Está en la página 1de 115

TOMO V . - N .

° 3O EJEMPLAR: 2 PESETAS 1 JUNIO 1933

Accion • r

Española REVISTA QUINCENAL


Fundador: E t CONDE DE SANTIBAÑEZ DEL RlO
Directoi: RAMIRO DE MAEZTU

a c r i tf x c i o

PUNAS habrá grupo, tertulia o reunión de gentes de esas


A que se dicen de orden, en que no se desgrane a diario el
rosario de las obligadas lamentaciones : «no se hace nada» ;
«nuestra prensa no está a la altura debida» ; «en nuestro campo,
o no tenemos valores o son enteramente desconocidos e ineficaces» ;
«todos los centros culturales están en manos de nuestros adver-
sarios, y así no es posible que hagamos nada útil»... Es preciso
creer que los tales abrigan el íntimo convencimiento de que así
cumplen con su deber ; no habría medio de explicarse, de otro
nxodo, ese gesto de grave circunspección con que en los momen-
tos de catástrofe silabean la sentenciosa especie con que preten-
den sacudirse toda responsabilidad : «ya decía yo que lo estaban
haciendo muy mal».
Claro que podría preguntárseles quiénes son los que a su jui-
cio lo estaban haciendo mal, y a quiénes incumbía esa obligación
de hacerlo bien.
¿Quién tiene —en efecto— la culpa de que Academias, So-
ciedades, Bibliotecas y Ateneos estén en manos de sectarios ene-
migos de la Religión y de España?
Es preciso reconocerlo. La culpa es de todos, absolutamente
562 ACCIÓN KSPASOLA

de todos : del título de Castilla y del plutócrata que, por sno-


bismo o por supersticiosa ignorancia, nutren pródigamente la bol-
sa del facultativo o del letrado, que alterna el servicio que les
presta con el trabajo en pro de la Revolución ; como de ese mo-
desto socio de casino provinciano cuyo abstencionismo —el có-
modo : «yo no sirvo para esas cosas» ; «yo no tengo condiciones
para organizar»— unido a otras inhibiciones culpables, ha permi-
tido que se apoderen de los puestos directores los otros. Y los
otros saben siempre cómo deben aprovecharse esos cargos para
traer al conferenciante, para comprar el libro, para suscribir el
centro a tal periódico y a cual revista, que son capaces de ir for-
mando suavemente, poco a poco, el ambiente preciso para que
se produzca la gran estupidez revolucionaria. Unos y otros se
convierten inconscientemente en escabel de los vanos figurones
que, amparados luego en un renombre elaborado con el aldeanis-
mo mental de ciertas clases sociales, y la suicida sandez de mu-
chas gentes, van ocupando los puestos que debieran ser de otros
hombres más inteligentes y más capaces, pero acaso menos vi-
vidores.
Todos tenemos la culpa.
Vivimos en tiempos de pretendida igualdad. Una pretendida
igualdad que debiera ofrecer a todas las clases sociales y a todos
los individuos la posibilidad de colaborar en la dirección del país.
Pero lo cierto es que hoy desempeñan en él papel preponderante
las organizaciones obreras ; en otras ocasiones el arbitro de sus
destinos era la prensa ; en alguna lo fueron los catedráticos ; en
muchas los militares.
Lo que quiere decir que, en realidad, hace mucho tiempo que
no tenemos una clase directora, sino que, accidentalmente, una
u otra se han hecho cargo —generalmente por caminos tortuosos—•
de funciones que específicamente no les competían. Precisamen-
te por eso, estamos en un momento en que es un deber para io-
dos trabajar un campo, quizá ajeno al ámbito familiar y a los
intereses particulares ; el único campo que muchos otros quisie-
ran cultivar.
Pero para trabajar fructuosamente es indispensable - ^ n '^
vida pública, como en todo— saber qué es lo que se debe hacer.
«Una vez conocida la doctrina —decíamos en nuestro último edi-
SACRIFICIO 563

torial— la acción lo es todo». No es inútil pensar un momento


serenamente en la forma en que cumplimos este deber. Mientras
la Religión se ve escarnecida, gran número de sus templos in-
cendiados, la enseñanza religiosa perseguida, nuestros hijos en
trance de ser educados por maestros que pretenderán enseñarles
a ignorar a Dios, y en riesgo por ello, de perder el alma; el
divorcio apresurando la destrucción de los hogares ; la propiedad
violada ; la marea de sangre —obreros, patronos, agentes de la
autoridad— más alta cada día ; nuestra historia, esencia de la
Patria, legado santo de nuestros mayores, mutilada, desconoci-
da o mixtificada; la unidad de España a punto de perderse...
Mientras tal ocurre, para evitar —o por lo menos intentar evi-
tar— tanto mal, ¿qué hacemos que valga algo más que la estéril
lamentación ?
Cuando se trata de salvar los intereses de la Religión, cuan-
do se trata de evitar la disolución del hogar y quizá la perdición
de los hijos, cuando se trata de asegurar el orden, de defender
la Patria, de poner un precio razonable a la vida, a nadie es lí-
cito permanecer ocioso. AI viejo y al mozo, al militar y al sacer-
dote, al rico y al pobre... a todos alcanza el deber. Renunciar al
deber sería desertar, y el que deserta es un traidor.
«Todos los hombres —decía Maeztu— no pueden ser don Juan
xle Austria ni dirigir la batalla de Lepanto; pero todos pueden
ser soldados en ella». Lo que hay que hacer es buscar el puesto
que en esta pelea de hoy toca a cada uno. Nadie hay tan inútil
que no pueda —por ejemplo— contribuir a la difusión de las
ideas redentoras con su prestación personal haciendo circular, con
tesón a prueba de desdenes y desengaños, lecturas adecuadas ;
podrán otros a3mdar, con un mínimo esfuerzo, a costearlas.
Y otros podrán hacer mucho más. Los tiempos que vieron
originarse los grandes linajes, no fueron avaros de nobles seño-
res que supieran ofrendar la vida en defensa de su Rey y de su
Dios ; y muchos hubo —lo que hoy quizá parecerá más extraño—
que supieron sacrificar en aras de su ideal sus intereses mate-
riales. Recordemos, entre mil, a aquel Cardenal Mendoza, hijo
<íel primer marqués de Santillana, que entregó a Isabel de Cas-
tilla para los gastos de la guerra la vajilla y la mesa de plata
heredados de su padre.
564 ACCIÓN KSPAÑOLA

Sería demasiado desconsolador pensar que se hubiese extin-


guido la especie de aquellos creadores de nombres ilustres. Hace
poco más de medio siglo los españoles pudieron comprobar por
sí mismos qué clase de temple era el de aquellos hombres que
aún sabían sacrificar su vida y su hacienda por la causa —ven-
cida entonces— de Dios, de la Patria y del Rey. Junto al jara-
mago de los muros destruidos, sobre la ceniza de los hogares
fríos, acaso sus hijos sean quienes se sientan hoy más libres del
peso de esta culpa común.
Es harto más fácil exigir y gozar estos o los otros derechos
que cumplir el más sencillo de los deberes. El cumplimiento del
deber es con frecuencia doloroso; muchas veces no necesitamos
siquiera tanto para calificarlo de sacrificio. El sacrificio es el do-
lor consciente y voluntariamente sufrido. Cuando por rehuir una
obligación que implica un dolor, el dolor nos sigue contra nues-
tra voluntad, el dolor no es ya sacrificio —padre de todo lo no-
ble y de todo lo fecundo— : es entonces castigo merecido, expia-
ción forzada.
Este es el caso de los que perdieron ciento por negarse a contri-
buir con uno a la defensa de aquello que estaban obligados a
guardar. Al contemplarlos vencidos y expoliados, nadie puede
sentir otra cosa que desprecio.
Para algunos llegó la hora de la reacción cuando ya la de la
catástrofe venía ladrándole en los talones. Y lo que a su tiempo
pudo ser meritorio sacrificio en el altar del ideal, se trueca en
un mezquino intento de cohechar a la justicia o en un torpe deseo
de obtener venganza.
Mucho antes de que Mussolini fuera el gobernante genial que
hoy admira el mundo, cuando luchaba penosamente para organi-
zar sus primeras huestes, porque el nervio de la guerra escaseaba,
llamó en solicitud de ayuda a muchas puertas, sin obtener con-
testación. Los grandes industriales y terratenientes se reservaban
para mejor ocasión, mientras veían avanzar la amenazadora ma-
rea. Pero un día la mujer y la hija de uno de los más fuertes
fabricantes de automóviles de Italia, sufrieron los más odiosos
atropellos y las vejaciones más abominables ; entonces —^un poco
tarde ya para el amor de esposo y el dolor de padre— recibió
Mussolini, para la organización de sus milicias, un cheque que
SACRIFICIO 565

representaba la tercera parte de una fortuna de no pocos millones.


AI estremecimiento de la injuria, otras arcas se abrieron ; cun-
dió el ejemplo, y «así —son palabras del propio Mussolini— pudo
fundarse el ejército del orden, frente al ejército del desorden».
Por Dios, por España, por todos los nuestros, estamos obli-
gados a luchar sin descanso, a morir si es preciso, a sacrificar
todos nuestros intereses materiales. Y sin poner en ello vanidad,
ni prender la esperanza en el señuelo de futuros honores, o pin-
gües recompensas ; sin otra idea que la de conquistar la íntima
satisfacción de haber cumplido. Fué D. Antonio Maura quien
dijo: «desgraciados los pueblos que tienen que recompensar el
cumplimiento del deber».
Y cuando el deber por ser doloroso es sacrificio, sigue siendo
deber. Sin esperanza de granjeria, el sacerdote ha de sacrificarse
por sus fieles, el médico por sus enfermos, el militar por su pa-
tria... En otro tiempo, por la tranquilidad y el provecho de todo
el pueblo había de sacrificarse el Rey. «Aquel que ha nacido para
reinar debe saber que no está destinado a llevar una vida tranquila
en el reposo y las delicias, sino más bien una vida laboriosa v
sujeta a mtichos peligrosa, enseñaban a Luis XV sus maestros ;
y también : «Si los reyes conocieran todo lo que Dios exige de
ellos, temblarían todos los días».
Cuando falta el Rey que se sacrifique, han de hacerlo todos
los ciudadanos : el sacerdote, el médico, el industrial, el militar...
Es decir, que precisamente por carecer la Nación de ese órgano
especial, coronación y remate de una jerarquía de valores, todos
tenemos el deber de tomar sobre nosotros una parte de la función.
Los ciudadanos, elevados a la categoría de soberanos, tenemos que
levantar ahora esa pesada carga que en tiempos mejores pesa-
ba sobre el Rey, y fuerza será, por lo tanto, que renunciemos o
llevar una vida tranquila y que, por el contrario, nos dispon-
gamos a una vida laboriosa y sujeta a muchos peligros. La si-
tuación es anormal, como anormal y monstruoso es que al pue-
blo se le constituya en soberano. Pero en tanto perdure tal si-
tuación, todos estamos obligados a sacrificarnos por el gobier-
no de la Nación, hasta que, construido de nuevo el órgano ade-
cuado, puedan los individuos consagrarse de Heno a sus particu-
lares ocupaciones, dejando en las manos de quien tiene el oficio
de gobernar, tan enojosas funciones.
566 ACCIÓN ESPAÑOLA

Un pensador ilustre acostumbra a comparar la situación de


la Monarquía en España desde el año 1917 hasta el advenimien'
to de la República, a la de una plaza en estado de sitio, en la
que todos los esfuerzos debían encaminarse al primario deber de la
defensa. Por serle congénitamente imposible hacerlo, la Monar-
quía democrática y liberal sucumbió. Hoy sufren los asaltos del
enemigo que la rindió todos los fundamentos y principios de nues-
tra religión, de nuestra civilización y de nuestra Historia. Para
su defensa, como en plaza sitiada, a nadie es lícito regatear su es-
fuerzo, sin que sirva de excusa el que en tiempos normales sólo
a los militares o a los gobernantes incumbieran tales menesteres.
Venimos hablando de obligaciones y deberes, no de superación
de ellos. De sacrificios, no de heroísmos. Unos cuantos héroes
quizá pudieran salvarnos, pero probablemente no los merecemos.
Cumplamos con los deberes sagrados para con la Religión y la
Patria, y el triunfo vendrá.
De antiguo se decía —son palabras de San Basilio— «no todo*
lo que posees te ha sido dado para la satisfacción de tu hambre.
Administra, pues, como ajenos, los bienes que están en tus manos».
Y, día tras día, ha venido repitiéndose, sin demasiado éxito,
a decir verdad. No hace mucho escribía Gabriel Maura y Ga-
mazo:
«En los individuos, como en las colectividades, debe ser la
riqueza medio tan sólo para realizar fines más altos ; convertida
ella en fin único, suele acarrear la desgracia y la ruina de quien
no merece" poseerla.»
Gran verdad. Ni la Hacienda, ni la vida, valen por sí mis-
mos gran cosa, si no nos sirven para darlas cuando llega !a
ocasión.
«Dar es señorío», dice la divisa de un viejo solar castellano.
Seamos señores, de nuestro caudal, de nuestra inteligencia y de
nuestra vida. Hagamos verdad las palabras aún no hace un aña
pronunciadas en acto memorable, y a las que, a poco, uno de sus
oyentes hizo honor con el generoso sacrificio de su vida : «Nues-
tro campo es el campo del honor y de! sacrificio; nosotros somos
la cuesta arriba, y en lo alto de la cuesta está el Calvario, y en
lo más alto del Calvario, la Cruz».
El ser de la Hispanidad

IV

LA TRADICIÓN COMO ESCUELA

ONDE no se conserve piadosamente la herencia de lo pa-


D sado, pobre o rica, grande o pequeña, no esperemos que
brote un pensamiento original, ni una idea dominado-
ra». A propósito de esta sentencia, acaso la más conocida de Me-
néndez y Pelayo, me escribía hace años D. Miguel Artigas, que
hay que fijarse que en ella se asocian las palabras «original» y «do-
minadora». Una idea original se puede preducir en cualquier am-
biente, conserve o no la herencia de lo pasado, pero sólo será do-
minadora si encuentra ya el camino abierto para ella por una su-
cesión de ideas que la sirvan de antecedente, y ello por una razón :
la de que en el pueblo se conservan como en un depósito de senti-
miento los pensamientos del pasado y que una idea no puede ser
dominadora si no logra el apoyo popular.
El Sr. Artigas me daba un ejemplo de esta tesis. Leyendo a
Quevedo se encontró con la idea de que la cualidad dominante del
«valido», es decir, del político, ha de ser el adesinterés». No era
una opinión particular, porque así han pensado los españoles des-
de los tiempos más remotos, desde los de Viriato el pastor y el
rey Witiza, y en la actualidad no alcanzan popularidad plena
sino aquellos hombres públicos cuyo desinterés es notorio y salen
de las posiciones más altas tan pobres como han entrado en
ellas. Es natural que no todos los españoles compartan este sen-
timiento. Hay algunos que califican de asantonismo» esta prefe-
568. ACCIÓN ESPAÑOLA

rencia del desinterés sobre el talento, que tan arraigada se halla


en nuestro pueblo. Ello confirma el hecho de que el hombre pu-
blico no es popular entre nosotros si no sacrifica sus intereses
privados al público. Como sepa vivir dignamente su pobreza, des-
pués de ocupar la Presidencia del Consejo de Ministros, se le
perdonan muchas faltas, incluso la de una verdadera capacidad
política, incluso la falta de visión, que, según el Libro de los
Proverbios, hace morir al pueblo. (Prov. 29, 18.)
Otras naciones no comparten esta exigencia nuestra. Mira-
beau recibía dinero de Luis XVI por sus informes, y ello no
quebrantaba su reputación entre los revolucionarios. Danton lo
recibió no tan sólo de Luis XVI, sino del Duque de Orleáns
y del Gobierno de Inglaterra, y durante muohos años se le consi-
deró como «la encarnación del patriotismo revolucionario y has-
ta del patriotismo a secas», como dice M. Gaxotte, en su his-
toria de la Revolución francesa. Durante la gran guerra hemos
visto formar parte del gobierno de diversas naciones a hombres
interesados en los contratos de aprovisionamiento, sin que se
produjera escándalo. Y, sin embargo, el pueblo español tiene ra-
zón. El hombre público ha de ocuparse de los intereses generales,
y no de los particulares suyos. No es sólo la tradición nuestra la
que ha sentido que había oposición entre unos y otros. Horacio
ensalza aquellos tiempos viejos, en que eran pequeñas las rentas
de los particulares, pero grandes las de la comunidad :

Privatus illis census erat brevis,


Communc magnus.

Y, de otra parte, es imposible atender al mismo tiempo los


cuidados particulares y los públicos. La política es absorbente.
Al hombre dado a ella no le debe quedar tiempo para pensar
en sí.
He aquí, pues, un sentimiento tradicional que nos sirve de guía
orientadora en la elección del caudillo político. Tal vez nos pri-
ve, en algún caso excepcional, de un buen estadista, aunque cui-
dadoso de sus bienes privados. En la generalidad de los casos el
índice del egoísmo se nos revelará contrario al del valor político.
Y de todos modos sabremos siempre que la virtud del desinterés
servirá de pedestal al caudillo y que, en caso de que le falte, ha-
EL SER DE LA HISPANIDAD 569

brá que vencer cierta resistencia para hacerle popular. Pero si el


caudillo se acuerda con esta antigua predilección popular, po-
drá emplearse en su obra de estadista la energía que en otro caso
se hubiera empleado en papularizarle. Con lo cual queda eviden-
ciado que el carácter original y dominador de su obra dependerá,
en buena parte, de su adecuación a las condiciones exigidas por
«la herencia de lo pasado».

* * *

Otro ejemplo de la utilidad inmensa que puede derivarse de


ia tradición, cuando se la acepta como escuela, lo encontramos en
la justicia y su administración. No cabe duda de que ambas fue-
ron excelentes en España durante siglos. El paradigma de Isa-
bel la Católica recorriendo a caballo las vastedades de su reino,
para presidir los juicios de la Santa Hermandad, hizo que nué|r57-^
tra Monarquía concediera durante siglos esencial importanclir *^^2',<< 'c, \
la justicia. Y hoy reconocen los historiadores que no fué en vkWMKvMtá'r"'
El inglés David Loth, en su biografía de Felipe II, confií ^
sin reparos que en España se gozaba de más seguridad de vida y~'«.i2L/''
hacienda que en ningún otro país europeo. Lo mismo dice el crí-
tico Cervantes en su «Persiles». El jurisconsulto argentino don
Enrique Ruiz Guiñazú ha dedicado una obra capital, «La Magis-
tratura indiana», a demostrar que las Audiencias americanas fue-
ron organismo principal de la obra civilizadora de España y de
que sus grandes privilegios se debían a que todos los reyes de
Castilla tenían especial cuidado en recordar a virreyes y arzobis-
pos que los oidores de sus Audiencias representaban inmediata-
mente a la persona real y encamaban su autoridad primera. En
caso de vacar los virreinatos, eran las Audiencias las que goberna-
ban el territorio y este privilegio de la justicia no fué abolido
hasta 1806, en vísperas ya de la separación. A partir de esa fe-
cha, ninguno de los pueblos hispánicos se ha distinguido por la
excelencia de su administración de justicia. ¿Qué es lo que ha
cambiado desde entonces ?
En su estudio sobre el padre Vitoria, escribe el padre Menén-
dez Raigada, obispo de Tenerife : «Trasponiendo la materialidad
de las normas jurídicas, efímeras e imperfectas como obra huma-
570 ACCIÓN ESPAÑOLA

na que son, es como Vitoria ha podido desentrañar la médula de la


verdadera juridicidad ; remontándose a las cumbres de la Moral,
es como ha podido dominar el panorama jurídico y descender lue-
go con pie seguro para abrir al Derecho sus legítimos cauces ;
buceando en la naturaleza humana y arrancando sus bloques de
la cantera del Derecho natural, es como ha podido construir sn
ciclópeo castillo del Derecho de gentes.» Pero no era sólo el pa-
dre Vitoria el que trasponía los límites del Derecho para buscar
en la moral su fundamento. Esto se venía haciendo desde hacía si-
glos y no sólo para la creación del derecho de gentes. En su li-
bro sobre el doctor Palacios Rubios, cuenta D. Eloy Bullón que
«en las alegaciones jurídicas, y aun en las sentencias de los tri-
bunales», se habían extendido «la moda y el abuso de estudiar
con excesiva preferencia el Derecho romano y canónico y de ci-
tar constantemente autores extranjeros», que no eran siempre ju-
ristas, puesto que éstos se fundaban, a su vez, en las opiniones
de moralistas y filósofos. Añade que la Corona misma autorizó
por decreto de 1499 : «que adquiriesen valor legal en nuestros
tribunales, aunque solamente a título supletorio, las opiniones de
los doctores Bartolo de Sasoferrato, Baldo de Ubaldis, Juan de
Andreas y Nicolás de Tudeschis, llamado el Abad Panormita-
no». Y muchos años después, Solórzano Pereira no se contenta
con citar autores y providencias españoles en su obra sobre la
«Política indiana», sino que no hay jurista, ni clásico antiguo,
medioeval o de su tiempo al que no se haga contribuir al esclare-
cimiento y justificación de las leyes de Indias.
Y ello explica, a mi juicio, la excelencia de nuestra justicia en
aquellos tiempos. Estaba administrada por hombres cuya misión
no se reducía a aplicar determinado artículo de cierta ley a cierto
caso, sino que en cada sentencia y en cada alegación se remonta-
ban a las fuentes mismas de la moral y del derecho, no dejando
que la letra de la ley les matase el espíritu, sino buscando en éste
la vida del derecho y su efectividad. Cada administrador de la
justicia podía sentirse revestido de la dignidad del legislador,
porque en cada dictamen se apelaba de la letra de la ley al espí-
ritu y al propósito que la inspiraron. Y por esta elevada coinci-
dencia de su misión encontraban los jurisconsultos plena satisfac-
ción de sus funciones, como se muestra en el empaque y circuns-
SL SBR DB LA HISPANIDAD 571

tancias de las obras de nuestros tratadistas. Hombres que a diaria


tenían que remontarse a las fuentes mismas del Derecho y al
panorama de la jurisprudencia universal eran felices en su oficio^
porque ejercitaban las más nobles actividades del espíritu.
Las cosas cambiaron desde que en el siglo XVIII empezó a
difundirse en España la tesis de que la ley no es sino la expre-
sión de la voluntad general o el mandato del Soberano, individual
o colectivo, a las personas sometidas a sus órdenes, porque así se
prescindía nada menos que del carácter moral de las leyes, con lo
que, poco a poco, se fueron olvidando nuestros juristas de que^
como habían aprendido en Santo Tomás, en Soto y en nuestra es-
cuela clásica, la ley debe ser justa y la !ey que no es justa no es
ley, sino iniquidad. En otros países no fué así, y <llo por la ra-
zón sencilla de que los conceptos de Rousseau y de Austin tu-
vieron que adaptarse a los tradicionales, pues, como escribe Al-
fredo Weber en sus «Cuadernos de Política» : «La antigua vida
de la comunidad europea, resonando en el pensamiento común
europeo, se había mostrado bastante fuerte para encerrar en el
paréntesis de un derecho natural naciente al nuevo Estado sobe-
rano en una comunidad europea». En España, en cambio, se to-^
Marón al pie de la letra, y desprendidas <3e sus raíces las nuevas
ideas, se rompió ese paréntesis del derecho natural, y de mal en
peor recientemente se ha llegado a la monstruosidad de que pre-
guntado un periódico de izquierdas si sería justa una ley en que
votasen las Cortes Constituyentes la decapitación de todos los
hombres de derecha, contestó llanamente : «Pues si lo votasen ^
sería lo justo».
Divorciada la ley de los principios morales del dercoho y de Itf
jurisprudencia universal, nuestros abogados no tienen ya que ocu-
parse sino de encontrar en el Alcubilla una aplicación al caso con-
creto que se les presenta. Y esta es la razón de que los más eminen-
tes se tengan que dedicar a la política. Nadie puede sentir satisfac-
ción interna en aplicar disposiciones formuladas por una colecti-
vidad que no se cuida sino de satisfacer pasiones e intereses de par-
tido. Podremos llamar derecho a esas disposiciones, pero, en el
fondo, estamos persuadidos de que no son derecho. Aquí tam-
bién nos ha sido ftinesta la ruptura de la tradición. Para que en
el orden jurídico se pueda producir una idea original y domina-
572 ACCIÓN ItSPAÑOLA

dora ha de amoldarse a aquel propósito general de establecer el


bien en la tierra que, desde los tiempos más remotos, ha
inspirado toda legislación digna de este nombre. Y para ello ha-
bría que empezar por resucitar el concepto que de la ley tenían
nuestros clásicos, cuando veían en ella, como Santo Tomás, una
ordenación racional enderezada al bien común.

Todavía citaré otro ejemplo. España ha producido tres de los


cinco grandes mitos literarios del mundo moderno: Don Qui-
jote, Don Juan y la Celestina. Los otros dos son Hamlet 3'
Fausto. Hay quien añadiría a esta lista el Raskolnikoff de Dos-
toyevsky, en «Crimen y Castigo». Tengo entendido que Ras-
koínikoff significa en ruso: «partido en dos», y si fuera, en
efecto, necesario que se rompa el hombre de la ética social para que
surja de sus pedazos el hombre espiritual sería otra de las gran-
des figuras literarias, porque implicaría un problema moral per-
manente. Pero no lo he estudiado lo bastante. El hecho es que
habiendo producido los españoles la mayoría de los grandes mitos
literarios modernos, deberíamos saber mejor en qué consisten y
cómo se producen. De no haber vivido pendiente de los últimos
libros extranjeros, habríamos advertido que estas grandes creacio-
nes del espíritu humano se parecen todas ellas en una cosa : en
que no son tipos de la realidad, aunque infinitamente más claros
y transparentes que los reales, como lo prueba el hecho de que co-
nocemos mucho mejor a Don Quijote que a nuestros familiares y
a nosotros mismos. No son seres reales, pero sí las ideas platóni-
cas, si vale la palabra, de los seres reales. Don Quijote es el amor,
Don Juan el poder, la Celestina, el saber, pero, aparte de mos-
trársenos como la personificación de estas ideas, se supone que
por lo demás, son personajes humanos, que se mueven y viven V
mueren en el mundo de la realidad, porque sólo la realidad coti-
diana del mundo puede dar el necesario realce a la idealidad de
estos grandes fantasmas literarios. Pues bien, si hubiéramos vis-
to con claridad que estas figuras supremas son proyecciones del
deseo o del temor o de ambos en la linterna de la imaginación 5'
que su grandeza se deriva de los problemas morales que personin-
BL SER DE tA HISPANIDAD 573

can, España hubiera podido convertirse en estos siglos en una


fábrica gloriosa de mitos literarios, porque Don Quijote, Don Juan
y la Celestina no representan sino aspectos parciales del amor,
del poder y del saber, y si la duda y d ansia de experiencias ha
servido para crear tan grandes figuras como Hamlet y Fausto, es
de creer que lo mismo pueda hacerse con la conciencia y la incon-
ciencia, la confianza y la vigilancia, y aun con cada uno de los
vicios y de las virtudes y con todos los distintos aspectos del sa-
ber, del poder y del amor que sugieran a la fantasía los cambios
de los tiempos.
Es probable que ni Cervantes, ni Tirso, ni Fernando de Rojas
necesitaran hacerse estas reflexiones para crear sus personajes.
Pero es sabido que en la historia del arte los períodos reflexivos
suceden a los espontáneos. Esta reflexión puede hacerse lo mis-
mo sobre los autores extranjeros que sobre nuestros clásicos. En
general, es conveniente que los escritores estén al tanto de la lite-
ratura universal, para que aprendan en todas las escuelas las cate-
gorías y las técnicas de su arte. Pero la propia tradición no es
sólo el mejor maestro, sino un camino medio andado y la indi-
cación del que ha de andarse. La tradición, como corriente histó-
rica, no sólo nos sitúa con justeza en nuestra actualidad, sino que
nos orienta hacia lo porvenir. Hasta sus mismas lagunas parece
que nos están señalando la región a donde debieran aplicarse nues-
tras facultades creadoras. Y es que nuestra obra de arte, a dife-
rencia de la extranjera, no es para nosotros meramente una obra,
sino la culminación de un proceso y el manantial de nuevas aguas.
Don Quijote es d término de la epopeya nacional del siglo XVI,
el desencanto que sigue al sobreesfuerzo y al exceso de ideal,
pero también la iniciación de un mandamiento nuevo: «¡No seas
Quijote!», a veces prudente, a veces matador de entusiasmos,
como losa de plomo que nos colgáramos al cuello. Con lo que in-
dico que también el «Quijote» está por rehacer. En la Argentina
se ha rehecho dos veces, y ambas con éxito. La primera en el
Martín Fierro, de Hernández, hace ya más de medio siglo. La úl-
tima, y aún reciente, en Don Segundo Sombra, de Güiraldes. Se
trata en ambos casos de un Don Quijote gaucho y de las figuras
literarias de más envergadura que han navegado por aguas de Amé-
rica. Aunque sea literariamente la Argentina el más afrancesado
574 ACCIÓNESPAÑOLA

de los pueMos hispánicos, ha tenido que inspirarse en la tradición


española, que es la suya, para crear sus tipos máximos. Y lo
mismo ciertamente ocurrió a España, porque en pfleno romanticis-
mo tuvo Zorrilla el pensamiento de renovar la figura de Don Juan,
que ya llevaba más de dos siglos en la escena, y nadie negará que
su Tenorio constituye el fantasma de más luz que en el curso del
siglo X í X han producido las letras de España.
«Nihil innovatur, nisi quod traditum est», dice un viejo apo-
tegma, que viene a expresar la misma idea que Menéndez Pelayo.
Sólo se renueva lo que de la tradición hemos recibido. Se consu-
men en vano los talentos cuando buscan por los espacios vacíos la
originalidad. El hombre no crea de ¡la nada. Es necesario, ya lo
he dicho, que volvamos Jos ojos a la obra del mundo para depurar
las categorías y perfeccionar las técnicas de nuestro arte. Pero ello
ha de ser para emplazarnos de nuevo a la corriente de nuestra
tradición, porque en ella nos esperan, como en una caja de reso-
nancia, las voces de los muertos y la mejor inteligencia de lo que
dicen nuestros contemporáneos, para animarnos a la obra. Y en la
tradición es todo escuela, lo mismo el acierto que el error, el éxito
que el fracaso, porque ella ha creado en torno nuestro lo mismo
lo que tenemos y gozamos, que lo que no tenemos y habernos
menester.
RAMIRO DE MAEZTU
Hacía una España corporativa

VJI

LA EXPERIENCIA ITALIANA

C OMETEN un error grosero aquellos que consideran al fascis-


mo como régimen conservador. Nada más lejos de la rea-
lidad ni más disparatado en el orden ideológico. Jamás ad-
mitiría el fascismo que sus procedimientos autoritarios se justi-
ficasen por la suma de buenos servicios prestados a la colectivi-
dad nacional, criterio que acertadamente estima Fierre Gaxotte
(Jé suis partout, 22 octubre 1932) como el más grave engaño en que
suelen caer las dictaduras conservadoras, pues si de momento, al
sentirse libre de la pesadilla anárquica, el país todo lo aplaude y
sanciona, una vez alejado el peligro, la ingratitud prende en las cla-
ses más favorecidas, la autoridad se moteja como tiranía, el orden
recibe el calificativo de opresor, y cuanto más útil fué la dicta-
dura, más inútil y engorrosa parece, ya que menos problemas
deja por solucionar. El fascismo no siguió esta curva fatal, por
ser un movimiento esencialmente revolucionario, encaminado a
destruir el Estado liberal-democrático y sus aprovechadas clien-
telag, subsanando las injusticias flagrantes que bajo su amparo
se cometían.
Las dictaduras tienen dos fundamentales orígenes. Unas ve-
oes manan como reacción defensiva de los elementos privilegia-
dos de la sociedad para salvar sus intereses de riesgos gravísimos,
y estas dictaduras, que podríamos llamar silánicas en recuerdo a
la típica de Sila al finalizar de la Roma republicana, casi nunca
576 ACCIÓNESPAÑOLA

llegan al Imperio, es decir, a alcanzar la perdurabilidad, ni por


razón del régimen ni de las instituciones que ellas crearon. Ge-
neralmente, no aportan a la gobernación del Estado ningún ele-
mento social nuevo, imponiendo, cuando más, la remoción de in-
dividualidades, que se desgastan en una lucha ininterrumpida fren-
te al asedio de los grupos rivales y, en ocasiones, ante la hos-
tilidad insensata de sus mismos beneficiarios. Este tipo de dic-
tadura conservadora, cuyo designio consiste en proteger un siste-
ma político-social ya establecido, es el que admiten a veces los
hombres de tendencia liberal, si queda el régimen defendido de
posibles ataques y sus intereses personales son respetados. Fren-
te a él, se alza la dictadura que podríamos llamar cesárea, porque
su arquetipo es la de César. Apoyada en las clases más niime-
rosas del país, aspira a reformar totalmente el orden estableci-
do, para hacer entrar dentro del nuevo los extensos sectores que
le acompañan, aportando consigo, no sólo originalidad de proce-
dimientos e ideas, sino también fuerzas sociales identificadas con
ella. Estas dictaduras, cuya aparición anuncia el término de sis-
temas ya caducos, por significar la entrada en el escenario polí-
tico y social de grandes núcleos hasta entonces ajenos a las fun-
ciones directivas, entrañan una reforma substantiva del Estado
y de los conceptos jurídicos en vigor. Son dictaduras revolucio-
narias, creadoras y populares, que logran casi siempre la per-
durabilidad. Si no ellas por sí mismas, cuando menos su obra,
es definitiva y queda como canon de un período histórico más o
menos largo.
Desde las dictaduras que presidieron el establecimiento del
régimen liberal —su más alta expresión reside en la de Napo-
león I—, sólo las de Lenin y Mussolini presentan hasta ahora
marcados caracteres de cesarismo, pudiendo incluso sostenerse
que ambas realizan una misma idea, si bien adoptando modali-
dades del todo opuestas. Una y otra representan, en efecto, el ad-
venimiento de las clases productoras como factor preeminente en
la vida del Estado, y la subordinación de los intereses individua-
les a los colectivos ; mas Lenin fracasó, cuando quiso, interpre-
tando a Marx, realizar el comunismo puro y la doctrina del Es-
tado-providencia, que siguió patrocinando la III Internacional coino
artículo de exportación. Tuvo que rectificar, admitiendo con la
HACIA UNA ESPAÑA CORPORATIVA 577

nep (1921) una posibilidad de compromiso con los principios ca-


pitalistas y de multiplicidad de clases, sin las cuales ninguna
sociedad escapa al desastre. La crisis que lioy vuelve a flagelar
al Estado ruso, aparte los excesos de orden moral indignos de un
pueblo medianamente civilizado, obedece a la abolición de la nep
por Stalin, acordada en el XV Congreso de los Soviets (diciem-
bre 1927), a £n de contrarrestar la oposición de Trotsky. La dic-
tadura comunista, avin apoyándose en el terror, no podrá llegar
al establecimiento de un régimen que merezca el libre consenso
del pueblo ruso. Por representar la oposición cruenta de una mi-
noría dominadora, frente a los intereses espirituales y materia-
les de todo el i>aís, vivirá en perpetua lucha con sus mismos sub-
ditos, y como acampada sobre territorio enemigo.
El fascismo, en vez de sembrar la discordia, tuvo la virtud
de exaltar el sentimiento nacional y patriótico, hasta el punto
de convertirlo en la cúspide donde se unen y confunden los des-
tinos de todas las clases. Desde el principio se mostró decidido
a desmontar el orden social y político existente. En los orígenes
del fascismo, al lado de Mussolini, originario del campo socialis-
ta, hallamos a Corridoni, jefe de los grupos anarco-sindicalistas
del Norte de Italia. Estos dos homibres, se redimieron de los pre-
juicios marxistas y de la falacia niveladora, ante el sentimiento
del deber nacional. La gran fórmula de La Tour du Pin : servir,
es el camino escogido por los grandes temperamentos, para des-
cubrir en sí mismos las maravillosas perspectivas de una vida
nueva. Mussolini y Corridoni, hijos oscuros del pueblo; rebel-
des frente a las oligarquías ineptas que sumerjan a Italia bajo
un légamo de mediocridad ; enemigos de ese capitalismo sober-
bio cuya ley es el capricho personal y la tiranía de los humildes ;
opuestos a los prejuicios mezquinos de unas clases conservadoras,
corroídas por la vanidad y la envidia, dieron un alto ejemplo de
sacrificio abandonando los senderos de la revuelta callejera, en
desinteresado impulso hacia el magno camino de la defensa pa-
tria, que es también una nobilísima servidumbre, Corridoni mu-
rió en el campo del honor, pero Mussolini, aunque gravemente
herido, pudo recuperar la salud, plasmando con ella su destino
triunfal, en definitiva realización de incontables aciertos.
A fin de vigorizar el aletargado espíritu de su pueblo. Mus-
578 ACClÓNESPASOtA

solini y Corridoni crearon los fascios intervencionistas, con el in-


tento de que Italia participase en la guerra. La denominación
revolucionaria de fascio la escogieron por haber servido de bande-
ra a una revolución campesina, estallada en Sicilia durante el
año 1893. Con ello querían manifestar sus iniciadores, la carac-
terística esencialmente popular del movimiento, y esos fascics,
que en la guerra encontraron el término de sus aspiraciones,
reaparecieron terminada esta, con objeto de defender la victoria,
comprometida por las maquinaciones de los partidos políticos
y sus desorientados cabecillas. El fascio adquirió durante su mis-
ma iniciación, un acentuado matiz social y un sentido predomi-
nantemente heroico. Sobre las escisiones de las banderías y de
las clases, puso siempre el deber patrio, el servicio nacional y la
sumisión al interés colectivo. Nunca fueron las legiones de ca-
misas negras una guardia armada al servicio de los partidos de
orden y de los grupos patronales. Desde el primer haz que for-
Qiaron cuarenta patriotas reunidos en Milán (23 marzo 1919) bajo
la presidencia de Mussolini, se propusieron librar a la patria de
sus enemigos interiores, haciendo prevalecer en ella el espíritu de
justicia. El Duce lo expresó en aquella época con estas magis-
trales palabras : «Si la burguesía cree encontrar en nosotros su
pararrayos, se equivoca. Cumpliremos con nuestro deber de ir
al encuentro del trabajo y adiestrar a las clases obreras en las
funciones directivas, aún cuando no fuera más que para conven-
cerlas de la dificultad que presenta la gerencia de una industria
o comercio. Nuestro deseo es combatir sin descanso el retrogra-
dismo técnico y espiritual». Si durante el período anárquico por-
que atravesó Italia de 1919 a 1922 las milicias se hallaron a veces
al lado de los patronos, fué porque estos representaban el orden
y la conservación de la riqueza, ante las convulsiones epilépticas
de las masas obreras, alucinadas con el espejismo de un paraíso
rojo. Ya en marzo de 1919 dijo el Duce, dirigiéndose a los obre-
ros de Dalmina : «No sois los parias, los pobres, los desihereda-
dos de la vieja retórica socialista, sino productores, y como tales,
tenéis pleno derecho a tratar con los patronos de igual a igual».
En esta frase de la primera hora se halla el germen del Estado
corporativo que debía surgir como consecuencia del triunfo.
Una vez dueña de los destinos de Italia, la revolución fascis-
HACIA UNA ESPAÑA CORPORATIVA 579

ta subrayó su carácter social, y gracias a él pudo mantener la


colaboración ferviente y activa de los grandes núcleos obreros, que
hoy secundan su tarea de reconstruir la nacionalidad, capacitán-
dola para el imperio. Apenas afirmados los más indispensables
cimientos del nuevo orden social-económico, los grupos patronales
van a remolque de las circunstancias, apreciadas como adversas,
hasta que desvelado el espíritu patriótico y sometidos a sus exi-
gencias los inferiores intereses de la clase, participan también
en la empresa con entusiasmo y abnegación. Por otra parte, aún
antes de la marcha sobre Roma y la definitiva conquista del Po-
der (1922), los fascios reunieron en su seno elementos destacados
de las organizaciones patronales y obreras que ya habían supe-
rado los prejuicios y rivalidades de antaño, estimando como su-
premo beneficio, la paz pública y el bienestar general. Los dos
grandes elementos que introduce el fascismo como sillares del
nuevo Estado, son el heroísmo y la jerarquía; heroísmo como
fuente de renunciaciones personales en aras del engrandecimien-
to nacional; jerarquía, como ordenación de valores humanos, con-
forme a la importancia de la función que cada uno debe desem-
peñar en la colectividad. A la luz de estas dos ideas básicas, las
pugnas económicas adquieren un valor muy relativo. Si lo subs-
tancial es contribuir con la mayor suma de bienes posible a en-
riquecer el acervo patrio, cuanto implique su acrecentamiento y
consolidación, tiene incontestable primacía sobre los intereses in-
dividuales o de clase, y ello justifica la necesidad de ceder, unos
en su salario y otros en sus posibles beneficios, para coordinar
las fuerzas sociales del país al mejor servicio de la nación. Ade-
más, si el rango dentro del Estado no depende de la posición eco-
nómica, sino de la diferente calidad que reúnen las aportaciones
de los individuos, cuando en cumplimiento de su deber son lla-
mados para concurrir a la obra de engrandecimiento colectivo,
¿cuál es el valor de los viejos privilegios? Patronos, obreros, ri-
cos, pobres, todos pueden llegar a ser piezas fundamentales del
régimen, si su abnegación y valimiento les conduce a las cimas del
heroísmo. Una vez más, servir constituye la razón de ser para
individuos y corporaciones, y el grande —por su riqueza, por su
talento, por su poder— o el chico que se niega a la servidumbre
de la patria y aspira a erigirse en centro de gravedad de un mtttt-
580 ACCIÓN BSPAfiOLA

dillo imaginario, sabe que debe caer implacablemente humillado,


situándosele a extramuros de la vida civil.
El engrandecimiento nacional constituye el término anhelado
por esa sociedad de productores que es la Italia fascista ; pero la
idea de imperio significa máxima expresión de poder y nunca
logrará alcanzar el supremo despliegue de energías que tal meta
presupone, una sociedad de mendigos y menesterosos, surcada de
rivalidades intestinas y despedazada por el frío egoísmo de mi-
norías privilegiadas. Mussolini vio claro que el centro del pro-
blema nacional residía, una vez instruidas las facciones políticas,
en el fin de la lucha de clases, proclamando el término de la vio-
lencia para erigir como norma obligatoria el principio de la cola-
boración. Sobre esta realidad que no puede desdeñar ningún sis-
tema de gobierno ni caer en el descrédito y recibir como definitiva
sanción la total caducidad de su obra, se organizó el Estado fas-
cista. Sus cuatro instituciones cardinales son la Carta del Tra-
bajo, el sindicalismo nacional, la Magistratura del trabajo y las
corporaciones. Es necesario advertir que estas piezas-ejes de la
organización social italiana no aparecen en esta sucesión cronoló-
gica. Como todo movimiento realista, el fascismo desechó las cons-
trucciones apriorísticas, buenas para la teoría, mas del todo in-
adecuadas cuando hay que pasar de la doctrina a la acción. El
programa del fascio era como un inmenso boceto donde apuntaban
los motivos más relevantes de la obra futura. Hasta 1926, o sea
cuatro años después de conquistado el Poder, aceptó el sistema so-
cial antiguo, combatiendo las huelgas o «lock-out», como lo po-
dría hacer cualquier gobierno autoritario. En esa fecha, ya su-
primidos los partidos, y por tanto dominada la principal causa de
desorden, promulgó la famosa ley sobre organización sindical
corporativa complementada con el establecimiento de la Magis-
tratura del trabajo, y al siguiente año, en conmemoración de la
fiesta del natale di Roma (21 de abril), fué publicada la Carta del
Trabajo. No obstante, siguiendo el orden lógico, comenzaremos
por el estudio de este importantísimo documento.
José Bottai, en un luminoso artículo sobre el nuevo cartismo
'(Gerarchia, mayo 1927 ; Revista Social, Barcelona, vol. IV, nú-
mero 8), opone al cartismo constitucional el cartismo social. El
primero es un cartismo afortunado, cuyas tesis han obtenido du-
HACM UNA ESPAÑA CX>RPOKATIVA 581

rante un tiempo el reconocimiento oficial, sintetizándose en las


Constituciones revolucionarias, declaraciones de derechos y car-
tas otorgadas por regia prerrogativa. Junto a éste existió otro car-
tismo desgraciado, el carlismo social, que empieza durante y con-
tra el triunfo mismo de la revolución jacobina, con el programa
de Babeuf expresado en la «conjuration des egaux», y que viene
renovándose en todo el período sucesivo por medio del ocartismo»
de Owen, el «Manifiesto comunista» de Marx y Engels, el «Pro-
grama» de la I Internacional, el «Programa» de Amiens y des-
ciende, andando los años, hasta el capítulo XIII del Tratado de
Versalles y la Constitución de Weimar. Aparentemente, entre el
cartismo constitucional y el social media un abismo, porque aquél
se halla absorbido por las reivindicaciones políticas y dominado
por las atraciones de filósofos satisfechos, en tanto este último se
exalta con las más negras tintas de la protesta, sumergiéndose en
el materialismo representado como ley fatal de la historia, el des-
orden, la opresión y la lucha de clases. No obstante, siguiendo
el pensamiento de Bottai, entre tales tipos de cartismo existe
un vínculo y una irrefutable, aunque desconocida, identidad de
elementos, consistente en la fiel coincidencia de los puntos de par-
tida, que para ambos son afirmación del derecho del individuo
como momento fundamental de la convivencia humana y de la
organización política. La Carta italiana arranca en cambio de la
subordinación del derecho del individuo al interés general, la
igualdad de clases ante el Poder público, la supremacía de los
principios éticos en el orden económico y la confluencia de todos
estos motivos en el Estado, considerando que la síntesis estatal
verifica, según proclamaba Santo Tomás de Aquino, la unitas
que vocantur pax.
La Carta del Trabajo no es propiamente una norma legal, y
de acuerdo con otros comentaristas (Bottai, Esperienza Corpora-
tiva ; Antonio Aunós, Principios de Derecho Corporativo) debe-
mos clasificarla como exposición de principios, algunos de los
cuales han recibido ya sanción legislativa y otros esperan toda-
vía ser promulgados como leyes del reino. La dinámica fascista
repugnaba de encerrar las motivaciones profundas de su pensa-
miento en un Código del Trabajo que fuese mera refundición de
textos legales. Se trataba de proclamar ante el pueblo italiano y
5*2 ACCIÓN BSPAfiOtA

el mundo entero la voluntad constructiva y la razón de ser del


régimen, y por ello adquirió la Carta el valor de solemne expre-
sión de dicha voluntad, apareciendo como acto exclusivo del par-
tido. Iniciado el propósito en la orden del día que el 6 de enero
de 1927 adoptó el Gran Consejo Fascista, fué promulgada por éste
en abril del mismo ano, marcando estos trámites su verdadero ca-
rácter jurídico. Los principios esenciales de la Carta son los si-
guientes : igualdad de derechos entre las clases ; solidaridad de to-
dos los intereses humanos y económicos ante el interés supremo de
la patria ; subordinación de los individuos y las clases ante el
Estado; organización sindical reconocida como institución de de-
recho público, capacitada para dictar normas obligatorias dentro
de su jurisdicción ; responsabilidad de los individuos exigida por
el Sindicato, en cuanto concierne al cumplimiento de los contra-
tos colectivos o reglamentos de trabajo; responsabilidad de los
Sindicatos exigida por el Estado, si quebrantan sus deberes pro-
fesionales y patrióticos; conexión de los sindicatos patronales y
obreros en corporaciones que realizan la síntesis de las fuerzas
productoras ; intervención del Estado en las pugnas sociales (Ma-
gistratura del trabajo) y económicas (control de las industrias,
estímulo de iniciativas, etc.), declaración de derechos obreros e
instituciones de asistencia social. Muchos de estos extremos —^los
más importantes— hemos de desarrollarlos al estudiar la ley de
3 de abril de 1926 ; por ello, sólo nos interesa ahora hacer resaltar
que la Carta del Trabajo supera los clásicos conceptos de sala-
rte» vital, capacidad de pago de la industria y salario de relación,
fórmulas típicas de los regímenes democráticos^ porque asegura-
da la prioridad de los valores nacionales, queda establecida de-
finitivamente la íntima e indisoluble dependencia de las aspira-
ciones obreras con el estado real del país, afirmándose la más es-
tricta solidaridad entre las clases, no sólo durante las épocas
normales, mas también, y de modo preferente, al advenir las cri-
sis económicas.
Si la Carta del Trabajo puede ser considerada por Bottai como
acto fundamental del régimen, la ley de 3 de abril de 1926 y «1
Real decreto de 19 de julio del mismo año, sintetizan la política
social de la nueva Italia. Gino Arias (Gli sviluppi delVordina-
*nento corporativo) hace arrancar de la esencia misma del fascis-
HACIA UNA ESPAÑA CORPORATIVA 583

mo los principios establecidos por estas disposiciones, recordando


que en 24 de enero de 1922 un convenio cerrado en Bolonia en-
tre los Sindicatos fascistas, contenía ya los elementos substan-
ciales de ellos. La orientación jurídica y la disciplina social ex-
presadas en la ley de 3 de abril de 1926, con su característica de
elevar el Sindicato al rango de entidad de decho público, subordi-
nándolo a la sociedad y al Estado, no se explicaríau sin tener en
cuenta el sentido íntimo del fascismo que hemos tratado de com-
pendiar en la primera parte de este artículo, por el cual se levanta
como oposición irreductible frente a las ideas sustentadas por la
Revolución francesa, hasta el punto de considerar la misma pro-
piedad privada, ya no como derecho, sino como medio —el mejor
sin duda— para que el productor pueda cumplir su función so-
cial.
La organización corporativa italiana parte del sindicato profe-
sional de clase, existiendo, por tanto, en cada grupo, entidades
patronales y obreras, con separación de los trabajadores intelec-
tuales y manuales. El Estado sólo otorga a un Sindicato por cada
clase dentro de la misma jurisdicción el carácter de derecho pú-
blico, y por tanto la facultad de cerrar convenios colectivos obli-
gatorios. Para obtener esta categoría y gozar de tales preminen-
cias, los Sindicatos obreros deben agrupar por lo menos la déci-
ma parte de los que trabajan en su circunscripción y los patrona-
les reunir la misma proporción de obreros en las explotaciones que
dirigen sus miembros. Al propio tiempo se exigen garantías de
civismo, compendiadas en que los asociados observen buena ron-
ducta política y posean sólida fe nacional, precauciones justísi-
mas, dados los estragos que produce el contagio de elementos an-
tipatriotas, herencia maléfica del anterior régimen. Por lo que
respecta a las profesiones liberales, se declara (decreto de 1.° de
julio de 1926) que junto a los Colegios existirá un solo Sindicato
oficial a quien incumbe exclusivamente la representación y de-
fensa de cuantos las ejerzan en su territorio.
Una vez reconocidos por Real decreto, los Sindicatos poseen
las siguientes facultades : representar, dentro de la esfera de su
competencia, a quienes ejerzan arte, oficio o profesión, sean pa-
tronos u obreros, sindicados o n o ; regular las condiciones de tra-
bajo por medio de contratos colectivos con fuerza de obligar den-
584 ACCIÓN BSPAfíOI.A

tro de su ramo y jurisdicción; responder de la no ejecución de


estos contratos, a cuyo efecto sitúan en reserva el 3 por 100 de
los tributos sindicales ; recaudar de todos los productores de su
sector —estén o no inscritos en ellos— una cotización obligato-
ria, no superior para los patronos a la retribución que perciben
por una jornada los trabajadores empleados en sus establecimien-
tos, y para los obreros, limitada también como máximo por el
salario de un día ; determinar su competencia territorial y profe-
sional ; tener la exclusiva de representación en todos los organis-
mos o í cíales ; participar en las oficinas de colocación, seguros
sociales y obras de previsión o asistencia. El Estado, a cambio de
estas concesiones, fiscaliza e interviene la vida sindical para que
no desvíe hacia cauces de perturbación y violencia. En prim<?r
lugar, aprueba los estatutos de los Sindicatos, que pueden ser
modificados por decisión del Ministerio competente ; posee tam-
bién la facultad de ratificar los nombramientos de presidente y
secretario, incapacitándoles para ejercer sus funciones ; se reser-
va el derecho de disolver, cuando lo estime oportuno, las Juntas
directivas, sustituyéndolas interinamente por un presidente y ss-
cretario, e incluso en casos excepcionales puede anular los acuer-
dos de los Sindicatos y retirarles sus privilegios retrogradándolos
a su primitiva condición de asociaciones de hecho. Aunque los
órganos sindicales gozan de plena y absoluta libertad para fijar
su demarcación, se les divide en asociaciones de primer grado y
de grado superior. Las primeras adoptan límites territoriales dis-
tintos según los oficios a que pertenecen, variando desde el Sin-
dicato local al comarcal, provincial —predominante en la agricul-
tura— e incluso nacional. Las segundas, son agrupaciones inter-
sindicales, clasificadas en Federaciones —^uniones de Sindicatos
para distintos fines— y Confederaciones nacionales —unión de
Federaciones— distribuidas en seis ramas : industria, agricultu-
ra, comercio, transportes marítimos y aéreos, transportes terres-
tres, banca, habiéndose creado una séptima Confederación para
las profesiones liberales y artísticas. También en estos grados
superiores sólo una entidad adquiere carácter público, otorgán-
dole la ley poderes bastantes para dictar normas genéricas de
trabajo, cerrando contratos colectivos con fuerza obligatoria para
todas las entidades inferiores. Las Confederaciones pueden re-
HACIA UNA ESPAÑA CORPORATIVA 585

visar los convenios acordados por los Sindicatos locales, interpo-


nerse como conciliadores en los conflictos del trabajo e intervenir
en la gestión administrativa, técnica o comercial de las empresas
conforme a las directivas fijadas por la corporación.
La más trascendental actividad de los órganos sindicales se
manifiesta en el contrato colectivo, por el que establecen las con-
diciones de trabajo en cada ramo profesional. La ventaja del sis-
tema reside en la identidad de estas normas para todo un sector
de productores, siendo fruto de las negociaciones entabladas entre
los Sindicatos patronales y obreros de la misma profesión y gra-
do, mantenidos en un pie de absoluta igualdad. La ley fija como
requisitos del convenio su otorgamiento por escrito, la fijación de
plazo de vigencia, el establecimiento de normas de disciplina, sa-
lario, descanso semanal, vacaciones, despido y horario, no siendo
valedero más que a partir del momento en que el Estado autoriza
su publicación. Las sanciones por su incumplimiento, son, entre
otras, la multa de 100 a 5.000 liras e indemnización de daños y
perjuicios a la parte perjudicada y a la asociación que intervino
en la estipulación del contrato.
El Estado liberal, a fin de detener el creciente aumento de
huelgas y cierres, acudió, como remedio heroico, a la conciliación
y al arbitraje. Tímidamente, para no quebrantar demasiado sus
propias convicciones inhibicionistas, organizó la conciliación y ar-
bitraje voluntarios, simple ruego a la partes en pugna para que
parlamenten y designen un componedor si así lo estiman útil.
Lejos de reconocer en los conflictos sociales verdaderos atentados
contra el patrimonio nacional, estimaba que por discutirse en
ellos los intereses privativos de obreros y patronos sólo a los mis-
mos competía defenderse. La inmoralidad de contemplar estas
luchas como quien ve desde la grada un espectáculo circense,
no fué advertida hasta muy tarde, y obedeciendo a esta rectifica-
ción surgieron los sistemas de conciliación y arbitraje obligato-
rios, igualmente ineficaces por la irregularidad de sus interven-
ciones y el momento en que entraban en juego, agriado por la pa-
sión del inmediato o ya declarado conflicto. La ley italiana de 3
de abril de 1926 por otorgar a los productores una organización
adecuada y eficaz, elevando el trabajo a la categoría de deber na-
cional, superó esas normas anticuadas y estrechas. Su gran acier-
586 ACCIÓNBSPASOIA

to fué suprimir la huelga y el cierre, convirtiéndolos en delito que


sancionan duramente las leyes, pues si el Estado liberal-democrá-
tico, al dejar abandonados los grupos a su suerte, contraía el
deber de no arrebatarles arma alguna para su obligada protec-
ción, el Estado corporativo, desde el momento en que proporciona
a todos los adecuados medios de defensa, ha de salvar primordial-
mente el patrimonio colectivo, lesionado con las pugnas sociales,
quitándoles todo carácter de licitud.
Al objeto de garantizar sin sombra de duda los derechos de
obreros y patronos, la ley italiana de 1926 crea al lado de las or-
ganizaciones sindicales la Magistratura del Trabajo, tribunal que
después de intentar la conciliación debe resolver las cuestiones de-
batidas. No cabe concebir dicha Magistratura como sistema de ar-
bitraje, porque si el arbitro es elegido por las partes y su dicta-
men tiene marcado aspecto transaccional, aquélla es un órgano
del Estado que dicta sentencias con el mismo carácter y autoridad
que las de otro Tribunal cualquiera. Constituida por una sec-
ción especial de los Tribunales de apelación {Corti di apello),
completada por dos peritos en materias de trabajo y producción,
la Magistratura entiende obligatoriamente en todas las diferen-
cias de carácter colectivo suscitadas por los Sindicatos patronales
y obreros, pudiendo establecer nuevas normas de trabajo, tanto
en caso de no existir contrato colectivo como cuando éste se halla
en Aágor, Sólo tienen personalidad para instar y comparecer ante
ella los Sindicatos reconocidos, ostentando la representación de
los sectores a quienes afecta el litigio, medida explicable una vea
aceptado el sistema, no sólo por la especial estructura de dichos
Sindicatos, sino con objeto de evitar inútiles reclamaciones, para
lo cual se someten al cribado de las organizaciones profesionales.
Los intereses del Estado son patrocinados en esta jurisdicción
por el ministerio público, a quien compete instar cuando existan
causas de desavenencia y permanecen inactivos los Sindicatos
interesados. En cuanto a los conflictos individuales del trabajo,
son deferidos al Tribunal de derecho común, que puede ser asis-
tido por dos expertos con voz consultiva, uno escogido entre los
patronos y otro entre los obreros. Para intentar esta acción judi-
cial, es preciso que la asociación reconocida certifique que existe
violación de un derecho, pudiéndose recurrir en apelación ante
HACIA UNA BSFAÑA CXÍRPORATIVA 587

la Magistratura del Trabajo, cuando la suma litigiosa pasa de


2.000 liras.
Aürma Bottai que la ley de 3 de abril de 1926, cuando sólo
admite una asociación para cada categoría, como capaz de ejercer
las trascendentales atribuciones ya reseñadas, es que concibe al
sindicato en función de corporación, situándolo como elemento
básico del nuevo ordenamiento estatal. Sin embargo, aun rodea-
dos de tantas garantías y negada su pluralidad, los sindicatos
no podrían llegar a extirpar los gérmenes particularistas sin el
concurso de organismos superiores, habilitados especialmente para
hacer fluir una ininterrumpida sucesión de acuerdos y colabora-
ciones. Tales finalidades pretenden llenar las corporaciones crea-
das por la ley italiana. El decreto de 1." de julio de 1926 las
define como cuerpos mixtos que reúnen en su seno a los sindi-
catos patronales y obreros de un mismo oficio. Nacen por deci-
sión ministerial y se les confiere la calidad de órganos de la
administración pública, a fin de imponer más eficazmente la cola-
boración entre las clases. Así como el legislador italiano ha defi-
nido con meticulosidad la constitución y funciones de los Sindi-
catos, al tratar de la corporación se envuelve entre nebulosidades.
Tal vez sea ello fruto de las tendencias divergentes que brotaron
cuando se discutió este primordial extremo, o responde a la falta
de confianza que infundía el problemático arraigo de la nueva en-
tidad, pues en tanto las organizaciones sindicales existían pu-
jantes cuando la ley fué promulgada, las corporaciones debían
crearse con todas sus piezas. De otra parte, la institución de cor-
poraciones autónomas se oponía a la doctrina fascista del Estado
unitario, pudiéndose afirmar que los partidarios de los Sindicatos
triunfaron fundándose en estas razones sobre los que defendían un
sistema corporativo robusto y preeminente. Con todo, de las im-
precisas facultades que les reconocía la ley de 1926 y su Decreto-
reglamento —entre otras, dictar reglas obligatorias para todos
los sindicatos del ramo o ramos de su competencia; vigilar la
aplicación de las leyes sociales ; organizar Bolsas de trabajo, et-
cétera—, las corporaciones y, sobre todo, su Consejo Nacional,
pasaron a adquirir nueva fisonomía amplificando la zona de su
influencia. Hasta la ley de 20 de marzo de 1930, no existieron,
en efecto, más que sobre el papel e incluso las funciones antes
588 ACCIÓN ESPAÑOLA

mencionadas se desempeñaban por Comités intersindicales (patro-


nal-obreros) de carácter provincial o nacional que presidía un
representante del partido fascista, calcados en las entidades de
clase con igual jurisdicción. En virtud de dicha ley su órbita se
agranda considerablemente, pues continuando sin poseer existen-
cia propia e integrar las cinco secciones en que se divide el Con-
sejo Nacional de las Corporaciones —profesiones liberales y ar-
tes ; agricultura, comercio, transportes marítimos y aéreos ; in-
dustria y artesanado; transportes terrestres y fluviales ; banca—
se confieren a éste importantísimas funciones de orden ejecutivo
que le permiten dictar reglamentos en materia de asistencia, Con-
tratos de Trabajo y relaciones económicas entre productores. Esta
última potestad es de excepcional trascendencia, pues el Con-
sejo —de carácter patronal, obrero, gubernamental y técnico— a
instancia de los patronos puede establecer tarifas, reglamentar
los precios, enlazar distintas ramas de la producción, imponién-
doles normas de conjunto, trasladar, en fin, al plano de la econo-
mía, el régimen del Contrato colectivo. Más adelante habremos
de referirnos con mayor latitud a esta innovación de gran alcan-
ce, cuyos resultados han de ser decisivos para el futuro desenvol-
vimiento del régimen, pero manteniéndonos en el terreno social,
la acción corporativa, ni siquiera con las últimas reformas adquie-
re aún el debido relieve.
A través de esta síntesis, puede apreciarse la vasta obra reali-
zada por el fascismo en la esfera de las relaciones laborales. Sus
tres elementos constitutivos : sindicalismo soreliano, estatismo so-
cialista y tradicionalismo de La Tour du Pin, han sido ensam-
blados con originalidad genial. Es preciso, no obstante, situarse
en la realidad más estricta, si se quiere enjuiciar con relativo
acierto sobre el valor de estas construcciones novísimas. Por el
momento, sindicalismo y estatismo prevalecen en el movimiento
fascista con indiscutible relieve ; mas sería erróneo suponer que
compendian las definitivas orientaciones del régimen. Traiciona-
ría éste sus esenciales normas de vida, si por falta de agilidad
no lograse superar a tiempo los límites dentro de los cuales ha
evolucionado hasta hoy con acierto su política social. Si al decir
de sus jefes, fascismo significa dinamismo, sabrá hallar a su,
hora la fórmula capaz de conducirle desde la presente situación
HACIA UNA K&PAÑA CORPORATIVA 589

de hegemonía estatal y sindicalista al corporatismo puro, reali-


zando ese tradicionalismo de La Tour du Pin y otros grandes
espíritus creadores, quienes, anticipándose a su época, compren-
dieron que sólo un Estado descentralizado y respetuoso con las
libertades colectivas, puede secar definitivamente las impuras
fuentes de la democracia y el liberalismo. Hacen mal cuantos
en nombre de aquellas doctrinas combaten el intervencionismo
fascista, intervencionismo necesario e imprescindible todavía por
un período de tiempo indeterminado, pues sin él Italia hubiese
vuelto ya, y tal vez definitivamente, a la anarquía y a! caos.
Lo dijimos en el artículo anterior y lo repetimos ahora : sólo se
podrá pasar sin riesgo del liberalismo al corporatismo situando
entre ambos una etapa de intervencionismo estatal, tan dilatada
como lo requiera la extirpación de antagonismos perjudiciales e
ideologías nefandas. En esta transición se halla el fascio, y gra-
cias a su energía y perseverancia, podrá triunfar en el empeño de
abrir para el mundo una nueva era esencialmente constructiva
y ordenadora.

EDUARDO AUNOS
(Se continuará.)
Ast e r 1 s co s
«LA REBELIÓN DE LAS MASAS»

MlNERVALES

L A primera República francesa tuvo «filósofos» ; la segunda


República española tiene «intelectuales». Alguna vez el de-
seo de conocer a fondo a los filósofos de aquella república
gala espoleó nuestro ánimo con tal ímpetu, que dimos en buscar
y leer sus obras. ¡ Qué decepción! Ya sabíamos que, fuera de la
filosofía inglesa, de la «filosofía de las luces» (Anfklarum) y la
dí-l ¡iumlnismo de Weisliaupt, y fuera de los filósofos que con
estos materiales fueron formando el filosofismo francés del si-
glo XVIII, recogido en parte en la Enciclopedia de Diderot y
D'Alembert, cuya composición alentó Federico de Prusia desde
su palacio de Postdam y cuya publicación protegió la Pompadour
desde el palacio real de París, no habíamos de hallar filosofía ni
filósofos en el período de incubación de la Revolución francesa.
Pero aun estos filósofos, ¡cuan merecedores los hallamos de aque-
llas increpaciones de Voltaire, entre las cuales no son las más du-
ras las de su carta a D'Alembert, fecha 23 de junio de 1760 :
«Quisiera yo ver, en medio de este diluvio de epigramas y sarcas-
mos, alguna obra seria, de algún interés, en la que los filósofos
quedaran plenamente justificados.»
No es mucho que, triunfante aquella República, no hallemos a
su lado sino lo que halla Cretineau-Joly, cuya crítica puede resu-
ASTERISCOS 591

mirse en estas palabras suyas : «...Dugazon, Trial, Rousin, Gram-


mont, Collot d'Herbois, Mouvel y otros mil comediantes, que
en el oficio de histrión aprendieron a ser facciosos, fueron los co-
ribantes de aquellas bacanales impías... Saint-Just, Robespierre,
Carnot y Barére, hílvanadores de versitos de tertulia, filántropos
de academia, se complacieron en atravesar en barquilla adornada
con cintas y rosas, el río de sangre que hacían correr». Comedian-
tes y retóricos de menor cuantía; cuando más, algún calavera
tribuno con aspiraciones espartanas, atenienses, romanas, mal en-
tendidas, eran los filósofos al servicio de la primera República
francesa.
Parecido deseo nos impele ahora a buscar las obras de los in-
telectuales de la segunda República española, especialmente des-
pués de las tareas del Comité de Letras y Arte de la Sociedad de
Naciones en el auditorium de la Residencia de estudiantes de la
Institución Libre de Enseñanza. Plegué al cielo que no nos es-
pere la decepción, agazapada entre los pliegues y repliegues del
estruendo de su celebridad.

11
CLÁSICO, NO

La primera obra que se nos viene a las manos se titula «La


rebelión de las masas», cuyo autor, D, José Ortega Gasset, goza
entre los intelectuales fama de filósofo. Goza o gozaba ; ya pare-
ce que los intelectuales le han recetado la cicuta.
Algún crítico, encomiando la pureza de lenguaje del señor
Ortega, le reputa clásico. Este elogio nos obliga a meternos donde
uo pensábamos : en la literatura del Sr. Ortega. No a caza de im-
purezas de lenguaje con el mazo del rigorismo gramatical, sino
para que se vea la hipérbole del elogio que le llama clásico, cosa
tan ajena de la profesión de intelectuales. Sin pasar de la portada
del libro, ¿ es creíble que el rótulo «La rebelión de las masas» lo
hubiera escrito un clásico? Masas, en esa acepción, en plural,
nunca. Escríbalo en hora buena el Sr. Ortega y Gasset; no peca-
mos de rigoristas ; pero de eso a lo clásico, va lo que va del bára-
tro al Elíseo.
592 ACCIÓNBSFAÑOLA

El P. Juan Mir y Noguera, en su «Prontuario de Hispanismo


y Barbarismo», después de citar pasajes de Aguado, Bavia, León,
Solís, Solórzano, Acosta, Gabriel, Vega, Cabrera, Huélamo y
otros clásicos desconocidos de nuestros intelectuales (en cuyas obras
apenas se verá una cita del clásico español en medio de las cater-
vas de citas de autores extranjeros, casi todas dignas de
la sátira de Cervantes), dice: «Del estilo clásico podemos
concluir que la voz masa, en sentido figurado, es junta y con-
currencia de cosas». Así decían masa de ejército, masa de mise-
rias, masa de prebendas ; por el mismo caso sería lícito decir
masa de empleos, masa de bienes, masa de hombres, masa de
pueblo, masa de menestrales, e t c . . ; pero el plural masas nunca
se usó absolutamente en significación de pueblo, como ahora se
usa, cuanto menos masas populares en vez de plebe, vulgo, pú-
blico, publicidad, turbamulta, masa del pueblo, el común de las
gentes ; pues bastó siempre masa en singular. Por esta causa es-
tán faltas de corrección como galicismos, pues afrancesadas son,
las locuciones, conmover las masas, dirigir las masas, hablar a
las masas, corromper las masas y otras tales que darían que reír
a los antiguos. «Entre esas otras tales está «La rebelión de las
masas».

* * *

Suele responderse a estos reparos —que no haríamos sin la


impertinencia de aquel elogio— con rasgamiento de vestiduras ;
pero ¿iha de estar el idioma condenado a estancamiento e inmo-
vilidad, como agua muerta de pantano, donde toda corrupción
pueda alojarse? ¿No progresa? No tenemos por agua muerta el
idioma, sino por agua viva ; se mueve y debe progresar a su per-
fección. Por eso cuando una palabra tiene toda la perfección que
le incumbe, no la modifica el sabio, que sabe que toda modifica-
ción la deteriora. Pretenderá modificarla el ignorante ; pero este
abuso hallará oposición en la prudencia del sabio, encargado de
defender el recto uso para evitar que en vez de progreso haya re-
troceso, y en vez de salud, corrupción. La palabra masa, en la
acepción dicha y en singular, tiene toda la perfección filosófica
que le corresponde. El Sr. Ortega la refiere a la sociedad ; la so-
ASTBRISCOS 593

ciedad es una; no hay más que una masa social. La refiere al


género humano; el género humano es uno; no hay más que una
masa humana. En uno y otro caso la masa es singular; lleva en
la cosa significada suficiente pluralidad, y de tal índole que pug-
na filosóficamente con la pluralidad de la voz.
Suele también apelarse a la comparación horaciana del idio-
ma con el árbol; el árbol renueva sus hojas y el idioma sus pala-
bras. Cierto; pero ni el idioma ni el árbol se renuevan al antojo
de cada hijo de vecino, ni esto puede servir de pretexto para que
cada uno hable como le plazca.
Finalmente, podrá redargüirse que si los clásicos nunca die-
ron plural a la voz masa, en la acepción dicha, hoy se la dieran,
ya que la novedad de este plural corresponde a la novedad de cier-
tos conceptos sociológicos y políticos desconocidos de los clásicos.
No sirve el efugio. El Sr. Ortega, como acabamos de indicar, y
puede verse y veremos en su obra, se refiere a la sociedad y al
linaje humano, conceptos sobrado conocidos de los clásicos.
Pero a nuestro propósito basta la verdad de que los clásicos
no hubieran dicho nunca «La rebelión de las masas». Hacemos
la vista gorda sobre locuciones como ésta : «Vivimos bajo el bru-
tal imperio de las masas. Perfectamente». Que es como si dijé-
ramos : «Con que ¿agonizando, eh? Sí, perfectamente». Los clá-
sicos sabían que ese perfectamente no pega con cosas que impiden
la perfección deseable. O como cita : «A através (los clásicos dicen
al través) de esta frase (para los clásicos la frase es algo más
que pensamiento o dicho), vi que el estilo de las masas...» (Un
clásico entendería que el Sr. Ortega vio oblicuamente, al sesgo.
Dejamos aquello de «extrañarse», que será desterrarse uno a sí
mismo; «sorprenderse», que será sobrecogerse uno a sí mismo,
tomarse uno a sí mismo de sorpresa; los niveles que suben y ba-
jan sin que nadie los mueva; el «encontrar» por «hallar»... y
otros infinitos gazapatones de que está plagado el texto y que los
clásicos ni hubieran usado ni entenderían. Clásico, no.
No se infiera de aquí que, a nuestro juicio, sea el Sr. Ortega
el que peor escriba entre los suyos. Escribe como la mayor parte
3e los intelectuales ; a veces ¡ ya quisiera emparejársele la masa
intelectual!
594 ACCIÓNESPASOI,A

III
A L GRANO

Pero lo que buscamos en las obras del Sr. Ortega no es


la literatura, sino la filosofía. Mala mano hemos tenido al empe-
zar la lectura de este filósofo por «La rebelión de las masas»,
donde no hallamos arriba de unas onzas de filosofía progresista,
ya resobada por los maestros de la pasada centuria y por todos
los discípulos de la presente. Sin duda, la filosofía del Sr. Ortega
y Gasset habrá de buscarse en otras obras de su ingenio.
Hallamos, sí, entre varias cosas bonitas, como de buhonería
retórica, cuya agudeza no hemos de negar; entre discreteos que,
a semejanza de las llamadas paradojas de Unamuno, se empinan
para parecer algo así como paradigmas de Pitágoras, pero se que-
dan en juegos infantiles de vocablos, ciertas afirmaciones que
solicitan nuestra atención, sino que no sabemos cómo calificarlas
filosóficamente. Muchas parece que el autor las da por axiomas
o postulados, o definiciones, sin ser definiciones, ni postulados, ni
axiomas ; otras tienen aspecto de teoremas, pero carecen de de-
mostración ; otras, de problemas, pero sin soluciones. Al fin, ve-
nimos en llamarlas atesis», tomada esta palabra en el sentido de
conclusiones, cuyas pruebas no se alegan, pero se suponen guar-
dadas en la doctrina general de la escuela para mejor ocasión. So-
bre éstas, pues, que llamaremos tesis, van algunos asteriscos,
que hemos ido poniendo al leer aLa rebelión de las masas».

* * *

Tiene el Sr. Ortega la creencia de que «la división más radi-


cal que cabe hacer en la humanidad» (pág. 15), es la división en
minoría de intelectuales y masas o vulgo ignaro. Tan arraigada
está en él la creencia, que en la página 12 nos ofrece la siguiente
afirmación, principio fontal de todo el discurso de esta obra, o
mucho nos engañamos : tLa sociedad es siembre una unidad dt'
námica de dos factores : minarlas y masas*. Ya se entiende, mi-
norías intelectuales cualificadas, y masas que no emergen del
ASTESISCDS 595

piélago de la cantidad por el cable de la cualificación. ¿Es esto


una definición de la sociedad ? La afirmación del Sr. Ortega tiene
todo el énfasis de una definición; pero la verdad es que no hay
tal definición de la sociedad. La sociedad no es nunca una unidad
dinámica de dos factores : minorías y masas, minorías intelectuales
y masas o vulgo ignaro.
Prescindamos del término unidad dinámica, que aquí se aplica
a la sociedad ya constituida, y es, por consiguiente, la unidad que
corresponde a todo ser constituido. Unidad dinámica es el sol, es
el vegetal, es el animal, es el hombre. Nadie mete en la definición
de ninguno de estos seres la unidad dinámica. Es término tras-
cendental ; no ignora el Sr. Ortega que en las definiciones entra
lo universal, pero no lo trascendental. Así, cuando definimos al
hombre «animal racional», nos servimos del universal genérico
(animal) y del universal diferencial específico (racional). No nos
sirve para nada la unidad dinámica, ni ningún término trascen-
dental, porque, como el término trascendental conviene a todos los
seres, no define a ninguno.
Prescindamos de la falta de género próximo y de última di-
ferencia en la definición del Sr. Ortega, que no es leve falta ni es
poco prescindir, ya que la suprema ley de las definiciones, como
dice de perlas Paul Jaunet en su Logique, es la ley del género y la
diferencia. Prescindamos de otros extremos que aburrirían la aten-
ción del lector, aunque no fuere extraño a estas materias. Con-
tentémonos con una observación sencillísima.
Lo menos que se le puede pedir a una definición es que nos dé
la esencia de la cosa de que es definición. Pues en esta definición
de la sociedad, del Sr. Ortega, no se nos da la esencia de la socie-
dad. Ni vislumbre para barruntarla.
Sabe el Sr. Ortega y Gasset que es de la esencia de un ser todo
aquello sin lo cual no puede concebirse tal ser. Por ejemplo : la ani-
malidad y la racionalidad son de la esencia del hombre, porque no se
puede concebir el hombre sin animalidad o sin racionalidad. Por
el contrario, no es de la esencia de un ser nada de aquello sin lo
cual puede concebirse tal ser. Por ejemplo : ser calvo o tener me-
lena ; ser culto o inculto no es de la esencia del hombre, pues
podemos concebirlo calvo o con melena, culto o inculto. No nos
negará el Sr. Ortega que nosotros podemos concebir una sociedad
596 ACCIÓN 8SPAÑOLA

cuyos individuos sean todos salvajes, o todos bárbaros, o todos cul-


tos, sin esas minorías y mayorías que él dice, sino con totalidad
salvaje o con totalidad bárbara, o con totalidad culta. Luego esas mi-
norías intelectuales y esas masas, no son de la esencia de la so-
ciedad. Luego la definición de la sociedad del Sr. Ortega no nos
da la esencia de la sociedad. Luego la definición de la sociedad
del Sr. Ortega no es definición de la sociedad.
La definición de la sociedad es otra cosa. La sociedad no pue-
de concebirse sin una muchedumbre humana unida moralmente
en mutuo auxilio para un fin común... Esa es la esencia de !a
sociedad ; ahí está su definición. Ahí el género próximo y el ele-
mento material : muchedumbre humana. Ahí la diferencia espe-
cífica y el elemento formal : unida moralmente en mutuo auxilio
para un fin común. Ahí los dos factores de la sociedad. Nada
de esto hay en la definición del Sr. Ortega.
No negamos que en las sociedades civiles que nos rodean son
de hecho más los incultos que los cultos ; no negamos que, como
tales minorías y mayorías, influyan en el estado de cultura y civi-
lización de la sociedad ; lo que negamos rotundamente es que ta-
les minorías y mayorías sean los dos factores necesarios de la
sociedad, los componentes de la esencia de la sociedad, como afir-
ma y no prueba el Sr. Ortega.

IV
LAS MASAS

Pero a todo esto, ¿qué son las masas? Algo horrible. Tan ho-
rrible, que el Sr. Ortega intenta definirlas hasta media docena de
veces, y otras tantas se le malogra el intento. Esas masas son
«lo mostrenco social» (página 12). El autor comprende que esta
definición no llega y dispara otra. Masa es todo aquel que ha co-
metido el delito horrendo de «no valorarse a sí mismo —ni en bien
ni en mal— por razones especiales, sino que se siente como todo
el mundo, y, sin embargo, no se angustia, se siente a su sabor
al sentirse idéntico a los demás» (pág. 14). Como ve el lector, la
cosa no se aclara. Necesitan más explicaciones las explicaciones
de la definición que la definición. En fin : «las masas, por defi-
ASTERISCOS 597

nición, no deben ni pueden dirigir su propia existencia, y menos


regentar a los demás» (págs. 7 y 8).
No nos maravilla que el autor no acierte a definir esas masas.
Nosotros, desde el comienzo, le hubiéramos invitado a no fatigarse
buscando su definición. Esa masa es del todo informe, incualifi-
cada, meramente cuantitativa. Es «lo mostrenco social» en que se
ha convertido a la mayor parte del género humano desprovista,
no ya de persona, de toda forma. No desconoce el Sr. Ortega y Gas-
set la materia prima de los escolásticos, sin forma ninguna ; «hyle»,
caos, confusión. Naturalmente ; como las cosas se definen por su
forma y la materia prima no tiene forma, la materia prima no
puede definirse por sí misma. Pues esto le pasa a esas masas ;
que, tales como las pinta el Sr. Ortega, no sólo son informes, sino
que parecen inferiores a la materia prima de los escolásticos. Por
eso no las definiría el propio Aristóteles, especialista en defini-
ciones, si para sólo ello resucitara.
Entendemos la franca confesión que hace de aristócrata en el
orden intelectual, el Sr. Ortega. Lo que no entendemos es cómo
sabiendo que esas masas, «que ni deben ni pueden dirigir su pro-
pia existencia, y menos regentar a los demás», son la mayoría, sea
el Sr. Ortega demócrata de esas democracias que proclaman que
la mayoría — esas masas cabalmente — han de regirse a sí mis-
mas y nos han de regir a todos, y han de definir la verdad jurí-
"dica, la verdad moral, la verdad religiosa, el derecho, en fin, por
el cual no sólo ellas, sino todos, hemos de ser regidos. No lo
entendemos. Nos consuela la sospecha de que tampoco lo entienda
el Sr. Ortega. ¡ Pobres masas! Ya veremos que, aquí donde se
les acusa de rebelión, no hacen más sino ejercer los derechos que
en los códigos fundamentales de los Estados modernos les atri-
buyen las democracias modernas, que, por cierto, ni son demo-
cracias ni son modernas, como iremos viendo. Ya probaremos
que en todo esto no hay más rebelión que la de los intelectuales
contra las consecuencias de unos principios que ellos siguen de-
fendiendo con tesón digno de mejor empresa.
5*8 ACCIÓN BSPASOLA

V
L o s INTELECTUALES

Es en la descripción de los intelectuales donde se rinde, al


peso de la inspiración, la gubia del artista. ¿Qué son los inte-
lectuales ? Aquí habla el Sr. Ortega de la abundancia del co-
razón :
«Sorprenderse — dice en la página 10 —, sorprenderse, extra-
ñarse, es comenzar a entender. Es el deporte y el lujo específico
del intelectual. Por eso su gesto gremial consiste en mirar el
mundo con los ojos dilatados por la extrañeza. Todo el mundo
es extraño y maravilloso para unas pupilas bien abiertas. Esto,
maravillarse, es la delicia vedada al futbolista, y que, en cambio,
lleva al intelectual por el mundo en perpetua embriaguez de vi-
sionario. Su atributo son los ojos en pasmo. Por eso los antiguos
dieron a Minerva la lechuza, el pájaro con los ojos siempre des-
lumhrados.» (Toléresenos una indicación : no fué por lo del pasmo
por lo que dieron los antiguos la lechuza a Minerva, ni por lle-
varlos siempre abiertos y deslumhrados, sino porque entendían
que brillaban en las tinieblas y en las tinieblas veían.)
Sentimos en el alma ver vedadas a los futbolistas las delicias
de maravillarse y, por consiguiente, las delicias de la intelec-
tualidad. Algo habrán hecho. Bien se ve que los intelectuales
no son hombres como nosotros; pero, lejos de la admiración de-
bida a seres tan superiores, no obstante nuestra buena voluntad,
ni siquiera nos producen la impresión de hombres juiciosos, dis-
cretos, tratables. Eso de los ojos siempre en pasmo, siempre
dilatados por la extrañeza, es de locos o de isidros. Si se enteran
las nodrizas darán en asustar a los párvulos, amenazándoles con
la venida de un intelectual. ¿Y de qué les sirven a los intelec-
tuales los ojos de lechuza, si han de ir por el mundo en perpetua
embriaguez de visionarios, tropezando y cayendo en cuanto in-
tentan definir lo más sencillo? Es posible que el lector, viendo
esto, se acuerde como nosotros de la sátira famosa del P. Isla :
«Júpiter, ¿para cuándo son tus rayos?—Si esto es ser cultos,
más vale ser payos.» Si esto es ser intelectual, preferimos a los
KSrSSXBQOS 59Q

futbolistas; preferimos a las masas; preferimos a ese vulgo,


que «no se angustia al sentirse idéntico a los demás», y ello no
obstante, en sus agudezas, en sus frases y giros de lenguaje, en
su sal, en sus cantares, en sus tradiciones, en sus observaciones
de la naturaleza, en sus costumbres, en su psicología, y en tantas
y tantas preseas de su natural tesoro inculto, pusieron las tur-
binas de su habilidad los cultos y asombraron al mundo en obras
literarias, artísticas y científicas, fingiendo a veces como propia
la originalidad hurtada del vulgo. Ello sin contar con su positiva
cooperación al progreso de la agricultura, de la industria y del
comercio, aun siendo incapaces de pergeñar articulitos de perió-
dicos y discursitos de Ateneo, que es toda la gracia de la mayor
parte de los que se ufanan de intelectuales.
Con que ya sabemos lo que son los intelectuales. Perdón,
hemos querido decir que ya sabemos que no sabemos ni lo que
son masas, ni lo que son intelectuales, ni lo que es sociedad,
aunque la sociedad, los intelectuales y las masas son cabalmente
los tres puntos de todo el plano de la obra que leemos.

VI
AN TI , . .

Pasamos del atrio. Sin poderlo remediar se nos va la atención


hacia una de las tesis más pintorescas de la obra : «Hay — dice
en la página 154 el Sr. Ortega — una cronología vital inexora-
ble. El liberalismo es en ella posterior al antiliberalismo, o, lo
que es lo mismo, es más vida que éste, como el cañón es más
arma que la lanza.»
Nótese bien : el antiliberalismo es anterior al liberalismo; el
liberalismo es posterior al antiliberalismo. Y, en razón de esta
posterioridad, el liberalismo es más vida que el antiliberalismo,
como el cañón es más arma que la lanza. O, lo que es igual :
en la cronología de la vida lo posterior es mejor, es más vida,
que lo anterior.
Muy de agradecer es este descubrimiento. Así, la muerte es
más vida que la vida, porque es posterior a la vida. Si el señor
Ortega excluye la muerte de esa cronología de la vida, nos aten-
600 ACCIÓN ESPAÑOLA

dremos a ella estrictamente. En la cronología vital fisiológica es


posterior la ancianidad a la virilidad ; luego la ancianidad es más
vida fisiológica que la virilidad. En la cronología de la vida
moral de un hombre hallamos una virilidad viciosa después de
una juventud virtuosa ; luego aquella virilidad viciosa es más
vida moral que esta juventud virtuosa. En la cronología vital
de los pueblos se nos ofrecen las naciones en apogea 3' después
en decadencia ; luego la decadencia es más vida que el apogeo...
Se darán casos curiosos en la cronología vital del pensamiento
humano. Einstein defiende el espacio cerrado, finito; Newton
defendió el espacio infinito. Al Sr. Ortega le bastará saber que
Einstein es posterior a Newton para convencerse de que el es-
pacio es finito. Pero, como Newton defendió el espacio infinito
después que los escolásticos defendieran el espacio finito, es claro
que en tiempos de Newton el espacio era infinito. Esto de poner
la verdad y lo mejor en la posterioridad es un tejer y destejer,
y un enredo que sólo se arregla imitando a aquel que no se vestía
en espera de la última moda. Con razón el vulgo ignaro subraya
con maliciosa sonrisa esto de ser del último que llega. No ; no
siempre es mejor lo posterior ; lo mejor es lo que perfecciona.
ÍY es frecuente ir de mal en peor, como dicen las masas, rectifi-
cando a los intelectuales.

* « *

Pasa el autor a explicar su tesis oscureciéndola con un ejem-


plo : «Al primer pronto (dice) una actitud anti-algo parece pos-
terior a este algo, puesto que significa una acción contra él y
supone su previa existencia. Pero la innovación que el anti re-
presenta se desvanece en vacío ademán negador y deja sólo como
contenido una antigualla. El que se declara anti-Pedro no hace,
traduciendo su actitud a lenguaje positivo, más que declararse
partidario de un mundo donde Pedro no exista. Pero esto es pre-
cisamente lo que acontecía al mundo cuando aún no había nacido
Pedro. El antipedrista, en vez de colocarse después de Pedro,
se coloca antes y retrotrae toda la película a la situación pasada,
al cabo de la cual está inexorablemente la reaparición de Pedro.»
Sensible es qtie el autor padezca confusiones tan dtplorables
ASTERISCOS 601

sobre cosas tan sencillas, sin duda por llevar los ojos en pasmo
cuando no es menester.
La palabra antes suele tener la forma anti cuando entra en
composición. Antes y anti son una sola palabra con dos formas.
Tal vez en esta identidad está la culpa de toda esta marimorena
del párrafo copiado. Antes (preposición y adverbio) significa tres
clases de oposición. Primera : oposición entre dos cosas con re-
lación al tiempo : antediluviano o antidiluviano, en significación
de anterior al diluvio; antecesor, anticipante. S»:gunda : oposi-
ción de cosas con relación al lugar: antecámara, antico, antifaz.
Tercera : oposición entre dos cosas que se suponen simultáneas,
porque la oposición es entre ellas directamente, imnediatamente,
cara a cara, frente a frente, delante la una de la otra. Este es
cabalmente el anti de que nos habla el Sr. Ortega. Este es el
anti de la palabra antítesis, que significa una tesis contraria
a otra tesis que se tiene delante, de modo que ambas tesis se
oponen entre sí, como se opone un ejército a otro ejército, el uno
en presencia del otro.
El Sr. Ortega confunde las dos primeras oposiciones del anti
con esta tercera, y en su ejemplo del antiPedro ve en Pedro
una fecha y un lugar y no la mera idea opuesta a otra idea, con
oposición directa e inmediata, sin estorbos de tiempo ni de es-
pacio.
La explicación que da empeora la confusión. El antipedrista
de su ejemplo quiere existir en un mundo donde no exista Pedro.
Luego se coloca, dice el autor, en el mundo anterior a Pedro,
en el mundo en que Pedro no existía. Imaginemos que este Pedro
del ejemplo del Sr. Ortega es el inventor de los tranvías de muías
sobre rieles. No eran ciertamente antipedristas los anteriores a
Pedro, que no conocían los coches sobre rieles y con tracción de
sangre, sino los ómnibus anteriores. Pero después de Pedro vino
el inventor de los tranvías eléctricos ; un antipedrista. Imagine-
mos que es el antipedrista del ejemplo. Este antipedrista, según
el autor, por ser antipedrista quiere vivir en un mundo donde
Pedro no existe. ¿Luego quiere retrotraer la película y colocarse
unos años antes de que Pedro existiera ? Al contrario; en vez
de retrotraer la película quiere adelantarla, y se coloca en un
mundo donde Pedro no existirá. Como ve el Sr. Ortega, o el
602 ACQIÓV SSPAÑOLA

ejemplo no sirve o no sirve la teoría. Nosotros creemos que no


sirve ni lo uno ni lo otro.
Probemos, en fin, por los absurdos. Decíamos que el anti,
en la acepción en que aquí la usamos, significa oposición de cosas
entre s í ; oposición de ideas. Sea A una idea, y sea B otra. Siendo
opuestas entre sí, cada una es anti de la otra. A es anti de B
y B es anti de A. De modo que anti-A es igual a B, y anti-B es
igual a A. Como, según la teoría del Sr. Ortega, el anti es pri-
mero, es claro que anti-A (que es B) es primero que A ; y anti-B
(que es A) es primero que B. Lo cual quiere decir que A es antes
que B, pero B es antes que A. No es esto lo peor, sino que A es
antes y después que A, y B es antes y después que B ; cada una
anterior y posterior a ella misma.
Aplicación. Habla el Sr. Ortega de antiliberalismo ; vamos a
llamarle catolicismo al antiliberalismo, puesto que, efectivamen-
te, el catolicismo condena el liberalismo. Tenemos aquí iguales
antiliberalismo y catolicismo. Pero como, a su vez, el liberalismo
es anticatólico, vamos a llamarle lo que realmente es : anticato-
licismo. Siendo el anti primero, el antiliberalismo, aquí catoli-
cismo, es primero que el liberalismo, y puede ufanarse el señor
Ortega de tener por mejor al liberalismo por ser posterior al
catolicismo. Pero, por la misma razón, el anticatolicismo, aquí
liberalismo, es antes que el catolicismo. Y ahora nos toca a nos-
otros ufanarnos de ver más perfecto el catolicismo que el libera-
lismo, por ser posterior. Hasta aquí hay para todos los gustos.
Pero ¿y si viene un tercero y nos dice que, según esto, el cato-
licismo es anterior y posterior a sí mismo, y que al liberalismo
le pasa otro tanto?
Tendremos entonces que preguntarle al Sr. Ortega y Gasset
en qué quedamos.
JAVIKR REINA
Dos temporadas en España

(CONTINUACIÓN)

ORRESPONDÍA principalmente el honor a la Reina Regente,


C merecedora de toda admiración. Muy instruida, hablaba
cinco o seis lenguas, estaba al corriente de cuanto se hacía,
se decía, o se escribía en Europa, y estaba dotada de una inte-
ligencia viva, de una razón firme, de un tacto exquisito; la más
femenina de las mujeres, la más madre de las madres se acredi-
taba, además, como un gran hombre de Estado... En cuanto a
la sesión de la víspera, el señor Moret participaba de la opinión
común. El discurso de Cánovas, a diferencia del pronunciado el
viernes, tan macizo y potente, había sido impreciso, desordenado
y, sobre todo al principio, muy poco claro. Cánovas vacilaba,
tartamiideaba, parecía no saber bien a lo que iba a contestar. Sa-
gasta, por su parte, estaba enervado, malhumorado, pero esto
era habitual en él... Cambiamos de tema. ¿Los periódicos? No
había ninguno bueno. (Este juicio, un poco sumario, no era injusto :
todos, amigos y enemigos, estaban de acuerdo para caer sobre el
Ministro ; y es posible que desde un punto de vista profesional
no fuera injusto decir que aquella prensa no pasaba de mediocre.)
Los despachos tellegráficos que esta hoja —y el señor Sagasta
mostraba una—, dice recibidos de Francia, están elaborados, eu
su mayor parte, en Madrid. El corresponsal en París envía cua-
tro líneas ; en la redacción se transforman en cuarenta (el caso
ni era, ni es, único) que luego se sirven al público con la salsa
adecuada. De ahí venían no pocas inexactitudes, errores y aún
invenciones. Como prueba podía servir cierta anécdota escanda-
60* ACCIÓN BSPAÑOLA

losa sobre el dictador búlgaro Stambouloff, sorprendido, según


se decía, y apaleado por el ministro de la Guerra en el ejercicio
de funciones totalmente ajenas a su jurisdicción. La Época, aun-
que fiel a la antigua moda, era, entre todo, lo mejor ; el liberal
Moret rendía lealmente este homenaje al órgano conservador...
Además, hay, en realidad, cosas que son exclusivamente cosas
de España. Sería una equivocación —y además sería imposible—
tratar de juzgarlas con el mismo criterio que las de otras partes.
Las circunstancias —la geografía, primero, la historia, luego—
han hecho que España esté como replegada, como encerrada en sí
misma, y que desde hace casi un siglo, haya vivido al margen de
los grandes movimientos europeos. Poco a poco España se ha des-
interesado de Europa. Es raro encontrar algún español que hable
una lengua extranjera. —«Yo, dice bromeando el señor Moret,
paso por un fenómeno. Sé francés y alemán, lo que me hace sos-
pechoso de uno y de otro lado ; y como he vivido en Inglaterra,
falta poco para que me acusen de ser inglesa. Se ve asomar aquí
ya el argumento del que muy pronto se había de usar, y aún abu-
sar, contra Cánovas, y que él rechazaba diciendo : «España es
demasiado gran señora para que yo la lleve a sentarse en el últi-
mo extremo de la mesa en el Consejo de las Naciones». Falta
saber si no ha sido precisamente gracias a este aislamiento, gra-
cias a que, en cierto modo, la política exterior no ha existido para
ella, por lo que España en los últimos años, ha podido realizar
en el interior, progresos que con el tiempo van reconstituyendo
sus fuerzas. De haberse mezclado en el torbellino de los asuntos
europeos muy probablemente hubiese tenido mucho que perder
y muy poco que ganar.
«No obstante, añade el señor Moret, por la misma virtud de
nuestra prudencia, hemos tenido dos grandes éxitos : el arbitra-
je de las Carolinas y la exposición de Barcelona, donde más de
setenta navios de guerra han venido a saludar a Su Majestad».
Y con esto me despidió con la promesa de ayudarme en mi traba-
jo, y de citarme para un día próximo en el que esperaba poder
proporcionarme datos interesantes.
Después de ver al parlamentario diplomático, vi al diplomá-
tico profesional; profesional hasta el punto de ser el tipo con-
vencionalmente clásico del diplomático, por la corrección, Ja urba-
DOS TEMPORADAS EN BSPAfíA 605

nidad, las bellas maneras, por la misma cara. No había en el reino,


en ninguno de los diez reinos, ni en clase alguna de la sociedad,
hombre más amable, ni caballero más cumplido que D. Mariano
Zarco del Valle. Aíeitado pulquiérrimamente, con sus patillas
cortas, el rostro inmóvil e impasible, el primer introductor de em-
bajadores, director del protocolo, parecía haber sido hecho por
decreto de la providencia para este cargo, que, a su vez, parecía
haber sido inventado para él. El Sr. Zarco del Valle volvió a
hacerme, con un acento distinto al del Sr. Moret, con un acento
más tierno, más íntimo, el panegírico de la Reina María Cristina.
Evocó las circunstancias extraordinariamente delicadas en que
había tomado el poder, «sin saber lo que llevaba en su seno y su-
mida en un profundo dolor inconsolable. Pues bien, desde ese'
misimo momento ni un paso en falso, ni una palabra que pudiera
prestarse a críticas o a murmuraciones. Mujer y Reina, no la al-
canzó jamás ni el atisbo de una sombra. La rodean el respeto y
la admiración de todos, es el modelo perfecto de la Reina y de la
Mujer ; una sensibilidad muy femenina, y una razón más que vi-
ril, verdaderamente real. No fuera reina, y al verla pasar se adivi-
naría en su continente una naturaleza noble y extraña. Desempe-
ña con cuidado igual sus deberes de Reina y sus deberes de Ma-
dre. María Cristina ha purificado el ambiente en torno de ella,
en esta Corte de Isabel II tan necesitada de que se renovase su
aire. El joven Rey está educándose mucho mejor de lo que nunca lo
fueron los Príncipes españoles». Todo lo que oigo de la Reina
Regente contribuye a aumentar el deseo, ya muy grande, que ten-
go de poder presentarle mis respetos. No acaba el día sin que
vuelva a ver al Sr. Zarco del Valle, quien me anuncia que voy a
recibir un aviso de audiencia para el día siguiente.
Por la noche, gran recepción en La Huerta, la recepción se-
manal de los lunes en la mansión de los Cánovas. Una verdadera
muchedumbre llena el hotel y circula por los jardines. El mar-
qués de Valdeiglesias, director de La Época, me guía y me
hace observar que parece como si la gente creyera que el dueño
de la casa iba a dejar todo al cabo de un momento, para consa-
grarse de nuevo a los deberes de su cargo, por lo que todo el
mundo está como aprovechando el tiempo para ser visto antes de
que tal ocurra; con graciosa malicia supone tocado de este te-
606 ACCIÓN aSPAfiOLA

mor al «todo Madrid» que aquí se agita. De la embajada de Fran-


cia no hay nadie. El primer secretario, a quien he encontrado por
la tarde, me declaró que tenía «razones personales» para no ir.
El propio embajador, M. Roustan, me había dicho por la mañana
que el Sr. Cánovas «había procedido con poca sinceridad» en la
negociación del tratado de comercio. (El embajador, dejó Espa-
ña al cabo de poco tiempo ; y, mucho más tarde, el secretario vol-
vió a España como embajador). ¿ Pero —me preguntaba— a qué
venía esto si Cánovas había de volver a ser Primer Ministro?
Tengo ocasión de ver al general Pavía, que se parece a mi ami-
go Etienne Dubois de l'Estang, envejecido. También está el ge-
neral Martínez Campos ; generales, y más generales, uniformes
y cordones. Cánovas da una vuelta por los salones, dando el bra-
zo a mi mujer; galantería para con la extranjera, la francesa. No
fué preciso más para incorporarnos al todo Madrid que se apiñaba
a su paso. ¿ Quiénes eran ? Bien pronto nos conocían todos me-
jor que nosotros a ellos. Un momento me encontré en el jardín
de invierno preso, sin salida, detrás de unas palmeras que me
ocultaban. Tras otras palmeras próximas se había formado un
pequeño grupo. La conversación era animada. Creyéndose solos
se daban unos a otros noticias, se informaban de los ami-
gos. —¿ Dónde está fulano ? —En Cuba. —¿ Qué hace allí ? —Cho-
colate. —¿Y fulano? —En Filipinas. —¿Qué hace? —Chocola-
te. Yo no creía que las colonias españolas, por ricas que fuesen,
produjesen semejante cantidad de cacao. Tan pronto como volví
a reunirme con Valdeiglesias le pedí una aclaración. Riéndose,
me confesó : «Nosotros decimos «hacer su chocolate» en el mis-
mo sentido en que dicen ustedes «faire son beurre» ; yo no sé si
esta expresión, seguramente de un lenguaje familiar, figura en
la nueva edición del Diccionario de la Academia francesa, que
se precia, sin embargo, de ser un Código del lenguaje usual. Pe-
ro el director de La Época había iniciado de nuevo el elogio del
gran Jefe. ¡Qué orador, Cánovas! ¡Qué jefe de Partido! ¡Qué
hombre de Estado! {Si estuviese en otro escenario! ¡Si dispu-
siera de más medios!... Valdeiglesias se puso por completo a
mi disposición para cuanto necesitara. ¡ Le encantaba la Revue
des Deux Mondes I ¡Cuánto estimaba a M. de Magade! {Las-
DOS TEMPORADAS BN BSPAf«A 607

tima, únicamente, que se hubiera ido haciendo «menos conserva-


dor» ! —(jSiempre es uno revolucionario para alguien!).
Habíamos trasladado nuestra residencia a una Casa de Huéspe-
des, una pensión de familia con objeto de vivir la vida española
y no la vida cosmopolita de un «palacep ; tuvimos allí de vecinas
a la viuda y las hijas de un general que habían venido a la Cor-
te para solicitar una pensión... Todo un capítulo de Gil Blas. In-
variablemente, a la hora de comer, antes de sentarse, saludaban
con reverencias, y la señora vieja, sonriendo alrededor, decía : Ha-
ce calor, señora. Desde nuestras ventanas, que daban a la calle
de Alcalá, asistimos al desfile de dos cortejos fúnebres : el entie-
rro del torero Espartero, uno de los ídolos del pueblo; y los fu-
nerales del marqués de Novaliches, el vencido del puente de Al-
colea, el último que cuando, en 1868, se pronunciaron Serrano, To-
pete y Prim, tuvo un gesto en defensa de la Reina Isabel, y al
que por esto se consideraba como el símbolo de la fidelidad monár-
quica. Yo lo había visto alentando a sus tropas, herido, con la
cabeza vendada, en un número antiguo del Universo Ilustrado, y
su rostro había quedado grabado en mi memoria. Ministros de
uniforme, personajes conocidos, oficiales con bastón de mando,
soldados armados, acompañaban al cadáver del héroe hasta el ce-
menterio. Pero la multitud se amontonaba en el cortejo del otro,
y era por él por quien España se ponía de luto. Cometí la im-
prudencia de criticar ante Cánovas la barbarie de este juego de
los toros, que para ser completo tenía que ser sangriento. Reco-
gió con viveza la crítica. «¿ Y vuestras carreras de caballos ? —di-
jo—; matan ellas más hombres en un año que nuestras corridas
de toros en un siglo». Así habló, por boca del político, malagueño,
el hijo de Málaga, patria de valientes espadas.
Al volver, me encontré con este billete :
Si Ministro de Estado tiene el honor de poner en conocimiento de
M. Charles Benoist, que S. M. la Reina Regente se dignará recibirle ira-
ñaña Inartes a las dos de la tarde.
I/Unes, 4 de junio de 1894.

El martes 5, a las dos en punto llego al Palacio Real y subo


por una escalera, lateral a la gran escalera de ceremonia, que
desemboca en una galería, cuya disposición recuerdo un poco
—con la diferencia de que las paredes no están pintadas al fres-
608 ACCIÓN RSPAÑOLA

co— a las Logias del Vaticano, por las que se va a la secretaría


de Estado. Al final de esta galería, se tuerce a la izquierda. Un
alabardero guarda una puerta. Su uniforme recuerda el de los
gendarmes ; pero, al modo de los suizos de iglesia, no lleva más
arma que una arcaica partesana. Tiene en la mano un papel;
cuando uno da su nombre, consulta su lista, y si se está inscri-
to en ella se pasa. Se entra en un salón rojo, largo y ancho, ador-
nado con paisajes pintados con tonos sombríos o violentos, luces
de tarde, puestas de sol, cielos tempestuosos ; todos bastante mal
enmarcados. Sobre la chimenea, en el centro, un reloj de bron-
ce ; a uno y otro lado, candelabros Imperio. Entre los mue-
bles, consolas Luis XV algo pesadas. Colgado, un tapiz de colo-
res vivos. El conjunto da una impresión de riqueza ; demasiado
rico. Contrasta con esto un ujier con una elegante y sobria li-
brea, calzón de pana y medias blancas, que pregunta de nuevo el
nombre y lo anota en una segunda lista. El viento sopla con fuer-
za contra las altas ventanas. Toda España parece estar aquí re-
sumida. En un rincón, tres o cuatro sacerdotes ; en otro, dos ge-
nerales con algunas señoras. Todo esta gente charla a más y me-
jor, para entretener el aburrimiento de la espera. Aquí el que
lleva un uniforme, sobre todo un uniforme de corte, disfruta un
turno de favor; también el que lleva una sotana o un hábito re-
ligioso. En el tercer rincón, dos buenas monjitas repasan devota-
mente su rosario; en el cuarto, se sienta una respetable señora
que apoya el mentón sobre el puno encorvado de una caña. El
ujier, de pie ante ella, trata, con poco éxito, de calmar su im-
paciencia, anegándola bajo un chaparrón de amabilidades dirigidas
a la aseñora Condesan. No quisiera acordarme, pero, a pesar mío,
pienso en la dueña de Hugo ocuyo mentón florecía»... ; porque
en verdad habría que decir que éste florece en mechones...
Es larga la espera en este primer salón. De pronto se inicia
un ligero movimiento. Alguien sale de la estancia regia. Es un
obispo regular, o, más bien, un regular, obispo. Sus vestiduras
son una singular mezcla de hábitos monásticos y de ornamentos
pontificales. Para abrigar la tonsura, la cubre con un solideo de
un violeta que tira a azul. Sobre el escapulario pardo de los ca-
puchinos, cortado por las mangas, destaca el blanco mate de un
roquete, a través del cual se adivina también alguna cosa violeta.
IX5S TEMPORADAS BN ESPAÑA 609

El sombrero, que lleva colgado de la cinta, tiene los cordones ver-


des, está ribeteado del mismo color y se parece a ciertos sombre-
ros de tela con que se tocan, a vtces, los artistas que se van al
campo armados de su caballete, o acaso a los que se ponen algunos
obstinados pescadores de caña. Las monjitas se arrodillan cuan-
do se acerca, y los sacerdotes se abalanzan a él inclinándose...
Con la mano en alto, avanza, dando a besar su anillo. Habla a
unos y a otros amistosa y largamente, y se retira bajo el peso de
tantas demostraciones de respeto, y halagado por la admiración de
los allí congregados y de la servidumbre. Me parece estar de nue-
vo en el Vaticano, cuando, detrás de los hussolanti, de los guar-
dias nobles y de los camareros, aparece la silueta encorvada de
un Cardenal o un Prefecto de Congregación que camina con paso
rápido.
Segunda etapa, el Salón azul. Dorados chillones. Paredes ta-
pizadas de raso azul alcolchado. Consolas con bellas inscrusta-
cíones de bronce. En el centro, una enorme mesa, con un gran
pie dorado, y el tablero de taracea. Otra vez hay que esperar lar-
go rato. Un señor anciano, de porte militar, con la gran cruz de
•Isabel la Católica, pasea arriba y abajo arrastrando una pierna.
Cada poco tiempo pasan gentiles hombres en traje de corte, muy
parecido al uniforme diplomático, con un sombrero aplastado, ador-
nado con un leve borde de plumas blancas. De repente aparece un
vientre enorme, abdomine tardus sobre dos piernecillas cortas; se
diría que es Charles Dupuy, el Primer Ministro francés vestido
Q^ grande de España. También éste, como el señor viejo, el re-
tirado, lleva un bastón que no ha dejado en el guardarropa; en
^' ejército y en el mundo oficial están aquí de gran moda : la
vara, el bastón de mando, es un distintivo de importancia ; me
dicen que su uso se remonta a fines del siglo pasado ; en nuestros
días forma ya parte de la tradición y está admitido para el ce-
remonial. Avanza ahora majestuosamente una señora de impor-
tancia, con un traje de seda color malva, y en la cabeza —muy
enhiesta y echada hacia atrás, a riesgo de hacerle perder la verti-
calidad— un capacete empenachado. Es una dama de honor de la
Reina, que entra de servicio. Distribuye saludos y gestos a dere-
cha e izquierda como si estuviera en su casa.
Al fin me llega la vez. El ujier me llama destrozando mi
610 ACCIÓN ESPAÑOLA

nombre: no están hechas para los diptongos las laringes meri-


dionales. Por su turbación me doy cuenta de que el llamado debo
ser yo. El gentilhombre de guardia en la reducida pieza que pre-
cede al gabinete en que está la Reina, avanza hacia Su Majestad
y me anuncia. El gabinete en cuestión, ni es grande ni tiene nada
de regio; es una habitación, no un escenario; se ve la mano de
una mujer que lo ha arreglado a su gusto, para su uso. La Reina
está de pie, vestida de gris, con aplicaciones de plata o de un
gris plateado, con algunas rosas en la cintura; muy sencilla y, a
la vez, muy Reina. La encuentro tal como me la habían hecho
ver sus retratos, pero con un color un poco plomizo, con plie-
gues en tomo a los ojos, y un aire de cansancio que me asombra
porque no corresponde a su edad. No se puede decir que sea bella,
conforme al canon de la belleza griega ; en algunos rasgos de su
rostro se descubre el sello de la Casa de Austria ; pero no por eso
deja de ser encantadora, porque tiene algo mejor que la belleza,
que es la gracia. Entre el gabinete y la antecámara, queda abier-
ta la puerta ante la que pasa y repasa sin cesar, con aire rá-
pido, el joven Grande de España que custodia a la Reina ; cada
vez que en su ir y venir pasa frente a ella, mira y saluda.
—¿Es la primera vez que viene usted a Madrid? —me pre-
gunta María Cristina en un correcto francés de purísimo acento.
• —Sí Señora, y debo, ante todo, agradecer a V. M. el haberse
dignado recibirme. Mi mayor satisfacción está en poder poner a
sus pies un homenaje de respeto y de admiración.
La reina sonrió...
—He leído —me dijo— artículos de usted y he visto su nom-
bre citado con frecuencia. ¿ Hace mucho tiempo que escribe eo
la Revue des Deux Mondes}
—No mucho. Señora ; poco más de un año.
—¿Y antes, en el Figarol
—No, en el Fígaro nunca. En Le Temps, por espacio de tres
años. Pero he preferido siempre las revistas, en las que se dispo-
ne siempre de más espacio y se puede escoger el momento y 1*
ocasión que a uno le conviene.
—Claro. Me han dicho que piensa usted escribir un libro so-
bré España.
—Un libro quizá no. Señora; pero varios estudios, o cuando
DOS TEMPORADAS EN BSPAÑA 611

menos uno, sí. Primero un estudio de historia política en el que


trataría de resumir la obra realizada desde la Restauración ; lue-
go retratos; en primer lugar, si V. M. lo autoriza, el de la Reina
Regente.
—^Es usted aficionado a los retratos.
—Lo soy, ciertamente. Hace poco he publicado una co-
lección : Hombres de Estado, Hombres de Iglesia, el Papa
Iveón XIII, el rey Guillermo III de los Países Bajos, el Carde-
nal Rampolla. En Roma vi mucho al Cardenal Secretario de Es-
tado ; me Jiabló de V. M. en términos que me han animado a so-
licitar el honor de ser admitido a su presencia para ofrecerle mis
respetos.
—¡ A'h!, s í ; me conoció algo cuando estuvo aquí, y yo he con-
servado de él buen recuerdo. ¡ Qué gran espíritu! ¿ No es cierto ?
íQué alma más hermosa!
Bajo estas palabras siento palpitar la giatitud por los servi-
cios prestados en otro tiempo a la dinastía restaurada.
—^Y ese volumen de retratos de que usted habla, ¿está ter-
minado, ha aparecido?
—Sí Señora; y puesto que V. M. tiene la bondad de intere-
sarse por él, quizá me conceda también permiso para ofrecérselo;
tan pronto como regrese a París me apresuraré a hacerlo llegar
a V. M. bien por intermedio del Sr. Moret, bien por medio del se-
ñor Zarco del Valle. Pienso en un segundo volumen que, en cier-
to modo, tuviera por frontispicio la efigie de la Reina Regente,
que ocupa un puesto preeminente entre los hambres de Estado.
De nuevo sonríe María Cristina ; pero quedo un poco cortado,
porque, en realidad, no sé si le agrada o le contraría que yo me
proponga pintarla. Como Reina, a buen seguro que no se preocu-
pa de ello; pero por muy Reina que sea, es también mujer; y no
hay mujer que no sienta cierta curiosidad por saber cómo se la
Jiizga. Respecto a ésta, no hay ni puede haber más que una opi-
nión, hecha toda de veneración y gratitud, porque es tan regia-
mente Madre como maternalmente Reina; doble reflejo que a los
ojos de todos adorna e ilumina a esta mujer.
—i No se ocupará usted de nuestra política ?
Creo que la Reina, si ha puesto las manos en esto que se llama
la política, lo ha hecho más por necesidad que por predilección ;
6^2 ACCIÓN HSPAÑOIA

hasta la muerte del Rey se había mantenido severamente aislada


de tales negocios.
—Sí, Señora —dije—^pero en un sólo artículo. Mi deseo es in-
sistir sobre ¡a historia, ¿ a dónde ha llegado el trabajo de las Res-
tauración y cómo se ha desarrollado hasta ahora? El sábado asis-
tí a la sesión del Congreso, que fué de las más interesantes. Allí
seguí el combate de dos partidos y de dos jefes de partido, cosa
que no se puede presenciar en Francia, porque no hay grandes
partidos, sino solamente polvo de partidos, grupos.
—¿ Grupos parlamentarios ?
—Sí, Señora.
—Comprendo ; pero también en nuestras Cortes hay grupos.
—Con la diferencia de que por encima de esos grupos hay
siempre dos partidos de gobierno claramente definidos, con sus
programas, sus equipos, sus jefes; en Francia no tenemos más
que los nombres, y ni responden a la realidad de las cosais, ni
tienen sentido; son una cosa borrosa.
O me equivoco mucho o esta Reina tan escrupulosa, esta mujer
ta delicada siente en el fondo, no digamos desprecio, que sería,
quizá, palabra demasiado fuerte, pero sí un poco de aversión,
alguna antipatía, hacia la política así entendida. Rechaza, sin du-
da, este sentimiento y no querrá expresarlo, pero, no obstante, no
le molesta demasiado que un extranjero, que va a ser un testigo,
se dé cuenta de él. (León Say me había contado que la Reina na
tenía demasiada estimación por la gente que rodeaba de cerca a
Sagasta, por razones que sabían algunas personas y que él debía
conocer por su amigo el Sr. Bauer, representante en España de
los Rothschild. El carácter de la Reina, muy fino, muy sensible,
moralmente superior, no podía acomodarse a ciertas costumbres,
negociaciones y complacencias). Un silencio. La Reina se dispone
a despedirme.
—¿Estará usted aquí algunos días, aún?
—Una semana. No puedo estar más. Quisiera ver Sevilla V
Granada, y mi mujer, que me acompaña, tiene prisa por volver
a París, donde la espera nuestro hijo, demasiado pequeño aúo
para estar mucho tiempo sin su madre.
—^Tendrán ustedes calor en Sevilla. (Estábamos en junio).
Acababa de tocar la cuerda de la maternidad.
rtOS TEMPORADAS BN BSPAÑA 613

—No sé si podría permitirme —repuse— decir a la Reina que,


aún lejos de ella, hemos seguido siempre con el mayor interés las
noticias relativas a la salud del Rey, porque nuestro hijo tiene
casi exactamente la edad de D. Alfonso.
—¿ La misma edad ?
—Sí, Señora, con algunos meses de diferencia.
—¿ No lo han traído ustedes ?
—'Ha quedado al cuidado de su abuela, y ahora comienza a
trabajar.
—¡A trabajar! ¿Sabe leer y escribir?
—^Está bastante adelantado, y hasta habla el alemán tan bien
como el francés.
¡ Oh, vanidad de los padres y tierna inquietud de las madres!
Ante esta orgullosa declaración, la Reina tiene una frase deli-
ciosa, dicha con la mayor naturalidad :
•—El mío no —dice—; sólo sabe el español, un poco de fran-
í^s y un poco de inglés, nada más.
Una nube empaña un momento su mirada.
—No quiero fatigarlo —dice la Reina, a la que espanta la ob-
sesión de la terrible herencia^—. Gracias a Dios este invierno no
ha tenido nada, aunque los periódicos nos han dado por enfermos
a los dos.
—He visto al Rey el otro día en la Plaza de Toros ; me ha
parecido de una excelente salud.
—i Oh I ; ha crecido demasiado y está un poco paliducho.
—No, Señora ; me ha maravillado precisamente su color.
—En este momento sí está bien, es verdad ; pero necesita vida
de campo. Yo también —añade María Cristina— aunque por otros
motivos. En Madrid no leo más que informes, decretos y docu-
nientos. No tengo un minuto mío. Todo lo que usted ve sobre este
mueble —señala, sin volver la cabeza (la etiqueta lo impide)—
todo ese montón son libros, en su mayor parte franceses. Estoy
deseando regalarme con su lectura.
La conversación se apaga. La Reina me da a besar su mano.
Me retiro andando hacia atrás, con las tres reverencias protoco-
larias en las que tan completamente fracasó, ante María Teresa,
«1 filósofo Hume.
CHARLES B E N O I S T
(Continuará.)
LAS IDEAS Y LOS HECHOS

Hombres, cosas, países


La muralla china.

C ON su cara de mosquitas muertas bajo los cascos en punta,


la sonrisa en los dientes como el mordido tallo de una
rosa, el ojo en la lejanía y el fusil en la mano, doscientos
mil nipones han abierto brecha en la muralla china.
Esas tierras arrugadas del gran muro, ya saben de invasiones.
Por allí cruza aún, a la hora de la media tarde, una sombra
cesárea con voluntad de Imperio. Se le ve, todavía, empujando
gentes y nubes, a aquel Alejandro de párpados oblicuos, Bona-
parte de bigotes en forma de luna a quien llamaban los tártaros
«Emperador de todos los hombres». Se le ve y se le oye a Genghis
Khan, diciéndoles a las hordas: «¿Por qué teméis? ¿No estoy
yo, acaso, con vosotros? Allá abajo hay botín abundante. Yo os
defenderé del enemigo, como la yurta defiende del viento.»
El enemigo es siempre la esterilidad, la miseria. El primer
viajero que traspasa el Gobi, nos cuenta esto, nada más : «Para
calentar al Emperador, los soldados encendían estiércol.»
Genghis, a la cabeza. A los flancos, acicate de plata conmo-
vida, el frío. A lo lejos, un sueño de campos esponjosos, donde
los valles le bailan el agua al capullo de seda y el sol es como
una seda también para el cuerpo amoratado, y la rucha es sólo
una brisa juguetona que quiebra lanzas en torneo de bambúes.
Hielo y soledad en el Gobi. Estrechez, multitud, olor y rumor
de pueblo en el Japón. Falta aire, ámbito y holgura en las calle-
juelas de Tokio. Afán de territorio, apetito de leguas, hambre
de tierra firme. Un demos hormigueante se pone en marcha. Un
rey de índice duro se pone en pie para enseñarle el camino.
HOMBRES. CXJSAS. PAÍSES 615

Primero fué el mercante, geógrafo de vanguardia. En un dos


por tres, instala el tenderete. Cuando concluye el mercado, va
echó panza la bolsa. La bolsa o la vida. El generalito surge.
Tirano Banderas, desde lo alto de un potro, dicta una sonda de
órdenes a la peonada. Allí está el gachupín, en la esquina. En
vano jura y perjura que el año ha sido malo y no puede pagar
la contribución. En vano clama a Dios y lleva la mano al pecho.
Pancho Villa sabe cómo se esconde el dinero y cómo se mete el
alma en un puño.
Pancho Villa conoce su oficio. El diplomático de Ginebra ig-
nora, en cambio, el suyo. Porque el oficio de estadista consiste
en imponer paz, seguridad y orden. Y la paz, la seguridad, la
civilización, tienen nombre japonés en ese pobre México orien-
tal — flor de opio en techado, flor de pólvora en el cielo — que
se llama Manchuria.
¿Los tratados? Pero desde Tokio responden : ¿Has tratado,
Inglaterra, con el indio? Sí, ahora, cuando no tienes más reme-
dio, transiges con Ghandis vegetarianos, tú, carnívoro rubio.
Y tú, modosita Francia republicana, que ya has tejido la red de
araña hipócrita por tres mundos, ¿a qué esperas para renunciar
a Argelia y Túnez, donde hay más orden civil que en tierra
manohú ? ¿ La ley ? Bueno, pero quien podía decir, lo dijo : «El
tombre no fué hecho para el sábado, sino el sábado para el
hombre.»
Trasponen los japoneses la muralla. Retrocede, roto y dis-
perso, el bandidaje chino. La monarquía viril del sol naciente,
con idioma sagrado en la corte y espada en filo, va dilatando
países, encerrando el caos próximo en círculos de honor y de
hierro. Dóciles, las regiones de la antigua China imperial, se
rinden. Como un castillo de naipes cae, derrumbado, su alto
Muro. ¡ Ah!, es que China no era un Imperio de verdad. Sino
un Imperio de mentira. Una porcelana frágil. Un sueño. Un
sueño de poder y grandeza en noche de opio. Viciada y dormida
la institución monárquica por sopores pacifistas, cuando quiso
despertar no pudo. Tampoco ahora el pueblo, cuando quiere des-
pertar, puede hacerlo. Tendrá que contentarse con oir, orilla al
lago Leman, las máximas confucionianas que a ella misma la han
perdido.
616 ACCIÓN ESPAÑOLA

El muro de las lamentaciones.


Casas de cuarenta pisos
millones de circuncisos
y dolor, dolor, dolor.
Pienso, con versos de Rubén, en el Ghetto neoyorquino. Ri-
vington Street, Hanry, AUers. Calles desordenadas y confusas,
como las ideas de Waldo Frank. Humanidad prolífica, hormi-
gueante, sórdida, que dice de Stambul y de Bagdad en mal idioma
germánico y en peor prosodia inglesa. Tribu apretada y copiosa,
en medio de cuatro mil cinematógrafos y anuncios de los cigarros
Camel. Jerusalén con depósitos de esencia y un Jordán de taxis
amarillos. La Jerusalén que imaginamos a través de la prosa de
Josefo, debía ser un poco así como esta Downtown americana.
Laya de predicadores e iluminados, con ojos brillantes y larga
barba fluvial corriendo por el pecho. Socialistas, teósofos, anar-
quistas, bolcheviquis consumidos en profecías interminables,
bajo un humo de disputas y de cabalas.
Judíos, judíos, judíos. Descendientes de sefarditas españoles,
llegados a Nueva York tras un rodeo por las Antillas. Gentes
de Renania, que vieron aún el mostrador de pino del primer
Rotschild. Fugados de Rusia cuando las persecuciones del Santo
Sinodo. Dinamiteros de Genova en desgracia. Judíos, judíos,
judíos.
En un zaquizamí de limas y relojes hay un hombre hético
y dulce, con el último rayo de la tarde en la frente, como Benito
Spinoza. Por las ventanas abiertas del estío se sorprenden tiernas
escenas familiares. El padre, con su hongo verduzco en la cabeza
y sus gafas de cordón, a lo Carlos Marx, leyendo el «Vorvaerts».
La abuela, apretando el Talmud bajo el chai de las plegarias.
Y tres rapaces ardientes y morenos tragándose toda la literatura
de los kioskos, a la luz de una lámpara bizca.
Fuera, brillan los reclamos de los cines anunciando «films»
soviéticos: «La línea general». «El acorazado Potemkin». Se
cierran las tiendas de pieles y de gorras. Comienzan a despachar
raciones de arenque en los comedores míseros. El viejo Isaac
cepilla su levita y sale, rumbo a Olivier Street, con un ramo de
violetas en la mano. Flores para la tumba de una hija que se
llamaba Tania y se le murió, la pobre, de tisis y de versos.
Rivington Street, única patria superviviente en ese nuevo
HOMBRES. COSAS. PAÍSES 617

mundo donde se acaban, a poco de llegar, todas las nostalgias


europeas. ¿Tal vez la nostalgia del israelita es más fuerte que la
del español o el italiano ? ¿ O se debe, por el contrario, la persis-
tencia al hecho de que Israel sea otra cosa que una patria? Por-
que yo creo, como Spengler, en esta verdad irrebatible : las patrias
no emigran. E Israel es un viento con vocación migratoria. Con
vocación, con sino. Le sube de lo más hondo. Una voz con im-
pulsos de viaje irresistible. La voz de la sangre, que le pide
vagabundeo, porque no quiere satisfacerse con la fidelidad a una
tierra.
La religión puede trasplantarse ; la patria, no. La raíz sólo
vive adherida a un suelo determinado, clavada entrañablemente
€n su humus profundo. Lleva el judío, a donde quiera que vaya,
el temblor de su esperanza ultraterrena. Pero lleva, también, la
desesperación de no tener un país. Un clavo ardiente al que po-
der, en horas de agonía, agarrarse.
Horas agónicas son estas que vivimos. Toda una civilización
desalmada, urbana, industrial, mercantil, devorada por la prisa y
el cálculo frenético, se consume.
Tiempo de reagrarización del mundo, de nueva Edad Media,
de lentitud, continuidad, servicio. Tiempo de la batalla del grano
y del simbólico — guerrero y pastoral — haz del fascista.
Prende el fascismo en Germania. Irrumpen, galopantes, las
walkirias en el gheto. Todo el mundo talmúdico pone el grito
en la altura. Como en los días del milenario, como en la otra
Edad Media, la grey hebraica clama ante el muro de las la-
mentaciones.
Drama ayer, drama hoy, drama siempre. Mientras Israel no
se afinque en un territorio, mientras Sión no vuelva a ser, resur-
girá, de cuando en cuando, la tragedia. La tragedia de una raza
que no tiene bravura porque no es capaz de atenerse al campo.
Los jefes del movimiento sionista quisieron dárselo. Pero ellos
no quisieron retornar. No les faltó entonces ni el concurso de las
cancillerías ni el dinero.
Les faltó, en cambio, voluntad. Ellos no entienden de cose-
chas ni arados, de soles fecundos y de siembras. Prefieren ir,
^ j o cielos hostiles, por el asfalto, aunque llueva en la ciudad
y llueva en sus ojos.
EUGENIO MONTES
Actualidad española

S E vio la causa que se seguía contra los hermanos Miralles, y


el Jurado dio veredicto de inculpabilidad. Tras dos años de
cárcel, los hermanos Miralles recobraron la libertad, de la
que fueron desposeídos no por haber perpetrado un hecho crimi-
nal, sino por haber sido elegidos como víctimas propiciatorias
para satisfacer a la venganza revolucionaria.
Vivimos con tal celeridad, se suceden tan rápidamente las emo-
ciones, recaban nuestra atención tan variados hechos, que pronto
se esfuman en el olvido sucesos que merecían mayor permanencia
en la memoria, por las enseñanzas y experiencias que de ellos
podemos deducir.
Para la revolución, los hermanos Miralles eran la prenda que
se resistía a soltar, porque mientras continuaban en la cárcel,
garantizaban el éxito de una maniobra infame.
No podemos y no debemos olvidar los españoles que aquella
vandálica quema de conventos, ignominia del siglo, fué justifi-
cada y fué defendida por los hombres que componían el primer
Gobierno de la República, y en las páginas de la Prensa adocena-
da y servil se escribió el elogio de los incendiarios. No podemos
olvidar tampoco que, para explicar a los beocios de España y a
los indocumentados del extranjero, el desenfreno bárbaro de las
turbas, se inventó la patraña de una reunión en el Círculo Mo-
nárquico, donde los congregados se entregaron a insolentes pro-
vocaciones, apalearon después a unos chóferes y luego dispararon
contra la muchedumbre congregada frente al «A B C», causando
muertos y heridos.
Los hermanos Miralles, detenidos el mismo 10 de mayo de
ACTUALIDAD ESPAÑOLA 619

1931, certificaban con su estancia en la cárcel la verdad de esta


versión. En estos dos años de encierro, soportados por los acusa-
dos con la serenidad y el heroísmo que prestan la inocencia y la
convicción, se fué desvaneciendo la humareda densa y sofocante
que había provocado la mentira aliada con el odio. Y al esfumarse
aquélla, iban viéndose las cosas en sus naturales contornos, que-
daban en sus propias dimensiones, y un día, en este mayo de
1933, resplandecieron con el ofuscante brillo de la verdad.
Tsü los monárquicos se habían reunido para un acto ilegal, ni
excitaron con sus provocaciones, ni nadie fué apaleado por ellos,
ni hicieron disparos contra la muchedumbre. Otros, cuyos nom-
bres no podemos concretar, pero de los que tenemos la seguridad
de que se hallaban en situación indiscutible de poderío, no vaci-
laron en buscar el concurso de gentes asalariadas para el tumul-
to, profesionales del desorden, a las que amaestraron primero y
azuzaron después para el cometido de aquellos sucesos que, inicia-
dos con la representación de una farsa grotesca y miserable en la
calle de Alcalá, se habían de ampliar más tarde con escenas de
salvajismo en Madrid y en muchas poblaciones de España.
Los abogados defensores de los hermanos Miralles hicieron el
análisis de esta farsa, y así pudo conocerse la fétida podredum-
bre en la que gusaneaban autores y cómplices de aquel atentado*
cometido el 11 de mayo de 1931 contra la civilización y la con-
ciencia de España.
La libertad de los Miralles es el final de un proceso, en el que^
contra lo que establecen los procedimientos de derecho, los ver-
daderos autores del delito que se sustanciaba, gozaron la pre-
rrogativa de acusar a los inocentes. Pero no será sin consecuen-
cias. Porque esos sucesos desarrollados y resueltos a gusto de sna
promotores, están aún por sancionar en sus verdaderos causantes,
Y tardará más o menos, pero un día se sentarán en el banquillo
de los acusados los verdaderos inspiradores y autores de la que-
ma de los conventos, para rendir las cuentas que tienen contraí-
das con la justicia.

* * *

El día 20 de mayo, un desconocido asesinaba a tiros en una


calle de Sevilla al secretario de la Federación Económica de Anda-
620 ACCIÓN BSPAÑOLA

lucía, D. Pedro Caravaca. El crimen causó consternación en Se-


villa. El Sr. Caravaca era un ingeniero que había contribuido,
con innegable fortuna, al progreso moderno de la capital andalu-
za. Pero, a los merecimientos que el Sr. Caravaca conquistó como
ingeniero preocupado por la grandeza de la ciudad, se unía el ser
uno de los hombres que con más decisión y dignidad hacían fren-
te a los dos enemigos que conspiraban contra la vida de Sevilla.
El anarquismo, agazapado en las guaridas sindicalistas, y la le-
nidad en los representantes del Gobierno. Denunció repetidas ve-
ces la impunidad con que fraguaban sus fechorías los unos, y la
debilidad de los otros para que prevaleciera la autoridad en Se-
villa.
El Sr. Caravaca fué el principal organizador de la expedición
de sevillanos que el pasado mes vinieron a Madrid para pedir al
Gobierno paz y seguridad personal, garantías elementales que
nunca pueden faltar ni en una sociedad rudimentaria.
Cuanta razón tenían en su demanda lo demostraba pocos días
después, de manera trágica, el asesinato del Sr. Caravaca, que
sublevó a todas las gentes honradas de Sevilla, inspirándoles una
protesta rotunda y unánime : la paralización de las actividades
comerciales, la estrangulación de su economía, en tanto el Gobier-
no no diera satisfacción a sus reclamaciones.
El propio ministro de la Gobernación pareció aterrarse con
aquella medida, y marchó en avión a Sevilla, donde no le faltaron
ocasiones, en especial al asistir al entierro, de comprobar cómo
rebosaban de indignación los sevillanos y cuan fuerte y enérgica
era la voz de su protesta.
El ministro creyó cumplir su deber con enviar a Sevilla a unos
cuantos policías y a dos barcos para recoger en ellos a los sospe-
chosos o fichados en las Comisarías. Desde ahora, podemos anun-
ciar que tales medidas resultarán ineficaces. El tiempo nos dará
la razón.
Ni la policía, ni todos los barcos de guerra juntos, pueden aca-
bar con un espíritu sedicioso que se aviva y difunde a diario por
los propagandistas demagogos, muchos de los cuales tienen la pro-
tección de los ministros socialistas. ¿No es, acaso, cierto que pocos
días antes del asesinato del Sr. Caravaca un concejal socialista
ACTUALIDAD ESPAÑOLA 621

del Ayuntamiento de Sevilla había excitado a sus secuaces para


que acabaran con el ingeniero?
La fauna de pistoleros y atracadores se multiplica conforme la
autoridad se ausenta : los sectores extremistas tienen ya la ga-
rantía de la impunidad. Y por si fuera poca la complacencia de
los gobernantes que autorizan la propaganda de unas doctrinas
que son delitos, queda siempre a los criminales el recurso del Ju-
rado, fácil a la intimación, que siempre deja en libertad a los
acusados de esta especie.
La policía y todas las fuerzas del poder público no tienen vir-
tud para acabar con un espíritu subversivo que se incuba en las
alturas y que se propaga como un veneno por las capas sociales
permeables y bien dispuestas por una larga preparación, para ab-
sorber el virus del odio.
Largos años de apología de la lucha de clases, de predicación
contra los principios básicos de la sociedad, de excitaciones a la
violencia como indispensables para el triunfo, han puesto en igni-
ción los cerebros de gran parte del proletariado, ayer socialista,
hoy sindicalista o anarquista al advertir que era traicionado por
los jefes que les adoctrinaron en la rebeldía y en el exterminio,
y que hoy envían contra ellos las fuerzas de asalto cuando quie-
ren practicar lo que antes les ensenaron.
No son los socialistas los que podrán remediar este estado de
cosas, del que eUos son los primeros responsables : ni el señor
Azaña, que vive de su benevolencia y de su ayuda; ni el señor
Albornoz, que no rechaza estas convulsiones porque tal vez en el
fondo lleven el progreso social; ni el Sr. Domingo, que no oculta
su admiración por Rusia ; ni los otros ministros que conspiraron
con sindicalistas y anarquistas porque eran aprovechables para
la ofensiva revolucionaria.
Quien piense que de estos hombres puede derivarse una polí-
tica social justa, un orden social, una seguridad social, sufre la
«quivocación de suponer que la política es una ciencia milagrera
o de magia, en la que para nada interviene el corazón y la inteli-
gencia de los hombres que la inspiran y la realizan.
Por eso hemos de decirlo una y otra vez : con estos gobernan-
t*ís... esto.
622 ACCIÓN KSPAfiOLA

Con estos gobernantes y al servicio de la democracia... esto,


Don Melquíades Alvarez, otra vestal de la democracia, que ha
pasado su vida balanceándose sobre las formas del gobierno, por-
que para él las formas de gobierno no pasan de ser un barniz
que nada influye en el contenido social, ha descrito en un discur-
so pronunciado en la Asamblea del partido que acaudilla, la si-
tuación de España con tintas sombrías y trágicas que emociona-
ron a su auditorio.
Inicua e insensata la política religiosa ; abusiva y disparatada
la que se sigue en la cuestión de la propiedad ; negados y escarne-
cidos los artículos de la Constitución que se refieren a las garan-
tías personales y redactados para engaño aquellos que promulgan
la protección y el apoyo al trabajador cuando son millares los
obreros hambrientos que discurren por las plazas públicas exhi-
biendo su miseria «y exponiendo cómo protege su dignidad de
trabajadores la República española».
La justicia en España —siguió diciendo el Sr. Alvarez— es un
simulacro. «Si los Tribunales para fallar una contienda tienen que
estar mirando la cara del ministro o de los servidores del minis-
tro, la justicia no existe, y esto es peor que el despotismo, porque
todavía en un pueblo regido por un déspota se puede vivir, ya
que a lo mejor el déspota tiene resplandores de acierto en su ges-
tión, que le obligan a no divorciar su conducta de la ley ; pero
cuando en un pueblo la justicia es un simulacro, huid de ese pue-
blo, porque el honor, los intereses, la vida, todo, estará en pe-
ligro.»
En esta forma siguió la discusión del modo de gobernar del
Sr. Azaña, que está llevando al país a la desesperación y a la ira.
Pero más interesante que esta descripción de cosas, bien cono-
cidas de los españoles, son las referencias que D. Melquíades Al-
varez hizo a lo largo de su discurso, a las causas que han produ-
cido el desenfreno en los que mandan y la ruina de la nación.
Tienen especial valor para nosotros. Las copiamos textualmente:
«La obra revolucionaria comenzó a surgir cuando, por efecto
de un conglomerado electoral, a mi juicio absurdo, se encontraron
algunos partidos políticos con una representación parlamentaria
que rebasaba sus ilusiones y sus fuerzas, partidos algunos de ellos
que se habían creado hacía pocos días y estaban todavía en el
fcCTüALIDAP ESPAÑOLA 623

período de la infancia. Partidos otros de una organización más


provecta, pero que no contaban, según las estadísticas que todo
el mundo conoce, con masas considerables de obreros.»
«...Y es que se debe gobernar para el pueblo español, no para
una tertulia de amigos, ni en favor de los intereses de los partidos.
Y el gobernante que no haga esto, no será tal gobernante, será
un detentador del poder.»
«...Por efecto de la corriente popular, y de una corriente tur-
bia, pueden venir (yo estoy hablando hipotéticamente) a ostentar
la representación parlamentaria muchas personas que crean que
esto del derecho de propiedad es una frase que no tiene sentido.»
«Cuando unas Cortes se divorcian del país, son facciosas, no
tan sólo porque pueden usurpar un poder, sino porque pueden
perturbar el ejercicio del Gobierno, que todas estas signüfcacio-
nes tiene la palabra... Hay quien dice son métodos nuevos, son
nuevos estilos ; antes eran gentes que, como muñecos, obedecían
la voluntad del monarca, y ahora somos representantes legítimos
del pueblo, que no obedecen más que el mandato popular.»
«...Otra cosa equivale a llegar a la dictadura parlamentaria, que
es funesta, que es funestísima. Yo recuerdo que en ese libro del
Sr. Azcárate, cuando hablaba de la dictadura parlamentaria, de-
cía que no se puede sostener, y citaba una frase de Voltaire, que
ya decía en el siglo X V I I I : «Prefiero ser gobernado por un león
a serlo por doscientos ratones.» Sí, s í ; la dictadura parlamen-
taria puede engendrar en la vida pública esta gobernación de los
doscientos ratones, a que aludía Voltaire.»
¡Qué enorme sorpresa experimentarían los asambleístas del
partido republicano-liberal-democrático al escuchar estas manifes-
taciones de su jefe! Hombres que idealizaron la democracia hasta
convertirla en un sistema arquetipo, fanáticos del Gobierno popu-
lar en tiempos de la Monarquía, peones en el acarreo revolucio-
nario para edificar la República... y a los dos años, un Gobierno
que jura y perjura no tiene otra razón de ser y de existir que la
que dieron los votos, se transforma en ese fenómeno monstruoso
que el señor Alvarez exhibía ante el asombro de su auditorio.
Poder despótico, detentador. Cortes facciosas, tiranía de roedores,
dictadura parlamentaria, impuesta por aluviones electorales...
Todo esto y mucho más se produce en un momento en que, según
624 ACCIÓN ESPAÑOLA

nos repiten a diario, el pueblo se ha hecho dueño de sus destinos


y recobrado la plena conciencia de su ciudadanía.
Y don Melquíades Alvarez, que con magnífica elocuencia ha
sabido exponer los males que padece España, y ha diagnosticado
tan bien sobre ellos, se detiene temeroso y no quiere deducir las
consecuencias que están al alcance de todas las inteligencias.
Cuando un sistema puede ocasionar tales perturbaciones, y se
deforma y corrompe con tales lacras, hay que renunciar a él por
nocivo y pernicioso para la salud pública, hay que combatirlo
como a una gangrena y extirparlo como a un tumor. Esto es lo
que exige la lógica, y lo que ven los ojos que no se cierran volun-
tariamente a la luz.
No así don Melquíades Alvarez, que no sin violencia tiene que
confesar el fracaso de toda su vida. Prefiere permanecer en el
error a rectificar con gallardía una convicción sinceramente sen-
tida, que al ponerse a prueba se desmorona en catástrofe.
Por toda consecuencia, el señor Alvarez se limitó a hacor la
apología del señor Lerroux, convencido de que el jefe radical
será el taumaturgo o el mago que sabrá obtener del barro demo-
crático el oro puro de una política perfecta.

Fiel a las consignas recibidas al hacer la revolución, el Go-


bierno ha sacado adelante la ley de las Congregaciones y de las
Comunidades religiosas. No sólo es una ley que vulnera los de-
rechos de la Iglesia, sino que va contra el derecho de gentes. En
ella se ataca la personalidad de la Iglesia, los derechos indivi-
duales, los derechos patrimoniales y docentes de la Iglesia, la
beneficencia religiosa, la personalidad y los derechos inherentes
a las Congregaciones.
Nada queremos decir de las consecuencias nefastas que por
ella han de seguirse en la cultura española, por no ser desco-
nocida para ninguno que se precie de medianamente culto, lo que
el arte y las letras españolas deben a las Ordenes religiosas,
hasta tal extremo, que la historia de España quedaría deslucida
y sin gloria al suprimirse en ella las aportaciones que en la zona
ACTUALIDAD B5P.\ÑOLA 625

del saber y del arte y de las virtudes heroicas, han hecho las
Ordenes religiosas.
Correspondía a los ¡hombres que hoy gobiernan, comprome-
tidos para la más desdichada empresa antiespañola, el triste pri-
vilegio de añadir, a una hoja negra de felonías, esta hazaña,
que es el borrón con que culmina toda una obra de traiciones.
La ley contra las Congregaciones religiosas es también, por
necesidad y porque por origen le pertenece, una ley republicana.
Tarde, muy tarde, lo habrán comprendido así los incautos que
soñaron con una república bajo el patronato de algún santo, en
que le fueran reconocidos a la Iglesia sus legítimos derechos v
poderes. Los que votaban por una República de orden y de res-
peto para la conciencia religiosa, un mes antes de que ardieran
sesenta templos españoles.

JOAQUÍN ARRARAS
Política y Erconomía

España en guerra civil.—Caos económico y quiebra presupuestaria.—£i


desarme financiero.—Las deudas alemanas.—El presupuesto francés.

T ODAVÍA la situación político-social en España ; i y siempre lo


mismo! No es posible substraerse a esta agotadora, trági-
ca, analiquilante realidad española. El Gobierno va a re-
molque de míseras pasiones, y resbala sobre tan magno problema
—de «crecimiento», según uno de los Ministros más responsables—
que día por día se agrava, entre el desenfreno de las masas io-
disciplinadas, la incapacidad medular de los hombres que perso-
nifican el Poder, y el estupor indignado de la masa sensata de
ciudadanos.
En esta segunda quincena de mayo, sobre los crímenes qu«
a diario orlan la información truculenta de los periódicos, des-
taca uno, al que queremos consagrar un comentario dolorido y
una protesta fervorosa. Aludimos al asesinato de D. Pedro Ca-
ravaca, ingeniero y hombre de singulares dotes morales, ciuda-
danas y patrióticas, que ha muerto en las calles de Sevilla víc-
tima de la ola salvaje de odios desatada donde antaño reinaban
la alegría y el buen humor. Quince días atrás, el señor Carava-
ca había comparecido en Madrid antes los Poderes públicos, a*
frente de varios centenares de sevillanos, en busca de autondafl,
disciplina, paz, orden y trabajo. Y antes de que el Gobierno hu-
biese cumplido una sola de sus promesas, antes de que el seno
Azaña —que tuvo la despreocupación de fingirse sorprendido por
lo que le contaban los comisionados, como si un Jefe de Gobier-
POLÍTICA Y BCONOMÍÍ, 627

no pudiera inhibirse por supuesta ignorancia del conocimiento


de esos hechos sevillanos, que aquí en París, llegan con todo de-
talle a nuestra curiosidad— hubiera cuando menos buscado para
Sevilla un Gobernador solvente y capaz, este trágico episodio
viene a evidenciar que así no se puede seguir, que así España
va hacia el abismo, más bien, que lo toca ya...
Quiero rendir en estas columnas un homenaje de cariño y ad-
miración al buen ciudadano D. Pedro Cara vaca, cuyas salientes
dotes aprecié personalmente con ocasión del gran Certamen Ibe-
roamericano, y deseo formular mis deseos de que las clases po-
seedoras, productoras y, en general, de orden, hagan de este cri-
men un motivo decisivo para su más estrecha unión, y de ella,
el más firme baluarte para actuar a fondo. Las cosas toman un
cariz que no consienten penumbras ni eufemismos. El que, ima-
ginándose cuco, se eche a la cuneta, no por eso logrará librarse
de la catástrofe. Esta acecha acuciante a todos ; y se acerca con
ritmo vertiginoso. La República ha entregado los destinos de
España —salvando alguna que otra excepción— a lo peor que
había en el país; en Municipios, Diputaciones y Ministerios, im-
peran los audaces, los ineptos, los neuróticos del Poder. Aquellas
figuras intelectuales que avalaban el movimiento pre-repubJicano,
están ya al margen en una posición inhibitoria que dignamente
no podrían ni deberían haber adoptado: el uno, se reintegró a su
Cátedra ; el otro renunció al acta ; el tercero, no sale de la Emba-
jada, que no ha logrado, por cierto, desempeñar con plenitud ni
con rango. Y, mientras tanto, España se deshace cada día un
poco, víctima de la pasión iconoclasta de unos gobernantes que
añaden a la impreparación más rotunda, toda clase de morbos :
€l del odio, el del despecho, al sentirse impopulares; el de la
crueldad, al considerarse acechados. N o ; así no se puede seguir.
Un Gobierno que necesita para la vigilancia de cada Ministro
varios automóviles y motos y dos docenas de Agentes; unos Mi-
nistros que no se atreven a andar por la calle, como andábamos
nosotros, los de la odiada (!) Dictadura, y que cuando empren-
den un viaje cubren líneas y rutas con vigilancia superior a la
que antaño se disponía para el Monarca, no tienen derecho a
invocar la democracia, ni la confianza popular, ni el apoyo ciu-
dadano. Digan que quieren gobernar porque sí, porque les place,
628 ACCIÓN ESPAÑOLA

y así confesarán la realidad dictatorial que pesa sobre nuestra


patria. Pero, entonces, el país sabrá a qué atenerse y hasta dón-
de puede y debe llegar en su indignada reacción.
Y perdona, lector, por esta excursión al campo estrictamen-
te político. No he podido eludirla, tal es la ira emocionada que
en mi ánimo suscita el odioso atentado de Sevilla-Madrid. ¡Si
al menos oficiase como espolazo supremo ante la embotada con-
ciencia ministerial!...

* * *

En este cosmopolita París recibo diariamente visitas españo-


las. Las más, son de personas a quienes nunca había tenido oca-
sión de hablar. Por eso mismo, de mayor significación y más
agradecidas. Y todas coinciden en el pronóstico. ¡ Vamos al desas-
tre! [Así no se puede seguir! Lo dicen industriales, agriculto-
res, propietarios. Todas las gamas de la producción respiran en
igual forma. Uno, gran industrial en Madrid, tenía hace dos
años 1.200 obreros; hoy, sólo 225. Otro, fabricante de una pro-
vincia vasca, tenía 400, y está decidido a cerrar por falta de pe-
didos, y porque además no le paga el Estado los de 1932. Los
propietarios agrícolas, coinciden asimismo. Han agotado sus re-
servas ; la coseoha de 1932, les costó dinero a pesar de su cuan-
tía excepcional; ahora no encuentran crédito, aunque lo pidan ;
y la próxima coseoha, corta y baja, se liquidará con un desnivel
superior a las posibilidades del terrateniente más ricachón. Uno
me contaba que trató de ceder sus tierras a los obreros ; pero
éstos no las quisieron, porque prefieren trabajar seis horas y co-
brar jornales exorbitantes. La red de lamentaciones no tiene lí-
mites. Son unánimes. A ellas no escapan, por supuesto, los ca-
talanes. Hablo con muchos, y todos maldicen —no es mío el
vocablo— la hora en que se les ocurrió implantar la autonomía-
Los propietarios del campo se ven expoliados por los rabassaires.
Los fabricantes, sin autoridad. Todos, en fin, amagados de pe-
sadumibres fiscales, cuya medida no es fácil preveer...
Pues con una España así, a-fin se atreve el Ministro de Agrí-
cultura, no sólo a dejarse sorprender por todos los problemas —^tri-
gos, frutas, patata, arroz, etc.—, sino, además, a autoapHcarse
POLÍTICA Y BCONOHÍA 629

los más descomunales elogios, presentando la situación del país


como un privilegio, y a la República como factor eficaz de pro-
greso, saneamiento y mejora en la Economía patria. En ABC
he rebatido esta peregrina e inconcebible tesis con datos conclu-
yentes extraídos del rapport que acaba de publicar el Servicio
de Estudios económicos del Banco de España. No quiero repe-
tirlos, pero sí dejar aquí la debida constancia, pues pocas veces
habrá alcanzado la literatura ministerial un extremo tan superla-
tivo de ligereza, por no decir cosa peor.
Sin ser un lince, puede predecirse para el otoño venidero un
momento gravísimo. ¿Cómo, quién y con qué medios van a rea-
lizarse las faenas de siembra?... ¿Han de continuar los asenta-
mientos? ¿Se mantendrán los jornales abusivos fijados en mu-
chas comarcas? ¿Perdurarán las jornadas de rendimiento casi
nulo? Los lectores que tengan algún contacto con la tierra, con-
testarán de seguro como yo estas tres preguntas : a saber, con las
mayores dudas y tremendo pesimismo. Es la Agricultura —no-
driza de España— la raíz medular de nuestra Economía. Y por
obra de esta desdichadísima política, y también en parte más
leve, de la crisis mundial, ni una sola de nuestras regiones ru-
rales se ve libre del colapso. Todo Levante sufre el problema an-
gustioso de la restricción exterior al comercio de frutas ; Galicia
se resiente de la depreciación del ganado y el encarecimiento del
maíz; las regiones trjgueras rebosan grano invendible, aún a
precios irrisorios ; la exportación de vinos, plátanos, patatas tem-
pranas, etc., tropieza con inconvenientes múltiples y acentuados ;
la del aceite tiende, asimismo, a la baja ; y para colmo de ca-
lamidades, la riqueza ganadera se extingue poco a poco, falta
de pastos —donde las invasiones sustituyen la dehesa por el tri-
gal— o de capital circulante —donde el asentamiento esquilma la
enclenque faltriquera del dueño.
Este ha resistido hasta aquí, primero, porque contaba con
más o menos recursos ; después, porque todo lo daba por bien
empleado con tal de salvar la propiedad de su finca. Pero ahora,
¿ cómo perseverar en la tesitura ? Ya no tiene medios ni en nu-
merario, ni en crédito. Y tampoco teme perder su propiedad.
Porque al obrero, en general, ésta no le atrae. Antes que dueño,
con riesgos, le place ser jornalero con pitanza archi asegurada.
630 ACCK^N ISPAÑOLA

I ^ mayoría de los propietarios, asolados por esta plaga sociali-


zante, preferiría, sin duda, ser expropiado. EUo les quitaría com-
plicaciones e incertidumbres... Pero tampoco eso es empresa ha-
cedera. La implantación del engendro que se llama Reforma Agra-
ria, es empresa de muchos años, y antes de que comience, en
serio, sufrirá múltiples rectificaciones a fondo. Porque tal como
se promulgó, la faltan todos los sacramentos. Y en manos de
unas Juntas cuyos Presidentes carecen por lo común de la me-
nor autoridad y prestigio —aquí es un Maestro, allí un humilde
Geómetra, más allá un politiquillo insignificante y sin relieve—,
la ley más perfecta sucumbiría deshonrada.
El Ministro, si lo es para entonces, echará mano del resor-
te a que siempre acude este Gobierno: el Tesoro público. Ya
se ha decretado la movilización de un crédito de cincuenta millo-
nes de pesetas para favorecer las cotizaciones trigueras. Antes
se habían concedido dos para reducir las tarifas del transporte
ferroviario de naranjas, y avalado tres para compensar a los ex-
portadores el coste del flete. Antes, asimismo, había tomado el
Estado para sí, doscientas mil toneladas de carbón asturiano, y
había obligado al Banco de Crédito Industrial —que opera con
caudales públicos, obtenidos mediante la colocación en el mercado
de Deuda estatal—, a que concediese un crédito de tres millones
de pesetas para costear las jubilaciones de mineros. Y anterior-
mente se habna otorgado un crédito de diez millones de pesetas
—ignoro si agotado o intacto— para gastos de intensificación de
cultivos. Y aihora, el día 20, se autorizó otro crédito de igual cuan-
tía para la misma finalidad. Por ahí se ve el camino escogitado.
El Gobierno acudirá al presupuesto para sufragar los gastos de
intensificación de cultivos o, dicho con claridad, de incautación
de fincas, cultivo directo por jornaleros o sindicatos... y pérdi-
das de explotación. El Gobierno toma a su cargo, por de pronto,
los anticipos para semillas, jornales, maquinaria, etc., y des-
pués... tratará o no, de cobrar. Eso depende, en su día, de mu-
chos factores adventicios y subalternos.
Así se explica el amenazador déficit del presupuesto nacional.
El sefior Ventosa evaluó el de 1933, en su conferencia de Ma-
drid, en 661 millones de pesetas. Pero el de 1934 será mucho
mayor. Porque el movimiento ascensional de los gastos se acen-
POLÍTICA Y BCONOMÍA 631

túa por momentos. Uno de los nuevos aumentos oscila alrededor


de cien millones de pesetas, costo anejo a la sustitución de la
Enseñanza que daban las Ordenes religiosas por Enseñanza ofi-
cial. El articulado de la ley vigente de presupuestos contiene la
promesa de mayores gastos en 1934 y 1935, por razón de la dis-
tribución del crédito de gran número de obras públicas, cuyo ma-
yor gasto carga sobre esos ejercicios, aunque se comienzan en
1983. Los planes de enlace ferroviario subterráneo, absurdamen-
te concebidos e impuestos por el señor Prieto —que de ello ten-
drá que rendir estrecha cuenta— han de absorber muchísimos
millones... Y la recaudación no da para tanto. Hasta ahora no
se contrae, globalmente, gracias a las reformas que se implanta-
ron en 1932 —parte el 1." de abril y el resto en 1." de julio—;
pero apenas se distiende, con lo que el desnivel se hace inevita-
blemente mayor.
Según los datos oficiales relativos a enero y febrero, la re-
caudación total importó 593,1 millones de pesetas, contra 566,7
en 1932 y 541,6 en 1931 : aumento de 26,4 y 51,5, respectiva-
niente. Dos meses no constituyen unidad presulpuestaria defi-
nida ; el trimestre es la natural (1). Pero en todo caso, compa-
rándolos con igual período de ejercicios anteriores, acusan la ten-
dencia. Que es de sostenimiento, por no decir de baja, porque en
1933 juegan las reformas fiscales de 1932, y, sin embargo, ape-
nas se nota una elevación sensible en los impuestos afectados por
ella. La Renta de Aduanas sigue en descenso, y es muy difícil
compensar esta merma. Desde luego, no se logrará con el impues-
to sobre la Renta, que la Administración fiscal monta lentamen-
te fijando bases y estableciendo las normas de cómputo de los
signos exteriores, pero que está llamada a producir exiguos ren-
dimientos, dada la crisis que atraviesa la Economía patria.
En el bimestre en cuestión, los gastos se elevaron a 601,5
millones, contra 504,1 y 483,7, respectivamente. En realidad, el

(1) Escrita la crónica, veo los datos del primer trimestre, aunque
sólo en conjunto. De ellos resulta una diferencia a favor de la recauda-
ción en el primer trimestre de 1988, sobre el de 1982, de solamente í)2
millones. Si se considera que en el de 1982 no regían aún las reformas
fiscales, ese margen es notoriamente exiguo y presagia peores liqui-
daciones.
W2 ACCIÓNESPAÑOLIV

aumento ha sido superior, porque por Deuda pública aparecen for-


malizados únicamente 163,4 millones, contra 173,3 en 1932, y
186,1 en 1931; este concepto no produce gasto inferior, sino al
contrario, y de consiguiente, hay una merma aparente, por mo-
tivos de mera contabilidad, de más de 20 millones, con lo que el
crecimiento del gasto resulta en dos meses de más de 125 millo-
nes. Si la proporción se mantuviese, el aumento en todo el ejer-
cicio, respecto del anterior, llegaría a 750. No será tanto; pero
poco ha de faltar. Como se vé, el señor Ventosa pudo afirmar
con harta razón que el déficit se debe exclusivamente a los ma-
yores gastos acordados por la República. Lo que equivale a con-
fesar que antes no había déficit. Esto es una gi-an verdad, que
nos place oír de labios del señor Ventosa.
Para 1934 es muy de temer el ihundimiento de la contribución
teritorial, una de las más sólidas ; lenta en su desarrollo, pero
segura en su rendimiento. En cuanto a la riqueza rústica, la con-
tracción ha de ser consecuencia inevitable de las confiscaciones,
expropiaciones y fallidos. En cuanto a la urbana, dependerá de
que prospere o no el proyecto del Sr. Albornoz. No lo conoce-
mos, ni creemos se haya publicado. Pero algunas informaciones
confidenciales aparecidas en periódicos de carácter ministerial an-
ticipan ciertos extremos en verdad escalofriantes. Si el Ministro
se propone, en efecto, dispensar del pago del alquiler a los obreros
parados, obligar al propietario a consentir la compra de los pisos
de su casa, a plazos, por los respectivos inquilinos, y convertir al
inquilino comerciante en semipropietario de su tienda, con facultad
de traspaso, es indudable que quiere llevar la propiedad urbana es-
pañola a un verdadero ensayo socializante, insjñrado en el sistema
municipal vienes. Ensayo que su colega D. Marcelino Domingo
intenta extender a la propiedad agraria, con el proyecto de ley de
Arrendamientos rústicos, que tiene muchos preceptos elogiables,
pero también desnaturalizaciones lamentables del principio de la
propiedad, con daño especialmente de quienes lo hayan ejercido en
un largo plazo de tiempo con criterio cristiano y comprensivo: a
esta mostruosa consecuencia llevará sin duda, la retroactividad es-
tablecida en favor de los arrendatarios que vengan siéndolo por
más de 20 años, que son, claro es, los que de hecho disfrutan de
POLÍTICA Y ECONOMÍA 633

mayores concesiones y franquicias en sus relaciones con el do-


minio.
Estamos, pues, abocados a nuevas emisiones de Deuda. La
de 300 millones realizada en abril último se cubrió varias veces
sin gran esfuerzo; pero sin que el dinero fresco jugase el papel
que fuera de esperar, según pudo advertirse comparando los ba-
lances anterior y posteriores del Banco de España. Los Bancos
privados han conseguido encajes eu general holgados, y en esta
clase de Deuda hallan colocación excelente y sin riesgo. No son,
pues, de temer mayores dificultades cuando se emitan los 200 mi-
llones que restan en el cupo autorizado por la ley de presupuestos.
Y probablemente, se colocarán como estos 300 al 5 por 100, con
ventaja de 1,5 por 100 sobre el tipo autorizado por las Cortes. Lo
malo es que para 1934 se precisará suma mayor. Y que en ese
mismo año vencen los 500 millones emitidos en 1932. Estamos,
pues, en los preliminares de la bola de nieve. Y la República se
dispone a crear un problema gravísimo, que ella no heredó: P1
problema de la Deuda flotante. ¿Cómo y quién será capaz de con-
solidarla ? ¿ Y en qué condiciones ? Tales preguntas justifican una
gran incertidumbre y los peores presagios.

« <» *

Mientras la Conferencia del Desarme prosigue sus tareas ple-


narias, siempre estruendosas, el Comité técnico de gastos de De-
fensa Nacional realiza los suyos con absoluto sigilo. Algo hemos
sabido de ellos por una comunicación radiada del delegado fran-
cés M. Robert Jacomet, «controleur» general del Ejército. Y con-
viene retenerlo.
El Comité técnico da por conclusos sus trabajos después de
quince meses de constante estudio. Al efecto, ha redactado un «ra-
pport» para ante la Comisión general de gastos, que suponemos se
imprimirá y divulgará. Y en él propone que todos los Estados, al
votar sus presupuestos, envíen a la Comisión permanente del Des-
arme, ajustándose a documentos de tipo uniforme, el detalle de
los gastos por Defensa Nacional que piensa realizar en el ejercicio,
debiendo hacer otro tanto cada vez que por cualquier circunstancia
se modifiquen esas previsiones. Pero, además, cada Estado habrá
634 ACCIÓN RSPAfiOLA

de remitir a la Comisión una nota detallada de los pagos verifica-


dos, previo control por el Tribunal de Cuentas respectivo. Indu-
dablemente, de este modo serán conocidos exactamente el montan-
te de los créditos y el de las inversiones que cada país dedica a su
defensa militar.
La solución ha de consistir en la fijación de un tope cuantita-
tivo para estos gastos. ¿ En cifras absolutas ? ¿ En cifras relativas ?
Lo más conveniente sería, sin duda, conjugar ambos criterios;
pero lógicamente, debe predominar el segundo sobre el primero,
entendiendo por tope relativo el que gradúe el gasto de Defensa
nacional en función : a), del presupuesto total del Estado; b), del
censo de población de cada país. Este segundo sirve en el proyecto
de Mac Donald para señalar el cupo de fuerzas armadas, y el gas-
to ha de ser consecuencia del cupo.
El tope presupuestario puede servir de resorte excelente para
dos finalidades : una, procesal, el control; otra, de fondo, el des-
arme. El control es una pieza delicadísima en el plan de Desarme.
Las potencias vencidas lo rechazan creyendo que de hecho pesaría
sobre ellas, y no sobre las aliadas. Aun entre éstas, por lo menos
en cuanto a algunas, el control permanente, automático y efecti-
vo —en estos términos lo ha pedido M. Norman Davis en su fa-
moso discurso del día 22— ha de ser motivo frecuente de suspica-
cias, porque no es cosa fácil someter la organización militar de un
país a la fiscalización de terceros ; si antiguos adversarios, porque
enojaría, y si antiguos aliados, porque sería ficción. Pues bien : el
control financiero soslaya esos inconvenientes. Merced a él, sin
necesidad de investigaciones «sur place», Ginebra conocerá aJ de-
talle lo que cada Estado gasta en servicios armados.
Si el tope fuese decreciente, aunque con ritmo lento, su efica-
cia doblaría. Porque con créditos en descenso no es posible aumen-
tar los armamentos. Ni mejorar las calidades. Ya se ha insinuado
que no basta suprimir o reducir armamentos ; para que esta medi-
da no sea inopetante, es preciso que no se compense con una carrC'
ra libre a la mejora de calidades. Y para evitarla, ningún obstácu-
lo como el financiero.
Cuando se publique el «rapport» en cuestión, daremos más de-
tallada información sobre su contenido al lector de ACCIÓN E S -
P.-ViíOLA.
:!i íf. Sr-
POLÍTICA Y BCONOMÍA 635

El 26 de mayo se habrá celebrado en Berlín una reunión de


acreedores privados del Reich convocada por el Gobernador del
Reichsbank M. Schacht. Este ha dicho que Alemania quiere pa-
gar las deudas privadas —las deudas públicas exteriores están de
hecho condonadas, después de la Conferencia de Lausanne—. Por
eso no pide ni moratoria, ni perdón. Lo que pide es facilidades
para la transferencia de divisas. Pero, ¿es posible esa transfe-
rencia ?
El marco desmerece su cobertura técnica de día en día. De-
biendo ser un 40 por 100, sólo llega ya al 14 por 100. De ello
es responsable, en parte, del propio Schacht, que, como dijimos
en crónica anterior, se apresuró, con prisas sospechosas, a can-
celar el crédito del B. R. I. y otros Bancos de emisión pocas se-
manas después de haber recabado el Reichsbank una prórroga
por doce meses. Pero, dejando a un lado este aspecto, lo cierto
es que Alemania no tiene divisas ni oro exportable. Por consi-
guiente, para pagar a sus acreedores necesita que estos reciban
servicios o mercancías alemanas.
Y esa es toda la cuestión. En 1932, el excedente de la ba-
lanza comercial alemana importó más de mil millones de mar-
cos. En 1933, el excedente es inferior : 23 millones en enero, 27
en febrero, 64 en marzo. ¿Qué pretende, pues, Alemania? Se-
gún ciertos economistas franceses, pagar en marcos, y si los
acreedores se niegan a recibirlos —lo que sería muy natural,
porque actualmente esa moneda es papel más que moneda oro, y
además, retenidos en Alemania, los marcos no sirven de nada
ni prestan ningún servicio a los comerciantes extranjeros a cuya
orden se consignasen—, suspender pagos... O pedir quita de ca-
pital y rebaja de interés, según pronostica M. C. J. Gignoux.
Lo que sea se verá antes de que aparezca este número de AC-
CIÓN ESPAÑOLA. Pero no cabe duda alguna de que Alemania
lleva camino de conseguir una singular liberación de sus cargas.
Con la inflación, suprimió de hedho la Deuda interior; con su
actuación en Ginebra y Lausanne, la extinción de las repara-
ciones ; la caída del dólar le sirve de pretexto para prescindir
de la cláusula oro en los empréstitos Dawes y Young —aunque
la Justicia internacional se pronunciará, seguramente contra se-
mejante interpretación—; y el caos monetario le permite iniciar
636 ACCIÓN BSPASOLA

una última maniobra, de gran envergadura para el aligeramiento


de sus deudas privadas, las mismas que le sirvieron para equi-
par su industria con gran ventaja sobre las concurrentes.

* * *

El presupuesto francés para 1933... ¡para 1933!... está en


la última fase de su procelosa gestación. La Cámara lo votó a
fines de abril con un déficit de 4.177 millones de francos. La Co-
misión de Hacienda del Senado propuso diversas medidas que de-
bían producir 1.279 millones, reduciendo el déficit a 3.200, con
estas bases : ingresos, 45.895; gastos, 49.093. La deliberación
del Senado modificó algo esa propuesta, elevando el déficit a 3.498
millones. Esta cifra es sensiblemente análoga a la de amortiza-
ciones contractuales de Deuda pública.
Pero devuelto el presupuesto a la Cámara, la Comisión de
Hacienda ha vuelto a sus cifras primitivas, rechazando la eco-
nomía del 5 por 100 acordada por el Senado en todos los créditos
—excepto los de Defensa Nacional, Deuda y sueldos— y resta-
bleciendo algunos otros gastos. Resulta así un déficit de 4.334
millones, superior al que la propia Cámara había logrado en su
primera deliberación.
A la postre, el déficit es inevitable, y aunque sólo se eva-
lúe en 4.000 millones, aproximadamente, rebasará esta cuantía,
porque las minus valías fiscales son muy fuertes, aparte de que
en 1933 juegan ciertos recursos excepcionales que no pueden re-
petirse en 1934. De esto dimana la gravísima situación creada.
Y que tiene su base en el total de gastos, no inferior a 50.000
millones ; indudablemente, la Hacienda francesa no puede sopor-
tar esta pesadísima carga. El año 1929, excepcionalísimamente
favorable bajo todos los conceptos, la recaudación no excedió ape-
nas de 45.000 millones. Ahora es imposible crear nuevos gravá-
menes y recargar los existentes. Llegar a la cifra de 1929, dado
el marasmo que impera, parece ya un triunfo casi quimérico. Por
lo tanto, no queda otro camino que apelar a las economías. Al-
gunas se han hecho, pero a costa tan sólo, en lo substancial, de
la Defensa Nacional y los tenedores de Deuda pública. Otras,
POLÍTICA V ECONOMÍA 637

acordadas por el Parlamento, quedaron en el papel. Esto con-


fesó con inesperada ingenuidad en el Senado el Ministro Lamou-
reux, que acusa al Gobierno Herriot de haber ahorrado solamen-
te 200 millones de francos en diversos conceptos en que el Par-
lamento decretó'una reducción de 750. Y no se vé solución, por-
que los demás gastos presupuestarios son casi intangibles, re-
presentando, además, apenas una cuarta parte de los totales.
Uno de los puntos en que la navette entre ambas cámaras acu-
sa discrepancia más categórica, es la creación del Monopolio de
Petróleos. La mayoría de los diputados, la defienden ; la mayo-
ría de los senadores, lo combaten. De ello hablaremos otro día,
porque el Monopolio español está sirviendo de punto de referen-
cia y experiencia en el debate francés.

JOSÉ CALVO SOTELO


Actualidad internacional

Un aviador va a Roma.
toda Europa se conmueve, porque este aviador es Goering.
Y Y Goering, que ha pasado desde el último refugio del
romanticismo guerrero que es la cabina de un aeroplano,
al ecúleo burocrático de una poltrona ministerial, no va a Roma
sin la esperanza de regresar llevando en su mano mutilada, si
no un trofeo de éxito, una esperanza bien cuajada. Por eso en
torno a los móviles de esta visita inesperada se tejió la tela de
las inquietudes con el hilo de las intenciones de todas las can-
cillerías.
Para unos no se trataba más que de una gestión particular con
el príncipe de Hesse, yerno del rey de Italia, en vísperas dg su
designación para la presidencia de la provincia de Hesse-Nassau.
Creían otros que Goering trataba de poner a contribución las sim-
patías de que goza en Italia, para preparar el camino que Goebbels
—Ministro de Propaganda del Reich— había de recorrer pronto.
Otros sospechaban que pudiera tratarse de precisar con exactitud
la posición relativa de los tres vértices: Roma, Berlín, Viena, cu-
biertos de nieblas inquietantes. Y los de más allá daban en imagi-
nar que Goering llevaba la misión de tratar con Mussoflini del pro-
yecto de ese famoso pacto de «los cuatro», que tan a disgusto ven
algunas potencias europeas.
Es posible que ninguna de las cuatro hipótesis fuera entera-
mente falsa.
* * »
El príncipe Felipe de Hesse —el esposo de la princesa italiana
ACTüAIrlDAD INTKaNACIONAI, 639

Mafalda— ha tomado de mano de Goering los poderes del cargo


qup se le ha conferido. Tiene él hecho un valor en cuanto de-
nuncia una total ausencia de predisposición contra las viejas Casas
soberanas en ¡los actuales gobernantes de Alemania. Pero lo tiene
aún mayor si es que, como parece, revela un sano criterio restau-
rador. Porque ni allí ni en ninguna parte puede pensarse que
Restauración es el retorno de los hombres a unos puestos ahora
mal ocupados y a unos hábitos que se rompieron un día aciago, y
la vuelta de unas instituciones cuyo vivir no era vivir «.sino una
muerte prolixa». Ahora va el Príncipe a regir un territorio, a di-
rigir su vida. Si ello es una indicación de que las antiguas clases
directoras han de volver a cumplir su misión para merecer seguir
siéndolo, bien hecho está.
Dios haga que la lección —difícil y amarga— no sea perdida.
Las revoluciones y los trastornos políticos no han solido borrar
más que nombres sonoros, y apenas han arrebatado de ninguna
mano otra cosa que unas monedas. No han tenido que tomar vio-
lentamente, ni varas de mando ni funciones directoras ; funciones
y varas habían ido quedando a lo largo del camino por el que se
va olvidando a lo que obliga un nombre.

* * *

Es cierto también que Goebbels ha ido a Italia. Dícese que con


el propósito de establecer una colaboración entre la propaganda
hitleriana y la propaganda fascista en el campo internacional.
I Magna obra —si ello es cierto— la que podrá realizar la técnica
moderna al servicio de lo que alguien llamó la Enciclopedia de la
nueva revolución europea!

* • *

Y no es menos cierto que en Austria se sienten inquietudes


capaces de alarmar a cuantos tienen de qué inquietarse cuando se
ventila la suerte de la antigua marca oriental del Imperio ca-
rolingio.
La situación del Gabinete austríaco venía siendo desagrada-
ble ; empujado de un lado por los comunistas, no contribuía, cier-
tamente, a restablecer su equilibrio la fuerza que, del lado opues-
^0 ACCIÓN BSPAÑOLA

to, venían haciéndole los nazis. A Dollfuss le resultaron burgcs


podridos la mayor parte de los municipios del Tirol y de la Baja
Austria, en los que no hace mucho se celebraron elecciones conce-
jiles. El éxito enardeció a los triunfadores que redoblaron sus de-
mandas apremiantes de una convocatoria de elecciones generales.
Los animan y les prestan consejo los nacionalsocialistas ale-
manes que ven acercarse el momento de que sea una realidad el
Anchsluss que en Austria no desean sólo los nazis, sino que es
una vieja aspiración de todos los pangermanistas. Dollfuss quigo
contrapesar estas influencias exteriores y fué a Roma antes, en
busca de apoyo y de aliento, como ahora con su reciente mensa-
je radiado ha tratado de buscar en Norteamérica un eco a las cui-
tas confiadas al micrófono. No dejará de encéntralos porque Italia,
como Francia y como la Sociedad de Naciones, no verían sin grave
disgusto la incorporación de Austria al Tercer Reich.
En estas andaban, cuando se habló de que Goebbels y Goe-
ring pensaban ir a Viena a presidir una manifestación racista el
14 de mayo, y, apenas pasado este sobresalto, se averiguó que
quien había de hacerlo era el ministro bávaro Frank ; a cuya no-
ticia e iniciada por el Reichspost —órgano de los cristianos-socia-
les— se desencadenó una violenta polémica austroalemana, soste-
nida principalmente desde el otro lado de la frontera por el Voel-
kische Beobachter. Con lo que, excitadas todas las pasiones, so-
brevinieron desagradables incidentes, que hacen aún durar la ten-
sión austroalemana, y las dificultades ; para suavizar las cuales al-
guien pensó que Goering iba a buscar la mediación del Duce.
Difícil es vaticinar lo que puede ocurrir en Austria; el Go-
bierno tiene en frente un gran sector de opinión ; y aun dentro del
ejército, se da el caso de que en tanto que se trata de borrar hasta
de las exterioridades —del vestuario, por ejemplo— toda huella
de influencia alemana, se produzcan incidentes como el del círculo
militar de Bregenz, donde un grnpo de oficiales bávaros de la
guarnición de Lindan, que habían sido invitados a un acto, fueron
despedidos al marchar, por los oficiales austríacos que entonaban
el Horst Wessel.
* **
Pero algunos informadores creyeron ver en la repetición de las
entrevistas de Goering y Mussolini —antes y después de las que
ACTUALIDAD INTKIUÍA.C10NAI. 641

el Duce sostuvo con los embajadores de Francia y la Gran Breta-


ña— la confirmación de la hipótesis de que el verdadero objeto de
la visita era el de ocuparse del proyecto del pacto o convenio de
los cuatro.
Pvl discurso de Hitler, esperado con incontenible ansiedad por
todos, fué causa de decepción para la patológica fruición con que
algunos esperaban del canciller descompasados ademanes y pala-
bras agresivas. Han perdido la última esperanza que les quedaba
de que el Fuhrer no fuera más que un afortunado botarate. El
discurso —enérgico, pero hábil y medido— contenía una doble ad-
hesión al mensaje de Roosevelt, y al plan Mac Donald ; y a un
tiempo la negación de todo propósito de ¡germanizar a los no ale-
manes, y la resuelta afirmación de los derechos de Alemania en
punto a armamentos. En suma, fué el discurso de un estadista.
Y parecía que debiera haber servido para facilitar las tareas de
Ginebra. No ha sido así; de ilusión en desesperanza ha seguido y
sigue sus discusiones la Conferencia del Desarme ; pero después
del discurso pronunciado en la Cámara de los Comunes por sir
John Simón ya no parece probable que pueda obtenerse de ella un
resultado que valga la pena antes de que se reúna la Conferencia
Económica Mundial. Por su boca ha expresado Inglaterra su re-
solución de no asumir compromisos políticos nuevos ; es decir, se
niega a firmar más pactos de esos de que Francia pretende obtener
garantías de seguridad.
Se ha llegado así a una situación tal que o Francia cede, o ha-
brá que considerarla culpable del fracaso de la Conferencia. Lo
que explica que se le haya despertado en estos días una marcada
inclinación hacia el pacto de los cuatro que antes rechazaba de
plano.
Aunque el primitivo proyecto ha sufrido algunas modificaciones
sigue despertando los recelos de la Pequeña Entente y de Polonia.
Para evitar el peligro de la revisión de fronteras, que ellas creen
adivinar, tendría que desvirtuarse de tal modo el Pacto que apenas
tendría un remoto parecido con lo que Mussolini había propuesto.
A tan raquítica criatura no sería aventurado vaticinarle corta
vida.
642 ACCIÓN « S F A S O L A

De punta a punta de Europa.


Hace algún tiempo nadie se hubiera atrevido a pensarlo. Pero
la pasividad con que asistía a las audaces operaciones del Japón
en Manchuria y aun en China, ya denunciaba que la U. R. S. S.
sentía los desmayos de su interior debilidad en la mano que otrora
se tendía de fronteras afuera celosa de prerrogativas y convenien-
cias. Impotente para disputar por las armas su influencia en tie-
rras de Manchuria, de Mongolia y de China, opta por vender a su
contrincante, el Japón —o al nuevo Estado Manchukuo, que no
es muy distinto— el ferrocarril ruso-chino.
No le sería posible proceder de otra manera. Ese instrumento
de guerra que ha forjado a golpes de rublos, voluminoso e impo-
nente, no se atreverá a utilizarlo nunca fuera de sus fronteras. No
podrá decidirse nunca a intentar una aventura que probablemente
le costaría el derrumbamiento de un sistema de esclavitud que se
tiene en pie precisamente por la coacción de las armas. Los campe-
sinos expoliados y hambrientos aprovecharían la ausencia del
ejército rojo para levantarse contra el régimen ; otra vez de la
retaguardia al frente cundiría el movimiento revolucionario ; y
esto pudiera ser salvador.

iH t- *

El Senado griego ha aprobado el proyecto de plenos poderes


presentado por el Gobierno. Queda ahora por ver qué hace el Go-
bierno con ellos ; quizá le sirvan para poco.
Porque ocurre un hecho significativo que conviene subrayar,
y es que todos los dictadores que están ahora y se sostienen en
el poder son antiguos socialistas, o, cuando menos, gentes fuer-
temente impregnadas de socialismo.
Parece útil dejarlo anotado, porque ello es indicio de que si
hay que rechazar y combatir abiertamente el marxismo, es tam-
bién preciso recoger en la medida y en la extensión debidas el
anhelo de justicia social que late en el fondo del socialismo. Sin lo
cual faltará el contenido que en esta hora necesita una doctrina
de gobierno, y la asistencia que a los gobernantes es indispensable
para durar en su función.
* « *
ACTUALIDAD INTERNACIONAL 643

Alemania sigue su camino, bajo la mirada de Dios : va viendo


disminuir el número de parados, van tomando rumbos de moralidad
todas las costumbres, los presupuestos entran en fase de reduc-
ción del déficit en proporciones insospechadas. Y el eco de estas
bienandanzas resuena más allá de las fronteras. En Dantzig, por
ejemplo.
Hoy, domingo, se habrá librado una batalla electoral cuyo
triunfo no es arriesgado imputar al nacionalsocialismo. Más lo
sería tratar de adivinar sus consecuencias ; porque si se hace ho-
nor al cacareado derecho de los pueblos a disponer de sus desti-
nos, no es dudoso que los ciudadanos de la Ciudad Libre corran a
acogerse al regazo de la Madre Germania. Y aquí queda planteado
otro problema.
* * *
Esta salida del Santo Padre, por las calles de la ciudad santa,
hacia la Basílica lateranense, ha sido como la confirmación popular
de la reconciliación del Vaticano y el Quirinal. Hermosa fiesta, ce-
rrada con la bendición dada por Sn Santidad a los trescientos mil
afortunados que pudieron congregarse en la plaza de San Juan.
A la ceremonia que antes tuvo lugar en la Basílica, asistieron
desde la tribuna de los Soberanos, Don Alfonso de Borbón y sus
hijas Doña Beatriz y Doña María Cristina.

Han vuelto a debatir los socialistas franceses el tema del parti-


cipacionismo o de la abstención en las tareas del gobierno. Después
del voto del Congreso de Aviñón, el grupo parlamentario de la
Cámara adopta una actitud que era de esperar. Por 64 votos con-
tra 30 y 4 abstenciones, los diputados de la S. F . I. O. han acor-
dado elegir de nuevo por jefe a León Blum, que, como se sabe,
fué el inspirador de la fórmula aprobada en la ciudad de los
Papas.
De espaldas a los principios doctrinales de la secta, los socia-
listas han acordado ahora votar la totalidad del presupuesto —con
sus cifras de guerra y marina, con su aire burgués—; sería cu-
rioso saber cómo interpretaban la situación estos acomodaticios so-
cialistas para cohonestar su voto de ahora, frente al acuerdo de
Avignon ; porque a lo que los autorizaba la segunda parte de él,
*44 ACCIÓN ESPAÑOLA

era a votar contra el credo del partido y en favor de las tesis gu-
bernamentales, siempre que de su voto adverso pudieran aprove-
charse los enemigos de los trabajadores.
Claro es que aquí no necesitamos demasiada ilustración en es-
tos puntos. Es el motivo de toda la partitura que vienen ejecutan-
do los cantaradas de Pirineos acá, sin demasiada satisfacción de
nadie.
La crisis del capitalismo ha señalado —¡quién lo había de de-
cir !— la hora del crepúsculo de la doctrina socialista.
Los militantes deben apresurar el paso y activar las faenas.
Dentro de muy poco sonará la queda.

De Zuhieta a Beaavides.

El Ministro de Estado español ha gustado en Ginebra los


halagos del éxito. Por lo menos una parte de la Prensa así nos lo
ha dicho ; ha añadido que del chaparrón de felicitaciones aún al-
canzó algo al señor Madariaga.
El caso no es para menos, porque, según se nos dice, al señor
Zulueta, con su severo atuendo y su porte taciturno, había tocado
en esta ocasión el papel de blanca paloma de paz. Gracias a
su intervención la paz entre Perú y Colombia era un hecho. El
pleito de Leticia quedaba liquidado en su fase bélica.
Claro que de estas albricias habrá llegado alguna porción al
presidente D. Osear Benavides. Porque —sea dicho sin ánimo de
empañar la gloria de los claros varones de la república española—
fué él el iniciador de una política de transigencia, y fueron sus
tratos con el negociador colombiano López, los que ganaron para
la paz ese tanto que se ha apuntado Ginebra.
Como suya fué también la iniciativa de reanudar las relacio-
nes diplomáticas peruano-mejicanas que alguna prensa española
anotó también ditirárabicamente en el haber de sus hombres.
Es consolador todo esto, porque, aunque no eficacia, demues-
tra cuando menos que el sentido de lo que debe ser nuestra actua-
ción internacional no está totalmente perdido.

La quiebra de un sistema.
Mirando a América no puede dejar de sentirse oprimido e.
ACTUALIDAD INTKRNAClONAt 645

corazón a la vista de la tragedia en que se debate medio conti-


nente.
La antes floreciente Argentina, por ejemplo, sufre de un modo
cruel las consecuencias de una crisis angustiosa. Deliberadamente
queda escrito crisis, sin añadir el calificativo de que tanto se
abusa ; porque más exacto que decir crisis económica sería decir
crisis de régimen.
La crisis se ha originado, entre otras cosas, del liberalismo eco-
nómico ; y entra en ella por mucho uno de los factores del mal, que
guarda en sí el régimen democrático : el hecho de que la demo-
cracia es cara. Régimen democrático es lo mismo que complacen-
cias con las clientelas, amplificación sin límites de la burocracia,
reparto pródigo del caudal público, inflación presupuestaria ; y
luego, crecimiento de los impuestos, agobio de las gabelas, retrac-
ción del dinero, compresión de los negocios, paro y miseria.
Eso es lo que ha visto el presidente Terra en el Uruguay. El
régimen instaurado por BatUe y Ordóñez era abrumadoramente
caro. Gabriel Terra ha sentido la antidemocracia por razón de
autoridad, pero quizá antes que nada por razón de economía.

Y en definitiva, la democracia tan cacareada de nuestro tiempo


está gobernada de manera sutil por una reducida aristocracia casi
invisible. La de los grandes disponedores del dinero; la de la alta
banca. Es una miserable servidumbre de que no se ha sabido sacu-
dir. La investigación que está realizando el Senado norteamerica-
no en los Bancos establecidos en la República, sería reveladora,
si no estuviéramos ya curados de espanto.
Ese poderío que permite favorecer sin tasa a hombres y a par-
tidos, a muchos hombres y a todos los partidos, de suerte que
€n todas partes pueda el que lo disfruta contar con un apoyo, si
€s legal —en el sentido estrecho y formalista de la palabra— es
ciertamente inmoral y causa de muchas —si no de todas— las mi-
serias actuales.
La palabra de S. S. Pío XI ha tenido en este momento una
confirmación clara y total.
JORGE V I G O N
M undo de la cultura

I.—«ACCIÓN ESPAÑOLA» A LA SOMBRA DE MENÉNDEZ Y PELAYO

ALOPANDO a lomos de perfección por campos de espirituali-


G dad, D. Marcelino Menéndez y Pelayo fué más que un
devoraidor incansable y anecdótico de libros viejos y nue-
vos, y más que un crítico de certero buen gusto y penetración
infalible, y más que un polígrafo en quien las ansias de apren-
der y de enseñar pugnaban por desbordarse de los límites de
la posibilidad humana. Fué don Marcelino, junto a eso y por en-
cima de eso, y es lo que más nos importa en trance de patrio-
tismo, un enamorado singular de las esencias españolas, paladín
esforzado del auténtico sentido español, devoto ferviente y ja-
más vencido de nuestras tradiciones, que son grandeza inmortal.
Pocos le aventajaron en curiosidad hacia las huellas vigorosas
de nuestra alma vibrante, y ninguno le igualó en comprensión
exquisitamente profunda de la historia de España, de la civili-
zación hispánica generadora de pueblos, madre de sabidurías,
ejemplo de culturas, modelo de genialidad. Lo que significó nues-
tra misión cumplida en el pasado y lo que ha de ser nuestra mi-
sión, cuya realidad en lo porvenir se procura detener con vientos
de antiespañolismo, tuvieron en Menéndez y Pela3'o exactísima
visión, por nadie superada. Por eso sus doctrinas viven hoy, cá-
lidas de actualidad, en el tesoro de sus obras definitivas, que
constituyen el himno más armonioso y exaltador que se pueda
soñar elevado a la deslumbradora epopeya de una verdad con-
movedora. Si no escribió una historia de España propiamente di-
MUNDO DB I,A CULTURA 647

cha, eu sus libros —monumentos maravillosos de cultura— fijó


los jalones fundamentales para hacerla, y aun trazó tantos y tan
agudos capítulos, que con ellos se podría elaborar de manera an-
tológica un retrato de nuestro ayer ; tarea cuyo propósito no ha
de tardar en cumplirse.
A la sombra vivificadora del maestro está situada la Revista
ACCIÓN ESPAÍ5OI,A, como lo estaba también la Sociedad del mis-
mo nombre. Sociedad y Revista que se hermanan en la altísima
misión de restaurar los valores, hoy en quiebra, de la tradición
nacional. Cuando en todos los países civilizados se vuelven los
ojos a las puras esencias históricas, tras del desengaño de expe-
rimentos ruinosos de democracia y socialismo, es España la que,
movida por turbios manejos, sirve de conejo de Indias para nue-
vos juegos condenados irremediablemente a cruel fracaso. En esta
gravísima situación, puestas en riesgo terrible las esencias his-
pánicas, son la Sociedad «Acción Española» y la Revista ACCIÓN
EsPAííoLA, quienes se afanan por defender la causa de las luces
frente al oscurantismo demagógico. Por eso, el 19 de mayo de
1932, vigésimo aniversario de la muerte de Menéndez y Pelayo,
la Sociedad «Acción Española» celebró sesión solemne de home-
naje a la memoria del polígrafo insigne ; fiesta que este año era
preciso repetir, como habrá de hacerse en los venideros, para afir-
mación de una postura clara y patriótica. Pero desde el día 5 de
agosto de 1931, sin causa alguna que lo justifique, sin pretexto
tampoco tras del cual disculparse, el Gobierno republicanosocia-
Hsta, presidido por un hombre de letras, don Manuel Azaña, man-
tiene en inexplicable clausura un centro cultural, exclusiva y am-
pliamente cultural, cuya situación así lograda es triste ejemplo
de la persecución del espíritu que España padece.
Mas el aniversario de don Marcelino no podía quedar sin re-
sonancia. Y este año ha sido la Revista ACCIÓN ESPAÑOLA la en-
cargada de organizarlo. Fiesta de cultura que congregó en el
salón de actos de la Academia Nacional de Jurisprudencia y Le-
gislación a tal cantidad de público, que buena parte de él hubo
de permanecer en pie, apiñado en pasillos y tribunas, durante
niás de dos horas. Se evocaba la memoria de un hombre que
puso por encima de todo su catolicismo ardiente como engendra-
dor máximo de espiritualidad y de prestigio de pueblos, y esto
648 ACCIÓN ESPAÑOLA

ocurría al día siguiente de que las Cortes de la segunda Repú-


blica española votaran y aprobaran la Ley de Congregaciones re-
ligiosas, calificada por el Papa, con certera expresión, de «obra
maestra de iniquidad contra Dios y contra las almas».
Presidió el solemnísimo acto el ilustre Jefe de oRenovación Es-
pañola», don Antonio Goicoechea, y Jiabló en primer lugar Euge-
nio Montes, encargado de exponer los conceptos históricos de
Menéndez y Fclayo. Preciso de concepto y de palabra, desde-
ñoso del aplauso fácil, nuestro admirable colaborador demostró
con fina argumentación filosófica cómo el cristianismo trajo al
mundo la revelación del sentido histórico. El historicismo y el
evolucionismo constituían en el siglo XÍX el clima moral en que
se creó el pensamiento de Menéndez y Pelayo. Pero el maestro
sabía que no hay historia de la naturaleza, que toda la historia
es sobrenatural, espiritual. Tenía Menéndez y Pelayo conjuros
para que la sensibilidad no se convirtiese en hiperestesia. Con-
vencido de que la tragedia de España consiste en haber perdido
el sentido de lo eterno, don Marcelino sabía que donde se dice
espíritu ha de traducirse Religión, y mantenía por ello el con-
cepto de que toda la Historia es Historia Sagrada; así, con
un carácter que propendía a lo estético, hubo de escribir la His-
toria de los Heterodoxos. Para Montes, en la palabra humanis-
mo, hay sentidos contrarios, que la hacen dudosa. En este caso,
la aplica en el sentido de amor a lo clásico, señalando cómo Me-
néndez y Pelayo vio en España el país en que mejor se ha con-
jugado lo clásico y lo cristiano. España, al colonizar América,
recordaba a Roma ; pero su obra no hubiera sido posible sin ca-
ridad cristiana, que nos impulsó a hacer prójimos próximos. El
maestro basó la unidad de España en la unidad de creencias.
Triste es recordarlo, cuando se ha querido romper esa unidad ;
ya se ven los frutos de dispersión. Llegó don Marcelino a pensar
en Cataluña para rehacer a España ; pero afirmaba que no ha-
bría unidad si se llegase a romper la unidad cristiana. Entonces
se despedazaría política y espiritualmente España en reinos de
taifas y cantones. ¿ Vendrá esto ?, se pregunta Montes; y res-
ponde angustiado: ¡Está viniendo! Hay que pedir, como en el
poema de Fernán González :

Señor, Señor; no nos tengas tal saña.


Por los nuestros pecados, no destruyas o España...
MUNDO DE I<A CULTURA 649

Es ahora el marqués de Lozoya quien, desde el estrado de la


Academia de Jurisprudencia, habla acerca de las ideas estéticas de
Menéndez y Pelayo. Trabajo de erudición y comprensión finísimas.
Dijo acertadamente que si la verdad en la obra de investigación
no envejece nunca, no ocurre así en el campo de lo estético, don-
de los gustos varían de generación en generación. Por eso, si no
pueden debilitarse los conceptos filosóficos e históricos de don Mar-
celino, sus conceptos estéticos, en cambio, coincidirán unas veces
y chocarán otras con los gustos de las diferentes épocas. Ena-
moraba al maestro la cultura grecorromana, más como la expre-
saban los artistas que como la exponían los filósofos. El ideal es-
tético de Menéndez y Pelayo era horaciano, aunque de tal suer-
te que en él pudieran verterse otras esencias, como la mística cris-
tiana, al modo de fray Luis. Por eso, los discípulos de Menéndez y
Pelayo entienden que lo cristiano no puede dejarse de lado en modo
alguno. El maestro inolvidable comprendió cuanto estudió. Com-
prendió también la Edad Media, en la que veía la lucha, la as-
censión hacia su España más amada. Le gustaba Gonzalo de Ber-
ceo, a pesar de su rudeza de expresión ; nosotros saboreamos, en
cambio, precisamente, esa rudeza, esa espontaneidad de sus versos,
que nos los hace preferir a los de tantos contemporáneos de don Mar-
celino elogiados por éste. Comprendió el romanticismo, que retro-
traía muoho antes de 1830 ; pero no llegó a comprender el barroquis-
mo, sin advertir que está en Teócrito, a quien admira, tanto como
en C'hurriguera, a quien odia. Por eso no gustó del Góngora de
las soledades, y posponía Calderón, no sólo a Lope, sino a Tirso
y a Moreto. Más que en sus versos, es poeta Menéndez y Pe-
layo en sus grandes libros en prosa, en los que evoca la epopeya
de España. La erudición no basta al historiador. La inteligencia
tiene que pedir alas al amor, y ese es el milagro del maestro.
Por boca de la marquesa de Lanía —^prodigiosa de dicción—
habla el propio don Marcelino Menéndez y Pelayo: son las pá-
ginas geniales del epílogo de la «Historia de los Heterodoxos es-
pañoles», páginas en las que se canta la grandeza de España y
se llora su decadencia, con tal calor, con tanta intensidad y vida,
que parecen conceptos escritos boy. Estremece de sacrosanta emo-
ción la lectura de esos párrafos encendidos en los que se exaltan
las esencias de nuestro país : «España, evangelizadora de la mi-
650 ACCIÓN ESPAÑOLA

tad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espa-


da de Roma, cuna de San Ignacio...-» «Esa es nuestra grandeza
y nuestra unidad ; no tenemos otra. El día en que acabe de per-
derse, España volverá al cantonalismo de los Arévacos y de los
Vectones, o de los reyes de Taifas.» Nadie como don Marcelino
ha exaltado la España que «era o se creía el pueblo de Dios»,
cuando «cada español, cual otro Josué, sentía en si fe y aliento
bastante para derrocar los muros al son de las trompetas o para
atajar al sol en su carrerai>. En aquellos tiempos, en aquella «di=
chosa edad... de prestigios y maravillase, España era grande, y
«nada parecía ni resultaba imposible ; la fe de aquellos hombres,
que parecían guarnecidos de triple lámina de bronce, era la fe
que mueve de su lugar a las montañas. Por eso, en los arcanos de
Dios les estaba guardado el hacer sonar la palabra de Cristo en
las fnás bárbaras gentilidades ; el hundir en el golfo de Corinto
las soberbias naves del tirano de Grecia, y salvar, por ministerio
del joven de Austria,' la Europa occidental del segundo y postrer
amago del islamismo ; el romper las huestes luteranas en las ma-
rismas bátavas, con la espada en la boca y el agua a la cinta, y
el entregar a la Iglesia Romana cien pueblos por cada uno que le
arrebata la herejíav. Ni uno solo de los asistentes a la velada in-
olvidable dejó de sentir en su pecho cómo se clavaban, transmiti-
das por el acento ejemplar de la marquesa de Laula, esas lumino-
sas frases del polígrafo geuial.
Tocóle después el turno a D. Pedro Sáinz Rodríguez, cuya au-
toridad insigne trató de la significación de Menéndez y Pelayo en
la historia de la crítica literaria. No era D. Marcelino de esos
eruditos que pasan la vida examinando si una mancha hallada
en un manuscrito viejo es un signo extraño o la deyección de una
mosca. Lejos de ejercer tal función, Menéndez y Pelayo veía en
la literatura, con su grandísima amplitud de miras, el reflejo
moral de la sociedad, el exponente del sentido histórico de una
época de la civilización. Hay en D. Marcelino una cierta contradic-
ción íntima, que resalta en su célebre dístico :

En arte soy Pagano hasta los huesos.


Pese al Abate Gaume, pese a quien pese.

No andaba descaminado el abate Gaume en sus ataques al pa-


MUNDO DB lA. CULTURA 651

ganismo, símbolo de los errores del Renacimiento, origen de todos


los males modernos : liberalismo, capitalismo, marxismo. Pero
Menéndez y Pelayo vivía en la época de el arte por el arte, que ejer-
cía coacción sobre él. Hoy la literatura, como ha señalado Maez-
>tu, vuelve a un profundo sentido moral. Estamos en una crisis
que nos lleva a esa nueva Edad Media de que hablaba Berdiaeff.
Las quemas de libros que hoy se realizan en Alemania parecen
empalmar con las hogueras que en Granada mandó hacer el Car-
denal Cisneros. Esto lo efectúa hoy el pueblo más culto, el que
mayor ciencia ha logrado, y no es obra de bárbaros, sino de hom-
bres de ciencia. Es que el mundo no puede ser esclavo de los pro-
ductos de la inteligencia, sino de la verdad objetiva, que proviene
de la Divinidad.
Era Menéndez y Pelayo un sincero católico, pero vivía en un
ambiente liberal. El último refugio de las concesiones, del libe-
ralismo, era el arte, y don Marcelino transigió en momentos como
el de sus frases sobre el abate Gaume. Don Marcelino dejó el an-
tecedente precioso para la historia de la crítica en España, que está
por hacer. Pese a las diatribas pedantes, lo que Menéndez y Pela-
yo no hizo parece condenado a no ser heoho por los siglos de los
siglos. Entre las ideas dominantes en Menéndez Pelayo, resalta
su odio al krausismo español, más aún que por su doctrina por
su carácter de capilla cerrada. Detestaba a los krausistas, más
que por librepensadores, porque no pensaban libremente. Amaba
la investigación y se debatía contra la revolución artificial, que
lleva trazas de ser la revolución artificial permanente, y que tiene
por bandera la libertad de cultos. Antes de enarbolarla nuestros
laicistas debieron pedir al Patronato de Turismo que construyera
dos pagodas en la calle de Alcalá. La obra de Menéndez y Pelayo
tiene valor genético, y por ello es aplicable en cada momento.
No hemos sabido utilizarle como fué utilizado Giner de los Ríos.
El fué enemigo de cenáculos e intrigas. Nosotros hemos de sacar
el valor político de su obra y utilizarlo como espada para que Es-
paña pueda seguir los caminos que le marca su pasado.
Por último, el ilustre director de ACCIÓN ESPAÑOLA estudió
con palabra cálida y precisa el papel de la tradición como
maestra de Menéndez y Pelayo. Señaló cómo la mayor afluencia
de público de este año sobre el anterior para festejar la memoria
^^2 ACCIÓNKSPAÑOLA

del maestro le hacía pensar que no tardará mucho tiempo en cele-


brarse la apoteosis de don Marcelino como héroe de la cultura,
forjador de España, lumbrera del pasado y faro que alumbrará a
las generaciones de lo porvenir. Durante dos o tres siglos, según
reconocen los eruditos extranjeros más exigentes, España tuvo la
justicia más perfecta, así como la mayor seguridad personal. V
eso ocurrió porque los magistrados españoles tomaban su luz de
la Teología, única ciencia capaz de dar unidad a todas las otras,
las cuales desde el setecientos marchan dispersas y atropelladas,
por haber descendido de las alturas para mirar sólo a la tierra. Hoy
los jueces se encuentran con el caso legal, y no pueden inspirarse
más que en la voluntad de unas leyes a menudo disparatadas. An-
tes se buscaba la ley en Santo Tomás ; ahora se busca en el Alcu-
billa ; por eso la ley, en vez de ser la ordenación de la razón en-
caoninada al bien común, es simplemente la voluntad del que man-
da. España tuvo extraordinaria capacidad creadora mientras si-
guió la línea de sus esencias nacionales. Gracias a ello, de los
cinco grandes mitos literarios que existen en el mundo, sólo dos
son extranjeros : Hamlet y Fausto, y tres españoles : Don Qui-
jote, Don Juan y la Celestina. Cuando se perdió esa línea nacio-
nal, la facultad creadora de nuestro país quedó como dormida. En
la Argentina misma, país cuya literatura sigue marcadamente la
influencia de Francia, se crean magníficos tipos literarios cuando
el espíritu vuela de acuerdo con la tradición hispana. Hace vein-
tiún años que don Marcelino Menéndez y Pelayo murió, derrotado
al parecer en sus nobles batallas ; y era precisamente entonces
cuando se daban en el mundo las condiciones necesarias para que
renacieran los grandes ideales que acarició el maestro. Desapare-
cen en la ruina de sus falsas civilizaciones los cuatro ídolos de los
intelectuales españoles desvinculados de la tradición : Francia, In-
glaterra, Alemania y los Estados Unidos. Renacen ideales supre-
mos y se vuelven a Dios los ojos. Y es precisamente ahora cuando
del extranjero nos vienen las alabanzas más encendidas a Isabel la
Católica, a Felipe II, a la Inquisición, a las Leyes de Indias. Por-
que se ha comprendido, y por los mismos que alimentaron la le-
yenda negra, cuál fué el verdadero papel de España en la historia,
y a nuestra gloria se rinden los debidos homenajes. Durante mu-
MtTNDO DK LA CULTURA 653

chos años, España estuvo perdida, pero es preciso tener la segu-


ridad de volver a hallarla.
¿Habrá que decir con cuánto entusiasmo subrayaron las pal-
mas del auditorio los párrafos elocuentísimos de los oradores ? Era
en aquellos momentos el salón de actos de la Academia de Juris-
prudencia un trozo de auténtica tierra española, de realidad es-
pañola alumbrada por la luz—que se podrá debilitar transitoria-
mente, pero nunca extinguir—de la historia grande.
Don Eugenio D'Ors, privado de asistir al acto por hallarse
ejerciendo función docente, envió una carta cuya lectura fué aplau-
dida largamente. aTodos los corazones—decía—tienen la espina
del afrentoso atropello consumado por las Cortes. Se priva de en-
señar, es decir, de respirar, a los representantes de aquella tradición
que entre nosotros tenía más gloriosos y venerables títulos para
hacerlo.s) Y concluía : uMi voto, en el aniversario de la muerte de
Menéndez y Pelayo, para que, ocurra lo que ocurra, no deje en Es-
paña de fluir el verbo docente de todos los manantiales que nuestra
historia intelectual lia conocido y, si puede ser, de otros nuevos.»

II.—HOMENAJE A MIGUEL ARTIGAS

Muy cercano en espíritu y en fecha a la conmemoración de la


gloria del historiador de las ideas estéticas viene el importante libro
de Homenaje a Miguel Artigas, aparecido en dos volúmenes de
copiosa e importante lectura por obra de la Sociedad Menéndez y
Pelayo, de Santander. En su notabilísima publicación trimestral
—Boletín de la Biblioteca de Menéndez y Pelayo— que rige con fe-
cunda atención el director de la Biblioteca, D. Enrique Sánchez Re-
yes, meritísimo conocedor de nuestra historia artística, se realiza
constante y muy útil aportación al acervo de la cultura española, en
estudios eruditos de alto interés o en exhumación de documentos
a menudo trascendentales para el investigador. Sea ejemplo de
totalidad el número último—enero-marzo de 1933—que se consa-
gra íntegramente a honrar la memoria de don José María de Pe-
reda en el primer centenario de su nacimiento. Va en el volumen
una serie interesantísima de trabajos de escritores y eruditos de
indudable relieve : Vicente de Pereda, Armando Palacio Valdés,
Eduardo de Huidobro, Blanca de los Ríos, Alfonso Par, Luis
*54 ACCIÓN BSPASOLA

Araujo Costa, Narciso Alonso Cortés, Concha Espina, Elias Or-


tiz de la Torre, José Rogerio Sánchez, Miguel Artigas, José Ma-
ría de Cossío, P. Juan R. de Legísima, Sixto Córdoba y Oña,
Ramón Menéndez Pidal, Enrique Sánches Reyes... Unos trabajos
analizan diversos aspectos de la obra de Pereda, otros se refieren
a recuerdos de la vida del escritor, otros estudian el marco en que
viviera, y aun otros aportan documentos sugestivos, cuales un
inédito del gran novelista acerca del lenguaje popular de la Mon-
taña, enviado a la Academia Española y conservado por Menéndez
Pidal, o un epistolario precioso del novelista y Menéndez y Pe-
layo. Es el número del Boletín, pues, un venero de lectura encan-
tador para el aficionado a Pereda, a la vez que un cuaderno de
trabajo fundamental para el estudioso.
El Homenaje a Miguel Artigas contiene, en las 964 pági-
nas en cuarto que forman sus dos volúmenes, treinta y ocho es-
tudios de investigación debidos a plumas eminentes que así hon-
ran en fiesta de compañerismo y devoción al primer director de
la Biblioteca Menéndez y Pelayo al ser promovido a idéntico car-
go en la Nacional de Madrid.
En dura oposición ganó don Miguel Artigas y Ferrando la
preciosa plaza que con tanto tino como utilidad desempeñó du-
rante dieciséis años. La formación clásica y humanística de Arti-
gas era sólida y amplia : estudió latín y filosofía en el Seminario
de Teruel; Filosofía y Letras, en Salamanca, donde obtuvo beca
por oposición ; el doctorado, en Madrid ; Filología clásica en Ber-
lín ; glosarios medievales españoles, con Goetz... aCayó Artigas en
la Biblioteca de Menéndez y Pelayo —escribe Luis de Escalante—
como santo en su peana o como espada en su vaina ; bien pudo decir,
si la modestia no se lo impidiera, y con más razón que el mismo Cé-
sar : veni, vidi, vici.i> Bajo su dirección, la Biblioteca se puso en
próspera marcha ; él catalogó los libros que se amontonaban sin
orden ni concierto, y que eran más de dos tercios de los volúmenes
allí guardados, amén de todos los manuscritos ; orientó a cuantos
acudían en busca de noticias o de datos ; sugirió temas' interesan-
tísimos de investigación ; inició y animó la Sociedad Menéndez
y Pelayo, creada con el propósito de promover, fomentar y auxi-
liar los trabajos literarios relativos al estudio bibliográfico y crí-
tico del maestro y sus obras, así como al estudio general y par-
MUNDO DS LA CULTURA 655

ticular de la historia y de la literatura españolas, valiéndose de


cuantos medios de difusión de las ideas se dispone hoy ; se ocupó
del Boletín de la Biblioteca, haciendo de él la importante publi-
cación que es, según queda consignado más arriba, y alimentándole
con gran cantidad de originales propios y de exhumaciones precio-
sas de trabajos de don Mareclino, hasta ahora no recogidos en sus
obras completas. A Artigas debióse asimismo la institución de
los cursos de verano para extranjeros en la Biblioteca, la fundación
del Colegio Mayor de la Universidad de Valladolid, del que fué
director en Santander, etc., etc.
La labor de Artigas como escritor y erudito es considerabilí-
sima en cantidad y en calidad. Resaltan entre sus publicaciones
de mayor importancia los catálogos de los manuscritos y de los
papeles impresos de Milá y Fontauals ; la edición de «El libro de
miseria de homne», nuevo poema por la cuaderna vía ; la traduc-
ción, en colaboración con Pedro Bosoh Gimpera, del libro «His-
pania», de Adolfo Schulten ; la magnífica biografía y estudio crí-
tico de Góngora, con la que obtuvo medalla de oro en concurso
de la Academia Española ; la excelente biografía y estudio sobre
Menéndez y Pelayo, a la que es necesario acudir constantemente ;
la «Semblanza de Góngora», que obtuvo el premio nacional de Li-
teratura de 1927 ; el «Epistolario de Valera y Menéndez y Pela-
yo», editado en colaboración con Sáinz Rodríguez ; el «Catálogo
de los manuscritos de la Biblioteca de Menéndez y Pelayo, etcé-
tera, etc., además de numerosos artículos de gran valor erudito
en diferentes revistas, varias ediciones de textos clásicos desco-
nocidos hasta hoy y gran cantidad de exhumaciones de páginas
interesantísimas de don Marcelino, que dormían olvidadas entre
los papeles de su biblioteca ; merecen especial mención entre estas
últimas el fragmento dramático «Séneca», la «Introducción al pro-
grama de Historia de la Literatura Española» presentado por el
maestro a oposiciones memorables ; «Algunas fuentes de la epís-
tola moral a Fabio apuntadas por Menéndez y Pelayo», «Apuntes
taquigráficos de Historia crítica de Literatura española tomados
al señor doctor Menéndez y Pelayo», etc., etc.
En conmemoración del triunfo obtenido por don Miguel Ar-
tigas al ser exaltado mediante concurso de méritos a la Dirección
del primer centro bibliográfico de España, ideó la Sociedad Me-
656 ACCIÓN BSPAfiOLA

néndez y Pelayo dedicarle un número extraordinario de su Boletín,


en el que colaborasen amigos y admiradores. Los trabajos que for-
man el iiomenaje pueden agruparse en diez secciones, según que
se refieran a la lengua castellana, historiografía, estudios medie-
vales, historia de España, historia social, historia literaria, es-
tudios sobre poesía, folklore, arqueología y arte y pedagogía. La
importancia de todos y cada uno de ellos es tal, que el examen
más sucinto ocuparía largo espacio ; limitémonos, por ello, a con-
signar los índices de ambos volúmenes :
Forman el primero un «Prólogo», por Luis de Escalante ;
«Publicaciones de Miguel Artigas» ; «Acepciones castizas y co-
rrientas de palabras y frases indebidamente calificadas de fami-
liares en el Diccionario de la Academia», por Eduardo de Huido-
bro; «La crónica catalana de Bernardo Boades», por Andrés Gi-
ménez Soler; «Aportaciones a la biografía de don Telesforo
Trueba y Cossío», por Fernando Barreda ; «Páginas románticas :
Una carta inédita de Trueba y Cossío», por Manuel Núñez de
Arenas ; «Un cómico hidalgo», por Narciso Alonso Cortés ; «Una
versión desconocida del soneto «Al sol», de Tassara», por Merce-
des A. de Bago ; «Pedro González de Agüero y su estatua fune-
raria en Agüero (Santander)», por Elias Ortiz de la Torre ; «Una
clase social del siglo XVII», por Miguel Herrero García ; «Zorri-
lla y El diablo mundo», por Alberto López Arguello ; «Las jorna-
das montañesas del Emperador Carlos V en su primer viaje a
España (fragmento de la crónica de Laurent Vital)», por José Fer-
nández Regatillo; «Un procer romántico: el conde de Campo de
Alange», por el Marqués del Saltillo; «La misa mozárabe», por
Fray Justo Pérez de Urbel; «Las anjanas», por Manuel Llano;
«El teatro hispanoamericano del siglo XIX en sus relaciones con
el teatro español», por Rodolfo Grossman ; «Reforma del arte de
Antonio de Lebrija», por Cipriano Rodríguez Aniceto; «El true-
que de la villa de Santillana que hicieron el Abad y Cabildo con
el Duque del Infantado», por Mateo Escagedo Salmón ; «I^enguas
de piedra : Sobre los enigmas del Claustro universitario salmanti-
no» , por Enrique Sánchez Reyes ; «Sobre los orígenes del cuento
del muñeco de brea», por Aurelio M. Espinosa; «Notas sobre
el libro de Reinoso, «Delitos de infidelidad a la Patria», por Igna-
cio Aguilera Santiago.
MUNDO DU LA CÜIvTüKA 657

El segundo voliunen está integrado por los trabajos siguientes :


«Método de enseñanza de la anatomía», por Avelino Gutiérrez •
«Bibliotecas medievales montañesas», por Fernando González Ca-
mino y Aguirre; «Colaboración de Laverde en La Ciencia Espa-
ñola, de Menéndez y Pelayo», por Marcial Solana; «Don Pedro
Niño y el Condado de Buelna», por Ángel González Falencia ; «La
Sociedad de bibliófilos cántabros que intentó formar Menéndez y
Pelayo», por Tomás Maza Solanox ; «Un escritor olvidado; el
doctor don Juan Enríquez de Zúñiga», por Agustín González Ame-
zúa ; «El número poético», por Luis Torres Quevedo ; «Un libro
de don José Somoza», por José Ramón Lomba y Pedraja ; «La fe-
cha del manuscrito escurialense del «Paso honroso», por Mulertt
Werner; «Góngora y la literatura contemporánea», por Dámaso
Alonso; «El Consejo de Indias y la Historia de América», por
José María Chacón y Calvo; «El Toledano y los poetas clásicos
latinos», por Emilio Alarcos ; «Un juicio inédito sobre Felipe II»,
por Ciríaco Pérez Bustamante; «Un valle montañés en el si-
glo XVI», por Luis Redonet; «El problema de los cántabros y
su origen», por Pedro Bosch Gimpera; «Notas de Arquitectura
románica : Las galerías porticadas», por Blas Taracena ; «Noticia
de don Manuel de la Cuesta y sus versos», por José María de Cos-
sío; «Nuevos datos para la biografía del pintor don José de Ma-
drazo», por Francisco González Camino y Aguirre.
Así, a la vez que honraba en inteligente testimonio de amis-
tad el prestigio consagrado de don Miguel Artigas, el grupo de
colaboradores al homenaje ha prestado un servicio eminente a
la cultura española, animando con sus investigaciones, con sus
ideas y su erudición unas páginas que han de ocupar sitio desta-
cado en las bibliotecas de cuantos se interesan por las altas tareas
del espíritu aplicadí> a los secretos de la historia.

I I L — E S P A Ñ A Y LA McoNSTBUcaóN nzi IMPKBIO DE ORIENTE

Si prometedor era el tema : «La reconstrucción del Imperio de


Oriente. Intervención de España», no menos digna de atención
era la figura del disertante : don Femando de la Quadra Salcedo,
marqués de los Castillejos. Por eso, la conferencia recientemente ce-
lebrada en el Hogar Vasco atrajo numeroso auditorio que con vivo
658 ACCIÓN ESPAÑOLA

interés escuchó la doctísima lección del ilustre literato e historia-


dor, especializado de manera sobresaliente en el estudio de cuan-
to se refiere a la evolución de Navarra a través de la historia.
Para el marqués de los Castillejos, el Imperio romano, dividido
en oriental y occidental, fué uno de los cauces en que adquirió
mayor consistencia la Iglesia católica, y por eso a ésta más que a
nadie importa su continuidad o restauración. Sobre el mandato
de «id y predicad a todas las gentes» apóyase la conquista de la
gran Compañía de Navarra en Grecia, cuya expedición fué deter-
minada por la Asamblea de Aviñón convocada por Urbano V
en 1365. Los navarros constituyeron el nervio de dos Estados po-
derosos, Acaia y la Morea, y dominaron en otras ciudades e islas,
con la gloría de los héroes Juan de Urtubia, Pedro de Lassafia, Leo-
nel de Garro, Mahiot de Coquerel, Jaime Baux, el Príncipe y Em-
perador Zacarías, Pedro de San Superano, cuyos esfuerzos pro-
longaron la potestad navarra hasta mediados del siglo XV.
La vanidad del cisma teológico y la vanidad imperial predicha
por San Juan Crisóstomo fueron las dos causas que laten a todo
lo largo del Imperio en tiempos de Teodosio, Justiniano y los Pa-
leólogos, y que originaron su total ruina. Bien dijo el conde de
Maistre : «Los de Oriente hacen intervenir en todos los dogmas no
sé qué metafísica temeraria que sofoca la sencillez evangélica, y
en lugar de creer, disputan, y en vez de orar, argumentan; toda
Grecia es una especie de Peloponeso teológico donde combaten áto-
mo contra átomo...»
A juicio del marqués de los Castillejos, el Renacimiento fué
investigación de las causas del fracaso del primer Imperio de Orien-
te, acopio de elementos para proceder a la reconstrucción de lo
derruido; estudio, por tanto, de las costumbres primeras que pro-
dujeron su grandeza y de las que originaron su decadencia y ex-
tinción. Fué un esfuerzo inmenso el de la Iglesia al formar un
frente espiritual moldeado sobre lo clásico, para oponerlo al tur-
bión fatalista, mesiánico y paradisíaco de los secuaces de Mahonia-
La promesa de la bienaventuranza era suficiente para espíritus
educados en la verdadera tradición cristiana, pero el mundo había
sufrido convulsiones enormes y lo tenebroso del dolor necesitaba
uu lenitivo.
Entre la historia del ducado de Borgoña y la del Estado de
MUNDO DE LA CULTURA 659

Navarra se puede establecer notable paralelo. Profundamente re-


ligiosos ambos, portadores de un sentido universal, dominantes en
los cónclaves de la Iglesia, entreverados familiarmente con las pri-
meras Casas de Europa, sus misiones respectivas no dejaron de ir
paralelas. Así, por ejemplo, Borgoña infundió en la Casa de Aus-
tria el sentido de la heptarquía cristiana, y prefiguró el Imperio
sustentando el Toisón como insignia sacra y misteriosa frente a
otras señales y otras figuras que ya entonces sirven para alzar re-
beldías y aunar a los perseguidos. En tanto, Navarra trasmitió
el hálito imperial a la Casa de Aragón. Y al sucumbir dos Esta-
dos y robustecerse el Imperio, Maximiliano de Borgoña y Juan II
de Navarra fueron los abuelos de Carlos V por dos líneas distintas.
Explicó luego el conferenciante las alianzas de Navarra con los
Borgia y su intervención en el conciliábulo de Pisa de 1511, de-
mostrando el fracaso de la política francesa en Navarra, fracaso que
fué el germen de ulteriores guerras entre Francia y España du-
rante el Imperio de Carlos V. Importantísimo para el análisis de
esta época es el documento del Cardenal Gaetano al Papa sobre los
pareceres del arzobispo de Maguncia y del obispo de Treveris para
concluir que las causas de que fuera elegido Carlos de España
en la Dieta, debiéronse principalmente a la importancia de sus
Estados, mejores y mayores que los de Francisco de Francia, con
lo cual se podía en caso de peligro de invasión turca defender a
la cristiandad con más eficacia. Algún tiempo después, el Can-
ciller de Milán, Gattinara, expuso sus famosos consejos de que «el
Emperador se haga monarca universal, que cuide de la expedición
contra los infieles como es cosa propia de un Emperador cristiano
y que humille la corona de Francia».
Refiriéndose a la batalla de Lepanto, el marqués de los Casti-
llejos afirmó que de aquella victoria no supo España, y menos aún
Europa, recoger los frutos debidos, permitiéndose que hasta 1914
se prolongara el Imperio turco dentro del continente. Después de
Lepanto empezó la decadencia de España; después de Lepanto,
Francia levantó la cabeza y se anunció el aniquilamiento del Sa-
cro Romano Imperio, para dar beligerancia a los Estados abso-
lutos, o sean los Estados libres del Emperador y del Imperio. A
la luz sombría del Tratado de Versalles se puede estudiar el pro-
blema actual del Imperio de Oriente, en el cual tiene España,
660 ACCIÓN BSPASOLA

desde el punto de vista histórico, grandes intereses. La recons-


trucción de ese Imperio o la formación de una gran potencia cris-
tiana en aquella parte del mundo es la gran cuestión política del
siglo XX. La Iglesia, por su lado, trabaja en la difusión del ca-
tolicismo y en la posible unión de las diversas Iglesias ; ése sería
el primer paso trascendental para la formación de un poder tem-
poral de estirpe cristiana.
El marqués de los Castillejos oyó muchos aplausos como pre-
mio justísimo a su bella y documentada disertación.

CARLOS FERNANDEZ CUENCA


Lecturas
La Italia fascista, por George Roux. (Traducción española de J, B.
V. C , Barcelona).

He aquí otro libro en castellano que viene a alimentar la cre-


ciente demanda de este género de literatura, tan imperiosamen-
te reclamada por nuestros compatriotas en su justo deseo —^re-
velador de un estado espiritual— de conocer a fondo la significa-
ción y trascendencia del movimiento fascista.
Vaya con esta crítica un aplauso al traductor, no por la tra-
ducción misma, cuya deficiencia es lastimosa, llena de galicismos
y de errores, pero sí por las atinadas observaciones con que pro-
loga y anota el libro.

George Roux tiene la mentalidad estereotipada del demócra-


ta liberal de buena fé que contempla asombrado «todo el esplen-
dor de las innegables ventajas del Fascismo», contrastándolas
con la «inercia satisfecha» en que vive la democrática Francia.
Después de dedicar un capítulo a esbozar y comentar los lí-
mites de Italia, empieza nuestro autor el análisis del Fascismo.
George Roux atribuye el fracaso del régimen democrático en
Italia a los consabidos tópicos de «...el liberalismo se adapta mal
al pueblo latino...», «...la libertad constituía un arma peligrosa
para esta nación recién nacida...», «...la aplicación prematura de
una constitución democrática produce en todas partes los mis-
mos síntomas de anarquía...», etc.
662 ACCIÓNESPASOLA

Los liberales que explican el fracaso del liberalismo en Ita-


lia atribuyéndolo a su temperamento meridional, no se dan cuen-
ta de que con esta argumentación hacen insensiblemente la crí-
tica más contundente del sistema que quieren defender. ¿Qué
sistema político es este, que necesita para vivir estar a cubierto
de los rayos del sol y un ambiente grisáceo donde desenvolverse?
¿En qué momento preciso es necesario aplicar una constitución
democrática a tin pueblo para que no fracase? Francia, España
e Italia han tenido constituciones democráticas en distintos mo-
mentos, y en todos ellos el resultado ha sido unánimemente ca-
tastrófico. La República democrática francesa ha subsistido más
tiempo, con alternativas de viabilidad, por una serie de circuns-
tancias que desvirtuaban sus esencias, pero precisamente en estos
momentos el desmoronamiento es inminente.
Roux incurre en el error (que no nos cansaremos de refutar)
de creer que Italia, como otros países, «copió las instituciones de-
mocrático-liberales inglesas». Es lamentable este equívoco, por-
que precisamente si Inglaterra ha vivido políticamente bien hasta
hace poco tiempo, ha sido porque el Estado inglés estaba estruc-
turado antidemocráticamente. ¿Sería tan difícil que los que dog-
matizan sobre teoría política estudiasen las instituciones antes .
de enjuiciarlas? Inglaterra no ha tenido verdadero sufragio uni-
versal hasta el año 1918. (No llegó a ser absoluto hasta 1928) ; su le-
gislación es eminentemente antiliberal— aunque su aplicación hoy
día lo sea menos— ; toda la estructura del Estado es esencialmen-
te aristocrática... ¿a qué seguir?
En cambio, dice bien George Roux cuando habla del Fascis-
mo «como una construcción experimental esencialmente dinámi-
ca» ; pero se equivoca cuando explica que el Fascismo no fué al
principio más que un movimiento indefinido, sin objetivos cla-
ros. «Podía faltar la doctrina bella y bien formada, con división
de párrafos y capítulos», que diría Mussolini, pero «había la fé»
decidida a derrocar la anarquía, el libertinaje, el sistema de
partidos, la lucha de clases... e implantar la autoridad, la liber-
tad, una política nacional y la cooperación del capital con el tra-
bajo. Precisamente, lo magnífico del Fascismo es su carácter real
y empírico, antitético del formalismo apriorístico de la Demo-
cracia.
ACCIÓN«SPAÍFíOI,A b63

Son deliciosamente graciosos algunos comentarios ingenuos que


nacen del fondo del alma candidamente liberal del autor. Por
ejemplo : «El Fascismo no tolera ni siquiera esos libelos secre-
tos que tan profusamente circulan en los regímenes autoritarios».

Quizás el capítulo más interesante del libro, es el llamado


«Funcionamiento político», en el que nuestro autor escribe pri-
mero las frases hechas liberales sobre el concepto de Dictadu-
ra, que tiene muy bien aprendidas, pero a continuación, incons-
cientemente, señala los argumentos contrarios que la realidad fas-
cista y el fracaso democrático le sugieren ¡ Qué gran argumento
ad retorsionem es este! aEn una democracia en que todos tienen
participación en el Estado, cualquier escándalo se desmenuza, se
disuelve...» ; que podemx)s retorcer, diciendo: por eso la demo-
cracia es una tapadera magnífica, y añadir con texto del autor :
«...las dictaduras están sujetas a la opinión pública mucho más
que los otros regímenes».
George Roux no saibe distinguir entre las dos clases de dic-
tadura que puede haber. La dictadura que podríamos llamar
dictadura paréntesis, engendro y consecuencia de la Democracia,
y la dictadura constructiva tipo Mussolini, que tiene un antece-
dente en Julio César (1). En otro lugar he explicado más amplia-
mente que la dictadura de Primo de Rivera era una dictadura
vacilante entre uno y otro tipo dictatorial.

* * *

Al llegar aquí hay un punto que a nosotros nos interesa mu-


chísimo discutir. Dice el autor de «La Italia Fascista», que «la
Monarquía —en contra de lo que estima la Action Frangaise—
no significa nada para el Fascismo». Esta afirmación del todo gra-
tuita queda luego desvirtuada, en parte, por la enumeración so-
mera que ihace nuestro autor de algunas ventajas que la realeza

(1) Vid. prólogo a mi traducción del inglés El Estado Corporativo de


H. E. Goad.
^^ ACCIÓNESPAÑOLA

reporta al Fascismo. Quien no comprenda que la Monarquía ita-


liana es la dovela que mantiene la unión del pasado con el fu-
turo y, por lo tanto, representa la continuidad, no entiende lo
que es el Fascismo. El Fascismo no sería un sistema permanen-
te sin la Monarquía, que le presta el calor de su tradición y su
prestigio de arbitro supremo de los intereses nacionales, que pue-
de juzgar con imparcialidad única, puesto que es una institución
hereditaria y libre de compromisos. La Monarquía representa,
además, la unidad. Recordemos la frase de Mazzini: «La Monar-
quía une, la República disuelve». Hoy día, como la vitalidad y
grandeza excepcionales de Mussolini absorben muchas de las funcio-
nes de los organismos nacionales, éstos aparecen algo oscurecidos y
desprovistos de su verdadero valor. No hay que dejarse llevar por
este espejismo.
Vale la pena reproducir los siguientes párrafos en que Roux
enjuicia la dictadura de Mussolini:
«Una de las cualidades de Mussolini es que sabe escuchar, y
cuando se le dice algo razonable es casi seguro que lo atiende.»
...«Hasta sucede que en el Palacio de sesiones, el Palacio Ma-
dama, escucha frecuentemente francas censuras del Fascismo.»
De los resultados conseguidos por el Fascismo, dice Roux lo
siguiente :
...«El Fascismo, que no ha cometido todavía errores mortales,
aparece actualmente en todo el esplendor de sus ventajas.»
...«La lista de las interesantes creaciones del Fascismo es muy
larga.»
... «He aquí un balance que impresiona ; todas las reformas que
acabamos de exponer constituyen un conjunto verdaderamente
grandioso.»
Sobre el Estado Corporativo, dice :
«En resumen, el edificio social del Fascismo es una construc-
ción verdaderamente notable, saturada de espíritu moderno, que
despierta la simpatía y la curiosidad de todos los hombres de
buena voluntad... esta es la obra más profunda de la revolución
italiana.»
Antes de concluir quiero manifestar mi conformidad con Ci
criterio del traductor respecto a las relaciones del Fascismo con
la Iglesia. Es evidente que el fascismo tiene una base pagana,
ACCIÓN ESPAÑOlA 665

pero no hay duda tampoco de que Mussolini, incluso por prae-


matismo, se vuelve hacia la cruz.
No .hay mejor moraleja ni consecuencia a deducir de la lectu-
ra de este libro que citar la pregunta angustiosa que se hace este
liberal de buena fé después de estudiar el movimiento fascista.
«En las horas trágicas por que atraviesa, ¿ se verá Europa obli-
gada a abandonar los viejos trajes de la Democracia y adoptar
formas semejantes al Fascismo?»
E L M. DE LA E.

DovS LIBROS DE VERSOS : Cancionero viejo, por Carlos Miralles.—


Boinas rojas, por Ignacio Romero Raizábal.

Inglaterra tuvo la más copiosa perfección en la lírica, pero a


los españoles hubo de corresponder la mayor amplitud y altura
de la épica; por eso, la misma excepción que significa Fray Luis
en nuestra poética, es Milton en la británica. Allí, al canto del
poeta se ofrecen los frescos paisajes llenos de verdura, que inspi-
ran tiernas pastorales y dulces quejas del atardecer ; aquí, en cam-
bio, el paisaje es desnudo y seco, violento y agreste, con rocas
partidas de Roncesvalles y patios de castillos que aún conser-
van resonancias de clarines guerreros. El pueblo que realizó las
más portentosas hazañas de la historia en ensueños de conquis-
tas y de colonización, de defensa de los mis puros ideales que ha-
cen posible la vida civilizada de la humanidad, tenía que reflejar
sus sentimientos en la reciedumbre del canto épico, que exalta la
gallardía del de Vivar y que glorifica a los héroes del Arauco, y
que vibra en plenitud de decadencia cuando evoca los cañones'de
una nave audaz por corsaria.
No se ha perdido, pues no podía perderse, ni siquiera en medio
de la pestilencia negadora de hispanismo, el hervor de lo épico
en nuestra poesía; conforta y ensancha el corazón convencerse
de ello. He aquí dos libros de dos jóvenes poetas que lo afirman
con emoción de musas resucitadas ; he aquí las canciones sobre
viejos motivos de Carlos Miralles, y el recuerdo fervoroso a la
gesta de las «Boinas rojas», de Ignacio Romero Raizábal. Lo que
menos importa en ellos es si lograron milagro de perfección en
sus rimas, si la realidad se emparejó abiertamente con el propó
666 ACCIÓN ESPAÑOLA

sito. Lo fundamental es que exista ese propósito, cuya voz ro-


busta vence los vacilantes sentimentalismos importados de ajena
decadencia enfermiza.
tCanto —dice Carlos Miralles— la guerra y el valor; canto
el amor y la caballería. Pero no a la guerra por su caudal de odios,
si no por sus derroches de amor; no al valor por el desprecio a la
vida, sino por la lírica estimación que de belleza supone ; no al
amor como pasión baja, sino como noble y delicadísima fineza;
no al caballero, en fin, por su rudeza aparente, sino por la mara-
villosa armonía de sus contrastes que hicieron decir de él que era
un lirio en un vaso de acero».. Buen lector de los clásicos, Carlos
Miralles conoce las fuentes de nuestro gran espíritu del pasado;
él mismo quisiera ser uno de aquellos nobilísimos caballeros an-
dantes que por la sonrisa de su dama —^España en símbolo— se
jugaban la vida en altas empresas de dignidad y de esplritualis-
mo. Los versos de este «Cancionero» proceden de diversas épo-
cas, comprendidas entre 1928 y 1932; la mayoría data del perío-
do de martirio en que el autor sufrió despótica prisión en la Cár-
cel de Madrid, víctima de un odio incalificable de quienes vinie-
ron a dividir a España en dos bandos : el de la razón y el de la
injusticia, el de la verdad y el del sucio agravio. Enamorado de
la verdad y de la razón, Carlos Miralles hubo de soportar durante
más de dos años el implacable dominio de antihumana persecu-
ción, hasta que un día, para bien de la autoridad moral de Es-
paña, se bañó de nuevo, por mandato de la ley, en sol de libertad,
de la auténtica libertad y no de la mentirosa que escriben con ma-
jráscula precisamente los mismos que a cada paso la violan.
El tono del libro se define claramente desde las primeras pá-
ginas, allí donde Carlos Miralles se autorretrata:

Yo soy un trovador que se encuentra perdido


en la estepa agobiada de un siglo sin ideales,
y forjo mil castillos y torres, adormido
en visiones lejanas de sueños ancestrales.

Unas veces son lindas miniaturas en espinelas de cristal; otras,


romances caballerescos que anima la sombra genial de nuestro se-
ñor Don Quijote; otras, canciones, decires y layes de fina gracia
ACCIÓN ESPAÑOtA 667

españolísima al aire de SantiUana o de Gómez Manrique ; otras


más, añoranzas y evocaciones de ciudades y figuras, de años y
de hechos. En el tono general de épica que informa el volumen
y que es nota característica de la inspiración de Carlos Miralles,
no faltan, que ello sería grave defecto de poeta, otros matices y
otras vibraciones del diapasón ; y es sobre todo el sentimiento líri-
co, lo que suaviza y tiñe de claro azul el vigor de ritmo y rima
al servicio de imágenes iluminadas por el reflejo acerado de las
limpias armaduras. Vaya, como muestra de lirismo, este frag-
mento del bellísimo «Romancillo de las Uses», a cuyo frente está,
a manera de lema, la visión del Infante vengador del romance
anónimo:

el valle se quedó oscuro,


el valle sé quedó triste...,
pero el valle aquí se está...
y brotarán otras lises
sobre el tallo de las blancas,
tan blancas y tan gentiles
como las que tronchó el viento
en aquel ocaso triste.
¡ Ay I, tú, sol de aquel ocaso
que olvidar es imposible,
podrán besar con tu oro
otra vez las blancas lises...

Si en las poesías de Carlos Miralles hay el eco jugoso de nues-


tros siglos mejores, en las de Ignacio Romero Raizábal están los
hitos significativos de la epopeya española del ochocientos. Bien
lo señala el conde de Rodezno en las páginas prológales del volu-
men : el sentido eminentemente popular que informa la gesta car-
lista está recogido con emocionado acento en versos que siluetean
figuras de caudillos y fijan actitudes heroicas, que pintan escena-
rios y exaltan horas inolvidables de la rebelión de la España ca-
tólica y tradicional contra el liberalismo enciclopedista expandi-
do por la revolución francesa. Por eso el libro no es para el es-
pañol

renegado, perjuro de la raza,


creyente en una absurda Es.paña incrédula.
668 ACCIÓNRSPAÑOLA

Pero sí se dirige, en cambio, al cristiano viejo y español de


cepa. Con ceñido verso lo proclama el autor :

si en el mártir, naciendo el cristianismo,


y en la Edad Media, en el cruzado heroico,
ves, en vez de locura y fanatismo,
una fe hermosa y un valor estoico;
si cuando su poder como un torrente
en nuestro suelo el musulmán prolonga,
no crees que Pelayo es un demente
y le admiras, altivo, en Covadonga;
si nuestro siglo de oro soberano
te enorgullece y nuestros patrios manes,
si te ha enseñado a hablar el Manco Sano
y a rezar el Mejor de los Guzmanes;
si el rostro coino un látigo te cruza
la blasfemia soez, si al escuchar
su ladrido satánico te azuza
un ansia de agredir y de rezar...

A ese lector va el libro, con su caricia viril de hispanidad ar-


diente, de estremecimiento humanísimo en el culto a la gloria de
quienes todo lo dieron por la defensa de las esencias nacionales.
Ignacio Romero Raizábal conoce bien la gesta del Pirineo azul
y su sentido poético, cálido y noble. Sus «Boinas rojas» traen el
regusto de la historia y el de su interpretación épica en rimas cla-
ras y en ritmos cuya sencillez intencionada hermánase justamen-
te con la estricta gentileza del gesto arrogante que los inspiró.
D. Carlos y la Princesa Margarita, D. Alfonso Carlos y D.* Ma-
ría de las Nieves, Zumalacárregui y Cabrera, José Mari el de
Behobia y el cura Santa Cruz, los lugares de guerra y la corte
de estampa romántica del Rey desterrado, la acción de los gue-
rrilleros y la gloria de los mártires de la causa...
No ha desaparecido, no, en el haber actual de nuestra poesía,
el sentimiento épico que la dio alientos de vuelo altísimo en flo-
raciones de antaño. Estos dos libros, el de Ignacio Romero Raizá-
bal y el de Carlos Miralles, lo comprueban.

C. F . C.
índice del tomo V

Nami. Pigfc

ARHARAS (Joaquín).—Actualidad española ... o« ~~Z,


__ «O 5fi
_ _ 27 293
_ _ 28 402
_ _ 29 604

Atmós JEduardo).-Hada una España corporat¿;a:'lI.::;.:,:. S ' 1


_ ~" III 26 122
_ "~ IV 27 240
_ "~ V 26 866

BíNOi-sMCharles).-Do8 temporadas en España. I "^^Z;;. S 8M

CAIVO S o m o (José).-PoMíica y economía : La " i i s ' n o r t e - ^ ^


amencana.-El dólar.-El sisteina bancario.-Los plenos
poderes presidenciales.-Perspectivas, comentarios, hipó-
tesis y enseñanzas os
PoHtica y economía.— Un documentohistórico - " u F e ^^
deración económica de Sevilla habla al Gobierno-La
Asamblea agraria de Madrid.-¿ Fascismo tributario ? - E l
Banco de España en 1932.-E1 comercio exterior español
en 1982.-La Generalidad catalana emite un empréstito.
El dólar
Política y economía.—m marco alemán.—El presüpües ^ ''**
to inglés.-El presupuesto francés.-La situación econó-
mica, política y social en España ^„
Política y economía.-!^ caída del" dólar.-Inrfaterra ^
y Aménca.-Devaluac¡ón e inflación.-Dólar y f r a n c o -
Francia por el Gold Standard.-Redistribución de o;o
670 ACCIÓN E S P A S O L A

Núms. Págs.

disminución de coberturas y circulación fiduciaria mun-


dial.—Inglaterra, eje monetario del mundo 28 410
Política y economía.—Las conversaciones de Washing-
ton.—La política americana : trusts, tregua aduanera, deu-
das de guerra.—Un gran discurso de Roosevelt: inflación
y cláusula oro.—El franco y el florín.—^Alemania e Italia-
España 29 512
Política y economía.—España en guerra civil.—Caos
económico y quiebra presupuestaria.—El desarme finan-
ciero.—Las deudas alemanas.—El presupuesto francés 30 620
CosTAMAGNA (Carlo) .—Teoría general del Estado corporativo. 29 465
DEHERME (Georges).—La multitud y la opinión pública. X I I I . 25 42
— — XIV y último. 26 1Ó2
EDITOR'IAUS :
E n el aniversario del Caudillo 25 48
Democracia 27 22o
E l sufragio universal 28 337
Doctrina y acción 29 449
Sacrificio 30 561
EusEDA (Marqués de la).—Demoeracy in crisis, por H . J.
Laski 27 823
Les problémes economiques et la Technocratie, por
Maurice Druesne 25 552
— — La Italia fascista, por Georges Roux 30 661
ESCOBAR (José Ignacio).—Socialismo y Catolicismo, por el
P. Víctor Cathrein, S. J 29 648
FERNÁNDEZ CUENCA (Carlos).—Breve historia de Cataluña re-
publicana. 1 26 T61
ídem, id. I I 27 261
ídem, id. I I y último 28 879
Dos libros de versos 80 Wü
Mundo de la cultura : Senderos de sabiduría.—^Kerens-
k y y Ludwig en Madrid.—^El Teniente Coronel Herrera,
Académico.—^En la Cátedra Francisco de Vitoria.—^Uni-
dad y Monarquía de España. — El cincuentenario de
Veuillot i 28 4i29
Mundo de la cultura: Nada menos que el porvenir de
la cultura.—El Profesor Costamagna.—El P. Laynez y el
Concilio de Trento.—Homenaje a Eugenio Montes 29 586
Mundo de la cultura: ACCIÓN ESPASOW a la sombra
de Menéndez y Pelayo.—Homenaje a Miguel Artigas.—
España y la reconstrucción del Imperio de Oriente 30 646
GAY (Vicente).—La concepción económica del fascismo 26 14*
HERRERO-GARCÍA (Miguel).—Ascética y picaresca. 1 25 38
_ _ II 26 186
ÍNDXCB DBt TOMO V 671

Núms. Pigs.
Actividades culturales 26 87
— — 28 203
HowARDOF PENRITH (Lord).—^Juicios de un observador inglés. 28 850
LozOYA (Marqués de).—^El concepto romántico de la His-
toria. IV y último 25 21
MAEZTÜ fRamiro de).—^El ser de la Hispanidad. 1 27 288
— — II 28 343
— — III 29 457
— — IV 80 667
MONTES (Eugenio).—^Hombres, cosas, países 26 50
— — 27 287
— — 80 614
PBMARTÍN (José).—Ames et visages du XX* siécle, por André
Rousseaux 25 106
PR'IMO D 8 RIVBRA (José Antonio).—^Las responsabilidades po-
líticas de la Dictadura 26 94 «>
REINA (Javier).—Asteriscos 30 690
VALDÍS (Francisco).—En torno a una revolución, por César
Silió 26 216
VALURY-RADOT (Robert).—¿Quién te ha hecho rey? 28 067
VEGAS LATAPÍE (Eugenio).—Políticos y funcionarios, por José
María Fábregas del Pilar 27 329
Le siécle de Louis XV, por Fierre Gaxotte 28 487
— — Una nueva Edad Media, por Nicolás Berdiaeíf 28 413
ViGÓN (Jorge).—^De Madrid a Oviedo pasando por las Azores,
por José María Pemán 26 215
El Estado corporativo, por H. E. Goad. Traducción y
prólogo del Marqués de la Eliseda 26 220
Cristo, por Alfonso Junco 27 327
La caída de un trono, por Alvaro Alcalá Galiano 27 382
La situation actuelle en Espagne, núm. 2, por Ar-
mand Magescas 27 884
Memorias de un deportado, por Andrés Coll 28 443
Almanaque de los amigos de Menéndez y Pelayo 29 660
• Catálogo de los manuscritos de América existentes en
la Biblioteca Nacional, por Julián Paz 25 555
. Acta de acusación, por Julián Cortés Cavanillas 29 557
Aspectos del golpe de Estado. Publicaciones Jerarquía. 29 668
Actualidad internacional: El plebiscito portugués.—
Banderas imperiales.—Disensión en el partido socialista
francés.—De Venizelos a Tsaldaris.—Franklin D. Roo-
sevelt 25 79
Actualidad internacional: Un día cualquiera...—Das
dritte Reich.—Corrientes monárquicas.—La táctica contra-
ofensiva de Dollfus.—Conciencia y Patria 26 194
672 ACCIÓN ESPAÑOLA

Núms. Págs.

Actualidad internacional : Pueblo de temple heroico.


El ejército y las elecciones.—Un proceso .sensacional.—
Desarme y revisión 27 212
— Actualidad internacional : Sovietismo y reacción....--para
belium.—I^a fórmula de Avifion.—De Roima a Washing-
ton.—¡Heil Hitlcr! 28 422
• Actualidad internacional : Primero de mayo.—Política
mirando al pueblo.—Rosas en el Támesis.—Frutos del pa-
cifismo.—Para salir.—Una vez más 20 525
— — Actualidad internacional : Un aviadcr va a Roma.—De
punta a punta de E u r o p a . ^ D c Znhieta a Keiiavides.—
lya quiebra de un sistema 30 t>38
X. X. X.—La verdadera doctrina sobre el acatamiento y re-
conocimiento de los poderes constituidos 27 260
YANGUAS (José de).—El IV centenario de las relecciones de
Vitoria. 1 25. 1
ídem, id. II 26 113
ACCIÓN ESPAÑOLA REVISTA QUINCENAL
GLORIETA D E S A N BERNARDO, NÚM. 2. i . ' IZQDA. - TELÉFONO 4 I 4 O 6 . MADRID
«> APARECE EL 1 y 16 DE CADA MES
DIRECTOR: D . R A M I R O D E M A E Z T U

I HORAS D E OHCINA: De 10 a 1 y de 4 • 6 de U tarde

PRECIOS DE
Espa&a, Portníal y América.
SUSCRIPCIÓN:
Semestre. 18,00 peseta*.
Año. 30,00 —
Extranjero \ Semestre. 25,00 —
Afio. . 40,00 —
^ Precio del ejemplar 2,00 —

Hmiwm"mcilllKfiilH" ^
Ofrecemos a sus lecto-
les u n a s maénificas t a -
p a s construidas e s p e - t
cialmente con ese otjeto
Si es usted amante de la R e -
vista y desea embellecer su
biblioteca, no deje de adc[ui-
rirlas en esta administración
Agotadas las tapas correspondientes a
los tomos I, II y III, se ha paesto a la
venta una nueva serie, al mismo tiem-
po que las del tomo IV.

P R E C I O : 6 PTAS. C A D A T O M O
Se envían contra reembolso, car^ndo
los ^ s t o s .

I re 1 1 a s
SEMANARIO DE LAS MUJERES ESPAÑOLAS
0
PRECIOS D E SUSCRIPCIÓN Y VENTA
U n semestre 7 pesetas.
U n año 13 »
Ejemplar suelto. 0,28

Alonso Cano, 1 - Apartado 4.065


Teléfono 33518 MADRID
&^^^<&<$>^<^^^^^^<^^^<&^^t^<&^^^<ji^^^^<^<$><&<^^<^^<^^<^<^<^^<í>^4>4><^^^^<^^^^^^
IPIEI^I^OB^OL
evita la caries, blan-
quea los d i e n t e s ,
fortifica las encías
y desinfecta la boca.

-onSi}^

I
PRINTED IN SPAIN atAnSA UHIVCHAL.- CVAIIITO 1 . « X U I t , • . - TIlCrOHO. M O r i . - MADaiP

También podría gustarte