Y nos amaremos todos.
Tú y Trey. Sarah y yo.
Él ríe.
—Ojalá pudieras escuchar cuánto cambió tu voz en la
última parte. Sonaba como si estuvieras inhalando helio.
—Mira, todavía estoy trabajando para perdonarla por
dejarte la última vez —le digo—. Sin embargo, parece que
se dio cuenta de que ese fue el mayor error de su vida, así
que le estoy dando una oportunidad.
—Poppy —dice—. No fue así. Las cosas se complicaron,
pero ahora están mejor.
—Lo sé, lo sé —digo, aunque, en realidad, no lo sé. Él
insiste en que no hay resentimientos entre ellos por su
última ruptura, pero cada vez que pienso en lo que ella dijo,
que su relación era tan emocionante como la biblioteca de
la escuela donde se conocieron, todavía veo rojo por un
segundo.
Otra oleada de náuseas me golpea y gimo.
—Lo siento —digo—. Realmente necesito irme a la
cama para poder estar lista para el vuelo mañana, pero te lo
digo. Este viaje va a ser increíble.
—Sí —dice con rigidez—. Estoy seguro de que me estoy
me preocupando por nada.
Principalmente, resulta que es cierto. Nos quedamos en
una villa. Es difícil estar de mal humor cuando te alojas en
una villa, con una reluciente piscina y un antiguo patio de
piedra, una cocina al aire libre con buganvillas goteando por
todas partes en suaves rosas y púrpuras.
—Vaya, está bien —dice Sarah cuando entramos—.
Nunca volveré a perderme uno de estos viajes.
Le muestro a Alex una mirada que es el equivalente
facial a un pulgar hacia arriba, y él me devuelve una leve
sonrisa.
—Lo sé, ¿verdad? —Trey dice—. Deberíamos haber
pensado en hacer un viaje en grupo antes.
—Definitivamente —dice Sarah, aunque obviamente
con su horario en una escuela secundaria y la carga de
cursos de enseñanza de Alex en la universidad, no es como
si tuvieran mucho tiempo para el jet-set, incluso para las
villas toscanas con grandes descuentos.
—Hay como diez restaurantes con estrellas Michelin a
veinte millas de aquí, y pensé que Alex querría cocinar al
menos una noche.
—Eso sería increíble —coincide Alex.
Claro, es un poco rígido e incómodo ese primer día en
la villa, mientras los cuatro deambulamos entre siestas con
jet lag41, en nuestras habitaciones y baños rápidos en la
piscina. Trey toma algunas fotos de prueba y fue a la ciudad
para tomar bocadillos: quesos y carnes añejos, pan fresco y
una variedad de mermeladas en frascos diminutos.
Y vino, mucho vino.
Al final de la primera noche sentados en la terraza y
bebiendo las dos primeras botellas de vino, todos se han ido
ablandado, relajado. Sarah se ha vuelto francamente
habladora, contando historias sobre sus estudiantes, sobre
Flannery O'Connor y la vida en Indiana, y Alex ofrece
comentarios silenciosos y secos que me hacen reír con
tanta fuerza que el vino me sale por la nariz, dos veces.
Se siente como si los cuatro fuéramos amigos,
verdaderos amigos.
Cuando Trey me lleva a su regazo y apoya la barbilla en
mi hombro, Sarah toca su pecho y ooohs. —Ustedes dos son
tan dulces —dice, mirando a Alex—. ¿No son dulces?
—Y mantecoso —dice Alex, apenas mirando en mi
dirección.
—¿Qué? —Sarah dice—. ¿Que se supone que significa
eso? —Él se encoge de hombros y ella continúa—: Ojalá a
Alex le gustará las PDA42. Nosotros apenas nos abrazamos
en público.
—No soy un gran abrazado —dice Alex, avergonzado—.
Yo no crecí abrazando.
—Sí, pero soy yo —dice Sarah—. No soy una chica que
conociste en un bar, bebé.
Ahora que lo pienso, no estoy seguro de haberlo visto a
él y a Sarah tocarse.
Pero tampoco es que me haya tocado tanto en público,
a menos que se cuente el baile en las calles de Nueva
Orleans o esa vez en Vail (y hubo una buena cantidad de
alcohol involucrado en ambos).
—Simplemente se siente… maleducado o algo así —
trata de explicar Alex.
—¿Maleducado? —Trey enciende un cigarrillo—. Todos
somos adultos, hombre. Agárrate a tu chica si quieres.
Sarah bufó. —No te molestes. Esta ha sido una
conversación de muchos años. He aceptado mi suerte. Me
voy a casar con un hombre que odia tomarse de la mano.
Mi pecho se estremece con la palabra casar. ¿Es
realmente tan serio entre ellos? Quiero decir, obviamente es
serio, pero no han vuelto a estar juntos por tanto tiempo.
Trey y yo hablamos sobre el matrimonio de vez en cuando,
pero de una manera elevada, lejana, quizás-quién-sabe-no-
pongamos-presión-sobre-este-camino.
—Ahora, que puedo entender —dice Trey, alejando el
humo de su cigarrillo—. Tomarse de la mano apesta. No es
cómodo y limita el movimiento, y en una multitud es un
inconveniente. Es mejor que te esposes los tobillos juntos.
—Sin mencionar que sus manos se ponen todas
sudorosas —dice Alex—. Es totalmente incómodo.
—¡Me encanta tomarme de la mano! —intervengo,
metiendo la palabra casar en lo más profundo de mi cerebro
para resolverlo más tarde—. Especialmente en una multitud.
Me hace sentir segura.
—Bueno, parece que si vamos a Florencia antes de que
termine este viaje —dice Sarah—. Seremos Poppy y yo
tomadas de la mano, y ustedes dos lobos solitarios se
perderán por completo entre las masas.
Sarah me tiende su copa de vino y yo choco la mía con
la de ella, y ambas nos reímos, y ese podría ser el primer
momento en el que me agrada. Que me doy cuenta de que
tal vez me hubiera gustado ella todo el tiempo, si yo no
hubiera estado abrazando a Alex con tanta fuerza que no
hubiera lugar para ella.
Tengo que dejar de hacer eso. Decido que lo haré y, a
partir de ese momento, el vino se hace cargo, y los cuatro
estamos hablando, bromeando, riendo, y esta noche marca
la pauta para el resto del viaje.
Días largos y soleados deambulando por cada casco
antiguo se extendía a nuestro alrededor.
Conducir a viñedos y remolinos de copas de vino con la
boca entreabierta para inhalar su aroma profundo y
afrutado. Almuerzos tardíos en antiguos edificios de piedra
con chefs de renombre mundial. Alex se marcha temprano
cada mañana para correr, Trey sale no mucho más tarde
para explorar ubicaciones o capturar fotos que ya había
planeado. Sarah y yo dormimos casi todos los días, luego
nos reunimos para un largo baño (o para flotar en balsas
con vasos de plástico llenos de Limen ‘Chelo43 y vodka),
hablando de nada demasiado importante pero con mucha
más facilidad que ese día en el único restaurante
mediterráneo de Linfield.
Por la noche, salimos a cenar tarde y a tomar vino,
luego regresamos al patio de nuestra villa y hablamos y
bebemos hasta que es casi de mañana.
Jugamos todos los juegos que reconocemos de un
armario lleno de ellos.
Juegos de césped como petanca y bádminton, y juegos
de mesa como Clue, Scrabble y Monopoly, que sé que Alex
odia, aunque no lo admite cuando Trey sugiere que
juguemos.
Nos quedamos despiertos más y más tarde cada noche.
Garabateamos los nombres de las celebridades en pedazos
de papel, los mezclamos y nos los pegamos en la frente
para un juego de veinte preguntas en el que adivinamos
quién está en nuestras cabezas, con el obstáculo adicional
de que cada pregunta que se hace requiere otro trago.
Rápidamente se vuelve obvio que ninguno de nosotros
tiene las mismas referencias de celebridades, lo que hace
que el juego sea doscientas veces más difícil, pero también
más divertido. Cuando le pregunto si mi celebridad es una
estrella de telerrealidad, Sarah finge tener arcadas.
—¿De verdad? — digo—. Me encantan los reality shows.
No es que no esté acostumbrada a esta reacción. Pero
una parte de mí siente que su desaprobación es igual a la
desaprobación de Alex, y aparece un punto dolorido junto
con la necesidad de presionarlo.
—No sé cómo puedes ver esas cosas —dice Sarah.
—Lo sé —dice Trey a la ligera—. Nunca he entendido su
interés tampoco.
—No concuerda con todo lo demás sobre ella, pero P es
todo sobre The Bachelor44.
—No es todo sobre eso —digo, a la defensiva. Empecé
a verla hace un par de temporadas con Rachel cuando una
chica de su programa de arte era concursante, y en tres o
cuatro episodios, me enganché—. Creo que es como este
experimento increíble —explico—. Y puedes mirar horas del
metraje recopilado en él. Aprendes mucho sobre la gente.
Las cejas de Sarah se elevan. —¿Como lo que los
narcisistas están dispuestos a hacer por la fama?
Trey se ríe. —Exactamente.
Me obligo a reír y tomo otro sorbo de vino—. No es de
lo que estaba hablando —Me muevo incómoda, tratando
de averiguar cómo explicarme—. Quiero decir, hay muchas
cosas que me gustan. Pero una cosa… Me gusta como al
final, parece que en realidad es una decisión difícil para
algunas personas. Habrá dos o tres concursantes con los
que sentirán una fuerte conexión, y no se trata solo de
elegir al más fuerte. En cambio, es como… los estás viendo
elegir una vida.
Y así es también en la vida real. Puedes amar a alguien
y aún saber que el futuro que tendrías con él no funcionaría
para ti, ni para ellos, o tal vez ni siquiera para los dos.
—¿Pero alguna de esas relaciones realmente funciona?
—pregunta Sarah.
—La mayoría no lo hace —lo admito—. Pero ese no es
el punto. Ves a alguien salir con todas estas personas, y ves
lo diferentes que son con cada uno de ellos, y luego los ves
elegir. Algunas personas eligen a la persona con la que
tienen la mejor química, o con la que se divierten más, y
otras eligen a la que creen que será un padre increíble, o
con la persona que se han sentido más seguros para
abrirse. Es fascinante. En cómo quieres compartir el amor
con alguien.
Amo quien soy con Trey. Soy segura e independiente,
flexible y serena. Estoy a gusto. Soy la persona que siempre
soñé que sería.
—Es justo —admite Sarah—. Es la parte de besarme
con, como, treinta chicos y luego comprometerse con
alguien que has conocido cinco veces que es más difícil de
tragar para mí.
Trey echa la cabeza hacia atrás, riendo. —Totalmente te
inscribirías en ese programa si rompiéramos. ¿No es así, P?
—Ahora, que lo veo —dice Sarah, riendo.
Sé que está bromeando, pero me irrita sentir que están
unidos contra mí.
Pienso en decir ¿Por qué piensas eso? ¿Porque soy un
narcisista que está dispuesta a hacer cualquier cosa para
hacerse famosa?
Alex choca su pierna con la mía debajo de la mesa, y
cuando lo miro, ni siquiera está mirando en mi dirección.
Solo me recuerda que está aquí, que nada puede realmente
lastimarme.
Muerdo mis palabras y lo dejo ir. —¿Más vino?
La noche siguiente, cenamos en la terraza. Cuando
entro para servir helado de postre, encuentro a Alex de pie
en la cocina, leyendo un correo electrónico.
Acaba de recibir la noticia de que Tin House aceptó una
de sus historias. Se ve tan feliz, tan brillantemente, él
mismo, que le saco una foto. Me encanta tanto que
probablemente lo establecería como mi fondo si ambos
estuviéramos solteros y si eso no fuera extremadamente
extraño tanto para Sarah como para Trey.
Decidimos que tenemos que celebrar, como si eso no
fuera de todo lo que se ha trata este viaje. Trey nos hace
mojitos y nos sentamos en las tumbonas con vista al valle,
escuchando los suaves y centelleantes sonidos de la noche
en el campo.
Apenas bebo mi bebida. He tenido náuseas toda la
noche y, por primera vez, me excuso para irme a dormir
mucho antes que los demás. Trey se sube a la cama horas
más tarde, borracho y besando mi cuello, tirando de mí, y
después de tener relaciones sexuales, se duerme
inmediatamente y mis náuseas regresan.
Ahí es cuando se me ocurre.
Se suponía que debía comenzar mi período en algún
momento de este viaje.
Probablemente sea una casualidad. Hay muchas
razones para sentir náuseas durante un viaje internacional.
Y Trey y yo somos bastante cuidadosos.
Aun así, me levanto de la cama, con el estómago
revuelto y bajo de puntillas, abriendo la aplicación de notas
para ver cuándo esperaba mi período. Rachel me dice
constantemente que obtenga esta aplicación de
seguimiento del período, pero hasta ahora no he visto el
punto.
Mis oídos están latiendo con fuerza. Mi corazón se
acelera. Mi lengua se siente demasiado grande para mi
boca.
Se suponía que iba a empezar ayer. Un retraso de dos
días no es inaudito. Las náuseas después de beber cubos de
vino tinto tampoco lo son. Especialmente para un
migraineur.45
Pero, aun así, me estoy volviendo loca.
Cojo mi chaqueta del perchero, meto mis pies en las
sandalias y cojo las llaves del auto de alquiler. La tienda de
comestibles abierta las veinticuatro horas más cercanas
está a treinta y ocho minutos. Regreso a la villa con tres
pruebas de embarazo diferentes antes de que el sol haya
comenzado a salir.
Para entonces, estoy en un pánico total. Todo lo que
puedo hacer es caminar de un lado a otro en la terraza,
agarrando la prueba de embarazo más cara en una mano y
recordándome a mí misma inhalar, exhalar, inhalar. Mis
pulmones se sienten peor que cuando tuve neumonía.
—¿No pudiste dormir? —Una voz tranquila me
sobresalta. Alex está apoyado contra la puerta abierta con
un par de pantalones cortos negros y zapatillas deportivas,
su pálido cuerpo teñido de azul por la madrugada.
Una risa muere en mi garganta. No estoy segura de por
qué.
—¿Te estás levantando para correr?
—Hace más frío antes de que salga el sol.
Asiento, envuelvo mis brazos alrededor de mí y me giro
para mirar hacia el valle. Alex viene a pararse a mi lado y,
sin mirarlo, me pongo a llorar. Extiende mi mano y la
despliega para ver la prueba de embarazo apretada allí.
Durante diez segundos, permanece en silencio. Ambos
guardamos silencio.
—¿Has tomado alguna? —pregunta suavemente.
Niego con la cabeza y empiezo a llorar más fuerte. Me
empuja hacia él, envuelve sus brazos alrededor de mi
espalda mientras dejo salir el aliento en unas pocas ráfagas
de sollozos silenciosos. Alivia algo de presión, y me aparto
de él, secándome los ojos con la palma de mis manos.
—¿Qué voy a hacer, Alex? —le pregunto—. Si estoy…
¿Qué diablos se supone que debo hacer?
Estudia mi rostro durante mucho tiempo.
—¿Qué es lo que quieres hacer?
Me limpio los ojos de nuevo. —No creo que Trey quiera
tener hijos.
—Eso no es lo que pregunté —murmura Alex.
—No tengo idea de lo que quiero —lo admito—. Quiero
decir, quiero estar con él. Y tal vez algún día... No sé. No sé
más.
Entierro mi cara en mis manos mientras algunos
sollozos desagradables y silenciosos salen de mí. —No soy
lo suficientemente fuerte para hacer esto por mi cuenta. No
puedo. Ni siquiera podía soportar estar enferma yo sola,
Alex. ¿Cómo se supone que debo hacerlo?
Toma mis muñecas suavemente y las aleja de mi cara,
agachando la cabeza para mirarme a los ojos.
—Poppy —dice—. No estarás sola, ¿de acuerdo? Estoy
aquí.
—¿Y qué? —digo—. ¿Me mudaría a Indiana? ¿Consigo
un apartamento al lado tuyo y de Sarah? ¿Cómo eso va a
funcionar, Alex?
—No lo sé —admite—. No importa cómo. Estoy aquí.
Solo ve a hacer la prueba y luego lo resolveremos, ¿de
acuerdo? Descubrirás lo que quieres hacer y lo haremos.
Respiro hondo, asiento con la cabeza, entro con la
bolsa de pruebas que he dejado en el suelo y la que sigo
agarrando como una balsa salvavidas.
Orino en tres a la vez, luego los llevo a todos afuera
para esperar. Los alineamos en el muro bajo de piedra que
rodea la terraza. Alex pone un temporizador en su reloj y
nos quedamos allí juntos, sin decir nada hasta que suena.
Uno por uno van llegando los resultados.
Negativo.
Negativo.
Negativo.
Empiezo a llorar de nuevo. No estoy seguro de si es un
alivio o algo más complicado que eso. Alex me empuja hacia
su pecho, me balancea con dulzura de lado a lado mientras
recupero la compostura.
—No puedo seguir haciéndote esto —digo cuando
finalmente me quedo sin lágrimas.
—¿Haciendo qué? —pregunta en un susurro.
—No sé. Necesitarte.
Sacude la cabeza contra la mía.
—Yo también te necesito, Poppy. —Es entonces cuando
me doy cuenta de lo espesa, húmeda y temblorosa que es
su voz. Cuando me aparto de él, me doy cuenta de que está
llorando. Toco un lado de su cara.
—Lo siento —dice, cerrando los ojos—. Yo solo… No sé
qué haría si te pasara algo.
Y luego lo comprendo.
Para alguien como Alex, que perdió a su madre como lo
hizo él, el embarazo no es solo una posibilidad que le
cambie la vida. Es una posible sentencia de muerte.
—Lo siento —dice de nuevo—. Dios, no sé por qué
estoy llorando.
Pongo su cara en mi hombro y él llora un poco más, sus
enormes hombros se agitan con él. En todos los años que
hemos sido amigos, probablemente me ha visto llorar
cientos de veces, pero esta es la primera vez que él llora
frente a mí.
—Está bien —le susurro, y luego, tantas veces como
sea necesario—. Está bien. Estás bien. Estamos bien, Alex.
Entierra su rostro húmedo en un lado de mi cuello, sus
manos se encrespan apretadas contra la parte baja de mi
espalda mientras paso mis dedos por su cabello, sus labios
húmedos se calientan contra mi piel.
Sé que el sentimiento pasará, pero en ese momento
deseo tanto que estemos aquí solos. Que aún no
conociéramos a Sarah y Trey. Que podríamos abrazarnos el
uno al otro tanto tiempo como creo que podríamos
necesitar.
Siempre hemos existido en una especie de mundo para
dos, pero ese ya no es el caso.
—Lo siento —dice por última vez mientras se separa de
mí, enderezándose, mirando hacia el valle mientras los
primeros rayos de luz lo atraviesan—. No debería haberlo
hecho…
Toco su brazo. —Por favor, no digas eso.
Él asiente, da un paso atrás, poniendo más distancia
entre nosotros, y sé, con cada fibra de mi ser, que es lo
correcto, pero todavía me duele.
—Trey parece un gran tipo —dice.
—Lo es — prometo.
Alex asiente unas cuantas veces más. —Bien. —Y eso
es todo. Sale para su carrera matutina, y yo estoy sola de
nuevo en la tranquila terraza, viendo a la mañana perseguir
las sombras por el valle.
Mi período llega veinticinco minutos más tarde,
mientras preparo huevos revueltos para el desayuno, y el
resto de nuestro viaje es un viaje en pareja increíblemente
normal.
Excepto que, en el fondo, estoy completamente
desconsolado.
Duele quererlo todo, tantas cosas que no pueden
convivir en una misma vida.
Sin embargo, más que nada quiero que Alex sea feliz.
Que tenga todo lo que siempre quiso. Tengo que dejar de
estorbar, darle la oportunidad de tener todo eso.
Ni siquiera nos rozamos hasta que nos despedimos.
Nunca volvemos a hablar de lo que pasó.
Lo sigo amando.
 
30
Este Verano
 

Así que supongo que no estamos hablando de lo que


pasó en el balcón de Nikolai, y eso tiene que estar bien.
Cuando me despierto en nuestra habitación de hotel
Technicolor de Larrea Palm Springs, la cama de Alex está
vacía y hecha, y una nota escrita a mano en el escritorio
dice:
 

VOY A CORRER. VUELVO PRONTO.


PD YA RECOGI EL AUTO DE LA TIENDA.
 

No es como si esperara un montón de abrazos, besos y


promesas de amor, pero él podría haber escrito algo tipo:
Anoche fue genial. O tal vez un alegre signo de
exclamación.
Además, ¿cómo corre con este calor? Hay muchas
cosas en esa nota muy corta y mi paranoia sugiere
amablemente que está corriendo para aclararse la cabeza
después de lo que sucedió.
En Croacia, se había asustado. Ambos lo hicimos. Pero
eso había sucedido al final del viaje, cuando después
pudimos retirarnos a nuestros rincones separados del país.
Esta vez, tenemos una despedida de soltero, una cena de
ensayo y una boda que celebrar.
Aun así, prometí que no dejaría que esto nos arruinara,
y lo decía en serio.
Necesito mantener las cosas ligeras, hacer mi parte
para prevenir un trastorno postcoital.
Pienso en enviarle un mensaje de texto a Rachel para
pedirle consejo, o simplemente para tener a alguien con
quien chillar, pero la verdad es que no quiero contarle a
nadie sobre esto. Yo quiero que esto sea solo entre Alex y
yo, como gran parte del mundo es cuando estamos juntos.
Lanzo mi teléfono a la cama, tomo un bolígrafo de mi bolso
y agrego al final de la nota de Alex, En la piscina, ¿nos
vemos allí?
Cuando aparece, todavía está vestido con su ropa de
correr y lleva una pequeña bolsa marrón y una taza de
papel con café, y la vista de todo esto combinado me hace
sentir un hormigueo y ansiedad.
—Rollo de canela —dice, pasándome la bolsa, luego la
taza—. Latté. Y el Aspire está en el estacionamiento con su
llamativo neumático nuevo.
Agito mi taza de café en un círculo vago frente a él. —
Ángel. ¿Cuánto fue el neumático?
—No lo recuerdo —dice—. Me voy a duchar.
—Antes de… Venir a sudar a la piscina?
—Antes de venir a sentarme en esa piscina durante
todo el día.
No es una gran exageración. Nos relajamos al
contenido de nuestro corazón. Nos relajamos. Alternamos
entre sol y sombra. Pedimos bebidas y nachos en el bar
junto a la piscina y volvemos a aplicar bloqueador solar
cada hora, y aun así regresamos a la habitación con tiempo
suficiente para prepararnos para la despedida de soltero de
David. Él y Tham decidieron hacerlas por separado, aunque
ambos son mixtos, y Alex bromea diciendo que David eligió
este plan para forzar un concurso de popularidad.
—Nadie es más popular que tu hermano —digo.
—No has conocido a Tham todavía —dice, luego entra
al baño y abre el agua.
—¿Te estás duchando de nuevo, en serio?
—Enjuagando —dice.
—¿Recuerdas en la escuela primaria cómo los niños
solían pararse detrás de ti en la fila de la fuente de agua y
decir ’’Guarda un poco para las ballenas¨?
—Sí —dice.
—¡Bueno, guarda un poco para las ballenas, amigo!
—Tienes que ser amable conmigo —dice— Te traje un
rollo de canela.
—Mantecoso, cálido y perfecto —le digo, y se sonroja
mientras cierra la puerta del baño.
Realmente no tengo idea de lo que está pasando. Por
ejemplo: ¿por qué no nos quedamos en la habitación y nos
besamos todo el día?
Me pongo un mono halter de color verde lima de los
setenta y empiezo a peinarme en el espejo fuera del baño, y
unos minutos después, Alex emerge ya vestido y casi listo
para irse.
—¿Cuánto tiempo necesitas? —pregunta, mirando por
encima de mi hombro para encontrarse con mis ojos en el
espejo, su cabello mojado pegado hacia arriba en todas
direcciones.
Me encojo de hombros.
—El tiempo suficiente para rociarme con adhesivo y
enrollarme en una tina de purpurina.
—¿Así que diez minutos? —adivina.
Asiento con la cabeza y dejo mi varita rizadora. —
¿Estás seguro de que quieres que vaya?
—¿Por qué no iba a hacerlo?
—Porque es la despedida de soltero de tu hermano —
digo.
—¿Y?
—Y no lo has visto en meses, y quizás no quieras que
te acompañe.
—No eres una acompañante —dice—. Estás invitada.
Además, probablemente habrá strippers masculinos y sé
cuánto amas a un hombre en uniforme.
—Fui invitada por David —digo—. Si tu querías tiempo a
solas con él…
—Hay como cincuenta personas que vienen esta noche
—dice—. Tendré suerte si consigo hacer contacto visual con
David.
—Pero tus otros hermanos también estarán allí,
¿verdad?
—No van a venir— dice—. Ni siquiera volarán hasta
mañana.
—Está bien, pero ¿qué pasa con todas las chicas
calientes del desierto? —digo.
—Chicas calientes del desierto —repite.
—Vas a ser la belleza heterosexual del baile.
Su cabeza se inclina —Así que quieres que me vaya a
besar con algunas chicas calientes del desierto.
—No particularmente, pero supongo que debes saber
que todavía tienes esa opción. Quiero decir, sólo porque
nosotros…
Su frente se arruga. —¿Qué estás haciendo, Poppy?
Toco distraídamente mi cabello. —Estaba intentando
hacer una colmena46, pero creo que voy a tener que
conformarme con un bouffant47.
—No me refiero… —Él se apaga—. ¿Te arrepientes de
anoche?
—¡No! —digo, mi cara enrojecida—. ¿Tú sí?
—Para nada —dice.
Me vuelvo para mirarlo de frente en lugar de hacerlo a
través del espejo. —¿Estás seguro? Porque apenas me has
mirado hoy.
Se ríe, me toca la cintura. —Porque mirarte me hace
pensar en lo de anoche y llámame anticuado, pero no
quería quedarme en la piscina del hotel con una furiosa
erección todo el día.
—¿De verdad? —Pensarías que me acaba de recitar un
poema de amor por el sonido de mi voz.
Me empuja hacia el borde del lavabo mientras me besa
una vez, lento y pesado, sus manos rodeando mi cuello para
encontrar el broche del cabestro del mono. Se suelta y me
arqueo hacia atrás mientras él desliza la tela hasta mi
cintura. Él ahueca mi mandíbula y atrae mi boca hacia la
suya, y envuelvo mis piernas alrededor de él mientras
nuestros besos se hacen más profundos, su mano libre
bajando por mi pecho desnudo.
—¿Recuerdas cuando estuve enferma? —Le susurró al
oído.
Sus caderas se mueven contra las mías, y su voz sale
baja y ronca:
—Por supuesto.
—Te deseaba tanto esa noche —admito, desabrochando
su camisa.
—Toda esa semana —dice—. Seguía despertando a
punto de correrme. Si no hubieras estado enferma…
Me levanto contra él, y su boca se hunde en el costado
de mi cuello mientras trabajo en los botones de su camisa.
—En Vail cuando me llevaste por esa montaña…
—Dios, Poppy —dice—. Pasé mucho tiempo tratando de
no quererte.
Me levanta del lavabo y me lleva a la cama.
—Y no hay suficiente tiempo para besarme —digo, su
risa resonando contra mi oído mientras nos acuesta.
—¿Cuánto tiempo tenemos?
Besa el centro mismo de mi pecho. —Podemos llegar
tarde.
—¿Qué tan tarde?
—Tan tarde como sea necesario.
 

—OH. MI. DIOS —digo mientras salimos al camino de


entrada de la mansión de mediados de siglo, con su techo
inclinado estilo Googie48—. Esto es increíble. ¿Ha alquilado
todo este lugar?
—¿Olvidé mencionar que Tham es muy elegante?
—Puede que sí —digo—. ¿Es demasiado tarde para
casarme con él?
—Bueno, faltan dos días para la boda y es gay —dice—.
Así que realmente no veo por qué no.
Me río y él toma mi mano, la desliza en la suya. De
alguna manera, entrar a una despedida de soltero de la
mano de Alex Nilsen es más surrealista que cualquier cosa
surrealista que acaba de suceder en el hotel. Me hace sentir
animada, mareada e intoxicada de la mejor manera posible.
Seguimos la música por el camino de entrada, cada
uno con una de las botellas de vino que elegimos en el
camino hacia aquí, y entramos en la fresca oscuridad del
vestíbulo.
Alex dijo que habría cincuenta personas. Al abrirnos
paso por la casa, supongo que hay al menos un centenar,
apoyados en las paredes y sentados en los respaldos de los
muebles fabulosamente dorados. La pared trasera de la
casa es completamente de vidrio y da a una enorme
piscina, iluminada de color púrpura y verde, con una
cascada que fluye hacia ella, por un lado. La gente
descansa sobre flamencos y cisnes inflables en varios
estados de desnudez: mujeres y Drag Queens con vestidos
largos y brillantes; hombres en bañador y tanga; gente con
alas de ángel y disfraces de sirena junto a la supuesta gente
de Linfield con trajes y vestidos con peplum49.
—Vaya —dice Alex— No he estado en una fiesta tan
fuera de control como, desde, la escuela secundaria.
—Tú y yo teníamos muy diferentes experiencias de la
escuela secundaria —digo.
En ese momento, un adonis, un hombre con una
encantadora sonrisa juvenil y una mata de olas doradas nos
ve y salta de la silla colgante en forma de huevo donde
estaba sentado.
—¡Alex! ¡Poppy! —David viene hacia nosotros con los
brazos abiertos y un brillo ligeramente borracho en sus ojos
color avellana. Primero abraza a Alex, luego me agarra los
lados de la cara y me planta besos descuidados en ambas
mejillas.
—Estoy tan feliz de que estés…—Sus ojos se posan en
nuestras manos entrelazadas y junta las suyas—. ¡Tomados
de la mano!
—Gracias —le digo, y él se ríe, pone una mano en cada
uno de nuestros hombros.
—¿Necesitas un poco de agua? —Alex le pregunta,
modo de hermano mayor activado.
—No, papá —dice—. ¿Necesitas algo de alcohol?
—¡Sí! —digo, y David hace un gesto con la mano hacia
un servidor que no había notado en la esquina en gran parte
porque ella está pintada con spray de oro.
—Wow —dice Alex, aceptando dos copas de champán
de la bandeja de la estatua falsa—. Gracias por… Wow.
Ella se retira, y se queda inmóvil de nuevo.
—Entonces, ¿qué está haciendo Tham esta noche? —
pregunto—. ¿Una hoguera de billetes de un dólar en un yate
de oro macizo?
—Realmente odio decirte esto, Pop —dice David—, pero
un yate de oro se hundiría. Créeme. Nosotros tratamos.
¿Ustedes dos quieren chupitos?
—Sí —le digo al mismo tiempo que Alex dice—. No.
Como por arte de magia, ya nos están entregando
chupitos, vodka y Goldschläger50, con sus pequeñas virutas
de oro flotando en los vasos. Los tres los tintineamos juntos
y tragamos el líquido dulce y picante de un trago.
Alex tose. —Odio eso.
David le da una palmada en la espalda. —Estoy tan
contento de que estés aquí, amigo.
—Por supuesto que lo estoy. Tus hermanitos solo se
casan… tres veces.
—Y tú favorito solo se casa una vez —dice David—.
Dedos cruzados.
—Escuché que tú y Tham son increíbles juntos —digo—.
Y que es muy elegante.
— El más elegante —coincide David—. Es un director.
Nos conocimos en el set.
—¡En el set! —Lloro—. ¡Escúchate!
—Lo sé —dice—. Soy una persona insoportable de Los
Ángeles.
—No, no, definitivamente no.
Alguien llama a David desde la piscina, y él le da la
señal de un minuto, luego nos enfrenta de nuevo. —
Siéntanse como en casa, no en nuestra casa, obviamente —
le añade a Alex— Pero, como, una casa súper ruidosa, súper
divertida y súper gay con una pista de baile en la parte de
atrás, en la que espero verlos a ambos en breve.
—Deja de intentar que Poppy se enamore de ti —dice
Alex.
—Sí, realmente no necesitas perder tu tiempo —le digo
—. Ya estoy vendida.
David agarra mi cabeza y vuelve a acariciarme un lado,
luego le hace lo mismo a Alex y baila hacia la chica en la
piscina pretendiendo atraparla con una caña de pescar
invisible.
—A veces me preocupa que se tome a sí mismo
demasiado en serio —dice Alex rotundamente, y cuando
una risa sale disparada de mí, la comisura de su boca entra
y sale de una sonrisa. Nos quedamos allí sonriendo durante
unos segundos más, nuestras manos entrelazadas se
balancean de un lado a otro entre nosotros.
—Pensé que no te gustaba tomar de la mano —le digo.
—Y tu dijiste que lo hacías —dice.
—¿Y qué? ¿Consigo lo que quiero ahora? —bromeo.
Su sonrisa vuelve a su lugar, tranquila y contenida.
—Sí, Poppy —dice—. Obtienes lo que quieres ahora. ¿Es
eso un problema?
—¿Y si quiero que tengas lo que tú quieres? —Arquea
una ceja.
—¿Estás diciendo eso porque sabes lo que voy a decir y
quieres burlarte de mí por eso?
—¿No? —digo—. ¿Por qué? ¿Qué vas a decir?
Nuestras manos se quedan quietas entre nosotros. —
Tengo lo que quiero, Poppy.
Mi corazón palpita, y aparto mi mano de la suya, la
enrollo alrededor de su cintura e inclino mi cabeza hacia
atrás para mirar su rostro. —Estoy resistiendo el impulso de
PDA sobre ti en este momento, Alex Nilsen.
Inclina el cuello y me besa tanto tiempo que algunas
personas comienzan a animarme. Cuando nos separamos,
tiene las mejillas rosadas y es tímido. —Maldita sea —dice
—. Me siento como un adolescente cachondo.
—Quizás si utilizamos la estación de Jägerbomb51 en el
patio trasero —digo—. Volveremos a sentirnos como
personas maduras y recatadas de treinta años.
—Eso suena realista —dice Alex, tirándome hacia el
patio trasero—. Estoy dentro.
Hay un bar en la parte de atrás y un camión de comida
que sirve tacos de pescado estacionado en el césped.
Detrás de eso, un jardín se extiende como algo de una
novela de Jane Austen, aquí mismo en medio del desierto.
—Probablemente no sea bueno para la conservación —
comenta Alex en forma de abuelo.
—Probablemente no —estoy de acuerdo—. Pero
posiblemente es estupendo para conversar52.
—Es cierto —dice—. Cuando todo lo demás falla,
siempre puedes involucrar a un extraño en una pequeña
charla reflexiva sobre la tierra agonizante.
En algún momento nos encontramos sentados en el
borde de la piscina, con los pantalones y el mono enrollados
y las piernas colgando en el agua tibia, y es entonces
cuando escuchamos a David gritar emocionado entre la
multitud:
—¿Dónde está mi hermano? Tiene que ser parte de
esto.
—Parece que te necesitan.
Alex suspira. David lo ve y se acerca trotando.
—Necesito que hagas este juego.
—¿Juego de beber? —Supongo.
—No para Alex —dice David—. Apuesto a que no tendrá
que beber ni una sola vez. Es un juego de David Trivia. ¿Te
unes?
Alex hace una mueca. —¿Quieres que lo haga?
David se cruza de brazos. —Como novio lo exijo.
—Realmente nunca puedes divorciarte de Tham —dice
Alex, poniéndose de pie.
—Por múltiples razones —dice David— Estoy de
acuerdo.
Alex se acerca a la mesa larga a la luz de las velas
donde comienza el juego, pero David se queda a mi lado,
mirándolo irse.
—Parece bueno —dice.
—Si— estoy de acuerdo—. Creo que lo es.
La mirada de David desciende hacia mí, y se baja al
lado resbaladizo de la piscina, deslizando sus piernas en el
agua. —Entonces —dice—. ¿Cómo pasó esto?
—¿Esto?
Levanta la ceja con escepticismo. —Esto.
—Um. —Intento pensar en cómo explicarlo. Años de
amor eterno, celos ocasionales, oportunidades perdidas,
mal momento, otras relaciones, aumento de la tensión
sexual, una pelea y el silencio posterior, y el dolor de vivir la
vida sin él.
—El aire acondicionado de nuestro Airbnb53 se rompió.
David me mira fijamente durante unos segundos, luego
deja caer su rostro entre sus manos, riendo. —Maldita sea —
dice, enderezándose—. Tengo que decir que estoy aliviado.
—¿Aliviado?
—Si —David se encoge de hombros—. Sabes. Es
como… ahora que me voy a casar, ahora que sé que me
quedaré en Los Ángeles, supongo que estaba preocupado
por él. De vuelta en Ohio. Por su cuenta.
—Creo que le gusta Lingfield —le digo—. No creo que
esté allí por necesidad. Además, no diría que está solo. Toda
tu familia está ahí. Todas las sobrinas y su sobrino.
—Ese es mi punto —David mira hacia el juego de
preguntas y respuestas en la mesa, observa como los otros
tres concursantes toman tragos de algo color caramelo y
Alex bebe un vaso de agua victoriosamente—. Ahora tiene
un nido vacío.
Su boca se tuerce en un ceño fruncido que es tan
parecido al de su hermano que siento un rápido y doloroso
impulso de besarlo.
Cuando pienso en lo que realmente está diciendo
David, el dolor empeora y se esconde detrás de mi caja
torácica como un pequeño nudo rojo. —¿Crees que se siente
así?
—¿Cómo él nos crió? ¿Puso toda su energía emocional
en asegurarse de que los tres estuviéramos bien? Llevando
a Betty a las citas con el médico, preparando nuestros
malditos almuerzos escolares y sacando a papá de la cama
cuando tenía uno de sus episodios, y luego, de repente,
todos nos fuimos, nos casamos y comenzamos a tener
nuestros propios hijos, mientras ¿Se queda para asegurarse
de que papá esté bien? —Muy serio, David me mira—. No.
Alex nunca pensaría así. Pero creo que se ha sentido solo.
Quiero decir… todos pensamos que se iba a casar con
Sarah, y luego…
—Si —Saco las piernas de la piscina y las cruzo frente a
mí.
—Quiero decir, tenía el anillo y todo —prosigue David, y
mi estómago da un vuelco—. Se suponía que él debía
proponerle matrimonio, y luego… ella simplemente se había
ido, y… — Se apaga cuando ve la expresión de mi cara.
—No me malinterpretes, Poppy —Pone su mano sobre
la mía—. Siempre pensé que deberían ser ustedes dos. Pero
Sarah era genial, y se amaban, y solo quiero que él sea feliz.
Quiero que deje de preocuparse por otras personas y tenga
algo que sea solo suyo, ¿sabes?
—Si —Apenas puedo correr la voz. Todavía estoy
sudando, pero mi interior se ha enfriado rápidamente,
porque todo lo que puedo pensar es que iba a casarse con
ella.
Ella lo dijo en Toscana, y después de unas semanas, lo
descarté como un comentario casual, pero ahora no puedo
evitar ver todo lo que sucedió en ese viaje bajo una luz
diferente.
Fue hace tres años, pero todavía lo veo tan
vívidamente: Alex y yo en la terraza minutos antes de que
saliera el sol, mis brazos cruzados con fuerza, las uñas
mordidas. Pruebas de embarazo alineadas en la pared de
piedra y el reloj de Alex chirriando que era hora de
averiguar qué nos depara el futuro.
La forma en que se había derrumbado una vez que
finalmente me recobré, encorvó la cabeza y lloró contra mí.
No puedo seguir haciéndote esto yo dije.
Necesitándote.
Me había dicho que también me necesitaba, pero con
Trey y Sarah allí, la burbuja que siempre parecía
envolvernos, separarnos del mundo, había estallado, y me
sentí tan profundamente avergonzada por querer tanto de
él, y me di cuenta de que él también lo hacía.
Trey parece un gran tipo había dicho, y eso era lo más
cercano a decir Tenemos que detener esto como podamos.
Decir eso habría sido una admisión de culpa
. Incluso si nunca nos besamos, nunca dijimos las
palabras directamente, estábamos guardando partes
enteras de nuestros corazones el uno para el otro.
Alex había querido casarse con Sarah, y ahora sé que
le había impedido poder hacerlo. Ella había roto con él por
segunda vez después de Toscana, e incluso si nunca supe
exactamente lo que había sucedido, estaba segura de que
había dejado una marca en él, había cambiado las cosas
entre ellos para peor.
Si hubiera estado embarazada, si hubiera decidido
tener el bebé, sé sin lugar a dudas que Alex habría estado
ahí para mí, renunciando a cualquier cosa que tuviera solo
para ayudar.
Sarah, como siempre, habría tenido que lidiar con mi
realidad o seguir adelante.
No puedo evitar preguntarme si la había obligado a
llegar a ese punto. Si nuestra amistad le hubiera costado la
mujer con la que quería casarse. Me siento mal,
avergonzada por el pensamiento. Culpable por cómo ignoré
mis sentimientos más complicados por él para poder
justificar quedarme en su vida.
Una cosa es cuando los alborotadores hermanos de tu
novio, o su padre viudo, lo necesitan.
Pero yo era solo otra mujer, cuyas necesidades siempre
ponía en primer lugar en detrimento de sus propios deseos
y felicidad. Y esta semana, me tropecé con esto
egoístamente, porque eso era lo que yo tenía por defecto
con él. Pedir lo que quería, dejar que me lo diera, aunque no
fuera necesariamente lo mejor para él.
Ya no estoy mareada o animada ni nada más que
enferma del estómago. David pone su mano en mi hombro y
me sonríe, sacándome del caleidoscopio de sentimientos
complicados y dolorosos que me recorren. —Me alegro de
que te tenga ahora.
—Sí —le susurro, pero una vocecita viciosa dentro de
mí dice, No, tú lo tienes.
 
31
Este Verano
 

Estoy cavando a través de mi bolso en busca de la llave


del hotel, Alex se inclina hacia mí, sus manos pesadas en mi
cintura, sus labios suaves contra el costado de mi cuello, y
me relajaría si no fuera por el zumbido en mi cráneo, los
latidos constantes de culpa y pánico alternados en mi
estómago.
Presiono la tarjeta en la cerradura, luego empujo la
puerta para abrirla y Alex me suelta, entrando en la
habitación detrás de mí. Me dirijo directamente al fregadero,
me quito la parte de atrás de mis pendientes de plástico de
gran tamaño y los dejo en la encimera. Alex se queda quieto
y ansioso justo al cruzar la puerta.
—¿He hecho algo? —pregunta.
Niego con la cabeza, agarro un hisopo de algodón y el
frasco azul de desmaquillador de ojos. Sé que necesito decir
algo, pero no quiero llorar, porque si lloro, esto se convierte
en mí y se pierde todo el sentido. Alex hará todo lo posible
para que me sienta segura, cuando en realidad lo que
necesito es que sea honesto.
Paso el algodón por mis párpados, aflojando el
delineador de ojos líquido negro hasta que me parezco a
Charlize Theron en Mad Max: Fury road,54 la pólvora me
manchó la cara como pintura de guerra.
—Poppy —dice Alex—. Solo dime lo que hice.
Me giro hacia él y ni siquiera sonríe por mi maquillaje.
Así de preocupado está, y me odio a mí mismo por hacerle
sentir así. —No hiciste nada —le digo—. Eres perfecto.
Sus dos expresiones ahora son sorprendidas y
ofendidas. —No soy perfecto.
Necesito hacer esto rápido, arrancarlo como un curita.
—¿Ibas a proponerle matrimonio a Sarah?
Sus labios se abren. Pero su sorpresa rápidamente se
convierte en dolor. —¿De qué estás hablando?
—Yo solo…—Cierro los ojos, presiono el dorso de la
mano contra mi cabeza como si eso pudiera detener el
zumbido. Abro los ojos de nuevo y su expresión se ha
apenas encogido. Él no se tambalea en sus emociones: voy
a conseguir a Alex desnudo para esta conversación—. David
dijo que tenías un anillo.
Cierra la boca con fuerza y traga saliva, mira hacia las
puertas corredizas del balcón y luego vuelve a mirarme a
mí. —Siento no haberte dicho.
—No es eso —Obligo a que las lágrimas suban de
nuevo—. Yo solo… No me di cuenta de lo mucho que la
amabas.
Se ríe a medias, pero no hay humor en su rostro tenso.
—Por supuesto que la amaba. Estuve con ella de forma
intermitente durante años, Poppy. También amabas a los
chicos con los que estabas.
—Lo sé. No te estoy acusando de nada. Sólo…—Niego
con la cabeza, tratando de organizar mis pensamientos en
algo más corto que un monólogo de una hora—. Quiero
decir, compraste un anillo.
—Lo sé —dice—. Pero ¿por qué estás enojada conmigo
por eso, Poppy? Estabas con Trey, jodidamente jet-setting55,
alrededor del mundo, sentada en su regazo en los cuatro
rincones del mundo. ¿Se suponía que debía pensar que no
eras feliz? ¿Solo esperarte?
—¡No estoy enojada contigo, Alex! —lloro—. ¡Estoy
enojada conmigo misma! Por no importarme que me
interpusiera en el camino. Por pedir tanto de ti y… y
mantenerte alejado de lo que quieres.
Él se burla. —¿Qué es lo que quiero?
—¿Por qué rompió contigo? —muerdo de vuelta—. Dime
que no tuvo nada que ver conmigo. Que Sarah no terminó
las cosas por esto, esta cosa entre nosotros. Que desde que
salí de tu vida, ella no lo ha estado reconsiderando todo.
Dime eso, sí esa es la verdad, Alex. Dime que no soy la
razón por la que no estás casado y tienes hijos en este
momento, y todo lo demás que querías.
Me mira fijamente, con el rostro lacónico, los ojos
oscuros y nublados.
—Dime —le ruego, y él solo me mira fijamente, el
silencio de la habitación se suma al zumbido dentro de mi
cráneo.
Finalmente, niega con la cabeza. —Por supuesto que es
por ti —doy un paso atrás, como si sus palabras pudieran
quemarme—. Ella rompió conmigo antes de irnos a Sanibel,
y me sentí muy culpable durante todo el viaje porque todo
lo que podía pensar era, espero que Poppy no crea que soy
aburrido también. Ni siquiera recordaba haberla extrañado
hasta que llegué a casa. Así es siempre cuando estoy
contigo. Nadie más importa. Y luego te vas de nuevo, y la
vida vuelve a la normalidad y… Cuando Sarah y yo volvimos
a estar juntos, pensé que las cosas eran muy diferentes,
mucho mejor, pero la verdad es que ella no quería ir
intensamente ahora que rivaliza con las estatuas servidoras
falsas en la fiesta.
—Entonces pensaste que estabas embarazada y me
asustó tanto que me hice una jodida vasectomía. Y ni
siquiera se me ocurrió preguntarle a Sarah qué pensaba.
Acababa de concertar la cita, y unos días después, estaba
pasando por esta tienda de antigüedades y vi este anillo.
Una vieja cosa art déco de oro amarillo con una perla. Lo vi
y pensé, ese sería un anillo de compromiso perfecto. Quizás
debería comprarlo. Y mi siguiente pensamiento después de
eso fue, ¿Qué diablos estoy haciendo? No solo el anillo, que
Sarah habría odiado, por cierto, sino la vasectomía, todo. Lo
estaba haciendo todo por ti, y sé que eso no es normal, y
definitivamente no fue justo para ella, así que terminé las
cosas. Ese día.
El niega con la cabeza. —Me asusté tanto que no pude
contarte lo que había sucedido. Fue aterrador darme cuenta
de lo mucho que te amaba. Y luego tú y Trey rompieron, y…
Dios, Poppy, por supuesto que todo fue a causa de ti. Todo
es por ti. Todo.
Sus ojos están húmedos ahora, brillando en la tenue luz
sobre el fregadero, y sus hombros están rígidos, y mi
estómago se siente como si hubiera un cuchillo
retorciéndolo.
Alex niega con la cabeza, un pequeño gesto moderado,
poco más que un tic. —No es algo que me hayas hecho —
dice—. Seguí esperando que las cosas cambiaran para mí,
pero nunca lo han hecho.
Da un paso hacia mí y lucho por mantener la
compostura.
Se me escapa el aliento, mis hombros se relajan y Alex
da otro paso hacia mí, con los ojos pesados y la boca
torcida. —Y dudé de mí mismo durante mucho tiempo antes
de terminar las cosas, porque la amaba —dice—. Y quería
que funcionara porque ella es increíble, y estamos bien
juntos, y queremos todas las mismas cosas, y yo la amaba
de esta manera que se siente… tan claro, fácil de entender
y manejable.
Se interrumpe y vuelve a negar con la cabeza. Las
lágrimas en sus ojos hacen que parezcan la superficie de
algún río, peligroso, salvaje y hermoso.
—No sé cómo amar a alguien tanto como a ti —dice—.
Es aterrador. Y tengo estas ráfagas de pensar que puedo
manejarlo y luego pienso en lo que me hará si te pierdo, y
entro en pánico y me alejo, y nunca supe si seré capaz de
hacerte feliz. Pero la otra noche, suena tan ridículo, pero
estábamos mirando en Tinder, y dijiste que me deslizarías
hacia la derecha por mí, y ese es el tipo de diminuto algo
que se siente tan grande cuando eres tú. Me quedé
despierto por horas tratando de averiguar a qué te referías
esa noche. Estoy roto y, sí, probablemente reprimido, y en
la Toscana, le dije que la necesitaba, así que aceptó. Porque
no estaba dispuesto a renunciar a ti y pensé que, si ustedes
dos fueran amigas, sería más fácil —dice—, Yo sé que no
soy con quien te has imaginado. Sé que no parece que
tengamos ningún sentido, y probablemente no lo tengamos,
y tal vez nunca podría hacerte feliz…
—Alex —Lo alcanzo con ambas manos, lo atraigo hacia
mí. Sus brazos me rodean y su cabeza se inclina hasta que
es un signo de interrogación gigante, colgando sobre mí—.
No es tu trabajo hacerme feliz, ¿de acuerdo? No puedes
hacer feliz a nadie. Soy feliz solo porque tú existes, y esa es
la mayor parte de mi felicidad sobre la que tú tienes el
control.
Sus manos se curvan contra mi columna y entrelazo
mis dedos en su camisa.
—No sé exactamente qué significa todo esto, pero sé
que te amo de la misma manera que tú me amas, y no eres
el único que se asusta —cierro los ojos con fuerza,
reuniendo el valor para continuar.
—Yo también me siento rota —le digo, mi voz se quebró
en algo delgado y ronco—. Siempre he sentido que una vez
que alguien me ve en el fondo, eso es todo. Hay algo feo
allí, o que no se puede amar, y eres la única persona que
me ha hecho sentir que estoy bien. —Su mano pasa
suavemente por mi rostro, abro los ojos y lo encuentro de
frente—. No hay nada más aterrador que la posibilidad de
que, una vez que realmente me tengas toda, eso cambie.
Pero quiero todo de ti, así que estoy tratando de ser
valiente.
—Nada cambiará lo que siento por ti —murmura—. He
estado tratando de dejar de amarte desde la noche en que
fuiste adentro para besarte con el taxista acuático.
Me río y él sonríe solo un poco. Tomo su mandíbula
entre mis manos y lo beso suavemente en la boca, y
después de un segundo, comienza a devolverme el beso, y
está húmedo por las lágrimas, es urgente y poderoso,
enviando ondas de choque a través de mí.
—¿Puedes hacerme un favor? —pregunto.
Él anuda sus manos contra mi columna. —¿Hm?
—Solo toma mi mano cuando quieras.
—Poppy —dice—. Puede llegar el día en que ya no
necesite tocarte en todo momento, pero ese día no es hoy.
 

La cena de ensayo es en un bistró en el que Tham


invirtió durante sus primeros días, un lugar encendido a la
luz de las velas y lleno de candelabros de cristal hechos a
medida. No hay fiesta de bodas, solo los novios y su
oficiante, de ahí la falta de un verdadero ensayo, pero toda
la familia extendida de Tham vive en el norte de California y
han aparecido, junto con muchos de los amigos de David
que estuvieron en la fiesta anoche.
—Woooow —digo mientras entramos—. Este es el lugar
más sexy en el que he estado.
—El balcón de la tienda de fumigación de Nikolai está
profundamente ofendido —dice Alex.
—Esa tienda de fumigación siempre estará en mi
corazón —le prometo, y aprieto su mano, lo que enfatiza
nuestra diferencia de tamaño de una manera que hace que
mi columna se estremezca.
—Oye, ¿recuerdas cuando me derretí por tener manos
de loris lento? ¿En colorado? ¿Después de doblarme el
tobillo?
—Poppy —dice intencionadamente—. Lo recuerdo todo.
Lo miro con los ojos entrecerrados.
—Pero tú dijiste —él suspira—. Sé lo que dije. Pero te lo
digo ahora, lo recuerdo todo.
—Algunos dirían que eso te convierte en un mentiroso.
—No —dice—. Lo que me convierte es en alguien que
se avergüenza de recordar exactamente lo que llevabas
puesto la primera vez que te vi, y lo que pediste una vez en
McDonald's en Tennessee, y que necesitaba conservar una
pequeña medida de dignidad.
—Aw, Alex —susurro, bromeando incluso mientras mi
corazón palpita alegremente—. Perdiste tu dignidad cuando
te presentaste a O-Week 56 en caqui.
—¡Oye! —dice, a tono de regaño—. No olvides que me
amas.
Mis mejillas se enrojecen sin ningún indicio de
vergüenza. —Nunca podría olvidar eso.
Lo amo, y él recuerda todo, porque él también me ama.
Mi interior se siente como una explosión de confeti dorado.
Entonces alguien llama desde el otro lado del
restaurante. —¿Esa es la señorita Poppy Wright?
El Sr. Nilsen camina hacia nosotros con un traje gris
holgado, su bigote rubio del tamaño y forma exactos del día
en que lo conocí. La mano de Alex se libera de la mía. Por
alguna razón, obviamente lo hace. No quiere tomar mi
mano frente a su padre, y siento una oleada de felicidad de
que se sintiera cómodo haciendo lo que necesitaba.
—¡Hola, señor Nilsen! —digo, y se detiene
abruptamente a unos metros frente a mí, sonriendo
amablemente y definitivamente sin planear abrazarme.
Lleva un broche de arcoíris cómicamente grande en la
solapa. Parece que, con un movimiento en falso, podría
volcarlo.
—Oh, por favor —dice—. Ya no eres una niña. Puedes
llamarme Ed.
—Qué diablos, puedes llamarme Ed también —le digo.
—Uh —dice.
—Ella está bromeando —Alex suministra.
—Oh —dice Ed Nilsen con incertidumbre. Alex se pone
rojo. Yo me pongo roja.
Ahora no es el momento de avergonzarlo. —Lamenté
mucho oír lo de Betty —Me recupero—. Ella era una mujer
increíble.
Sus hombros caen. —Ella era una roca para nuestra
familia —dice—. Al igual que su hija. —Ante eso, comienza a
llorar, se quita las gafas de montura metálica y exhala
mientras se seca los ojos—. No estoy seguro de cómo nos
las arreglaremos sin ella este fin de semana.
Y siento simpatía por él, por supuesto. Ha perdido a
alguien a quien amaba. De nuevo.
Pero también lo han hecho sus hijos, y estando aquí
con él, mientras él llora libremente, se aflige como toda
persona se merece, también hay algo como la ira creciendo
en mí.
Porque a mi lado, Alex resolvió toda su propia emoción
tan pronto como vio acercarse a su padre, y sé que no es
una coincidencia.
No significa que lo diré en voz alta, pero así sale, con la
sutileza de un ariete.
—Pero lo superarás. Porque tu hijo se va a casar y te
necesita.
Ed Nilsen me pone una cara de cachorro triste poco
irónico. —Bueno, por supuesto —dice, sonando levemente
aturdido—. Si me disculpas, tengo que… —Nunca termina
la oración, solo mira a Alex con una confusión bastante en
blanco y aprieta el hombro de su hijo antes de alejarse.
A mi lado, Alex deja escapar un suspiro de ansiedad y
yo giro hacia él.
—¡Lo siento! Lo hice raro. Lo siento.
—No —Desliza su mano de nuevo en la mía—. En
realidad, creo que acabo de desarrollar un fetiche que es
específicamente tú entregando verdades duras a mi padre.
—En ese caso —digo—. Vamos a hablar con él sobre
ese bigote.
Empiezo a alejarme, y Alex me atrae hacia él, sus
manos en mi cintura, la voz baja al lado de mi oído. —En
caso de que no te bese tan pornográficamente como
quisiera por el resto de la noche, por favor ten en cuenta
que después de este viaje, invertiré en terapia para
entender por qué me siento incapaz de expresar felicidad
frente a mi familia.
—Y así nació mi fetiche de Alex Nilsen exhibiendo el
auto-cuidado —digo, y me lanza un beso rápido en el
costado de la cabeza.
En ese momento, una oleada de gritos y chillidos flota
a través de las puertas delanteras del bistró, y Alex se aleja
de mí. —Y esos serán las sobrinas y el sobrino.
 
32
Este Verano
 

Las hijas de Bryce tienen seis y cuatro años, y el hijo de


Cameron tiene poco más de dos. La hermana de Tham
también tiene una hija de seis años, y juntos, los cuatro
corren como locos por el restaurante, las risas rebotan en
los candelabros.
Alex está feliz de perseguirlos, de tirarse al suelo
cuando intentan derribarlo y de levantarlos, gritando
felizmente, en el aire cuando los atrapa.
Él es el Alex que conozco con ellos, divertido, abierto y
juguetón, e incluso si no estoy segura de cómo interactuar
con los niños, cuando el me atrae al juego, hago lo mejor
que puedo.
—Somos princesas —me dice Kat, la sobrina de Tham,
tomando mi mano—. Pero también somos guerreras. ¡Así
que tenemos que matar al dragón!
—¿Y el tío Alex es el dragón? —Lo confirmo y ella
asiente con los ojos muy abiertos y solemne.
—Pero nosotras no tenemos que matarlo —explica sin
aliento—. Si podemos domesticarlo, él puede ser nuestra
mascota.
Desde la mitad de debajo de una mesa donde se está
defendiendo de la cría de Nilsen una a la vez, me lanza una
mirada abreviada de la cara de perrito regañado.
—Está bien —le digo a Kat—. ¿Cuál es el plan?
La noche se mueve en alzas y bajas. Primero la hora
del cóctel, luego la cena, una miríada de pequeñas pizzas
gourmet decoradas con queso de cabra y rúcula, calabaza
de verano y llovizna balsámica, cebolla roja en escabeche y
coles de bruselas asadas, y todo tipo de cosas que harían
burla a los puristas de la pizza como Rachel Krohn.
Nos sentamos en la mesa de los niños, que la esposa
de Bryce, Ángela, me agradece como un centenar de veces
una vez que termina la comida. —Amo a mis hijos, pero a
veces solo quiero sentarme a cenar y hablar de algo que no
sea Peppa Pig.
—Eh —digo—. Principalmente hablamos de literatura
rusa.
Ella golpea mi brazo más fuerte de lo que piensa
cuando se ríe, luego agarra a Bryce por el brazo y lo jala. —
Cariño, tienes que escuchar lo que Poppy acaba de decir.
Ella se cuelga de él, y él está un poco rígido, un Nilsen
en el fondo, pero también mantiene una mano en su
espalda baja. No se ríe cuando Ángela me hace repetirme,
pero dice con su tono llano y sincero de Nilsen.
—Literatura Rusa. Eso es gracioso.
Antes de que se sirva el postre y el café, la hermana de
Tham que esta enormemente embarazada, con gemelos, se
pone de pie y golpea con un tenedor su vaso de agua,
llamando la atención en la cabecera de la disposición de las
mesas.
—A nuestros padres no les gusta mucho hablar en
público, así que acepté dar un pequeño brindis esta noche.
Ya con los ojos llorosos, respira hondo. —¿Quién
hubiera pensado que mi molesto hermano pequeño se
convertiría en mi mejor amigo? —Ella habla de la infancia de
ella y de Tham en el norte de California, sus peleas a gritos,
la vez que él tomó su auto sin preguntar y lo estrelló contra
un poste telefónico. Y luego el punto de inflexión, cuando
ella y su primer marido se divorciaron, y Tham le pidió que
se mudara con él. Cuando ella lo atrapó llorando mientras
miraba Sweet Home Alabama57 y, después de burlarse de
él apropiadamente, se hundió en el sofá para ver el resto
con él, hasta que ambos lloraron mientras se reían de sí
mismos y decidieron que tenían que salir en medio de la
noche a tomar un helado.
—Cuando me casé de nuevo —dice—. Lo más difícil fue
saber que probablemente nunca volvería a vivir contigo. Y
cuando tu empezaste a hablar de David, me di cuenta de lo
enamorado que estabas y tenía miedo de perder aún más
de ti, entonces yo conocí a David.
Hace una mueca que provoca risas, relajadas en el lado
de la familia de Tham y restringidas en el de David. —De
inmediato supe que iba a tener otro mejor amigo. No existe
el matrimonio perfecto, pero todo lo que ustedes dos tocan
se vuelve hermoso y esto no será diferente.
Hay aplausos, abrazos y besos en las mejillas, y los
meseros han comenzado a salir de la cocina con el postre
cuando, de repente, el Sr. Nilsen se pone de pie,
balanceándose torpemente, golpeando un cuchillo con su
vaso de agua tan ligeramente que bien podría ser una
pantomima.
David se mueve en su asiento y los hombros de Alex se
levantan protectoramente mientras la atención se fija en su
padre.
—Sí —dice Ed.
—Empezando fuerte —susurra Alex con fuerza. Aprieto
su rodilla debajo de la mesa y doblo mi mano con la suya.
Ed se quita las gafas, las sostiene a su lado y se aclara
la garganta. —David —dice, volviéndose hacia los novios—.
Mi dulce niño. Sé que no siempre lo hemos tenido fácil. Sé
que tú no lo has hecho —agrega más tranquilamente—.
Pero siempre has sido una bola de luz, y… —Él exhala un
suspiro. Traga algo de emoción creciente y continúa—. No
puedo atribuirme el mérito de cómo has resultado. No
siempre estuve ahí como debería haber estado. Pero tus
hermanos hicieron un trabajo increíble criándote y estoy
orgulloso de ser tu padre. —Mira hacia el suelo,
recomponiéndose—. Estoy orgulloso de ver que te vas a
casar con el hombre de tus sueños. Tham, bienvenido a la
familia.
Mientras los aplausos se extienden por la sala, David se
acerca a su padre. Le da la mano, luego se lo piensa mejor y
le da un abrazo a Ed. Es breve e incómodo, pero sucede y, a
mi lado, Alex se relaja. Tal vez cuando termine esta boda,
todo vuelva a ser como era antes, pero tal vez ellos también
cambien.
Después de todo, el Sr. Nilsen lleva un gran broche de
orgullo gay. Tal vez las cosas siempre puedan mejorar entre
personas que quieren hacer un buen trabajo amándose
entre sí. Quizás eso es todo lo que se necesita.
Esa noche, cuando regresamos al hotel, Alex se da una
ducha rápida mientras yo hojeo los canales de la televisión,
deteniéndome en una repetición de Bachelor in paradise58.
Cuando Alex sale del baño, se sube a la cama y me atrae
hacia él, y levanto mis brazos sobre mi cabeza para que
pueda quitarme mi camiseta holgada, sus manos se
extienden por mis costillas, su boca deja caer besos por mi
estómago. —Pequeña luchadora —susurra contra mi piel.
Esta vez todo es diferente entre nosotros. Más suave,
más gentil, más lento. Nos tomamos nuestro tiempo, no
decimos nada que no se pueda decir con las manos, la boca
y las extremidades.
Te amo, me dice de una docena de formas diferentes, y
yo lo respondo cada vez.
Cuando terminamos, nos acostamos juntos, enredados
y empapados de sudor, respirando profundo y tranquilo. Si
habláramos, uno de nosotros tendría que decir mañana es
el último día de este viaje. Tendríamos que decir y ahora
que, y todavía no hay respuesta para eso.
Entonces no hablamos. Nos quedamos dormidos juntos,
y por la mañana, cuando Alex regresa de su carrera con dos
tazas de café y un trozo de pastel de café, nos besamos un
poco más, esta vez con furia, como si la habitación
estuviera en llamas y esto fuera la mejor forma de apagarlo.
Luego, cuando tenemos que hacerlo, cuando se nos acaba
el tiempo, nos relajamos para prepararnos para la boda.
La propiedad es una casa de estilo español con puertas
de hierro forjado y un exuberante jardín. Palmeras y
columnas y largas mesas de madera oscura con sillas de
respaldo alto talladas a mano. Sus arreglos florales son
todos de color amarillo vibrante, girasoles y margaritas y
delicadas ramitas de diminutas flores silvestres, y un
cuarteto de cuerdas vestidos de blanco tocan algo soñador
y romántico cuando los invitados ingresan al recinto.
Más sillas de respaldo alto están alineadas en un tramo
de césped ininterrumpido, una explosión de flores amarillas
se alinea en el pasillo entre ellas. La ceremonia es corta y
dulce porque, en palabras de David, mientras caminan por
el pasillo hacia una versión animada y de cuerdas de “Here
Comes the Sun”. —¡Es tiempo de festejar!
El día pasa con fuerza y un dolor se instala debajo de
mis clavículas que parece profundizarse con el crepúsculo.
Es como si estuviera experimentando toda la noche dos
veces, dos versiones del mismo rollo de película que se
reproducen ligeramente superpuestas.
Ahí está, el yo que está aquí ahora, comiendo una
increíble comida vietnamita de siete platos. El mismo que
persigue a los niños alrededor de las piernas de adultos
ajenos, jugando al escondite con ellos y Alex debajo de las
mesas. El mismo que bebe margaritas en la pista de baile
con Alex mientras “Pour Some Sugar on Me” suena a todo
volumen y gotas de sudor y champán se esparcen sobre la
multitud.
El mismo que lo está acercando cuando llegan los The
Flamingos, tocando “I Only Have Eyes for You”, y que
entierra mi cara en su cuello, tratando de memorizar su olor
más a fondo de lo que los últimos doce años me han
permitido, para poder invocarlo a voluntad, y todo lo
relacionado con esta noche volverá rápidamente, su mano
apretada en mi cintura, su boca entreabierta contra mi sien,
sus caderas apenas balanceándose mientras nos
abrazamos.
Ahí está esa Poppy, que lo está experimentando todo y
tiene la noche más mágica de su vida. Y luego está la que
ya se lo está perdiendo, que está viendo todo esto suceder
desde algún punto en la distancia, sabiendo que nunca
podré volver y hacerlo todo de nuevo.
Tengo demasiado miedo de preguntarle a Alex qué
viene después. Tengo demasiado miedo de preguntarme
eso. Nos amamos. Nos queremos el uno al otro.
Pero eso no ha cambiado el resto de nuestra situación.
Así que sigo aferrándome a él y me digo a mí mismo
que, por ahora, debería disfrutar este momento. Estoy de
vacaciones. Las vacaciones siempre terminan.
Es el hecho de que sea finito lo que hace que viajar sea
especial. Podrías mudarte a cualquiera de esos destinos que
te encantaron en pequeñas dosis, y no serían los
fascinantes siete días que te cambiaron la vida que pasaste
allí como invitado, dejando un lugar en tu corazón por
completo, dejando que te cambie.
La canción termina.
El baile termina.
No mucho después de eso, se encienden bengalas en
un largo túnel de personas que aman a David y Tham, y
luego corren a través de él, sus rostros inundados de luz
cálida y amor profundo, y luego, como si fuera una persona
que se va a dormir, la noche termina.
Alex y yo nos despedimos, lo suficientemente sueltos
de una noche de bebida y baile como para abrazar a
decenas de personas que eran perfectos desconocidos hace
horas. Conducimos a casa en silencio, y cuando llegamos,
Alex no se ducha, ni siquiera se desnuda. Simplemente nos
metemos en la cama y nos abrazamos hasta que nos
dormimos.

La mañana es mejor
Por un lado, los dos nos olvidamos de poner las alarmas
y nos levantamos lo suficientemente tarde como para que ni
siquiera el despertador interno de Alex nos despierte a
tiempo para holgazanear por el hotel. Llegamos tarde desde
el momento en que abrimos los ojos, y no hay nada más
que hacer que tirar la ropa en bolsas, revisar debajo de las
camas para ver si hay calcetines y sujetadores caídos y
cualquier otra cosa.
—¡Todavía tenemos que recuperar el Aspire! — Alex se
da cuenta en voz alta mientras cierra la cremallera de su
equipaje.
—¡En eso! —digo—. Si puedo ponerme en contacto con
la propietaria, tal vez nos deje dejarlo en el aeropuerto y le
paguemos cincuenta dólares más o algo así.
Pero no la conseguimos, así que estamos gritando por
la autopista, cruzando los dedos para llegar al aeropuerto a
tiempo.
—Realmente lamento no haberme duchado ahora —
dice Alex mientras baja la ventanilla y se pasa la mano por
el cabello sucio.
—¿Ducharse? —digo—. Cuando me estaba quedando
dormida, tuve el pensamiento, tengo que orinar, pero lo
aguantaré hasta la mañana.
Alex mira por encima del hombro. —Estoy seguro de
que dejaste una taza vacía aquí en algún momento de esta
semana, si las cosas se ponen desesperadas.
—¡Desagradable! —digo, pero tiene razón. Hay una
debajo de mi pie y otro en el portavaso del asiento trasero
—. Esperemos que no llegue a eso. No soy una buena
tiradora.
Se ríe, pero es distante. —No es así como me
imaginaba que iba a ir este día.
—Yo tampoco —digo—. Pero, de nuevo, todo el viaje fue
algo sorprendente.
Ante eso, sonríe, agarra mi mano contra la palanca de
cambios y se la lleva a los labios unos segundos después,
sosteniéndola allí, pero sin besarla del todo.
—¿Qué, estoy pegajosa? —pregunto.
El niega con la cabeza. —Solo quiero recordar cómo se
siente tu piel.
—Eso es muy dulce, Alex —le digo—. Y no es algo que
diría un asesino en serie.
Me estoy desviando, pero no estoy segura de cómo
manejar esto. Una carrera loca, juntos, al aeropuerto. Un
adiós apresurado a nuestras puertas, o tal vez simplemente
separarse y correr en direcciones opuestas. Es la antítesis
exacta de todas las películas de comedia romántica que he
amado, y si me permito pensar en ello, creo que podría
tener un ataque de pánico en toda regla.
Por un milagro y una buena cantidad de exceso de
velocidad, y sí, sobornando a un conductor de Uber para
que pase por algunas luces amarillas tardías después de
dejar el Aspire, llegamos al aeropuerto y nos registramos en
nuestros vuelos. El mío sale quince minutos después de
Alex, así que nos dirigimos a su puerta primero,
desviándonos para comprar un par de barras de granola y el
último número de R+R de una librería en la terminal.
Llegamos a su puerta justo cuando comienza el
abordaje, pero tenemos unos minutos hasta que llamen a su
grupo, así que nos quedamos allí, jadeando, sudorosos, con
los hombros doloridos por llevar nuestras maletas, Mi tobillo
se raspo por golpearlo accidentalmente con la funda rígida
de mi bolsa de mano cada pocos pasos.
—¿Por qué los aeropuertos están tan calientes? —dice
Alex.
—¿Es esta la configuración para una broma? —
pregunto.
—No, realmente quiero saber.
—Comparado con el apartamento de Nikolai, esto es el
ártico, Alex.
Su sonrisa es tensa. Ninguno de los dos lo está
manejando bien.
—Entonces —dice.
—Entonces.
—¿Cómo crees que va a ir este artículo con Swapna?
¿Jardines que cierran a la mitad del día y carruseles tan
calientes que no son seguros para montar?
—Oh. Bien —toso— Me avergüenza menos haberle
mentido a Alex sobre este viaje que el hecho de que me
olvidé de mencionarlo hasta ahora, y me veo obligada a
utilizar varios de nuestros últimos preciosos momentos
juntos para explicarlo—. Así que R + R puede que no haya
aprobado técnicamente este viaje.
Arquea una ceja. —¿Puede que no?
—O puede haberlo rechazado rotundamente.
—¿Qué, en serio? Entonces, ¿por qué estaban pagando
por…? — Se interrumpe cuando lee la respuesta en mi cara
—. Poppy. No deberías haberlo hecho. O deberías habérmelo
dicho.
—¿Habrías hecho este viaje si supieras que lo estaba
pagando?
—Por supuesto que no —dice.
—Exactamente —digo—. Y necesitaba hablar contigo.
Quiero decir, obviamente necesitábamos hablar.
—Podrías haberme llamado —razona—. Nos volvimos a
enviar mensajes de texto. Estábamos… No sé, trabajando
en eso.
—Lo sé —digo—. Pero no fue tan simple. Lo estaba
pasando mal en el trabajo, simplemente tenía una
sensación por todo el asunto, perdida y aburrida, y como ni
siquiera supiera lo que quiero a continuación en mi vida, y
luego hablé con Rachel, y ella señaló que, en cierto modo,
habría conseguido todo lo que quería profesionalmente, y
tal vez solo necesitaba encontrar algo nuevo que querer, y
luego pensé en la última vez que fui feliz y…
—¿De qué estás hablando? —Alex dice, sacudiendo la
cabeza—. Rachel te dijo… ¿Qué me engañaras para que me
vaya de viaje contigo?
—¡No! —digo, el pánico se retuerce en mis entrañas
¿Cómo es que esto se descarrilo tan rápido? —. ¡Eso no! Su
madre es terapeuta y, según ella, es común estar deprimido
cuando has cumplido todas tus metas a largo plazo. Porque
necesitamos un propósito. Y luego Rachel sugirió que tal vez
solo necesitaba tomarme un descanso de la vida y dejarme
descubrir lo que quiero.
—Un descanso de la vida —dice Alex en voz baja, su
boca se afloja, sus ojos oscuros y tormentosos.
Es obvio de inmediato que he dicho algo incorrecto.
Todo esto está saliendo tan mal. Tengo que arreglarlo. —
Solo quiero decir, que no había sido feliz desde nuestro
último viaje.
—Entonces me mentiste para que hiciera un viaje
contigo, y luego tuviste sexo conmigo, y me dijiste que me
amabas y viniste a la boda de mi hermano, porque
necesitabas un descanso de tu vida real.
—Alex, por supuesto no —digo, acercándome a él.
Se aparta de mí con los ojos bajos. —Por favor, no me
toques ahora mismo, Poppy. Estoy tratando de pensar, ¿de
acuerdo?
—¿Pensar en qué? —pregunto, la emoción espesa mi
voz. No entiendo qué está pasando, cómo lo he lastimado o
cómo solucionarlo—. ¿Por qué estás tan molesto en este
momento?
—¡Porque lo decía en serio! —dice, finalmente
mirándome a los ojos.
Un pulso de dolor se dispara a través de mi estómago.
—¡Yo también! —Lloro.
—Lo decía en serio, y sabías que lo decía en serio —
dice—. No fue un impulso. Durante años supe que te
amaba, lo pensé desde todos los ángulos y supe lo que
quería antes de besarte. Estuvimos dos años sin hablar, y
pensé en ti todos los días y te di el espacio que pensé que
querías, y todo ese tiempo me pregunté qué estaría
dispuesto a hacer, a rendirme, si decidieras que querías
estar conmigo también. Pasé todo ese tiempo alternando
entre intentar seguir adelante y dejarte ir, para que
pudieras ser feliz, y mirar ofertas de trabajo y apartamentos
cerca de ti, por si acaso.
—Alex —Niego con la cabeza, fuerzo las palabras a
pasar el nudo en mi garganta— No tenía ni idea.
—Lo sé. —Se frota la frente mientras cierra los ojos—.
Yo sé eso. Y tal vez debería habértelo dicho. Pero, joder,
Poppy, no soy un taxista acuático que conociste en
vacaciones.
—¿Qué se supone que quiere decir? —solicito. Cuando
abre los ojos, están tan llorosos que empiezo a alcanzarlo
de nuevo hasta que recuerdo lo que dijo, por favor no me
toques ahora mismo.
—No soy unas vacaciones de tu vida real —dice—. No
soy una experiencia novedosa. Soy alguien que ha estado
enamorado de ti durante una década, y nunca debiste
haberme besado si no lo hubieras sabido que querías esto,
todo el tiempo. No fue justo.
—Yo quiero esto —digo, pero incluso mientras lo digo,
una parte de mí no tiene idea de lo que eso significa.
¿Quiero casarme?
¿Quiero tener hijos?
¿Quiero vivir en un piso de los años setenta en Linfield,
Ohio?
¿Quiero alguna de las cosas que Alex anhela para su
vida?
No he pensado en nada de eso y Alex se da cuenta.
—No lo sabes —dice Alex—. Dijiste que no lo sabes,
Poppy. No puedo dejar mi trabajo, mi casa y mi familia solo
para ver si eso cura tu aburrimiento.
—No te pedí que hicieras eso, Alex —le digo,
sintiéndome desesperada, como si estuviera luchando por
agarrarme y dándome cuenta de que todo debajo de mí
está hecho de arena. Se está escapando de mi agarre por
última vez, y no habrá forma de volver a poner todo esto en
forma.
—Lo sé —dice, frotando las líneas de su frente,
haciendo una mueca—. Dios, lo sé. Es mi culpa. Debería
haber sabido que esto era una mala idea.
—Detente —le digo, con tantas ganas de tocarlo,
dolorida por tener que conformarme con apretar mis manos
en puños—. No digas eso. Estoy resolviendo las cosas, ¿de
acuerdo? Yo solo… Necesito resolver algunas cosas.
El agente de la puerta llama al grupo seis para que
comience a abordar y los últimos rezagados se alinean.
—Tengo que irme —dice, sin mirarme.
Mis ojos se llenan de lágrimas, mi piel está caliente y
me pica como si mi cuerpo se encogiera alrededor de mis
huesos, volviéndose demasiado tenso para soportarlo.
—Te amo, Alex —digo—. ¿Eso no importa?
Sus ojos miraran, oscuros, insondables, llenos de dolor
y deseo. —Yo también te amo, Poppy —dice—. Ese nunca ha
sido nuestro problema. —Mira por encima del hombro. La
línea casi ha desaparecido.
—Podemos hablar de esto cuando estemos en casa —
digo—. Podemos resolverlo.
Cuando Alex me mira, su rostro está angustiado, sus
ojos enrojecidos. —Mira.. —dice suavemente—. No creo que
debamos hablar por un tiempo.
Niego con la cabeza. —Eso es lo último que debemos
hacer, Alex. Tenemos que resolver esto.
—Poppy —Coge mi mano y la toma suavemente entre
las suyas—. Sé lo que quiero. Tú necesitas resolver esto.
Haría cualquier cosa por ti, pero, por favor, no me lo pidas si
no estás segura. Pero... —Traga saliva. La línea se ha ido. Es
hora de que se vaya. Obliga al resto con un ronco murmullo
—. No puedo ser un descanso de tu vida real, y no seré lo
que te impida tener lo que quieres.
Su nombre se atora en mi garganta. Se inclina un poco,
apoyando su frente contra la mía, y cierro los ojos. Cuando
los abro, él camina hacia el puente de los aviones sin mirar
atrás.
Respiro hondo, recojo mis cosas y me dirijo a mi
puerta.mCuando me siento a esperar y aprieto mis rodillas
contra mi pecho, escondiendo mi rostro contra ellas,
finalmente me permito llorar libremente.
Por primera vez en mi vida, el aeropuerto me parece el
lugar más solitario del mundo.Toda esa gente, separándose,
yendo en sus propias direcciones, cruzando caminos con
cientos de personas, pero nunca conectándose.
 
33
Hace Dos Veranos
 
Un caballero mayor viaja con nosotros a Croacia como
el fotógrafo oficial de R+R.
Bernard. Es muy hablador, siempre lleva un chaleco de
lana y a menudo se interpone entre Alex y yo sin notar las
miradas divertidas que intercambiamos sobre la cabeza
calva de Bernard. (Es más bajo que yo, aunque a lo largo del
viaje nos dice a menudo que en sus mejores tiempos medía
1,65 m).
Juntos, los tres vemos la antigua ciudad de Dubrovnik,
el casco antiguo, con sus altas murallas de piedra y sus
sinuosas calles, y más allá, las playas rocosas y las prístinas
aguas turquesas del Adriático.
Los otros fotógrafos con los que he viajado han sido
todos bastante independientes, pero Bernard es un viudo
reciente, no está acostumbrado a vivir solo. Es un tipo
simpático, pero interminablemente sociable y hablador, y a
lo largo de nuestro tiempo en la ciudad, observo cómo
agota a Alex, hasta que todas las preguntas de Bernard son
respondidas con monosílabos. Bernard no se da cuenta;
normalmente sus preguntas son meros trampolines para
historias que le gustaría compartir.
Las historias implican muchos nombres y fechas, y se
toma mucho tiempo para asegurarse de que acierta en cada
una de ellas, a veces repitiendo cuatro o cinco veces hasta
que está seguro de que este suceso ocurrió un miércoles y
no, como pensó al principio, un jueves.
Desde la ciudad, tomamos un ferry abarrotado hasta
Korčula, una isla frente a la costa. R+R nos ha reservado
dos habitaciones de hotel tipo apartamento con vistas al
agua. De alguna manera, a Bernard se le mete en la cabeza
que él y Alex compartirán una de ellas, lo que no tiene
sentido, ya que él es un empleado de R+R, que obviamente
debería tener su propio alojamiento, mientras que Alex es
mi invitado.
Intentamos decírselo.
—Oh, no me importa —dice—. Además, tengo dos
habitaciones por accidente.
Es una causa perdida intentar convencerle de que esa
habitación debía ser la de Alex y la mía, por eso los dos
dormitorios, y sinceramente, creo que ambos sentimos
demasiada simpatía por Bernard como para insistir en el
asunto. Los apartamentos en sí son elegantes y modernos,
todos blancos y acero inoxidable con balcones con vistas al
agua brillante, pero las paredes son finas como el papel, y
cada mañana me despierto con el sonido de tres niños
pequeños corriendo y gritando en el apartamento de arriba.
Además, algo se ha muerto en la pared detrás de la
secadora en el armario de la lavandería, y cada día que
llamo a la recepción para decirles, envían a un adolescente
para que haga algo con el olor mientras estoy fuera. Estoy
bastante segura de que se limita a abrir todas las ventanas
y a rociar con Lysol todo el lugar, porque el dulce aroma a
limón al que vuelvo se desvanece cada noche a medida que
el olor a animal muerto vuelve a sustituirlo.
Esperaba que estas fueran las mejores vacaciones de
todas las que hemos tomado.
Pero, aparte del olor a muerte y los chillidos de los
bebés al amanecer, está el hecho de Bernard. Después de la
Toscana, sin hablar de ello, Alex y yo dimos un paso atrás en
nuestra amistad. En lugar de mensajes diarios, empezamos
a ponernos al día cada dos semanas. Habría sido demasiado
fácil volver a cómo eran las cosas entonces, pero no podía
hacer eso, ni a él ni a Trey.
En lugar de eso, me dediqué a trabajar, haciendo todos
los viajes que se presentaban, a veces uno detrás de otro. Al
principio, Trey y yo éramos más felices que nunca, pues era
allí donde prosperábamos: a caballo y a lomos de un
camello, caminando por volcanes y saltando por cascadas.
Pero, con el tiempo, nuestras interminables vacaciones
empezaron a parecerse a una huida, como si fuéramos dos
ladrones de bancos sacando lo mejor de una mala situación
mientras esperábamos a que el FBI se acercara.
Empezamos a discutir. Él quería levantarse temprano y
yo me quedaba dormida. Yo caminaba demasiado despacio
y él se reía demasiado fuerte. Me molestaba cómo
coqueteaba con nuestra camarera, y él no soportaba que yo
tuviera que recorrer cada pasillo de cada tienda idéntica
que pasábamos.
Nos quedaba una semana de viaje a Nueva Zelanda
cuando nos dimos cuenta de que habíamos seguido nuestro
recorrido.
—Ya no nos divertimos —dijo Trey.
Me puse a reír de alivio. Nos separamos como amigos.
No lloré. Los últimos seis meses habían sido un lento
desenredo de nuestras vidas. La ruptura fue sólo el corte de
una última cuerda.
Cuando le envié un mensaje a Alex para contárselo, me
dijo: ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?
Será más fácil explicarlo en persona, escribí, con el
corazón en vilo.
Es justo, dijo.
Unas semanas más tarde, también por mensaje, me
dijo que él y Sarah habían vuelto a romper.
No lo había visto venir: Se habían mudado juntos a
Linfield cuando él terminó su doctorado, incluso trabajaban
en la misma escuela, un milagro tan profundo que parecía la
aprobación expresa del universo a su relación y por todo lo
que Alex me había contado, habían estado mejor que
nunca. Más felices. Todo era tan natural para ellos. A menos
que mantuviera sus problemas en privado, lo que tendría
mucho sentido.
¿Quieres hablar? pregunté, sintiéndome a la vez
aterrorizada y llena de adrenalina.
Como has dicho, ha respondido, probablemente
sea más fácil de explicar en persona.
Llevaba dos meses y medio esperando para tener esa
conversación. Extrañaba mucho a Alex, y por fin no había
nada que nos impidiera hablar con franqueza, ninguna
razón para contenernos o andar de puntillas el uno con el
otro o intentar no tocarnos.
Excepto por Bernard.
Navega con nosotros en kayak al atardecer. Nos
acompaña en nuestro recorrido por las bodegas familiares
reunidas en el interior. Nos acompaña en las cenas de
marisco cada noche. Sugiere una copa después. Nunca se
cansa. Bernard, Alex susurra una noche, podría ser Dios, y
yo resoplo en mi vino blanco.
—¿Alergias? —Bernard dice—. Puedes usar mi pañuelo.
—Entonces me pasa un pañuelo bordado de verdad.
Me gustaría que Bernard hiciera algo horrible, como
usar el hilo dental en la mesa, o cualquier cosa que me
diera valor para exigir una hora de espacio y privacidad.
Este es el más hermoso y peor viaje que Alex y yo
hemos hecho.
En nuestra última noche, los tres nos emborrachamos
en un restaurante con vistas al mar, viendo cómo se funden
los rosas y los dorados del sol a través de todo hasta que el
agua es una sábana de luz, sustituida gradualmente por un
manto de color púrpura intenso. De vuelta al complejo, el
cielo se oscureció y nos separamos, agotados en más de un
sentido y cargados de vino.
Quince minutos más tarde, oigo un ligero golpe en mi
puerta. Abro en pijama y me encuentro con Alex de pie,
sonriendo y sonrojado. —¡Bueno, esto es una sorpresa! —
digo, arrastrando un poco las palabras.
—¿En serio? —dice Alex—. Con la forma en que estabas
dándole alcohol a Bernard, pensé que esto era parte de
algún plan malvado.
—¿Está desmayado? —pregunto.
—Roncando tan jodidamente fuerte —dice Alex, y
mientras los dos empezamos a reír, me presiona con el
índice en los labios—. Shhh —me advierte —he intentado
infiltrarme aquí las dos últimas noches - y se despertó y
salió de su habitación- antes de que yo llegara a la puerta.
Pensé en empezar a fumar sólo para tener una excusa
férrea.
Más risas burbujean a través de mí, calentando mis
entrañas, burbujeando a través de ellas. —¿De verdad crees
que te habría seguido? —susurro, con su dedo aún pegado a
mis labios.
—No estaba dispuesto a correr ese riesgo. —Al otro
lado de la pared, oímos un ronquido miserable, y empiezo a
reírme tan fuerte que mis piernas se vuelven acuosas y me
hundo en el suelo. Alex también lo hace.
Caemos en un montón, una maraña de miembros y
risas silenciosas y temblorosas. Golpeo inútilmente su brazo
mientras otro horrible ronquido ruge a través de la pared.
—Te he extrañado —dice Alex a través de una sonrisa
mientras las risas se van apagando.
—Yo también —digo, con las mejillas doloridas. Me
aparta el cabello de la cara, la estática haciendo que
algunos mechones bailen alrededor de su mano—. Pero al
menos ahora tengo tres de ti. —Le agarro la muñeca para
estabilizarme y cierro un ojo para verlo mejor.
—¿Demasiado vino? —bromea, deslizando su mano
alrededor de mi cuello.
—No —digo— sólo lo suficiente para noquear a Bernard.
La cantidad perfecta. —La cabeza me da vueltas y siento la
piel caliente bajo la mano de Alex, con anillos de calor
satisfactorio que extendiéndose hasta los dedos de los pies
—. Esto debe ser lo que se siente al ser un gato —tarareo.
Se ríe. —¿Cómo es eso?
—Ya sabes. —Muevo la cabeza de un lado a otro,
apoyando mi cuello en su palma—. Sólo... —Me quedo sin
palabras, demasiado satisfecha para continuar. Sus dedos
entran y salen de mi piel, tirando ligeramente de mi cabello,
y suspiro de placer mientras me hundo contra él, mi mano
se posa en su pecho mientras mi frente se apoya en la suya.
Pone su mano sobre la mía, y yo encajo mis dedos en
ella mientras inclino mi cara hacia la suya, nuestras narices
se rozan. Su barbilla se levanta, sus dedos rozan mi
mandíbula. Lo siguiente que sé es que me está besando.
Estoy besando a Alex Nilsen.
Un cálido y lento trago de un beso. Los dos casi nos
reímos al principio, como si todo esto fuera una broma muy
divertida. Entonces, su lengua barre mi labio inferior, un
roce de calor ardiente. Sus dientes lo atrapan brevemente a
continuación, y ya no hay más risas.
Mis manos se deslizan por su cabello y él me atrae
hacia su regazo, sus manos suben por mi espalda y bajan
de nuevo para apretarme las caderas. Mi respiración se
agita y se acelera cuando su boca vuelve a abrir la mía, su
lengua penetra más profundamente, su sabor es dulce,
limpio y embriagador.
Somos manos frenéticas y dientes afilados, telas
arrancadas de la piel y uñas que se clavan en los músculos.
Probablemente Bernard sigue roncando, pero no lo oigo por
encima de la respiración deliciosamente superficial de Alex
o su voz en mi oído, diciendo mi nombre como una
maldición, ni de los latidos de mi corazón que se desbocan
en mis tímpanos mientras balanceo mis caderas contra las
suyas.
Todas esas cosas que no llegamos a decir ya no
importan porque, realmente, esto es lo que necesitábamos.
Necesito más de él. Busco su cinturón —porque lleva un
cinturón, claro que lleva un cinturón—, pero me toma la
muñeca y se echa hacia atrás, con los labios picados y el
cabello revuelto, todo él desordenado de una forma
completamente desconocida y extremadamente atractiva.
—No podemos hacer esto —dice, con la voz gruesa.
—¿No podemos? —Parar se siente como chocar con una
pared. Como si hubiera pequeños pájaros de dibujos
animados girando aturdidamente alrededor de mi cabeza
mientras intento dar sentido a lo que está diciendo.
—No deberíamos —corrige Alex—. Estamos borrachos.
—¿No estamos demasiado borrachos para besarnos
pero sí para dormir juntos? —digo, casi riendo por lo
absurdo, o por la decepción.
Alex tuerce la boca. —No —dice— quiero decir que no
debería haber ocurrido en absoluto. Los dos hemos estado
bebiendo y no pensamos con claridad...
—Mm-hm. —Me alejo de él y me aliso la camiseta del
pijama. Mi vergüenza es total, un golpe en las tripas que
hace que me lloren los ojos. Me levanto del suelo y Alex me
sigue—. Tienes razón —digo—. Fue una mala idea.
Alex se ve miserable. —Sólo quiero decir...
—Lo entiendo —digo rápidamente, tratando de tapar el
agujero antes de que el barco pueda hacer más agua. Fue
un error ir allí, arriesgarme a esto. Pero necesito
convencerle de que todo está bien, de que no hemos
echado gasolina a nuestra amistad y encendido una cerilla
—. No hagamos de esto un gran problema, no lo es —
continúo, con mi convicción—. Es como dijiste: cada uno de
nosotros tenía como tres botellas de vino. No estábamos
pensando con claridad. Haremos como si no hubiera
pasado, ¿bien?
Me mira fijamente, con una expresión tensa que no
puedo leer. —¿Crees que puedes hacerlo?
—Alex, por supuesto —digo—. Tenemos mucha más
historia que una noche de borrachera.
—De acuerdo. —Asiente con la cabeza—. De acuerdo.
—Tras un rato de silencio, dice—: Debería irme a la cama. —
Me estudia durante otro rato, luego murmura—, Buenas
noches —y sale por la puerta.
Después de unos minutos de caminar mortificada, me
arrastro a la cama, donde cada vez que empiezo a
quedarme dormida, todo el encuentro se repite en mi
mente: la insoportable excitación de besarlo y la aún más
insoportable humillación de nuestra conversación.
Por la mañana, cuando me despierto, hay un momento
de felicidad en el que creo que lo he soñado todo. Luego me
tropiezo con el espejo del baño y veo un buen chupón en el
cuello, y el ciclo de recuerdos vuelve a empezar.
Decido no sacar el tema cuando lo veo. Lo mejor que
puedo hacer es fingir que realmente he olvidado lo que
pasó. Para demostrar que estoy bien y nada tiene que
cambiar entre nosotros.
Cuando llegamos al aeropuerto —Bernard, Alex y yo— y
Bernard se aleja para ir al baño, tenemos nuestro primer
minuto a solas del día.
Alex tose. —Siento lo de anoche. Sé que empecé todo y
que no debería haber pasado así.
—En serio —digo—. No es un gran problema.
—Sé que no has superado lo de Trey —murmura,
apartando la mirada—. No debería haber...
¿Mejoraría o empeoraría las cosas admitir lo poco que
se me pasó por la cabeza Trey durante las semanas
anteriores a este viaje? ¿Que la última noche no había
pensado en nadie más que en Alex?
—No es tu culpa —prometo—. Los dos dejamos que
pasara, y no tiene que significar nada, Alex. Sólo somos dos
amigos que se besaron una vez estando borrachos.
Me estudia durante unos segundos. —Está bien. —No
parece que esté bien. Parece que preferiría estar en una
convención de saxofón con un gran número de asesinos en
serie ahora mismo.
Mi corazón se aprieta dolorosamente. —¿Entonces
estamos bien? —digo, deseando que sea así.
Bernard reaparece entonces con una historia sobre un
baño de aeropuerto muy empapelado con papel higiénico
que visitó una vez —el domingo del Día de la Madre, para
los que quieran la fecha exacta— y Alex y yo apenas nos
miramos.
Cuando llego a casa, algo me impide enviarle un
mensaje.
Me enviará un mensaje de texto, pienso. Entonces
sabré que estamos bien.
Después de una semana de silencio, le envío un
mensaje casual sobre una camiseta graciosa que veo en el
metro, y me contesta ha pero nada más. Dos semanas más
tarde, cuando le pregunto: ¿Estás bien? se limita a
responder: Lo siento. He estado muy ocupado. ¿Estás
bien?
Seguro, digo yo.
Alex se mantiene ocupado. Yo también me mantengo
ocupada, y eso es todo.
Siempre supe que había una razón para mantener un
límite. Nos habíamos dejado llevar por nuestra libido y
ahora no podía ni mirarme, ni devolverme el mensaje.
Diez años de amistad tirados por el desagüe sólo para
poder saber a qué sabe Alex Nilsen.
 
34
Este Verano
 
No puedo dejar de pensar en ese primer beso. No
nuestro primer beso en el balcón de Nikolai, sino el de hace
dos años, en Croacia. Todo este tiempo, ese recuerdo se ha
visto de una manera en mi mente, pero ahora se ve
completamente diferente.
Había pensado que se arrepentía de lo que había
pasado. Ahora entendía que se arrepentía de cómo había
sucedido. En un capricho de borracho, cuando no podía
estar seguro de mis intenciones. Cuando yo no estaba
segura de mis intenciones. Él había temido que no hubiera
significado nada, y entonces yo había fingido que no lo
había hecho.
Todo este tiempo había pensado que me había
rechazado. Y él había pensado que yo había sido arrogante
con él y su corazón. Me dolía pensar en cómo le había
hecho daño, y lo peor de todo es que tal vez tenía razón.
Porque aunque ese beso no hubiera significado nada
para mí, tampoco lo había pensado bien. No la primera vez,
y tampoco esta vez. No como Alex.
—¿Poppy? —Dice Swapna, asomándose a mi cubículo
—. ¿Tienes un momento?
Llevo más de cuarenta y cinco minutos en mi mesa,
mirando esta página web sobre turismo en Siberia. Resulta
que Siberia es realmente hermosa. Perfecta para un exilio
autoimpuesto, si es que uno necesita algo así. Minimizo el
sitio. —Um, claro.
Swapna mira por encima de su hombro, comprobando
quién más está hoy, parado en sus escritorios. —En
realidad, ¿te gustaría dar un paseo?
Han pasado dos semanas desde que volví de Palm
Springs, y técnicamente es demasiado pronto para el
tiempo otoñal, pero hoy tenemos un brote aleatorio de él en
Nueva York. Swapna toma su abrigo de Burberry y yo mi
abrigo vintage de espiga y nos dirigimos a la cafetería de la
esquina.
—Así que —dice ella—. No puedo dejar de notar que
has estado deprimida.
—Oh. —Pensé que había estado haciendo un buen
trabajo ocultando cómo me sentía. Por un lado, he estado
haciendo ejercicio durante unas cuatro horas por noche, lo
que significa que duermo como un bebé, me despierto
todavía agotada y paso los días sin demasiada capacidad
mental para preguntarme cuándo contestará Alex a una de
mis llamadas o me devolverá la llamada.
O por qué este trabajo se siente tan agotador como el
de camarera en Ohio. Ya no puedo hacer que nada sume
como debería. Todo el día me oigo decir esta misma frase,
como si estuviera desesperada por sacarla de mi cuerpo,
aunque me sienta incapaz: Lo estoy pasando mal.
Por muy suave que sea esa afirmación —tan suave
como que no puedo evitar darme cuenta de que has estado
en un embudo— se me clava en el centro cada vez que la
oigo.
Lo estoy pasando mal, pienso desesperadamente mil
veces al día, y cuando intento indagar para obtener más
información ¿Un momento difícil con qué? la voz responde:
Todo.
Me siento insuficiente como adulta. Miro a mi alrededor
en la oficina y veo a todo el mundo tecleando, atendiendo
llamadas, haciendo reservas, editando documentos, y sé
que todos están lidiando al menos con lo mismo que yo, lo
que sólo me hace sentir peor por lo duro que me parece
todo.
Vivir, ser responsable de mí misma, parece un reto
insuperable últimamente.
A veces me levanto del sofá, meto comida congelada
en el microondas y, mientras espero a que suene el
temporizador, pienso que tendré que volver a hacer esto
mañana y al día siguiente y al día siguiente. Todos los días,
durante el resto de mi vida, voy a tener que averiguar qué
comer y prepararlo para mí, sin importar lo mal que me
sienta o lo cansada que esté, o lo horrible que sea el
martilleo en mi cabeza. Aunque tenga ciento dos grados de
fiebre, tendré que levantarme y preparar una comida muy
mediocre para seguir viviendo.
No le digo nada de esto a Swapna, porque (a) es mi
jefa, (b) no sé si podría traducir alguno de estos
pensamientos en palabras habladas, y (c) aunque pudiera,
sería humillante admitir que me siento exactamente como
ese estereotipo millennial incapaz, perdida y melancólica
contra el que el mundo es tan aficionado a despotricar.
—Supongo que he estado un poco decaída —es lo que
digo—. No me di cuenta de que estaba afectando a mi
trabajo. Lo haré mejor.
Swapna deja de caminar, se pone sus altísimos
Louboutins y frunce el ceño. —No se trata sólo del trabajo,
Poppy. He invertido personalmente en ser tu mentora.
—Lo sé —digo—. Eres una jefa increíble, y me siento
muy afortunada.
—Tampoco se trata de eso —dice Swapna, un poco
impaciente—. Lo que digo es que, por supuesto, no estás
obligada a hablar conmigo de lo que te pasa, pero creo que
te ayudaría hablar con alguien. Trabajar por tus objetivos
puede ser muy solitario, y el agotamiento profesional es
siempre un reto. He pasado por ello, créeme.
Me muevo ansiosamente sobre mis pies. Aunque
Swapna ha sido una mentora para mí, nunca hemos hablado
de nada personal, y no sé qué decir.
—No sé qué me pasa —admito.
Sé que mi corazón se rompe al pensar que no tengo a
Alex en mi vida.
Sé que me gustaría poder verlo todos los días, y no hay
una parte de mí que se imagine qué más podría haber ahí
fuera, a quién podría perderme de conocer y amar si
estuviéramos realmente juntos.
Sé que la idea de una vida en Linfield me aterroriza.
Sé que he trabajado muy duro para ser esta persona —
independiente, que ha viajado mucho, que ha tenido éxito—
y no sé quién soy si dejo pasar eso.
Sé que todavía no hay otro trabajo que me llame, la
respuesta obvia a mi infelicidad, y que este, que ha sido
increíble durante buena parte de los últimos cuatro años y
medio, últimamente sólo me deja cansado.
Y todo eso se suma a no tener ni puta idea de a dónde
voy ahora, y por lo tanto no tengo ningún derecho real a
llamar a Alex, por lo que finalmente he dejado de intentarlo
por el momento.
—Agotamiento profesional —digo en voz alta—. Eso es
algo que pasa, ¿no?
Swapna sonríe. —Para mí, hasta ahora, siempre ha sido
así. —Busca en su bolsillo y saca una pequeña tarjeta de
visita blanca—. Pero, como he dicho, ayuda hablar con
alguien. —Acepto la tarjeta y ella inclina la barbilla hacia la
cafetería—. ¿Por qué no te tomas unos minutos para ti? A
veces un cambio de escenario es todo lo que se necesita
para tener un poco de perspectiva.
Un cambio de escenario, pienso mientras ella comienza
a regresar por donde vinimos. Eso solía funcionar.
Miro la tarjeta de visita que tengo en la mano y no
puedo evitar reírme.
Dra. Sandra Krohn, psicóloga.
Saco mi teléfono y le envío un mensaje a Rachel. ¿ La
Dra. Mamá está aceptando nuevos pacientes?
¿La Pope actual es tremendamente transgresora?
me responde el mensaje.
 

La madre de Rachel tiene una oficina en su casa en


Brooklyn. Mientras que la estética del diseño de Rachel es
aireada y ligera, la decoración de su madre es cálida y
acogedora, todo madera oscura y vidrieras, plantas
colgantes y libros apilados en todas las superficies,
campanas de viento titilando fuera de casi todas las
ventanas.
En cierto modo, me recuerda a estar en casa, aunque la
versión artística y cultivada del maximalismo del Dra. Krohn
está muy lejos del Museo de Mamá y Papá a Nuestra
Infancia.
Durante nuestra primera sesión le digo que necesito
ayuda para saber qué es lo que viene a continuación para
mí, pero ella me recomienda que empecemos por el pasado.
—No hay mucho que decir —le digo, y luego procedo a
hablar durante cincuenta y seis minutos seguidos. De mis
padres, del colegio, del primer viaje a casa con Guillermo.
Es la única persona con la que he compartido todo
esto, aparte de Alex, y aunque me sienta bien sacarlo a la
luz, no estoy segura de que me ayude con mi crisis vital.
Rachel me hace prometer que seguiré con esto durante al
menos un par de meses. —No huyas de esto —me dice—.
No te harás ningún favor.
Sé que tiene razón. Tengo que atravesar, no alejarme.
Mi única esperanza para resolver esto es quedarme,
sentarme en la incomodidad.
En mis sesiones semanales de terapia. En mi trabajo en
R+R. En mi apartamento, casi siempre vacío.
Mi blog no se utiliza, pero empiezo a escribir un diario.
Mis viajes de trabajo se limitan a escapadas regionales de
fin de semana, y durante mi tiempo de inactividad, recorro
Internet en busca de libros y artículos de autoayuda,
buscando algo que me hable como esa estatua de un oso de
veintiún mil dólares definitivamente no lo hizo.
A veces, busco trabajos en Nueva York; otras veces,
compruebo los listados cerca de Linfield.
Me compro una planta, un libro sobre plantas y un
pequeño telar. Intento enseñarme a tejer con vídeos de
YouTube y me doy cuenta a las tres horas de que me aburre
tanto como se me da mal.
Aun así, dejo el tejido a medio terminar sobre mi mesa
durante días, y se siente como una prueba de que vivo aquí.
Tengo una vida, aquí, un lugar que es mío.
El último día de septiembre, voy de camino a
encontrarme con Rachel en el bar de vinos cuando mi bolsa
se queda atrapada en las puertas del metro de un vagón
abarrotado.
—¡Mierda, mierda, mierda! —Siseo, mientras en el otro
lado, unas cuantas personas trabajan para abrirlas. Un
hombre joven y calvo con un traje azul consigue separar las
puertas y, cuando levanto la vista para darle las gracias, sus
ojos azules se iluminan con claridad y nitidez.
—¿Poppy? —dice, empujando las puertas un poco más
lejos—. ¿Poppy Wright?
Estoy demasiado aturdida para responder. Sale del
vagón, a pesar de no haber hecho ningún esfuerzo por salir
la primera vez que se abrieron las puertas. Esta no es su
parada, pero sale y tengo que retroceder para hacerle sitio
cuando las puertas vuelven a cerrarse.
Y entonces estamos de pie en el andén, y debería decir
algo, sé que tengo que hacerlo, se bajó del maldito tren.
Sólo logro decir: —Vaya. Jason.
Asiente con la cabeza, sonriendo, tocándose el pecho
donde una corbata rosa claro cuelga del cuello planchado
de su camisa blanca. —Jason Stanley. Escuela Secundaria
East Linfield.
Mi cerebro todavía está tratando de procesar esto. No
puede reconciliarlo con este telón de fondo. En mi ciudad,
en la vida que construí para no tocar la anterior.
Tartamudeo: —Claro.
Jason Stanley ha perdido casi todo el cabello. Ha
engordado un poco en la zona de la cintura, pero aún queda
algo del chico guapo del que una vez estuve enamorada y
que luego me arruinó la vida.
Se ríe y me da un codazo. —Fuiste mi primera novia.
—Bueno —digo, porque eso no parece del todo
correcto. Nunca he pensado en Jason Stanley como mi
primer novio. Primer enamoramiento convertido en acoso,
tal vez.
—¿Estás ocupada ahora mismo? —Mira su reloj—.
Tengo unos minutos si quieres ponerte al día.
No quiero ponerme al día.
—En realidad estoy de camino a la terapia —digo, por
alguna maldita razón. Fue la primera excusa que se me
ocurrió. Hubiera preferido soltar que iba a llevar un detector
de metales a la playa más cercana para buscar monedas.
Avanzo hacia la escalera y Jason me sigue.
—¿Terapia? —dice, todavía sonriendo—. No por esa
mierda que hice cuando era un idiota celoso, espero. —
Guiña un ojo—. Quiero decir, esperas causar una impresión,
pero no de ese tipo.
—No sé de qué estás hablando —miento mientras
subimos los escalones—. ¿De verdad? —dice Jason—. Dios,
eso es un alivio. Pienso en ello todo el tiempo. Incluso
intenté buscarte en Facebook una vez para poder
disculparme. No tienes Facebook, ¿verdad?
—En realidad, no —digo.
Sí tengo Facebook. No tengo mi apellido en Facebook
específicamente porque no quería que gente como Jason
Stanley me encontrara. O alguien de Linfield. Quería
desvanecer esa parte de mí y reaparecer completamente
formada en una nueva ciudad, y eso es lo que hice.
Salimos del metro a las calles arboladas. Vuelve a
sentirse el mismo frescor en el aire. El otoño se ha tragado
por fin los últimos bocados del verano.
—De todos modos —dice Jason, con los primeros signos
de vergüenza. Se detiene, frotando la parte posterior de su
cabeza—. Te dejaré sola. Te he visto y no me lo podía creer.
Sólo quería saludarte. Y disculparme, supongo.
Pero yo también me detengo, porque ¿no llevo un mes
diciendo que ya he terminado de huir de los problemas,
maldita sea? Dejé Linfield, y de alguna manera eso no fue
suficiente. Está aquí. Como si el universo me diera un fuerte
empujón en la dirección correcta.
Tomo aire y giro hacia él, cruzando los brazos. —¿Lo
sientes por qué, Jason?
Debe ver en mi cara que estaba mintiendo al decir que
no me acordaba, porque ahora parece enormemente
avergonzado.
Respira entrecortadamente y estudia sus zapatos de
vestir marrones con culpabilidad. —¿Recuerdas lo horrible
que era el instituto, verdad? —dice—. Te sientes tan fuera
de lugar, como si algo estuviera mal contigo y en cualquier
momento todos los demás se van a dar cuenta. Ves que les
pasa a otras personas. Los niños con los que solías jugar al
cuatro en raya de repente reciben apodos crueles, no son
invitados a las fiestas de cumpleaños. Y sabes que podrías
ser el siguiente, así que te conviertes en un pequeño
imbécil. Si señalas a otras personas, nadie se fijará
demasiado en ti, ¿verdad? Yo fui tu imbécil, es decir, fui el
imbécil en tu vida, durante un tiempo.
La acera se balancea frente a mí, una ola de mareo me
golpea. Lo que esperaba, no era eso.
—Sinceramente, no puedo creer que esté diciendo esto
—dice—. Acabo de verte en el andén del tren y tenía que
decir algo.
Jason respira profundamente, su ceño fruncido dibuja
arrugas de cansancio en las comisuras de la boca y los ojos.
Somos tan viejos, pienso. ¿Cuándo nos hicimos tan
viejos?
De repente ya no somos niños, y parece que ha
sucedido de la noche a la mañana, tan rápido que no he
tenido tiempo de darme cuenta, de desprenderme de todo
lo que antes me importaba tanto, de ver que las viejas
heridas que antes parecían laceraciones a nivel de las tripas
se han desvanecido hasta convertirse en pequeñas
cicatrices blancas, mezcladas entre las estrías y las
manchas de sol y los pequeños surcos donde el tiempo ha
rozado mi cuerpo.
He puesto tanto tiempo y distancia entre esa chica
solitaria y yo, ¿y qué importa? Aquí hay un trozo de mi
pasado, justo delante de mí, a kilómetros de distancia de
casa. No puedes escapar de ti mismo. Ni tu historia, ni tus
miedos, ni las partes de ti mismo que te preocupan que
estén mal.
Jason echa otra mirada a sus pies. —En la reunión —
dice— alguien me dijo que te iba muy bien. Trabajando en
R+R. Es increíble. De hecho, agarré un número hace un
tiempo y leí tus artículos. Es genial, parece que has visto el
mundo entero.
Finalmente, consigo hablar. —Sí. Es... es realmente
genial.
Su sonrisa se amplía. —¿Y vives aquí?
—Mm-hm. —Toso para aclararme la garganta—. ¿Y tú?
—No —dice—. Estoy en el negocio. Cosas de ventas.
Sigo en Linfield. —Esto, me doy cuenta, es lo que he estado
esperando durante años. El momento en que finalmente sé
que he ganado: Salí. Hice algo de mí misma. Encontré un
lugar al que pertenecía. Demostré que no estaba rota
mientras la persona que fue más cruel conmigo se quedó
atrapada en el pequeño y asqueroso Linfield.
Excepto que eso no es lo que siento. Porque Jason no
parece atascado, y ciertamente no está siendo cruel. Está
aquí, en esta ciudad, con una bonita camisa blanca, siendo
genuinamente amable.
Tengo un escozor en los ojos, una sensación de calor en
la garganta.
—Si alguna vez vuelves allí —dice Jason con
inseguridad— y quieres quedar...
Intento hacer algún tipo de ruido de asentimiento, pero
no pasa nada. Es como si la pequeña persona que está
sentada en el panel de control de mi cerebro se hubiera
desmayado. —Así que —continúa Jason—. Lo siento de
nuevo. Espero que sepas que siempre fue por mí. No por ti.
La acera se balancea de nuevo, un péndulo. Como si el
mundo, tal y como lo he visto siempre, se hubiera sacudido
tanto que se balancea, podría venirse abajo por completo.
Obviamente la gente crece, dice una voz en mi cabeza.
¿Crees que toda esa gente quedó congelada en el tiempo,
sólo porque se quedó en Linfield?
Pero como él dijo, no se trata de ellos, sino de mí. Eso
es exactamente lo que pensé.
Que, si no salía, siempre sería esa chica solitaria.
Nunca pertenecería a ningún sitio.
—Así que si estás en Linfield... —dice de nuevo.
—Pero no estás coqueteando conmigo, ¿verdad? —Le
digo.
—¡Oh! ¡Dios no! —Ahora levanta la mano, mostrando
una de esas gruesas bandas negras en su dedo anular—.
Casado. Felizmente. Monógamo.
—Genial —digo, porque es realmente la única palabra
en ingles que recuerdo en este momento. Lo cual es mucho
decir, ya que no hablo ningún otro idioma.
—¡Sí! —dice—. Bueno... nos vemos.
Y entonces Jason Stanley se ha ido, tan repentinamente
como apareció.
Cuando llego al bar de vinos, ya he empezado a llorar.
(¿Qué hay de nuevo?) Cuando Rachel se levanta de nuestra
mesa habitual, se queda descolocada al verme. —¿Estás
bien, cariño?
—Voy a dejar mi trabajo — digo llorando.
—Oh... esta bien
—Quiero decir —respiro con fuerza, me limpio los ojos—
no inmediatamente, como en una película. No voy a entrar
en la oficina de Swapna y decir, ¡renuncio! Y luego salir
directamente de la oficina con un vestido rojo ajustado y el
cabello por la espalda o algo así.
—Bueno, eso es bueno. El naranja es mejor para tu
cutis.
—De cualquier manera, tengo que encontrar otro
trabajo, antes de poder irme —digo—. Pero creo que acabo
de descubrir por qué he sido tan infeliz.
 
35
Este Verano
 
—Si me necesitas —dice Rachel— iré contigo. Quiero
decir, lo haré en serio. Compraré un billete de camino al
aeropuerto e iré contigo.
Incluso mientras lo dice, parece que estoy sosteniendo
una cobra gigante con sangre humana goteando de sus
dientes.
—Lo sé. —Le aprieto la mano—. Pero entonces, ¿quién
nos mantendrá al día de todo lo que ocurre en Nueva York?
—Oh, gracias a Dios —dice en un soplo—. Temía que
me tomaras la palabra por un momento.
Me abraza, me besa en ambas mejillas y me mete en el
taxi.
Mis padres vienen a recogerme al aeropuerto de
Cincinnati.
Llevan camisetas a juego con el símbolo del corazón de
Nueva York.
—¡Pensé que te haría sentir como en casa! —dice
mamá, riéndose tanto de su broma que prácticamente está
llorando. Creo que es la primera vez que ella o papá
reconocen que Nueva York es mi hogar, lo que me alegra
por un lado y me entristece por otro.
—Aquí ya me siento como en casa —le digo, y ella hace
un alarde de agarrarse el corazón, y se le escapa un chillido
de emoción.
—Por cierto —dice mientras atravesamos el
aparcamiento— he hecho galletas de nueces.
—Así que eso es la cena, pero ¿qué pasa con el
desayuno? —pregunto.
Se ríe. Nadie en el planeta piensa que soy tan graciosa
como mi madre.
Es como quitarle un caramelo a un bebé. O darle un
caramelo a un bebé.
—Entonces, chica —dice papá una vez que estamos en
el auto—. ¿A qué debemos este honor? Ni siquiera es un día
festivo.
—Sólo los he extrañado —digo— y a Alex.
—Dispara —gruñe papá, poniendo el intermitente—.
Ahora me vas a hacer llorar.
Vamos a casa primero para que pueda cambiarme la
ropa de avión, darme una charla de ánimo y esperar mi
momento. Las clases no terminan hasta las dos y media.
Hasta entonces, los tres nos sentamos en el porche,
bebiendo limonada casera. Mamá y papá se turnan para
hablar de sus planes para el jardín del próximo año. Qué es
lo que van a arrancar. Qué flores y árboles nuevos
plantarán. El hecho de que mamá está intentando hacer
Marie Kondo59 en la casa, pero sólo ha conseguido
deshacerse de tres cajas de zapatos hasta ahora.
—El progreso es el progreso —dice papá, extendiendo
la mano para frotar su hombro cariñosamente—. ¿Te hemos
hablado de la valla de privacidad, chica? El nuevo vecino de
al lado es un chismoso, así que decidimos que
necesitábamos una valla.
—¡Viene a contarme lo que hace todo el mundo en esta
calle sin salida, y no tiene nada bueno que decir! —llora
mamá—. Seguro que dice el mismo tipo de cosas sobre
nosotros.
—Oh, lo dudo —digo—. Tus mentiras serán mucho más
coloridas. — Esto deleita a mamá, obviamente: caramelo,
conoce al bebé.
—Una vez que tengamos la valla levantada —dice papá
— le dirá a todo el mundo que tenemos un laboratorio de
metanfetamina.
—Oh, para. —Mamá le da un golpe en el brazo, pero los
dos se ríen—. Tenemos que hacer una videollamada con los
chicos más tarde. Parker quiere hacer una lectura del nuevo
guión en el que está trabajando.
Evito por poco escupir.
El último guion que mi hermano ha estado preparando
en el grupo de texto es una historia distópica del origen de
los Pitufos con al menos una escena de sexo. Su
razonamiento es que, algún día, le gustaría escribir una
película de verdad, pero al escribir una que posiblemente no
se haga, se quita la presión de encima durante el proceso
de aprendizaje. También creo que disfruta escandalizando a
su familia.
A las dos y cuarto, pido tomar el auto y dirigirme a mi
antigua escuela secundaria. Sólo en ese momento, me doy
cuenta de que el tanque está vacío. Tras el rápido desvío
por gasolina, entro en el aparcamiento del instituto a las dos
y cincuenta. Dos ansiedades distintas se disputan el
dominio dentro de mí: la que se compone de terror ante la
idea de ver a Alex, decir lo que tengo que decir y esperar
que lo escuche, y la que se trata de estar de vuelta aquí, un
lugar en el que juré legítimamente no perder ni un segundo
más.
Subo los escalones de hormigón hasta las puertas de
cristal de la entrada, respiro profundamente por última vez
y...
La puerta no se mueve. Está cerrada con llave. Sí,
claro.
Como que olvidé que cualquier adulto al azar ya no
puede entrar en un instituto. Definitivamente es lo mejor, en
todas las situaciones excepto en esta. Llamo a la puerta
hasta que un oficial de recursos con un halo de cabello
canoso se acerca y abre la puerta unos centímetros. —
¿Puedo ayudarla?
—Estoy aquí para ver a alguien —digo—. ¿Un profesor,
Alex Nilsen?
—¿Nombre? —pregunta.
—Alex Nilsen…
—Su nombre —dice el oficial, corrigiéndome.
—Oh, Poppy Wright.
Cierra la puerta y desaparece por un segundo en el
despacho. Un momento después, vuelve. —Lo siento,
señora, no la tenemos en nuestro sistema. No podemos
dejar entrar a huéspedes no registrados.
—¿Podría buscarlo, entonces? —Lo intento.
—Señora, no puedo ir a buscar...
—¿Poppy? —dice alguien detrás de él.
¡Oh, vaya! Pienso al principio. ¡Alguien me reconoce!
¡Qué suerte!
Y entonces la bonita y delgada morena se acerca a la
puerta. Mi estómago toca fondo.
—Sarah. Vaya. Hola. —Había olvidado que
potencialmente podría encontrarme con Sarah Torval aquí.
Un descuido casi monumental.
Vuelve a mirar al oficial de recursos. —Lo tengo, Mark
—dice, y sale para hablar conmigo, cruzando los brazos.
Lleva un bonito vestido púrpura y una chaqueta vaquera
oscura, con unos grandes pendientes de plata que le bailan
en las orejas; sólo tiene una pizca de pecas en la nariz.
Como siempre, es completamente adorable en esa
forma de maestra de jardín de infancia. (A pesar de ser una
maestra de noveno grado, por supuesto).
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunta, no con poca
amabilidad, aunque definitivamente no con calidez.
—Oh, um. Visitando a mis padres.
Arquea una ceja y mira el edificio de ladrillos rojos
detrás de ella. —¿En el instituto?
—No. —Me quito el cabello de los ojos—. Quiero decir,
eso es lo que estoy haciendo aquí. Pero lo que estoy
haciendo aquí es... Esperaba, quiero decir... Quería hablar
con Alex...
Su mirada es mínima, pero escuece.
Me trago un nudo del tamaño de una manzana. —Me lo
merezco —digo. Tomo aire. Esto no será divertido, pero es
necesario—. Fui muy descuidada con todo, Sarah. Quiero
decir, mi amistad con Alex, todo lo que esperaba de él
mientras estaban juntos. No fue justo para ti. Ahora lo sé.
—Sí —dice ella—. Fuiste descuidada al respecto. —Las
dos nos quedamos en silencio durante un rato.
Finalmente, suspira. —Todos hemos tomado malas
decisiones. Solía pensar que, si te ibas, todos mis problemas
se resolverían. —Descruza los brazos y los vuelve a cruzar
hacia el otro lado—. Y entonces lo hiciste: básicamente
desapareciste después de que fuimos a la Toscana, y de
alguna manera, eso fue aún peor para mi relación.
Me balanceo de pie a pie. —Lo siento. Me gustaría
haber entendido lo que sentía antes de que tuviera la
oportunidad de herir a alguien.
Asiente para sí misma, examina las uñas de los pies
perfectamente pintadas que sobresalen de sus sandalias de
cuero marrón. —Yo también lo desearía —dice—. O que él lo
hubiera hecho. O que yo lo hubiera hecho. Realmente, si
alguno de nosotros hubiera sabido lo que sentían el uno por
el otro, me habría ahorrado mucho tiempo y dolor.
—Sí —estoy de acuerdo—. Así que tú y él no son...
Me hace esperar unos segundos y sé que no es un
accidente. Una sonrisa semidemonio enrosca sus labios
rosados. —No lo somos —cede—. Gracias a Dios. Pero él no
está aquí. Ya se ha ido. Creo que hablaba de escaparse el fin
de semana.
—Oh. —Mi corazón se hunde. Vuelvo a mirar el auto de
mis padres aparcado en el aparcamiento medio vacío—.
Bueno, gracias de todos modos.
Ella asiente, y yo empiezo a bajar los escalones. —
¿Poppy?
Me giro, y la luz brilla tanto sobre ella que tengo que
taparme los ojos para mirarla. Parece que es una santa, que
se ha ganado su aureola por su bondad injustificada hacia
mí. Lo acepto, creo.
—Normalmente los viernes —dice lentamente— los
profesores van a Birdies. Es una tradición. —Se mueve, y la
luz se hace más clara para que pueda ver sus ojos—. Si no
se ha ido, puede que esté allí.
—Gracias, Sarah.
—Por favor —dice ella—. Le haces un favor al mundo
sacando a Alex Nilsen del mercado.
Me río, pero se me queda el estómago lleno de plomo.
—No estoy segura de que eso sea lo que quiere.
Se encoge de hombros. —Quizá no —dice—. Pero la
mayoría de nosotros tenemos demasiado miedo incluso de
pedir lo que queremos, en caso de que no podamos tenerlo.
Leí eso en un ensayo sobre algo llamado 'ennui milenario'.
Ahogo una risa de sorpresa y me aclaro la garganta. —
Es un nombre bastante pegadizo.
—¿Verdad? —dice ella—. En fin. Buena suerte.
 

Birdies está cruzando la calle de la escuela, y los dos


minutos que dura el trayecto son demasiado cortos para
formular un nuevo plan.
Durante todo el vuelo, ensayé mi apasionado discurso
pensando que lo diría en privado, en su aula.
Ahora va a ser en un bar lleno de profesores, incluidos
algunos cuyas clases tomé (y me salté). Si hay un lugar que
he juzgado con más dureza que los pasillos iluminados con
fluorescentes del instituto East Linfield, es el bar oscuro y
estrecho con el cartel de neón brillante de BUDWEISER en el
que estoy entrando ahora mismo.
De repente, la luz del día se apaga y los puntos de
colores bailan delante de mis ojos mientras se adaptan a
este lugar tan oscuro. Suena una canción de los Rolling
Stones en la radio y, teniendo en cuenta que sólo son las
tres de la tarde, el bar ya está repleto de gente vestida con
ropa informal, un mar de pantalones caquis y botones y
vestidos de algodón y las camisas monocromáticas, como la
ropa de Sarah. En las paredes cuelga parafernalia de golf:
palos y césped verde y fotos enmarcadas de golfistas y
campos de golf.
Sé que hay una ciudad en Illinois llamada Normal, pero
supongo que no se compara con este rincón suburbano del
universo.
Hay televisores montados con el volumen demasiado
alto, una radio rasposa que suena por debajo, estallidos de
risas y voces elevadas procedentes de los grupos que se
apiñan alrededor de las mesas altas o que se alinean a
ambos lados de las estrechas mesas rectangulares.
Y entonces lo veo.
Más alto que la mayoría, más quieto que todos, con las
mangas de la camisa remangadas hasta los codos y las
botas apoyadas en el peldaño metálico de su silla, los
hombros encorvados hacia delante y el teléfono fuera, con
el pulgar desplazándose lentamente por la pantalla. El
corazón se me sube a la garganta hasta que puedo
saborearlo, metálico y caliente, palpitando con demasiada
fuerza.
Hay una parte de mí —bien, una mayoría— que quiere
salir corriendo, incluso después de haber volado hasta aquí,
pero justo en ese momento la puerta se abre con un chirrido
y Alex levanta la vista, fijando sus ojos en mí.
Nos miramos el uno al otro, y me imagino que parezco
casi tan sorprendida como él, como si no hubiera llegado
específicamente por un chivatazo de que estaba aquí. Me
obligo a dar unos pasos hacia él y me detengo al final de la
mesa, donde, poco a poco, los demás profesores levantan la
vista de sus cervezas y vinos blancos y vodka tonics para
procesar el hecho de que yo esté aquí.
—Hola —dice Alex, poco más que un susurro.
—Hola —digo yo.
Espero que el resto se derrame. Nada lo hace.
—¿Quién es tu amiga? —pregunta una anciana de
cuello alto granate. La identifico como Delallo, incluso antes
de ver la placa de identificación del ELHS que aún lleva al
cuello.
—Ella es... —La voz de Alex se corta. Se levanta de la
silla—. Hola —dice de nuevo.
El resto de la mesa intercambia miradas de
incomodidad, como sacando sus sillas, inclinando sus
espaldas en un intento de darnos un nivel de privacidad que
es imposible en este momento. Delallo, me doy cuenta,
mantiene una oreja inclinada casi precisamente hacia
nosotros.
—Vine a la escuela —me las arreglo.
—Oh —dice Alex—. De acuerdo.
—Tenía este plan. —Me froto las palmas sudorosas
contra mis pantalones de campana de poliéster naranja,
deseando no estar vestida como un cono de tráfico—. Iba a
presentarme en la escuela, porque quería que supieras que
si hay algo en este mundo que puede hacer que vaya allí,
eres tú.
Sus ojos vuelven a pasar brevemente por la mesa de
los profesores. De momento, mi discurso no parece
reconfortarle. Sus ojos se dirigen a los míos y luego caen en
un punto impreciso a mi izquierda. —Sí, sé que realmente
odias eso —murmura.
—Sí —estoy de acuerdo—. Tengo un montón de malos
recuerdos allí, y quería aparecer allí, y sólo, como, decirte,
que... que iría a cualquier parte por ti, Alex.
—Poppy —dice, la palabra mitad suspiro, mitad súplica.
—No, espera —digo—. Sé que tengo un cincuenta por
ciento de posibilidades aquí, y hay mucho de mí que quiere
ni siquiera decir el resto de esto, Alex, pero necesito
hacerlo, así que, por favor, no me digas todavía si necesitas
romper mi corazón. ¿De acuerdo? Déjame decir esto antes
de que pierda los nervios.
Sus labios se abren por un momento, sus ojos verdes y
dorados como ríos desbordados por la tormenta, brutales y
precipitados. Vuelve a cerrar la boca y asiente con la
cabeza.
Sintiéndome como si estuviera saltando de un
acantilado, incapaz de ver lo que hay a través de la niebla
debajo de mí, sigo adelante.
—Me encantaba llevar mi blog —le digo—. Me gustaba
mucho, y creía que era porque me gustaba viajar, que es lo
que hago. Pero en los últimos años, todo cambió. No era
feliz. Viajar se sentía diferente. Y tal vez tenía algo de razón
en que me acerqué a ti como si fueras una tirita que podía
arreglarlo todo. O lo que sea, un destino divertido que me
diera un subidón de dopamina y una nueva perspectiva.
Sus ojos caen. No me mira, y siento que aunque haya
sido él quien lo haya dicho primero, mi confirmación se lo
está comiendo vivo.
—Empecé ir a terapia —suelto, tratando de mantener
las cosas en movimiento—. Y estaba tratando de averiguar
por qué se siente tan diferente ahora, y estaba enumerando
todas las diferencias entre mi vida antes y ahora, y no eras
sólo tú. Quiero decir, tú eres la más grande. Estabas en esos
viajes, y luego no, pero ese no fue el único cambio. Todos
esos viajes que hicimos, lo mejor de ellos -aparte de hacerlo
todo contigo- fue la gente.
Su mirada se levanta, entrecerrada por el pensamiento.
—Me encantaba conocer gente nueva —explico—. Me
encantaba... sentirme conectada. Sentirme interesante. Al
crecer aquí, me sentía jodidamente sola, y siempre sentía
que había algo malo en mí. Pero me decía que, si me iba a
otro sitio, sería diferente. Habría otras personas como yo.
—Lo sé —dice—. Sé que odias estar aquí, Poppy.
—Lo hice —digo—. Lo odiaba, así que me escapé. Y
cuando Chicago no lo arregló todo para mí, también me fui
de allí. Sin embargo, cuando empecé a viajar, las cosas
mejoraron. Conocí a gente y, no sé, sin el equipaje de la
historia o el miedo a lo que pudiera pasar, me resultó
mucho más fácil abrirme a la gente. Para hacer amigos. Sé
que suena patético, pero todos esos pequeños encuentros
fortuitos que tuvimos me hicieron sentir menos sola. Me
hicieron sentir que era alguien a quien la gente podía
querer. Y entonces conseguí el trabajo de R+R, y los viajes
cambiaron; la gente cambió. Sólo conocí a chefs y gerentes
de hotel, gente que quería escribir. Iba a viajes increíbles,
pero volvía a casa sintiéndome vacía. Y ahora me doy
cuenta de que es porque no conectaba con nadie.
—Me alegro de que te hayas dado cuenta —dice Alex—.
Quiero que seas feliz.
—Pero aquí está la cosa —digo—. Incluso si dejara mi
trabajo y volviera a tomarme el blog en serio, volviera a
conocer a todos los Bucks y Litas y Mathildes del mundo, no
me va a hacer feliz.
» Necesitaba a esas personas, porque me sentía sola.
Pensaba que tenía que huir a cientos de kilómetros de aquí
para encontrar un lugar al que pertenecer. Me pasé toda la
vida pensando que cualquiera fuera de mi familia que se
acercara demasiado, que viera demasiado, ya no me
querría. Lo más seguro eran esos momentos rápidos y
fortuitos con desconocidos. Eso es todo lo que pensé que
podía tener.
» Y luego estabas tú. —Mi voz se tambalea
peligrosamente. Me reafirmo y enderezo la columna
vertebral—. Te amo tanto que me he pasado doce años
poniendo toda la distancia posible entre nosotros. Me mudé.
Viajé. Salí con otras personas. Hablé de Sarah todo el puto
tiempo porque sabía que estabas enamorado de ella, y así
me sentía más segura. Porque la última persona que podía
soportar que me rechazara eras tú.
» Y ahora lo sé. Sé que no es viajar lo que me va a
sacar de este bache y no es un nuevo trabajo y seguro que
no son los encuentros fortuitos con taxistas acuáticos. Todo
eso, cada minuto, ha sido huir de ti, y no quiero seguir
haciéndolo.
» Te amo, Alex Nilsen. Aunque no me des una
oportunidad real, siempre te voy a amar. Y me da miedo
volver a Linfield porque no sé si me gustaría estar aquí, o si
me aburriría, o si haría algún amigo, y porque me aterra
encontrarme con la gente que me hizo sentir que no
importaba y que decidan que tenían razón sobre mí.
» Quiero quedarme en Nueva York —digo—. Me gusta
estar allí, y creo que a ti también te gustaría, pero me
preguntaste a qué estaría dispuesta a renunciar por ti, y
ahora sé que la respuesta es: a todo. No hay nada en todo
este mundo que he construido en mi cabeza que no esté
dispuesta a dejar ir para construir uno nuevo contigo. Iré al
instituto de Linfield, no me refiero sólo a hoy. Me refiero a
que, si quieres quedarte aquí, iré contigo a los putos
partidos de baloncesto del instituto. Llevaré camisetas
pintadas a mano con los nombres de los jugadores, ¡me
aprenderé los nombres de los jugadores! ¡No los inventaré!
Iré a casa de tu padre y beberé refrescos de dieta e
intentaré por todos los medios no decir palabrotas ni hablar
de nuestra vida sexual, y cuidaré de tus sobrinas y sobrinos
contigo en casa de Betty: ¡te ayudaré a quitar el papel tapiz!
¡Odio quitar el papel tapiz!
» No eres unas vacaciones, y no eres la respuesta a la
crisis de mi carrera, pero cuando estoy en crisis o estoy
enferma o estoy triste, eres lo único que quiero. Y cuando
soy feliz, me haces mucho más feliz. Todavía tengo mucho
que averiguar, pero lo único que sé es que, dondequiera
que estés, ahí es donde pertenezco. Nunca perteneceré a
ningún lugar como pertenezco a ti. No importa lo que
sienta, te quiero a mi lado. Eres mi hogar, Alex. Y creo que
yo también lo soy para ti.
Cuando termino, ya estoy respirando con dificultad. La
cara de Alex está torcida por la preocupación, pero más allá
de eso no puedo leer demasiados detalles. No dice nada de
inmediato, y el silencio o la falta de él (Pink Floyd ha
empezado a sonar por los altavoces y un locutor deportivo
parlotea en uno de los televisores del techo) se desenreda
como una alfombra, extendiéndose cada vez más entre
nosotros hasta que me siento como si estuviera en el lado
opuesto de una mansión muy oscura y llena de cerveza. —Y
una cosa más. —Saco mi teléfono del bolso, abro la foto
correcta y se la tiendo. Él no toma el teléfono, sólo mira a la
imagen en pantalla sin tocarla.
—¿Qué es esto? —dice en voz baja.
—Eso —digo— es una planta de interior que he
mantenido viva desde que volví de Palm Springs.
Se le escapa una risa silenciosa.
—Es una planta serpiente —digo—. Y aparentemente
son extremadamente difíciles de matar. Probablemente
podría usar una motosierra y sobreviviría. Pero es el tiempo
más largo que he mantenido algo vivo, y quería que lo
vieras. Para que sepas. Lo digo en serio.
Asiente sin decir nada y vuelvo a meter el teléfono en
el bolso.
—Eso es —digo, un poco desconcertada—. Ese es todo
el discurso. Ya puedes hablar.
La comisura de su boca se inclina, pero la sonrisa no se
mantiene, e incluso mientras está ahí, no contiene nada
parecido a la alegría en su apretada curva.
—Poppy. —Mi nombre nunca ha sonado tan largo o
miserable.
—Alex —digo.
Se lleva las manos a la cadera. Mira de reojo, aunque
no hay nada que mirar, excepto una pared de césped
artificial y una foto descolorida de alguien con un sombrero
de golf con pompones. Cuando me devuelve la mirada,
tiene lágrimas en los ojos, pero enseguida sé que no las
dejará caer. Ese es el tipo de autocontrol que tiene Alex
Nilsen.
Podría estar hambriento en un desierto, y si la persona
equivocada le tendiera un vaso de agua, asentiría
cortésmente y diría que no, gracias.
Me trago el bocio en la garganta. —Puedes decir lo que
sea. Lo que necesites.
Deja escapar un suspiro, mira el suelo y me mira a los
ojos durante apenas un instante. —Sabes lo que siento por
ti —dice en voz baja, como si, aunque lo admita, sigue
siendo una especie de secreto.
—Sí. —Mi corazón ha empezado a acelerarse. Creo que
sí. Al menos lo hacía. Pero sé lo mucho que le hice daño al
no pensar bien las cosas. No lo entiendo del todo, tal vez,
pero apenas he empezado a entenderme a mí misma, así
que no es tan sorprendente.
Ahora traga, los músculos de la línea de su mandíbula
bailan con sombras. —Sinceramente, no sé qué decir —
responde—. Me has aterrorizado. No tiene sentido la rapidez
con la que mi mente trabaja contigo. Un segundo nos
estamos besando y al siguiente estoy pensando en cómo se
llamarán nuestros nietos. No tiene sentido. Quiero decir,
míranos. No tenemos sentido. Siempre lo hemos sabido,
Poppy.
Mi corazón se hiela, las venas de frío se abren paso en
su centro. Dividiéndolo por la mitad y a mí con él.
Ahora es mi turno de decir su nombre como una
súplica, como una oración. —Alex. —Me sale ronco—. No sé
lo que estás diciendo.
Sus ojos caen, sus dientes se preocupan por su labio
inferior. —No quiero que renuncies a nada —dice—. Quiero
que lo nuestro tenga sentido, y no lo tenemos, Poppy. No
puedo ver cómo se desmorona otra vez.
Ahora estoy asintiendo. Durante mucho tiempo. Es
como si no pudiera dejar de aceptarlo, una y otra vez.
Porque esto es lo que se siente: como si tuviera que pasar el
resto de mi vida aceptando que Alex no puede amarme
como yo lo amo.
—Está bien —susurro. No dice nada.
—Está bien —una vez más. Separo mis ojos de él al
sentir que las lágrimas me invaden. No quiero que me
consuele, no por esto. Me doy la vuelta y me dirijo hacia la
puerta, forzando los pies hacia delante, manteniendo la
barbilla alta y la columna vertebral recta.
Cuando llego a la puerta, no puedo evitarlo. Miro hacia
atrás.
Alex sigue congelado donde lo dejé, y aunque me
mate, tengo que ser sincera ahora mismo. Tengo que decir
algo que no puedo retirar, dejar de huir y esconderme de él.
—No me arrepiento de habértelo dicho —digo—. Dije
que renunciaría a todo, que arriesgaría todo por ti, y lo dije
en serio. —Incluso mi propio corazón.
—Te amo hasta el final, Alex —digo—. No podría haber
vivido conmigo misma si no te lo hubiera dicho al menos.
Y entonces me doy la vuelta y salgo al sol brillante del
aparcamiento.
Sólo entonces empiezo a llorar de verdad.
 
36
Este Verano
 

Estoy enloqueciendo. Jadeando. Astillando mientras


cruzo el aparcamiento.
Una mano me tapa la boca mientras los sollozos me
atraviesan, cortan y apuñalan en cada rincón afilado de mis
pulmones.
Es difícil seguir avanzando y a la vez imposible parar.
Caminó deprisa hacia el auto de mis padres, luego me
apoyo en él, con la cabeza inclinada, con sonidos horribles
saliendo de mí, con los mocos goteando por mi cara, con el
azul del cielo y sus esponjosas nubes cumulosas y el susurro
de los árboles junto al aparcamiento convirtiéndose todo en
un borrón veraniego, con el mundo entero fundiéndose en
un remolino de color.
Y entonces se oye una voz, extendida por la brisa y la
distancia. Viene de detrás de mí, obviamente es la suya, y
no quiero mirar.
Creo que una mirada más a él podría ser el punto de
inflexión, lo que rompa mi corazón para siempre, pero está
diciendo mi nombre.
—¡Poppy! —Una vez. Luego otra vez—. Poppy, espera.
Empujo todas las emociones hacia abajo. No para
ignorarlas. No para negarlas, porque casi se siente bien
sentir algo tan puramente, saber sin duda qué es lo que
está experimentando mi cuerpo. Sino porque son mis
sentimientos, no los suyos. No algo para que él se abalance
en el hombro, como lo hace casi compulsivamente.
Me paso las manos por la cara y me obligo a respirar
con normalidad mientras escucho sus pasos rozando el
asfalto. Me doy la vuelta mientras él disminuye su
velocidad, dando los últimos pasos a un ritmo decidido pero
despreocupado, hasta que se detiene, encerrándome entre
el auto y él.
Hay una pausa antes de que hable, una pausa que es
sólo para respirar.
Tras otro segundo de silencio, dice: —Yo también
empecé a ver a un terapeuta.
A pesar de mí, suelto una carcajada ante la idea de que
me haya perseguido sólo para decir esto. —Está bien. —Me
limpio la cara con la mano.
—Ella dice... —Se pasa las manos por el cabello—. Cree
que tengo miedo de ser feliz.
¿Por qué me dice esto? dice una voz en mi cabeza.
Espero que nunca deje de hablar, dice otra. Tal vez
podamos seguir hablando para siempre. Tal vez esta
conversación pueda abarcar toda nuestra vida, como
parecían hacerlo nuestros mensajes de texto y nuestras
llamadas telefónicas durante todos estos años.
Me aclaro la garganta. —¿Lo eres?
Me mira durante un largo momento y luego sacude la
cabeza. —No —dice—. Sé que, si me subiera a un avión
contigo de vuelta a Nueva York, sería jodidamente feliz.
Mientras me tengas, seré feliz.
De nuevo ese remolino caleidoscópico de colores se
desdibuja en mi visión. Parpadeo las lágrimas.
—Y lo deseo tanto. Me arrepiento de todas las
oportunidades que perdí para decirte lo que sentía, de todas
las veces que me convencí de que te perdería si realmente
lo sabías, o de que éramos demasiado diferentes. Quiero ser
feliz contigo. Pero tengo miedo de lo que viene después. —
Su voz se quiebra.
» Tengo miedo de que te des cuenta de que te aburro.
O que conozcas a otra persona. O que seas infeliz y te
quedes. Y... —Su voz se entrecorta—. Tengo miedo de
amarte durante toda nuestra vida, y luego tener que decir
adiós. Tengo miedo de que te mueras, y que el mundo se
sienta inútil. Tengo miedo de no ser capaz de seguir
saliendo de la cama si te vas, y si tuviéramos hijos, tendrían
estas horribles vidas en las que su increíble madre no está,
y su padre no puede mirarlos.
Su mano pasa por encima de sus ojos, captando parte
de la humedad que hay allí. —Alex —susurro. No sé cómo
consolarlo. No puedo soportar nada de su dolor pasado o
prometer que no volverá a ocurrir. Todo lo que puedo hacer
es decirle la verdad, tal como la he visto. Tal como la
conozco—: Ya pasaste por eso. Perdiste a alguien que
amabas y seguiste levantándote de la cama. Estuviste ahí
para la gente en tu vida, y los amas, y ellos también te
aman. Tienes todo eso en tu vida todavía. Nada de eso
desapareció. No terminó sólo porque perdiste a una
persona.
—Lo sé —dice—. Es que... —Su voz se tensa y sus
enormes hombros se encogen—. Tengo miedo.
Le tiendo las manos instintivamente y él deja que se las
acerque, metiendo sus dedos entre mis palmas. —Entonces
hemos encontrado algo más en lo que coincidir además de
odiar que la gente llame a los barcos 'ella' —susurro—. Es
jodidamente aterrador estar enamorados el uno del otro.
Olfatea entre risas, me toma la mandíbula con las
manos y presiona su frente contra la mía, sus ojos se cierran
mientras su respiración se sincroniza con la mía, nuestros
pechos suben y bajan como si fuéramos dos olas en la
misma masa de agua. —No quiero vivir nunca sin esto —
susurra, y yo anudo mis puños en su camisa como si
quisiera evitar que se me escape de las manos.
Las comisuras de su boca se tuercen mientras exhala:
—Pequeña luchadora.
Sus ojos se abren de par en par, y el aleteo en mi
pecho es tan fuerte que casi duele. Lo amo mucho. Lo amo
más que ayer, y ya sé que mañana lo amaré aún más,
porque cada trozo de él que me da es otro del que
enamorarme.
Encierra sus brazos alrededor de mi espalda, sus ojos
húmedos son tan claros y abiertos que siento que podría
sumergirme en él, nadar a través de sus pensamientos,
flotar en el cerebro que amo más que ningún otro en el
planeta.
Sus manos se mueven hacia mi cabello, alisándolo
contra mi cuello, sus ojos se mueven de un lado a otro de
mi cara con un propósito tan maravillosamente tranquilo. —
Lo eres, lo sabes.
—¿Una luchadora? —Yo digo.
—Mi hogar —dice, y me besa.
Lo somos, creo. Estamos en casa.
 
Epílogo
 

Hacemos una visita en autobús por la ciudad. Llevamos


nuestras sudaderas I ❤ New York a juego y las gorras
BeDazzled Big Apple. Llevamos un par de binoculares y los
utilizamos para fijarnos en cualquiera que se parezca
mínimamente a una celebridad.
Hasta ahora hemos visto a Dame Judy Dench, Denzel
Washington y al joven Jimmy Stewart. Nuestra excursión
incluye el paso del ferry a la Estatua de la Libertad, y
cuando llegamos allí, le pedimos a una mujer de mediana
edad que nos haga una foto delante de la base, con el sol
en los ojos y el viento en la cara.
Ella pregunta dulcemente: —¿De dónde son?
—De aquí —dice Alex al mismo tiempo que yo digo—
Ohio.
A mitad del recorrido, nos salimos y nos dirigimos al
Cafe Lalo, decididos a sentarnos justo donde lo hicieron Meg
Ryan y Tom Hanks en You've Got Mail60. Hace frío, y la
ciudad luce su mejor aspecto, con primaverales flores rosas
y blancas que se deslizan por las calles mientras bebemos
nuestros capuchinos. Lleva aquí cinco meses a tiempo
completo, desde que terminó el semestre de otoño y
encontró un puesto de sustituto a largo plazo para el de
primavera.
No sabía que la vida normal pudiera sentirse así, como
unas vacaciones de las que no tienes que volver a casa.
Por supuesto, no siempre es así. La mayoría de los fines
de semana, Alex está ocupado trabajando en sus propios
escritos o corrigiendo trabajos y planificando lecciones, y los
días de semana, sólo lo veo lo suficiente para un beso
matutino aturdido (a veces me vuelvo a dormir tan rápido
que ni siquiera recuerdo que haya sucedido), y hay que
lavar la ropa y los platos sucios (que Alex insiste en que
lavemos inmediatamente después de cenar) y los impuestos
y las citas con el dentista y las tarjetas de metro perdidas.
Pero también hay descubrimientos, nuevas partes del
hombre que amo que se me presentan a diario.
Por ejemplo, resulta que Alex no puede dormirse si
estamos acurrucados. Tiene que estar totalmente en su lado
de la cama y yo en el mío. Hasta la mitad de la noche,
momento en el que me despierto acalorada con sus
extremidades arrojadas sobre mí y tengo que apartarlo para
poder refrescarme.
Es increíblemente molesto, pero en cuanto vuelvo a
estar cómoda, me encuentro sonriendo en la oscuridad,
sintiéndome tan increíblemente afortunada de dormir cada
noche al lado de mi persona favorita en el mundo.
Incluso estar incómodamente caliente es mejor con él.
A veces ponemos música en la cocina mientras
estamos (él está) cocinando, y bailamos. No un dulce
abrazo como el de una película romántica, sino
retorcimientos ridículos, dando vueltas hasta que nos
mareamos, riendo hasta que resoplamos o lloramos. A
veces nos grabamos con la cámara y enviamos el vídeo a
David y Tham, o a Parker y Prince.
Mis hermanos envían sus propios vídeos de baile en la
cocina.
David responde con alguna variación de Los amo
raros o Aparentemente hay alguien para todos.
Somos felices, e incluso cuando no lo somos, es mucho
mejor de lo que era sin él.
La última parada de nuestra noche haciendo de turistas
es Times Square. Hemos dejado lo peor para el final, pero es
un rito de paso y Alex insiste en que quiere ir.
—Si todavía puedes amarme allí —dice— sabré que
esto es real.
—Alex —digo— si no puedo amarte en Times Square,
entonces no te merezco en una librería de segunda mano.
Desliza su mano por la mía cuando salimos de la
estación de metro. Creo que tiene menos que ver con el
afecto (cuyas demostraciones públicas aún no le
entusiasman) y más con un auténtico miedo a separarse en
la ridícula multitud hacia la que nos dirigimos.
Duramos en la plaza, rodeados de luces intermitentes y
artistas callejeros pintados de plateado y turistas
empujados, durante tres minutos. El tiempo suficiente para
hacernos algunas fotos poco favorecedoras con aspecto de
estar abrumados. Luego damos media vuelta y volvemos al
andén del tren.
De vuelta al apartamento —nuestro apartamento—,
Alex se quita los zapatos y los coloca perfectamente en la
alfombra (tenemos una alfombra; somos adultos) junto a los
míos.
Tengo que terminar de escribir un artículo por la
mañana, el primero para mi nuevo trabajo. Tenía miedo de
decirle a Swapna que me iba, pero no se enfadó. De hecho,
me abrazó (me sentí como si me abrazara Beyoncé), y más
tarde, esa noche, una enorme botella de champán llegó a
mi puerta y a la de Alex.
Enhorabuena por tu columna, Poppy, decía la nota.
Siempre he sabido que ibas a llegar lejos. X, Swapna.
Lo irónico de todo esto es que ya no iré a ningún sitio,
al menos no por trabajo. En muchos otros aspectos, sin
embargo, mi trabajo no será tan diferente: seguiré yendo a
restaurantes y bares, escribiendo sobre las nuevas galerías
y los puestos de helados que surgen en Nueva York.
Pero People You Meet in New York también será
diferente, más un artículo de interés humano que una
reseña. Exploraré mi propia ciudad, pero a través de los ojos
de la gente que la ama, pasando un día con alguien en su
nuevo lugar favorito, aprendiendo lo que la hace tan
especial.
Mi primer artículo trata de una nueva bolera en
Brooklyn con un toque de la vieja escuela. Alex me
acompañó a echar un vistazo al lugar, y en cuanto vi a
Dolores en la pista de al lado, con una bola dorada
personalizada, guantes a juego y un halo de cabello gris
encrespado, supe que era alguien que podía enseñarme
cosas. Un cubo de cerveza, una larga conversación y una
lección de bolos más tarde, y ya tenía todo lo que
necesitaba para el artículo, pero Alex, Dolores y yo nos
dirigimos al local de perritos calientes que hay al final de la
calle y pasamos el rato hasta casi la medianoche.
El artículo está casi terminado, sólo le faltan algunos
retoques, pero eso puede esperar hasta mañana. Estoy
agotada por nuestro largo día, y lo único que quiero hacer
es hundirme en el sofá con Alex.
—Es bueno estar en casa —dice, rodeando mi espalda
con sus brazos y atrayéndome hacia él.
Deslizo mis manos por la espalda de su camisa y le
beso como he estado esperando todo el día. —El hogar —
digo— es mi lugar favorito.
—El mío también —murmura, apoyándome en la pared.
El próximo verano nos alejaremos de la ciudad.
Pasaremos cuatro días recorriendo Noruega y otros cuatro
en Suecia. No habrá Icehotel. (Él es profesor, yo soy
escritora y ambos somos millennials. No hay dinero para
eso).
Dejaré una llave para que Rachel riegue nuestras
plantas, y después de Suecia, volaremos directamente a
Linfield para el resto de las vacaciones de verano de Alex.
Nos quedaremos en la casa de Betty mientras él la
arregla y yo me siento en el suelo, comiendo Twizzlers y
encontrando nuevas formas de hacer que se ruborice.
Derribaremos el papel tapiz y elegiremos nuevos colores de
pintura. Beberemos refrescos de dieta en la cena con su
padre y sus hermanos y las sobrinas y sobrinos. Nos
sentaremos en el porche con mis padres mirando el páramo
de los autos de la familia Wright del pasado. Nos
probaremos en nuestra ciudad natal del mismo modo que
nos hemos probado Nueva York juntos. Veremos cómo
encaja, dónde queremos estar.
Pero ya sé cómo me sentiré.
Dondequiera que esté, ese será mi lugar favorito.
—¿Qué? —pregunta, con el inicio de una sonrisa tirando
de sus labios—. ¿Por qué estás mirando?
—Sólo eres... —Sacudo la cabeza, buscando cualquier
palabra que pueda abarcar lo que estoy sintiendo—. Tan
alto.
Su sonrisa es amplia, sin obstáculos, Alex desnudo sólo
para mí. —Yo también te amo, Poppy Wright.
Mañana nos amaremos un poco más, y al día siguiente,
y al siguiente.
E incluso en esos días en los que uno de nosotros, o los
dos, lo está pasando mal, estaremos aquí, donde nos
conoce por completo, nos acepta por completo, la persona a
la que amamos de todo corazón. Estoy aquí con todas las
versiones de él que he conocido a lo largo de doce años de
vacaciones, y aunque el sentido de la vida no sea
simplemente ser feliz, ahora mismo, lo soy. Hasta los
huesos.
 
Sobre la Autora

Emily Henry escribe historias sobre el amor y la familia


para adolescentes y adultos. Estudió escritura creativa en el
Hope College y en el ya desaparecido New York Center for
Art & Media Studies, y ahora pasa la mayor parte de su
tiempo en Cincinnati, Ohio, y la parte de Kentucky que está
justo debajo. Encuéntrala en Instagram @EmilyHenryWrites.
 
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Notas
[←1]
Centro de Control de Enfermedades.
[←2]
Adiós en francés.
[←3]
Buenos días, mundo; en francés.
[←4]
Reubens: es un sándwich a la plancha elaborado con corned
beef, chucrut, queso suizo y Russian dressing.
[←5]
Nombre común de ciertos árboles coníferos, típicos de Norteamérica, que
alcanzan hasta 150 m de altura y viven muchos años
[←6]
Es una cadena de televisión.
[←7]
Es un compositor y pianista Polaco.
[←8]
Es el sexto Álbum de estudio del cantante Prince.
[←9]
Asistente Personal Digital.
[←10]
Ciudad de Estados Unidos en California.
[←11]
Aeropuerto Internacional de los Ángeles
[←12]
es una croqueta de garbanzos o habas.
[←13]
Nombre de los equipos deportivos de la Universidad de Cincinnati en Ohio.
[←14]
Que tiene entre ochenta y noventa años de edad.
[←15]
Canción de Billy Joel.
[←16]
Tienda Online de Muebles.
[←17]
Empanaditas chinas.
[←18]
Árbol de tronco recto y grueso.
[←19]
es una cadena internacional de cafeterías canadiense.
[←20]
Es una de las mayores editoras de guías de viajes en el mundo.
 
[←21]
Ciencias de la computación.
[←22]
Reserva silenciosa que alberga las secuoyas más altas y antiguas
 
[←23]
festival artístico en Nevada, Estados Unidos.
[←24]
es carne asada servida en un pan pita, acompañado por verduras, papas
fritas y salsas.
[←25]
avatar digital creado a través de imágenes generadas por computadora.
[←26]
Cadena farmacéutica de Estados Unidos.
[←27]
sitio web de ofertas del día que presenta cupones de descuentos.
[←28]
Siglas en inglés, la persona/cosa más importante.
[←29]
El concepto de B&B nació en Europa. Se trata de un alojamiento sencillo en
una casa con menos de diez habitaciones disponibles, que ha sido
restaurada o acondicionada para estos efectos.
[←30]
es un analgésico tópico (que se aplica sobre la piel) y solo puede usarse en
el lugar de origen del dolor.
[←31]
U-Haul: es un servicio de mudanzas.
[←32]
Libro de Charlotte Perkins Gilman que habla sobre la salud de la mujer,
tanto física como mental
[←33]
fue un caballo de carreras purasangre de Estados Unidos.
[←34]
Aeropuerto Internacional de los Ángeles California.
[←35]
Ciudades de Marruecos
[←36]
Ciudades en Nueva Zelanda.
[←37]
Ciudades en Chile.
[←38]
Cadena de tiendas económicas en Estados Unidos.
[←39]
S’more es un postre tradicional de Estados Unidos y Canadá, que se
consume habitualmente en fogatas nocturnas como las de los exploradores
y que consiste en un malvavisco tostado y una capa de chocolate entre dos
trozos de galleta Graham.
[←40]
Skee-Ball es un juego de árcade. Se juega haciendo rodar una pelota por
un carril inclinado y sobre una joroba de "salto de pelota" que hace saltar
la pelota a los  anillos de  diana.  El objetivo del juego es acumular tantos
puntos como sea posible haciendo que la bola caiga en agujeros en los
anillos que tienen valores de puntos que aumentan progresivamente
[←41]
Jet  lag: El desfase horario  es un trastorno temporal del sueño producido
entre el reloj interno de una persona (que marca los periodos de sueño y
vigilia) y el nuevo horario que se establece al viajar a largas distancias, a
través de varias regiones horarias
[←42]
PDA Public displays of affection. En español es Demostración de Afecto en
Público.
 
[←43]
Limen ‘Chelo Limoncello o Licor de limón italiano.
[←44]
The bachelor, Reality en el que participan un hombre soltero y veinticinco
bellas mujeres con la esperanza de encontrar el amor verdadero.
[←45]
Migraineur, una persona que experimenta migrañas
 
 
[←46]
El beehive o colmena, es un complicado peinado femenino que recibe su
nombre por la similitud de este a una colmena. Es una versión elaborada
de los peinados grandes que consiste en fijar una masa de cabello sobre el
cráneo.
[←47]
Bouffant, es un tipo de peinado que se caracteriza por la formación de
una masa de cabello apilado sobre la sección coronal del cráneo, la cual
suele ser acompañada de secciones de cabello que cuelgan libremente en
determinadas secciones alrededor de la cabeza, ocasionalmente en forma
de alas laterales o flequillo.
[←48]
Googie, también conocido como populuxe o doo-wop es una subdivisión
de la arquitectura futurista influida por la cultura del automóvil y la Era
espacial.
 
[←49]
 Peplum, Una fald2a corta con volante en la cadera que normalmente va
pegada a un cuerpo.
[←50]
Goldschläger, es un aguardiente de canela suizos. Es un licor muy fino y
con escamas visibles de oro flotando en ella.
[←51]
El Jägerbomb o Red Bull Blaster, es un cóctel o chupito hecho con el
licor de hierbas alemán Jägermeister y la bebida energizante austríaca Red
Bull.
[←52]
Conversar, Poppy bromea con Alex porque en inglés él dice conservation
y Poppy le dice conversation.
 
[←53]
Airbnb, es una compañía que ofrece una plataforma digital dedicada a la
oferta de alojamientos a particulares y turísticos mediante la cual los
anfitriones pueden publicitar y contratar el arriendo.
[←54]
Mad Max: Fury Road,: (titulada Mad Max: Furia en la carretera en España
y  Mad Max:  Furia en el camino  en Hispanoamérica) es una película
australiana dirigida, producida y coescrita por George Miller, y
protagonizada por Tom Hardy junto a Charlize Theron.
[←55]
Jet-setting, Viajar mucho por el mundo en avión, generalmente por
placer.
[←56]
O-Week, Semana de orientación
[←57]
Sweet Home Alabama, es una película estadounidense de 2002,
dirigida por Andy Tennant. Protagonizada por Reese Witherspoon, Josh
Lucas y Patrick Dempsey.
[←58]
Bachelor in Paradise, es una serie de televisión de competencia de
telerrealidad al estilo de eliminación estadounidense, que se estrenó el 4
de agosto de 2014 en ABC.
[←59]
Marie kondo es poner todo en orden, agradeciendo a los objetos su
servicio, desechando la mayoría de las cosas y organizando las restantes.
 
[←60]
You've Got Mail (en español "Tienes un e-mail") es una película
perteneciente al género de la comedia romántica, dirigida por Nora
Ephron y estrenada en 1998.

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