Está en la página 1de 2

SOBRE LA VACIEDAD DE LA VIDA

La primera lectura de hoy estaba escogida del llamado libro del Eclesiastés, aunque hace muchos años que, entre otras
razones para evitar la confusión con el otro libro «Eclesiástico», se prefiere llamarle «Qohélet», que es como se presenta a sí
mismo el autor al comienzo del libro, y que significa «el Hombre de la Asamblea» (X Pikaza). El pasaje es algo más largo que el
que hemos leído y parece que su sabio autor está profundamente decepcionado y va repitiendo a cada poco, como un estribillo:
Todo es vanidad (entiéndase no como "presumido" sino como sinónimo de "vacío, sin sentido..."). Y se queja: Hay quien
trabaja con sabiduría, ciencia y acierto, y tiene que dejarle su porción a uno que no ha trabajado. De día, su tarea es sufrir y
penar, de noche no descansa su mente. Un poco más adelante, se desahoga:

Yo, Qohélet, he sido rey de Israel en Jerusalem... Hablé en mi corazón: ¡adelante, voy a probarte en el placer! ¡disfruta de la
dicha!... Hice grandes obras: construí palacios, planté viñas, huertos y jardines con frutales... Tuve siervos y siervas. Poseía
servidumbre. También atesoré el oro y la plata, tributo de reyes y provincias. De cuanto me pedían los ojos nada les negué, ni
rehusé a mi corazón gozo ninguno. Todo es vanidad y perseguir al viento.

Estas palabras me han recordado a nuestro Premio Nobel de Medicina, don Severo Ochoa. Al final de su vida contaba a una
periodista: ”No tengo ni una sola respuesta para nada de lo que de verdad me interesa. Puedes escribir bien grande que te he
dicho que soy un extraño sabio… un sabio que no sabe nada”.
"En mi vida hay algo que ha merecido la pena, y no es la investigación científica, sino el haber tenido su amor. ¿Cómo puede
sorprenderse nadie de que diga que mi vida sin Carmen no es vida?" Su mujer fue Carmen García Cobián, 55 años de vida, amor
y ciencia en común. Cuando en mayo de 1986 falleció, supuso para Severo un golpe muy duro que le sumergió en una especie de
profunda depresión. A partir de entonces, Ochoa decidió no volver a publicar ningún trabajo científico más, con lo que puso
totalmente fin a su brillante carrera.

He tenido ocasión de acompañar y escuchar a muchas personas cuando han perdido a un ser muy querido: la propia pareja,
un hijo, un amigo especial... O les han dado la noticia de una grave enfermedad de improbable curación, y se han venido abajo, al
darse cuenta de que sus «muchísimas cosas importantes», sus múltiples ocupaciones de cada día, sus energías distribuidas en mil
asuntos... tenían muy poco sentido, no eran realmente lo más importante.

Aquel periodista y sacerdote español que fue José Luis Martín Descalzo, al saber que le quedaba poco tiempo de vida, pudo
escribir:

¡Qué maravilla poder morirse sabiendo que nuestro paso por el mundo no ha sido inútil, que gracias a nosotros ha mejorado un
rinconcito del planeta, el corazón de una sola persona! ¡Y qué espantosa esterilidad la de descubrir, a la llegada de la muerte,
que hemos sido el bufón de muchos, aunque decían que nos admiraban, y nos aplaudían o rociaban de incienso!

Dios ha creado un mundo bello, donde hay muchos recursos para que podamos ser felices el tiempo que nos toque pasar
aquí. Al terminar la creación, dijo satisfecho: «Todo es bueno». Todo. Y nos lo entregó y encomendó para que lo cuidáramos y
para que fuéramos felices con todos esos dones, y con lo que podamos ir haciendo con nuestra vida: relaciones personales,
opciones, prioridades, valores, estilo de vida... El peligro está en nuestro modo de relacionarnos con las cosas y con las personas...
Cuando dejamos que las cosas, los deseos, e incluso las personas, se adueñen de nuestro corazón, se vuelvan tan «importantes»
que limiten e incluso anulen nuestra libertad, nuestra humanidad, que nos hagan distanciarnos o enfrentarnos con las personas
(como los dos hermanos del Evangelio que discuten por una herencia). Cuando en vez de entregarnos y amar, pretendemos poseer,
retener, atar a una persona... algo va mal.

Alguien con cierta sorna definía así lo que es una herencia: «aquello que los muertos dejan para que los vivos se maten
entre sí». Y a menudo es así. Las herencias sacan a flote lo que de verdad hay en el corazón de algunos: y « lo que es mío, lo que
me corresponde en justicia» acaba anteponiéndose a las relaciones familiares, que quedan para siempre dañadas.

Cuando el beneficio económico, se antepone a un salario o unas condiciones laborales justas y a las necesidades de las
personas... algo va muy mal. Cuando el afán económico y el desprecio por los que están peor, lleva a negar el cambio climático, a
quitar importancia a la contaminación atmosférica por oscuros intereses político-económicos, a despreocuparse de la escasez de
agua potable, a seguir talando y quemando (o dejando que se quemen) bosques, a seguir consumiendo sin medida... y tantas otras
cosas que están destrozando el planeta y la fraternidad humana, mientras nos distraen con burdas tonterías, para que algunos pcoso
pueden seguir haciendo su agosto todos los días del año... algo no va nada bien.

Leo en el último Informe Foessa/Cáritas española presentado en enero del 2022 que cuatro de cada diez personas se
encuentran en situación de exclusión social por su inestabilidad laboral y sus escasos ingresos. ¡¡¡Se trata de 11 millones de
ciudadanos!!! Y al mismo tiempo las grandes fortunas han crecido y los beneficios de las grandes empresas también... a pesar de
la crisis. Pero no parece que éste sea un tema que preocupe a nuestros políticos (y a menudo tampoco a sus votantes), distraídos y
enredados como nos tienen en asuntos bastante menos urgentes e importantes...

Jesús nombra la «codicia» como la causa de todos estos males. Pero no hay que pensar sólo en las grandes empresas y
fortunas. Acaparar, amontonar, comprar, acumular... nos toca a todos en mayor o menor medida. ¡Cuántos sacos van a los
contenedores de basura cuando alguien fallece! ¡Cuántas cosas compramos o guardamos, que realmente no nos hacen ninguna
falta! Y no las soltamos!!!

Como dice a menudo el Papa Francisco: “Nunca he visto un camión de mudanza detrás de un cortejo fúnebre, nunca. Pero sí hay
un tesoro que podemos llevar con nosotros, un tesoro que nadie nos puede robar, que no es lo que has estado guardando para ti,
sino lo que has dado a los demás”.

San Pablo nos ha invitado a «buscar los bienes de arriba». Y Jesús: «Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has
acumulado, ¿de quién será? Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios». Pero no es necesario tener fe para
tomarse en serio todas estas cosas. Cuando alguien fallece, ¿qué es lo que realmente nos queda de él/ella? Su tiempo entregado,
sus detalles, sus ayudas, su generosidad, su empeño por hacer este mundo mejor. En definitiva: me hace grande lo que doy, y lo
que hago por otros. Lo demás es todo perfectamente prescindible. Y para los que nos consideramos creyentes... no nos dejemos
atrapar por las muchas cosas creadas por Dios... sino que busquemos al Señor de las cosas. Debiera formar parte de nuestro
examen de conciencia... este virus tan dañino que es la codicia, que no es sino otro nombre del egoísmo, y que tanto daño hace a
los otros. Ojalá no dejemos como herencia «algo para que otros se maten», sino una sonrisa grande y un profundo sentimiento de
agradecimiento por habernos conocido. Ojalá que no pongamos todo el corazón en nada que nos puedan quitar, o que podamos
perder (como Severo Ochoa) o que nos distancie de los otros, sino en el que es Autor y Dueño de nuestra vida.

¿Qué es la codicia? Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, “a codicia es el afán excesivo de riquezas”.

 LOS EFECTOS DE LA CODICIA

La codicia, como cualquier otro pecado tiene efectos destructivos. Sus efectos van desde un “poco de envidia” hasta el crimen y
las pasiones más bajas. Quien la practica manifiesta en su accionar:

1. Ingratitud
Porque desconoce que Dios le ha dado lo que necesita. El codicioso siempre está descontento de lo que tiene. No importa si es
poco o mucho… ¡quiere más! Mire lo que sucedió con Adán y Eva: tenían todo el mundo, menos un árbol…. Quisieron ese
también.
ILUSTRACION: Película “Fargo” ð Un vendedor de coches vive angustiado por sus problemas económicos. Pensando en
solucionarlos, pone en marcha un plan que consiste en contratar a dos delincuentes para que secuestren a su esposa y pedir así un
suculento rescate a su tiránico y acomodado suegro. Pero las cosas salen espantosamente mal y la mujer muere en mano de sus
captores.

2. Egoísmo
Porque se centra en uno mismo sin pensar en los demás. Es lo opuesto al amor. El codicioso quiere satisfacer sus “necesidades”
sin importar si esto hace incomoda a otros o si les hace daño. El caso de Acab ilustra esto. Él quería esa tierra para sentirse bien.
Estaba deprimido y quería distraerse un poquito. No dudó en permitir que su perversa mujer cometa varios crímenes (Nabot y su
familia fueron muertos). Hermanos, el mundo nos llama a ser egoístas ¡cuidado!
ILUSTRACION: La oferta de Quick Pack: “dejamos las maletas de otros pasajeros por llevar lo suyo”.

3. idolatría
La codicia lleva a los hombres a expresar un profundo amor por las posesiones, lo que los constituye en idólatras. Cuando Pablo
escribe a los Colosenses recordándoles que su vida como cristiano es diferente les dice: 5 Por lo tanto, haced morir lo terrenal en
vuestros miembros: fornicación, impureza, bajas pasiones, malos deseos y la avaricia, que es idolatría. 6 A causa de estas cosas
viene la ira de Dios sobre los rebeldes.
Aquí el término usado para avaricia es el mismo de codicia. No nos olvidemos que la idolatría no es sino hacer de algo o alguien
lo más importante para nosotros, tan importante que Dios queda relegado.
ILUSTRACION: Acab, no tenía temor de Dios. La persona más importante era él y su diversión de tener un huerto junto a su
palacio…

4. Pasiones bajas
Finalmente, podemos decir que la codicia, una vez que ha tomado el control de la persona degenera en todo tipo de pasiones. Esto
porque la codicia es insaciable. Cuando alguien la acaricia querrá más y más por lo que es capaz de hacer lo que sea…
ILUSTRACION: Judas fue codicioso y entregó a su Maestro. David codició a Betsabé y cometió asesinato; Jacob codició los
derechos de su hermano y le incitó a despreciarlos; los hijos de Jacob codiciaron el amor del padre y en envidia quisieron matar a
su hermano José.; Ananías y Safira mintieron y murieron…

EL REMEDIO PARA LA CODICIA


Puesto que este pecado radica en el corazón el remedio es tener un corazón nuevo. Eso solo lo puede dar Cristo. El vino para que
tengamos paz con Dios y una nueva vida donde el pecado (lo que incluye la codicia) no reine. Solo cuando tenemos a Cristo como
Señor de nuestras vidas, podemos estar seguros de que moriremos más y más al pecado y viviremos más y más para El.

Nabot nos enseña sobre el rechazo de la codicia. El no vendió su tierra al rey ¿por qué? Porque no quería ofender a Dios
desobedeciendo su Palabra. La ley del A.T. prohibía vender las heredades …

También podría gustarte