Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
completamente gratis.
Sinopsis
Prólogo
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
11
12
13
14
15
16
17
18
19
20
21
22
23
24
25
26
27
28
29
30
31
32
33
34
35
36
Epílogo
Staff
Traducción
Afrodita
Anubis
Atenea
Hera
Huitzilopochtli
Nyx
Némesis
Selene
Corrección
Amalur
Artemisa
Circe
Coatlicue
Hades
Konan
Moira
Persefone
Revisión final
Anubis
Astartea
Moira
Némesis
Lo pienso.
Todo el viaje en metro a casa. El paseo de cuatro manzanas
después. A través de una ducha caliente, una mascarilla para el
cabello y otra para la cara, y varias horas de estar tumbada en mi
rígido sofá nuevo.
No paso suficiente tiempo aquí para haberla transformado en un
hogar y, además, soy el producto de un padre tacaño y una madre
sentimental, lo que significa que crecí en una casa llena de basura.
Mamá guardaba las tazas de té rotas que mis hermanos y yo le
habíamos regalado de pequeños, y papá aparcaba nuestros autos
viejos en el jardín delantero por si acaso aprendía a arreglarlos.
Todavía no tengo ni idea de lo que se considera una cantidad
razonable de cachivaches en una casa, pero sé cómo reacciona la
gente en general ante la casa de mi infancia y creo que es más
seguro pecar de minimalista que de acumulador.
Aparte de una colección poco manejable de ropa vintage
(primera regla de la familia Wright: nunca compres nada nuevo si
puedes conseguirlo usado por una fracción del precio), no hay mucho
más en mi apartamento en lo que fijarse. Así que me quedo mirando
el techo y pensando.
Y cuanto más pienso en los viajes que Alex y yo solíamos hacer
juntos, más los añoro. Pero no de la manera divertida, soñadora y
enérgica en que solía anhelar ver Tokio en la temporada de
florecimiento de los cerezos, o los festivales de Fasnacht de Suiza,
con sus desfiles de máscaras y bufones con látigos bailando por las
calles de color caramelo.
Lo que siento ahora es más un dolor, una tristeza.
Es peor que el descaro de no querer mucho de la vida. Es
querer algo que no puedo convencerme de que sea una posibilidad.
No después de dos años de silencio.
De acuerdo, no silencio. Todavía me envía un mensaje en mi
cumpleaños. Yo le sigo enviando uno en el suyo. Ambos enviamos
respuestas que dicen “Gracias” o “¿Cómo estás?”, pero esas
palabras nunca parecen llevar mucho más allá.
Después de todo lo que pasó entre nosotros, solía decirme a
mí misma que sólo necesitaría tiempo para superarlo, que las cosas
volverían inevitablemente a la normalidad y que volveríamos a ser los
mejores amigos. Tal vez incluso nos reiríamos de este tiempo
separados.
Pero pasaban los días, los teléfonos se apagaban y encendían
por si se perdían los mensajes, y después de un mes entero, incluso
dejé de saltar cada vez que sonaba mi alerta de texto.
Nuestras vidas continuaron, sin el otro en ellas. Lo nuevo y
extraño se convirtió en lo familiar, lo aparentemente inmutable, y
ahora aquí estoy, un viernes por la noche, mirando a la nada.
Me levanto del sofá, tomo el portátil de la mesita de café y
salgo a mi pequeño balcón. Me dejo caer en la única silla que cabe
aquí y apoyo los pies en la barandilla, todavía caliente por el sol a
pesar del pesado manto de la noche. Abajo, las campanas suenan
sobre la puerta de la bodega de la esquina, la gente vuelve a casa
después de largas noches de fiesta, y un par de taxis paran frente a
mi bar favorito del barrio, Good Boy Bar (un lugar que no debe su
éxito a sus bebidas, sino al hecho de que permite entrar a los perros;
así es como sobrevivo a mi existencia sin mascotas).
Abro el ordenador y alejo una polilla del resplandor fluorescente
de su pantalla mientras abro mi antiguo blog. A R+R no le importa el
blog en sí; es decir, evaluaron mis muestras de escritura antes de
que consiguiera el trabajo, pero no les importa que lo mantenga. Es
la influencia en las redes sociales lo que quieren seguir
rentabilizando, no el modesto pero devoto número de lectores que
construí con mis publicaciones sobre viajes de bajo presupuesto.
La revista Rest + Relaxation no está especializada en viajes de
bajo presupuesto. Y aunque había planeado seguir con Pop Around
the World además de mi trabajo en la revista, mis entradas
disminuyeron poco después del viaje a Croacia.
Me desplazo hasta mi publicación sobre este y lo abro. Para
entonces ya estaba trabajando en R+R, lo que significaba que cada
lujoso segundo del viaje estaba pagado. Se suponía que iba a ser el
mejor que habíamos hecho, y pequeñas porciones de él lo fueron.
Pero al releer mi publicación, incluso con todos los indicios de
Alex y de lo que pasó borrados, es obvio lo miserable que me sentía
cuando llegué a casa. Me desplazo hacia atrás, buscando todos los
mensajes sobre el Viaje de Verano. Así lo llamábamos, cuando nos
enviábamos mensajes de texto a lo largo del año, normalmente
mucho antes de haber concretado a dónde iríamos o cómo nos lo
permitiríamos.
El Viaje de Verano.
Como en, La escuela me está matando, sólo quiero que el
Viaje de Verano ya esté aquí, y el tono para nuestro Uniforme de
Viaje de Verano, con una captura de pantalla adjunta de una
camiseta que dice SIP, SON REALES en el pecho, o un par de
pantalones cortos tan cortos como para ser, esencialmente, una
tanga de mezclilla.
Una brisa caliente levanta el olor a basura y a pizza de un dólar
de la calle y me despeina el cabello. Me hago un nudo en la base de
la nuca, cierro el ordenador y saco el teléfono tan rápido que parece
que voy a usarlo.
No puedes. Es demasiado raro, pienso.
Pero ya estoy sacando el número de Alex, que sigue ahí en lo
alto de mi lista de favoritos, donde el optimismo lo mantuvo guardado
hasta que pasó tanto tiempo que la posibilidad de borrarlo ahora me
parece un trágico último paso que no puedo soportar.
Mi pulgar se cierne sobre el teclado.
He estado pensando en ti, escribo. Lo miro durante un minuto
y luego retrocedo hasta el principio.
¿Hay alguna posibilidad de que estés buscando salir de la
ciudad? Escribo. Esta parece buena. Está claro lo que estoy
preguntando, pero es bastante informal, con una salida fácil. Pero
cuanto más estudio las palabras, más rara me siento por ser tan
casual. De fingir que no ha pasado nada y que los dos seguimos
siendo amigos íntimos que pueden planear un viaje en un foro tan
informal como un mensaje de texto después de medianoche.
Borro el mensaje, respiro profundamente y vuelvo a escribir:
Hola.
—¿Hola? —Me pongo a gritar, molesta conmigo misma. En la
acera, un hombre salta sorprendido al oír mi voz, luego mira hacia mi
balcón, decide que no estoy hablando con él y se va corriendo.
No hay manera de que le envíe un mensaje a Alex Nilsen que
sólo diga Hola.
Pero luego voy a resaltar y borrar la palabra, y ocurre algo
horrible.
Accidentalmente le di a enviar.
El mensaje sale como una ráfaga.
—¡Mierda, mierda, mierda! —Siseo, agitando mi teléfono como
si tal vez pudiera hacer que escupiera el texto de nuevo antes de que
esa mísera palabra comenzara a digerirse—. No, no, n…
Suena.
Me congelo. Boca abierta. El corazón se acelera. El estómago
se retuerce hasta que mis intestinos se sienten como fideos rotini.
Un nuevo mensaje, el nombre en negrita en la parte superior:
ALEXANDER THE GREATEST.
Una palabra.
Hola.
Estoy tan asombrada que casi le devuelvo el Hola, como si mi
primer mensaje nunca hubiera ocurrido, como si me hubiera saludado
de la nada. Pero por supuesto que no lo hizo, él no es ese tipo. Yo
soy ese tipo.
Y como soy ese tipo que envía los peores mensajes de texto
del mundo, ahora he recibido una respuesta que no me da ninguna
entrada natural a una conversación.
¿Qué digo?
¿Cómo estás, suena demasiado serio? Hace que parezca que
espero que diga: Bien, Poppy, te he echado de menos. Te he
echado MUCHO de menos.
Tal vez algo más inocuo, como ¿Qué hay de nuevo?
Pero de nuevo siento que lo que podría hacer ahora mismo es
ignorar voluntariamente que es raro que le envíe mensajes de texto
después de todo este tiempo.
Siento haberte enviado un mensaje de texto que decía
hola, escribo. Lo borro, trato de ser graciosa: Probablemente te
estés preguntando por qué te he traído aquí.
No tiene gracia, pero estoy de pie en el borde de mi pequeño
balcón, temblando de nerviosismo y aterrorizada de esperar
demasiado tiempo para responder. Envío el mensaje y empiezo a
caminar. Sólo que, como el balcón es tan pequeño y la silla ocupa la
mitad del mismo, básicamente estoy dando vueltas como un trompo,
una cola de polillas persiguiendo la luz borrosa de mi teléfono.
Vuelve a sonar, me tumbo en la silla y abro el mensaje.
¿Se trata de la desaparición de los sándwiches en la sala
de descanso?
Un momento después, llega un segundo mensaje.
Porque yo no los tomé. A menos que haya una cámara de
seguridad allí. En cuyo caso, lo siento.
Una sonrisa se dibuja en mi cara, un torrente de calor derrite el
nudo de ansiedad que tengo en el pecho. Hubo un breve periodo de
tiempo en el que Alex estaba convencido de que lo iban a despedir
de su trabajo de profesor. Después de levantarse tarde y perderse el
desayuno, había tenido una cita con el médico durante el almuerzo.
No había tenido tiempo de comer después, así que había ido a la
sala de profesores con la esperanza de que fuera el cumpleaños de
alguien y que hubiera donuts o panecillos rancios que pudiera coger.
Pero era el primer lunes del mes, y una profesora de Historia
Americana llamada señorita Delallo, una mujer a la que Alex
consideraba secretamente su némesis en el trabajo insistió en limpiar
la nevera y el espacio del mostrador el último viernes de cada mes, y
luego hacía un escándalo como si esperara que le dieran las gracias,
aunque a menudo sus compañeros de trabajo perdían un par de
almuerzos congelados en perfecto estado en el proceso.
De todos modos, lo único que quedaba en la nevera era un
sándwich de ensalada de atún. —La tarjeta de visita de Delallo —
había bromeado Alex cuando me contó la historia más tarde.
Se había comido el sándwich como un acto de rebeldía (y de
hambre). Luego pasó tres semanas convencido de que alguien iba a
descubrirlo y perdería su trabajo. No es que fuera su sueño dar
clases de literatura en el instituto, pero el trabajo estaba bien
pagado, tenía buenos beneficios y se encontraba en nuestra ciudad
natal, en Ohio, lo que «aunque para mí es un aspecto definitivamente
negativo» significaba que podía estar cerca de dos de sus tres
hermanos menores y de los hijos que habían empezado a tener.
Además, el tipo de trabajo universitario que Alex realmente
quería no surgía muy a menudo en estos días. No podía permitirse el
lujo de perder su trabajo de profesor, y por suerte no lo había hecho.
¿Sándwiches? ¿PLURAL? Vuelvo a teclear ahora. Por favor,
por favor, por favor dime que te has convertido en un ladrón de
sándwiches en toda regla.
Delallo no es una fanática de los sándwiches, dice Alex.
Últimamente le gustan los Reubens4.
¿Y cuántos de estos Reubens has robado? Pregunto.
Suponiendo que la NSA esté leyendo esto, ninguna, dice.
Eres un profesor de inglés de secundaria en Ohio; por
supuesto que están leyendo.
Me devuelve una cara triste. ¿Dices que no soy lo
suficientemente importante como para que el gobierno de
Estados Unidos me vigile?
Sé que está bromeando, pero esto es lo que pasa con Alex
Nilsen.
A pesar de ser alto, bastante ancho, adicto al ejercicio diario, a
la alimentación sana y al autocontrol en general, también tiene esa
cara de cachorro herido. O al menos la capacidad de invocarla. Sus
ojos están siempre un poco adormilados, las arrugas bajo ellos una
indicación constante de que no ama el sueño como yo.
Su boca es llena con un arco de cupido exagerado y
ligeramente desigual, y todo esto combinado con su cabello liso y
desordenado «la única parte de su apariencia a la que no presta
atención», le da a su cara un aspecto juvenil que cuando se maneja
adecuadamente, puede desencadenar algún impulso biológico en mí
para protegerlo a toda costa.
Ver cómo sus ojos somnolientos se vuelven grandes y acuosos
y su boca llena se abre en una suave O es como escuchar el gemido
de un cachorro.
Cuando otras personas envían el emoji del ceño fruncido, lo leo
con una leve decepción.
Cuando Alex lo utiliza, sé que es el equivalente digital a su cara
de cachorro triste para burlarse de mí. A veces, cuando estábamos
borrachos, sentados en una mesa e intentando superar una partida
de ajedrez o de scrabble que yo estaba ganando, desplegaba la cara
hasta que yo me ponía histérica, atrapada entre la risa y el llanto,
cayéndome de la silla, intentando que parara o al menos se tapara la
cara.
Por supuesto que eres importante, escribo. Si la NSA
conociera los poderes de la Cara de Cachorro Triste, estarías en
un laboratorio siendo clonado ahora mismo.
Alex teclea durante un minuto, se detiene y vuelve a teclear.
Espero unos segundos más. ¿Es este el mensaje al que finalmente
deja de responder? ¿Una gran confrontación? O, conociéndolo,
supongo que es más probable que sea una inofensiva buena charla,
pero me voy a la cama. Que duermas bien.
¡Ding!
Una carcajada brota de mí, su fuerza es como la de un huevo
que se rompe en mi pecho, derramando calor para cubrir mis
nervios.
Es una foto. Una selfie borrosa e ineficaz de Alex, bajo una
farola, poniendo la infame cara. Como casi todas las fotos que se ha
hecho, está tomada ligeramente desde abajo, alargando su cabeza
para que quede en punta. Echo la cabeza hacia atrás con otra risa,
medio mareada.
¡Bastardo! Escribo. Es la una de la mañana y ahora me has
hecho ir a la perrera para salvar algunas vidas.
Sí, claro, dice. Nunca tendrías un perro.
Algo así como un dolor me pellizca el estómago. A pesar de ser
el hombre más limpio, particular y organizado que conozco, a Alex le
encantan los animales, y estoy bastante segura de que ve mi
incapacidad para comprometerme con uno como un defecto
personal.
Miro a la única suculenta deshidratada en la esquina del balcón.
Sacudiendo la cabeza, escribo otro mensaje: ¿Cómo está Flannery
O'Connor?
Muerta, escribe Alex.
¡El gato, no el autor! Digo.
También muerta, responde.
Mi corazón tartamudea. Por mucho que detestara a esa gata (ni
más ni menos de lo que ella me detestaba a mí), Alex la adoraba. El
hecho de que no me dijera que había muerto me atraviesa en un
corte limpio, una cuchilla de guillotina de la cabeza a los pies.
Alex, lo siento mucho, escribo. Dios, lo siento. Sé lo mucho
que la querías. Esa gata tuvo una vida increíble.
Sólo escribe: Gracias.
Me quedo mirando la palabra durante mucho tiempo, sin saber
a dónde ir. Pasan cuatro minutos, luego cinco, luego ya han pasado
diez.
Debería irme a la cama ahora, dice finalmente. Duerme bien,
Poppy.
Sí, escribo. Tú también.
Me siento en el balcón hasta que todo el calor se ha agotado en
mí.
3
Hace Doce Veranos
La mañana es mejor
Por un lado, los dos nos olvidamos de poner las alarmas y nos
levantamos lo suficientemente tarde como para que ni siquiera el
despertador interno de Alex nos despierte a tiempo para holgazanear
por el hotel. Llegamos tarde desde el momento en que abrimos los
ojos, y no hay nada más que hacer que tirar la ropa en bolsas,
revisar debajo de las camas para ver si hay calcetines y sujetadores
caídos y cualquier otra cosa.
—¡Todavía tenemos que recuperar el Aspire! — Alex se da
cuenta en voz alta mientras cierra la cremallera de su equipaje.
—¡En eso! —digo—. Si puedo ponerme en contacto con la
propietaria, tal vez nos deje dejarlo en el aeropuerto y le paguemos
cincuenta dólares más o algo así.
Pero no la conseguimos, así que estamos gritando por la
autopista, cruzando los dedos para llegar al aeropuerto a tiempo.
—Realmente lamento no haberme duchado ahora —dice Alex
mientras baja la ventanilla y se pasa la mano por el cabello sucio.
—¿Ducharse? —digo—. Cuando me estaba quedando dormida,
tuve el pensamiento, tengo que orinar, pero lo aguantaré hasta la
mañana.
Alex mira por encima del hombro. —Estoy seguro de que
dejaste una taza vacía aquí en algún momento de esta semana, si
las cosas se ponen desesperadas.
—¡Desagradable! —digo, pero tiene razón. Hay una debajo de
mi pie y otro en el portavaso del asiento trasero—. Esperemos que
no llegue a eso. No soy una buena tiradora.
Se ríe, pero es distante. —No es así como me imaginaba que
iba a ir este día.
—Yo tampoco —digo—. Pero, de nuevo, todo el viaje fue algo
sorprendente.
Ante eso, sonríe, agarra mi mano contra la palanca de cambios
y se la lleva a los labios unos segundos después, sosteniéndola allí,
pero sin besarla del todo.
—¿Qué, estoy pegajosa? —pregunto.
El niega con la cabeza. —Solo quiero recordar cómo se siente
tu piel.
—Eso es muy dulce, Alex —le digo—. Y no es algo que diría un
asesino en serie.
Me estoy desviando, pero no estoy segura de cómo manejar
esto. Una carrera loca, juntos, al aeropuerto. Un adiós apresurado a
nuestras puertas, o tal vez simplemente separarse y correr en
direcciones opuestas. Es la antítesis exacta de todas las películas de
comedia romántica que he amado, y si me permito pensar en ello,
creo que podría tener un ataque de pánico en toda regla.
Por un milagro y una buena cantidad de exceso de velocidad, y
sí, sobornando a un conductor de Uber para que pase por algunas
luces amarillas tardías después de dejar el Aspire, llegamos al
aeropuerto y nos registramos en nuestros vuelos. El mío sale quince
minutos después de Alex, así que nos dirigimos a su puerta primero,
desviándonos para comprar un par de barras de granola y el último
número de R+R de una librería en la terminal.
Llegamos a su puerta justo cuando comienza el abordaje, pero
tenemos unos minutos hasta que llamen a su grupo, así que nos
quedamos allí, jadeando, sudorosos, con los hombros doloridos por
llevar nuestras maletas, Mi tobillo se raspo por golpearlo
accidentalmente con la funda rígida de mi bolsa de mano cada pocos
pasos.
—¿Por qué los aeropuertos están tan calientes? —dice Alex.
—¿Es esta la configuración para una broma? —pregunto.
—No, realmente quiero saber.
—Comparado con el apartamento de Nikolai, esto es el ártico,
Alex.
Su sonrisa es tensa. Ninguno de los dos lo está manejando
bien.
—Entonces —dice.
—Entonces.
—¿Cómo crees que va a ir este artículo con Swapna?
¿Jardines que cierran a la mitad del día y carruseles tan calientes
que no son seguros para montar?
—Oh. Bien —toso— Me avergüenza menos haberle mentido a
Alex sobre este viaje que el hecho de que me olvidé de mencionarlo
hasta ahora, y me veo obligada a utilizar varios de nuestros últimos
preciosos momentos juntos para explicarlo—. Así que R + R puede
que no haya aprobado técnicamente este viaje.
Arquea una ceja. —¿Puede que no?
—O puede haberlo rechazado rotundamente.
—¿Qué, en serio? Entonces, ¿por qué estaban pagando
por…? — Se interrumpe cuando lee la respuesta en mi cara—.
Poppy. No deberías haberlo hecho. O deberías habérmelo dicho.
—¿Habrías hecho este viaje si supieras que lo estaba
pagando?
—Por supuesto que no —dice.
—Exactamente —digo—. Y necesitaba hablar contigo. Quiero
decir, obviamente necesitábamos hablar.
—Podrías haberme llamado —razona—. Nos volvimos a enviar
mensajes de texto. Estábamos… No sé, trabajando en eso.
—Lo sé —digo—. Pero no fue tan simple. Lo estaba pasando
mal en el trabajo, simplemente tenía una sensación por todo el
asunto, perdida y aburrida, y como ni siquiera supiera lo que quiero a
continuación en mi vida, y luego hablé con Rachel, y ella señaló que,
en cierto modo, habría conseguido todo lo que quería
profesionalmente, y tal vez solo necesitaba encontrar algo nuevo que
querer, y luego pensé en la última vez que fui feliz y…
—¿De qué estás hablando? —Alex dice, sacudiendo la cabeza
—. Rachel te dijo… ¿Qué me engañaras para que me vaya de viaje
contigo?
—¡No! —digo, el pánico se retuerce en mis entrañas ¿Cómo es
que esto se descarrilo tan rápido? —. ¡Eso no! Su madre es
terapeuta y, según ella, es común estar deprimido cuando has
cumplido todas tus metas a largo plazo. Porque necesitamos un
propósito. Y luego Rachel sugirió que tal vez solo necesitaba
tomarme un descanso de la vida y dejarme descubrir lo que quiero.
—Un descanso de la vida —dice Alex en voz baja, su boca se
afloja, sus ojos oscuros y tormentosos.
Es obvio de inmediato que he dicho algo incorrecto. Todo esto
está saliendo tan mal. Tengo que arreglarlo. —Solo quiero decir, que
no había sido feliz desde nuestro último viaje.
—Entonces me mentiste para que hiciera un viaje contigo, y
luego tuviste sexo conmigo, y me dijiste que me amabas y viniste a la
boda de mi hermano, porque necesitabas un descanso de tu vida
real.
—Alex, por supuesto no —digo, acercándome a él.
Se aparta de mí con los ojos bajos. —Por favor, no me toques
ahora mismo, Poppy. Estoy tratando de pensar, ¿de acuerdo?
—¿Pensar en qué? —pregunto, la emoción espesa mi voz. No
entiendo qué está pasando, cómo lo he lastimado o cómo
solucionarlo—. ¿Por qué estás tan molesto en este momento?
—¡Porque lo decía en serio! —dice, finalmente mirándome a los
ojos.
Un pulso de dolor se dispara a través de mi estómago. —¡Yo
también! —Lloro.
—Lo decía en serio, y sabías que lo decía en serio —dice—.
No fue un impulso. Durante años supe que te amaba, lo pensé desde
todos los ángulos y supe lo que quería antes de besarte. Estuvimos
dos años sin hablar, y pensé en ti todos los días y te di el espacio
que pensé que querías, y todo ese tiempo me pregunté qué estaría
dispuesto a hacer, a rendirme, si decidieras que querías estar
conmigo también. Pasé todo ese tiempo alternando entre intentar
seguir adelante y dejarte ir, para que pudieras ser feliz, y mirar
ofertas de trabajo y apartamentos cerca de ti, por si acaso.
—Alex —Niego con la cabeza, fuerzo las palabras a pasar el
nudo en mi garganta— No tenía ni idea.
—Lo sé. —Se frota la frente mientras cierra los ojos—. Yo sé
eso. Y tal vez debería habértelo dicho. Pero, joder, Poppy, no soy un
taxista acuático que conociste en vacaciones.
—¿Qué se supone que quiere decir? —solicito. Cuando abre
los ojos, están tan llorosos que empiezo a alcanzarlo de nuevo hasta
que recuerdo lo que dijo, por favor no me toques ahora mismo.
—No soy unas vacaciones de tu vida real —dice—. No soy una
experiencia novedosa. Soy alguien que ha estado enamorado de ti
durante una década, y nunca debiste haberme besado si no lo
hubieras sabido que querías esto, todo el tiempo. No fue justo.
—Yo quiero esto —digo, pero incluso mientras lo digo, una
parte de mí no tiene idea de lo que eso significa.
¿Quiero casarme?
¿Quiero tener hijos?
¿Quiero vivir en un piso de los años setenta en Linfield, Ohio?
¿Quiero alguna de las cosas que Alex anhela para su vida?
No he pensado en nada de eso y Alex se da cuenta.
—No lo sabes —dice Alex—. Dijiste que no lo sabes, Poppy. No
puedo dejar mi trabajo, mi casa y mi familia solo para ver si eso cura
tu aburrimiento.
—No te pedí que hicieras eso, Alex —le digo, sintiéndome
desesperada, como si estuviera luchando por agarrarme y dándome
cuenta de que todo debajo de mí está hecho de arena. Se está
escapando de mi agarre por última vez, y no habrá forma de volver a
poner todo esto en forma.
—Lo sé —dice, frotando las líneas de su frente, haciendo una
mueca—. Dios, lo sé. Es mi culpa. Debería haber sabido que esto
era una mala idea.
—Detente —le digo, con tantas ganas de tocarlo, dolorida por
tener que conformarme con apretar mis manos en puños—. No digas
eso. Estoy resolviendo las cosas, ¿de acuerdo? Yo solo… Necesito
resolver algunas cosas.
El agente de la puerta llama al grupo seis para que comience a
abordar y los últimos rezagados se alinean.
—Tengo que irme —dice, sin mirarme.
Mis ojos se llenan de lágrimas, mi piel está caliente y me pica
como si mi cuerpo se encogiera alrededor de mis huesos,
volviéndose demasiado tenso para soportarlo.
—Te amo, Alex —digo—. ¿Eso no importa?
Sus ojos miraran, oscuros, insondables, llenos de dolor y
deseo. —Yo también te amo, Poppy —dice—. Ese nunca ha sido
nuestro problema. —Mira por encima del hombro. La línea casi ha
desaparecido.
—Podemos hablar de esto cuando estemos en casa —digo—.
Podemos resolverlo.
Cuando Alex me mira, su rostro está angustiado, sus ojos
enrojecidos. —Mira.. —dice suavemente—. No creo que debamos
hablar por un tiempo.
Niego con la cabeza. —Eso es lo último que debemos hacer,
Alex. Tenemos que resolver esto.
—Poppy —Coge mi mano y la toma suavemente entre las
suyas—. Sé lo que quiero. Tú necesitas resolver esto. Haría
cualquier cosa por ti, pero, por favor, no me lo pidas si no estás
segura. Pero... —Traga saliva. La línea se ha ido. Es hora de que se
vaya. Obliga al resto con un ronco murmullo—. No puedo ser un
descanso de tu vida real, y no seré lo que te impida tener lo que
quieres.
Su nombre se atora en mi garganta. Se inclina un poco,
apoyando su frente contra la mía, y cierro los ojos. Cuando los abro,
él camina hacia el puente de los aviones sin mirar atrás.
Respiro hondo, recojo mis cosas y me dirijo a mi
puerta.mCuando me siento a esperar y aprieto mis rodillas contra mi
pecho, escondiendo mi rostro contra ellas, finalmente me permito
llorar libremente.
Por primera vez en mi vida, el aeropuerto me parece el lugar
más solitario del mundo.Toda esa gente, separándose, yendo en sus
propias direcciones, cruzando caminos con cientos de personas,
pero nunca conectándose.
33
Hace Dos Veranos
Un caballero mayor viaja con nosotros a Croacia como el
fotógrafo oficial de R+R.
Bernard. Es muy hablador, siempre lleva un chaleco de lana y a
menudo se interpone entre Alex y yo sin notar las miradas divertidas
que intercambiamos sobre la cabeza calva de Bernard. (Es más bajo
que yo, aunque a lo largo del viaje nos dice a menudo que en sus
mejores tiempos medía 1,65 m).
Juntos, los tres vemos la antigua ciudad de Dubrovnik, el casco
antiguo, con sus altas murallas de piedra y sus sinuosas calles, y
más allá, las playas rocosas y las prístinas aguas turquesas del
Adriático.
Los otros fotógrafos con los que he viajado han sido todos
bastante independientes, pero Bernard es un viudo reciente, no está
acostumbrado a vivir solo. Es un tipo simpático, pero
interminablemente sociable y hablador, y a lo largo de nuestro tiempo
en la ciudad, observo cómo agota a Alex, hasta que todas las
preguntas de Bernard son respondidas con monosílabos. Bernard no
se da cuenta; normalmente sus preguntas son meros trampolines
para historias que le gustaría compartir.
Las historias implican muchos nombres y fechas, y se toma
mucho tiempo para asegurarse de que acierta en cada una de ellas,
a veces repitiendo cuatro o cinco veces hasta que está seguro de
que este suceso ocurrió un miércoles y no, como pensó al principio,
un jueves.
Desde la ciudad, tomamos un ferry abarrotado hasta Korčula,
una isla frente a la costa. R+R nos ha reservado dos habitaciones de
hotel tipo apartamento con vistas al agua. De alguna manera, a
Bernard se le mete en la cabeza que él y Alex compartirán una de
ellas, lo que no tiene sentido, ya que él es un empleado de R+R, que
obviamente debería tener su propio alojamiento, mientras que Alex
es mi invitado.
Intentamos decírselo.
—Oh, no me importa —dice—. Además, tengo dos
habitaciones por accidente.
Es una causa perdida intentar convencerle de que esa
habitación debía ser la de Alex y la mía, por eso los dos dormitorios,
y sinceramente, creo que ambos sentimos demasiada simpatía por
Bernard como para insistir en el asunto. Los apartamentos en sí son
elegantes y modernos, todos blancos y acero inoxidable con
balcones con vistas al agua brillante, pero las paredes son finas
como el papel, y cada mañana me despierto con el sonido de tres
niños pequeños corriendo y gritando en el apartamento de arriba.
Además, algo se ha muerto en la pared detrás de la secadora en el
armario de la lavandería, y cada día que llamo a la recepción para
decirles, envían a un adolescente para que haga algo con el olor
mientras estoy fuera. Estoy bastante segura de que se limita a abrir
todas las ventanas y a rociar con Lysol todo el lugar, porque el dulce
aroma a limón al que vuelvo se desvanece cada noche a medida que
el olor a animal muerto vuelve a sustituirlo.
Esperaba que estas fueran las mejores vacaciones de todas las
que hemos tomado.
Pero, aparte del olor a muerte y los chillidos de los bebés al
amanecer, está el hecho de Bernard. Después de la Toscana, sin
hablar de ello, Alex y yo dimos un paso atrás en nuestra amistad. En
lugar de mensajes diarios, empezamos a ponernos al día cada dos
semanas. Habría sido demasiado fácil volver a cómo eran las cosas
entonces, pero no podía hacer eso, ni a él ni a Trey.
En lugar de eso, me dediqué a trabajar, haciendo todos los
viajes que se presentaban, a veces uno detrás de otro. Al principio,
Trey y yo éramos más felices que nunca, pues era allí donde
prosperábamos: a caballo y a lomos de un camello, caminando por
volcanes y saltando por cascadas. Pero, con el tiempo, nuestras
interminables vacaciones empezaron a parecerse a una huida, como
si fuéramos dos ladrones de bancos sacando lo mejor de una mala
situación mientras esperábamos a que el FBI se acercara.
Empezamos a discutir. Él quería levantarse temprano y yo me
quedaba dormida. Yo caminaba demasiado despacio y él se reía
demasiado fuerte. Me molestaba cómo coqueteaba con nuestra
camarera, y él no soportaba que yo tuviera que recorrer cada pasillo
de cada tienda idéntica que pasábamos.
Nos quedaba una semana de viaje a Nueva Zelanda cuando nos
dimos cuenta de que habíamos seguido nuestro recorrido.
—Ya no nos divertimos —dijo Trey.
Me puse a reír de alivio. Nos separamos como amigos. No
lloré. Los últimos seis meses habían sido un lento desenredo de
nuestras vidas. La ruptura fue sólo el corte de una última cuerda.
Cuando le envié un mensaje a Alex para contárselo, me dijo:
¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?
Será más fácil explicarlo en persona, escribí, con el corazón
en vilo.
Es justo, dijo.
Unas semanas más tarde, también por mensaje, me dijo que él
y Sarah habían vuelto a romper.
No lo había visto venir: Se habían mudado juntos a Linfield
cuando él terminó su doctorado, incluso trabajaban en la misma
escuela, un milagro tan profundo que parecía la aprobación expresa
del universo a su relación y por todo lo que Alex me había contado,
habían estado mejor que nunca. Más felices. Todo era tan natural
para ellos. A menos que mantuviera sus problemas en privado, lo que
tendría mucho sentido.
¿Quieres hablar? pregunté, sintiéndome a la vez aterrorizada
y llena de adrenalina.
Como has dicho, ha respondido, probablemente sea más
fácil de explicar en persona.
Llevaba dos meses y medio esperando para tener esa
conversación. Extrañaba mucho a Alex, y por fin no había nada que
nos impidiera hablar con franqueza, ninguna razón para contenernos
o andar de puntillas el uno con el otro o intentar no tocarnos.
Excepto por Bernard.
Navega con nosotros en kayak al atardecer. Nos acompaña en
nuestro recorrido por las bodegas familiares reunidas en el interior.
Nos acompaña en las cenas de marisco cada noche. Sugiere una
copa después. Nunca se cansa. Bernard, Alex susurra una noche,
podría ser Dios, y yo resoplo en mi vino blanco.
—¿Alergias? —Bernard dice—. Puedes usar mi pañuelo. —
Entonces me pasa un pañuelo bordado de verdad.
Me gustaría que Bernard hiciera algo horrible, como usar el hilo
dental en la mesa, o cualquier cosa que me diera valor para exigir
una hora de espacio y privacidad.
Este es el más hermoso y peor viaje que Alex y yo hemos
hecho.
En nuestra última noche, los tres nos emborrachamos en un
restaurante con vistas al mar, viendo cómo se funden los rosas y los
dorados del sol a través de todo hasta que el agua es una sábana de
luz, sustituida gradualmente por un manto de color púrpura intenso.
De vuelta al complejo, el cielo se oscureció y nos separamos,
agotados en más de un sentido y cargados de vino.
Quince minutos más tarde, oigo un ligero golpe en mi puerta.
Abro en pijama y me encuentro con Alex de pie, sonriendo y
sonrojado. —¡Bueno, esto es una sorpresa! —digo, arrastrando un
poco las palabras.
—¿En serio? —dice Alex—. Con la forma en que estabas
dándole alcohol a Bernard, pensé que esto era parte de algún plan
malvado.
—¿Está desmayado? —pregunto.
—Roncando tan jodidamente fuerte —dice Alex, y mientras los
dos empezamos a reír, me presiona con el índice en los labios—.
Shhh —me advierte —he intentado infiltrarme aquí las dos últimas
noches - y se despertó y salió de su habitación- antes de que yo
llegara a la puerta. Pensé en empezar a fumar sólo para tener una
excusa férrea.
Más risas burbujean a través de mí, calentando mis entrañas,
burbujeando a través de ellas. —¿De verdad crees que te habría
seguido? —susurro, con su dedo aún pegado a mis labios.
—No estaba dispuesto a correr ese riesgo. —Al otro lado de la
pared, oímos un ronquido miserable, y empiezo a reírme tan fuerte
que mis piernas se vuelven acuosas y me hundo en el suelo. Alex
también lo hace.
Caemos en un montón, una maraña de miembros y risas
silenciosas y temblorosas. Golpeo inútilmente su brazo mientras otro
horrible ronquido ruge a través de la pared.
—Te he extrañado —dice Alex a través de una sonrisa mientras
las risas se van apagando.
—Yo también —digo, con las mejillas doloridas. Me aparta el
cabello de la cara, la estática haciendo que algunos mechones bailen
alrededor de su mano—. Pero al menos ahora tengo tres de ti. —Le
agarro la muñeca para estabilizarme y cierro un ojo para verlo mejor.
—¿Demasiado vino? —bromea, deslizando su mano alrededor
de mi cuello.
—No —digo— sólo lo suficiente para noquear a Bernard. La
cantidad perfecta. —La cabeza me da vueltas y siento la piel caliente
bajo la mano de Alex, con anillos de calor satisfactorio que
extendiéndose hasta los dedos de los pies—. Esto debe ser lo que
se siente al ser un gato —tarareo.
Se ríe. —¿Cómo es eso?
—Ya sabes. —Muevo la cabeza de un lado a otro, apoyando mi
cuello en su palma—. Sólo... —Me quedo sin palabras, demasiado
satisfecha para continuar. Sus dedos entran y salen de mi piel,
tirando ligeramente de mi cabello, y suspiro de placer mientras me
hundo contra él, mi mano se posa en su pecho mientras mi frente se
apoya en la suya.
Pone su mano sobre la mía, y yo encajo mis dedos en ella
mientras inclino mi cara hacia la suya, nuestras narices se rozan. Su
barbilla se levanta, sus dedos rozan mi mandíbula. Lo siguiente que
sé es que me está besando.
Estoy besando a Alex Nilsen.
Un cálido y lento trago de un beso. Los dos casi nos reímos al
principio, como si todo esto fuera una broma muy divertida.
Entonces, su lengua barre mi labio inferior, un roce de calor ardiente.
Sus dientes lo atrapan brevemente a continuación, y ya no hay más
risas.
Mis manos se deslizan por su cabello y él me atrae hacia su
regazo, sus manos suben por mi espalda y bajan de nuevo para
apretarme las caderas. Mi respiración se agita y se acelera cuando
su boca vuelve a abrir la mía, su lengua penetra más profundamente,
su sabor es dulce, limpio y embriagador.
Somos manos frenéticas y dientes afilados, telas arrancadas de
la piel y uñas que se clavan en los músculos. Probablemente Bernard
sigue roncando, pero no lo oigo por encima de la respiración
deliciosamente superficial de Alex o su voz en mi oído, diciendo mi
nombre como una maldición, ni de los latidos de mi corazón que se
desbocan en mis tímpanos mientras balanceo mis caderas contra las
suyas.
Todas esas cosas que no llegamos a decir ya no importan
porque, realmente, esto es lo que necesitábamos. Necesito más de
él. Busco su cinturón —porque lleva un cinturón, claro que lleva un
cinturón—, pero me toma la muñeca y se echa hacia atrás, con los
labios picados y el cabello revuelto, todo él desordenado de una
forma completamente desconocida y extremadamente atractiva.
—No podemos hacer esto —dice, con la voz gruesa.
—¿No podemos? —Parar se siente como chocar con una
pared. Como si hubiera pequeños pájaros de dibujos animados
girando aturdidamente alrededor de mi cabeza mientras intento dar
sentido a lo que está diciendo.
—No deberíamos —corrige Alex—. Estamos borrachos.
—¿No estamos demasiado borrachos para besarnos pero sí
para dormir juntos? —digo, casi riendo por lo absurdo, o por la
decepción.
Alex tuerce la boca. —No —dice— quiero decir que no debería
haber ocurrido en absoluto. Los dos hemos estado bebiendo y no
pensamos con claridad...
—Mm-hm. —Me alejo de él y me aliso la camiseta del pijama.
Mi vergüenza es total, un golpe en las tripas que hace que me lloren
los ojos. Me levanto del suelo y Alex me sigue—. Tienes razón —digo
—. Fue una mala idea.
Alex se ve miserable. —Sólo quiero decir...
—Lo entiendo —digo rápidamente, tratando de tapar el agujero
antes de que el barco pueda hacer más agua. Fue un error ir allí,
arriesgarme a esto. Pero necesito convencerle de que todo está
bien, de que no hemos echado gasolina a nuestra amistad y
encendido una cerilla—. No hagamos de esto un gran problema, no lo
es —continúo, con mi convicción—. Es como dijiste: cada uno de
nosotros tenía como tres botellas de vino. No estábamos pensando
con claridad. Haremos como si no hubiera pasado, ¿bien?
Me mira fijamente, con una expresión tensa que no puedo leer.
—¿Crees que puedes hacerlo?
—Alex, por supuesto —digo—. Tenemos mucha más historia
que una noche de borrachera.
—De acuerdo. —Asiente con la cabeza—. De acuerdo. —Tras
un rato de silencio, dice—: Debería irme a la cama. —Me estudia
durante otro rato, luego murmura—, Buenas noches —y sale por la
puerta.
Después de unos minutos de caminar mortificada, me arrastro a
la cama, donde cada vez que empiezo a quedarme dormida, todo el
encuentro se repite en mi mente: la insoportable excitación de
besarlo y la aún más insoportable humillación de nuestra
conversación.
Por la mañana, cuando me despierto, hay un momento de
felicidad en el que creo que lo he soñado todo. Luego me tropiezo
con el espejo del baño y veo un buen chupón en el cuello, y el ciclo
de recuerdos vuelve a empezar.
Decido no sacar el tema cuando lo veo. Lo mejor que puedo
hacer es fingir que realmente he olvidado lo que pasó. Para
demostrar que estoy bien y nada tiene que cambiar entre nosotros.
Cuando llegamos al aeropuerto —Bernard, Alex y yo— y
Bernard se aleja para ir al baño, tenemos nuestro primer minuto a
solas del día.
Alex tose. —Siento lo de anoche. Sé que empecé todo y que no
debería haber pasado así.
—En serio —digo—. No es un gran problema.
—Sé que no has superado lo de Trey —murmura, apartando la
mirada—. No debería haber...
¿Mejoraría o empeoraría las cosas admitir lo poco que se me
pasó por la cabeza Trey durante las semanas anteriores a este
viaje? ¿Que la última noche no había pensado en nadie más que en
Alex?
—No es tu culpa —prometo—. Los dos dejamos que pasara, y
no tiene que significar nada, Alex. Sólo somos dos amigos que se
besaron una vez estando borrachos.
Me estudia durante unos segundos. —Está bien. —No parece
que esté bien. Parece que preferiría estar en una convención de
saxofón con un gran número de asesinos en serie ahora mismo.
Mi corazón se aprieta dolorosamente. —¿Entonces estamos
bien? —digo, deseando que sea así.
Bernard reaparece entonces con una historia sobre un baño de
aeropuerto muy empapelado con papel higiénico que visitó una vez —
el domingo del Día de la Madre, para los que quieran la fecha exacta
— y Alex y yo apenas nos miramos.
Cuando llego a casa, algo me impide enviarle un mensaje.
Me enviará un mensaje de texto, pienso. Entonces sabré que
estamos bien.
Después de una semana de silencio, le envío un mensaje casual
sobre una camiseta graciosa que veo en el metro, y me contesta ha
pero nada más. Dos semanas más tarde, cuando le pregunto:
¿Estás bien? se limita a responder: Lo siento. He estado muy
ocupado. ¿Estás bien?
Seguro, digo yo.
Alex se mantiene ocupado. Yo también me mantengo ocupada,
y eso es todo.
Siempre supe que había una razón para mantener un límite.
Nos habíamos dejado llevar por nuestra libido y ahora no podía ni
mirarme, ni devolverme el mensaje.
Diez años de amistad tirados por el desagüe sólo para poder
saber a qué sabe Alex Nilsen.
34
Este Verano
No puedo dejar de pensar en ese primer beso. No nuestro
primer beso en el balcón de Nikolai, sino el de hace dos años, en
Croacia. Todo este tiempo, ese recuerdo se ha visto de una manera
en mi mente, pero ahora se ve completamente diferente.
Había pensado que se arrepentía de lo que había pasado.
Ahora entendía que se arrepentía de cómo había sucedido. En un
capricho de borracho, cuando no podía estar seguro de mis
intenciones. Cuando yo no estaba segura de mis intenciones. Él
había temido que no hubiera significado nada, y entonces yo había
fingido que no lo había hecho.
Todo este tiempo había pensado que me había rechazado. Y él
había pensado que yo había sido arrogante con él y su corazón. Me
dolía pensar en cómo le había hecho daño, y lo peor de todo es que
tal vez tenía razón.
Porque aunque ese beso no hubiera significado nada para mí,
tampoco lo había pensado bien. No la primera vez, y tampoco esta
vez. No como Alex.
—¿Poppy? —Dice Swapna, asomándose a mi cubículo—.
¿Tienes un momento?
Llevo más de cuarenta y cinco minutos en mi mesa, mirando
esta página web sobre turismo en Siberia. Resulta que Siberia es
realmente hermosa. Perfecta para un exilio autoimpuesto, si es que
uno necesita algo así. Minimizo el sitio. —Um, claro.
Swapna mira por encima de su hombro, comprobando quién
más está hoy, parado en sus escritorios. —En realidad, ¿te gustaría
dar un paseo?
Han pasado dos semanas desde que volví de Palm Springs, y
técnicamente es demasiado pronto para el tiempo otoñal, pero hoy
tenemos un brote aleatorio de él en Nueva York. Swapna toma su
abrigo de Burberry y yo mi abrigo vintage de espiga y nos dirigimos a
la cafetería de la esquina.
—Así que —dice ella—. No puedo dejar de notar que has
estado deprimida.
—Oh. —Pensé que había estado haciendo un buen trabajo
ocultando cómo me sentía. Por un lado, he estado haciendo ejercicio
durante unas cuatro horas por noche, lo que significa que duermo
como un bebé, me despierto todavía agotada y paso los días sin
demasiada capacidad mental para preguntarme cuándo contestará
Alex a una de mis llamadas o me devolverá la llamada.
O por qué este trabajo se siente tan agotador como el de
camarera en Ohio. Ya no puedo hacer que nada sume como debería.
Todo el día me oigo decir esta misma frase, como si estuviera
desesperada por sacarla de mi cuerpo, aunque me sienta incapaz:
Lo estoy pasando mal.
Por muy suave que sea esa afirmación —tan suave como que
no puedo evitar darme cuenta de que has estado en un embudo— se
me clava en el centro cada vez que la oigo.
Lo estoy pasando mal, pienso desesperadamente mil veces al
día, y cuando intento indagar para obtener más información ¿Un
momento difícil con qué? la voz responde: Todo.
Me siento insuficiente como adulta. Miro a mi alrededor en la
oficina y veo a todo el mundo tecleando, atendiendo llamadas,
haciendo reservas, editando documentos, y sé que todos están
lidiando al menos con lo mismo que yo, lo que sólo me hace sentir
peor por lo duro que me parece todo.
Vivir, ser responsable de mí misma, parece un reto insuperable
últimamente.
A veces me levanto del sofá, meto comida congelada en el
microondas y, mientras espero a que suene el temporizador, pienso
que tendré que volver a hacer esto mañana y al día siguiente y al
día siguiente. Todos los días, durante el resto de mi vida, voy a tener
que averiguar qué comer y prepararlo para mí, sin importar lo mal
que me sienta o lo cansada que esté, o lo horrible que sea el
martilleo en mi cabeza. Aunque tenga ciento dos grados de fiebre,
tendré que levantarme y preparar una comida muy mediocre para
seguir viviendo.
No le digo nada de esto a Swapna, porque (a) es mi jefa, (b) no
sé si podría traducir alguno de estos pensamientos en palabras
habladas, y (c) aunque pudiera, sería humillante admitir que me
siento exactamente como ese estereotipo millennial incapaz, perdida
y melancólica contra el que el mundo es tan aficionado a despotricar.
—Supongo que he estado un poco decaída —es lo que digo—.
No me di cuenta de que estaba afectando a mi trabajo. Lo haré
mejor.
Swapna deja de caminar, se pone sus altísimos Louboutins y
frunce el ceño. —No se trata sólo del trabajo, Poppy. He invertido
personalmente en ser tu mentora.
—Lo sé —digo—. Eres una jefa increíble, y me siento muy
afortunada.
—Tampoco se trata de eso —dice Swapna, un poco impaciente
—. Lo que digo es que, por supuesto, no estás obligada a hablar
conmigo de lo que te pasa, pero creo que te ayudaría hablar con
alguien. Trabajar por tus objetivos puede ser muy solitario, y el
agotamiento profesional es siempre un reto. He pasado por ello,
créeme.
Me muevo ansiosamente sobre mis pies. Aunque Swapna ha
sido una mentora para mí, nunca hemos hablado de nada personal, y
no sé qué decir.
—No sé qué me pasa —admito.
Sé que mi corazón se rompe al pensar que no tengo a Alex en
mi vida.
Sé que me gustaría poder verlo todos los días, y no hay una
parte de mí que se imagine qué más podría haber ahí fuera, a quién
podría perderme de conocer y amar si estuviéramos realmente
juntos.
Sé que la idea de una vida en Linfield me aterroriza.
Sé que he trabajado muy duro para ser esta persona —
independiente, que ha viajado mucho, que ha tenido éxito— y no sé
quién soy si dejo pasar eso.
Sé que todavía no hay otro trabajo que me llame, la respuesta
obvia a mi infelicidad, y que este, que ha sido increíble durante buena
parte de los últimos cuatro años y medio, últimamente sólo me deja
cansado.
Y todo eso se suma a no tener ni puta idea de a dónde voy
ahora, y por lo tanto no tengo ningún derecho real a llamar a Alex,
por lo que finalmente he dejado de intentarlo por el momento.
—Agotamiento profesional —digo en voz alta—. Eso es algo
que pasa, ¿no?
Swapna sonríe. —Para mí, hasta ahora, siempre ha sido así.
—Busca en su bolsillo y saca una pequeña tarjeta de visita blanca—.
Pero, como he dicho, ayuda hablar con alguien. —Acepto la tarjeta y
ella inclina la barbilla hacia la cafetería—. ¿Por qué no te tomas unos
minutos para ti? A veces un cambio de escenario es todo lo que se
necesita para tener un poco de perspectiva.
Un cambio de escenario, pienso mientras ella comienza a
regresar por donde vinimos. Eso solía funcionar.
Miro la tarjeta de visita que tengo en la mano y no puedo evitar
reírme.
Dra. Sandra Krohn, psicóloga.
Saco mi teléfono y le envío un mensaje a Rachel. ¿ La Dra.
Mamá está aceptando nuevos pacientes?
¿La Pope actual es tremendamente transgresora? me
responde el mensaje.