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Contenido

Sinopsis
Prólogo
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Epílogo
Staff

Traducción
Afrodita
Anubis
Atenea
Hera
Huitzilopochtli
Nyx
Némesis
Selene

Corrección
Amalur
Artemisa
Circe
Coatlicue
Hades
Konan
Moira
Persefone

Revisión final
Anubis
Astartea
Moira
Némesis

Diseño Pdf y Epub


Selene
Huitzilopochtli
Sinopsis
Dos mejores amigos. Diez viajes de verano. Una última
oportunidad para enamorarse.
Poppy y Alex. Alex y Poppy. No tienen nada en común. Ella es
una niña salvaje; él lleva caquis. Ella tiene un insaciable deseo de
viajar; él prefiere quedarse en casa con un libro. Pero, de alguna
manera, desde que compartieron el auto para volver a casa desde la
universidad hace muchos años, son los mejores amigos. La mayor
parte del año viven alejados -ella en Nueva York y él en su pequeña
ciudad natal-, pero cada verano, desde hace una década, se toman
una gloriosa semana de vacaciones juntos.
Hasta hace dos años, cuando lo arruinaron todo. Desde
entonces no se hablan.
Poppy tiene todo lo que debería desear, pero está atrapada en
la rutina. Cuando alguien le pregunta cuándo fue la última vez que fue
verdaderamente feliz, ella sabe, sin lugar a duda, que fue en aquel
malogrado y último viaje con Alex. Así que decide convencer a su
mejor amigo de que se tomen unas vacaciones más juntos: ponerlo
todo sobre la mesa, arreglarlo todo. Milagrosamente, él acepta.
Ahora ella tiene una semana para arreglar todo. Si tan sólo
puede evitar la gran verdad que siempre se ha interpuesto en medio
de su aparentemente perfecta relación. ¿Qué podría salir mal?
Prólogo
Hace Cinco Veranos

De vacaciones, puedes ser quien quieras.


Al igual que un buen libro o un traje increíble, estar de
vacaciones te transporta a otra versión de ti mismo.
En el día a día, tal vez ni siquiera puedas mover la cabeza al
son de la radio sin sentirte avergonzado, pero en el patio con luces
centelleantes adecuado, con la banda de tambores de acero
adecuada, te encontrarás girando y dando vueltas con los mejores.
De vacaciones, tu cabello cambia. El agua es diferente, tal vez
el champú. Quizá no te molestes en lavarlo, ni en cepillarlo, porque el
agua salada del mar lo riza de una manera que te encanta. Y
piensas, Tal vez podría hacer esto en casa también. Tal vez podría
ser esa persona que no se cepilla el cabello, a la que no le importa
estar sudada o tener arena en todas sus grietas.
De vacaciones, entablas conversaciones con desconocidos y
olvidas que hay algo en juego. Si resulta imposiblemente incómodo
¿A quién le importa? ¡No volverás a verlos!
Eres quien quieras ser. Puedes hacer lo que quieras.
De acuerdo, tal vez no lo que quieras. A veces el tiempo te
obliga a una situación concreta, como en la que me encuentro ahora,
y tienes que encontrar formas de segunda clase para entretenerte
mientras esperas a que pase la lluvia.
Al salir del baño, me detengo. En parte, esto se debe a que
todavía estoy trabajando en mi plan de juego. Pero, sobre todo,
porque el suelo está tan pegajoso que pierdo mi sandalia y tengo que
volver cojeando por ella. En teoría, me encanta este lugar, pero en la
práctica, creo que dejar que mi pie desnudo toque la suciedad
anónima del laminado podría ser una buena forma de contraer una
de esas raras enfermedades que se guardan en los frascos
refrigerados de una instalación secreta del CDC1.
Vuelvo a bailar hasta mi zapato, deslizo los dedos de los pies a
través de las finas correas naranjas y me giro para observar el bar:
la presión de los cuerpos pegajosos; el perezoso torbellino de
ventiladores de paja en lo alto; la puerta abierta para que, de vez en
cuando, una ráfaga de lluvia se cuele en la negra noche para
refrescar a la sudorosa multitud. En la esquina, una gramola
iluminada con luces de neón hace sonar I Only Have Eyes for You de
The Flamingos.
Es una ciudad turística pero un bar de lugareños, libre de
vestidos de verano estampados y camisas Tommy Bahama, aunque
también carece, lamentablemente, de cócteles adornados con lanzas
de frutas tropicales.
Si no fuera por la tormenta, habría elegido otro lugar para mi
última noche en la ciudad. Durante toda la semana la lluvia ha sido
tan fuerte, los truenos tan constantes, que mis sueños de playas de
arena blanca y lanchas rápidas brillantes se esfumaron, y yo, junto
con el resto de los vacacionistas decepcionados he pasado mis días
aporreando piñas coladas en cualquier trampa turística abarrotada
que pudiera encontrar.
Esta noche, sin embargo, no podía soportar más multitudes,
largas esperas y hombres canosos con anillos de boda guiñándome
un ojo por encima de los hombros de sus esposas. Así que me
encontré aquí.
En un bar de suelo pegajoso llamado sólo BAR, buscando mi
objetivo entre la escasa multitud.
Está sentado en la esquina del propio bar del BAR. Un hombre
de aproximadamente mi edad veinticinco años, con cabello color
arena y alto con hombros anchos, aunque tan encorvados que no se
notaría ninguno de estos dos últimos hechos a primera vista. Tiene la
cabeza inclinada sobre su teléfono con una mirada de tranquila
concentración visible en su perfil. Un diente tira del labio inferior lleno
mientras su dedo pasa lentamente por la pantalla.
Aunque no está abarrotado al nivel de Disney World, este lugar
es ruidoso. A medio camino entre la máquina de discos que entona
espeluznantes melodías de finales de los cincuenta y el televisor
montado frente a ella, desde el cual un meteorólogo grita sobre una
lluvia que bate récords, hay una pandilla de hombres con idénticas
carcajadas que estallan todas a la vez. En el otro extremo de la
barra, la camarera no deja de golpear el mostrador para enfatizar
mientras charla con una mujer de cabello amarillo.
La tormenta tiene a toda la isla inquieta, y la cerveza barata
tiene a todos alborotados.
Pero el hombre de cabello color arena sentado en el taburete
de la esquina tiene una quietud que le hace destacar. En realidad,
todo en él grita que no pertenece a este lugar. A pesar de los
ochenta y tantos grados de temperatura y la humedad del millón por
ciento, va vestido con una camiseta de manga larga desarreglada y
un pantalón azul marino. También está sospechosamente desprovisto
de bronceado, así como de cualquier risa, alegría, frivolidad, etc.
Bingo.
Me quito un puñado de ondas rubias de la cara y me dirijo hacia
él. Mientras me acerco sus ojos permanecen fijos en su teléfono, su
dedo arrastra lentamente lo que está leyendo por la pantalla. Capto
las palabras en negrita CAPÍTULO VEINTINUEVE.
Está completamente leyendo un libro en un bar.
Muevo la cadera hacia la barra y deslizo el codo sobre ella
mientras me enfrento a él. —Hola, tigre.
Sus ojos color avellana se levantan lentamente hacia mi cara,
parpadean. —¿Hola?
—¿Vienes aquí a menudo?
Me estudia durante un minuto, sopesando visiblemente las
posibles respuestas.
—No —dice finalmente—. No vivo aquí.
—Oh —digo, pero antes de que pueda salir más, continúa.
—Y aunque lo hiciera, tengo una gata con muchas necesidades
médicas que requiere cuidados especializados. Hace que sea difícil
salir.
Frunzo el ceño en casi todas las partes de esa frase. —Lo
siento mucho. —Me recupero—. Debe ser horrible estar lidiando con
todo eso y a la vez con una muerte.
Su ceño se arruga. —¿Una muerte?
Agito una mano en un círculo cerrado, señalando su atuendo. —
¿No estás en la ciudad para un funeral?
Su boca se aprieta. —No lo hago.
—Entonces ¿Qué te trae a la ciudad?
—Una amiga. —Sus ojos se dirigen a su teléfono.
—¿Vive aquí? —Supongo.
—Me arrastró —corrige—, por las vacaciones. —Dice esta
última palabra con cierto desdén.
Pongo los ojos en blanco. —¡No puede ser! ¿Lejos de tu gato?
¿Sin ninguna buena excusa excepto disfrutar y divertirse? ¿Estás
seguro de que a esta persona se le puede llamar realmente amigo?
—Menos seguro cada segundo —dice sin levantar la vista.
No me da mucho con qué trabajar, pero no me rindo. —
Entonces —sigo adelante— ¿Cómo es esta amiga? ¿Es sexy?
¿Inteligente? ¿Voluptuosa?
—Pequeña —dice, todavía leyendo—. Ruidosa, nunca se calla,
deja caer algo sobre cada prenda de vestir que lleva alguno de
nosotros, tiene un gusto romántico horrible, solloza durante esos
anuncios de la universidad comunitaria, esos en los que la madre
soltera se queda hasta tarde frente al ordenador, y luego, cuando se
queda dormida, su hijo le pone una manta sobre los hombros y
sonríe porque está muy orgulloso de ella, ¿Qué más? Oh, está
obsesionada con los bares de mala muerte que huelen a salmonella.
Me da miedo incluso beber la cerveza embotellada de aquí, ¿Has
visto las críticas de Yelp de este lugar?
—¿Estás bromeando ahora mismo? —pregunto, cruzando los
brazos sobre el pecho.
—Bueno —dice— la salmonella no tiene olor, pero sí Poppy, te
quedas corta.
—¡Alex! —Le doy un golpe en el bíceps, rompiendo al
personaje— ¡Estoy tratando de ayudarte!
Se frota el brazo. —¿Ayudarme cómo?
—Sé que Sarah te rompió el corazón, pero tienes que volver a
salir. Y cuando una chica sexy se te acerque en un bar, lo primero
que no debes sacar es tu relación codependiente con la idiota de tu
gata.
—En primer lugar, Flannery O'Connor no es una gilipollas —dice
—. Es tímida.
—Es malvada.
—Simplemente no le gustas —insiste—. Tienes una fuerte
energía canina.
—Lo único que he hecho es intentar acariciarla —digo—. ¿Por
qué tener una mascota que no quiere ser acariciada?
—Quiere que la acaricien —dice Alex—. Siempre te acercas a
ella con ese brillo lobuno en los ojos.
—No lo hago.
—Poppy —dice—. Te acercas a todo con un brillo lobuno en los
ojos.
En ese momento se acerca la camarera con la bebida que pedí
antes de meterme en el baño.
—¿Señorita? —dice—. Su margarita. —Hace girar el vaso
helado por la barra hacia mí, y un pinchazo de sed me golpea en la
garganta cuando lo cojo. Lo levanto tan rápido que una buena
cantidad de tequila salpica el labio, y con una velocidad sobrenatural
y muy practicada, Alex me quita el otro brazo de la barra antes de
que pueda salpicarse de licor.
—¿Ves? Brillo lobuno —dice Alex en voz baja, en serio, de la
forma en que pronuncia casi todas las palabras que me dice excepto
en esas raras y sagradas noches en las que sale el “Raro Alex” y
puedo verlo, por ejemplo, tumbado en el suelo fingiendo sollozos ante
un micrófono en el karaoke, con su cabello color arena sobresaliendo
en todas direcciones y su arrugada camisa de vestir desabrochada.
Sólo un ejemplo hipotético. De algo que ha ocurrido exactamente
antes.
Alex Nilsen es un hombre de control. En ese cuerpo alto, ancho,
permanentemente encorvado y doblado en forma de pretzel, hay un
exceso de estoicismo (resultado de ser el hijo mayor de un viudo
con la ansiedad más manifiesta de todos los que he conocido) y una
reserva de represión (resultado de una estricta educación religiosa
en oposición directa a la mayoría de sus pasiones; es decir, el
mundo académico), junto con el más extraño, secretamente tonto e
intensamente blando de corazón que he tenido el placer de conocer.
Doy un sorbo a la margarita, y un zumbido de placer se abre
paso en mí.
—Un perro en un cuerpo humano —se dice Alex, y luego vuelve
a desplazarse por su teléfono.
Resoplo mi desaprobación por su comentario y bebo otro
sorbo.
—Por cierto, esta margarita tiene como un noventa por ciento
de tequila. Espero que les digas a esos criticones insatisfechos de
Yelp que se vayan al diablo. Y que este lugar no huele a salmonella.
—Bebo un poco más de mi bebida mientras me deslizo en el taburete
junto a él, girando para que nuestras rodillas se toquen.
Me gusta que siempre se siente así cuando salimos juntos: la
parte superior de su cuerpo mirando hacia la barra, sus largas
piernas hacia mí, como si mantuviera abierta una puerta secreta
hacia sí mismo sólo para mí. Y no una puerta sólo al Alex Nilsen
reservado y nunca bien sonriente que el resto del mundo tiene, sino
un camino directo al bicho raro. El Alex que hace estos viajes
conmigo, año tras año, a pesar de que desprecia los vuelos y los
cambios y el uso de cualquier almohada que no sea con la que
duerme en casa.
Me gusta que, cuando salimos, siempre se dirija a la barra,
porque sabe que me gusta sentarme allí, aunque una vez admitió que
cada vez que lo hacemos, se estresa por si hace demasiado o poco
contacto visual con los camareros.
La verdad es que me gusta y amo casi todo lo relacionado con
mi mejor amigo, Alex Nilsen, y quiero que sea feliz, así que incluso si
nunca me ha gustado particularmente ninguno de sus intereses
amorosos anteriores «y especialmente no me gustó su ex, Sarah»
sé que depende de mí asegurarme de que no deje que este último
desengaño lo obligue a convertirse en un ermitaño. Después de todo,
él haría «y ha hecho» lo mismo por mí.
—Entonces —digo— ¿Deberíamos hacerlo desde el principio
otra vez? Yo seré la extraña sexy en el bar y tú serás tu yo
encantador, sin lo del gato. Te devolveremos a la piscina de las citas
en poco tiempo.
Levanta la vista de su teléfono, casi sonriendo. Lo llamaré
simplemente sonreír, porque para Alex esto es lo más parecido.
—¿Te refieres a la desconocida que empieza con un oportuno
“¿Hola, tigre”? Creo que tenemos ideas diferentes de lo que es
”sexy”.
Giro sobre mi taburete, nuestras rodillas chocan mientras me
alejo de él y luego vuelvo, reajustando mi cara en una sonrisa
coqueta. —¿Te dolió… —digo— … cuando te caíste del cielo?
Sacude la cabeza. —Poppy, es importante para mí que sepas
—dice lentamente— que si alguna vez consigo tener otra cita, no
tendrá absolutamente nada que ver con tu supuesta ayuda.
Me pongo de pie, tiro el resto de mi bebida dramáticamente y
golpeo el vaso contra la barra. —¿Qué te parece si salimos de aquí?
—¿Cómo es que tienes más éxito en las citas que yo? —dice,
asombrado por el misterio de todo ello.
—Fácil —digo—. Tengo estándares más bajos. Y ninguna
Flannery O'Connor que se interponga. Y cuando salgo a los bares,
no me paso todo el tiempo frunciendo el ceño a las reseñas de Yelp
y proyectando a la fuerza NO ME HABLES. Además, podría decirse
que soy preciosa desde ciertos ángulos.
Se levanta y deja un billete de veinte sobre la barra antes de
volver a meterse la cartera en el bolsillo. Alex siempre lleva dinero en
efectivo. No sé por qué. Se lo he preguntado al menos tres veces.
Me ha contestado. Sigo sin saber por qué, porque su respuesta era
demasiado aburrida o demasiado compleja intelectualmente para que
mi cerebro se molestara en retener el recuerdo.
—No cambia el hecho de que seas un absoluto bicho raro —
dice.
—Me quieres —señalo, un poco a la defensiva.
Me pasa un brazo por los hombros y me mira, con otra
pequeña sonrisa contenida en sus labios carnosos. Su rostro es un
colador, que sólo deja salir la mínima expresión a la vez.
—Lo sé —dice.
Le sonrío. —Yo también te quiero.
Lucha contra el ensanchamiento de su sonrisa, la mantiene
pequeña y tenue.
—También lo sé.
El tequila me da sueño, pereza, y me dejo llevar por él mientras
nos dirigimos a la puerta abierta. —Ha sido un buen viaje —digo.
—Lo mejor hasta ahora. —Asiente, mientras la lluvia fresca nos
rodea como si fuera confeti de un cañón. Su brazo se acerca un poco
más, cálido y pesado alrededor de mí, su olor a madera de cedro
limpia se pliega sobre mis hombros como una capa.
—Ni siquiera me ha importado mucho la lluvia —digo mientras
nos adentramos en la espesa y húmeda noche, todo zumbidos de
mosquitos y palmeras temblando por los lejanos truenos.
—Lo he preferido. —Alex levanta su brazo de mi hombro para
enroscarlo sobre mi cabeza, transformándose en un paraguas
humano improvisado mientras corremos por la carretera inundada
hacia nuestro pequeño auto rojo de alquiler. Cuando llegamos a él, se
separa y abre primero mi puerta «hemos conseguido un descuento al
coger un auto sin cerraduras ni ventanas automáticas» y luego corre
alrededor del capó y se lanza al asiento del conductor.
Alex pone el auto en marcha, el aire acondicionado a toda
potencia sisea contra nuestra ropa mojada mientras sale del
aparcamiento y se dirige a la casa de alquiler.
—Acabo de darme cuenta —dice— de que no hicimos ninguna
foto en el bar para tu blog.
Empiezo a reírme y luego me doy cuenta de que no está
bromeando.
—Alex, ninguno de mis lectores quiere ver fotos de BAR. Ni
siquiera quieren leer sobre BAR.
Se encoge de hombros. —No pensé que BAR fuera tan malo.
—Dijiste que olía a salmonella.
—Aparte de eso. —Pone el intermitente y guía el auto por
nuestra estrecha calle bordeada de palmeras.
—En realidad, no he conseguido ninguna foto utilizable esta
semana.
Alex frunce el ceño y se frota la ceja mientras frena hacia el
camino de grava que tiene delante.
—Aparte de las que tú tomaste —añado rápidamente. Las
fotos que Alex se ofreció a hacer para mis redes sociales son
realmente terribles. Pero lo quiero tanto por estar dispuesto a
hacerlas que ya he elegido la menos atroz y la he publicado. Estoy
poniendo una de esas horribles caras en medio de la palabra,
chillando y riéndome de algo mientras él intenta «terriblemente»
orientarme, y las nubes de tormenta se están formando visiblemente
sobre mí, como si yo misma estuviera invocando el apocalipsis a la
isla de Sanibel. Pero al menos se nota que soy feliz en ella.
Cuando miro esa foto, no recuerdo qué me dijo Alex para
provocar esa cara, ni lo que le grité. Pero siento la misma sensación
de calor que siento cuando pienso en cualquiera de nuestros viajes
de verano anteriores.
Ese flechazo de felicidad, esa sensación de que la vida es esto:
estar en un lugar hermoso, con alguien que quieres.
Intenté escribir algo al respecto en el pie de foto, pero era difícil
de explicar.
Por lo general, mis posts tratan de cómo viajar con poco
presupuesto, de hacer más por menos, pero cuando tienes cien mil
personas siguiendo tus vacaciones en la playa, lo ideal es
mostrarles… unas vacaciones en la playa.
En la última semana, hemos tenido aproximadamente cuarenta
minutos en total en la costa de la isla de Sanibel. El resto lo hemos
pasado encerrados en bares y restaurantes, librerías y tiendas
vintage, además de mucho tiempo en el deteriorado bungalow que
hemos alquilado, comiendo palomitas y contando rayos. No nos
hemos bronceado, ni hemos visto peces tropicales, ni hemos hecho
snorkel o tomado el sol en catamaranes, o mucho de cualquier cosa
aparte de caer y quedarse dormido en el mullido sofá con un maratón
de la Dimensión Desconocida abriéndose camino en nuestros
sueños.
Hay lugares que se pueden ver en todo su esplendor, con o sin
sol, pero éste no es uno de ellos.
—Oye —dice Alex mientras pone el auto en el aparcamiento.
—Oye, ¿qué?
—Hagamos una foto —dice—. Juntos.
—Odias que te hagan fotos —señalo. Lo cual siempre me ha
resultado extraño, porque a nivel técnico, Alex es extremadamente
guapo.
—Lo sé —dice Alex— pero está oscuro y quiero recordar esto.
—Está bien —digo—. Sí. Tomemos una.
Alcanzo mi teléfono, pero él ya tiene el suyo fuera. Solo que, en
lugar de sostenerlo con la pantalla hacia nosotros para poder vernos,
lo tiene volteado, con la cámara normal fija en nosotros en lugar de la
frontal.
—¿Qué estás haciendo? —digo, alcanzando su teléfono—.
Para eso está el modo selfie, abuelo.
—¡No! —Se ríe, sacándolo de su alcance—. No es para tu
blog, no tenemos que estar bien. Sólo tenemos que parecer nosotros
mismos. Si la tenemos en modo selfie no voy a querer tomar una.
—Necesitas ayuda para tu dismorfia facial —le digo.
—¿Cuántas miles de fotos he hecho para ti, Poppy? —dice—
hagamos esta como quiero.
—Vale, bien. —Me inclino sobre la consola, acomodándome
contra su pecho húmedo, su cabeza se agacha un poco para
compensar nuestra diferencia de altura.
—Uno… dos… —El flash salta antes de que llegue a tres.
—¡Monstruo! —Lo regaño.
Le da la vuelta al teléfono para mirar la foto y gime. —Noooo —
dice—. Soy un monstruo.
Me ahogo en una carcajada mientras estudio el horrible borrón
fantasmal de nuestros rostros: su cabello mojado sobresaliendo en
forma puntiaguda, el mío enredado en mechones encrespados
alrededor de mis mejillas, todo en nosotros brillante y rojo por el
calor, mis ojos completamente cerrados, los suyos entrecerrados e
hinchados. —¿Cómo es posible que seamos tan difíciles de ver y tan
feos a la vez?
Riendo, echa la cabeza hacia atrás contra el reposacabezas. —
Está bien, la borro.
—¡No! —Lucho por quitarle el teléfono de la mano. Él también
lo agarra, pero no lo suelto, así que lo mantenemos entre nosotros
sobre la consola
—. De eso se trataba, Alex. De recordar este viaje como
realmente fue. Y para parecer nosotros mismos.
Su sonrisa es tan pequeña y tenue como siempre.
—Poppy, no te pareces en nada a esa foto.
Sacudo la cabeza. —Y tú tampoco.
Durante un largo momento, nos quedamos en silencio, como si
no hubiera nada más que decir ahora que esto se ha resuelto.
—El próximo año vayamos a un lugar frío —dice Alex—. Y
seco.
—De acuerdo —digo, sonriendo—. Iremos a un lugar frío.
1
Este Verano

—Poppy —dice Swapna desde la cabecera de la aburrida


mesa de conferencias gris— ¿Qué tienes para mí?
Para la benévola gobernante del imperio Rest+Relaxation,
Swapna Bakshi-Highsmith no podría exudar menos de los dos
valores fundamentales de nuestra excelente revista.
La última vez que Swapna descansó fue probablemente hace
tres años, cuando estaba embarazada de ocho meses y medio y
estaba en reposo por orden del médico. Incluso entonces, se pasó
todo el tiempo en videollamadas con la oficina, con su ordenador
portátil en equilibrio sobre su barriga, así que no creo que se haya
relajado mucho. Todo en ella es elegante, directo e inteligente, desde
su corte recto de alta costura hasta sus zapatos con tachuelas de
Alexander Wang.
Su delineador de ojos alado podría cortar una lata de aluminio,
y sus ojos esmeralda podrían aplastarla después. En este momento,
ambos apuntan directamente a mí. —¿Poppy? ¿Hola?
Parpadeo para salir de mi aturdimiento y avanzo en mi silla,
aclarando mi garganta. Últimamente me pasa mucho. Cuando tienes
un trabajo en el que solo tienes que ir a la oficina una vez a la
semana, no es ideal desconectar como un niño en álgebra durante el
cincuenta por ciento de ese tiempo, y menos aún hacerlo delante de
tu jefe, aterradora e inspiradora a partes iguales.
Estudio el bloc de notas que tengo delante. Solía acudir a las
reuniones de los viernes con docenas de lanzamientos garabateados
con entusiasmo. Ideas para historias sobre festivales desconocidos
en otros países, restaurantes locales famosos con postres fritos
coloquiales, fenómenos naturales en determinadas playas de
América del Sur, viñedos emergentes en Nueva Zelanda, o nuevas
tendencias entre los amantes de las emociones fuertes y modos de
relajación profunda para los amantes del spa.
Solía escribir estas notas con una especie de pánico, como si
cada experiencia que esperaba tener algún día fuera un ser vivo
creciendo en mi cuerpo, extendiendo sus ramas para empujar mis
entrañas, exigiendo salir de mí. Me pasaba tres días antes de las
reuniones de presentación en una especie de trance sudoroso de
Google, recorriendo imagen tras imagen de lugares en los que nunca
había estado, con una sensación parecida al hambre que me rugía
en las tripas.
Sin embargo, hoy he dedicado diez minutos a escribir los
nombres de los países.
Países, ni siquiera ciudades.
Swapna me está mirando, esperando que le presente mi
próximo gran largometraje de verano para el año que viene, y yo
estoy mirando la palabra Brasil.
Brasil es el quinto país más grande del mundo. Ocupa el 5.6%
de la masa terrestre. No se puede escribir un artículo corto y breve
sobre las vacaciones en Brasil. Tienes que elegir al menos una región
específica.
Paso la página de mi cuaderno, fingiendo estudiar la siguiente.
Está en blanco. Cuando mi compañero Garrett se inclina hacia mí
como si quisiera leer por encima de mi hombro, lo cierro. —San
Petersburgo —digo.
Swapna arquea una ceja y se pasea por la cabecera de la
mesa. —Hicimos San Petersburgo en nuestro número de verano de
hace tres años. La celebración de las Noches Blancas, ¿Recuerdas?
—¿Ámsterdam? —Garrett lanza a mi lado.
—Ámsterdam es una ciudad de primavera —dice Swapna,
vagamente molesta—. No van a presentar Ámsterdam y no incluir los
tulipanes.
Una vez oí que ha estado en más de setenta y cinco países y
en muchos de ellos dos veces.
Hace una pausa, sostiene su teléfono en una mano y lo golpea
contra su otra palma mientras piensa. —Además, Ámsterdam está
tan… a la moda.
Swapna cree firmemente que estar a la moda es llegar tarde a
esa moda. Si percibe que la idea de Toruń, Polonia, se está
convirtiendo en el espíritu de la época, entonces Toruń está fuera de
la agenda para los próximos diez años. Hay una lista literal clavada
en una pared junto a los cubículos (Toruń no está en esta lista) de
Lugares que R+R No Cubrirá. Cada entrada está escrita a mano y
fechada, y hay una especie de apuesta clandestina sobre cuándo se
liberará una ciudad de La Lista. Nunca hay tanto entusiasmo en la
oficina como esas mañanas en las que Swapna entra con su bolsa
de ordenador portátil de diseño en el brazo y se acerca a la lista con
un bolígrafo ya preparado para tachar una de esas ciudades
prohibidas.
Todo el mundo la observa con la respiración contenida,
preguntándose qué ciudad va a rescatar del olvido de R+R, y una vez
que está a salvo en su despacho, con la puerta cerrada, quien esté
más cerca de la Lista correrá hacia ella, leerá la entrada tachada y
se girará para susurrar el nombre de la ciudad a todos los miembros
de la editorial. Suele haber una celebración silenciosa.
Cuando el otoño pasado París dejó de pertenecer a la Lista,
alguien sacó el champán y Garrett sacó una boina roja de un cajón
de su escritorio, donde aparentemente la había escondido para una
ocasión como ésta. Se la puso todo el día, quitándosela de la cabeza
cada vez que se oía el chasquido y el gemido de la puerta de
Swapna. Pensó que también se había salido con la suya, hasta que
ella se detuvo junto a su escritorio al salir por la noche y dijo: —Au
revoir2, Garrett.
Su cara se había vuelto tan brillante como la boina, y aunque no
creía que Swapna hubiera querido ser más que graciosa, nunca
había recuperado la confianza del todo desde entonces.
El hecho de que Ámsterdam sea declarada “a la moda” hace
que sus mejillas pasen del rojo de la boina al morado de la
remolacha.
Otra persona propone Cozumel. Y luego hay una votación para
Las Vegas, que Swapna considera brevemente.
—Las Vegas podría ser divertido. —Ella mira hacia mí—.
Poppy, ¿No crees que Las Vegas podría ser divertido?
—Definitivamente podría ser divertido. —Estoy de acuerdo.
—Santorini —dice Garrett con la voz de un ratón de dibujos
animados.
—Santorini es precioso, por supuesto —dice Swapna, y Garrett
lanza un audible suspiro de alivio—. Pero queremos algo inspirador.
Me mira de nuevo. Intencionadamente. Ya sé por qué. Quiere
que escriba el gran reportaje. Porque eso es lo que he venido a
hacer.
Se me revuelve el estómago. —Seguiré pensando en algo para
presentártelo el lunes —sugiero.
Ella acepta con la cabeza. Garrett se hunde en la silla a mi
lado. Sé que él y su novio están desesperados por un viaje gratis a
Santorini. Como lo estaría cualquier escritor de viajes. Como
probablemente lo estaría cualquier persona humana.
Como definitivamente debería estar.
No te rindas, quiero decirle. Si Swapna quiere inspiración, no
la obtendrá de mí.
No he tenido nada de eso en mucho tiempo.
—Pienso que deberías presionar para ir a Santorini —dice
Rachel, haciendo girar su copa de rosé sobre el mosaico de la mesa
del café. Es un vino perfectamente veraniego y, gracias a su
plataforma, lo conseguimos gratis.
Rachel Krohn: bloguera de estilo, entusiasta del bulldog francés,
nacida y criada en el Upper West Sider (pero afortunadamente no del
tipo que actúa como si fuera tan adorable que seas de Ohio, o
incluso que Ohio exista, ¿alguien ha oído hablar de ello?), y la mejor
amiga profesional.
A pesar de tener electrodomésticos de alta gama, Rachel lava
todos los platos a mano, porque le resulta relajante, y lo hace con
tacones de 10 centímetros, porque cree que los zapatos planos son
para montar a caballo y para la jardinería, y sólo si no has
encontrado unas botas de tacón adecuadas.
Rachel fue la primera amiga que hice cuando me mudé a Nueva
York. Es una “influencer” de las redes sociales (léase: le pagan por
llevar marcas específicas de maquillaje en las fotos en su precioso
tocador de mármol), y aunque nunca había tenido una amistad con un
compañero de Internet, resultó tener sus ventajas (léase: ninguno de
nosotros tiene que sentirse avergonzado cuando le pedimos al otro
que espere mientras escenificamos fotos de nuestros sándwiches). Y
aunque podría haber esperado no tener mucho en común con
Rachel, fue durante nuestro tercer encuentro (en el mismo bar de
vinos en Dumbo donde estamos sentadas en este momento) que ella
admitió que toma todas sus fotos de la semana los martes,
cambiando de ropa y cabello entre las paradas en diferentes parques
y restaurantes, y luego pasa el resto de la semana escribiendo
ensayos y dirigiendo las redes sociales para algunos rescates de
perros.
Cayó en este trabajo por ser fotogénica y tener una vida
fotogénica y dos perros muy fotogénicos (aunque constantemente
necesitados de atención médica).
Mientras que yo me propuse crear un grupo de seguidores en
las redes sociales como un juego a largo plazo para convertir los
viajes en un trabajo a tiempo completo. Diferentes caminos hacia el
mismo lugar. Es decir, ella sigue en el Upper West Side y yo en el
Lower East Side, pero ambas somos anuncios vivos.
Tomo un trago del vino espumoso y lo hago girar mientras le
doy vueltas a sus palabras. No he estado en Santorini, y en algún
lugar de la abarrotada casa de mis padres, en una caja de
Tupperware llena de cosas que no tienen absolutamente nada en
común, hay una lista de destinos soñados que hice en la universidad,
con Santorini cerca de la cima. Esas líneas blancas limpias y las
grandes franjas de mar azul brillante estaban tan lejos de mis
desordenados dos niveles en Ohio como podía imaginar.
—No puedo —le digo finalmente—. Garrett entraría en
combustión espontánea si lanzara Santorini y, una vez que me
subiera a bordo, Swapna lo aprobaría por mí.
—No lo entiendo —dice Rachel—. Qué difícil puede ser elegir
unas vacaciones, no es que hayas estado ahorrando tus centavos.
Elige un lugar, ve, luego escoge otro. Eso es lo que haces.
—No es tan sencillo.
—Sí, sí —Rachel agita una mano—. Lo sé, tu jefa quiere unas
vacaciones ‘inspiradoras’. Pero cuando aparezcas en algún lugar
hermoso, con la tarjeta de crédito de R+R, la inspiración aparecerá.
Literalmente no hay nadie en la tierra mejor equipado para tener unas
vacaciones mágicas que un periodista de viajes con la chequera de
un gran conglomerado de medios. Si tú no puedes tener un viaje
inspirador, ¿Cómo demonios esperas que lo tenga el resto del
mundo?
Me encojo de hombros, rompiendo un trozo de queso de la
tabla de embutidos.
—Tal vez ese es el punto.
Ella arquea una ceja oscura —¿Cuál es el punto?
—¡Exactamente! —digo, y ella me lanza una mirada de seco
disgusto.
—No seas linda y caprichosa —dice rotundamente. Para Rachel
Krohn, lo lindo y caprichoso es casi tan malo como a la moda para
Swapna Bakshi-Highsmith.
A pesar de la estética suavemente nebulosa del cabello, el
maquillaje, la ropa, el apartamento y las redes sociales de Rachel, es
una persona profundamente pragmática. Para ella, la vida en el ojo
público es un trabajo como cualquier otro, que ha mantenido porque
paga las facturas (al menos en lo que respecta al queso, el vino, el
maquillaje, la ropa y cualquier otra cosa que las empresas decidan
enviarle), no porque disfrute del tipo de semifama fabricada que
viene con el oficio. Al final de cada mes, publica un post con las
peores imágenes sin editar de sus sesiones fotográficas, la leyenda
dice: ESTO ES UN FEED DE IMÁGENES SELECCIONADAS PARA
HACERTE SUSPIRAR POR UNA VIDA QUE NO EXISTE. ME
PAGAN POR ESTO.
Sí, fue a la escuela de arte.
Y, de alguna manera, este tipo de falso arte escénico no ha
hecho nada para frenar su popularidad. Cada vez que estoy en la
ciudad para el último día del mes, intento programar una cita para
tomar un vino y ver cómo revisa sus notificaciones y pone los ojos en
blanco a medida que le llegan nuevos “me gusta” y “seguidores”. De
vez en cuando ahoga un grito y dice: “¡Escucha esto! ‘Rachel Krohn
es tan valiente y real. Quiero que sea mi madre’. Les digo que no me
conocen, ¡y siguen sin entenderlo!”
No tiene paciencia con las gafas de color de rosa y menos aún
con la melancolía.
—No me estoy haciendo la linda —le prometo— y
definitivamente no estoy siendo caprichosa.
El arco de su ceja se profundiza. —¿Estás segura? Porque
eres propensa a ambas cosas, nena.
Pongo los ojos en blanco. —Sólo quieres decir que soy bajita y
que llevo colores brillantes.
—No, eres pequeña —me corrige— y llevas estampados
chillones. Tu estilo es como el de la hija de un panadero parisino de
los años 60 que recorre su pueblo en bicicleta al amanecer, gritando
Bonjour, le monde3 mientras reparte baguettes.
—De todos modos —digo, volviendo a lo de antes— lo que
quiero decir es, ¿qué sentido tiene tomarse estas vacaciones
ridículamente caras, y luego escribir todo sobre ellas para las
cuarenta y dos personas del mundo que pueden permitirse el tiempo
y el dinero para recrearlas?
Sus cejas se acomodan en una línea plana mientras piensa.
—Bueno, en primer lugar, no creo que la mayoría de la gente
utilice los artículos de R+R como un itinerario, Pop. Si les das cien
lugares para visitar, eligen tres. Y, en segundo lugar, la gente quiere
ver vacaciones idílicas en las revistas de vacaciones. Las compran
para soñar despiertos, no para planificar. —Incluso mientras se
comporta como la Rachel pragmática, la cínica Rachel de la Escuela
de Arte se cuela, dándole un toque a sus palabras. La Rachel de la
Escuela de Arte es algo así como un anciano que pone el grito en el
cielo, un padrastro en la mesa de la cena, que dice: “¿Por qué no se
desconectan un rato, niños?”, mientras tiende un cuenco para
recoger los teléfonos de todos.
Me encanta la Rachel de la Escuela de Arte y sus Principios,
pero también me inquieta su repentina aparición en este patio de la
acera. Porque ahora mismo están brotando palabras que aún no he
dicho en voz alta. Pensamientos sensibles y secretos que nunca se
me han revelado del todo en las muchas horas que he pasado
tumbada en el sofá, todavía como nuevo, de mi apartamento poco
acogedor y poco habitado, durante el tiempo de inactividad entre
viajes.
—¿Qué sentido tiene? —Vuelvo a decir, frustrada—. Quiero
decir, ¿Nunca te sientes así? Como si hubieras trabajado tan duro,
hecho todo lo correcto…
—Bueno, no todo —dice ella—. Dejaste la universidad, nena.
—Para poder conseguir el trabajo de mis sueños. Y lo
conseguí. Trabajo en una de las principales revistas de viajes. Tengo
un bonito apartamento. Y puedo tomar taxis sin preocuparme
demasiado por el destino de ese dinero, y a pesar de todo eso… —
tomo aire de forma temblorosa, insegura de las palabras que estoy a
punto de soltar a la fuerza, incluso cuando todo su peso me golpea
como un saco de arena—…no soy feliz.
El rostro de Rachel se suaviza. Pone su mano sobre la mía,
pero permanece en silencio, dejando espacio para que yo siga.
Tardo un rato en obligarme. Me siento como una imbécil
desagradecida por haber tenido estos pensamientos, y mucho más
por haberlos admitido en voz alta.
—Todo es más o menos como me lo imaginaba —digo
finalmente—. Las fiestas, las escalas en aeropuertos internacionales,
los cócteles en el jet, las playas, los barcos y los viñedos. Y todo se
ve como debería, pero se siente diferente de lo que imaginé.
Sinceramente, creo que se siente diferente de lo que solía ser. Solía
estar demasiado emocionada y tener mucha energía durante las
semanas antes de un viaje, ¿Sabes? Y cuando llegaba al aeropuerto,
sentía como si mi sangre zumbara. Como si el aire estuviera vibrando
con la posibilidad a mi alrededor. No lo sé. No estoy segura de lo que
ha cambiado. Tal vez yo lo haya hecho.
Se pasa un rizo oscuro por detrás de la oreja y se encoge de
hombros. —Lo querías, Poppy. No lo tenías, y lo querías. Tenías
hambre de ello.
Al instante, sé que tiene razón. Ella ha visto a través del vómito
de palabras el centro de las cosas.
—¿No es ridículo? —Gimoteo y me río—. Mi vida resultó como
esperaba, y ahora sólo extraño querer algo.
Temblando con su peso. Zumbando con el potencial. Mirando al
techo de mi cutre quinto piso antes de la R+R, después de un doble
turno sirviendo copas en el Garden, y soñando con el futuro. Los
lugares a los que iría, la gente que conocería, en quién me
convertiría. ¿Qué queda por desear cuando tienes el apartamento de
tus sueños, el jefe de tus sueños y el trabajo de tus sueños (que
anula cualquier ansiedad por el alquiler obscenamente alto del
apartamento de tus sueños, porque de todos modos pasas la mayor
parte del tiempo comiendo en restaurantes con estrellas Michelin a
cuenta de la empresa)?
Rachel escurre su vaso y echa un poco de Brie en una galleta,
asintiendo con conocimiento de causa. —El disgusto de los
millennials.
—¿Es eso una cosa? —pregunto.
—Todavía no, pero si lo repites tres veces, habrá un artículo de
opinión de Slate para esta noche.
Lanzo un puñado de sal por encima del hombro como para
alejar ese mal, y Rachel resopla mientras nos sirve un vaso nuevo a
cada una.
—Pensaba que lo que pasa con los millennials es que no
conseguimos lo que queremos. Las casas, los trabajos, la libertad
financiera. Sólo vamos a la escuela para siempre, y luego a trabajar
de camareros hasta que nos muramos.
—Sí —dice ella— pero dejaste la universidad y fuiste tras lo
que querías. Así que aquí estamos.
—No quiero tener el disgusto de los millennials —digo—. Me
hace sentir como una imbécil el no estar contenta con mi increíble
vida.
Rachel vuelve a resoplar. —La satisfacción es una mentira
inventada por el capitalismo —dice la Rachel de la Escuela de Arte,
pero quizá tenga razón. Por lo general, la tiene—. Piénsalo. ¿Todas
esas fotos que publico? Están vendiendo algo. Un estilo de vida. La
gente mira esas fotos y piensa: “Si yo tuviera esos tacones de Sonia
Rykiel, ese precioso apartamento con suelos de roble francés en
espiga, sería feliz. Me pavonearía, regaría mis plantas y encendería
mi interminable suministro de velas Jo Malone, y sentiría que mi vida
está en perfecta armonía. Por fin amaría mi casa. Disfrutaría de mis
días en este planeta”.
—Lo vendes bien, Rach —digo—. Pareces muy feliz.
—Claro que sí —dice ella—. Pero no estoy contenta, ¿Y sabes
por qué? —Coge su teléfono de la mesa, mira una foto específica
que tiene en mente y la levanta. Una foto de ella recostada en su
sofá de terciopelo, cargada de bulldogs con las mismas cicatrices de
sus cirugías de hocico. Está vestida con un pijama de Bob Esponja y
no lleva ni una pizca de maquillaje— ¡Porque cada día hay fábricas
de cachorros de callejón que crían más de estos pequeños!
Embarazando a las mismas pobres perras una y otra vez,
produciendo camada tras camada de cachorros con mutaciones
genéticas que hacen que la vida sea dura y dolorosa ¡Por no hablar
de todos los pitbulls doblados en perreras, pudriéndose en la cárcel
de cachorros!
—¿Estás diciendo que debería tener un perro? —Digo—.
Porque todo el asunto de ser periodista de viajes impide tener una
mascota. —La verdad es que, aunque no fuera así, no estoy segura
de poder tener una mascota. Me encantan los perros, pero también
crecí en una casa repleta de ellos. Con las mascotas vienen los
pelos, los ladridos y el caos. Para una persona bastante caótica, eso
es un terreno resbaladizo. Si fuera a un refugio a recoger un perro de
acogida, no hay garantía de que no volviera a casa habiendo
adoptado seis de ellos y un coyote salvaje.
—Lo que digo —responde Rachel— es que el propósito es más
importante que la satisfacción. Tenías un montón de objetivos
profesionales, que te daban un propósito. Uno por uno, los cumpliste.
Et voilà: no hay propósito.
—Así que necesito nuevas metas.
Ella asiente con énfasis. —Leí este artículo sobre ello. Al
parecer, la finalización de los objetivos a largo plazo a menudo
conduce a la depresión. Es el viaje, no el destino, nena, y lo que sea
que digan esos jodidos cojines.
Su rostro se suaviza de nuevo, se convierte en lo etéreo de sus
fotografías más queridas. —Sabes, mi terapeuta dice…
—Tu madre —digo.
—Ella estaba siendo terapeuta cuando dijo esto —Rachel
argumenta, y sé lo que quiere decir, Sandra Krohn estaba siendo
decididamente la doctora Sandra Krohn, del mismo modo que Rachel
es a veces decididamente la Rachel de la Escuela de Arte, no que
Rachel estuviera realmente en una sesión de terapia. Por mucho que
Rachel ruegue, su madre se niega a tratar a Rachel como una
paciente. Rachel, sin embargo, se niega a ver a nadie más, por lo
que siguen en un punto muerto.
—De todos modos —continúa Rachel— me dijo que a veces,
cuando pierdes la felicidad, lo mejor es buscarla de la misma manera
que buscarías cualquier otra cosa.
—¿Gimiendo y lanzando cojines del sofá? —pregunto.
—Volviendo sobre tus pasos —dice Rachel—. Así que, Poppy,
todo lo que tienes que hacer es pensar en el pasado y preguntarte,
¿Cuándo fue la última vez que fuiste verdaderamente feliz?
El problema es que no tengo que pensar en el pasado. Para
nada.
Sé de inmediato cuándo fue la última vez que fui
verdaderamente feliz.
Hace dos años, en Croacia, con Alex Nilsen.
Pero no hay manera de encontrar mi camino de vuelta a eso,
porque no hemos hablado desde entonces.
—Sólo piénsalo, ¿Quieres? —dice Rachel—. La doctora Krohn
siempre tiene razón.
—Sí —digo—. Lo pensaré.
2
Este Verano

Lo pienso.
Todo el viaje en metro a casa. El paseo de cuatro manzanas
después. A través de una ducha caliente, una mascarilla para el
cabello y otra para la cara, y varias horas de estar tumbada en mi
rígido sofá nuevo.
No paso suficiente tiempo aquí para haberla transformado en un
hogar y, además, soy el producto de un padre tacaño y una madre
sentimental, lo que significa que crecí en una casa llena de basura.
Mamá guardaba las tazas de té rotas que mis hermanos y yo le
habíamos regalado de pequeños, y papá aparcaba nuestros autos
viejos en el jardín delantero por si acaso aprendía a arreglarlos.
Todavía no tengo ni idea de lo que se considera una cantidad
razonable de cachivaches en una casa, pero sé cómo reacciona la
gente en general ante la casa de mi infancia y creo que es más
seguro pecar de minimalista que de acumulador.
Aparte de una colección poco manejable de ropa vintage
(primera regla de la familia Wright: nunca compres nada nuevo si
puedes conseguirlo usado por una fracción del precio), no hay mucho
más en mi apartamento en lo que fijarse. Así que me quedo mirando
el techo y pensando.
Y cuanto más pienso en los viajes que Alex y yo solíamos hacer
juntos, más los añoro. Pero no de la manera divertida, soñadora y
enérgica en que solía anhelar ver Tokio en la temporada de
florecimiento de los cerezos, o los festivales de Fasnacht de Suiza,
con sus desfiles de máscaras y bufones con látigos bailando por las
calles de color caramelo.
Lo que siento ahora es más un dolor, una tristeza.
Es peor que el descaro de no querer mucho de la vida. Es
querer algo que no puedo convencerme de que sea una posibilidad.
No después de dos años de silencio.
De acuerdo, no silencio. Todavía me envía un mensaje en mi
cumpleaños. Yo le sigo enviando uno en el suyo. Ambos enviamos
respuestas que dicen “Gracias” o “¿Cómo estás?”, pero esas
palabras nunca parecen llevar mucho más allá.
Después de todo lo que pasó entre nosotros, solía decirme a
mí misma que sólo necesitaría tiempo para superarlo, que las cosas
volverían inevitablemente a la normalidad y que volveríamos a ser los
mejores amigos. Tal vez incluso nos reiríamos de este tiempo
separados.
Pero pasaban los días, los teléfonos se apagaban y encendían
por si se perdían los mensajes, y después de un mes entero, incluso
dejé de saltar cada vez que sonaba mi alerta de texto.
Nuestras vidas continuaron, sin el otro en ellas. Lo nuevo y
extraño se convirtió en lo familiar, lo aparentemente inmutable, y
ahora aquí estoy, un viernes por la noche, mirando a la nada.
Me levanto del sofá, tomo el portátil de la mesita de café y
salgo a mi pequeño balcón. Me dejo caer en la única silla que cabe
aquí y apoyo los pies en la barandilla, todavía caliente por el sol a
pesar del pesado manto de la noche. Abajo, las campanas suenan
sobre la puerta de la bodega de la esquina, la gente vuelve a casa
después de largas noches de fiesta, y un par de taxis paran frente a
mi bar favorito del barrio, Good Boy Bar (un lugar que no debe su
éxito a sus bebidas, sino al hecho de que permite entrar a los perros;
así es como sobrevivo a mi existencia sin mascotas).
Abro el ordenador y alejo una polilla del resplandor fluorescente
de su pantalla mientras abro mi antiguo blog. A R+R no le importa el
blog en sí; es decir, evaluaron mis muestras de escritura antes de
que consiguiera el trabajo, pero no les importa que lo mantenga. Es
la influencia en las redes sociales lo que quieren seguir
rentabilizando, no el modesto pero devoto número de lectores que
construí con mis publicaciones sobre viajes de bajo presupuesto.
La revista Rest + Relaxation no está especializada en viajes de
bajo presupuesto. Y aunque había planeado seguir con Pop Around
the World además de mi trabajo en la revista, mis entradas
disminuyeron poco después del viaje a Croacia.
Me desplazo hasta mi publicación sobre este y lo abro. Para
entonces ya estaba trabajando en R+R, lo que significaba que cada
lujoso segundo del viaje estaba pagado. Se suponía que iba a ser el
mejor que habíamos hecho, y pequeñas porciones de él lo fueron.
Pero al releer mi publicación, incluso con todos los indicios de
Alex y de lo que pasó borrados, es obvio lo miserable que me sentía
cuando llegué a casa. Me desplazo hacia atrás, buscando todos los
mensajes sobre el Viaje de Verano. Así lo llamábamos, cuando nos
enviábamos mensajes de texto a lo largo del año, normalmente
mucho antes de haber concretado a dónde iríamos o cómo nos lo
permitiríamos.
El Viaje de Verano.
Como en, La escuela me está matando, sólo quiero que el
Viaje de Verano ya esté aquí, y el tono para nuestro Uniforme de
Viaje de Verano, con una captura de pantalla adjunta de una
camiseta que dice SIP, SON REALES en el pecho, o un par de
pantalones cortos tan cortos como para ser, esencialmente, una
tanga de mezclilla.
Una brisa caliente levanta el olor a basura y a pizza de un dólar
de la calle y me despeina el cabello. Me hago un nudo en la base de
la nuca, cierro el ordenador y saco el teléfono tan rápido que parece
que voy a usarlo.
No puedes. Es demasiado raro, pienso.
Pero ya estoy sacando el número de Alex, que sigue ahí en lo
alto de mi lista de favoritos, donde el optimismo lo mantuvo guardado
hasta que pasó tanto tiempo que la posibilidad de borrarlo ahora me
parece un trágico último paso que no puedo soportar.
Mi pulgar se cierne sobre el teclado.
He estado pensando en ti, escribo. Lo miro durante un minuto
y luego retrocedo hasta el principio.
¿Hay alguna posibilidad de que estés buscando salir de la
ciudad? Escribo. Esta parece buena. Está claro lo que estoy
preguntando, pero es bastante informal, con una salida fácil. Pero
cuanto más estudio las palabras, más rara me siento por ser tan
casual. De fingir que no ha pasado nada y que los dos seguimos
siendo amigos íntimos que pueden planear un viaje en un foro tan
informal como un mensaje de texto después de medianoche.
Borro el mensaje, respiro profundamente y vuelvo a escribir:
Hola.
—¿Hola? —Me pongo a gritar, molesta conmigo misma. En la
acera, un hombre salta sorprendido al oír mi voz, luego mira hacia mi
balcón, decide que no estoy hablando con él y se va corriendo.
No hay manera de que le envíe un mensaje a Alex Nilsen que
sólo diga Hola.
Pero luego voy a resaltar y borrar la palabra, y ocurre algo
horrible.
Accidentalmente le di a enviar.
El mensaje sale como una ráfaga.
—¡Mierda, mierda, mierda! —Siseo, agitando mi teléfono como
si tal vez pudiera hacer que escupiera el texto de nuevo antes de que
esa mísera palabra comenzara a digerirse—. No, no, n…
Suena.
Me congelo. Boca abierta. El corazón se acelera. El estómago
se retuerce hasta que mis intestinos se sienten como fideos rotini.
Un nuevo mensaje, el nombre en negrita en la parte superior:
ALEXANDER THE GREATEST.
Una palabra.
Hola.
Estoy tan asombrada que casi le devuelvo el Hola, como si mi
primer mensaje nunca hubiera ocurrido, como si me hubiera saludado
de la nada. Pero por supuesto que no lo hizo, él no es ese tipo. Yo
soy ese tipo.
Y como soy ese tipo que envía los peores mensajes de texto
del mundo, ahora he recibido una respuesta que no me da ninguna
entrada natural a una conversación.
¿Qué digo?
¿Cómo estás, suena demasiado serio? Hace que parezca que
espero que diga: Bien, Poppy, te he echado de menos. Te he
echado MUCHO de menos.
Tal vez algo más inocuo, como ¿Qué hay de nuevo?
Pero de nuevo siento que lo que podría hacer ahora mismo es
ignorar voluntariamente que es raro que le envíe mensajes de texto
después de todo este tiempo.
Siento haberte enviado un mensaje de texto que decía
hola, escribo. Lo borro, trato de ser graciosa: Probablemente te
estés preguntando por qué te he traído aquí.
No tiene gracia, pero estoy de pie en el borde de mi pequeño
balcón, temblando de nerviosismo y aterrorizada de esperar
demasiado tiempo para responder. Envío el mensaje y empiezo a
caminar. Sólo que, como el balcón es tan pequeño y la silla ocupa la
mitad del mismo, básicamente estoy dando vueltas como un trompo,
una cola de polillas persiguiendo la luz borrosa de mi teléfono.
Vuelve a sonar, me tumbo en la silla y abro el mensaje.
¿Se trata de la desaparición de los sándwiches en la sala
de descanso?
Un momento después, llega un segundo mensaje.
Porque yo no los tomé. A menos que haya una cámara de
seguridad allí. En cuyo caso, lo siento.
Una sonrisa se dibuja en mi cara, un torrente de calor derrite el
nudo de ansiedad que tengo en el pecho. Hubo un breve periodo de
tiempo en el que Alex estaba convencido de que lo iban a despedir
de su trabajo de profesor. Después de levantarse tarde y perderse el
desayuno, había tenido una cita con el médico durante el almuerzo.
No había tenido tiempo de comer después, así que había ido a la
sala de profesores con la esperanza de que fuera el cumpleaños de
alguien y que hubiera donuts o panecillos rancios que pudiera coger.
Pero era el primer lunes del mes, y una profesora de Historia
Americana llamada señorita Delallo, una mujer a la que Alex
consideraba secretamente su némesis en el trabajo insistió en limpiar
la nevera y el espacio del mostrador el último viernes de cada mes, y
luego hacía un escándalo como si esperara que le dieran las gracias,
aunque a menudo sus compañeros de trabajo perdían un par de
almuerzos congelados en perfecto estado en el proceso.
De todos modos, lo único que quedaba en la nevera era un
sándwich de ensalada de atún. —La tarjeta de visita de Delallo —
había bromeado Alex cuando me contó la historia más tarde.
Se había comido el sándwich como un acto de rebeldía (y de
hambre). Luego pasó tres semanas convencido de que alguien iba a
descubrirlo y perdería su trabajo. No es que fuera su sueño dar
clases de literatura en el instituto, pero el trabajo estaba bien
pagado, tenía buenos beneficios y se encontraba en nuestra ciudad
natal, en Ohio, lo que «aunque para mí es un aspecto definitivamente
negativo» significaba que podía estar cerca de dos de sus tres
hermanos menores y de los hijos que habían empezado a tener.
Además, el tipo de trabajo universitario que Alex realmente
quería no surgía muy a menudo en estos días. No podía permitirse el
lujo de perder su trabajo de profesor, y por suerte no lo había hecho.
¿Sándwiches? ¿PLURAL? Vuelvo a teclear ahora. Por favor,
por favor, por favor dime que te has convertido en un ladrón de
sándwiches en toda regla.
Delallo no es una fanática de los sándwiches, dice Alex.
Últimamente le gustan los Reubens4.
¿Y cuántos de estos Reubens has robado? Pregunto.
Suponiendo que la NSA esté leyendo esto, ninguna, dice.
Eres un profesor de inglés de secundaria en Ohio; por
supuesto que están leyendo.
Me devuelve una cara triste. ¿Dices que no soy lo
suficientemente importante como para que el gobierno de
Estados Unidos me vigile?
Sé que está bromeando, pero esto es lo que pasa con Alex
Nilsen.
A pesar de ser alto, bastante ancho, adicto al ejercicio diario, a
la alimentación sana y al autocontrol en general, también tiene esa
cara de cachorro herido. O al menos la capacidad de invocarla. Sus
ojos están siempre un poco adormilados, las arrugas bajo ellos una
indicación constante de que no ama el sueño como yo.
Su boca es llena con un arco de cupido exagerado y
ligeramente desigual, y todo esto combinado con su cabello liso y
desordenado «la única parte de su apariencia a la que no presta
atención», le da a su cara un aspecto juvenil que cuando se maneja
adecuadamente, puede desencadenar algún impulso biológico en mí
para protegerlo a toda costa.
Ver cómo sus ojos somnolientos se vuelven grandes y acuosos
y su boca llena se abre en una suave O es como escuchar el gemido
de un cachorro.
Cuando otras personas envían el emoji del ceño fruncido, lo leo
con una leve decepción.
Cuando Alex lo utiliza, sé que es el equivalente digital a su cara
de cachorro triste para burlarse de mí. A veces, cuando estábamos
borrachos, sentados en una mesa e intentando superar una partida
de ajedrez o de scrabble que yo estaba ganando, desplegaba la cara
hasta que yo me ponía histérica, atrapada entre la risa y el llanto,
cayéndome de la silla, intentando que parara o al menos se tapara la
cara.
Por supuesto que eres importante, escribo. Si la NSA
conociera los poderes de la Cara de Cachorro Triste, estarías en
un laboratorio siendo clonado ahora mismo.
Alex teclea durante un minuto, se detiene y vuelve a teclear.
Espero unos segundos más. ¿Es este el mensaje al que finalmente
deja de responder? ¿Una gran confrontación? O, conociéndolo,
supongo que es más probable que sea una inofensiva buena charla,
pero me voy a la cama. Que duermas bien.
¡Ding!
Una carcajada brota de mí, su fuerza es como la de un huevo
que se rompe en mi pecho, derramando calor para cubrir mis
nervios.
Es una foto. Una selfie borrosa e ineficaz de Alex, bajo una
farola, poniendo la infame cara. Como casi todas las fotos que se ha
hecho, está tomada ligeramente desde abajo, alargando su cabeza
para que quede en punta. Echo la cabeza hacia atrás con otra risa,
medio mareada.
¡Bastardo! Escribo. Es la una de la mañana y ahora me has
hecho ir a la perrera para salvar algunas vidas.
Sí, claro, dice. Nunca tendrías un perro.
Algo así como un dolor me pellizca el estómago. A pesar de ser
el hombre más limpio, particular y organizado que conozco, a Alex le
encantan los animales, y estoy bastante segura de que ve mi
incapacidad para comprometerme con uno como un defecto
personal.
Miro a la única suculenta deshidratada en la esquina del balcón.
Sacudiendo la cabeza, escribo otro mensaje: ¿Cómo está Flannery
O'Connor?
Muerta, escribe Alex.
¡El gato, no el autor! Digo.
También muerta, responde.
Mi corazón tartamudea. Por mucho que detestara a esa gata (ni
más ni menos de lo que ella me detestaba a mí), Alex la adoraba. El
hecho de que no me dijera que había muerto me atraviesa en un
corte limpio, una cuchilla de guillotina de la cabeza a los pies.
Alex, lo siento mucho, escribo. Dios, lo siento. Sé lo mucho
que la querías. Esa gata tuvo una vida increíble.
Sólo escribe: Gracias.
Me quedo mirando la palabra durante mucho tiempo, sin saber
a dónde ir. Pasan cuatro minutos, luego cinco, luego ya han pasado
diez.
Debería irme a la cama ahora, dice finalmente. Duerme bien,
Poppy.
Sí, escribo. Tú también.
Me siento en el balcón hasta que todo el calor se ha agotado en
mí.
3
Hace Doce Veranos

La primera noche de orientación en la Universidad de Chicago,


lo veo.
Va vestido con un pantalón caqui y una camiseta de la
Universidad de Chicago, a pesar de que lleva diez horas en la
escuela. No se parece en nada al tipo de intelectualidad artística con
la que imaginé hacer amistad cuando elegí una escuela en la ciudad.
Pero estoy aquí sola (resulta que mi nueva compañera de cuarto
siguió a su hermana mayor y a algunos amigos a la universidad, y se
escabulló de los eventos de la Semana lo antes posible), y también
está solo, así que me acerco a él, inclino mi bebida hacia su
camiseta y le digo: —Así que, ¿Vas a la Universidad de Chicago?
Me mira fijamente y sin comprender.
Tartamudeé que era una broma.
Balbucea algo sobre un derrame en su camisa y un cambio de
ropa de última hora. Sus mejillas se ponen rosadas, y las mías
también, por la vergüenza ajena.
Y entonces sus ojos se sumergen en mí, midiéndome, y su cara
cambia. Llevo un mono floral naranja y rosa neón de principios de los
setenta, y reacciona a ese hecho como si también llevara un póster
que pone JODIDOS CAQUIS.
Le pregunto de dónde es, porque no sé qué más decir a un
desconocido con el que no comparto ningún contexto aparte de unas
horas de confusos recorridos por el campus, un par de paneles
iguales y aburridos sobre la vida en la ciudad, y el hecho de que
odiamos la ropa del otro.
—Ohio —responde— un pueblo llamado West Linfield.
—¡No me digas! —Digo, aturdida—. Soy de East Linfield.
Y se anima un poco, como si esto fuera una buena noticia, y no
sé por qué, el hecho de tener Linfields en común es algo así como
haber tenido el mismo resfriado: no es lo peor del mundo, pero nada
por lo que chocar los cinco.
—Soy Poppy —le digo.
—Alex —dice, y me da la mano.
Cuando imaginas un nuevo mejor amigo para ti, nunca lo llamas
Alex. Probablemente tampoco te lo imaginas vistiendo como una
especie de bibliotecario adolescente, ni mirándote apenas a los ojos,
ni hablando siempre un poco en voz baja.
Decido que, si lo hubiera mirado durante cinco minutos más
antes de cruzar el césped sembrado de luces de globo para hablar,
habría podido adivinar tanto su nombre como que era de West
Linfield, porque estos dos datos coinciden con sus caquis y su
camisa de la U de Chicago.
Estoy segura de que cuanto más tiempo hablemos, más
violentamente aburrido se volverá, pero estamos aquí, y estamos
solos, así que ¿Por qué no estar seguros?
—Entonces, ¿Por qué estás aquí? —Pregunto.
Su ceño se frunce. —¿Aquí para qué?
—Sí, ya sabes —digo— como que estoy aquí para conocer a
un rico barón del petróleo que necesita una segunda esposa mucho
más joven.
Otra vez esa mirada perdida.
—¿Qué estás estudiando? —Aclaro.
—Oh —dice—. No estoy seguro. Derecho, tal vez. O literatura.
¿Y tú?
—Todavía no estoy segura. —Levanto mi vaso de plástico—.
He venido sobre todo por el ponche. Y para no vivir en el sur de
Ohio.
Durante los dolorosos quince minutos siguientes, me entero de
que él está aquí con una beca académica y él se entera de que yo
estoy aquí con un préstamo. Le digo que soy la menor de tres
hermanos y la única chica. Él me dice que es el mayor de cuatro
chicos.
Me pregunta si ya he visto el gimnasio, a lo que mi reacción
genuina es —¿Por qué? —y ambos volvemos a movernos
torpemente de pie en silencio.
Es alto, callado y con ganas de ver la biblioteca.
Soy bajita, ruidosa y espero que alguien venga y nos invite a
una fiesta de verdad.Cuando nos separemos, estoy segura de que
no volveremos a hablar.
Al parecer, él siente lo mismo.
En lugar de decir adiós o nos vemos por ahí o intercambiemos
números, sólo dice: —Buena suerte con el primer año, Poppy.
4
Este Verano

—¿Lo has pensado? —pregunta Rachel. Está golpeando la


bicicleta estática a mi lado, con gotas de sudor volando, aunque su
respiración es uniforme, como si estuviéramos paseando por
Sephora. Como de costumbre, encontramos dos bicicletas al fondo
de la clase de spinning, donde podemos mantener una conversación
sin que nos regañen por distraer a los demás ciclistas.
—¿Pensar en qué? —Le respondo jadeando.
—Lo que te hace feliz. —Se levanta para pedalear más rápido
a la orden del profesor. Por mi parte, estoy básicamente desplomada
sobre el manillar, forzando mis pies hacia abajo como si estuviera
pedaleando en melaza. Odio el ejercicio; me encanta la sensación de
haber hecho ejercicio.
—Silencio —jadeo, con el corazón palpitando—. Me. Hace.
Feliz.
—¿Y? —pregunta ella.
—Esas barritas de crema de vainilla y frambuesa de Trader
Joe’s —saco.
—¿Y?
—¡A veces tú lo haces! —Intento sonar cortante. Los jadeos lo
socavan.
—¡Y a descansar! —grita la instructora por el micrófono; treinta
y tantos jadeos de alivio recorren la sala. La gente se desploma
sobre las bicicletas o se desliza de ellas hasta caer en un charco en
el suelo, pero Rachel se desmonta como una gimnasta olímpica que
termina su rutina de suelo. Me da su botella de agua y la sigo hasta
los vestuarios, y luego salgo a la luz del mediodía.
—No te lo sacaré —dice—. Tal vez es privado, lo que te hace
feliz.
—Es Alex —suelto.
Deja de caminar, agarrándome del brazo para que quede
cautiva, el tráfico peatonal que nos rodea en la acera. —Qué.
—No así —digo—. Nuestros viajes de verano. Nada ha
superado a esos.
Nada.
Incluso si alguna vez me caso o tengo un bebé, espero que el
mejor día de mi vida siga siendo una especie de debate entre eso y
la vez que Alex y yo fuimos de excursión a las secuoyas5 llenas de
niebla. Cuando entramos en el parque, empezó a llover a cántaros y
los senderos se despejaron. Teníamos el bosque para nosotros
solos, metimos una botella de vino en la mochila y nos pusimos en
marcha.
Cuando estuvimos seguros de que estábamos solos,
descorchamos la botella y nos la pasamos de un lado a otro,
bebiendo mientras caminábamos por la quietud del bosque.
Me gustaría que pudiéramos dormir aquí, recuerdo que dijo.
Como si sólo nos acostáramos y durmiéramos una siesta.
Y entonces llegamos a uno de esos grandes troncos huecos
que hay a lo largo del camino, de los que se abren para formar una
cueva de madera, con sus dos lados como gigantescas palmeras
ahuecadas.
Nos metimos dentro y nos acurrucamos en la tierra seca y
necesitada. No hicimos la siesta, pero descansamos. Como si, en
lugar de absorber energía a través del sueño, la introdujéramos en
nuestros cuerpos a través de los siglos de sol y lluvia que habían
cooperado para hacer crecer ese enorme árbol que nos protegía.
—Bueno, obviamente tienes que llamarlo —dice Rachel,
echándome el lazo y sacándome de la memoria—. Nunca he
entendido por qué no te enfrentaste a él por todo. Parece una
tontería perder una amistad tan importante por una pelea.
Sacudo la cabeza. —Ya le envié un mensaje. No está buscando
reavivar nuestra amistad, y definitivamente no quiere ir a unas
vacaciones espontáneas conmigo. —Vuelvo a dar el paso junto a
ella, subiendo mi bolsa de deporte al hombro sudado—. Quizá
deberías venir conmigo. Sería divertido, ¿No? Hace meses que no
salimos juntas.
—Sabes que me pongo nerviosa cuando salgo de Nueva York
—dice Rachel.
—¿Y qué diría tu terapeuta sobre eso? —Me burlo.
—Ella diría: “¿Qué tienen en París que no tengan en
Manhattan, cariño?”
—Um, ¿La Torre Eiffel? —Digo.
—También se pone nerviosa cuando me voy de Nueva York —
dice Rachel—. Nueva Jersey es lo máximo que el cordón umbilical se
extiende para nosotras. Ahora vamos a tomar un poco de jugo. Esa
tabla de quesos ha formado básicamente un corcho en mi trasero y
todo se está acumulando detrás.

A las diez y treinta de la noche del domingo, estoy sentada en


la cama, con mi suave edredón rosa amontonado sobre mis pies y mi
portátil ardiendo contra mis muslos. Hay media docena de ventanas
abiertas en mi navegador y en mi aplicación de notas he empezado
una lista de posibles destinos que solo llega a tres.
1.Terranova
2.Austria
3.Costa Rica
Acabo de empezar a recopilar notas sobre las principales
ciudades y los hitos naturales de cada una de ellas cuando mi
teléfono zumba en mi mesita auxiliar. Rachel lleva todo el día
enviándome mensajes de texto, renunciando a los lácteos, pero
cuando busco mi teléfono, en la parte superior de la alerta de
mensajes se lee ALEXANDER THE GREATEST.
De repente, esa sensación de vértigo ha vuelto, hinchándose
tan rápido en mí que siento que mi cuerpo va a estallar.
Es un mensaje con imagen, y cuando lo abro, encuentro una
toma de mi divertidísima, es una mala foto del último año, con la cita
que elegí para que la imprimieran debajo: ADIÓS.
Ohhhhhhh nooooo, tecleo entre risas, apartando el portátil y
dejándome caer de espaldas. ¿Dónde has encontrado esto?
La biblioteca de East Linfield, dice Alex. Estaba preparando
mi clase y recordé que tienen anuarios.
Has desafiado mi confianza, bromeo. Estoy enviando un
mensaje a tus hermanos para pedirles fotos de bebé ahora
mismo.
Enseguida, nos devuelve la misma foto de cachorro triste del
viernes, con la cara borrosa y deslavada, y el resplandor anaranjado
de una farola visible sobre su hombro. Mala, escribe.
¿Es una foto de archivo que guardas para ocasiones como
ésta? Le pregunto.
No, dice. La tomé el viernes.
Digo que saliste muy tarde para Linfield, escribo. ¿Qué hay
abierto aparte del Frisch’s Big Boy a esa hora?
Resulta que una vez cumplidos los 21 años hay muchas
cosas que hacer al anochecer en Linfield, dice. Estuve en
Birdies.
Birdies, el bar “y parrilla” con temática de golf que está al otro
lado de la calle de mi instituto.
¿Birdies? Digo. ¡Ew, ahí es donde beben todos los
profesores!
Alex dispara otra foto de Cara de Cachorro Triste, pero al
menos esta es nueva: él con una suave camiseta gris, con el cabello
regado por todas partes y una cabecera de madera lisa visible
detrás de él.
También está sentado en la cama. Enviando mensajes de texto.
Y durante el fin de semana, cuando estaba trabajando en su clase,
no sólo pensó en mí, sino que se tomó el tiempo de ir a buscar mi
vieja foto del anuario.
Ahora estoy sonriendo enormemente, y también estoy vibrante.
Es surrealista lo mucho que esto se parece a los primeros días de
nuestra amistad, cuando cada nuevo texto parecía tan chispeante y
divertido y perfecto, cuando cada llamada telefónica rápida se
convertía accidentalmente en una hora y media de conversación sin
parar, incluso cuando nos habíamos visto unos días antes. Recuerdo
cómo, durante una de las primeras «antes de que lo considerara mi
mejor amigo», tuve que pedirle si podía llamarlo en un segundo para
ir a orinar. Cuando volvimos al teléfono, hablamos otra hora y luego
me pidió lo mismo.
Para entonces me pareció una tontería colgar el teléfono sólo
para no oír el ruido del pis en la taza del váter, así que le dije que
podía quedarse al teléfono si quería. No me aceptó eso, ni entonces
ni nunca, aunque a partir de ese momento, a menudo orinaba en
medio de la llamada telefónica. Con su permiso, por supuesto.
Ahora estoy haciendo esta cosa humillante, tocando la foto de
su cara como si de alguna manera pudiera sentir la esencia de él de
esa manera, como si lo trajera más cerca de mí de lo que ha sido
por dos años. No hay nadie que lo vea, y aun así me siento
avergonzada.
¡Es broma! Respondo. La próxima vez que esté en casa,
deberíamos ir a emborracharnos con la señora Lautzenheiser.
Lo envío sin pensar, y casi inmediatamente se me seca la boca
al ver las palabras en la pantalla.
La próxima vez que esté en casa.
Nosotros.
¿Fue demasiado lejos? ¿Sugiriendo que deberíamos salir?
Si lo era, no lo nota. Sólo responde, Lautzenheiser está
sobria ahora. También es budista.
Pero ahora que no he obtenido una respuesta directa a la
sugerencia, positiva o negativa, siento un intenso deseo de insistir en
el asunto. Entonces supongo que tendremos que ir a iluminarnos
con ella, escribo.
Alex teclea durante demasiado tiempo, y todo el tiempo cruzo
los dedos, tratando de alejar a la fuerza cualquier tensión.
Oh, Dios.
Pensaba que lo había hecho bien, que había superado nuestra
ruptura de amistad, pero cuanto más hablamos, más lo echo de
menos.
Mi teléfono vibra en mi mano. Dos palabras: Supongo que sí.
No es un compromiso, pero es algo.
Y ahora estoy de subidón. Por las fotos del anuario, por las
selfies, por la idea de que Alex se siente en la cama y me mande un
mensaje de texto de la nada. Tal vez sea presionar demasiado o
pedir demasiado, pero no puedo evitarlo.
Durante dos años, he querido pedirle a Alex que le diera otra
oportunidad a nuestra amistad, y he tenido tanto miedo a la
respuesta que nunca he sacado la pregunta. Pero no pedírselo
tampoco nos ha hecho volver a estar juntos, y lo echo de menos,
echo de menos cómo éramos juntos, y echo de menos el Viaje de
Verano, y finalmente, sé que hay una cosa en mi vida que todavía
quiero de verdad, y sólo hay una manera de saber si puedo tenerla.
¿Hay alguna posibilidad de que estés libre hasta que
empiecen las clases? Escribo, temblando tanto que me han
empezado a castañear los dientes.
Estoy pensando en hacer un viaje.
Me quedo mirando las palabras durante el lapso de tres
respiraciones profundas, y luego pulso enviar.
5
Hace Once Veranos

Ocasionalmente, veo a Alex Nilsen en el campus, pero no


volvemos a hablar hasta el día después de que termina el primer
año.
Fue mi compañera de cuarto, Bonnie, quién preparó todo.
Cuando me dijo que tenía un amigo del sur de Ohio que buscaba a
alguien con quién compartir el viaje a casa, no se me ocurrió que
podría ser el mismo chico de Linfield que conocí en la orientación.
Sobre todo, porque básicamente no sabía nada sobre Bonnie,
en los últimos nueve meses pasó por el dormitorio para ducharse y
cambiarse de ropa antes de regresar al apartamento de su hermana.
Francamente, no estaba segura de cómo ella sabía que yo era de
Ohio.
Me había hecho amiga de las otras chicas de mi piso, comí con
ellas, vi películas con ellas, fui a fiestas con ellas, pero Bonnie existía
fuera de nuestro grupo de estudiantes de primer año. La idea de que
su amigo pudiera ser Alex de Linfield ni siquiera se me pasó por la
cabeza cuando me dio su nombre y número para coordinar nuestra
reunión.
Pero cuando bajo las escaleras y lo encuentro esperando junto
a su camioneta a la hora acordada, es obvio por su expresión firme e
incómoda que me estaba esperando.
Lleva la misma camisa que tenía la noche en que lo conocí, o
es que ha comprado suficientes idénticas para poder usarlas.
—Eres tú —grito al otro lado de la calle.
Agacha la cabeza y se ruborizo.
—Sí.
Sin nada más que decir, se acerca a mí y toma las cestas y una
de las bolsas de lona de mis brazos, cargándolas en el asiento
trasero. Los primeros veinticinco minutos de nuestro viaje son
incómodos y silenciosos. Lo peor de todo es que apenas avanzamos
a través de la aglomeración del tráfico de la ciudad.
—¿Tienes un cable auxiliar? —pregunto, buscando en la
consola central. Sus ojos se lanzan hacia mí, su boca forma una
mueca.
—¿Por qué?
—Porque quiero ver si puedo saltar la cuerda mientras uso el
cinturón de seguridad —resopló, volviendo a apilar los paquetes de
toallitas higiénicas y desinfectantes de manos que volqué en mi
búsqueda— ¿Por qué crees tú?— Para que podamos escuchar
música.
Los hombros de Alex se levantan, como si fuera una tortuga
que se retrae en su caparazón.
—¿Mientras estamos atrapados en el tráfico?
—Um, digo —¿Sí?
Sus hombros se suben más.
—Están sucediendo muchas cosas en este momento.
—Apenas nos estamos moviendo, señalo.
—Si. —Él hace una mueca—. Pero es difícil concentrarse. Y
ahí están todos los bocinazos y...
—Entendido. Sin música.
Me dejo caer en mi asiento y vuelvo a mirar por la ventana. Alex
hace un sonido de carraspeo consciente de sí mismo, como si
quisiera decir algo. Me vuelvo expectante hacia él.
—¿Sí?
—¿Te importaría . . . no hacer eso?
Él inclina su barbilla hacía mi ventana y me doy cuenta de que
estoy tamborileando con los dedos contra ella. Pongo mis manos en
mi regazo, luego me sorprendo dando golpecitos con los pies.
—¡No estoy acostumbrada al silencio! —Digo, a la defensiva.
Cuando me mira. Es la subestimación del siglo. Crecí en una
casa con tres perros grandes, un gato con pulmones de cantante de
ópera, dos hermanos que tocaban la trompeta y unos padres que
consideraban que el ruido de fondo de Home Shopping Network6 era
"relajante".
Me había adaptado rápidamente a la tranquilidad de mi
dormitorio sin Bonnie, pero esto, sentarse en silencio en el tráfico con
alguien que apenas conozco, se siente mal.
—¿No deberíamos conocernos o algo así? —pregunto.
—Solo necesito concentrarme en la carretera —dice, con las
comisuras de los labios tensos.
—Bien.
Alex suspira cuando más adelante aparece la fuente de la
congestión: un pequeño accidente. Ambos autos involucrados ya se
han detenido en el arcén, pero el tráfico sigue atascado aquí.
—Por supuesto. —dice, las personas simplemente se detienen
para mirar. Abre la consola central y busca hasta que encuentra el
cable auxiliar—. Aquí —dice—. Tú eliges.
Levanto una ceja —¿Estás seguro?... Puede que te
arrepientas. —Su frente se arruga.
—¿Por qué me arrepentiría?
Echo un vistazo al asiento trasero de su camioneta con paredes
de imitación de madera. Sus cosas están ordenadamente apiladas
en cajas etiquetadas, las mías apiladas en bolsas de ropa sucia a su
alrededor. El auto es antiguo, pero está impecable. De alguna
manera huele exactamente como él, un suave aroma a cedro y
almizcle.
—Parece que tal vez eres fanático del control, —señalo—. Y no
estoy segura de tener el tipo de música que te gusta. No tengo nada
de Chopin7.
El surco de su frente se profundiza. Su boca se tuerce en un
ceño fruncido.
—Tal vez no soy tan tenso como crees.
—¿Enserio? —Digo—¿Así que no te importaría si escucho All I
Want For Christmas Is You de Mariah Carey?
—Es Mayo —dice.
—Consideraré eso como una respuesta —digo.
—Eso es injusto —dice— ¿Qué clase de bárbaro escucha
música navideña en Mayo?
—Y si fuera el diez de Noviembre —digo— ¿Qué pasaría
entonces?
La boca de Alex se cierra. Tira del cabello lacio como un palo
en la coronilla de su cabeza, y una ráfaga de estática lo deja flotando
incluso después de que su mano cae sobre el volante. Realmente
honra todo el asunto del posicionamiento de las manos y las ruedas
de diez y dos, me he dado cuenta, y a pesar de ser torpe cuando
está de pie, ha mantenido su postura rígidamente buena mientras
hemos estado en el automóvil, a pesar de la tensión del hombro.
—Bien. —dice—. No me gusta la música navideña. No pongas
eso, y deberíamos estar bien.
Conecto mi teléfono, enciendo el estéreo y me desplazo hasta
Young Americans de David Bowie.
En cuestión de segundos, hace una mueca visible.
—¿Qué? —digo.
—Nada —insiste.
—Te moviste como una marioneta controlada que se queda
dormido. —Me mira de reojo—. ¿Qué significa eso?
—Odias esta canción —lo acuso.
—No lo hago. —Dice de manera poco convincente.
—Odias a David Bowie.
—¡Para nada! —Dice—. No es David Bowie.
—¿Entonces que es? —exijo.
Una exhalación silba fuera de él.
—Saxofón.
—Saxofón. —repito.
—Sí. —dice—. Yo solo... realmente odio el saxofón. Cualquier
canción con un saxofón se arruina instantáneamente.
—Alguien debería decírselo a Kenny G. —digo.
—Nombra una canción que haya sido mejorada con un saxofón.
—desafía Alex.
—Tendré que consultar el bloc de notas donde hago un
seguimiento de cada canción que tiene saxofón.
—No hay canción. —Dice.
—Apuesto a que eres divertido en las fiestas —le digo.
—Me gustan las fiestas, —dice.
—Simplemente no los conciertos de bandas de secundaria —
digo.
Me mira de reojo.
—¿De verdad eres una defensora del saxofón?
—No, pero estoy dispuesta a fingir, si no has terminado de
vociferar. ¿Qué más odias?
—Nada. —Dice—. Solo música navideña, el saxofón. Y
Covers.
—¿Covers? —digo—. Como… ¿portadas de libros?
—Versiones de canciones —explica.
Me eché a reír.
—¿Odias las versiones de canciones?
—Con vehemencia —dice.
—Alex. Eso es como decir que odias las verduras. Es
demasiado vago. No tiene sentido.
—Tiene mucho sentido —insiste—. Si es una buena versión,
que se adhiere al arreglo básico de la canción original, es como,
¿por qué? Y si no se parece en nada al original, entonces es como,
¿por qué diablos?
—Oh, Dios mío —digo—. Eres un hombre tan viejo que le grita
al cielo.
Me mira con el ceño fruncido.
—Oh, ¿Y a ti te gusta todo?
—Prácticamente —digo—. Sí, me suelen gustar las cosas.
—A mí también me gustan las cosas —dice.
—¿Como qué, modelos de trenes y biografías de Abraham
Lincoln?
—Creo. Ciertamente no tengo aversión a ninguno de los dos —
dice— ¿Por qué, odias alguna de estas cosas?
—Te lo dije —digo—. Me gustan las cosas. Soy fácil de
complacer.
—¿Por ejemplo?
—Por ejemplo. —Pienso por un segundo—. Está bien, mientras
crecía, Parker y Prince mis hermanos, y yo íbamos en bicicleta al
cine, sin siquiera comprobar lo que se estaba estrenando.
—¿Tienes un hermano llamado Prince? —pregunta Alex,
levantando las cejas.
—Ese no es el punto. —Digo.
—¿Es un sobrenombre? —dice.
—No —respondo—. Le pusieron el nombre de Prince. Mamá
era una gran fan de Purple Rain8.
—¿Y Parker, por quién se llama así?
—Nadie —respondo—. Simplemente les gustó el nombre. Pero
de nuevo, ese no es el punto.
—Todos sus nombres comienzan con P —dice—. ¿Cuáles son
los nombres de tus padres?
—Wanda y Jimmy. —Digo.
—Así que no son nombres con P —aclara Alex.
—No, no son nombres con P —digo—. Solo tenían a Prince y
luego a Parker, y supongo que estaban en una buena racha. Pero de
nuevo, ese no es el punto.
—Lo siento, continúa —dice Alex.
—Así que íbamos en bicicleta al cine y cada uno de nosotros
compraba un boleto para algo que se proyectaba en la siguiente
media hora, y todos íbamos a ver algo diferente.
Ahora su ceño se arruga.
—¿Por qué?
—Ese tampoco es el punto.
—Bueno, simplemente voy a preguntar por qué irías a ver una
película que ni siquiera querías ver, sola.
—Fue por un juego. —Digo.
—¿Un juego?
—Shark Jumping —explico apresuradamente—. Básicamente
son dos verdades y una mentira, excepto que solo nos turnábamos
para describir las películas que habíamos visto de principio a fin, y si
la película en algún momento simplemente daba un giro totalmente
ridículo, se suponía que debías contar cómo sucedió realmente. Pero
si no fue así, se suponía que debías mentir sobre lo que sucedió.
Luego tenías que adivinar si era un argumento real o inventado, y si
adivinabas que estaban mintiendo y tenías razón, ganabas cinco
dólares. Era más cosa de mis hermanos; simplemente me dejaron
acompañarlos.
Alex me mira fijamente por un segundo. Mis mejillas se
calientan. No estoy seguro de por qué le hablé de Shark Jumping. Es
el tipo de tradición de la familia Wright que normalmente no me
molesto en compartir con personas que no lo entenderán, pero
supongo que tengo tan poca piel en este juego que la idea de Alex
Nilsen mirándome sin comprender o burlándose del juego favorito de
mis hermanos no me desconcierta.
—De todos modos —prosigo, ese no es el punto—. El caso es
que fui muy mala en el juego porque básicamente me gustan las
cosas. Iré a cualquier lugar que una película quiera llevarme, incluso
si eso es ver a un espía con un traje ajustado balancearse entre dos
lanchas rápidas mientras dispara a los malos.
La mirada de Alex parpadea entre la carretera y yo unas
cuantas veces más.
—¿El Linfield Cineplex? —dice, sorprendido o con repulsión.
—Vaya —digo—. Realmente no estás al día con esta historia,
sí el Linfield Cineplex.
—¿En el que las salas están siempre, como misteriosamente
inundadas? —dice, horrorizado—. La última vez que fui allí, no había
llegado a la mitad del pasillo cuando escuché salpicaduras.
—Sí, pero es barato —digo— y tengo botas de lluvia.
—Ni siquiera sabemos qué es ese líquido, Poppy —dice,
haciendo una mueca—. Podrías haber contraído una enfermedad.
Lanzo mis brazos a mis costados.
—Estoy viva, ¿no? —sus ojos se entrecierran.
—¿Qué otra cosa?, qué otra cosa… ¿te gusta? —aclara—.
Además de ver cualquier película, sola, en salas del pantano.
—¿No me crees? — digo.
—No es eso —responde—. Estoy simplemente fascinado.
Ciertamente curioso.
—Bien. Déjame pensar. —Miro por la ventana justo cuando
pasamos por una sala de la cadena de restaurantes de P.F.
Chang's. Amo la familiaridad. Me encanta que sean iguales en todas
partes y que muchos de ellos tengan palitos de pan sin fondo, ¡ooh!.
Me interrumpo cuando me doy cuenta de lo que odio.
—¡Correr! —Odio Correr—. Obtuve una C en la clase de
gimnasia en la escuela secundaria porque “olvidé” mi ropa de
gimnasia en casa con tanta frecuencia.
La comisura de la boca de Alex se curva discretamente y mis
mejillas se calientan.
—Adelante. Búrlate de mí por sacar una C en gimnasia. Puedo
decir que te mueres por hacerlo.
—No es eso —dice.
—¿Entonces?
Su leve sonrisa se eleva unos centímetros más.
—Es simplemente divertido. Me encanta correr.
—¿Enserio? —digo—. ¿Odias el concepto mismo de los
Covers, pero amas la sensación de tus pies golpeando el pavimento
y sacudiendo todo tu cuerpo mientras tu corazón martilla en tu pecho
y tus pulmones luchan por respirar?
—Si te sirve de consuelo —dice en voz baja, con la sonrisa
todavía mayormente escondida en la comisura de la boca— Odio
cuando la gente llama a los barcos “ella”.
Una sonrisa de sorpresa me estalla.
—¿Sabes qué? —Digo —. Creo que eso también lo odio.
—Así que está decidido —dice.
Asiento con la cabeza. —Está decidido. Se revoca la
feminización de los barcos.
—Me alegro de que nos encarguemos de eso —dice.
—Sí, es una carga. —¿Qué deberíamos erradicar a
continuación?
—Tengo algunas ideas —dice. —Pero dime algunas de las
otras cosas que amas.
—¿Por qué me estás estudiando? —Bromeo.
Sus orejas se tiñen de rosa.
—Estoy fascinado de haber conocido a alguien que se metió en
las aguas residuales para ver una película de la que nunca había
oído hablar, así que demándame.
Durante las próximas dos horas intercambiamos nuestros
intereses y desinterés como niños intercambiando cartas de béisbol,
todo mientras mi lista de reproducción de conducción se reproduce
en el fondo. Si hay otras canciones con mucho saxofón, ninguno de
los dos se da cuenta.
Le digo que me encanta ver videos de amistades de animales
que no coinciden. Me dice que odia las sandalias y las muestras de
afecto en público. —Los pies deben ser privados —insiste.
—Necesitas ayuda —digo. Pero no puedo dejar de reírme, e
incluso mientras explora sus gustos extrañamente específicos para
mi diversión, ese tono de humor sigue escondido en la esquina de su
boca. Como si supiera que es ridículo. Como si no le importara en
absoluto que yo esté encantada con su rareza.
Admito que odio Linfield y los Caquis, ¿por qué no? Ambos ya
conocemos la medida de las cosas: somos dos personas que no
tienen por qué pasar tiempo juntos, y mucho menos gastar una gran
cantidad de él en un automóvil diminuto. Somos dos personas
fundamentalmente incompatibles sin absolutamente ninguna
necesidad de impresionarse el uno al otro.
Así que no tengo ningún problema en decir: Los caquis solo
hacen que una persona parezca sin pantalones y sin personalidad.
—Son duraderos y combinan con todo —argumenta Alex.
—Sabes, a veces con la ropa, no se trata de si se puede usar
algo, sino de si se debe usar.
Alex rechaza el pensamiento.
—Y en cuanto a Linfield —dice— ¿Cuál es tu problema con
eso?, es un gran lugar para crecer.
Esta es una pregunta más complicada con una respuesta que
no tengo ganas de compartir, incluso con alguien que me dejará en
varias horas y nunca volverá a pensar en mí.
—Linfield es el color caqui de las ciudades del Medio Oeste —
digo.
—Cómodo —dice—, duradero.
—Desnudo de cintura para abajo.
Alex me dice que odia las fiestas temáticas, brazaletes de
cuero y zapatos puntiagudos con punta cuadrada. Cuando te
presentas en algún lugar y algún amigo o tío hace la broma: ¡Dejarán
entrar a cualquiera! Cuando los servidores te llaman amigo o jefe.
Hombres que caminan como si acabaran de bajarse de un caballo.
Chalecos, en cualquier persona, en cualquier escenario. El momento
en que un grupo de personas está tomando fotografías y alguien
dice: ¿Deberíamos hacer una tontería?
—Me encantan las fiestas temáticas —digo.
—Por supuesto que sí —dice—. Eres buena en ello.
Lo miro con los ojos entrecerrados, pongo los pies en el tablero
y luego los vuelvo a bajar cuando veo las arrugas de ansiedad en las
comisuras de su boca.
—¿Me estás acechando, Alex? —pregunto.
Me lanza una mirada horrorizada.
—¿Por que dirías algo como eso?
Su expresión me hace reír de nuevo.
—Relájate, estoy bromeando. Pero ¿cómo sabes que soy
“buena” en fiestas temáticas? Te vi en una fiesta y no era temática.
—No se trata de eso —dice—. Tu sólo... siempre usas una
especie de disfraz —Se apresura a agregar—. No lo digo de mala
manera. Siempre vas bien vestida.
—¿Increíble? —digo.
—Con confianza —dice.
—Qué cumplido tan sorprendentemente raro —digo.
Él suspira.
—¿Me estás malinterpretando a propósito?
—No —digo—. Creo que eso es algo natural para nosotros.
—Solo quiero decir que para ti, parece que una fiesta temática
bien podría ser un martes.
—Tu podrías intentar… no se comprar tu ropa al por mayor —
sugiero—. O simplemente podrías ponerte tus pantalones caqui y
decirles a todos que vas a ir como un exhibicionista.
Hace una mueca de repulsión, pero por lo demás ignora mi
comentario.
—Odio la toma de decisiones en todo esto —dice, rechazando
la sugerencia—. Y si intento ir a comprar un disfraz, es aún peor.
Estoy tan abrumado por los centros comerciales. Es demasiado. Ni
siquiera sé cómo elegir una tienda, y mucho menos un estante. Tengo
que comprar toda mi ropa en línea y, una vez que encuentro algo que
me guste, pido cinco más de inmediato.
—Bueno, si alguna vez te invitan a una fiesta temática en la que
estás seguro de que no habrá sandalias, PDA9, ni saxofón, podrás
asistir —digo—. Me encantaría llevarte de compras.
—¿Hablas en serio?
Sus ojos se desvían de la carretera hacia mí.
Empezó a oscurecer en algún momento sin que me diera
cuenta, y la voz triste de Joni Mitchell suena ahora por los altavoces,
con su canción A Case of You.
—Por supuesto que hablo en serio —digo.
Puede que no tengamos nada en común, pero estoy
empezando a divertirme. Todo el año sentí que tenía que
comportarme lo mejor posible, como si estuviera haciendo una
audición para nuevas amistades, nuevas identidades, una nueva vida.
Pero, extrañamente, no siento nada de eso aquí. Plus… Amo ir
de compras.
—Sería genial —prosigo—. Serías como mi muñeco de Ken
vivo.
Me inclino hacia adelante y subo un poco el volumen. Hablando
de las cosas que amo: esta canción.
—Esta es una de mis canciones de karaoke —dice Alex.
Me echo a reír, pero por su expresión de disgusto, rápidamente
me doy cuenta de que no está bromeando, lo que lo hace aún mejor.
—No me estoy riendo de ti, prometo rápidamente. —De hecho,
creo que es adorable.
—¿Adorable?
No puedo decir si está confundido u ofendido.
—No, solo quiero decir… —Me detengo, bajo un poco la
ventanilla para que entre una brisa en el auto. Me levanto el cabello
del cuello sudoroso y lo meto entre la cabeza y el reposacabezas—.
Tu eres sólo…— busco una forma de explicarlo—. No eres como yo
pensaba, supongo.
Su ceja se arruga.
—¿Como creías que era?
—No lo sé —digo—. Un tipo de Linfield.
—Soy un tipo de Linfield. —dice.
—Un tipo de Linfield que canta A Case of You en el karaoke —
lo corrijo.
Luego me sumerjo en una risa fresca y encantada al pensarlo.
Alex sonríe al volante, sacudiendo la cabeza.
—Y tú eres una chica de Linfield que canta…— Piensa por un
segundo —¿Dancing Queen en el karaoke?
—Sólo el tiempo lo dirá —digo—. Nunca he estado en un
karaoke.
—¿Enserio?
Me mira con una gran sorpresa en su rostro.
—¿No son la mayoría de los bares de karaoke para mayores
de veintiuno en adelante? —digo.
—No todos los bares piden identificación. —dice.
—Deberíamos ir en algún momento de este verano. —dice.
—Está bien —digo, tan sorprendida por la invitación como por
mi aceptación—. Eso sería divertido.
—Está bien —dice—. Genial.
Entonces ahora tenemos dos planes juntos. Supongo que eso
nos hace amigos. ¿O algo así?
Un auto viene detrás de nosotros, acercándose. Alex,
aparentemente despreocupado, hace su señal para apartarse de su
camino. Cada vez que he revisado el velocímetro, él se ha mantenido
estable precisamente en el límite de velocidad, y eso no va a
cambiar por alguien que nos quiera sobrepasar.
Debería haber adivinado lo cauteloso que sería como
conductor. Por otra parte, a veces, cuando adivinas cosas sobre las
personas, termina muy mal.
A medida que los restos pegajosos y resplandecientes de
Chicago se encogen detrás de nosotros y los campos sedientos de
Indiana brotan a ambos lados de nosotros, mi lista de reproducción
de conducción cambiante se mueve sin sentido entre Beyoncé, Neil
Young, Sheryl Crow y LCD Soundsystem.
—Realmente te gusta todo. —Bromea Alex.
—Excepto correr, Linfield y pantalones caqui —digo.
Él mantiene su ventana abierta, yo mantengo la mía baja, mi
cabello gira alrededor de mi cabeza mientras volamos sobre
carreteras rurales planas, el viento es tan fuerte que apenas puedo
distinguir la interpretación de Alex de Heart's Alone hasta que llega al
coro altísimo y lo cantamos juntos en horrendos falsetes a juego, con
los brazos alzados, las caras contorsionadas y los antiguos altavoces
de las camionetas zumbando.
En ese momento, es tan dramático, tan ardiente, tan absurdo,
es como si estuviera mirando a una persona completamente diferente
del chico de modales apacibles que conocí bajo las luces del globo
durante la semana de orientación.
Quizás, creo, que el Alex silencioso es como un abrigo que se
pone antes de salir por la puerta. Quizás este sea el Alex desnudo.
Está bien, pensaré en un nombre mejor para él. El caso es que
me está empezando a gustar este.
—¿Qué hay de viajar? —pregunto, en la pausa entre canciones.
—¿Qué pasa con eso? —dice.
—¿Lo amas o lo odias?
Su boca se aprieta en una línea uniforme mientras considera.
—Es difícil de decir —responde—. En realidad, nunca he
estado en ningún lado. Leí sobre muchos lugares, pero todavía no he
visto ninguno.
—Yo tampoco —digo—. Todavía no.
Piensa por otro momento.
—Amo —dice—. Supongo que lo amo.
—Sí. —Asiento con la cabeza—. Yo también.
6
Este Verano

Entré en la oficina de Swapna a la mañana siguiente,


sintiéndome despistada ya que hasta entrada la noche estuve
enviándole mensajes de texto a Alex.
Dejo caer su bebida, un americano helado, sobre su escritorio y
ella mira hacia arriba, sorprendida, por las pruebas de diseño que
está aprobando para la próxima edición de otoño.
—Palm Springs10 —digo.
Por un segundo, su sorpresa permanece fija en su rostro, luego
las comisuras de sus labios afilados se curvan en una sonrisa. Se
sienta en su silla, cruzando sus brazos perfectamente tonificados
sobre su vestido negro a la medida, la luz del techo ilumina su anillo
de compromiso de modo que el rubí gigante en el centro parpadea
fantásticamente.
—Palm Springs, —repite—. Es interesante—. Piensa por un
segundo, luego mueve su mano—. Quiero decir, es un desierto, por
supuesto, pero en lo que respecta a R+R, no hay ningún lugar más
tranquilo o relajante en los Estados Unidos.
—Exactamente— digo, como si eso hubiera sido lo que estaba
pensando todo el tiempo.
En realidad, mi elección no tiene nada que ver con lo que podría
gustarle a R+R y todo que ver con David Nilsen, el hermano menor
de Alex y un hombre que se casará con el amor de su vida la semana
que viene. En Palm Springs, California.
Fue un contratiempo que no esperaba: que Alex ya tuviera un
viaje programado la semana que viene: el destino era la boda de su
hermano. Me había desilusionado cuando me lo dijo, pero le dije que
lo entendía, le pedí que felicitara a David y colgué el teléfono,
esperando que la conversación terminara.
Pero no fue así, y después de dos horas más de enviar
mensajes de texto, respiré hondo y le planteé la idea de que alargara
su viaje de tres días para pasar unos días más en unas vacaciones
financiadas por R+R conmigo.
No solo estuvo de acuerdo, sino que me había invitado a
quedarme para la boda después. Todo estaba saliendo bien.
—Palm Springs —dice Swapna de nuevo, sus ojos brillan
mientras se desliza en su mente y prueba la idea. Ella rompe
repentinamente de su ensueño y alcanza su teclado. Teclea durante
un minuto y luego se rasca la barbilla mientras lee algo en la pantalla
—. Por supuesto, tendríamos que esperar para usar eso para la
edición de invierno. La temporada baja del verano.
—Pero por eso es perfecto —digo, rápidamente y un poco
presa del pánico—. Hay todo tipo de cosas sucediendo en Springs
en el verano, y hay menos gente y es más barato. Esta podría ser
una buena manera de volver a mis raíces, cómo hacer este viaje a
bajo precio, ¿sabes?
Los labios de Swapna se fruncen pensativamente.
—Pero nuestra marca es aspiracional.
—Y Palm Springs es la máxima aspiración —digo—. Les
daremos a nuestros lectores la visión y luego les mostraremos cómo
pueden tenerla.
Los ojos oscuros de Swapna se iluminan al considerar esto, y
mi estómago se eleva con esperanza.
Luego parpadea y regresa a la pantalla de su computadora.
—No.
—¿Qué? —digo, ni siquiera a propósito, sino porque mi cerebro
no puede calcular que esto está sucediendo. No hay forma de que
esto, mi trabajo, sea donde el tren se descarrila.
Swapna da un suspiro de disculpa y se inclina sobre su
reluciente escritorio de cristal.
—Mira, Poppy, agradezco la idea que dedicaste a esto, pero no
es R+R. Se interpretará como confusión de marca.
—Confusión de marca —digo, aparentemente todavía
demasiado aturdida para pensar en mis propias palabras.
—Lo pensé todo el fin de semana y te enviaré a Santorini. —
Ella mira hacia atrás a las pruebas de diseño en su escritorio, su
rostro cambia de velocidad de Gerente empática pero profesional a
concentradora genio de la revista.
Ella ha seguido adelante, la señal es tan fuerte que me
encuentro de pie a pesar de que, por dentro, mi cerebro todavía está
atrapado en un estribillo de ¡pero, pero, pero! Pero esta es nuestra
oportunidad de arreglar las cosas. Pero no puedes rendirte tan
fácilmente. Pero esto es lo que quieres. No es la hermosa Santorini
encalada y su mar resplandeciente.
Alex en el desierto, en pleno verano. Pasear por lugares antes
de verlos consultarlos con un asesor de viajes, días desestructurados
y tarde, noche y horas llenas de sol perdidas en el interior de una
librería polvorienta por la que no podía pasar, o una tienda vintage
cuyo desorden y gérmenes lo tienen de pie, rígido pero paciente,
cerca de la puerta mientras me pruebo los sombreros de los
muertos. —Eso es lo que yo quiero.
Me quedo en la puerta de la oficina, con el corazón acelerado,
hasta que Swapna levanta la vista, su ceja se arquea
inquisitivamente, como diciendo
—¿Sí, Poppy?
—Dale Santorini a Garrett —digo.
Swapna parpadea, evidentemente confundida.
—Creo que necesito un poco de tiempo —espeto, luego aclaro
—. Unas vacaciones, unas de verdad.
Los labios de Swapna se aprietan. Está confundida, pero no va
a presionar para obtener más información, lo cual es bueno porque
no sabría cómo explicarlo de todos modos. Ella asiente lentamente.
—Entonces, envíame las fechas.
Me doy la vuelta y camino de regreso a mi escritorio
sintiéndome más tranquila de lo que me he sentido en meses. Hasta
que me siento y la realidad entra por la fuerza.
Tengo algunos ahorros, pero hacer un viaje que sea accesible
para los estándares de R+R, y en su moneda de diez centavos, es
algo muy diferente a hacer un viaje que pueda pagar con mi propio
dinero. Y como profesor de inglés de secundaria con un doctorado y
todas sus deudas asociadas, no hay forma de que Alex pueda
permitirse el lujo de dividir los costos conmigo. Dudo que estuviera de
acuerdo en hacer el viaje si supiera que lo estoy financiando yo
mismo.
Pero tal vez esto sea algo bueno. Siempre nos divertimos
mucho en esos viajes que improvisamos con centavos. Las cosas
solo comenzaron a ir cuesta abajo una vez que R+R se involucró en
nuestros viajes de verano.
Puedo hacer esto puedo planificar el viaje perfecto, como solía
hacerlo; recordarle a Alex lo buenas que pueden ser las cosas.
Cuanto más lo pienso, más sentido tiene. De hecho, estoy
emocionada con la idea de tener uno de nuestros viajes baratos y de
la vieja escuela. Las cosas eran mucho más sencillas en ese
entonces y siempre nos divertíamos mucho.
Saco mi teléfono y me tomo mi tiempo para intentar redactar el
mensaje perfecto.
Pensamiento divertido: hagamos este viaje como solíamos
hacerlo. Barato como una mierda, sin fotógrafos profesionales
siguiéndonos, sin restaurantes de cinco estrellas, simplemente viendo
a Palm Springs como el académico empobrecido y el periodista de la
era digital que somos.
En unos segundos, responde:
¿R+R está de acuerdo con eso? ¿Sin fotógrafo?
Inconscientemente empiezo a mover la cabeza de un lado a
otro como si el pequeño ángel y el diablo en mi hombro se turnaran
para tirar de ella de izquierda a derecha. No quiero mentirle
abiertamente.
Pero están de acuerdo con eso. Me tomo una semana libre, así
que estoy libre.
Sí, le pongo. Todo está listo, si estás de acuerdo.
Seguro, escribe. Suena bien.
Suena bien. Será bueno. Puedo hacerlo bien.
7
Este Verano

Tan pronto como el avión aterriza, los cuatro bebés que


pasaron las seis horas de vuelo gritando se detienen de inmediato.
Saco el teléfono de mi bolso y apago el modo avión, esperando
la avalancha de mensajes de texto entrantes de Rachel, Garrett,
mamá, David Nilsen y, por último, pero no menos importante, Alex.
Rachel dice, de tres maneras diferentes, que le haga saber tan
pronto como aterrice que mi avión no se estrelló ni fue absorbido por
el Triángulo de las Bermudas, y que ella está rezando y manifestando
un aterrizaje seguro para mí. Sanos y salvos y ya te extraño, le
digo, luego abro el mensaje de Garrett.
Muchas gracias por no tomar Santorini, escribe, luego, en un
mensaje separado: También… en mi humilde opinión, es una
decisión bastante extraña. Espero que estés bien. . .
Estoy bien, le digo. Acabo de tener una boda en el último
minuto y Santorini fue idea tuya. Envíame muchas fotos para
que pueda arrepentirme de mis elecciones de vida
A continuación, abro el mensaje de David: ¡Estoy tan feliz de
que vengas con Al! Tham está emocionada de conocerte y, por
supuesto, estás invitada a TODOS.
De todos los hermanos de Alex, David siempre ha sido mi
favorito. Pero es difícil creer que tenga la edad suficiente para
casarse.
Por otra parte, cuando le dije eso a Alex, me respondió,
Veinticuatro. No puedo imaginar tomar una decisión como esa a esa
edad, pero todos mis hermanos se casaron jóvenes y Tham es
genial. Incluso mi papá está a bordo. Recibió una calcomanía en el
parachoques que dice: SOY UN SEGUIDOR DE CRISTO
ORGULLOSO QUE AMO A MI HIJO GAY.
Solté una carcajada en mi café mientras leía eso. Fue tan
supremamente el Sr. Nilsen, y también encajó perfectamente en la
broma de Alex y mía acerca de que David era el favorito de la
familia.
A Alex ni siquiera se le había permitido escuchar música pagana
hasta que estaba en la escuela secundaria, y cuando decidió ir a una
universidad no religiosa, había llorado. Sin embargo, al final, el Sr.
Nilsen realmente amaba a sus hijos, por lo que casi siempre se
acercaba a los asuntos que se referían a su felicidad.
Si te hubieras casado a los veinticuatro, estarías casado
con Sarah, le envié un mensaje de texto a Alex.
Tú estarías casada con Guillermo, dijo.
Le envié una de sus propias selfies de cara de perrito
regañado.
Por favor, dime qué aún no estás enamorada de ese idiota,
dijo Alex.
Los dos nunca se habían llevado bien.
Por supuesto que no, le respondí. Pero Gui y yo no éramos
los que estábamos en una tortuosa relación intermitente. Eran
tú y Sarah.
Alex escribió y dejó de escribir tantas veces que comencé a
preguntarme si lo estaba haciendo solo para molestarme.
Pero ese fue el final de esa conversación. La siguiente vez que
me envió un mensaje de texto, al día siguiente, de una imagen de una
túnica negra deslumbrante que decía SPA BITCH en la espalda.
¿Uniforme de viaje de verano?, escribió, y hemos esquivado
el tema de Sarah desde entonces, lo que me deja muy claro que hay
algo entre ellos. De nuevo.
Ahora, sentada en el avión abarrotado y sofocante, rodando
hacia LAX11, en el silencio posterior al grito del bebé, todavía me
enferma un poco pensar en eso.
Sarah y yo nunca hemos sido las mayores admiradoras de la
otra. Dudo que ella aprobara que Alex hiciera otro viaje conmigo si
volvieran a estar juntos, y si no lo están correctamente, pero están
en camino de serlo, entonces este podría ser el último viaje de
verano. Se casarían, empezarían a tener hijos, llevarían a toda su
familia a Disney World, y ella y yo nunca estaríamos lo
suficientemente cerca como para que yo fuera una parte real de la
vida de Alex.
Alejo el pensamiento y respondo al mensaje de texto de David:
¡ESTOY TAN EMOCIONADO Y HONRADO DE ESTAR ALLÍ!
Me envía un Gif de un oso bailarín, y luego abro el mensaje de
texto de mi madre.
Dale a Alex un gran abrazo y un beso de mi parte :),
escribe, con la carita sonriente escrita a máquina. Ella nunca
recuerda cómo usar emojis y se impacienta inmediatamente cuando
trato de mostrárselo. —¡Puedo mecanografiarlos muy bien! —insiste.
Mis padres: no son los mayores fanáticos del cambio.
¿Quieres que le agarre el trasero mientras lo hago?, le
escribo de nuevo.
Si crees que funcionará, responde ella. Me estoy cansando
de esperar a los nietos.
Pongo los ojos en blanco y salgo del mensaje. Mamá siempre
ha adorado a Alex, al menos en parte porque se mudó a Linfield y
espera que algún día nos despertemos y nos demos cuenta de que
estamos enamorados y que yo también me mudaré y quedaré
embarazada de inmediato. Mi padre, por otro lado, es un hombre
cariñoso pero intimidante que siempre ha aterrorizado tanto a Alex
que nunca deja salir ni una pizca de personalidad mientras está en la
misma habitación que papá.
Es musculoso con una voz retumbante, un poco hábil en la
forma en que lo son muchos hombres de su generación, y tiene la
tendencia a hacer muchas preguntas contundentes, casi
inapropiadas. No porque esté esperando cierta respuesta, sino
porque es curioso y no es muy consciente de sí mismo.
Además, como todos los miembros de la familia Wright, no es
sorprendente modulador con su voz. A un extraño, cuando mi madre
le grita —¿Has probado estas uvas que saben a algodón de azúcar?
—¡Oh, te encantarán! ¡Déjame lavarte un poco! —¡Oh, déjame lavar
un plato primero! —¡Oh, no, todos nuestros platos están en el
refrigerador con plástico cubriendo nuestras sobras!, ¡Aquí, solo
toma un puñado en su lugar! —Puede ser un poco abrumador, pero
cuando la frente de mi padre se arruga y lanza una pregunta como—
¿Votó en las últimas elecciones a la alcaldía?, es fácil sentirse como
si acabara de ser empujado a una sala de interrogatorios con un
ejecutor que el FBI paga debajo de la mesa.
La primera vez que Alex me recogió en la casa de mis padres
para una noche de karaoke ese primer verano de nuestra amistad,
traté de protegerlo de mi familia y mi casa, tanto por su bien como
por el mío.
Al final de nuestro primer viaje por carretera a casa, sabía lo
suficiente sobre él como para entender que su entrada a nuestra
pequeña casa llena hasta el borde de chucherías, marcos de fotos
polvorientos y caspa de perro sería como un vegetariano que recorre
un matadero.
No quería que se sintiera incómodo, claro, pero con la misma
desesperación, no quería que juzgara a mi familia. Desordenados,
extraños, ruidosos y contundentes como eran, mis padres eran
increíbles, y había aprendido por las malas que eso no era lo que la
gente veía cuando entraba por la puerta principal.
Así que le dije a Alex que me reuniría con él en el camino de
entrada, pero no había enfatizado el punto, y Alex, siendo Alex
Nilsen, había llegado a la puerta de todos modos, como un buen
mariscal de campo de los cincuenta, decidido a presentarse a mis.
Padres, para que "no se preocupen" de que yo cabalgue hacia el
atardecer con un extraño.
Oí el timbre de la puerta y salí corriendo para evitar el caos,
pero con mis zapatos de casa vintage con plumas rosas, no fui lo
suficientemente rápido. Cuando bajé las escaleras, Alex estaba de
pie en el vestíbulo entre dos torres de contenedores de
almacenamiento apilados, siendo golpeado de un lado a otro por
nuestras dos mezclas de Huskys muy viejos y de mal
comportamiento, mientras una serie de fotos familiares indecorosas
lo miraban desde cada lado.
En el momento en que llegué a la vuelta de la esquina desde
las escaleras, papá estaba gritando
—¿Por qué nos preocuparíamos de que ella salga contigo? —
y luego—, cuando dices " salir ", ¿te refieres a que ustedes dos
están...?
—¡No!, Interrumpí, arrastrando al más cachondo de nuestros
perros, Rupert, por el collar antes de que pudiera montar la pierna
de Alex.
—No estamos saliendo. Así no. —Y definitivamente no tienes
que preocuparte. Alex es un conductor muy lento.
—Eso es lo que estaba tratando de decir —balbuceó—. Quiero
decir, no la velocidad de conducción. Conduzco… en el límite de
velocidad. Solo quise decir, no tienes de que preocuparte.
Papá frunció el ceño. La cara de Alex se quedó sin sangre, y
no estaba segura de si estaba más nervioso por mi padre o por la
capa de polvo visible a lo largo de los zócalos en el pasillo, que,
francamente, nunca había notado hasta ese momento.
—¿Viste el auto de Alex, papá? —dije rápidamente, una
distracción—. Es muy antiguo. Su teléfono también. Alex no ha
recibido un teléfono nuevo en, como, siete años.
La cara de Alex se puso roja incluso cuando mi padre se relajó
con interés y aprobación.
—¿Es eso así?
Aún así, todos estos años después, puedo recordar con vívida
claridad la forma en que la mirada de Alex se posó en la mía,
buscando en mi rostro la respuesta correcta. Le di un pequeño
asentimiento.
—¿Sí? —respondió, y papá le puso una mano en el hombro
con tanta fuerza que Alex se estremeció.
Papá le dio una gran sonrisa sin límites.
—¡Siempre es mejor reparar que reemplazar!
—¿Reemplazar qué? —gritó Mamá desde la cocina—. ¿Se
rompió algo? ¿Con quién estás hablando? ¿Poppy? ¿Alguien quiere
pretzels bañados en chocolate?, déjame encontrar un plato limpio…
Cuando finalmente terminamos los veinte minutos de
despedida innecesarias para salir de mi casa y regresar al auto de
Alex, solo dijo de todo el asunto: Tus padres parecen amables.
Respondí, con una agresión accidental, "Lo son", como si lo
desafiará a sacar el polvo o al Husky jorobado o los dos mil millones
de dibujos de las infancias todavía magnetizadas en nuestro
refrigerador o cualquier otra cosa, pero por supuesto que no lo hizo.
Él era Alex, incluso si yo no entendía todo lo que eso significaba en
ese entonces.
En todos los años que lo conozco desde entonces, nunca ha
dicho una palabra desagradable sobre nada de eso. Incluso envió
flores a mi dormitorio cuando Rupert, el Husky, murió. Siempre sentí
que teníamos una conexión especial después de esa noche que
compartimos, bromeó en la tarjeta. Lo extrañaremos. Si necesitas
algo, P, estoy aquí. Siempre.
No es que tenga la nota memorizada ni nada. No es que, en la
única caja de zapatos de tarjetas guardadas, cartas y trozos de
papel que me permito guardar en mi apartamento, este hizo el corte.
No es que hubo días completos durante la pausa de nuestra
amistad en los que me torturaba pensando que tal vez debería tirar
esa tarjeta ya que, como resultó, siempre había terminado.
En la parte trasera del avión, uno de los bebés comienza a
gritar de nuevo, pero ahora estamos llegando a la puerta. Me iré en
poco tiempo. Y luego veré a Alex.
Un escalofrío recorre mi espina dorsal, y un aleteo nervioso
regresa a mi estómago.
Abro el último mensaje no leído en mi bandeja de entrada, el de
él: Acabo de aterrizar.
Lo mismo, escribo de nuevo.
Después de eso, no sé qué decir. Hemos estado enviando
mensajes de texto durante más de una semana, sin abordar el tema
del desafortunado viaje a Croacia, y todo se ha sentido tan normal
hasta ahora. Entonces recuerdo, no he visto a Alex en la vida real en
más de dos años.
No lo he tocado, ni siquiera he escuchado su voz. Hay muchas
formas en las que esto podría resultar incómodo. Es casi seguro que
experimentaremos alguno de ellos.
Estoy emocionada de verlo, por supuesto, pero más que eso,
me doy cuenta de que estoy aterrorizada.
Necesitamos elegir un punto de encuentro. Alguien tiene que
sugerirlo. Recuerdo el diseño de LAX a partir de la sopa de
recuerdos nebulosos de cada puerta y pasarela eléctrica sin
alfombras que he visto en los últimos cuatro años y medio de trabajo
en R+R.
Si pido reunirnos en el área de reclamo de equipaje, ¿significará
eso un largo trecho de caminar uno hacia el otro en silencio hasta
que estemos lo suficientemente cerca para hablar? ¿Se supone que
debo abrazarlo?
Los Nilsens no son un grupo abrazador, a diferencia de los
Wright, quienes son conocidos por agarrar, abofetear, susurrar,
apretar y empujar para enfatizar cualquier conversación, sin importar
cuán mundana sea. Tocar es una segunda naturaleza para mí una
vez abracé accidentalmente a mi reparador de lavavajillas cuando lo
dejé salir del apartamento, momento en el que amablemente me dijo
que estaba casado y lo felicité.
Cuando Alex y yo éramos cercanos, nos abrazábamos todo el
tiempo; pero fue entonces, cuando lo conocí. Cuando se sentía
cómodo conmigo.
Lucho con mi bolsa con ruedas para liberarla del compartimento
superior y la empujo delante de mí, el sudor se acumula en mis axilas
debajo de mi suéter ligero y bajo la pequeña y contundente
aproximación de una cola de caballo que me cae del cuello.
El vuelo duró una eternidad; cada vez que miraba el reloj,
parecía que las horas completas se habían condensado en uno o dos
minutos.
Estaba saltando arriba y abajo en mi asiento muy pequeño
ansiosa por llegar aquí, pero ahora es como si el tiempo estuviera
compensando el vuelo en globo que hizo durante el vuelo,
encogiéndose para viajar por toda la longitud del puente a reacción
en un instante.
Mi garganta se siente apretada. Mi cerebro se siente como si
estuviera dando vueltas en mi cráneo. Salgo a la puerta, me muevo
de lado para apartarme del camino de todos los que vienen del
puente del jet detrás de mí y saco el teléfono del bolsillo. Mis manos
están sudorosas cuando empiezo a escribir: Reúnete en el área de
equipaje.
—Oye.
—Me giro hacia la voz justo cuando el dueño esquiva el auto
estacionado entre nosotros.
Sonriente. Alex está sonriendo, sus ojos hinchados de esa
manera adormilada, la bolsa de su computadora portátil colgando de
un hombro y los audífonos colgando alrededor de su cuello, su
cabello es un desastre total en comparación con sus pantalones gris
oscuro y abotonados y sus botas de cuero sin raspaduras. Mientras
cierra la brecha entre nosotros, deja caer su bolso de mano detrás
de él y me da un abrazo.
Y es normal, tan natural ponerme de puntillas y envolver mis
brazos alrededor de su cintura, enterrar mi cara en su pecho y
respirarlo. Cedro, almizcle, lima. No hay mayor criatura de hábitos
que Alex Nilsen.
El mismo corte de cabello inescrutable, el mismo aroma
limpiamente cálido, el mismo guardarropa básico (aunque mejorado
un poco con el tiempo con una mejor sastrería y zapatos), la misma
forma de apretarme en la parte superior de la espalda y atraerme
hacia él y contra él cuando nos abrazamos, casi tirando de mí del
suelo, pero sin apretar tanto como para que el abrazo pueda
considerarse como un crujido de huesos.
Es más como esculpir. Presión suave en todos los lados que
nos comprime brevemente en una cosa viva que respira con el doble
de corazones de los que deberíamos tener.
—Hola —digo, radiante en su pecho, y sus brazos se deslizan
hacia mi espalda, apretándome.
—Hola —dice.
Y espero que haya escuchado la sonrisa en mi voz como yo la
escucho en la suya. A pesar de su aversión general a cualquier forma
de afecto público, ninguno de los dos nos dejamos ir de inmediato, y
tengo la sensación de que estamos pensando lo mismo: está bien
aguantar un tiempo inapropiadamente largo cuando han pasado dos
años desde que nos hemos abrazado.
Cierro los ojos con fuerza contra la creciente emoción,
presionando mi frente contra su pecho. Sus brazos caen hasta mi
cintura y se bloquean allí durante unos segundos.
—¿Cómo estuvo tu vuelo? —dice.
Me aparto lo suficiente para mirarlo a la cara.
—Creo que teníamos a bordo algunos futuros cantantes de
ópera de talla mundial. ¿El tuyo?
Su control sobre su pequeña sonrisa vacila, y su sonrisa se
abre de par en par.
—Casi le doy un infarto a la mujer que estaba a mi lado durante
algunas turbulencias, —dice—. Le agarré la mano por accidente.
Una risa aguda me estremece, y su sonrisa se ensancha, sus
brazos se aprietan.
Alex desnudo, pienso, luego aparto ese pensamiento.
Realmente debería haber encontrado una mejor manera de describir
esta versión de él hace mucho tiempo.
Como si estuviera leyendo mis pensamientos y debidamente
mortificado, reprime su sonrisa y me suelta, retrocediendo por si
acaso.
—¿Necesitas obtener algo del reclamo de equipaje? —
pregunta, agarrando el asa de mi bolso junto con el suyo.
—Puedo con eso —ofrezco.
—No me importa, — dice.
Mientras lo sigo lejos de la puerta llena de gente, no puedo
dejar de mirarlo. Asombrado de que esté aquí. Con asombro porque
se ve igual. Impresionado de que esto sea real.
Me mira mientras caminamos, torciendo la boca. Una de mis
cosas favoritas del rostro de Alex siempre ha sido la forma en que
permite que existan dos emociones dispares en él al mismo tiempo, y
lo legibles que se han vuelto esas emociones para mí.
En este momento, ese giro de su boca dice tanto divertido
como vagamente cauteloso.
—¿Qué? —dice, con una voz que recorre la misma línea.
—Tú eres sólo… alto —digo.
Él también está en buena forma, pero comentar sobre eso
generalmente lo lleva a la vergüenza de su parte, como si tener un
cuerpo de gimnasio fuera de alguna manera un defecto de
personalidad. Quizás para él lo sea. La vanidad es algo para lo que
fue educado para evitar.
Mientras que mi mamá solía escribir pequeñas notas en el
espejo de mi baño con rotulador de borrado en seco: Buenos días a
esa hermosa sonrisa. Hola, brazos y piernas fuertes. Que tengas un
gran día, linda barriga que alimenta a mi querida hija. A veces
todavía escucho esas palabras cuando salgo de la ducha y me paro
frente al espejo, peinándome: Buenos días, hermosa sonrisa. Hola,
brazos y piernas fuertes. Que tengas un gran día, linda barriga que
me alimenta.
—¿Me estás mirando porque soy alto? —dice Alex.
—Muy alto —digo, como si esto aclarara las cosas.
Es más fácil que decir, te he echado de menos, hermosa
sonrisa. Es tan bueno verte, brazos y piernas fuertes. Gracias,
vientre extrañamente tenso, por alimentar a esta persona que amo
tanto.
La sonrisa de Alex se expande hasta el punto de abrirse
mientras sostiene mi mirada.
—Es bueno verte también, Poppy.
8
Hace Diez Veranos

Hace un año, cuando conocí a Alex Nilsen afuera de mi


dormitorio con media docena de bolsas de ropa sucia, no hubiera
creído que íbamos a tomarnos unas vacaciones juntos.
Comenzó con alguno que otro mensaje ocasional después de
nuestro viaje por carretera a casa, fotos borrosas del cine de Linfield
al pasar por delante, con la leyenda No olvides vacunarte, o una foto
de un paquete de diez camisetas que encontré en el supermercado,
con un regalo de cumpleaños escrito debajo, pero después de tres
semanas, pasamos a las llamadas telefónicas y los encuentros.
Incluso lo convencí de que viera una película en el Cineplex, aunque
pasó todo el tiempo flotando sobre el asiento, tratando de no tocar
nada.
Para cuando terminó el verano, nos habíamos inscrito en dos
clases de requisitos básicos juntos, una de matemáticas y otra de
ciencias, y la mayoría de las noches, Alex venía a mi dormitorio o yo
iba al suyo para hacer la tarea. Mi antigua compañera de cuarto,
Bonnie, se había mudado oficialmente con su hermana, y yo estaba
compartiendo habitación con Isabel, una estudiante de pre-medicina
que a veces miraba por encima de Alex y por mis hombros y
corregía nuestro trabajo mientras masticaba apio, su supuesta
comida favorita.
Alex odiaba las matemáticas tanto como yo, pero le encantaban
sus clases de inglés y dedicaba horas cada noche a la lectura
asignada mientras yo examinaba sin rumbo fijo blogs de viajes y de
chismes de celebridades en el suelo junto a él. Mis cursos eran
uniformemente aburridos, pero las noches en que Alex y yo
caminábamos por el campus después de la cena con tazas de
chocolate caliente, o los fines de semana cuando deambulamos por
la ciudad en busca del mejor puesto de perritos calientes o una taza
de café o falafel12, me sentía más feliz de lo que jamás recordaba.
Me encantaba estar en la ciudad, rodeada de arte, comida, ruido y
gente nueva, lo suficiente para que la parte escolar fuera soportable.
Una noche, tarde, cuando la nieve se amontonaba en el alféizar
de mi ventana y Alex y yo estábamos estirados en mi alfombra
estudiando para un examen, comenzamos a enumerar los lugares en
los que nos hubiera gustado estar.
—París —dije.
—Trabajando en mi final de Literatura Americana —dijo Alex.
—Seúl —dije.
—Trabajando en mi final de Introducción a la no ficción —dijo
Alex.
—Sofía, Bulgaria —dije.
—Canadá —dijo Alex.
Lo miré y estallé en una carcajada extenuada, lo que provocó
su disgusto característico.
—Tus tres destinos de vacaciones principales —dije,
recostándome en la alfombra —. Son dos ensayos separados y el
país más cercano a nosotros.
—Es más accesible que París —dijo con seriedad—. Que es lo
que realmente importa cuando estás soñando despierto.
Él suspiró.
—Bueno, ¿qué hay de esa fuente termal sobre la que leíste?
¿El de una selva tropical? Eso es en Canadá.
—Isla de Vancouver —dije, asintiendo—. O una isla más
pequeña cerca, en realidad.
—Ahí es donde iría —dijo—, si mi compañero de viaje no fuera
tan desagradable.
—Alex —dije—, con mucho gusto iré contigo a la isla de
Vancouver. Especialmente si las otras opciones solo te están
haciendo ver más tareas. Iremos el próximo verano.
Alex se recostó a mi lado.
—¿Qué hay de París?
—París puede esperar —dije—. Además, no podemos
permitirnos el lujo de París.
El sonrió levemente.
—Poppy —dijo—, apenas podemos permitirnos nuestros Hot
Dogs semanales.
Pero ahora, meses después, después de un semestre de
recoger todos los turnos posibles en los trabajos de nuestro campus
(Alex en la biblioteca, yo en la sala de correo), hemos ahorrado lo
suficiente para este efecto de ojos rojos muy barato (completo con
dos escalas), y Estoy llena de emoción cuando finalmente
abordamos.
Sin embargo, tan pronto como despegamos y las luces de la
cabina se atenúan, el cansancio se activa y me encuentro
arrullándome para dormir, con la cabeza apoyada en el hombro de
Alex, un pequeño charco de baba acumulándose en su camisa. Solo
para despertarme de golpe cuando el avión golpea una bolsa de aire
que la hace sumergir y Alex accidentalmente me da un codazo en la
cara en respuesta.
—¡Mierda!, —jadea mientras me siento erguida, agarrándome
la mejilla—. ¡Mierda! — Sus nudillos blancos están apretados
alrededor de los apoyabrazos, la subida y bajada de su pecho son
superficiales.
—¿Tienes miedo de volar? —pregunto.
—No —susurra, considerado a los otros pasajeros dormidos
incluso en su pánico —. Tengo miedo de morir.
—No vas a morir, —le prometo. El jet se acomoda en un ritmo,
pero la luz del cinturón de seguridad se enciende y Alex sigue
agarrándose a los apoyabrazos como si alguien hubiera volteado el
avión y empezado a tratar de sacudirnos.
—Eso no suena bien, —dice. Sonaba como si algo se hubiera
desprendido del avión.
—Ese fue el sonido de tu codo chocando con mi cara.
—¿Qué?
Él me mira. Las dos expresiones simultáneas en su rostro son
sorpresa y confusión.
—¡Me pegaste en la cara! —digo.
—Oh, mierda, —dice—. Perdón, ¿Puedo ver?
Alejo mi mano de mi pómulo palpitante, y Alex se inclina más
cerca, sus dedos se ciernen sobre mi piel. Su mano cae sin aterrizar
nunca.
—Se ve bien. Tal vez deberíamos ver si un asistente de vuelo
puede traer algo de hielo.
—Buena idea —digo—. Podemos llamarla y decirle que me
golpeaste en la cara, pero estoy segura de que fue un accidente y
tampoco es tu culpa, te sorprendiste y....
—Dios, Poppy —dice—. Lo siento mucho.
—Está bien. No duele tanto. —Le doy un codazo con el mío—.
¿Por qué no me dijiste que tenías miedo de volar?
—No sabía que lo tenía.
—¿Explícame?
Echa la cabeza hacia atrás contra el reposacabezas.
—No había volado antes de esta noche.
—Oh. —Mi estómago se aprieta y me siento culpable—. Ojalá
me lo hubieras dicho.
—No quería convertirlo en algo.
—No hubiera hecho nada.
Me mira con escepticismo.
—¿Y cómo llamas a esto?
—Está bien, está bien, sí, lo hice una cosa. Pero mira. —
Deslizo mi mano debajo de la suya y tentativamente doblo mis dedos
con los suyos—. Estoy aquí contigo, y si quieres dormir un poco, me
quedaré despierta para asegurarme de que el avión no se estrelle.
Lo cual no será así. Porque esto es más seguro que conducir.
—Yo también odio conducir, —dice.
—Yo sé que lo haces. Pero mi punto es que esto es mejor que
eso. Me gusta mucho más. Y estoy aquí contigo, y he volado antes,
así que si hay una razón para entrar en pánico, lo sabré. Y te
prometo que, en esa situación, entraré en pánico y sabrás que algo
anda mal. Hasta entonces, puedes relajarte.
Me mira fijamente a través de la oscuridad de la cabina durante
unos segundos. Luego su mano se relaja en la mía, sus cálidos y
ásperos dedos se asientan. Me da una emoción sorprendente tomar
su mano. El noventa y cinco por ciento de las veces, veo a Alex
Nilsen de una manera puramente platónica, y supongo que su número
ronda un poco más. Pero durante ese otro cinco por ciento del
tiempo, existe este qué pasaría si.
Nunca dura mucho ni presiona demasiado. Simplemente se
sienta allí, ahueco entre nuestras manos, un pensamiento suave sin
mucho peso detrás de él: ¿Cómo sería besarlo? ¿Cómo me tocaría?
¿Saborearía como huele? Nadie tiene mejor higiene dental que Alex,
lo cual no es exactamente un pensamiento sexy, pero ciertamente es
más sexy que el extremo opuesto del espectro.
Y eso es hasta donde llega el pensamiento, lo cual es perfecto,
porque me gusta demasiado Alex para salir con él. Además, somos
completamente incompatibles.
El avión vibra a través de otro tramo rápido de turbulencia, y el
agarre de Alex se aprieta.
—¿Es hora de entrar en pánico? —pregunta.
—Todavía no, —digo—. Trata de dormir.
—Porque necesito descansar bien cuando me encuentre con la
Muerte.
—Porque necesitas descansar bien cuando me canse en los
Jardines Butchart haré que me cargues el resto del camino.
—Sabía que había una razón por la que me trajiste contigo.
—No te traje conmigo para que fueras mi mula, —discuto—. Te
traje conmigo para que fueras mi chivo expiatorio. Vas a causar una
distracción mientras corro por el comedor del hotel Empress durante
el té, robando pequeños sándwiches y brazaletes invaluables de
invitados desprevenidos.
Aprieta mi mano.
—Supongo que será mejor que duerma, entonces.
Yo aprieto hacia atrás.
—Supongo que sí.
—Despiértame cuando sea el momento de entrar en pánico.
—Siempre.
Apoya la cabeza en mi hombro y finge dormir.
Cuando aterricemos, tendré una torcedura horrible en el cuello y
me dolerá el hombro de estar sentada en esta posición durante tanto
tiempo, pero ahora mismo no me importa. Tengo cinco gloriosos días
de viaje con mi mejor amigo por delante y, en el fondo, lo sé: nada
puede salir mal, en realidad no.
No es momento de entrar en pánico.
9
Este Verano

—¿Tenemos un auto de alquiler? —pregunta Alex mientras


salimos del aeropuerto al calor del viento.
—Algo así. —Muerdo mi labio mientras saco mi teléfono para
llamar a un taxi—. Conseguí un viaje de un grupo de Facebook.
Los ojos de Alex se entrecierran, las ráfagas inducidas por el
chorro de agua rodando a través del área de llegadas haciendo que
su cabello se agite contra su frente.
—No tengo idea de lo que acabas de decir.
—¿Recuerdas? —digo—. Es lo que hicimos en nuestro primer
viaje. ¿A Vancouver? ¿Cuándo éramos demasiado jóvenes para
alquilar un auto legalmente?
Me mira fijamente.
—Ya sabes —digo—, ¿Ese grupo de viajes en línea de mujeres
en el que he estado, como, quince años? Dónde las personas
publican sus apartamentos para subarrendar y anuncian sus autos
para alquilar ¿Recuerdas? Tuvimos que tomar un autobús para
recoger el auto fuera de la ciudad y caminar como cinco millas con
nuestro equipaje.
—Lo recuerdo —dice—. Nunca me he parado a preguntarme
por qué alguien alquilaría su auto a un extraño antes de este
momento.
—Porque a mucha gente en Nueva York le gusta irse durante el
invierno y a mucha gente en Los Ángeles le gusta ir a otro lugar
durante el verano. —Me encojo de hombros—. El auto de esta chica
habría estado sin usar durante, como, un mes, así que lo compré
para la semana por setenta dólares. Solo tenemos que tomar un taxi
para recogerlo.
—Genial —dice Alex.
—Sí.
Y aquí está el primer silencio incómodo del viaje. No importa
que nos hayamos estado enviando mensajes de texto sin parar
durante la última semana, o tal vez eso lo haya empeorado. Mi mente
está implacablemente en blanco. Todo lo que puedo hacer es mirar
fijamente la aplicación en mi teléfono, viendo el ícono del auto
acercándose.
—Somos nosotros. —Inclino mi barbilla hacia la minivan que se
acerca.
—Genial— dice Alex de nuevo.
Nuestro conductor toma nuestras maletas y nos amontonamos
con las otras dos personas con las que compartimos el viaje, una
pareja de mediana edad con visores BeDazzled a juego. ESPOSA,
dice la rosa fuerte. MARIDO dice el verde lima. Ambos llevan
camisas con estampado de flamencos y ya están tan bronceados
que se parecen a los zapatos de Alex. La cabeza del esposo está
afeitada y la de la esposa está teñida de un rojo brillante.
—¡Hola a todos! —dice, la esposa mientras Alex y yo nos
acomodamos en los asientos del medio.
—Hola.
Alex se gira en su asiento y ofrece una sonrisa que es casi
convincente.
—Luna de miel, —dice la esposa, saludando entre ella y su
esposo—. ¿Qué hay de ustedes dos?
—Oh —dice Alex—. Um...
—¡Lo mismo! —paso mi mano a través de la suya, volviéndome
para mostrarles una sonrisa.
—¡Oh!, —exclama la esposa— ¿Qué te parece eso, Bob? ¡Un
auto lleno de tortolitos!
Su esposo Bob asiente.
—Felicidades, niños.
—¿Cómo se conocieron? — quiere saber la esposa.
Miro a Alex. Las dos expresiones que está haciendo su rostro
en este momento son 1- aterrorizadas, 2- regocijadas. Este es un
juego familiar para nosotros, e incluso si es más incómodo de lo
habitual tener mi mano enredada y empequeñecida por la suya,
también hay algo reconfortante en salir de nosotros mismos de esta
manera, jugando juntos como siempre lo hemos hecho.
—Disneyland, —dice Alex, y se vuelve hacia la pareja en el
asiento trasero.
Los ojos de la esposa se agrandan.
—¡Qué mágico!
—Realmente lo fue, ¿sabe? — Le lanzo a Alex una mirada
sincera y le toco la nariz con la mano libre—. Trabajaba como VS,
eso es lo que llamamos recogedores de vómito. Su trabajo es
simplemente quedarse fuera de todas esas nuevas atracciones en
3D y limpiar después de los abuelos mareados.
—Y Poppy estaba interpretando a Mike Wazowski, —agrega
Alex secamente, subiendo la apuesta.
—¿Mike Wazowski? —pregunta su esposo Bob.
—De Monsters, Inc. cariño, —explica su esposa—. ¡Es uno de
los principales monstruos!
—¿Cuál? —dice su esposo.
—El corto —dice Alex, luego se vuelve hacia mí, afectando la
mirada de adulación más tonta y exagerada que he visto en mi vida.
—Fue amor a primera vista.
—¡Oooh! —dice la esposa agarrándose el corazón.
Su esposo arruga la frente y dice —¿Cuándo ella estaba con el
disfraz?
La cara de Alex se tiñe de rosa bajo la evaluación del esposo, y
le interrumpo: —Tengo unas piernas realmente geniales.
Nuestro conductor nos deja en una calle de casas de estuco
rodeadas de jazmines en Highland Park, y mientras salimos al asfalto
caliente, la Esposa y su Marido nos despiden con afecto. En el
instante en que el taxi se pierde de vista, Alex suelta mi mano y
escaneo los números de las casas, señalando con la cabeza hacia
una valla de privacidad manchada de rojo. —Es este.
Alex abre la puerta y entramos en el patio para encontrar un
auto Hatchback blanco cuadrado esperando en el camino de entrada,
todos sus bordes oxidados y astillados.
—Entonces, —dice Alex, mirándolo—. Setenta dólares.
—Puede que haya pagado de más. —Me agacho alrededor de
la rueda delantera del lado del conductor, palpando la caja magnética
donde el propietario, un ceramista llamado Sasha, dijo que estaría la
llave—. Este es el primer lugar en el que buscaría un repuesto si
estuviera robando un auto.
—Creo que agacharse tanto podría ser demasiado trabajo para
robar este auto —dice Alex mientras saco la llave y me enderezo.
Camina por la parte trasera del auto y lee en el portón trasero—
Ford Aspire.
Me río y abro las puertas. —Quiero decir, “aspire” es la marca
R+R".
—Aquí. —Alex saca su teléfono y da un paso atrás—. Déjame
hacerte una foto con él.
Abro la puerta y apoyo mi pie, haciendo una pose.
Inmediatamente, Alex comienza a agacharse. —¡Alex, no! No desde
abajo.
—Lo siento, —dice—. Olvidé lo rara que eres con eso.
—¿Soy rara? —digo—. Haces fotos como un padre con un
iPad. Si tuvieras gafas en la punta de la nariz y una camiseta de UC
Bearcats13, serías indistinguible.
Hace un gran espectáculo al sostener el teléfono lo más alto
posible.
—¿Qué, y ahora vamos por ese ángulo emo de principios de la
década de los 2000? —digo—. Encuentra un término medio.
Alex pone los ojos en blanco y niega con la cabeza, pero toma
algunas fotos a una altura seminormal y luego viene a mostrármelas.
Yo legítimamente jadeo cuando veo el último disparo y agarro su
brazo de la misma manera que él debe haberse sujetado al
octogenario14 con el que viajaba al lado en el vuelo.
—¿Qué? —dice.
—Tienes el modo retrato.
—Lo hago, —asiente.
—Y lo usaste, —señalo.
—Sí.
—Sabes cómo usar el modo retrato —digo, todavía
horrorizada.
—Jaja.
—¿Cómo sabes cómo usar el modo retrato? ¿Tu nieto te
enseñó eso cuando estuvo en casa para el día de Acción de
Gracias?
—Wow —dice inexpresivo—. He echado mucho de menos esto.
—Lo siento, lo siento, —digo—. Estoy impresionada. Has
cambiado. —Me apresuro a agregar— ¡No de mala manera! Solo
quiero decir, no eres una persona a la que le guste el cambio.
—Quizás lo sea ahora —dice.
Me cruzo de brazos. —¿Todavía te levantas a las cinco y media
para hacer ejercicio todos los días?
Se encoge de hombros. —Eso es disciplina, no miedo al
cambio.
—¿En el mismo gimnasio? —pregunto.
—Sí.
—¿El que sube sus precios cada seis meses? ¿Y reproduce el
mismo CD de meditación New Age en repetición en todo momento?
¿El gimnasio del que ya te quejabas hace dos años?
—No me estaba quejando, —dice—. No entiendo cómo se
supone que eso te motive en una cinta de correr. Estaba
reflexionando. Contemplando.
—Te llevas tu propia lista de reproducción, ¿qué importa lo que
reproduzcan en los altavoces?
Se encoge de hombros y toma las llaves del auto de mis
manos, rodeando el Aspire para abrir la puerta trasera. —Es una
cuestión de principios. —Tira nuestras maletas en la parte trasera y
la cierra de golpe.
Pensé que estábamos bromeando, pero ahora no estoy tan
seguro.
—Oye. —Le agarro el codo mientras pasa. Se queda quieto,
arqueando las cejas. Hay un nudo de orgullo atrapado en mi
garganta, deteniendo las palabras que quieren salir. Pero fue el
orgullo lo que rompió nuestra amistad la primera vez, y no volveré a
cometer ese error. No voy a dejar de decir cosas que hay que decir,
solo porque quiero que él las diga primero.
—¿Qué? —dice Alex.
Me trago el nudo. —Me alegra que no hayas cambiado
demasiado.
Me mira fijamente por un momento y luego, ¿es mi imaginación,
o él también traga? —Tú también, —dice, y toca el extremo de una
ola que se soltó de mi cola de caballo para caer a lo largo de mi
mejilla, la toca tan levemente que apenas puedo sentirla en el cuero
cabelludo y el delicado movimiento envía un hormigueo por mi cuello.
—Y me gusta el corte de cabello.
Mis mejillas se calientan. Mi estómago también. Incluso mis
piernas parecen calentarse un par de grados.
—Aprendiste a usar una nueva función en tu teléfono y me corté
el cabello, —digo —. Cuidado con nosotros ahora, mundo.
—Transformación radical, —coincide Alex.
—Un verdadero resplandor.
—La pregunta es, ¿He mejorado en la conducción?
Arqueo una ceja y cruzo los brazos. —¿Lo haces?

—Aspira tener aire acondicionado que funcione, —dice Alex.


—Aspira a no oler como si un idiota está fumando un porro —
digo.
Hemos estado jugando a este juego desde que llegamos a la
autopista que se adentra en el desierto. Sasha la ceramista había
mencionado en su publicación sobre el automóvil que el aire
acondicionado iba y venía al azar, pero había omitido el hecho de
que evidentemente lo había estado usando para calentar durante
cinco años seguidos.
—Aspira a vivir lo suficiente para ver el fin de todo sufrimiento
humano, —agrego.
—Este auto, —dice Alex—, no vivirá lo suficiente para ver el
final de la franquicia de Star Wars.
—¿Pero quién de nosotros lo hará? — digo.
Alex terminó conduciendo en virtud del hecho de que mi
conducción lo marea. Y aterroriza. La verdad es que, de todos
modos, no me gusta conducir, por lo que normalmente le cedo el
puesto a él.
El tráfico de Los Ángeles resultó ser un desafío para alguien tan
cauteloso como él: nos detenemos en una señal de alto esperando
para girar a la derecha en una carretera muy transitada durante unos
diez minutos, hasta que tres autos detrás de nosotros presionaron
sus bocinas.
Sin embargo, ahora que estamos fuera de la ciudad, lo está
haciendo muy bien. Ni siquiera la falta de aire acondicionado parece
un gran problema con las ventanas abiertas y el viento dulcemente
florido que se precipita sobre nosotros. El problema más grande es
la falta de una entrada auxiliar, que nos hace depender de la radio.
—¿Siempre ha habido tanto Billy Joel viajando por las ondas de
radio? —Alex pregunta la tercera vez que cambiamos de canal a
mitad de un comercial solo para sumergirnos de nuevo en el medio
de Piano Man15.
—Desde los albores de los tiempos, creo. Cuando los hombres
de las cavernas construyeron la primera radio, esto ya estaba
sonando.
—No sabía que eras historiadora, —dice inexpresivo—.
Deberías venir a hablar en mi clase.
Resoplo. —No podrías arrastrarme a los pasillos de East
Linfield High con la fuerza combinada de cada tractor en un radio de
cinco millas de ese edificio, Alex.
—Sabes, —dice—, tus matones probablemente ya se hayan
graduado.
—Realmente no podemos estar seguros, —digo.
Él me mira, el rostro sobrio, la boca apretada. —¿Quieres que
les patee el trasero?
Yo suspiro. —No, es muy tarde. Todos tienen hijos ahora con
esos lindos anteojos de bebé de gran tamaño y la mayoría ha
encontrado al Señor o ha iniciado uno de esos extraños negocios de
esquemas piramidales que venden brillo de labios.
Me mira, su rostro sonrojado por el sol. —Si cambias de
opinión, di la palabra.
Alex conoce mis años difíciles en Linfield, por supuesto, pero en
su mayor parte, trato de no volver a visitarlos. Siempre he preferido
la versión de mí que trae Alex a la que tenía en nuestra ciudad natal.
Esta Poppy se siente segura en el mundo, porque él también está en
él, y en el fondo donde importa, es como yo.
Aún así, tuvo una experiencia excepcionalmente diferente en
West Linfield High que la que tuve yo en su escuela hermana. Estoy
seguro de que ayudó que practicará deportes (baloncesto, tanto
para la escuela como en la liga intramuros de la iglesia de su familia)
y fuera guapo, pero siempre insistió en que el factor decisivo era que
era lo suficientemente callado como para pasar por misterioso en
lugar de extraño.
Quizás si mis padres no hubieran sido tan completamente
alentadores en todas las facetas del individualismo de mis hermanos
y de mi, hubiera tenido mejor suerte. Hubo niños que lidiaron con la
desaprobación adaptándose, haciéndose más agradables, como lo
hicieron Prince y Parker en la escuela, encontrando la superposición
entre sus personalidades y las de los demás. Y luego hubo personas
como yo, que trabajaban bajo la idea errónea de que, eventualmente,
mis compañeros no solo me tolerarían, sino que, en última instancia,
me respetarían por ser yo misma.
No hay nada tan desagradable para algunas personas como
alguien a quien parece no importarle si alguien más las aprueba. Tal
vez sea resentimiento: me he inclinado por el bien mayor, para
seguir las reglas, entonces, ¿por qué no lo has hecho tú? Debería
preocuparme Por supuesto, en secreto, me importaba. Mucho.
Probablemente hubiera sido mejor si hubiera llorado abiertamente en
la escuela en lugar de hacer caso omiso de los insultos y llorar
debajo de la almohada más tarde. Hubiera sido mejor si, después de
la primera vez que se burlaron de mí por los monos acampanados en
los que mi madre había cosido parches bordados, no hubiera
seguido usándolos con la barbilla en alto, como si fuera una especie
de la vieja Juana de Arco, dispuesta a morir por mi mezclilla.
La cuestión era que Alex había sabido cómo jugar, mientras que
a menudo sentía que había leído las páginas de la guía al revés,
mientras todo estaba en llamas.
Sin embargo, cuando estábamos juntos, el juego ni siquiera
existía. El resto del mundo se disolvió hasta que creí que así eran las
cosas realmente. Como si nunca hubiera sido esa chica que se había
sentido completamente sola, incomprendida, y siempre hubiera sido
esta: conocida, amada, totalmente aceptada por Alex Nilsen.
Cuando nos conocimos, no quería que me viera como Poppy de
Lindfield; no estaba segura de cómo cambiaría la dinámica de
nuestro mundo para dos una vez que dejáramos que ciertos
elementos externos se abrieran paso. Todavía recuerdo la noche en
que finalmente se lo conté. La última noche de clase de nuestro
tercer año, nos tropezamos de regreso a su dormitorio de una fiesta
y encontramos que su compañero de cuarto ya se había ido por el
verano. Así que le pedí prestada una camiseta y algunas mantas a
Alex y dormí en la cama individual de repuesto de su habitación.
No había tenido una fiesta de pijamas como esa desde que
tenía probablemente ocho años: de esas en las que sigues hablando,
con los ojos cerrados hace mucho tiempo, hasta que ambos se
quedan dormidos a mitad de la oración.
Nos contamos todo, las cosas que nunca habíamos tocado.
Alex me contó sobre la muerte de su madre, los meses en que su
padre apenas se cambió el pijama, los sándwiches de mantequilla de
maní que Alex preparó para sus hermanos y la fórmula para bebés
que aprendió a mezclar.
Durante dos años, él y yo nos habíamos divertido mucho juntos,
pero esa noche sentí como si se abriera un compartimento
completamente nuevo en mi corazón donde antes no había ninguno.
Y luego me preguntó qué sucedió en Linfield, por qué temía
volver en verano, y debería haber sido vergonzoso ventilar mis
pequeñas quejas después de todo lo que acababa de decirme,
excepto que Alex tenía una forma de nunca hacerme sentir pequeña
o mezquina.
Era tan tarde que era casi de mañana, esas horas resbaladizas
en las que se siente más seguro revelar tus secretos. Así que le
conté todo, empezando por el séptimo grado.
Los desafortunados frenillos, el chicle que Kim Leedles me puso
en el cabello y el corte del cuenco resultante. El insulto se agravó
cuando Kim le dijo a toda la clase que el que hablara conmigo no
sería invitado a su fiesta de cumpleaños. Todavía faltaban cinco
meses, aunque prometía que valdría la pena la espera, gracias al
tobogán de agua de su piscina y al cine en su sótano.
Luego, en noveno grado, una vez que el estigma finalmente se
había desvanecido y mis senos habían llegado prácticamente de la
noche a la mañana, estaba el período de tres meses durante el cual
fui un producto caliente. Hasta que Jason Stanley me besó
inesperadamente y respondió a mi desinterés diciéndoles a todos
que le hice una mamada espontánea en el armario del conserje.
Todo el equipo de fútbol me llamó Porny Poppy durante, como,
un año después de eso. Nadie quería ser mi amigo. Luego estaba el
décimo grado, el peor de todos.
Comenzó mejor porque el menor de mis dos hermanos estaba
dispuesto a compartir su grupo de amigos de teatro conmigo. Pero
eso solo duró hasta que tuve una fiesta de pijamas para mi
cumpleaños, momento en el que descubrí lo vergonzoso que todos
pensaban que eran mis padres. Rápidamente me di cuenta de que no
me gustaban tanto como pensaba mis amigos.
También le había contado a Alex lo mucho que amaba a mi
familia, lo protectora que me sentía con ellos, pero que incluso con
ellos, a veces me sentía un poco sola. Todos los demás eran la
mejor persona de otra persona. Mamá y papá. Parker y Prince.
Incluso los perros esquimales estaban emparejados, mientras que
nuestra mezcla de terrier y el gato pasaban la mayoría de los días
acurrucados juntos en un parche de sol. Antes de Alex, mi familia era
el único lugar al que pertenecía, pero incluso con ellos, era algo así
como una parte suelta, ese desconcertante perno extra que IKEA16
empaqueta con tu estantería, solo para hacerte sudar. Todo lo que
había hecho desde la secundaria había sido para escapar de ese
sentimiento, esa persona, y le dije todo eso, menos la parte de sentir
que pertenecía a él, porque incluso después de dos años de
amistad, eso parecía mucho.
Cuando terminé, pensé que finalmente se había quedado
dormido. Pero después de unos segundos, se puso de costado para
mirarme a través de la oscuridad y dijo en voz baja: Apuesto a que
eras adorable con un corte de tazón.
Realmente, realmente no lo estaba, pero de alguna manera,
eso fue suficiente para enfriar el duro dolor de todos esos recuerdos.
Me vio y me amó.
—¿Poppy? —dice Alex, llevándome de regreso al caluroso y
apestoso auto y al desierto—. ¿Dónde estás ahora mismo?
Saco la mano por la ventana, agarrando el viento. —¡Vagando
por los pasillos de East Linfield High con el canto de ¡Porny Poppy!
¡Porny Poppy!
—Bien, —dice Alex con suavidad—. No te haré visitar mi salón
de clases para enseñar la Historia de Radio de Billy Joel. Pero solo
para que lo sepas. . . —Me mira con cara seria y voz inexpresiva—.
Si alguno de mis estudiantes te llamará Porny Poppy, lo mandaría a
la mierda.
—Eso tiene que ser— digo—, la cosa más caliente que alguien
me ha dicho.
Se ríe, pero aparta la mirada. —Lo digo en serio. La
intimidación es la única cosa con la que no dejo que se salgan con la
suya. —Inclina la cabeza pensativo—. Excepto yo. Me intimidan
constantemente.
Me rio, aunque no le creo. Alex enseña a los niños de AP y
Honores, y es joven, guapo, silenciosamente divertido y
tremendamente inteligente. No hay forma de que no lo adoren.
—¿Pero te llaman Porny Alex? —pregunto.
Él hace una mueca. —Dios, espero que no.
—Lo siento —digo—, Señor, Porny.
—Por favor. El Señor, Porny es mi padre.
—Apuesto a que muchos estudiantes están enamorados de ti.
—Una chica me dijo que me parezco a Ryan Gosling…
—Ay Dios mío.
…si le hubiera picado una abeja.
—Ouch, — digo.
—Lo sé, —acepta Alex—. Duro pero justo.
—Tal vez Ryan Gosling se parece a ti si lo dejaran afuera para
deshidratarse, ¿alguna vez pensaste en eso?
—Sí. Toma eso, Jessica McIntosh, —dice.
—Perra —digo, luego inmediatamente niego con la cabeza—.
No, no se siente bien llamar perra a una niña. Mal chiste.
Alex hace una mueca de nuevo. —Si te hace sentir mejor,
Jessica no... No es mi favorita. Pero creo que se le acabará mucho
de eso.
—Sí, quiero decir, por lo que sabes, ella podría estar
trabajando contra toda una vida de cortes de tazón. Es amable de su
parte darle una oportunidad.
—Nunca fuiste una Jessica —dice con confianza.
Arqueo una ceja. —¿Cómo lo sabes?
—Porque —Sus ojos se fijan en el camino blanqueado por el sol
—. Siempre has sido Poppy.

El complejo de apartamentos DESERT ROSE es un edificio de


estudio pintado de rosa chicle, con su nombre grabado en letras
onduladas de mediados del siglo. Un jardín lleno de matorrales de
cactus enormes que serpenten a su alrededor, y a través de una
valla blanca, divisamos una piscina verde azulado brillante, salpicada
de cuerpos bronceados por el sol y rodeada de palmeras y
tumbonas.
Alex apaga el auto. —Se ve bien, —dice, sonando aliviado.
Salgo del auto y el asfalto está caliente incluso a través de mis
sandalias.
Pensé en los veranos en Nueva York, atrapado entre
rascacielos con el sol moviéndose de un lado a otro indefinidamente,
y todos esos primeros en la trampa de humedad natural del valle del
río Ohio, que sabía lo que hacía calor. No lo hice.
Mi piel hormiguea bajo el despiadado sol del desierto, mis pies
arden solo por estar quieto.
—Mierda, —jadea Alex, apartándose el cabello de la frente.
—Supongo que es por eso que estamos fuera de temporada.
—¿Cómo viven aquí David y Tham? —dice, sonando
disgustado.
—De la misma manera que vives en Ohio, —digo—.
Tristemente, y con mucha bebida.
Lo digo como una broma, pero la expresión de Alex se aplana y
se dirige a la parte trasera del auto sin reconocer lo que dije.
Me aclaro la garganta. —Es una broma. Además, la mayoría
vive en Los Ángeles, ¿verdad? No estaba ni cerca de este calor allá
atrás.
—Aquí. —Me pasa la primera bolsa y lo tomo, sintiéndome
reprendida.
Nota para mí mismo: no más cagadas de Ohio.
Para cuando sacamos nuestro equipaje, y las dos bolsas de
papel con alimentos que agarramos durante una parada de CVS, y
subimos tres tramos de escaleras hasta nuestra unidad, estamos
empapados de sudor.
—Siento que me estoy derritiendo, —dice Alex mientras tecleo
el código en la caja de llaves junto a la puerta—. Necesito darme una
ducha.
La caja se abre y meto la llave en el pomo de la puerta,
moviéndola y girándola según las instrucciones muy específicas que
me envió el anfitrión.
—Tan pronto como salgamos, nos vamos a derretir de nuevo,
—señalo—. Es posible que desees guardar la ducha para antes de
acostarse.
La llave finalmente se engancha, y abro la puerta de golpe,
arrastrándome dentro, deteniéndome en seco cuando dos campanas
de advertencia simultáneas comienzan a chillar a través de mi
cuerpo.
Alex pasa cerca de mí, una sólida pared de calor húmedo por el
sudor —Qué. — Su voz se apaga. No estoy seguro de qué hecho
horrible está registrando. Que hace un calor asqueroso aquí o
aquello. En medio de este estudio (por lo demás perfecto), hay una
cama.
—No, — dice en voz baja, como si no quisiera decirlo en voz
alta. Estoy seguro de que no lo hizo.
—Decía dos camas, —solté, tratando frenéticamente de
levantar la reserva—. Definitivamente decía.
Porque no hay forma de que pudiera haberlo cagado tan mal.
No podría haberlo hecho.
Hubo un tiempo en el que no parecía un gran problema para
nosotros compartir la cama, pero no es este viaje. No cuando las
cosas son frágiles e incómodas. Tenemos una oportunidad de
arreglar lo que se rompió entre nosotros.
—¿Estas segura?, — dice Alex, y odio esa nota de molestia en
su voz incluso más que la sospechosa que viajo a su lado—. ¿Viste
fotos? ¿Con dos camas?
Miro hacia arriba de mi bandeja de entrada. —¡Por supuesto!
¿Pero lo hice? Esta unidad había sido ridículamente barata, en
gran parte porque una reserva se había cancelado en el último
minuto. Sabía que era un estudio, pero vi fotos de la piscina de color
turquesa brillante y las palmeras alegres y danzantes y las críticas
decían que estaba limpio, y la cocina se veía pequeña pero elegante
y... ¿De verdad vi dos camas?
—Este tipo es dueño de un montón de apartamentos aquí, —
digo, con la cabeza nadando—. Probablemente nos envió el número
de unidad equivocado.
Encuentro el correo electrónico correcto y hago clic en las
imágenes. —¡Aquí! —Digo— ¡Mira!
Alex se acerca y mira las fotos por encima del hombro: un
apartamento blanco y gris brillante con un par de florecientes higos
en macetas de hojas de violín en una esquina y una enorme cama
blanca en el medio de la habitación, una un poco más pequeña al
lado…
De acuerdo, puede que haya habido una manipulación ingeniosa
de estas fotografías, porque en la toma, la cama más grande parece
ser de tamaño king cuando en realidad es queen, lo que significa que
la otra no puede ser más grande que un doble, pero definitivamente
debería existir.
—No entiendo. —Alex mira la foto donde debería estar la
segunda cama.
—Oh, —él y yo decimos al unísono mientras hace clic.
Se acerca a la amplia silla sin brazos, de gamuza de imitación
coral, y tira de las almohadas decorativas, metiendo la mano en la
costura de la silla. Dobla la parte inferior hacia afuera, la parte
posterior presionando hacia abajo de modo que todo se aplana en
una almohadilla larga y delgada con costuras caídas entre sus tres
secciones. Una silla reclinable…
—¡Tomaré eso! —Soy voluntaria.
Alex me lanza una mirada. —No puedes, Poppy.
—¿Por qué, porque soy una mujer, y te quitarán tu masculinidad
del Medio Oeste si no caes en la espada de todas las normas de
género que se te presentan?
—No, —dice—. Porque si duermes en eso, te despertarás con
migraña.
—Eso pasó una vez, —digo— no sabemos si fue por dormir en
el colchón de aire. Podría haber sido el vino tinto—. Pero incluso
mientras lo digo, estoy buscando el termostato, porque si algo va a
hacer que mi cabeza palpite, es dormir con este calor. Encuentro los
controles dentro de la cocina. —Oh, Dios mío, lo ha puesto a
ochenta grados aquí.
¿Enserio? —Alex se pasa una mano por el cabello y se percata
del sudor que le cae por la frente—. Y pensar, que no se siente un
grado más de doscientos.
Bajé el termostato a setenta y los ventiladores se activaron
ruidosamente, pero sin ningún alivio instantáneo. —Al menos tenemos
una vista de la piscina, —digo, cruzando hacia las puertas traseras.
Echo las cortinas opacas hacia atrás y me opongo, los restos de mi
optimismo se desvanecen.
El balcón es mucho más grande que el mío en casa, con una
linda mesa de café roja y dos sillas a juego. El problema es que las
tres cuartas partes están tapiadas con láminas de plástico mientras,
en algún lugar, se oye un horrible tumulto de traqueteos mecánicos y
chillidos.
Alex sale a mi lado. —¿Construcción?
—Me siento como si estuviera dentro de una bolsa con cierre
hermético, dentro del cuerpo de alguien.
—Alguien con fiebre, — dice.
—Quién también está en llamas.
Se ríe un poco. Un sonido miserable que intenta interpretar
como alegre. Pero Alex no es alegre. Él es Alex. Es muy estresado y
le gusta estar limpio y tener su espacio y empaca su propia
almohada en su equipaje, porque su “cuello está acostumbrado a
esta”, aunque eso significa que no puede traer tanta ropa como
quisiera, y lo último que necesita este viaje es empujar
innecesariamente nuestros puntos de presión.
De repente, los seis días que tenemos por delante parecen
increíblemente largos. Deberíamos haber hecho un viaje de tres
días. Solo la duración de las festividades de la boda, cuando habría
abundancia de parachoques y alcohol gratis y se bloqueó el tiempo
para que Alex estuviera ocupado con la despedida de soltero de su
hermano y cualquier otra cosa.
—¿Deberíamos bajar a la piscina? —digo, un poco demasiado
alto, porque ahora mi corazón está acelerado y tengo que gritar para
escucharme.
—Claro, —dice Alex, luego se vuelve hacia la puerta y se
congela. Su boca se abre mientras considera sus palabras—. ¿Me
cambiaré en el baño y puedes gritar cuando hayas terminado?
Bien. Es un estudio. Una habitación abierta sin puertas excepto
la del baño. Lo cual no habría sido incómodo, si los dos no
estuviéramos siendo tan terriblemente incómodos.
—Mm-hm, —digo—. Seguro.
10
Hace Diez Veranos

Paseamos por la ciudad de Victoria hasta que nuestros pies no


pueden más, nos duele la espalda, y todo lo que no dormimos en los
vuelos hace que nuestros cuerpos se sientan pesados y nuestros
cerebros ligeros y flotando. Después nos detenemos por
dumplings17, en un pequeño restaurante el cual tiene las ventanas
teñidas y sus paredes pintadas de rojo, que están entrelazadas en
paisajes montañosos dorados y bosques y ríos que fluyen
serpenteantes a través de colinas bajas y redondeadas.
Somos los únicos que estamos adentro, son las tres de la
tarde, no muy tarde para el almuerzo, pero el aire acondicionado es
poderoso y la comida es divina, y estamos tan exhaustos que no
podemos parar de reírnos sobre cada pequeña cosa.
Alex soltó un grito ronco y agudo cuando el avión aterrizó esta
mañana.
El hombre de traje que corre más allá del restaurante a toda
velocidad, con sus brazos apoyados a sus lados.
La chica de la galería en el Hotel Emperatriz que pasó treinta
minutos tratando de vendernos una escultura de oso de quince
centímetros y veintiún mil dólares mientras arrastramos nuestro
andrajoso equipaje detrás de nosotros.
—Nosotros no tenemos dinero para eso —dijo Alex, sonando
muy diplomático—. Realmente no… tenemos dinero para… eso —
dijo Alex, sonando diplomático. La chica asintió bruscamente—. Casi
nadie lo tiene, pero cuando el arte te gusta, encuentras una manera
de hacerlo funcionar.
De alguna manera, ninguno de nosotros se atrevía a decirle a la
chica que no queríamos el oso de veintiún mil dólares, que no nos
gustaba. Después de aquello habíamos pasado todo el día buscando
algunas cosas que queríamos como: un álbum firmado por los
Backstreet Boys en la tienda de discos usada, una copia de una
novela llamada What My G—Spot Is Telling You en una pequeña
librería que estaba por una calle empedrada, encontramos un traje
de piel de gato en una tienda de fetiches a la que llevé a Alex
principalmente para avergonzarlo y preguntarle: ¿Esto te habla?
—Sí, Poppy, está diciendo, Bye—Bye—Bye.
—No, Alex, dile a tu punto G que hable.
—¡Sí, lo tomaré por veintiún mil dólares y ni un centavo
menos!
Nos turnamos para preguntar y responder, y ahora,
desplomados sobre nuestra mesa negra, no podemos dejar de jugar
con las cucharas y servilletas, haciéndolas hablar entre sí.
La camarera que nos atiende es de alrededor de nuestra edad,
con muchas perforaciones, un suave acento y un buen sentido del
humor.
—Si está muy picante la salsa de soya, háganmelo saber —
dice—. Tiene una reputación por aquí
Alex le da propina del 30 por ciento, y todo el camino hasta la
parada del autobús, me burlo de él por ruborizarse cada vez que ella
lo miraba, y él se burla de mí por hacer ojos hacia el cajero de la
tienda de discos, lo que es justo, porque definitivamente lo hice.
—Nunca he visto una ciudad tan llena de flores —le digo.
—Nunca he visto una ciudad tan limpia —dice.
—¿Deberíamos mudarnos a Canadá? —le pregunto.
—No lo sé —dice—. ¿Canadá habló contigo?
Entre autobuses y el caminar entre paradas, nos toma dos
horas en recoger el auto que rente online no muy segura a través de
WWT, Women Who Travel.
Estoy tan aliviada de que realmente exista y de que las llaves
estén debajo de la alfombra en el asiento trasero, como dijo
Esmeralda, la dueña del auto, al que empecé a aplaudir al verlo.
—Wow —Alex dice—, este auto realmente te está hablando.
—Sí —respondo—, está diciendo ‘No dejes que Alex conduzca’.
Él entreabre su boca, sus ojos se abren y brillan con dolor
fingido.
—¡Detente! —grito, me alejo de él y me muevo al asiento del
conductor como si él fuera una granada viva.
—¿Para qué? —Se inclina y me pone su carita de perrito
regañado.
—¡No! —Chillo, lo empujo lejos y me retuerzo de lado en el
asiento como si estuviera tratando de escapar de un enjambre de
hormigas. Me paso al asiento del pasajero, y él tranquilamente se
sube al asiento del conductor.
—Odio esa cara —le digo.
—Mentira —me dice Alex.
Él tiene razón.
Él sabe que amo esa ridícula cara.
Además, yo odio manejar.
—Cuando usas la psicología inversa en mí, estoy jodida —digo.
—¿Hmm? —dice, mirando de costado mientras arranca el auto.
—Nada. —Conducimos dos horas al norte hasta el motel que
encontré en el lado este de la isla. Es un país de maravillas brumoso,
amplios caminos despejados bordeados de bosques tan antiguos
como densos. No hay mucho que hacer en la ciudad, pero hay
secuoyas18, rutas de senderismo a las cascadas y un Tim Hortons19
a sólo unos kilómetros por la carretera de nuestro hotel, es un lugar
pequeño, un alojamiento con un estacionamiento de grava en la parte
delantera y una pared de niebla cubierto de follaje detrás de ella.
—Me encanta estar aquí —dice Alex.
—A mí también —estoy de acuerdo.
Y no importa que llueva toda la semana y terminemos cada
caminata empapados hasta los huesos, o que solo podamos
encontrar dos restaurantes accesibles y tener que comer en cada
uno de ellos tres veces, o que poco a poco empezamos a darnos
cuenta de que casi todos los demás con los que nos cruzamos son
adultos mayores sobre los sesenta, y que definitivamente nos
quedaremos en un pueblo de retiro. O que nuestra habitación del
motel siempre está húmeda, o que hay tan poco que hacer que
tenemos tiempo para matar un día completo en una librería cercana
(donde desayunamos y almorzamos en su cafetería en silencio
mientras Alex lee Murakami y yo tomo notas para futuras referencia
de la guía de Lonely Planet)20.
Nada de esto importa. Me la paso toda la semana pensando,
esto me está hablando.
Esto es lo que quiero por el resto de mi vida. Conocer Nuevos
lugares, gente nueva, experimentar cosas nuevas. No me siento
perdida, ni fuera de lugar aquí, no hay Linfield del que escapar ni
clases largas y aburridas a las que temer volver. Solo estoy anclada
en este momento.
—¿No te gustaría que siempre pudiéramos estar haciendo
esto? —le pregunto a Alex.
Él me mira por encima de su libro, y una esquina de su boca se
curva.
—No tendría mucho tiempo para leer.
—¿Qué pasa si prometo llevarte a una librería en cada ciudad?
—preguntó—. ¿Entonces dejarías la Universidad y vivirás en una
furgoneta conmigo?
Su cabeza se inclina hacia un lado mientras piensa.
—Probablemente no —dice. Lo cual no es una sorpresa por
una variedad de razones, incluido el hecho de que Alex ama tanto sus
clases que ya está investigando programas de posgrado en inglés,
mientras que yo me estoy esforzando con Cs21.
—Bueno, tenía que intentarlo —digo con un suspiro.
Alex deja su libro.
—Te diré algo, puedes tener mis vacaciones de verano. Las
mantendré abiertos de par en par para ti, e iremos a cualquier lugar
que tú desees, y que podamos pagar.
—¿En serio? —digo, dudosa.
—Lo prometo. —Él extiende su mano y la estrechamos, luego
nos sentamos ahí sonriendo durante unos segundos, sintiendo que
acabamos de firmar un contrato que altera la vida.
En nuestro penúltimo día, caminamos por la tranquilidad de
Cathedral Grove22 justo cuando sale el sol, derramando una luz
dorada sobre el bosque en pequeñas gotas, y cuando salimos,
conducimos directamente a un pueblo llamado Coombs, cuya
principal atracción es un puñado de cabañas con techos de pasto y
un rebaño de cabras pastando sobre ellas. Les sacamos fotos,
sacamos la cabeza a través de un póster que ponen nuestras caras
en cuerpos de cabra pintados de forma tosca y pasamos dos horas
de lujo deambulando por un mercado lleno de muestras de galletas,
dulces y mermeladas.
En el último día de nuestro viaje, atravesamos la isla hasta
Tofino, la península en la que nos hubiéramos quedado si no
hubiéramos estado tratando de ahorrar hasta el último centavo
posible. Sorprendo a Alex con boletos (quizás preocupantemente
baratos) para un taxi acuático que nos lleva a la isla sobre la que leí,
con el sendero a través de la selva tropical hasta las aguas termales.
Nuestro taxista acuático se llama Buck y no es mucho mayor
que nosotros, con una maraña de cabello amarillo teñido por el sol
que asoma por debajo de su sombrero de malla. Es guapo de una
manera absolutamente sucia, con ese tipo de olor corporal
específicamente playero mezclado con pachulí. Debería ser
repulsivo, pero lo hace funcionar.
El viaje en sí es un asunto violento, el motor del taxi es tan
fuerte que mi cabello está golpeando su cara por el viento y tengo
que gritarle al oído a Alex, para decirle:
—ESTO DEBE SER LO QUE SE SIENTE UNA ROCA
CUANDO SALTAS SOBRE EL AGUA —mi voz entra y sale con cada
golpe rítmico de la pequeña embarcación contra la parte superior de
las oscuras y agitadas olas.
Buck agita sus manos como si estuviera hablando con nosotros
durante todo el viaje (demasiado largo), pero no podemos
escucharlo, lo que nos hace a Alex y a mí reinos descontroladamente
después de los primeros veinte minutos de monólogo inaudible.
—¿Y SI ESTÁ CONFESANDO UN DELITO AHORA MISMO?
—Alex grita.
—RECITANDO EL DICCIONARIO DE ATRÁS HACIA
ADELANTE —sugiero.
—O RESOLVIENDO ECUACIONES MATEMÁTICAS
COMPLEJAS —dice Alex.
—O COMUNICÁNDOSE CON LOS MUERTOS —digo.
—ESTO ES PEOR QUE…
Buck apaga el motor y la voz de Alex la sobrepasa. Deja caer
su voz en un susurro contra mi oído.
—Peor que volar.
—¿Se detuvo para matarnos? —susurro de vuelta.
—¿Era eso lo que estaba diciendo? —Alex sisea—. ¿Es hora
de entrar en pánico?
—Miren hacia allá —dice Buck, girando hacia la izquierda en su
silla y apuntando hacia adelante.
—¿En dónde nos va a matar? —Alex murmura y yo convierto mi
risa en tos.
Buck se gira con una amplia, torcida, pero ciertamente hermosa
sonrisa.
—Una familia de nutrias.
Un chillido muy agudo y cien por ciento genuino sale disparado
de mí cuando me pongo de pie y me inclino para ver los pequeños
bultos borrosos de piel flotando sobre las olas, con las patas
dobladas para que se muevan como una sola, una criatura netamente
destinada para el mar. Alex viene a pararse detrás de mí, con sus
manos ligeras sobre mis brazos mientras se inclina sobre mí para
ver.
—Está bien —dice—. Es hora de entrar en pánico. Eso es
jodidamente adorable.
—¿Podemos llevarnos uno a casa? —yo le pregunto—. ¡Ellos
me están hablando!
Después de esto, la caminata a través de los exuberantes
helechos de la selva tropical y las cálidas y terrosas aguas del
manantial, aunque es asombroso, no se puede comparar con ese
viaje en taxi acuático.
Cuando nos ponemos nuestros trajes de baño y nos metemos
en la piscina cálida y nublada dentro de las rocas, Alex dice:
—Vimos nutrias cogidas de la mano
—Le agradamos al universo —digo—. Este ha sido un día
perfecto.
—Un viaje perfecto.
—Aún no termina —le digo—. Una noche más.
Cuando el taxi acuático de Buck nos lleva a salvo al puerto esa
noche, nos adentramos en la pequeña choza que usa la compañía
como oficina para pagar.
—¿Dónde se están quedando chicos? —Buck pregunta
mientras toma los cupones que imprimí y teclea manualmente su
código en una computadora.
—Al otro lado de la isla —dice Alex—. Fuera de Nanoose Bay.
Los ojos azules de Buck se elevan, y se intercalan entre Alex y
yo evaluándonos.
—Mis abuelos viven en Nanoose Bay.
—Parece que todos los abuelos de la Columbia Británica
podrían vivir en Nanoose Bay —le digo, y Buck suelta una carcajada.
—¿Qué están haciendo ahí? —nos pregunta—, no es un gran
lugar para una pareja joven.
—Oh, no somos. . . —Alex se mueve incómodo de un pie al
otro.
—Somos como hermanos no biológicos —digo.
—Solo amigos —traduce Alex, pareciendo avergonzado por mí,
lo cual es comprensible porque puedo sentir mis mejillas enrojecerse
como langosta y mi estómago dar un vuelco cuando los ojos de Buck
se posan en mí.
Luego, vuelven a Alex, y él sonríe.
—Si no quieren conducir de regreso a la casa de ancianos esta
noche, mis compañeros de casa y yo tenemos un patio y una carpa
de repuesto. Son bienvenidos de quedarse ahí, siempre tenemos
gente que se queda con nosotros.
Estoy bastante segura de que Alex no quiere dormir en el suelo,
pero me echa un vistazo y debe estar viendo cómo me gusta mucho
esa idea; este es exactamente el tipo de giro inesperado sorpresa
que esperaba que tomara este viaje, porque deja escapar un suspiro
casi imperceptible y luego se vuelve hacia Buck con una sonrisa fija.
—Sí, eso sería genial, gracias.
—Genial, ustedes fueron mi último viaje, así que déjenme cerrar
y podemos irnos.
Mientras caminamos de regreso por el muelle, Alex le pide la
dirección para que podamos conectarla al GPS.
—No, hombre —dice Buck—. No es necesario conducir.
Resulta que la casa de Buck está en un camino corto y
empinado a media cuadra del muelle. Es una casa de dos pisos,
descolorida y gris, con un balcón en el segundo piso cubierto con
toallas secándose, trajes de baño y muebles plegables de mala
calidad. Hay una hoguera encendida en el patio delantero, y aunque
solo son las seis de la tarde, hay una docena de tipos muy parecidos
a Buck reunidos con sandalias y botas de montaña o con los pies
descalzos cubiertos de tierra, bebiendo cerveza y haciendo acro—
yoga en la hierba mientras están en trance. La música suena a través
de un par de altavoces con cinta adhesiva en el porche. Todo el lugar
huele a hierba, como si fuera una especie de Burning Man23 en
miniatura de bajo precio.
—Todos —dice Buck mientras nos conduce colina arriba—.
Ellos son Poppy y Alex, son de. . . —Me mira por encima del
hombro, esperando.
—Chicago —digo, mientras Alex dice ‘Ohio’.
—Ohio y Chicago —repite Buck. La gente grita saludos e inclina
sus cervezas, y una chica delgada y musculosa con un top corto
tejido, nos trae a Alex y a mí una botella, Alex se esfuerza por no
mirar su estómago mientras Buck desaparece en el círculo de
personas alrededor del fuego, dándonos la espalda para abrazarse
con un puñado de personas.
—Bienvenido a Tofino —dice—. Soy Daisy.
—¡Otra flor! —yo digo—. Pero al menos no usan el tuyo para
hacer opio.
—No he probado el opio —dice Daisy pensativa—. Me quedo
con el LSD y los hongos. Bueno, y la marihuana, obviamente.
—¿Has probado esas gomitas para dormir? —preguntó. —
Esas cosas son jodidamente increíbles.
Alex tose.
—Gracias por la cerveza, Daisy.
Ella guiña un ojo.
—Un placer. Soy del comité de bienvenida, y la guía turística.
—Oh, ¿tú también vives aquí? —pregunto.
—A veces —dice ella.
—¿Quién más lo hace? —dice Alex.
—Mmm. —Daisy se voltea, recorre la multitud y señala
vagamente—. Michael, Chip, Tara, Kabir, Lou. —Ella recoge su
cabello oscuro de su espalda y lo tira hacia un lado de su cuello
mientras continúa—. Mo, Quincy a veces; Lita lleva aquí un mes,
pero creo que se marchará pronto. Consiguió un trabajo como guía
de rafting en Colorado, ¿qué tan lejos está Chicago de ahí?
Deberías buscarla si alguna vez vas a visitarla.
—Genial —dice Alex—. Tal vez.
Buck reaparece entre Alex y yo, con un porro metido en la boca
y nos rodea con un brazo despreocupado.
—¿Ya te ha dado Daisy el recorrido?
—Estaba a punto de hacerlo —dice.
Pero de alguna manera, no termino en un recorrido por esta
casa húmeda. Termino sentada en una silla de plástico agrietada
junto al fuego con Buck y, ¿creo? Chip y Lita, la chica que pronto
será guía de rafting. Están clasificando las películas de Nicolas Cage
según varios criterios como azules y morados profundos del
anochecer que se funden azules y negros más profundos de la
noche, el cielo estrellado parece desplegarse sobre nosotros como
una gran manta punteada por la luz.
Lita se ríe fácilmente, lo que siempre pensé que era un rasgo
criminalmente subestimado, y Buck es tan relajado que
indirectamente quiero fumar para compartir una silla con él, y luego
me drogo directamente cuando comparte su porro conmigo.
—¿No te encanta? —pregunta con entusiasmo cuando le doy
cuantas caladas.
—Me encanta —digo. A decir verdad, creo que está bien, y
además, si estuviera en cualquier otro lugar, creo que incluso lo
odiaría, pero esta noche es perfecta porque hoy es perfecto, este
viaje es perfecto.
Alex vuelve a verme después de su recorrido, momento en el
que, sí, estoy sentada acurrucada en el regazo de Buck con su
sudadera envuelta alrededor de mis fríos hombros.
—¿Estás bien? —Alex me pregunta desde el otro lado del
fuego.
Asiento con la cabeza.
—¿Tú?
Él asiente con la cabeza, luego Daisy le pregunta algo y él se
da la vuelta, entablando conversación con ella. Echó la cabeza hacia
atrás y miró más allá de la línea de la mandíbula sin afeitar de Buck
hacia las estrellas que están muy por encima de nosotros.
Creo que podría soportarlo si esta noche durara tres días más,
pero finalmente el cielo está cambiando de color de nuevo, la niebla
de la mañana silba sobre la hierba húmeda mientras el sol se asoma
sobre un horizonte en algún lugar a la distancia. La mayor parte de la
multitud se ha ido, Alex incluido, y el fuego se ha reducido a cenizas
cuando Buck me pregunta si quiero entrar, y le digo que sí.
Casi le digo que ir adentro me habla, luego recuerdo que no es
una broma mundial, es solo una de las mías y de Alex, y realmente
no quiero decírselo a Buck después de todo.
Me alivia descubrir que tiene una habitación propia, incluso si es
del tamaño de un armario con un colchón en el suelo vestido con
nada más que dos sacos de dormir abiertos en lugar de ropa de
cama. Cuando él me besa, es áspero y rasposo y sabe a hierba y
cerveza, pero solo he besado a dos personas antes de esto y uno de
ellos era Jason Stanley, así que esto sigue yendo muy bien en mi
libro. Sus manos están confiadas, aunque un poco perezosas, para
igualar al resto de él, y pronto nos subimos al colchón, con las manos
atrapadas en el cabello enredado por el agua de mar del otro, y las
caderas juntas.
El tiene un lindo cuerpo, Creo, que del tipo que está en su
mayoría duro por un estilo de vida activo con un poco de pudor por
entregarse a sus diversos vicios. No como el de Alex, que se ha
hecho en el gimnasio durante años con disciplina y cuidado. No es
que el cuerpo de Alex no sea genial, es genial.
Y no es que haya ninguna razón para comparar a los dos, o a
sus cuerpos, de verdad. Es una especie de desastre que el
pensamiento incluso se me viniera a la cabeza.
Pero es solo porque Alex tiene el tipo de cuerpo al que estoy
acostumbrada y también es del tipo que espero no tocar nunca. La
gente como Alex, cuidadosa, concienzuda, de gimnasio, reservada,
tiende a optar por gente como Sarah Torval, la que lo consiente y
cuida, y es crush de Alex de la biblioteca.
Mientras que las personas como yo son más propensas a
terminar besándose con personas como Buck con sus colchones en
el piso y encima de su cama de bolsas para dormir abiertas.
Él es todo lengua y manos, pero aun así es divertido, besar a
este casi extraño, tener un ferviente y agradecido permiso para
tocarlo, es como practicar. Práctica perfecta y divertida con un chico
que conocí en vacaciones, que no tiene nada que ver con mi vida
real. Quién conoce solo a esta Poppy, y no necesita más que eso.
Nos besamos hasta que mis labios se sienten magullados y
nuestras camisas desaparecen y luego me siento en la oscuridad del
amanecer, recuperando el aliento.
—No quiero tener sexo, ¿de acuerdo?
—Oh, de acuerdo —dice a la ligera, sentándose contra la pared
—. Eso es genial. Sin presión.
Y no parece sentir ningún indicio de incomodidad por esto, pero
tampoco me atrae hacia él para que me bese de nuevo. Se sienta
ahí por un minuto, como si estuviera esperando algo.
—¿Qué? —digo.
—Oh. —Mira hacia la puerta y luego a mí—. Solo pensé, que si
no quieres ligar…
Y luego lo comprendo.
—¿Quieres que me vaya?
—Bueno…—Él da una media risa tímida (o avergonzada para
él, de todos modos) que todavía suena como un ladrido—. Quiero
decir, si no vamos a tener sexo, entonces podríamos. . .
Se queda en silencio, y ahora mi propia risa me toma por
sorpresa.
—¿Vas a ligar con alguien más?
Parece realmente preocupado cuando dice
—¿Eso te hace sentir mal?
Le devuelvo la mirada durante tres segundos completos.
—Mira, si quisieras tener sexo, estaría. . . Yo quiero.
Definitivamente lo hago, pero como tú no quieres. . . ¿Estás
enojada?
Me eché a reír.
—No —digo, poniéndome la camisa de nuevo—. En realidad, no
estoy realmente enojada. Aprecio la honestidad.
Y lo digo en serio, porque es solo Buck, un tipo que conocí en
vacaciones, y considerando todas las cosas, ha sido una especie de
caballero.
—Está bien, genial —dice, y muestra esa sonrisa relajada suya,
que casi brilla en la oscuridad—. Me alegro de que estemos bien.
—Estamos bien —estoy de acuerdo—. Pero... ¿dijiste algo
sobre una tienda de campaña?
—Cierto. —Se golpea la frente con la mano—. La roja y negra
de enfrente es toda tuya, chica.
—Gracias, Buck —le digo, y me pongo de pie—. Por todo.
—Oye, espera un segundo. —Se inclina y agarra una revista
del suelo al lado de su colchón, busca un marcador, luego garabatea
algo en el borde blanco de una página y lo arranca—. Si alguna vez
vuelves a la isla —dice—, no te quedes en el barrio de mis abuelos,
¿de acuerdo? Solo ven y quédate aquí. Siempre tenemos espacio.
Con eso, salgo de la casa, pasó por habitaciones que ya están
—todavía— tocando música y puertas a través de las cuales emanan
suaves suspiros y gemidos.
Afuera, bajo los escalones del porche que están cubiertos de
rocío y me dirijo a la tienda roja y negra. Estoy bastante segura de
que vi a Alex desaparecer dentro de la casa con Daisy hace horas,
pero cuando abro la cremallera de la tienda, él está profundamente
dormido en ella. Me meto dentro con cuidado, y cuando me acuesto
a su lado, apenas abre sus ojos hinchados por el sueño y susurra:
—Hola.
—Hola —digo—. Lamento despertarte.
—Está bien —dice—. ¿Cómo pasaste la noche?
—Estoy bien —le digo—. Me besé con Buck.
Sus ojos se abren por un segundo antes de encogerse de
nuevo y volver a sus entrecerrados ojos por el sueño.
—Wow —gruñe, luego trata de tragarse una chispa de risa
somnolienta—. ¿Coinciden las cortinas con los preocupantes
cobertores?
Riendo, le doy un empujón a su pierna con el pie.
—No te lo dije para que pudieras burlarte de mí.
—¿Te dijo lo que estaba diciendo todo ese tiempo en el taxi
acuático? —Alex pregunta a través de otra carcajada—. ¿Cuántas
personas estaban en la hamaca contigo?
Empiezo a reír con tanta fuerza que las lágrimas se me
escapan por las comisuras de los ojos.
—Él... me saco… —Es difícil pronunciar las palabras entre
carcajadas, pero eventualmente lo consigo— . . .me echó cuando le
dije que no quería tener sexo.
—Oh, Dios mío —dice Alex, sentándose sobre su codo, el saco
de dormir cae de su pecho desnudo y su cabello baila por la estática
—. Qué idiota.
—No —digo—. Estuvo bien. Solo quería tener un poco, y si no
de mí, fácilmente hay cuatrocientas chicas más en este medio acre
de bosques hundidos.
Alex se deja caer sobre su almohada.
—Sí, bueno, todavía creo que eso es una mierda.
—Hablando de chicas —digo, sonriendo.
—¿Nosotros... lo hacemos? —dice Alex.
—¿Te acostaste con Daisy?
Él pone los ojos en blanco.
—¿Crees que me enganché con Daisy? —como lo dice de esa
forma pareciera que sí.
Alex pone su brazo debajo de la almohada.
—Daisy no es mi tipo.
—Es cierto —digo—. Ella no se parece en nada a Sarah Torval.
Alex vuelve a poner los ojos en blanco y luego los cierra por
completo.
—Vete a dormir, bicho raro.
A través de un bostezo, digo
—El sueño me llama
11
Este Verano

Hay muchas sillas vacías disponibles en la piscina del complejo


Desert Rose, todos están en el agua así que Alex y yo ubicamos
nuestras toallas en las sillas de la esquina.
Hace una mueca cuando se sienta.
—El plástico está caliente.
—Todo está caliente. —Me siento a su lado y me quito la salida
de baño.
—¿Qué porcentaje de esa piscina crees que ya es orines? —
pregunto, inclinando mi cabeza hacia donde hay muchos bebés con
sombrero para el sol chapoteando en los escalones con sus padres.
Alex hace una mueca.
—No digas eso.
—¿Por qué no?
—Porque hace tanto calor que me voy a meter en el agua de
todos modos, y no quiero pensar en eso. —Él mira hacia otro lado
mientras se saca la camiseta blanca por la cabeza, luego la dobla y
gira para dejarla en el suelo detrás de él, los músculos de su pecho y
estómago se tensan en el proceso.
—¿Cómo te has hecho más marcado? —pregunto.
—No lo he hecho. —Saca el bloqueador solar de mi bolso de
playa y se pone un poco en la mano.
Miro mi propio estómago, colgando sobre el apretado
resaltador naranja de la parte inferior de mi bikini. En los últimos
años, mi estilo de vida de cócteles en avión y burritos, gyros24 y
fideos nocturnos ha comenzado a llenarme y ablandarme.
—Bien —le digo a Alex—, entonces te ves exactamente igual,
mientras que al resto de nosotros se nos empiezan a caer los ojos,
los senos y el cuello, y tenemos más y más estrías, marcas de
viruela y cicatrices.
—¿De verdad quieres parecerte a tu yo de dieciocho años? —
pregunta, y comienza a untar grandes gotas de bloqueador solar en
sus brazos y pecho.
—Si —Tomo protector solar y me pongo un poco en los
hombros—. Pero me conformaría con veinticinco.
Alex niega con la cabeza, luego la inclina mientras se pone más
bloqueador solar en el cuello.
—Te ves mejor que en ese entonces, Poppy.
—¿En serio? Porque la sección de comentarios en mi
Instagram no estaría de acuerdo —digo.
—Esas son tonterías —dice—. La mitad de las personas en
Instagram nunca han vivido en un mundo en el que no se editaran
todas las fotos. Si te vieran en la vida real, se desmayarían. Todos
mis estudiantes están obsesionados con esta modelo de Instagram
que es completamente CGI25. Esta chica animada literalmente
parece un personaje de videojuego y cada vez que la cuenta pública,
todos enloquecen por lo hermosa que es.
—Oh, sí, conozco a esa chica —le digo—. Quiero decir, no la
conozco. Ella no es real, pero conozco la cuenta. A veces me echo
clavados profundos leyendo los comentarios. Tiene una rivalidad con
otra modelo CGI, ¿quieres que cubra la espalda?
—¿Qué? —Él mira hacia arriba, confundido.
Levanto la botella de bloqueador solar.
—¿Tu espalda? Está frente al sol en este momento.
—Oh, si. Gracias. —Se da la vuelta y agacha la cabeza, pero
todavía es lo suficientemente alto como para tener que sentarme
sobre mis rodillas para conseguir el lugar entre sus omóplatos—. De
todas maneras. —Se aclara la garganta—. Los chicos saben que me
repugnan seriamente ese tipo de cosas, así que siempre intentan
engañarme para que mire fotos de esa chica falsa, solo para verme
enojado. Es como sentirme mal por hacerte esa Carita de perrito
regañado todos estos años.
Mis manos se quedan quietas en sus hombros cálidos y
pecosos por el sol, y mi estómago se aprieta.
—Me entristecería si dejaras de hacer eso.
Me mira por encima del hombro, su perfil se ve reflejado en una
sombra fría azul mientras el sol cae sobre él desde el otro lado. Por
un milisegundo, siento un cosquilleo por su cercanía, por la sensación
de los músculos de sus hombros bajo mis manos y la forma en que
su colonia se mezcla con la dulzura de coco del bloqueador solar y la
forma en que sus ojos color avellana se fijan en mí con firmeza.
Es un milisegundo que pertenece a ese otro cinco por ciento, el
de qué pasaría si.
Si me inclinara hacia adelante y lo besara por encima del
hombro, deslizara su labio inferior entre mis dientes, retorciendo mis
manos en su cabello hasta que se diera la vuelta y me atrajera hacia
su pecho.
Pero no hay más espacio para ese qué pasaría si, y lo sé. Creo
que él también lo sabe, porque se aclara la garganta y aparta la
mirada.
—¿Quieres que yo también te aplique en la espalda?
—Mm hm —me las arreglo, y ambos nos volvemos a dar la
vuelta para que ahora esté de espaldas a mí, y todo el tiempo que
sus manos están sobre mí, estoy tratando activamente de no
registrarlo. Tratando de no sentir algo más caliente que el sol de
Palm Springs reuniéndose detrás de mi ombligo mientras sus palmas
me acarician suavemente.
No importa que haya bebés chillando, gente riendo y
preadolescentes saltando a la piscina en espacios demasiado
pequeños. No hay suficientes estímulos en este grupo ocupado para
distraerme, así que paso a un plan B elaborado apresuradamente.
—¿Hablaste alguna vez con Sarah? —dejo escapar, mi voz es
un poco más alta de lo habitual.
—Um. —Las manos de Alex se levantan de mí—. Algunas
veces. Ya terminé, por cierto.
—Genial. Gracias. —Me doy la vuelta y me vuelvo a ubicar en
mi silla, poniendo un buen pie de distancia entre nosotros—. ¿Sigue
enseñando en East Linfield? —Con lo competitivos que eran los
trabajos de docencia en esos tiempos, parecía un sueño cuando
ambos encontraron puestos en la misma escuela y se mudaron de
regreso a Ohio, luego se separaron.
—Si. —Él mete la mano en mi bolso y saca las botellas de agua
que llenamos con los granizados de margarita prefabricados que
obtuvimos en CVS26. Me entrega uno de ellos—. Ella todavía está
ahí.
—Así que deben verse mucho —le digo—. ¿Es incómodo?
—No, en realidad no —me dice.
—¿Realmente no se ven mucho o no es realmente incómodo?
Compra algo de tiempo con un largo trago en la botella de
agua.
—Uhh, supongo que ninguno de los dos.
—Es... ¿Ella está viendo a alguien? —pregunto.
—¿Por qué? —dice Alex—. Pensé que ella no te caía bien.
—Sí —digo, la vergüenza corre por mis venas como una droga
de efecto rápido—. Pero a ti sí, así que quiero asegurarme de que
estás bien.
—Estoy bien —dice, pero suena incómodo, así que lo dejo.
No hablar de Ohio, no hablar sobre el cuerpo ridículamente en
forma de Alex, no mirarlo a los ojos a menos de quince centímetros
de distancia, y no mencionar a Sarah Torval.
Yo puedo hacer eso. Creo.
—¿Deberíamos meternos en el agua? —pregunto.
—Por supuesto.
Pero a medida que nos abrimos paso entre la manada de
bebés para bajar los escalones de la piscina, rápidamente queda
claro que esta no es la solución a la incomodidad entre nosotros. Por
un lado, el agua, con todos los cuerpos parados (y potencialmente
orinando) en ella, se siente casi tan caliente como el aire y de alguna
manera aún más desagradable.
Por otro lado, hay tanta gente que tenemos que estar tan cerca
que los dos tercios superiores de nuestro cuerpo casi se tocan.
Cuando un hombre fornido con un sombrero de camuflaje pasa por
mi lado, choco con Alex y un rayo de pánico me atraviesa al sentir su
estómago resbaladizo contra el mío. Me agarra por las caderas
estabilizándome y alejándome a la vez, de regreso al lugar que me
corresponde a dos pulgadas de él.
—¿Estás bien? —me pregunta.
—Mm hm —digo, porque todo lo que realmente puedo
concentrarme es en la forma en que sus manos se extienden sobre
mis huesos de la cadera. Espero que haya mucho de eso en este
viaje. El mm—hm, no las gigantescas manos de Alex en mis
caderas.
Me suelta y estira el cuello por encima del hombro, mirando
hacia nuestras cosas.
—Quizás deberíamos leer hasta que haya menos gente —
sugiere.
—Buena idea. —Lo sigo en un camino zigzagueante de regreso
a los escalones de la piscina, al cemento ardiente, a las toallas
demasiado cortas extendidas en las sillas, donde nos tumbamos a
esperar. Él saca una novela de Sarah Waters, que termina pronto,
luego sigue con un libro de Augustus Everett, yo sacó el último
problema de R+R, planeando echarle un vistazo a todo lo que no
escribí. Tal vez encuentre una chispa de inspiración que pueda
llevarle a Swapna para que no se enoje conmigo.
Finjo leer durante dos horas sudorosas y la piscina nunca se
vacía.

Tan pronto como abramos la puerta del apartamento, sé que


las cosas van a empeorar.
—Qué demonios —dice Alex, siguiéndome al interior.
—¿Se puso más caliente? —Me apresuro al termostato y leo
los números iluminados ahí—. ¡¿Ochenta y dos?!
—¿Quizás lo estamos presionando demasiado? —sugiere Alex,
acercándose a mí—. Veamos si podemos bajarlo a ochenta por lo
menos.
—Sé que ochenta es, técnicamente hablando, mejor que
ochenta y dos, Alex —digo—, pero todavía nos vamos a morir si
tenemos que dormir a ochenta grados de temperatura.
—¿Deberíamos llamar a alguien? —pregunta Alex.
—¡Sí! ¡Definitivamente deberíamos llamar a alguien! ¡Buena
idea! —Busco mi teléfono en la bolsa de playa y busco en mi correo
electrónico el número de teléfono del anfitrión. Presiono llamar y
suena tres veces antes de que una voz ronca y humeante se escuche
por la línea.
—¿Sí?
—¿Nikolai?
Dos segundos de silencio.
—¿Quién es?
—Soy Poppy Wright. ¿Me quedo en 4B?
—Okey.
—Estamos teniendo problemas con el termostato.
Esta vez, hay tres segundos de silencio.
—¿Intentaste buscarlo en Google?
Ignoro la pregunta y sigo adelante.
—Estaba fijado a ochenta grados cuando llegamos aquí.
Intentamos bajarlo a setenta, hace dos horas y ahora está en
ochenta y dos.
—Oh, sí —dice Nikolai—. Lo estás presionando demasiado.
Supongo que Alex puede escuchar lo que dice Nikolai, porque
asiente, como diciendo te lo dije.
—¿Entonces… no lo puedes arreglar... para que esté más frío,
más bajo de setenta y ocho? —le digo—. Porque eso no estaba en
la publicación, ni tampoco la construcción afuera de ...
—Solo puedes hacer un anuncio a la vez, cariño —dice Nikolai
con un suspiro pesado—. ¡No puedes simplemente bajar un
termostato a setenta grados! ¿Y quién se queda con un apartamento
a setenta grados de todos modos?
Alex y yo intercambiamos una mirada.
—Sesenta y siete —susurra.
Sesenta y cinco, digo, haciéndole un gesto.
—Bueno…
—Mira, mira, mira, cariño —Nikolai me interrumpe de nuevo—.
Bájalo a ochenta y uno. Cuando baje a ochenta y uno, bájalo a
ochenta. Luego bájalo a setenta y nueve, y cuando baje a setenta y
nueve, ponlo en setenta y ocho, y una vez que sean setenta y ocho...
—...continúa y le cortaré la cabeza —susurra Alex, aparto el
teléfono de mí antes de que Nikolai pueda oírme reír.
Lo arrastro de vuelta a mi mejilla, y Nikolai todavía me está
explicando cómo contar hacia atrás desde ochenta y dos.
—Lo tengo —digo—. Gracias.
—No hay problema —dice Nikolai con otro suspiro—. Que
tengas una buena estadía, cariño.
Cuando cuelgo, Alex vuelve al termostato y lo vuelve a subir a
ochenta y uno.
—Está en eso, no avanza literalmente a nada.
—Si no podemos hacer que funcione… —Me desvanezco
cuando toda la fuerza de nuestra situación me golpea. Iba a decir
que, si no podíamos hacerlo funcionar, simplemente nos reservaría
una habitación de hotel con la tarjeta R+R.
Pero por supuesto que no podemos.
Podría ponerlo en mi propia tarjeta de crédito, pero, viviendo en
Nueva York, en un apartamento demasiado bonito para mí, en
realidad no tengo una tonelada de ingresos prescindibles. Las
ventajas de mi trabajo son posiblemente la mayor forma de ingresos.
Podría intentar conseguirnos una habitación a través de un
intercambio publicitario, pero he estado holgazaneando en mis redes
sociales y blogs, y no estoy segura de tener suficiente influencia.
Además, muchos lugares no harán eso con influencers. Algunos
incluso capturarán sus solicitudes de correo electrónico y las
publicarán en línea para avergonzarlos. No es que yo sea George
Clooney, solo soy una chica que toma fotografías bonitas; podría
conseguirnos un descuento, una habitación libre es poco probable.
—Vamos a encontrar algo —dice Alex—. ¿Quieres ducharte
primero, o lo hago yo?
Puedo decir por la forma en que mantiene sus brazos
ligeramente alejados de su cuerpo que está desesperado por estar
limpio, y si se mete a la ducha ahora, tal vez hasta consiga bajar la
temperatura unos grados mientras tanto.
—Adelante —le digo, y él se escabulle.
Todo el tiempo que puedo escuchar el agua correr, estoy
caminando. Desde la cama plegable hasta el balcón envuelto en
plástico y el termostato. Finalmente, baja a ochenta y uno, y
reprogramo la temperatura a ochenta y sigo caminando.
Después de decidir documentar esto para poder informar a
Airbnb e intentar recuperar algo de dinero, tomó fotografías del sofá
cama y el porche; afortunadamente, la construcción de arriba ha
cesado por hoy, así que al menos está tranquilo, el zumbido de la
conversación y salpicaduras de agua que suben desde la piscina,
luego regreso al termostato, que baja a ochenta ahora, para tomar
una foto de eso también.
Justo cuando estoy reajustando la temperatura a setenta y
nueve, la ducha se apaga, así que balanceo mi maleta sobre la silla
plegable, abro la cremallera de la bolsa y comienzo a buscar algo
liviano para la cena.
Alex sale del baño envuelto en una nube de vapor con una toalla
envuelta alrededor de su cintura, con una de sus manos
asegurándola en la cadera mientras la otra pasa por su cabello
mojado, dejándolo levantado y desordenado.
—Tu turno —dice, pero me toma un segundo calcular a través
de la neblina de su torso largo y delgado y la afilada forma de su
cadera izquierda.
¿Por qué es tan diferente ver a alguien con una toalla que en
traje de baño? Hace treinta minutos, Alex estaba técnicamente más
desnudo que esto, pero ahora, las suaves líneas de su cuerpo se
sienten más escandalosas. Siento que toda la sangre de mi cuerpo
está saliendo a la superficie, presionando contra mi piel para que
cada centímetro de mí esté más alerta.
Nunca solía ser así. Todo esto se debe a Croacia.
¡Maldito seas tú y tus hermosas islas, Croacia!
—¿Poppy? —Alex dice.
—Mm hm —digo, luego recuerdo al menos agregar—. Sí. —
Vuelvo a mi bolso y agarro un vestido, un sostén y ropa interior al
azar—. Okey, la habitación es toda tuya.
Me apresuro al baño lleno de vapor y cierro la puerta mientras
me quito la parte superior del bikini solo para congelarme, aturdida al
ver una enorme cápsula de vidrio teñido de azul que ocupa una pared
completa, con un asiento reclinado en ambos lados, como si fuera
una especie de ducha grupal de Los Supersónicos.
—Ay, Dios mío. —Estoy segura de que no estaba en las
fotografías. De hecho, toda esta habitación es irreconocible desde la
del sitio web, transformada de los grises sutiles y playeras de su
antiguo yo en el azul brillante y los blancos estériles de la vista
hipermoderna que tengo ante mí.
Tomo una toalla del perchero, me envuelvo con ella y abro la
puerta.
—Alex, ¿por qué no dijiste nada sobre el...?
Alex agarra su toalla y se la pone a su alrededor y yo hago todo
lo posible para retomar el lugar donde falló mi oración y fingir que
eso no sucedió.
—...baño de la nave espacial?
—Supuse que lo sabías —me dice Alex, su voz un poco ronca
—. Tú reservaste este lugar.
—Deben haberlo remodelado desde que se tomaron las fotos
—digo—. ¿Cómo averiguaste cómo hacer funcionar esa cosa?
—Honestamente —dice Alex—, lo más difícil fue arrebatarle el
control al sistema de inteligencia artificial al estilo 2001: Odisea del
espacio. Después de eso, el mayor problema fue que seguí
mezclando los controles del sexto cabezal de ducha con los del
masajeador de pies.
Es suficiente para romper la tensión. Me disuelvo en la risa y él
también, y deja de importar tanto que estamos aquí parados en
nuestras toallas.
—Este lugar es el purgatorio —digo. Todo es lo suficientemente
bueno como para hacer que los problemas sean mucho más
evidentes.
—Nikolai es un sádico —coincide Alex.
—Sí, pero es un sádico con un baño de nave espacial. —Me
regreso al baño para estudiar de nuevo la ducha de múltiples
cabezales y asientos.
Me echo a reír de nuevo y me inclino hacia atrás para encontrar
a Alex ahí de pie, sonriendo. Se ha puesto una camiseta sobre la
parte superior del cuerpo húmedo, pero no se ha arriesgado a
cambiar la toalla.
Vuelvo al baño.
—Está bien, te dejaré bailar desnudo por el apartamento en
privado ahora. Usa tu tiempo sabiamente.
—¿Es eso lo que haces? —Alex dice—. ¿Bailar desnuda por el
apartamento cada vez que estoy en la otra habitación? Lo haces,
¿no?
Me alejo girando mientras cierro la puerta.
—¿No te gustaría saberlo, Porny Alex?
12
Hace Nueve Veranos

A pesar de que Alex pasó la mayoría de su tiempo libre del


tercer año tomando turnos en la biblioteca (yo por lo tanto pasé cada
momento libre sentada en el suelo detrás del escritorio de referencia
comiendo Twizzlers y burlándome de él cada vez que Sarah Torval
pasaba tímidamente por ahí), no hay dinero para un gran viaje este
verano.
Su hermano menor comenzará la universidad el próximo año, sin
mucha ayuda financiera y Alex, siendo un santo entre los simples
hombres, está ahorrando todos sus ingresos para la matrícula de
Bryce.
Cuando me dio la noticia, Alex dijo:
—Entiendo si quieres ir a París sin mí.
Mi respuesta fue instantánea.
—París puede esperar. En su lugar, visitemos nuestro París.
Él arqueó una ceja.
—¿Cuál es?
—Dah —dije—. Nashville.
Él se rio encantado. Me encantaba deleitarlo, vivía para ello.
Tenía urgencia por hacer que esa cara seria se rompiera, y
últimamente no había habido suficiente de eso.
Nashville está a solo cuatro horas en automóvil de Linfield y,
milagrosamente, la camioneta de Alex sigue funcionando. Así que
Nashville será.
Cuando llega por mi en la mañana de nuestro viaje, todavía
estoy empacando, y papá lo hace sentarse y responder una serie de
preguntas al azar mientras termino. Mientras tanto, mi mamá se
cuela en mi habitación con algo escondido detrás de su espalda,
cantando.
—Hoolaa, cariño.
Miró por encima de la explosión de colores hecha por mi ropa,
que está en mi maleta.
—¿Holaa?
Ella se sienta en mi cama, con las manos aún en su espalda.
—¿Qué estás haciendo? —le pregunto—. ¿Estás esposada?
¿Nos están robando? Parpadea dos veces si no puedes decir nada.
Ella saca lo que tenía escondido e Inmediatamente grito y se lo
quitó de las manos tirándolo al suelo.
—¡Poppy! —me dice fuertemente.
—¡¿Poppy?! —le digo—. ¡Nada de Poppy! ¡Mamá! ¿Por qué
llevas una caja grande de condones en la espalda?
Ella se inclina y la recoge. No está abierto
(¿afortunadamente?), por lo que no se derramó nada.
—Simplemente pensé que es hora de que hablemos de esto.
—Uh uh. —Niego con la cabeza—. Son las nueve y veinte de la
mañana. No es el momento de hablar de esto.
Suspira y deja la caja encima de mi maleta que parece que está
a punto de explotar.
—Solo quiero que ustedes, chicos se cuiden. Tienes mucho qué
explorar. ¡Queremos que todos tus sueños más locos se hagan
realidad, cariño!
Mi corazón tartamudea. No porque mi mamá esté insinuando
que Alex y yo estamos teniendo sexo, ahora que se me ocurrió, por
supuesto que eso es lo que ella piensa.
Pero sé que está recalcando la importancia de terminar la
universidad, lo cual todavía no le he dicho que no planeo hacerlo.
Solo le dije a Alex que no volveré el año que viene. He estado
esperando para contarle a mis padres hasta después del viaje para
que no ocurra ningún inconveniente.
Mis padres son un gran apoyo, pero eso se debe en parte a
que ambos querían ir a la universidad y ninguno de ellos tenía el
apoyo para hacerlo. Siempre han asumido que cualquier sueño que
yo pueda tener va ligado con algún título universitario.
Pero a lo largo del año escolar, la mayor parte de mis sueños y
energía se han dedicado a viajar: viajes de fin de semana y breves
períodos durante las vacaciones de la escuela, generalmente sola,
pero a veces con Alex (acampar, porque eso es lo que podemos
pagar), o con mi compañera de cuarto, Clarissa, una chica hippie
adinerada que conocí en una reunión informativa sobre programas de
estudios en el extranjero a finales del año pasado (visitamos las
casas del lago que cada uno de sus padres tiene por
separado).Cursará su último año en Viena y obtendrá créditos en
historia del arte para eso, pero cuanto más consideraba cualquiera
de esos programas, menos interesada estuve.
No quiero ir a Australia solo para pasar todo el día en un aula, y
no quiero acumular miles de deudas más solo para tener una
experiencia académica en Berlín. Para mí, viajar es deambular,
conocer gente que no esperas, hacer cosas que nunca has hecho, y
aparte de eso, todos esos viajes de fin de semana han comenzado a
dar sus frutos. Solo he estado escribiendo en un blog durante ocho
meses y ya tengo algunos miles de seguidores en las redes sociales.
Cuando me enteré de que no cumplí con el requisito general de
ciencias biológicas y, por lo tanto, me tomaría un semestre más para
graduarme, esa fue la gota que colmó el vaso.
Y les voy a contar todo esto a mis padres y, de alguna manera,
encontraré la manera de hacerles entender que la escuela no es lo
adecuado para mí como lo es para personas como Alex, pero hoy no
es ese día. Hoy iremos a Nashville, y después del último semestre,
todo lo que quiero es liberarme.
Simplemente no en la forma en que mi madre está insinuando.
—Mamá —le digo—. No voy a tener sexo con Alex.
—No tienes que decirme nada —responde ella con un
asentimiento sereno, tranquilo y sereno, aunque esa tranquilidad se
pierde por completo a medida que continúa—: Solo necesito saber
que estás siendo responsable. ¡Dios mío, no puedo creer lo mayor
que eres! Me pongo a llorar solo de pensar en eso. ¡Pero aún tienes
que ser responsable! Sin embargo, estoy segura de que sí. ¡Eres
una chica tan inteligente! Y siempre te has conocido a ti misma.
Estoy tan orgullosa de ti, cariño.
Estoy siendo más responsable de lo que ella cree. Si bien me
he besado con algunos tipos diferentes durante el último año, e hice
más que eso con uno, todavía me he mantenido bastante segura en
el carril lento. Cuando le admití esto a Clarissa durante un viaje a la
casa del lago de su madre en la orilla más alejada del lago Michigan,
sus ojos se abrieron como si estuviera mirando una piscina de
visiones, y dijo de esa manera airada:
—¿Qué estás esperando?
Solo me encogí de hombros. La verdad es que no estoy
segura. Me imagino que lo sabré cuando lo vea.
A veces pienso que estoy siendo demasiado práctica, que no
es algo de lo que me hayan acusado nunca, pero con esto, a veces
siento que estoy esperando las circunstancias perfectas para una
Primera Vez.
Otras veces creo que podría tener algo que ver con Porny
Poppy. Después de todo eso, soy incapaz de perderme en un
momento, en una persona.
Tal vez solo necesito tomar una decisión, elegir a alguien de mi
lista de crushes que tengo por algunos chicos con los que Alex y yo
nos encontramos habitualmente en las fiestas. La gente del
departamento de inglés de con él, o de la facultad de
comunicaciones conmigo, o cualquiera de los otros personajes que
aparecen en nuestras vidas.
Pero por ahora, tengo esperanza, esperando ese momento
mágico en el que se sienta bien con una persona en particular.
Esa persona no va a ser Alex.
En realidad, si tuviera que elegir a alguien, probablemente lo
sería. Sería sincera con él, le explicaría lo que quiero hacer y por
qué, y probablemente insistiría en que ambos firmáramos algo con
sangre diciendo que solo sucedería una vez y que nunca volveríamos
a hablar de ello.
Pero incluso si se trata de eso, hago un voto silencioso y
solemne en este momento, no usaré un condón de la caja que mi
mamá acaba de meter en mi maleta.
—De verdad, de verdad te juro que no necesito estos —digo.
Ella se pone de pie y palmea la caja.
—Quizás no ahora, pero ¿por qué no aferrarse a ellos? Por si
acaso. Además, ¿tienes hambre? Tengo galletas en el horno y,
mierda, me olvidé de iniciar el lavavajillas.
Ella se apresura a salir de la habitación y yo termino de
empacar, luego arrastro mi maleta hacia abajo. Mamá está en la isla,
cortando plátanos para el pan de plátano, mientras las galletas se
enfrían, y Alex está sentado de manera muy rígida junto a mi padre.
—¿Listo? —le digo, y se levanta del asiento como diciendo nací
listo para no sentarme junto a tu intimidante padre.
—Si. —Se frota las manos por la parte delantera de sus
pantalones—. Si. —Es en ese momento que él nota la caja de
condones debajo de mi brazo.
—¿Esto? —le digo—. Estos son solo quinientos condones que
mi mamá me dio en caso de que nosotros empecemos a follarnos.
Alex se sonroja.
—¡Poppy! —me dice mamá
Papá mira por encima del hombro, horrorizado.
—¿Desde cuándo ustedes dos están románticamente
involucrados?
—Yo no... nosotros no... lo estamos, señor —intenta Alex.
—Toma, ¿puedes llevar esto al auto, papá? —le paso la maleta
sobre la isla—. Mi brazo se está cansando de sostenerlo. Ojalá
nuestro hotel tenga esos grandes carritos de equipaje.
Alex todavía no mira a papá.
—Realmente no estamos. . .
Mamá se mete las manos en las caderas.
—Se suponía que eso era privado. Mira, lo estás
avergonzando. No lo avergüences, Poppy. No te avergüences, Alex.
—No iba a durar mucho tiempo en privado —digo—. Si esa caja
no cabe en el maletero, tendremos que atarla a la parte superior de
la camioneta.
Papá deja la caja en la mesa auxiliar y comienza a leer el
costado con el ceño fruncido.
—¿Están realmente hechos de piel de cordero? ¿Son
reutilizables?
Alex no puede ocultar su estremecimiento.
Mamá dice:
—¡No estaba segura de si alguno de ellos es alérgico al látex!
—Está bien, tenemos que salir a la carretera —digo—. Ven a
darnos un abrazo de despedida, la próxima vez que nos veas, es
posible que seas abuelo… —Me dejo de frotar la barriga de manera
significativa cuando veo la expresión del rostro de Alex—. ¡Es una
broma! Sólo somos amigos. Adiós, mamá. ¡Adiós, papá!
—Oh, te lo vas a pasar genial. No puedo esperar a escucharlo
todo. —Mamá sale de detrás del mostrador y me da un abrazo—.
Sé buena. —me dice—. ¡Y no olvides llamar a tus hermanos cuando
llegues! ¡Están desesperados por saber de ti!
Por encima de su hombro miro a Alex, desesperado, y
finalmente esboza una sonrisa.
—Te amo, pequeña. —Papá se baja del taburete para darme
un abrazo—. Cuida a mi pequeña bebé, ¿de acuerdo? —le dice a
Alex antes de tirar de él en un abrazo de espalda que lo sobresalta
de nuevo cada vez que lo hace—. No dejes que se comprometa con
un cantante de country o que se rompa el cuello con un toro
mecánico.
—Por supuesto —dice Alex.
—Ya veremos —digo, y luego nos acompañan afuera (con la
caja de condones dejada a salvo en la isla) y nos despiden mientras
avanzamos por el camino de entrada, y Alex sonríe y se despide con
la mano hasta que finalmente estamos fuera de la vista de mis
padres, en ese momento me mira y dice serio:
—Estoy muy enojado contigo.
—¿Cómo puedo compensarlo? —Muevo mis pestañas como
una caricatura sexy de gato.
Él pone los ojos en blanco, pero una sonrisa se torna en la
esquina de su boca cuando sus ojos vuelven a la carretera.
—Por un lado, definitivamente montarás un toro mecánico.
Pongo los pies en el tablero, mostrando con orgullo las botas
vaqueras que encontré en una tienda de segunda mano hace unas
semanas.
—Voy un paso adelante.
Sus ojos se deslizan hacia mí, y bajan por mis piernas hasta el
cuero rojo brillante.
—Y se supone que esos te mantendrán en un toro mecánico,
¿cómo?
Hago clic juntando mis talones.
—No lo harán. Se supone que simplemente encantarán al guapo
cantante de country del bar para que me saque de la alfombra y me
lleve a sus brazos de aficionado a la granja.
—Aficionado a la granja —resopla Alex, no muy impresionado
por la idea.
—Lo dice el aficionado al Gym —bromeo.
Él frunce el ceño.
—Hago ejercicio para mi ansiedad.
—Sí, estoy segura de que no podrías preocuparte menos por
ese hermoso cuerpo. Es incidental.
Su mandíbula palpita y sus ojos se fijan de nuevo en la
carretera.
—Me gusta verme bien —dice con una voz que implica un
agregado: ¿Eso es un crimen?
—A mí también. —Deslizó uno de mis pies por el tablero hasta
que mi bota roja está en su campo de visión—. Obviamente.
Su mirada se lanza sobre mi pierna hasta la consola del medio,
donde su cable auxiliar se encuentra en un bucle ordenado.
—Toma. —Me lo entrega—. ¿Por qué no empiezas?
En días de viaje siempre nos turnamos para poner música, pero
Alex siempre me deja poner de primeras, porque él es Alex, y es el
mejor.
Insisto en mi lista de reproducción música country durante todo
el viaje, está llena de Shania Twain, Reba McEntire, Carrie
Underwood y Dolly Parton. Las de Alex son todas de Patsy Cline y
Willie Nelson, Glen Campbell y Johnny Cash, y una ayuda de Tammy
Wynette y Hank Williams.
Encontramos el hotel en Groupon27 hace meses, y es uno de
esos lugares cursis y únicos con un letrero rosa neón (con un
sombrero de vaquero de dibujos animados sobre la palabra
VACANTE) que hace que el apodo ‘Nashvegas’ finalmente tenga
sentido para mí.
Nos registramos y llevamos nuestras cosas adentro. Cada
habitación tiene un tema vagamente inspirado en un famoso músico
de Nashville, lo que significa que hay fotos enmarcadas de ellos por
toda la habitación, y luego los mismos horribles edredones florales y
densos forros de color canela en todas las camas. Traté de solicitar
la habitación de Kitty Wells, pero aparentemente cuando reservas a
través de Groupon, no puedes elegir.
Estamos en la habitación de Billy Ray Cyrus.
—¿Crees que le pagan por esto? —le pregunto a Alex, que
está levantando la ropa de cama para comprobar si hay chinches en
la base de los colchones.
—Lo dudo —dice—. Tal vez le manden ocasionalmente yogurt
helado Groupon o algo así. —Él aparta las cortinas y mira el letrero
de neón parpadeante—. ¿Hacen habitaciones por horas aquí? —dice
con escepticismo.
—Realmente no importa —digo—, desde que dejé la caja de
condones en casa. —Se estremece y se deja caer sobre una de las
camas, satisfecho de que esté libre de insectos.
—Si no hubiera tenido que presenciar eso, en realidad sería
bastante dulce.
—Yo sí lo habría tenido que presenciar, Alex. ¿no te importa?
—Sí, pero eres su hija. Lo más cerca que estuvo mi padre de
darnos una charla sobre sexo fue dejar un libro en nuestras camas
sobre la pureza cuando cumplimos trece años. Pensé que
masturbarme causaba cáncer hasta los dieciséis años.
Mi pecho se aprieta con fuerza. A veces olvido lo difícil que lo
ha pasado Alex. Su madre murió de complicaciones durante el
nacimiento de David, el Señor Nilsen y sus cuatro hijos han estado sin
esposa y sin madre desde entonces. Su padre finalmente salió con
una mujer de su iglesia el año pasado, pero rompieron después de
tres meses, y aunque el Señor Nilsen fue el que terminó, estaba tan
destrozado que Alex tuvo que conducir a casa desde la escuela a
mitad de la semana para ayudarlo a superarlo.
Alex es a quien también llaman sus hermanos cuando algo sale
mal, es la roca emocional.
A veces pienso que por eso nos unimos tanto el uno al otro,
porque él está acostumbrado a ser el hermano mayor firme y yo a
ser la hermana pequeña molesta. Es una dinámica que entendemos:
yo me burlo con amor de él, y él hace que el mundo entero se sienta
más seguro para mí.
Esta semana, sin embargo, no voy a necesitar nada de él. Mi
misión es ayudar a Alex a soltarse, sacar a su Alex ridículo de su
Alex con exceso de trabajo e hiperconcentrado.
—Sabes —le digo, sentándome en la cama—, si alguna vez
quieres pedir prestado a unos padres autoritarios, los míos están
obsesionados contigo. Quiero decir, claramente. Mi mamá quiere que
me quites la virginidad.
Se apoya en las manos y ladea la cabeza.
—¿Tu mamá cree que no has tenido relaciones sexuales?
Me frustro.
—No he tenido sexo, pensé que lo sabías. —Parece que
hablamos de todo, pero supongo que todavía hay algunos lugares a
los que no hemos ido.
—No. —Alex tose—. Quiero decir, no lo sé. Dejaste algunas
fiestas con personas.
—Sí, pero nunca pasó nada serio. No es como si hubiera salido
con algunos de ellos.
—Pensé que era solo porque no te gustaban las citas.
—Supongo que no —digo, o al menos hasta ahora no lo he
hecho—. No sé, supongo que solo quiero que sea especial. No es
que tenga que haber luna llena y estemos en un jardín de rosas o
algo así.
Alex hace una mueca.
—El sexo al aire libre no es lo que parece ser.
—¡Pequeño descarado! —clamo—. Me lo has estado
ocultando.
Él se encoge de hombros, con las orejas enrojecidas.
—Simplemente no hablo de esto con cualquiera, es como si tan
solo decir eso me hiciera sentir culpable, como si le estuviera
haciendo daño de alguna manera.
—No es como si dijeras su nombre. —Me incliné hacia adelante
y bajé la voz—. ¿Sarah Torval?
Él choca su rodilla contra la mía, sonriendo levemente.
—Estás obsesionada con Sarah Torval.
—No, amigo —le digo—. Tú lo estás.
—No fue con ella —dice—. Fue con otra chica de la biblioteca.
Lydia.
—Oh… por… Dios —digo, aturdida—. ¿La de los grandes ojos
de muñeca y exactamente el mismo corte de cabello que Sarah
Torval?
—¡Detente! —Alex se queja y se sonroja, agarra una almohada
y me la arroja—. Deja de avergonzarme.
—¡Pero es tan divertido!
Obliga a su rostro a relajarse y poner su Cara de perrito al
borde del llanto y yo grito y me arrojo hacia atrás en la cama, todo
mi cuerpo se debilita de risa mientras me paso la almohada sobre los
ojos. La cama se hunde bajo su peso mientras él se sienta a mi lado
y me quita la almohada de la cara inclinándose sobre mí, con las
manos a ambos lados de mi cabeza, poniendo su cara de perrito
triste donde la pueda ver.
—Oh, Dios mío —jadeó a través de una mezcla de lágrimas y
risas—. ¿Por qué esto tiene un efecto tan confuso en mí?
—No lo sé, Poppy —dice, la expresión se profundiza con
tristeza.
—¡Me habla! —grito a través de la risa, y su boca se convierte
en una sonrisa.
Y justo entonces. Eso.
Ese es el primer momento en el que quiero besar a Alex Nilsen.
Lo siento hasta los dedos de los pies durante dos segundos sin
aliento, luego guardo esos segundos en un nudo apretado,
metiéndolos profundamente en mi pecho donde me prometo que
vivirán en secreto para siempre.
—Vamos —dice en voz baja—. Vamos a montarte en un toro
mecánico.
13
Este Verano
Regulamos el termostato a setenta y nueve y lo ponemos en
setenta y ocho antes de irnos a un restaurante mexicano llamado La
casa de Sam, que tiene una gran puntuación en Tripadvisor y solo el
símbolo del dólar indica su costo. La comida es excelente, pero el
aire acondicionado es el verdadero MVP28 de la noche.
Alex sigue reclinándose en la cabina, cerrando los ojos y dando
suspiros de satisfacción.
—¿Crees que Sam nos deje dormir aquí? —pregunto.
—Podríamos intentar escondernos en el baño hasta que cierre
—sugiere Alex.
—Tengo miedo de beber demasiado y sufrir un agotamiento por
calor —digo, tomando otro sorbo de la ‘margarita jalapeña’ que
pedimos en una jarra.
—Tengo miedo de beber muy poco y no ser capaz de
noquearme a mí mismo durante toda una noche.
Incluso pensar en eso hace que mi cuello esté lleno de sudor.
—Lamento lo de Airbnb —digo—. Ninguna de las críticas
mencionó un aire acondicionado defectuoso. —Aunque ahora me
pregunto cuántas personas se quedarán ahí en pleno verano.
—No es tu culpa —dice Alex—. Hago a Nikolai totalmente
responsable.
Asiento y el silencio se despliega torpemente hasta que
pregunto:
—¿Cómo está tu papá?
—Sí —dice Alex—. Bien, lo está haciendo bien. ¿Te dije sobre
la calcomanía para el parachoques?
Yo sonrío.
—Lo hiciste.
Me da una risa cohibida y se pasa la mano por el cabello.
—Dios, envejecer es aburrido. Mi mejor historia de fiesta es
que mi papá tiene una nueva calcomanía en el parachoques.
—Una muy buena historia —insisto.
—Tienes razón. —Su cabeza se inclina—. ¿Luego quieres
saber sobre mi lavavajillas?
Jadeo y mi corazón se aprieta.
—¿Eres dueño de tu propio lavavajillas? ¿Está a tu nombre?
—Um. Por lo general, no se registran lavavajillas a tú nombre,
pero sí, lo compré. Justo después de que obtuve la casa.
Una emoción sin nombre apuñala mi pecho.
—Tú... ¿compraste una casa?
—¿No te lo dije?
Niego con la cabeza, por supuesto que no me lo dijo. ¿Cuándo
me lo habría dicho? Pero todavía me duele, cada cosa que me he
perdido en los últimos dos años duele.
—Es la casa de mis abuelos —dice—. Después de que mi
abuela falleciera, se la dejó a mi papá, y él quería venderla, pero
necesita unos arreglos y él no tenía ni tiempo ni dinero, así que he
estado viviendo en ella, arreglándola.
—¿Betty? —Me tragué la maraña de emociones que me subían
a la garganta. Solo vi a la abuela de Alex unas pocas veces, pero la
amaba. Era más pequeña que yo y feroz, amante de los misterios de
asesinatos y el crochet, la comida picante y el arte moderno. Ella se
enamoró de su sacerdote y él dejó el sacerdocio para casarse con
ella (“¡Y así fue como nos hicimos protestantes!”) Y luego (“ocho
meses después”, me dijo con un guiño), la madre de Alex había
nacido con una cabellera espesa y oscura como la de ella y una nariz
“fuerte” como la del abuelo de Alex, que descanse en paz.
Su casa tenía cuatro niveles, de estilo funky de principios de los
sesenta. Tenía el papel tapiz floral naranja y amarillo original en la
sala de estar, y había tenido que poner una fea alfombra marrón
sobre la madera y los azulejos, incluso en el baño, después de que
resbaló y se rompió la cadera hace varios años.
—¿Betty se ha ido? —yo susurro.
—Se fue tranquila —dice Alex, sin mirarme—. Sabes, ella era
muy, muy vieja. —Ha comenzado a doblar nuestros envoltorios de las
pajitas, precisamente, en pequeños cuadrados. No muestra ningún
signo de emoción, pero sé que Betty era prácticamente su miembro
favorito de la familia, tal vez empatado con David.
—Dios, lo siento. —Luché para evitar que mi voz temblara, pero
mi emoción aumenta, al estilo de un maremoto—. Flannery O'Connor
y Betty. Ojalá me lo hubieras dicho.
Sus ojos color avellana se acercan a los míos.
—No estaba seguro de que quisieras saber de mí.
Parpadeó para contener las lágrimas, apartó la mirada y finjo
que me estoy quitando el cabello de la cara en lugar de secarme los
ojos. Cuando lo miro, su mirada todavía está fija en mí.
—Yo quería —digo. Mierda, han llegado los temblores.
Incluso la banda de mariachis que toca en la trastienda parece
quedarse en silencio, de modo que solo somos nosotros en esta
cabina roja con su colorida mesa tallada a mano.
—Bueno —dice Alex en voz baja—. Ahora lo sé.
Quiero preguntarle si quiso hablar conmigo durante todo ese
tiempo, si alguna vez me escribió mensajes que no se enviaron o si
pensó en llamarme durante tanto tiempo que en realidad lo hizo.
Si él también siente que perdió dos buenos años de su vida
cuando dejamos de hablar y por qué dejó que eso sucediera. Quiero
que él diga que las cosas pueden ser como eran antes, cuando no
había nada que no pudiéramos decirnos, y estar juntos era tan fácil y
natural como estar solos, sin nada de soledad.
Pero luego nuestro mesero viene con la cuenta, e
instintivamente la alcanzo antes de que Alex pueda.
—¿Esa no es la tarjeta de R+R? —dice, como si fuera una
pregunta.
Sin decidirme activamente, miento.
—Ellos simplemente nos reembolsarán ahora. —Mis manos
hormiguean y pican de incomodidad por el engaño, pero es
demasiado tarde para retractarme.
Cuando salimos, está oscuro y estrellado. El calor del día ha
desaparecido, y aunque todavía debe estar arriba de los setenta, no
es nada comparado con los ciento seis con los que estábamos
lidiando antes, incluso hay una brisa. Guardamos silencio mientras
cruzamos el estacionamiento hacia el Aspire, hay una gran
incomodidad entre nosotros ahora que hemos tocado lo que sucedió
en Croacia.
Me convencí a mí misma de que podíamos dejarlo en el
pasado, pero ahora me doy cuenta de que cada vez que me entero
de algo nuevo de los últimos dos años, presionará ese mismo punto
crudo en mi corazón.
También debe tener algún tipo de efecto en él, pero siempre ha
sido bueno reprimiendo sus sentimientos cuando no quiere
compartirlos.
Todo el viaje de vuelta quiero decirle que regresaría el tiempo si
eso arreglara esto, lo haría.
Cuando llegamos al apartamento, oficialmente hace más calor
adentro que afuera. Ambos nos dirigimos directamente al termostato.
—¿Ochenta y uno? —él dice—. ¿Subió de nuevo?
Aprieto el puente de mi nariz, un dolor de cabeza está
comenzando detrás de mis ojos, debido al calor o el alcohol o el
estrés, o todo junto.
—Okey, está bien. Tenemos que volver a bajarlo a ochenta,
¿verdad? ¿Y dejarlo bajar a eso antes de que lo bajemos de nuevo?
Alex mira el termostato como si le acabara de quitar un cono de
helado de la mano. Hay matices involuntarios de su cara de perrito
triste en su expresión.
—Un grado a la vez, eso es lo que dijo Nikolai.
Él ajusta la temperatura a ochenta grados y abro la puerta del
balcón.
Pero la pared de láminas de plástico impide la entrada de aire
fresco. En la cocina, hojeo los cajones hasta que encuentro unas
tijeras.
—¿Qué estás haciendo? —Alex pregunta, siguiéndome al
balcón.
—Solo el jodido mínimo —digo, cortando el plástico por la
mitad.
—Oooh, Nikolai va a estar enojado contigo —bromea Alex.
—Tampoco estoy muy contenta con él —le digo, y cortó una
solapa larga en el plástico, tirando a un lado y anudándolo sin
apretar, para que haya un espacio para que fluya el aire.
—Él nos va a demandar —dice inexpresivo.
—Ven a mí, Nicky.
Alex se ríe y, después de unos segundos de silencio, digo:
—Mañana estaba pensando que podríamos visitar el museo de
arte e ir a tomar el tranvía. Se supone que la vista es increíble.
Alex asiente.
—Suena bien.
De nuevo nos quedamos en silencio. Son solo las diez y media,
pero las cosas son tan incómodas que creo que dar por terminado el
día podría ser nuestra mejor apuesta.
—Necesitas usar el baño antes. . .
—No —dice Alex—. Adelante. Voy a ponerme al día con
algunos mails.
No he revisado mi correo electrónico del trabajo desde que
llegué aquí, y también dejé algunos mensajes de Rachel, junto con
algunos mensajes del loco grupo entre mis hermanos y yo. En gran
parte, solo ellos dos están haciendo una lluvia de ideas que no irán a
ninguna parte. La última vez que me reporté, estaban inventando un
juego de mesa llamado Guerra en Navidad y exigiendo que
contribuyera con juegos de palabras.
Así que al menos tendré algo que hacer mientras esté acostada
en el sofá cama, completamente despierta.
El dolor de cabeza sigue aumentando, me meto el cabello en
una coleta rechoncha y cruzó el piso de madera desgastada hasta la
bañera de la era espacial. En su extraña luz azul, me lavo la cara,
pero en lugar de aplicarme cualquiera de los lujosos humectantes o
sueros que Rachel constantemente me da, me salpico la cara con
agua fría cuando termino, y froto un poco en mis sienes y mi cuello.
En el espejo, mi reflejo se ve tan terriblemente estresado como
me siento. Necesito darle la vuelta a esto y recordarle a Alex cómo
solían ser las cosas, y solo me quedan cinco días para hacerlo, los
últimos tres días estarán ocupados por festividades de boda.
Mañana tiene que ser asombroso. Necesito ser la Poppy
divertida, no la rara o herida Poppy. Entonces Alex se relajará y todo
se suavizará. Me pongo un pijama sedoso y una camiseta sin
mangas, me lavo los dientes y luego regreso a la sala de estar para
encontrarme con que Alex ha apagado todas las luces excepto la
lámpara junto a la cama, y él está acostado en el colchón del sofá en
un par de pantalones cortos de ejercicio y una camiseta, y su mismo
libro de antes en la mano.
Sé que Alex Nilsen siempre ha dormido sin camisa, incluso
cuando las temperaturas no son tan absurdamente altas, pero eso no
es lo que importa, porque el punto es que se supone que yo debo
tomar el sofá.
—¡Sal de mi cama! —le digo.
—Tú pagaste —me dice—. Tú te quedas con la cama.
—R+R paga. —Solo así, estoy más metida en la mentira. No
es como si fuera malo, pero aún así.
—Quiero el sofá —dice Alex—. ¿Con qué frecuencia un hombre
adulto se duerme en un sofá, Poppy?
Me siento a su lado y hago un gran espectáculo tratando de
empujarlo, pero él es demasiado sólido para que yo lo mueva. Me
giro, apoyando mis pies contra el suelo, mis rodillas contra el borde
de la cama y mis manos contra su cadera derecha, mientras aprieto
los dientes y trato de empujarlo fuera de ella.
—Basta, bicho raro —dice.
—No soy un bicho raro. —Me volteo de lado, trato de usar mi
cadera y mi cuerpo para forzarlo a que se vaya.
—Tú eres el que está tratando de robarme mi única alegría en
la vida, esta cama extraña.
En ese momento, cuando todo mi peso está prácticamente
concentrado en mi cadera, deja de resistirse y se desliza un poco
hacia los lados, y de alguna manera caigo a la mitad en el sofá y en
la mitad en su pecho, cayendo su libro al piso en el proceso. Él se ríe
y yo también me río, pero también siento un hormigueo y pesadez y,
francamente, excitación, acostada sobre él de esta manera.
Lo peor de todo es que parece que no puedo moverme. Su
brazo ha pasado alrededor de mi espalda, perdida en esa curva, y
cuando su risa se calma, miró hacia sus ojos, con mi barbilla
descansando en su pecho.
—Me engañaste —tarareo—. Apuesto a que ni siquiera tenías
correos electrónicos para responder.
—Para tu conocimiento, ni siquiera tengo una cuenta de correo
electrónico —bromea.
—¿Estás enojado?
—Furioso.
Su risa me atraviesa, se me pone la piel de gallina y me recorre
la espalda, y el calor del apartamento se hunde en mi piel, y se
acumula entre mis piernas.
—Te perdonaría eventualmente —digo—. Soy muy indulgente.
—Lo eres —está de acuerdo—. Siempre me ha gustado eso de
ti.
Su mano apenas roza la piel entre la parte inferior de mi
camiseta sin mangas y la parte superior de mis pantalones cortos, y
me muevo contra él, sintiendo como si pudiéramos fundirnos el uno
en el otro.
¿Qué estoy haciendo?
Me incorporo de repente y tomo mi cabello hacia abajo sólo
para volver a ponerlo.
—¿Estás seguro de que estás bien para dormir en el sofá? —
Mi voz sale demasiado alta.
—Por supuesto. Si.
Me pongo de pie y me acerco a la cama.
—Bien, genial, entonces… buenas noches.
Apago la luz y me subo a la cama. Sobre las mantas, porque
hace demasiado calor para usarlas.
14
Este Verano

Cuando me despierto, todavía está oscuro y estoy segura de


que nos están robando.
—Mierda, mierda, mierda —dice el ladrón y suena como si
estuviera sufriendo.
—¡La policía está en camino! —Grito— no es una declaración
verdadera ni premeditada, y me apresuro a acercarme al borde de la
cama para encender la luz.
—¿Qué? —sisea Alex, con los ojos entrecerrados por la
repentina luminosidad.
Está de pie en la oscuridad con los mismos pantalones cortos
negros con los que se fue a dormir y sin camisa. Está ligeramente
doblado por la cintura y se agarra la parte baja de la espalda con las
dos manos, y cuando el sueño desaparece de mi cerebro, me doy
cuenta de que no solo está entre cerrando los ojos contra la luz.
Está jadeando como si le doliera.
—¿Qué ha pasado? —Grito, medio cayendo de la cama hacia
él—. ¿Estás? ¿Estás bien?
—Un espasmo en la espalda —dice.
—¿Qué?
—Tengo un espasmo en la espalda —me dice.
Todavía no estoy segura de lo que está hablando, pero puedo
decir que tiene un horrible dolor, así que no presiono para obtener
más información aparte de preguntar: —¿Necesitas sentarte?
Asiente con la cabeza y lo guío hacia la cama. Él baja
lentamente sobre ella, haciendo una mueca de dolor hasta que por fin
se sienta, momento en el que parte del dolor parece aliviarse.
—¿Quieres acostarte? —le pregunto.
Niega con la cabeza. —Levantarse y acostarse es lo más difícil
cuando pasa esto.
Cuando pasa esto. Pienso pero no lo digo, y la culpa me
atraviesa el pecho. Por lo visto, este es otro de esos
acontecimientos sin Poppy de los últimos dos años.
—Toma —digo—. Deja que te ponga unas almohadas detrás.
Él asiente, lo que tomo como una confirmación de que esto no
empeorará las cosas. Levanto las almohadas y las apilo contra el
cabecero de la cama, y él se reclina lentamente, con la cara
contorsionada por el dolor.
—Alex, ¿qué ha pasado? —Miro el despertador de la mesita de
noche. Son las cinco y media de la mañana.
—Me estaba levantando para correr —dice—. Pero supongo
que me senté raro. O demasiado rápido o algo así, porque mi
espalda tuvo un espasmo y... —Inclina la cabeza hacia atrás contra
las almohadas, con los ojos cerrados—. Mierda, Poppy, lo siento.
—¿Lo sientes? —Le digo—. ¿Por qué lo sientes?
—Es mi culpa. —dice—. No pensé en lo bajo que está ese
catre. Debería haber sabido que salir de la cama de esa manera
haría esto.
—¿Cómo podías saber eso? —Digo, incrédula.
Se masajea la frente. —Debería haberlo sabido —repite—.
Esto ha estado pasando desde hace un año. Ni siquiera puedo
agacharme para recoger mis zapatos hasta que haya despertado
completamente y este en movimiento durante al menos media hora.
Simplemente no se me ocurrió. Y no quería que te diera migraña, la
silla y...
—Y por eso nunca deberías ser un héroe —digo suavemente,
burlándome pero su expresión de miseria no varía.
—No estaba pensando —dice—. No quería estropear tu viaje.
—Alex, hola. —Le toco ligeramente el brazo para no molestar al
resto de su cuerpo—. No has estropeado el viaje, ¿vale? Lo hizo
Nikolai.
Las comisuras de su boca se tuercen en una sonrisa poco
convincente.
—¿Qué necesitas? —Pregunto—. ¿Cómo puedo ayudarte?
Suspira si hay algo que Alex Nilsen odia, es estar indefenso. Lo
que va de la mano con ser atendido. En la universidad, cuando tuvo
una faringitis estreptocócica, me dejó de lado durante una semana (la
primera vez que me enfadé de verdad con él). Cuando su compañero
de cuarto me dijo que Alex estaba con fiebre, hice sopa de fideos de
pollo, en la cocina de nuestra habitación y la llevé a su habitación.
Cerró la puerta con llave y no me dejó entrar por miedo a
infectarme el estreptococo, así que empecé a gritar Me quedo con
el bebé, ¿vale? a través de la puerta y cedió.
Le incomoda que lo molesten. Pensar en eso tiene un efecto
similar, aunque destilado, al de mirar la formidable Cara de Cachorro
Triste. Me abruma. El amor se eleva menos como una ola y más
como un rascacielos de acero erigido instantáneamente,
disparándose a través de mi centro y derribando todo lo demás a su
paso.
—Alex —digo—. Por favor, déjame ayudarte.
Suspira, derrotado. —Hay relajantes musculares en el bolsillo
delantero de la bolsa de mi laptop.
—En ello. —Recupero el frasco, lleno un vaso de agua en la
cocina y le entrego los dos.
—Gracias —dice disculpándose, y se toma la pastilla.
—No hay problema —le digo—. ¿Qué más?
—No tienes que hacer nada más—dice.
—Mira. —Respiro profundamente—. Cuanto antes me digas
cómo puedo ayudarte, antes te mejorarás y antes se acabará esto,
¿de acuerdo?
Sus dientes rozan su labio inferior, y estoy hipnotizada por la
vista. Me sobresalto cuando su mirada vuelve a dirigirse a mí.
—Si hay una bolsa de hielo aquí, eso ayudaría —admite—.
Normalmente alterno entre compresas frías y almohadillas térmicas,
pero lo importante es quedarse quieto.
Lo dice con desdén.
—Entendido. —Me pongo las sandalias y cojo el bolso.
—¿Qué haces? —pregunta.
—Voy a la farmacia. Ese congelador no tiene ni siquiera una
bandeja de cubitos de hielo, y mucho menos una bolsa de hielo, y
dudo que Nicky tenga tampoco una almohadilla térmica.
—No tienes que hacer eso —dice Alex—. De verdad, si me
quedo quieto, estoy bien. Vuelve a dormir.
—¿Mientras te sientas erguido en la oscuridad? De ninguna
manera. Por un lado, eso es extremadamente espeluznante y por
otro estoy despierta, así que bien podría ser útil.
—Estas son tus vacaciones.
Camino hacia la puerta, porque no hay nada que pueda hacer
para detenerme. —No. —Digo—. Es nuestro viaje de verano. No
bailes desnudo hasta que vuelva, ¿bien?
Suelta un suspiro. —Gracias, Poppy. En serio.
—Deja de darme las gracias. Ya estoy redactando una absurda
lista de formas para que me pagues.
Eso hace que finalmente me gane una leve sonrisa. —Bien. Me
gusta ser útil.
—Lo sé —digo—. Siempre me ha gustado eso de ti.
15
Hace Ocho Veranos

Regresamos a nuestra habitación de hotel, en el centro de la


ciudad, a las dos y media de la mañana, un poco borrachos.
Normalmente, no bebemos tanto, pero todo este viaje ha sido una
celebración.
Estamos celebrando el hecho de que Alex se ha graduado de la
universidad, y que pronto se irá a obtener su maestría en escritura
creativa a la Universidad de Indiana.
Me digo que no está tan lejos. De hecho, viviremos más cerca
el uno del otro de lo que hemos estado desde que dejé la
universidad.
Pero la verdad es que, incluso con todos los viajes que he
estado haciendo, estoy deseando de salir de la casa de mis padres
en Linfield. He empezado a buscar apartamentos en otras ciudades,
trabajos flexibles de camarera o esos servicios, en los que puedo
trabajar hasta la extenuación y luego tomarme semanas libres para
viajar.
Pasar tiempo con mis padres ha sido genial, pero todo lo
demás sobre de estar en casa me hace sentir claustrofóbica, como
si los suburbios fueran una red que se estrecha cada vez más a mi
alrededor mientras lucho contra ella.
Me encuentro con mis antiguos profesores, y cuando me
preguntan qué estoy haciendo, sus bocas se tuercen ante la
respuesta. Veo a los compañeros de clase que solían acosarme, y a
algunos que eran bastante amables, y me escondo. Trabajo en un
bar de lujo a cuarenta minutos al sur, en Cincinnati, y cuando Jason
Stanley, mi primer beso, entró con su sonrisa perfeccionada por un
ortodontista y el tipo de ropa que requieren los trabajos de cuello
blanco a tiempo completo, me zambullí en el baño. Le dije a mi jefe
que tenía que vomitar.
Durante las semanas siguientes, me preguntó cómo estaba con
una voz que dejaba perfectamente claro que pensaba que estaba
embarazada.
No estaba embarazada. Julián y yo siempre tenemos cuidado
con eso o al menos yo lo tengo. Julián, en general, no es cuidadoso
por naturaleza. Es una persona que dice que sí al mundo, casi sin
importar lo que éste le pida. Cuando me visita en el trabajo, se
termina las bebidas que se dejan en la barra, y ha probado la
mayoría de las drogas (excluida la heroína) una vez. Siempre está
dispuesto a hacer viajes de fin de semana a Red River Gorge o a
Hocking Hills, o viajes un poco más largos a Nueva York, en el
autobús nocturno que cuesta sólo sesenta dólares ida y vuelta pero
que a menudo no tiene baño. Él tiene el mismo tipo de horario flexible
que yo: también abandonó la universidad, pero dejó la Universidad de
Cincinnati después de solo un año.
Estaba estudiando diseño arquitectónico, pero en realidad,
quiere ser un artista que trabaja. Expone sus cuadros en locales de
bricolaje de la ciudad y vive con otros tres pintores en una vieja casa
blanca que me hace pensar en Buck y en los transeúntes de Tofino.
A veces, después de una cerveza de más, sentados en el porche
mientras todos fuman hierba o cigarrillos de clavo y hablan de sus
sueños, me da tanta nostalgia que podría llorar de una mezcla de
tristeza y felicidad cuyas proporciones nunca puedo precisar.
Julián es delgado como un rastrillo, con los pómulos hundidos y
unos ojos despiertos que puedes sentir como si te hicieran una
radiografía. Después de nuestro primer beso, a la salida de su bar
favorito, un lugar sucio en el centro de la ciudad que tiene un taller de
reparación de bicicletas en la parte de atrás, me dijo que no quería
casarse nunca ni tener hijos.
—Está bien —le dije—. Yo tampoco quiero casarme contigo.
Se rio bruscamente y volvió a besarme. Siempre sabe a
cigarrillos o a cerveza, y cuando pasa los días libres del trabajo
(trabaja en un almacén de UPS en las afueras de la ciudad), pintando
en casa, se pierde tanto en su trabajo que se olvida de comer o
beber. Cuando nos reunimos después, suele estar de mal humor,
pero sólo durante unos minutos, hasta que se toma un tentempié,
momento en el que vuelve a convertirse en un novio dulce y sensible
que siempre me besa y me toca de forma tan sensual que a menudo
me encuentro pensando que eso quedaría muy bien en una película.
Me planteo decírselo a él, preguntarle si deberíamos montar
una cámara y hacer y tomar algunas fotos, e inmediatamente me
avergüenzo de haberlo considerado.
Es la segunda persona con la que me acuesto, pero él no lo
sabe. No ha preguntado. El primero sigue viniendo a mi bar de vez en
cuando y coquetea un poco, pero los dos sabemos que la leve
atracción que había cuando empezó a venir se esfumó después de
esos dos ligues rápidos. Esos fueron un poco incómodos pero están
bien, y al final, me alegro de haberlos sacado adelante porque tengo
la sensación de que Julián se habría asustado demasiado para
acercarse a mí si hubiera sabido lo inexperta que soy. Habría temido
que me encariñara demasiado con él, y probablemente lo he hecho,
pero creo que él también, así que por ahora está bien que pasemos
juntos cada minuto libre.
Julián conoció a Alex una vez cuando éste estaba en casa para
las vacaciones de Navidad en mi bar, una segunda vez durante las
vacaciones de primavera en el sucio bar de bicicletas de Julián, y una
tercera vez para desayunar en Waffle House antes de que Alex y yo
nos fuéramos de viaje.
Puedo decir que Julián tiene muy poca opinión de Alex, lo cual
es ligeramente decepcionante, y del mismo modo soy consciente de
que Alex desprecia a Julián, lo cual probablemente no debería ser
una sorpresa. Cree que Julián es imprudente, descuidado. No le
gusta que siempre llega tarde, o que a veces no sepa nada de él
durante días, para luego pasar semanas con él casi constantemente,
o que no haya conocido a mis padres aunque vivan en la misma
ciudad.
—No pasa nada —insistí cuando Alex compartió estas
opiniones conmigo en el vuelo a San Francisco hace unos días—. A
nosotros nos funciona. —Ni siquiera quiero que conozca a mi familia.
—Puedo decir que no lo entiende —dijo Alex.
—¿Entender qué? —Pregunté.
—A ti —dijo—. No tiene ni idea de la suerte que tiene.
Fue algo dulce y a la vez hiriente de su parte. La opinión de
Alex sobre nuestra relación me hizo sentir avergonzada, aunque no
estaba segura de que tuviera razón. —Yo también tengo suerte —
dije—. Es realmente especial, Alex.
Suspiró. —Tal vez sólo necesito conocerlo mejor. —Supe por su
voz que no creía que eso fuera a solucionar el problema en absoluto.
En mis sueños, me los había imaginado a los dos
convirtiéndose en mejores amigos, tan cercanos que tenía sentido
que nuestro viaje de verano se ampliara para incluir a Julián, pero
después de ver cómo interactuaban, sabía que no podía ni siquiera
plantear la idea.
Así que Alex y yo nos dirigimos a San Francisco por nuestra
cuenta. Mi tarjeta de crédito me ganó suficientes puntos para obtener
uno de los boletos de avión de ida y vuelta gratis, y Alex y yo
dividimos el costo del otro.
Empezamos con cuatro días en la región vinícola, alojándonos
en un nuevo bed and breakfast29 de Sonoma que ofrecía dos noches
a cambio de la publicidad que recibirían de mis veinticinco mil
seguidores. Alex aceptó de buen grado hacerme fotos haciendo todo
tipo de cosas pintorescas:
Sentada en una de las anticuadas bicicletas rojas que el B and
B tiene para los huéspedes, con un gigantesco sombrero de paja
para el sol, con flores frescas en la cesta de mimbre fijada al
manillar.
Caminando por los senderos naturales a través de las praderas
de matorrales y sus árboles desaliñados.
Tomando una taza de café en el patio, y un refresco a la antigua
en la sala de estar.
También tuvimos suerte con las cartas de vino. La primera
bodega que visitamos nos ofreció una degustación si comprábamos
una botella, y busqué la más barata en Internet antes de ir. Alex me
sacó una foto posando entre hileras de viñas con una brillante copa
de rosado, con una pierna levantada a un lado para mostrar mi
ridículo mono de época de rayas moradas y amarillas.
Yo ya estaba borracha, y cuando él se arrodilló, justo en la
tierra seca, con sus pantalones grises claros, para hacer la foto, casi
me caigo de risa por el extraño ángulo que había elegido para la
foto. —Demasiado vino —dije, jadeando.
—Demasiado. Demasiado. Vino. —repitió, encantado e
incrédulo, y mientras yo me agachaba en medio del pasillo, riéndome
a carcajadas, me hizo unas cuantas fotos más desde muy abajo,
fotos que me harían parecer un triángulo de piel vestido con descaro.
Estaba siendo un fotógrafo horrible a propósito, no para
protestar, sino para hacerme reír.
Era la otra cara de la moneda de la triste Poppy, otra actuación
para mí y sólo para mí.
Para cuando llegamos a la segunda bodega, ya teníamos sueño
por el alcohol y el sol, y dejé caer mi cabeza contra su hombro.
Estábamos dentro, por un tecnicismo: toda la parte trasera del
edificio era una puerta de garaje con ventanas que se levantaban
para poder pasar libremente del patio, con su celosía de buganvillas,
a la barra luminosa y aireada con sus techos de seis metros,
ventiladores de gran tamaño que giran perezosamente por encima,
su ritmo es como una canción de cuna.
—¿Cuánto tiempo llevan juntos? —nos preguntó la dulce mujer
de mediana edad que dirigía la degustación, cuando volvió con
nuestro siguiente vino, un Chardonnay ligero y crujiente.
—Oh —dijo Alex.
En medio del bostezo, le apreté el bíceps y le dije —Recién
casados.
La camarera se sintió muy cómoda. —En ese caso —dijo con
un guiño—. Este va por mi cuenta.
Se llamaba Mathilde, y era originaria de Francia, pero se
trasladó a Estados Unidos después de conocer a su mujer por
Internet. Vivían en Sonoma, pero habían pasado la luna de miel en
las afueras de San Francisco.
—Se llama Blue Heron Inn —me dijo—. Es el lugar más idílico
que he visto nunca. Romántico y acogedor, con una chimenea y un
patio precioso, a pocos minutos de Muir Beach. Ustedes dos deben
verlo. Es perfecto para los recién casados, díganles que Mathilde los
envió.
Antes de irnos, le dimos una propina a Mathilde por el costo de
la degustación gratuita y algo más.
Durante los dos días siguientes, desplegué la tarjeta de recién
casados con regularidad. A veces nos daban un descuento o una
copa gratis; otras veces no recibíamos más que una sonrisa, pero
incluso éstas eran auténticas y significativas.
—Me siento un poco mal —me dijo Alex mientras caminábamos
fuera de un viñedo.
—Si quieres ir a casarte —le dije—. Podemos hacerlo.
—De alguna manera, no creo que Julián se lo tome muy bien.
—No le importará —dije—. Julián no quiere casarse.
Alex se detuvo y me miró, y entonces, totalmente por culpa del
vino, me puse a llorar. Me cogió la cara y la acercó a la suya. —Oye
—dijo—. Está bien, Poppy. No quieres casarte con Julián, ¿verdad?
Eres demasiado buena para ese tipo. No te merece.
Me sorbí las lágrimas, pero eso sólo dejó salir más. Mi voz
salió como un chillido. —Sólo mis padres me van a querer —dije—.
Voy a morir sola.
Sabía lo estúpido y melodramático que sonaba, pero con él,
siempre era tan difícil refrenarme, decir cualquier cosa que no fuera
la absoluta verdad de lo que sentía. Y lo peor de todo es que ni
siquiera sabía que me sentía así hasta ese momento. La presencia
de Alex tenía una forma de sacar la verdad a la superficie.
Sacudió la cabeza y me atrajo hacia su pecho, apretándome,
levantándome como si quisiera absorberme. —Te quiero —dijo, y me
besó la cabeza—. Y si quieres, podemos morir juntos a solas.
—Ni siquiera sé si quiero casarme —dije, limpiando las lágrimas
con una pequeña risa—. Creo que estoy a punto de empezar mi
periodo o algo así.
Me miró fijamente, con el rostro inescrutable durante otro rato.
No me hizo sentir radiografiada, como los ojos de Julián. Sólo me
hizo sentir vista.
—Demasiado vino —dije, y finalmente dejó que una fracción de
sonrisa se deslizara por sus labios y volvimos a caminar fuera del
zumbido.
Nos marchamos temprano de nuestro hotel y llamamos al Blue
Heron Inn por el altavoz mientras nos dirigíamos a San Francisco.
Era mitad de semana y tenían muchas habitaciones.
—¿Es usted por casualidad la Poppy que mi querida Mathilde
dijo que llamaría? —preguntó la señora del teléfono.
Alex me lanzó una mirada significativa y yo suspiré con fuerza.
—Sí, pero aquí está el asunto. Le dijimos que éramos recién
casados, pero era una broma. Así que no queremos ninguna cosa
gratis.
La mujer al otro lado del teléfono dio una tos seca, que resultó
ser una risa. —Oh, cariño. Mathilde no nació ayer. La gente hace ese
truco todo el tiempo. Simplemente le han gustado.
—A nosotros también nos gustó. —dije, sonriendo
enormemente a Alex. Él me devolvió la sonrisa.
—No tengo la autoridad para dar a nadie una estancia gratuita.
—la mujer continuó—. Pero tengo un par de pases para todo el año
que puedes usar para visitar Muir Woods si quieren...
—Eso sería increíble. —dije.
Y así nos ahorramos treinta dólares.
El lugar era adorable, una casa de campo blanca de estilo tudor
escondida en una estrecha calle. Tenía un techo de tejas y ventanas
deformadas alineadas con jardineras y una chimenea cuyo humo se
enroscaba románticamente a través de la niebla, las ventanas
brillaban suavemente cuando entramos en el estacionamiento.
Durante dos días, nos movimos entre la playa, las secoyas, la
acogedora biblioteca de la posada y el comedor con sus mesas de
madera oscura y su fuego ardiente. Jugamos al UNO y a los
corazones y a algo llamado Quiddler. Bebimos cervezas espumosas
y tomamos grandes desayunos ingleses.
No tomamos fotos, pero no publiqué ninguna. Tal vez era
egoísta, pero no quería que veinticinco mil personas descendieran a
este lugar. Quería que permaneciera exactamente como estaba.
Nuestra última noche reservamos una habitación en un moderno
hotel que pertenecía al padre de uno de mis seguidores. Cuando
publiqué un post sobre el próximo viaje y le pedí consejos, me envió
un mensaje de correo electrónico para ofrecerme la habitación gratis.
Me encanta tu blog, dijo, y me encanta leer sobre tu amigo
particular, que es como llamo a Alex cuando lo menciono. La
mayoría de las veces intento dejarlo fuera, porque él, al igual que la
Posada de la Garza Azul, no es algo que quiera compartir con miles
de personas, pero a veces las cosas que dice son demasiado
divertidas para dejarlas fuera. Al parecer, se ha colado más de lo
que yo creía.
Decidí esforzarme más para mantenerlo al margen, pero
acepté la habitación, por el dinero. Además, el hotel tiene
aparcamiento gratuito para los huéspedes, lo que, en San Francisco,
equivale a que un hotel regale trasplantes de riñón.
Dejamos nuestras maletas tan pronto como llegamos a la
ciudad, luego nos dirigimos afuera de nuevo para aprovechar al
máximo nuestro único día en el centro de San Francisco. Dejamos el
auto y cogimos un taxi.
Primero caminamos por el puente Golden Gate, que era
increíble, pero también más frío de lo que esperaba y con tanto
viento que no podíamos oírnos. Durante unos diez minutos, fingimos
tener una conversación, agitando los brazos de forma exagerada y
gritándonos cosas sin sentido mientras caminábamos por la pasarela
atestada de gente.
Me hizo pensar en aquel viaje en taxi acuático en Vancouver, en
cómo Buck, no dejaba de gesticular vagamente, hablando a un ritmo
fácil como uno de esos ortodontistas que no pueden dejar de hacerte
preguntas abiertas mientras tienen las manos en tu boca.
Por suerte, el tiempo había decidido ser soleado; de lo
contrario, probablemente habríamos tenido hipotermia en el puente.
Nos detuvimos a mitad de camino y fingí que me subía a la
barandilla. Alex hizo su característica mueca y negó con la cabeza.
Me cogió de las manos y me apartó de la barandilla, acercándose
para que pudiera oírle por encima del viento cuando dijo contra mi
oído: —Eso me hace sentir que voy a tener diarrea.
Rompí a reír y seguimos caminando, él por el interior y yo más
cerca a la barandilla, resistiendo un poderoso impulso de seguir
metiéndome con él. Probablemente me caería accidentalmente y no
sólo moriría, sino que traumatizaría al pobre Alex Nilsen, y eso era lo
último que quería.
Al final del puente, había un restaurante, el Round House Café,
un edificio redondo con ventanas. Nos metimos dentro para tomar un
café mientras dejábamos que nuestros oídos dejaran de pitar por el
viento.
Había docenas de librerías y tiendas vintage en San Francisco,
pero decidimos que con dos de cada una sería suficiente.
Primero cogimos un taxi para ir a City Lights, una librería y
editorial que había existido desde el apogeo de la era beatnik.
Ninguno de los dos era un gran aficionado a los ritmos, pero la tienda
era exactamente el tipo de tienda antigua y sinuosa para la que Alex
vivía. De ahí pasamos a una tienda llamada Second Chance Vintage,
donde encontré un bolso de lentejuelas de los años cuarenta por
dieciocho dólares.
Después de eso, habíamos planeado ir al Booksmith, cerca de
HaightAshbury, pero para entonces, el gran desayuno inglés del Blue
Heron Inn había desaparecido y el café de Round House nos hacía
sentir un poco nerviosos.
—Supongo que tendremos que volver —le dije a Alex mientras
salíamos de la tienda en busca de la cena.
—Supongo que sí —estuvo de acuerdo—. Quizá para nuestro
quincuagésimo aniversario.
Me sonrió, y mi corazón se hinchó hasta sentirse tan grande y
ligero que mi cuerpo podría flotar. —Para que lo sepas. —dije—. Me
casaría contigo de nuevo, Alex Nilsen.
Su cabeza se inclinó hacia un lado. Puso cara de cachorro
triste. —¿Es porque quieres más vino gratis?
Era difícil elegir un restaurante en una ciudad con tanta oferta,
pero estábamos demasiado hambrientos como para estudiar la lista
que había compilado, así que fuimos a lo clásico.
Farallon no es un lugar barato, pero en el segundo día de cata
de vinos, cuando los dos estábamos achispados, Alex había pedido
otra copa al grito de ¡Cuando en Roma! y, desde entonces, cada vez
que uno de nosotros había dudado en comprar algo, el otro había
insistido: ¡Cuando en Roma!
Hasta ahora, esto se había limitado principalmente a enormes
conos de helado y libros de bolsillo usados, y mucho vino.
Pero Farallon es precioso, y un alimento básico de San
Francisco, y si íbamos a gastar mucho dinero, era mejor que fuera
allí. En cuanto entramos en el edificio, con sus techos opulentos y
redondeados, sus lámparas doradas y sus cabinas con bordes
dorados, dije: —No me arrepiento —y obligué a Alex a chocar los
cinco.
—Chocar los cinco hace sentir que mis entrañas tienen hiedra
venenosa —murmuró.
—Mejor quitar eso de en medio en caso de que estés a punto
de descubrir que eres alérgico al marisco.
Estaba tan embelesada por la decoración exagerada que me
tropecé tres veces de camino a la mesa. Era como estar en el
castillo de La Sirenita, pero sin animación y con todo el mundo
vestido.
Cuando nuestro camarero nos dejó nuestros menús, Alex hizo
esa cosa de hombre viejo, en la que lo abre y se echa hacia atrás
por los precios con los ojos abiertos, como un caballo asustado.
—¿En serio? —Dije—. ¿Tan malo es?
—Depende. ¿Quieres más de media onza de caviar?
No era el tipo de precio que la clase media alta de Linfield
evitaría, pero para nosotros, sí, era caro.
Compartimos un plato para dos personas de ostras, cangrejo y
camarones junto con un cóctel.
Nuestro camarero nos odiaba.
Cuando nos fuimos, pasamos por delante de él, y me pareció
oír a Alex decir en voz baja: —Lo siento, señor.
Fuimos directamente a una pizzería y devoramos una gran pizza
de queso entre los dos.
—Comí demasiado, —dijo Alex mientras caminábamos por la
calle después—. Fue como si una especie de demonio del Medio
Oeste me hubiera poseído mientras estaba sentado en ese
restaurante y salía ese pequeño plato. Podía oír a mi padre en mi
cabeza diciendo: 'Eso sí que no es económico'.
—Lo sé. —Estuve de acuerdo—. A mitad de camino, estaba
como, sácame de aquí, necesito ir a un Costco y comprar una bolsa
de fideos de cinco dólares que podría alimentar a una familia durante
semanas.
—Creo que soy malo para las vacaciones —dijo Alex—. Todo
esto de vivir a lo grande me hace sentir culpable.
—No eres malo en las vacaciones —argumenté—. Y casi todo
te hace sentir culpable, así que no le eches la culpa a lo de vivir a lo
grande.
—Touché —estuvo de acuerdo—. Pero, aun así.
Probablemente te habrías divertido más si hubieras hecho este viaje
con Julián. —No lo dijo como una pregunta, pero por la forma en que
sus ojos se dirigieron a mí, y luego de vuelta a la acera delante de
nosotros, puedo decir que era una.
—Pensé en invitarlo —admití.
—¿Sí? —Alex sacó una mano del bolsillo y se alisó el cabello.
Por alguna razón, las luces de la calle que pasaban por encima
de él en la acera oscura le hacían parecer más alto. Incluso
encorvado, sobresalía por encima de mí. Supongo que siempre lo
hacía. Sólo que no siempre me daba cuenta porque a menudo se
ponía a mi nivel o me subía al suyo.
—Sí —Pasé mi brazo por su codo—. Pero me alegro de no
haberlo hecho. Me alegro de que estemos solos.
Me miró por encima del hombro y redujo la velocidad. Yo frené
a su lado. —¿Vas a terminar con él?
La pregunta me pilló desprevenida. La forma en que me miraba,
con las cejas apretadas y la boca pequeña, también me pilló
desprevenida. Mi corazón tropezó con su siguiente latido.
Sí, pensé de inmediato, sin ninguna consideración.
—No lo sé —dije—. Tal vez.
Seguimos caminando. Más adelante nos topamos con un bar
con temática de Hemingway. Eso puede parecer bastante ambiguo
como tema, pero lo lograron con su elegante madera oscura y la luz
ámbar y las redes de pesca (no las medias, las redes reales para los
peces) suspendidas del techo. Todas las bebidas eran cócteles de
ron, con nombres de libros y cuentos de Hemingway, y durante las
dos horas siguientes, Alex y yo nos tomamos tres cada uno, además
de un chupito. Yo no paraba de decir —¡Estamos de celebración!
¡Vamos, Alex! —pero en realidad, sentía que había algo que estaba
tratando de olvidar.
Y ahora, mientras volvemos a la habitación del hotel, se me
ocurre que no recuerdo lo que estaba tratando de olvidar, así que
supongo que funcionó.
Me quito los zapatos y me tumbo en la cama más cercana
mientras Alex desaparece en el baño y vuelve con dos vasos de
agua.
—Bébete esto —dice. Gruño y trato de apartar su mano—.
Poppy —dice con más firmeza, y me incorporo con brío y acepto el
vaso de agua. Se sienta en la cama a mi lado hasta que he vaciado
el vaso y luego vuelve a llenar los dos.
No estoy segura de cuántas veces lo hace. Todo lo que sé es
que, al final, deja los vasos a un lado y empieza a levantarse, y
desde mi estado de medio sueño y plena embriaguez, le cojo el
brazo y le digo: —No te vayas.
Se acomoda de nuevo en la cama y se tumba a mi lado. Me
duermo acurrucada contra su costado y, cuando me despierto a la
mañana siguiente al sonar mi alarma, él ya está en la ducha.
La humillación por haberle hecho dormir a mi lado es
instantánea y ardiente. En ese momento sé que no puedo romper
con Julián al llegar a casa. Tengo que esperar, lo suficiente para
estar segura de que no estoy confundida. Lo suficiente para que Alex
no piense que los dos eventos están conectados.
No lo están, creo. Estoy bastante segura de que no lo están.
16
Este Verano

Encuentro una farmacia de veinticuatro horas en Palm Springs y


conduzco hacia ella a través de los primeros y suaves rayos del sol.
Después, vuelvo al apartamento antes de que la mayoría de las otras
tiendas hayan abierto. Para entonces, el aparcamiento del Desert
Rose ha empezado a hornearse de nuevo, y las frías horas de antes
del amanecer se reducen a un recuerdo lejano mientras subo las
escaleras, cargada con las bolsas de la compra.
—¿Cómo te va? —le pregunto a Alex mientras cierro la puerta
tras de mí.
—Mejor. —Se esfuerza por sonreír—. Gracias.
Mentira. El dolor está escrito en su cara. Es peor para ocultar
eso que sus emociones. Pongo las dos bolsas de hielo que compré
en el congelador, luego voy a la cama y conecto la almohadilla
térmica. —Inclínate hacia delante —le digo y Alex se mueve lo
suficiente como para que pueda deslizar la almohadilla por la pila de
almohadas y colocársela en la mitad de la espalda. Le toco el
hombro y le ayudo a frenar su descenso mientras se inclina hacia
atrás. Su piel está muy caliente. Estoy segura de que la almohadilla
térmica no será cómoda, pero espero que sirva para calentar el
músculo hasta que se relaje.
En media hora, cambiaremos a la bolsa de hielo para intentar
bajar la inflamación.
Puede que haya leído sobre los espasmos de espalda en los
silenciosos pasillos iluminados con fluorescentes de la farmacia.
—También tengo un poco de Icy Hot30 —digo—. ¿Ayudó eso
alguna vez?
—Tal vez —dice.
—Bueno, vale la pena intentarlo. Supongo que debería haber
pensado en eso antes de que te recostaras y te pusieras cómodo de
nuevo.
—Está bien —dice, haciendo una mueca de dolor—. Nunca me
pongo cómodo cuando esto sucede. Espero a que la medicina me
deje inconsciente y, cuando me despierto, ya me siento mucho mejor.
Me deslizo por el borde de la cama y recojo el resto de las
bolsas para llevárselas. —¿Cuánto tiempo dura?
—Normalmente sólo un día si me quedo quieto —dice—.
Tendré que tener cuidado mañana, pero podré moverme. Deberías ir
a hacer algo que sabes que odiaría. —Fuerza otra sonrisa.
Ignoro el comentario y busco en la bolsa hasta encontrar el Icy
Hot. — ¿Necesitas ayuda para inclinarte hacia delante otra vez?
—No, estoy bien. —Pero la cara que pone sugiere lo contrario,
así que me muevo a su lado, cojo sus hombros con las manos y le
ayudo a incorporarse lentamente.
—Me siento como si fueras mi enfermera ahora mismo —dice
amargamente.
—¿De una forma sexy y caliente? —Digo, tratando de aligerar
su estado de ánimo.
—En el sentido de un viejo triste que no puede cuidarse a sí
mismo —dice.
—Tienes una casa —le digo—. Apuesto a que incluso
arrancaste la alfombra del baño.
—Lo hice —asiente.
—Está claro que puedes cuidar de ti mismo —digo—. Ni
siquiera puedo mantener viva una planta de interior.
—Eso es porque nunca estás en casa —dice.
Le quito la tapa al Icy Hot y me pongo un poco en los dedos. —
No creo que sea así. Tengo estas cosas resistentes, pothos, plantas
ZZ y plantas de serpiente (son, como, el tipo de plantas que se
meten en los centros comerciales sin luz durante meses y todavía no
se mueren. Luego se mudan a mi apartamento e inmediatamente
renuncian a la vida). Sujeto su caja torácica con una mano para no
empujarlo demasiado y con la otra, me acerco para masajear
cuidadosamente la crema en su espalda.
—¿Es ese el lugar correcto? —le pregunto.
—Un poco más arriba y a la izquierda. Mi izquierda.
—¿Aquí? —Lo miro y él asiente. Aparto la mirada y me
concentro en su espalda, con mis dedos haciendo suaves círculos
sobre el lugar.
—Odio que tengas que hacer esto —dice, y mis ojos se
desvían hacia los suyos, que están bajos y serios bajo una ceja
arrugada.
Siento que el corazón me atraviesa el pecho y se eleva de
nuevo. —Alex, ¿se te ha ocurrido alguna vez que podría gustarme
cuidar de ti? —Le digo—. Es decir, obviamente no me gusta que te
duela, y odio haberte dejado dormir en esa abominable silla, pero si
alguien va a tener que ser tu enfermera, me honra que sea yo.
Su boca se cierra, y ninguno de los dos dice nada durante unos
momentos.
Aparto las manos de él. —¿Tienes hambre?
—Estoy bien —dice.
—Pues qué pena. —Voy a la cocina y me enjuago los restos de
Icy Hot de mis manos, cojo un par de vasos, los lleno de hielo, luego
vuelvo a la cama y dispongo las bolsas de la compra restantes en fila
—. Porque... —Saco una caja de donas con una floritura, como un
mago que saca un conejo de un sombrero. Alex pone cara de duda.
No le gusta mucho el azúcar. Creo que en parte por eso huele
tan bien, incluso la limpieza obsesiva, su aliento y el olor del cuerpo
es siempre algo bueno y estoy adivinando que es porque él no come
como un niño de diez años. O como un Wright.
—Y para ti —digo, y tiro los vasos de yogur, la caja de granola
y mezcla de bayas, junto con una botella de cerveza fría. En el
apartamento hace demasiado calor para el café de goteo.
—Vaya —dice, sonriendo—. Eres un verdadero héroe.
—Lo sé —digo—. Quiero decir, gracias.
Nos sentamos y nos damos un festín, al estilo picnic, en la
cama. Yo como sobre todo donas y unos pocos bocados del yogur
de Alex. Él come sobre todo yogur, pero también devora la mitad de
una dona de fresa. —Nunca como estas cosas —dice.
—Lo sé. —digo yo.
—Está muy buena —dice.
—Me habla. —digo, pero si capta la referencia a ese primer
viaje que hicimos juntos, lo ignora, y mi corazón se hunde.
Es posible que todos esos pequeños momentos que significaron
tanto para mí nunca hayan significado lo mismo para él. Es posible
que no se haya acercado a mí durante dos años completos porque,
cuando dejamos de hablarnos, no perdió algo valioso como yo.
Nos quedan cinco días más de viaje, contando hoy aunque hoy
y mañana son nuestros últimos días libres de eventos de boda, y
ahora mismo temo algo más grande que la incomodidad.
Pienso en el desamor. La versión completa de esta cosa que
estoy sintiendo ahora mismo, pero extendiéndose durante días sin
alivio o escape. Cinco días fingiendo que me siento bien, mientras en
mi interior algo se va desgarrando en trozos cada vez más pequeños
hasta que no quedan más que retazos.
Alex deja su cerveza fría en la mesa auxiliar y me mira. —
Realmente deberías salir.
—No quiero —digo.
—Claro que quieres —dice él—. Este es tu viaje, Poppy. Y sé
que no has conseguido todo lo que necesitas para tu artículo.
—El artículo puede esperar.
Su cabeza se inclina insegura. —Por favor, Poppy —dice—. Me
sentiré fatal si te quedas encerrada conmigo todo el día.
Quiero decirle que me sentiré fatal si me voy. Quiero decir, que
todo lo que quería para este viaje era estar en cualquier sitio con él
todo el día o a quién le importa ver Palm Springs cuando hace cien
grados o Te quiero tanto que a veces me duele. En lugar de eso,
digo –De acuerdo.
Entonces me levanto y voy al baño a prepararme. Antes de
irme, le traigo a Alex una bolsa de hielo y cambio la almohadilla
térmica. —¿Vas a ser capaz de hacer esto por ti mismo? —le
pregunto.
—Sólo voy a dormir cuando te vayas —dice—. Estaré bien sin
ti, Poppy.
Eso es lo último que quiero oír.

Sin ofender al Museo de Arte de Palm Springs, pero realmente


no me importa. Tal vez podría en otras circunstancias, pero en estas
circunstancias, está claro para mí y para todos los que trabajan aquí
que sólo estoy perdiendo el tiempo. Nunca he sabido realmente
cómo mirar el arte sin alguien otra persona para ser mi guía.
Mi primer novio, Julián, solía decir: O sientes algo o no lo
sientes, pero nunca me llevaba al Moma o al Met (cuando
tomábamos el autobús nocturno a Nueva York nos los saltábamos
por completo) o incluso al Cincinnati Art Museum; me llevaba a
galerías de bricolaje donde los artistas desnudos en el suelo con sus
entrepiernas cubiertas de alquitrán y plumas mientras grabaciones de
audio del comedor del P.F. Chang's sonaban a todo volumen.
Era más fácil "sentir algo" en esos contextos. Vergüenza,
repugnancia, ansiedad, diversión. Había tanto que podías sentir de
algo tan exagerado, y los detalles más pequeños podían inclinarte
hacia un lado u otro.
Pero la mayoría de las artes visuales no provocan una reacción
intensa en mí, y nunca estoy segura de cuánto tiempo debo
permanecer frente a un cuadro, o qué cara debo poner, o cómo
saber si he elegido el más aburrido del lote y todos los docentes me
están juzgando en silencio.
Estoy bastante segura de que no estoy pasando la cantidad
adecuada de tiempo mirando el arte, porque termino de recorrerlo en
menos de una hora. Todo lo que quiero hacer es volver al
apartamento, pero no si Alex quiere específicamente que no lo haga.
Así que doy una segunda vuelta. Y luego una tercera. Esta vez
leo todos los carteles. Recojo los folletos en la recepción y me los
llevo para tener algo más que estudiar intensamente. Un docente
calvo con la piel fina como el papel me mira mal.
Seguramente piensa que estoy de incógnita. Por todo el tiempo
que he pasado aquí, bien podría haberlo hecho. Dos pájaros de un
tiro, etc.
Finalmente, acepto que he agotado mi bienvenida, y me dirijo a
Palm Canyon Drive, donde se supone que hay algunas increíbles
tiendas de antigüedades.
Y las hay. Galerías y salas de exposición y tiendas de
antigüedades, todas alineadas en una hilera ordenada, salpicada de
brillantes estallidos de colores modernistas de mediados de siglo,
azules de huevo de petirrojo, naranjas brillantes y verdes agrios,
vibrantes lámparas de color amarillo mostaza que parecen casi
ilustradas y sofás con motivos Sputnik y elaboradas lámparas de
metal con radios que sobresalen en todas direcciones.
Es como si estuviera de vacaciones en la imagen del futuro de
los años 60.
Es suficiente para mantener mi interés durante veinte minutos.
Entonces, finalmente, me atrevo a llamar a Rachel.
—Holaaaaa —grita al segundo timbre.
—¿Estás borracha? —le pregunto sorprendida.
—¿No? —dice ella—. ¿Y tú?
—Ojalá.
—Uh-oh —dice ella—. ¡Pensaba que no me respondías los
mensajes porque te lo estabas pasando genial!
—No te contesto porque nos estamos quedando en una caja de
zapatos de 1 metro que está a un trillón de grados y no tengo ni el
espacio ni la fortaleza mental para enviarte un mensaje detallado
sobre lo mal que va.
—Oh, cariño —suspira Rachel—. ¿Quieres venir a casa?
—No puedo —digo—. Hay una boda al final de esto,
¿recuerdas?
—Podrías —dice ella—. Podrías tener una 'emergencia'.
—No, está bien —digo—. No quiero ir a casa, sólo quiero que
las cosas vayan mejor.
—Apuesto a que estás deseando estar en Santorini ahora
mismo —dice.
—Más que nada deseo que Alex no esté acostado en la
habitación con un espasmo en la espalda.
—¿Qué? —Dice Rachel—. ¿Alex, joven, en forma y con un
cuerpo de piedra?
—Lo mismo. Y no me deja hacer nada para ayudarle, de
verdad. Me ha echado y hoy he ido al museo de arte cuatro veces.
—¿Cuatro... veces? —dice ella.
—Quiero decir —digo—. No me fui y volví. Me siento como si
hubiera hecho cuatro excursiones completas de séptimo grado
seguidas. Pregúntame cualquier cosa sobre Edward Ruscha.
—¡Oh! —Dice Rachel—. ¿Cuál era su seudónimo cuando
trabajaba en la revista Artforum en maquetación?
—Bien, no me preguntes nada —digo—. Resulta que en
realidad no leí el panfleto que estuve mirando todo ese tiempo.
—Eddie Rusia —suelta Rachel la Escuela de Arte—. No
recuerdo en absoluto por qué. Quiero decir, obviamente sólo suena
como su nombre, pero por qué no usar tu nombre real en ese caso,
¿sabes?
—Totalmente —coincido, y empiezo a regresar al auto. El sudor
se acumula en mis axilas y en la parte posterior de mis rodillas, y
siento que me estoy quemando con el sol incluso estando de pie bajo
el toldo de esta cafetería—. ¿Debería empezar a escribir bajo el
nombre de Pop Right, sin la W?
—O convertirte en un DJ de los noventa —dice Rachel con
rotundidad—. DJ Pop-Right.
—De todos modos —digo—. ¿Cómo estás? ¿Cómo está Nueva
York? ¿Cómo están los perros?
—Bien —dice—. Con calor y bien. Otis tuvo una cirugía menor
esta mañana. Extirpación de un tumor benigno, gracias a Dios. Estoy
en mi camino a recogerlo ahora.
—Dale besos de mi parte.
—Obviamente —dice—. Estoy casi en el veterinario, así que
debería ir, pero avísame si necesitas que me lesione o lo que sea
para que puedas volver a casa antes.
Suspiro. —Gracias. Y tú avísame si necesitas algunos muebles
caros.
—Um. Claro.
Colgamos y miro la hora. He conseguido llegar a las cuatro
treinta de la tarde. Creo que eso significa que es lo suficientemente
tarde para recoger los sándwiches y volver al Desert Rose.
Cuando entro, la puerta del balcón está cerrada contra el calor
del día, pero el apartamento sigue estando asquerosamente
caluroso. Alex se ha vuelto a poner una camiseta gris y está sentado
donde lo dejé con su libro abierto y dos más puestos en el colchón a
su lado.
—Hola —dice—. ¿Lo has pasado bien?
—Sí —miento. Inclino la barbilla hacia la puerta—. Te has
levantado y andado por ahí.
Su boca se tuerce en un ceño culpable. —Sólo un poco. Tenía
que orinar de todos modos, y tomar otra pastilla.
Me subo a la cama y pongo la bolsa de sándwiches entre
nosotros, metiendo las piernas debajo de mí. —¿Cómo te sientes?
—Mucho mejor —dice—. Quiero decir, todavía estoy atrapado
aquí, pero me duele menos.
—Bien. Te he traído un sándwich. —Volteo la bolsa de plástico
y el sándwich envuelto en papel se desliza fuera de ella.
Él coge el suyo y sonríe ligeramente mientras lo desenvuelve.
—¿Un Reuben?
—Sé que no es lo mismo que robárselo a Delallo —digo—.
Pero si quieres, lo pondré en la nevera y me iré al baño el tiempo
suficiente para que cojees y lo agarres.
—Está bien —dice—. En mi corazón, es robado a Delallo, y
algunos dirían que eso es lo que realmente importa.
—Estamos aprendiendo muchas lecciones importantes en este
viaje —digo—. P.D., le dejé a Nikolai un mensaje de voz de camino a
casa sobre la situación del aire. Estoy segura de que está filtrando
mis llamadas.
—¡Oh! —dice Alex, iluminándose—. ¡Olvidé decírtelo! Lo tengo
a setenta y ocho.
—¿En serio? —Salto de la cama y voy a comprobarlo—. ¡Es
increíble, Alex!
Se ríe. —Eso es algo patético para celebrar.
—El tema de este viaje es "tomar todo lo que podamos
obtener”. —digo mientras me vuelvo a sentar a su lado.
—Yo creía que era Aspirar —dice Alex.
—Aspirar a llegar a los setenta y cinco grados.
—Aspirar a entrar en la piscina en algún momento.
—Aspirar a salirse con la suya en el asesinato de Nikolai.
—Aspirar a salir de la cama.
—Pobre —me quejo—. Atrapado en la cama con un libro “tu
infierno personal”, mientras te froto mentol en la espalda y te entrego
en mano tu desayuno y almuerzo ideal.
Alex pone cara de cachorro regañado.
—¡Injusto! —digo—. ¡Sabes que no puedo usar la autodefensa
contra ti ahora mismo!
—De acuerdo —dice—. Pararé hasta que te sientas cómoda
causándome daño corporal de nuevo.
—¿Cuándo empezó a pasar esto? —Pregunto.
—No lo sé —dice—. Supongo que un par de meses después de
Croacia.
La palabra aterriza como un fuego artificial en medio de mi
pecho. Intento mantener mi rostro plácido, pero no tengo ni idea de
cómo me va. Él, por su parte, no muestra ningún signo de
incomodidad. —¿Sabes por qué? —me recupero.
—Me jode mucho... —dice—. Sobre todo, cuando estoy
leyendo o en mi ordenador. Un masajista me dijo que probablemente
mis músculos de la cadera se estaban acortando, tirando de mi
espalda. No lo sé. Mi médico se limitó a recetarme relajantes
musculares y se fue antes de que se me ocurriera alguna pregunta.
—¿Y eso pasa a menudo? —Le digo.
—No mucho —dice—. Esta es la cuarta o quinta vez. Ocurre
menos cuando hago ejercicio regularmente. Supongo que sentarse
en el avión, en el auto y todo eso... y luego la silla-cama.
—Tiene sentido.
Después de un momento, pregunta —¿Estás bien?
—Supongo que sólo... —Me detengo, sin saber cuánto quiero
decir—. Siento que me he perdido muchas cosas.
Su cabeza se inclina hacia atrás contra las almohadas y sus
ojos recorren mi cara. —Yo también.
Una carcajada a medias sale de mí. —No, no lo haces. Mi vida
es exactamente Igual.
—Eso no es cierto —dice—. Te has cortado el cabello.
Esta vez, la risa es más genuina, y una sonrisa contenida se
curva en sus los labios. —Sí, bueno —digo, luchando contra un rubor
cuando siento su mirada pasar por mi hombro desnudo, bajando por
la longitud de mi brazo hasta donde mi mano se apoya en la cama
cerca de su rodilla—. No he conseguido una casa ni he comprado mi
propio lavavajillas ni nada. Dudo que alguna vez pueda hacerlo.
Su ceja se arquea y sus ojos se vuelven a fijar en mi cara. —No
quieres —dice en voz baja.
—Sí, probablemente tengas razón —digo, pero sinceramente
no estoy segura. Ese es el problema. No he querido las cosas que
solía querer, las cosas que quería cuando tomé casi todas las
decisiones importantes de mi vida. Todavía estoy pagando los
préstamos estudiantiles por un título que no terminé, y aunque me
ahorré otro año y medio de matrícula, últimamente me encuentro
preguntándome si fue la elección correcta.
Hui de Linfield. Hui de la Universidad de Chicago, y si soy
honesta, hui de Alex cuando todo sucedió. Él también huyó de mí,
pero no puedo echarle toda la culpa.
Estaba aterrorizada. Hui. Y dejé que fuera él quien lo arreglara.
—¿Recuerdas cuando fuimos a San Francisco y decíamos
"cuando en Roma" cada vez que queríamos comprar algo? —le
pregunto.
—Quizá —dice, sonando inseguro. Supongo que mi expresión
debe ser algo parecido a la de aplastada, porque añade
disculpándose—: No tengo una gran memoria.
—Sí. —digo—. Eso tiene sentido.
Tose. —¿Quieres ver algo, o vas a volver a salir?
—No —digo—. Vamos a ver algo. Si vuelvo al Museo de Arte
de Palm Springs, creo que el FBI me estará esperando.
—¿Por qué, has robado algo de valor incalculable? —pregunta
Alex.
—No lo sabré hasta que lo tasen —bromeo—. Con suerte, el tal
Claude Moan-ay resulta ser algo importante.
Alex se ríe y sacude la cabeza, e incluso ese pequeño gesto
parece costarle una descarga de dolor. —Mierda —dice—. Tienes
que dejar de hacerme reír.
—Tienes que dejar de asumir que estoy bromeando cuando
hablo de robar museos de arte.
Cierra los ojos y presiona su boca en una línea recta,
sofocando cualquier otra risa. Después de un segundo, abre los ojos.
—Vale, voy a ir a orinar, espero que sea la última vez por hoy y
también voy a tomarme otra pastilla. Puedes agarrar mi portátil del
bolso y poner Netflix, si quieres. —Se gira con precaución, pone los
pies en el suelo y se levanta.
—Entendido —digo—. ¿Y quieres que deje las revistas de
desnudos ahí o que las saque también?
—Poppy —gime sin mirar atrás—. No bromeo.
Me levanto de la cama y tiro la bolsa del portátil de Alex en la
silla mientras busco y lo llevo de vuelta a la cama, abriéndolo sobre
la marcha.
No lo ha apagado, y cuando rozo la alfombrilla del ratón, la
pantalla se enciende y me pide que me conecte. —¿Contraseña? —
grito hacia el baño.
—Flannery O'Connor —responde, tira de la cadena y abre el
grifo.
No pregunto por los espacios, las mayúsculas o la puntuación.
Alex es un purista. Lo tecleo y la pantalla de inicio de sesión
desaparece, sustituida por un navegador web abierto. Antes de
darme cuenta, estoy fisgoneando sin querer.
Mi corazón se acelera.
El agua se cierra. La puerta se abre. Alex sale, y aunque sería
mejor fingir que no he visto el anuncio de empleo que Alex ha sacado,
algo se apodera de mí, arranca la parte de mi cerebro que al menos
de vez en cuando filtra las cosas que no debería decir.
—¿Estás solicitando una plaza de profesor en Berkeley Carroll?
La confusión en su rostro se transforma rápidamente en algo
parecido a la culpa. —Ah, eso.
—Eso es en Nueva York —digo.
—Así lo sugería la página web —dice Alex.
—La ciudad de Nueva York —aclaro.
—Espera, ¿ese Nueva York? —exclama.
—¿Te vas a mudar a Nueva York? —Digo, y estoy segura de
que estoy hablando fuerte, pero la adrenalina me hace sentir como si
todo el mundo estuviera relleno de algodón, reduciendo el sonido a
un zumbido sordo.
—Probablemente no —dice—. Acabo de ver el anuncio.
—Pero te encantaría Nueva York —digo—. Quiero decir, piensa
en las librerías.
Ahora esboza una sonrisa que parece divertida y triste a la vez.
Vuelve a acercarse a la cama y se baja lentamente junto a mí. —No
sé —dice—. Sólo estaba mirando.
—No te voy a molestar —le digo—. Si te preocupa que
aparezca en tu puerta cada vez que tenga una crisis, te prometo que
no lo haré.
Su ceja se levanta escéptica. —Y si descubres que tengo un
espasmo en la espalda, ¿irrumpirás en mi apartamento con donas y
Icy Hot?
—¿No? —Digo, levantando el tono con culpabilidad. Su sonrisa
se amplía, pero aún así, hay algo vagamente triste en ella—. ¿Qué
pasa?
Me sostiene la mirada durante un rato, como si estuviéramos
atrapados en un juego de gallinas. Luego suspira y se pasa una
mano por la cara. —No lo sé —dice—. Hay algunas cosas que
todavía estoy tratando de resolver en Linfield. Antes de tomar una
decisión así.
—¿La casa? —Supongo.
—Eso es parte de ello —dice—. Me encanta esa casa. No sé si
podría soportar venderla.
—¡Podrías alquilarla! —Sugiero, y Alex me mira—. Ya. Eres
demasiado nervioso para ser casero.
—Creo que quieres decir que todos los demás son demasiado
flojos para ser inquilinos.
—Podrías alquilársela a uno de tus hermanos —digo—. O
puedes quedártela. Quiero decir, tu abuela era la dueña, ¿no?
¿Debes algo?
—Sólo los impuestos sobre la propiedad. —Me quita el
ordenador y sale del puesto de trabajo—. Pero no es sólo la casa. Y
tampoco es sólo por mi padre y mis hermanos. —añade al ver que
mi boca se abre—. Es decir, obviamente echaría mucho de menos a
mis sobrinos. Pero hay otras cosas que me retienen allí. O, no sé,
puede que las haya. Estoy como... esperando a ver qué pasa.
—Oh —digo, dándome cuenta—. Así que, como... una mujer.
Vuelve a sostenerme la mirada, como si me retara a insistir en
el asunto. Pero no pestañeo, y él es el primero en decir algo. —No
tenemos que hablar de esto.
—Oh. —Y ahora toda esa energía excitada y vibrante parece
congelarse, hundiéndose en mi estómago—. Así que es Sarah. Van a
volver a estar juntos.
Agacha la cabeza, se frota la frente. —No lo sé.
—¿Ella quiere? —Le digo—. ¿O tú?
—No lo sé. —vuelve a decir.
—Alex.
—No hagas eso. —Levanta la vista—. No me regañes. Está
realmente sombrío ahí fuera, en cuanto a las citas, y Sarah y yo
tenemos mucha historia.
—Sí, una historia sórdida —digo—. Hay una razón por la que
rompieron. Dos veces.
—Y una razón por la que salimos. —responde—. No todo el
mundo puede no mirar hacia atrás como tú.
—¿Qué se supone que significa eso? —Exijo.
—Nada —dice rápidamente—. Simplemente somos diferentes.
—Sé que somos diferentes —digo, a la defensiva—. También
sé que es sombrío ahí fuera. Yo también estoy soltera, Alex. Soy
miembro del grupo de apoyo a las fotos de pollas no solicitadas. No
significa que esté corriendo para volver con uno de mis ex.
—Es diferente —insiste.
—¿Cómo? —Le respondo bruscamente.
—Porque tú no quieres lo mismo que yo —dice, medio gritando,
posiblemente lo más alto que le he oído hablar, y aunque su voz no
es de enfado, es definitivamente de frustración.
Cuando me alejo de él, veo que se desinfla un poco,
avergonzado.
Continúa, tranquilo y controlado una vez más. —Quiero todo lo
que tienen mis hermanos —dice—. Quiero casarme y tener hijos y
nietos y hacerme jodidamente viejo con mi mujer, y vivir en nuestra
casa durante tanto tiempo que huela a nosotros. Quiero elegir los
putos muebles y los colores de la pintura y hacer todas esas cosas
de Linfield que te parecen tan insoportables, ¿vale? Eso es lo que
quiero. Y no quiero esperar. Nadie sabe cuánto tiempo tiene, y no
quiero que pasen diez años más y descubrir que tengo un puto
cáncer de polla o algo así y que sea demasiado tarde para mí. Esas
cosas son las que me importan.
El fuego que le quedaba se apaga, pero yo sigo temblando de
nervios, de dolor y de vergüenza, y sobre todo de rabia conmigo
misma por no haber entendido lo que pasaba cada vez que defendía
nuestra ciudad natal de Podunk, o cambiaba el tema de Sarah, o
cualquier otra cosa.
—Alex —digo, al borde de las lágrimas. Sacudo la cabeza,
tratando de despejar las nubes de la tormenta de emoción que se
acumula—. No creo que esas cosas sean insoportables. No creo que
nada de eso sea insoportable.
Sus ojos se levantan pesadamente hacia los míos y se alejan
de nuevo. Con cuidado de no golpearlo, me acerco y atraigo su mano
hacia la mía, cruzo mis dedos entre los suyos. —¿Alex?
Me mira. —Lo siento —murmura—. Lo siento, Poppy.
Sacudo la cabeza. —Me encanta la casa de Betty —digo—. Y
me encanta pensar en que la tienes, y por mucho que odie la
escuela, me encanta pensar en que enseñas allí y en lo afortunados
que son esos niños. Y me encanta lo buen hermano e hijo que eres,
y... —Las palabras se me atascan en la garganta y tengo que
balbucear el resto de ellas—. Y no quiero que te cases con Sarah,
porque ella te da por sentado. Si no fuera así, nunca habría roto
contigo. Y sinceramente, aparte de eso, no quiero que te cases con
ella, porque nunca le he gustado, y si te casas con ella... —Me
detengo antes de empezar a sollozar.
Si te casas con ella, pienso, te perderé para siempre.
Y entonces, probablemente no importa con quién te cases,
tendré que perderte para siempre.
—Sé que eso es muy egoísta —digo—. Pero no es sólo eso.
Realmente creo que puedes hacerlo mejor. Sarah será genial para
alguien, pero no para ti. No le gusta el karaoke, Alex.
Esta última parte sale patéticamente llorosa, y mientras me
mira, se esfuerza por ocultar la sonrisa que le tira de la boca. Libera
su mano de la mía y me rodea con su brazo, apretándome
ligeramente contra él, pero no me dejo hundir en él como quisiera por
miedo a hacerle daño.
Esta lesión, aunque es miserable para él, en realidad está
resultando ser un buen amortiguador porque en todas las partes que
nos estamos tocando ha empezado a zumbar, como si mis nervios
estuvieran buscando más de él. Me da un beso en la parte superior
de la cabeza, y siento como si alguien hubiera roto un huevo allí, algo
cálido y sensual goteando sobre mí.
Empujo hacia abajo los recuerdos nebulosos de todo lo que esa
boca hizo en Croacia.
—No estoy seguro de que pueda hacerlo mejor —dice Alex,
sacándome de una escena de vergüenza—. Cuando abro Tinder, sólo
me muestra el dedo del medio.
—¿En serio? —Me incorporo—. ¿Tienes una cuenta de Tinder?
Pone los ojos en blanco. —Sí, Poppy. El abuelo tiene Tinder.
—Déjame verlo.
Sus orejas se ponen rojas. —No, gracias. No estoy de humor
para ser brutalmente agredido.
—Puedo ayudarte, Alex —digo—. Soy una mujer heterosexual.
Sé cómo se reciben los perfiles de Tinder de los hombres. Puedo
averiguar qué estás haciendo mal.
—Lo que estoy haciendo mal es tratar de encontrar una
conexión significativa en una aplicación de citas.
—Bueno, obviamente —digo—. Pero veamos qué más.
Suspira. —Bien. —Saca su teléfono del bolsillo y me lo entrega
—. Pero ten cuidado conmigo, Poppy. Estoy frágil ahora mismo.
Y entonces pone la cara.
17
Hace Siete Veranos
New Orleans
Alex siente curiosidad por la arquitectura, todos esos viejos
edificios de color crayola con sus balcones de hierro forjado y los
árboles que se retuercen a través de las aceras, con raíces que se
extienden por metros en todas direcciones, rompiendo el cemento
como si nada. Los árboles lo preceden y lo sobrevivirán.
Me entusiasma el alcohol en forma de granizado y las tiendas
sobrenaturales kitsch.
Por suerte, no hay escasez de nada de eso.
Estoy encantada de encontrar un gran estudio no muy lejos de
Bourbon Street. Los suelos están teñidos de oscuro, los muebles son
de madera pesada y en las paredes de ladrillo visto cuelgan
coloridos cuadros de músicos de jazz. Las camas son de aspecto
barato, al igual que la ropa de cama, pero son queen, y el lugar está
limpio, y el aire acondicionado es tan fuerte que tenemos que bajarle
la potencia para que cada vez que entremos después de un día de
calor, no nos castañeen los dientes.
Todo lo que hay que hacer en Nueva Orleans, es caminar,
comer, beber, mirar y escuchar. Esto es básicamente lo que
hacemos en cada viaje, pero el hecho queda subrayado aquí por los
cientos de restaurantes y bares que se encuentran hombro con
hombro en cada esbelta calle. Y los miles de personas que circulan
por la ciudad con vasos altos de neón y pajitas desparejadas. Cada
manzana, los olores de la ciudad cambian de frito y delicioso a
apestoso y podrido, la humedad atrapa las aguas residuales y las
pone en evidencia.
En comparación con la mayoría de las ciudades americanas,
todo parece tan viejo que me imagino que estamos oliendo residuos
del 1700, lo que milagrosamente lo hace más soportable.
—Se siente como si estuviéramos caminando dentro de la boca
de alguien —dice Alex más de una vez sobre la humedad, y desde
entonces, cada vez que el olor llega, pienso en comida atrapada
entre muelas.
Pero el caso es que nunca dura. Una brisa lo despeja, o
pasamos por delante de otro restaurante con todas las puertas
abiertas, o doblamos la esquina y nos topamos con una hermosa
calle lateral en la que todos los balcones están llenos de flores
moradas.
Además, llevo cinco meses en Nueva York, y durante los dos
últimos meses de verano no es que mi parada de metro haya olido a
rosas. He visto a tres personas diferentes orinando en los escalones
del interior, y he visto a una de esas personas hacerlo por segunda
vez una semana después.
Me encanta Nueva York, pero, vagando por Nueva Orleans, me
pregunto si podría ser igual de feliz aquí. Si tal vez podría ser más
feliz. Si tal vez Alex me visitara más a menudo.
Hasta ahora ha visitado Nueva York una vez, unas semanas
después de que terminara su primer año de la escuela de posgrado.
Llevó un auto lleno de mis cosas desde la casa de mis padres hasta
mi apartamento en Brooklyn, y el último día de su viaje, comparamos
calendarios, hablamos de cuándo nos volveríamos a ver.
El viaje de verano, obviamente. Posiblemente (pero
probablemente no) el Día de Acción de Gracias. Navidad, si pudiera
conseguir tiempo libre en el restaurante donde trabajo. Pero todo el
mundo quiere estar libre en Navidad, así que propuse la idea de
Nochevieja y acordamos que lo haríamos más tarde.
Hasta ahora no hemos hablado de nada de eso en este viaje.
No he querido pensar en echar de menos a Alex mientras estoy con
él. Me parece un desperdicio.
—Si no hay nada más —bromeó—. Siempre nos quedará el
Viaje de Verano.
Tuve que decidir activamente ver eso como algo reconfortante.
Desde la mañana hasta horas después del anochecer,
deambulamos. Bourbon Street y Frenchmen, y Canal y Esplanade
(Alex está especialmente enamorado de las majestuosas casas
antiguas de esta calle, con sus rebosantes de flores y sus palmeras
bronceadas que se alzan junto a escarpados robles).
Comemos esponjosos beignets espolvoreados de azúcar en un
café al aire libre y pasamos horas recorriendo las chucherías que se
venden fuera del Mercado Francés (llaveros con cabezas de
cocodrilo y anillos de plata con piedras lunares), los panes recién
horneados y los productos locales refrigerados y los densos
pastelitos con kiwi y fresas y cerezas empapadas en bourbon y
pralinés (de todas las formas imaginables) que se venden en los
puestos del interior.
Bebemos Sazeracs, huracanes y daiquiris allá donde vamos,
porque seguir el tema importa, como dice Alex dramáticamente
cuando intento pedir un gin-tonic, y a partir de ahí, tenemos tanto
nuestro mantra como nuestros alter ego para la semana.
Gladys y Keith Vivant son una pareja poderosa de Broadway,
decidimos. Verdaderos artistas, hasta la médula, y como rezan sus
tatuajes a juego, ¡Todo el mundo es un escenario!
Comienzan todos los días con algunos ejercicios de actuación,
se adhieren a un tema para una semana entera, dejando que guíe
cada una de sus interacciones para poder habitar mejor el personaje.
Y el tema, por supuesto, es vital.
O podríamos decir, que es importante.
—¡El tema importa! —gritamos una y otra vez, pisando fuerte
cada vez que queremos que el otro haga algo que no le entusiasma.
Hay un montón de tiendas vintage que parecen no haber sido
nunca limpiadas antes, y a Alex no le entusiasma probarse los
pantalones de cuero antiguos que le elijo en una de ellas, al igual que
a mí no me entusiasma que quiera pasar seis horas en un museo de
arte.
—¡El tema importa! —Grito— cuando se niega a entrar en un
bar con una banda de saxofón (no es broma) tocando en pleno día.
—¡El tema importa! —grita cuando le digo que no quiero
comprar camisetas que digan Drunk Bitch 1 y Drunk Bitch 2 como
esas camisetas de Thing 1 y Thing 2 que venden en los parques
temáticos, y salimos de la tienda con las camisetas encima de la
ropa.
—Me encanta cuando te pones raro —le digo.
Me mira de reojo mientras caminamos. —Tú me pones raro. No
soy así con nadie más.
—Tú también me pones rara —le digo; luego—. ¿Deberíamos
hacernos tatuajes de verdad que digan 'Todo el mundo es un
escenario'?
—Gladys y Keith lo harían —dice Alex, dando un largo trago a
su botella de agua. Después me la pasa, y yo me trago la mitad con
avidez.
—¿Entonces eso es un sí?
—Por favor, no me obligues —dice.
—Pero, Alex —grito—. El tem...
Me vuelve a meter la botella de agua en la boca. —Cuando
estés sobria, te prometo que ya no te parecerá gracioso.
—Siempre pensaré que todos los chistes que hago son
divertidísimos –digo—. Pero punto válido.
Nos dedicamos a la hora feliz, con resultados variados. A veces
las bebidas son débiles y malas, a veces son duras y buenas, a
menudo son duras y malas. Vamos a un bar de hotel que está
montado en un carrusel y cada uno compra un cóctel de quince
dólares. Vamos a, supuestamente, el segundo bar más antiguo en
funcionamiento de Luisiana. Es una vieja herrería con suelos
pegajosos que parece un museo viviente excepto por la gigantesca
máquina de trivial que hay instalada en la esquina.
Alex y yo sorbemos lentamente una bebida compartida mientras
esperamos nuestro turno. No batimos el récord, pero sí el marcador.
La quinta noche, terminamos en un bar de karaoke de
fraternidad con un escenario y espectáculo de luces láser. Después
de dos tragos de Fireball, Alex acepta cantar I Got You Babe de
Sonny y Cher en el escenario en el papel de los Vivants.
A mitad de la canción, nos enzarzamos en una pelea con
micrófonos sobre el hecho de que sé que se acuesta con Shelly por
el maquillaje. —¡No se tarda una hora en ponerse una maldita barba
falsa, Keith! —Grito.
Los aplausos del final son apagados e incómodos. Nos
tomamos otro trago y nos dirigimos a un lugar del que me habló
Guillermo que sirve un cóctel de café helado.
La mitad de los sitios a los que hemos ido han sido lugares
recomendados por Guillermo, y me han encantado todos,
especialmente la tienda de po'boys. Tener un chef como novio tiene
sus ventajas.
Cuando le dije a dónde íbamos Alex y yo, sacó un papel y
empezó a escribir todo lo que recordaba de su último viaje, junto con
notas sobre los precios y lo que había que pedir. Anotó todo lo que
debía comer, pero es imposible que lleguemos a todos.
Conocí a Guillermo un par de meses después de mudarme a
Nueva York. Mi nueva amiga (la primera neoyorquina), Rachel,
recibió una petición para comer gratis en su nuevo restaurante, a
cambio de publicar algunas fotos en sus redes sociales. Ella hace
ese tipo de cosas a menudo, y como soy una compañera de Internet,
hacemos este tipo de cosas juntas.
—Menos embarazoso —insiste—. Además de la promoción
cruzada.
Cada vez que publica una foto conmigo, mi número de
suscriptores aumenta en cientos. Llevo seis meses con treinta y seis
mil, pero he llegado a cincuenta y cinco mil por pura asociación con
Her Brand.
Así que fui con ella a ese restaurante, y después de la comida,
el chef vino era guapo y dulce, con suaves ojos marrones y el cabello
oscuro recogido en la frente. Su risa era suave y discreta, y esa
noche me envió un mensaje a Instagram, antes de que pudiera
publicar las fotos que había tomado, en mi cuenta.
Me encontró a través de Rachel, y me gustó la forma en que
me lo dijo por adelantado, sin vergüenza. Trabaja casi todas las
noches, así que en nuestra primera cita fuimos a desayunar y me
besó cuando me recogió en lugar de esperar a dejarme después.
Al principio, salía con otras personas y él también, pero
después de varias semanas, decidimos que ninguno de los dos
quería ver a nadie más. Él se reía cuando me lo contaba, y yo
también me reía, sólo porque me había acostumbrado a dar ánimos
a la risa por estar cerca de él.
No es como con Julián, no es algo que lo consuma todo y sea
imprevisible. Nos vemos dos o tres veces por semana, y es
agradable, la forma en que esto deja espacio en mi vida para otras
cosas.
Clases de spinning con Rachel y largos paseos por el centro
comercial de Central Park con un cucurucho de helado chorreante en
la mano, inauguraciones de galerías y noches especiales de cine en
los bares del barrio. La gente de Nueva York es más amable de lo
que el resto del mundo me advirtió que sería.
Cuando le cuento esto a Rachel, me dice —La mayoría de la
gente aquí no es idiota. Sólo están ocupados.
Pero cuando le digo lo mismo a Guillermo, me coge
suavemente la mandíbula, se ríe y dice: —Eres tan dulce. Espero
que no dejes que este lugar te cambie.
Es dulce, pero también me preocupa. Como si lo que Gui ama
más de mí no es una parte esencial, sino algo cambiante, algo que
podría ser despojado por unos años en el clima adecuado.
Mientras recorremos las calles de Nueva Orleans, pienso varias
veces en decirle a Alex lo que dijo Guillermo, pero cada vez me
detengo. Quiero que a Alex le guste Guillermo, y me preocupa que
se ofenda por mí.
Así que le cuento otras cosas. Como lo tranquilo que es
Guillermo, que se ríe con facilidad, que le apasiona su trabajo y la
comida en general.
—Te va a gustar –le digo, y me lo creo de verdad.
—Seguro que sí —insiste Alex—. Si a ti te gusta, a mí me
gustará.
—Bien —digo.
Y entonces me habla de Sarah, su enamoramiento universitario
no correspondido. Se encontró con ella cuando estaba en Chicago
visitando a unos amigos hace unas semanas. Tomaron una copa.
—¿Y?
—Y nada —dice—. Ella vive en Chicago.
—No es Marte —digo—. Ni siquiera está tan lejos de la
Universidad de Indiana.
—Me ha estado enviando algunos mensajes de texto —admite.
—Por supuesto que sí —digo—. Eres un buen partido.
Su sonrisa es tímida y adorable. —No lo sé —dice—. Quizá la
próxima vez que esté en la ciudad volvamos a quedar.
—Deberías —insisto.
Soy feliz con Guillermo, y Alex merece ser feliz también.
Cualquier tensión que el cinco por ciento de nuestra relación el "qué
pasaría si", dejaba entrever parece haberse resuelto.
Mientras que quedarse en el Barrio Francés había parecido
ideal cuando reservé nuestro Airbnb, resulta que las noches son
bastante ruidosas. La música llega hasta las tres o las cuatro y
empieza a sonar sorprendentemente temprano por la mañana. Nos
aventuramos a ir a la piscina de la azotea del Ace Hotel, que es
gratuita entre semana, y a dormir la siesta en un par de tumbonas al
sol.
Es probablemente el mejor sueño que tengo en toda la semana,
así que para cuando hacemos la visita al cementerio en el último día
del viaje, ya estoy agotada. Alex y yo esperábamos historias de
fantasmas inquietantes. En cambio, recibimos información sobre
cómo la Iglesia Católica cuida de algunas tumbas, las que la gente
compró "cuidado perpetuo" hace generaciones y deja que las otras
se desmoronen hasta convertirse en polvo.
Es decididamente aburrido, y nos estamos asando al sol, y me
duele la espalda de caminar en sandalias toda la semana, y estoy
agotada de apenas dormir, y a mitad de camino, cuando Alex se da
cuenta de lo miserable que soy, empieza a levantar la mano cada vez
que nos detenemos en otra tumba para obtener más datos anodinos
y a preguntar —Entonces, ¿esta tumba está embrujada?
Al principio nuestro guía turístico se ríe de su pregunta, pero le
hace menos gracia cada vez que ocurre. Finalmente, Alex pregunta
por una gran pirámide de mármol blanco que no encaja con el resto
de las tumbas apiladas y rectangulares de estilo francés y español, y
el guía turístico resopla —¡Espero que no! Esa es de Nicolas Cage.
Alex y yo nos desternillamos de risa.
Resulta que no está bromeando.
Se suponía que esto era una gran revelación, probablemente
con una broma incorporada, y lo arruinamos. —Lo siento —dice Alex,
y le pasa una propina mientras nos vamos. Yo soy la que trabaja en
un bar, pero él es el que siempre tiene dinero en efectivo.
—…Eres secretamente un stripper? —Le pregunto—. ¿Por eso
siempre tienes dinero en efectivo?
—Bailarín exótico —dice.
—¿Eres un bailarín exótico? —Le digo.
—No —dice—. Sólo es útil llevar dinero en efectivo.
El sol se está poniendo, y ambos estamos cansados, pero es
nuestra última noche, así que decidimos asearnos y reunirnos.
Mientras estoy sentada en el suelo frente al espejo de cuerpo entero,
maquillándome, ojeo la lista de Guillermo y le grito sugerencias a
Alex.
—Eh —dice él después de cada una, viene a ponerse detrás de
mí, haciendo contacto visual en el espejo–. ¿Podemos dar un paseo?
—Me encantaría —admito.
Pasamos por un par de pubs lúgubres antes de acabar en el
Dungeon, un pequeño y oscuro bar gótico al final de un estrecho
callejón. Nos dicen que las fotos están expresamente prohibidas,
antes de que el portero nos deje entrar en la sala principal, iluminada
en rojo, y está tan llena que tengo que agarrarme al codo de Alex
mientras subimos. Hay esqueletos de plástico colgados en la pared,
y un ataúd con revestimiento rojo espera una foto que no está
permitida.
A pesar de nuestro mantra para este viaje, y todas las compras
personales gratuitas que he hecho por él, Alex ha seguido
aborreciendo las fiestas temáticas, los eventos y, al parecer, también
los bares.
—Este lugar es horrible —dice—. Te encanta, ¿verdad?
Asiento con la cabeza y él sonríe. Tenemos que estar tan cerca
que tengo que inclinar la cabeza toda hacia atrás para poder verlo.
Me aparta el cabello de los ojos y me coge la nuca, como para
estabilizarla.
—Siento ser tan alto —dice por encima de la música metálica
que retumba en el bar.
—Siento ser tan baja —digo yo.
—Me gusta que seas bajita —dice—. Nunca te disculpes por
ser bajita.
Me inclino hacia él, un abrazo sin brazos. —Oye —le digo.
—Oye, ¿qué? —pregunta.
—¿Podemos ir a ese bar country por el que pasamos?
Estoy segura de que no quiere. Estoy segura de que todo esto
le parece humillante. Pero lo que dice es —Tenemos que hacerlo. El
tema importa, Poppy.
Así que vamos allí a continuación, y es el polo opuesto del
Dungeon, un gran bar abierto con sillas de montar para los asientos y
Kenny Chesney a todo volumen para nadie más que nosotros.
Alex está disgustado con la idea de sentarse en los en las sillas
de montar, pero me levanto e intento ponerle su cara de cachorro
regañado.
—¿Qué es eso? —dice—. ¿Estás bien?
—Estoy siendo patética —digo—. Para que por favor me hagas
la mujer más feliz del estado de Luisiana y te sientes en una de éstas
sillas de montar.
—No puedo decidir si eres demasiado fácil de complacer o
demasiado dura —dice, y gira una pierna, subiéndose a la silla de
montar junto a la mía.
—Disculpe —dice, a un fornido camarero con chaleco de cuero
negro—. Deme algo que me haga olvidar lo que ha pasado.
Todavía sacando brillo a un vaso, se gira y me mira fijamente.
—No leo la mente, chico. ¿Qué quieres?
Las mejillas de Alex se ruborizan. Se aclara la garganta. —La
cerveza está bien. Lo que tengas.
—Que sean dos —digo—. Dos de esos alcoholes, por favor.
Mientras el camarero se gira para traer nuestras bebidas, me
inclino hacia Alex y casi me caigo de la silla de montar en el proceso.
Él me atrapa y me sostiene mientras susurro —¡Está tan en el tema!
Sólo son las once y media cuando nos vamos, pero estoy
agotada y tan sedienta como nunca he estado en mi vida. Así que
caminamos por el centro de la calle con todos los demás juerguistas:
familias con camisetas de la reunión a juego; novias vestidas de
blanco con sedosos fajines rosas de soltera y altísimos tacones;
hombres borrachos de mediana edad que coquetean con las chicas
con fajines rosas de BACHELORETTE (soltera), metiendo billetes de
dólar en los tirantes de sus vestidos al pasar.
En lo alto, la gente se agolpa en los balcones de los bares y
restaurantes, agitando cuentas moradas, doradas y verdes, y cuando
un hombre me silba y agita un puñado de collares, levanto los brazos
para cogerlos. Él sacude la cabeza y hace la pantomima de
levantarse la camisa.
—Lo odio —le digo a Alex.
—Yo también —coincide Alex.
—Pero tengo que admitir que está en el tema.
Alex se ríe y seguimos caminando, sin rumbo fijo. Poco a poco,
el tráfico peatonal se ralentiza a medida que nos acercamos a una
banda de música (sin saxofón ni otros vientos de madera) que se ha
instalado en medio de la calle, con las trompas y los tambores
sonando. Nos detenemos a observar y algunas parejas se ponen a
bailar. En un giro del siglo, Alex me ofrece su mano y, cuando la
tomo, me hace girar en un círculo perezoso y me acerca, con una
mano alrededor de mi espalda y la otra doblada contra la mía. Me
mece de un lado a otro y los dos nos reímos con sueño. No llevamos
el ritmo, pero no importa. Sólo somos nosotros. Quizá por eso puede
soportar el afecto público.
Tal vez, como yo, cuando estamos juntos siente que no hay
nadie más, como si fueran fantasmas que soñamos como decorado.
Incluso si Jason Stanley y todos los otros matones de mi
pasado estuvieran aquí, burlándose de mí a través de un megáfono,
no creo que dejara de bailar torpemente con Alex en la calle. Me
hace girar hacia afuera y hacia adentro, trata de sumergirme, casi
me deja caer. Grito cuando sucede, me río tanto que resoplo cuando
me atrapa y me hace girar sobre mis pies, meciéndome un poco
más.
Cuando la canción termina, nos separamos y nos unimos a la
multitud en los aplausos. Alex se agacha un segundo y, cuando se
levanta, sostiene un ramo de collares de Mardi Gras de color
púrpura.
—Estaban en el suelo —digo.
—¿No las quieres?
—No, las quiero —digo—. Pero estaban en el suelo.
—Sí —dice.
—Donde hay suciedad —digo—. Y alcohol derramado.
Posiblemente vómito.
Hace un gesto de dolor y empieza a bajarlas. Le agarro la
muñeca y lo calmo.
—Gracias —le digo—. Gracias por tocar estos sucios collares
para mí, Alex. Me encantan.
Pone los ojos en blanco, sonríe y desliza los collares por mi
cuello mientras yo agacho la cabeza.
Cuando vuelvo a mirarlo, me está mirando con una sonrisa, y
pienso: Te quiero más que nunca. ¿Cómo es posible que esto siga
ocurriendo con él?
—Podemos hacernos una foto juntos? —Le pregunto, pero lo
que estoy pensando es que ojalá pudiera embotellar este momento
y llevarlo como un perfume. Estaría siempre conmigo. Dondequiera
que fuera, él también estaría allí, y así siempre me sentiría yo
misma.
Saca su teléfono y nos acurrucamos juntos mientras saca una
foto. Cuando la miramos, emite un sonido de sorpresa estrangulada.
Probablemente en un esfuerzo por no parecer tan somnoliento, abrió
mucho los ojos en el último segundo posible.
—Parece que has visto algo horrible exactamente cuando el se
prendió el flash —le digo.
Intenta quitarme el teléfono de las manos, pero me alejo de él,
y salgo corriendo de su alcance mientras me escribo un mensaje de
texto. Me sigue, luchando contra una sonrisa, y cuando se lo
devuelvo, le digo: —Ya está, ahora que tengo una copia, puedes
borrarla.
—Nunca la borraría —dice Alex—. Sólo voy a mirarla cuando
esté solo, encerrado en mi apartamento, para que nadie más vea mi
cara en esta foto.
—Yo la voy a ver —digo.
—Tú no cuentas —dice.
—Lo sé —acepto. Me encanta eso, ser la que no cuenta. La
que puede ver a Alex. La que lo hace raro.
Cuando volvemos al apartamento, le pregunto cuándo me va a
dejar leer los cuentos en los que ha estado trabajando.
Dice que no puede, que si no me gustan, se sentirá demasiado
avergonzado.
—Has entrado en un programa de maestría increíble —le digo
—. Es obvio que eres bueno. Si no creo que sean buenos,
obviamente estoy equivocada.
Dice que si no creo que sean buenos, entonces la Universidad
está equivocada.
—Por favor —le digo.
—De acuerdo —dice, y saca su computadora—. Sólo espera
hasta que esté en la ducha, ¿de acuerdo? No quiero tener que ver
cómo lo lees.
—De acuerdo —digo–. Si tienes una novela, podría leerla en su
lugar, ya que tendré toda la duración de una ducha de Alex Nilsen.
Me lanza una almohada y entra en el baño.
La historia es realmente corta. Nueve páginas, sobre un niño
que nació con un par de alas. Toda su vida, la gente le dice que eso
significa que debería intentar volar. Él tiene miedo de hacerlo.
Cuando finalmente lo hace, salta desde un tejado de dos pisos, y se
cae. Se rompe las piernas y las alas. Nunca las recupera. Mientras
se recupera, el hueso se cura en su forma deforme. Por fin, la gente
deja de decirle que debe haber nacido para volar. Por fin, es feliz.
Cuando Alex vuelve a salir, estoy llorando.
Me pregunta qué me pasa.
Le digo: —No lo sé. Sólo háblame.
Piensa que estoy haciendo una broma y se ríe, pero por una
vez, no me refería a la chica de la galería que intentó vendernos una
escultura de un oso de veintiún mil dólares.
Estaba pensando en lo que Julián solía decir sobre el arte.
Como te hace sentir algo o no.
Cuando leí su historia, me puse a llorar por una razón que no
puedo explicar del todo, ni siquiera a Alex.
Cuando era una niña, solía tener estos ataques de pánico
pensando en cómo nunca podría ser otra persona. No podía ser mi
madre ni mi padre, y durante toda mi vida tendría que andar dentro
de un cuerpo que me impedía conocer de verdad a otra persona.
Me hacía sentir sola, desolada, casi sin esperanza. Cuando se
lo conté a mis padres, esperaba que conocieran el sentimiento del
que hablaba, pero no fue así.
—¡Pero eso no significa que haya nada malo en sentirse así,
cariño! —insistió mamá.
—¿Quién más piensas ser? —dijo mi padre con su particular
fascinación.
El miedo disminuyó, pero la sensación nunca desapareció. De
vez en cuando vez, volvía a sacarla, a hurgar en ella. Me preguntaba
cómo podría dejar de sentirme sola si nadie podía conocerme del
todo. Cuando nunca podría asomarme al cerebro de otra persona y
verlo todo.
Y ahora estoy llorando porque leer esta historia me hace sentir
por primera vez que no estoy en mi cuerpo. Como si hubiera una
burbuja que se extiende alrededor de mí y de Alex y hace que
seamos sólo dos globos de diferentes colores en una lámpara de
lava, mezclándose libremente, bailando uno alrededor del otro, sin
obstáculos.
Lloro porque me siento aliviada. Porque nunca más me sentiré
tan sola como en aquellas largas noches de niña. Mientras lo tenga a
él, nunca más estaré sola.
18
Este Verano

—Alex —grito al ver su perfil de Tinder—. ¡No!


—¿Qué? ¿Qué? —dice—. ¡No hay manera de que hayas leído
todo ahora!
—Um, en primer lugar —digo, blandiendo su teléfono delante de
nosotros—. ¿No crees que eso sea un problema? Tu biografía
parece la carta de presentación de un currículum. Ni siquiera sabía
que las biografías de Tinder podían ser tan largas. ¿No hay algún
tipo de límite de caracteres? Nadie va a leer todo esto.
—Si están realmente interesadas, lo harán —dice, deslizando el
teléfono de mi mano.
—Tal vez, si están interesadas en extraer tus órganos, hojearán
hasta el final sólo para asegurarse de que no mencionas tu tipo de
sangre... ¿lo haces?
—No —dice, sonando dolido, y luego añade—, sólo mi peso,
altura, IMC y número de seguridad social. ¿Lo que he escrito está
bien al menos?
—Oh, no vamos a hablar de eso todavía. —Le quito el teléfono
de la mano, inclino la pantalla hacia él y amplío su foto de perfil—.
Primero tenemos que hablar de esto.
Él frunce el ceño. —Me gusta esa foto.
—Alex... —Le digo con calma—. Hay cuatro personas en esta
foto
—¿Y?
—Así que hemos encontrado el primer y mayor problema.
—¿Que tengo amigos? Pensé que eso ayudaría.
—Pobre criatura inocente, recién llegada a la tierra —lo arrullo.
—¿Las mujeres no quieren salir con hombres que tienen
amigos? —dice secamente, incrédulo.
—Por supuesto que sí —le digo—. Sólo que no quieren jugar a
la aplicación de citas. ¿Cómo se supone que van a saber cuál de
estos tipos eres tú? El de la izquierda tiene como ochenta años.
—Profesor de biología —dice. Su ceño se frunce—. En realidad
no me tomo fotos solo.
—Me enviaste esos selfies de Cachorros Tristes —señalo.
—Eso es diferente —dice—. Esas eran para ti... ¿Crees que
debería usar una de esas?
—Dios, no —digo—. Pero podrías tomarte una nueva foto en la
que no estés poniendo esa cara, o podrías recortar una en la que
estés tú y tres profesores de biología de cierta edad para que sólo
estés tú.
—Estoy poniendo una cara rara en esa foto —dice—. Siempre
pongo una cara rara en las fotos.
Me río, pero en realidad, un cálido afecto crece en mi vientre.
—Tienes una cara para las películas, no para las fotografías —digo.
—¿Qué significa eso?
—Significa que eres extremadamente guapo en la vida real,
cuando tu cara se mueve como lo hace, pero cuando se capta una
milésima de segundo, sí, a veces pones una cara rara.
—Así que básicamente debería borrar Tinder y tirar mi teléfono
al mar.
—¡Espera! —Salto de la cama y arrebato mi teléfono de la
encimera donde lo dejé, y luego vuelvo a subirme al lado de Alex,
metiendo las piernas debajo de mí—. Sé lo que deberías usar.
Él me mira con duda mientras reviso mis fotos. Estoy buscando
una foto de nuestro viaje a la Toscana, el último antes de Croacia.
Estábamos sentados en el patio, cenando tarde, y se escabulló sin
decir nada. Supuse que había ido al baño, pero cuando entré a por
el postre, estaba en la cocina, mordiéndose el labio y leyendo un
correo electrónico en su teléfono.
Parecía preocupado, no parecía darse cuenta de que yo
estaba allí hasta que le toqué el brazo y dije su nombre. Cuando
levantó la vista, su rostro se volvió flojo.
—¿Qué pasa? —pregunté, y lo primero que me vino a la
mente fue La abuela Betty. Se estaba haciendo mayor. En realidad,
desde que la conocí había sido vieja, pero la última vez que
habíamos ido a su casa juntos, apenas se había levantado de la
silla en la que tejía. Hasta entonces, siempre había sido una
persona bulliciosa. Iba a la cocina para traernos limonada. Yendo al
sofá para mullir los cojines antes de sentarnos.
Pero el pensamiento no tuvo tiempo de gestarse porque
apareció la diminuta y siempre reprimida sonrisa de Alex.
—Tin House —dijo—. Van a publicar uno de mis cuentos.
Se rio por sorpresa después de decirlo, y lo abracé, dejé que
me levantara y que me atrajera y me apretara contra él. Le besé la
mejilla sin pensarlo, y si a él le pareció menos natural que a mí, no
lo demostró. Me hizo girar en medio círculo, me dejó en el suelo
sonriendo y volvió a mirar su teléfono. Se olvidó de ocultar sus
emociones. Dejó que se desbocaran en su rostro. Saqué mi
teléfono del bolsillo, saqué la cámara y dije: —Alex.
Cuando levantó la vista, capturé mi foto favorita de Alex
Nilsen.
La felicidad sin filtros. Alex desnudo.
—Aquí —dije, y le mostré la foto. Él, de pie en una cálida
cocina dorada de la Toscana, con el cabello recogido como siempre,
el teléfono suelto en la mano y los ojos fijos en la cámara, la boca
sonriente pero entreabierta—. Deberías usar esta.
Se vuelve del teléfono hacia mí, nuestras caras están cerca
aunque, como siempre, la suya cuelga sobre la mía, su boca suave
con un rastro de sonrisa. —Me había olvidado de eso —dice.
—Es mi favorita —Durante un rato ninguno de los dos se
mueve. Nos quedamos en este momento de estrecho silencio—. Te
la enviaré —digo débilmente, y rompo el contacto visual, abriendo
nuestro hilo de texto y dejando caer la foto en él.
El teléfono de Alex zumba en su regazo, donde debo haberlo
dejado caer. Lo coge y hace su tic de media tos. —Gracias.
—Entonces —digo—. Sobre esa biografía.
—¿La imprimimos y buscamos un bolígrafo rojo? —bromea.
—Ni hablar, hombre. Este planeta se está muriendo. De ninguna
manera voy a desperdiciar tanto papel.
—Ja, ja, ja —dice—. Intentaba ser minucioso.
—Tan minucioso como Dostoyevsky.
—Lo dices como si fuera algo malo.
—Shh —digo—. Leyendo.
Ya conociendo a Alex, la biografía me parece encantadora.
Sobre todo en que habla de su lado de abuelo adorable. Pero si no lo
conociera y uno de mis amigos me leyera esta biografía, sugeriría
que tal vez este hombre sería un asesino en serie.
¿Injusto? Probablemente.
Pero eso no cambia las cosas. Enumera donde fue a la
escuela, cuando se graduó, habla a profundidad sobre lo que
estudió, los últimos trabajos que tuvo, sus puntos fuertes en dichos
trabajos, el hecho de que espera casarse y tener hijos, y que está
"unido a sus tres hermanos y a sus cónyuges e hijos" y "disfruta
enseñando literatura a estudiantes de secundaria superdotados”
Debo poner cara de circunstancias, porque suspira y dice: —Es
realmente tan malo?
—¿No? —le digo.
—¿Es una pregunta? —pregunta.
—¡No! —le digo—. Quiero decir, no, no está mal. Es algo
bonito, pero, Alex, ¿de qué se supone que tienes que hablar cuando
sales con una chica que ya ha leído todo esto?
Se encoge de hombros. —No lo sé. Probablemente sólo les
haría preguntas sobre ellas mismas.
—Eso parece una entrevista de trabajo —digo—. Quiero decir,
sí, es una cosa rara y maravillosa cuando tu cita de Tinder te hace
una sola pregunta sobre ti, pero no puedes no hablar de ti en
absoluto.
Se frota la línea de la frente. —Dios, realmente odio tener que
hacer esto. ¿Por qué es tan difícil conocer gente en la vida real?
—Podría ser más fácil... en otra ciudad —le digo con
insistencia.
Me mira con recelo y pone los ojos en blanco, pero sonríe. —
Bueno, ¿qué escribirías, si fueras un chico, tratando de cortejarte a ti
misma?
—Bueno, yo soy diferente —digo—. Lo que tienes aquí
funcionaría totalmente en mí.
Se ríe. —No seas mala.
—No lo soy —digo—. Suenas como un robot sexy para criar
niños. Como la criada de los Jetsons pero con abdominales.
—Poppyyyyy —gime, echándose el antebrazo a la cara.
—Bien, bien. Lo intentaré. —Vuelvo a coger su teléfono y borro
lo que ha escrito, memorizándolo lo mejor posible por si quiere
recuperarlo. Pienso durante un minuto, luego escribo y le devuelvo el
teléfono.
Él estudia la pantalla durante un largo rato y luego lee en voz
alta —. Tengo un trabajo a tiempo completo y una cama con un
marco real. Mi casa no está llena de posters de Tarantino, y
respondo a los mensajes en un par de horas. Además, odio el
saxofón.
—Oh, ¿he puesto un signo de interrogación? —pregunto,
inclinándome sobre su hombro para ver—. Se supone que eso es un
punto.
—Es un punto —dice—. Es que no estaba seguro de si
hablabas en serio.
—¡Claro que hablo en serio!
—¿Tengo una cama con un marco real? —dice de nuevo.
—Demuestra que eres responsable —digo—. Y que eres
divertido.
—En realidad demuestra que eres graciosa —dice Alex.
—Pero tú también eres divertido —digo yo—. Estás dándole
demasiadas vueltas a esto.
—Realmente crees que las mujeres querrán salir conmigo
basándose en una foto y en el hecho de que tengo una cama con un
marco.
—Oh, Alex —digo—. Creí que habías dicho que sabías lo
sombrío que era ahí afuera.
—Todo lo que digo es que ando todo el día con esta cara y un
trabajo y una cama con marco, y nada de eso me ha llevado muy
lejos.
—Sí, eso es porque eres intimidante —digo, guardando la
biografía y volviendo al pase de diapositivas de los relatos de las
mujeres.
—Sí, eso es —dice Alex, y lo miro.
—Sí, Alex —digo—. Eso es.
—¿De qué estás hablando?
—¿Te acuerdas de Clarissa? Mi compañera de cuarto en la
Universidad de Chicago.
—¿La hippie del fondo fiduciario? —dice.
—¿Qué hay de Isabel, mi compañera de cuarto de segundo
año? ¿O mi amiga Jaclyn, del departamento de comunicaciones?
—Sí, Poppy, recuerdo a tus amigos. No fue hace veinte años.
—¿Sabes qué tenían en común esas tres personas? —Digo—.
Todas estaban enamoradas de ti. Todas ellas.
Se sonroja. —Estás llena de mierda.
—No —le digo—. No lo estoy. Clarissa e Isabel estaban
constantemente tratando de coquetear contigo, y las "habilidades de
comunicación" de Jaclyn fallaban por completo cada vez que estabas
en la habitación.
—Bueno, ¿cómo se supone que iba a saber eso? —exige.
—El lenguaje corporal, el contacto visual prolongado —digo—.
Encontrar cada excusa para tocarte, hacer insinuaciones sexuales
abiertas, pedirte ayuda con los papeles.
—Siempre lo hacíamos por correo electrónico —dice Alex,
como si hubiera encontrado un agujero en mi lógica.
—Alex —digo con calma—. ¿De quién fue la idea?
La mirada de victoria se filtra en su cara. —Espera. ¿En serio?
—En serio —digo—. Así que, teniendo esto en cuenta, ¿te
gustaría dar una vuelta en tu nueva foto y tu biografía?
Pone cara de asombro. —No voy a tener una cita durante
nuestro viaje, Poppy.
—¡Claro que no! —Le digo—. Pero al menos puedes probarlo.
Además, quiero ver por qué tipo de chicas te deslizan hacia la
derecha.
—Monjas —dice—. Y cooperantes.
—Vaya, eres una buena persona —digo con una voz de Marilyn
Monroe—. Por favor, permíteme mostrar mi agradecimiento con un...
—Bien, bien —dice—. Qué no te dé un ataque de asma. Voy a
pasar el dedo, pero con cuidado, Poppy.
Golpeo mi hombro ligeramente contra el suyo. —Siempre.
—Nunca —dice.
Frunzo el ceño. —Por favor, dime si alguna vez te hago sentir
mal.
—No lo haces —dice—. Está bien.
—Sé que a veces bromeo con dureza. Pero nunca quiero
hacerte daño. Nunca.
No sonríe, sólo devuelve la mirada con firmeza, como si se
tomara el tiempo necesario para dejar que las palabras calen. —Ya
lo sé.
—Vale, bien. —Asiento con la cabeza y entreno mis ojos en la
pantalla de su teléfono—. Oh, ¿qué sobre ella?
La chica que aparece en la pantalla está bronceada y es bonita,
se dobla por la rodilla y sopla un beso a la cámara. —Nada de
caritas —dice él, y la saca de la pantalla.
—Me parece justo.
En su lugar aparece una chica con un aro en el labio y
maquillaje de ojos oscuro. Su biografía dice: Todo el metal, todo el
tiempo.
—Eso es mucho metal —dice Alex, y la elimina también.
La siguiente es una chica con un sombrero de duende verde,
que sonríe con una camiseta de tirantes verde y sostiene una
cerveza verde. Tiene grandes tetas y una sonrisa más grande.
—Oh, una buena chica irlandesa —bromeo.
Alex se desvanece sin hacer comentarios.
—Oye, ¿qué te pasa? —Pregunto—. Era guapísima.
—No es mi tipo —dice.
—De acuerdo. Seguimos adelante.
Rechaza a una escaladora, a una camarera de Hooters, a una
pintora y a una bailarina de hip-hop con un cuerpo que rivaliza con el
de Alex.
—Alex —digo—. Empiezo a pensar que el problema no está en
la biografía sino en el biógrafo.
—Simplemente no son mi tipo —dice—. Y definitivamente no
soy el de ellas.
—¿Cómo lo sabes?
—Mira —dice—. Aquí. Ella es linda.
—Dios mío, tienes que estar bromeando!
—¿Qué? —dice—. ¿No crees que sea guapa?
La rubia fresa me sonríe desde detrás de un escritorio de
caoba. Lleva el cabello recogido en una media coleta y una
americana azul marino. Según su biografía, es una diseñadora
gráfica a la que le encanta el yoga, el sol y las magdalenas. —Alex
—digo—. Ella es Sarah.
Se echa hacia atrás. —Esta chica no se parece en nada a
Sarah.
Resoplo. —No he dicho que se parezca a Sarah, (aunque lo
hace), he dicho que es Sarah.
—Sarah es profesora, no diseñadora gráfica —dice Alex—. Es
más alta que esta chica y su cabello es más oscuro y su postre
favorito es la tarta de queso, no las magdalenas.
—Visten exactamente igual. Sonríen exactamente igual. ¿Por
qué todos los chicos quieren chicas que parezcan talladas en jabón?
—¿De qué estás hablando? —Dice Alex.
—Quiero decir, no tenías interés en todas esas chicas geniales
y sexys y luego ves a esta aspirante a maestra de jardín de infantes
y es la primera persona que consideras. Es simplemente... típico.
—Ella no es una maestra de jardín de infantes —dice él—.
¿Qué tienes contra esta chica?
—¡Nada! —Digo, pero no parece que sea verdad, ni siquiera
para mí. Sueno molesta. Abro la boca, esperando retroceder un
poco mi reacción, pero eso no sucede en absoluto—. No es la chica.
Son los chicos. Todos creen que quieren una bailarina de hip-hop
sexy e independiente, pero cuando esa persona aparece delante de
ustedes, cuando es una persona real, es demasiado y no les interesa
y siempre se decantan por la maestra de jardín de infantes guapa
con cuello alto.
—¿Por qué sigues diciendo que es una maestra de jardín de
infantes? —Alex grita.
—Porque es Sarah —suelto.
—No quiero salir con Sarah, ¿bien? —dice—. Y además Sarah
enseña noveno grado, no el jardín de infantes. Y además —continúa,
subiendo de tono—. Hablas mucho, Poppy, pero te garantizo que
cuando estás en Tinder, te deslizas hacia la derecha por bomberos y
cirujanos de urgencias y putos skaters profesionales, así que no, no
me siento mal por fijarme en mujeres que parecen probablemente
dulces y para ti, sí, quizá un poco aburridas, porque no parece que
se te haya ocurrido que quizá las mujeres como tú piensan que soy
aburrido.
—A la mierda —digo.
—¿Qué? —dice él.
—¡He dicho que a la mierda! —Repito—. No creo que seas
aburrido, así que todo ese argumento falla.
—Somos amigos —dice—. No deslizarías a la derecha por mí.
—Yo también lo haría —digo.
—No lo harías —argumenta él.
Y aquí está mi oportunidad de dejarlo pasar, pero todavía estoy
demasiado encendida, demasiado molesta para dejarle pensar que
tiene razón en esto.
—Lo haría.
—Bueno, yo también lo haría por ti —replica, como si de alguna
manera todo esto fuera un tipo de argumento.
—No digas algo que no quieres decir —le advierto—. No
llevaría una americana ni estaría sentada detrás de un escritorio,
sonriendo.
Sus labios se cierran. Los músculos de su mandíbula rebotan
mientras traga. —De acuerdo, enséñame.
Abro mi propia aplicación de Tinder y le entrego mi teléfono
para que pueda ver la foto. Sonrío somnolienta, vestida de alienígena
con un vestido plateado y la cara pintada con antenas de aluminio
pegadas a la diadema. Halloween, obviamente. O espera, ¿era la
fiesta de cumpleaños de Rachel con temática de Expediente X?
Alex considera la foto con seriedad y luego se desplaza hacia
abajo para leer mi biografía.
Después de un minuto, me devuelve el teléfono y me mira
fijamente a los ojos. —Lo haría.
Siento un hormigueo en todo el cuerpo. —Oh —digo, y luego
logro un pequeño—. Bien.
—Entonces —dice—. ¿Has terminado de enfadarte conmigo?
Intento decir algo, pero siento la lengua demasiado pesada.
Todo mi cuerpo se siente pesado, especialmente donde mi cadera
toca la suya. Así que me limito a asentir.
Gracias a Dios por su espasmo de espalda, pienso. De lo
contrario, no sé qué pasaría después.
Alex me estudia durante unos segundos y luego coge el portátil
olvidado. Su voz sale espesa. —¿Qué quieres ver?
19
Hace Seis Veranos

Alex y yo estábamos bastante apretados de dinero cuando el


centro turístico de Vail, Colorado, se puso en contacto conmigo para
ofrecerme una estancia gratuita.
En ese momento, la posibilidad de realizar el viaje estaba en el
aire.
Por un lado, cuando Guillermo rompió conmigo por una nueva
mesera en su restaurante (una chica de ojos azules y delgada, casi
recién llegada de Nebraska), seis semanas después de que yo diera
el paso y me mudara a su apartamento, tuve que apresurarme a
encontrar un nuevo lugar para vivir.
Renté un apartamento en el límite superior de mi rango de
precios, además de pagar un U-Haul31 por segunda vez en dos
meses.
Tuvimos que comprar muebles nuevos para reemplazar los que
se habían vuelto inservibles y, por lo tanto, habían sido desechados;
Gui ya tenía versiones más bonitas de mis cosas: el sofá, el colchón,
la mesa de cocina de aspecto danés. Nos quedamos con mi cómoda
porque la pata de la suya estaba rota, y con mi mesita de noche
porque sólo tenía una, pero aparte de eso, casi todo lo que
habíamos conservado era suyo.
La ruptura se produjo justo después de que fuéramos a Linfield
para el cumpleaños de mamá. Durante las semanas anteriores,
había debatido si debía advertir a Gui de lo que le esperaba.
Por ejemplo, la chatarrería al estilo Beverly Hillbillies que era
nuestro jardín delantero, o el Museo de Mamá a nuestra Infancia,
como mis hermanos y yo llamábamos a la propia casa. Los
productos horneados que mi madre amontonaba en la cocina durante
todo el tiempo que estábamos allí, a menudo con un glaseado tan
espeso y dulce que hacía toser a los que no fueran Wright mientras
comían, o el hecho de que nuestro garaje estuviera plagado de
cosas como cinta aislante usada que papá estaba seguro de poder
reutilizar, o que se esperaba que jugáramos un juego de mesa de
varios días que habíamos inventado de niños basado en el Ataque de
los tomates asesinos.
Que mis padres habían adoptado recientemente tres gatos
mayores, uno de los cuales era incontinente hasta el punto de tener
que llevar un pañal.
O que había una posibilidad decente de que oyera a mis padres
teniendo sexo, porque nuestra casa tenía paredes finas, y como se
dijo anteriormente, los Wright son un clan ruidoso.
O que al final del fin de semana habría un espectáculo de
nuevos talentos, en el que se esperaba que todo el mundo realizara
alguna hazaña nueva que solo había empezado a aprender al
principio de la visita. (La última vez que había estado en casa, el
talento de Prince había sido hacernos decir el nombre de cualquier
película y tratar de relacionarlo con Keanu Reeves en seis grados)
Así que debería haberle advertido a Guillermo en lo que se
estaba metiendo, definitivamente, pero hacerlo me habría parecido
una traición. Como si le estuviera diciendo que había algo malo en
ellos. Y claro, eran ruidosos y desordenados, pero también eran
increíbles, y amables, y divertidos, y me odiaba a mí misma por
considerar siquiera que me avergonzaban.
Gui los amará, me dije. Gui me amaba, y estas eran las
personas que me habían hecho.
Al final de nuestra primera noche allí, nos encerramos en el
dormitorio de mi infancia y me dijo:
—Creo que ahora te entiendo mejor que nunca —su voz era tan
tierna y cálida como siempre, pero en lugar de amor, sonaba a
simpatía—. Entiendo por qué tuviste que huir a Nueva York —dijo—.
Debe haber sido muy duro para ti, aquí.
Se me hundió el estómago y el corazón se me estrujó
dolorosamente, pero no lo corregí. De nuevo, me odié a mí misma
por estar avergonzada.
Porque había huido a Nueva York, pero no había huido de mi
familia, y si la había mantenido separada del resto de mi vida, era
sólo para protegerla del juicio y a mí misma de este familiar
sentimiento de rechazo.
El resto del viaje fue incómodo. Gui fue amable con mi familia -
siempre lo fue-, pero después vi cada interacción que tenían a través
de una lente de condescendencia y lástima.
Intenté olvidar que el viaje había ocurrido. Éramos felices
juntos, en nuestra vida real, en Nueva York. ¿Y qué si no entendía a
mi familia? Él me amaba a mí.
Unas semanas después, fuimos a una cena en la casa de un
amigo suyo, alguien a quien conocía desde el internado, un tipo con
un fondo fiduciario y un cuadro de Damien Hirst colgado sobre la
mesa del comedor. Lo sabía -y nunca lo olvidaría- porque cuando
alguien dijo el nombre, sin relación con el cuadro, dije: ¿Quién? y las
risas siguieron.
No se reían de mí, sino que pensaban de verdad que estaba
haciendo una broma.
Cuatro días después, Guillermo puso fin a nuestra relación.
—Somos demasiado diferentes —dijo—, nos dejamos llevar por
nuestra química, pero a largo plazo queremos cosas diferentes.
No digo que me haya dejado por no saber quién era Damien
Hirst, pero tampoco digo lo contrario.
Cuando me mudé del apartamento, le robé uno de sus
elegantes cuchillos de cocina.
Podría haberlos tomado todos, pero mi leve forma de venganza
era imaginarlo buscándolo por todas partes, tratando de averiguar si
se lo había llevado a una cena o si había caído en el hueco entre su
enorme frigorífico y la isla de la cocina.
Francamente, quería que el cuchillo lo persiguiera.
No en el sentido de que mi ex va a ir con Glenn a una Atracción
fatal, sino en el sentido de que algo de este cuchillo perdido parece
estar conjurando una fuerte metáfora y no puedo averiguar lo que
está diciendo.
Empecé a sentirme culpable después de una semana en mi
nuevo apartamento -una vez que se me pasaron los sollozos- y
consideré devolverle el cuchillo por correo, pero pensé que eso
podría enviar un mensaje equivocado. Me imaginé a Gui
presentándose en el departamento de policía con el paquete y decidí
que lo dejaría comprar un cuchillo nuevo.
Pensé en vender el robado por Internet, pero me preocupaba
que el comprador anónimo resultara ser él, así que me lo quedé y
seguí sollozando hasta que dejé de hacerlo tres semanas después.
La cuestión es que las rupturas apestan, y las rupturas entre
parejas que cohabitan en ciudades sobrevaloradas apestan un poco
más, y no estaba segura de poder permitirme un viaje de verano este
año.
Y luego estaba el asunto de Sarah Torval.
La adorable Sarah Torval, con su rostro limpio y su delineador
de ojos marrón.
Con quien Alex lleva saliendo en serio desde hace nueve
meses. Después de su primer encuentro fortuito cuando Alex estaba
visitando a unos amigos en Chicago, sus mensajes de texto se
convirtieron rápidamente en llamadas telefónicas, y luego en otra
visita. Después de eso, se pusieron serios rápidamente y, tras seis
meses a distancia, ella aceptó un trabajo de profesora y se mudó a
Indiana para estar con él mientras terminaba su maestría. Ella está
feliz de quedarse allí mientras él trabaja para obtener su doctorado,
y probablemente lo seguirá a donde sea que aterrice después.
Lo que me haría feliz si no fuera porque cada vez sospecho
más que ella me odia.
Cada vez que publica fotos de sí misma sosteniendo a la nueva
sobrina de Alex con leyendas como "tiempo en familia" o "este
pequeño bicho de amor", me gusta la publicación y comento, pero
ella se niega a seguirme. Incluso la dejé de seguir y la volví a seguir
otra vez, por si no se había dado cuenta la primera vez.
—Creo que se siente un poco rara por el viaje —admite Alex en
una de nuestras (ahora cada vez menos frecuentes) llamadas. Estoy
bastante segura de que sólo me llama desde el auto cuando va o
viene del gimnasio.
Quiero decirle que llamarme sólo cuando ella no está cerca
probablemente no esté ayudando.
Pero la verdad es que no quiero hablar con él mientras haya
alguien más, así que en esto es en lo que se ha convertido en
nuestra amistad. Llamadas de quince minutos cada par de semanas,
sin mensajes de texto, sin mensajes, apenas correos electrónicos,
excepto el ocasional de una línea con una foto de la pequeña gata
negra que encontró en el contenedor detrás de su complejo de
apartamentos.
Parece una gatita, pero según el veterinario está
completamente crecida, sólo es pequeña. Me envía fotos de ella
sentada en sus zapatos y sombreros y cuencos, siempre escribiendo
para la escala, pero en realidad sé que sólo piensa que todo lo que
hace es adorable. Y claro, es bonito que a los gatos les guste
sentarse en las cosas... pero es muy posible que sea más bonito que
Alex no pueda evitar hacer fotos de ello.
Todavía no le ha puesto nombre; se está tomando su tiempo.
Dice que no le parecería bien ponerle un nombre a una cosa adulta
sin conocerla, así que por ahora la llama gata o pequeña dulzura o
pequeña amiga.
Sarah quiere llamarla Sadie, pero Alex no cree que eso encaje,
así que está esperando su momento. La gata es de lo único de lo
que hablamos estos días. Me sorprende que Alex sea tan directo
como para decirme que Sarah se siente rara con el viaje de verano.
—Claro que sí —le digo—, yo también lo haría. —No la culpo
en absoluto. Si mi novio tuviera una amistad con una chica como la
de Alex y la mía, acabaría como El papel pintado amarillo32.
No hay forma de creer que sea totalmente platónico.
Especialmente habiendo estado en esta amistad el tiempo suficiente
para aceptar ese cinco (a quince) por ciento de lo que sea como
parte del trato.
—¿Y qué hacemos? —pregunta.
—No lo sé —digo, tratando de no sonar miserable—. ¿Quieres
invitarla?
Se queda callado durante un minuto
—No creo que sea una buena idea.
—Okey... —y entonces, después de la pausa más larga, digo
—: ¿Deberíamos... cancelar?
Alex suspira. Debe tenerme en el altavoz porque oigo el clic de
su intermitente.
—No lo sé, Poppy. No estoy seguro.
—Sí, yo tampoco.
Seguimos hablando por teléfono, pero ninguno de los dos dice
nada más durante el resto del trayecto.
—Acabo de llegar a casa —dice finalmente—, volvamos a
hablar de esto dentro de unas semanas, las cosas podrían cambiar
para entonces.
¿Qué cosas? Quiero preguntarle, pero no lo hago, porque una
vez que tu mejor amigo es el novio de otra persona, los límites entre
lo que puedes y no puedes decir se vuelven mucho más firmes.
Me pasé toda la noche después de nuestra llamada telefónica
pensando: ¿Va a romper con ella? ¿Va a romper ella con él?
¿Va a intentar razonar con ella? ¿Va a romper conmigo?
Cuando recibo la oferta de una estancia gratuita del complejo
turístico de Vail, le envío el primer mensaje de texto que he enviado
en meses:
¡Oye! ¡Llámame cuando tengas un segundo!
A las cinco y media de la mañana del día siguiente, mi teléfono
me despierta.
Miro a través de la oscuridad su nombre en la pantalla y, al
encender la llamada, oigo el ritmo de su intermitente. Está de camino
al gimnasio.
—¿Qué pasa? —me pregunta.
—Estoy muerta —gimoteo.
—¿Qué más?
—Colorado —digo— Vail.
20
Este Verano

Me despierto junto a Alex. Insistió en que la cama del Airbnb de


Nikolai era bastante grande, y que ninguno de nosotros debía
arriesgarse a pasar otra noche en la silla plegable, pero estamos en
medio del colchón cuando llega la mañana.
Yo estoy en mi lado derecho, frente a él, y él está sobre su lado
izquierdo, de cara a mí.
Hay medio pie entre nosotros, excepto que mi pierna izquierda
está extendida sobre él, con mi muslo enganchado contra su cadera,
y su mano apoyada en lo alto.
En el apartamento hace un calor infernal y ambos estamos
empapados de sudor.
Necesito salir antes de que Alex se despierte, pero la parte
ridícula de mi cerebro quiere quedarse aquí, repitiendo la mirada que
me echó, y la forma en que sonó su voz anoche cuando evaluó mi
perfil de citas y dijo: Yo podría.
Como un reto.
Por otra parte, estaba tomando relajantes musculares en ese
momento.
Hoy, si se acuerda de eso, es casi seguro que estará
arrepentido y avergonzado.
O tal vez recuerde que se sentó a mi lado durante todo el
tiempo que duró un documental sobre los Kinks y que se sintió como
un cable en tensión, que echaba chispas cada vez que nuestros
brazos se rozaban.
—Sueles quedarte dormido durante estos —señaló con una
leve sonrisa, empujando su pierna contra la mía, pero cuando bajó la
mirada hacia mí, sus ojos avellana parecían formar parte de una
expresión totalmente diferente, una con bordes afilados e incluso
algo de hambre.
Me encogí de hombros, dije algo así como no estoy cansada, y
traté de concentrarme en la película. El tiempo se movía a la
velocidad de un caracol, cada segundo a su lado me golpeaba con
una nueva intensidad, como si acabáramos de empezar a tocarnos
una y otra vez durante casi dos horas.
Era temprano cuando la película terminó, así que empezamos
otro documental que era aburrido y sin sentido, sólo ruido de fondo
para hacer sentir bien que estábamos montando esta línea.
Al menos estaba bastante segura de que eso era lo que
habíamos estado haciendo.
La forma en que su mano se extiende sobre mi muslo me
produce otra punzada de deseo. Una parte muy absurda de mí
quiere acercarse más, hasta que nos toquemos por completo, y
esperar a ver qué pasa cuando se despierte.
Todos esos recuerdos de Croacia salen a la superficie de mi
mente, enviando destellos desesperados por mi cuerpo.
Le quito la pierna de encima y su mano me aprieta por reflejo,
pero se afloja cuando me levanto. Me alejo y me incorporo justo
cuando Alex se despierta, con los ojos entreabiertos por el sueño y el
cabello alborotado.
—Hola —me dice con una carcajada.
Mi propia voz sale espesa.
—¿Cómo dormiste?
—Bien, creo —dice—, ¿y tú?
—Bien. ¿Cómo está tu espalda?
—Déjame ver —lentamente se levanta, girando para deslizar
sus largas piernas por el lado de la cama. Se levanta con cautela—.
Mucho mejor.
Tiene una enorme erección y parece darse cuenta al mismo
tiempo que yo. Cruza las manos frente a sí mismo y mira alrededor
del apartamento entrecerrando los ojos.
—Es imposible que hiciera tanto calor cuando nos quedamos
dormidos.
Probablemente tenga razón, pero no recuerdo realmente el
calor que hacía anoche.
No estaba pensando con claridad para procesar el calor. El día
de hoy no puede seguir el camino de ayer.
Se acabó el holgazanear por el apartamento, no más sentarse
juntos en la cama, no más hablar de Tinder, no más quedarse
dormidos juntos y medio montarlo mientras está inconsciente.
Mañana comenzarán los festejos de la boda de David y Tham
(despedida de soltero, cena de ensayo, boda). Hoy, Alex y yo
necesitamos divertirnos lo suficiente y sin complicaciones para que,
cuando lleguemos a casa, no necesite otro descanso de dos años
conmigo.
—Llamaré de nuevo a Nikolai por el aire acondicionado —digo
—, pero deberíamos ponernos en marcha. Tenemos mucho que
hacer.
Alex se pasa la mano por la frente hasta el cabello.
—¿Tengo tiempo para ducharme?
Mi corazón da un pulso agudo, y así de repente me imagino
duchándome con él.
—Si quieres —me las arreglo—, pero volverás a estar
empapado de sudor en segundos.
Se encoge de hombros.
—No creo que pueda obligarme a salir del apartamento
sintiéndome así de sucio.
—Has estado más sucio —bromeo, porque he extraviado mi ya
defectuoso filtro.
—Sólo delante de ti —dice, y me revuelve el cabello mientras
pasa hacia el baño.
Siento las piernas como si fueran de gelatina mientras espero a
que se abra la ducha. Solo cuando lo hace me siento capaz de
moverme de nuevo, y mi primera parada es el termostato.
¡¿Ochenta y cinco?!
Ochenta y cinco miserables grados en este apartamento y el
termostato está puesto a setenta y nueve desde anoche. Así que
podemos declarar oficialmente que el aire acondicionado está
totalmente roto.
Salgo al balcón y llamo a Nikolai, pero me manda al buzón de
voz al tercer timbre. Dejo otro mensaje, este un poco más enfadado,
y luego sigo con un correo electrónico y un mensaje de texto también
antes de entrar a buscar la prenda más ligera que he traído.
Un vestido de guinga tan holgado que me cuelga como una
bolsa de papel.
El agua se cierra y Alex no comete el error de salir en toalla
esta vez.
Sale completamente vestido, con el cabello revuelto y las gotas
de agua todavía pegadas (sensualmente, debo añadir) a la frente y
el cuello.
—Entonces —dice—, ¿qué tenías pensado para hoy?
—Sorpresas —digo—, muchas. —Intento lanzarle las llaves del
auto de forma dramática. Caen al suelo con medio metro de
diferencia. Él mira hacia abajo donde están.
—Vaya —dice—, ¿fue esa... una de las sorpresas?
—Sí —digo—. Sí, lo fue. Pero las otras son mejores, así que
toma esos y vamos a darle.
Su boca se tuerce.
—Probablemente...
—¡Oh, claro! Tu espalda —corro y recupero las llaves,
entregándoselas como lo haría un humano adulto normal.
Cuando salimos al pasillo exterior del Desert Rose, Alex dice:
—Al menos no es sólo nuestro apartamento el que se siente
como las glándulas anales de Satanás.
—Sí, es mucho mejor que toda la ciudad esté así de caliente —
digo—. Uno pensaría que con toda la gente rica de vacaciones aquí
tendrían dinero para climatizar todo el lugar.
—Primera parada: el consejo de la ciudad, para lanzar esa idea
bomba.
—¿Ha pensado en construir una cúpula, concejala? —dice
secamente mientras bajamos las escaleras.
—Oye, ese tipo lo hizo en esa novela de Stephen King —digo
—Probablemente dejaré eso fuera.
—Tengo buenas ideas —vuelvo a intentar poner cara de
cachorro mientras cruzamos el estacionamiento, y él se ríe y me
aparta la cara.
—No eres buena en eso —dice—. Tu severa reacción sugiere
lo contrario. Parece legítimamente que te estás cagando.
—Esa no es mi cara de cagada —digo—. Esta sí. —Hago una
pose de Marilyn Monroe, con las piernas abiertas, una mano
apoyada en el muslo y la otra cubriendo mi boca abierta.
—Qué bonito —dice—. Deberías ponerlo en tu blog. —
Rápidamente, con sigilo, saca su teléfono y saca una foto.
—¡Oye!
—Tal vez una empresa de papel higiénico te contrate —sugiere.
—No está mal—digo—. Me gusta tu forma de pensar.
—Tengo buenas ideas —repite como un loro y me abre la
puerta, luego da un rodeo hasta el asiento del conductor mientras yo
subo y aspiro profundamente el olor a hierba permanente.
—Gracias por no hacerme conducir nunca —le digo mientras se
sube, siseando al sentir el asiento caliente, y se abrocha el cinturón
de seguridad.
—Gracias por odiar la conducción y permitirme tener un mínimo
de control sobre mi vida en este vasto e impredecible universo.
Le guiño un ojo.
—No hay problema.
Él se ríe.
Extrañamente, parece más relajado que en todo este viaje. O
tal vez es sólo que estoy siendo más insistentemente normal y
charlatana, y esto realmente fue la clave todo el tiempo para un
exitoso viaje de verano a la vieja escuela de Poppy y Alex.
—Entonces, ¿me vas a decir a dónde vamos, o simplemente
apunto al sol y lo seguimos?
—Tampoco —digo—. Navegaré.
Incluso conduciendo a toda velocidad con todas las ventanillas
bajadas, parece que estamos delante de un horno abierto, con sus
ráfagas corriendo por nuestro cabello y nuestra ropa. El calor de hoy
hace que el de ayer parezca el primer día de primavera.
Hoy vamos a pasar mucho tiempo al aire libre, y hago una nota
mental para comprar enormes botellas de agua en la primera
oportunidad que tengamos.
—La siguiente a la izquierda —digo, y cuando aparece el cartel
delante, grito—: ¡Ta-da!
—The Living Desert Zoo and Gardens —lee Alex.
—Uno de los diez mejores zoológicos del mundo —digo.
—Bueno, eso lo juzgaremos nosotros—responde.
—Sí, y si creen que vamos a ser benévolos con ellos sólo
porque estamos alucinando por el agotamiento del calor, están muy
equivocados.
—Pero si venden batidos, me inclino a dejarles una crítica
ampliamente positiva —dice Alex rápidamente en voz baja, y apaga
el auto.
—Bueno, no somos monstruos.
No es que seamos gente de zoológico, pero este lugar se
especializa en animales nativos del desierto, y hacen mucha
rehabilitación con el objetivo de liberar animales en la naturaleza.
También te dejan alimentar a las jirafas.
No se lo digo a Alex porque quiero que se sorprenda. Aunque
es un joven ardiente, y una señora de los gatos en su corazón,
también es un amante de los animales en general, así que espero
que esto le guste.
La alimentación es hasta las once y media de la mañana, así
que supongo que tenemos tiempo para pasear libremente antes de
tener que averiguar dónde están las jirafas, y si las encontramos por
casualidad antes de eso, mejor.
Alex todavía tiene que tener cuidado con su espalda, así que
nos movemos lentamente, pasando de un espectáculo informativo
sobre reptiles a uno sobre aves, durante el cual Alex se inclina y
susurra:
—Acabo de descubrir que le tengo miedo a los pájaros.
—¡Es bueno encontrar nuevas manías! —le respondo con un
siseo—. Significa que no estás estancado.
Su risa es silenciosa pero no reprimida, y resuena en mi brazo
de una manera que me hace sentir mareada. Por supuesto, eso
también podría ser el calor.
Tras el espectáculo de aves, nos dirigimos al zoo de mascotas,
donde nos encontramos con un grupo de niños de cinco años y
utilizamos cepillos especiales para peinar a las cabras enanas
nigerianas.
—Leí mal ese cartel como fantasmas, no como cabras, y ahora
estoy decepcionado —dice Alex en voz baja. Lo acentúa con la cara.
—Es muy difícil encontrar una buena exposición de fantasmas
hoy en día —señalo.
—Muy cierto —está de acuerdo.
—¿Recuerdas nuestro guía turístico del cementerio en Nueva
Orleans? Nos odiaba.
—Ah—dice Alex de una manera que sugiere que no lo recuerda,
y mi estómago, que lleva todo el día dando volteretas, rueda contra
la pared y se hunde. Quiero que recuerde. Quiero que cada
momento le importe tanto como a mí, pero si los viejos no lo hacen,
entonces tal vez al menos este viaje pueda hacerlo. Estoy decidida a
que así sea.
En el zoo de mascotas, nos encontramos con otros animales
africanos, incluidos unos burros enanos sicilianos.
—Seguro que hay muchas cosas pequeñas en el desierto —
digo.
—Quizá deberías mudarte aquí —bromea Alex.
—Sólo tratas de sacarme de Nueva York para que puedas
entrar y quedarte con mi apartamento.
—No seas ridícula —dice—. Nunca podría permitirme ese
apartamento.
Después del zoo de mascotas, buscamos unos batidos: Alex se
queda con el de vainilla a pesar de mis desesperadas súplicas.
—La vainilla no es un sabor.
—También lo es —dice Alex—. Es el sabor de la vaina de
vainilla, Poppy.
—También podrías estar bebiendo crema espesa congelada.
Piensa por un segundo.
—Yo lo intentaría.
—Por lo menos que te den chocolate —digo.
—Tú pide el de chocolate —dice.
—No puedo, pedí el de fresa.
—¿Ves? —dice Alex—. Como dije anoche, crees que soy
aburrido.
—Creo que los batidos de vainilla son aburridos —digo—. Creo
que tú estás confundido.
—Toma —Alex me tiende su vaso de papel—. ¿Quieres un
sorbo?
Lanzo un suspiro.
—Bien —me inclino hacia delante y bebo un sorbo. Él arquea
una ceja, esperando una reacción—. Está bien.
Se ríe
—Sí, honestamente no está tan bueno, pero eso no es culpa de
vainilla como sabor.
Después de terminar nuestros batidos y tirar los vasos, decido
que deberíamos subir al carrusel de las especies en peligro de
extinción.
Pero cuando llegamos allí, nos encontramos con que está
cerrado debido al calor.
—El calentamiento global está afectando a las especies en
peligro de extinción —reflexiona Alex y se pasa el antebrazo por la
cabeza, recogiendo el sudor que se acumula allí.
—¿Necesitas agua? —pregunto—. No te ves muy bien.
—Sí —dice.
Vamos a comprar un par de botellas y nos sentamos en un
banco a la sombra. A los pocos sorbos, sin embargo, Alex se pone
peor.
—Mierda —dice—. Estoy bastante mareado. —Se encorva
sobre sus rodillas y cuelga la cabeza.
—¿Puedo ofrecerte algo? —pregunto—. ¿Quizás necesitas
comida de verdad?
—Tal vez —acepta.
—Toma. Quédate aquí y te traeré un sándwich, ¿de acuerdo?
Sé que debe sentirse mal porque no discute. Vuelvo a la última
cafetería por la que pasamos. Ya hay una larga cola: es casi la hora
de comer.
Compruebo mi teléfono. Once y tres. Quedan poco menos de
treinta minutos para alimentar a las jirafas.
Hago cola durante diez minutos para conseguir el club sándwich
de pavo precocido, y luego vuelvo corriendo para encontrar a Alex
sentado donde lo dejé, con la cabeza apoyada en las manos.
—Hola —digo, y sus ojos de cristal se levantan—. ¿Te sientes
mejor?
—No estoy seguro —dice, y acepta el sándwich,
desenvolviéndolo—. ¿Quieres un poco?
Me da la mitad y yo le doy un par de mordiscos, tratando de no
cronometrarlo mientras él mastica lentamente su mitad. A las once y
veintidós, le pregunto:
—¿Ayuda?
—Creo que sí, de todas formas me siento menos mareado.
—¿Crees que estás bien para caminar?
—¿Tenemos... prisa? —pregunta.
—No, por supuesto que no —digo—. Sólo hay una cosa. Tu
sorpresa, empieza muy pronto.
Asiente con la cabeza, pero parece mareado, así que me
debato entre empujarlo a que se reponga o insistir en que se quede
quieto.
—Estoy bien —dice, poniéndose de pie—. Sólo tengo que
acordarme de beber más agua.
Llegamos a las jirafas a las once y media.
—Lo siento —me dice un empleado adolescente—. La
alimentación de las jirafas ha terminado por hoy.
Mientras se aleja, Alex me mira confusamente.
—Lo siento, Pop. Espero que no estés muy decepcionada.
—Por supuesto que no —insisto. No me importa alimentar a las
jirafas (al menos no mucho). Lo que me importa es que este viaje
sea bueno.
Demostrar que debemos seguir haciéndolo. Que podamos
salvar nuestra amistad.
Por eso estoy decepcionada porque es el primer strike del día.
Mi teléfono zumba con un mensaje, y al menos son buenas noticias.
Nikolai escribe:
Recibí todos sus mensajes [sic]. Veré lo que puedo hacer.
Vale —le respondo—. Mantéennos informados.
—Vamos —digo—, vamos a un lugar con aire acondicionado
hasta nuestra próxima parada.
21
Hace Seis Veranos

No sé cómo Alex consiguió que Sarah dejara que se embarcara


en el viaje a Vail, pero lo hizo.
Preguntarle cómo me parece peligroso. Hay cosas de las que
hablamos en estos días, para mantener todo por encima de la mesa,
y Alex tiene cuidado de no compartir nada que pueda avergonzar a
Sarah.
No se habla de los celos. Tal vez no hubo celos. Tal vez hubo
alguna otra razón por la que no le gustaba inicialmente la idea del
viaje, pero cambió de opinión y el viaje se llevó a cabo, y una vez que
Alex y yo estamos juntos, dejé de preocuparme por ello. Las cosas
vuelven a ser normales entre nosotros, ese quince por ciento de "qué
pasaría si" se reduce a un dos manejable.
Alquilamos bicicletas y avanzamos por las calles empedradas,
subimos en teleférico a la montaña y posamos para las fotos con el
inmenso cielo azul a nuestras espaldas y con el viento revolviéndonos
el cabello por la cara en medio de la risa. Nos sentamos en los
patios, tomando té verde frío o café por las mañanas antes de que
empiece a hacer calor, hacemos largas caminatas por los senderos
de la montaña durante el día con las sudaderas despojadas y atadas
a la cintura, para acabar en diferentes patios al aire libre, bebiendo
vino tinto y compartiendo tres órdenes de patatas fritas con ajo y
parmesano recién rallado. Nos sentamos al aire libre hasta que se
nos pone la piel de gallina y nos ponemos a temblar, y entonces nos
ponemos las sudaderas, y yo meto las rodillas hasta el pecho dentro
de la mía. Cada vez que lo hago, Alex se inclina y me sube la
capucha por la cabeza, y luego tira de los cordones para que solo se
vea la mitad de mi cara, y la mayor parte está tapada por mechones
de cabello rubio enmarañado por el viento.
—Qué bonito —dice, sonriendo. Es la primera vez que lo hace,
pero se siente casi fraternal.
Una noche, hay una banda en directo que toca éxitos de Van
Morrison mientras cenamos fuera, bajo unas luces de globo que me
recuerdan la noche en que nos conocimos cuando éramos
estudiantes de primer año. Seguimos a las parejas mayores a la
pista de baile, de la mano. Nos movemos como lo hacíamos en
Nueva Orleans: torpes y sin ritmo, pero riendo, felices.
Ahora que ha quedado atrás, puedo admitir que las cosas
fueron diferentes esa noche.
En la magia de la ciudad y su música y sus olores y sus luces
resplandecientes, sentí algo que nunca había sentido con él, y lo que
es más aterrador, supe por la forma en la que Alex me miró a los
ojos, deslizó su mano por mi brazo y apoyó su mejilla en la mía, que
él también lo sentía.
Pero ahora, bailando al ritmo de "Brown Eyed Girl", el calor se
le ha ido de las manos, y estoy feliz, porque no quiero perder esto
nunca.
Preferiría tener una pequeña porción de él para siempre que
tenerlo todo por un momento y saber que tendría que renunciar a
todo cuando termináramos. Nunca podría perder a Alex. No podría.
Así que esto es bueno, esta danza pacífica y sin chispas. Este viaje
sin chispas.
Alex llama a Sarah dos veces al día, por la mañana y por la
noche, pero nunca delante de mí. Por la mañana, hablan mientras él
hace footing, antes de que yo salga de la cama, y cuando vuelve, me
despierta con un café y un pastelito de la cafetería de la casa club
del complejo. Por la noche, sale al balcón para llamarla y cierra la
puerta tras de sí.
—No quiero que te burles de mi voz telefónica —dice.
—Dios, soy una idiota —digo, y aunque se ríe, me siento mal.
Las bromas siempre han sido una parte importante de nuestra
dinámica, y se han sentido como algo nuestro, pero ahora hay cosas
que no hace delante de mí, partes de él en las que no confía en mí y
no me gusta cómo se siente.
Cuando al día siguiente entra después de hacer footing y llamar
por la mañana, me siento con sueño para aceptar el café y el
croissant que me ofrece y le digo:
—Alex Nilsen, por si sirve de algo, estoy segura de que tu voz
telefónica es increíble.
Se sonroja y se frota la nuca.
—No lo es.
—Apuesto a que eres todo mantecoso y cálido, dulce y
perfecto.
—¿Me hablas a mí o al croissant? —pregunta.
—Te quiero, croissant —digo, y arranco un trozo, me lo meto en
la boca. Él se queda ahí, con las manos en los bolsillos, sonriendo, y
mi corazón se hincha, al estilo Grinch, sólo con mirarlo—. Pero estoy
hablando de ti.
—Eres dulce, Poppy —dice—. Y mantecoso. cálido y lo que
sea, pero sigo prefiriendo hablar por teléfono a solas.
—Ya te oí —digo, asintiendo, y le tiendo mi croissant, él
arranca el trozo más pequeño y se lo mete entre los labios.
Más tarde ese día, mientras estábamos sentados en el
almuerzo, se me ocurre algo brillante.
—¡Lita! —grito, aparentemente de la nada.
—¿Disculpa? —dice Alex.
—¿Recuerdas a Lita? —le digo—. Ella vivía en esa casa de
mala muerte en Tofino, con Buck.
Alex estrecha los ojos.
—¿Ella es la que intentó meterme la mano en los pantalones
mientras me daba un 'tour'?
—Umm, uno, no me dijiste que había pasado, y dos, no. Ella
estaba conmigo y con Buck. Se iba a ir pronto, ¿recuerdas? Se
mudaba a Vail para ser guía de rafting.
—Oh —dice Alex—. Sí, sí.
—¿Crees que todavía está aquí?
Él entrecierra los ojos
—¿En este plano terrenal? No estoy seguro de que ninguna de
esas personas lo esté.
—Tengo el número de Buck —digo.
—¿Sí? —Alex me lanza una mirada mordaz.
—No lo he usado —digo—. Pero lo tengo, le enviaré un
mensaje para ver si tiene el número de Lita.
Le escribo.
¡Hola, Buck! No sé si te acuerdas de mí, pero nos diste a
mi amigo Alex y a mí un paseo en taxi acuático a las aguas
termales hace como cinco años, justo antes de que tu amiga
Lita se mudara a Colorado. De todos modos, estoy en Vail
quería ver si todavía estaba aquí. Espero que estés bien y que
Tofino siga siendo el lugar más bonito de todo el planeta.
Para cuando terminamos de comer, Buck ya me ha escrito.
Maldita sea, chica ¿Eres la pequeña y sexy Poppy? Te
tomó bastante tiempo usar esos dígitos. Supongo que no
debería haberte echado de mi habitación.
Yo resoplo y me río, y Alex se inclina sobre la mesa para leer el
mensaje hacia abajo. Pone los ojos en blanco
—Sí, ¿tú crees, amigo?
No, no, no te preocupes por eso. Fue una gran noche. Lo
pasamos muy bien.
Me responde.
—Dulzura No he hablado con Lita en años, pero te enviaré
su contacto información si quieres.
—Eso sería increíble. —le contesto.
—Si alguna vez vuelves a la isla, ¿me lo vas a decir?
—Obviamente. No tengo ni idea de cómo manejar un taxi
acuático. Serás inestimable —le digo.
—Lol, eres tan rara que me encanta.

Para esa noche, hemos reservado una excursión de rafting con


Lita, que no se acuerda de nosotros, pero insiste por teléfono en que
está segura de que lo pasamos muy bien juntos.
—Para ser justos, por aquel entonces tomaba un montón de
drogas —dice—. Siempre me lo paso muy bien, y no recuerdo casi
nada.
Alex, al escuchar esto, pone una cara que se lee como
ansiedad con un lado de preguntas sin respuesta. Sé exactamente lo
que quiere que averigüe.
—Entonces —digo, tan casualmente como puedo—. ¿todavía...
consumes... drogas?
—Tres años de sobriedad, mamá —responde—. Pero si
quieres comprar algo, puedo enviarte el número de mi antiguo
proveedor.
—No, no —digo—. No pasa nada. Simplemente... tomamos...
las cosas... que trajimos... de casa.
Con cara de asedio, Alex sacude la cabeza.
—Muy bien, entonces. Nos vemos temprano.
Cuando cuelgo, Alex dice:
—¿Crees que Buck estaba drogado cuando conducía nuestro
taxi acuático?
Me encojo de hombros.
—Nunca averiguamos por qué despotricaba ante nadie. Tal vez
pensó que Jim Morrison estaba revoloteando en el agua justo delante
de él.
—Me alegro mucho de que sigamos vivos —dice Alex.
A la mañana siguiente nos encontramos con Lita en el lugar de
alquiler de balsas, y su aspecto es casi idéntico al que yo recordaba,
pero con un tatuaje de alianza y un pequeño bulto de bebé.
—Cuatro meses —dice ella, sacudiéndonos las manos.
—¿Y es... seguro? ¿Hacer esto? —pregunta Alex.
—El bebé número uno lo hizo bien —asegura Lita—. Ya sabes,
en Noruega, sacan a sus bebés para que duerman la siesta.
—Oh...key —dice Alex.
—Me encantaría ir a Noruega —digo.
—¡Oh, tienes que hacerlo! —dice—. La hermana gemela de mi
esposa vive allí, se casó con un noruego. Gail habla a veces de
divorciarse legalmente de mí y de ofrecerse a pagarle a un par de
noruegos simpáticos para que se casen con nosotros y podamos
obtener la ciudadanía y mudarnos allí. Llámame anticuada, pero no
me parece bien pagar por mi falso matrimonio.
—Bueno, supongo que tendrás que sobrevivir con las
vacaciones noruegas, entonces —digo.
—Supongo que sí.
Por precaución, optamos por la ruta para principiantes, y pronto
descubrimos que esto significa que nuestro "viaje de rafting" consiste
en gran parte en tomar el sol y flotar con la corriente, sacando
nuestros remos para empujar las rocas cuando nos acercamos
demasiado, y aumentando nuestro remo cada vez que aparece un
rápido.
Resulta que Lita recuerda mucho más de lo que dice sobre
Buck y las otras personas con las que vivía en la casa de Tofino, y
nos regala historias de gente saltando desde el tejado a un
trampolín, y de borrachos haciéndose tatuajes con bolígrafos de tinta
roja.
—Resulta que algunas personas son alérgicas a la tinta roja —
dice—. ¿Quién lo iba a saber?
Cada historia que cuenta es más ridícula que la anterior, y para
cuando arrastramos la balsa hasta la orilla del río al final de nuestra
ruta, me duelen los abdominales de tanto reír.
Se limpia las lágrimas de risa de las comisuras de los ojos que
empiezan a arrugarse y lanza un suspiro de satisfacción.
—Puedo reír porque he sobrevivido. Me hace feliz saber que
Buck también lo hizo —se frota la barriga—. Me hace muy feliz cada
vez que descubres lo pequeño que es el mundo, ¿sabes? Como si
estuviéramos en ese lugar al mismo tiempo y ahora aquí estamos.
En diferentes puntos de nuestras vidas, pero aún conectados. Como
un enredo cuántico o algo así.
—Pienso en eso cada vez que estoy en un aeropuerto —le digo
—. Es una de las razones por las que me gusta tanto viajar.
Dudo, buscando cómo verter en palabras concretas este
pensamiento largamente sobado.
—De niña, era solitaria—le explico—, y siempre pensé que
cuando creciera, dejaría mi ciudad natal y descubriría a otras
personas como yo en otro lugar. Y así ha sido, ¿sabes? Pero todo el
mundo se siente solo a veces, y siempre que eso ocurre, compro un
billete de avión y voy al aeropuerto y... no sé. Ya no me siento sola.
Porque no importa lo que haga diferente a toda esa gente, todos
están tratando de llegar a algún sitio, esperando alcanzar a alguien.
Alex me lanza una extraña mirada cuyo significado no puedo
interpretar.
—Ah, mierda —dice Lita—. Me vas a hacer llorar. Estas
malditas hormonas del embarazo. Reacciono peor a ellas que a la
ayahuasca.
Antes de separarnos, Lita nos da un largo abrazo a cada uno.
—Si alguna vez estás en Nueva York... —le digo.
—Si alguna vez te apetece hacer un viaje de rafting de verdad
—responde con un guiño.
Tras varios minutos de silencio en nuestro viaje de vuelta al
complejo, con arrugas de preocupación que surgen del interior de sus
cejas, Alex dice:
—Odio pensar en que te sientas sola.
Debo parecer confusa, porque me aclara:
—Lo de ir al aeropuerto. Cuando sientes que estás sola.
—Ya no me siento tan sola —digo—. Tengo los mensajes de
texto en grupo con Parker y Prince: hemos estado planeando un
musical de Tiburón sin presupuesto. Luego están las llamadas
semanales con mis padres por el altavoz. Además, está Rachel, que
me ha ayudado mucho después de Guillermo, con invitaciones a
clases de ejercicio y bares de vinos y días de voluntariado en
refugios para perros
Aunque Alex y yo ya no hablamos tanto como antes, también
están los relatos cortos que me envía por correo con breves notas
manuscritas en post-its. Podría enviarlas por correo electrónico, pero
no lo hace, y después de que yo haya leído cada copia, las pongo en
una caja de zapatos donde he empezado a guardar las cosas que
me importan. (Una caja de zapatos, para no acabar con enormes
cubos de plástico con los dibujos de dragones de mis futuros hijos,
como tienen mamá y papá).
No me siento sola cuando leo sus palabras. No me siento sola
cuando tengo esos Post-its en la mano y pienso en la persona que
los escribió.
—Siento no haber estado ahí para ti—dice Alex en voz baja.
Abre la boca como si fuera a continuar, pero sacude la cabeza y la
vuelve a cerrar. Hemos vuelto al complejo, nos estacionamos y,
cuando me giro en mi asiento para mirarlo, él también se inclina hacia
mí.
—Alex... —tardo unos segundos en continuar—. Nunca me he
sentido realmente sola desde que te conocí, no creo que vuelva a
sentirme verdaderamente sola en este mundo mientras tú estés en
él.
Su mirada se suaviza, y se mantiene firme durante un tiempo.
—¿Puedo decirte algo embarazoso?
Por una vez, no se me ocurre bromear, ni ser sarcástica.
—Cualquier cosa.
Pasa la mano por el volante en un lento vaivén.
—Creo que no sabía que estaba solo hasta que te conocí—
vuelve a sacudir la cabeza—. En casa, después de que mi madre
muriera y mi padre se desmoronara, sólo quería que todos
estuvieran bien. Quería ser exactamente lo que papá necesitaba, y
exactamente lo que mis hermanos pequeños necesitaban, y en la
escuela, quería ser quien todo el mundo quería, así que intentaba ser
tranquilo y responsable y estable, y creo que tenía diecinueve años la
primera vez que se me ocurrió que tal vez no era así como vivían
algunas personas. Que tal vez yo era alguien, más allá de lo que
intentaba ser. Te conocí, y honestamente... al principio, pensé que
era una actuación. La ropa chocante, las bromas chocantes.
—¿Qué quieres decir? —me burlo en voz baja, y una sonrisa
guiña la esquina de su boca, breve como el batir de las alas de un
colibrí.
—En ese primer viaje de vuelta a Linfield, me hiciste todas esas
preguntas sobre lo que me gustaba y lo que odiaba, y no sé. Sentí
que realmente querías saber.
—Por supuesto que sí —digo.
Él asiente con la cabeza.
—Lo sé. Me preguntaste quién era, y fue como si la respuesta
saliera de la nada. A veces parece que ni siquiera existía antes de
eso. Como si me hubieras inventado.
El calor me sube a las mejillas y me acomodo en el asiento,
apretando las rodillas contra el pecho.
—No soy tan inteligente como para haberte inventado. Nadie es
tan inteligente.
Los músculos de su mandíbula saltan mientras piensa en sus
próximas palabras, ya que nunca es de los que sueltan algo sin
sopesarlo primero.
—Lo que quiero decir es que nadie me conocía realmente antes
de ti, Poppy. Y aunque... las cosas cambien entre nosotros, nunca
estarás sola, ¿Okey? Siempre te querré.
Las lágrimas me nublan los ojos, pero milagrosamente las
despejo con un parpadeo. De alguna manera, mi voz sale firme y
ligera, y no como si alguien hubiera metido la mano en mi caja
torácica y hubiera sostenido mi corazón dentro de su mano el tiempo
suficiente para pasar el pulgar por una herida secreta.
—Lo sé —le digo—. Yo también te quiero.
Es verdad, pero no toda la verdad. No hay palabras lo
suficientemente amplias o específicas para captar el éxtasis y el
dolor, el amor y el miedo que siento al mirarlo ahora.
Así que el momento pasa, y el viaje continúa, y nada es
diferente entre nosotros, excepto que una parte de mí se ha
despertado, como un oso que sale de la hibernación con un hambre
que ha conseguido dormir durante meses pero que no puede ignorar
ni un segundo más.
Al día siguiente, el penúltimo del viaje, subimos un puerto de
montaña.
Cerca de la cima, me acerco al borde del camino para hacer
una foto a través de una abertura en los árboles, del lago azul
profundo que hay debajo y pierdo el equilibrio. Mi tobillo rueda, fuerte
y rápido. Siento como si el hueso atravesara mi pie para golpear el
suelo, y luego estoy desparramada en el barro y las hojas, silbando
palabrotas.
—Quédate quieta —dice Alex, agachándose a mi lado.
Al principio apenas puedo respirar, así que no lloro, sólo me
ahogo.
—¿Tengo un hueso que me sale de la piel?
Alex mira hacia abajo, comprueba mi pierna.
—No, creo que sólo te has hecho un esguince.
—Mierda —jadeo por debajo de una ola de dolor.
—Aprieta mi mano si lo necesitas —dice, y yo lo hago, tan
fuerte como puedo. En su gigantesca y masculina palma, la mía se
ve diminuta, mis nudillos son nudosos y pequeños.
El dolor cede lo suficiente como para que la manía se apresure
a sustituirlo. Las lágrimas caen a borbotones y pregunto:
—¿Tengo manos de loris lentos?
—¿Qué? —pregunta Alex, comprensiblemente confundido. Su
expresión de preocupación se tambalea y se convierte en una risa
con tos—¿Manos de loris lentos? —repite con seriedad.
—¡No te rías de mí! —chillé, completamente convertida en una
hermana pequeña de ocho años.
—Lo siento —dice—. No, no tienes manos de loris lentos. No
es que sepa lo que es un loris lento.
—Es como un lémur —digo con lágrimas en los ojos.
—Tienes unas manos preciosas, Poppy —se esfuerza mucho,
mucho -quizás lo más difícil que ha hecho nunca- en no sonreír, pero
poco a poco lo hace de todos modos, y yo rompo a reír con lágrimas
en los ojos—¿Quieres intentar ponerte de pie? —pregunta.
—¿No puedes hacerme rodar por la montaña?
—Prefiero no hacerlo —dice—. Podría haber hiedra venenosa
una vez que salgamos del camino.
Suspiro.
—De acuerdo, entonces—me ayuda a levantarme, pero no
puedo apoyar ningún peso en el pie derecho sin que un relámpago de
dolor me suba por la pierna. Dejo de tambalearme, empiezo a llorar
de nuevo y me entierro la cara entre las manos para ocultar el
desastre de mocos en el que me estoy convirtiendo.
Alex me frota las manos lentamente por los brazos durante
unos segundos, lo que solo me hace llorar más. Que la gente sea
amable conmigo cuando estoy disgustada siempre tiene este efecto.
Me atrae contra su pecho y engancha sus brazos contra mi espalda.
—¿Voy a tener que pagar un helicóptero para bajar? —digo.
—No estamos tan lejos —dice.
—No estoy bromeando, no puedo ponerle peso.
—Esto es lo que va a pasar —dice—. Te voy a cargar y te voy
a llevar, muy despacio, por el camino. Y probablemente tendré que
parar muchas veces y dejarte en el suelo, y no podrás llamarme
Seabiscuit33 ni gritar ¡Más rápido! ¡Más rápido! en mi oído.
Me río en su pecho, y cabeceo contra él, dejando marcas de
humedad en su camiseta.
—Y si descubro que has fingido todo esto solo para ver si te
llevaba media milla por una montaña —dice—, me voy a enfadar
mucho.
—Escala del uno al diez —digo, inclinándome hacia atrás para
mirarle a la cara.
—Siete por lo menos —dice.
—Eres tan, tan agradable —digo.
—Quieres decir mantecoso y cálido y perfecto —se burla,
ampliando su postura—. ¿Lista?
—Lista —confirmo, y Alex Nilsen me levanta en brazos y me
lleva por una puta montaña.
No. Realmente no podría haberlo inventado.
22
Este Verano

Totalmente recargados después de dos botellas de agua y


cuarenta minutos en una tienda de regalos del zoo llena de camellos
disecados, nos dirigimos a nuestro siguiente destino.
Los Dinosaurios de Cabazon son más o menos lo que parecen:
dos esculturas de dinosaurios de gran tamaño en el arcén de la
autopista en medio de la nada, en California.
Un escultor de parques temáticos construyó los monstruos de
acero con la esperanza de atraer clientes a su restaurante de
carretera. Desde que murió, la propiedad se vendió a un grupo que
instaló un museo creacionista y una tienda de regalos dentro de la
cola de uno de los dinosaurios.
Es el tipo de lugar en el que te detienes porque ya has pasado
en auto. También es el tipo de lugar al que conduces, fuera de tu
camino, cuando estás tratando de llenar cada segundo de tu día.
—Bueno —dice Alex cuando salimos del auto. El polvoriento
tiranosaurio rex y el brontosaurio se alzan sobre nosotros, y unas
cuantas palmeras con pinchos y arbustos desaliñados salpican la
arena bajo ellos. El tiempo y la luz del sol han vaciado a los dinos de
casi cualquier color. Parecen sedientos, como si llevaran milenios
arrastrándose por este lugar y su dura luz solar.
—Bueno, efectivamente —estoy de acuerdo.
—¿Supongo que deberíamos tomar algunas fotos? —dice Alex.
—Definitivamente.
Saca su teléfono y espera a que haga algunas poses delante
de los dinosaurios. Después de un par de fotos discretas y
apropiadas para Instagram, empiezo a saltar y a agitar los brazos,
con la esperanza de hacerlo reír.
Sonríe, pero sigue pareciendo un poco pálido, y decido que es
mejor que nos pongamos a la sombra. Paseamos por el recinto,
hacemos un par de fotos más de cerca y con los dinosaurios más
pequeños que se han añadido entre los matorrales que rodean a los
dos principales, luego subimos las escaleras para curiosear en la
tienda de regalos.
—Apenas se nota que estamos dentro de un dinosaurio —se
queja Alex en broma.
—¿Verdad que sí? ¿En dónde están las vértebras gigantes?
¿Dónde están los vasos sanguíneos y los músculos de la cola?
—Esto no va a tener una crítica favorable en Yelp —murmura
Alex, y yo me río, pero él no se une. De repente me doy cuenta de lo
patético que es el aire acondicionado de esta tienda. Nada
comparado con la tienda de regalos del zoo. También podríamos
estar de vuelta en el infierno de Nikolai.
—¿Debemos salir de aquí? —pregunto.
—Dios, sí —dice Alex, y deja la figura de dinosaurio que ha
estado sosteniendo.
Compruebo la hora en mi teléfono. Sólo son las cuatro de la
tarde y ya hemos agotado todo lo que tenía planeado para hoy. Abro
mi aplicación de notas y busco en la lista algo más que hacer.
—De acuerdo —digo, intentando disimular mi ansiedad—. Lo
tengo. Vamos.
El Jardín Botánico Moorten. Está en el exterior, pero seguro
que tiene un sistema de ventilación mejor que la tienda de regalos
que hay dentro de un dinosaurio de acero.
Solo que no se me ocurre comprobar los horarios y conducimos
hasta allí sólo para encontrarlo cerrado.
—¿Cierra a la una durante el verano? —leo el cartel con
incredulidad.
—¿Crees que tiene algo que ver con la temperatura
peligrosamente alta? —dice Alex.
—De acuerdo —digo—. De acuerdo.
—Tal vez deberíamos ir a casa—dice Alex—. Ver si Nikolai ha
arreglado el aire acondicionado.
—Todavía no —digo, desesperada—. Hay algo más que quería
hacer.
—Bien —dice Alex.
De vuelta en el auto, le hago frente en el lado del conductor, y
pregunta:
—¿Qué estás haciendo?
—Tengo que conducir para esta parte —digo.
Arquea una ceja, pero se sube al asiento del copiloto, y abro mi
GPS e introduzco la primera dirección de la lista para la "visita
arquitectónica autoguiada de Palm Springs"
—Es... un hotel —dice Alex, confundido cuando nos acercamos
a este edificio angular con su revestimiento de piedra y su cartel
naranja.
—El Hotel Del Marcos —digo.
—¿Hay... un dinosaurio de acero dentro? —pregunta.
Frunzo el ceño.
—No lo creo, pero todo este barrio, el del Club de Tenis, se
supone que está lleno de todos estos edificios ridículamente
increíbles.
—Ah —dice, como si eso fuera todo lo que puede reunir en
forma de entusiasmo.
Se me cae el estómago al marcar la siguiente dirección.
Conducimos durante dos horas, paramos a comer una cena barata
(que alargamos una hora más por culpa de Cold Air) y, cuando
volvemos al auto, Alex me interrumpe en la puerta del conductor.
—Poppy —dice suplicante.
—Alex —digo.
—Puedes conducir si quieres —dice—, pero me estoy
mareando un poco con el auto, y no sé si podré soportar ver más
mansiones de desconocidos hoy.
—Pero tú amas la arquitectura —digo patéticamente.
Su ceño se frunce y sus ojos se entrecierran.
—Yo... ¿qué?
—En Nueva Orleans —digo—, te paseaste señalando ventanas
todo el tiempo. Pensé que te encantaban este tipo de cosas.
—¿Apuntando a las ventanas?
Tiro los brazos a los lados.
—¡No lo sé! Es que... ¡te encantaba mirar los jodidos edificios!
Deja escapar una carcajada fatigada.
—Te creo —dice—. Tal vez sí ame la arquitectura. No lo sé,
solo estoy... muy cansado y tengo calor.
Me apresuro a sacar mi teléfono del bolso. Todavía no hay
noticias de Nikolai. No podemos volver a ese apartamento.
—¿Qué pasa con el museo del aire?
Cuando levanto la vista, me está estudiando, con la cabeza
inclinada y los ojos todavía entrecerrados. Se pasa una mano
desdichada por el cabello y desvía la mirada un segundo, poniendo la
mano en la cadera.
—Son como las siete, Poppy —dice—. No creo que esté
abierto.
Suspiro, desinflándome.
—Tienes razón. —Cruzo de nuevo al asiento del copiloto y me
tumbo, sintiéndome derrotada mientras Alex arranca el auto.
A los quince kilómetros de la carretera, pinchamos una rueda.
—Oh, Dios —gimo mientras Alex se aparta a un lado de la
carretera.
—Probablemente haya un repuesto —dice.
—¿Y sabes cómo se pone eso? —le digo.
—Sí. Sé cómo ponerlo.
—Señor Propietario —digo, tratando de sonar juguetona.
Resulta que yo también soy profundamente gruñona y así es como
mi voz me retrata. Alex ignora el comentario y sale del auto.
—¿Necesitas ayuda? —pregunto.
—Podría necesitar que me iluminaras —dice—. Está
empezando a oscurecer.
Le sigo hasta la parte trasera del auto. Abre la puerta de la
escotilla, mueve algunas de las alfombrillas y maldice.
—No hay repuesto.
—Este auto aspira a destruir nuestras vidas —digo, y doy una
patada al lateral del auto—. Mierda, voy a tener que comprarle a
esta chica un neumático nuevo, ¿no?
Alex suspira y se frota el puente de la nariz.
—Lo dividiremos.
—No, eso no es lo que estaba… no estaba diciendo eso.
—Lo sé —dice Alex, irritado—. Pero no voy a dejar que lo
pagues todo.
—¿Qué hacemos?
—Llamamos a una empresa de remolque —dice—. Volvemos a
casa en Uber y mañana nos arreglamos con esto.
Así que eso es lo que hacemos: Llamamos a la compañía de
remolque.
Nos sentamos en silencio en el maletero mientras esperamos a
que vengan. Volvemos a la tienda en la parte delantera de la grúa
con un hombre llamado Stan que tiene una mujer desnuda tatuada en
cada brazo. Firmamos unos papeles y llamamos a un Uber y salimos
mientras esperamos a que llegue.
Subimos a un auto con una señora llamada Marla a la que Alex
susurra en voz baja.
—Se parece exactamente a Delallo —y al menos eso es algo
de lo que reírse.
Y entonces la aplicación de Marla se equivoca y se pierde.
Y nuestro viaje de diecisiete minutos se convierte en un viaje de
veintinueve minutos ante nuestros ojos y ninguno de los dos se ríe,
ninguno de los dos dice nada, ni emite ningún sonido.
Finalmente, ya casi hemos llegado al Desert Rose. Afuera está
casi negro, y estoy segura de que las estrellas en lo alto serían
increíbles si no estuviéramos atrapados en la parte trasera del Kia
Rio de Marla inhalando pulmón tras pulmón del aromatizante en
aerosol olor galletas de azúcar con el que parece haber empapado
todo el auto.
Cuando el tráfico se detiene de repente a media milla del
Desert Rose, casi lloro.
—Debe ser un accidente que bloquea la carretera —dice Marla
—. No hay razón en el cielo o en la tierra para que el tráfico esté tan
atascado.
—¿Quieres caminar? —me pregunta Alex.
—¿Por qué diablos no? —digo, y salimos del auto de Marla,
vemos cómo da la vuelta al Kia en un giro de quince puntos, y
empezamos a bajar por la oscura acera de la carretera hacia la
casa.
—Esta noche me meto en la piscina —dice Alex.
—Probablemente esté cerrada —gruño.
—Me subiré a la valla —dice Alex.
Una risa efervescente y cansada recorre mi pecho.
—Okey, me apunto.
23
Hace Cinco Veranos

En nuestra última noche en Sanibel Island, permanecí sobre la


cama despierta, escuchando el sonido de la lluvia caer sobre el
techo, reproduciendo la semana como si la estuviera viendo en una
pantalla espesa y brumosa, tratando de capturar esa fracción de
segundo que parecía esfumarse de mi vista en cuanto trataba de
alcanzarla.
Veo las tormentosas playas, el maratón de Twilight Zone, el
sofá donde Alex y yo dormimos, el lugar de mariscos donde
finalmente él me había contado los espeluznantes detalles de su
ruptura con Sarah, en la que ella le había dicho que su relación era
tan emocionante como la biblioteca en la que se conocieron, antes
de dejarlo e irse a un retiro de yoga por un máximo de tres
semanas. —Si ella quiere emoción, —le dije—
estoy feliz de darle la llave del auto.
Mi memoria salta hacia un bar llamado BAR, con sus pegajosos
suelos y ventiladores de techo. Salgo del baño y lo veo en la barra,
leyendo un libro. Sintiendo tanto amor que me divido en dos tratando
de sacarlo de la tristeza después de Sarah. Lo llamo con un
exagerado —¡Oye, tigre!
Luego llega el momento en que corremos a través del aguacero
desde el BAR hasta nuestro auto, momento que pasamos
escuchando el chirrido del limpiaparabrisas sobre el vidrio mientras
atravesamos la lluvia torrencial de regreso a nuestro búngalo
empapados por la lluvia.
Me estoy acercando a ese momento, ese que sigo buscando y
llegando con las manos vacías, como si no fuera más que un poco de
luz que reflejada bailando en el suelo.
Veo a Alex pidiéndome tomarnos una foto juntos,
sorprendiéndome con el flash a la cuenta de dos en lugar de tres.
Los dos ahogándonos de la risa, gimiendo ante la atrocidad de
nuestra imagen, discutiendo si la borramos, Alex prometiendo que no
miraba nada atroz en mí, y yo diciéndole lo mismo sobre
él.Después él me dijo —El siguiente año vamos a algún lugar frío.
Yo le contesté, que estaba bien, que lo haríamos.
Y aquí viene, el momento que sigue deslizándose entre mis
dedos, como si fuera el detalle que cambia el juego en una repetición
instantánea que parece que no puedo pausar o disminuir de
velocidad.
Solo nos estamos mirando el uno al otro. No hay bordes duros
a los que agarrarse, no hay marcas distintivas del comienzo o el final
de este momento, nada que lo separe de los millones que hay justo
así. Pero este, es el momento en que lo pienso por primera vez.
Yo estoy enamorado de ti.
El pensamiento es aterrador, probablemente ni siquiera es
cierto. Una idea peligrosa para entretener. Libero mi agarre sobre
ella, observo que se escapa lejos.
Pero hay zonas en el centro de mis palmas que arden, queman,
prueba de que una vez la sostuve allí.
24
Este Verano

El departamento se ha convertido en el séptimo anillo del


infierno, y no hay señales de que Nikolai haya estado ahí.
Me cambio en el baño por un bikini y una camiseta extra grande,
luego mando otro furioso mensaje exigiendo una actualización sobre
el aire acondicionado.
Alex toca la puerta cuando termina de
cambiarse en la habitación, salgo y nos dirigimos a la alberca, toallas
en mano. Primero nos escabullimos para comprobar la puerta. —
Bloqueada —confirma Alex, pero acabo de notar el problema más
grande.
—¡QUÉ DEMONIOS!
Él mira hacia arriba y lo ve: el contenedor de concreto de la
piscina vacío. Detrás de nosotros, alguien jadea. —¡Oh, cariño, te
dije que eran ellos!
Alex y yo giramos mientras una pareja de mediana edad curtida
por el sol llega dando brincos. Una mujer pelirroja en tacones de
corcho brillantes y pantalones capri blancos al lado de un hombre de
cuello grueso, y unos lentes de sol acomodados sobre la parte
posterior de la cabeza afeitada.
—Tenías razón, bebé —dice el hombre.
—¡Los reciéeen casaaados! —la mujer canta y me agarra en un
abrazo—¿Por qué no nos dijeron que se dirigían a Springs?
Ahí es cuando entendí. Eran los esposos del taxi que tomamos
afuera de LAX34. —Vaya —dice Alex—. Hola ¿Cómo les va?
La mujer con uñas color naranja neón me suelta, y saluda con la
mano. ─Oh, ya sabes. Iba bien hasta lo sucedido con la piscina.
El esposo gruñe de acuerdo.
—¿Qué pasó? —Pregunto.
—¡Un niño entró y se hizo diarrea! Un montón, supongo, porque
tuvieron que vaciarla por completo. ¡Dicen que mañana debería estar
en funcionamiento de nuevo!. Ella frunce el ceño—. Por supuesto que
mañana nos vamos a Joshua Tree.
— ¡Oh, genial! —digo. En realidad, sueno tensa en lugar de
alegre, mi alma se está marchitando silenciosamente dentro de mi
cuerpo vacío.
—Gané una estadía gratis ahí, —ella me guiña un ojo— tengo
buena suerte. —Claro que sí —dice el esposo.
—¡No solo me refiero a eso! —ella prosigue—. Ganamos la
lotería hace unos años, no uno de esos mil billones de dólares, sino
una buena cantidad, y lo juro, ¡desde entonces es como si ganara
todas las rifas, sorteos y concursos que veo!
—Increíble, —dice Alex. Parece que su alma también se ha
marchitado.
—De todas formas, vamos a dejar que ustedes dos tortolitos
vayan a hacer sus cosas. —Ella guiña de nuevo, o tal vez sus falsas
pestañas están simplemente pegadas. Difícil de decir— ¡No puedo
creer la extraña suerte que tenemos de que nos quedemos en el
mismo lugar!
—Suerte —dice Alex. Suena como si estuviera en un trance
inducido por la mala suerte
—Sí, es un mundo diminuto, ¿no? —dice ella.
—Lo es —confirmo.
—De todos modos, ¡disfruten el resto de su viaje! —Ella aprieta
uno de cada uno de nuestros hombros y el esposo asiente. Luego se
van y nos quedamos parados frente a la piscina vacía.
Después de tres silenciosos segundos, digo —Voy a
tratar de llamar a Nikolai de nuevo.
Alex no dice nada. Nos vamos de vuelta arriba. Hace noventa
grados, no metafóricamente, literalmente son noventa grados. No
encendemos ninguna luz excepto la del baño, como si incluso una
bombilla encendida pudiera llevarnos a los cien grados.
Alex se para en medio de la habitación, luciendo
miserable. Hace demasiado calor para sentarse sobre algo, para
tocar algo. El aire se siente diferente, rígido como una tabla. Le
marco a Nikolai repetidamente mientras me paseo por el cuarto.
La cuarta vez que rechaza la llamada, dejo escapar un grito y
regreso pisando fuerte a la cocina por las tijeras.
—¿Qué estás haciendo? —Pregunta Alex. Simplemente paso
por el balcón y apuñalo las láminas de plástico—. Eso no va a
ayudar, —dice— hace tanto calor allá afuera como aquí dentro esta
noche.
Pero no puede hacerme entrar en razón. Corto el plástico,
corto una tira gigante tras otra tira gigante y andrajosa, tirándolas al
suelo. Finalmente, la mitad del balcón está abierto al aire de la
noche, pero Alex tenía razón, no importa.
Hace tanto calor que podría derretirme. Entro de nuevo y me
salpico la cara con agua fría.
—Poppy —dice Alex—
creo que deberíamos registrarnos en un hotel. —Niego con la
cabeza, demasiado frustrada para hablar.
—Tenemos que hacerlo —dice.
—Así no era como se supone que debía ser —
digo, un repentino latido pasa a través de mi ojo.
—¿De qué estás hablando? —dice.
—Se supone que esto tiene que ir como solía ser antes —digo
—Se supone que debemos mantener las cosas baratas y ... seguir
adelante con todo y los golpes que se nos presenten.
—Nos hemos topado con un montón de golpes —Alex insiste.
—¡Los hoteles cuestan dinero! —digo
—. Y ya vamos a tener que gastar doscientos dólares en conseguir
un neumático nuevo para ese horrible auto.
—¿Sabes lo que cuesta dinero? —dice— ¡Hospitales!, vamos
a morir si nos quedamos aquí.
—¡No es así como se supone que debe ser —medio grito, y
rompo un récord
— ¡Así es como va! —él responde.
—Yo solo quería que fuera como solía ser —digo.
—¡Nunca va a ser así! —chasquea—. No podemos volver a
eso, ¿de acuerdo? las cosas son diferentes ahora y no podemos
cambiar eso, ¡así que detente!, deja de intentar que esta amistad
vuelva a ser lo que solía ser, ¡no va a suceder! somos
diferentes ahora, y tienes que dejar de fingir que no.
Su voz se interrumpe, sus ojos se oscurecen y su mandíbula se
tensa.
Hay lágrimas que nublan mi visión, y mi pecho se siente como si
estuviera siendo cortado por la mitad mientras estamos ahí parados
en mitad de la oscuridad, enfrentándonos en silencio, respirando con
dificultad.
Algo rompe el silencio. Un retumbar bajo y distante, y luego un
tap tap tap.
—¿Oyes eso? —la voz de Alex es un carraspeo tenue.
Doy un asentimiento inseguro, y luego otro estruendo se
escucha. Nuestros ojos se encuentran el uno con el otro, amplios y
desesperados. Nosotros corremos hasta el borde de la terraza.
—Mierda. —Lanzo mis brazos hacia fuera para coger la caída
de la lluvia. Me empiezo a reír. Alex se une.
—Aquí. —Agarra el resto de la lona de plástico y comienza a
rasgarla. Recupero las tijeras de la mesa de café y corto el resto del
plástico, lo arrojo por encima del hombro, la lluvia cae libre, hasta
que, finalmente, está todo fuera de nuestro camino. Nos mantenemos
de pie con nuestros rostros inclinados hacia arriba y dejamos que la
lluvia caiga sobre nosotros. Otra risa burbujea en mí, cuando miro a
Alex, él me está observando, sonriéndome durante dos segundos
antes de que se convierta en preocupación.
—Lo siento —dice con la voz tranquila bajo la lluvia—.
Solo quise decir...
—Sé lo que quisiste decir, —le digo— estabas en lo correcto,
no podemos ir hacia atrás.
Sus dientes rozan su labio inferior. —Quiero decir... ¿realmente
querrías hacerlo?
—Sólo quiero... —Me encojo de hombros.
A ti, pienso.
A ti.
A ti.
A ti. ¡Dilo!
Sacudo la cabeza. —No quiero perderte de nuevo.
Alex se acerca a mí y yo me acerco a él, dejo que me agarre
de las caderas y me tire hacia él. Me presiono contra su camiseta
húmeda mientras él envuelve sus brazos alrededor de mí y me
levanta. Me pongo de puntillas y él me sostiene allí, su rostro
enterrado en mi cuello y mi camiseta de gran tamaño empapada.
Enredo mis brazos alrededor de su cintura y tiemblo cuando sus
manos se deslizan por mi espalda, atrapando el bulto donde las tiras
de mi traje de baño están anudadas debajo de mi camisa.
Incluso después de un día completo de sudoración, huele tan
bien, se siente tan bien contra mí y debajo de mis manos.
Combinado con el intenso alivio de la lluvia del desierto, esto me
hace sentir mareada, con ganas de dar vueltas y sin inhibiciones. Mis
manos suben hasta su cuello y se deslizan hasta su cabello, se retira
lo suficiente para mirarme a la cara, pero ninguno de los dos se
suelta, y todo el estrés y la preocupación ha dejado su frente y su
mandíbula al instante en que levanta mi cuerpo.
—No me perderás. —dice, con la voz atenuada por la lluvia—.
Mientras me quieras, estaré aquí.
Me trago el nudo en mi garganta, pero regresa. Trato de
mantener las palabras adentro, podría ser un error decirlas,
¿verdad? Nos contamos todo, pero hay algunas cosas que no se
pueden dejar de decir, como hay cosas que no se pueden deshacer.
Su mano se levanta para barrer un rizo húmedo de mis ojos,
metiéndolo detrás de mi oreja. El bulto parece derretirse, y la verdad
se me escapa como un aliento que he estado conteniendo todo este
tiempo.
—Siempre te querré, Alex —le susurro—. Siempre.
En esta luz tenue, sus ojos se ven casi brillantes y su boca se
suaviza. Cuando se inclina para presionar su frente con la mía, todo
mi cuerpo se siente pesado, al igual que mi deseo es una ponderada
manta empujando en mí desde todos los lados, mientras que sus
manos son como pincel sobre mi piel, tan suaves como la luz del sol.
Su nariz se desliza por el costado de la mía, nuestras bocas
inseguras y estiradas pulsando a una pulgada entre nosotros.
No es todavía una especie de negación, es una oportunidad que
vamos a dejar pasar sin tener que cerrar esa distancia final. Pero, al
escuchar su respiración inestable, sentir la forma en que se tira
contra mí mientras sus labios se separan, ver más cerca que duda,
me olvido de todas las razones que estaba tratando de poner entre
los dos.
Somos imanes, tratando de juntarnos incluso mientras
acunamos la cuidadosa distancia entre nosotros. Su mano roza mi
mandíbula, la inclina con cuidado para que nuestras narices se rocen
entre sí, probando este pequeño espacio entre nosotros,
nuestras bocas abiertas saboreando el aire entre nosotros.
Cada aliento que ahora toma susurra contra mi labio
inferior. Cada una de mis temblorosas inhalaciones intenta acercarlo
más. Esto no tenía que suceder, pienso de manera borrosa.
Entonces, pienso de manera más contundente, esto
tenía que suceder.
Esto tiene que suceder.
Esto está sucediendo.
25
Hace Cuatro Años

Este año será diferente. He estado trabajando para la revista


Rest + Relxation durante seis meses. En ese tiempo, ya estuve
en: Marrakech y Casablanca35, Martinborough y Queenstown36,
Santiago e Isla de Pascua37.
Por no hablar de todas las ciudades de los Estados Unidos a
las que me han enviado.
Estos viajes no se parecen en nada a los que solíamos hacer
Alex y yo, pero es posible que le haya restado importancia a eso
cuando presenté la combinación de nuestro viaje de verano con
un viaje de trabajo, porque quiero ver su reacción cuando lleguemos
a nuestro primer resort con nuestro andrajoso equipaje de
TJ Maxx38, solo para ser recibidos con champán.
Cuatro días en Suecia. Cuatro en Noruega.
No es frío, precisamente, pero al menos es genial, y desde que
me comuniqué con la cuñada expatriada de la guía de River Raft,
Lita, ella me ha estado enviando correos electrónicos semanalmente
con sugerencias sobre cosas que hacer en Oslo. A diferencia de
Lita, Dani tiene una memoria de acero: parece recordar todos los
restaurantes increíbles en los que ha comido y sabe exactamente
qué debemos ordenar. En un correo electrónico, clasificó varios folios
según una serie de criterios (belleza, concurrencia, tamaño,
conveniencia de la ubicación, belleza del camino hacia la conveniente
ubicación).
Cuando Lita pasó su información de contacto, me estaba
esperando obtener tal vez, una lista con un parque nacional
específico y un par de bares. Y Dani hizo eso, en su primer correo
electrónico. Pero los mensajes seguían llegando cada vez que
pensaba en otra cosa que "¡absolutamente no podíamos dejar sin
experimentar!".Ella usa una gran cantidad de signos de exclamación,
y aunque por lo general creo que las personas recurren a estos en un
intento por parecer amable y sin duda, no-del todo enojado, cada
una de sus frases se lee como un comando.
—¡Debes beber aquavit!
—¡Asegúrate de beberlo a temperatura ambiente, quizás junto
con una cerveza!
—¡Ten tu aquavit a temperatura ambiente de camino al Museo
de Barcos Vikingos! ¡NO TE PIERDAS ESTO!
Cada nuevo correo electrónico quema mi mente con sus signos
de exclamación, y miedo me daría conocer a Dani, si no fuera por el
hecho de que ella firma cada correo electrónico con xoxo, el
cual encuentro entrañable y estoy segura de que nos va a gustar
un montón. Me agradará mucho y Alex estará aterrorizado.
De cualquier manera, nunca he estado más emocionada
por un viaje en mi vida.
En Suecia, hay un hotel hecho completamente de hielo, llamado
(por alguna misteriosa razón) Icehotel. Es el tipo de lugar que Alex y
yo nunca podríamos habernos permitido por nuestra cuenta, y toda la
mañana previa a la reunión de lanzamiento con Swapna, estaba
sudando profusamente en mi escritorio, no un sudor normal, sino el
tipo de sudor horrible que viene con la ansiedad. No es como si Alex
no hubiera preferido seguir con los destinos de verano a una playa,
pero desde que me enteré sobre Icehotel, sabía que sería una
perfecta sorpresa para él.
Lanzo el artículo como una característica de "Enfriamiento para
el verano", y los ojos de Swapna se iluminan con aprobación.
—Inspirador. —dice ella, y veo a algunos de los
otros escritores más consolidados diciéndose la misma palabra entre
sí. No he estado allí el tiempo suficiente para notar que ella use la
palabra, pero yo sé cómo es con las tendencias, por lo
que me imagino que inspirador es totalmente opuesto a de moda en
su mente.
Ella está completamente de acuerdo con la idea. Solo así estoy
autorizada a gastar mucho dinero. No puedo técnicamente comprarle
a Alex comidas o boletos de avión, o incluso la entrada al museo
vikingo, pero cuando estás de viaje con R+R, las puertas se te
abren, botellas de champán que no ordenaste flotan a tu mesa, los
cocineros pasan con algo "extra", y la vida se vuelve un poco
más brillante.
También está la cuestión del fotógrafo que viajará con nosotros,
pero hasta ahora todas las personas con las que he trabajado han
sido agradables, si no divertidas, independientes como yo. Nos
encontramos, planeamos tomas, nos separamos, y aunque yo no he
trabajado con el nuevo fotógrafo con la que estoy emparejada, nos
hemos visto en programas opuestos en los días de oficina, nos han
puesto en horarios diferentes en la oficina; Garrett, el otro escritor
nuevo, dice que el fotógrafo Trey es genial, así que no estoy
preocupada.
Alex y yo nos enviamos mensajes de texto innecesarios en las
semanas previas al viaje, pero nunca sobre el viaje en sí. Le digo que
yo me ocupo de todo, que todo es una sorpresa, y aunque la falta de
control lo está matando, no se queja.
En cambio, envía mensajes de texto sobre su pequeña gata
negra, Flannery O'Connor. Fotos de ella en zapatos y armarios, y
tirada en la parte superior de las estanterías.
Ella me recuerda a ti, dice a veces.
—¿Por las garras? —pregunto. ¿O por los dientes? ¿O por las
pulgas?, y cada vez, no importa la comparación que saco, sólo
contesta: pequeña luchadora.
Me hace sentir agitada y cálida. Me hace pensar en él tirando
de la capucha de mi sudadera apretada alrededor de mi cara y
sonriéndome a través de la fría oscuridad, murmurando en voz
baja: linda.
En la última semana antes de irnos, tuve un resfriado horrible o
el peor ataque de alergias de verano que puedo recordar. Mi nariz
está constantemente tapada y goteando; mi garganta se siente
irritada y tiene un sabor agrio; toda mi cabeza se siente obstruida por
la presión; y todas las mañanas, estoy agotada antes de que
comience el día. Pero no tengo fiebre y un viaje rápido a urgencia me
informa que no tengo faringitis estreptocócica, por lo que hago todo
lo posible para no reducir la velocidad. Hay un montón por hacer
antes del viaje, y lo hago todo mientras toso profusamente.
Tres días antes de irnos, tengo un sueño en el que Alex me dice
que volvió con Sarah, que ya no puede hacer el viaje.
Me despierto sintiéndome mal del estómago. Todo el día trato
de sacarme el sueño de la cabeza. A las 2:30, me envía
una imagen de Flannery.
—¿Alguna vez extrañas a Sarah? —le pregunto.
—A veces —dice—. Pero no demasiado.
—Por favor, no canceles nuestro viaje —digo, porque este
sueño es muy, muy molesto.
—¿Por qué habría que cancelar nuestro viaje? —pregunta.
—No sé, —digo—. Solo sigo estando nerviosa de que lo
hagas.
—El viaje de verano es el punto culminante de mi año —dice.
—El mío también —le digo.
—¿Incluso ahora que puedes viajar todo el tiempo? ¿No estás
cansada de eso?
—Yo no podría cansarme, —le digo— no canceles.
Me envía otra foto de Flannery O'Connor sentada en su maleta
ya hecha.
—Pequeña luchadora— le escribo.
—La amo —dice, y sé que está hablando de la gata,
obviamente, pero incluso eso hace que esa sensación cálida y
agitada cobre vida debajo de mi piel.
—No puedo esperar para verte, —digo, sintiendo de pronto
como decir esto es tan normal, es una cosa
atrevida, arriesgada incluso.
—Yo sé, —escribe de regreso—, es todo en
lo que puedo pensar.
Me toma horas conciliar el sueño esa noche. Me acuesto en la
cama con esas palabras corriendo por mi mente una y otra vez,
haciéndome sentir como si tuviera fiebre.
Cuando me despierto, me doy cuenta de que realmente tenía
fiebre. Todavía tengo. Que mi garganta se siente más hinchada y en
carne viva que antes, y mi cabeza late con fuerza, y mi pecho está
pesado, y mis piernas duelen, y no puedo calentarme sin importar en
cuántas mantas esté debajo.
Me reporto enferma con la esperanza de dormirme antes de mi
vuelo de la tarde siguiente, pero a última hora de la noche, sé que no
hay forma de que me suba a ese avión. Tengo una fiebre de treinta y
nueve grados Celsius.
La mayoría de las cosas que hemos reservado ahora están lo
suficientemente cerca como para que no
sean reembolsables. Envuelta en las mantas y tiritando en mi cama,
redacto un correo electrónico en mi teléfono para Swapna,
explicando la situación.
No estoy segura de qué hacer. No estoy segura de si esto de
alguna manera hará que me despidan.
Si no me sintiera tan mal, probablemente estaría llorando.
—Ve al médico a primera hora en la mañana —Alex me escribe.
—Tal vez es solo el pico —le escribo—. Tal vez puedas volar en
tiempo y te pueda alcanzar en un par de días.
—No deberías sentirte tan mal con un resfriado, —él dice— por
favor, ve al médico, Poppy.
—Lo haré, lo siento.
Y ahora sí lloro. Porque si no hago este viaje, hay una
buena posibilidad de que no vea
a Alex en un año. Está tan ocupado con su MFA y la enseñanza, y yo
estoy rara vez en
casa ahora que estoy trabajando para R+R, y en Linfield incluso men
os.
Esta Navidad, mamá estaba emocionada contándome que
convenció a papá para venir a la ciudad. Mis hermanos, incluso se
pusieron de acuerdo para venir un día o dos, algo que insistieron que
nunca harían una vez que se trasladaron a California (Parker a seguir
escribiendo para la televisión en Los Ángeles y Prince para trabajar
de desarrollador de un vídeo juego en San Francisco), como si tras
al firmar sus contratos de arrendamiento, también se habían
comprometido a una rivalidad intensa entre los dos estados.
Siempre que estoy enferma, simplemente deseo estar en
Linfield. Tumbada en el dormitorio de mi niñez, con las paredes
empapeladas con carteles de viajes antiguos, la colcha rosa pálido
que hizo mamá mientras estaba embarazada de mí apretada
alrededor de mi barbilla. Ojalá me trajera sopa y un termómetro, y
comprobara que estaba bebiendo agua, y que me mantuviera
al día con ibuprofeno para bajar la fiebre.
Por una vez, odio a mi minimalista apartamento. Odio los
sonidos de la ciudad que rebotan en mis ventanas a todas
horas. Odio la ropa de cama de lino gris suave que elegí y los
muebles daneses de imitación aerodinámica que comencé
a acumular desde que obtuve mi trabajo de niña grande, como lo
llama papá.
Quiero estar rodeada de adornos. Quiero dibujos florales en
las pantallas de las lámparas, y cojines que no combinen con en el
sofá, y el respaldo con una manta afgana rasposa. Quiero mezcla de
cosas hasta tener una nevera vieja y blanquecina cubierta de
horribles imanes de Gatlinburg y Kings Island, y de Beach Waterpark,
con dibujos que hice cuando era niña y fotos familiares ya
desgastadas, y ver un gatito pasando, sólo para chocar
con una pared que no ve.
No quiero estar sola, y por cada vez que respiro no hacer
un esfuerzo inmenso.
A las cinco de la mañana, Swapna responde a mi correo
electrónico.
Suceden este tipo de cosas. No te aflijas por ello.
Tienes derecho sobre los reembolsos, aunque, si
quieres que tu amigo use los alojamientos, siéntete
libre. Envíame lo que tenías en la forma de
itinerario de nuevo, y se lo pasaré a Trey. Puedes
alcanzarlo cuando estés bien de nuevo.
Y Poppy, cuando esto suceda de nuevo (que
pasará), no te esfuerces tanto disculpándote. No
controlas tu sistema inmunológico y te
puedo asegurar que cuando los machos de tus
colegas tienen que cancelar un viaje, no muestran
ninguna indicación de arrepentimiento o agravio
hacia mí. No alientes a la gente a culparte por algo
que está más allá de tu control. Eres una escritora
fantástica y tenemos suerte de tenerte.
Ahora, ve a un doctor y disfruta de un verdadero
R+R. Nos hablamos cuando estés repuesta.
Probablemente me sentiría más aliviada si no fuera por la
neblina superpuesta sobre mi apartamento y la extrema incomodidad
de simplemente existir.
Tomo captura del correo electrónico y se lo envío por mensaje
de texto a Alex.
—¡Diviértete! —escribo. Trataré de alcanzarte en la segunda
mitad del viaje.
Para entonces, el solo pensar salir de la cama hace que me
sienta mareada. Dejo mi teléfono a un lado y cierro los ojos, dejando
que el sueño se apresure a tragarme como un pozo que se extiende
a mi alrededor mientras lo atravieso.
No es un sueño tranquilo, sino uno tipo frío y con fallas, donde
los sueños y las oraciones comienzan una y otra vez,
interrumpiéndose antes de que puedan finalizar. Me tiro en la cama,
despierto el tiempo suficiente para registrar el frío que tengo, lo
incómoda que se ha vuelto la cama y mi cuerpo, solo para caer de
nuevo en sueños inquietos.
Sueño con un gato negro gigante con ojos hambrientos. Me
persigue en círculos hasta que es demasiado difícil respirar,
demasiado difícil seguir adelante, y luego salto, despertándome de
un sobresalto tomándome unos segundos interminables, solo para
comenzar de nuevo en el momento en que cierro los ojos.
Debería ir al médico, pienso que de vez en cuando, pero estoy
segura de que no puedo sentarme.
No como, no bebo, no voy incluso a hacer a pis.
El día gira hasta que abro los ojos a la luz de color amarillo-oro
de la puesta del sol mirando fuera de la ventana de mi habitación, y
cuando parpadeo, ha cambiado a un bígaro profundo, y hay un
golpeteo en mi cabeza tan real que hace un ruido sordo que
envía ondas de choque a través de mi cuerpo.
Me enrollo más, tiro una almohada sobre mi cara, pero no se
detiene.
Se hace más fuerte. Empieza a sonar como mi nombre, la
forma en que los sonidos a veces se transforman en música cuando
estás tan cansado que estás medio soñando.
¡Poppy! ¡Poppy! ¡Poppy!, ¿estás en casa?
Mi teléfono vibra en la mesita de noche. Lo ignoro, lo dejo
sonar. Empieza de nuevo, y después de eso, por tercera vez, así que
me doy la vuelta y trato de leer la pantalla a pesar de la forma en
que el mundo parece derretirse, como un remolino de helados de dos
tonos girando uno alrededor del otro.
Hay docenas de mensajes de ALEXANDER THE GREAT, pero
el último que leo,
¡Estoy aquí! ¡Déjame entrar!
Las palabras no tienen sentido. Estoy demasiado confundida pa
ra contestar un par de ellas, demasiado fría para preocuparme. Me
está llamando de nuevo, pero no estoy segura de poder hablar. Mi
garganta se siente demasiado apretada.
El golpeteo empieza de nuevo, la voz diciendo mi nombre, y se
levanta la niebla apenas suficiente para que todas las piezas encajen
juntas en perfecta claridad.
—Alex —murmuro.
—¡Poppy! ¿Estás ahí? —
está gritando en el otro lado de la puerta.
Estoy soñando de nuevo, que es la única razón por la que creo
que puedo llegar a la puerta, lo que significa que, probablemente,
cuando llegue a la puerta y tire de ella para abrir, un enorme gato
negro va a estar ahí esperando, y Sarah Torval montándolo como un
caballo.
Pero tal vez no. Tal vez solo sea Alex, y podré tirar de él al
interior y…
—¡Poppy, por favor hazme saber que estás bien! —
dice al otro lado de la puerta, y me deslizo fuera de la cama,
llevándome el edredón de lino. Me lo paso por los hombros y me
arrastro hasta la puerta con las piernas débiles y húmedas.
Busco a tientas la cerradura, finalmente la acciono, y la puerta
se abre como por arte de magia, porque así es como funcionan los
sueños.
Sólo cuando lo veo de pie al otro lado de la puerta, la mano
aun descansando en la manija, la maleta detrás de él, es que ya no
estoy tan segura de que sea un sueño.
—¡Oh, Dios Poppy!, ─dice él, dando un paso y me examina, el
dorso de su mano fresca presiona mi sudorosa frente —. Estás
ardiendo.
—Estás en Noruega —me las arreglo con un susurro ronco.
—Definitivamente no lo estoy. —Arrastra su maleta adentro y
cierra la puerta—. ¿Cuándo fue la última vez que tomaste
ibuprofeno?
Niego con la cabeza.
—¿Nada? —dice— mierda, Poppy, se supone que irías
al médico.
—No sabía cómo. —Suena tan patético. Tengo veintiséis
años con un trabajo de tiempo completo y seguro médico, un
apartamento, facturas de préstamos estudiantiles y vivo sola en la
ciudad de Nueva York, pero hay algunas cosas que no quieres tener
que hacer por tu cuenta.
—Está bien, —dice Alex, acercándome suavemente a él—
vamos a meterte de nuevo en la cama y ver si podemos deshacernos
de la fiebre.
—Tengo que hacer pipí, —digo entre lágrimas, y luego admito
— puede que ya me haya hecho pipí encima.
—Está bien, —dice— ve a hacer pipí, te buscaré ropa limpia.
—¿Debería bañarme? —le pregunto, porque al parecer no sé
qué hacer. Yo necesito que alguien me diga qué hacer exactamente,
como mi madre solía hacer cuando estaba en la primaria, viendo
Cartoon Network todo el día, sin hacer nada por mí misma hasta que
alguien me dijera.
—No estoy seguro, —dice— lo buscaré en google. Por ahora
solo haz pipí.
Me toma demasiado esfuerzo llegar al cuarto de baño. Dejo
caer las mantas y hago pipí con la puerta abierta, temblando todo el
tiempo, pero sintiéndome cómoda por escuchar a Alex moviéndose
alrededor de mi apartamento. Cajones abriéndose de manera
silenciosa, haciendo clic en la parte superior de la estufa de gas,
colocando la tetera sobre ella. Cuando ha terminado con lo que
estaba haciendo, viene a revisarme y todavía estoy sentada en el
inodoro con mis pantalones cortos de dormir alrededor de mis
tobillos.
—Creo que puedes ducharte si quieres —dice, y abre el agua
—. Tal vez es mejor que no te laves el cabello. Yo no sé si eso sea
buena idea, pero la abuela Betty jura que el cabello mojado te
enferma. ¿Estás segura de que no te caerás?
—Lo hare rápido, voy a estar bien. —Digo de repente
consciente de lo pegajosa que me siento. Estoy casi segura de que
me hice pis. Más adelante esto probablemente será humillante, pero
ahora mismo no tengo porque avergonzarme.
Estoy tan aliviada de tenerlo aquí.
Parece inseguro por un segundo, —Solo ve y metete, me
quedaré cerca, y si sientes que se está volviendo demasiado,
dímelo, ¿de acuerdo?
Se aparta de mí mientras me obligo a ponerme de pie y
me quito el pijama. Me meto en el agua caliente y cierro la cortina, te
mblando cuando el agua me golpea.
—¿Estás bien? —me pregunta inmediatamente.
—Mm-hm.
—Estaré aquí, ¿de acuerdo? —dice—, si necesitas algo,
simplemente dímelo.
─Mm-hm.
Después de solo un par de minutos, he tenido suficiente. Apago
el agua y Alex me pasa una toalla. Estoy más fría que nunca ahora
que estoy toda mojada, y salgo castañeando los dientes.
—Aquí. —Me envuelve otra toalla alrededor de mis hombros
como una capa, intenta darme calor frotándomelos—. Ve a sentarte
en la habitación mientras cambio tu ropa de cama, ¿de acuerdo?
Asiento con la cabeza y me lleva a la antigua silla de mimbre
tipo pavo real en la esquina de mi habitación. —¿Dónde tienes la
ropa de cama de repuesto? —pregunta.
Le apunto al armario —Estante superior.
La saca y me entrega un pantalón de chándal doblado y una
camiseta. Como no tengo la costumbre de doblar mi ropa, él debió
doblarla instintivamente cuando la sacó de la cómoda. Cuando los
tomo, se voltea deliberadamente lejos de mí para hacer la cama y
dejo caer las toallas al suelo y me visto.
Cuando ha terminado de hacer la cama, Alex aparta una
esquina y yo
me deslizo, dejándole que me arrope. En la cocina, la tetera empieza
a silbar. Se gira para ir por ella, pero le agarro el brazo, medio
borracha por la sensación de estar caliente y limpia. —No quiero que
te vayas.
—Ahora vuelvo Poppy —dice—.
Necesito conseguir alguna medicina.
Asiento con la cabeza, soltándolo. Cuando regresa, trae un
vaso de agua y la bolsa de su computadora portátil. Se sienta en el
borde de la cama y saca frascos de pastillas y cajas de Mucinex,
alineándolos en la mesa auxiliar. —No estaba seguro de cuáles eran
tus síntomas —dice.
Toco mi pecho tratando de explicar lo apretado y horrible que
se siente —Entiendo —dice y elige una caja, saca dos pastillas y me
las da con el vaso de agua.
—¿Has comido? —pregunta cuando los he tomado.
—No lo creo.
Él me da una leve sonrisa. —Cogí algunas cosas de camino
aquí para no tener que volver a salir. ¿Suena bien una sopa?
—¿Por qué eres tan bueno? —le susurro.
Me estudia por un momento, luego se
dobla y presiona un beso en mi frente. —Creo que el té ya
estará listo.
Alex me trae sopa de pollo con fideos, agua y té. Establece
cronómetros para cuando tengo que tomar más medicamentos,
controla mi temperatura cada dos horas durante la noche.
Cuando me duermo, no sueño, y cada vez que me despierto, él
está allí, medio dormitando en la cama junto a mí. Se despierta
bostezando y me mira. —¿Cómo estás?
—Mejor —respondo, y no estoy segura de si es cierto en
sentido físico, pero al menos emocionalmente me siento mejor al
tenerlo aquí, y solo puedo manejar una palabra o dos a la vez, así
que no sirve de nada explicar eso.
Por la mañana, me ayuda a bajar las escaleras hasta un taxi y
vamos al médico.
Neumonía. Tengo neumonía. Sin embargo, no del tipo que es
tan malo que necesito estar en el hospital.
—Mientras le eches un ojo y se adhiera a los antibióticos,
deberá estar bien, —el médico le dice a Alex, más que a mí,
supongo que porque yo realmente no me
veo como el tipo de persona que puede entender sus palabras ahora
mismo.
Cuando Alex me lleva a casa después, me dice que tiene que
volver a salir y tengo tantas ganas de rogarle que se quede, pero
estoy demasiado cansada. Además, estoy segura de que necesita un
descanso de mi apartamento y de mí, después de una noche
entera de hacerla de enfermera.
Regresa media hora más tarde con gelatina, helado, huevos y
más sopa y todos los tipos de vitaminas y especias que yo nunca he
considerado tener en mi apartamento antes.
—Betty jura por el zinc, —me dice cuando me trae un puñado
de vitaminas con una taza de gelatina roja y otro vaso de agua—
también me dijo que pusiera canela en tu sopa, así que si sabe
mal, échale la culpa.
—¿Cómo es que estás aquí? —Lucho por levantarme.
—El primer tramo de mi vuelo a Noruega fue a través de Nueva
York, —dice.
—Entonces, ¿qué? —digo— ¿Entraste en
pánico y abandonaste el aeropuerto en lugar de abordar el siguiente
avión?
—No Poppy, —dice—. Yo vine aquí a estar contigo.
Inmediatamente, las lágrimas brotan de mis ojos. —Iba a
llevarte a un hotel hecho de hielo.
Una rápida sonrisa cruza su boca. —Honestamente, no sé si es
la fiebre la que habla.
—No. —Aprieto los ojos para cerrarlos, sintiendo las lágrimas
escurriendo por mis mejillas— es verdad. Lo siento mucho.
—Oye. —Mueve el cabello lejos de mi cara—, sabes que no
me importa eso ¿verdad?, solo me importa pasar tiempo contigo —
su pulgar traza suavemente la línea húmeda que baja por el costado
de mi nariz, apartándola justo antes de que llegue a mi labio superior
—. Lamento que no te sientas bien y que te estés perdiendo el hotel
de hielo, pero estoy bien aquí.
Cada gramo de dignidad desapareció al haber hecho que este
hombre cambiara mi ropa de cama empapada de pipí, alcanzo su
cuello y lo atraigo hacia mí, él se acomoda en la cama a mi lado,
maniobrando para acercarme a sus brazos. Él envuelve un brazo
alrededor de mi espalda y me hace descansar en su pecho,
paso un brazo alrededor de su cintura también, y nos quedamos allí
enredados, juntos.
—Puedo sentir los latidos de tu corazón —le digo.
—Puedo sentir los tuyos —dice.
—Siento haber hecho pis en la cama.
Él se ríe, me aprieta contra él y, en ese momento me duele el
pecho de lo mucho que lo amo. Supongo que lo dije en voz alta,
porque murmura:
—Probablemente sea la fiebre la que habla.
Niego con la cabeza, me acurruco más cerca, hasta que no
quedan espacios entre nosotros. Su mano se mueve ligeramente
hacia mi cabello y un escalofrío recorre mi columna desde donde sus
dedos recorren mi cuello. Se siente tan bien, en un mar de malos
sentimientos, cuando lo hace me arqueo un poco, mi mano aprieta su
espalda y siento la forma en que su corazón corre y eso hace que el
mío se dispare para que coincidan. Su mano se mueve a mi muslo,
envolviéndolo alrededor de su cadera, y mis dedos se retuercen
contra él mientras entierro mi boca contra el costado de su cuello
donde siento su pulso latiendo con urgencia debajo de él.
—¿Estás cómoda? —me pregunta, como si estar tirados solo
dependiera de alinearnos, como si estuviéramos construyendo una
historia que nos protegiera de la verdad de lo que está pasando. Que
incluso a pesar de estar enferma, puedo sentir que él me quiere
como yo lo quiero a él.
—Mm-hm, —murmuro— ¿Lo estás tú?
Su mano aprieta mi muslo y asiente.
—Sí, —dice, y nos quedamos muy quietos.
No sé cuánto tiempo permanecemos así, pero eventualmente,
la medicina para el resfriado mantiene mis terminaciones nerviosas
alertas, me quedo dormida. Al despertar lo encuentro al otro lado de
la cama.
—Estabas preguntando por tu madre —me dice.
—Siempre que estoy enferma, la extraño. —digo.
Él asiente, coloca un mechón de cabello detrás de mi oreja.
—A veces yo también.
—¿Me hablas de ella? —Pregunto.
Se mueve, levantándose más alto contra la cabecera. —
¿Qué quieres saber?
—Cualquier cosa, —le susurro— ¿qué recuerdas de ella?
—Bueno, yo sólo tenía seis años cuando ella murió, —dice
alisando mi cabello de nuevo. Yo no discuto o presiono por más, pero
con el tiempo continua—. Ella solía cantar para nosotros cuando nos
cobijaba en la noche. Y yo pensaba que tenía una hermosa voz,
quiero decir, les decía a los niños de mi clase que ella era cantante,
o lo habría sido si no fuera una ama de casa o lo que sea, tú
sabes… —Su mano todavía está en mi cabello— mi papá no podía
hablar de ella, en absoluto, me refiero a que todavía no puede
realmente hablar de ella sin desmoronarse. Así que al crecer mis
hermanos y yo tampoco hablamos de ella. Y cuando tenía catorce,
quizás quince, fui a la casa de la abuela Betty para limpiar sus
canaletas y cortar el césped y esas cosas, ella estaba viendo estas
viejas películas caseras de mi mamá.
Estudio su cara, la forma en que sus gruesos labios se curvan y
sus ojos atrapan las vetas de luz de la farola que llegan a través de
mi ventana, que iluminan dentro.
—Nunca hicimos eso en mi casa, —dice—
ni siquiera podía recordar cómo sonaba. Pero vimos ese video de
ella abrazándome cuando era un bebé, cantando esa vieja canción de
Amy Grant —sus ojos me cerraron, su sonrisa se hizo
más profunda en una esquina—. Y su voz era horrible.
—¿Qué tan horrible? —Pregunto.
—Suficientemente mala que Betty tuvo que apagar la tv para
que no le diera un ataque al corazón de tanta risa, —dice— y se
notaba que mamá sabía que era mala, quiero decir, se podía
escuchar a Betty reír mientras filmaba y mi mamá seguía mirando
por encima del hombro sonriendo, pero no dejaba de cantar. Creo
que pienso mucho en eso.
—Suena como una gran mamá —digo.
—Durante la mayor parte de mi vida, —dice— la sentí como el
hombre del costal, ¿sabes?, como si ella hubiera jugado solo el
papel de ser la causante de que mi papá se sintiera destrozado por
haberla perdido. ¿Qué tan aterrado estaba de criarnos él solo?
Asiento con la cabeza; tiene sentido.
—Muchas veces, cuando pienso en ella, es como... —Hace
una pausa— Ella es más como un cuento con moraleja que una
persona. Pero cuando pienso en ese video, pienso en por qué mi
papá la amaba tanto. Y eso se siente mejor. Pensar en ella como
una persona.
Por un tiempo, estamos callados, yo alcanzo su mano y la tomo
en la mía, —Ella debe haber sido asombrosa, —digo— te creó a ti.
Me aprieta la mano, pero no dice una palabra más y finalmente
me vuelvo a dormir.
Los próximos dos días son borrosos, voy mejorando. No estoy
curada, pero si más despierta, más ligera, con la cabeza más clara.
Ya no hay abrazos intensos, solo vemos dibujos animados
viejos en la cama, nos sentamos en la escalera de incendios por la
mañana mientras desayunamos, tomo las pastillas cada vez que
suenan las alarmas del teléfono de Alex, tomar té en el sofá por la
noche con una lista de reproducción de "música folklórica tradicional
noruega" de fondo.
Pasan cuatro días, luego cinco. Y luego me estoy sintiendo lo
suficientemente bien que teóricamente podría salir del país, pero es
demasiado tarde y no se habla más de eso. Tampoco hay más
caricias, excepto el golpe ocasional del brazo o la pierna, o el
alcance rápido a través de la mesa para evitar que algo se me
derrame en la barbilla. Sin embargo, por la noche, cuando Alex está
acostado en el lado más alejado de mi cama, me quedo despierta
durante horas escuchando su respiración irregular, sintiendo como si
fuéramos dos imanes tratando desesperadamente de unirnos.
En el fondo sé que no es una buena idea. La fiebre bajó
mis defensas y las de él también, pero cuando se trata de eso, Alex
y yo no somos el uno para el otro. Puede haber amor, atracción e
historia, pero eso solo significa que hay más que perder si
intentamos llevar esta amistad a un lugar al que no pertenece.
Alex quiere matrimonio e hijos y un hogar en un solo lugar, y lo
quiere todo con alguien como Sarah. Alguien que pueda ayudarlo a
construir la vida que perdió cuando tenía seis años.
Y yo quiero una vida de espontáneos viajes y emocionantes nue
vas relaciones, las diferentes estaciones con diferentes personas, y
es muy posible que jamás me quede quieta. Nuestra única esperanza
de mantener esta relación es a través
de la platónica amistad que siempre hemos tenido. Ese cinco por
ciento ha ido aumentando durante años, pero es hora de reducirlo.
Aplastar el qué pasaría sí...
Al final de la semana, cuando lo dejo en el aeropuerto, le doy
el más casto abrazo que le puedo dar, a pesar de la forma
en que me levanta hacia él, siento ese mismo escalofrío
que me arquea la columna y el calor se acumula en todos los
lugares donde nunca me ha tocado.
—Te extrañaré. —dice en un gruñido bajo contra el costado de
mi oreja y me obligo a dar un paso atrás a una distancia sensata.
—Y yo a ti también.
Pienso en él toda la noche y cuando sueño, él está tirando de
mi muslo sobre su pierna, rodando sus caderas contra la mía. Cada
vez que está a punto de besarme, me despierto.
No hablamos durante cuatro días y cuando finalmente me envía
un mensaje de texto, es solo una foto de su pequeña gata negra
sentada en una copia abierta de Wise Blood.
—El destino. —me escribe.
26
Este Verano

Estábamos de pie en el balcón, con nuestros cuerpos


empapados por la lluvia, su mirada suave, yo sintiendo mi último
vestigio de auto-control escurrirse, deshaciéndonos de la mugre del
día del desierto. No queda nada más que Alex y yo.
Sus labios se cierran y luego se separan, y los míos lo imitan,
su aliento cálido contra mi boca. Cada inhalación superficial que tomo
nos acerca un poco más hasta que mi lengua apenas roza su labio
inferior mojado por la lluvia, y luego se ajusta para atrapar mi boca
un poco más con la suya.
Una fracción de beso. Y luego otro, un poco más complejo. Un
giro de mis manos en su cabello, el silbido de la respiración entre sus
dientes, y luego otro roce de sus labios, más profundo, más lento,
cuidadoso y atento, y yo me derrito contra él. Temblando,
aterrorizada y emocionada cuando nuestras bocas se unen y se
separan, su lengua se desliza sobre la mía por un segundo, luego un
poco más profundo, mis dientes se quedan atrapados en la parte
más ancha de su labio inferior, sus manos se mueven hacia abajo
sobre mis caderas, mi pecho se arquea contra el suyo mientras mis
manos se deslizan por su cuello mojado.
Nos acercamos y nos alejamos, los pequeños espacios e
inhalaciones eran tan intoxicantes, como cada probada y raspadura
de su boca húmeda moviéndose sobre la mía. Se retira, deja su
boca flotando sobre la mía, donde todavía puedo sentir su
respiración. —¿Estás bien? ─me pregunta.
Si pudiera hablar, le diría que este es el mejor beso que he
tenido en toda mi vida. Que no sabía que besar podía sentirse tan
bien. Que podría besarlo durante horas y sería mejor que el sexo
que he tenido.
Pero no puedo pensar con mucha claridad para decir nada de
esto. Mi mente está demasiado ocupada con el agarre de sus manos
en mi trasero y la sensación de su pecho aplastando el mío, su piel
mojada y la ropa empapada entre nosotros, así que solo asiento y
agarro su labio inferior entre mis dientes nuevamente, él me gira y
me presiona contra la pared y de nuevo me besa con urgencia.
Una de sus manos se retuerce en el dobladillo de mi camiseta
que cuelga contra mi muslo, y sube su mano hasta el estómago
debajo de ella —¿Qué hay de esto? —pregunta.
—Sí —respiro.
Su mano se eleva más, se desliza debajo de la parte superior
de mi traje de baño, haciéndome temblar. —¿Esto? —dice.
Mi respiración se detiene, el corazón da un vuelco mientras sus
dedos hacen círculos con suavidad. Asiento, acerco sus caderas a
las mías. Está duro entre mis piernas e instantáneamente me siento
un poco mareada. —Pienso en ti todo el tiempo, —
dice, y me besa lentamente, arrastra su boca por mi cuello, con
la piel de gallina revoloteando a su paso —Pienso en esto.
—Yo también. —Admito en un susurro. Su boca se mueve
sobre mi pecho, besándome a través de mi húmeda camiseta, sus
manos trabajan la tela hacia arriba sobre mis caderas, mis costillas,
y luego mis hombros, la saca por encima de mi cabeza y la tira entre
las láminas de plástico.
—La tuya también, —digo con el corazón acelerado. Cojo el
dobladillo de su camiseta y se la paso por la cabeza. Cuando la tiro a
un lado, trata de moverse hacia mí, pero lo detengo por un segundo.
—¿Quieres parar? —pregunta, mientras sus ojos se oscurecen.
Niego con la cabeza. —Yo solo... nunca llegué a mirarte así.
La comisura de su boca se contrae en una sonrisa. —Podrías
haberlo hecho, —dice en voz baja—. Solo para que lo sepas.
—Bueno, tú también podrías haberlo hecho, —le digo.
—Confía en mí, —dice— lo hice.
Luego lo arrastro contra mí y él está levantando bruscamente
mi muslo contra su cadera, hundo mis dedos en su ancha espalda,
mis dientes en su cuello, sus manos están masajeando mi pecho, mi
trasero, su boca se mueve hacia abajo por mi clavícula, baja el
tirante de mi bikini, pasa los dientes sobre mi pezón con
cuidado, estoy sintiéndolo a través de sus pantalones cómo se tensa
y cambia. Bajo sus pantalones cortos sobre los huesos de su cadera,
mi boca se seca al sentirlo contra mí.
—Mierda, —digo, y me doy cuenta de que me golpea como un
balde de agua helada —dejé el control de la natalidad.
—Si te ayuda, —dice —me hice la vasectomía.
Me hago para atrás, sorprendida. —¿Tú qué?
—Es reversible —dice, sonrojándose por primera vez desde
que comenzamos esto— tomé... precauciones, en caso de que
quiera hijos y la reversión no funcione. Por lo general lo hacen,
pero... de todos modos, yo solo... no quería embarazar a alguien
accidentalmente. Todavía estoy a salvo, no es así... ¿Por qué me
miras así?
Yo sabía que Alex era una persona que pensaba
en todo, sabía que era ultra precavido, sabía que era la persona más
juiciosa y educada en el planeta, pero de alguna manera estoy
sorprendida de que haya tomado esa
gran decisión. Mi corazón siente como un dolor muscular, me
enternece porque es tan él. Aprieto mis brazos alrededor de su
cintura, lo aprieto contra mí —Es solo que, por supuesto que lo
hiciste, —le digo— más allá de la precaución y la consideración,
eres un príncipe Alex Nilsen.
—Ajá —dice, su expresión a la vez divertida y poco
convencida.
—Es enserio —le digo, presionando más cerca—
eres increíble.
—Podemos encontrar un condón si lo deseas —dice— pero yo
no, no hay nadie más.
Estoy segura de que ahora me sonrojo y probablemente sonrío
ridículamente. —Está bien —digo— solo somos nosotros.
A lo que me refiero es, que si hay alguien con quien
me gustaría hacer esto, seria él. Si hay una persona en
quien realmente confío y quiero todo de esta manera, es él.
Pero así es como lo digo: solo somos nosotros. Y él me lo
dice, como si supiera exactamente a qué me refiero, y luego
estamos en el suelo, en un mar de plástico desechado, y él me
arranca la parte de arriba, me quita la de abajo también, presionando
su boca entre mis piernas, agarrando mi trasero con sus manos,
haciéndome jadear y levantándome contra él mientras su lengua se
mueve sobre mí. —Alex —le suplico, anudando mis manos en
su cabello—, deja de hacerme esperarte.
—Deja de ser impaciente —bromea— he esperado doce
años. Quiero que esto dure.
Un escalofrío recorre mi espalda y me arqueo hacia
él. Finalmente, se arrastra a lo largo de mí, sus manos se enredan
en mi cabello, vagando sobre mi piel y lentamente empuja dentro
de mí. Encontramos nuestro ritmo juntos, y se siente tan bien,
electrizante, tan bien que no puedo creer todo el tiempo que
desperdiciamos sin hacerlo. Doce años de hacer el
amor insatisfactoriamente, cuando todo el tiempo así era como se
suponía que debía ser.
—Dios, ¿cómo es que eres tan bueno en esto? —le digo, y su
risa vibra contra mi oído mientras besa detrás de ella.
—Porque te conozco —dice con ternura— y recuerdo
como suenas cuando te gusta algo.
Todo en mí se tensa en oleadas. Cada movimiento de sus
manos, cada embestida amenaza con desbaratarme.
—Podría tener sexo contigo hasta que muera —jadeo.
—Bien —dice, y se mueve un poco más rápido, más fuerte. El
intenso placer me hace maldecir y moverme a la par.
—Te amo —siseo por accidente. Creo que quería decirle
que amo tener sexo con él o amo su increíble cuerpo, o tal vez lo
decía de la misma manera que siempre le digo a él cuando hace algo
que me conmueve, pero esto es un poco un poco diferente porque
estamos teniendo sexo, y mi cara se pone caliente y no estoy segura
de cómo arreglarlo, pero luego Alex simplemente se sienta y me lleva
a su regazo, sosteniéndome cerca mientras empuja dentro de mí
nuevamente, lento, duro y profundo. Y me dice: —Yo también te
amo.
Mi pecho se afloja, mi estómago se destensa y cualquier miedo
y vergüenza se evapora. Todo sucede al mismo tiempo.
No queda nada más que Alex.
Las manos ásperas de
Alex moviéndose suavemente por mi cabello.
La ancha espalda de Alex ondulándose bajo mis dedos.
Las afiladas caderas de Alex trabajando lenta
y decididas contra las mías.
El sudor de Alex, su piel y las gotas de lluvia sobre mi lengua.
Sus perfectos brazos me sostienen, manteniéndome ahí, frente
a él.
Sus labios sensuales tirando de mi boca, persuadiéndome para
que la abra para saborearme mientras nuestros cuerpos se unen,
encontrando nuevas formas de tocarnos y besarnos cada vez que
podemos.
Besa mi mandíbula, mi garganta, mi hombro, su lengua caliente
recorre mi piel. Toco y saboreo cada línea dura y cada curva
suave que alcanzo de él y se estremece bajo mis manos, y mi boca.
Se recuesta y me pone encima de él, y esto es lo mejor hasta
ahora, porque puedo verlo en su totalidad y llegar a todos los lugares
que quiero.
—Alex Nilsen —digo sin aliento— eres el hombre más sexy.
Él se ríe, casi sin aliento, y besa el lado de mi cuello —Y tú me
amas.
Mi estómago revolotea —Te amo —
murmuro esta vez a propósito.
—Te amo tanto, Poppy —dice, y de alguna manera, sólo el
sonido de su voz consigue que caiga al precipicio y me vengo. Nos
venimos juntos.
Y no sé qué hemos hecho, qué sucederá de ahora en adelante,
cómo vamos a manejar esto, solo puedo pensar en este
enamoramiento entre nosotros.
27
Este Verano

Permanecemos recostados sobre el plástico del balcón,


acurrucados y empapados hasta la médula, ya la tormenta está
terminando y nuestros cuerpos están deprendiendo vapor.
—Hace tiempo, dijiste que el sexo al aire libre no lo habías
practicado. —le digo. Alex suelta una carcajada, mientras
alisa mi cabello.
—No había tenido sexo al aire libre contigo —dice.
—Fue increíble, —le digo— quiero decir, para mí, nunca ha sido
así para mí antes.
Él se incorpora hasta que me mira —Es que nunca ha sido igual
para mi tampoco.
Vuelvo mi rostro hacia su piel y beso su caja torácica. —Solo
me aseguro.
Después de unos segundos, dice: —Quiero hacerlo de nuevo.
—Yo también, —digo— creo que deberíamos.
—Solo me aseguro. —repite como loro. Dibujo patrones
perezosos sobre su pecho, su brazo me aprieta con fuerza la
espalda—. Realmente no podemos quedarnos aquí esta noche.
Yo suspiro. —Lo sé. No quiero moverme de aquí nunca más.
Él mueve mi cabello detrás de mi hombro, para después besar
mi piel expuesta.
—¿Qué crees que hubiera pasado si el aire acondicionado de
Nikolai no se hubiera apagado? —pregunto.
Ahora Alex se inclina para besarme justo sobre el corazón, sus
dedos recorren mis piernas hasta mi estómago provocándome
escalofríos. Hubiera pasado, que probablemente nada de esto
hubiera sucedido en este balcón.
Me siento pasando una pierna sobre su cintura, acomodándome
en su regazo. —Me alegro de que haya sucedido.
Sus manos recorren mis muslos y el calor se acumula de nuevo
entre mis piernas. De pronto oímos golpes en la puerta.
—¿ALGUIEN EN CASA? —grita un hombre—. ES NIKOLAI.
VOY A ENTRAR…
—Espera un segundo, —grito, Alex lucha con su camiseta
húmeda.
—Mierda. —Alex dice, mientras busca los shorts de natación
entre el amasijo de plástico.
Encuentro la tela negra y se lo aviento, tiro del dobladillo de mi
camisa para cubrirme los muslos justo cuando la puerta comienza a
abrirse. — ¡Heyyyyy, Nikolai! —Lo llamo demasiado fuerte,
alejándolo antes de que pueda ver a Alex literalmente desnudo o el
plástico triturado.
Nikolai es bajo y se está quedando calvo, va vestido con un
atuendo completamente granate: camisa de golf al estilo de los
setenta, pantalones plisados, mocasines. Me extiende su mano
carnosa. —Debes ser Poppy.
—Sí, Hola. —Lo saludo con la mano y mantengo contacto
visual, con la esperanza de discretamente dar
a Alex una oportunidad de vestirse en el oscuro balcón.
—Mira, me temo que son malas noticias, —dice— el aire
acondicionado está descompuesto.
No me digas, apenas me abstengo de decirlo.
—No solo para esta unidad, sino para toda esta ala —dice—.
Hemos conseguido a alguien que llegará a primera hora de la
mañana, pero me siento muy mal por la demora.
Alex aparece en mi hombro. En este punto, Nikolai parece
darse cuenta de que los dos estamos empapados y arrugados, pero
afortunadamente, no dice nada al respecto. —De todos modos, me
siento muy, muy mal —repite—. Pensé que ustedes dos
estaban molestos, para ser franco, pero cuando llegué aquí... —Se
tira del cuello de la camisa y se estremece.
—De todos modos, te reembolsaré los últimos tres días
y... bueno, dudo en decirte que vuelvas mañana, en caso de que las
cosas no se solucionen.
—¡Está bien! —digo—. Si nos reembolsa todo el viaje,
encontraremos otro lugar para quedarnos.
—¿Segura? —dice— las cosas pueden ponerse bastante caras
cuando reservas de última hora.
—Pensaremos en algo —insisto.
Alex acaricia mi espalda. —Poppy es una experta en viajar con
poco dinero.
—¿Ah sí? —Nikolai no podía sonar menos interesado. Saca su
teléfono y teclea algo con un dedo. —Reembolso emitido. No estoy
seguro de cuánto tiempo tomará, así que avíseme si hay algún
problema.
Nikolai se da vuelta para irse, pero regresa —Casi lo olvido,
encontré esto en la alfombra de bienvenida.
Nos entrega un papel doblado por la mitad. En el frente y en
cursiva dice: LOS RECIÉN CASADOS con como
veinticinco pequeños corazones dibujados a su alrededor.
—Felicidades por las nupcias —dice Nikolai y se va.
—¿Qué es? —Pregunta Alex.
Desdoblo el papel, es un cupón impreso con tinta negra de mala
calidad, en la parte superior del margen se encuentra
garabateada con la misma letra que en el frente de la nota.
Espero no piensen que es raro, pero descubrimos en
que apartamento se quedaban. Creímos escuchar la
pasión saliendo de este en particular ;-)
También Bob dijo que los vio salir esta mañana. (nos
encontramos tres puertas más abajo).
¡Como sea! Tuvimos que salir muy temprano para la
próxima etapa de nuestras vacaciones. (¡¡Joshua
Tree!!, Yay!, me siento como una celebridad
escribiendo eso!) y por desgracia no tuvimos
oportunidad para usar esto. (Apenassalíamos de
nuestra habitación, saben cómo es, LOL.) Esperamos
que se la pasen genial el resto de su viaje.
Xoxo, sus padrinos, Stacey y Bob.
Parpadeo al cupón aturdida. —Es un certificado de regalo
de cien dólares, —digo— para un spa. Creo que leí sobre este
lugar. Se supone que es asombroso.
—Vaya, —dice Alex —me siento un poco mal porque ni siquiera
recordaba sus nombres.
—No nos lo dijeron directamente, —señalo— dudo que ellos
conozcan el nuestro.
—Y sin embargo nos dieron esto. —Dice Alex.
—Me pregunto si hay alguna manera de crear una amistad
con ellos, ser cercanos, hacer viajes juntos, todo eso, y evitar
que descubran nuestros nombres. Solo por diversión.
—Absolutamente podríamos hacerlo, —dice Alex— solo tienes
que hacerlo lo suficientemente largo para que sea demasiado
incómodo pedirlo. Tenía tantos 'amigos' así en la universidad.
—Oh, Dios, sí, y luego tienes que usar ese truco en el que le
preguntas a dos personas si las han presentado y esperas a que
digan sus nombres.
—Excepto que a veces, simplemente dicen que sí, —señala
Alex— o dicen que no, pero siguen esperando a que los presentes.
—Tal vez ellos están haciendo exactamente lo mismo, —
me digo—quizás esas personas ni siquiera recuerden sus nombres.
—Bueno, yo dudo que olvide a Stacey y a Bob ahora —dice
Alex.
—Dudo que me olvide mucho de este viaje, —digo— excepto la
tienda de regalos con el dinosaurio. Eso puede funcionar, si necesito
dejar espacio para cosas más importantes.
Alex me sonríe. —Concuerdo.
Después de un largo silencio, le digo —Entonces, ¿deberíamos
encontrar un hotel?
28
Este Verano

«Larrea Palm Springs Hotel cuesta» setenta dólares la noche


en verano, e incluso en la oscuridad, parece el dibujo de un marcador
mágico para niños. En el buen sentido.
El exterior es una explosión de colores: cabañas de piscina de
color amarillo banana, sillas de color rojo salsa picante alineadas
alrededor del agua, cada bloque del edificio de tres pisos pintado de
un tono diferente de rosa, rojo, morado, amarillo, verde. La
habitación en la que nos registramos es igualmente animada,
paredes, cortinas y muebles de color naranja, alfombra verde, ropa
de cama a rayas a juego con el exterior del edificio. Lo más
importante es que hace mucho frío.
—¿Quieres ducharte primero? —Alex pregunta tan pronto como
estamos dentro.
Entonces me doy cuenta de que, durante todo el viaje, y antes
de eso, cuando empacamos nuestras cosas, ordenamos el
apartamento de Nikolai, ha estado esperando estar limpio,
reprimiendo el deseo de decir una y otra vez: Dios, necesito una
ducha, mientras todo lo que hacía era pensar en lo que pasó en el
balcón y calentarme completamente.
No quiero que Alex se vaya a dar una ducha ahora mismo.
Quiero que entremos juntos en la ducha y besarnos un poco más.
Pero también recuerdo que una vez me contó que odiaba el sexo en
la ducha, peor que el sexo al aire libre, porque cuando estaba en la
ducha, solo quería estar limpio, y eso era difícil de hacer con el
cabello y la suciedad de otra persona cayendo sobre ti, mientras la
parte del sexo era igual de desafiante porque constantemente había
jabón en tus ojos o estabas rozando la pared y pensando en la última
vez que limpiaron los azulejos, etcétera, etcétera, etcétera. Así que
solo digo:
—¡Adelante! —Alex asiente, pero duda, como si tal vez fuera a
decir algo, pero finalmente decide no hacerlo y desaparece en el
baño para darse una larga ducha caliente.
Mi camiseta y mi cabello se han secado, y cuando voy a
sentarme en el balcón, que no está envuelto en plástico de nuestra
nueva habitación, me doy cuenta de que ya está casi seco también.
Cualquier indicio de la lluvia que rompió el calor se ha apagado,
como si nunca hubiera sucedido.
Excepto que mis labios se sienten magullados y mi cuerpo está
más relajado de lo que he estado en toda la semana. Y el aire
también es más ligero, incluso ventoso.
—Todo tuyo —dice Alex detrás de mí.
Cuando me doy la vuelta, él está parado allí en su toalla
luciendo reluciente, limpio y perfecto. Mi pulso se acelera al verlo,
pero soy consciente de lo sucia que estoy, así que me trago mi
deseo, me levanto y digo:
—¡Genial! —demasiado alto.
Para decirlo a la ligera, no disfruto ducharme.
Estar limpia, sí. El acto de estar en la ducha, también. Pero
sobre todo tener que cepillarme el cabello enredado de antemano,
pisar una alfombra de año raída o un piso de baldosas, secarme,
peinarme de nuevo, odio todo eso, lo que significa que soy una
persona de tres duchas a la semana a una o dos duchas diarias de
Alex.
Pero tomar esta ducha, después de la semana que hemos
tenido hasta ahora, es absolutamente lujoso.
Permaneciendo debajo del agua muy caliente, dentro de un
baño helado, viendo cómo la suciedad legítima y la mugre gotean de
mí y se arremolinan alrededor del desagüe en espirales grises
relucientes, me da vida. Masajear mi cuero cabelludo con champú
con aroma a coco y un limpiador con aroma a té verde en la cara, y
pasar una navaja barata por mis piernas, se siente divino.
Es la ducha más larga que he tomado en meses, y cuando
finalmente salgo del baño sintiéndome como una mujer nueva, Alex
está profundamente dormido en una de las camas, encima de la ropa
de cama con todas las luces encendidas.
Por un segundo, debato en qué cama subirme. En general, me
encanta poder tumbarme en una cama de matrimonio en estos viajes,
pero hay una gran parte de mí que quiere acurrucarse junto a Alex,
dormirme con la cabeza en el hueco de su hombro, donde puedo oler
su limpio, olor a bergamota, tal vez evocar un sueño sobre él.
Al final, sin embargo, decido que es demasiado espeluznante
asumir que quiere compartir una cama conmigo solo porque nos
enganchamos.
La última vez que sucedió algo entre nosotros, desde luego, no
compartimos la cama. Solo había caos.
Estoy decidida a que esto no termine así. No importa lo que
haya pasado o pase entre nosotros en este viaje, no dejaré que
arruine nuestra amistad. No haré suposiciones sobre lo que esto
significa ni le impondré ninguna expectativa a Alex.
Le cubro con el edredón a rayas, apago las luces y me meto en
la cama vacía frente a la suya.
29
Hace Tres Veranos

Oye, me escribió Alex la noche antes de partir hacia la


Toscana.
Oye, tú, yo le respondo.
¿Puedes hablar un segundo? Solo quiero finalizar algunas
cosas.
Inmediatamente, creo que está llamando para cancelar. Lo que
no tiene sentido.
Por primera vez en años, estamos preparados para tener un
viaje sin tensiones.
Ambos estamos en relaciones comprometidas, nuestra amistad
es mejor que nunca y nunca había sido tan feliz en mi vida.
Tres semanas después de mi debacle de neumonía, conocí a
Trey. Un mes después de eso, Alex y Sarah volvieron a estar juntos;
él dice que esta vez es mejor, que están en la misma página. Casi
igual de importante, esta vez parece que finalmente ha comenzado a
sentir cariño por mí, y las pocas veces que Alex y Trey se han
conocido, también se han llevado bien. Así que una vez más, como
siempre, he llegado al lugar de ser así, tan feliz de que Alex y yo
nunca dejemos que pase nada entre nosotros.
Empiezo a enviarle un mensaje de texto, luego decido llamarlo
desde la silla plegable en mi balcón, ya que estoy solo en casa. Trey
todavía está en Good Boy Bar, en la calle de mi nuevo apartamento,
pero llegué a casa temprano después de un ataque de náuseas, una
señal de advertencia de una migraña inminente que debo combatir
antes de nuestro vuelo.
Alex responde al segundo timbre y yo digo:
—¿Todo bien? —Puedo escuchar su intermitente. De acuerdo,
tal vez volvamos a cuando él me llamaba desde el auto, de camino a
casa desde el gimnasio, pero las cosas realmente parecen estar
mejor. Por un lado, me enviaron una tarjeta de cumpleaños conjunta.
Y una tarjeta de Navidad. Ella no solo me siguió de vuelta en
Instagram, sino que le gustan mis fotos, incluso comenta pequeños
corazones y caritas sonrientes en algunas de ellas.
Así que pensé que las cosas iban bien, pero ahora Alex se salta
el hola y va directamente a, —No estamos cometiendo un error,
¿verdad?.
—Um —digo—. ¿Qué?
—Quiero decir, un viaje en parejas. Eso es algo intenso —
suspiro.
—¿Cómo es eso?
—No sé. —Puedo escuchar la ansiedad en su voz, lo imagino
haciendo una mueca, tirando de su cabello—. Trey y Sarah solo se
han conocido una vez.
En la primavera, Trey y yo volamos a Linfield para que pudiera
conocer a mis padres. Papá no estaba impresionado por los tatuajes
o los agujeros en las orejas de Trey por las expansiones que se hizo
cuando tenía diecisiete años, o que le devuelva las preguntas de
papá, o que no tiene un título.
Pero a mamá le impresionaron sus modales, que realmente son
de primera categoría. Aunque creo que, para ella, tuvo más que ver
con la yuxtaposición de su apariencia con su manera fácil y cálida de
decir cosas como:
—¡Excelente pastel de s'mores39, Sra. Wright! y ¿Puedo
ayudarla con los platos?.
Al final del fin de semana, ella había decidido que él era un
joven muy agradable, y cuando me escabullí a la terraza para
obtener la opinión de papá mientras Trey y mamá estaban dentro
sirviendo pastel Funfetti casero, papá me miró a los ojos con asintió
solemnemente y dijo:
—Supongo que parece adecuado para ti. Y obviamente te hace
feliz, Pop. Eso es todo lo que me importa.
Me hace feliz. Tan feliz. Y él es adecuado para mí.
Extrañamente. Quiero decir, trabajamos juntos. Pasamos casi todos
los días juntos, ya sea en la oficina o al otro lado del mundo, pero
también somos independientes, tenemos nuestros propios
apartamentos, nuestros propios amigos. Él y Rachel se llevan bien,
pero cuando Trey y yo estamos en la ciudad, él pasa mayormente
con sus amigos que andan en patineta mientras Rachel y yo estamos
probando un nuevo lugar para el brunch o leyendo en el parque o
haciendo que nos laven todo el cuerpo en nuestro spa coreano
favorito.
Dos días en casa en Linfield y los dos ya estábamos un poco
inquietos, pero a él no le importó el lío y le gustó la colección de
animales moribundos y se unió cuando hicimos un Show de Nuevos
Talentos por Skype con Parker y Prince.
Aun así, después de cómo todo se vino abajo con Guillermo —y
como casi todos los demás en el mundo entero— estaba inquieta,
ansiosa por salir de Linfield antes de que algo asustara a Trey, así
que probablemente hubiéramos regresado temprano si no fuera por
el hecho de que era el sexagésimo cumpleaños del Sr. Nilsen, y Alex
y Sarah iban a venir a sorprenderlo. con su visita. Decidimos que los
cuatro deberíamos cenar antes de la fiesta.
—Estoy tan emocionado de conocer a este tipo —decía Trey
cada vez que llegaba un nuevo mensaje de texto de Alex, y cada vez,
hacía que mis nervios se acercaran a la superficie. Me sentí
ferozmente protectora, pero no estaba segura de con quién.
—Sólo dale una oportunidad —seguí diciendo—. Le toma un
tiempo abrirse.
—Lo sé, lo sé —insistió Trey—. Pero sé lo mucho que significa
para ti, así que me va a gustar, P. Te lo prometo.
La cena estuvo bien. Quiero decir, la comida mediterránea
estuvo excelente, pero la conversación podría haber sido mejor. Trey,
no pude evitar pensar, se mostró un poco presumido cuando Alex le
preguntó qué había estudiado, pero yo sabía que su falta de
educación formal era algo así como un chip en su hombro, y deseé
que hubiera algo. Una manera fácil para mí de señalarle eso a Alex
mientras Trey se lanzaba a la historia de cómo sucedió todo.
Cómo había estado en una banda de metal durante toda la
escuela secundaria en Pittsburgh. Cómo habían despegado cuando
él tenía dieciocho años, se les ofreció un puesto de apertura en la
gira de una banda mucho más grande. Trey era un baterista
increíble, pero lo que el realmente amaba era la fotografía. Cuando
su banda se separó después de cuatro años de giras casi
constantes, tomó un trabajo tomando fotografías en la gira de otra
banda. Le encantaba viajar, conocer gente, conocer nuevas
ciudades. Y a medida que se establecieron esas conexiones,
aparecieron otras ofertas de trabajo. Se convirtió en autónomo y,
finalmente, empezó a trabajar con R + R, y luego entró como
fotógrafo del personal.
Terminó su monólogo poniendo un brazo alrededor de mis
hombros y diciendo:
—Y luego conocí a P. —Él parpadeo, la expresión de Alex fue
tan sutil que estaba seguro de que Trey no lo notó. Quizás Sarah
tampoco, pero para mí, se sentía como una navaja hundiéndose en
mi ombligo y arrastrándose hacia arriba cinco o seis pulgadas.
—Tan dulce —dijo Sarah con su voz empalagosa, y
probablemente mi cara hizo una contracción mucho más grande.
—Lo gracioso es —dijo Trey entonces—. Se suponía que nos
encontraríamos antes. Estaba programado para ir a ese viaje a
Noruega con ustedes dos. Antes de que ella se enfermara.
—Wow —Los ojos de Alex se posaron en los míos, luego se
sumergieron en el vaso de agua frente a él. Sudaba tanto como yo.
Lo recogió, lo bebió lentamente y lo dejó en la mesa—. Eso es
gracioso.
—De todos modos —dijo Trey con torpeza—. ¿Tú qué tal?
¿Qué estudiaste?
Trey sabía exactamente para qué había ido Alex a la escuela,
todavía iba a la escuela, pero pensé que, al formularlo como una
pregunta, le estaba dando a Alex la oportunidad de hablar más sobre
sí mismo.
En cambio, Alex tomó otro sorbo y solo dijo:
—Escritura creativa, luego literatura.
Tuve que sentarme y ver a mi novio luchar para encontrar una
pregunta de seguimiento apropiada, me rendí y volví a estudiar el
menú.
—Es un escritor increíble —dije torpemente, y Sarah se movió
en su asiento.
—Lo es —dijo, con un tono tan ácido que pensarías que
acababa de decir ¡Alex Nilsen tiene un cuerpo increíblemente sexy!
Después de la cena, fuimos a la fiesta en casa de la abuela
Betty y las cosas mejoraron un poco. Los tontos hermanos de Alex
estaban clamando por conocer a Trey, bombardeándolo con todo
tipo de preguntas sobre la banda y R + R y si yo roncaba.
—Alex nunca nos lo diría —dijo el más joven, David—. Pero
supongo que Poppy suena como una ametralladora cuando duerme.
Trey se rió, se lo tomó todo con calma. Él nunca está celoso.
Ninguno de los dos puede permitirse el lujo de serlo: los dos somos
coquetos implacables. Suena extraño, pero me encanta eso de él.
Me encanta verlo subir a la barra para pedirme una bebida y ver
cómo las camareras sonríen y se inclinan sobre la barra para
pestañear. Me encanta verlo encantar a todos en su camino a través
de cada ciudad a la que vamos, y que cada vez que está a mi lado,
me toca: un brazo alrededor de los hombros, una mano en mi
espalda baja o me tira a su regazo como si estuviéramos solos en
casa en lugar de cenar en un restaurante de cinco estrellas.
Nunca me había sentido tan estable, tan segura de estar en la
misma página que alguien.
En la fiesta, el mantuvo sus manos sobre mí en todo momento,
y David se burló de nosotros al respecto.
—No crees que ella va a huir si la dejas ir, ¿verdad? —bromeó.
—Oh, definitivamente se escapará —dijo Trey—. Esta chica no
puede quedarse quieta por más de cinco minutos. Eso es algo que
me encanta de ella.
La fiesta fue la primera vez que todos los hermanos de Alex
habían estado en el mismo lugar en mucho tiempo, y eran tan
ruidosos y dulces como los recordaba cuando Alex y yo teníamos
diecinueve años, regresamos de la universidad y nos encargamos de
llevarlos en auto. El auto de Alex, ya que ninguno de ellos tenía el
suyo todavía y su padre era un hombre dulce, pero también
olvidadizo, inestable, incapaz de seguir la pista de quién tenía que
estar, dónde y cuándo.
Si bien Alex siempre había estado tranquilo y quieto por
defecto, sus hermanos eran el tipo de chicos que nunca dejaban de
luchar o de ponerse los pelos de punta el uno al otro. Aunque algunos
de ellos tienen hijos ahora, todavía actuaban así en la fiesta.
El Sr. y la Sra. Nilsen los habían nombrado en orden alfabético.
Alex primero, luego Bryce, luego Cameron, luego David, y
extrañamente, en su mayoría también tienen ese tamaño. Con Alex el
más alto y ancho, Bryce igual de alto pero larguirucho y de hombros
estrechos, Cameron unos centímetros más bajo y grueso. Luego
está David, que es una pulgada más alto que Alex con la constitución
de un atleta profesional.
Todos son guapos, con distintos tonos de cabello rubio y ojos
color avellana a juego, pero David parece una estrella de cine, que
últimamente, dijo Alex en la cena, ha estado hablando de mudarse a
Los Ángeles para convertirse en una, con su cabello espeso y
ondulado y ojos grandes y pensativos, y su excitabilidad, la forma en
que se ilumina cada vez que comienza a hablar. Comienza el
cincuenta por ciento de sus oraciones con el nombre de la persona a
la que se dirige, o de la persona que cree que estará más
interesada.
—Poppy, Alex trajo varios números de R + R casa para poder
leer tus artículos —dijo en un momento en la casa de Betty, y esa fue
la primera vez que descubrí que Alex incluso lee mis artículos—. Son
realmente buenos. Me hacen sentir como si estuviera allí.
—Ojalá lo estuvieras —le dije—. En algún momento todos
deberíamos hacer un viaje juntos.
—Diablos, sí —dijo David, luego miró por encima del hombro,
sonriendo mientras comprobaba si su padre lo había oído decir
palabrotas. Es un bebé de veintiún años y lo amo.
En algún momento, Betty me pidió ayuda en la cocina y la seguí
para poner velas en el pastel de chocolate alemán que había
horneado para su yerno.
—Tu joven Trey parece agradable —me dijo sin levantar la vista
de lo que estaba haciendo.
—Es genial —le dije.
—Y me gustan sus tatuajes —Agrego— ¡Son simplemente
hermosos!
Ella no estaba siendo una idiota. Betty podría ser sarcástica,
pero también podría sorprenderte con sus opiniones sobre ciertas
cosas. Ella era cambiante. Me gustó eso de ella. Incluso a su edad,
hacía preguntas en la conversación como si no tuviera todas las
respuestas.
—A mí también me gustan —dije.
Me atrajo más la energía de Trey que su apariencia durante
nuestro primer viaje de trabajo juntos en Hong Kong, y me gustó que
esperara para invitarme a salir hasta que estuviéramos en casa
porque no quería que nada fuera raro si le decía que no.
Sin embargo, estaría mintiendo si dijera que Alex no jugó ningún
papel en mi respuesta. Me acababa de decir que él y Sarah habían
estado hablando mucho más en el trabajo, que las cosas parecían
estar bien entre ellos. En ese momento, todavía me despertaba
regularmente de mis sueños sobre él apareciendo en mi puerta,
luciendo somnoliento, preocupado y demasiado reconfortante,
mientras yo estaba en medio de una fiebre.
No importaba que no hubiera dicho nada sobre volver con
Sarah.
Lo hiciera o no lo hiciera, pero al final, habría alguien, y no
pensé que mi corazón pudiera soportarlo. Así que le dije que sí a
Trey esa noche y fuimos a un bar con Skee-Ball40 y perritos calientes
gratis, y al final de esa noche, sabía que podría enamorarme de él.
Trey era para mí lo que Sarah Torval era para Alex. Alguien que
encaja. Así que seguí diciendo que sí.
—¿Lo amas? —Betty me preguntó, todavía sin levantar la vista
de la tarea que tenía entre manos.
Tenía la sensación de que me estaba dando cierto nivel de
privacidad. La opción de mentir, sin que ella me mire directamente a
los ojos, si eso era lo que necesitaba. Pero no necesitaba mentir.
—Lo hago.
—Bueno, cariño. Eso es genial. —Sus manos se quedaron
quietas, sosteniendo dos velas plateadas delgadas en el glaseado
como si quisieran saltar—. ¿Lo amas como amas a Alex?
Recuerdo con vívida claridad la sensación de mi corazón
tropezando con los siguientes latidos. Esa pregunta era más
complicada, pero no podía mentirle.
—No creo que alguna vez amaré a nadie como amo a Alex—.
Dije, y luego pensé: Pero tal vez nunca amaré a nadie como amo a
Trey tampoco.
Debería haberlo dicho, pero no lo hice. Betty negó con la
cabeza y me miró a los ojos.
—Ojalá él supiera eso.
Luego salió de la cocina, dejándome que la siguiera. Alex y
Sarah habían traído a Flannery O'Connor con ellos, y ella eligió ese
momento para hacer su entrada dramática, caminando hacia mí con
la columna vertebral arqueada y los ojos muy abiertos, mirándome a
la cara y maullando en voz alta, con una expresión de cuerpo entero,
que Alex y yo llamamos gatito de Halloween.
—Hola —le dije, y ella se frotó contra mis piernas, así que
extendí la mano para levantarla, y ella siseó y lanzó un puñado de
garras hacia mí justo cuando Sarah entraba en la cocina con una pila
de platos sucios. Ella se rió y dijo con esa dulce voz suya:
—¡Guau! ¡A ella no le gustas!
Así que sí, veo de dónde viene Alex con sus nervios por este
viaje en pareja, pero estamos progresando. Con los likes de
Instagram y el tiempo perfectamente agradable que tuvimos Trey,
Alex y yo en un bar de juegos electrónicos la última vez que Alex me
visitó. Y, además, estar en la campiña toscana con un goteo
intravenoso de un vino increíble, no va a ser lo mismo que una cena
incómoda en Ohio seguida de la fiesta de cumpleaños de un
abstemio de sesenta años.
—Se llevarán muy bien —le digo ahora, apoyando mis piernas
en la barandilla del balcón y ajustando el teléfono entre mi cara y mi
hombro.
Escucho que su intermitente se apaga y suspira.
—¿Cómo puedes estar segura?
—Porque los amamos —razoné—. Y nos amamos. Entonces
se amarán el uno al otro. Y nos amaremos todos. Tú y Trey. Sarah y
yo.
Él ríe.
—Ojalá pudieras escuchar cuánto cambió tu voz en la última
parte. Sonaba como si estuvieras inhalando helio.
—Mira, todavía estoy trabajando para perdonarla por dejarte la
última vez —le digo—. Sin embargo, parece que se dio cuenta de
que ese fue el mayor error de su vida, así que le estoy dando una
oportunidad.
—Poppy —dice—. No fue así. Las cosas se complicaron, pero
ahora están mejor.
—Lo sé, lo sé —digo, aunque, en realidad, no lo sé. Él insiste
en que no hay resentimientos entre ellos por su última ruptura, pero
cada vez que pienso en lo que ella dijo, que su relación era tan
emocionante como la biblioteca de la escuela donde se conocieron,
todavía veo rojo por un segundo.
Otra oleada de náuseas me golpea y gimo.
—Lo siento —digo—. Realmente necesito irme a la cama para
poder estar lista para el vuelo mañana, pero te lo digo. Este viaje va
a ser increíble.
—Sí —dice con rigidez—. Estoy seguro de que me estoy me
preocupando por nada.
Principalmente, resulta que es cierto. Nos quedamos en una
villa. Es difícil estar de mal humor cuando te alojas en una villa, con
una reluciente piscina y un antiguo patio de piedra, una cocina al aire
libre con buganvillas goteando por todas partes en suaves rosas y
púrpuras.
—Vaya, está bien —dice Sarah cuando entramos—. Nunca
volveré a perderme uno de estos viajes.
Le muestro a Alex una mirada que es el equivalente facial a un
pulgar hacia arriba, y él me devuelve una leve sonrisa.
—Lo sé, ¿verdad? —Trey dice—. Deberíamos haber pensado
en hacer un viaje en grupo antes.
—Definitivamente —dice Sarah, aunque obviamente con su
horario en una escuela secundaria y la carga de cursos de
enseñanza de Alex en la universidad, no es como si tuvieran mucho
tiempo para el jet-set, incluso para las villas toscanas con grandes
descuentos.
—Hay como diez restaurantes con estrellas Michelin a veinte
millas de aquí, y pensé que Alex querría cocinar al menos una noche.
—Eso sería increíble —coincide Alex.
Claro, es un poco rígido e incómodo ese primer día en la villa,
mientras los cuatro deambulamos entre siestas con jet lag41, en
nuestras habitaciones y baños rápidos en la piscina. Trey toma
algunas fotos de prueba y fue a la ciudad para tomar bocadillos:
quesos y carnes añejos, pan fresco y una variedad de mermeladas
en frascos diminutos.
Y vino, mucho vino.
Al final de la primera noche sentados en la terraza y bebiendo
las dos primeras botellas de vino, todos se han ido ablandado,
relajado. Sarah se ha vuelto francamente habladora, contando
historias sobre sus estudiantes, sobre Flannery O'Connor y la vida en
Indiana, y Alex ofrece comentarios silenciosos y secos que me hacen
reír con tanta fuerza que el vino me sale por la nariz, dos veces.
Se siente como si los cuatro fuéramos amigos, verdaderos
amigos.
Cuando Trey me lleva a su regazo y apoya la barbilla en mi
hombro, Sarah toca su pecho y ooohs. —Ustedes dos son tan dulces
—dice, mirando a Alex—. ¿No son dulces?
—Y mantecoso —dice Alex, apenas mirando en mi dirección.
—¿Qué? —Sarah dice—. ¿Que se supone que significa eso?
—Él se encoge de hombros y ella continúa—: Ojalá a Alex le
gustará las PDA42. Nosotros apenas nos abrazamos en público.
—No soy un gran abrazado —dice Alex, avergonzado—. Yo no
crecí abrazando.
—Sí, pero soy yo —dice Sarah—. No soy una chica que
conociste en un bar, bebé.
Ahora que lo pienso, no estoy seguro de haberlo visto a él y a
Sarah tocarse.
Pero tampoco es que me haya tocado tanto en público, a
menos que se cuente el baile en las calles de Nueva Orleans o esa
vez en Vail (y hubo una buena cantidad de alcohol involucrado en
ambos).
—Simplemente se siente… maleducado o algo así —trata de
explicar Alex.
—¿Maleducado? —Trey enciende un cigarrillo—. Todos somos
adultos, hombre. Agárrate a tu chica si quieres.
Sarah bufó. —No te molestes. Esta ha sido una conversación
de muchos años. He aceptado mi suerte. Me voy a casar con un
hombre que odia tomarse de la mano.
Mi pecho se estremece con la palabra casar. ¿Es realmente tan
serio entre ellos? Quiero decir, obviamente es serio, pero no han
vuelto a estar juntos por tanto tiempo. Trey y yo hablamos sobre el
matrimonio de vez en cuando, pero de una manera elevada, lejana,
quizás-quién-sabe-no-pongamos-presión-sobre-este-camino.
—Ahora, que puedo entender —dice Trey, alejando el humo de
su cigarrillo—. Tomarse de la mano apesta. No es cómodo y limita el
movimiento, y en una multitud es un inconveniente. Es mejor que te
esposes los tobillos juntos.
—Sin mencionar que sus manos se ponen todas sudorosas —
dice Alex—. Es totalmente incómodo.
—¡Me encanta tomarme de la mano! —intervengo, metiendo la
palabra casar en lo más profundo de mi cerebro para resolverlo más
tarde—. Especialmente en una multitud. Me hace sentir segura.
—Bueno, parece que si vamos a Florencia antes de que termine
este viaje —dice Sarah—. Seremos Poppy y yo tomadas de la mano,
y ustedes dos lobos solitarios se perderán por completo entre las
masas.
Sarah me tiende su copa de vino y yo choco la mía con la de
ella, y ambas nos reímos, y ese podría ser el primer momento en el
que me agrada. Que me doy cuenta de que tal vez me hubiera
gustado ella todo el tiempo, si yo no hubiera estado abrazando a
Alex con tanta fuerza que no hubiera lugar para ella.
Tengo que dejar de hacer eso. Decido que lo haré y, a partir de
ese momento, el vino se hace cargo, y los cuatro estamos hablando,
bromeando, riendo, y esta noche marca la pauta para el resto del
viaje.
Días largos y soleados deambulando por cada casco antiguo se
extendía a nuestro alrededor.
Conducir a viñedos y remolinos de copas de vino con la boca
entreabierta para inhalar su aroma profundo y afrutado. Almuerzos
tardíos en antiguos edificios de piedra con chefs de renombre
mundial. Alex se marcha temprano cada mañana para correr, Trey
sale no mucho más tarde para explorar ubicaciones o capturar fotos
que ya había planeado. Sarah y yo dormimos casi todos los días,
luego nos reunimos para un largo baño (o para flotar en balsas con
vasos de plástico llenos de Limen ‘Chelo43 y vodka), hablando de
nada demasiado importante pero con mucha más facilidad que ese
día en el único restaurante mediterráneo de Linfield.
Por la noche, salimos a cenar tarde y a tomar vino, luego
regresamos al patio de nuestra villa y hablamos y bebemos hasta
que es casi de mañana.
Jugamos todos los juegos que reconocemos de un armario lleno
de ellos.
Juegos de césped como petanca y bádminton, y juegos de
mesa como Clue, Scrabble y Monopoly, que sé que Alex odia,
aunque no lo admite cuando Trey sugiere que juguemos.
Nos quedamos despiertos más y más tarde cada noche.
Garabateamos los nombres de las celebridades en pedazos de
papel, los mezclamos y nos los pegamos en la frente para un juego
de veinte preguntas en el que adivinamos quién está en nuestras
cabezas, con el obstáculo adicional de que cada pregunta que se
hace requiere otro trago.
Rápidamente se vuelve obvio que ninguno de nosotros tiene las
mismas referencias de celebridades, lo que hace que el juego sea
doscientas veces más difícil, pero también más divertido. Cuando le
pregunto si mi celebridad es una estrella de telerrealidad, Sarah finge
tener arcadas.
—¿De verdad? — digo—. Me encantan los reality shows.
No es que no esté acostumbrada a esta reacción. Pero una
parte de mí siente que su desaprobación es igual a la desaprobación
de Alex, y aparece un punto dolorido junto con la necesidad de
presionarlo.
—No sé cómo puedes ver esas cosas —dice Sarah.
—Lo sé —dice Trey a la ligera—. Nunca he entendido su interés
tampoco.
—No concuerda con todo lo demás sobre ella, pero P es todo
sobre The Bachelor44.
—No es todo sobre eso —digo, a la defensiva. Empecé a verla
hace un par de temporadas con Rachel cuando una chica de su
programa de arte era concursante, y en tres o cuatro episodios, me
enganché—. Creo que es como este experimento increíble —explico
—. Y puedes mirar horas del metraje recopilado en él. Aprendes
mucho sobre la gente.
Las cejas de Sarah se elevan. —¿Como lo que los narcisistas
están dispuestos a hacer por la fama?
Trey se ríe. —Exactamente.
Me obligo a reír y tomo otro sorbo de vino—. No es de lo que
estaba hablando —Me muevo incómoda, tratando de averiguar
cómo explicarme—. Quiero decir, hay muchas cosas que me gustan.
Pero una cosa… Me gusta como al final, parece que en realidad es
una decisión difícil para algunas personas. Habrá dos o tres
concursantes con los que sentirán una fuerte conexión, y no se trata
solo de elegir al más fuerte. En cambio, es como… los estás viendo
elegir una vida.
Y así es también en la vida real. Puedes amar a alguien y aún
saber que el futuro que tendrías con él no funcionaría para ti, ni para
ellos, o tal vez ni siquiera para los dos.
—¿Pero alguna de esas relaciones realmente funciona? —
pregunta Sarah.
—La mayoría no lo hace —lo admito—. Pero ese no es el
punto. Ves a alguien salir con todas estas personas, y ves lo
diferentes que son con cada uno de ellos, y luego los ves elegir.
Algunas personas eligen a la persona con la que tienen la mejor
química, o con la que se divierten más, y otras eligen a la que creen
que será un padre increíble, o con la persona que se han sentido
más seguros para abrirse. Es fascinante. En cómo quieres compartir
el amor con alguien.
Amo quien soy con Trey. Soy segura e independiente, flexible y
serena. Estoy a gusto. Soy la persona que siempre soñé que sería.
—Es justo —admite Sarah—. Es la parte de besarme con,
como, treinta chicos y luego comprometerse con alguien que has
conocido cinco veces que es más difícil de tragar para mí.
Trey echa la cabeza hacia atrás, riendo. —Totalmente te
inscribirías en ese programa si rompiéramos. ¿No es así, P?
—Ahora, que lo veo —dice Sarah, riendo.
Sé que está bromeando, pero me irrita sentir que están unidos
contra mí.
Pienso en decir ¿Por qué piensas eso? ¿Porque soy un
narcisista que está dispuesta a hacer cualquier cosa para hacerse
famosa?
Alex choca su pierna con la mía debajo de la mesa, y cuando lo
miro, ni siquiera está mirando en mi dirección. Solo me recuerda que
está aquí, que nada puede realmente lastimarme.
Muerdo mis palabras y lo dejo ir. —¿Más vino?
La noche siguiente, cenamos en la terraza. Cuando entro para
servir helado de postre, encuentro a Alex de pie en la cocina, leyendo
un correo electrónico.
Acaba de recibir la noticia de que Tin House aceptó una de sus
historias. Se ve tan feliz, tan brillantemente, él mismo, que le saco
una foto. Me encanta tanto que probablemente lo establecería como
mi fondo si ambos estuviéramos solteros y si eso no fuera
extremadamente extraño tanto para Sarah como para Trey.
Decidimos que tenemos que celebrar, como si eso no fuera de
todo lo que se ha trata este viaje. Trey nos hace mojitos y nos
sentamos en las tumbonas con vista al valle, escuchando los suaves
y centelleantes sonidos de la noche en el campo.
Apenas bebo mi bebida. He tenido náuseas toda la noche y, por
primera vez, me excuso para irme a dormir mucho antes que los
demás. Trey se sube a la cama horas más tarde, borracho y
besando mi cuello, tirando de mí, y después de tener relaciones
sexuales, se duerme inmediatamente y mis náuseas regresan.
Ahí es cuando se me ocurre.
Se suponía que debía comenzar mi período en algún momento
de este viaje.
Probablemente sea una casualidad. Hay muchas razones para
sentir náuseas durante un viaje internacional. Y Trey y yo somos
bastante cuidadosos.
Aun así, me levanto de la cama, con el estómago revuelto y
bajo de puntillas, abriendo la aplicación de notas para ver cuándo
esperaba mi período. Rachel me dice constantemente que obtenga
esta aplicación de seguimiento del período, pero hasta ahora no he
visto el punto.
Mis oídos están latiendo con fuerza. Mi corazón se acelera. Mi
lengua se siente demasiado grande para mi boca.
Se suponía que iba a empezar ayer. Un retraso de dos días no
es inaudito. Las náuseas después de beber cubos de vino tinto
tampoco lo son. Especialmente para un migraineur.45
Pero, aun así, me estoy volviendo loca.
Cojo mi chaqueta del perchero, meto mis pies en las sandalias
y cojo las llaves del auto de alquiler. La tienda de comestibles abierta
las veinticuatro horas más cercanas está a treinta y ocho minutos.
Regreso a la villa con tres pruebas de embarazo diferentes antes de
que el sol haya comenzado a salir.
Para entonces, estoy en un pánico total. Todo lo que puedo
hacer es caminar de un lado a otro en la terraza, agarrando la
prueba de embarazo más cara en una mano y recordándome a mí
misma inhalar, exhalar, inhalar. Mis pulmones se sienten peor que
cuando tuve neumonía.
—¿No pudiste dormir? —Una voz tranquila me sobresalta. Alex
está apoyado contra la puerta abierta con un par de pantalones
cortos negros y zapatillas deportivas, su pálido cuerpo teñido de azul
por la madrugada.
Una risa muere en mi garganta. No estoy segura de por qué.
—¿Te estás levantando para correr?
—Hace más frío antes de que salga el sol.
Asiento, envuelvo mis brazos alrededor de mí y me giro para
mirar hacia el valle. Alex viene a pararse a mi lado y, sin mirarlo, me
pongo a llorar. Extiende mi mano y la despliega para ver la prueba de
embarazo apretada allí.
Durante diez segundos, permanece en silencio. Ambos
guardamos silencio.
—¿Has tomado alguna? —pregunta suavemente.
Niego con la cabeza y empiezo a llorar más fuerte. Me empuja
hacia él, envuelve sus brazos alrededor de mi espalda mientras dejo
salir el aliento en unas pocas ráfagas de sollozos silenciosos. Alivia
algo de presión, y me aparto de él, secándome los ojos con la palma
de mis manos.
—¿Qué voy a hacer, Alex? —le pregunto—. Si estoy… ¿Qué
diablos se supone que debo hacer?
Estudia mi rostro durante mucho tiempo.
—¿Qué es lo que quieres hacer?
Me limpio los ojos de nuevo. —No creo que Trey quiera tener
hijos.
—Eso no es lo que pregunté —murmura Alex.
—No tengo idea de lo que quiero —lo admito—. Quiero decir,
quiero estar con él. Y tal vez algún día... No sé. No sé más.
Entierro mi cara en mis manos mientras algunos sollozos
desagradables y silenciosos salen de mí. —No soy lo
suficientemente fuerte para hacer esto por mi cuenta. No puedo. Ni
siquiera podía soportar estar enferma yo sola, Alex. ¿Cómo se
supone que debo hacerlo?
Toma mis muñecas suavemente y las aleja de mi cara,
agachando la cabeza para mirarme a los ojos.
—Poppy —dice—. No estarás sola, ¿de acuerdo? Estoy aquí.
—¿Y qué? —digo—. ¿Me mudaría a Indiana? ¿Consigo un
apartamento al lado tuyo y de Sarah? ¿Cómo eso va a funcionar,
Alex?
—No lo sé —admite—. No importa cómo. Estoy aquí. Solo ve a
hacer la prueba y luego lo resolveremos, ¿de acuerdo? Descubrirás
lo que quieres hacer y lo haremos.
Respiro hondo, asiento con la cabeza, entro con la bolsa de
pruebas que he dejado en el suelo y la que sigo agarrando como una
balsa salvavidas.
Orino en tres a la vez, luego los llevo a todos afuera para
esperar. Los alineamos en el muro bajo de piedra que rodea la
terraza. Alex pone un temporizador en su reloj y nos quedamos allí
juntos, sin decir nada hasta que suena.
Uno por uno van llegando los resultados.
Negativo.
Negativo.
Negativo.
Empiezo a llorar de nuevo. No estoy seguro de si es un alivio o
algo más complicado que eso. Alex me empuja hacia su pecho, me
balancea con dulzura de lado a lado mientras recupero la
compostura.
—No puedo seguir haciéndote esto —digo cuando finalmente
me quedo sin lágrimas.
—¿Haciendo qué? —pregunta en un susurro.
—No sé. Necesitarte.
Sacude la cabeza contra la mía.
—Yo también te necesito, Poppy. —Es entonces cuando me
doy cuenta de lo espesa, húmeda y temblorosa que es su voz.
Cuando me aparto de él, me doy cuenta de que está llorando. Toco
un lado de su cara.
—Lo siento —dice, cerrando los ojos—. Yo solo… No sé qué
haría si te pasara algo.
Y luego lo comprendo.
Para alguien como Alex, que perdió a su madre como lo hizo él,
el embarazo no es solo una posibilidad que le cambie la vida. Es una
posible sentencia de muerte.
—Lo siento —dice de nuevo—. Dios, no sé por qué estoy
llorando.
Pongo su cara en mi hombro y él llora un poco más, sus
enormes hombros se agitan con él. En todos los años que hemos
sido amigos, probablemente me ha visto llorar cientos de veces, pero
esta es la primera vez que él llora frente a mí.
—Está bien —le susurro, y luego, tantas veces como sea
necesario—. Está bien. Estás bien. Estamos bien, Alex.
Entierra su rostro húmedo en un lado de mi cuello, sus manos
se encrespan apretadas contra la parte baja de mi espalda mientras
paso mis dedos por su cabello, sus labios húmedos se calientan
contra mi piel.
Sé que el sentimiento pasará, pero en ese momento deseo
tanto que estemos aquí solos. Que aún no conociéramos a Sarah y
Trey. Que podríamos abrazarnos el uno al otro tanto tiempo como
creo que podríamos necesitar.
Siempre hemos existido en una especie de mundo para dos,
pero ese ya no es el caso.
—Lo siento —dice por última vez mientras se separa de mí,
enderezándose, mirando hacia el valle mientras los primeros rayos
de luz lo atraviesan—. No debería haberlo hecho…
Toco su brazo. —Por favor, no digas eso.
Él asiente, da un paso atrás, poniendo más distancia entre
nosotros, y sé, con cada fibra de mi ser, que es lo correcto, pero
todavía me duele.
—Trey parece un gran tipo —dice.
—Lo es — prometo.
Alex asiente unas cuantas veces más. —Bien. —Y eso es
todo. Sale para su carrera matutina, y yo estoy sola de nuevo en la
tranquila terraza, viendo a la mañana perseguir las sombras por el
valle.
Mi período llega veinticinco minutos más tarde, mientras
preparo huevos revueltos para el desayuno, y el resto de nuestro
viaje es un viaje en pareja increíblemente normal.
Excepto que, en el fondo, estoy completamente desconsolado.
Duele quererlo todo, tantas cosas que no pueden convivir en
una misma vida.
Sin embargo, más que nada quiero que Alex sea feliz. Que
tenga todo lo que siempre quiso. Tengo que dejar de estorbar, darle
la oportunidad de tener todo eso.
Ni siquiera nos rozamos hasta que nos despedimos. Nunca
volvemos a hablar de lo que pasó.
Lo sigo amando.
30
Este Verano

Así que supongo que no estamos hablando de lo que pasó en el


balcón de Nikolai, y eso tiene que estar bien. Cuando me despierto
en nuestra habitación de hotel Technicolor de Larrea Palm Springs, la
cama de Alex está vacía y hecha, y una nota escrita a mano en el
escritorio dice:

VOY A CORRER. VUELVO PRONTO.


PD YA RECOGI EL AUTO DE LA TIENDA.

No es como si esperara un montón de abrazos, besos y


promesas de amor, pero él podría haber escrito algo tipo: Anoche
fue genial. O tal vez un alegre signo de exclamación.
Además, ¿cómo corre con este calor? Hay muchas cosas en
esa nota muy corta y mi paranoia sugiere amablemente que está
corriendo para aclararse la cabeza después de lo que sucedió.
En Croacia, se había asustado. Ambos lo hicimos. Pero eso
había sucedido al final del viaje, cuando después pudimos retirarnos
a nuestros rincones separados del país. Esta vez, tenemos una
despedida de soltero, una cena de ensayo y una boda que celebrar.
Aun así, prometí que no dejaría que esto nos arruinara, y lo
decía en serio.
Necesito mantener las cosas ligeras, hacer mi parte para
prevenir un trastorno postcoital.
Pienso en enviarle un mensaje de texto a Rachel para pedirle
consejo, o simplemente para tener a alguien con quien chillar, pero la
verdad es que no quiero contarle a nadie sobre esto. Yo quiero que
esto sea solo entre Alex y yo, como gran parte del mundo es cuando
estamos juntos. Lanzo mi teléfono a la cama, tomo un bolígrafo de mi
bolso y agrego al final de la nota de Alex, En la piscina, ¿nos
vemos allí?
Cuando aparece, todavía está vestido con su ropa de correr y
lleva una pequeña bolsa marrón y una taza de papel con café, y la
vista de todo esto combinado me hace sentir un hormigueo y
ansiedad.
—Rollo de canela —dice, pasándome la bolsa, luego la taza—.
Latté. Y el Aspire está en el estacionamiento con su llamativo
neumático nuevo.
Agito mi taza de café en un círculo vago frente a él. —Ángel.
¿Cuánto fue el neumático?
—No lo recuerdo —dice—. Me voy a duchar.
—Antes de… Venir a sudar a la piscina?
—Antes de venir a sentarme en esa piscina durante todo el día.
No es una gran exageración. Nos relajamos al contenido de
nuestro corazón. Nos relajamos. Alternamos entre sol y sombra.
Pedimos bebidas y nachos en el bar junto a la piscina y volvemos a
aplicar bloqueador solar cada hora, y aun así regresamos a la
habitación con tiempo suficiente para prepararnos para la despedida
de soltero de David. Él y Tham decidieron hacerlas por separado,
aunque ambos son mixtos, y Alex bromea diciendo que David eligió
este plan para forzar un concurso de popularidad.
—Nadie es más popular que tu hermano —digo.
—No has conocido a Tham todavía —dice, luego entra al baño
y abre el agua.
—¿Te estás duchando de nuevo, en serio?
—Enjuagando —dice.
—¿Recuerdas en la escuela primaria cómo los niños solían
pararse detrás de ti en la fila de la fuente de agua y decir ’’Guarda un
poco para las ballenas¨?
—Sí —dice.
—¡Bueno, guarda un poco para las ballenas, amigo!
—Tienes que ser amable conmigo —dice— Te traje un rollo de
canela.
—Mantecoso, cálido y perfecto —le digo, y se sonroja mientras
cierra la puerta del baño.
Realmente no tengo idea de lo que está pasando. Por ejemplo:
¿por qué no nos quedamos en la habitación y nos besamos todo el
día?
Me pongo un mono halter de color verde lima de los setenta y
empiezo a peinarme en el espejo fuera del baño, y unos minutos
después, Alex emerge ya vestido y casi listo para irse.
—¿Cuánto tiempo necesitas? —pregunta, mirando por encima
de mi hombro para encontrarse con mis ojos en el espejo, su cabello
mojado pegado hacia arriba en todas direcciones.
Me encojo de hombros.
—El tiempo suficiente para rociarme con adhesivo y enrollarme
en una tina de purpurina.
—¿Así que diez minutos? —adivina.
Asiento con la cabeza y dejo mi varita rizadora. —¿Estás
seguro de que quieres que vaya?
—¿Por qué no iba a hacerlo?
—Porque es la despedida de soltero de tu hermano —digo.
—¿Y?
—Y no lo has visto en meses, y quizás no quieras que te
acompañe.
—No eres una acompañante —dice—. Estás invitada. Además,
probablemente habrá strippers masculinos y sé cuánto amas a un
hombre en uniforme.
—Fui invitada por David —digo—. Si tu querías tiempo a solas
con él…
—Hay como cincuenta personas que vienen esta noche —dice
—. Tendré suerte si consigo hacer contacto visual con David.
—Pero tus otros hermanos también estarán allí, ¿verdad?
—No van a venir— dice—. Ni siquiera volarán hasta mañana.
—Está bien, pero ¿qué pasa con todas las chicas calientes del
desierto? —digo.
—Chicas calientes del desierto —repite.
—Vas a ser la belleza heterosexual del baile.
Su cabeza se inclina —Así que quieres que me vaya a besar
con algunas chicas calientes del desierto.
—No particularmente, pero supongo que debes saber que
todavía tienes esa opción. Quiero decir, sólo porque nosotros…
Su frente se arruga. —¿Qué estás haciendo, Poppy?
Toco distraídamente mi cabello. —Estaba intentando hacer una
colmena46, pero creo que voy a tener que conformarme con un
bouffant47.
—No me refiero… —Él se apaga—. ¿Te arrepientes de
anoche?
—¡No! —digo, mi cara enrojecida—. ¿Tú sí?
—Para nada —dice.
Me vuelvo para mirarlo de frente en lugar de hacerlo a través
del espejo. —¿Estás seguro? Porque apenas me has mirado hoy.
Se ríe, me toca la cintura. —Porque mirarte me hace pensar en
lo de anoche y llámame anticuado, pero no quería quedarme en la
piscina del hotel con una furiosa erección todo el día.
—¿De verdad? —Pensarías que me acaba de recitar un poema
de amor por el sonido de mi voz.
Me empuja hacia el borde del lavabo mientras me besa una vez,
lento y pesado, sus manos rodeando mi cuello para encontrar el
broche del cabestro del mono. Se suelta y me arqueo hacia atrás
mientras él desliza la tela hasta mi cintura. Él ahueca mi mandíbula y
atrae mi boca hacia la suya, y envuelvo mis piernas alrededor de él
mientras nuestros besos se hacen más profundos, su mano libre
bajando por mi pecho desnudo.
—¿Recuerdas cuando estuve enferma? —Le susurró al oído.
Sus caderas se mueven contra las mías, y su voz sale baja y
ronca:
—Por supuesto.
—Te deseaba tanto esa noche —admito, desabrochando su
camisa.
—Toda esa semana —dice—. Seguía despertando a punto de
correrme. Si no hubieras estado enferma…
Me levanto contra él, y su boca se hunde en el costado de mi
cuello mientras trabajo en los botones de su camisa. —En Vail
cuando me llevaste por esa montaña…
—Dios, Poppy —dice—. Pasé mucho tiempo tratando de no
quererte.
Me levanta del lavabo y me lleva a la cama.
—Y no hay suficiente tiempo para besarme —digo, su risa
resonando contra mi oído mientras nos acuesta.
—¿Cuánto tiempo tenemos?
Besa el centro mismo de mi pecho. —Podemos llegar tarde.
—¿Qué tan tarde?
—Tan tarde como sea necesario.

—OH. MI. DIOS —digo mientras salimos al camino de entrada


de la mansión de mediados de siglo, con su techo inclinado estilo
Googie48—. Esto es increíble. ¿Ha alquilado todo este lugar?
—¿Olvidé mencionar que Tham es muy elegante?
—Puede que sí —digo—. ¿Es demasiado tarde para casarme
con él?
—Bueno, faltan dos días para la boda y es gay —dice—. Así
que realmente no veo por qué no.
Me río y él toma mi mano, la desliza en la suya. De alguna
manera, entrar a una despedida de soltero de la mano de Alex Nilsen
es más surrealista que cualquier cosa surrealista que acaba de
suceder en el hotel. Me hace sentir animada, mareada e intoxicada
de la mejor manera posible.
Seguimos la música por el camino de entrada, cada uno con
una de las botellas de vino que elegimos en el camino hacia aquí, y
entramos en la fresca oscuridad del vestíbulo.
Alex dijo que habría cincuenta personas. Al abrirnos paso por la
casa, supongo que hay al menos un centenar, apoyados en las
paredes y sentados en los respaldos de los muebles fabulosamente
dorados. La pared trasera de la casa es completamente de vidrio y
da a una enorme piscina, iluminada de color púrpura y verde, con una
cascada que fluye hacia ella, por un lado. La gente descansa sobre
flamencos y cisnes inflables en varios estados de desnudez: mujeres
y Drag Queens con vestidos largos y brillantes; hombres en bañador
y tanga; gente con alas de ángel y disfraces de sirena junto a la
supuesta gente de Linfield con trajes y vestidos con peplum49.
—Vaya —dice Alex— No he estado en una fiesta tan fuera de
control como, desde, la escuela secundaria.
—Tú y yo teníamos muy diferentes experiencias de la escuela
secundaria —digo.
En ese momento, un adonis, un hombre con una encantadora
sonrisa juvenil y una mata de olas doradas nos ve y salta de la silla
colgante en forma de huevo donde estaba sentado.
—¡Alex! ¡Poppy! —David viene hacia nosotros con los brazos
abiertos y un brillo ligeramente borracho en sus ojos color avellana.
Primero abraza a Alex, luego me agarra los lados de la cara y me
planta besos descuidados en ambas mejillas.
—Estoy tan feliz de que estés…—Sus ojos se posan en
nuestras manos entrelazadas y junta las suyas—. ¡Tomados de la
mano!
—Gracias —le digo, y él se ríe, pone una mano en cada uno de
nuestros hombros.
—¿Necesitas un poco de agua? —Alex le pregunta, modo de
hermano mayor activado.
—No, papá —dice—. ¿Necesitas algo de alcohol?
—¡Sí! —digo, y David hace un gesto con la mano hacia un
servidor que no había notado en la esquina en gran parte porque ella
está pintada con spray de oro.
—Wow —dice Alex, aceptando dos copas de champán de la
bandeja de la estatua falsa—. Gracias por… Wow.
Ella se retira, y se queda inmóvil de nuevo.
—Entonces, ¿qué está haciendo Tham esta noche? —pregunto
—. ¿Una hoguera de billetes de un dólar en un yate de oro macizo?
—Realmente odio decirte esto, Pop —dice David—, pero un
yate de oro se hundiría. Créeme. Nosotros tratamos. ¿Ustedes dos
quieren chupitos?
—Sí —le digo al mismo tiempo que Alex dice—. No.
Como por arte de magia, ya nos están entregando chupitos,
vodka y Goldschläger50, con sus pequeñas virutas de oro flotando
en los vasos. Los tres los tintineamos juntos y tragamos el líquido
dulce y picante de un trago.
Alex tose. —Odio eso.
David le da una palmada en la espalda. —Estoy tan contento de
que estés aquí, amigo.
—Por supuesto que lo estoy. Tus hermanitos solo se casan…
tres veces.
—Y tú favorito solo se casa una vez —dice David—. Dedos
cruzados.
—Escuché que tú y Tham son increíbles juntos —digo—. Y que
es muy elegante.
— El más elegante —coincide David—. Es un director. Nos
conocimos en el set.
—¡En el set! —Lloro—. ¡Escúchate!
—Lo sé —dice—. Soy una persona insoportable de Los
Ángeles.
—No, no, definitivamente no.
Alguien llama a David desde la piscina, y él le da la señal de un
minuto, luego nos enfrenta de nuevo. —Siéntanse como en casa, no
en nuestra casa, obviamente —le añade a Alex— Pero, como, una
casa súper ruidosa, súper divertida y súper gay con una pista de
baile en la parte de atrás, en la que espero verlos a ambos en breve.
—Deja de intentar que Poppy se enamore de ti —dice Alex.
—Sí, realmente no necesitas perder tu tiempo —le digo—. Ya
estoy vendida.
David agarra mi cabeza y vuelve a acariciarme un lado, luego le
hace lo mismo a Alex y baila hacia la chica en la piscina pretendiendo
atraparla con una caña de pescar invisible.
—A veces me preocupa que se tome a sí mismo demasiado en
serio —dice Alex rotundamente, y cuando una risa sale disparada de
mí, la comisura de su boca entra y sale de una sonrisa. Nos
quedamos allí sonriendo durante unos segundos más, nuestras
manos entrelazadas se balancean de un lado a otro entre nosotros.
—Pensé que no te gustaba tomar de la mano —le digo.
—Y tu dijiste que lo hacías —dice.
—¿Y qué? ¿Consigo lo que quiero ahora? —bromeo.
Su sonrisa vuelve a su lugar, tranquila y contenida.
—Sí, Poppy —dice—. Obtienes lo que quieres ahora. ¿Es eso
un problema?
—¿Y si quiero que tengas lo que tú quieres? —Arquea una
ceja.
—¿Estás diciendo eso porque sabes lo que voy a decir y
quieres burlarte de mí por eso?
—¿No? —digo—. ¿Por qué? ¿Qué vas a decir?
Nuestras manos se quedan quietas entre nosotros. —Tengo lo
que quiero, Poppy.
Mi corazón palpita, y aparto mi mano de la suya, la enrollo
alrededor de su cintura e inclino mi cabeza hacia atrás para mirar su
rostro. —Estoy resistiendo el impulso de PDA sobre ti en este
momento, Alex Nilsen.
Inclina el cuello y me besa tanto tiempo que algunas personas
comienzan a animarme. Cuando nos separamos, tiene las mejillas
rosadas y es tímido. —Maldita sea —dice—. Me siento como un
adolescente cachondo.
—Quizás si utilizamos la estación de Jägerbomb51 en el patio
trasero —digo—. Volveremos a sentirnos como personas maduras y
recatadas de treinta años.
—Eso suena realista —dice Alex, tirándome hacia el patio
trasero—. Estoy dentro.
Hay un bar en la parte de atrás y un camión de comida que
sirve tacos de pescado estacionado en el césped. Detrás de eso, un
jardín se extiende como algo de una novela de Jane Austen, aquí
mismo en medio del desierto.
—Probablemente no sea bueno para la conservación —
comenta Alex en forma de abuelo.
—Probablemente no —estoy de acuerdo—. Pero posiblemente
es estupendo para conversar52.
—Es cierto —dice—. Cuando todo lo demás falla, siempre
puedes involucrar a un extraño en una pequeña charla reflexiva sobre
la tierra agonizante.
En algún momento nos encontramos sentados en el borde de la
piscina, con los pantalones y el mono enrollados y las piernas
colgando en el agua tibia, y es entonces cuando escuchamos a David
gritar emocionado entre la multitud:
—¿Dónde está mi hermano? Tiene que ser parte de esto.
—Parece que te necesitan.
Alex suspira. David lo ve y se acerca trotando.
—Necesito que hagas este juego.
—¿Juego de beber? —Supongo.
—No para Alex —dice David—. Apuesto a que no tendrá que
beber ni una sola vez. Es un juego de David Trivia. ¿Te unes?
Alex hace una mueca. —¿Quieres que lo haga?
David se cruza de brazos. —Como novio lo exijo.
—Realmente nunca puedes divorciarte de Tham —dice Alex,
poniéndose de pie.
—Por múltiples razones —dice David— Estoy de acuerdo.
Alex se acerca a la mesa larga a la luz de las velas donde
comienza el juego, pero David se queda a mi lado, mirándolo irse.
—Parece bueno —dice.
—Si— estoy de acuerdo—. Creo que lo es.
La mirada de David desciende hacia mí, y se baja al lado
resbaladizo de la piscina, deslizando sus piernas en el agua. —
Entonces —dice—. ¿Cómo pasó esto?
—¿Esto?
Levanta la ceja con escepticismo. —Esto.
—Um. —Intento pensar en cómo explicarlo. Años de amor
eterno, celos ocasionales, oportunidades perdidas, mal momento,
otras relaciones, aumento de la tensión sexual, una pelea y el silencio
posterior, y el dolor de vivir la vida sin él.
—El aire acondicionado de nuestro Airbnb53 se rompió.
David me mira fijamente durante unos segundos, luego deja
caer su rostro entre sus manos, riendo. —Maldita sea —dice,
enderezándose—. Tengo que decir que estoy aliviado.
—¿Aliviado?
—Si —David se encoge de hombros—. Sabes. Es como…
ahora que me voy a casar, ahora que sé que me quedaré en Los
Ángeles, supongo que estaba preocupado por él. De vuelta en Ohio.
Por su cuenta.
—Creo que le gusta Lingfield —le digo—. No creo que esté allí
por necesidad. Además, no diría que está solo. Toda tu familia está
ahí. Todas las sobrinas y su sobrino.
—Ese es mi punto —David mira hacia el juego de preguntas y
respuestas en la mesa, observa como los otros tres concursantes
toman tragos de algo color caramelo y Alex bebe un vaso de agua
victoriosamente—. Ahora tiene un nido vacío.
Su boca se tuerce en un ceño fruncido que es tan parecido al
de su hermano que siento un rápido y doloroso impulso de besarlo.
Cuando pienso en lo que realmente está diciendo David, el dolor
empeora y se esconde detrás de mi caja torácica como un pequeño
nudo rojo. —¿Crees que se siente así?
—¿Cómo él nos crió? ¿Puso toda su energía emocional en
asegurarse de que los tres estuviéramos bien? Llevando a Betty a
las citas con el médico, preparando nuestros malditos almuerzos
escolares y sacando a papá de la cama cuando tenía uno de sus
episodios, y luego, de repente, todos nos fuimos, nos casamos y
comenzamos a tener nuestros propios hijos, mientras ¿Se queda
para asegurarse de que papá esté bien? —Muy serio, David me mira
—. No. Alex nunca pensaría así. Pero creo que se ha sentido solo.
Quiero decir… todos pensamos que se iba a casar con Sarah, y
luego…
—Si —Saco las piernas de la piscina y las cruzo frente a mí.
—Quiero decir, tenía el anillo y todo —prosigue David, y mi
estómago da un vuelco—. Se suponía que él debía proponerle
matrimonio, y luego… ella simplemente se había ido, y… — Se
apaga cuando ve la expresión de mi cara.
—No me malinterpretes, Poppy —Pone su mano sobre la mía
—. Siempre pensé que deberían ser ustedes dos. Pero Sarah era
genial, y se amaban, y solo quiero que él sea feliz. Quiero que deje
de preocuparse por otras personas y tenga algo que sea solo suyo,
¿sabes?
—Si —Apenas puedo correr la voz. Todavía estoy sudando,
pero mi interior se ha enfriado rápidamente, porque todo lo que
puedo pensar es que iba a casarse con ella.
Ella lo dijo en Toscana, y después de unas semanas, lo
descarté como un comentario casual, pero ahora no puedo evitar ver
todo lo que sucedió en ese viaje bajo una luz diferente.
Fue hace tres años, pero todavía lo veo tan vívidamente: Alex y
yo en la terraza minutos antes de que saliera el sol, mis brazos
cruzados con fuerza, las uñas mordidas. Pruebas de embarazo
alineadas en la pared de piedra y el reloj de Alex chirriando que era
hora de averiguar qué nos depara el futuro.
La forma en que se había derrumbado una vez que finalmente
me recobré, encorvó la cabeza y lloró contra mí.
No puedo seguir haciéndote esto yo dije. Necesitándote.
Me había dicho que también me necesitaba, pero con Trey y
Sarah allí, la burbuja que siempre parecía envolvernos, separarnos
del mundo, había estallado, y me sentí tan profundamente
avergonzada por querer tanto de él, y me di cuenta de que él
también lo hacía.
Trey parece un gran tipo había dicho, y eso era lo más cercano
a decir Tenemos que detener esto como podamos. Decir eso habría
sido una admisión de culpa
. Incluso si nunca nos besamos, nunca dijimos las palabras
directamente, estábamos guardando partes enteras de nuestros
corazones el uno para el otro.
Alex había querido casarse con Sarah, y ahora sé que le había
impedido poder hacerlo. Ella había roto con él por segunda vez
después de Toscana, e incluso si nunca supe exactamente lo que
había sucedido, estaba segura de que había dejado una marca en él,
había cambiado las cosas entre ellos para peor.
Si hubiera estado embarazada, si hubiera decidido tener el
bebé, sé sin lugar a dudas que Alex habría estado ahí para mí,
renunciando a cualquier cosa que tuviera solo para ayudar.
Sarah, como siempre, habría tenido que lidiar con mi realidad o
seguir adelante.
No puedo evitar preguntarme si la había obligado a llegar a ese
punto. Si nuestra amistad le hubiera costado la mujer con la que
quería casarse. Me siento mal, avergonzada por el pensamiento.
Culpable por cómo ignoré mis sentimientos más complicados por él
para poder justificar quedarme en su vida.
Una cosa es cuando los alborotadores hermanos de tu novio, o
su padre viudo, lo necesitan.
Pero yo era solo otra mujer, cuyas necesidades siempre ponía
en primer lugar en detrimento de sus propios deseos y felicidad. Y
esta semana, me tropecé con esto egoístamente, porque eso era lo
que yo tenía por defecto con él. Pedir lo que quería, dejar que me lo
diera, aunque no fuera necesariamente lo mejor para él.
Ya no estoy mareada o animada ni nada más que enferma del
estómago. David pone su mano en mi hombro y me sonríe,
sacándome del caleidoscopio de sentimientos complicados y
dolorosos que me recorren. —Me alegro de que te tenga ahora.
—Sí —le susurro, pero una vocecita viciosa dentro de mí dice,
No, tú lo tienes.
31
Este Verano

Estoy cavando a través de mi bolso en busca de la llave del


hotel, Alex se inclina hacia mí, sus manos pesadas en mi cintura, sus
labios suaves contra el costado de mi cuello, y me relajaría si no
fuera por el zumbido en mi cráneo, los latidos constantes de culpa y
pánico alternados en mi estómago.
Presiono la tarjeta en la cerradura, luego empujo la puerta para
abrirla y Alex me suelta, entrando en la habitación detrás de mí. Me
dirijo directamente al fregadero, me quito la parte de atrás de mis
pendientes de plástico de gran tamaño y los dejo en la encimera.
Alex se queda quieto y ansioso justo al cruzar la puerta.
—¿He hecho algo? —pregunta.
Niego con la cabeza, agarro un hisopo de algodón y el frasco
azul de desmaquillador de ojos. Sé que necesito decir algo, pero no
quiero llorar, porque si lloro, esto se convierte en mí y se pierde todo
el sentido. Alex hará todo lo posible para que me sienta segura,
cuando en realidad lo que necesito es que sea honesto.
Paso el algodón por mis párpados, aflojando el delineador de
ojos líquido negro hasta que me parezco a Charlize Theron en Mad
Max: Fury road,54 la pólvora me manchó la cara como pintura de
guerra.
—Poppy —dice Alex—. Solo dime lo que hice.
Me giro hacia él y ni siquiera sonríe por mi maquillaje. Así de
preocupado está, y me odio a mí mismo por hacerle sentir así. —No
hiciste nada —le digo—. Eres perfecto.
Sus dos expresiones ahora son sorprendidas y ofendidas. —No
soy perfecto.
Necesito hacer esto rápido, arrancarlo como un curita. —¿Ibas
a proponerle matrimonio a Sarah?
Sus labios se abren. Pero su sorpresa rápidamente se
convierte en dolor. —¿De qué estás hablando?
—Yo solo…—Cierro los ojos, presiono el dorso de la mano
contra mi cabeza como si eso pudiera detener el zumbido. Abro los
ojos de nuevo y su expresión se ha apenas encogido. Él no se
tambalea en sus emociones: voy a conseguir a Alex desnudo para
esta conversación—. David dijo que tenías un anillo.
Cierra la boca con fuerza y traga saliva, mira hacia las puertas
corredizas del balcón y luego vuelve a mirarme a mí. —Siento no
haberte dicho.
—No es eso —Obligo a que las lágrimas suban de nuevo—. Yo
solo… No me di cuenta de lo mucho que la amabas.
Se ríe a medias, pero no hay humor en su rostro tenso. —Por
supuesto que la amaba. Estuve con ella de forma intermitente
durante años, Poppy. También amabas a los chicos con los que
estabas.
—Lo sé. No te estoy acusando de nada. Sólo…—Niego con la
cabeza, tratando de organizar mis pensamientos en algo más corto
que un monólogo de una hora—. Quiero decir, compraste un anillo.
—Lo sé —dice—. Pero ¿por qué estás enojada conmigo por
eso, Poppy? Estabas con Trey, jodidamente jet-setting55, alrededor
del mundo, sentada en su regazo en los cuatro rincones del mundo.
¿Se suponía que debía pensar que no eras feliz? ¿Solo esperarte?
—¡No estoy enojada contigo, Alex! —lloro—. ¡Estoy enojada
conmigo misma! Por no importarme que me interpusiera en el
camino. Por pedir tanto de ti y… y mantenerte alejado de lo que
quieres.
Él se burla. —¿Qué es lo que quiero?
—¿Por qué rompió contigo? —muerdo de vuelta—. Dime que
no tuvo nada que ver conmigo. Que Sarah no terminó las cosas por
esto, esta cosa entre nosotros. Que desde que salí de tu vida, ella
no lo ha estado reconsiderando todo. Dime eso, sí esa es la verdad,
Alex. Dime que no soy la razón por la que no estás casado y tienes
hijos en este momento, y todo lo demás que querías.
Me mira fijamente, con el rostro lacónico, los ojos oscuros y
nublados.
—Dime —le ruego, y él solo me mira fijamente, el silencio de la
habitación se suma al zumbido dentro de mi cráneo.
Finalmente, niega con la cabeza. —Por supuesto que es por ti
—doy un paso atrás, como si sus palabras pudieran quemarme—.
Ella rompió conmigo antes de irnos a Sanibel, y me sentí muy
culpable durante todo el viaje porque todo lo que podía pensar era,
espero que Poppy no crea que soy aburrido también. Ni siquiera
recordaba haberla extrañado hasta que llegué a casa. Así es
siempre cuando estoy contigo. Nadie más importa. Y luego te vas de
nuevo, y la vida vuelve a la normalidad y… Cuando Sarah y yo
volvimos a estar juntos, pensé que las cosas eran muy diferentes,
mucho mejor, pero la verdad es que ella no quería ir intensamente
ahora que rivaliza con las estatuas servidoras falsas en la fiesta.
—Entonces pensaste que estabas embarazada y me asustó
tanto que me hice una jodida vasectomía. Y ni siquiera se me ocurrió
preguntarle a Sarah qué pensaba. Acababa de concertar la cita, y
unos días después, estaba pasando por esta tienda de antigüedades
y vi este anillo. Una vieja cosa art déco de oro amarillo con una perla.
Lo vi y pensé, ese sería un anillo de compromiso perfecto. Quizás
debería comprarlo. Y mi siguiente pensamiento después de eso fue,
¿Qué diablos estoy haciendo? No solo el anillo, que Sarah habría
odiado, por cierto, sino la vasectomía, todo. Lo estaba haciendo todo
por ti, y sé que eso no es normal, y definitivamente no fue justo para
ella, así que terminé las cosas. Ese día.
El niega con la cabeza. —Me asusté tanto que no pude contarte
lo que había sucedido. Fue aterrador darme cuenta de lo mucho que
te amaba. Y luego tú y Trey rompieron, y… Dios, Poppy, por
supuesto que todo fue a causa de ti. Todo es por ti. Todo.
Sus ojos están húmedos ahora, brillando en la tenue luz sobre el
fregadero, y sus hombros están rígidos, y mi estómago se siente
como si hubiera un cuchillo retorciéndolo.
Alex niega con la cabeza, un pequeño gesto moderado, poco
más que un tic. —No es algo que me hayas hecho —dice—. Seguí
esperando que las cosas cambiaran para mí, pero nunca lo han
hecho.
Da un paso hacia mí y lucho por mantener la compostura.
Se me escapa el aliento, mis hombros se relajan y Alex da otro
paso hacia mí, con los ojos pesados y la boca torcida. —Y dudé de
mí mismo durante mucho tiempo antes de terminar las cosas, porque
la amaba —dice—. Y quería que funcionara porque ella es increíble,
y estamos bien juntos, y queremos todas las mismas cosas, y yo la
amaba de esta manera que se siente… tan claro, fácil de entender y
manejable.
Se interrumpe y vuelve a negar con la cabeza. Las lágrimas en
sus ojos hacen que parezcan la superficie de algún río, peligroso,
salvaje y hermoso.
—No sé cómo amar a alguien tanto como a ti —dice—. Es
aterrador. Y tengo estas ráfagas de pensar que puedo manejarlo y
luego pienso en lo que me hará si te pierdo, y entro en pánico y me
alejo, y nunca supe si seré capaz de hacerte feliz. Pero la otra
noche, suena tan ridículo, pero estábamos mirando en Tinder, y
dijiste que me deslizarías hacia la derecha por mí, y ese es el tipo de
diminuto algo que se siente tan grande cuando eres tú. Me quedé
despierto por horas tratando de averiguar a qué te referías esa
noche. Estoy roto y, sí, probablemente reprimido, y en la Toscana, le
dije que la necesitaba, así que aceptó. Porque no estaba dispuesto a
renunciar a ti y pensé que, si ustedes dos fueran amigas, sería más
fácil —dice—, Yo sé que no soy con quien te has imaginado. Sé que
no parece que tengamos ningún sentido, y probablemente no lo
tengamos, y tal vez nunca podría hacerte feliz…
—Alex —Lo alcanzo con ambas manos, lo atraigo hacia mí. Sus
brazos me rodean y su cabeza se inclina hasta que es un signo de
interrogación gigante, colgando sobre mí—. No es tu trabajo
hacerme feliz, ¿de acuerdo? No puedes hacer feliz a nadie. Soy feliz
solo porque tú existes, y esa es la mayor parte de mi felicidad sobre
la que tú tienes el control.
Sus manos se curvan contra mi columna y entrelazo mis dedos
en su camisa.
—No sé exactamente qué significa todo esto, pero sé que te
amo de la misma manera que tú me amas, y no eres el único que se
asusta —cierro los ojos con fuerza, reuniendo el valor para continuar.
—Yo también me siento rota —le digo, mi voz se quebró en
algo delgado y ronco—. Siempre he sentido que una vez que alguien
me ve en el fondo, eso es todo. Hay algo feo allí, o que no se puede
amar, y eres la única persona que me ha hecho sentir que estoy bien.
—Su mano pasa suavemente por mi rostro, abro los ojos y lo
encuentro de frente—. No hay nada más aterrador que la posibilidad
de que, una vez que realmente me tengas toda, eso cambie. Pero
quiero todo de ti, así que estoy tratando de ser valiente.
—Nada cambiará lo que siento por ti —murmura—. He estado
tratando de dejar de amarte desde la noche en que fuiste adentro
para besarte con el taxista acuático.
Me río y él sonríe solo un poco. Tomo su mandíbula entre mis
manos y lo beso suavemente en la boca, y después de un segundo,
comienza a devolverme el beso, y está húmedo por las lágrimas, es
urgente y poderoso, enviando ondas de choque a través de mí.
—¿Puedes hacerme un favor? —pregunto.
Él anuda sus manos contra mi columna. —¿Hm?
—Solo toma mi mano cuando quieras.
—Poppy —dice—. Puede llegar el día en que ya no necesite
tocarte en todo momento, pero ese día no es hoy.

La cena de ensayo es en un bistró en el que Tham invirtió


durante sus primeros días, un lugar encendido a la luz de las velas y
lleno de candelabros de cristal hechos a medida. No hay fiesta de
bodas, solo los novios y su oficiante, de ahí la falta de un verdadero
ensayo, pero toda la familia extendida de Tham vive en el norte de
California y han aparecido, junto con muchos de los amigos de David
que estuvieron en la fiesta anoche.
—Woooow —digo mientras entramos—. Este es el lugar más
sexy en el que he estado.
—El balcón de la tienda de fumigación de Nikolai está
profundamente ofendido —dice Alex.
—Esa tienda de fumigación siempre estará en mi corazón —le
prometo, y aprieto su mano, lo que enfatiza nuestra diferencia de
tamaño de una manera que hace que mi columna se estremezca.
—Oye, ¿recuerdas cuando me derretí por tener manos de loris
lento? ¿En colorado? ¿Después de doblarme el tobillo?
—Poppy —dice intencionadamente—. Lo recuerdo todo.
Lo miro con los ojos entrecerrados.
—Pero tú dijiste —él suspira—. Sé lo que dije. Pero te lo digo
ahora, lo recuerdo todo.
—Algunos dirían que eso te convierte en un mentiroso.
—No —dice—. Lo que me convierte es en alguien que se
avergüenza de recordar exactamente lo que llevabas puesto la
primera vez que te vi, y lo que pediste una vez en McDonald's en
Tennessee, y que necesitaba conservar una pequeña medida de
dignidad.
—Aw, Alex —susurro, bromeando incluso mientras mi corazón
palpita alegremente—. Perdiste tu dignidad cuando te presentaste a
O-Week 56 en caqui.
—¡Oye! —dice, a tono de regaño—. No olvides que me amas.
Mis mejillas se enrojecen sin ningún indicio de vergüenza. —
Nunca podría olvidar eso.
Lo amo, y él recuerda todo, porque él también me ama. Mi
interior se siente como una explosión de confeti dorado.
Entonces alguien llama desde el otro lado del restaurante. —
¿Esa es la señorita Poppy Wright?
El Sr. Nilsen camina hacia nosotros con un traje gris holgado, su
bigote rubio del tamaño y forma exactos del día en que lo conocí. La
mano de Alex se libera de la mía. Por alguna razón, obviamente lo
hace. No quiere tomar mi mano frente a su padre, y siento una
oleada de felicidad de que se sintiera cómodo haciendo lo que
necesitaba.
—¡Hola, señor Nilsen! —digo, y se detiene abruptamente a
unos metros frente a mí, sonriendo amablemente y definitivamente
sin planear abrazarme. Lleva un broche de arcoíris cómicamente
grande en la solapa. Parece que, con un movimiento en falso, podría
volcarlo.
—Oh, por favor —dice—. Ya no eres una niña. Puedes
llamarme Ed.
—Qué diablos, puedes llamarme Ed también —le digo.
—Uh —dice.
—Ella está bromeando —Alex suministra.
—Oh —dice Ed Nilsen con incertidumbre. Alex se pone rojo. Yo
me pongo roja.
Ahora no es el momento de avergonzarlo. —Lamenté mucho oír
lo de Betty —Me recupero—. Ella era una mujer increíble.
Sus hombros caen. —Ella era una roca para nuestra familia —
dice—. Al igual que su hija. —Ante eso, comienza a llorar, se quita
las gafas de montura metálica y exhala mientras se seca los ojos—.
No estoy seguro de cómo nos las arreglaremos sin ella este fin de
semana.
Y siento simpatía por él, por supuesto. Ha perdido a alguien a
quien amaba. De nuevo.
Pero también lo han hecho sus hijos, y estando aquí con él,
mientras él llora libremente, se aflige como toda persona se merece,
también hay algo como la ira creciendo en mí.
Porque a mi lado, Alex resolvió toda su propia emoción tan
pronto como vio acercarse a su padre, y sé que no es una
coincidencia.
No significa que lo diré en voz alta, pero así sale, con la sutileza
de un ariete.
—Pero lo superarás. Porque tu hijo se va a casar y te necesita.
Ed Nilsen me pone una cara de cachorro triste poco irónico. —
Bueno, por supuesto —dice, sonando levemente aturdido—. Si me
disculpas, tengo que… —Nunca termina la oración, solo mira a Alex
con una confusión bastante en blanco y aprieta el hombro de su hijo
antes de alejarse.
A mi lado, Alex deja escapar un suspiro de ansiedad y yo giro
hacia él.
—¡Lo siento! Lo hice raro. Lo siento.
—No —Desliza su mano de nuevo en la mía—. En realidad,
creo que acabo de desarrollar un fetiche que es específicamente tú
entregando verdades duras a mi padre.
—En ese caso —digo—. Vamos a hablar con él sobre ese
bigote.
Empiezo a alejarme, y Alex me atrae hacia él, sus manos en mi
cintura, la voz baja al lado de mi oído. —En caso de que no te bese
tan pornográficamente como quisiera por el resto de la noche, por
favor ten en cuenta que después de este viaje, invertiré en terapia
para entender por qué me siento incapaz de expresar felicidad frente
a mi familia.
—Y así nació mi fetiche de Alex Nilsen exhibiendo el auto-
cuidado —digo, y me lanza un beso rápido en el costado de la
cabeza.
En ese momento, una oleada de gritos y chillidos flota a través
de las puertas delanteras del bistró, y Alex se aleja de mí. —Y esos
serán las sobrinas y el sobrino.
32
Este Verano

Las hijas de Bryce tienen seis y cuatro años, y el hijo de


Cameron tiene poco más de dos. La hermana de Tham también tiene
una hija de seis años, y juntos, los cuatro corren como locos por el
restaurante, las risas rebotan en los candelabros.
Alex está feliz de perseguirlos, de tirarse al suelo cuando
intentan derribarlo y de levantarlos, gritando felizmente, en el aire
cuando los atrapa.
Él es el Alex que conozco con ellos, divertido, abierto y
juguetón, e incluso si no estoy segura de cómo interactuar con los
niños, cuando el me atrae al juego, hago lo mejor que puedo.
—Somos princesas —me dice Kat, la sobrina de Tham,
tomando mi mano—. Pero también somos guerreras. ¡Así que
tenemos que matar al dragón!
—¿Y el tío Alex es el dragón? —Lo confirmo y ella asiente con
los ojos muy abiertos y solemne.
—Pero nosotras no tenemos que matarlo —explica sin aliento
—. Si podemos domesticarlo, él puede ser nuestra mascota.
Desde la mitad de debajo de una mesa donde se está
defendiendo de la cría de Nilsen una a la vez, me lanza una mirada
abreviada de la cara de perrito regañado.
—Está bien —le digo a Kat—. ¿Cuál es el plan?
La noche se mueve en alzas y bajas. Primero la hora del cóctel,
luego la cena, una miríada de pequeñas pizzas gourmet decoradas
con queso de cabra y rúcula, calabaza de verano y llovizna
balsámica, cebolla roja en escabeche y coles de bruselas asadas, y
todo tipo de cosas que harían burla a los puristas de la pizza como
Rachel Krohn.
Nos sentamos en la mesa de los niños, que la esposa de Bryce,
Ángela, me agradece como un centenar de veces una vez que
termina la comida. —Amo a mis hijos, pero a veces solo quiero
sentarme a cenar y hablar de algo que no sea Peppa Pig.
—Eh —digo—. Principalmente hablamos de literatura rusa.
Ella golpea mi brazo más fuerte de lo que piensa cuando se ríe,
luego agarra a Bryce por el brazo y lo jala. —Cariño, tienes que
escuchar lo que Poppy acaba de decir.
Ella se cuelga de él, y él está un poco rígido, un Nilsen en el
fondo, pero también mantiene una mano en su espalda baja. No se
ríe cuando Ángela me hace repetirme, pero dice con su tono llano y
sincero de Nilsen.
—Literatura Rusa. Eso es gracioso.
Antes de que se sirva el postre y el café, la hermana de Tham
que esta enormemente embarazada, con gemelos, se pone de pie y
golpea con un tenedor su vaso de agua, llamando la atención en la
cabecera de la disposición de las mesas.
—A nuestros padres no les gusta mucho hablar en público, así
que acepté dar un pequeño brindis esta noche.
Ya con los ojos llorosos, respira hondo. —¿Quién hubiera
pensado que mi molesto hermano pequeño se convertiría en mi mejor
amigo? —Ella habla de la infancia de ella y de Tham en el norte de
California, sus peleas a gritos, la vez que él tomó su auto sin
preguntar y lo estrelló contra un poste telefónico. Y luego el punto de
inflexión, cuando ella y su primer marido se divorciaron, y Tham le
pidió que se mudara con él. Cuando ella lo atrapó llorando mientras
miraba Sweet Home Alabama57 y, después de burlarse de él
apropiadamente, se hundió en el sofá para ver el resto con él, hasta
que ambos lloraron mientras se reían de sí mismos y decidieron que
tenían que salir en medio de la noche a tomar un helado.
—Cuando me casé de nuevo —dice—. Lo más difícil fue saber
que probablemente nunca volvería a vivir contigo. Y cuando tu
empezaste a hablar de David, me di cuenta de lo enamorado que
estabas y tenía miedo de perder aún más de ti, entonces yo conocí a
David.
Hace una mueca que provoca risas, relajadas en el lado de la
familia de Tham y restringidas en el de David. —De inmediato supe
que iba a tener otro mejor amigo. No existe el matrimonio perfecto,
pero todo lo que ustedes dos tocan se vuelve hermoso y esto no
será diferente.
Hay aplausos, abrazos y besos en las mejillas, y los meseros
han comenzado a salir de la cocina con el postre cuando, de repente,
el Sr. Nilsen se pone de pie, balanceándose torpemente, golpeando
un cuchillo con su vaso de agua tan ligeramente que bien podría ser
una pantomima.
David se mueve en su asiento y los hombros de Alex se
levantan protectoramente mientras la atención se fija en su padre.
—Sí —dice Ed.
—Empezando fuerte —susurra Alex con fuerza. Aprieto su
rodilla debajo de la mesa y doblo mi mano con la suya.
Ed se quita las gafas, las sostiene a su lado y se aclara la
garganta. —David —dice, volviéndose hacia los novios—. Mi dulce
niño. Sé que no siempre lo hemos tenido fácil. Sé que tú no lo has
hecho —agrega más tranquilamente—. Pero siempre has sido una
bola de luz, y… —Él exhala un suspiro. Traga algo de emoción
creciente y continúa—. No puedo atribuirme el mérito de cómo has
resultado. No siempre estuve ahí como debería haber estado. Pero
tus hermanos hicieron un trabajo increíble criándote y estoy orgulloso
de ser tu padre. —Mira hacia el suelo, recomponiéndose—. Estoy
orgulloso de ver que te vas a casar con el hombre de tus sueños.
Tham, bienvenido a la familia.
Mientras los aplausos se extienden por la sala, David se acerca
a su padre. Le da la mano, luego se lo piensa mejor y le da un
abrazo a Ed. Es breve e incómodo, pero sucede y, a mi lado, Alex se
relaja. Tal vez cuando termine esta boda, todo vuelva a ser como era
antes, pero tal vez ellos también cambien.
Después de todo, el Sr. Nilsen lleva un gran broche de orgullo
gay. Tal vez las cosas siempre puedan mejorar entre personas que
quieren hacer un buen trabajo amándose entre sí. Quizás eso es
todo lo que se necesita.
Esa noche, cuando regresamos al hotel, Alex se da una ducha
rápida mientras yo hojeo los canales de la televisión, deteniéndome
en una repetición de Bachelor in paradise58. Cuando Alex sale del
baño, se sube a la cama y me atrae hacia él, y levanto mis brazos
sobre mi cabeza para que pueda quitarme mi camiseta holgada, sus
manos se extienden por mis costillas, su boca deja caer besos por mi
estómago. —Pequeña luchadora —susurra contra mi piel.
Esta vez todo es diferente entre nosotros. Más suave, más
gentil, más lento. Nos tomamos nuestro tiempo, no decimos nada
que no se pueda decir con las manos, la boca y las extremidades.
Te amo, me dice de una docena de formas diferentes, y yo lo
respondo cada vez.
Cuando terminamos, nos acostamos juntos, enredados y
empapados de sudor, respirando profundo y tranquilo. Si
habláramos, uno de nosotros tendría que decir mañana es el último
día de este viaje. Tendríamos que decir y ahora que, y todavía no
hay respuesta para eso.
Entonces no hablamos. Nos quedamos dormidos juntos, y por la
mañana, cuando Alex regresa de su carrera con dos tazas de café y
un trozo de pastel de café, nos besamos un poco más, esta vez con
furia, como si la habitación estuviera en llamas y esto fuera la mejor
forma de apagarlo. Luego, cuando tenemos que hacerlo, cuando se
nos acaba el tiempo, nos relajamos para prepararnos para la boda.
La propiedad es una casa de estilo español con puertas de
hierro forjado y un exuberante jardín. Palmeras y columnas y largas
mesas de madera oscura con sillas de respaldo alto talladas a mano.
Sus arreglos florales son todos de color amarillo vibrante, girasoles y
margaritas y delicadas ramitas de diminutas flores silvestres, y un
cuarteto de cuerdas vestidos de blanco tocan algo soñador y
romántico cuando los invitados ingresan al recinto.
Más sillas de respaldo alto están alineadas en un tramo de
césped ininterrumpido, una explosión de flores amarillas se alinea en
el pasillo entre ellas. La ceremonia es corta y dulce porque, en
palabras de David, mientras caminan por el pasillo hacia una versión
animada y de cuerdas de “Here Comes the Sun”. —¡Es tiempo de
festejar!
El día pasa con fuerza y un dolor se instala debajo de mis
clavículas que parece profundizarse con el crepúsculo. Es como si
estuviera experimentando toda la noche dos veces, dos versiones del
mismo rollo de película que se reproducen ligeramente superpuestas.
Ahí está, el yo que está aquí ahora, comiendo una increíble
comida vietnamita de siete platos. El mismo que persigue a los niños
alrededor de las piernas de adultos ajenos, jugando al escondite con
ellos y Alex debajo de las mesas. El mismo que bebe margaritas en
la pista de baile con Alex mientras “Pour Some Sugar on Me” suena
a todo volumen y gotas de sudor y champán se esparcen sobre la
multitud.
El mismo que lo está acercando cuando llegan los The
Flamingos, tocando “I Only Have Eyes for You”, y que entierra mi
cara en su cuello, tratando de memorizar su olor más a fondo de lo
que los últimos doce años me han permitido, para poder invocarlo a
voluntad, y todo lo relacionado con esta noche volverá rápidamente,
su mano apretada en mi cintura, su boca entreabierta contra mi sien,
sus caderas apenas balanceándose mientras nos abrazamos.
Ahí está esa Poppy, que lo está experimentando todo y tiene la
noche más mágica de su vida. Y luego está la que ya se lo está
perdiendo, que está viendo todo esto suceder desde algún punto en
la distancia, sabiendo que nunca podré volver y hacerlo todo de
nuevo.
Tengo demasiado miedo de preguntarle a Alex qué viene
después. Tengo demasiado miedo de preguntarme eso. Nos
amamos. Nos queremos el uno al otro.
Pero eso no ha cambiado el resto de nuestra situación.
Así que sigo aferrándome a él y me digo a mí mismo que, por
ahora, debería disfrutar este momento. Estoy de vacaciones. Las
vacaciones siempre terminan.
Es el hecho de que sea finito lo que hace que viajar sea
especial. Podrías mudarte a cualquiera de esos destinos que te
encantaron en pequeñas dosis, y no serían los fascinantes siete días
que te cambiaron la vida que pasaste allí como invitado, dejando un
lugar en tu corazón por completo, dejando que te cambie.
La canción termina.
El baile termina.
No mucho después de eso, se encienden bengalas en un largo
túnel de personas que aman a David y Tham, y luego corren a través
de él, sus rostros inundados de luz cálida y amor profundo, y luego,
como si fuera una persona que se va a dormir, la noche termina.
Alex y yo nos despedimos, lo suficientemente sueltos de una
noche de bebida y baile como para abrazar a decenas de personas
que eran perfectos desconocidos hace horas. Conducimos a casa en
silencio, y cuando llegamos, Alex no se ducha, ni siquiera se
desnuda. Simplemente nos metemos en la cama y nos abrazamos
hasta que nos dormimos.

La mañana es mejor
Por un lado, los dos nos olvidamos de poner las alarmas y nos
levantamos lo suficientemente tarde como para que ni siquiera el
despertador interno de Alex nos despierte a tiempo para holgazanear
por el hotel. Llegamos tarde desde el momento en que abrimos los
ojos, y no hay nada más que hacer que tirar la ropa en bolsas,
revisar debajo de las camas para ver si hay calcetines y sujetadores
caídos y cualquier otra cosa.
—¡Todavía tenemos que recuperar el Aspire! — Alex se da
cuenta en voz alta mientras cierra la cremallera de su equipaje.
—¡En eso! —digo—. Si puedo ponerme en contacto con la
propietaria, tal vez nos deje dejarlo en el aeropuerto y le paguemos
cincuenta dólares más o algo así.
Pero no la conseguimos, así que estamos gritando por la
autopista, cruzando los dedos para llegar al aeropuerto a tiempo.
—Realmente lamento no haberme duchado ahora —dice Alex
mientras baja la ventanilla y se pasa la mano por el cabello sucio.
—¿Ducharse? —digo—. Cuando me estaba quedando dormida,
tuve el pensamiento, tengo que orinar, pero lo aguantaré hasta la
mañana.
Alex mira por encima del hombro. —Estoy seguro de que
dejaste una taza vacía aquí en algún momento de esta semana, si
las cosas se ponen desesperadas.
—¡Desagradable! —digo, pero tiene razón. Hay una debajo de
mi pie y otro en el portavaso del asiento trasero—. Esperemos que
no llegue a eso. No soy una buena tiradora.
Se ríe, pero es distante. —No es así como me imaginaba que
iba a ir este día.
—Yo tampoco —digo—. Pero, de nuevo, todo el viaje fue algo
sorprendente.
Ante eso, sonríe, agarra mi mano contra la palanca de cambios
y se la lleva a los labios unos segundos después, sosteniéndola allí,
pero sin besarla del todo.
—¿Qué, estoy pegajosa? —pregunto.
El niega con la cabeza. —Solo quiero recordar cómo se siente
tu piel.
—Eso es muy dulce, Alex —le digo—. Y no es algo que diría un
asesino en serie.
Me estoy desviando, pero no estoy segura de cómo manejar
esto. Una carrera loca, juntos, al aeropuerto. Un adiós apresurado a
nuestras puertas, o tal vez simplemente separarse y correr en
direcciones opuestas. Es la antítesis exacta de todas las películas de
comedia romántica que he amado, y si me permito pensar en ello,
creo que podría tener un ataque de pánico en toda regla.
Por un milagro y una buena cantidad de exceso de velocidad, y
sí, sobornando a un conductor de Uber para que pase por algunas
luces amarillas tardías después de dejar el Aspire, llegamos al
aeropuerto y nos registramos en nuestros vuelos. El mío sale quince
minutos después de Alex, así que nos dirigimos a su puerta primero,
desviándonos para comprar un par de barras de granola y el último
número de R+R de una librería en la terminal.
Llegamos a su puerta justo cuando comienza el abordaje, pero
tenemos unos minutos hasta que llamen a su grupo, así que nos
quedamos allí, jadeando, sudorosos, con los hombros doloridos por
llevar nuestras maletas, Mi tobillo se raspo por golpearlo
accidentalmente con la funda rígida de mi bolsa de mano cada pocos
pasos.
—¿Por qué los aeropuertos están tan calientes? —dice Alex.
—¿Es esta la configuración para una broma? —pregunto.
—No, realmente quiero saber.
—Comparado con el apartamento de Nikolai, esto es el ártico,
Alex.
Su sonrisa es tensa. Ninguno de los dos lo está manejando
bien.
—Entonces —dice.
—Entonces.
—¿Cómo crees que va a ir este artículo con Swapna?
¿Jardines que cierran a la mitad del día y carruseles tan calientes
que no son seguros para montar?
—Oh. Bien —toso— Me avergüenza menos haberle mentido a
Alex sobre este viaje que el hecho de que me olvidé de mencionarlo
hasta ahora, y me veo obligada a utilizar varios de nuestros últimos
preciosos momentos juntos para explicarlo—. Así que R + R puede
que no haya aprobado técnicamente este viaje.
Arquea una ceja. —¿Puede que no?
—O puede haberlo rechazado rotundamente.
—¿Qué, en serio? Entonces, ¿por qué estaban pagando
por…? — Se interrumpe cuando lee la respuesta en mi cara—.
Poppy. No deberías haberlo hecho. O deberías habérmelo dicho.
—¿Habrías hecho este viaje si supieras que lo estaba
pagando?
—Por supuesto que no —dice.
—Exactamente —digo—. Y necesitaba hablar contigo. Quiero
decir, obviamente necesitábamos hablar.
—Podrías haberme llamado —razona—. Nos volvimos a enviar
mensajes de texto. Estábamos… No sé, trabajando en eso.
—Lo sé —digo—. Pero no fue tan simple. Lo estaba pasando
mal en el trabajo, simplemente tenía una sensación por todo el
asunto, perdida y aburrida, y como ni siquiera supiera lo que quiero a
continuación en mi vida, y luego hablé con Rachel, y ella señaló que,
en cierto modo, habría conseguido todo lo que quería
profesionalmente, y tal vez solo necesitaba encontrar algo nuevo que
querer, y luego pensé en la última vez que fui feliz y…
—¿De qué estás hablando? —Alex dice, sacudiendo la cabeza
—. Rachel te dijo… ¿Qué me engañaras para que me vaya de viaje
contigo?
—¡No! —digo, el pánico se retuerce en mis entrañas ¿Cómo es
que esto se descarrilo tan rápido? —. ¡Eso no! Su madre es
terapeuta y, según ella, es común estar deprimido cuando has
cumplido todas tus metas a largo plazo. Porque necesitamos un
propósito. Y luego Rachel sugirió que tal vez solo necesitaba
tomarme un descanso de la vida y dejarme descubrir lo que quiero.
—Un descanso de la vida —dice Alex en voz baja, su boca se
afloja, sus ojos oscuros y tormentosos.
Es obvio de inmediato que he dicho algo incorrecto. Todo esto
está saliendo tan mal. Tengo que arreglarlo. —Solo quiero decir, que
no había sido feliz desde nuestro último viaje.
—Entonces me mentiste para que hiciera un viaje contigo, y
luego tuviste sexo conmigo, y me dijiste que me amabas y viniste a la
boda de mi hermano, porque necesitabas un descanso de tu vida
real.
—Alex, por supuesto no —digo, acercándome a él.
Se aparta de mí con los ojos bajos. —Por favor, no me toques
ahora mismo, Poppy. Estoy tratando de pensar, ¿de acuerdo?
—¿Pensar en qué? —pregunto, la emoción espesa mi voz. No
entiendo qué está pasando, cómo lo he lastimado o cómo
solucionarlo—. ¿Por qué estás tan molesto en este momento?
—¡Porque lo decía en serio! —dice, finalmente mirándome a los
ojos.
Un pulso de dolor se dispara a través de mi estómago. —¡Yo
también! —Lloro.
—Lo decía en serio, y sabías que lo decía en serio —dice—.
No fue un impulso. Durante años supe que te amaba, lo pensé desde
todos los ángulos y supe lo que quería antes de besarte. Estuvimos
dos años sin hablar, y pensé en ti todos los días y te di el espacio
que pensé que querías, y todo ese tiempo me pregunté qué estaría
dispuesto a hacer, a rendirme, si decidieras que querías estar
conmigo también. Pasé todo ese tiempo alternando entre intentar
seguir adelante y dejarte ir, para que pudieras ser feliz, y mirar
ofertas de trabajo y apartamentos cerca de ti, por si acaso.
—Alex —Niego con la cabeza, fuerzo las palabras a pasar el
nudo en mi garganta— No tenía ni idea.
—Lo sé. —Se frota la frente mientras cierra los ojos—. Yo sé
eso. Y tal vez debería habértelo dicho. Pero, joder, Poppy, no soy un
taxista acuático que conociste en vacaciones.
—¿Qué se supone que quiere decir? —solicito. Cuando abre
los ojos, están tan llorosos que empiezo a alcanzarlo de nuevo hasta
que recuerdo lo que dijo, por favor no me toques ahora mismo.
—No soy unas vacaciones de tu vida real —dice—. No soy una
experiencia novedosa. Soy alguien que ha estado enamorado de ti
durante una década, y nunca debiste haberme besado si no lo
hubieras sabido que querías esto, todo el tiempo. No fue justo.
—Yo quiero esto —digo, pero incluso mientras lo digo, una
parte de mí no tiene idea de lo que eso significa.
¿Quiero casarme?
¿Quiero tener hijos?
¿Quiero vivir en un piso de los años setenta en Linfield, Ohio?
¿Quiero alguna de las cosas que Alex anhela para su vida?
No he pensado en nada de eso y Alex se da cuenta.
—No lo sabes —dice Alex—. Dijiste que no lo sabes, Poppy. No
puedo dejar mi trabajo, mi casa y mi familia solo para ver si eso cura
tu aburrimiento.
—No te pedí que hicieras eso, Alex —le digo, sintiéndome
desesperada, como si estuviera luchando por agarrarme y dándome
cuenta de que todo debajo de mí está hecho de arena. Se está
escapando de mi agarre por última vez, y no habrá forma de volver a
poner todo esto en forma.
—Lo sé —dice, frotando las líneas de su frente, haciendo una
mueca—. Dios, lo sé. Es mi culpa. Debería haber sabido que esto
era una mala idea.
—Detente —le digo, con tantas ganas de tocarlo, dolorida por
tener que conformarme con apretar mis manos en puños—. No digas
eso. Estoy resolviendo las cosas, ¿de acuerdo? Yo solo… Necesito
resolver algunas cosas.
El agente de la puerta llama al grupo seis para que comience a
abordar y los últimos rezagados se alinean.
—Tengo que irme —dice, sin mirarme.
Mis ojos se llenan de lágrimas, mi piel está caliente y me pica
como si mi cuerpo se encogiera alrededor de mis huesos,
volviéndose demasiado tenso para soportarlo.
—Te amo, Alex —digo—. ¿Eso no importa?
Sus ojos miraran, oscuros, insondables, llenos de dolor y
deseo. —Yo también te amo, Poppy —dice—. Ese nunca ha sido
nuestro problema. —Mira por encima del hombro. La línea casi ha
desaparecido.
—Podemos hablar de esto cuando estemos en casa —digo—.
Podemos resolverlo.
Cuando Alex me mira, su rostro está angustiado, sus ojos
enrojecidos. —Mira.. —dice suavemente—. No creo que debamos
hablar por un tiempo.
Niego con la cabeza. —Eso es lo último que debemos hacer,
Alex. Tenemos que resolver esto.
—Poppy —Coge mi mano y la toma suavemente entre las
suyas—. Sé lo que quiero. Tú necesitas resolver esto. Haría
cualquier cosa por ti, pero, por favor, no me lo pidas si no estás
segura. Pero... —Traga saliva. La línea se ha ido. Es hora de que se
vaya. Obliga al resto con un ronco murmullo—. No puedo ser un
descanso de tu vida real, y no seré lo que te impida tener lo que
quieres.
Su nombre se atora en mi garganta. Se inclina un poco,
apoyando su frente contra la mía, y cierro los ojos. Cuando los abro,
él camina hacia el puente de los aviones sin mirar atrás.
Respiro hondo, recojo mis cosas y me dirijo a mi
puerta.mCuando me siento a esperar y aprieto mis rodillas contra mi
pecho, escondiendo mi rostro contra ellas, finalmente me permito
llorar libremente.
Por primera vez en mi vida, el aeropuerto me parece el lugar
más solitario del mundo.Toda esa gente, separándose, yendo en sus
propias direcciones, cruzando caminos con cientos de personas,
pero nunca conectándose.
33
Hace Dos Veranos
Un caballero mayor viaja con nosotros a Croacia como el
fotógrafo oficial de R+R.
Bernard. Es muy hablador, siempre lleva un chaleco de lana y a
menudo se interpone entre Alex y yo sin notar las miradas divertidas
que intercambiamos sobre la cabeza calva de Bernard. (Es más bajo
que yo, aunque a lo largo del viaje nos dice a menudo que en sus
mejores tiempos medía 1,65 m).
Juntos, los tres vemos la antigua ciudad de Dubrovnik, el casco
antiguo, con sus altas murallas de piedra y sus sinuosas calles, y
más allá, las playas rocosas y las prístinas aguas turquesas del
Adriático.
Los otros fotógrafos con los que he viajado han sido todos
bastante independientes, pero Bernard es un viudo reciente, no está
acostumbrado a vivir solo. Es un tipo simpático, pero
interminablemente sociable y hablador, y a lo largo de nuestro tiempo
en la ciudad, observo cómo agota a Alex, hasta que todas las
preguntas de Bernard son respondidas con monosílabos. Bernard no
se da cuenta; normalmente sus preguntas son meros trampolines
para historias que le gustaría compartir.
Las historias implican muchos nombres y fechas, y se toma
mucho tiempo para asegurarse de que acierta en cada una de ellas,
a veces repitiendo cuatro o cinco veces hasta que está seguro de
que este suceso ocurrió un miércoles y no, como pensó al principio,
un jueves.
Desde la ciudad, tomamos un ferry abarrotado hasta Korčula,
una isla frente a la costa. R+R nos ha reservado dos habitaciones de
hotel tipo apartamento con vistas al agua. De alguna manera, a
Bernard se le mete en la cabeza que él y Alex compartirán una de
ellas, lo que no tiene sentido, ya que él es un empleado de R+R, que
obviamente debería tener su propio alojamiento, mientras que Alex
es mi invitado.
Intentamos decírselo.
—Oh, no me importa —dice—. Además, tengo dos
habitaciones por accidente.
Es una causa perdida intentar convencerle de que esa
habitación debía ser la de Alex y la mía, por eso los dos dormitorios,
y sinceramente, creo que ambos sentimos demasiada simpatía por
Bernard como para insistir en el asunto. Los apartamentos en sí son
elegantes y modernos, todos blancos y acero inoxidable con
balcones con vistas al agua brillante, pero las paredes son finas
como el papel, y cada mañana me despierto con el sonido de tres
niños pequeños corriendo y gritando en el apartamento de arriba.
Además, algo se ha muerto en la pared detrás de la secadora en el
armario de la lavandería, y cada día que llamo a la recepción para
decirles, envían a un adolescente para que haga algo con el olor
mientras estoy fuera. Estoy bastante segura de que se limita a abrir
todas las ventanas y a rociar con Lysol todo el lugar, porque el dulce
aroma a limón al que vuelvo se desvanece cada noche a medida que
el olor a animal muerto vuelve a sustituirlo.
Esperaba que estas fueran las mejores vacaciones de todas las
que hemos tomado.
Pero, aparte del olor a muerte y los chillidos de los bebés al
amanecer, está el hecho de Bernard. Después de la Toscana, sin
hablar de ello, Alex y yo dimos un paso atrás en nuestra amistad. En
lugar de mensajes diarios, empezamos a ponernos al día cada dos
semanas. Habría sido demasiado fácil volver a cómo eran las cosas
entonces, pero no podía hacer eso, ni a él ni a Trey.
En lugar de eso, me dediqué a trabajar, haciendo todos los
viajes que se presentaban, a veces uno detrás de otro. Al principio,
Trey y yo éramos más felices que nunca, pues era allí donde
prosperábamos: a caballo y a lomos de un camello, caminando por
volcanes y saltando por cascadas. Pero, con el tiempo, nuestras
interminables vacaciones empezaron a parecerse a una huida, como
si fuéramos dos ladrones de bancos sacando lo mejor de una mala
situación mientras esperábamos a que el FBI se acercara.
Empezamos a discutir. Él quería levantarse temprano y yo me
quedaba dormida. Yo caminaba demasiado despacio y él se reía
demasiado fuerte. Me molestaba cómo coqueteaba con nuestra
camarera, y él no soportaba que yo tuviera que recorrer cada pasillo
de cada tienda idéntica que pasábamos.
Nos quedaba una semana de viaje a Nueva Zelanda cuando nos
dimos cuenta de que habíamos seguido nuestro recorrido.
—Ya no nos divertimos —dijo Trey.
Me puse a reír de alivio. Nos separamos como amigos. No
lloré. Los últimos seis meses habían sido un lento desenredo de
nuestras vidas. La ruptura fue sólo el corte de una última cuerda.
Cuando le envié un mensaje a Alex para contárselo, me dijo:
¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?
Será más fácil explicarlo en persona, escribí, con el corazón
en vilo.
Es justo, dijo.
Unas semanas más tarde, también por mensaje, me dijo que él
y Sarah habían vuelto a romper.
No lo había visto venir: Se habían mudado juntos a Linfield
cuando él terminó su doctorado, incluso trabajaban en la misma
escuela, un milagro tan profundo que parecía la aprobación expresa
del universo a su relación y por todo lo que Alex me había contado,
habían estado mejor que nunca. Más felices. Todo era tan natural
para ellos. A menos que mantuviera sus problemas en privado, lo que
tendría mucho sentido.
¿Quieres hablar? pregunté, sintiéndome a la vez aterrorizada
y llena de adrenalina.
Como has dicho, ha respondido, probablemente sea más
fácil de explicar en persona.
Llevaba dos meses y medio esperando para tener esa
conversación. Extrañaba mucho a Alex, y por fin no había nada que
nos impidiera hablar con franqueza, ninguna razón para contenernos
o andar de puntillas el uno con el otro o intentar no tocarnos.
Excepto por Bernard.
Navega con nosotros en kayak al atardecer. Nos acompaña en
nuestro recorrido por las bodegas familiares reunidas en el interior.
Nos acompaña en las cenas de marisco cada noche. Sugiere una
copa después. Nunca se cansa. Bernard, Alex susurra una noche,
podría ser Dios, y yo resoplo en mi vino blanco.
—¿Alergias? —Bernard dice—. Puedes usar mi pañuelo. —
Entonces me pasa un pañuelo bordado de verdad.
Me gustaría que Bernard hiciera algo horrible, como usar el hilo
dental en la mesa, o cualquier cosa que me diera valor para exigir
una hora de espacio y privacidad.
Este es el más hermoso y peor viaje que Alex y yo hemos
hecho.
En nuestra última noche, los tres nos emborrachamos en un
restaurante con vistas al mar, viendo cómo se funden los rosas y los
dorados del sol a través de todo hasta que el agua es una sábana de
luz, sustituida gradualmente por un manto de color púrpura intenso.
De vuelta al complejo, el cielo se oscureció y nos separamos,
agotados en más de un sentido y cargados de vino.
Quince minutos más tarde, oigo un ligero golpe en mi puerta.
Abro en pijama y me encuentro con Alex de pie, sonriendo y
sonrojado. —¡Bueno, esto es una sorpresa! —digo, arrastrando un
poco las palabras.
—¿En serio? —dice Alex—. Con la forma en que estabas
dándole alcohol a Bernard, pensé que esto era parte de algún plan
malvado.
—¿Está desmayado? —pregunto.
—Roncando tan jodidamente fuerte —dice Alex, y mientras los
dos empezamos a reír, me presiona con el índice en los labios—.
Shhh —me advierte —he intentado infiltrarme aquí las dos últimas
noches - y se despertó y salió de su habitación- antes de que yo
llegara a la puerta. Pensé en empezar a fumar sólo para tener una
excusa férrea.
Más risas burbujean a través de mí, calentando mis entrañas,
burbujeando a través de ellas. —¿De verdad crees que te habría
seguido? —susurro, con su dedo aún pegado a mis labios.
—No estaba dispuesto a correr ese riesgo. —Al otro lado de la
pared, oímos un ronquido miserable, y empiezo a reírme tan fuerte
que mis piernas se vuelven acuosas y me hundo en el suelo. Alex
también lo hace.
Caemos en un montón, una maraña de miembros y risas
silenciosas y temblorosas. Golpeo inútilmente su brazo mientras otro
horrible ronquido ruge a través de la pared.
—Te he extrañado —dice Alex a través de una sonrisa mientras
las risas se van apagando.
—Yo también —digo, con las mejillas doloridas. Me aparta el
cabello de la cara, la estática haciendo que algunos mechones bailen
alrededor de su mano—. Pero al menos ahora tengo tres de ti. —Le
agarro la muñeca para estabilizarme y cierro un ojo para verlo mejor.
—¿Demasiado vino? —bromea, deslizando su mano alrededor
de mi cuello.
—No —digo— sólo lo suficiente para noquear a Bernard. La
cantidad perfecta. —La cabeza me da vueltas y siento la piel caliente
bajo la mano de Alex, con anillos de calor satisfactorio que
extendiéndose hasta los dedos de los pies—. Esto debe ser lo que
se siente al ser un gato —tarareo.
Se ríe. —¿Cómo es eso?
—Ya sabes. —Muevo la cabeza de un lado a otro, apoyando mi
cuello en su palma—. Sólo... —Me quedo sin palabras, demasiado
satisfecha para continuar. Sus dedos entran y salen de mi piel,
tirando ligeramente de mi cabello, y suspiro de placer mientras me
hundo contra él, mi mano se posa en su pecho mientras mi frente se
apoya en la suya.
Pone su mano sobre la mía, y yo encajo mis dedos en ella
mientras inclino mi cara hacia la suya, nuestras narices se rozan. Su
barbilla se levanta, sus dedos rozan mi mandíbula. Lo siguiente que
sé es que me está besando.
Estoy besando a Alex Nilsen.
Un cálido y lento trago de un beso. Los dos casi nos reímos al
principio, como si todo esto fuera una broma muy divertida.
Entonces, su lengua barre mi labio inferior, un roce de calor ardiente.
Sus dientes lo atrapan brevemente a continuación, y ya no hay más
risas.
Mis manos se deslizan por su cabello y él me atrae hacia su
regazo, sus manos suben por mi espalda y bajan de nuevo para
apretarme las caderas. Mi respiración se agita y se acelera cuando
su boca vuelve a abrir la mía, su lengua penetra más profundamente,
su sabor es dulce, limpio y embriagador.
Somos manos frenéticas y dientes afilados, telas arrancadas de
la piel y uñas que se clavan en los músculos. Probablemente Bernard
sigue roncando, pero no lo oigo por encima de la respiración
deliciosamente superficial de Alex o su voz en mi oído, diciendo mi
nombre como una maldición, ni de los latidos de mi corazón que se
desbocan en mis tímpanos mientras balanceo mis caderas contra las
suyas.
Todas esas cosas que no llegamos a decir ya no importan
porque, realmente, esto es lo que necesitábamos. Necesito más de
él. Busco su cinturón —porque lleva un cinturón, claro que lleva un
cinturón—, pero me toma la muñeca y se echa hacia atrás, con los
labios picados y el cabello revuelto, todo él desordenado de una
forma completamente desconocida y extremadamente atractiva.
—No podemos hacer esto —dice, con la voz gruesa.
—¿No podemos? —Parar se siente como chocar con una
pared. Como si hubiera pequeños pájaros de dibujos animados
girando aturdidamente alrededor de mi cabeza mientras intento dar
sentido a lo que está diciendo.
—No deberíamos —corrige Alex—. Estamos borrachos.
—¿No estamos demasiado borrachos para besarnos pero sí
para dormir juntos? —digo, casi riendo por lo absurdo, o por la
decepción.
Alex tuerce la boca. —No —dice— quiero decir que no debería
haber ocurrido en absoluto. Los dos hemos estado bebiendo y no
pensamos con claridad...
—Mm-hm. —Me alejo de él y me aliso la camiseta del pijama.
Mi vergüenza es total, un golpe en las tripas que hace que me lloren
los ojos. Me levanto del suelo y Alex me sigue—. Tienes razón —digo
—. Fue una mala idea.
Alex se ve miserable. —Sólo quiero decir...
—Lo entiendo —digo rápidamente, tratando de tapar el agujero
antes de que el barco pueda hacer más agua. Fue un error ir allí,
arriesgarme a esto. Pero necesito convencerle de que todo está
bien, de que no hemos echado gasolina a nuestra amistad y
encendido una cerilla—. No hagamos de esto un gran problema, no lo
es —continúo, con mi convicción—. Es como dijiste: cada uno de
nosotros tenía como tres botellas de vino. No estábamos pensando
con claridad. Haremos como si no hubiera pasado, ¿bien?
Me mira fijamente, con una expresión tensa que no puedo leer.
—¿Crees que puedes hacerlo?
—Alex, por supuesto —digo—. Tenemos mucha más historia
que una noche de borrachera.
—De acuerdo. —Asiente con la cabeza—. De acuerdo. —Tras
un rato de silencio, dice—: Debería irme a la cama. —Me estudia
durante otro rato, luego murmura—, Buenas noches —y sale por la
puerta.
Después de unos minutos de caminar mortificada, me arrastro a
la cama, donde cada vez que empiezo a quedarme dormida, todo el
encuentro se repite en mi mente: la insoportable excitación de
besarlo y la aún más insoportable humillación de nuestra
conversación.
Por la mañana, cuando me despierto, hay un momento de
felicidad en el que creo que lo he soñado todo. Luego me tropiezo
con el espejo del baño y veo un buen chupón en el cuello, y el ciclo
de recuerdos vuelve a empezar.
Decido no sacar el tema cuando lo veo. Lo mejor que puedo
hacer es fingir que realmente he olvidado lo que pasó. Para
demostrar que estoy bien y nada tiene que cambiar entre nosotros.
Cuando llegamos al aeropuerto —Bernard, Alex y yo— y
Bernard se aleja para ir al baño, tenemos nuestro primer minuto a
solas del día.
Alex tose. —Siento lo de anoche. Sé que empecé todo y que no
debería haber pasado así.
—En serio —digo—. No es un gran problema.
—Sé que no has superado lo de Trey —murmura, apartando la
mirada—. No debería haber...
¿Mejoraría o empeoraría las cosas admitir lo poco que se me
pasó por la cabeza Trey durante las semanas anteriores a este
viaje? ¿Que la última noche no había pensado en nadie más que en
Alex?
—No es tu culpa —prometo—. Los dos dejamos que pasara, y
no tiene que significar nada, Alex. Sólo somos dos amigos que se
besaron una vez estando borrachos.
Me estudia durante unos segundos. —Está bien. —No parece
que esté bien. Parece que preferiría estar en una convención de
saxofón con un gran número de asesinos en serie ahora mismo.
Mi corazón se aprieta dolorosamente. —¿Entonces estamos
bien? —digo, deseando que sea así.
Bernard reaparece entonces con una historia sobre un baño de
aeropuerto muy empapelado con papel higiénico que visitó una vez —
el domingo del Día de la Madre, para los que quieran la fecha exacta
— y Alex y yo apenas nos miramos.
Cuando llego a casa, algo me impide enviarle un mensaje.
Me enviará un mensaje de texto, pienso. Entonces sabré que
estamos bien.
Después de una semana de silencio, le envío un mensaje casual
sobre una camiseta graciosa que veo en el metro, y me contesta ha
pero nada más. Dos semanas más tarde, cuando le pregunto:
¿Estás bien? se limita a responder: Lo siento. He estado muy
ocupado. ¿Estás bien?
Seguro, digo yo.
Alex se mantiene ocupado. Yo también me mantengo ocupada,
y eso es todo.
Siempre supe que había una razón para mantener un límite.
Nos habíamos dejado llevar por nuestra libido y ahora no podía ni
mirarme, ni devolverme el mensaje.
Diez años de amistad tirados por el desagüe sólo para poder
saber a qué sabe Alex Nilsen.
34
Este Verano
No puedo dejar de pensar en ese primer beso. No nuestro
primer beso en el balcón de Nikolai, sino el de hace dos años, en
Croacia. Todo este tiempo, ese recuerdo se ha visto de una manera
en mi mente, pero ahora se ve completamente diferente.
Había pensado que se arrepentía de lo que había pasado.
Ahora entendía que se arrepentía de cómo había sucedido. En un
capricho de borracho, cuando no podía estar seguro de mis
intenciones. Cuando yo no estaba segura de mis intenciones. Él
había temido que no hubiera significado nada, y entonces yo había
fingido que no lo había hecho.
Todo este tiempo había pensado que me había rechazado. Y él
había pensado que yo había sido arrogante con él y su corazón. Me
dolía pensar en cómo le había hecho daño, y lo peor de todo es que
tal vez tenía razón.
Porque aunque ese beso no hubiera significado nada para mí,
tampoco lo había pensado bien. No la primera vez, y tampoco esta
vez. No como Alex.
—¿Poppy? —Dice Swapna, asomándose a mi cubículo—.
¿Tienes un momento?
Llevo más de cuarenta y cinco minutos en mi mesa, mirando
esta página web sobre turismo en Siberia. Resulta que Siberia es
realmente hermosa. Perfecta para un exilio autoimpuesto, si es que
uno necesita algo así. Minimizo el sitio. —Um, claro.
Swapna mira por encima de su hombro, comprobando quién
más está hoy, parado en sus escritorios. —En realidad, ¿te gustaría
dar un paseo?
Han pasado dos semanas desde que volví de Palm Springs, y
técnicamente es demasiado pronto para el tiempo otoñal, pero hoy
tenemos un brote aleatorio de él en Nueva York. Swapna toma su
abrigo de Burberry y yo mi abrigo vintage de espiga y nos dirigimos a
la cafetería de la esquina.
—Así que —dice ella—. No puedo dejar de notar que has
estado deprimida.
—Oh. —Pensé que había estado haciendo un buen trabajo
ocultando cómo me sentía. Por un lado, he estado haciendo ejercicio
durante unas cuatro horas por noche, lo que significa que duermo
como un bebé, me despierto todavía agotada y paso los días sin
demasiada capacidad mental para preguntarme cuándo contestará
Alex a una de mis llamadas o me devolverá la llamada.
O por qué este trabajo se siente tan agotador como el de
camarera en Ohio. Ya no puedo hacer que nada sume como debería.
Todo el día me oigo decir esta misma frase, como si estuviera
desesperada por sacarla de mi cuerpo, aunque me sienta incapaz:
Lo estoy pasando mal.
Por muy suave que sea esa afirmación —tan suave como que
no puedo evitar darme cuenta de que has estado en un embudo— se
me clava en el centro cada vez que la oigo.
Lo estoy pasando mal, pienso desesperadamente mil veces al
día, y cuando intento indagar para obtener más información ¿Un
momento difícil con qué? la voz responde: Todo.
Me siento insuficiente como adulta. Miro a mi alrededor en la
oficina y veo a todo el mundo tecleando, atendiendo llamadas,
haciendo reservas, editando documentos, y sé que todos están
lidiando al menos con lo mismo que yo, lo que sólo me hace sentir
peor por lo duro que me parece todo.
Vivir, ser responsable de mí misma, parece un reto insuperable
últimamente.
A veces me levanto del sofá, meto comida congelada en el
microondas y, mientras espero a que suene el temporizador, pienso
que tendré que volver a hacer esto mañana y al día siguiente y al
día siguiente. Todos los días, durante el resto de mi vida, voy a tener
que averiguar qué comer y prepararlo para mí, sin importar lo mal
que me sienta o lo cansada que esté, o lo horrible que sea el
martilleo en mi cabeza. Aunque tenga ciento dos grados de fiebre,
tendré que levantarme y preparar una comida muy mediocre para
seguir viviendo.
No le digo nada de esto a Swapna, porque (a) es mi jefa, (b) no
sé si podría traducir alguno de estos pensamientos en palabras
habladas, y (c) aunque pudiera, sería humillante admitir que me
siento exactamente como ese estereotipo millennial incapaz, perdida
y melancólica contra el que el mundo es tan aficionado a despotricar.
—Supongo que he estado un poco decaída —es lo que digo—.
No me di cuenta de que estaba afectando a mi trabajo. Lo haré
mejor.
Swapna deja de caminar, se pone sus altísimos Louboutins y
frunce el ceño. —No se trata sólo del trabajo, Poppy. He invertido
personalmente en ser tu mentora.
—Lo sé —digo—. Eres una jefa increíble, y me siento muy
afortunada.
—Tampoco se trata de eso —dice Swapna, un poco impaciente
—. Lo que digo es que, por supuesto, no estás obligada a hablar
conmigo de lo que te pasa, pero creo que te ayudaría hablar con
alguien. Trabajar por tus objetivos puede ser muy solitario, y el
agotamiento profesional es siempre un reto. He pasado por ello,
créeme.
Me muevo ansiosamente sobre mis pies. Aunque Swapna ha
sido una mentora para mí, nunca hemos hablado de nada personal, y
no sé qué decir.
—No sé qué me pasa —admito.
Sé que mi corazón se rompe al pensar que no tengo a Alex en
mi vida.
Sé que me gustaría poder verlo todos los días, y no hay una
parte de mí que se imagine qué más podría haber ahí fuera, a quién
podría perderme de conocer y amar si estuviéramos realmente
juntos.
Sé que la idea de una vida en Linfield me aterroriza.
Sé que he trabajado muy duro para ser esta persona —
independiente, que ha viajado mucho, que ha tenido éxito— y no sé
quién soy si dejo pasar eso.
Sé que todavía no hay otro trabajo que me llame, la respuesta
obvia a mi infelicidad, y que este, que ha sido increíble durante buena
parte de los últimos cuatro años y medio, últimamente sólo me deja
cansado.
Y todo eso se suma a no tener ni puta idea de a dónde voy
ahora, y por lo tanto no tengo ningún derecho real a llamar a Alex,
por lo que finalmente he dejado de intentarlo por el momento.
—Agotamiento profesional —digo en voz alta—. Eso es algo
que pasa, ¿no?
Swapna sonríe. —Para mí, hasta ahora, siempre ha sido así.
—Busca en su bolsillo y saca una pequeña tarjeta de visita blanca—.
Pero, como he dicho, ayuda hablar con alguien. —Acepto la tarjeta y
ella inclina la barbilla hacia la cafetería—. ¿Por qué no te tomas unos
minutos para ti? A veces un cambio de escenario es todo lo que se
necesita para tener un poco de perspectiva.
Un cambio de escenario, pienso mientras ella comienza a
regresar por donde vinimos. Eso solía funcionar.
Miro la tarjeta de visita que tengo en la mano y no puedo evitar
reírme.
Dra. Sandra Krohn, psicóloga.
Saco mi teléfono y le envío un mensaje a Rachel. ¿ La Dra.
Mamá está aceptando nuevos pacientes?
¿La Pope actual es tremendamente transgresora? me
responde el mensaje.

La madre de Rachel tiene una oficina en su casa en Brooklyn.


Mientras que la estética del diseño de Rachel es aireada y ligera, la
decoración de su madre es cálida y acogedora, todo madera oscura
y vidrieras, plantas colgantes y libros apilados en todas las
superficies, campanas de viento titilando fuera de casi todas las
ventanas.
En cierto modo, me recuerda a estar en casa, aunque la versión
artística y cultivada del maximalismo del Dra. Krohn está muy lejos
del Museo de Mamá y Papá a Nuestra Infancia.
Durante nuestra primera sesión le digo que necesito ayuda para
saber qué es lo que viene a continuación para mí, pero ella me
recomienda que empecemos por el pasado.
—No hay mucho que decir —le digo, y luego procedo a hablar
durante cincuenta y seis minutos seguidos. De mis padres, del
colegio, del primer viaje a casa con Guillermo.
Es la única persona con la que he compartido todo esto, aparte
de Alex, y aunque me sienta bien sacarlo a la luz, no estoy segura de
que me ayude con mi crisis vital. Rachel me hace prometer que
seguiré con esto durante al menos un par de meses. —No huyas de
esto —me dice—. No te harás ningún favor.
Sé que tiene razón. Tengo que atravesar, no alejarme. Mi única
esperanza para resolver esto es quedarme, sentarme en la
incomodidad.
En mis sesiones semanales de terapia. En mi trabajo en R+R.
En mi apartamento, casi siempre vacío.
Mi blog no se utiliza, pero empiezo a escribir un diario. Mis
viajes de trabajo se limitan a escapadas regionales de fin de semana,
y durante mi tiempo de inactividad, recorro Internet en busca de
libros y artículos de autoayuda, buscando algo que me hable como
esa estatua de un oso de veintiún mil dólares definitivamente no lo
hizo.
A veces, busco trabajos en Nueva York; otras veces,
compruebo los listados cerca de Linfield.
Me compro una planta, un libro sobre plantas y un pequeño
telar. Intento enseñarme a tejer con vídeos de YouTube y me doy
cuenta a las tres horas de que me aburre tanto como se me da mal.
Aun así, dejo el tejido a medio terminar sobre mi mesa durante
días, y se siente como una prueba de que vivo aquí. Tengo una vida,
aquí, un lugar que es mío.
El último día de septiembre, voy de camino a encontrarme con
Rachel en el bar de vinos cuando mi bolsa se queda atrapada en las
puertas del metro de un vagón abarrotado.
—¡Mierda, mierda, mierda! —Siseo, mientras en el otro lado,
unas cuantas personas trabajan para abrirlas. Un hombre joven y
calvo con un traje azul consigue separar las puertas y, cuando
levanto la vista para darle las gracias, sus ojos azules se iluminan con
claridad y nitidez.
—¿Poppy? —dice, empujando las puertas un poco más lejos—.
¿Poppy Wright?
Estoy demasiado aturdida para responder. Sale del vagón, a
pesar de no haber hecho ningún esfuerzo por salir la primera vez que
se abrieron las puertas. Esta no es su parada, pero sale y tengo que
retroceder para hacerle sitio cuando las puertas vuelven a cerrarse.
Y entonces estamos de pie en el andén, y debería decir algo,
sé que tengo que hacerlo, se bajó del maldito tren. Sólo logro decir:
—Vaya. Jason.
Asiente con la cabeza, sonriendo, tocándose el pecho donde
una corbata rosa claro cuelga del cuello planchado de su camisa
blanca. —Jason Stanley. Escuela Secundaria East Linfield.
Mi cerebro todavía está tratando de procesar esto. No puede
reconciliarlo con este telón de fondo. En mi ciudad, en la vida que
construí para no tocar la anterior. Tartamudeo: —Claro.
Jason Stanley ha perdido casi todo el cabello. Ha engordado un
poco en la zona de la cintura, pero aún queda algo del chico guapo
del que una vez estuve enamorada y que luego me arruinó la vida.
Se ríe y me da un codazo. —Fuiste mi primera novia.
—Bueno —digo, porque eso no parece del todo correcto.
Nunca he pensado en Jason Stanley como mi primer novio. Primer
enamoramiento convertido en acoso, tal vez.
—¿Estás ocupada ahora mismo? —Mira su reloj—. Tengo unos
minutos si quieres ponerte al día.
No quiero ponerme al día.
—En realidad estoy de camino a la terapia —digo, por alguna
maldita razón. Fue la primera excusa que se me ocurrió. Hubiera
preferido soltar que iba a llevar un detector de metales a la playa
más cercana para buscar monedas. Avanzo hacia la escalera y
Jason me sigue.
—¿Terapia? —dice, todavía sonriendo—. No por esa mierda
que hice cuando era un idiota celoso, espero. —Guiña un ojo—.
Quiero decir, esperas causar una impresión, pero no de ese tipo.
—No sé de qué estás hablando —miento mientras subimos los
escalones—. ¿De verdad? —dice Jason—. Dios, eso es un alivio.
Pienso en ello todo el tiempo. Incluso intenté buscarte en Facebook
una vez para poder disculparme. No tienes Facebook, ¿verdad?
—En realidad, no —digo.
Sí tengo Facebook. No tengo mi apellido en Facebook
específicamente porque no quería que gente como Jason Stanley me
encontrara. O alguien de Linfield. Quería desvanecer esa parte de mí
y reaparecer completamente formada en una nueva ciudad, y eso es
lo que hice.
Salimos del metro a las calles arboladas. Vuelve a sentirse el
mismo frescor en el aire. El otoño se ha tragado por fin los últimos
bocados del verano.
—De todos modos —dice Jason, con los primeros signos de
vergüenza. Se detiene, frotando la parte posterior de su cabeza—.
Te dejaré sola. Te he visto y no me lo podía creer. Sólo quería
saludarte. Y disculparme, supongo.
Pero yo también me detengo, porque ¿no llevo un mes diciendo
que ya he terminado de huir de los problemas, maldita sea? Dejé
Linfield, y de alguna manera eso no fue suficiente. Está aquí. Como
si el universo me diera un fuerte empujón en la dirección correcta.
Tomo aire y giro hacia él, cruzando los brazos. —¿Lo sientes
por qué, Jason?
Debe ver en mi cara que estaba mintiendo al decir que no me
acordaba, porque ahora parece enormemente avergonzado.
Respira entrecortadamente y estudia sus zapatos de vestir
marrones con culpabilidad. —¿Recuerdas lo horrible que era el
instituto, verdad? —dice—. Te sientes tan fuera de lugar, como si
algo estuviera mal contigo y en cualquier momento todos los demás
se van a dar cuenta. Ves que les pasa a otras personas. Los niños
con los que solías jugar al cuatro en raya de repente reciben apodos
crueles, no son invitados a las fiestas de cumpleaños. Y sabes que
podrías ser el siguiente, así que te conviertes en un pequeño imbécil.
Si señalas a otras personas, nadie se fijará demasiado en ti,
¿verdad? Yo fui tu imbécil, es decir, fui el imbécil en tu vida, durante
un tiempo.
La acera se balancea frente a mí, una ola de mareo me golpea.
Lo que esperaba, no era eso.
—Sinceramente, no puedo creer que esté diciendo esto —dice
—. Acabo de verte en el andén del tren y tenía que decir algo.
Jason respira profundamente, su ceño fruncido dibuja arrugas
de cansancio en las comisuras de la boca y los ojos.
Somos tan viejos, pienso. ¿Cuándo nos hicimos tan viejos?
De repente ya no somos niños, y parece que ha sucedido de la
noche a la mañana, tan rápido que no he tenido tiempo de darme
cuenta, de desprenderme de todo lo que antes me importaba tanto,
de ver que las viejas heridas que antes parecían laceraciones a nivel
de las tripas se han desvanecido hasta convertirse en pequeñas
cicatrices blancas, mezcladas entre las estrías y las manchas de sol
y los pequeños surcos donde el tiempo ha rozado mi cuerpo.
He puesto tanto tiempo y distancia entre esa chica solitaria y
yo, ¿y qué importa? Aquí hay un trozo de mi pasado, justo delante
de mí, a kilómetros de distancia de casa. No puedes escapar de ti
mismo. Ni tu historia, ni tus miedos, ni las partes de ti mismo que te
preocupan que estén mal.
Jason echa otra mirada a sus pies. —En la reunión —dice—
alguien me dijo que te iba muy bien. Trabajando en R+R. Es
increíble. De hecho, agarré un número hace un tiempo y leí tus
artículos. Es genial, parece que has visto el mundo entero.
Finalmente, consigo hablar. —Sí. Es... es realmente genial.
Su sonrisa se amplía. —¿Y vives aquí?
—Mm-hm. —Toso para aclararme la garganta—. ¿Y tú?
—No —dice—. Estoy en el negocio. Cosas de ventas. Sigo en
Linfield. —Esto, me doy cuenta, es lo que he estado esperando
durante años. El momento en que finalmente sé que he ganado: Salí.
Hice algo de mí misma. Encontré un lugar al que pertenecía.
Demostré que no estaba rota mientras la persona que fue más cruel
conmigo se quedó atrapada en el pequeño y asqueroso Linfield.
Excepto que eso no es lo que siento. Porque Jason no parece
atascado, y ciertamente no está siendo cruel. Está aquí, en esta
ciudad, con una bonita camisa blanca, siendo genuinamente amable.
Tengo un escozor en los ojos, una sensación de calor en la
garganta.
—Si alguna vez vuelves allí —dice Jason con inseguridad— y
quieres quedar...
Intento hacer algún tipo de ruido de asentimiento, pero no pasa
nada. Es como si la pequeña persona que está sentada en el panel
de control de mi cerebro se hubiera desmayado. —Así que —
continúa Jason—. Lo siento de nuevo. Espero que sepas que
siempre fue por mí. No por ti.
La acera se balancea de nuevo, un péndulo. Como si el mundo,
tal y como lo he visto siempre, se hubiera sacudido tanto que se
balancea, podría venirse abajo por completo.
Obviamente la gente crece, dice una voz en mi cabeza. ¿Crees
que toda esa gente quedó congelada en el tiempo, sólo porque se
quedó en Linfield?
Pero como él dijo, no se trata de ellos, sino de mí. Eso es
exactamente lo que pensé.
Que, si no salía, siempre sería esa chica solitaria. Nunca
pertenecería a ningún sitio.
—Así que si estás en Linfield... —dice de nuevo.
—Pero no estás coqueteando conmigo, ¿verdad? —Le digo.
—¡Oh! ¡Dios no! —Ahora levanta la mano, mostrando una de
esas gruesas bandas negras en su dedo anular—. Casado.
Felizmente. Monógamo.
—Genial —digo, porque es realmente la única palabra en ingles
que recuerdo en este momento. Lo cual es mucho decir, ya que no
hablo ningún otro idioma.
—¡Sí! —dice—. Bueno... nos vemos.
Y entonces Jason Stanley se ha ido, tan repentinamente como
apareció.
Cuando llego al bar de vinos, ya he empezado a llorar. (¿Qué
hay de nuevo?) Cuando Rachel se levanta de nuestra mesa habitual,
se queda descolocada al verme. —¿Estás bien, cariño?
—Voy a dejar mi trabajo — digo llorando.
—Oh... esta bien
—Quiero decir —respiro con fuerza, me limpio los ojos— no
inmediatamente, como en una película. No voy a entrar en la oficina
de Swapna y decir, ¡renuncio! Y luego salir directamente de la oficina
con un vestido rojo ajustado y el cabello por la espalda o algo así.
—Bueno, eso es bueno. El naranja es mejor para tu cutis.
—De cualquier manera, tengo que encontrar otro trabajo, antes
de poder irme —digo—. Pero creo que acabo de descubrir por qué
he sido tan infeliz.
35
Este Verano
—Si me necesitas —dice Rachel— iré contigo. Quiero decir, lo
haré en serio. Compraré un billete de camino al aeropuerto e iré
contigo.
Incluso mientras lo dice, parece que estoy sosteniendo una
cobra gigante con sangre humana goteando de sus dientes.
—Lo sé. —Le aprieto la mano—. Pero entonces, ¿quién nos
mantendrá al día de todo lo que ocurre en Nueva York?
—Oh, gracias a Dios —dice en un soplo—. Temía que me
tomaras la palabra por un momento.
Me abraza, me besa en ambas mejillas y me mete en el taxi.
Mis padres vienen a recogerme al aeropuerto de Cincinnati.
Llevan camisetas a juego con el símbolo del corazón de Nueva
York.
—¡Pensé que te haría sentir como en casa! —dice mamá,
riéndose tanto de su broma que prácticamente está llorando. Creo
que es la primera vez que ella o papá reconocen que Nueva York es
mi hogar, lo que me alegra por un lado y me entristece por otro.
—Aquí ya me siento como en casa —le digo, y ella hace un
alarde de agarrarse el corazón, y se le escapa un chillido de
emoción.
—Por cierto —dice mientras atravesamos el aparcamiento— he
hecho galletas de nueces.
—Así que eso es la cena, pero ¿qué pasa con el desayuno? —
pregunto.
Se ríe. Nadie en el planeta piensa que soy tan graciosa como
mi madre.
Es como quitarle un caramelo a un bebé. O darle un caramelo a
un bebé.
—Entonces, chica —dice papá una vez que estamos en el auto
—. ¿A qué debemos este honor? Ni siquiera es un día festivo.
—Sólo los he extrañado —digo— y a Alex.
—Dispara —gruñe papá, poniendo el intermitente—. Ahora me
vas a hacer llorar.
Vamos a casa primero para que pueda cambiarme la ropa de
avión, darme una charla de ánimo y esperar mi momento. Las clases
no terminan hasta las dos y media.
Hasta entonces, los tres nos sentamos en el porche, bebiendo
limonada casera. Mamá y papá se turnan para hablar de sus planes
para el jardín del próximo año. Qué es lo que van a arrancar. Qué
flores y árboles nuevos plantarán. El hecho de que mamá está
intentando hacer Marie Kondo59 en la casa, pero sólo ha conseguido
deshacerse de tres cajas de zapatos hasta ahora.
—El progreso es el progreso —dice papá, extendiendo la mano
para frotar su hombro cariñosamente—. ¿Te hemos hablado de la
valla de privacidad, chica? El nuevo vecino de al lado es un chismoso,
así que decidimos que necesitábamos una valla.
—¡Viene a contarme lo que hace todo el mundo en esta calle
sin salida, y no tiene nada bueno que decir! —llora mamá—. Seguro
que dice el mismo tipo de cosas sobre nosotros.
—Oh, lo dudo —digo—. Tus mentiras serán mucho más
coloridas. — Esto deleita a mamá, obviamente: caramelo, conoce al
bebé.
—Una vez que tengamos la valla levantada —dice papá— le
dirá a todo el mundo que tenemos un laboratorio de metanfetamina.
—Oh, para. —Mamá le da un golpe en el brazo, pero los dos
se ríen—. Tenemos que hacer una videollamada con los chicos más
tarde. Parker quiere hacer una lectura del nuevo guión en el que está
trabajando.
Evito por poco escupir.
El último guion que mi hermano ha estado preparando en el
grupo de texto es una historia distópica del origen de los Pitufos con
al menos una escena de sexo. Su razonamiento es que, algún día, le
gustaría escribir una película de verdad, pero al escribir una que
posiblemente no se haga, se quita la presión de encima durante el
proceso de aprendizaje. También creo que disfruta escandalizando a
su familia.
A las dos y cuarto, pido tomar el auto y dirigirme a mi antigua
escuela secundaria. Sólo en ese momento, me doy cuenta de que el
tanque está vacío. Tras el rápido desvío por gasolina, entro en el
aparcamiento del instituto a las dos y cincuenta. Dos ansiedades
distintas se disputan el dominio dentro de mí: la que se compone de
terror ante la idea de ver a Alex, decir lo que tengo que decir y
esperar que lo escuche, y la que se trata de estar de vuelta aquí, un
lugar en el que juré legítimamente no perder ni un segundo más.
Subo los escalones de hormigón hasta las puertas de cristal de
la entrada, respiro profundamente por última vez y...
La puerta no se mueve. Está cerrada con llave. Sí, claro.
Como que olvidé que cualquier adulto al azar ya no puede
entrar en un instituto. Definitivamente es lo mejor, en todas las
situaciones excepto en esta. Llamo a la puerta hasta que un oficial de
recursos con un halo de cabello canoso se acerca y abre la puerta
unos centímetros. —¿Puedo ayudarla?
—Estoy aquí para ver a alguien —digo—. ¿Un profesor, Alex
Nilsen?
—¿Nombre? —pregunta.
—Alex Nilsen…
—Su nombre —dice el oficial, corrigiéndome.
—Oh, Poppy Wright.
Cierra la puerta y desaparece por un segundo en el despacho.
Un momento después, vuelve. —Lo siento, señora, no la tenemos en
nuestro sistema. No podemos dejar entrar a huéspedes no
registrados.
—¿Podría buscarlo, entonces? —Lo intento.
—Señora, no puedo ir a buscar...
—¿Poppy? —dice alguien detrás de él.
¡Oh, vaya! Pienso al principio. ¡Alguien me reconoce! ¡Qué
suerte!
Y entonces la bonita y delgada morena se acerca a la puerta.
Mi estómago toca fondo.
—Sarah. Vaya. Hola. —Había olvidado que potencialmente
podría encontrarme con Sarah Torval aquí. Un descuido casi
monumental.
Vuelve a mirar al oficial de recursos. —Lo tengo, Mark —dice, y
sale para hablar conmigo, cruzando los brazos. Lleva un bonito
vestido púrpura y una chaqueta vaquera oscura, con unos grandes
pendientes de plata que le bailan en las orejas; sólo tiene una pizca
de pecas en la nariz.
Como siempre, es completamente adorable en esa forma de
maestra de jardín de infancia. (A pesar de ser una maestra de
noveno grado, por supuesto).
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunta, no con poca
amabilidad, aunque definitivamente no con calidez.
—Oh, um. Visitando a mis padres.
Arquea una ceja y mira el edificio de ladrillos rojos detrás de
ella. —¿En el instituto?
—No. —Me quito el cabello de los ojos—. Quiero decir, eso es
lo que estoy haciendo aquí. Pero lo que estoy haciendo aquí es...
Esperaba, quiero decir... Quería hablar con Alex...
Su mirada es mínima, pero escuece.
Me trago un nudo del tamaño de una manzana. —Me lo
merezco —digo. Tomo aire. Esto no será divertido, pero es
necesario—. Fui muy descuidada con todo, Sarah. Quiero decir, mi
amistad con Alex, todo lo que esperaba de él mientras estaban
juntos. No fue justo para ti. Ahora lo sé.
—Sí —dice ella—. Fuiste descuidada al respecto. —Las dos
nos quedamos en silencio durante un rato.
Finalmente, suspira. —Todos hemos tomado malas decisiones.
Solía pensar que, si te ibas, todos mis problemas se resolverían. —
Descruza los brazos y los vuelve a cruzar hacia el otro lado—. Y
entonces lo hiciste: básicamente desapareciste después de que
fuimos a la Toscana, y de alguna manera, eso fue aún peor para mi
relación.
Me balanceo de pie a pie. —Lo siento. Me gustaría haber
entendido lo que sentía antes de que tuviera la oportunidad de herir a
alguien.
Asiente para sí misma, examina las uñas de los pies
perfectamente pintadas que sobresalen de sus sandalias de cuero
marrón. —Yo también lo desearía —dice—. O que él lo hubiera
hecho. O que yo lo hubiera hecho. Realmente, si alguno de nosotros
hubiera sabido lo que sentían el uno por el otro, me habría ahorrado
mucho tiempo y dolor.
—Sí —estoy de acuerdo—. Así que tú y él no son...
Me hace esperar unos segundos y sé que no es un accidente.
Una sonrisa semidemonio enrosca sus labios rosados. —No lo
somos —cede—. Gracias a Dios. Pero él no está aquí. Ya se ha ido.
Creo que hablaba de escaparse el fin de semana.
—Oh. —Mi corazón se hunde. Vuelvo a mirar el auto de mis
padres aparcado en el aparcamiento medio vacío—. Bueno, gracias
de todos modos.
Ella asiente, y yo empiezo a bajar los escalones. —¿Poppy?
Me giro, y la luz brilla tanto sobre ella que tengo que taparme
los ojos para mirarla. Parece que es una santa, que se ha ganado su
aureola por su bondad injustificada hacia mí. Lo acepto, creo.
—Normalmente los viernes —dice lentamente— los profesores
van a Birdies. Es una tradición. —Se mueve, y la luz se hace más
clara para que pueda ver sus ojos—. Si no se ha ido, puede que esté
allí.
—Gracias, Sarah.
—Por favor —dice ella—. Le haces un favor al mundo sacando
a Alex Nilsen del mercado.
Me río, pero se me queda el estómago lleno de plomo. —No
estoy segura de que eso sea lo que quiere.
Se encoge de hombros. —Quizá no —dice—. Pero la mayoría
de nosotros tenemos demasiado miedo incluso de pedir lo que
queremos, en caso de que no podamos tenerlo. Leí eso en un
ensayo sobre algo llamado 'ennui milenario'.
Ahogo una risa de sorpresa y me aclaro la garganta. —Es un
nombre bastante pegadizo.
—¿Verdad? —dice ella—. En fin. Buena suerte.

Birdies está cruzando la calle de la escuela, y los dos minutos


que dura el trayecto son demasiado cortos para formular un nuevo
plan.
Durante todo el vuelo, ensayé mi apasionado discurso
pensando que lo diría en privado, en su aula.
Ahora va a ser en un bar lleno de profesores, incluidos algunos
cuyas clases tomé (y me salté). Si hay un lugar que he juzgado con
más dureza que los pasillos iluminados con fluorescentes del instituto
East Linfield, es el bar oscuro y estrecho con el cartel de neón
brillante de BUDWEISER en el que estoy entrando ahora mismo.
De repente, la luz del día se apaga y los puntos de colores
bailan delante de mis ojos mientras se adaptan a este lugar tan
oscuro. Suena una canción de los Rolling Stones en la radio y,
teniendo en cuenta que sólo son las tres de la tarde, el bar ya está
repleto de gente vestida con ropa informal, un mar de pantalones
caquis y botones y vestidos de algodón y las camisas
monocromáticas, como la ropa de Sarah. En las paredes cuelga
parafernalia de golf: palos y césped verde y fotos enmarcadas de
golfistas y campos de golf.
Sé que hay una ciudad en Illinois llamada Normal, pero supongo
que no se compara con este rincón suburbano del universo.
Hay televisores montados con el volumen demasiado alto, una
radio rasposa que suena por debajo, estallidos de risas y voces
elevadas procedentes de los grupos que se apiñan alrededor de las
mesas altas o que se alinean a ambos lados de las estrechas mesas
rectangulares.
Y entonces lo veo.
Más alto que la mayoría, más quieto que todos, con las mangas
de la camisa remangadas hasta los codos y las botas apoyadas en
el peldaño metálico de su silla, los hombros encorvados hacia delante
y el teléfono fuera, con el pulgar desplazándose lentamente por la
pantalla. El corazón se me sube a la garganta hasta que puedo
saborearlo, metálico y caliente, palpitando con demasiada fuerza.
Hay una parte de mí —bien, una mayoría— que quiere salir
corriendo, incluso después de haber volado hasta aquí, pero justo en
ese momento la puerta se abre con un chirrido y Alex levanta la vista,
fijando sus ojos en mí.
Nos miramos el uno al otro, y me imagino que parezco casi tan
sorprendida como él, como si no hubiera llegado específicamente por
un chivatazo de que estaba aquí. Me obligo a dar unos pasos hacia
él y me detengo al final de la mesa, donde, poco a poco, los demás
profesores levantan la vista de sus cervezas y vinos blancos y vodka
tonics para procesar el hecho de que yo esté aquí.
—Hola —dice Alex, poco más que un susurro.
—Hola —digo yo.
Espero que el resto se derrame. Nada lo hace.
—¿Quién es tu amiga? —pregunta una anciana de cuello alto
granate. La identifico como Delallo, incluso antes de ver la placa de
identificación del ELHS que aún lleva al cuello.
—Ella es... —La voz de Alex se corta. Se levanta de la silla—.
Hola —dice de nuevo.
El resto de la mesa intercambia miradas de incomodidad, como
sacando sus sillas, inclinando sus espaldas en un intento de darnos
un nivel de privacidad que es imposible en este momento. Delallo, me
doy cuenta, mantiene una oreja inclinada casi precisamente hacia
nosotros.
—Vine a la escuela —me las arreglo.
—Oh —dice Alex—. De acuerdo.
—Tenía este plan. —Me froto las palmas sudorosas contra mis
pantalones de campana de poliéster naranja, deseando no estar
vestida como un cono de tráfico—. Iba a presentarme en la escuela,
porque quería que supieras que si hay algo en este mundo que
puede hacer que vaya allí, eres tú.
Sus ojos vuelven a pasar brevemente por la mesa de los
profesores. De momento, mi discurso no parece reconfortarle. Sus
ojos se dirigen a los míos y luego caen en un punto impreciso a mi
izquierda. —Sí, sé que realmente odias eso —murmura.
—Sí —estoy de acuerdo—. Tengo un montón de malos
recuerdos allí, y quería aparecer allí, y sólo, como, decirte, que...
que iría a cualquier parte por ti, Alex.
—Poppy —dice, la palabra mitad suspiro, mitad súplica.
—No, espera —digo—. Sé que tengo un cincuenta por ciento
de posibilidades aquí, y hay mucho de mí que quiere ni siquiera decir
el resto de esto, Alex, pero necesito hacerlo, así que, por favor, no
me digas todavía si necesitas romper mi corazón. ¿De acuerdo?
Déjame decir esto antes de que pierda los nervios.
Sus labios se abren por un momento, sus ojos verdes y
dorados como ríos desbordados por la tormenta, brutales y
precipitados. Vuelve a cerrar la boca y asiente con la cabeza.
Sintiéndome como si estuviera saltando de un acantilado,
incapaz de ver lo que hay a través de la niebla debajo de mí, sigo
adelante.
—Me encantaba llevar mi blog —le digo—. Me gustaba mucho,
y creía que era porque me gustaba viajar, que es lo que hago. Pero
en los últimos años, todo cambió. No era feliz. Viajar se sentía
diferente. Y tal vez tenía algo de razón en que me acerqué a ti como
si fueras una tirita que podía arreglarlo todo. O lo que sea, un
destino divertido que me diera un subidón de dopamina y una nueva
perspectiva.
Sus ojos caen. No me mira, y siento que aunque haya sido él
quien lo haya dicho primero, mi confirmación se lo está comiendo
vivo.
—Empecé ir a terapia —suelto, tratando de mantener las cosas
en movimiento—. Y estaba tratando de averiguar por qué se siente
tan diferente ahora, y estaba enumerando todas las diferencias entre
mi vida antes y ahora, y no eras sólo tú. Quiero decir, tú eres la más
grande. Estabas en esos viajes, y luego no, pero ese no fue el único
cambio. Todos esos viajes que hicimos, lo mejor de ellos -aparte de
hacerlo todo contigo- fue la gente.
Su mirada se levanta, entrecerrada por el pensamiento.
—Me encantaba conocer gente nueva —explico—. Me
encantaba... sentirme conectada. Sentirme interesante. Al crecer
aquí, me sentía jodidamente sola, y siempre sentía que había algo
malo en mí. Pero me decía que, si me iba a otro sitio, sería
diferente. Habría otras personas como yo.
—Lo sé —dice—. Sé que odias estar aquí, Poppy.
—Lo hice —digo—. Lo odiaba, así que me escapé. Y cuando
Chicago no lo arregló todo para mí, también me fui de allí. Sin
embargo, cuando empecé a viajar, las cosas mejoraron. Conocí a
gente y, no sé, sin el equipaje de la historia o el miedo a lo que
pudiera pasar, me resultó mucho más fácil abrirme a la gente. Para
hacer amigos. Sé que suena patético, pero todos esos pequeños
encuentros fortuitos que tuvimos me hicieron sentir menos sola. Me
hicieron sentir que era alguien a quien la gente podía querer. Y
entonces conseguí el trabajo de R+R, y los viajes cambiaron; la
gente cambió. Sólo conocí a chefs y gerentes de hotel, gente que
quería escribir. Iba a viajes increíbles, pero volvía a casa sintiéndome
vacía. Y ahora me doy cuenta de que es porque no conectaba con
nadie.
—Me alegro de que te hayas dado cuenta —dice Alex—.
Quiero que seas feliz.
—Pero aquí está la cosa —digo—. Incluso si dejara mi trabajo
y volviera a tomarme el blog en serio, volviera a conocer a todos los
Bucks y Litas y Mathildes del mundo, no me va a hacer feliz.
» Necesitaba a esas personas, porque me sentía sola.
Pensaba que tenía que huir a cientos de kilómetros de aquí para
encontrar un lugar al que pertenecer. Me pasé toda la vida pensando
que cualquiera fuera de mi familia que se acercara demasiado, que
viera demasiado, ya no me querría. Lo más seguro eran esos
momentos rápidos y fortuitos con desconocidos. Eso es todo lo que
pensé que podía tener.
» Y luego estabas tú. —Mi voz se tambalea peligrosamente.
Me reafirmo y enderezo la columna vertebral—. Te amo tanto que me
he pasado doce años poniendo toda la distancia posible entre
nosotros. Me mudé. Viajé. Salí con otras personas. Hablé de Sarah
todo el puto tiempo porque sabía que estabas enamorado de ella, y
así me sentía más segura. Porque la última persona que podía
soportar que me rechazara eras tú.
» Y ahora lo sé. Sé que no es viajar lo que me va a sacar de
este bache y no es un nuevo trabajo y seguro que no son los
encuentros fortuitos con taxistas acuáticos. Todo eso, cada minuto,
ha sido huir de ti, y no quiero seguir haciéndolo.
» Te amo, Alex Nilsen. Aunque no me des una oportunidad real,
siempre te voy a amar. Y me da miedo volver a Linfield porque no sé
si me gustaría estar aquí, o si me aburriría, o si haría algún amigo, y
porque me aterra encontrarme con la gente que me hizo sentir que
no importaba y que decidan que tenían razón sobre mí.
» Quiero quedarme en Nueva York —digo—. Me gusta estar
allí, y creo que a ti también te gustaría, pero me preguntaste a qué
estaría dispuesta a renunciar por ti, y ahora sé que la respuesta es:
a todo. No hay nada en todo este mundo que he construido en mi
cabeza que no esté dispuesta a dejar ir para construir uno nuevo
contigo. Iré al instituto de Linfield, no me refiero sólo a hoy. Me
refiero a que, si quieres quedarte aquí, iré contigo a los putos
partidos de baloncesto del instituto. Llevaré camisetas pintadas a
mano con los nombres de los jugadores, ¡me aprenderé los nombres
de los jugadores! ¡No los inventaré! Iré a casa de tu padre y beberé
refrescos de dieta e intentaré por todos los medios no decir
palabrotas ni hablar de nuestra vida sexual, y cuidaré de tus sobrinas
y sobrinos contigo en casa de Betty: ¡te ayudaré a quitar el papel
tapiz! ¡Odio quitar el papel tapiz!
» No eres unas vacaciones, y no eres la respuesta a la crisis de
mi carrera, pero cuando estoy en crisis o estoy enferma o estoy
triste, eres lo único que quiero. Y cuando soy feliz, me haces mucho
más feliz. Todavía tengo mucho que averiguar, pero lo único que sé
es que, dondequiera que estés, ahí es donde pertenezco. Nunca
perteneceré a ningún lugar como pertenezco a ti. No importa lo que
sienta, te quiero a mi lado. Eres mi hogar, Alex. Y creo que yo
también lo soy para ti.
Cuando termino, ya estoy respirando con dificultad. La cara de
Alex está torcida por la preocupación, pero más allá de eso no puedo
leer demasiados detalles. No dice nada de inmediato, y el silencio o
la falta de él (Pink Floyd ha empezado a sonar por los altavoces y un
locutor deportivo parlotea en uno de los televisores del techo) se
desenreda como una alfombra, extendiéndose cada vez más entre
nosotros hasta que me siento como si estuviera en el lado opuesto
de una mansión muy oscura y llena de cerveza. —Y una cosa más.
—Saco mi teléfono del bolso, abro la foto correcta y se la tiendo. Él
no toma el teléfono, sólo mira a la imagen en pantalla sin tocarla.
—¿Qué es esto? —dice en voz baja.
—Eso —digo— es una planta de interior que he mantenido viva
desde que volví de Palm Springs.
Se le escapa una risa silenciosa.
—Es una planta serpiente —digo—. Y aparentemente son
extremadamente difíciles de matar. Probablemente podría usar una
motosierra y sobreviviría. Pero es el tiempo más largo que he
mantenido algo vivo, y quería que lo vieras. Para que sepas. Lo digo
en serio.
Asiente sin decir nada y vuelvo a meter el teléfono en el bolso.
—Eso es —digo, un poco desconcertada—. Ese es todo el
discurso. Ya puedes hablar.
La comisura de su boca se inclina, pero la sonrisa no se
mantiene, e incluso mientras está ahí, no contiene nada parecido a la
alegría en su apretada curva.
—Poppy. —Mi nombre nunca ha sonado tan largo o miserable.
—Alex —digo.
Se lleva las manos a la cadera. Mira de reojo, aunque no hay
nada que mirar, excepto una pared de césped artificial y una foto
descolorida de alguien con un sombrero de golf con pompones.
Cuando me devuelve la mirada, tiene lágrimas en los ojos, pero
enseguida sé que no las dejará caer. Ese es el tipo de autocontrol
que tiene Alex Nilsen.
Podría estar hambriento en un desierto, y si la persona
equivocada le tendiera un vaso de agua, asentiría cortésmente y
diría que no, gracias.
Me trago el bocio en la garganta. —Puedes decir lo que sea.
Lo que necesites.
Deja escapar un suspiro, mira el suelo y me mira a los ojos
durante apenas un instante. —Sabes lo que siento por ti —dice en
voz baja, como si, aunque lo admita, sigue siendo una especie de
secreto.
—Sí. —Mi corazón ha empezado a acelerarse. Creo que sí. Al
menos lo hacía. Pero sé lo mucho que le hice daño al no pensar bien
las cosas. No lo entiendo del todo, tal vez, pero apenas he
empezado a entenderme a mí misma, así que no es tan
sorprendente.
Ahora traga, los músculos de la línea de su mandíbula bailan
con sombras. —Sinceramente, no sé qué decir —responde—. Me
has aterrorizado. No tiene sentido la rapidez con la que mi mente
trabaja contigo. Un segundo nos estamos besando y al siguiente
estoy pensando en cómo se llamarán nuestros nietos. No tiene
sentido. Quiero decir, míranos. No tenemos sentido. Siempre lo
hemos sabido, Poppy.
Mi corazón se hiela, las venas de frío se abren paso en su
centro. Dividiéndolo por la mitad y a mí con él.
Ahora es mi turno de decir su nombre como una súplica, como
una oración. —Alex. —Me sale ronco—. No sé lo que estás diciendo.
Sus ojos caen, sus dientes se preocupan por su labio inferior.
—No quiero que renuncies a nada —dice—. Quiero que lo nuestro
tenga sentido, y no lo tenemos, Poppy. No puedo ver cómo se
desmorona otra vez.
Ahora estoy asintiendo. Durante mucho tiempo. Es como si no
pudiera dejar de aceptarlo, una y otra vez. Porque esto es lo que se
siente: como si tuviera que pasar el resto de mi vida aceptando que
Alex no puede amarme como yo lo amo.
—Está bien —susurro. No dice nada.
—Está bien —una vez más. Separo mis ojos de él al sentir que
las lágrimas me invaden. No quiero que me consuele, no por esto.
Me doy la vuelta y me dirijo hacia la puerta, forzando los pies hacia
delante, manteniendo la barbilla alta y la columna vertebral recta.
Cuando llego a la puerta, no puedo evitarlo. Miro hacia atrás.
Alex sigue congelado donde lo dejé, y aunque me mate, tengo
que ser sincera ahora mismo. Tengo que decir algo que no puedo
retirar, dejar de huir y esconderme de él.
—No me arrepiento de habértelo dicho —digo—. Dije que
renunciaría a todo, que arriesgaría todo por ti, y lo dije en serio. —
Incluso mi propio corazón.
—Te amo hasta el final, Alex —digo—. No podría haber vivido
conmigo misma si no te lo hubiera dicho al menos.
Y entonces me doy la vuelta y salgo al sol brillante del
aparcamiento.
Sólo entonces empiezo a llorar de verdad.
36
Este Verano

Estoy enloqueciendo. Jadeando. Astillando mientras cruzo el


aparcamiento.
Una mano me tapa la boca mientras los sollozos me atraviesan,
cortan y apuñalan en cada rincón afilado de mis pulmones.
Es difícil seguir avanzando y a la vez imposible parar. Caminó
deprisa hacia el auto de mis padres, luego me apoyo en él, con la
cabeza inclinada, con sonidos horribles saliendo de mí, con los
mocos goteando por mi cara, con el azul del cielo y sus esponjosas
nubes cumulosas y el susurro de los árboles junto al aparcamiento
convirtiéndose todo en un borrón veraniego, con el mundo entero
fundiéndose en un remolino de color.
Y entonces se oye una voz, extendida por la brisa y la distancia.
Viene de detrás de mí, obviamente es la suya, y no quiero mirar.
Creo que una mirada más a él podría ser el punto de inflexión,
lo que rompa mi corazón para siempre, pero está diciendo mi
nombre.
—¡Poppy! —Una vez. Luego otra vez—. Poppy, espera.
Empujo todas las emociones hacia abajo. No para ignorarlas.
No para negarlas, porque casi se siente bien sentir algo tan
puramente, saber sin duda qué es lo que está experimentando mi
cuerpo. Sino porque son mis sentimientos, no los suyos. No algo
para que él se abalance en el hombro, como lo hace casi
compulsivamente.
Me paso las manos por la cara y me obligo a respirar con
normalidad mientras escucho sus pasos rozando el asfalto. Me doy
la vuelta mientras él disminuye su velocidad, dando los últimos pasos
a un ritmo decidido pero despreocupado, hasta que se detiene,
encerrándome entre el auto y él.
Hay una pausa antes de que hable, una pausa que es sólo para
respirar.
Tras otro segundo de silencio, dice: —Yo también empecé a ver
a un terapeuta.
A pesar de mí, suelto una carcajada ante la idea de que me
haya perseguido sólo para decir esto. —Está bien. —Me limpio la
cara con la mano.
—Ella dice... —Se pasa las manos por el cabello—. Cree que
tengo miedo de ser feliz.
¿Por qué me dice esto? dice una voz en mi cabeza.
Espero que nunca deje de hablar, dice otra. Tal vez podamos
seguir hablando para siempre. Tal vez esta conversación pueda
abarcar toda nuestra vida, como parecían hacerlo nuestros mensajes
de texto y nuestras llamadas telefónicas durante todos estos años.
Me aclaro la garganta. —¿Lo eres?
Me mira durante un largo momento y luego sacude la cabeza.
—No —dice—. Sé que, si me subiera a un avión contigo de vuelta a
Nueva York, sería jodidamente feliz. Mientras me tengas, seré feliz.
De nuevo ese remolino caleidoscópico de colores se desdibuja
en mi visión. Parpadeo las lágrimas.
—Y lo deseo tanto. Me arrepiento de todas las oportunidades
que perdí para decirte lo que sentía, de todas las veces que me
convencí de que te perdería si realmente lo sabías, o de que éramos
demasiado diferentes. Quiero ser feliz contigo. Pero tengo miedo de
lo que viene después. —Su voz se quiebra.
» Tengo miedo de que te des cuenta de que te aburro. O que
conozcas a otra persona. O que seas infeliz y te quedes. Y... —Su
voz se entrecorta—. Tengo miedo de amarte durante toda nuestra
vida, y luego tener que decir adiós. Tengo miedo de que te mueras, y
que el mundo se sienta inútil. Tengo miedo de no ser capaz de seguir
saliendo de la cama si te vas, y si tuviéramos hijos, tendrían estas
horribles vidas en las que su increíble madre no está, y su padre no
puede mirarlos.
Su mano pasa por encima de sus ojos, captando parte de la
humedad que hay allí. —Alex —susurro. No sé cómo consolarlo. No
puedo soportar nada de su dolor pasado o prometer que no volverá
a ocurrir. Todo lo que puedo hacer es decirle la verdad, tal como la
he visto. Tal como la conozco—: Ya pasaste por eso. Perdiste a
alguien que amabas y seguiste levantándote de la cama. Estuviste
ahí para la gente en tu vida, y los amas, y ellos también te aman.
Tienes todo eso en tu vida todavía. Nada de eso desapareció. No
terminó sólo porque perdiste a una persona.
—Lo sé —dice—. Es que... —Su voz se tensa y sus enormes
hombros se encogen—. Tengo miedo.
Le tiendo las manos instintivamente y él deja que se las
acerque, metiendo sus dedos entre mis palmas. —Entonces hemos
encontrado algo más en lo que coincidir además de odiar que la
gente llame a los barcos 'ella' —susurro—. Es jodidamente aterrador
estar enamorados el uno del otro.
Olfatea entre risas, me toma la mandíbula con las manos y
presiona su frente contra la mía, sus ojos se cierran mientras su
respiración se sincroniza con la mía, nuestros pechos suben y bajan
como si fuéramos dos olas en la misma masa de agua. —No quiero
vivir nunca sin esto —susurra, y yo anudo mis puños en su camisa
como si quisiera evitar que se me escape de las manos.
Las comisuras de su boca se tuercen mientras exhala: —
Pequeña luchadora.
Sus ojos se abren de par en par, y el aleteo en mi pecho es tan
fuerte que casi duele. Lo amo mucho. Lo amo más que ayer, y ya sé
que mañana lo amaré aún más, porque cada trozo de él que me da
es otro del que enamorarme.
Encierra sus brazos alrededor de mi espalda, sus ojos húmedos
son tan claros y abiertos que siento que podría sumergirme en él,
nadar a través de sus pensamientos, flotar en el cerebro que amo
más que ningún otro en el planeta.
Sus manos se mueven hacia mi cabello, alisándolo contra mi
cuello, sus ojos se mueven de un lado a otro de mi cara con un
propósito tan maravillosamente tranquilo. —Lo eres, lo sabes.
—¿Una luchadora? —Yo digo.
—Mi hogar —dice, y me besa.
Lo somos, creo. Estamos en casa.
Epílogo
Hacemos una visita en autobús por la ciudad. Llevamos
nuestras sudaderas I ❤ New York a juego y las gorras BeDazzled
Big Apple. Llevamos un par de binoculares y los utilizamos para
fijarnos en cualquiera que se parezca mínimamente a una celebridad.
Hasta ahora hemos visto a Dame Judy Dench, Denzel
Washington y al joven Jimmy Stewart. Nuestra excursión incluye el
paso del ferry a la Estatua de la Libertad, y cuando llegamos allí, le
pedimos a una mujer de mediana edad que nos haga una foto
delante de la base, con el sol en los ojos y el viento en la cara.
Ella pregunta dulcemente: —¿De dónde son?
—De aquí —dice Alex al mismo tiempo que yo digo— Ohio.
A mitad del recorrido, nos salimos y nos dirigimos al Cafe Lalo,
decididos a sentarnos justo donde lo hicieron Meg Ryan y Tom Hanks
en You've Got Mail60. Hace frío, y la ciudad luce su mejor aspecto,
con primaverales flores rosas y blancas que se deslizan por las
calles mientras bebemos nuestros capuchinos. Lleva aquí cinco
meses a tiempo completo, desde que terminó el semestre de otoño y
encontró un puesto de sustituto a largo plazo para el de primavera.
No sabía que la vida normal pudiera sentirse así, como unas
vacaciones de las que no tienes que volver a casa.
Por supuesto, no siempre es así. La mayoría de los fines de
semana, Alex está ocupado trabajando en sus propios escritos o
corrigiendo trabajos y planificando lecciones, y los días de semana,
sólo lo veo lo suficiente para un beso matutino aturdido (a veces me
vuelvo a dormir tan rápido que ni siquiera recuerdo que haya
sucedido), y hay que lavar la ropa y los platos sucios (que Alex
insiste en que lavemos inmediatamente después de cenar) y los
impuestos y las citas con el dentista y las tarjetas de metro perdidas.
Pero también hay descubrimientos, nuevas partes del hombre
que amo que se me presentan a diario.
Por ejemplo, resulta que Alex no puede dormirse si estamos
acurrucados. Tiene que estar totalmente en su lado de la cama y yo
en el mío. Hasta la mitad de la noche, momento en el que me
despierto acalorada con sus extremidades arrojadas sobre mí y
tengo que apartarlo para poder refrescarme.
Es increíblemente molesto, pero en cuanto vuelvo a estar
cómoda, me encuentro sonriendo en la oscuridad, sintiéndome tan
increíblemente afortunada de dormir cada noche al lado de mi
persona favorita en el mundo.
Incluso estar incómodamente caliente es mejor con él.
A veces ponemos música en la cocina mientras estamos (él
está) cocinando, y bailamos. No un dulce abrazo como el de una
película romántica, sino retorcimientos ridículos, dando vueltas hasta
que nos mareamos, riendo hasta que resoplamos o lloramos. A
veces nos grabamos con la cámara y enviamos el vídeo a David y
Tham, o a Parker y Prince.
Mis hermanos envían sus propios vídeos de baile en la cocina.
David responde con alguna variación de Los amo raros o
Aparentemente hay alguien para todos.
Somos felices, e incluso cuando no lo somos, es mucho mejor
de lo que era sin él.
La última parada de nuestra noche haciendo de turistas es
Times Square. Hemos dejado lo peor para el final, pero es un rito de
paso y Alex insiste en que quiere ir.
—Si todavía puedes amarme allí —dice— sabré que esto es
real.
—Alex —digo— si no puedo amarte en Times Square, entonces
no te merezco en una librería de segunda mano.
Desliza su mano por la mía cuando salimos de la estación de
metro. Creo que tiene menos que ver con el afecto (cuyas
demostraciones públicas aún no le entusiasman) y más con un
auténtico miedo a separarse en la ridícula multitud hacia la que nos
dirigimos.
Duramos en la plaza, rodeados de luces intermitentes y artistas
callejeros pintados de plateado y turistas empujados, durante tres
minutos. El tiempo suficiente para hacernos algunas fotos poco
favorecedoras con aspecto de estar abrumados. Luego damos
media vuelta y volvemos al andén del tren.
De vuelta al apartamento —nuestro apartamento—, Alex se
quita los zapatos y los coloca perfectamente en la alfombra (tenemos
una alfombra; somos adultos) junto a los míos.
Tengo que terminar de escribir un artículo por la mañana, el
primero para mi nuevo trabajo. Tenía miedo de decirle a Swapna que
me iba, pero no se enfadó. De hecho, me abrazó (me sentí como si
me abrazara Beyoncé), y más tarde, esa noche, una enorme botella
de champán llegó a mi puerta y a la de Alex.
Enhorabuena por tu columna, Poppy, decía la nota. Siempre
he sabido que ibas a llegar lejos. X, Swapna.
Lo irónico de todo esto es que ya no iré a ningún sitio, al menos
no por trabajo. En muchos otros aspectos, sin embargo, mi trabajo
no será tan diferente: seguiré yendo a restaurantes y bares,
escribiendo sobre las nuevas galerías y los puestos de helados que
surgen en Nueva York.
Pero People You Meet in New York también será diferente,
más un artículo de interés humano que una reseña. Exploraré mi
propia ciudad, pero a través de los ojos de la gente que la ama,
pasando un día con alguien en su nuevo lugar favorito, aprendiendo lo
que la hace tan especial.
Mi primer artículo trata de una nueva bolera en Brooklyn con un
toque de la vieja escuela. Alex me acompañó a echar un vistazo al
lugar, y en cuanto vi a Dolores en la pista de al lado, con una bola
dorada personalizada, guantes a juego y un halo de cabello gris
encrespado, supe que era alguien que podía enseñarme cosas. Un
cubo de cerveza, una larga conversación y una lección de bolos más
tarde, y ya tenía todo lo que necesitaba para el artículo, pero Alex,
Dolores y yo nos dirigimos al local de perritos calientes que hay al
final de la calle y pasamos el rato hasta casi la medianoche.
El artículo está casi terminado, sólo le faltan algunos retoques,
pero eso puede esperar hasta mañana. Estoy agotada por nuestro
largo día, y lo único que quiero hacer es hundirme en el sofá con
Alex.
—Es bueno estar en casa —dice, rodeando mi espalda con sus
brazos y atrayéndome hacia él.
Deslizo mis manos por la espalda de su camisa y le beso como
he estado esperando todo el día. —El hogar —digo— es mi lugar
favorito.
—El mío también —murmura, apoyándome en la pared.
El próximo verano nos alejaremos de la ciudad. Pasaremos
cuatro días recorriendo Noruega y otros cuatro en Suecia. No habrá
Icehotel. (Él es profesor, yo soy escritora y ambos somos millennials.
No hay dinero para eso).
Dejaré una llave para que Rachel riegue nuestras plantas, y
después de Suecia, volaremos directamente a Linfield para el resto
de las vacaciones de verano de Alex.
Nos quedaremos en la casa de Betty mientras él la arregla y yo
me siento en el suelo, comiendo Twizzlers y encontrando nuevas
formas de hacer que se ruborice. Derribaremos el papel tapiz y
elegiremos nuevos colores de pintura. Beberemos refrescos de dieta
en la cena con su padre y sus hermanos y las sobrinas y sobrinos.
Nos sentaremos en el porche con mis padres mirando el páramo de
los autos de la familia Wright del pasado. Nos probaremos en
nuestra ciudad natal del mismo modo que nos hemos probado Nueva
York juntos. Veremos cómo encaja, dónde queremos estar.
Pero ya sé cómo me sentiré.
Dondequiera que esté, ese será mi lugar favorito.
—¿Qué? —pregunta, con el inicio de una sonrisa tirando de sus
labios—. ¿Por qué estás mirando?
—Sólo eres... —Sacudo la cabeza, buscando cualquier palabra
que pueda abarcar lo que estoy sintiendo—. Tan alto.
Su sonrisa es amplia, sin obstáculos, Alex desnudo sólo para
mí. —Yo también te amo, Poppy Wright.
Mañana nos amaremos un poco más, y al día siguiente, y al
siguiente.
E incluso en esos días en los que uno de nosotros, o los dos, lo
está pasando mal, estaremos aquí, donde nos conoce por completo,
nos acepta por completo, la persona a la que amamos de todo
corazón. Estoy aquí con todas las versiones de él que he conocido a
lo largo de doce años de vacaciones, y aunque el sentido de la vida
no sea simplemente ser feliz, ahora mismo, lo soy. Hasta los huesos.
Sobre la Autora

Emily Henry escribe historias sobre el amor y la familia para


adolescentes y adultos. Estudió escritura creativa en el Hope College
y en el ya desaparecido New York Center for Art & Media Studies, y
ahora pasa la mayor parte de su tiempo en Cincinnati, Ohio, y la
parte de Kentucky que está justo debajo. Encuéntrala en Instagram
@EmilyHenryWrites.
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Notas
[←1]
Centro de Control de Enfermedades.
[←2]
Adiós en francés.
[←3]
Buenos días, mundo; en francés.
[←4]
Reubens: es un sándwich a la plancha elaborado con corned beef, chucrut, queso
suizo y Russian dressing.
[←5]
Nombre común de ciertos árboles coníferos, típicos de Norteamérica, que
alcanzan hasta 150 m de altura y viven muchos años
[←6]
Es una cadena de televisión.
[←7]
Es un compositor y pianista Polaco.
[←8]
Es el sexto Álbum de estudio del cantante Prince.
[←9]
Asistente Personal Digital.
[←10]
Ciudad de Estados Unidos en California.
[←11]
Aeropuerto Internacional de los Ángeles
[←12]
es una croqueta de garbanzos o habas.
[←13]
Nombre de los equipos deportivos de la Universidad de Cincinnati en Ohio.
[←14]
Que tiene entre ochenta y noventa años de edad.
[←15]
Canción de Billy Joel.
[←16]
Tienda Online de Muebles .
[←17]
Empanaditas chinas.
[←18]
Árbol de tronco recto y grueso.
[←19]
es una cadena internacional de cafeterías canadiense.
[←20]
Es una de las mayores editoras de guías de viajes en el mundo.
[←21]
Ciencias de la computación.
[←22]
Reserva silenciosa que alberga las secuoyas más altas y antiguas
[←23]
festival artístico en Nevada, Estados Unidos .
[←24]
es carne asada servida en un pan pita, acompañado por verduras, papas fritas y
salsas.
[←25]
avatar digital creado a través de imágenes generadas por computadora.
[←26]
Cadena farmacéutica de Estados Unidos.
[←27]
sitio web de ofertas del día que presenta cupones de descuentos.
[←28]
Siglas en inglés, la persona/cosa más importante.
[←29]
El concepto de B&B nació en Europa. Se trata de un alojamiento sencillo en una casa
con menos de diez habitaciones disponibles, que ha sido restaurada o acondicionada
para estos efectos.
[←30]
es un analgésico tópico (que se aplica sobre la piel) y solo puede usarse en el lugar de
origen del dolor.
[←31]
U-Haul: es un servicio de mudanzas.
[←32]
Libro de Charlotte Perkins Gilman que habla sobre la salud de la mujer, tanto física
como mental
[←33]
fue un caballo de carreras purasangre de Estados Unidos.
[←34]
Aeropuerto Internacional de los Ángeles California.
[←35]
Ciudades de Marruecos
[←36]
Ciudades en Nueva Zelanda.
[←37]
Ciudades en Chile.
[←38]
Cadena de tiendas económicas en Estados Unidos.
[←39]
S’more es un postre tradicional de Estados Unidos y Canadá, que se consume
habitualmente en fogatas nocturnas como las de los exploradores y que consiste en
un malvavisco tostado y una capa de chocolate entre dos trozos de galleta Graham.
[←40]
Skee-Ball es un juego de árcade. Se juega haciendo rodar una pelota por
un carril inclinado y sobre una joroba de "salto de pelota" que hace saltar la pelota a
los anillos de diana. El objetivo del juego es acumular tantos puntos como sea posible
haciendo que la bola caiga en agujeros en los anillos que tienen valores de puntos que
aumentan progresivamente
[←41]
Jet lag: El desfase horario es un trastorno temporal del sueño producido entre el reloj
interno de una persona (que marca los periodos de sueño y vigilia) y el nuevo horario
que se establece al viajar a largas distancias, a través de varias regiones horarias
[←42]
PDA Public displays of affection. En español es Demostración de Afecto en Público.
[←43]
Limen ‘Chelo Limoncello o Licor de limón italiano.
[←44]
The bachelor, Reality en el que participan un hombre soltero y veinticinco bellas
mujeres con la esperanza de encontrar el amor verdadero.
[←45]
Migraineur, una persona que experimenta migrañas
[←46]
El beehive o colmena, es un complicado peinado femenino que recibe su nombre por
la similitud de este a una colmena. Es una versión elaborada de los peinados grandes
que consiste en fijar una masa de cabello sobre el cráneo.
[←47]
Bouffant, es un tipo de peinado que se caracteriza por la formación de una masa de
cabello apilado sobre la sección coronal del cráneo, la cual suele ser acompañada de
secciones de cabello que cuelgan libremente en determinadas secciones alrededor de
la cabeza, ocasionalmente en forma de alas laterales o flequillo.
[←48]
Googie, también conocido como populuxe o doo-wop es una subdivisión de la
arquitectura futurista influida por la cultura del automóvil y la Era espacial.
[←49]
Peplum, Una fald2a corta con volante en la cadera que normalmente va pegada a un
cuerpo.
[←50]
Goldschläger, es un aguardiente de canela suizos. Es un licor muy fino y con
escamas visibles de oro flotando en ella.
[←51]
El Jägerbomb o Red Bull Blaster, es un cóctel o chupito hecho con el licor de hierbas
alemán Jägermeister y la bebida energizante austríaca Red Bull.
[←52]
Conversar, Poppy bromea con Alex porque en inglés él dice conservation y Poppy le
dice conversation.
[←53]
Airbnb, es una compañía que ofrece una plataforma digital dedicada a la oferta de
alojamientos a particulares y turísticos mediante la cual los anfitriones pueden publicitar
y contratar el arriendo.
[←54]
Mad Max: Fury Road,: (titulada Mad Max: Furia en la carretera en España y Mad
Max: Furia en el camino en Hispanoamérica) es una película australiana dirigida,
producida y coescrita por George Miller, y protagonizada por Tom Hardy junto a Charlize
Theron.
[←55]
Jet-setting, Viajar mucho por el mundo en avión, generalmente por placer.
[←56]
O-Week, Semana de orientación
[←57]
Sweet Home Alabama, es una película estadounidense de 2002, dirigida por Andy
Tennant. Protagonizada por Reese Witherspoon, Josh Lucas y Patrick Dempsey.
[←58]
Bachelor in Paradise, es una serie de televisión de competencia de telerrealidad al
estilo de eliminación estadounidense, que se estrenó el 4 de agosto de 2014 en ABC.
[←59]
Marie kondo es poner todo en orden, agradeciendo a los objetos su servicio,
desechando la mayoría de las cosas y organizando las restantes.
[←60]
You've Got Mail (en español "Tienes un e-mail") es una película perteneciente al género
de la comedia romántica, dirigida por Nora Ephron y estrenada en 1998.

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