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AÚN QUEDA UN LUGAR EN EL MUNDO Antonio García Rubio

EN EL
AÚN QUEDA

MUNDO
UN LUGAR

Antonio García Rubio


AÚN Q U E DA U N LU GAR
EN EL MUNDO
ANTONIO GARCÍA RUBIO

AÚN Q U E DA U N LU GAR
EN EL MUNDO

2ª edición

DESCLÉE DE BROUWER
BILBAO - 2005
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los citados derechos.

1ª edición: diciembre 2005


2ª edición: enero 2006

© Antonio García Rubio, 2005

© EDITORIAL DESCLÉE DE BROUWER, S.A., 2005


Henao, 6 - 48009 Bilbao
www.edesclee.com
info@edesclee.com

Impreso en España - Printed in Spain


ISBN: 84-330-2029-3
Depósito Legal: BI-2846/05
Impresión: Grafo, S.A. - Basauri
A mis paisanos y amigos
de mi Guadalix de la Sierra.
Allí se cimentó mi fe.
Junto a ellos comencé a experimentar la
misericordia de Dios.

A Younass y Joana, jóvenes inmigrantes,


de Marruecos y de Ecuador,
que conscientes de la fuerza de la negatividad,
están cuidando sus raíces con amor,
y se están convertido en una esperanza para
el mundo.
ÍNDICE

P RÓLOGO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11

Primera Parte
INTRODUCCIÓN

1. E N CONTACTO CON LA PARADOJA . . . . . . . . . . . . . 19


2. RECUPERA EL CAMINO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29

Segunda Parte
EL CAMINO DE LA SIMPLICIDAD

3. EL CAMINO DE LOS SIMPLES . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53


4. DESPIERTA LA ATENCIÓN PARA CAMINAR . . . . . . . . 61
5. AFRONTA LA NEGATIVIDAD DE LA MENTE . . . . . . . . 69
6. RECUPERAR LO MÁS SIMPLE: EL HECHO DE CREER 91
7. E L MÍNIMO DE LO MÍNIMO . . . . . . . . . . . . . . . . . . 111
8. LA SIMPLICIDAD NACE EN EL “NO-PENSAMIENTO” . 127
9. UN EJEMPLO DE “NO-PENSAMIENTO” . . . . . . . . . . . 143
10. LA SIMPLICIDAD LIBERA A LOS “SIMPLES” . . . . . . . . 157
Tercera Parte
EL LUGAR DE LA FIESTA

11. EL “HOMO BONUS” . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 171


12. EL CAMINO DEL “SIMPLE” ACABA EN FIESTA . . . . . . 197
13. LOS BENEFICIOS DEL CAMINO . . . . . . . . . . . . . . . . . 211
14. Y LA VIDA SE HIZO VIENTO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 239

10
PRÓLOGO

Existen momentos en el caminar humano donde


las arterias de la vida parecen bloquearse como cañe-
rías atascadas por el cieno. Situaciones agobiantes del
alma y del mundo que precisan, sin duda, de un revul-
sivo reparador. Mas la respuesta no puede venir de las
ramas, sino de la raíz, desde la veracidad de un cora-
zón manso y humilde, el mismo con el que Jesús dijo
que los sencillos habitarían la tierra. El padre Antonio
García Rubio, párroco de la Basílica de la Asunción
de Nuestra Señora de Colmenar Viejo (Madrid), ha
puesto todo el rico caudal de su experiencia, de la
médula de su ser cristiano, al servicio de este corazón.
No nos debe, pues, extrañar que él conozca, como un
don, el lugar donde se cumplen todos los anhelos y se
sienta impelido a compartirlo con nosotros.
“Aún queda un lugar en el mundo” es un libro pre-
cioso, de sabrosa lectura, escrito desde una autentici-
dad a todas luces profética y con una vibrante inten-
sidad: la obra está llena de valientes testimonios que
conmueven al lector convirtiéndole en cómplice, su-
mergiéndole en la misma revelación a la que asiste,
que no es otra que la vida en su latir más primigenio,
la pura y bendita simplicidad, la existencia “sin tram-

11
pa ni cartón”. Sencillez y transparencia del niño, que
nos anima a despojarnos del hombre viejo y altanero
–identificado por el autor como el idolatrado homo
sapiens– para abrazar gozosamente en nuestro inte-
rior al único hombre nuevo u homo bonus, el ser
humano originario hecho a imagen y semejanza de
Dios, y renacer con él. Un compromiso crucial, pero
inexcusable para el creyente, que ya la sabiduría taoís-
ta concretó en estas adustas palabras:
“Elimina la santidad y abandona la inteligencia,
así el pueblo se beneficiará cien veces más. Elimina
la caridad y abandona la justicia, así el pueblo
retornará al amor filial. Elimina los avances tecno-
lógicos y renuncia a sus conocimientos, así se aca-
barán los ladrones y bandidos”. (Cap. 19).
Todo el libro se resume, pues, en una apuesta con-
vencida por la existencia desnuda, desenmascarada,
aquella que vence la prueba de la negatividad acep-
tando quedarse sólo con “lo mínimo de lo mínimo”, sig-
no de quien se deja llevar por el Espíritu. El mismo
aliento universal que hace exclamar de Oriente a Oc-
cidente, tanto a San Pablo como a Lao Zi, que no hay
que vivir para sí mismo, sino para la fuente inagota-
ble de la vida, donde mana sin cesar la paz de cora-
zón, y de la que todos nos nutrimos.
Hay que agradecer al padre Antonio su firme susu-
rro de humanidad y fe cristiana que la Providencia sa-
brá hacer resonar en las entrañas de la Iglesia. Gracias
por este hermoso y necesario libro-desatascador.

Daniel Ibáñez Gómez

12
El labrador aseveró y dijo:
‘Dado que el tiempo es seco en extremo
y el terreno está árido y desértico,
ésta es la hora de que se cuiden
y se alimenten las raíces’.
primera parte
INTRODUCCIÓN

Estas primeras líneas sirven para resaltar la impor-


tancia de ‘la teología narrativa’ utilizada en estas pági-
nas. Todo comenzó cuando Carlos Alemany me
pidió escribir un libro no confesante sobre la vida
simple, para publicarlo en su Colección de temas de
autoayuda. Fiel a mi amistad con él comencé a escri-
bir tal y como quedamos; pero no me fue posible
andar mucho tiempo por ese camino. Escribir sobre
la simplicidad, sin hacer referencia explicita a la fe, no
me era posible. La base de sustentación del camino de
la simplicidad aparecía en mi experiencia, a cada paso
que daba, tanto en lo formal como en lo simbólico,
ligada a mi fe cristiana. Y ante el atasco artificial que
me estaba taponando la creatividad, tomé, con valen-
tía y no sin un cierto riesgo, una primera decisión:
escribir desde la absoluta libertad de mi corazón y de
mi mente.
Mientras escribía páginas y páginas sobre la sim-
plicidad como camino de vida, me acordé del esbozo
guardado de un libro en el que quería tratar sobre la
vida humilde y real de algunas personas queridas y
conocidas en profundidad por mi. En él partía de un
convencimiento, puesto en práctica en el hilo narra-

15
tivo del libro que finalmente tienes entre tus manos:
la comprensión de que lo esencial de la vida, ‘lo que
sólo se ve con el corazón’, al decir de El Principito, se
acaba percibiendo con mayor claridad, cuando se
narra y se demuestra, según el dicho clásico, con unos
buenos ejemplos. Y esa fue mi segunda intención en
este manuscrito: en Diario de un Asombro1, hice la
promesa de escribir ese libro, El Sillón, del que guar-
daba el esbozo del que hablo, y en el que sentaría a
personas normales, pero portadoras de semillas de
simplicidad. Partía en él de una sensibilidad contras-
tada con mi gente: la sociedad actual necesita refe-
rencias, ejemplos de algunos que aporten confianza
ante el ataque descarado de la paradoja diaria de la
vida. En parte, con este esbozo de cinco vidas, redac-
tadas en la convalecencia de una operación de rodi-
lla, se va a cumplir la promesa de aquel libro.
En mi redacción aparecen sentadas, en el sillón
contemplativo de la amistad y la fe, unas personas
que, situadas entre las paradojas de la vida, en el actual
ambiente cultural, y relacionadas con Jesús, se con-
vierten en profetas de una nueva autenticidad; unas
personas humildes y frágiles, críticas con el consumo
y deseosas de vivir como vive la mayoría pobre, sin-
poder, como ‘simples seres humanos’. Y, es que existen
demasiados nubarrones amenazantes para esta mayo-
ría que soporta a diario injusticias y miedos. Esas per-
sonas, semillas de simplicidad, hacen germinar la his-
toria con esperanza, “salió un sembrador a sembrar” 2;
1. Antonio García Rubio, Diario de un Asombro, Desclée De
Brouwer, Bilbao 1997, p. 287.
2. Mc 4, 3. Se puede leer toda la parábola del Sembrador. Es Él
quien siembra estas semillas en el mundo.

16
están ahí como palabras vivas, relacionadas de modo
natural con Dios y sus semejantes; están hechas con
raíces de fe y optimismo; son pobres ‘simplitos’, com-
paradas con los ‘listos’ del mundo; no aparecen en la
prensa ni se arredran ante el fracaso ni se doblegan
ante imposiciones amargas; no son héroes ni santas
de peana; no son únicas ni pretenden serlo; son
pobres y pecadoras; están llamadas a la simplicidad y
atrapadas por la humildad del que dijo: “Aprended de
mí, que soy manso y humilde de corazón” 3. Con ellas se
hace palpable el camino de la simplicidad, expresado
en el salmo 130: “Señor, mi corazón no es ambicioso, ni
mis ojos altaneros; no pretendo grandezas que superan mi
capacidad; sino que acallo y modero mis deseos, como un
niño en brazos de su madre”. Dice G. Andrade: “Si
alguna vez nos preguntamos cómo actúa la providencia
divina para llevar al mundo hacia la salvación... debe-
mos... mirar la vida de los testigos de Dios. Son la prue-
ba de que Dios no abandona a su suerte a los que son sus
hijos e hijas” 4. Y remata Teresa de Jesús: “Algunas cosas
que parecen imposibles, viéndolas en otras tan posibles y
con la suavidad que las llevan, anima mucho y parece
que con su vuelo nos atrevemos a volar, como hacen los
hijos de las aves, que, aunque no es de presto dar un gran
vuelo, poco a poco imitan a sus padres” 5.
En principio, pensé situarlos en la narración como
un apéndice, como aquellos ejemplos que demostra-
sen que el camino de la simplicidad se manifiesta en la
3. Mt 11, 29.
4. Carlos García Andrade, “La Trinidad: ‘software’ de Dios, Ciu-
dad Nueva, Madrid 2000, p. 110.
5. Santa Teresa de Jesús, Obras Completas, Terceras Moradas 12,
BAC Madrid 1982, p. 381.

17
vida real de las personas y no es algo inventado; pero,
pronto, ellos mismos me pedían mezclarse humilde-
mente con todo lo que estaba narrando. Son las vidas
de estos hermanos las que convierten a este libro en
algo vivo, en una invitación y en una provocación
para ti, amigo lector: ellos te invitan a mirarte y a
mirar a los tuyos, a sentarlos en tu Sillón, a observar-
los y a dejar que aparezcan como son: como semillas
de vida nueva, alternativa, santa, simple, abierta a un
futuro mejor para todos. La responsabilidad, y la ale-
gría de los hombres de bien, está en acercar a la mira-
da de sus semejantes la concreción, en la vida real de
las personas, del don y del amor de Dios.
En un determinado momento, según iba narrando
este camino de simplicidad, se hizo presente, como si
fuera un rayo, una pregunta que acabó convirtiéndo-
se en el verdadero hilo conductor del libro: ¿A dónde
conduce este camino? Y como un fogonazo estreme-
cedor se me ofreció en bandeja el título y el fin de
todo mi esfuerzo: Aún queda un lugar en el mundo se
me dijo.
Ese es lugar hacia el que yo estaba caminando sin
darme cuenta, sin saberlo; el lugar hacia el que es pre-
ciso encaminarse. Y eso es lo que he hecho. Hacia ese
lugar se encaminan estas páginas. ¿Me acompañas?

18
1
EN CONTACTO CON
LA PARADOJA

Con las primeras luces del día, en la serena quie-


tud del silencio del templo, contempla sin prisas, con
los ojos bien abiertos y con una mente ancha y dila-
tada, la Trinidad, de Rublev. Quédate extasiado ante
la sencillez, la serenidad, el equilibrio y la santa sim-
plicidad, que emanan del icono. Te sentirás atraído a
vivir una vida simple. Así es Dios. Cuando el sol
comience a caer, sal a pasear por el parque con pen-
samientos limpios, respira relajadamente, y entre las
raíces de una acacia, observa, picoteando y revolo-
teando, a un humilde y simpático gorrión. Quédate
extasiado ante él. Nada importa tanto como su figura
cercana y su vitalidad inquieta, envueltas en peque-
ñez. Unas margaritas, temblorosas por la brisa, le
hacen guiños de complacencia. Así es la naturaleza.
Al llegar la noche, de vuelta del trabajo, entra en tu
casa; allí juega María, la pequeña, recién nacida.
Mientras la bañan, chapotea, hace pucheritos, y da
pequeños grititos, como queriendo balbucir con sus
primeras expresiones algo así como: ‘¡oye, que estoy
aquí!’. Mira con tal luz y brillo, con tal celestial sonri-
sa, que te hace sentir positivamente traspasado y
herido de amor y de ternura. Así es el hombre.

19
Pero eso no lo es todo. La paradoja, que es la sal y
el estado natural de la vida, le asalta al ser humano a
cada paso del camino; en ella se balancea y se mue-
ve, vive y existe, crece y muere.
Tomas un café, a media mañana, y lees en la pren-
sa: “En 1960 había 1 rico por 30 pobres; en 1990, 1 rico
por 60 pobres; en 1997, 1 rico por 74 pobres. Más de
1.300 millones de seres humanos tienen que vivir cada
día con menos de 1 euro”. Un poco más abajo continú-
as leyendo: “Los tres futbolistas mejor pagados del mun-
do, que juegan en España, ganan al año 42 millones de
dólares, mientras el presupuesto de la ciudad de San
Salvador, con casi dos millones de habitantes, es de 45,6
millones de dólares”. Y, por último, te paralizas al leer:
“Los jóvenes españoles están a la cabeza de Europa en
el consumo de drogas, entre otras la cocaína. Y más de
180.000 jóvenes se presentaron a las pruebas de selección
del concurso de televisión basura ‘Gran Hermano’”.1
Constatada la paradoja, es legítimo hacerse esta
pregunta: ¿Es posible la simplicidad, es decir esa feli-
cidad primera, contemplativa y simple, en una socie-
dad con estas paradojas; en una economía, en una
cultura y en un mundo que ofrecen estos fríos y ate-
rradores datos? ¿Cómo y dónde, en qué lugar, se pue-
de encontrar una aproximación siquiera a la felicidad,

1. Los dos primeros datos, que el obispo Pedro Casaldáliga con-


sidera como “la macroblasfemia de este tiempo”, los aporta Jon
Sobrino, único superviviente del martirio de los Jesuitas del
Salvador. Parece tarea imprescindible, en la paradoja que se
vive, escuchar a los profetas que quedan en el mundo. El País,
13-IX-2004. p. 33. El resto de datos sobre los jóvenes espa-
ñoles se encuentran en la prensa de la primera quincena de
septiembre de 2004.

20
cuando se observa y padece un fracaso semejante en
la familia humana?
Los sueños y deseos humanos buscan hoy la felici-
dad al son del individualismo reinante, del que pocas
personas logran escapar y liberarse. Esas búsquedas
impacientes se ven reflejadas en diversas manifestacio-
nes de nuestra sociedad: en un arte destemplado y
carente de alma y de rostro; en una economía radical,
que genera bienestar material en la selecta clase adi-
nerada y provoca hambre y pobreza en la mayoría; en
el poder del dinero endiosado, que crea barreras in-
franqueables entre ricos y pobres, paradoja de paraísos
e infiernos cotidianos; o en la violencia imparable, que
gesta guerras fratricidas y actos terroristas incontables.
Estas búsquedas implacables que nacen todas de la
misma y equívoca fuente: el deseo individualista, inso-
lidario y egoísta de la felicidad, anulan, adormecen y
rompen el desarrollo de la conciencia. Y así, este ser
humano, que crece hoy al amparo de esta ansia insa-
ciable, se desdora, se aja, se divide, se desluce, se frag-
menta, se vacía y acaba perdiendo su identidad.
Pasan las generaciones, la sucesión del tiempo: los
días, los años, los siglos, los milenios..., la vida. Y la
pregunta, como eco lejano, sigue angustiosa y viva
para la persona sometida al vacío, a la insatisfacción,
a la injusticia insultante o al desvarío que rompe su
ser: ¿Aún se puede encontrar, dentro de esta inmen-
sa paradoja2, un lugar para la otra felicidad: la del

2. San Pablo se adentra en repetidas ocasiones en la paradoja de


la fe. Aquí se aporta un ejemplo evidente: “Lo que uno siembre
eso cosechará. El que siembra para la carne, de ella cosechará
corrupción; el que siembra para el espíritu, del Espíritu cosechará
vida eterna”. Ga 6, 7b-8.

21
amor y la concordia? Centrando aún más la pregun-
ta para los creyentes: ¿Se puede encontrar la felicidad
que Jesús predicó en Galilea hace dos mil años? Si
fuese así, ¿en qué lugar sería posible encontrarla?
El presente escrito, pensado desde esta perspecti-
va, quiere ser una búsqueda más entre miles. Pretende
bucear con pasión y sinceridad en la paradoja huma-
na y creyente, en las aguas profundas y dolorosas de
la existencia y de la fe, con el fin de aportar la sensi-
bilidad que aún aflora en algunos corazones, que
siguen buscando con dificultades la simplicidad; y lo
hacen sin pretensiones ambiciosas, y sin saber si la
posible respuesta que puedan aportar, en caso de
encontrarla, tendrá una validez efectiva para este ser
humano desconcertante y cambiante que se desarro-
lla en el inicio del turbulento siglo XXI.
El lugar de la felicidad para el hombre actual acaba,
tristemente, en el entorno del materialismo. Y decir
esto no es estar contra el progreso integral de los pue-
blos. Pero sí es situarse en un camino específico que,
sin ir contra el progreso como tal, se convierte en tra-
bajo en favor del progreso integral de las personas: un
progreso espiritual, material, cultural..., que no lo sea
sólo para unos pocos privilegiados, que en su sistema
se preparan el paraíso, sino para la inmensa mayoría,
la que todavía vive en el infierno. ¿A quién no le gus-
tan los perfumes, un trabajo cómodo y bien remune-
rado, los coches, el buen vino, los trajes elegantes, los
viajes, una casa acondicionada e inteligente y, además,
una cuenta corriente saneada? Esa buena vida, el hom-
bre individualista, la desea ardientemente. Pero el pro-
greso, si queremos que sea verdaderamente humano y
generador de humanidad, no ha de ser sólo material,

22
sino integral, sabiendo mantener especialmente la ten-
sión del hombre hacia el resto de los humanos y hacia
Dios. Mientras no sea así, el progreso, lejos de poder
ser considerado humano habrá que decir que se ha
vuelto inhumano, insensible y carente de alma.
El mero materialismo, que supone la negación de
la presencia de Dios y del desarrollo del espíritu posi-
tivo de la persona hacia sus semejantes, provoca y
hace desear: a la inmensa mayoría de los pobres, que
vive sin lo esencial: ‘el tener’, poseer los bienes nega-
dos por el mundo consumista. A la mayoría-minoría
occidental que tiene y posee mínimamente bienes
para vivir: ‘el tener más’. A la mini-minoría, cada vez
más minoría, que detenta el poder y el tener: ‘la ambi-
ción desmedida para enseñorearse de todo y de todos, del
planeta’. Y en esa ambición materialista: los pobres, la
mayoría real, viven infelices, según el criterio occiden-
tal; a la espera de que la suerte les favorezca en su des-
gracia. Los ricos, la minoría satisfecha en lo material,
viven igualmente infelices, porque no hay nada como
‘tener’, para descubrir que no existe nada capaz de
saciar el deseo de felicidad, ni siquiera el hecho de ser
los dueños del mundo:“Todo esto te daré si, postrándo-
te, me adoras” 3. Ni el atractivo de las cosas ni el pode-
río ni el dominio ni nada parecido, que es la lógica del
individualismo, saciará el ansia humana de felicidad.
Entonces, ¿qué? Es preciso hablar claro: hay un
amo que manda en las conciencias: el dios dinero. En
él está, para la mayoría globalizada, el camino y el
lugar de la felicidad. Ésta es la verdad. El mundo
actual, con los jóvenes condicionados por la cultura

3. Mt 4, 9.

23
dominante en primera línea, se ha vendido al dios
dinero. La seguridad y la ‘felicidad’ se compran con
euros; una seguridad felizmente ‘cutre’, cuyo precio
conocen todos: desarrollo vertiginoso del individua-
lismo, el egoísmo y el interés, que se convierten en
una amenaza para la humanización. Es una felicidad
segura para los que pueden adquirirla, pero que resul-
ta falsa, fugaz, insolidaria y éticamente reprobable.
Una seguridad y felicidad que se compran en el gran
mercado de esta sociedad, pagando a cambio la inse-
guridad, la enfermedad, la destrucción, la miseria y la
muerte progresiva de los pueblos pobres. Así funcio-
na este ‘mundo feliz’, de locos, violentos y ambiciosos,
donde cada uno, al grito de: “sálvese quien pueda”, se
lanza a la aventura solitaria e inhumana de hacerse
rico para vivir seguro, cómodo, encerrado en su bur-
buja de poder, con su conciencia bien tapada, enga-
ñada, acomodada a la situación reinante e ignorante
de la suerte de la inmensa mayoría pobre. Esa felici-
dad, que requiere parapetarse y asegurarse entre
alambradas, como hacen los ricos en los países po-
bres, está creando un mundo artificial, en actitud de-
fensiva ante los pobres invasores. Ésta es la felicidad
comprada por occidente. Habrá que darle la enhora-
buena por tanta felicidad. ¡Qué gran compra! Y justi-
ficada: “Al fin y al cabo, todos somos iguales, si nos
dejan”. Este aforismo resulta hoy dramáticamente
verdadero, rompe todo criterio ético, y funciona
como treta perfecta para aquietarse en las abultadas
cuentas corrientes, en el calorcito de los edredones de
plumas, y en unos pellejos, cada vez más envueltos en
tranquilizantes, cremas y pomadas. Y así, todo sigue
felizmente igual, sin que nadie, salvo algún desvaria-

24
do profeta o algún inadaptado al sistema, se preocu-
pe de buscar otros caminos para una felicidad que sea
para todos.
En medio del acomodo en el que se vive y de la
adormidera, o droga social, que todos consumen,
cada uno acaba sabiendo el precio a pagar por su
cómoda y ‘feliz’ situación: hambre, enfermedades y
muerte temprana para la mayoría que es pobre; pará-
lisis social, humana y espiritual para los acomodados,
que son una parte comprada e importante de la socie-
dad; deterioro progresivo del planeta, que es la casa
de la humanidad; y como resumen de todo ello: fo-
mento de una esclavitud creciente para todos, y de un
futuro incierto para los hijos de los hijos. Todo esto
acaba revolviendo la comodidad cotidiana y no de-
jando dormir tranquilo al personal postmoderno.
Porque, al final, todos acaban probando la impoten-
cia humana, tanto en sus personas, como en sus fami-
lias y sus grupos; acaban mordiendo el polvo de la
política hipócrita e inoperante de sus democracias; y,
a la postre, se acaban generando incontables sufri-
mientos para todos. Y no paran de crecer, en las cla-
ses acomodadas, toda clase de peligros aterradores: la
droga, el alcohol, los antidepresivos y tranquilizantes,
el juego, la explotación sexual, el deterioro moral, la
pérdida de valores, el atontamiento generalizado, la
destrucción de las familias, el desprecio a la vida de
los indefensos, las enfermedades mentales, la depre-
sión, el estrés, el cáncer, la ruina de la tierra y del cli-
ma, la creciente inseguridad, el crecimiento del terror
y de la violencia indiscriminada, etc.
¿A dónde va, pues, una humanidad, que guiada
por occidente, se adentra más y más en este camino

25
y con estos medios? ¿A dónde, a qué lugar, puede
marchar, escapar o huir un ser humano para poder
encontrar o construir con otros una felicidad verda-
dera, basada en la humanización de la vida? Hace
años aún quedaban lugares escondidos o lejanos en el
mundo, a donde poder orientar los pasos vacilantes o
firmes de los idealistas, de los buscadores, de los que
creían en la bondad o en la solidaridad; lugares a
donde poder huir, a donde poder alejarse de todo lo
que a uno no le gustaba o le irritaba o le deprimía o
le hundía. Pero, en este momento de la historia, en el
que se acaba de convertir el mundo en una gran
aldea, se puede reconocer y afirmar, gracias a la eco-
nomía globalizada que ha infectado la tierra y las
mentes de individualismo y de poder incontrolado:
que ya no existe ningún lugar en el mundo al que huir,
al que escapar o en el que intentar la aventura de la
solidaridad, del amor mutuo, de la felicidad buscada
y deseada; pues no existe rincón alguno en el que no
haya entrado esta mancha negra, esta peste moderna,
de la negatividad que, nacida y criada en el interior
del ser humano, lo bombardea todo, se extiende por
el planeta, atrapa las conciencias volviéndolas infeli-
ces, y las prepara para la locura o para el enfrenta-
miento violento, tanto en el umbral de la pobreza
como en de la hartura.
“Aquel día me desperté empapado en sudor, acababa
de tener un sueño que me destrozó la noche y no me dejó
dormir. Nos encontrábamos en una casa de campo, un
lugar para la convivencia, con jóvenes y niños. De pron-
to, sin saber las causas, fuimos bombardeados por un
fuego abrasador y unas bombas terroríficas que masa-
craban todo lo viviente. Los tejados y muros eran de-

26
rrumbados, y los muertos y heridos que nos rodeaban
eran muchos. Unos pocos, no más de ocho, sin saber cómo
ni por qué, logramos salir del edificio e instalarnos,
arrastrados por el suelo, en la estrecha pradera de aquel
recóndito valle de montaña. Nos encontrábamos comple-
tamente conmocionados, buscando algún modo de refu-
gio o, al menos, algún modo de escapar de aquel infier-
no. Pero el acoso de la aviación impresionaba. Apenas
estuvimos fuera de la casa, dos aviones a baja altura,
teniéndonos perfectamente a tiro, nos lanzaron ráfagas
de metralla y nos lanzaron bombas destructivas que
hacían saltar cuanto pillaban. Eran unos aparatos terri-
bles descargando unos regalos que nos pasaban a centí-
metros del amasijo de cuerpos que formábamos los pocos
supervivientes. Curiosamente, a pesar de tener la muer-
te y el horror tan cerca, no nos hirieron a ninguno, aun-
que nos hicieron sufrir y temer con una intensidad indes-
criptible. Nos sentimos completamente impotentes y a
merced de aquel poder que nos superaba y desconocía-
mos. De pronto, los dos aviones, pintados de color verde
oscuro y tenebroso, se dieron la vuelta, y cuando creímos
que volvían sobre nosotros para rematarnos, según des-
cendían, se fueron convirtiendo en una especie de motos
gigantes, del mismo color verde. Tomaron tierra ante
nosotros, en la pradera, y, al parar, un señor muy alto,
con una cierta pose militar, descendió de la moto en plan
chulesco y amenazador, pero, curiosamente, ¡oh, parado-
ja!, al dirigirse a nosotros, a un monitor y a mí, cambió
el gesto y nos alargó la mano, en plan de un saludo cor-
dial y distendido. Y en ese momento, me desperté angus-
tiado”.
El sueño, que podría ser de cualquier hombre o
mujer en este momento histórico, expresa bien la

27
situación en la que se vive: acosados por esa especie
de mancha oscura y tenebrosa que quiere destrozar al
ser humano. En este caso el sueño acaba en positivo:
es la misma paradoja la que le da al hombre la mano.
Esto nos enseña que la paradoja es el punto de parti-
da para afrontar el reto de la existencia sin huir de
ella. Todos han de aprender a vivir con y en la para-
doja. ¿Qué hacer entonces? ¿Darse por vencidos?
¿Claudicar? ¿Aceptar sin más este estado de enferme-
dad y de demencia generalizadas? ¡Esa mano tendida
del horror y de la paradoja que acompaña a todo
hombre...! ¿Qué es esto?
¡Acompáñame! Hay algo que quiero enseñarte.
Aún queda un lugar en el mundo.

28
ii
RECUPERA EL CAMINO

¿Por qué esta necesidad de buscar un lugar en el


mundo para la felicidad si, por lo que se ve, no existe
tal lugar? ¿No será ésta la tarea de un sádico que pre-
tende aumentar la infelicidad y la frustración de la
gente? ¿No será una complicación más entre tantas
complicaciones mentales? La mayoría está cansada
de discursos y de afirmaciones gratuitas que aumen-
tan su ansiedad. ¿A eso se van a dedicar también estas
páginas? Habrá que correr algunos riesgos: el prime-
ro, al afirmar, aunque sea con humildad, que aún exis-
te un lugar en el mundo; el segundo, al demostrar, de
un modo simple, y al señalar después cuál es el cami-
no para llegar a ese lugar; y el tercero, al pedir al lec-
tor un cierto grado de confianza y de fiabilidad, pues
sólo así tendrá salida el propósito de este libro.
Si el lugar existe, lo que se demostrará más tarde,
se hace necesario dar un nombre al camino para lle-
gar a él, y eso está muy claro, el camino se llama: ca-
mino de la simplicidad; ese será su nombre. El secreto
de este camino se irá desvelando progresivamente, a
saltos, con paciencia, como se desvela la vida en su
acontecer diario. De momento, para que te hagas una
idea lo más exacta posible, es bueno y necesario que

29
sepas con quién estás hablando: hablas con un cris-
tiano que vive en actitud permanente de búsqueda, y
que mantiene el deseo abierto de dialogar: primero,
con todos sus semejantes ya que es pasto de su mis-
ma desazón cultural y de sus mismas inquietudes;
segundo, con hermanos y hermanas cristianos que se
consideren igualmente vivos y confiados que él, a
pesar de todo lo que está cayendo en la historia y en
la Iglesia, y que se mantengan también en búsqueda
sincera, sin claudicar ante las dificultades; y, tercero,
de un modo especial, querría llegar al corazón, o al
eco al menos, de la conciencia de algunos jóvenes, ya
que son ellos, los jóvenes, las primeras víctimas de la
situación social, sin fundamento humano, que se vive
en el mundo. Éste es, pues, un cristiano tocado por la
fe, y en diálogo con la cultura, en la que está integra-
do críticamente, pero de la que no quiere apartarse,
pues está ubicado en ella. Eso es suficiente por ahora,
tanto para cerrar el libro, como para entrar en este
intenso juego.
Este cristiano considera necesario, por sinceridad
y coherencia, hablar en primer lugar de su línea espi-
ritual, dentro de la milenaria espiritualidad cristiana,
ya que de espiritualidad se va a tratar aquí. No hay
más que mirar la vida de los cristianos actuales, con
la infinidad de brechas que se observan en su historia
y la innumerable pléyade de iglesias, grupos y sectas
cristianas que existen en la actualidad, para constatar,
con una mirada comprensiva y misericordiosa, que
esta espiritualidad, y la vida cristiana en la que se sus-
tenta, están bastante deterioradas. Sin embargo, con
el fin de ser positivos, y aprender bien qué esconde
este camino de la simplicidad, es necesario adentrarse

30
en este secreto a base de ejemplos concretos que nos
descubran el interior de este camino espiritual, encar-
nado en la vida de hermanos y hermanas en los que
todos se puedan mirar. La vida es la verdadera maes-
tra y, para que aparezca como tal, se transmite con
pequeñas narraciones. Esto es lo que se denominaría
como ‘teología narrativa’, que es la base para un dis-
creto discurso espiritual y humano. La vida enseña,
con más claridad que cualquier teoría, aquello que se
pretende transmitir.
La mirada narrativa, pues, para poder explicar con
serenidad y seguridad la espiritualidad en la que se
mueve el autor, se detiene en la vida de un hombre
cristiano con la que él se identifica: Manuel Aparicio,
un cura amigo, un hombre ya adentrado en la ancia-
nidad del que emociona el hecho de pronunciar su
apodo familiar: ‘Chafanda’, que le define con preci-
sión; pues la asonancia ‘Chafanda’, suena a popular, a
auténtico, al gusto de tomar unas cañas de modo dis-
tendido. ‘Chafanda’ evoca a aquel Padre celestial al
que José Luis Cortés pintaba en zapatillas de franela,
con los oídos bien atentos y orientados hacia el hijo
que llegaba para platicar con él y contarle sus peque-
ñas cuitas. “A ver, ¡cuéntame! ¿Qué te pasa?”. Y se tie-
ne la certeza de que Manolo, como lo haría el Padre
Dios, va a escuchar, va a dar su consejo de amigo y
va a volver a dejar libre a la persona para que vuele
por si misma, pero con la sabiduría y el gozo de
saberse escuchada, valorada y querida. Resulta difícil
expresar lo que este ‘anciano venerable’, de más de
setenta y cinco años, suscita en los que tienen acceso
al fuego de su amistad y de su fidelidad, siempre vivas
en su joven y eterno corazón.

31
En una ocasión se presentó la oportunidad1 de
escribir un homenaje a los curas postconciliares y la
mirada se centró en “Chafanda” como en su prototi-
po: curas educados en una dirección, a los que la
Iglesia pidió el sacrificio de cambiar la orientación y
el sentir de sus vidas. Educados en el nacional-catoli-
cismo, se vieron abocados a ser los portavoces de una
Iglesia en dialogo con el mundo. Hubieron de ‘aggior-
narse’, renovarse profundamente desde dentro, con el
fin de hacer asequible el reino de Dios a su pueblo.
Abandonaron la sotana, salieron de las sacristías, se
lanzaron a la calle, a las manifestaciones, a las taber-
nas, y con sus luces y sus sombras, con una formación
imposible, pues la que tenían no respondía a lo que
necesitaba el mundo emergente, comenzaron una
nueva catequesis, una nueva forma de hacer y pensar
la Iglesia como ámbito de participación de los laicos,
de creación de comunidades cristianas, de renova-
ción litúrgica... Con ellos, la Iglesia salía a las casas del
pueblo y cenaba una tortilla francesa en hogares don-
de no había entrado nunca antes; se abría a las nece-
sidades del pueblo, prestando su infraestructura para
sus reuniones, para el estudio y la decisión de sus pro-
blemas vecinales, sindicales, sociales, culturales, etc.
Estos curas empezaron a barrer el anticlericalismo
histórico de la sociedad española. Pero, en los años
80, la Iglesia, cambió de nuevo de rumbo y de orien-
tación. Y estos curas populares, con la nueva direc-
ción eclesial, se quedaron de nuevo en un cierto ‘fue-
ra de juego’. No valió lo que estudiaron de jóvenes

1. Antonio García Rubio, Diario de un Asombro, Desclée De


Brouwer, Bilbao, 1997, p. 105-108.

32
para el mundo al que después tuvieron que servir; no
valió su trabajo pastoral postconciliar, para los nue-
vos vientos que correrían al final del siglo. Del mismo
modo que tuvieron que cambiar por empuje del Con-
cilio, y de la increíble, bondadosa, humilde y caris-
mática personalidad del papa Juan XXIII, se les volvió
a pedir, en las últimas décadas del siglo XX, que cam-
biasen otra vez, para hacer de nuevo lo que dejaron
de hacer antes del Concilio. Lo que ayer era inservi-
ble, hoy volvía a ser moderno. ¡Es el péndulo de la
historia! Y el péndulo trajo consigo de nuevo el viejo
anticlericalismo a la sociedad española. Y la Iglesia
del inicio del tercer milenio, aunque alentada a vivir
con valentía en el mundo por el Papa Juan Pablo II 2,
corre el riesgo de volver a la vieja tentación de re-
cluirse, en la praxis real, en las sacristías y en los gru-
pos afectivos, de complicidades y de poder. Mucha
gente sencilla del pueblo, que se sintió alentada con
la llegada de estos curas universales y ‘católicos’ en el
sentido más extensivo del término, como Manolo,
siente estos cambios de rumbo de la Iglesia en el fon-
do de su ser con gran confusión.
Manolo es uno de estos curas admirables, a los que
la historia de España, algún día, les rendirá un sentido
y cálido homenaje. Comprendieron que, con el peso
que tenía la Iglesia en la historia de España, si ellos
cambiaban y se simplificaban podría cambiar y sim-
plificarse la historia de la Iglesia y de España; que si
ellos se convertían en hombres abiertos y dialogantes,

2. “El Cristo contemplado y amado ahora nos invita una vez más a
ponernos en camino: ‘Id pues y haced discípulos...’”. J. P. II, Novo
millennio ineunte, n. 58.

33
también lo podría hacer la Iglesia y la sociedad espa-
ñola; que si ellos abandonaban sus privilegios y se
hacían solidarios con los pobres, también acabaría
siendo solidaria la sociedad a la que servían; que si
ellos contagiaban a sus comunidades cristianas con su
testimonio y su vivencia de la fe, como en el momen-
to presente les pide a los cristianos madrileños, con
motivo del Sínodo Diocesano, el cardenal Rouco
Varela3, también esas comunidades cristianas acabarí-
an contagiando de fe a su pueblo. Y así hicieron. El
cardenal Tarancón, de feliz memoria, fue la figura
señera en la que se hubieron de mirar todos estos
hombres sacrificados y valientes, sin duda hombres
de fe, que han dado el regalo entero de su vida, sin
pedir o exigir nada a cambio. Hay que oír hoy, pasa-
dos sus setenta y cinco años, a este hombre de Dios
que es ‘Chafanda’, hablar del reino al que ha dedica-
do su vida entera. Hay que verle por las mañanas, en
su parroquia, rezando y preparando la liturgia coti-
diana, metido en oración y en diálogo amoroso con el
Padre Dios, bañado en su misericordia, y con su Hijo
Jesucristo, a quien ama al modo de san Agustín4, y al
que lleva sirviendo toda su vida. “Cuánto ha cambiado
todo, se le imagina uno diciéndole al Padre, cuántos

3. “Si queremos transmitir la fe, es preciso vivirla y testimoniarla. Yo


diría más. Dada la situación del mundo actual, sólo conseguiremos
comunicarla en la medida que nuestras comunidades sean capaces
de contagiarla”. Cardenal Rouco Varela, Levantad los ojos.
Alumbra la esperanza. Publicaciones del Arzobispado de
Madrid, Septiembre 2004, n. 25, p. 15.
4. “Derramaste tu fragancia y respiré. Y ahora suspiro por ti. Gusté
y ahora tengo hambre y sed. Me tocaste y quedé envuelto en las lla-
mas de tu paz”. San Agustín, Confesiones, X, 27,38, Alianza,
Madrid 1990.

34
cambios nos has hecho hacer, cuántas energías desarro-
llar e historias vivir. Ahora no sirve lo que sirvió, pero
Tú sabes que sirve el amor servido a tu Iglesia, al reino
y a los humildes. La lógica del Evangelio no cuaja en el
mundo, Padre; se siguen caminos de violencia, de injusto
reparto de la riqueza, de odio y muerte, de terribles
enfermedades y destrucción del planeta, de autoritarismo
y militarización, de control de las personas y cárcel, de
podredumbre, superficialidad y basura... Pero Tú sigues
vivo, presente en la casa del pobre; caminando junto al
joven que se enamora, que bebe más de la cuenta o que
desprecia los valores sin saber lo que hace; animando a
los parados; al lado de los curas jóvenes, tan distintos de
nosotros, pero que son hoy los portadores de tu reino,
siempre que aprendan a amar a su pueblo y a compren-
der y compartir su sufrimiento. Sé que Tú estás aquí y
ahora, en esta pobreza de ideas y de fuerzas, cuando vie-
nen menos jóvenes a tu Iglesia, ‘ahora que se acaban las
ovejas del redil y no dan cosechas nuestros campos’ 5. Tú
sabes, Padre, que hemos pasado por casi todo y que des-
conocemos a dónde nos lleva este ‘ahora’ chocante, pero
nada importa, salvo el dolor de los pequeños. Lo demás
queda en tu mano. ‘Por que tuyo es el reino, el poder y la
gloria, por siempre, Señor’”. Conversaciones matutinas,
llenas de simplicidad, con su Padre.
Manolo perdió a sus padres, a sus familiares direc-
tos, a alguno de sus hermanos, y ahora, como conse-
cuencia de su celibato, vivido a fuego, se encuentra
solo, como tantos compañeros sacerdotes, con una
gran carga de confusión institucional, sin un hombro
en quien llorar, sin unos hijos que le cuiden o perpe-

5. Ha 3, 17.

35
túen su memoria, sin nadie que le ponga una mano de
cariño encima de su hombro. Pero no importa.
Manolo sabe que su celibato fue el gran regalo que le
hizo al Señor en su juventud y sabe que el Señor no
falla, como lo hace la institución, a aquellos que le
aman y le ofrecen la vida, por eso no tiene ningún
temor y sí muchos amigos y hermanos que están a su
lado. Dios no abandona nunca a sus hijos: “Aunque
una madre se olvidase de sus hijos, yo nunca te olvida-
ré” 6, dice el Señor. Es interesante examinar algún
detalle curioso de la vida de estos curas del postcon-
cilio, que colaboraron a encontrar una nueva vía de
acceso al reino de Dios, la gran inquietud del Concilio
Vaticano II. En sus anécdotas se visualiza una gran
simplicidad y generosidad, una especie de vuelta sim-
ple a las fuentes del Evangelio y del amor entregado,
algo así como lo que pasó con los primeros monjes
que marcharon al desierto, o los primeros francisca-
nos. Esta generación de curas es única en la historia
de la gran Iglesia. La elección de esta anécdota entre
miles se hace ciertamente por su curiosidad y por su
significado: Manolo y alguno de sus compañeros deci-
dieron participar en una corrida benéfica de novillos, con
el fin de ayudar a solucionar un grave problema social.
Y ahí lo tenemos: Manolo ‘El Estirao’, como se llamaba
en los carteles, vestido de traje campero y formando una
cuadrilla taurina con otros sacerdotes, compitiendo con
una cuadrilla de concejales, en el pueblo de Colmenar de
Oreja. Cuenta que lo pasaron mal y que nunca en la
vida pasó tanto miedo como en aquella tarde veraniega.
Pero así colaboraban ellos, a su modo y con las luces y

6. Is 49, 15.

36
sombras propias de aquella época, a acercar a sus pue-
blos y a sus gentes alejadas la figura hierática o aparta-
da del sacerdote católico de la cristiandad. En la actua-
lidad, mientras la mayoría de las personas con su edad
lleva ya diez o más años jubilada, o cuando otros
muchos seres humanos llenan sus pensamientos de
odio o de violencia, Manolo, con sus más de setenta
y cinco años, para no hacer honor a aquel dicho
popular de su gente de que ‘los curas solamente traba-
jan media hora y con vino’, se levanta cada día a las sie-
te, se dirige a su parroquia, en la que pasa la mañana
y la tarde, abierto siempre al diálogo con todos y tra-
bajando la vida pastoral, para volver a su casa pasadas
las nueve de la noche. Se le encuentra feliz cuando
toma el autobús cuatro veces al día, cuando saluda
amablemente a todos, conductores y paisanos, y
cuando, desde su asiento, cada mañana y cada tarde,
reza el rosario o sus oraciones, en un profundo silen-
cio. Si reza a la Señora, a la que le ha enseñado en
secreto el camino del reino, lo hace susurrando ave-
marías para que: el mundo venga a ser ‘reino’ y se con-
vierta en imagen de Cristo; los pobres vivan en paz y crí-
en a sus hijos en fe y libertad; los políticos se pongan de
acuerdo y faciliten a los desheredados una vida digna; la
tierra no acabe convertida en polvorín y basurero; los
países por debajo del umbral de la pobreza y azotados
por el hambre o el SIDA encuentren solidaridad; los inmi-
grantes que llegan a occidente encuentren acogida; su
Iglesia facilite la libertad y la comunión a sus hijos; y que
todos tengan el don de encontrarse, como le pasa a él, con
el Señor. ¡Santa simplicidad! Amable, sonriente, frater-
no, con un cariño que se le sale por los ojos o por el
abrazo poderoso, abrazo de padre y de oso, con la

37
palabra de simpatía, con la mirada entrañable, con el
gesto cercano... Siempre es una bendición; un hombre
normal, natural, simple, intenso en el amor cotidiano;
que huye, lo ha hecho siempre, de grandezas, y que
prefiere la santa simplicidad, la charla distendida, con
una caña de cerveza, mostrando el amor de Dios. No
es distante, rebuscado, frío o falso. Es transparente, se
le ve, se le nota todo; no cultiva la diplomacia, ni las
posturitas. A pesar de que ‘la vida es como es’, sin em-
bargo, los seres humanos, es su máxima, han de amar-
se y tratarse bien. Pasa ‘por la tierra haciendo el bien’,
como Jesús. La vida de un cristiano, de un sacerdote,
no es más que una transparencia de Cristo. Y en Ma-
nolo eso lo ven sus hermanos. Parece un‘hermano en-
tre hermanos’. No hay en él amenaza por abuso de
poder, ni clericalismo ni autoritarismo. No manipula
ni tiene intereses personales. Se sabe débil y frágil,
pecador, pero sobre la roca que es Cristo; y sabe que
la salvación no depende de negociaciones ni de mani-
pulaciones, ni de componendas humanas; la salvación
es puro don de Dios recibido por Cristo, otorgado al
hombre por pura y misteriosa gracia suya. No se ha
de controlar o manejar a las personas para llevarlas a
Dios. Dios no necesita esa ayuda. Eso, lo único que
hace es retrasar la historia. Este hombre de Dios se
deja en las manos divinas y se convierte en su testigo
con simplicidad, sin artificios, con santa humildad y
caridad. Así se transparenta a Cristo y a su reino. Y los
que por medio de él, o de hermanos como él, se bene-
fician de Cristo, lo saben, lo notan, lo perciben, lo
sienten y lo gustan. Y en Manolo, en su simple y lla-
na camaradería, en su naturalidad, en su capacidad de
servicio, en sus entrañas de misericordia, en su saber

38
ser y estar como un hombre popular y para su pue-
blo, en su no-ser importante, en su fe acendrada y edi-
ficada desde la intimidad más íntima, en su oración
diaria, crecida al calor de un hogar, de un rincón de
amor con Dios, de una celda intima, como diría Mon-
señor Romero7, hecha de sudores y dolores, en todo
ello se aprecia la presencia del reino, de la misteriosa
y fugaz divinidad que nos visita, y que es, como dice
Isaías, “una nube de día, un humo brillante, un fuego
llameante..., sombra en la canícula, refugio en el aguace-
ro, cobijo en el chubasco” 8.
“Siempre he sabido de bondad, difícilmente de santi-
dad”. Esta frase de ‘Chafanda’ refleja su cristianismo
entregado y este tipo de vida sacerdotal y creyente
que muchos saben vivir y entender. En realidad, es la
puesta en escena de lo que dice Jesús en el discurso
del Juicio Final: “Tuve hambre y me diste de comer, tuve
sed y me diste de beber...” 9. Ahí está la clave de la vera-
cidad de una vida de fe. Por eso, es sabio lo que dice
este maestro de simplicidad y de humildad. Quizá la
mística de San Juan de la Cruz y la de Santa Teresa de
Jesús le pudieran resultar, no se sabe, muy elevadas,
pero tratándose de la vivencia de la bondad y de la
sencillez de Dios anda a gusto y bien sobrado. La
noche oscura está en su vida. Y en la noche oscura él
mismo es un don, un amor que todo lo puede, una

7. “Desde su propia interioridad, el hombre comprende que su voca-


ción más alta es su intimidad con Dios y que en el corazón de cada
hombre, hay una pequeña celda íntima...”, Homilía del 10 de julio
de 1977. Tomado de: Roberto Morozzo della Roccca (ed.),
Oscar Romero, San Pablo, Madrid 2003, p. 99.
8. Is 4, 6.
9. Cf. Mt 25, 31-46.

39
bondad que se alarga y extiende como una brisa
refrescante y contagiosa. ¡Cuántos ratos de gracia y
de buen humor los pasados con Manolo y cuántos
ratos de buen humor los que el Señor lleva pasados
con él! Vividor constante de la Eucaristía, enardece
con su emoción a la hora de celebrar, y lo hace espe-
cialmente a los seminaristas, a los diáconos y a los
sacerdotes jóvenes, haciendo realidad las palabras del
Papa Juan Pablo II: “Los sacerdotes enamorados de la
Eucaristía son capaces de comunicar a chicos y jóvenes
el ‘asombro eucarístico’...” 10. Dios hace presente y ase-
quible su reino a través de la sencillez, el buen humor
y la bondad de su persona. Entre los que van por
delante, enseñando a andar el camino del reino, como
un punto de referencia, está Manolo, que ha vivido la
espiritualidad del reino como un camino de simplici-
dad sin afectación alguna, dando a entender que sólo
‘los que se hacen como niños’ y viven como tales, con un
corazón nuevo, llegarán a la plenitud de ese reino y a
gustar la vida cristiana. Al mirar a Manolo se tiene la
certeza de que alguien ha encontrado pacíficamente
el modo de llegar a ese reino al que tanto les cuesta
llegar a otros, con la ayuda de la gracia. Y su secreto
no es otro que la simplicidad y la naturalidad vividas
como camino diario entre las paradojas y las fuerzas
del mal, de las que participa como hombre.
Y, teniendo como punto de partida la vida del cris-
tiano y del cura Manuel Aparicio, en el que el autor
siente reflejada una parte de su búsqueda espiritual, se
puede ahora ensanchar la mirada, para repasar la

10. Juan Pablo II, Carta a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo
de 2004, Librería Editrice Vaticana. Ciudad del Vaticano.

40
espiritualidad o espiritualidades cristianas que, desde
el inicio de la historia, aparecen como herederas de
una gran frustración, en parte ya liberada por ‘Cha-
fanda’ y por los que como él viven la dimensión espi-
ritual del Concilio Vaticano II: la frustración que nace
de no ver realizada la promesa hecha por Jesús, pere-
grino en Galilea, de instaurar un reino nuevo para la
humanidad. Hacia ese reino, como le ha sucedido a
Manolo, se han dirigido los ojos de la fe de los cre-
yentes durante estos veinte siglos de esperanza y de
frustración. Las búsquedas y peleas cristianas han
estado centradas en la realidad de ese reino. Unos lo
han soñado; otros lo han espiritualizado de mil ma-
neras; otros lo han pretendido reflejar en las estruc-
turas eclesiales, sociales y políticas; otros lo han adap-
tado a las necesidades o búsquedas de su momento
histórico; otros lo han convertido en fuerza de trans-
formación social y humana; otros lo han dirigido
hacia la movilización de personas, grupos o socieda-
des, con carismas peculiares; otros lo han convertido
en arma violenta y arrojadiza contra los diferentes;
algunos lo han instrumentalizado como arma de do-
minio sobre la sociedad; otros lo han dejado expan-
dirse en el corazón de la humanidad...
Ese reino ha sido el lugar buscado por los cristia-
nos para su felicidad, y, a su vez, ha sido el lugar de
sus controversias y desazones. Las primeras genera-
ciones cristianas hablaban sobre la inminencia de ese
reino11, cuya llegada, considerada puntual y cercana,

11. Véase: Carmen Bernabé, Interpretaciones históricas del Reino de


Dios, en: Conceptos fundamentales del cristianismo, Trotta, Ma-
drid 1993, p. 1.132-1.137

41
les hizo entregarse en cuerpo y alma a la tarea de su
proclamación y promoción por el mundo conocido.
La vuelta de Jesucristo, resucitado de entre los muer-
tos, era inminente y supondría la instauración defini-
tiva de su reino. Así, la espiritualidad cristiana fue pro-
vocando las condiciones necesarias para mantener en
vela y vivas a unas comunidades de creyentes, en las
que todos lo eran todo para todos, y presididas, a tra-
vés del ministerio apostólico, por el propio Jesús. La
espiritualidad, la mística, la teología, la moral, la vida
fraterna y comunitaria, la eclesiología, la vida pastoral,
todo, estaba bajo la óptica de la vuelta del Señor. Y la
vida común era el preparativo necesario, sobre todo
en la Mesa del Señor, para esperar la aparición de “un
nuevo cielo y una nueva tierra” 12, y con ellos la mani-
festación gloriosa de Jesucristo y su reino.
Pero la vuelta del Señor se retrasó, y se retrasa,
indefinidamente. Y la Iglesia sintió, y siente, decaer la
tensión propia de la espera; y acabó, y acaba, acomo-
dándose, sin especial maldad, por imposición de su
crecimiento y de su vitalidad, a este mundo y a sus
poderes. Así nació, fruto de la paradoja humana y
creyente, y haciendo filigranas, y una extraña amal-
gama con los poderes de este mundo, ‘la cristiandad’.
Y con ella apareció una Iglesia aposentada en el mun-
do, con poder real e influyente. Con la cristiandad la
Iglesia espiritualizó su situación al dar a entender que
su poder en el mundo era el reflejo del poder de Dios.
Y la cristiandad, que creció imparable, pretendió vi-
sualizar en la tierra, por la fuerza, el reino de un Dios
de poder y majestad, mientras posponía de modo

12. Ap 21, 1.

42
indefinido el deseo de la vuelta del Señor. Sería muy
complejo dedicar el espacio suficiente para explicar lo
sucedido en la historia de la Iglesia. Sea esto un ape-
ritivo que abra el apetito para estudiar e investigar. Al
no aparecer el reino prometido en los caminos de
Galilea, el mensaje de Cristo o bien se politizó o bien
se espiritualizó. La espiritualización promovida por la
cristiandad acabó convirtiendo la espiritualidad, con
el paso de los siglos, en una noble pelea individual del
creyente contra sí mismo y contra el mal que lo aco-
saba; una pelea plagada de profundos y piadosos
rigores ante el crecimiento desmesurado de los senti-
mientos de culpa en la persona.
Dando un gran salto se sitúa esta reflexión en las
espiritualidades propias del siglo XIX y primera mitad
del XX, que dieron lugar a santos heróicos13, y que fue-
ron preparando, en medio de muchas vicisitudes y
trabajos, la gran aportación del siglo XX. Nada hubie-
ra sido posible sin la revolución que supusieron los
estudios bíblicos y patrísticos, y sin la influencia deci-
siva de la Modernidad y de sus grandes líderes, los
maestros de la sospecha, en los estudios teológicos y
pastorales. La espiritualidad cristiana da una vuelta
decisiva sobre misma, y dejando de mirar al individuo
en sí, se lanza a un estudio crítico del hombre, de la
sociedad, de la Iglesia, de la fe, de las fuentes, de la
Escritura, de los Padres, buscando la pureza evangéli-

13. El papa Pablo VI, en la homilía de la canonización de santa


Soledad Torres Acosta, hace relación a esta realidad: “María
Soledad se inserta en ese grupo de mujeres santas e intrépidas que
en el siglo pasado hicieron brotar en la Iglesia ríos de santidad y
laboriosidad”. 25 de enero de 1970: AAS 62 (1970), 82-88. To-
mado del IV tomo de la Liturgia de las Horas, p. 1.276.

43
ca y la reconsideración del mensaje de Jesús sobre el
reino. El Concilio Vaticano II 14, 1962-1965, que abrió
un camino nuevo en la historia de la Iglesia y también
de la humanidad, quiso superar la era de la cristian-
dad, y buscó de nuevo el reino de Dios como el lugar
propio de la fe. Y el Espíritu, que sopló fuerte y se
coló en las férreas estructuras eclesiales de mitad del
siglo XX, ofreció una respuesta colegiada a la gran
frustración cristiana de no ver realizado el reino.
Durante cuatro años, los obispos de la Iglesia Católi-
ca, trabajaron con fecundidad y con humildad, bus-
cando una salida para la fe ante los nuevos tiempos.
Así apareció mejor perfilado el lugar de la felicidad y
la salvación: el reino de Dios. El tiempo de instaurar
el reino, utilizando el poder de este mundo, había
concluido. Ése no era el camino que esperaban las
nuevas sociedades emergentes, fundamentadas en la
vivencia de la libertad, la revolución tecnológica y la
aparición de una sociedad globalizada. Las socieda-
des libres y democráticas, nacidas tras la revolución
industrial, la Ilustración15 y las grandes guerras mun-
diales, hacían prever que la cristiandad ya no sería

14. “El Vaticano II fue un acontecimiento providencial, que facilitó a


la Iglesia el paso de una situación de agotamiento de una imagen
del cristianismo a nuevas figuras de éste”. Juan Martín Velasco.
Entrevista en Vida Nueva, n. 2440, 23 de septiembre de 2004,
p. 11.
15. Juan María Laboa, Cristianismo, San Pablo, Madrid 2002, p.
182: Hablando de la Ilustración dice:“Se trataba en realidad de
la muerte de una época y del nacimiento de una sociedad nueva,
basada en la libertad, la separación de poderes y la invocación de
la historia como derecho divino”. Este es un libro básico, esen-
cial, sustancial y recomendable para comprender, de un vis-
tazo, la historia de la Iglesia y del cristianismo

44
nunca ni el lugar ni el tiempo de la Iglesia para hacer
visible el reino. Según avanzaban los últimos años del
siglo XX se veía aparecer, con la revolución tecnológi-
ca especialmente, la llegada de un tiempo nuevo. El
nacimiento del siglo XXI, con lo que supone el cambio
de cifras, de centuria y de milenio, ha provocado aún
más, y todos lo notan y perciben sin saber explicarlo,
la llegada de ese tiempo nuevo, de una época radical
en la que los cánones del pasado poco le dicen a este
‘loco’, violento, farragoso e inaudito presente.
La Iglesia, y con ella cada uno de los creyentes,
pasados ya los efluvios del concilio, y enzarzada de
nuevo en las peleas propias de la cultura de este agrio
presente, se encuentra ante un reto descomunal y
maravilloso: recuperar el horizonte común de la
inminencia del reino, adquiriendo la conciencia de
ser un pueblo responsable con una meta llena de luz
ante sí. Esta Iglesia peregrina, siguiendo la estela lúci-
da del Concilio, hará renacer el reino y su crecimien-
to espiritual. Jesús se implicó en la historia de huma-
nidad, hasta bañarla con su sangre purificadora. Y los
cristianos, con sus pastores a la cabeza, en este mo-
mento de sufrimiento y de confusión histórica, espe-
cialmente para la mayoría pobre que compone su
cuerpo, no puede dejarse decaer en su lucha primor-
dial: abrir caminos para encontrar el lugar al que
están convocados desde hace siglos, inaugurado y
sugerido por Jesús.
Para andar este camino ya no sirven las rancias
espiritualidades individualistas, culpabilizadoras y de
poder, a pesar del intento obsesivo de revitalizarlas
por parte de algunos grupos religiosos acaudalados,
elitistas y poderosos en la actualidad, pues semejante

45
camino, ‘pan para hoy y hambre para mañana’, no va
a ninguna parte. Lo denuncia el mismo Evangelio:
“Entre vosotros no ha de ser así” 16. Por el contrario, se
está recuperando el sentido comunitario del reino
que viene, que ya está creciendo y crecido entre los
hombres, que ya es presente, a la vez que meta y des-
tino. Y en lugar de centrarse en las pequeñeces indi-
vidualistas y enfermizas de la historia de cada peca-
dor culpabilizado y manipulable, se vuelve a animar a
los cristianos a que se desgasten libremente, desde la
gracia de su vocación, por lo común, por la salvación,
la liberación, la alegría, la justicia, la paz y la felicidad
de todos; ya que ese reino, esparcido como una bue-
na semilla17 por la humanidad entera y compartido
por toda ella, está presente en todas partes, en la gran
paradoja humana, en el haz y el envés de la vida, en
el pecado y la gracia, en el corazón de la humanidad
y de cada ser. Es un reino en crecimiento, que crece
con la vida misma, que es vida, que no está quieto,
que está siempre moviéndose misteriosamente con el
Dios de la vida y con la vida del mundo.
Entrar en el camino que conduce a la experiencia
común del reino es el futuro y es el presente. Ya no se
vive como una frustración el hecho de que aún no se
haya hecho posible el reino; al contrario, el reino es
concebido y vivido como una meta, pero también,
para la humanidad que peregrina en la tierra es, ante
todo, un camino. Sin embargo, la humanidad, que ha
avanzado mucho en estos siglos, aún no tiene despe-
jada del todo la conciencia para percibir la necesidad

16. Mc 10, 43.


17. Cf. Lc 8, 4-15.

46
del espíritu nuevo que hará posible la llegada de la
plenitud del reino. La paradoja humana nos hace
seguir compartiendo el camino y el tiempo del reino
con este otro tiempo y este otro camino nuestro: el
del poder del hombre lobo, agresivo, y capaz de uti-
lizar en su beneficio la fuerza, el ser, y al mismo Dios,
si la perversión de su mente así se lo requiere.
En el corazón de las mayorías silenciosas, y a tra-
vés de los muchos signos que realizan y que aparecen
en las manifestaciones culturales y sociales de los pue-
blos, y especialmente de los pueblos más masacrados,
como los pueblos indígenas, está naciendo un reino
nuevo, un brote nuevo y eterno: el tiempo de la fra-
ternidad, el tiempo de la justicia, el tiempo de la soli-
daridad, el tiempo de considerar la vida humana co-
mo algo común, algo de todos; el tiempo de conside-
rar que el planeta y todos los seres vivos constituimos
una comunidad de vida. Por ahí, y éste es el gran des-
cubrimiento conciliar, está llegando el reino de Cristo
y su cumplimiento. La Iglesia, atenta a los signos de
los tiempos, ha de adentrarse en esta espiritualidad
eterna y novedosa, pues a la vez que ofrecida desde la
tradición que viene ininterrumpidamente desde Jesús,
está también llamada a ser recreada y revitalizada por
cada generación de cristianos. Una espiritualidad que
ha de trabajar con todos los hombres y mujeres de
buena voluntad que hay en el mundo, sin despreciar
un solo signo de la presencia activa de Dios en la tie-
rra, y desde el respeto profundo a todas las confesio-
nes cristianas y a la diversidad de tradiciones religio-
sas y culturales de la humanidad. Sólo así se hará
posible y visible el compromiso adquirido por la
Iglesia en estos tiempos nuevos: la vivencia personal

47
y comunitaria del reino, la renovación en profundidad
de la vida humana por impulso de ese reino, y la apa-
rición gozosa de los nuevos cielos y la nueva tierra en
los que habite definitivamente la justicia18.
Este es, pues, el punto de partida del cristiano que
escribe estas páginas. Sin perder de vista la semblan-
za esbozada en la humilde figura de Manolo ‘Chafan-
da’, pues en ella se refleja a todos aquellos que han
sido sus modelos y maestros. Comienza pues el mu-
tuo conocimiento. Los tiempos que corren, para un
cristiano, y para un no-cristiano, se están complican-
do mucho, pero, a su vez, se están convirtiendo en
una llamada a la simplicidad, a despertar la simplici-
dad de Dios y de su reino, que dormita dentro de
nuestro ser19. Sólo quien deshaga esta madeja de
complicaciones en la que se ha convertido la tierra,
podrá encontrar el camino de la felicidad. Y en esta
tarea tiene mucho que aportar el secreto del reino del
Hijo amado del Padre.
La propuesta de este libro es la de andar un cami-
no espiritual. No la de andar el camino espiritual de los
cristianos, como si la Palabra de Dios aportase una
sola tradición o una sola espiritualidad. Una cosa es
reconocer con San Ireneo que: “En todos nosotros está
el Espíritu, y él es el agua viva que da el Señor a quie-
nes creen rectamente en él (Cf. Jn 7, 39) y le aman y

18. El fin del reino“ha de consistir principalmente en... un compro-


miso de los creyentes con vistas a la renovación de esta nuestra his-
toria humana”. E. Schillebeckx, Algunas ideas sobre la interpre-
tación de la escatología, Conc. 41, 1969, p. 57.
19. “En cada momento dormita la posibilidad de ser el momento esca-
tológico. Tienes que despertarlo”. R. Bultmann, Historia y escatolo-
gía, Madrid 1974, p. 168.

48
profesan ‘un solo Padre, que está por encima de todos y
a través de todos y en todos nosotros’ (Ef 4, 6)” 20. Y otra
es, utilizando una frase de Javier Garrido, para no in-
currir en falta grave, que: “La Biblia no tiene una espi-
ritualidad; la Biblia es Revelación espiritual, que se
expresa en múltiples formas (espiritualidades)” 21. Bien,
pues todo lo que aquí se va a transmitir, unido a la
gran tradición apostólica, eclesial y bíblica, no es más
que una pobre aportación, la tenue definición de un
camino entre los miles de caminos que nacen de la
Biblia como Revelación espiritual. “De su entraña ma-
narán ríos de agua viva” 22. Que nadie, pues, tome con
rotundidad ninguna de estas palabras. Sólo Cristo es
el camino, como nos enseña la Iglesia. Por lo demás,
ningún camino es único.
“Nadie fue ayer,
ni va hoy,
ni irá mañana
hacia Dios
por este mismo camino
que yo voy.
Para cada hombre guarda
un rayo nuevo de luz el sol...
y un camino virgen
Dios”.
(León Felipe)

Así pues, el camino a recorrer tiene que ver con el


reino, pero hay que simplificarlo, reconducirlo a

20. S. Ireneo, Contra las herejías, V, 18,2.


21. Javier Garrido, Proceso humano y gracia de Dios, Sal Terrae,
Santander 1996. p. 92.
22. Jn 7, 38.

49
‘camino de simplicidad’, para que vuelva a ser en ver-
dad la propuesta de reino que hizo Jesús23. Sólo lo
esencial forma parte de ese reino; sólo los simples y
simplificados entrarán hasta el fondo de ese reino. Ni
espiritualismos, ni fanatismos, ni fundamentalismos,
ni manipulaciones de poder o elitistas... Simple y lla-
namente: salir de nuevo, con ánimo alegre, al encuen-
tro de Jesús y su Evangelio, de su reino, y hacerlo de
modo simple, liberados del peso de la historia y del
peso del sistema socio-económico que oprime y
enferma. “¡En pie!, pues; ceñida vuestra cintura con la
Verdad y revestidos de la Justicia como coraza, calzados
los pies con el Celo por el Evangelio de la paz, embra-
zando siempre el escudo de la Fe, para que podáis apa-
gar con él todos los encendidos dardos del Maligno.
Tomad también el yelmo de la salvación y la espada del
Espíritu, que es la Palabra de Dios; siempre en oración
y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velan-
do juntos con perseverancia e intercediendo por todos los
santos...” 24.

31. “Marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios:


‘El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos
y creed en la Buena Nueva”. Mc 1, 14-15.
32. Ef 6, 14-18.

50
segunda parte

EL CAMINO
DE LA SIMPLICIDAD

51
iii
EL CAMINO DE
LOS SIMPLES

Conviene ir aclarando de qué simplicidad se habla


aquí, para no correr el riesgo de utilizar un mismo
concepto con contenidos diferentes. Hace años se
ofreció, para disfrute colectivo, un regalo de película,
“Hermano Sol, Hermana Luna”, de Franco Zefirelli,
que se situaba, de modo poético, en los años más fres-
cos y auténticos de la juventud de san Francisco de
Asís. Tras una tormentosa conversión, ligada a los
males de su época: guerra, dolor, ausencia de higiene,
educación de familia rica, contrastes abusivos entre
riqueza y pobreza, y, tras su ruptura con el ambiente
familiar y social de las clases pudientes de Asís, Fran-
cisco se ve físicamente envuelto entre pobres y lepro-
sos, esa mayoría silenciosa cargada con la cruz del
mal y del dolor. Cambia Francisco la burbuja cálida y
confortable de la riqueza, por la tierra árida e insegu-
ra de la pobreza. Comienza a levantar los muros
derrumbados de san Damiano, y se ve rodeado por
los pobres, que, a partir de ese momento, serán sus
aliados, sus hermanos; de él, el hermano menor.
La película recrea la escena de la reconstrucción
de la ermita dentro del ambiente invernal, con un
blanco escenario de abundante nieve. Francisco, ves-

53
tido con un hábito miserable y desgarrado, aparece
con los pies plagados de llagas sangrantes y con las
manos enguantadas en viejos y sucios trapos, sacados
de telas abandonadas y machacadas. Manos y pies,
ahora ennegrecidos y heridos, pero que no hace
mucho habían sido manos y pies finos, de joven adi-
nerado y refinado de Asís. En ese clima, Francisco, va
levantando, con serenidad y paz, reflejadas en las
imágenes llenas de ternura de Zefirelli, los muros de
la vieja y derruida ermita. Había experimentado la
fuerza y el poder del Cristo crucificado, que le habló
y le pidió que reconstruyera su Iglesia. Y él, obedien-
te, aceptó el reto y comenzó el cumplimiento del
mismo poniendo manos a la obra. Su soledad inicial
es acompañada por pastores que cuidan sus rebaños
y por gente humilde y pobre, del pueblo llano, que
embebe, envuelve e ilumina la locura de Francisco; el
pueblo es su medio natural, como lo es el agua para
los peces, y en el pueblo pobre encuentra su lugar
ideal para vivir una vida nueva, confiada, alegre y
humilde. Y lo hace en el frío invierno, con dolor físi-
co y notas elocuentes de su humanidad y paz recu-
peradas entre los pobres.
Entre las imágenes que van desfilando por la pelí-
cula aparece la de un muchacho paralítico, mudo y
simple, que está sentado al abrigo de aquellas ruinas,
en un miserable y resguardado rincón. Con el solo
movimiento de sus ojos grandes y expresivos dirige
los trabajos duros de la reconstrucción de las paredes
de la ermita, en la que Francisco es el único albañil.
Antes de colocar cada piedra en su lugar ajustado,
Francisco mira pausadamente los ojos del muchacho,
que asiente o disiente con ellos cada vez que una pie-

54
dra está a punto de encajar en la construcción del
muro. La limpieza de las imágenes cinematográficas
muestra el juego de complicidad entre Francisco y el
humilde muchacho. Los ojos de este joven transmi-
ten mucho más que lo que pudiera explicar un
torrente de palabras o un gran discurso.
Esta película, que conviene tener en casa para ver
de vez en cuando, da a entender con claridad meri-
diana lo que significa la palabra ‘simplicidad’. En los
ojos de aquel muchacho se puede ver el gran don que
se esconde tras esta palabra. Y la conclusión que se
extrae de esta película, de cada una de sus imágenes,
y especialmente de este muchacho, que sólo tenía
ojos para Francisco, como Francisco sólo los tenía
para él, es la de ansiar una vida en la que se recupere
la simplicidad, es decir, en la que poder vivir lo per-
dido, lo primigenio, lo esencial, lo que está en la base,
lo que habla aunque ya no queden palabras, lo que
está inscrito en lo más profundo y auténtico de la
vida, lo que quedará cuando ya se nos haya cortado
del todo lo artificial y artificioso de la vida. La sim-
plicidad es la expresión y el significado de esos ojos
que le hablan a Francisco confirmándole, desde el
pueblo pobre y amado por Dios, con el que hay que
caminar unidos, que el camino elegido por él, el del
amor pobre, humilde y no pretencioso, el de la libe-
ración y la simplicidad, es el verdadero camino. Eso,
sólo eso, es lo que importa.
Al hablar de simplicidad se habla, pues, de lo pri-
migenio, de lo que está más allá del ser humano, pero
en él; más allá de su mente y de sus emociones, pero
en su mente y en sus emociones. Se habla de lo que
nace libre, puro, neto, espontáneo, sin ser condicio-

55
nado por la mente, ni por pensamiento alguno, ni por
sentimiento de ningún tipo; de lo que nace de la ex-
periencia común, comunitaria y fraterna. Se habla de
lo que no responde a estrategias, a metodologías, a
posicionamientos, a ideologías, a planteamientos po-
líticos o culturales determinados, sino que nace en los
primeros destellos, puros; en los primeros encuentros
de amor, de amistad o de fraternidad. Lo simple, en
este sentido, es lo que es capaz de explicitar con sus
ojos un bebé, un niño con síndrome de Down, un
abuelo que ha perdido el control de la mente, un
moribundo entregado, quizá un enamorado o una
enamorada, un místico, un poeta, un trabajador abs-
traído en su trabajo, un científico o un investigador
anclado en su microscopio, un profeta, un paracaidis-
ta lanzado al vacío, un contemplativo o el pacífico
barrendero de la calle... Así lo expresaba don Miguel
de Unamuno, en su Diario íntimo:
“¡Felices aquellos cuyos días
son todos iguales!
Lo mismo les es un día que otro,
lo mismo un mes que un día,
y un año lo mismo que un mes.
Han vencido al tiempo; viven sobre él,
y no sujetos a él.
No hay para ellos más que las diferencias
del alba, la mañana, el mediodía,
la tarde y la noche;
la primavera, el estío, el otoño y el invierno.
Se acuestan tranquilos,
esperando el nuevo día,
y se levantan alegres a vivirlo.

56
Vuelven todos los días a vivir el mismo día.
Rara vez se forman idea de su Señor,
porque viven en él, y no lo piensan,
sino que lo viven.
Viven a Dios, que es más que pensarlo,
sentirlo o quererlo.
Su oración no es algo que se destaca y separa
de sus demás actos,
ni necesitan recogerse para hacerla,
porque su vida toda es oración.
Oran viviendo.
Y por fin mueren como muere
la claridad del día al venir la noche,
yendo a brillar en otra región.
¡Santa sencillez!
Una vez perdida no se recobra!
Un grupo de amigos pasaban una tarde de convi-
vencia y oración. Realizaban una experiencia como
orantes que se reúnen sólo para orar, limpia y senci-
llamente. Nada más. Pero eso, así, no era fácil vivirlo
ni comunicarlo. Hay mucha gente que se reúne para
orar y lo hace de muchas maneras. Ellos, esa tarde,
no acababan de rematar ni de redondear con las
palabras lo que sentía y ardía en su corazón. No sabí-
an bien cómo expresar lo que llevaban dentro: una
especie de copla o de canto para el que no encon-
traban las palabras adecuadas; les faltaban conceptos
para dar a entender eso primigenio y auténtico, esa
especie de bocanada de vida que sentían necesidad
de vivir y de transmitir, y que nace en el alma común
y comunitaria. Metidos en harina orante, apareció en
unos de los labios presentes la expresión adecuada,

57
que todos los presentes entendieron a la perfección
y que expresaba con claridad meridiana lo que bus-
caban: “Me siento llamado, dijo uno, a ser ‘un tontito’
ante mi mente y mi corazón, ante Dios y ante vosotros”.
La expresión, para quien no se sitúe en la búsqueda
sincera del corazón, puede resultar incluso ofensiva,
y es necesario pedir perdón por anticipado a aque-
llos que pudieran siquiera sentirse ligeramente
molestos por una expresión tan atrevida. El ‘tontito’
para aquel grupo era el muchacho de la película de
Zefirelli, citado más arriba, eran sus ojos, con su
pobreza, con su poder amoroso, con su no-poder,
con su ternura, con su inocencia y con su sencillez.
Y ese era el ideal más alto al que quería llegar aquel
grupo de orantes.
Para ser feliz, pues, ¿qué se requiere? Sólo cabe una
respuesta: “Ser un tontito”. ¡Qué ternura la de los ojos
de un ‘tontito’ mirando a sus padres! ¡Qué ternura la
de los ojos de un ‘tontito’ ante la mirada del Padre
Dios! ¡Qué relación perfecta, la de Francisco y el
muchacho, a través de sus miradas limpias!, según
narra el film de Zefirelli. ¡Qué relación perfecta la de
cualquier ser humano cuando sintiéndose ‘tontito’
ante el Padre Dios, y sabiéndose mirado, se sabe lle-
no de su amor y su ternura! No existe un grado más
alto de perfección y de humanización, de belleza y de
amor. ¿Se entiende un poco mejor de qué clase de
simplicidad se trata? Algunos, como san Francisco de
Asís, pobre fundador de pobres servidores y despo-
sado con la dama pobreza, por amor a Jesús, o como
Monseñor Romero del Salvador, mártir por defender
a su pueblo de la opresión y la violencia, en nombre
de Jesús, o como Teresa de Jesús Caminante, que cui-

58
da, con esponsales eternos, a los ‘sin-techo’, en el
barrio de San Blas, en Madrid, en nombre de Jesús,
descubren que la vida sólo se entiende entregándola
para servir, para liberar, para curar, para sanar, para
regalar la Buena Nueva iniciada en Galilea a los
pequeños, a los abandonados, a los pobres, a los
injustamente tratados, a los violentados, a los simples
y ‘tontitos’; y no sirviéndoles, como si el que sirve fue-
ra el rico y potente, y el servido fuera un pobrecito
por pobreza y miseria. No. Éstos descubren que
están llamados a ser un pobre más entre los pobres;
situados, como ellos, en la pobreza y en la inseguri-
dad, exactamente igual. “Que los pobres, en cada comu-
nidad cristiana, se sientan como ‘en su casa’”, grita el
Papa Juan Pablo II 1, al iniciar el milenio. Y estos ser-
vidores, una vez que se han prendido del fuego del
amor de Dios por los desheredados, ya no tienen
vuelta atrás, ponen la mano en el arado2 y no dudan
de que su vida merezca la pena si es vivida como la
del Señor, en esa sólida solidaridad de amor. Y han
tenido que sentir muy honda y muy fuerte la llama de
ese amor, para que no sea un fuego artificial, sino que
se haga vida arraigada, entregada y dedicada en su
totalidad.
Estos pequeños ejemplos ayudan a entender lo
que es la simplicidad, sin recurrir a academicismos frí-
os, desde un ‘nuevo razonar’ del corazón. Sólo ‘los
simples’ muestran el camino que conduce al lugar de
la salvación y de la felicidad. Con ellos, de su mano,
junto a ellos, haciéndose uno con ellos, como se ha

1. J. P. II, Novo millennio ineunte, n. 50.


2. Cf. Lc 9, 62.

59
visto, es posible adentrarse en el camino de la simpli-
cidad, en su verdadera comprensión. “Yo os aseguro: el
que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará
en él” 3, dice Jesús.

3. Lc 18, 17.

60
iv
DESPIERTA LA ATENCIÓN
PARA CAMINAR

Un grupo de treinta niños está sentado en la esca-


linata del presbiterio, en el centro mismo de un viejo
templo católico. Junto a ellos, preside la misa infantil
un joven sacerdote cuyo deseo, en la fría mañana
dominical, es hacer entender a los niños el significa-
do de la presencia viva de Jesús en la simplicidad y
sencillez de sus vidas, en lo que se podría considerar
como el centro vital de aquella humilde e incipiente
comunidad cristiana, toda ella de infantes. ¡Siempre
los niños! Impresiona reconocer que sean los niños,
tal como lo expresan los labios de Jesús, los elegidos
para entrar en el reino de los cielos; que sean ellos sus
preferidos; que sean el ejemplo a seguir, según Él.
¡Siempre los niños! O, lo que es lo mismo, ¡los sim-
ples, los pequeños, los limpios, los que ni valen ni
cuentan, los inocentes!... Son los niños los que pueden
descubrir la verdad que esconde la vida en todos sus
frentes y lo hacen de un modo nada convencional,
nada organizado, nada estructurado, nada racional,
sino de un modo simple, ocasional, lleno de asombro,
sorprendente. ¡Qué difícil es que un adulto, un rico,
un retorcido, pueda descubrir la verdad del reino de
Dios! ¡Siempre los niños! “Si no os hacéis como niños...”.

61
Evelyn Waugh ofrece una reflexión llena de belle-
za, de luz y de claridad, hablando sobre los Reyes
Magos, a los que considera sus patrones, los patrones
de los que están en peligro a causa de su talento, con-
fundidos con el conocimiento y la especulación, de
los que llegan tarde, tras un tedioso camino hasta lle-
gar a la verdad, con sus cálculos, haciendo un trayec-
to enorme y lleno de vueltas y revueltas, mientras los
pastores, los simples, salen corriendo y se encuentran
de lleno con la verdad. Por eso, les pide a los Reyes
Magos: “Orad por mí, primos míos. Orad por los gran-
des, para que no perezcan del todo. Orad siempre por los
hombres cultos, oblicuos y delicados. ¡Que no se les olvi-
de del todo en el trono de Dios, cuando los simples entren
en su reino!” 1.
Aquella mañana no era la mejor para el joven
sacerdote, que se consideraba mayor para los niños,
¡un adulto!, y se encontraba oscuro y torpe, ¡como los
adultos!, a la hora de organizar las palabras y los con-
ceptos, ¡cosa de adultos! Había trasnochado, convi-
viendo y charlando con algunos amigos. Se acostó
tarde y durmió poco, con sueños pesados, en una
noche demasiado corta. No encontraba, pues, la
espontaneidad ni la agilidad mental necesaria para
ofrecer a sus queridos pupilos semejante explicación.
Y, como hacía a menudo, dedicó un tiempo para
hacer silencio y respirar. Cada mañana utilizaba la
respiración para ensanchar el ser y para limpiar la
mente y el corazón. Se concentraba en su propia res-
piración, a la vez que se alejaba de todo pensamien-
to. Cuando esa mañana estuvo concentrado en su

1. Evelyn Waugh, Elena, Edhasa. Barcelona 1990, p. 167-168.

62
lugar, con toda la atención en el corazón, abandona-
das las palabras, alejado de todo pensamiento, miró al
cielo. Era una mañana invernal de inmensos cielos
grises. Desde su concentración, guiñó un ojo en una
dirección etérea, aparentemente impersonal, en esa
en la que él solía encontrar respuestas silenciosas,
especialmente si le rondaban ciertas inquietudes. Con
ese guiño se convirtió, sin percatarse de ello, en ‘un
simple’, en un niño; y con él viajaba y volaba, como
una estrella fugaz, con el movimiento de una bella
cometa, una petición concreta, sin palabras, dirigida
al Padre Dios, en quien creía con sencilla naturalidad
desde niño. Y en ella, traducida al lenguaje humano,
se decía algo así: “Échame una mano para dirigirme a
los niños con los gestos, las palabras y las explicaciones,
con los que Jesús lo hacía con sus discípulos y con las
gentes sencillas de la Galilea”. Así quedó la cosa.
Había recibido a esos pocos niños, católicos prac-
ticantes del pueblo, con mucha alegría, pues siempre
disfrutaba con ellos, como si fuera un niño más.
Hicieron juntos la primera parte del rito católico de
la misa, escucharon la Palabra de Dios con relativa
atención y llegó, para el sacerdote, el momento temi-
do: tenía que hablar, tenía que dar razón a los niños
de que Cristo, presente inicialmente en la simple
comunidad de los apóstoles en torno al lago de
Galilea, se hacía presente en la simplicidad de la vida,
“porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre,
allí estoy yo en medio de ellos” 2, en esa sencilla y míni-
ma comunidad de pequeños hermanitos. Les pidió a
los niños, antes de comenzar su charla y el posterior

2. Mt 18, 20.

63
diálogo que intercambiaban cada domingo, que
hicieran un par de minutos de silencio y de respira-
ción, tal como él les enseñaba. “Es necesario, les dijo,
que permanezcáis muy atentos, para dejaros sorprender
por Dios, al que estáis aprendiendo a suplicar con el
corazón”.
“¿Qué les digo, Señor?”, preguntó en su silencio, y
en secreto. “Déjalo todo de mi mano”, le pareció escu-
char. Sin embargo, para salir del paso, en lo concreto,
pensó que sería buena idea preguntar a los propios
niños qué es lo que ellos harían en el supuesto de que
el mismo Jesús apareciese en el centro de aquel corro,
de aquella piña de amiguitos entrañables. Los niños
se quedaron perplejos ante el planteamiento de su
cura, pero no hubo tiempo para más, porque un rui-
do añejo, bien conocido por todos, les hizo girar la
cabeza. Era el sonido agrio del viejo pestillo de hie-
rro, quejumbroso, de la gran puerta de la iglesia.
Tenía, pues, su lógica que todos, incluido el sacerdo-
te, volvieran sus ojos entreabiertos para ver quien era
el dormilón que llegaba tan tarde. La puerta, situada
al fondo del oscuro templo, se mantenía, como el res-
to de la sala, en una cierta penumbra, solamente sofo-
cada por la iluminación central que rodeaba a la
comunidad infantil. Enseguida divisaron a una madre
con un niño pequeño, como ellos, y pensaron: “algu-
no que se ha dormido”. La madre forzaba con cariño al
niño, para que se dirigiera hacia el centro de la igle-
sia, hacia la pequeña comunidad, pero el niño duda-
ba y se hacía el remolón. Por fin, tras un cierto force-
jeo entre la madre y el hijo, que a todos despistó y
aún más al joven sacerdote, que no necesitaba mucho
empuje para despistarse en esa mañana, comenzó el

64
niño a andar derecho, pasillo adelante, en dirección
hacia el corro amical y sagrado.
El sacerdote, como no queriendo que los niños se
despistasen más de lo esencial, y ante su propia inca-
pacidad mañanera, y su más que aparente despiste,
quiso volver a centrar su pregunta, mientras el niño,
vigilado por la madre, se dirigía hacia aquel curioso y
pequeño grupo. “Veamos, decía el cura, ¿qué pasaría si
Jesús se presentase ahora, aquí, en medio de nosotros, en
el centro de nuestro corro?”. Quiso hacerles a los niños
una pregunta que había encontrado en sus lecturas
semanales en uno de los Padres de la Iglesia, san
Basilio: “¿De qué manera podemos hacernos dignos de
tener a Jesús en medio de nosotros cuando estamos reu-
nidos en su nombre?” 3. Pronto descubrieron todos que
el niño, que se había situado ya en el centro del
corro, con un dedo en la boca, babosillo él y lleno de
timidez, era un niño con síndrome de Down. “A ver,
volvió a interrogar, sin querer dar excesivo protago-
nismo al niño que se hacía presente, ¿qué pasaría si
Jesús se hiciera presente aquí, en el centro de nuestra
pequeña comunidad, cómo podríamos acogerle?”. El
niño estaba ya completamente en el centro del corro.
El sacerdote, al ver los rasgos del niño, al que desco-
nocía, pues luego supo que sus padres estaban recién
llegados a aquella comunidad, y al ver su postura y su
posición central, sin salir de su asombro, preguntó a
los niños:“¿Cómo podemos acoger a este niño?”. Y lue-
go, le pregunto a él: “Y tú, ¿quién eres tú?, ¿cómo te
llamas?”.

3. Cf. Reg. Brevius tract., Interr. 225, PG 31, col 1231.

65
La respuesta del niño no pudo ser más clara y con-
tundente, con ese acento tan oscurito y tan tierno de
los niños Down, dijo: “Y O Z O Y J E Z Ú Z”. Todos se
quedaron pasmados. Ahí ante sus ojos y sus miradas
estaba J E S Ú S, al que pretendían ver, al que preten-
dían invocar para que estuviese en medio de ellos. El
sacerdote, como dicen los niños, alucinaba por colo-
res, y los niños se mantenían boquiabiertos, atónitos
y llenos de asombro. “¿Qué pasa?”, preguntó el sacer-
dote. “Ahora, dijo, misteriosamente, J E S Ú S se ha hecho
presente en medio de nosotros”. Se acordó de su guiño,
y volvió a hacerle el mismo gesto a su Padre Dios.
“¡Gracias!”, le dijo esta vez, con un nuevo guiño, dis-
tinto del anterior. Y ya no hubo necesidad de más
palabras ni de explicaciones ni de cavilaciones ni de
estrategias ni de conceptos. La simplicidad, una vez
más, había hecho acto de presencia en la vida huma-
na. Y cuando la simplicidad se cuela en el corazón de
los hombres, éstos se quedan admirados, alucinados,
alumbrados y sin necesidad de cuestionar ni de juz-
gar ni de discurrir ni de pensar. Todo está hecho.
Todo es dado gratuitamente.
Ni que decir tiene que aquellas tres palabras fueron
sencillas y espectaculares a la vez. Una honda emo-
ción, humana y religiosa, con implicación en la com-
prensión de la fe y en la realidad dolorosa de la vida,
se hizo asequible a los niños y a los presentes, a la
madre y al joven sacerdote, que no olvidará nunca
semejante acontecimiento, por su simplicidad, senci-
llez y plenitud de vida y de ternura. Nunca se les olvi-
dará a ninguno de los presentes que J E S Ú S tiene
muchos modos de presencia y que, cuando se le
invoca con corazón limpio, aunque sea mediante la

66
sencilla oración que supone el guiño simpático de un
ojo, Él aparece de modo simple y natural en el cen-
tro de la vida cotidiana.
El joven sacerdote siempre creyó que la vida ecle-
sial de la que participaba, en el mundo de los adultos,
estaba contaminada por las palabras y los conceptos
retorcidos por la historia y los manejos políticos del
presente, por la artificialidad y el pavoneo, por la
vanidad de los egos humanos y el uso de recursos
carentes de humanidad, por medias verdades e impo-
siciones ideológicas del poder. Él buscaba una fe sim-
ple, verdadera, incontaminada; la que se le ofrecía a
sorbos de vida en el Evangelio de Jesús. Aquella
mañana, ante el desarrollo de los acontecimientos,
con JESÚS en medio de aquella humilde asamblea de
creyentes, en unos segundos de desvarío mental y
enfebrecido, se le hizo presente Ordet, la Palabra, el
film de Carl Theodor Dreyer. Muy positivamente
había influido en su alma aquella película. En medio
de las posturas diversas y enfrentadas de la tradición
religiosa cristiana, la búsqueda sincera de Dios, apa-
rentemente indiferente a las tribulaciones humanas,
sólo parece encontrar, según narra magistralmente
Dreyer, un camino verdadero y real de salida: la fe
simple, sencilla y sin ambages, sin pensamientos sofis-
ticados y retorcidos, sin posturas heredadas, acomo-
dadas o refinadas, que justifican lo injustificable y
establecen unas relaciones frías y sin amor. Dios sale
al encuentro del que cree con la santa y candorosa
sencillez y simplicidad evangélica de los niños, del
que se guía sólo por la simple fe en el poder de Jesús,
como se fiaban de él cuantos le salían al paso con
humildad en los caminos de Galilea, y no en el poder

67
de la mente humana, que puede manipular la vida y
puede manipular, como se hace visible y comprensi-
ble en la película, la fe en Jesús.
Para iniciarse en el camino de la simplicidad es
necesario estar atentos a los toques de Dios, a sus
apariciones misteriosas y naturales, en el centro de la
experiencia humana, dejarse sorprender por Él y
abrirse con sencillez y humildad a la súplica silencio-
sa y sin palabras del corazón, que, al final del proce-
so, no renuncia a ningún lenguaje con tal de hacerse
entender y comprender en su asombro, en su pobre-
za, en su dolor o en su perplejidad.

68
v
A F R O N TA L A N E G AT I V I D A D
DE LA MENTE

Suena un son nuevo y eterno en la humanidad. Un


son que habla de unidad, de justicia, de armonía y de
paz. La inmensa mayoría sufriente, los pobres de
todos los países: los indígenas bolivianos, los mineros
sudafricanos, los explotados por las multinacionales
en Tailandia, los sudaneses hambrientos que huyen
de la violencia, los rumanos que emigran buscando
salarios dignos, los marroquíes y subsaharianos que
renacen en una patera, los miserables norteamerica-
nos del cuarto mundo, los iraquíes siempre violenta-
dos, los cubanos sin recursos, los españoles sin-
techo... todos buscan, junto a la supervivencia que les
niega un sistema negativo, amenazador y mortal
como éste, el nacimiento y la posibilidad de una
humanidad nueva y pacífica. En eso están también la
mayoría de los creyentes que sienten en su propia
carne el dolor y el grito angustioso del sufrimiento
humano y planetario. Ésta es, para todos, sin distin-
ción de color ni de credo, la primera tarea en este
mundo. En ella se implican más y más los hombres y
mujeres de buena voluntad del planeta. Para hacer
posible esta humanidad nueva es necesario que el ser
humano encuentre un lugar en el mundo, una casa

69
donde educar su sensibilidad y donde soñar pacífica
y fraternamente con la verdadera humanización, y
también es necesario un camino nuevo, el de la sim-
plicidad. En explicar y animar esta tarea está embar-
cado el proyecto de este libro.
Para que nazca una humanidad nueva basada en la
justicia y en el amor1, para que sea posible la eclosión
definitiva del reino y para que se pueda encontrar el
verdadero lugar en el mundo, se precisa de la ayuda
solidaria de unos con otros. Se necesita también de
paciencia infinita, con el fin de poder recuperar la
simplicidad, recorrer su camino y descubrir el len-
guaje de ‘los simples’, no el de los poderosos en el que
nos deprimimos: el lenguaje del cuerpo, el del dolor,
el de las cosas elementales y pequeñas2 o el de los
acontecimientos hermosos de la vida. Ella, la vida, lo
dice todo y lo desvela todo, con tal de estar bien aten-
tos, como se decía más arriba, con los ojos despiertos
y abiertos a la novedad que aporta. En ese camino de
vuelta a lo original y auténtico del ser humano y de
esta tierra, a la simplicidad, se ofrece una presencia,
cuando se la invoca de corazón y de modo humilde:
la del maestro Jesús, el mismo que sanaba en los
caminos de Galilea, con tal de que los enfermos vol-
viesen sus ojos a la autenticidad y la simplicidad más
genuina de la fe y la confianza.
Es preciso ir despacio, pararse un momento y dar-
se cuenta que la búsqueda diaria de la felicidad, en

7. “La justicia es la realización eficaz, institucional y social del amor”.


Paul Ricoeur, El conflicto, ¿signo de contradicción o de unidad?,
Criterio, nº 1668, 1973, p. 155.
8. “Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay
necesidad de pocas, o mejor, de una sola”. Lc 10, 41-42.

70
esta sociedad y en esta cultura postmodernas del ini-
cio del siglo XXI, la realiza el hombre con gran torpe-
za y con una conciencia limitada y poco real de lo
que es y hace. Y eso, si se analiza bien, es el resulta-
do de un retorcimiento permanente de su mente,
manejada por los pensamientos oscuros y negativos.
La negatividad que atrapa a la mente, que se mani-
fiesta así agresiva o caprichosa, impositiva o megaló-
mana. El pensamiento negativo que se adueña del
modo humano de ser y de vivir. Ese es el comporta-
miento habitual de la mente y su modo de mantener
esclavizada a la humanidad.
Se acaba de producir un quiebro en la exposición:
se elude buscar la culpabilidad en los enemigos tradi-
cionales, en hombres, sistemas o acontecimientos,
fuera de la conciencia humana, y se centra la refle-
xión en la búsqueda de la verdad profunda de la
humanidad, indistintamente de cuales sean los ros-
tros o los colores que imponen un determinado
modo de ser y de vivir en el mundo. Interesa entrar
en la auténtica verdad del hombre y desenmascarar-
la desde dentro. Sólo desde la verdad desnuda de lo
que es el hombre y sus flaquezas se podrá avanzar
por un camino de soluciones coherentes que devuel-
van la alegría y la felicidad. Por eso, se ha de afrontar
la negatividad que controla la mente de cada persona
y de la sociedad. La mente humana que tiene sus
vicios y hábitos adquiridos desde muy temprana edad
e incluso antes. Hábitos y modos de pensar y actuar
que le vienen de la noche de los tiempos, del caos ini-
cial, del primer movimiento creador, de la inmensa
explosión, del Big Bang, de la genética, del pecado
original, de la tradición, de la educación, de la cultu-

71
ra, de la familia, de los medios de comunicación, del
bagaje personal, de las experiencias vividas, de la
negatividad existencial y ambiental, del Karma del
que hablan los orientales... ¡Cuántas búsquedas y
cuántas respuestas que se quedan todas pequeñas!
Todo esto, se llame como se pueda, produce en el
ser humano un modo de ser y de pensar la vida y el
mundo, que acaba apresándole y oprimiéndole; que
le encierra, le engancha, lo ata y lo arrastra negativa-
mente, y, al parecer, de por vida, robándole la felici-
dad. Son muchos los seres humanos que llegan a un
determinado momento de la vida en el que se sienten
completamente paralizados en su desarrollo, incapa-
ces de mejorar, al contrario, con la sensación y la
convicción profundas de que todo va mal, de que
todo va a peor. “Un poco de paciencia, que decía el
filósofo francés y repite el autor machaconamente, y
todo acabará mal”. Una especie de determinismo fata-
lista, dirigido hacia el mal, se apodera de no pocos
hombres y mujeres, que se sienten incapaces de supe-
rar esa barrera impuesta; que la experimentan como
una losa y una carga insufrible e infranqueable; como
una imposición absoluta de la parte negativa y domi-
nadora de su mente, de sus pensamientos negativos y
dueños absolutos, señores absolutistas, de su ser y, en
último extremo, de su corazón y de su existencia, de
su humanidad. El poder omnímodo de la negatividad
en la mente le hace pensar y creer al hombre que es
un muñeco frustrado, una marioneta, en manos de un
poder poderosísimo y desconocido, aunque cercano
y diario, enmarañado entre las ramificaciones íntimas
de su ser, y ante el que se siente atado, hundido y
entregado.

72
El mayor enemigo está dentro de cada hombre,
pero habitualmente, y éste es el gran error, lo busca-
mos fuera. Y no parece que la persona acabe de dar-
se cuenta de ello. La respuesta a la inseguridad y a los
miedos; la respuesta a las cuestiones esenciales de la
vida, a la búsqueda de la felicidad, al deseo de paz o
de amor, a la serenidad y al sosiego, no se acabará
nunca de encontrar por los caminos retorcidos y
negativos a los que se agarra la mente. Es necesario
mirar de frente, ya que la mente retorcida está cega-
da. Una respuesta que satisfaga a esta búsqueda hu-
mana, planteada desde los pensamientos negativos
que aprisionan al ser, no aparece ni aparecerá por
ninguna parte. Éste se puede emborrachar a cada
paso del camino3 con nuevos pensamientos que le
adormezcan, que le conturben, que le engañen, que le
hagan pensar en soluciones grandiosas o milagrosas,
en ‘volver a empezar’, en manipulaciones contagiosas.
Pero, a lo más a lo que llegará es a seguir dependien-
do de la negatividad y del poder negativo del ego y
los pensamientos.
Es necesario despertar, dado que la mente, en
manos de la negatividad, no ofrecerá ninguna res-
puesta a largo plazo ante el reto permanente del sen-

3. El salmo 74 hace una afirmación que puede, desde la noche


de los tiempos, ayudarnos a entender que la situación huma-
na de la que hablamos es vieja, rancia, antigua; el ser huma-
no, en su negatividad, siempre ha experimentado una fuerte
tendencia a dejarse emborrachar y drogar antes que asumir
su ser verdadero:
“El Señor tiene una copa en la mano,
un vaso lleno de vino drogado:
lo da a beber hasta las heces
a todos los malvados de la tierra”. Sal 74, 9.

73
tido anhelo de la felicidad. Siempre ofrecerá: pan apa-
rente para hoy, pero más y más hambre para maña-
na; luz aparentemente deslumbrante para hoy, pero
ceguera total para mañana; campos aparentemente
bellos, pintados de verde, con flores y colores artifi-
ciales, para hoy, pero desierto y sequedad para maña-
na; personas aparentemente maravillosas a las que
manejar o manipular hoy, con el fin de sacar y expri-
mir en ellas y con ellas el placer, pero soledad, tedio y
aburrimiento para mañana. Las ofertas engañosas,
constantes, de la parte negativa de la mente, ni sacia-
rán al hombre ni le satisfarán ni serán respuesta algu-
na a su búsqueda sincera de la verdad y de la felicidad.
La pretensión del camino vital de la simplicidad
que se viene proponiendo, como camino de espiri-
tualidad y de salida para la humanidad nueva y el
reencuentro con la felicidad, quiere ser una ayuda en
progresión, una ayuda más con la que hacer posible
el gozo y la felicidad en la vida, para todos, una vía
ascendente hasta llegar al lugar de la más sana y
auténtica sabiduría. Por ello, cuanto menos se retuer-
za la mente, y con ella la entera existencia del hom-
bre, más feliz será la humanidad. La línea esbozada a
propósito de la pequeña comunidad infantil que des-
cubrió a JESÚS, en el centro de su simplicidad y gra-
cias al guiño de ojos de un hombre de fe, es la que
aquí se va a seguir con sencillez: viendo detalles,
apuntes, trazos de vidas, momentos de luz, rosas que
se abren misteriosamente sin saber bien por qué, pero
que abrirán, a su vez, el secreto de la vida y harán que
todos los pobres enloquezcan de dicha y de gozo
profundo. No hay más que montarse en un cayuco e
ir hasta Boca de Toabré, para compartir la vida alegre

74
de los campesinos panameños4, o pasar un tiempo en
un barrio de favelas brasileñas5, o cantar sevillanas
con la gente sencilla en la fiesta de un pueblo des-
protegido de Andalucía, o hablar con una paisana de
una aldea gallega sobre ’os ovos que pon a súa galiña’,
para descubrir la grandeza humana en los pequeños
gestos6 y detalles de la vida de los pueblos pobres. La
felicidad está al alcance de la mano, cuando la sim-
plicidad se hace modo de vida.
Se ha de volver a la vía del ejemplo para poder
entender de un modo efectivo esto que se está na-
rrando. La mirada ahora quiere escaparse al silencio,
la mirada de la fe quiere buscar un escondite y una
cierta paz. Quiere encontrar puntos de referencia a
esto que se presenta en vidas alternativas y ocultas.
Así es de curiosa la simplicidad. Y ahí, serena y apa-
cible, aparece la figura de Mariví, que es entereza,
entrega silenciosa, aguante, lucha contra la desgracia,
la negatividad y el sin sentido. Hablar de ella es
hablar de lo natural, lo simple y lo sencillo, de alien-

4. Los campesinos panameños mantienen una lucha con gran


dignidad, que hemos de apoyar incondicionalmente, para
defenderse de las pretensiones hegemónicas de la Autoridad
del Canal de Panamá y de las grandes empresas navieras,
multinacionales, de anegar sus tierras y sus vidas con el fin de
ampliar el Canal de Panamá.
5. Como muestra la reciente película de Fernando Trueba, ‘El
milagro de Candeal’, donde la música y Carlinhos Brown han
convertido lo que podía ser un polvorín de miseria, margina-
ción y violencia en un lugar apacible, lleno de tambores, de
música y de esperanza.
6. ¿Qué otra cosa enseña Jesús cuando valora el hecho de dar de
beber un vaso de agua a un pequeño, o los dos reales de la
viuda pobre en el tesoro del templo, o el grano de mostaza, o
la levadura, o la sal, o la luz...?

75
to de Dios, de sonrisa y atención. Hay muchas per-
sonas que se acobardan ante las llamadas desgracias
de la vida, ante la impronta brutal de la negatividad
en su ser y en su mente; personas que se acomplejan,
se cierran en sí mismas, se tornan mustias y se dete-
rioran o acaban en manos de la violencia o del psi-
quiatra. También hay personas que dan ese espectá-
culo, al que nos tienen acostumbrados los medios de
comunicación con toda desvergüenza, de lanzar sus
problemas e intimidades a la plaza pública de modo
grotesco, quejumbroso o envalentonado. Estos me-
dios suelen alimentar un protagonismo fácil, pues
convierten a personas desconocidas en ‘reyes o reinas’
por unas horas, a base de vender la propia imagen y
lamerse las heridas o las vergüenzas propias o ajenas
en público. Para ser famoso, ganando dinero, se pre-
cisa cara y desconsideración o desvergüenza pública.
Ya no es necesario trabajar y esmerarse ante los retos
de la existencia. Todo lo contrario, triunfan los ‘caras’.
Y lo más preocupante es la atracción de los jóvenes
por este tipo de vida, a partir de los medios de comu-
nicación y de la llamada tele basura7. Mirar a Mariví

7. En los periódicos es normal, en este inicio del siglo XXI,


encontrar artículos en los que se comenta el escándalo y la
ofensa a la sensibilidad cultural que producen algunos hechos
de la vida de los jóvenes españoles y occidentales en general.
Por ejemplo ese dato significativo, aportado al comienzo del
libro, sobre lo que atrae a estos jóvenes: son 180.000, sí, cien-
to ochenta mil jóvenes españoles, los que han solicitado par-
ticipar en el concurso televisivo Gran Hermano. ¿A qué aspi-
ran estos jóvenes? O mejor, ¿a qué les hace aspirar, a estos
jóvenes, la manipulación diaria de sus conciencias que se rea-
liza a través de esos mismos medios por parte del sistema que
los sustenta? Uno de los magos de la noche que más influye

76
es contemplar la otra cara de la moneda de esta vida,
entrar en la dimensión opuesta y alternativa a lo que
se ve cada día con estupor. Se ha de trabajar para
alcanzar una visión de la humanidad, de las personas
concretas, que nos ofrezca el otro punto de vista, el
del trabajo serio y capaz de humanizar, el de la inti-
midad creativa y la fe, el del coraje para vivir, la
autenticidad y la humildad; el de la simplicidad.
Existe un mandato evangélico: “Que no sepa tu
mano izquierda lo que hace tu derecha” 8. Las historias
narradas en estas páginas hablan de experiencias
auténticas y reales. No buscan alabar o ensalzar a per-
sonas concretas, sino que pretenden abrir cauces
positivos y simples a una humanidad nueva, que se
expresa en una vida simple; facilitan el aprendizaje de
la fuerza que manifiesta la vida en cada persona; pre-
tenden hacer bien, ofrecer alimento de amor, contri-
buir a la causa del reino y del Evangelio de Jesús;
mantienen alto el interés verdadero y auténtico de la
vida, el de un trabajo honesto y diario; ofrecen el tes-
timonio de vidas que, sin lamentos ni quejas egoístas,
se dan, como dice Cristo, para que otros “tengan vida
y vida abundante” 9. Son personas imprescindibles,
silenciadas, orilladas, apartadas del mercadeo en el
que vivimos, que mantienen viva y pujante, en amor,
la historia y la vida de todos. De esas personas, de las

en los jóvenes, Javier Sardá, director de ‘Crónicas Marcianas’,


dice: “He perdido el respeto de mi profesión pero lo he ganado de
mi director de Banco”. Cf. Fernando Franco, Más vale bancos sin
honra que honra sin bancos, El Faro de Vigo, 12 de septiembre
de 2004, última página.
8. Mt, 6,3.
9. Jn 10, 10.

77
que no hablan los medios, se habla aquí. No son san-
tos de altares, pero si acercan cada día sus vidas, con
humildad y simplicidad, a la santidad de Dios; se fían
de Él; exponen sus vidas al riesgo de equivocarse y de
fallar, debido a su fragilidad, pero luchan denodada-
mente, por pura gracia de Dios, para que el amor
triunfe.
Se puede hacer un poco de historia para com-
prender mejor lo que significa la lucha real contra la
negatividad de la existencia y de la mente. Mariví
nació el 15 de octubre e 1954 en Miraflores de la
Sierra, fiesta de Santa Teresa de Jesús. Con el tiempo
este dato se convirtió en fuente de vida y protección,
pues la santa de Ávila marca su vida. La infancia, en
los años cincuenta en la sierra madrileña, era dura.
Aún recuerda las paredes de la casa alquilada en la
que vivía su familia, chorreando humedad, así como
las necesidades propias de un hogar humilde, en el
que había que ganarse el sustento de cada día con tra-
bajos duros y humillantes. ¡Cuantas humillaciones las
pasadas por los pobres en aquellos años de autorita-
rismo y de miseria! La generación de sus padres
había vivido la crueldad de la guerra civil y las penu-
rias posteriores, todas grandes y graves. El nivel cul-
tural de los años de la posguerra era deficiente. Las
enseñanzas eran menos que las justas. Pero el apren-
dizaje que ofrecía la vida era más completo. La igno-
rancia, con relación a mucho de lo que hoy conside-
ramos importante, era descarada, pero otros valores
fundamentales sobresalían en las capas sociales más
desfavorecidas, y en los ambientes rurales. En esa
infancia dura para Mariví se curtieron muchos espíri-
tus que, en años posteriores, serían capaces de trans-

78
formar el país. Nació un gran pundonor en el espíri-
tu, al vivir con tantas carencias, pues había que crear
una posible y elemental riqueza de la nada. Y los
padres de Mariví afrontaron la negatividad ambiental
luchando con valentía para procurar a sus hijos una
vida más grata, aunque no exenta de trabajo y esfuer-
zos. Y así, pronto llegó una casa de protección oficial,
un trabajo en el campo y en la construcción, y una
pequeña tienda, con lo que pudieron sacar a sus hijos
de esas paredes húmedas y enfermizas. Mariví recibió
una enseñanza sencilla en la que sobresalieron los
valores que la conformaron y que jamás pudo olvidar;
valores que les hicieron albergar a todos la esperanza
de que el futuro, como así ha sido, sería mejor para
los hijos de sus hijos.
Con el despertar juvenil conoció a Victoriano, que
se convertiría en su novio y posteriormente en su
esposo. Se casó el 3 de diciembre de 1977. La felici-
dad que provoca el amor se había apoderado de esa
muchacha tímida y trabajadora incansable. Enamora-
dos y jóvenes, tenían una perspectiva de vida dicho-
sa y estimulante. Del matrimonio feliz nace una hija,
Susana, esperada con inmenso amor y recibida con
júbilo por todos. Pero la vida, que se había manifesta-
do áspera y negativa para la chica pobre de pueblo
durante la infancia y juventud, no parecía dispuesta a
suavizar su textura. Muchos seres humanos conocen
bien la desgracia desde la cuna. También Mariví. El 9
de marzo de 1979, moría su hija, la que se prometía
ser el amor y el sentido de su vida, y, como las des-
gracias y negatividades nunca vienen solas, pocos
días después, a los dieciocho meses de su matrimo-
nio, el 17 de abril de 1979, moría también su esposo,

79
tras una penosa enfermedad. ¿Qué más se le puede
pedir a su vida joven? La vida se estrelló del todo
contra Mariví y contra sus deseos juveniles. La con-
fusión se apoderó de su joven corazón. La negativi-
dad se enganchó fuertemente a su mente. Lo desea-
do con toda el alma: el matrimonio y la maternidad,
se le negaba rotundamente. ¡Pareciera que alguien la
hubiera mirado mal! Eso, al menos, piensan muchos,
hoy y siempre, ante semejantes desgracias. Expe-
riencias similares llevan a la humanidad a tener un
cierto sentimiento trágico ante la consecución de sus
deseos. Cuando el hombre consigue el objeto de sus
deseos, su preocupación es que éste se le escape, se
derrumbe o se le pierda. El mundo de los deseos, que
para occidente es su gran acicate y su gran frustra-
ción, ha sido desarrollado por la tradición budista de
manera bien diferente; y en el contraste entre ambas
tradiciones aparece una luz que anima a la práctica de
un aprendizaje novedoso, posible camino para la apa-
rición de una nueva conciencia: “Cuando obtenemos
algo que nos hace feliz empezamos a preocuparnos inme-
diatamente por si lo perdemos; perseguimos un objeto de
deseo a pesar de que en lo más profundo de nuestro cora-
zón sabemos que a la larga nos hará desgraciados” 10.
Mariví, frustrado el objeto de sus deseos, y presa
de una negatividad elocuente, comienza su búsqueda
en el desierto y el vacío de su vida y de su mente,
como les pasa a tantas personas en la actualidad, y
empezó a frecuentar el único lugar en el que ella
encontraba una cierta paz y un cierto equilibrio. Allí,
en su parroquia católica, comenzó a preguntarse por

10. Karen Armstrong, Buda, Mondadori, Barcelona 2002, p. 122.

80
todo, sin sentirse materialmente hundida. Un joven
sacerdote, inteligente y con profundo sentido espiri-
tual, Antonio Ruiz, acogerá a Mariví y le ayudará a
salir del foso profundo en que se encontraba. En
Miraflores nacía, por esa época, con el espíritu del
concilio Vaticano II, una floreciente comunidad cris-
tiana; en ella se insertó la joven viuda, madre frustra-
da y mujer rota por la vida. Las preguntas y los dolo-
res negativos fueron dando paso a una experiencia
que se convirtió, con los consejos del sacerdote, los
ánimos de su comunidad y la eliminación progresiva
de su corazón frustrado, en un curioso remanso de
paz. El desierto y el vacío de la negatividad dieron
paso a un pequeño y tímido oasis. Las preguntas, de
momento, se quedaron sin contestar, pero las lágri-
mas de la experiencia de la fe y de un nuevo amor
comenzaron a aparecer en sus largos tiempos de
silencio. Era un bello preludio de la oración que
Mariví descubriría como su hogar. En medio del
dolor, inmenso e intenso, la Palabra de Dios comen-
zó a iluminar: “Desnudo salí del vientre de mi madre,
dirá Job, y desnudo volverá a él. El Señor me lo dio, el
Señor me lo quitó, bendito sea el nombre del Señor” 11.
La lectura asidua de esta Palabra fue horadando su
conciencia y ofreciéndole pequeñas explicaciones.
Fue en el calor sentido en su corazón, al encontrarse
en la presencia de un Misterio que no acertaba a defi-
nir, en la eucaristía, cuando su fe comenzó a hacerse
volandera. Y en sus silencios, acompañados por el
Padre Dios, fragua una experiencia de amor que se
convertiría en algo nuevo y único. Entre las lágrimas

11. Jb 1, 21.

81
negativas de dolor y de incomprensión, afloran otras
lágrimas, que sin saber de dónde proceden, son ya
fruto de un corazón, no desgarrado por el dolor anti-
guo y negativo, sino sorprendido, visitado, consolado,
animado y acogido. Mariví experimenta una presen-
cia nueva que ya nunca la abandonará. ¡Lo mejor que
le había podido pasar! Nunca lo agradecerá suficien-
temente. Dios se presentó en su vida con más fuerza
aún que el amor humano, que tanta felicidad la dio, y
que se convirtió en su luz y su sombra. ¡Oh, parado-
ja! Pero: “De la oscuridad nace la luz. Las heridas
sanadas hacen a las personas más humildes y compasi-
vas. Más recias en su fe y muy comprometidas en su
amor”.12 Llega pues el tiempo de la reflexión y la ora-
ción; el tiempo de encajar las piezas desencajadas del
rompecabezas de la vida, de examinar el sentido de la
poda experimentada en su vida: “Vosotros sois los sar-
mientos y yo la Vid verdadera; si el Padre poda las
ramas, más fruto llevan las cepas”, reza un himno litúr-
gico. Pasado el tiempo del luto, vuelve su mente, que
estuvo durante mucho tiempo encajonada en la nega-
tividad, a razonar, a buscar el sentido, y a hacerse pre-
guntas no formuladas con anterioridad: “¿Qué quieres
de mí, Señor? ¿Por qué me conduces dando tantos trom-
picones en medio de la noche?”. “¿Qué sentido tiene esta
poda desgraciada?”. “¿Qué fruto esperas de esta pobre
mujer?”. Sus oraciones, sus conversaciones, la expe-
riencia de una Iglesia renovada que cuenta con ella y

12. Lola Arrieta, CCV, Identidad de género y celibato. En Celibato


por el reino: carisma y profecía, 32 Semana Nacional para Insti-
tutos de Vida Consagrada. Publicaciones Claretianas, Madrid
2003, p. 157.

82
la invita a servir en las tareas pastorales y con los
pobres, hacen mella en su ánimo, y el resultado es la
aparición de una nueva mujer. “Si la vida está en las
manos de Dios, y la mía también, es evidente que Dios
me quiere decir algo con lo que me ocurre”. “Dios escribe
derecho con renglones torcidos”, había escuchado. Bien,
pues, ahí estaba su vida para leer a Dios. Algo querrí-
an decir aquellos signos de muerte aparente.
Pronto adquiere la certeza de que Victoriano y
Susana están ya en la presencia misteriosa y definiti-
va de Dios, y están animándola a que su vida salga de
sí y se convierta en una entrega a los demás y al mis-
mo Dios. En el transcurso de aquella experiencia ve
la mano y la fuerza de Dios que la deja caminar por
caminos tortuosos y desconocidos, pero en los que,
curiosamente, se la ofrece el blindaje de una fuerza
especial: “No saben qué gran tesoro llevamos en vasos de
barro (cf. 2 Cor 4, 7), protegido por un muro por la fuer-
za de Dios Padre, la sangre de Dios Hijo y el rocío del
Espíritu Santo” 13. El tiempo pasa con una nueva acti-
tud, aunque sin decisiones distintas a la de participar
en la vida eclesial. La presencia de un nuevo sacer-
dote la impulsa aún más a la entrega de su persona.
A través de la catequesis y los campamentos de vera-
no, va apreciando que el Señor le pide algo más que
las migajas o las sobras de su vivir cotidiano. Participa
en la oración en grupo de su joven comunidad, y visi-
ta algunos monasterios como Buenafuente del Sistal,
en Guadalajara, y Santa María de la Oliva, en Nava-
rra. En este último, conoce a una monja que le habla-
rá de otro, Santa María de la Caridad, de Tulebras,

13. Clemente de Alejandría, Quis dives salvetur 34,1

83
también en Navarra. Y, sin tardanza, se encamina
hacia él para hacer la experiencia de un mes de ora-
ción en el monasterio. En Tulebras descubre por den-
tro la vida monástica; se ilusiona, se cuestiona y pien-
sa si existirá, tras los muros monásticos, una respues-
ta a sus búsquedas en el ser de Dios y en esos ren-
glones torcidos de su existencia. Pero el amor a los
pobres la apasiona. Servir es su gran felicidad. Cuanto
más tiempo sirve, mejor se siente. El no tener qué
comer o dónde dormir no le preocupa. Su pasión es
servir. El monacato parece no cubrir suficientemente
esa necesidad de servir.
Conducida por el Espíritu del Señor, conoce tam-
bién, a través de la parroquia, a las Misioneras del
Sagrado Corazón. Su testimonio toca profundamen-
te su alma. Se plantea la posibilidad de una experien-
cia misionera en algún rincón apartado del mundo,
un lugar donde ella pueda servir sin protagonismos,
de los que huye. Habla con las misioneras y le abren
la puerta a una experiencia de seis meses en una
misión dura y apasionante. En 1986, sube al avión y,
sola, sin haber salido nunca de su pueblo, la joven
viuda Mariví, llega a Lima; hace transbordo con su
mochila, y sube a otro avión que la lleva a Iquitos,
Perú, en la selva amazónica. En Iquitos la madre frus-
trada se ve rodeada de niños y niñas que la cercan
por todas partes. Vuelve a embarcar, en esta ocasión,
en una barcaza abarrotada de seres humanos, de bul-
tos y de animales, y durante cuatro días y cuatro
noches increíbles, deslizándose por las aguas de los
ríos, en plena selva, viviendo en una soledad acom-
pañada por un pueblo pobre y en condiciones mise-
rables, se adentra en la Amazonía, hasta su lugar de

84
destino, su misión, donde se encuentra con cuatro
valientes y decididas Misioneras del Sagrado Cora-
zón, que viven heroicamente entre los indígenas de
una aldea remota e insalubre, situada sobre maderas
clavadas en la orilla del río y encima del agua. Allí
permanecerá seis meses. Aún se sobresalta soñando y
pensando en las ratas y demás bichos desconocidos
para ella que trepaban por la tela del mosquitero con
el que se protegía de las mordeduras de tantos insec-
tos. Los primeros días era imposible no gritar. Las
hermanas ya la habían advertido, pero era igual. Allí,
rodeadas de penalidades y de sufrimientos, acompa-
ñaban, esas monjas de bandera, a un pueblo pobre y
lleno de gozo y de inocencia. Lo recordará siempre.
La catequesis, la costura, los trabajos sanitarios, la for-
mación, las ayudas diarias para sobrevivir, serán su
praxis durante esos seis meses. Volvió feliz a Europa,
pero deseando regresar. Sin embargo, a consecuencia
de esa vida en condiciones miserables, pero de una
grandeza espiritual fuera de lo común, volvió con
trastornos de hígado que todavía, en algunas ocasio-
nes, la acompañan quince años después. “¿Qué debo
hacer, Señor?”, se preguntaba Mariví en esa oración en
la que se le hacía presente cada risa y cada lágrima de
aquellos niños y hermanos que carecían de lo esen-
cial, pero que la acompañaban ya, para siempre, de
modo simple y natural.
La vida monástica la había dejado marcada. Su
atracción por estar a solas con el Señor y poder hacer
una entrega radical en el silencio, la soledad y la vida
comunitaria la sentía dentro de sí como una necesi-
dad; pero la vida misionera, después de todo lo vivi-
do, después de haber compartido la vida de los

85
pobres, y ver la necesidad de que existan vidas que se
expongan a los peligros mayores por amor al Señor y
a la Humanidad, le parecía una opción igualmente
atractiva y necesaria. En ambos lugares se encontra-
ba el Señor, en el silencio y entre los pobres. Pero, era
necesario decidirse por uno de esos dos estilos de
vida, pues a esas alturas ya estaba fuera de dudas que
ella quería dar y entregar su vida por amor a
Jesucristo y a su Evangelio. ¿Cómo se puede hacer
una opción entre dos modos de vida tan dispares en
la forma y en el contenido, aunque tan iguales en su
esencia? Mariví no encontraba la fórmula que le ayu-
dase a discernir. En ambas opciones se veía encajada
y feliz. La memoria de la elección de Matías14, el últi-
mo de los Apóstoles, le llevó a plantearse, con su
párroco, la posibilidad de echar a la suerte el destino
de su vida. Ambos se pusieron en oración. Así, sim-
plemente. Hicieron dos papelillos con las dos opcio-
nes: monacato o misiones. Invocaron al Espíritu
Santo y, con los ojos cerrados, Mariví metió la mano
en la cestita y abrió despacio el papel que, de parte de
Dios, marcaba el camino de su vida: MONACATO21. A
partir de ese momento, Mariví no tuvo ninguna duda
sobre lo que quería el Señor para su vida. Sintió pro-
fundamente dejar la Misión, que sigue llevando siem-
pre en su alma y en su hígado, y que sigue presente

14. “Echaron a suertes y la suerte cayó sobre Matías, que fue agrega-
do al número de los doce apóstoles”. Hch 1, 26.
15. “Los monasterios son unos faros que brillan para iluminar desde
lejos a los que se acercan a ellos; establecidos en el puerto, invitan a
todos a compartir su paz, no permitiendo que los que los ven nau-
fraguen o permanezcan en las tinieblas”. San Juan Crisóstomo, In
I Tim, Homilía, 14, 3; P.G. 62, 57A.

86
en todos los momentos de su vida. El 8 de noviem-
bre de 1987, después de despedirse de su familia y de
su comunidad, Mariví ingresó en la Trapa de
Tulebras. El monacato ha sido, desde ese momento
hasta el día de hoy, el centro de su vida histórica,
pero ella es consciente de que el centro verdadero no
es el monacato, sino su vocación por el Padre Dios.
Jesucristo es el centro incuestionable, vivido, eso sí, en
la fórmula histórica del monacato. Su entrega vital no
fue, pues, al monacato, sino al Señor, con el que iba a
compartir su vida entera en el monacato.
Allí, la viuda y madre frustrada y negativa, pudo
encontrar un sentido secreto para vivir. Allí aprendió
a nacer de nuevo en la más santa simplicidad, en la
misma y con la misma simplicidad con la que había
vivido siempre todo lo suyo, todo lo de Dios en su
vida. Y aprendió a santificar los días de su existencia
desde la vida oculta y apartada de Nazaret, en el
silencio. Así, en contacto permanente con el Señor
que un día se le manifestó diciéndole que quería que
fuese para Él, ha ido dejando pasar los años en un
crecimiento continuo, en el interior de una comuni-
dad que es para ella punto de referencia en la fe y
apoyo incuestionable para la vida cotidiana. El mona-
cato es una renuncia a la vida del mundo de tal cali-
bre, que necesariamente ha de transformar la entera
existencia de una mujer. Hay unos versos de Neruda
que evocan el sentido de la ausencia silenciosa de una
mujer que, de pronto, deja al mundo plantado, se
refugia en un silencio exterior e interior, y acaba con-
virtiéndose en una evocación pura y noble para cuan-
tos la puedan mirar en esa lejanía cercana. Neruda
utiliza estos versos en un contexto distinto del que

87
aquí se aprecia, pero ahí van: “Me gusta cuando callas,
porque estás como ausente; parece que los ojos se te hubie-
ran volado...”. Silencio, ausencia, ojos, vuelo..., concep-
tos poéticos que nos hacen mirar a la mujer, y mirar
al Dios por el que la mujer ha dejado a los suyos, por
culpa del que se ha vuelto silenciosa y ausente. Y, sin
embargo, gusta, atrae ese gesto y, de algún modo, se
desearía volar con esos ojos que se han posado ya
con toda simplicidad en el gran Sol. Cuando uno
empieza a entender todo esto, comprende la grande-
za del monacato y de esa llamada a la santa y radical
simplicidad. De lo contrario, el monacato sería una
vida horrenda y miserable. Vivir para el Señor,
enmarcada en una pobre comunidad de hermanas,
igualmente pobres, es una experiencia que sólo las
que lo viven pueden alcanzar a comprender. Es la
gran opción por la simplicidad que nada ofrece a
cambio, salvo al mismo Dios.
El monasterio es un bosque de amor y de luz que
lanza cada día a la atmósfera de la fe de la humani-
dad, un chorro de energía positiva, de gracia, de luz y
de amor de Dios. Allí, en el sacrificio de vidas que se
entregan e inmolan voluntariamente por amor, se da
la transformación de mucha de la negatividad, injus-
ticia y violencia que se acumula en esta sociedad. El
monasterio no está hecho para que una mujer viva
egoístamente buscando a un Dios a su medida, sino
que tiene la misión de ser una lumbre encendida en
la que todos los demás, que pueden andar perdidos o
desalentados, encuentren la fuerza necesaria para
continuar, en sus pequeños mundos, en la paradoja
de sus vidas, el combate de la fe. Estas mujeres man-
tienen encendida la lámpara, y con su vida de traba-

88
jo y su oración permanente, “con sus lámparas encen-
didas” 16, son un acicate y una presencia del Misterio
de Dios en medio del mundo. El doctor Marañón
pareció entender algo de esto cuando afirmó: “La vo-
cación religiosa es sólo amor..., expresión pura del amor
hacia un objeto específico y altísimo” 17. Mariví ha
madurado en la fe de la Iglesia y en la comprensión
del mundo y del hombre, y sigue vivamente, con sus
hermanas, los procesos del mundo, rezando para que
el reino se haga presente entre las injusticias, violen-
cias y calamidades. Los niños pobres, que la rodea-
ban de ternura en la selva peruana, siguen alentando,
junto a su fugaz hija, Susana, la oración de la mujer
‘simple’, con las otras mujeres ‘simples’, imágenes
vivas, iconos de Dios, en el mundo.
Si cada pequeño mundo es un holograma y en él
se resume el mundo, el universo y la vida entera; y si
cuanto existe está en permanente interrelación, como
nos insinúa la física actual, es evidente que cada vida,
y cada monja del Cister, está teniendo una influencia
decisiva en el desarrollo de la humanidad, aunque sea
en el más absoluto silencio y en el rincón más apar-
tado. Este misterioso camino de simplicidad, que se
manifiesta en su totalidad en cualquier célula viva, se
hace felizmente visible en la existencia singular y con-
tagiosa de la monja Mariví, con su comunidad de her-
manas. La libertad amorosa de su entrega le convier-
te a ella misma en una eclosión del amor de Dios por
el hombre. Si multiplicamos lo dicho de Mariví, por

16. Cf. Lc 12, 35-38.


17. Gregorio Marañón, Vocación y ética, Austral nº 661, Madrid
1969, p. 19-29.

89
el número de sus hermanas, se entenderá lo que suce-
de en el monacato. “Esta suprema comunidad es
modesta, pero es el lugar de la gloria...” 18, así reza tam-
bién, desde otra orilla, el Dalai Lama, con una vene-
rable oración tibetana. La negatividad de la mente, de
los pensamientos, puede ser vencida.

18. Su Santidad el Dalai Lama, El Buen Corazón, Una perspectiva


budista desde las enseñanzas de Jesús, PPC, Madrid 1997. p. 27.

90
vi
RECUPERAR LO
MÁS SIMPLE:
EL HECHO DE CREER

Existen unas estructuras sociales y eclesiásticas tan


enrevesadas que es bueno hacer una apuesta decidi-
da y profética en favor de la simplicidad de la fe, de
la simplicidad más simple de todas, que es, junto al
hecho de vivir y de amar, el hecho de creer, como
hemos visto en el ejemplo de Mariví. Se puede refle-
xionar con los novios, el día de su boda, sobre los tres
valores esenciales que viven y vivirán tras su boda;
valores que son la esencia, lo engarzan todo y dan
sentido a todo: la vida, el amor y la fe. Cualquier exis-
tencia que ame y respete estos tres valores, camina
segura, cálida y firme, sin temor alguno. Del mismo
modo que brota con simplicidad el agua del manan-
tial en la montaña, así brotan estos valores en toda
persona. Pues, el hecho de creer, para ser cierto y
auténtico, ha de nacer de la fuente más natural y sim-
ple de todas. Así fue la conversión de San Pablo:

“Saulo, Saulo,
¿Por qué me persigues?
Él respondió:
‘¿Quién eres, Señor?’

91
Y Él:
‘Yo soy Jesús,
a quien tú persigues” 1.
Todo aparece claro y diáfano, simple, sencillo y
natural, pero definitivo y determinante. No hay rastro
de complejidad en estas pocas y parcas palabras. No
se hace necesario, en la narración, que suceda algo
más. En este relato sobra el discurso. No es necesario
para que llegue, al corazón perplejo de Pablo, el don
y la esencia de la fe en quien, a partir de ese momen-
to, será su Señor. Tras esas pocas palabras entre Jesús
y Pablo, llega la simplicidad de la fe a la existencia de
Saulo, en el desnudo silencio. El resultado todos lo
conocemos: nace la conciencia nueva de un hombre
nuevo que encuentra en Cristo su lugar en el mundo.
Pablo encuentra en la nueva simplicidad el camino
exacto para llegar a su verdadero lugar: “para mí la
vida es Cristo” 2, dirá. Ahí está la simplicidad, el cami-
no y la plenitud, o el lugar al que conduce. Los dis-
cursos y las palabras pueden resultar confusos y
retorcidos, cuando no manipuladores y engañosos.
Sólo el silencio abre una brecha en el camino del
alma herida por la simplicidad; ese silencio que siem-
pre acompaña y se ofrece abierto para poder escu-
char con hondura y penetración. No es, pues, un pro-
blema sólo de ausencia de los ruidos y las violencias
de la vida, que también. Pero sólo en la hondura de
este silencio se nos revelan los verdaderos secretos
que dan vida. “El silencio muestra lo que a veces las

1. Hch 9, 4-5.
2. Flp 1, 21.

92
palabras ocultan. Pues la palabra siempre es una limi-
tación, mientras que el silencio es todo revelación” 3.
La presencia de Jesús en la vida de aquellos a los
que ‘ha podido’, con un poder que nada tiene que ver
con los poderes opresivos de este mundo, no puede
ser más libre y escueta: “Venid conmigo y os haré pes-
cadores de hombres, y dejando sus redes lo siguieron” 4.
“’Sígueme’, le dijo a Mateo. Él se levantó y le siguió” 5.
“Al instante recobraron la vista; y le siguieron” 6. Za-
queo, después de invitarle a comer, se convirtió y dijo:
“Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en
algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo” 7.
Etc. Galilea entera, con todo su primigenio significa-
do, se hace presente con la misteriosa presencia de un
Jesús que se acerca al corazón de los hombres y los
cautiva. En la historia de la Iglesia, Francisco de Asís,
oye a Cristo pedirle que reconstruya su Iglesia y se
pone manos a la obra, tal como se ha visto. Sobran
los ejemplos. Siempre sucede lo mismo. La silenciosa
simplicidad, escueta y contundente, acaba transfor-
mando al hombre, con la presencia de Aquél, que lla-
ma y conmociona el alma.
Saulo no tuvo más que oír su voz, para sentirse
removido y conmovido, de un modo rotundo, defini-
tivo y para siempre. No hay más que mirar la vida de
Pablo, leer sus cartas y dejarse conmover por su reco-
brada libertad, para observar la nueva herida, la

3. José F. Moratiel, Conversando desde el silencio, San Pablo,


Madrid 1994, p. 8.
4. Mc 1, 17.
5. Mt 9, 9.
6. Mt 20, 34.
7. Lc 19, 8.

93
dimensión profunda y el eco increíble que le provoca
esa llamada, realizada con las mínimas y más simples
palabras, y, a la vez tan impactantes. El impacto de la
simplicidad es definitivo. Nada tiene tanta fuerza. Se
puede recordar también cómo el silencio, acompaña-
do por el canto de la fe, carente de discurso, para un
profesional de la palabra, puede ser más que suficien-
te; el mero canto del Magnificat, sirvió de marco para
la conversión del gran pensador Paul Claudel 8.
¡Es mucho lo que se han de dejar tocar el corazón,
por la pasión de la fe y por el silencio, los cristianos y
los evangelizadores, conociendo, como conocemos
ya, la simplicidad con la que se manifiesta el Señor!
Ahí está esa llamada, simple y definitiva, ante la mira-
da atónita de la mente. Sin embargo, la mente sigue
jugueteando, embaucadoramente, y perdiéndose en
disquisiciones y preocupaciones estériles. Cuando el
hombre oficialmente religioso no se deja tocar por la
santa simplicidad de la fe, y no adquiere, por tanto, la
riqueza espiritual y de vida que ésta conlleva, recurre,
dado el vacío decadente en el que se encuentra, mani-
pulado por su mente estrecha y retorcida, a lo más
grosero y hortera de la religión, es decir: al abuso asfi-
xiante del poder; a la aspereza afectiva; a los largos y
aburridos discursos; a los adornos externos y estéri-
les; a las riquezas incalculables en bienes materiales; a
las grandes y sofocantes liturgias y ceremonias, frías,
distantes y sin alma; o a las envidias y peleas disfra-
zadas de grandilocuencia hipócrita. Es evidente, cada

8. “Asistía a Vísperas en Notre-Dame y escuchando el Magnificat


tuve la revelación de un Dios que me tendía las manos”. Paul
Claudel, Carta a Gabriel Frizeau, 1904.

94
vez más, que los que necesitan elevar la voz, el tono,
la advertencia; los que necesitan complicar el lengua-
je y argumentar con tantas justificaciones, es que no
han abierto las puertas de su ser para dejarse sor-
prender por el Señor, y, sin querer, complican inne-
cesariamente lo que debería ser sobrio y auténtico.
¡Cuánta sobriedad en el naciente gótico cisterciense!
Todos deberíamos pedir perdón por estos graves
pecados, con la valentía con que lo hacía el Papa Juan
Pablo II: “Lamentar profundamente la debilidad de
tantos hijos de la Iglesia, que han desfigurado su rostro,
impidiéndole reflejar plenamente la imagen de su Señor
crucificado, testigo insuperable de amor paciente y de
humilde mansedumbre” 9 ¡Cuánto discurso religioso
sobra!
Se plantea ahora la necesidad de recuperar el
camino de la simplicidad, que se va viendo como algo
posible. Pero, ¿es verdaderamente posible recuperar y
andar este camino en una época tan descreída y crí-
tica como la actual? Cuándo las opresiones que sufren
los pueblos pobres de la tierra son tantas y la necesi-
dad de liberación es tan grande, ¿se puede plantear
aquí la necesidad de recuperar la simplicidad para la
vida? ¿No habría que preparar al pueblo para luchar y
conquistar su libertad? ¿No se comete un fraude con-
tra los pobres, los oprimidos y los sufrientes de la tie-
rra por el mero hecho de plantearlo y entretenerse en
esto? ¿No se engaña al pueblo humilde? El hombre lo
ha intentado ya casi todo. Todas las revoluciones han
sido y continúan siendo probadas en la historia. Pero,
detrás de cada revolución o de cada imperio, vuelve

9. J. P. II, Tertio millennio adveniente, n. 35.

95
a aparecer el vacío. La cultura posmoderna, que es
otra cara de la revolución hoy activa en el mundo, no
admite milongas y devora lo divino y lo humano.
Nada falso, psicológica, filosófica o racionalmente
hablando, resiste el envite de esta cultura demoledo-
ra; pero ella sabe muy bien, en sí misma, que al final
su aportación es, también, el vacío, como en el resto
de las revoluciones; esta cultura es la gran maestra del
vacío, el que continúa siendo el gran alimento de la
humanidad.
A pesar de todo esto, y quizás por ello, el creyen-
te actual, amarrándose a los aspectos positivos de la
cultura actual, que no deja de ser la suya, y crítico con
la negatividad que soporta, se ve abocado y llamado
a intentar, con más fuerza y sentido si cabe, en su pro-
pia experiencia vital y en su reflexión, la recuperación
del camino de la simplicidad; y quizás por este cúmu-
lo de fracasos y de vacíos, de sufrimiento, por tanto,
para los pobres y los pequeños, se siente especial-
mente herido y sensible, y se empecina más en él. Y
lo hace, sobre todo, porque se siente empujado en esa
dirección. Seguir creyendo que aún queda un lugar en
el mundo en el que instalarse y situarse, para experi-
mentar que puede nacer la auténtica revolución, la
que aportará la paz, la libertad y la fraternidad a los
desheredados y doloridos de este sistema inhumano,
la revolución presentada hace veinte siglos por Jesús,
pero que ha sido y sigue siendo ignorada o manipu-
lada en la historia de modo permanente.
Sólo se puede recuperar aquello que se ha poseído
alguna vez. Lo que no nos ha pertenecido no lo pode-
mos recuperar. Si se habla, pues, de recuperar la sim-
plicidad, se habla de recuperar algo que ahora apenas

96
se posee, pero que, en algún momento de la vida, se
ha poseído. Hay una frase de Jesús, sentado en una
plaza de una aldea de Galilea, lugar de sus primeros
encuentros, que no conviene perder nunca de vista,
pues es como uno de esos fogonazos y destellos de
luz, lanzados por un faro, que encuentran los nave-
gantes en medio de la noche y de un mar embraveci-
do, y que devuelven la esperanza y el sentido de la
orientación vital: “Yo os aseguro: si no cambiáis y os
hacéis como los niños no entraréis en el reino de los cie-
los” 10. Aquí está el acento de la simplicidad perdida, la
misma que se anhela recuperar: volver a ser como
niños. Lo ha sido la humanidad y lo ha perdido. Los
hombres se han hecho adultos y han dejado los jue-
gos de niños para jugar a juegos duros y absurdos.
Los niños viven el juego permanente a ras de tierra, al
nivel de las hormigas, con las chapas, con los clavos,
con las ruedas, con los agallones, con las lagartijas...
Ese juego que le hace participar de la tierra, del barro,
del chapoteo de los charcos de agua en los días de llu-
via, de las bolas de nieve, de las pedradas a las latas,
de las casitas, de los pequeños manojos de flores mul-
ticolores recogidas para obsequiar a algún amigo.
Cuando, siendo un mozo, se participa en asociaciones
juveniles, como el movimiento ‘Junior’ de la Acción
Católica, se descubre la importancia del juego en la
vida del niño. Trabajar como monitor con niños pe-
queños, es aprender a jugar siendo ya casi mayor. Con
ellos, como se hacía hace treinta años, se recogían
renacuajos y ranas en las charcas, o nidos en las ramas
de los árboles, cosa nada aconsejable hoy día, al tener

10. Mt 18, 3.

97
otra sensibilidad con relación a la naturaleza. ¡Qué
bárbaros resultan ahora aquellos juegos de entonces!
Sin embargo allí se afirmaba y se sigue afirmando que
el juego era la principal actividad en la vida de un
niño y su modo habitual de ser en el mundo.
Cuando se es un adulto, se deja el ser de niño y se
comienza a jugar a otros juegos más peligrosos. Una
vez desarrollado el ego del hombre, éste se desen-
vuelve jugando a juegos que ya nada tienen que ver
con la simplicidad y el no-poder de los niños. Los
adultos, casi sin darse cuenta y cambiando unos jue-
gos, los de niños, por otros, los negocios y las gran-
dezas de los adultos, optan por primar, desde sus
mentes engañadas, al poder de sus egos, frente a
otros egos a los que desean convencer, vencer o do-
minar. Es aquí donde comienza el juego adulto a con-
vertirse en poder, en drama o, incluso, en horror. Éste
es el espectáculo o la paradoja que se ve ante los ojos,
y que aparece cuando se abre un libro sobre la histo-
ria de la Iglesia11 o sobre la historia de la humanidad,
o cuando se miran las traiciones a los grandes ideales

11. “La paradoja final tiene expresión artística. El hombre que quiso
morir en el suelo, sobre la tierra, que no quiso morar en palacios, que
vivió y exigió a sus seguidores la pobreza más absoluta, está ente-
rrado en un soberbio edificio gótico, llamativo, espléndido, en abso-
luta contradicción con su espíritu y sus deseos. Y su bienamada
Porciúncula, una capilla mínima aunque suficiente para encon-
trarse con Dios sin más distracción, se encuentra hoy enfundada por
una inmensa iglesia barroca. Sin embargo, el espíritu inefable de
san Francisco, tan cercano a Dios y a todas sus criaturas, no ha sido
enjaulado por más que se haya intentado. A lo largo de los siglos
sigue siendo una expresión magnífica de libertad personal y de un
seguimiento de Cristo que no ha necesitado introducciones ni inter-
pretaciones”. Juan María Laboa, Op. Cit., p. 182.

98
de la fe o de la vida, o se observan los enfrentamien-
tos que acaban en sangrientas batallas, o en la fastuo-
sidad o en el dominio de unos hombres sobre los
otros.
Los adultos de esta sociedad culta y postmoderna,
que contiene elementos positivos para el desarrollo
de la libertad y creatividad, cuando se dejan arrastrar
por la negatividad, en vez de coger los renacuajos del
niño de los años sesenta, matan ballenas y arrasan los
mares de peces para negociar con ellos y, en vez de
coger nidos de gorriones, expolian y desertizan la sel-
va amazónica, porque es necesario para el progreso y
la viabilidad de la sociedad de consumo. O lo que es
peor, mucho más hipócrita, se denuncian estos abu-
sos en campañas de prensa o en manifestaciones de
todos los colores, pero los mismos denunciantes con-
tinúan consumiendo los mejores productos, para los
que es preciso esquilmar los océanos, acabar con la
Amazonía, derretir los hielos de los polos y destruir
la capa de ozono, además de acabar con la vida de las
otras especies y empobrecer más y más, hasta la des-
trucción, a los ya muy pobres, miserables y enfermos
seres humanos.
El maestro Jesús conoce bien el corazón del hom-
bre y se atreve a proponer el camino de salida: recu-
perar la vida y el juego de los niños, recuperar el jue-
go inocente, volver a la simplicidad de la infancia, a
ese estado de confianza ciega que tienen los niños
cuando son bebés o cuando están dando sus prime-
ros pasos sobre la tierra. La simplicidad que plantea
Jesús es, pues, un estado de vuelta a lo más auténtico
del hombre, al estado que siempre han cantado, en su
nostalgia, los poetas y los profetas. Estado en el que:

99
“Pacerá el lobo con el cordero... El niño meterá la mano
en la hura del áspid” 12. La simplicidad, pues, hay que
recuperarla. Otra cosa es encontrar el camino para
recuperarla. Y hay que recuperarla, porque ya ha
estado en el mundo, porque ya se ha vivido en ella.
Se ve al contemplar a los bebés, a los niños pequeños
y juguetones, confiados plenamente en los brazos de
sus padres. Contemplando a los niños se aprende el
camino de vuelta a la ‘segunda inocencia’, de la que
hablaba Machado.
El ser humano es enrevesado y complicado hasta
decir ‘basta’, y ese modo de ser produce no pocos
dolores y sensaciones frustrantes. La mente se pierde
en sí misma y entra en conflicto con quien se pone a
la distancia exacta de su tiro. Si se acepta sin más que
el hombre es así de negativo y de destructivo, y que
ésta es su condición, es difícil adentrarse en el cami-
no de la simplicidad que aquí se propone. Pero si se
plantea la necesidad de recuperarla, es por considerar
y sentir que la simplicidad, en algún momento que se
desconoce, ha sido algo constitutivo del ser del hom-
bre. Si se apura más, se llega a la certeza en el alma,
de que la vuelta a casa será en la más pura simplici-
dad. “A las aladas almas del almendro de nata te requie-
ro”, le retaba a su amigo Ramón, Miguel Hernández,
tras su muerte. “Me encontraréis entonces ligero de equi-
paje”, evocaba el mismo Machado, pensando en la
hora de su muerte. La persona puede ser adiestrada
para el comportamiento externo. Con un manual de
buena instrucción y con la disposición de la persona
a ser adiestrada se consiguen maravillas en el com-

12. Is 11, 6-7.

100
portamiento externo del hombre. Pero se puede estar
bien adiestrado, y tener, sin embargo, una mente
enrevesada, complicada, perversa y pervertida.
La simplicidad es un modo de vivir que viene de
lejos y que poco tiene que ver con las volutas de la
mente enferma del hombre actual. “Sean vuestra pala-
bras: ‘sí, sí; no, no’” 13, decía el Maestro, poniendo én-
fasis en el estilo de vida que Él transmitía por las tie-
rras de Galilea. La simplicidad no es el fruto maduro
que quiere desarrollar una mente que la necesita y
reconoce sus complicaciones. No. La simplicidad es
un don que viene dado desde lo profundo. Algo que
es dado gratuitamente, que fluye del hondón del alma
humana porque forma parte de su esencia, y que se
aprende a descubrir y a practicar con paciencia y
serenidad. Merece la pena adentrarse en este camino
de la simplicidad. Los pobres serán los mayores
beneficiarios, pero aquellos que sientan una vocación
de servicio a los demás, encontrarán en él todo lo que
necesitan para mantener viva la esperanza de la
humanidad y alentar la llama ardiente y el pundonor
en sus corazones, con verdadera paz y con equilibrio
entre tanta arbitrariedad.
Existe una curiosa historia, entresacada de los
dichos de los Padres del Desierto, que ilustra sufi-
cientemente, y de un modo original y un poco sor-
prendente para algunos, el modo de recuperar la sim-
plicidad:

“Un monje se sentía incapaz de superar las ten-


taciones. Desanimado, decidió abandonar la vida
13. Mt 5, 37.

101
monástica. Recapacitando, determinó empezar de
nuevo. ¿Podré ser como era?, se preguntaba. Este
pensamiento le impedía hacer algo. Fue a ver a un
anciano y le contó su caso. El anciano le dijo:
‘Un hombre tenía un campo. Despreocupándose
de él, poco a poco aquel campo estuvo lleno de car-
dos, no apto para el cultivo. Un día fue al campo,
y, viendo como estaba, dijo a su hijo:
‘Hijo mío, ve al campo y límpialo”.
Su hijo fue, pero, al ver el panorama, quedó
aturdido. ‘¿Cuándo voy a terminar todo esto?’, se
dijo.
Optó por tumbarse y dormir, sin hacer nada.
Muchos días después, el padre fue a ver cómo
andaba el trabajo de su hijo. Éste dormía.
‘Veo que todo sigue igual, hijo’, le dijo.
Éste respondió:
‘Perdóname, padre. Cuando llegué aquí y vi
tanta faena, quedé aturdido y me sentí incapaz de
empezarla. Por eso me he echado a dormir’.
A lo que respondió el padre:
‘Hijo, te comprendo. ¿Por qué no haces cada día
el trozo en el que te tumbas? Sin apenas darte
cuenta, poco a poco el pequeño esfuerzo redunda-
rá en una obra grande’.
Lo hizo, y pronto el campo estuvo a punto para
la siembra. ‘Tu, hijo mío, haz lo mismo. Con la
ayuda de Dios pronto serás lo que eras’.
El monje se marchó meditando la reflexión del
anciano. Perseveró hasta el final, pues la pacien-
cia le había transmitido el consuelo con el que
somos consolados por Dios”.14

102
Para que vuelva a aflorar la simplicidad, como un
modo de vida, y lo haga en toda su belleza y pleni-
tud15, basta con tumbarse y sacar todo el provecho
diario de ese ‘ahora’ gratuito que se concede por el
hecho de ser, de vivir y estar en el mundo. La cabe-
za llena de grandezas o bien incita a la ansiedad, al
tener y al poseer, o bien incita a la pasividad, a la
pereza y al desaliento. El gran ‘placer’ de la simplici-
dad es tomar conciencia, a cada paso del camino, del
don propio que es la vida, del que se dispone libre-
mente, y de que con él se le concede al hombre la
posibilidad de ensanchar16 su persona, llenándola de
la bondad que la envuelve. “A cada día le bastan sus
afanes” 17, dice el maestro Jesús.
La felicidad del hombre, según la propaganda ofi-
cial del sistema, que dan los medios de comunicación,
está, entre otras lindezas, en acogerse al descanso y
marchar, con idílica libertad, a tumbarse y correr por
la arena de las playas. Bien, pues si ese es el gran pla-
cer y la gran felicidad, los creyentes tienen el don de
convertir la cotidianidad, por el camino de la simpli-
cidad que nos ofrece la narración anterior, en un día
de playa. Para poder hacer de cada día, espiritual-
mente, un día de playa, es preciso prepararse bien por
dentro. Nunca será éste un método para ociosos o

14. F. Nau, Histoires des solitaires égipciens, ROC 1807-1813. Cita-


do por José Martorell, La voz del desierto, Edaf, Madrid 1997.
p. 100-101.
15. “La simplicidad es una cualidad de Dios y una característica del
hombre paradisíaco, que ha roto ya las trabas del egoísmo”.
Secretariado de formación cisterciense, Simplicidad, unidad y
pureza de corazón, Pamplona 1987, p. 52.
16. Salmo 4: “Tú que en el aprieto me diste anchura”.
17. Mt 6, 34.

103
para personas desocupadas. Lo es, ¡atención!: para
trabajadores, para obreros, para currantes y para los
que dedican una buena parte de sus días a trabajar y
ser sangrados y explotados. Todos los activos del
mundo, si se lo proponen, pueden aprovechar su
tiempo libre, el de su conciencia, que es infinito: para
leer o charlar, para meditar o contemplar, para traba-
jar manual o intelectualmente en algo gratificante,
para dormir o purificar el corazón, para acoger o res-
pirar, para pacificar la mente o llenar el mundo, en
avenidas y plazas, de paz, para no pensar o relajarse
y relajar, para no juzgar o entrar y quedar, definitiva-
mente, en ese lugar que aún queda en el mundo. Y esto
se puede hacer estando acostado o levantado, con el
pico o con la pala, con el ordenador o con la pizarra,
con la bata blanca o con el bolígrafo, con la escoba o
con el volante, con la cartera o con el balón... Es cues-
tión de dejar abierta la posibilidad de que cambie el
corazón. Y se puede provocar, colocados en el lugar
correcto y buscado, un espíritu y un modo nuevo de
vivir.
La paciencia es la dueña absoluta de una vida en
sana y santa simplicidad. “La paciencia todo lo alcan-
za”, decía la abulense más famosa de la historia. Sólo
“los pacíficos, dice Jesús, poseerán la tierra” 18. No la
poseerán los violentos ni los que se violentan de cual-
quier modo por mil causas ni los que se sitúan en la
ambición o en la ansiedad ni los que enmascaran su
egoísmo o su pereza. Sólo los pacientes y los pacífi-
cos; los que, cada día, sin pretensiones y con amor,
hacen el pequeño trabajo que les corresponde, su par-

18. Mt 5, 4.

104
cela; los que unen su obra a la de la Creación; sólo
esos, aprenderán a hacer flotar, en el simple y peque-
ño mar de sus vidas, el don de la simplicidad.
Existen otros matices a la hora de entender la sim-
plicidad. A pocos pasos, entre los dichos de los Pa-
dres del Desierto, se halla otra pequeña historia que
ilustra lo descubierto y admirado en la simplicidad:

“Dos monjes llevaban una vida ejemplar en el


monasterio. A cada uno se la había concedido el
don de ver en el otro la gracia divina. Pero he
aquí que un viernes, uno de ellos salió del monas-
terio y vio a alguien que de buena mañana ya
estaba comiendo. Le dijo:
‘Viernes y ya está comiendo’.
Al día siguiente, como de costumbre, estaban
recitando el oficio en el monasterio. El otro monje
miró el rostro del compañero y no pudo ver el
menor síntoma de gracia divina. Desolado, al aca-
bar el oficio se le acercó y le dijo:
‘¿Qué has hecho, hermano? Hoy no he visto la
gracia en tu rostro.’
El otro respondió:
‘Que yo recuerde, no he hecho ni pensado nada
punible.’
‘¿Ni siquiera una palabra?’, insistió. Aquél dijo:
A
‘ hora que recuerdo, vi comer a uno ya de bue-
na mañana y le he dicho: ‘¿Viernes y ya está
comiendo? He aquí mi pecado. Hagamos peniten-
cia juntos durante dos semanas y roguemos al
Señor que nos perdone’.’
Lo hicieron. Dos semanas más tarde el monje vio
cómo el rostro de su compañero volvía a tener ex-

105
presión de gracia divina. Se consolaron mutuamen-
te y dieron gracias a Dios, que es el único bueno”. 19
Se queda uno asombrado y maravillado ante un
hecho y un relato que se sale del tiempo y que se
sitúa ante el misterio del hombre. No se puede menos
de pensar en Jesús, cuando dice que si “uno llama im-
bécil a su hermano..., es digno de la gehena del fuego” 20.
Estos monjes entendieron al Señor, entendieron su
sensibilidad, entendieron lo que es la simplicidad más
plena y más natural. No hay cabida ni para un mal
pensamiento ni para una mala palabra. La simplici-
dad es una capacidad nueva, una fuerza nueva para
vivir y para dejarse iluminar el rostro por el amor.
Cualquier pequeña obra, cualquier pequeño pensa-
miento, cualquier pequeña historia es capaz de man-
char el alma, de hacerla oscura y sombría, y de agran-
dar el espacio del mal. Cualquier hombre está capa-
citado para entender que lo mucho se hace a partir de
lo poco, que los grandes enfrentamientos nacieron de
simplezas y que las grandes guerras surgieron de sim-
ples pensamientos que se dejaron crecer y crecer, y
que no se cortaron a tiempo, en su inicio y en su raíz.
Los que viven de la simplicidad viven de amor puro
y lo practican con el esfuerzo diario de no dejar cre-
cer los pequeños brotes diarios del mal. Bien lo saben
los jardineros que han de arrancar cada día las malas
hierbas que, de dejarlas a su antojo, acabarían hacién-
dose con el jardín. Bien lo saben, pues, los mejores
jardineros, los del alma, que son los que cultivan el
más bello jardín, compuesto de amor y ternura, de
19. Ibidem, p. 104-105.
20. Mt 5, 22.

106
justicia y bien, de paz y solidaridad. Toda crítica, todo
juicio, todo pensamiento torcido o negativo deben
desaparecer del alma que quiera vivir la simplicidad y
encontrar el lugar de la verdad.
Y una tercera anécdota de los Padres del Desierto:

“Un monje preguntó a un anciano:


‘¿Me permites guardar unas monedas para
pequeñas cosas?’
‘Sí’, respondió el anciano, al ver el deseo de
aquél. El monje empezó a ponerse nervioso, pre-
guntándose si el anciano había sido sincero o no.
Fue a verle de nuevo y le dijo:
‘Te lo ruego, dime la verdad, pues las monedas
inquietan mi pensamiento.’
El anciano respondió:
‘Te he dicho que las guardaras porque así era tu
deseo. Sin embargo, no está bien tener más de lo
necesario. Si guardas esas monedas, pondrás en
ellas tu esperanza. Y si por casualidad las pierdes,
Dios no se ocupará de ti. Abandonémonos a las
manos del Señor y Él cuidará de nosotros”.21
Escuchando estos dichos de los Padres del De-
sierto se entiende más y más el significado creciente
de la palabra ‘simplicidad’. Es bueno tomar distancia,
espiritualmente hablando, de la sociedad, y salir de la
influencia devastadora de la negatividad de esta cul-
tura globalizada, para poder comenzar a comprender
qué es lo que se ofrece de novedad y de vida nueva a
quien se adentra en ’el camino de la simplicidad’. Pues,
la simplicidad no es un toque elegante o el fruto

21. Ibidem, p. 105-106.

107
caprichoso de una espiritualidad evasiva, adornada
con bellos sonidos vacíos o huecos, de esos que aca-
ban secando al hombre por dentro, tipo ‘new age’,
para un mundo cansado y hastiado de sí mismo. No
es un producto más de consumo para el bienestar y
la seguridad económica de gente aburguesada. Es
más bien la apertura al nacimiento de algo nuevo, a
la nueva humanidad, al reino. Es la ruptura con un
modo viejo y caduco de ser y de interpretar la exis-
tencia, conforme al dios dinero, verdadero dios supre-
mo al que se le sacrifican, por tener llenas las cajas de
los Bancos, vidas enteras. Y, en ese sentido, no se tra-
ta simplemente de hacer un juicio negativo sobre lo
que se tiene o se deja hacer en esta sociedad, sino de
sentar las bases que ayuden, a la humanidad nueva, a
hacer posible el nacimiento de un modo de ser radi-
calmente nuevo, que es antiguo a la vez. Se trata de
una ruptura con aquello que se impone, pero realiza-
da de un modo ‘gracioso’, vital, de corazón y con fe, y
no hecho, simplemente, de un modo ‘crítico’, mental
o, meramente ilustrado. La sociedad del siglo XX pre-
tendió cambiar al hombre con la fuerza de la razón,
en una parte descubierta por la Modernidad, y que se
convirtió en la base de la formación de varias genera-
ciones. Pero la razón, la maestra, se revolvió en otra
parte contra el hombre. Y no deja de ser curioso el
hecho de que la época de la eclosión de esta diosa,
esperada como la plenitud humana para algunos, se
haya convertido, se ve por sus hechos, en la época
más sangrienta y horrenda de cuantas se han vivido
en la larga historia de la Humanidad.
La constitución ‘Gaudium et Spes’, del concilio Va-
ticano II, abre los ojos al hombre postmoderno: “En

108
realidad, los desequilibrios que fatigan al mundo moder-
no están conectados con ese otro desequilibrio funda-
mental que hunde sus raíces en el corazón humano” 22.
No estaría de más, para poder continuar de un modo
equilibrado en la historia del mundo, que se pusiese
la mente y la razón en su sitio, sin endiosarlas en
modo alguno; y que se volviera, de nuevo, y con
mayor sentido, en la dirección de la única Fuente,
aunque sea de noche, en la que el hombre puede beber
un agua pura y no contaminada, desde lo profundo
de su corazón y de sus raíces. Para ello, es preciso
confiar en el camino de la gratuidad y la simplicidad
que se propone, y no sólo en el de la razón, la mente
y el pensamiento, por respetables y necesarios que
sean. Gratuidad y simplicidad esgrimen razones posi-
tivas, llenas de luz y de ternura, que resultan difíciles
de entender para una mente poderosa y acostumbra-
da a dirigir, manipular y ‘mangonear’ la existencia.
Pero el corazón sí lo entiende.
“No podéis servir a Dios y al dinero” 23, dice el
Maestro, mientras enseña los fundamentos de la sim-
plicidad en la profunda Galilea. Los Padres del
Desierto lo entendieron bien. Todo hombre o mujer
que pretenda vivir en la simplicidad aprende pronto
que las palabras de Cristo son verdaderas y que la
interpretación que hacen los monjes del desierto tam-
bién es verdadera. Se puede tener el corazón entre-
gado al dinero, a esas moneditas atractivas que con-
siguen tantas cosas artificiales y efímeras, y, a cambio,
el corazón, y el hombre entero, aunque no lo quiera,

22. G.S. 10.


23. Lc 16, 13.

109
quedará roto, inútil, vacío, herido y lleno de impure-
zas y ambiciones. “Por ti mismo, ante todo, puedes dar-
te cuenta: cuando eras rico, eras inútil; ahora, en cam-
bio, eres útil y provechoso para la vida”, dice el Pastor
de Hermas24. “Porque donde esté vuestro tesoro, allí
estará también vuestro corazón” 25.

24. José Antonio Loarte, El tesoro de los Padres, Rialp, Madrid


1998, p. 41
25. Lc 12, 34.

110
vii
EL MÍNIMO DE LO MÍNIMO

En uno de sus innumerables textos, año 2002,


Leonardo Boff 1 trata brevemente sobre la simplici-
dad. Se pregunta el teólogo cómo explicar en pocas
palabras qué es el cristianismo a un inmigrante core-
ano que no supiera una palabra del mismo. Qué es lo
que los cristianos quieren, cuál es el mensaje que pro-
ponen. “La mencionada pregunta, dice Boff, me remite
al primer siglo de nuestra era, cuando un torturador de
los cristianos le preguntó de improviso a un mártir:
‘¿Qué es el cristianismo, a fin de cuentas?’. Y el mártir
respondió fríamente: ‘Dico tibi mysterium simplicitatis’
(‘Te digo un misterio de simplicidad’). Pero ¿qué miste-
rio es ese?... Dios nos ha amado tanto que se ha hecho
uno de nosotros. Y nos ha amado hasta el extremo... Por
eso también nosotros debemos amar a todos incondicio-
nalmente, como yo te amo a ti, que me torturas y me con-
denas a muerte... En ese ‘misterio de simplicidad’... se
trata del mínimo de lo mínimo... ¡Lástima que no viva-
mos con ese minimalismo esencial!... Hoy, al cabo de tan-
tos siglos, sentimos necesidad de decirnos a nosotros mis-
mos lo que significa este ‘misterio de simplicidad’. Por mi

1. Leonardo Boff, Del Iceberg al Arca de Noé, Sal Terrae, Santan-


der 2003, p. 127-129.

111
parte, repetiría la misma lección del mártir: quien tiene
amor lo tiene todo, incluso al propio Dios. Y no digo más,
porque sería superfluo y pura locuacidad de teólogo”.
Tampoco aquí se pretende romper la esencia del
mártir cristiano, porque cualquiera que escuche
semejante argumento, no tendrá más remedio, si
quiere comprender algo de él en el mundo actual, que
dejarse arrastrar por su propia simplicidad de vida y
de fe. No es recomendable ni tampoco es fácil el
hecho de argumentar a esta respuesta del mártir. Sólo
se puede hacer desde el testimonio y la vida de un
hombre, de un cristiano, que viva su fe con semejan-
te simplicidad en el centro de este convulso siglo XXI.
El hombre se siente en el sistema socioeconómico y
la cultura globalizada que lo mediatizan, arrastrado,
envuelto y confundido de tal manera, que acaba dan-
do volteretas en aires viciados y dibujando cabriolas
mentales sin sentido. Y así anda: agotado, hastiado y,
en último extremo, vacío. Sólo si se vuelve al camino
de la simplicidad, de la vivencia del ‘mínimo de lo
mínimo’, encontrará vía libre para llegar al lugar des-
de el que vivir de un modo nuevo la salvación y feli-
cidad prometidas.
Que el hombre se deje de complicaciones2 y de
‘gaitas’, como dice el lenguaje coloquial; que se aden-
tre en el saber de lo esencial y vital, que en verdad da
vida; que abandone toda arbitrariedad y artificialidad
para, después de ser zarandeado sucesivamente, se

2. No es exactamente una complicación, pero sí es necesario


anotar que otros muchos creyentes, a lo largo de la historia
de las religiones han vivido este mysterium simplicitatis, de
otros muchos modos, por ejemplo, como mysterium terribile et
fascinans, que explicaba Rudolf Otto, en The Idea of the Holy.

112
quede con la esencia de este árbol frondoso que es la
existencia; que, libre de prejuicios, se libere de toda
ganga, y entonces y sólo entonces, se encontrará, sor-
prendentemente, con que la verdad, la fuerza, la belle-
za, la grandeza y la genialidad de la vida, no llegan a
ser más que un susurro, una brizna de nada que lo es
todo, una perla de gracia, un aliento divino que lo con-
tiene todo. La esencia generadora de la gran energía
cósmica, el hacedor del universo indescriptible y sin
fronteras, el Dios sabio y soberano, todopoderoso y
creador, ante el que no caben las palabras, no es, para
el amado y pobre corazón humano, más que un susu-
rro apenas perceptible. Un susurro, eso sí, que atrapa
y aloca, que trastorna el alma y la embelesa colman-
do al ser de sentido y de bondad, y dando o devol-
viendo la vida nueva y renovada, la plenitud soñada.
Y Dios sopló su aliento sobre el barro3 y el barro se
llenó de vida. Y Dios envió el Espíritu Santo en Pen-
tecostés y todos los apóstoles, con María, también
quedaron llenos4. Sólo eso. Y mientras el ser humano
no comprenda esta pequeñez que resume toda la
grandeza, no acabará de entrar por la puerta del rei-
no predicado y adelantado por Jesús en el entorno
del lago de Galilea, ni podrá acercarse hasta el umbral
del deseado lugar. No llegará a revestirse de Cristo,
mientras no se quite de encima el ropaje artificial que
le confunde y le hace creerse lo que no es.

3. “Entonces Yahvé Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insu-
fló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser vivien-
te”. Gn 2, 7.
4. “De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de vien-
to impetuoso, que llenó toda la casa... Quedaron todos llenos del
Espíritu Santo”. Hch 2, 2.4.

113
La verdad está en ese mysterium simplicitatis. Sólo
en él. Se puede citar a aquel cristiano que decía siem-
pre, aún sin saber bien lo que decía, que su fe había
variado poco, en su esencia, desde la tierna infancia,
cuando ya tenía, según él, uso de razón y de fe. Y,
además, ha tenido la sensación de seguir creyendo,
básicamente, con la misma intensidad, y del mismo
modo, en lo que se refiere a la simplicidad del cora-
zón, que cuando era un niño. ¡Bendito sea Dios!
¡Ojalá no lo pierda nunca! Eso es lo que pide Jesús.
Muy temprano, apenas con cuatro años, salió
corriendo hacia la Iglesia, hacia su parroquia católica,
en Guadalix de la Sierra, su pueblo, y se concentró en
ella; allí pasaba las horas, y asistía, impertérrito, a los
cultos propios del catolicismo de la época, siempre
con sumo gusto y con verdadera devoción infantil,
sin saber bien por qué. Le gustaba también repetir en
casa los gestos litúrgicos5, diciendo misas o casando a
sus amigos. En aquel ambiente se metió en su alma
infantil alguna devoción, como la que ama con un
sentimiento incalculable y eterno la finura y sencillez
de la Virgen María, bajo la advocación de una imagen
popular, Nuestra Señora del Espinar, con el rostro de
una bella serrana, que ha guiado suavemente su pro-
ceso de fe desde entonces.

5. Habla Martos sobre la religiosidad mercantil, que va de los tres


a los seis años, y dice: “Ahora el niño es muy receptivo a todo lo
que es imitación y, de ahí, muy a las palabras, gestos y rituales de
los adultos en el ámbito de la fe. Esta brecha hacia lo misterioso, lo
sorprendente y lo divino permite la entrada connatural de la fe”.
José María Fernández Martos, Cumplir años o cumplirse.
Siempre me aguarda el mundo, Sal Terrae, Abril 2004, tomo
92/4, nº 1.077, p. 298.

114
Cuando se ponen ante los ojos unos años infanti-
les como los narrados, no deja de ser asombroso que
un niño tan pequeño se sintiera atraído de esa mane-
ra hacia la Iglesia, cuando lo lógico, al nacer y criarse
en una taberna y en un ambiente que, aún dentro de
los efluvios propios del nacional-catolicismo, poco
tenía que ver con la beatería oficial, o más bien vivía
alejado de la misma. Su propio y querido hermano,
diez años mayor que él, le ofreció pagarle estudios en
cualquier carrera antes de incorporarse al seminario,
pero ese camino se mostró, curiosamente, como su
firme decisión, y ¡nada menos que a los once años!
En aquella taberna y rodeado de un ambiente laico,
se le concedió el mysterium simplicitatis. Repito:
¡Bendito sea Dios! En algunas ocasiones, este cristia-
no se ha visto tentado a abandonar el mysterium sim-
plicitatis, pero, he ahí porqué es misterio y porqué lo
es de simplicidad, porque, sin saber tampoco muy
bien cómo, siempre se vio librado de garras o nego-
cios que pretendían arrastrarle por otros caminos
más confusos o enmarañados de la existencia, y apa-
rentemente menos misteriosos y simples. Y, ¡mira
que han existido, y siguen existiendo, oportunidades!
Pero, no ha sido, no es, posible. Ese susurro suave y
definitivo, ese mínimo de lo mínimo, que pasó por su
vida desde la más tierna infancia, ha permanecido
incólume, sobrio y magnífico junto a él. ¡Bendito sea
Dios! Y nada más.
Y al levantar la mirada en otras direcciones, nos
aparece una historia bellísima sobre esa opción por el
mínimo de lo mínimo. La del joven Ángel Soriano, que
cuenta con un recorrido certero y pausado por el
camino de la fe y la simplicidad, enmarcado en la pre-

115
sente vida colectiva, con su vacío cultural y espiritual.
Es ahí, en medio del bullicio de la historia, donde se
da la oportunidad de buscar el mínimo de lo mínimo,
en la intimidad y en la libertad. Ángel es un profesor
de matemáticas que hace posible lo aparentemente
imposible: que sus alumnos sean felices en clase de
matemáticas. Y eso, porque consigue que ellos perci-
ban al profesor de un modo diferente del convencio-
nal. Logran ver en él la imagen de un hombre trans-
parente, mínimo, sin pretensiones ni barroquismos.
Profesor de matemáticas, y buen profesor de mate-
máticas, aunque sus clases parecen más bien clases de
crecimiento humano, de amor, de ternura, de amis-
tad, de solidaridad, de conocimiento, de ciencia, de
saber y sabiduría, de belleza o de santa y llana sim-
plicidad... Y es así, porque él vive todo eso, y ‘de lo que
está lleno el corazón, habla la boca’. Aunque, supuesta-
mente, la dirección de su colegio le encargara impar-
tir la asignatura más inaguantable y menos apetecible
para los alumnos, una asignatura sin ningún atractivo
y sin gracia, y, además, fuera optativa, sus clases,
seguro, se llenarían de alumnos; porque los alumnos
actuales, éstos a los que se considera pasotas, que no
parecen querer saber nada de nada y nada de nadie,
sin embargo se siguen quedando embelesados, embo-
bados y atontados ante el maestro, ante el hombre
que enseña y no abusa, ante el hombre que quiere a
sus alumnos y es paciente, ante el hombre que sabe
trabajar el crecimiento y cultiva la madurez de la per-
sona, ante el hombre que se preocupa más por la vida
de sus chicos, al enseñar las matemáticas, que por la
notas que unos u otros puedan obtener. Ángel tiene
el don de saber enseñar, y eso, hoy como ayer, es más

116
preciado que el oro fino. Todos los hombres sueñan,
en su adolescencia, con un profesor que los com-
prenda, al que dirigirse con la confianza de un buen
padre o un buen amigo, al que poder contar un chis-
te y con el que poder reírse sin trabas. Un profesor
digno de escuchar sus pequeñas confidencias. Una
persona mayor y más sabia, pero a la que poder mirar
a los ojos y sonreírle pícaramente. Un profesor con
quien tener complicidades, saberse acogido, sentirse
estimulado, y experimentar la emoción. Ese deseo del
alumno adolescente, lo ven satisfecho los alumnos de
Ángel. Bien saben ellos que esos profesores, poco
comunes, con el don de la comunicación grupal y
personal, son un lujo al que asirse y del que no des-
prenderse. Ángel, viviendo con humildad y simplici-
dad su ser profesor, y rodeado de otros buenísimos
profesores, desarrolla, en su colegio de Buitrago, una
tarea preciosa: la que las familias y la sociedad quie-
ren ver visible en los profesores: buenos educadores
que, ante todo, sean personas libres, abiertas y comu-
nicativas con los jóvenes; que lo hagan en libertad y
aportando, teórica y vitalmente, una sana escala de
valores humanos y esenciales. Los buenos profesores
son los primeros en vivir lo que enseñan. Cuando la
tarea educativa se enfría o ritualiza, se convierte en
rutina, ‘se profesionaliza’, y acaba privando a los jóve-
nes de la pasión por la vida, de la ilusión por crecer
positivamente, y de la fuerza para avanzar por cami-
nos de humanidad y solidaridad. La escuela sigue
manteniendo este tipo de profesores testigos, que tes-
tifican, en su vida diaria y en el trato exquisito con sus
alumnos, que merece la pena vivir con amor y hacer
de la experiencia cotidiana una aventura maravillosa

117
al servicio del bien. Este modo de enseñar y de vivir,
el de Ángel y el de tantas escuelas y profesores, cris-
tianos y no cristianos, es algo que no acabaremos de
valorar suficientemente.
¿Cuál es el secreto de Ángel? Hace más de veinte
años, cuando era todavía un mozo, un estudiante de
ingeniería, era ya un joven cristiano, que participaba
activamente en la parroquia de su pueblo. Aún no
había conocido a Mari Cruz, la que, con el tiempo, se
convertiría en su mujer, en su aliada, en su otra parte,
su esposa, profesora como él, compañera pues, con el
mismo trabajo, con similar calidad humana, con la
misma entrega, con idéntico valor, con la misma sen-
cillez y simplicidad, portadora de un testimonio se-
mejante ante sus alumnos. Mari Cruz, madre de sus
dos hijos, Enrique e Isabel. La familia entera es, como
tantas familias creyentes, expresión de un amor eter-
no y estable, ecuánime y sano, basado en el respeto y
en la serenidad. Tres novias más habían venido a jalo-
nar la vida afectiva y amorosa del joven Ángel. No es
extraño que no cuajasen los amores anteriores, por-
que al ser una persona peculiar, no era fácil que cual-
quier mujer acabara fusionándose con él. Su peculia-
ridad no radica en sus excentricidades, sino en su vida
interior, y por eso hay que mirarlo con detenimiento.
Es aquí donde está su secreto. La simplicidad nace del
corazón. Cualquiera que vea Ángel o comparta con él
un día o ciento, se sentirá a gusto, bien tratado, nota-
rá su buen humor, su sentido práctico de la vida, su
escucha, su paciencia, su servicio, su desinterés por lo
propio..., pero siempre notará que hay algo en él que
es diferente, que es inalcanzable para el común deno-
minador, y que es propio de un hombre como él.

118
Jamás pretenderá imponer su forma de ser o de vivir,
pero sí acabará creando un interrogante, una expecta-
tiva, una cierta preocupación para quien no viva una
experiencia honda de la vida. Porque Ángel es hondo,
profundo y, a la vez, transparente y simple. Puede ser
un simpático y un guasón, pero al final se impone la
hondura. Y, claro, no todas las personas tienen capa-
cidad para compartir la vida entera con una persona
tan honda; no todas las mujeres pueden resistir ese
otro atractivo que no es ya el atractivo de la carne ni
el de la presencia física ni el de la simpatía u otras cua-
lidades físicas o psicológicas. Mari Cruz sí lo resistió,
porque en ese campo era una igual. Diferentes ambos,
pero hondos, auténticos, dispuestos a pelear en la vida
por algo más que por comer, vestir, tener una buena
casa, un buen coche y mucho dinero. Ambos supie-
ron que se sentían atraídos por sus personas, pero, a
la vez, notaron que por debajo existía una atracción
aún mayor. Algo tiraba de ellos sin que supiesen bien
qué, pero con una fuerza y un sentido que les unió
para siempre. Ella es más activa y más viva que él, él
quizá es un poco más pausado y buscador que ella,
pero los dos está tocados por el mismo secreto: el
corazón de Dios6, el simple y puro amor de Dios.
Es bueno narrar algunas experiencias secretas vivi-
das junto a Ángel. Experiencias del mínimo de lo míni-
mo, que resultan ser, en la memoria y en el alma,
como joyas imposibles de perder. En los años 80, en

6. “El centro es el corazón de Dios, el corazón de la existencia, y ahí


cabemos todos, entramos todos los que existimos... El Padre, el Hijo
y el Espíritu Santo”. Antonio García Rubio, Cartas de un des-
piste. Mística a pie de calle, Desclée De Brouwer, Bilbao 1999,
p. 356.

119
Miraflores de la Sierra había una buena comunidad
creyente, católica. Fue el difunto párroco, Antonio
Ruiz, del que ya se ha hablado, el que puso en mar-
cha una comunidad joven, bien formada y abierta al
don de Dios. Sus sucesores llegaron a Miraflores, y
sólo tuvieron que dejarse arrastrar por la fuerza de ese
Dios que se manifestaba con ternura y pasión en bas-
tantes de las personas que componían aquella comu-
nidad. Allí era fácil convocar a orar o a trabajar por
los pobres, a evangelizar o a celebrar la fe. Y allí vivía,
como pez en el agua, Ángel. Desde joven se percibía
ya en él finura de fe y capacidad de unión mística con
el Padre Dios. Con sus novias guapas y atractivas, con
sus estudios brillantes, con una familia ejemplar y
rodeado de aquel ambiente popular y comunitario,
Ángel se sentía atraído, desde la simplicidad de su ser
y de su juventud, hacia una relación íntima, suave y
profunda con el Padre Dios. Una relación natural,
prolongada, buscada y recibida, deseada y ofrecida.
Cualquiera se quedaba pasmado oyendo hablar al
joven Ángel. No era el único. Era asombrosa la capa-
cidad de fe de algunos jóvenes en aquel Miraflores.
La atracción de aquellos días no era sólo orar en sole-
dad, en el propio silencio, sino que también todos se
veían impelidos a orar, con seriedad y autenticidad,
en común. Junto a Ángel, estaba Luis, Marta, Fernan-
do, Paz, Lola, Enrique, Ana, Carmela, Alfredo, Fer-
nandino, Sol, Mariví, Pedro... Existía un momento
semanal de oración nocturna, los domingos, aprove-
chando la oración de Completas, sobre una alfombra,
en algún rincón de la casa parroquial, que resultaba
ser un ejercicio de santa simplicidad, de nimiedad
orante y de entrega confiada en las manos de Dios.

120
Y, ¡cómo no explicar ‘la oración del mendigo’! Se
podría ver, por un agujerito, la siguiente escena: algu-
nos domingos, Ángel y su párroco, mientras la mayo-
ría descansaba, alejándose del ruido, se colocaban de
rodillas, en lo alto de una peña, junto a una torrente-
ra de la Sierra madrileña, al amanecer, esperando la
salida del sol, con las manos extendidas, como si fue-
ran dos mendigos, y abiertos al Misterio infinito e
insondable del Padre Dios, el misericordioso, que, sin
duda alguna, se hacía presente en la simplicidad y la
pobreza de sus vidas jóvenes. Y eso sucedía en ese
momento y en otros muchos presentes, pues la ora-
ción es un momento para vivir el presente, la con-
ciencia plena del presente. En el momento de la ora-
ción el orante se sabe en el centro mismo de la salva-
ción y del amor. En el lugar de la simplicidad, del
mysterium simplicitatis. No lo es el pasado ni el futu-
ro. En ese preciso lugar, ese preciso instante, ese pre-
ciso presente, ese preciso momento de luz. Es el
momento de decir sí a lo que es, al que es, a Quien es.
Es el sí a la vida, el que nos comunica con la vida que
es. ¿Recuerdas el sí de María, en ese momento que
llenó de luz y del presente eterno de Dios la historia
de los hombres? Eckhart Tolle dedica su libro, El
Poder del Ahora, a iluminar de un modo cuidadoso la
realidad que es. “No hay nada que puedas hacer u obte-
ner que te acerque más a la salvación que este momento.
Esto puede resultar difícil de entender para una mente
acostumbrada a pensar que todo lo que merece la pena
está en el futuro. Asimismo, nada de lo que hayas hecho
en el pasado o de lo que te hayan hecho a ti puede impe-
dirte decir que sí a lo que es y llevar tu atención pro-
fundamente al ahora. Esto es algo que no puedes hacer

121
en el futuro. O lo haces ahora o no lo haces nunca” 7.
¡Qué bien lo entendían Ángel y su párroco, sin haber
leído entonces a E. Tolle y su apuesta por vivir el pre-
sente! Y lo entendieron, haciendo como sólo se pue-
de hacer, entrando por la puerta estrecha de la humil-
dad. ¡Silenciosa puerta! Querían que su oración no se
diferenciase para nada de la petición humilde que
hacen los más pobres de la tierra, los mendigos, cuan-
do se arrodillan ante los transeúntes, en la acera de
una gran ciudad, en las escaleras del Metro o en la
puerta de una iglesia. Mendigos que esperan la cari-
dad, la limosna, o quizá el calor de una mano, de una
palabra amiga o el gesto hermano de alguna persona.
Los dos pretendían aprender a esperar lo más simple
de lo simple, el mysterium simplicitatis, el amor del
buen Padre Dios. Y lo hicieron sintiéndose pequeños,
niños; tan pequeños, al menos, como los mendigos
de la ciudad, los que no poseen nada, ni saben nada,
ni pueden nada, como subrayaba Pedro Casaldáliga
en otro contexto, en un memorable poema8. Todos
somos pequeños ante el buen Dios, que también
mendiga nuestro amor9. Ya se encargará Él de elevar-
nos, pues es Él quien “ha mirado la humillación de su

7. Eckhart Tolle, El poder del Ahora. Un camino hacia la realiza-


ción espiritual, Gaia, Madrid 2001. p 151.
8. “No tener nada / no poder nada / no pedir nada / el Evangelio sólo
/ como faca afilada / y el llanto y la risa en la mirada/... y más,
nada”.
9. Mirad que cita preciosa: “Dios aguarda como un mendigo que se
mantiene en pie, inmóvil, silencioso, ante alguien que acaso le dará
un trozo de pan. El tiempo es esta espera. El tiempo es la espera de
Dios que mendiga nuestro amor”. Simone Weil, La connaissance
surnaturelle, París 1950, p. 91; cit. por Andrés Torres Queiru-
ga, Recuperar la creación, Sal Terrae, Santander 1997, p. 257.

122
esclava” 10. Todo, en aquella oración, resultaba natural,
como un fluir eterno de amor. No había sitio para lo
artificial, lo complejo o lo retorcido. Era lo mínimo de
lo mínimo. Apenas, eso sí, comunicaron la experiencia
de la oración del mendigo a sus hermanos. Era como
un sabroso y delicado secreto. Jesús también se reti-
raba en secreto a la montaña y allí dirigía su corazón
hacia el Padre, en la oscuridad de la noche, alejándo-
se de los agobios de la vida humana. También los tres
discípulos, alucinados al ver la gloria de Dios en el
Tabor, se callaron hasta que Él no resucitó de entre
los muertos11. Ángel nació con una sensibilidad extre-
ma para las cosas de Dios, que no son otras que las
cosas del hombre, pero vividas en la plenitud de una
simplicidad no buscada y con una hondura y radica-
lidad regaladas. El secreto de un corazón creyente se
desgrana en la vida cotidiana, en la aceptación y
transformación de los acontecimientos, dolores e
injusticias de la misma, que son el mejor libro en el
que leer e interpretar la Palabra de Dios, en la acep-
tación del que sabe partir, sin escandalizarse, de la
paradoja. Y Ángel Soriano es un maestro de la vida
cotidiana. No hay más que acercarse a su persona,
para percibir una finura espiritual y humana que,
aunque presente en el hombre, no es fácil de descu-
brir en todas las personas. Lo perciben sus alumnos y
lo perciben sus compañeros, lo perciben sus amigos y
sus hermanos, lo perciben los niños y los marginados.
Mari Cruz es la otra puerta de la misma casa, del
mismo hogar. Hay personas que tienen dificultades

10. Lc 1, 48.
11. Mc 9, 2-10.

123
para encontrar su media naranja. Ángel las tuvo al
principio, dando unas volteretas de circo, hasta que,
guiado con sabiduría, pudo encontrar, de un modo
certero, a Mari Cruz. Exactamente lo mismo que le
pasó a Mari Cruz, cuando se encontró con Ángel. Y
allí, en ese amor precioso, descansaron mutuamente,
fundaron su familia y continuaron su crecimiento en
un encuentro cotidiano con el Dios de la misericor-
dia infinita. Entrar en la casa de Mari Cruz y Ángel,
de Enrique e Isabel, sus hijos, es entrar en un reman-
so de paz y de equilibrio. Con las dificultades propias
de un matrimonio de nuestros días, de la casa de unos
profesores jóvenes, se percibe allí un toque que sabe
a Dios, a hondura, a oración, que sabe a sensibilidad
por el hombre y por cada uno de sus problemas. La
pareja se muestra sensible, especialmente, ante los
problemas de la educación y la formación de las
generaciones jóvenes, a las que tienen dedicada ente-
ramente su vida. Junto con los religiosos que susten-
tan los colegios en los que trabajan, mantienen viva la
fe en las posibilidades de un sistema educativo que
eduque en valores, que tenga en cuenta las necesida-
des de cada muchacho, que aprecie la realidad de su
vida, que trabaje la amistad y la cercanía en el proce-
so educativo, que mantenga vivo el amor a la justicia
y la llama de la simplicidad de la fe de modo vital y
entusiasta. Son muchos los días en los que Ángel se
pierde por los montes para tratar a solas, o con algu-
na persona que le acompañe, con el Señor. La opción
por el mundo rural, en el que viven, tanto en el nivel
profesional, como en el familiar o el cultural o el reli-
gioso, les da un énfasis especial en el cuidado y amor
por la naturaleza y la tierra, y en la naturalidad y sim-

124
plicidad de sus relaciones humanas. Los cuatro se
escapan de vez en cuando a algún monasterio para
hacer visible el amor a Dios y a su búsqueda. Los
hijos, sin sentirse agobiados, y en la medida en la que
su desarrollo se lo permite, participan en las búsque-
das y en las aproximaciones de sus padres al Evange-
lio de Jesús. La experiencia de los dos educadores sale
a flote cuando están con los jóvenes en el colegio y
cuando están con los hijos en la casa, en la familia.
En plena juventud, cuando aún no habían nacido
ni Enrique ni Isabel, Ángel y Mari Cruz marchaban
cada año a Guinea Ecuatorial para participar durante
el verano en la vida de los pueblos pobres de África,
de un África que se muere y que entre todos mata-
mos. Esa experiencia les fundamentó dentro del alma
una solidaridad universal que ya nunca se marchará
de su ser. Su hogar es expresión de esa solidaridad
que cuelga de las paredes y que se materializa en
innumerables gestos con África, ahora que ya no pue-
den ir. Las experiencias valientes de cooperación y de
voluntariado en la juventud les abrieron de par en par
a la comprensión del mundo, y experimentaron la
integración de las personas que viven un mundo en
permanente interrelación: cada acontecimiento vivi-
do, cada decisión tomada, cada gesto realizado, en
cualquier rincón del planeta, está influyendo en el res-
to del mundo. El hecho de participar desde niños en
colegios y comunidades creyentes, con conciencia
misionera, les abrieron el camino para unir sus vidas
a la de los pueblos africanos. Desde entonces saben
que el mundo es su hogar, que todos los hombres son
sus hermanos y que los pobres han de tener la opor-
tunidad de desarrollarse. En África aprendieron el

125
gusto diario de vivir con el mínimo de lo mínimo. Lo
aprendido en esos años de vida misionera no deja de
estar presente en la vida escolar y entre los números
y dígitos matemáticos. Ángel es un tipo divertido
donde los haya. Sabe que el buen humor ha de acom-
pañar al creyente también en los momentos comple-
jos de la vida, por lo que no le falta el chiste diverti-
do, la historieta o la anécdota que hace atractiva la
conversación en cada momento. Y para que el her-
mano que llega a su vida se sienta acogido y acom-
pañado, ofrece su sonrisa como un adelanto. Nadie se
siente extraño en su presencia. Evita el juicio en los
momentos oportunos, cuando lo fácil sería sacar el
cuchillo. Calla y mira las pequeñas historias de modo
pacífico y sereno, sabiendo esperar, aunque todo esté
trastocado. La espera silenciosa, alejada de pensa-
mientos negativos, acaba dando buenos resultados
para el crecimiento espiritual y para el camino de la
simplicidad en la persona. Buscador infatigable de la
hondura, no se cansa ni se da por vencido, a pesar de
las dificultades y de la superficialidad del ambiente.
Su simplicidad y sentido de Dios le impiden manipu-
lar la existencia de los otros. Deja que todo sea y flu-
ya con naturalidad, hasta dónde y cómo Dios quiera.

126
viii
LA SIMPLICIDAD NACE EN
EL “NO PENSAMIENTO”

La humanidad desea la simplicidad de una vida


nueva; y este deseo lo puede albergar y retener en su
corazón de manera permanente. Pero hacer posible y
visible el nuevo modo de ser por el que apuesta la
simplicidad, supone arriesgar las efímeras seguridades
y cambiar el rumbo y la dirección de la mente del
mundo occidental. Necesita el hombre ponerse en
marcha para conseguirlo. Sólo lo hará mediante un
trabajo diario y disciplinado. Tiene que aprender la
práctica de un nuevo modo de pensar y de usar su
mente. Ha de abandonar las buenas palabras y las
utopías, y aprender, de un modo práctico, en la con-
ciencia y en la vida, con nuevos hábitos mentales, el
camino de la simplicidad. Se ha de usar el método
humilde y paciente de la práctica del ‘no-pensamiento’,
que nos recuerda la práctica, el pasado siglo, de la ‘no-
violencia’. El ‘no-pensamiento’ es una actividad, no-
actividad, que pretende invertir el rumbo de la men-
te y convertirla en colaboradora del nuevo modo de
ser propio del reino enseñado por Jesús a sus discí-
pulos en Galilea, el reino del amor, la paz y la felici-
dad. El ‘no–pensamiento’, entrando en el secreto de la
mente, pretende ponerla en el disparadero de trans-

127
formarse por dentro, al modo de un virus informáti-
co, de carácter positivo, que se adentrara en el ser y
el meollo de los pensamientos negativos con el fin de
neutralizarlos y desmantelarlos en su inicio, en su for-
mación, y, en último extremo, en sus ramificaciones
de poder y dominio. El‘no-pensamiento’ pretende con-
vencer a la mente, que en principio no es ni positiva
ni negativa, de la gravedad de su colaboración obse-
siva con la negatividad, dado que el ser humano está
atascado y enfrentado con ese poder negativo que,
adherido a su mente, se le ha confundido con sus
pensamientos y sus ideas, y entremezclado con sus
sentimientos y sus emociones. Un poder negativo
que se puede neutralizar positivamente con el ‘no-
pensamiento’, dando un respiro sano y diario a la men-
te, y por lo tanto, al hombre mismo; pero, sin perder
de vista que es éste un poder negativo con el que el
ser humano ha de convivir hasta el final de sus días,
según afirma el mismo Jesús: es necesario que el trigo
y la cizaña “crezcan juntos hasta la siega” 1. Aceptar
esta paradoja, y no dejar de trabajar, a su vez, por el
bien del reino, es la esencia de la vida de la fe.

“Cada vez estoy más convencida, escribe la


hermana Paula2, de que los antagonismos no exis-

1. Mt 13, 30.
2. Paula Téllez, Pascua: el encuentro con el Simple, Rev. interna del
monacato: ‘La Voz callada’, 15 de febrero de 2002. Monaste-
rio de A Armenteira, Pontevedra. Por cierto, que quien quiera
conocer a fondo lo que es la vida en simplicidad, puede acer-
carse a conocer, y vivir unos días junto a ellas, a estas herma-
nas cistercienses: Carmen, Alicia, Ángeles, Carmina, Lourdes,
Ana, Paula, Mari Carmen y Chus. En ese lugar, los gestos
sencillos de su acogida, la dulzura de su canto, la hondura

128
ten, la paradoja, sí. Las cosas, las personas, los
acontecimientos y conceptos se integran, no se
excluyen ni contradicen. O si en un principio se da
una contradicción, es para desembocar en una sín-
tesis o punto de convergencia final.
Parejas tan famosas como luz-oscuridad, sí-no,
muerte-vida, divino-humano..., no pueden subsis-
tir el uno sin el otro, tienen sentido si viven juntos.
¿Por qué pensar que el día es lo contrario de la
noche y no su prolongación?
... Lo que nos hace sufrir es más la representa-
ción que nos hacemos de la realidad, que la reali-
dad misma, ya que ésta la vamos acogiendo tal y
como se nos presenta. Si rompemos esas ‘represen-
taciones’, liberaremos dentro de nosotros ‘la vida
real con todas sus fuerzas’. Esas rupturas con todo
lo ‘no positivo’, suponen un itinerario de simplici-
dad, que nos conduce al encuentro con el Simple.
Lo ‘no positivo’ está dentro de mí y constituye un
fantástico motor de arranque para avanzar en el
camino de la integración”.

simple de su oración, o los detalles más elementales en el ves-


tir, en el comer o en la vida cotidiana, junto al marco que los
rodea: el románico de su iglesia, el barroco de su claustro, el
rosetón sin igual, los castaños milenarios, las cepas repletas de
uva, los manzanos pintones, los limoneros pletóricos de
color, la luminosa buganvilla, el laurel festivo, los tozudos
robles y los eucaliptos invasores, seductores y despeinados
por el viento, todo, con su sonrisa sonora en los labios y su
palabra justa y cálida, resulta un canto a la simplicidad y a la
felicidad, una visión concreta de una vida alternativa y real. Si
hubiera que buscar un lugar en el mundo geográfico, sin
duda, ‘O Mosteiro da Armenteira’ sería uno de ellos.

129
Estas palabras sabias de la joven monja, que vive
desde el silencio monástico lo que aquí se está traba-
jando, iluminan grandemente a la hora de plantear la
aceptación de la paradoja entre lo negativo y lo posi-
tivo, o entre lo positivo y lo ‘no positivo’, que diría ella.
Jesús dice que ambos extremos de la paradoja de la
vida han de vivir juntos hasta el último día, por lo que
tiene razón Paula, al lanzar su reto de integración de
la paradoja, de las parejas de aparentes opuestos que
han de vivir juntas. En este sentido, se puede decir
que la negatividad que está adherida a la mente, que
es una parte de la paradoja, puede y debe ser un
auténtico motor de arranque para avanzar en el cami-
no de la integración y de la identidad de la persona
en el ser de Dios.
Ahora bien, ¿cómo se puede conocer lo que pasa
en la mente? ¿Cómo se puede utilizar la mente a favor
de la felicidad, sin dejarse engullir por lo ‘no positivo’,
por la negatividad, por la cizaña, que está arraigada
en ella? Aquí está el meollo de la cuestión.
La experiencia habitual, como se va viendo y se
repetirá hasta que el corazón se dé por enterado y se
ponga en marcha, dice que el hombre, con el tiempo,
entre las ilusiones, los sueños y las grandezas de su
ego, acaba teniendo la vida sometida al arbitrio de
una mente educada negativa e injustamente, en la que
trama y urde todo en favor de su egoísmo y de sus
privilegios. Y el hombre, así, se convierte en cómpli-
ce secreto del mal. Los ingenuos piensan, con esa
mente cómplice del mal y embaucada por él, que en
la mente existen momentos de pretendida bondad, y
que el cambio de vida será posible y vendrá por sí
sólo. Pero no es así. Al final, si no se trabaja con fir-

130
meza desde la otra parte de la paradoja, y esto se
constata amargamente cada día, se acaba imponien-
do siempre la negatividad de una mente orgullosa y
dominadora. Luego, hay que trazar y desarrollar un
camino de provocación. Y para eso está el ‘no-pensa-
miento’. Ahora bien, ¿qué se entiende por‘no-pensa-
miento’? Algo tan simple como esto: No pensar. Parar
el pensamiento. Tomar conciencia del paro de la activi-
dad mental. Si la esclavitud y la tristeza vienen de un
pensamiento y una mente manipulados por el can-
sancio de la negatividad, la libertad y la alegría ven-
drán, por pura lógica, de un ‘no-pensamiento’ capaz de
reconducir de nuevo a la mente y al pensamiento
hacia su íntima y auténtica liberación. Pero, ¿cómo se
le puede liberar de su esclavitud negativa al pensa-
miento, a la mente? ¿Cómo se puede ayudar al naci-
miento de un hombre libre desde dentro de la propia
negatividad de la mente?
Se conocen los frutos amargos del pensamiento
manejado por la negatividad. Pero, ¿cuáles son los
frutos del uso continuado del ‘no-pensamiento’? Son
pocos los que han traspasado la frontera del “no-pen-
samiento” para poder explicarlo. Las explicaciones
más verosímiles las podemos entresacar de un con-
cepto o una expresión de Jesús, al hablar con sus dis-
cípulos en las mieles afectivas de sus paseos por
Galilea: “la puerta estrecha” 3; la puerta que conduce a
la vida; la contrapuesta a la puerta ancha y espaciosa
que conduce a la perdición. Muchos son los que entran
por ésta y pocos, en cambio, los que entran por la puerta
estrecha. La vida de Cristo, su camino en la pasión, su

3. Lc 13, 24.

131
muerte silenciosa en la cruz, alejado de los pensa-
mientos negativos, liberado siempre de la actividad
enfermiza y pecadora de una mente negativa y depri-
mente, es la mejor guía para entender su propuesta de
entrar por la puerta estrecha. Bien, el no-pensamiento,
el hábito creado de la ausencia temporal de pensa-
mientos negativos, supone, en el inicio de esta prácti-
ca del no-pensar, una verdadera ascesis, una auténtica
revolución y un angosto estrechamiento para una
mente acostumbrada a la anchura de la negatividad.
¿Qué sucede entonces cuando el hombre tiene la
valentía de adentrarse por la puerta estrecha del hábi-
to del ‘no-pensamiento’? Desde el punto de vista posi-
tivo, se puede dar fe de lo que sucede cuando se
detiene por un momento la maquina del pensamien-
to. Esa es una experiencia que puede resultar algo
más común, y cuando se contrasta, se experimenta
que se anda más ligero de peso y que se obtiene una
nueva alegría en el corazón, lo que se trasluce con
una sonrisa esbozada en el rostro. Y, eso, sólo con el
mero hecho de intentar parar el hervidero de los pen-
samientos negativos. Se conocen técnicas suficientes
para intentar este tímido paso, que se encuentra en
los libros de autoayuda o en los manuales de espiri-
tualidad oriental. Si conseguimos crear en la mente el
hábito del no-pensamiento trastocaremos a nuestro ser
por dentro. Un ejemplo se nos ofrece en la vida de
san Francisco: “El testamento de san Francisco comien-
za así: ‘El Señor me dio de esta manera a mí, el herma-
no Francisco, el comenzar a hacer penitencia; en efecto,
como estaba en pecado, me parecía muy amargo ver
leprosos (mente negativa). Y el Señor mismo me condu-
jo en medio de ellos, y practiqué con ellos la misericordia

132
(el ‘no-pensamiento’). Y, al separarme de ellos, aquello
que me parecía amargo (negatividad) se me tornó en
dulzura de alma y cuerpo; y, después de esto, permane-
cí un poco tiempo y salí del siglo (el cambio de vida)” 4.
Tras la puerta que se abre con el ‘no-pensamiento’, está
la vida nueva, eso ‘maravilloso’ que se ve y se gusta en
momentos de luz. Pero, también, y no hay más que
recordar la vida de Francisco, no podemos olvidar
que, tras el “no-pensamiento”, está la cruz. Vivir para
que los demás vivan, supone austeridad, radicalidad y
entrega servicial. Por todo ello, esta puerta estrecha es
considerada como muy estrecha, demasiado estrecha,
por la mente negativa que se revuelve contra ella.
Los maestros del espíritu hablan de una ascesis
necesaria para poder avanzar en el camino de la sim-
plicidad. Tres principales ejercicios individuales, ascé-
ticos, recomiendan los maestros para entreabrir el
hábito del ‘no-pensamiento’, de la puerta estrecha, que
conduce a la vida:

Primero. Cada hombre ha de desarrollar su inte-


rioridad, al modo como la ostra desarrolla una perla
dentro de sí. “El reino de Dios está dentro de (ti) voso-
tros” 5. Esa interioridad, o perla luminosa, se desarro-
lla como un lugar, una especie de órgano central espi-
ritual, un punto de luz que congrega y unifica, que da
identidad. En él se puede vivir y estar. Y, desde él, se
puede decidir y actuar. En esa perla se accede al Ser,
se entabla la más pura relación con Dios. La ascesis,
en este primer ejercicio, pretende crear espiritual-

4. Octavio J. Cortés Oliveras, El juglar de Dios, San Pablo, Ma-


drid 2001, p. 94.
5. Lc 17, 21.

133
mente ese lugar en el corazón, a base de trabajar una
conciencia limpia, que guste del bien y de Dios. Esa
conciencia se adquiere a base de pensamientos posi-
tivos que amanecen en la mente tras la praxis cons-
tante del no-pensamiento. Lo cual es una puerta estre-
cha, pues la mente negativa no quiere vida interior y
desprecia la perla. Es su enemiga.
Es inevitable hacer memoria de la parábola del
águila convertida en gallina. Normalmente el ser hu-
mano y su mente negativa se ocupan de comer, entre-
tenerse, competir, pelearse, y remover en lo negativo.
Esa es su ‘felicidad’. Acepta su impotencia para desa-
rrollar la espiritualidad, su perla desconocida, y renun-
cia, por desconocimiento, a volar alto como las águi-
las. La historia, trasmitida por Tony de Mello, se resu-
me en una línea: “a un águila le cortaron las alas, la
echaron con las gallinas al corral y le hicieron creer que
era una gallina”. La comparación con la historia del
hombre en occidente es grande: cortadas las alas del
espíritu, el hombre ha sido encerrado en una jaula de
oro, de dólares y basuras refinadas y transformadas
artificialmente en objetos deslumbrantes que acaban
en despojos. El hombre postmoderno ha sido ence-
rrado entre sus peores barrotes, en sus peores límites:
los de su propia mente y los de sus pensamientos ne-
gativos. Ahí, en esa cárcel, el hombre y la mujer se
encuentran tristes, sin conocimiento ni de su verda-
dero ser ni de sus posibilidades, controlados, organi-
zados y manipulados por el poder de los medios de
comunicación, y por la política y la economía de un
sistema corrupto y corruptor. Se ha eliminado de ellos
el deseo de volar, es decir, de crear una vida interior,
de hacer posible el nacimiento de su perla, y de abrir

134
un lugar en su ser para el amor de Dios. Se les ha
negado el VIENTO, la auténtica libertad. El ser huma-
no, así, vive con su conciencia adormecida. Siendo un
águila, y pudiendo volar hasta las cumbres más eleva-
das e imaginables, se comporta como una ‘gallina’.
Ese parece ser su destino, el que otros han decidido
para él. Y sabe que para comer y vivir tranquilo, ha de
limitarse a dar su producto, sus huevos, su carne y su
energía. Esa es la directriz marcada por sus amos.
Como le permiten conservar algunos de sus sueños,
los que sirven para continuar el engaño y la promesa
de paraísos artificiales, fuera de él, acaban explotando
turbiamente sus fuerzas, desgastándole, enfermándole,
masacrándole o esclavizándole del todo. Se le roba
toda su identidad, sin que se entere: la energía positi-
va, el ánimo, la fuerza de su voluntad, la creatividad y,
por supuesto, llegando como ladrones en la noche, la
semilla de la fe. La disidencia permitida está enmar-
cada en el individualismo: se permite, sin despertar la
conciencia dormida, la crítica amarga, estéril y sin
futuro, la de puro desgaste de la persona; así mismo se
permite en enfrentamiento violento con los semejan-
tes, siempre que no perjudique al sistema, siempre que
sea una violencia estéril y que empuje a caminos de
muerte para los pequeños o los que no cuentan; tam-
bién se permite la creación de pequeñas mafias de
autoayuda sin excesivo poder. Es bueno pelearse para
conseguir unos euros más que el vecino y así tener un
coche mejor o un mayor consumo de basura manu-
facturada que se pudrirá con él, pero que le hará más
orgulloso, ambicioso y desmedido.
Este camino gallináceo, el permitido, lleva al ser
humano al borde del caos. La mente, así, se hace

135
cada día más suya y violenta, más desconfiada y soli-
taria, más retorcida y buscadora del propio placer.
Piensa y piensa hasta el frenesí, hasta volverse loca,
hasta el desequilibrio, rozando el absurdo, la depre-
sión o la esquizofrenia. Piensa y piensa enroscándose
en sí misma, o complicándose en caminos negativos,
compulsivos y malévolos. O se vuelve objetiva, fría,
distante, con una lógica mortal, con dogmas intoca-
bles, prejuicios insalvables y manías elevadas a la
potencia de ‘divinas’. Y así, el hombre se aleja de la
sana realidad: de la humanidad, a la que manipula por
miedo; de la tierra, a la que depaupera y contamina
más y más; de los seres vivos, a los que trata sin pie-
dad o elimina con una rapidez que asusta; de sus
semejantes, a los que no ama y odia, con los que
compite o ataca violentamente o a los que tolera
mientras le son útiles. Se ve envuelto en el mar oscu-
ro de la desconfianza.
La llave para romper esta negatividad está en el
gusto y la creación de la vida interior. Esta es la pri-
mera parte de la ascesis: hacer posible, rompiendo el
pensamiento negativo con el no-pensamiento, un lugar
íntimo, una perla, desde el que comenzar a recupe-
rarse como ser humano y empezar a vivir de un
modo nuevo.
Segundo. Plantean los maestros del espíritu un
segundo momento de ascesis: una vez creada la vida
interior, el lugar de Dios en el hombre, la perla, es
necesario trabajar, también con la ayuda del no-pen-
samiento, por la purificación de la mente y del incons-
ciente poderoso que maneja a la persona. San Pablo,
desde una rica vida interior, situado en el reino que
está dentro de él, habla de dar a luz un hombre nue-

136
vo. Y aconseja que muera el hombre viejo, para que
nazca el hombre nuevo6. Jesús hablaba con Nicode-
mo7 sobre la necesidad de ser como niños, de volver
a nacer, para entrar en el reino. Esta transformación
va unida a un proceso de conversión, de desierto, de
soledad y de purificación de la mente.
Hablar de purificación de la mente es hablar de la
psicología profunda: “Es necesaria una constante
inmersión en los contenidos psíquicos. La mente debe
purificarse para que el verdadero ‘Yo’ pueda ser experi-
mentado” 8. Y para este viaje será necesario algún guía
experimentado que acompañe. El proceso de conver-
sión y purificación dura tiempo o la vida entera. Y
cada uno tendrá como tarea primordial la de buscar
el guía más positivo para su proceso. Pablo expresa el
inicio de su purificación, simbólicamente, dejando
caer de sus ojos unas escamas9 que manifiestan la
nueva visión que adquiere su ser purificado. El cate-
cumenado cristiano, que antecede al rito bautismal,
contempla este trabajo de purificación interior. La
muerte del hombre viejo, del yo, una vez purificado,
se hará realidad plena cuando Dios lo quiera. No hay
que preocuparse. Pero es necesario el trabajo de puri-
ficación por el no-pensamiento, para entrar en el ban-
quete del reino. El evangelio advierte sobre el que
entra en el banquete sin el traje de lo nuevo10, de la
purificación. El que conoce al hombre por dentro,

6. Cf. Ef 4, 22-24.
7. Jn 3, 1-21.
8. Esperanza Borús, La posada de los peregrinos, Desclée De
Brouwer, Bilbao 2002, p. 46.
9. Hch 9, 18.
10. Mt 22, 11-14.

137
conoce el poder de la mente para manipularlo. Es
tarea ardua, la de la purificación, la de entrar en la psi-
cología profunda, en los entresijos de la mente, don-
de, según Jesús11 explicaba con pasión a sus discípulos
en Galilea, se libran todas las batallas, se cuecen todas
las historias y de donde sale todo lo que hace mal al
hombre, llevándole a la perdición. En la tarea de puri-
ficar la mente negativa se provoca una gran batalla
interior que ha de dar muerte al ego y vida al niño de
la simplicidad y de la paz. Pablo se queja de una espi-
na de la que no podía librarse. Pidió verse libre de ella
y el Señor le dijo: ‘te basta con mi gracia’ 12.
La purificación es un proceso de no-pensamiento,
positivo y lento13, pero gozoso, que ayuda a funda-
mentar la nueva personalidad. La espina, la mente
negativa, no desaparecerá del todo. Es la pieza de
toque de la humanidad. Con la ayuda de la gracia,
que se nos regala como no-pensamiento, se puede
aspirar a una purificación sana y profunda de la men-
te, y a traspasar la puerta estrecha. Un trabajo cons-
tante de fidelidad le ayudará al hombre a mantener la
fe y la confianza en Dios por encima de los ataques
diarios y descarados de la mente negativa. La ora-
ción, la contemplación y el servicio a los pequeños, a
los enfermos y a los pecadores, como hizo el Señor

11. Cf. Mt 15, 10-20.


12. Cf. 2 Co 12, 7-10.
13. “El secreto está en ir anunciando otra posibilidad mejor, sin tratar
de precipitarla antes de tiempo: que fundamentar el yo en el amor
de Dios es mucho más liberador que fundamentarlo en la gloria o
en la miseria de ese yo”. José Antonio García, Hombres y mujeres
de dos tiempos. Puntos sensibles del acompañamiento espiritual, Sal
Terrae, septiembre 1997, Tomo 85/8, n. 1004, p. 631.

138
en Galilea, ayudarán al trabajo de purificación de la
mente y del corazón, hasta la aparición del hombre
nuevo: confiado, sonriente, distendido, alegre, purifi-
cado e inocente. Un niño nuevo, nacido en el reino,
que sepa pelear cada día su paradoja, pues nunca le
abandonará la negatividad.
En la ascesis de purificación, la mente ha de ceder
espacios al ‘no-pensamiento’ que se vive como amor,
ejercitando, en el silencio del corazón, la contempla-
ción silenciosa y la respiración. Cada hombre precisa
descubrir sus técnicas para realizar este proceso de
‘no-pensamiento’ purificador. Prestará atención, en
cualquier caso, a su psicología profunda: sus meca-
nismos de defensa, sus miedos, ansiedades, enferme-
dades, a su sufrimiento, a sus sueños, pensamientos,
estados de ánimo, a sus lecturas, encuentros... La
mejor manera de purificar el pensamiento es renun-
ciando al pensamiento. Del mismo modo que la
mejor manera de adquirir la verdadera libertad es
entregando la propia libertad, o que la mejor manera
de tener vida en plenitud es entregando la vida, como
dice Jesús. El no-pensamiento es renuncia voluntaria y
libre al pensamiento. Y se purifica la mente, abando-
nando los pensamientos y viviendo la conciencia del
presente, de la claridad mental, que es el tiempo de
Dios. En este proceso cotidiano de purificación está
el sentido del crecimiento de la fe. El secreto de la
purificación es una vida de amor.
Tercero. El tercer momento que plantean los maes-
tros del espíritu es una nueva ascesis, desde el no-pen-
samiento, que conduzca a la integración del hombre
nuevo, purificado, en el ser que se es, en la verdad
última, en el cuerpo definitivo, en Cristo. ¿Qué quie-

139
re decir esto? Felices los transformados en el proceso
de purificación, mediante el sufrimiento y las lágri-
mas, el hambre y el trabajo liberador. Felices los que
han dedicado la vida a la pacificación de su mente.
¡Felices ellos! Quedarán nuevos e integrados en una
realidad que es y ha existido siempre por encima de
ellos. Son las vírgenes prudentes14 que entran, por
estar preparadas, en el banquete. Son los criados vigi-
lantes15 que aguardan a que su Señor venga y llame a
la puerta, para abrir inmediatamente. Son los que se
han mantenido fieles en la fase de la purificación, con
aceite en sus lámparas y despiertos. ¡Felices ellos! En
el ejercicio de amor y misericordia que es la contem-
plación, por pura gracia, se produce el encuentro que
libera, desata cadenas, desenreda lo enrevesado,
devuelve la claridad y la luz, y regala el lugar busca-
do y la simplicidad ansiada; y todo esto se hace, mis-
teriosamente, sin esfuerzo alguno, como don que es,
como el oculto misterio que siempre fue y que nunca
debió abandonar al hombre. Cuando llega esta gracia
se sabe que ya nunca abandonará, y que nunca aca-
bará la vida en un fracaso. “En Jesucristo se ha revela-
do que la historia del mundo en su totalidad no puede
fracasar, aunque el destino concreto de cada persona y el
futuro absoluto sea el misterio permanente de Dios” 16.
Esta gracia es el destino y la meta, el lugar de llegada,
la casa, el hogar definitivo. Es el cuerpo que se es, el
cuerpo místico, el verdadero cuerpo de Cristo del que
todos forman parte. Y desde él, cada día, volver a

14. Cf. Mt 25, 1-13.


15. Cf. Lc 12, 35-40.
16. Salvador Pié-Ninot, La teología fundamental, Secretariado
Trinitario, Salamanca 2001, p. 466.

140
empezar. Pues ésta, a su vez, es una tarea cotidiana,
que no se puede abandonar. Estamos en el ‘ya, pero
todavía no’.
Parece un rompecabezas, ¿verdad? Pues, sí, es
como un rompecabezas que, de pronto, se arma, se
ordena y se completa por sí solo. Es como un labe-
rinto que descubre todo su recorrido como una sali-
da reconfortante. Es como la vuelta al ser, la vuelta
definitiva al origen, al lugar de la naturalidad, al lugar
ideal de descanso, al Ser que da el ser y hace ser y
pacifica en su ser. La integración. Al final no existirá el
pensamiento y la mente habrá sido reducida a ceni-
zas. Sólo existirá, y será, integrado todo lo bueno, ese
lugar que ya es, la perla que la purificación ayuda a
encontrar. Sólo queda esperar y confiar, aguzar la
mirada y contemplar, agilizar la voluntad y servir. “No
juzguéis para no ser juzgados, no condenéis para no ser
condenados”; “dad y se os dará” 17, dice el Señor.

17. Lc 6, 37. 38.

141
1x
UN EJEMPLO DE
“NO-PENSAMIENTO”

Los hombres y mujeres de fe han de dar infinitas


gracias a Dios por el don que supone, para la veraci-
dad de la misma, el hecho de que la cultura de hoy,
al poner todo a prueba y cuestionarlo con crudeza
desde el vacío, cuestione también lo que se vive o
dice vivir desde la fe religiosa y desde la fe cristiana.
Esto obliga, a los verdaderos creyentes, hombres y
mujeres de Dios, a una pureza, a una veracidad vital
y a un testimonio humilde cada día mayor. Con esta
lija áspera se ofrece, a la larga, una especie de garan-
tía de fiabilidad y concordancia vitales con el hombre
actual, lo cual no es de desdeñar. Si la fe no es autén-
tica, será triturada por dentro. Si la fe es verdadera,
saldrá fortalecida al ser sometida a tales pruebas.
Ahora se plantea un sencillo ejemplo, tomado de
una vida cualquiera, con el fin de ilustrar, a modo de
una bocanada de aire fresco, el significado específico
del ‘no-pensamiento’ y su relación, en la vida cotidiana,
dentro de una persona que está inmersa en esta cul-
tura, entre la fe que lucha por una vida nueva y la
negatividad que se apodera de la mente:
Aquel día, Joana se encontraba contrariada, perdi-
da, agotada y a punto de tirar la toalla. Sin preten-

143
derlo estaba en las manos de eso que se ha descrito
en el capítulo anterior como ‘la negatividad de la
mente y de los propios pensamientos’, pero ella no era
consciente de semejante desventura. Simplemente se
sentía mal y, a pesar de sus muchas lecturas y del
recorrido amplio de su camino espiritual, en aquellos
días veraniegos, de calor sofocante, de cielos castella-
nos plomíferos, de un azul frenético, se encontraba
bloqueada, como paralizada y sin saber qué le pasa-
ba. Por otra parte, ella sabía que esta sensación, este
modo de estar en el mundo, era bastante común para
la mayoría de sus conciudadanos, pues todos forma-
ban parte de la misma paradoja humana.
Joana era una mujer joven y servicial, dedicada a la
recuperación del folklore tradicional de los pueblos,
llena de jovialidad, y también poseída de un gran sen-
tido común, que necesitaba especialmente para el
contacto diario con las personas mayores, con las que
trabajaba más frecuentemente. Viajaba mucho por
España y por otros países. Acababa de llegar de un
viaje por Israel, donde habían rastreado en las tradi-
ciones sefarditas. Pertenecía a un equipo de tres inves-
tigadores. Tenían varios libros publicados, cintas y
algún CD. Joana se había casado hacía dos años con
Juan, uno de sus compañeros, y estaba embarazada de
tres meses, esperando asombrada la llegada de su hijo.
Pero, llevaba unos días especialmente negativa, pica-
josa, egoísta, centrada en sus disquisiciones, presa de
algunos miedos y pensamientos obsesivos, que, pro-
bablemente, con motivo del embarazo, se le habían
disparado. Se le había colado de rondón en el alma,
en su mente, en plan ‘enemigo’, al no poder estar sufi-
cientemente atenta a su proceso interior, como suele

144
ser habitual en la cultura postmoderna, el mundo de
la negatividad individualista e insolidaria. Sabía, pues,
que no se encontraba bien pero, con tanto cambio y
movimiento en su vida, no tenía ninguna fuerza ni
casi tiempo para intentar siquiera saber qué era lo que
le pasaba. Continuaba andando a trompicones por y
con su vida, con su ego, pretendiendo dirigirse y ma-
nejarse lo mejor que podía. Intentaba no desanimarse,
a pesar de sentirse atacada y frenética. La que estaba
viviendo era una de esas ocasiones en las que, al no
saber bien lo que le pasaba, se encontraba desazona-
da y perdida, pero ni quería definir lo qué le sucedía
ni tenía la más mínima pretensión de intentarlo. En
realidad no era algo diferente de lo que le pasaba a
casi todas las personas que la circundaban cada día.
También hay que resaltar que cuando Joana se
encontraba así, negativa y torcida, algo le decía, en su
escasa conciencia, allá, como bastante lejos y expre-
sado con poca fuerza, en una especie de eco lejanísi-
mo, que tenía la responsabilidad de buscar y encon-
trar el motivo de su actual estado; pero no encontra-
ba, entre sus pensamientos inermes y negativos, ni el
motivo para intentarlo ni el punto de encuentro nece-
sario, con el poder de su voluntad, para movilizarse.
Todo se le tornaba confuso y complejo, y la simplici-
dad, que era uno de los constitutivos más evidentes
de su vida en los momentos de fe, parecía haber hui-
do de ella por completo. Las complicaciones, ahora
que necesitaba paz para dar vida a su hijo, crecían y
se desarrollaban a la orden del día. Hasta el punto de
abandonarse a sí misma en la creencia, falsa y cómo-
da, de que algo tenía que suceder para que el rumbo
a la deriva de su vida pudiera cambiar.

145
Aquél verano estaba siendo duro. Una tarde, des-
pués de dormir una siesta intranquila y perezosa,
cuando Juan se hubo marchado a trabajar a la ciudad,
de pronto, sin saber de nuevo por qué, se sintió atra-
ída y como movida a caminar por el campo, a reali-
zar una marcha solitaria a través del silencio de la
naturaleza, buscando también la soledad para su co-
razón. Se le ofrecía como apetecible, un paseo ves-
pertino, una tarde de contemplación, de respiración y
de horas de no-pensamiento. Era una mujer de una
espiritualidad marcada, amante de las tradiciones,
pero sobre todo amante del proceso espiritual de su
interior, al que dedicaba, en épocas normales, no co-
mo la actual, mucho tiempo. Nada le atraía tanto
como el camino espiritual. Pero, ¿qué había sucedido
aquella tarde para que, tras largos días de inmovilidad
espiritual, de repente, como en un frenesí, le saltase
de nuevo, con el sofocante calor, el deseo de la con-
templación? ¿Qué había pasado aquél día distinto a lo
que estaba pasando los otros días? Quizá esto sea lo
más importante, en lo que realmente conviene fijarse.
El Espíritu, en aquella siesta intranquila y pesada, en
la oscuridad y el silencio, la impulsó a la súplica, a la
oración que pide e intercede Y se le ofreció la sabi-
duría vital de que la responsabilidad del estado caóti-
co en el que se encontraba, eran fruto maduro de la
entrada en acción de la mente negativa que mantenía
siempre latente su ego. Algo natural y constitutivo en
la vida del ser humano, pues no es posible la vida en
el planeta sin la aportación de la negatividad. Los
opuestos son la esencia de la vida y en el juego de los
mismos se da la posibilidad del crecimiento y de la
verdadera libertad. Se había dejado atrapar, en esos

146
días, por falta de atención, por pensamientos intimis-
tas y pesimistas, miedosos y culpabilizadores; éstos,
por otra parte, eran el fruto normal de ese estado de
vida lleno de prisas, superfluo, o vana y pretenciosa-
mente profundo, que acaba siendo desazonado y de-
sazonador, descorazonado y descorazonador, pero
en el que ella se había visto envuelta. No era nada
raro o extraño. Les pasaba a todos, con mayor o me-
nor intensidad. Para ello, sólo era necesario dejar que
la cultura ambiental entrara en el alma, sin poner nin-
guna protección, y el resultado era ése.
Ante la sincera súplica de su alma, aquella tarde, su
mente recibió un toque de atención, como un pro-
tector: “Abandona los pensamientos negativos”. “Deja de
pensar, aunque suponga un esfuerzo añadido”. “Parali-
za un tanto tu actividad mental”. “Recuerda: ‘los pen-
samientos del hombre son insustanciales’ 1”. Y, obedien-
te en esa ocasión, se puso en pie, se duchó, se colocó
ropa deportiva, se calzó las zapatillas de marcha, co-
gió su cantimplora y su cachaba, y se puso a caminar,
saliendo del pueblo donde vivía, a las afueras de la
gran ciudad, por caminos rurales y por los montes. Al
comienzo del paseo, la mente, negativa, iba remolo-
na y pesada, intranquila y sofocada, con pocos dese-
os de colaborar con aquel impulso loco y amenaza-
dor para su posición actual de dominio absoluto, y
que no acababa de saber de dónde le venía en aque-
lla ocasión. La tarde era muy calurosa, pero algo pro-
fundo movía a Joana a caminar sin desfallecer. El
agua de su cantimplora aliviaba el sofoco. La pelea
mental se fue haciendo cada vez mayor. Y la tarde

1. Sal 94, 11.

147
comenzó a decaer en su fuerza solar. Al cabo de un
par de horas, la parálisis mental impuesta por la nega-
tividad, pareció comenzar a remitir, y una leve sonri-
sa, casi desconocida por aquellos días, volvió a apare-
cer en su rostro. ¿Estaría ganando terreno de nuevo la
simplicidad en lo profundo de su corazón? ‘¡Qué bue-
no sería!’, se dijo, respirando ahora con sentido más
rítmico y profundo.
En un momento preciso se sintió un poco cansa-
da. Aflojó la marcha y buscó un lugar apropiado para
sentarse, y, si Dios lo quería, para contemplar.
Además, ahora ya no iba sola, la acompañaba la con-
ciencia y el pataleo del hijo de sus entrañas, por lo
que la motivación para reencontrar, también por él, el
camino de la simplicidad en la mente, creció en ella.
‘La transmisión de lo esencial y positivo de la vida ha
de comenzar para mi hijo ya, en estos primeros meses del
embarazo’, se decía. Divisó unas rocas apropiadas
para sentarse, en lo alto de un pequeño otero, desde
donde se divisaba una inmensidad de tierra y bosque,
con la silueta de la gran ciudad al fondo, perdida
como un fuego incontrolable. Más allá, un tenue
dibujo de montañas. Respiró con serenidad, se relajó,
utilizó algunas imágenes mentales para cambiar el
color y el tono definitivo de la mente, y entró en su
interioridad más profunda. Allí, como un suavísimo
murmullo, escuchó: “Éste es el camino, has vuelto.
Bienvenida. ‘¡Bienaventurada tú!’”. Las lágrimas co-
rrieron por su rostro como si fuera el agua del más
puro manantial de montaña. Volvía la paz. Volvía la
salud. Volvía la serenidad. Respiraba rítmicamente,
concentrada en la que era su respiración natural,
consciente y centrada en ella. Y entró ahora sí, de lle-

148
no, en el lugar habitual de su fe, en su perla. Los pen-
samientos se alejaban. ‘No-pensamiento’. Y volvía la
paz. Cada vez más paz. Imposible contar ni narrar lo
que se iba desencadenando dentro de su ser. Silencio.
‘El desencadenante, lo volvió a reconocer, fue la
súplica’. La oración que intercede y pide con absolu-
ta confianza2, supone un alto para el camino de la
mente, y un cruce, una intromisión decisiva del cami-
no de la simplicidad, en el camino de Dios. Y el Padre
no niega a sus hijos nada de lo que le pidan con fe.
¿Qué padre..., si su hijo le pide un huevo, le da un escor-
pión?..., ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu
Santo a los que se lo pidan! 3 Poco a poco, tras un rato
largo de contemplación silenciosa, comenzó a mo-
verse, a tomar conciencia del lugar físico donde esta-
ba. Y comenzó a caminar de nuevo, en dirección a
casa. Se levantó completamente reparada y feliz.
La mente negativa y dominadora que, como se ha
visto, es la parte más compleja y desconocida de uno
mismo, pero que es señora y dueña absoluta de piel
adentro, desconfía siempre de estos impulsos, peligro-
sos para su seguridad; de estas simplicidades evan-
gélicas, que acaban poniendo todo ‘manga por hombro’;
de estas confianzas infantiles en un Padre Dios con
más poder que ella misma; de estas sutilezas que nun-
ca se sabe de dónde vienen, pero que acaban convir-
tiéndose en una amenaza real para su poderío interno.
La negatividad de la mente estaba demasiado acos-
tumbrada a controlarlo e interpretarlo todo en la vida

2. Lc 11, 9-10: “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se


os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca halla; y al
que llama, se le abrirá”.
3. Lc 11, 11-13.

149
de Joana, en esta última etapa, y se resistía a perder su
poder, a tener que pasar a jugar un papel secundario o,
incluso, aunque fuera por un tiempo, a desaparecer de
la escena. No era ésta la primera vez que le sucedía
esto. No quería desaparecer y haría todo lo que estu-
viera en su mano para que eso no fuera posible. Estaba
bien situada, afortunadamente, en este momento, en el
interior de Joana, en el centro de sus acomodadas deci-
siones y era la que domina todo su último proceso
mental y vital a la perfección, con los medios o meca-
nismos que ella conocía a la perfección para utilizar.
“Soy pequeñita, pero matona”, se decía la mente negati-
va a sí misma. Además todo el ambiente económico,
laboral, social y cultural estaba de su parte.

‘Este mismo proceso que sucede en mi interior,


pensaba Joana volviendo a casa, se da también
en la vida política, en la económica, incluso en la
vida de las comunidades de fe. Lo que es la men-
te negativa y poderosa a la persona, lo son los
pequeños grupos de poder, sectarios y mafiosos, que
mandan y pretenden controlarlo todo, a la socie-
dad. No me sucede, pues, nada nuevo, ‘no hay
nada nuevo bajo el sol’. En la vida exterior al ser,
si es que existe diferencia entre exterior e interior,
fuera del ser, sucede, pues, lo mismo que dentro del
corazón y de la mente’.
A
‘ la mente dominadora, continuó reflexionan-
do, ya cerca de su casa, no le importa usar la re-
presión, los sentimientos de culpa, la euforia, la re-
tranca, las lágrimas, los dolores, las vueltas atrás,
las dependencias, los cansancios, los sentimientos
de impotencia, de frustración o de ridículo, lo que

150
sea, como sea, de la manera que sea... Para ella, el
fin justifica el uso indiscriminado de cualquier
medio. Todo le vale, todo le es lícito, con tal de no
perder el control, la hegemonía y el mando que tie-
ne la mente y el pensamiento negativos sobre el
conjunto del ser humano. Lo mismo que sucede en
cualquier sociedad’.
‘Si sólo hubiera sido mi dificultad, la dificultad
de Joana, o la dificultad de una persona, no sería
una dificultad grave o ni tan siquiera llegaría a
ser catalogada como una dificultad. Pero, este
modo negativo y mental de ser, no es sólo propio de
mi forma de ser, de mi personalidad, de mi vida
privada, o de la vida privada de algún otro raro,
como si sólo hubiera alguna ‘rara avis’ como yo
por el mundo. No. Éste es el modo de ser propio de
la naturaleza humana, tocada profundamente por
el pecado y el mal; es el modo de actuar del siste-
ma y de las culturas occidentales en las que yo
vivo y en las que las mayorías se mueven ‘como
peces en el agua’’. Éste, mi modo de ser personal, es
también el modo de ser de mi familia, de mis com-
pañeros de trabajo, de la gente con la que me rela-
ciono, de los medios de comunicación, de los políti-
cos, de los empresarios, de los profesores y educa-
dores, es el modo de ser de gran parte de mis her-
manos y hermanas en la fe... ¿Qué hacer entonces?
¿Salirme del sistema y de la cultura? ¿Salirme de
mi propio pellejo? ¿Escapar de mi mente? Eso es
posible un rato, en momentos de luz, por tiempos
determinados y maravillosos, pero, ¿y luego? ¿Y el
resto del tiempo? ¿Y la sociedad? ¿Cómo puede
avanzar la sociedad con esta carga?’

151
Se quedó, de nuevo, clavada. Estaba metien-
do la llave en la cerradura de la puerta de su
casa. No le parecía que escapar fuera posible.
No, socialmente no lo creía posible. Se han
dado muchos intentos a lo largo de los siglos. Y
sólo ha quedado el suicidio para los muy enfer-
mos. “Seguro, a fin de cuentas, se dijo, que mi
mente negativa y la mente de todos los que me
rodean tienen razón. Es una locura pretender
salir de este laberinto. Lo mejor es adaptarse y
reconocer que el poder es como es, que triunfa y que
es la negatividad la que puede; es el poder de los
pensamientos negativos quien gana. El paseo ha
estado bien, pero es necesario dejarse de ‘estos esca-
pes, de estos impulsos, de estas cosas raras’”. El
pensamiento se había vuelto a adueñar de
Joana. La mente negativa respiraba feliz: ‘He
logrado salvar esta difícil situación. Esta chica
vuelve a ser lo que tiene que ser’.
Una vez dentro de casa, con el sol desaparecido,
volvió la nostalgia y el malestar a su corazón. ‘¿Qué
me vuelve a pasar? ¿Tan poco ha durado la fiesta?
‘¿Tan poco dura la alegría en la casa del pobre?’ ¿Cómo
he podido dejar que los pensamientos negativos, después
de unos momentos de luz tan maravillosos, se hayan
vuelto a adueñar de mí?’ Se sentó en el sofá del cuar-
to de estar, lloró con cierta amargura y pesadumbre,
se desahogó, volvió a respirar, a notar la presencia de
su hijo, y a constatar la misma presión y el mismo
peso al verse amenazada, enzarzada y apresada de
nuevo por sus pensamientos negativos. Y eso, sin
haberlo querido, sin haberlo pretendido, arrastrada a

152
ellos sin más, por una especie de hábito natural.
Experimentó una nueva sacudida de fe, y vio necesa-
rias la urgencia y la necesidad de seguir intentando
encontrar un camino de salida. ‘¡No puedo darme por
vencida! ¡Una mujer de Dios no se da nunca por venci-
da!’, se dijo. Y de nuevo, como si de un fluir eterno se
tratara, de algo cíclico e intermitente, volvió en su ser,
a su lugar, a situarse en la experiencia vivida en el
paseo de luz y de gracia de aquella tarde, y de tantas
otras mañanas y tardes que volvió a recordar. Y así
siempre. Entrando y saliendo, en aquellas perforacio-
nes de las que hablaba Madaleine Delbrêl.
En sus encuentros con otras mujeres, cristianas y
contemplativas, entregadas a servir a la causa de una
humanidad nueva en la que desaparezca la opresión
y la imposición de unos seres humanos sobre otros,
reflexionan y oran juntas. Han adquirido algunas cla-
ridades que trabajan cada día unas junto a las otras:

La mujer de Dios es un profeta de esperanza y


avisa, con finura y fortaleza, cuando todos corren
sin sentido en una única y equivocada dirección,
que la salida está en la dirección contraria; y lo
hace aún a riesgo de ser arrollada por la fuerza de
la masa descontrolada.
La mujer de Dios no es fundamentalista, no es
dogmática, ni tampoco fanática. Es alguien que
ve, y dice lo que ve; y lo hace sin imposición, sin
abandonar el lugar de Dios, sin abandonar la
amistad con los hombres, sin dejar de sentirse par-
te integrante de esta humanidad pecadora de la
que se sabe parte activa y solidaria, con la que
quiere correr su misma suerte. Pero lo que ve, lo

153
que dice, y lo hace sin manipulación, sin preten-
sión alguna de que los demás la obedezcan, sin
pretensión alguna de aprovecharse de la situación
confusa del mundo en beneficio propio.
La mujer de Dios sabe que no puede dar la
razón a su mente negativa y poderosa, ni a la
mente negativa y poderosa de la cultura domi-
nante.
La mujer de Dios sabe que ha de pelear contra-
corriente, amorosamente, con ternura, con toda
humildad, situada y purificada cada día en el
amor de Dios, y testigo de las posibilidades inmen-
sas e infinitas de ese amor.
La mujer de Dios sabe que ha de seguir otro ca-
mino, el de la simplicidad y a ello consagrará su vi-
da entera. Aunque sabe que la mente negativa
siempre la acompañara, y sabe también que la
arrastrará si se abandona y no pone toda la aten-
ción de su conciencia y de su fe en el proceso mental.
No, decididamente no. La mujer de Dios no pue-
de seguir el camino que le impone la mente absolu-
tista. Ha de hacer un hueco y salir del laberinto.
Joana sabe que desde el poder de la mente y des-
de el poder de la sociedad llegarán cada día miles de
mensajes para que abandone esta lucha, según ellos,
estéril. Los mensajes repiten: ni puedes salir tú, ni
puede salir nadie de este laberinto. Pero ella, Joana, y
sabe que hay bastantes como ella, incombustibles, no
cree, cuando está bien situada en la perla, en su lugar,
lo que le dicen, y lo que, aunque no lo digan, ella ve
y constata, en los múltiples datos aparentemente
incuestionables que la llegan, llenos de razones cien-

154
tíficas unas veces, o plagados de violencias, y de bru-
talidades impositivas sin fin, otras muchas. Joana
luchará a brazo partido hasta el final de sus días, al
lado del pueblo pobre al que sirve, recuperando sus
raíces y sus tradiciones, las que le dan identidad, sen-
tido y fundamento en la historia; un pueblo, su pue-
blo, que siempre encuentra motivos simples de espe-
ranza para sobrevivir, como ella, entre las calamida-
des e injusticias atroces con las que es maltratado o
exterminado.
Joana, según pasan los meses de su embarazo y se
asienta, encuentra la confirmación de su fe, la que
alienta en su vida, en el camino de la simplicidad. Y lo
sabe porque en sus prácticas, cuando internamente
deja de pensar, siquiera momentáneamente, se siente
nueva, como lo que es realmente, una mujer de bien,
pacífica, sonriente, sin culpas, sin dependencias, sin
reproches, sin futuros prometedores y frustrantes, sin
pasados culpabilizadores, sin proyectos egoístas o
interesados... Se siente libre, con la posibilidad abier-
ta de dar la vida en su hijo o de morirse en paz en
cualquier momento, si así se quisiera. “Veo que no ten-
go que llegar a ninguna meta; que no tengo que alcan-
zar ningún objetivo. Todo está en paz. ‘Soy amada, dice,
y puedo amar’. Es el presente. Es la visión 4. Y me sé en
el lugar que busqué durante años. “Mantener la aten-
ción en el cuerpo interno es hacer que la conciencia
recuerde su origen y regrese a su Fuente” 5.
Joana, a punto de dar a luz, hace un poco de his-
toria de su propia vida, y ve que la simplicidad la ha

4. Lc 10, 23: “¡Dichosos los ojos que ven lo que veis!”.


5. Eckhart Tolle, Op. Cit., p 129.

155
estado rondando siempre, y que las cuestiones más
esenciales de la misma son simples como la leche
blanca que brotará pronto de sus pechos. Y, no sabe
cómo será posible esta increíble aventura cada día,
pero sabe que por ahí es y por ahí, junto a Juan y a su
hijo, será conducida. No quiere ser ella, a pesar de los
esfuerzos y retorcimientos constantes de su mente
sesgada, la que lleve el carro de esta transformación.
La simplicidad impone dejar de pensar y dejar de pre-
ocuparse. Todo se te da gratis; el que le dio la vida,
que es el don más grande que ha recibido, el que le da
ahora el don de dar la vida a su hijo, y el que le dio la
gracia de Jesús, que vale, como dice el salmo “más que
la vida” 6, le da ya, hoy, y le dará un día definitiva-
mente, la gracia más preciosa, la perla más buscada: la
contemplación, la mirada que supera todo juicio, la
luz que sobrevuela por encima de todo pensamiento.
“Estás a punto de dar a luz a tu hijo, Joana, se dice
a sí misma, en el paritorio, apoyada en el hombro de
Juan, mientras las lágrimas de la vida corren por su
mejillas y las primeras convulsiones azotan su vientre.
¡Déjalo todo, tras el desasosiego que tantas veces ha pro-
ducido tu lucha vital con la negatividad, en las manos
tiernas del Padre, del Dios de la vida! Eso es la simpli-
cidad. Esa es la fe que anima la simplicidad. Esa es la
fe y el lugar de los simples”. “Venid a mí todos los que es-
táis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso” 7,
les dijo Jesús a todos los simples que encontraba
deseosos de una nueva luz o un nuevo nacimiento
por las tierras de Galilea.

6. Sal 62, 4.
7. Mt 11, 28.

156
x
LA SIMPLICIDAD LIBERA
A LOS “SIMPLES”

Sin mitificar a los pobres, ya que son personas


como todos, y por lo tanto expuestos también a
cometer cualquier clase de mal o de pecado, sin
embargo, son ellos los que están mejor capacitados
para vivir la simplicidad, por el hecho de ser pobres,
y son los que mejor entienden y comparten la espe-
ranza que ofrece al hombre el camino de la simplici-
dad. Jesús tiene debilidad por ellos, ya que son los
únicos que entienden lo que el Padre quiere enseñar
al mundo por medio de Él 1. Esto se comprende bien
viviendo con ellos y siendo un pobre más, un sin-
poder, que no cuenta a la hora de decidir sobre los
asuntos de este mundo. La vida de los pobres, sin
embargo, explica este camino de la simplicidad.
Ser confusos es parte de la paradoja y del juego de
la humanidad, que se siente más atraída a confundir
las cosas que a simplificarlas, sobre todo si el poder y
el dinero andan de por medio. Pero existe también un
sentido que orienta la vida por dentro y que preten-
de simplificarlo todo. Este sentido viene conducido
por la fe en la acción de Dios, por la fe en su
Providencia con los pobres. Dios no actúa de mane-

1. Cf. Mt 12, 25-27.

157
ra milagrera. No lo necesita; del mismo modo que el
hombre tampoco lo necesita. Los grupos religiosos
fundamentalistas, que se mueven en torno a la mila-
grería, acaban promocionando la idea de un Dios
injusto, al modo de esos padres injustos y protectores,
sin criterios, infantiles, que ellos mismos promocio-
nan. Y, además, promueven un tipo de persona hu-
mana completamente dependiente de sus líderes, y,
de algún modo, de un Dios autoritario y que preten-
dería, en último extremo, sacar tajada de aquel o
aquella que ha sido beneficiado por Él. ‘Do ut des’. La
simplicidad humana que confía y cree en la Providen-
cia, nunca espera trato alguno de favor, ni se deja
imbuir de un sentimiento dependiente o infantil en su
relación con Dios; simplemente está atenta a descu-
brir la acción misteriosa del amor que mueve los hilos
de la historia. Esos hilos finos de la misericordia, que
la mente oscura y ciega del ser humano, tantas veces,
no quiere ver o ignora o rebate. Los sabios hilos del
amor de Dios han creado, y continúan recreando, el
universo en expansión y el mundo en crecimiento. El
verdadero creyente, instalado en el lugar de la simpli-
cidad, sabe que esos hilos del amor divino sólo han
de ser invocados con fe, pues están conectados al ser-
vicio de toda la humanidad, sin acepción de personas.
La simplicidad que invoca la Providencia se sabe
siempre con respuesta. “¿Qué padre, si su hijo le pide
pan, le dará una piedra?” 2, pregunta, como ya hemos
visto, con una simplicidad fuera de lo común, el
maestro Jesús de Nazaret, a sus hermanos, mientras
gozaban de su ser y su enseñanza en Galilea. No hay

2. Mt 7, 9.

158
miedo en la relación con la Providencia, no puede
haberlo. El miedo más pequeño hace que el hombre
simple se confunda, se enrosque, se complique y
desaparezca. “Señor, si eres tú, déjame ir a ti, andando
sobre las aguas” 3, le dice Pedro a Jesús, en medio de
ese lago evocador del lugar buscado, allá en Galilea.
Y Pedro, en su simplicidad y confianza, respondien-
do a la invitación de Jesús y alentado por su palabra,
se pone a andar sobre las aguas. Pero, de pronto, ante
la bravura del mar y la desconfianza que renace en su
mente, ¡oh paradoja!, le asalta el miedo y sucumbe,
“¡Hombre de poca fe!” 4, es el simple reproche de Jesús,
que ya en otra ocasión les había recomendado a sus
discípulos la máxima simplicidad en sus palabras:
“Vuestras palabras sean: Sí, sí; no, no” 5. La simplicidad
de la fe es auténtica y primigenia, y brota de lo pro-
fundo y desconocido del corazón del hombre que se
sabe poseedor de tal poder benéfico y santo. Son mu-
chos los ejemplos que pueden aportar los creyentes.
No son para cuantificar ni cosificar. Son una simple
enseñanza, como lo son, en los evangelios, los mila-
gros o gestos de Jesús. Buscan la gloria de Dios. Sólo
eso. Y producen, cuando se experimentan y descu-
bren, un gozo inefable y una acción de gracias cons-
tante. Un ejemplo, sacado de la vida de los pobres, fa-
cilitará una mejor comprensión. El camino de la sim-
plicidad invita a saber vivir de la Providencia.
Damián es un joven católico, rumano, de la región
de Moldavia. Vive en España como ilegal, a la espera
de una regularización del Gobierno. Trabaja en la
3. Mt 14, 28.
4. Mt 14, 31.
5. Mt 5, 37.

159
construcción como ilegal, con un horario de ilegal y
cobrando un sueldo de ilegal, sin ninguna protección
y con un riesgo infinito para su vida. ‘Éstas son lente-
jas’. Al caer la tarde, cuando puede llegar a tiempo,
participa en la Eucaristía. No falta los sábados ni los
domingos. La comunidad parroquial lo ha ido cono-
ciendo, sabiéndole hermano, como con tantos otros
inmigrantes, y haciéndole un amigo y un hermano
más. Participa de lleno en la vida parroquial y cola-
bora en todo lo que le permite su horario laboral. Es
el primero a la hora de servir y de hacer los trabajos
comunes. Vive en una habitación compartida, en una
casa compartida, por la que paga un alquiler exagera-
do a un ciudadano de nacionalidad ecuatoriana que,
a su vez, tiene alquilada legalmente la vivienda a un
ciudadano de nacionalidad española, que es el pro-
pietario. No puede inscribirse en el padrón porque no
le dan permiso en la casa donde vive. “Demasiada
gente”, le dicen. Al no estar empadronado, no puede
tener cartilla sanitaria. Se pone enfermo de los huesos
y se ha de recurrir a médicos amigos para que lo
atiendan. Al fin, alguien de la parroquia le ofrece su
hogar y le empadrona en él, con lo que obtiene su
cartilla sanitaria.
Cuando su avance en el idioma español se lo per-
mite, comunica que tiene mujer y dos hijas. A la pe-
queña aún no la conoce. No puede traerlas a España
porque no tiene casa y porque necesita un documen-
to notarial por medio del cual alguna familia españo-
la se comprometa a mantener a su mujer y a sus dos
hijas durante tres meses, el tiempo que dura el visado
turístico. Una familia, de la que también se podría
narrar su historia de simplicidad y de bondad, se brin-

160
da para que eso sea posible. Y aprovechando unas
vacaciones de quince días, para poner al día su pro-
pio pasaporte, marcha a Rumanía. Busca a su mujer,
conoce por fin a su hija de ocho meses, y hace todos
los papeles y preparativos para venirse, con toda la
familia, de nuevo, rumbo a España. La tarea no resul-
ta sencilla.
Pasan los días y Damián no vuelve. En España los
amigos andan inquietos. Ha calado hondo en el cora-
zón de muchos hermanos de la comunidad parro-
quial. Tras algunas pesquisas se consigue hablar con
algún miembro de su familia y comunican que está a
punto de llegar con los suyos. Durante meses, antes
de marchar a Rumanía, un grupo de personas, con él,
han buscado una casa para su familia. Pero el trabajo
ha sido en vano, infructuoso. Los propietarios de vi-
viendas dicen lo mismo que les dijeron a José y María
en Belén: no hay sitio, todas las posadas están com-
pletas, todas las casas están alquiladas. Al no encon-
trar otra solución, antes de marchar a Rumanía, Da-
mián deja pagada una habitación, en la casa compar-
tida, para poder acoger, a la vuelta, a su familia.
La llegada de Rumanía, con su mujer y con sus hi-
jas de ocho meses y diez años, al aeropuerto de Bara-
jas, se produce un sábado por la tarde. El domingo,
como es su costumbre, se acerca él solo a participar
en la misa parroquial, a las diez de la mañana. Allí
está, por primera vez en varios meses, triste, envuelto
en lágrimas y lleno de impotencia. Es un hombre
menudo y fuerte, acostumbrado al sufrimiento y a
vivir en medio de la adversidad y las incomodidades.
En Rumanía había trabajo, pero no ganaba para vivir
y alimentar a la familia. Había emigrado por varios

161
países buscando dignamente el sustento de su familia.
Creía haberlo encontrado en España. Sin embargo,
ahora lloraba desconsolado, porque tenía trabajo, un
sueldo bajo pero que le permitía pensar en vivir él y
su familia, y sin embargo, se encontraba, en España,
si, y con su familia, pero en la calle. Aquella noche tu-
vieron que dormir, el matrimonio y sus hijas, en una
habitación compartida por otras dos familias, en una
casa a su vez compartida por otras personas, y todos
en completo hacinamiento. Esto fue un duro golpe
para su dignidad de hombre y de trabajador. Se sintió
engañado y estafado, injustamente maltratado. No le
habían reservado la habitación pagada. No había ha-
bitación ni posada para ellos. Las lágrimas brillaban
en su rostro joven y decidido. Eran las lágrimas de la
impotencia y del dolor profundo. Él no tenía ningu-
na dificultad con su persona, era capaz, y así lo había
demostrado durante mucho tiempo, de todas las pri-
vaciones del mundo; pero, para su familia no quería
esas humillaciones. Se encontraba profundamente
herido, con la confusión y el dolor de su mujer enci-
ma de sus hombros, y sin salidas. ¡Demasiado peso!
Se había andado y removido tanto terreno para
buscarles una casa, durante varios meses, y sin ningún
resultado positivo, que ahora, con su familia ya en
España, la historia parecía complicarse mucho más
allá de lo imaginable; aunque eran muchos los casos
similares, o aún peores que el de Damián, entre las
familias inmigrantes que llegaban a cientos por aque-
llos días. Un homenaje particular sale de este libro, y
de la simplicidad de la vida que lo sustenta, como el
aroma del mejor incienso del corazón de la humani-
dad, dirigido a esa innumerable multitud, incontable,

162
un tanto apocalíptica6, que llega a occidente desde los
puntos más insospechados de la tierra, para vivir una
vida llena de durezas, sinsabores e injusticias, llevan-
do en sus entrañas el drama del abandono, de la
ausencia de los seres queridos, de la impotencia afec-
tiva, de la división y las rupturas familiares, del desa-
rraigo de sus culturas y de los ambientes cálidos,
maternos, de las tierras que les vieron nacer.
La oración que salía del alma en aquel momento
no podía ser otra que la réplica de los discípulos a
Jesús, cuando, de madrugada, vuelven después de una
noche dura, muy dura, de trabajo en el amado lago de
Galilea, al no haber pescado nada. Al amanecer de
aquel día y tras la noche fatídica, Jesús tiene la genial
idea de complicárselo aún más a los discípulos, pi-
diéndoles que vuelvan a echar las redes para la pesca.
Se lo dice a verdaderos profesionales, alguien que
probablemente no sabía mucho de pesca. ¡Menuda
gracia! “Maestro, hemos estado bregando toda la noche
y no hemos cogido nada” 7. Pues, con el caso de Da-
mián y su familia, lo mismo: “Pero, Señor, ¿qué broma
es ésta? Hemos estado meses buscando una casa y no he-
mos encontrado nada y, encima, ni siquiera le das a Da-
mián la oportunidad de esa habitación reservada”.
Todos los amigos presentes en la parroquia esa maña-
na experimentaron la misma sensación de los discí-
pulos en aquella otra ocasión. Pero, ante un hermano
que sufre, nadie puede volver la vista hacia otro lugar.
El evangelio también ofrece la oportunidad de hacer
un análisis sobre la simplicidad, cuando Jesús, al ver a

6. Cf. Ap 19, 1ss.


7. Mt 5, 5.

163
la multitud hambrienta, les dice a los apóstoles:
“¡Dadles vosotros de comer! 8”. Alguno de los presentes
no quiso poner pegas a la simplicidad de la palabra de
Cristo en su conciencia, y dijo: “Ve a buscar a tu mujer
y a tus hijas, y mientras se encuentra una casa para
vosotros, os venís a la mía”. Esa fue la simple respues-
ta que salió de aquellos labios. “Dios abrirá sus cami-
nos. Se encontrará una casa en horas, en días, en sema-
nas, en meses. Es lo mismo. Mi casa es vuestra casa a
partir de este momento”. Damián, en su sentido de la
dignidad, no quería aceptar semejante propuesta.
Pero, tras un rato de diálogo, aceptó ir a hablar con
su mujer y planteárselo. Al acabar la misa del medio-
día quedaron en juntarse para ir todos juntos a la casa
de este hermano.
Dos curas de la parroquia, como los discípulos de
Emaús, fueron a tomar un café, mientras hablaban de
lo ocurrido. Al volver a la parroquia, continuaron la
conversación con otros hermanos sobre el mismo
tema. Eran las once y media. La hora habitual, en
domingo, para comenzar la misa de los niños. Pero la
misa acababa de ser suprimida, el domingo anterior,
por la entrada en vigor del nuevo horario de verano.
El encargado de desprogramar las campanas se había
despistado y decidió hacerlo la semana siguiente. Así,
pues, a las once y cuarto, las campanas programadas
comenzaron a convocar a los fieles para la misa de
once y media. Y a las once y media en punto, tras oír
las campanas, aparece en la puerta de la parroquia
una buena y santa mujer, despistada, que sin enterar-
se de la supresión de la misa, venía a participar en la

8. Lc 9, 13.

164
misma; y dice a los presentes: “Buenos días. ¿Cuándo
empieza la misa? Os veo aquí, tomando el sol, muy rela-
jados”.
A uno de los sacerdotes le dio un vuelco el cora-
zón y se dirigió a ella. “No hay misa, pero el Señor te
ha enviado aquí. Ven conmigo”. La llevó a un sitio par-
te y le contó todo lo que estaba pasando. “Nos tienes
que ayudar. Cuéntaselo a tus amigos, a quien sea, pero
necesitamos una casa para Damián y su familia”, le
acabó diciendo. Tras una escucha atenta, la mujer
dijo: “Creo que mi marido tiene una casa, un tanto des-
tartalada, eso sí; le hacen falta bastantes arreglos; está
cerrada porque está impresentable; pero, puedo hablar
con él”. El amor de Dios por los sencillos, el camino de
la simplicidad, estaba funcionando. La Providencia
funcionaba. Los hilos estaban trenzados, sólo había
que dar con ellos y dejarlos hilar, como hacen las ara-
ñas. La fe puso todo lo demás. “Damián es muy hábil
y sabrá arreglar esa casa”, dijo el cura. Por la tarde,
gracias a esta hermana y a su esposo que lo facilitó, y
gracias al Padre Dios que cuida de los sencillos y de
los simples, gracias a su Providencia amorosa,
Damián tenía la llave, y también otro piso, desocupa-
do momentáneamente, propiedad de la hija ausente
de los propietarios, para que se acomodasen de
momento, mientras Damián y los amigos hacían las
reformas oportunas en el que sería su piso definitivo,
alquilado con una renta mínima y de modo indefini-
do. Todo estaba hilado. Pedro le dice a Jesús: “En tu
palabra echaré las redes” 9. Y las redes, a pesar de una
noche en blanco, se llenaron de peces. Así es la

9. Mt 5, 5.

165
Providencia y la misericordia. Así es la simplicidad. A
pesar de meses en blanco y sin encontrar una casa, en
un momento, en un abrir y cerrar de ojos, la casa está
lista para habitar. Todo es sencillamente simple y
bello. Tras la tempestad, viene la calma. ¡Gracias sean
dadas a Dios! El signo de Jesús estaba realizado. La
Palabra había sido cumplida. Todo resultó para
mayor gloria de Dios. Y el buen Padre Dios no podía
dejar de salir al paso de la vida de Damián, porque es
un hombre fiel a Jesús. Si un guiño de ojos fue la
mejor oración en aquella misa con los niños que
narrábamos al principio, las lágrimas fueron, en esta
otra pequeña historia de simplicidad, la mejor ora-
ción de este día. “¿Qué padre hay entre vosotros que, si
su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le da una ser-
piente?” 10.
Así de sencillo y de simple, y así de grande. Así es
el camino de la simplicidad de los simples. Y, así son
las cosas de Dios entre los pobres que confían. Con
Dios nunca se sabe el momento de la respuesta, es
asombroso siempre, pero la respuesta, si se espera y
se confía, llega.
Los que entran en el camino de la simplicidad han
de saber que todo lo que ocurre en él será obra de la
gracia y que han de abandonar toda postura prepo-
tente, protagonista o vanidosa. Todo es obra de Dios
y para mayor gloria de Dios. “Yo te bendigo, Padre,
Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas
cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a los
pequeños” 11.

10. Lc 11, 11.


11. Mt 11, 25.

166
La paradoja se resuelve en la integración. Todo, lo
positivo y lo ‘no-positivo’, tiene que suceder para que
se abran las puertas del lugar de la felicidad. Y mien-
tras la vida sea en la tierra, la paradoja seguirá fun-
cionando y unos hechos de vida darán paso a los
siguientes, porque la existencia es una serie interrum-
pida de paradojas, hasta que llegue el día definitivo y
se pueda ver cara a cara. Lo que le ocurrió al creyen-
te Damián les sucede de igual modo a otros hijos de
la vida, aunque no sean igualmente creyentes, pues
todos los humanos son hijos del mismo Padre, y Él
cuida a todos por igual, siempre que, de algún modo,
aunque no se sepa cómo, se lo pidan. Pero la historia
no acaba aquí. Este caso ha tenido un desenlace posi-
tivo para la vida de una familia; sin embargo, son
cientos de miles los casos de inmigrantes que llegan
cada día a los países ricos, buscando el paraíso y se
encuentran con la experiencia terrible de la explota-
ción y la marginalidad. Está todo por hacer. El com-
promiso es grande para los hombres y las mujeres de
buena voluntad. Y hasta que el empuje y el aliento de
todos no consiga cambiar las condiciones generales
del sistema, y resplandezca la justicia para los pobres,
al menos, que sigan actuando los simples, y lo sigan
haciendo con intensidad y precisión en su compro-
miso vital. Y que, como buenos samaritanos, sigan
ejercitando su pequeña y eficaz solidaridad, como la
narrada en este ejemplo. Una historia más del amor,
que es el patrimonio de los pobres.

167
tercera parte

EL LUGAR
DE LA FIESTA

169
xi
EL “HOMO BONUS”

Comienza esta tercera parte que está dedicada a


explicar las palabras clave, las que marcan el punto de
destino. ¡Qué suerte tienen los niños y las niñas que
nacen cada día en este bello planeta azul, lleno de
misterios y de fantasía; en esta Tierra, favorecedora de
tantas perplejidades y asombros, y, sin embargo, ¡oh,
paradoja!, tan herida y enrevesada por la parte ‘no-
positiva’ de la mente del hombre y por su pecado.
¡Qué suerte y que don el suyo por haber sido llama-
dos a la vida en esta Tierra! Porque esta Tierra, a pesar
de la negatividad, lleva en sí la memoria y el deseo de
la simplicidad. En medio del desorden en el que vive
y se perpetúa la historia, el hombre puede, misterio-
samente, descubrir que está llamado, de un modo
atractivo e irresistible a la simplicidad y a la felicidad.
Una preciosa constatación se resalta: el hombre se
sabe atraído hacia el camino de la simplicidad de la
vida, y al encuentro con el ser de Dios, de un modo
natural. Por eso, la experiencia de la presencia de la
divinidad en el hombre es algo simple y originario,
que se da o se puede dar en todos los herederos de
Adán. A todos se les da, en todas las culturas y reli-
giones, la oportunidad, por el hecho de ser hombres

171
y haber sido convocados a la vida, de acercarse a la
Fuente de la misma; eso sí, se les da una cercanía to-
davía, digamos, ‘en bruto’, y se les da por el mero
hecho de reconocer el soplo, el aliento divino, que los
constituye; de reconocer el tacto de las manos divi-
nas que los formaron y entretejieron del barro de la
Tierra. Del mismo modo que todos los hombres y
mujeres perciben la huella del mal, también perciben
una huella divina, la que los constituyó como seres
vivos y los llamó a la vida. Se resalta aquí, por lo tan-
to, algo aprendido al lado del hombre, de su gozo y
de su dolor. A lo largo de esta ya larga aventura de la
especie humana sobre la Tierra, y también en el
momento histórico presente, el hombre ya ha recibi-
do lecciones suficientes como para que pueda dar fe
de un aprendizaje imborrable y grabado a fuego en su
ser: La mayor aspiración de la especie humana y su
mayor felicidad es hacer emerger y aflorar la semilla
de simplicidad para la bondad y para el bien original,
con la que ha sido creada. Semilla que está dentro del
hombre y de la mujer, y que lucha con pasión, cada
día y en cada generación, por emerger y por orientar
el proyecto humano.
La gran atracción de una parte considerable de la
población mundial, en medio de las horrendas con-
tradicciones y complicaciones en las que está sumer-
gida al inicio del siglo XXI, es la de poder llegar, de
vuelta, al punto de partida, que es la simplicidad; un
punto, un manantial, un puerto, del que salió la hu-
manidad hace millones de años para un viaje fantás-
tico e increíble. La meta actual de esta gran aventura,
de esta atrevida travesía, que se realiza a través de su
historia, tantas veces asfixiante, en la nave de la Hu-

172
manidad, es la de llegar a buen puerto, a la etapa de
la verdadera humanización, la que viene a continua-
ción, dentro de la evolución de la humanidad, y que
aquí se va a definir como:”la era del homo bonus”. Es
el hombre que nació, en su inicio, del soplo y de las
manos del Creador, y que fue puesto al descubierto
por Jesús, verdadera imagen de ese ‘homo bonus’. “La
era del homo bonus”, a la que se orienta el hombre en
su proceso de humanización, dentro de la paradoja
que acompaña al hombre, se contrapone a “la era del
homo sapiens”, en la que se encuentra actualmente
estancado el desarrollo de la humanidad. Cada día
que pasa, entre los miedos de los que desconfían y la
arrogancia de los más brutos y menos ‘sabios’ de los
“homo sapiens”, la humanidad se acerca, más y más, al
día esperado de la aparición y el nacimiento definiti-
vo del “homo bonus”, que ya está en germen en la his-
toria desde hace dos mil años, y de cuya imagen se
tiene exacta noticia con tal que afinar la mirada y des-
cubrir a Jesucristo, en quien el Padre se complace1.
Con su imagen se creó al hombre; en Él ha sido ben-
decido2. Él abrió la puerta del camino de vuelta al ser
original en el que fuimos creados. Él llegó a las entra-
ñas de la confusión y del caos, se dejó colgar de la
cruz, y, con su sangre, facilitó a todos el acceso defi-
nitivo, de vuelta, al Paraíso. Pero han de pasar, aún,
muchas noches de oscuridad, de barbarie y de sin
sentido, dentro de la gran paradoja que es la historia
de la humanidad, hasta que todos los hombres pue-
dan ver con sus ojos, como lo pudo ver por adelanta-

1. Cf. Mc 1, 11.
2. Cf. Ef 1, 3-12.

173
do el anciano Simeón, y decir con él: “Ahora, Señor,
según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz,
porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has
presentado ante todos los pueblos, luz para alumbrar a
las naciones y gloria de tu pueblo Israel” 3. Llegará el día
radiante de su nacimiento definitivo. Bienaven-
turados, pues, los niños y niñas que nacen en esta eta-
pa de la historia humana, porque se les brinda la
oportunidad maravillosa de colaborar decididamente,
y de participar activamente, en la aparición definitiva
del “homo bonus”, desde la aceptación de la santa y
esperada simplicidad de la criatura humana.
La presencia del desorden inicial, fruto de la gran
explosión, del caos originario o del pecado original,
del que informa la reflexión teológica y bíblica, toda-
vía perdura en la conciencia y en el obrar del hom-
bre. Este desorden, por aquello de la paradoja, es, a su
vez, el empuje permanente para el nacimiento y el
crecimiento del “homo bonus”, que parece precisar de
dolores de parto4, en terminología paulina, para aca-
bar de amanecer en la Tierra. No le faltan al hombre
las ayudas necesarias, para hacer posible el fin de la
aventura, la meta a la que se sabe llamado desde lo
más profundo y primigenio de su ser. Ésta es la razón
profunda de ser de la Iglesia. Son muchos los seres
humanos que, a lo largo de la historia y en la vida de
la Iglesia, han hecho patente, en medio del desorden,
la presencia vivificante del bien y de la bondad. Con
Jesús a la cabeza, son miles los que han sensibilizado

3. Lc 2, 29-32.
4. Rm 8, 22: “Pues sabemos que la creación entera gime hasta el pre-
sente y sufre dolores de parto”.

174
con la bondad y han materializado su humanidad
realizando y haciendo visible el camino del bien.
Jesús ‘pasó por la tierra haciendo el bien’ y curando los
zarpazos y la presencia del mal entre los hombres5, y
ha desencadenado, desde entonces, un torrente de
vidas capaces de seguir abriendo brechas de luz y de
bien en este camino simple, hasta que llegue el día
definitivo de la vuelta de la santa y bella simplicidad.
“Concédenos servirte con simplicidad de ánimo alabán-
dote por medio de tu Hijo Jesucristo” 6, rezaba San Hi-
pólito, y con él toda la Iglesia santa.
Lo simple es lo bueno, lo simple es el bien, lo sim-
ple es lo primigenio; es lo que viene de más lejos, de
más allá, de la verdadera Fuente de la vida, del soplo
divino. Lo confuso, lo caótico y lo pecaminoso es lo
que viene del gran desequilibrio, de la gran explosión,
de la gran división, del gran pecado. El impacto que
produjo en el ser humano la presencia del caos, como
contrario a la simplicidad de la bondad, produjo tal
onda expansiva y tal irradiación en él, que miles y
millones de años después aún es presa y víctima de tal
impacto. Y es esta mezcla del bien original con el caos
la que hace progresar la historia, de modo misterioso.
Vuelve la cita: ‘El trigo y la cizaña han de crecer juntos
en la historia, deben permanecer misteriosamente unidos
hasta el día de la siega, hasta el día definitivo’ 7. Y nadie
puede decir, aunque le disguste el caos, que no es el
factor determinante para abrir, aunque a veces sea
radical y violentamente, la nueva conciencia humana,

5. Cf. Hch 10, 38: “Y como él pasó haciendo el bien y curando a todos
los oprimidos por el Diablo, porque Dios estaba con él”.
6. Hipólito, La Tradición Apostólica, 7
7. Cf. Mt 13, 24-30.

175
la que, a la postre, hace gustar la simplicidad amoro-
sa del “homo bonus”, presente ya en el alma, y presen-
cia del don definitivo que vivirá la humanidad. Los
humanos suelen fijar su atención en lo peor de sí mis-
mos, y se detienen y regodean en sus abundancias o
en sus carencias. Las deficiencias, los frutos del caos,
son los que más atraen su atención, más ocupan su
tiempo y llenan su modo de ser y de obrar en el mun-
do8. No hay más que ver hoy el hambre con el que las
personas ‘se tragan’ y engullen los programas ‘basura’
de la televisión; o el espectáculo dantesco, pero atrac-
tivo, que atrapa y acongoja, de la violencia indiscrimi-
nada o el terrorismo. Todo desorden capta inmedia-
tamente su atención. Esto recuerda que la humanidad
aún está bajo los efectos del gran impacto caótico del
principio, bajo los efectos del pecado.
Conviene detenerse un momento para analizar y
valorar la influencia de los impactos en la mente, y,
por extensión, en la familia, la tribu, el pueblo o el
grupo humano y, por lo tanto, en la naturaleza huma-
na. Todos tienen experiencia de la fuerza que algunos
impactos negativos tienen en el hombre: por ejemplo,
el efecto de un fracaso afectivo; o las violaciones o

8. El pesimismo al mirar la existencia del hombre en la tierra no


es algo propio de nuestra cultura, este texto de Pascal nos
puede sonar como si fuera nuestro: “Cuando veo la ceguera y el
estado miserable del hombre, cuando contemplo el universo entero
en su mudez y el hombre abandonado a sí mismo sin luz, como per-
dido en un rincón del universo, sin saber quién le puso allí, qué tie-
ne que hacer, que será de él cuando muera, incapaz de saber nada,
experimento el terror, como un hombre a quien llevan dormido a
una terrible isla desierta, que se despierta completamente perdido
sin poder escapar. Entonces me asombro de que un estado tan mise-
rable no haga caer a las personas en la desesperación”. Blaise
Pascal, Pensamientos, A. J. Krailsheimer, Londres, 1966, p. 198.

176
abusos que sufren los menores, traumatizados para el
resto de sus vidas; o el efecto perdurable que produ-
ce en los padres la muerte violenta de un hijo joven;
o el tiempo que tardan en curar las cicatrices del
enfrentamiento por una herencia o una ofensa entre
familias; o la división de los siglos XI y XVI entre las
Iglesias y grupos cristianos, que pervive hoy con fuer-
za; o el trauma colectivo que produce una guerra
civil, como la española, y los años que tardan en
curarse sus heridas; o el resabio histórico, para gene-
raciones, que tiene la segregación racial, la esclavitud
o el racismo; o los grandes actos terroristas del siglo
XXI: el 11 S, en Nueva York o en el 11 M, en Madrid
o septiembre del 2004 en Osetia del Norte. Cualquier
impacto dura días, meses, años o siglos en la mente
de la humanidad, de los pueblos, de las familias o de
la persona, hasta su curación definitiva.
La teología católica siempre ha puesto un énfasis
especial en el pecado original, como el momento de
ese gran caos inicial que dio lugar a la presencia cons-
tante, en todos los hijos de Adán, en la naturaleza
humana, de la contradicción, del mal y del pecado.
Esta teología supone un reto para la reflexión de la
humanidad. En algunos momentos no es tenida en
cuenta, y en otros se convierte en punto de referencia.
El momento presente es uno de esos momentos de
obligada mirada a los orígenes del mal y del caos: “La
catástrofe que pesa sobre todos los hombres” 9. El mundo
tiene la cara y el corazón sucios, y es preciso encon-

9. Para abundar en la información sobre el Pecado Original,


véase, entre otros: Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo
Divino, Navarra 1995, p. 751-753. Esta cita en: p. 753.

177
trar la causa de esa suciedad. El siglo XX hizo un mo-
numento gigantesco a la Ilustración y a la razón, y en
él las explicaciones al mal se buscaron en la perver-
sión de los sistemas económicos y financieros, en la
herencia de los hábitos supersticiosos, en los tabúes
religiosos, o en la maldad desconocida del ego, inter-
pretado éste psicológicamente. En la actualidad se
vuelve de nuevo, gracias a los estudios cosmogénicos
y biológicos, y a la misma teología, superado un frío
racionalismo, a una visión más auténtica, completa y
vital del ser humano en la Tierra. Hoy se acepta mejor
la paradoja entre los sueños, búsquedas y realizacio-
nes llenas de humanidad y el fracaso del comporta-
miento humano depredador y violento, sin prescindir
de los avances científicos y tecnológicos. Pero todo
será posible y nuevo cuando la humanidad sea capaz
de enfrentarse a sí misma, de conocerse y de aceptar-
se en su raíz y totalidad; para lo que tendrá que saltar
por encima de interpretaciones coyunturales o ideo-
lógicas que, sin descartarlas por su atractivo o su valor
político, científico10 o secular, siguen dejando sin res-
puesta y sin sustancia la cuestión esencial que afecta a
la vida y al proyecto humano de felicidad para todos.
Un día, escribiendo este libro, apareció tirado en el
suelo, junto al ordenador, una cuartilla arrugada con
un soneto del que se desconoce su procedencia, pero
que sin embargo estaba ahí, ante los ojos, en ese mo-
mento, como pidiendo ser incluido en este manuscri-
to. Es un poema de Francisco Aquino Cabrera. El
poema se adentra en la búsqueda de una verdad a la

10. Anotar a la advertencia paulina: “Para que vuestra fe se funda-


ra, no en la sabiduría humana, sino en el poder de Dios”. 1 Cor
2,5.

178
que se aproxima este capítulo. Ese empecinamiento
humano, dentro de la paradoja, en ir, venir y transitar
por caminos que no dan paz ni energía vital, sino que
hunden en abismos de perdición, sin sentido y vacío.
Cuantas experiencias culturales, sociales o religiosas,
contradictorias, agresivas o de autoafirmación, para
las que es preciso ‘matar al padre’ con su ser y su
saber. Dice así:

“Me interné por el campo de la Ciencia


siguiendo peligrosos derroteros
y al llegar de la Duda a los linderos
aún quiso ir más lejos mi inexperiencia.
Hice gala de torpe indiferencia;
bebí del Descreimiento en los veneros
y maldije, procaz, de los primeros
jalones de mi fe. ¡Qué gran demencia!
¡Qué soledad entonces y qué frío!
¡Qué sensación de horror jamás sentida
al ver mi corazón vacío!
¡Oh, fe de mis mayores, fe querida!
¡Oh, fe cristiana en la que solo fío!
¡Vuelve a ser el consuelo de mi vida!”.
Cuando el camino de la simplicidad devuelve al
hombre su ser y su esencia más pura y simple, una
vez zarandeado el árbol de la vida, con sus heridas y
adherencias, se ofrece la oportunidad de descubrir,
con mayor hondura, lo ya aportado por la teología y
la reflexión: hubo un gran impacto en los inicios y
perdura en la conciencia del hombre haciéndole
andar por caminos de libertad forzada, no exentos de
desconfianza y de mal. Cada paso histórico, vivido

179
entre contradicciones e impactos negativos, produce
un nuevo revuelo de conciencia que enturbia y com-
plica más la mente y las relaciones humanas. Pero
todo esto parece necesario. Porque, mientras tanto,
como flores entre maleza y basura, siguen aflorando,
y cada vez con más fuerza, los deseos de bondad y de
amor, de bien y de paz, de concordia y de reconcilia-
ción en el seno de la gran familia humana. A cada
fuerte impacto violento le sigue, desde la misma natu-
raleza humana, un salto cualitativo y positivo de
avance hacia la meta definitiva. Y todo eso aparece
como el fruto maduro de la semilla de la simplicidad.
Se ha de volver a la simplicidad, a la esencia de la cre-
ación, antes del gran caos, cuando el hombre nació
de la Fuente de la vida, a lo que en otra perspectiva
los budistas denominarían el nirvana11, y fue entrete-
jido por las manos secretas del Amor en las entrañas
del seno materno, y se ha de subir aguas arriba con
paciencia eterna, aunque no haya visión12, hasta lo
más alto, hasta lo más profundo, hasta lo más ancho,
hasta lo más largo, hasta lo más hondo, hasta más allá

11. La tradición budista habla del nirvana, según Edward Con-


ze, en los mismos términos y con las mismas imágenes de los
deístas, aunque no todos están, ni mucho menos, de acuer-
do con su planteamiento. Este texto, en cualquier caso, nos
resulta iluminador, en sus imágenes, de cara a nuestra bús-
queda cristiana de ese lugar que aún queda en el mundo: “Se
nos dice que el nirvana es permanente, estable, imperecedero, inmó-
vil, perenne, inmortal, no nacido y no llegado a ser; que es poder,
bienaventuranza y felicidad, el refugio seguro, la protección y el
lugar de la seguridad inexpugnable; que es la verdad real y la rea-
lidad suprema; que es el bien, el fin supremo y la única plenitud
de nuestra vida, la paz eterna, escondida e incomprensible”. Ed-
ward Conze, Buddhism: its Essence and Development, Oxford,
1959, p. 40.
12. Rm 8, 25: “Esperar lo que no vemos, es aguardar con paciencia”.

180
del gran impacto, hasta más allá del pecado original,
hasta la Fuente misma de la vida, hasta el gran Ma-
nantial, hasta el amor trinitario. Allí se encuentra esta
simplicidad alegre, santa, sencillez suprema, naturali-
dad transparente y humildad definitiva, que ya no tie-
ne vuelta atrás. Y así,”podáis comprender con todos los
santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la
profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede a
todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la
total Plenitud de Dios” 13.
Allí está lo que falta y también lo que ya existe sin
saberlo. Allí está el “homo bonus”, el que está germi-
nando dentro del hombre, ‘en espíritu y verdad’ 14. El
que lleva siglos y siglos esperando su aparición glo-
riosa y definitiva.

“Llega la hora (ya estamos en ella)


en que los verdaderos adoradores
adorarán al Padre en espíritu y verdad...
Dios es espíritu
y los que lo adoran
deben adorar
en espíritu y verdad” 15.
¡Bendito sea! En este texto de san Juan, en el diá-
logo con la Samaritana, se ofrece la clave definitiva de
esta búsqueda: El tiempo (la hora) y el lugar que aún
existe en el mundo, el que aquí se busca, no está en el
Templo de Jerusalén ni en el Monte de los Samarita-
nos. Es el lugar del espíritu y de la verdad, el lugar de

13. Ef 3, 18-19.
14. Jn 4, 24.
15. Jn 4, 23-24.

181
Dios, el lugar de Dios en el hombre, es decir: el “homo
bonus”. El tiempo de Dios es el presente; el que se
hace presencia en su corazón y en su conciencia. Éste
es el tiempo propicio para conocer el secreto y el sig-
nificado del “homo bonus”. El trabajo en el camino de
la simplicidad ha de procurar, con los medios opor-
tunos y con la ayuda de la gracia del Espíritu Santo,
la aparición del “homo bonus”. La mirada se recrea en
la figura propia del “homo bonus”, Jesucristo, que la
Iglesia lleva en su seno de barro16 desde hace veinte
siglos, y a cuya imagen y semejanza el hombre fue
hecho y creado. Fijos los ojos en Él, y con la fuerza
de su Espíritu en su corazón y en su mente, ha de
intentar la configuración de su vida con la esencia y
simplicidad que Él transmite de parte del Padre; y así
revestirse de Cristo: “Despojaos del hombre viejo con
sus obras, y revestíos del hombre nuevo... Revestíos... de
entrañas de misericordia, de bondad, de humildad... Y
por encima de todo esto, revestíos del amor que es el vín-
culo de la perfección” 17...
El “homo sapiens”, sin que el hombre lo sepa, tocó
a su fin con la aparición de Jesús, el “homo bonus”, pero
colea con coletazos de violencia, altamente significa-
tivos, ante la ansiada llegada de su fin. La misión del
camino de la simplicidad es ayudar a morir al hombre
viejo, “homo sapiens”, con la recomendación de san
Pablo: “trasformaos mediante la renovación de vuestra
mente” 18, para que pueda aparecer el hombre nuevo19.
Este camino de conversión, esta metanoia espiritual y

16. Cf. 1 Co 4, 7.
17. Col 3, 9-12.
18. Rm 12, 2.
19. Cf. Ef 2, 15.

182
humana, desde la conciencia de la fe y la confianza en
Jesús, producirá en cada creyente y en cada comuni-
dad un impacto semejante al de Pentecostés.
Pero el discurso requiere de nuevo la búsqueda de
algún ejemplo vivo y humilde, que nos muestre la
aparición ya, hoy y aquí, del ”homo bonus”. Los ojos
buscan por el camino del dolor de la humanidad y del
mundo, pues ¿qué sería del camino de la inmensa
mayoría, de los simplitos, si éste no se viviera desde la
que es su moneda común: el sufrimiento? Hay que huir
de una espiritualidad artificial, y sentarse ante el
Crucificado con el Resucitado, para encontrar el pa-
radigma de hombre que se busca. No es fácil aden-
trarse en los secretos del corazón humano. Si se ana-
liza a cada persona, separada y apartada de las demás,
se observa que cada una es única e irrepetible, pero
cuando se mira el fondo del corazón se ven en ella los
reflejos del resto de la humanidad. Al mirar a Mariló
se puede pensar: ‘qué vida tan peculiar y tan distinta
de la mía’, y, sin embargo, si el que mira detiene su
mirada, verá aparecer algunas claves en ese corazón
que señalan cercanía y similar intensidad. Mariló se
asemeja a un Don Quijote redivivo: una mujer solita-
ria en pelea incansable contra fuerzas negativas y
ocultas que pretenden dominarla y destruirla. Esta-
mos ante un ser humano probado y atacado feroz-
mente por la negatividad vital. Tres enormes drago-
nes, adosados a su ‘homo sapiens’, han perseguido su
ser: la enfermedad psico-religiosa, propiciada por gru-
pos sectarios que absorben y doblegan; la enfermedad
socio-ambiental que engancha y culpabiliza sin pre-
tenderlo; y la enfermedad físico-personal, que devora
y consume sin saber cómo ni por qué, y aquí, como

183
una concreción desconocida y enemiga, aparece en
su cuerpo la acción de una energía imparable y des-
conocida, destructora, y con nombre propio: el cáncer.
En el centro de esa historia con ribetes destructi-
vos, y ésta es de nuevo la paradoja, emerge, impara-
ble, la figura escueta y fuerte en la extrema flaqueza,
de Mariló, hecha también ‘de raíces de árboles’, como
dice santa Teresa de Jesús20 al hablar de San Pedro de
Alcántara. En su fragilidad aparente y femenina, relu-
ce como una nueva Juana de Arco, en lucha constan-
te, como San Jorge, contra todos dragones y males
destructores, reales, posibles e imaginables. No es fá-
cil adentrarse en el corazón de una mujer solitaria, en
ese bosque impenetrable, curtido de miles de horas
de soledad, de silencio y de palabras dirigidas a lo
hondo y a los cielos. Un bosque difícil de ver, y más
difícil aún de desvelar. Pero resulta tan apasionante
acercarse a ella y observarla en su lucha interminable
y valiente contra el mal, que no aparece otro deseo
que el de buscar en esas raíces increíbles, para descu-
brir dónde se esconde y en qué radica la fuerza de tal
mujer. En ella aparece, en su vertiente femenina,
el“homo bonus, la mulier bona”.
Nacida y bautizada en julio de 1947. Tiene su pri-
mera conversión y descubrimiento de Jesús a los 13
años. A los 16 se enamora radicalmente, según ella
narra, de Jesucristo, ‘el homo bonus’. En el curso 64-65
comienza su carrera en la Universidad. En el 65 hace
de su vida una entrega definitiva a Jesús, y en el 68,
entra en una organización religiosa católica de sesgo
tradicional. En el 75 hace sus votos temporales. En el

20. Santa Teresa de Jesús, Libro de la vida, Cap. 27, 16-20.

184
76 muere su padre. En esos años trabaja en un cole-
gio de Buitrago, del que recuerda los amaneceres en
la capilla. En el 78 aprueba las oposiciones de Agre-
gado, y en el 79 las de Cátedra de Griego. En el 81
hace los votos perpetuos. Por entonces imparte sus
clases en el Instituto de Almazán, del que recuerda
los atardeceres en la diminuta capilla de las monjas,
sin más luz que la vela del Sagrario. Tiempos de in-
tenso trabajo, con funciones directivas, problemas la-
borales, 23 F, líos incontables en la administración y
con el claustro. Años estos en los que escribe en la
intimidad, cosa que no hacía en el grupo religioso,
pues allí sólo se recogían los escritos, notas y charlas
del fundador. En el 92 sale de ese grupo. El año 93
entra en contacto con la parroquia de Nuestra Señora
del Encuentro, en su barrio de Tetuán, en Madrid.
A
‘ llí descubrí, dice, la humildad del servicio a los her-
manos más débiles’. En el 99 se la diagnostica un cán-
cer de mama. En el 2000 fallece su único hermano de
una enfermedad incurable, dejando una hija pequeña.
En la actualidad vive con su madre anciana.
Más de veinticinco años de su vida han sido entre-
gados a Jesús a través de ese grupo religioso restricti-
vo. En su más tierna juventud y belleza descubre el
grupo en el que ella, con una absoluta generosidad e
inocencia, haría la entrega entera de su vida a Jesucris-
to. Es esa entrega el secreto de su existencia. No hay
otro. Todas las vidas están misteriosamente envueltas
en el polvo de esta tierra y Mariló fue envuelta en el
manto de una comunidad religiosa que la produjo un
grave deterioro físico y psicológico. Cada ser humano
sufre unas pruebas en su vida, a veces escalofriantes o
terroríficas, que no es necesario desmenuzar ni narrar

185
para regodearse en la pobreza y la fragilidad de la
humanidad. No es ese el motivo de este escrito. Se
pretende describir sucintamente el ámbito de expe-
riencias negativas que, una vez encauzadas, ayudan a
descubrir la grandeza y el secreto que acompaña a la
persona: el bien, la paz y el amor de Dios. Es miste-
rioso ver la fuerza emergente de una mujer que lucha
denodadamente contra el mal en todas sus variantes
y pruebas; y que necesita contrastarse para no enlo-
quecer, para mantener la cordura, para que la línea
fina del “homo bonus”, Jesucristo, continúe triunfando
por encima de toda atracción fatal hacia el mal.
Una mujer puede ser una campeona incuestiona-
ble, sin más ayuda que la gracia que le viene del mis-
mo Dios. Es grande contemplar a estas mujeres im-
pertérritas, sufrientes, amables, reducidas a la más
absoluta simplicidad vital, que cargan con la cruz sin
quejas egoístas y en constante acción de gracias; to-
mando siempre las justas medidas para mantener la
cordura y la coherencia, el ritmo del Espíritu y el equi-
librio esencial, para que la vida siga siendo un servicio
al Evangelio. Son las mujeres de la Providencia, las
que han sabido permanecer junto al Señor en todas
las pruebas. Las que han esperado un día y otro, sen-
tadas ante la puerta de la vida, viendo y viviendo lo
que la vida les ofrecía, con los medios que tenían, y sin
embargo afianzadas en la gracia de un modo radical.
Sólo el tiempo, y la espera en medio de los tormentos,
les hicieron entender que todo es gracia, y les hizo ver
la mano misteriosa y misericordiosa de Dios en todo
lo vivido. Javier Garrido lo resume con mucha facili-
dad: “Cuando la vida esté resuelta en Dios, en sólo Dios,
entonces miraremos hacia atrás y podremos celebrar cómo

186
la Providencia estaba ya anticipando el futuro en nues-
tro equipamiento y en nuestras raíces, ‘desde el seno
materno’ (Sal 139)” 21. Cuando Mariló comenzaba a
levantar la cabeza, tras la salida del grupo paralizador,
el misterio de la vida la puso ante la más dura prueba,
implicándola en una experiencia de enfermedad que
la mantiene al borde de la muerte física y sometida a
tratamientos permanentes de quimioterapia para
mantener un mínimo de salud. Siempre ha manifesta-
do experimentar, en la fragilidad general de su exis-
tencia, la presencia vivificadora del Dios de la vida.
Emociona recordar la narración de la entrega de su
vida al Señor, cuando era apenas una adolescente. Es
maravilloso ver cómo el Señor toma a cada uno de la
mano de su amor, lo conduce hacia Él en medio de la
ciénaga de la historia y lo coge por las alas, con sen-
cillez y simplicidad. No hay comparación, para quien
se sabe amado por el Señor, entre el mal vivido y el
don de saberse portador de su luz en medio de la
noche oscura de la vida. Esa es Mariló. Encontró al
‘homo bonus’ siendo muy joven y se le dio el don de
poder entregarse a Él con un amor total y apasiona-
do, hasta el punto de no darse cuenta, de no percatar-
se del mal y el polvo en el que podía venir envuelto tal
amor. Y ¿eso es posible?, preguntará alguno. Pues lo
es. Lo es totalmente. Es la paradoja permanente de la
existencia. Y no es único el caso de Mariló. Es el caso
de todos. La fe vivida con amor apasionado, como el
amor humano, no sabe interpretar, como principio, si
el sufrimiento al que puede ser sometida es o no es,
porque se fía enteramente. Dios, para el que cree y

21. Javier Garrido, Op. Cit., p. 176.

187
ama, está misteriosamente detrás de todo lo que pue-
da pasar o vivir, porque sabe, además, que el amor y
la entrega están enganchados irremediablemente a la
cruz de Cristo. La cruz real, la de cada día, comporta
unos sufrimientos y unos dolores asumidos, queridos
y aceptados, inevitables, presentes siempre, de un
modo u otro, en todo lo que es humano. La entrega a
Jesucristo comporta siempre, por eso es amor, una
cualidad de desinterés personal, de servicio a su
Evangelio, que trae consigo la aceptación de un dolor
gozoso. Esto es difícil de entender si no se está colo-
cado en el lugar buscado. Ahora, entre las secuelas del
destrozo que dejó en su vida la estela de los dragones
devoradores de hombres y mujeres, Mariló vive en la
libertad de los hijos de Dios, en la simplicidad de una
vida austera y enferma, pero alegre y confiada, que es
el mayor don que se le puede hacer a un cristiano.
La vida laboral de Mariló estuvo marcada por la
enseñanza, donde fue profesora de griego. Creyó en
una enseñanza humana y solidaria. El griego era el
medio, trabajado con responsabilidad, para compartir
luego, con sus jóvenes alumnos, un trabajo solidario
en las cárceles y los hospitales. La enseñanza también
le ofreció sufrimientos, ya que vivió como tal Quijote
contra un sistema injusto. Al defender los valores cris-
tianos, dando la cara ante una enseñanza cada vez
más secularizada, se hizo sospechosa de querer im-
buir el cristianismo a sus alumnos, por lo que tuvo
que enfrentarse con acusaciones y dificultades para
desarrollar sus actividades solidarias fuera del horario
escolar. Los prejuicios se imponían por encima de la
sinceridad y autenticidad de una mujer que entrega-
ba lo mejor de sí misma a sus alumnos. Las dificulta-

188
des continuaron hasta que el cáncer de mama la jubi-
ló. Después ha recibido la amistad y el calor de
muchos de sus oponentes, que han valorado su ejem-
plo y el valor de su entrega.
Nunca nadie logró apartar de Mariló la sonrisa
que nace de la experiencia del amor de Dios, de la
experiencia de ser una elegida justamente ahí, en su
debilidad y en su vulnerabilidad, el lugar donde el
hombre común alejado de la fe, puede sentirse más
olvidado22. Su rigor para luchar no dejaba al descu-
bierto esa alegría propia de los que aman y se saben
amados y elegidos. En un momento dado se planteó
su fidelidad al Señor, una fidelidad personal a prueba
de bomba, pero que pasó por la dependencia grupal
que impedía su pleno desarrollo. Le costó compren-
der que la fidelidad a Dios no está ligada a una situa-
ción de grupo enfermiza; y que se puede mantener la
fidelidad esencial, renunciando a una dependencia
malsana. Y lo hizo. Muchas horas de sentimientos
cruzados iban a venir sobre la pobreza de esta mujer
valiente. Perseveró en su decisión de comenzar una
nueva travesía en medio del desierto. Y su mente,
como la de los que abandonan estos grupos negati-
vos, fue un hervidero inhumano. Mantuvo su deci-
sión sin alejarse lo más mínimo del Señor. Todo lo
contrario, en su soledad y abandono, Él fue su defen-
sor y baluarte. Es impensable lo que se puede sufrir.

22. “Dios nos ha elegido a causa de nuestra debilidad; y, más concre-


tamente, a causa de nuestro punto flaco, de nuestra más profunda
vulnerabilidad, para curarla con su poder y convertirla en piedra
angular, en fundamento de su Iglesia. Así actuó siempre en la his-
toria de la salvación”. André Louf, Vivir en una comunidad fra-
terna, Cuadernos Monásticos 77 (1986), p. 184

189
Sólo el que sufre está capacitado para entender el su-
frimiento. Y eso hizo Mariló, pues, desde su sufri-
miento al salir de aquel grupo se arriesgó a vivir lo
que allí había tenido vetado: conocer otros mundos,
leer libros prohibidos, frecuentar instancias religiosas
no recomendadas, hablar con creyentes no bien vis-
tos, hacer pinitos pastorales en otros ambientes y
comenzar una entrega de la vida a personas sufrien-
tes, marginadas y apartadas. Lo hizo con sus mucha-
chos, en veladas en hospitales infantiles y en los mó-
dulos de madres, en las cárceles. Lo hizo con su tra-
bajo anónimo con inmigrantes del barrio de Tetuán,
que recurrían a ella para sus necesidades y pesadum-
bres; ella guarda sus nombres en su conciencia, pues
han sido vividos desde la amistad, la interculturalidad
y la solidaridad amorosa, sin prejuicios. Y lo hizo con
la asociación ‘Horizontes Abiertos’, trabajando en las
cárceles con las madres internas y sus hijos, a quienes
acompañaba cada semana.
Y todo eso, en los últimos años, vivido en medio
de las innumerables sesiones de quimioterapia y otras
de medicina alternativa, para cuidar amorosamente
una salud deteriorada, con medicina convencional,
naturalista, vegetariana, o con acupuntura. Cuida con
esmero el regalo más maravilloso de Dios: el cuerpo,
que sabe de muerte, pero que es el lugar de la vida, y
de la expresión plena de nuestro ser en la historia.
Ahí, en el amasijo de carne y vida que es un cuerpo
deteriorado y enfermo de gravedad, encuentra ella el
lugar buscado que aún queda en el mundo. Y cuántas
veces se la oye decir con Pablo: “Me alegro por los pa-
decimientos que soporto” 23. Cuánto respeto y amor
derrocha Mariló en el cuidado de la salud de su cuer-

190
po, y del cuerpo de los demás. Y con el cuerpo hin-
chado, sin pelo, vomitando, aparentemente hundida,
con el rostro mortecino y demacrado, al lado de su
madre anciana, con la muerte reciente de su único
hermano, sin embargo, mantiene su libertad y su deci-
sión inquebrantable de morir con las botas puestas,
rezando y sirviendo: a su familia si es necesario, a su
cuñada viuda, a su pequeña sobrina, a los inmigrantes
que la requieran, a las internas, a los amigos, y a los
hermanos y hermanas de la comunidad cristiana. Par-
ticipa en la parroquia en la medida que puede, escri-
biendo en la revista o en la catequesis o dando un reti-
ro espiritual u organizando un grupo de oración o lle-
vando la comunión y el consuelo a otros enfermos. Es
una mujer rota, desde el punto de vista físico, y, sin
embargo, partiéndose y repartiéndose cada día para
que todos tengan lo esencial para su vida y para la fe.
La vida diaria de Mariló, supone el arrastre de un
cuerpo deteriorado con un hígado descomunal y con
infinidad de complicaciones. Cada día, cargada con su
cáncer, como quien carga con una cruz aceptada, ha
de salir a la compra, al papeleo, a las citas médicas, a
la parroquia... Cuando la enfermedad arrecia, y no se
mueve de la cama del hospital o de su casa, la encuen-
tras siempre volviendo a nacer, alumbrando nuevos
modos y momentos de vida nueva, conviviendo con
su soledad, aprendiendo a morir y a vivir definitiva-
mente24, y, a la vez, la encuentras alegre, con paz y

23. Col 1,24.


24. “Nos hemos hecho para vivir con salud;
al aparecer la enfermedad
tenemos que hacernos para vivir con ella.
La enfermedad seria exige un nuevo nacimiento.

191
serenidad. Incluso puede parecer excesiva su paz y su
alegría, simples y naturales, desde el punto de vista del
drama que para la mayoría de los mortales es el cán-
cer. Pero ella sabe por la fe que este ‘juego’ que le toca
jugar está ganado. Y está dispuesta para que, cuando
llegue el momento, se tire de ella en la dirección mar-
cada. La maleta está preparada para marchar, dejando
una estela de dignidad, de superación y de pundonor,
de santa y alegre simplicidad, de olorosa fe, que deja
atónito a cualquiera. Sale del alma un canto fluido a la
valentía, a la fidelidad a Dios, a la hermosura de ser
mujer, a la victoria ante las más duras dificultades, a la
simplicidad y la fe de esta hija de la tierra. Cualquiera
recupera la dignidad y el placer de pertenecer a la hu-
manidad ante la presencia de personas como Mariló.
La bondad se hace presente como un rayo de vida
nueva entre los hombres. Mujer buena. “Homo bonus”.
Mención aparte merece su vida mística. Ojalá que
algún día se pudieran publicar los escritos de esta
enamorada de Jesucristo. Sus cientos de páginas
escritas rezuman de una relación privilegiada, natural,
llena de sabiduría, de ternura, de emoción, de belle-
za...; en algunas ocasiones la experiencia alcanza gra-
dos sorprendentes, pero que conectan bien con

Con ella se inaugura


Un nuevo modo de vida.
Por eso muchos enfermos renacen.
Con la experiencia de la enfermedad finaliza el alumbramiento.
Alumbramiento que culmina en la acción de ‘morirse’.
El que sale de la enfermedad como entró
No ha renacido.
¡Qué oportunidad perdida!
Jesús Burgaleta, Aprender a vivir con el propio dolor. Tomado
de: Carlos Alemany (Ed.), 14 Aprendizajes vitales, Desclée De
Brouwer, Bilbao 1998. p. 237.

192
vivencias similares del común de los mortales; nunca
se podrá decir de sus experiencias que son raras o
inalcanzables. Nos hablan de lo que es posible para
cualquiera que desee acercarse con amor y naturali-
dad, con santa simplicidad, hasta el umbral de Dios y
de Jesucristo, hasta ese lugar buscado que aún existe
en el mundo. La mística está al alcance de los cristia-
nos normales25. Se da, en esa relación que llamamos
mística, en un tú a tú enamorado y constante, tanto
en las dificultades, como en los momentos suaves y
felices; tanto en la salud, cuando ésta era su moneda
común, como en la enfermedad actual. Y siempre sin
afectación alguna; con la simplicidad del ‘si, si; no, no’;
cuando se puede se puede; cuando el cuerpo o la
mente están cargados y la relación con Él es aparen-
temente menor, o es prácticamente imposible mante-
nerla, acaba dejándose sin más en las manos de lo que
es. A veces se produce el milagro de una relación con
un tono y una calidad que impresionan. “Siento una
especie de pudor espiritual ante el milagro de la gracia,
escribe. Cuando era joven escribía y sentía con la segu-
ridad de una mujer madura y la frescura de la primera
juventud; ahora, desde la madurez, en el tramo final de
la vida, experimento el gozo de un corazón adolescente
locamente enamorado. Entre los 16 y los 55 años se ha
tejido una historia sencilla, oculta, vivida con la natu-

25. Karl Rahner, hablando de las experiencias del Espíritu Santo,


dice: “Se ha insistido mucho dentro de la teología de la mística
cristiana en el carácter extraordinario y elitista de tales fenómenos
místicos. Si se hubiera presentado la vivencia mística propiamente
dicha separada de sus fenómenos marginales, hubiéramos com-
prendido mejor que no son en absoluto acontecimientos que estén
más allá de la experiencia de los cristianos normales”. Tomado de
las lecturas de Vigilias de la Orden del Cister.

193
ralidad de la respiración, pero que a mí misma me deja
descolocada”.
La mujer frágil y abandonada, solitaria y macha-
cada por equívocos sociales negativos, tiene un calor
intenso en lo más profundo de su alma, pero un calor
que aflora y llega hasta su capa aparentemente más
superficial. Mariló es una mujer distinta. Está tocada
por Dios, tocada por la simplicidad del amor de Dios.
Si la vemos vestir o aparecer en la escena cotidiana de
la vida, podemos pensar incluso que estamos ante
una ‘pasada postmoderna’. Hasta ese punto cuida su
figura amada por Dios. Y es que Mariló está llena de
luz y de la inteligencia de la fe. Y eso trasciende todo
su ser y su figura. Nada de lo suyo resulta superfluo.
Diríamos que huye de ello. Por eso, puede ser consi-
derada como una mujer excepcional, nada común en
la realidad, aunque lo específicamente suyo es lo más
humilde y común, no desarrollado, sin embargo, en la
mayoría de los seres humanos. ¿Qué otra cosa se pue-
de esperar de quien participa de lleno de la llama y el
fuego del Espíritu? Y aún le queda tiempo para reti-
rarse, de vez en cuando, a algún monasterio, para
estar a solas con su Señor, que es, con mucho, lo que
más desea su corazón enamorado. Porque, a pesar del
tiempo pasado desde que le llegó el primer amor, no
ha disminuido su fuerza ni su sentido; y, a pesar de
los palos de la vida, ese amor no sólo no se ha perdi-
do, sino que se ha acrecentado y se ha convertido en
“pura llama de amor vivo”. Son muchas las horas de
silencio, de meditación y de atracción divina. Un des-
posorio fiel y firme es el vivido durante tantos años
con su Señor Jesucristo, con su ‘preludio de homo
bonus’, al que ansía ver del todo: Mariló eligió desde

194
el principio la mejor parte, y nadie se la quitará 26. Si-
tuada en Jesús camina con finura el camino de la sim-
plicidad. A Mariló se le puede llamar: vividora de la
Trinidad, perfecto ejemplo de ‘homo bonus’. En un poe-
ma del año 1976 expresa perfectamente lo que ella
siente por el Señor: amor y sólo amor. “Siempre el
Señor me ha enamorado y me ha llevado a lo más ínti-
mo del ser para encontrarme con Él”:
“He pasado las horas,
amor, en tu presencia,
gritando sin palabras
que mi alma desborda.
He intentado decirte
lo que siento,
y no puedo.
Prefiero contemplarte
a la luz de tus ojos
sin intentar siquiera
expresar mis amores.
Amor, Tú me has llamado,
y al fondo de mi casa
volé a contestarte.
He cerrado ventanas
y apagado las luces.
Fuera todos ignoran
el idilio encerrado.
A oscuras te he encontrado,
he sentido tu beso
ardiente como el fuego.
He gustado el murmullo

26. Lc 10, 42.

195
de tu hablar silencioso.
Me han penetrado toda
las luces de tus ojos.
Inmóvil, sin palabras
me quedo en tu presencia.
No importa que mi casa
el mundo la rodee.
Ellos sólo por fuera,
no pueden asomarse,
ignoran que pasamos
dulces horas de amor.
Fúndeme entre tus brazos
que quiero transformarme.
Hazme llama que arda
para cantar amor,
gloria que alabe al Padre
haciendo de mi vida
voluntad infinita
de mi dulce Señor”.
Mariló vive en su corazón, y al lado de su Señor;
desde aquél día en el que se entregó por entero a
Jesucristo, ‘homo bonus’, y comenzó a vivir, en el cami-
no de la simplicidad, su ser de hija, como una niña
confiada a Él, a la que Él hizo suya.
N.B. Mariló entregó su vida, de modo efemplar y
definitivo al señor, el día 28 de agosto de 2005, cuan-
do este libro se encontraba ya en proceso de impre-
sión. ¡Descanse en la paz de aquél al que tanto amó!

196
xii
EL CAMINO DEL “SIMPLE”
ACABA EN FIESTA

Se ofrece ahora, a quien vislumbra “la era del homo


bonus”, a quien está empeñado y trabajando el camino
de la simplicidad, el verdadero nombre del lugar que
aún queda en el mundo, ese lugar de la felicidad que
venimos buscando y perfilando en estas páginas. El
nombre es simple, como no podía ser de otra mane-
ra. Narra el evangelio de san Marcos, en su brusca
conclusión, lo que les sucede a las mujeres que, pasa-
do el sábado, llegan al sepulcro a embalsamar el cuer-
po muerto de Jesús y se encuentran el sepulcro abier-
to, y dentro a un joven, con túnica blanca, que les
dice: “No os asustéis. Buscáis a Jesús de Nazaret, el
Crucificado; ha resucitado, no está aquí. Ved el lugar
donde lo pusieron. Pero id a decir a sus discípulos y a
Pedro que irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis,
como os dijo” 1. Manda, pues, a los discípulos, ¡oh para-
doja!, volver a Galilea. Les había advertido, antes de
morir, que deberían volver a Galilea; y ese joven, tras
la resurrección, les ordena, por boca de las mujeres,
que vayan allí para el reencuentro: ‘allí le veréis, como
os dijo’. Después de lo vivido y sufrido en Jerusalén,
han de volver a Galilea. Jerusalén es el símbolo de la

1. Mc 16, 6-7.

197
opresión y de la matanza del inocente, el lugar de la
infelicidad. Allí viven los hombres poderosos, sin
misericordia, y los religiosos externos e hipócritas, es
decir, los ‘homo sapiens’. Jerusalén, la ciudad de la paz,
¡oh paradoja!, se ha convertido en el lugar del crimen
y la violencia. Se hace necesario salir de Jerusalén y
buscar otro lugar. Los discípulos han de rehacerse en
todos los sentidos, como personas y como comuni-
dad. Acabado el sueño mesiánico y de grandezas hu-
manas, han que abrirse a la nueva realidad, a la que es
en verdad, a aquella por la que Jesús ha muerto y para
la que ahora, ¡oh paradoja!, ha sido resucitado de la
muerte. ¿Tendrá que nacer algo nuevo e inimaginable
para los discípulos? ¿Quizás un hombre nuevo, un
hombre bueno? Se hace absolutamente necesario un
lugar para recomponerse, para vivir y gozar de la fies-
ta de la vida que ha amanecido con la gran noticia de
las mujeres: ‘¡HA RESUCITADO!’. Han de comenzar a
vivir de nuevo, a tener una nueva comprensión de
todo lo vivido con Jesús, de su enseñanza, y de la mi-
sericordia de Dios para con todo hombre. Y,”lo demás
se dará por añadidura” 2. Ese lugar necesario, existe
para Jesús. Por eso, manda a sus discípulos que vayan
a él, que vuelvan a él. El lugar es y se llama ‘Galilea’.
¿Qué tiene que ver esto con lo que aquí estamos
trabajando? ¿Acaso se pretende decir que la culmina-
ción y el punto de llegada del camino recorrido en
simplicidad, en cada vida creyente y comunitaria, es
también ‘Galilea’?
Evidentemente se está creando una ficción litera-
ria, un símbolo espiritual, pero la propuesta definitiva

2. Mt 6, 33.

198
de estas páginas es ésta: el lugar de la felicidad al que
tanto hemos aludido, ese lugar sugerido desde el pri-
mer capítulo, el lugar que aún queda en el mundo, el
que existe hoy para ti, y para cuantos andan el cami-
no de la simplicidad de la fe, se llama también, ¿por
qué cambiar el nombre, cuando Jesús lo pensó y lo
preparó desde el principio para los discípulos?:
‘Galilea’. Se le llamará de ahora en adelante: ‘Galilea’.
Éste es el lugar que quería enseñarte. Evidentemente,
para ti, este lugar, esta “Galilea”, está en tu ser, en el
cuerpo que eres, en tu corazón, y en el cuerpo, en la
comunidad creyente y fraterna, que te envuelve y te
da la fe.
¿Por qué ‘Galilea’? ¿Qué significa eso de ‘volver a
Galilea’? Para Jesús, ‘volver a Galilea’, después de
haber vivido con sus discípulos ‘la oscuridad de la
vida’ y la paradoja de ser hombres, como les toca
vivir desde su libertad a todos los nacidos de mujer,
de haber respetado escrupulosamente el secreto
mesiánico y del trauma que supuso su pasión y su
muerte, tiene pensado volver con los discípulos al
calor de los orígenes, de los primeros amores, de la
primera llamada, de ese primer fuego prendido en las
miradas, los oídos y las almas de sus amigos, de sus
primeros encuentros. Les pide que vuelvan al calor y
al contacto con el pueblo humilde de Galilea, con la
gente que sufre, suplica y trabaja; ese pueblo biena-
venturado: ‘pobre, manso, que llora, con hambre y sed
de la justicia, misericordioso, limpio de corazón, que tra-
baja por la paz, perseguido por causa de la justicia,
injuriado, perseguido y calumniado’ 3. “No he venido a

3. Cf. Mt, 5, 1-12. Bienaventuranzas.

199
ser servido, sino a servir” 4. Les pide que vuelvan al ca-
lor del servicio: ‘a los hambrientos, los sedientos, los fo-
rasteros, los desnudos, los enfermos y los encarcelados’ 5,
pues en ellos está puesta la mirada de Dios. Les pide
que vuelvan al calor del compartir, de la fiesta, con el
pueblo humilde6 y con los pecadores, “no he venido a
llamar a los justos sino a los pecadores” 7, y que lo hagan
sin miedo. Les pide que vuelvan al calor de la relación
directa y participativa con todos, sin apartarse nunca
de los pequeños, los preferidos del Padre, en las cosas
cotidianas de la vida, en el comer y en el vestir, en-
tremezclándose con ellos, como lo está la luz del sol
con la vida o la sal con las aguas del mar8, alejados de
ser elites distantes. Les pide que vuelvan al calor de la
enseñanza, a la comunicación directa, a la vida de
comunión en la simplicidad, a la vida simple y humil-
de de su primera comunidad de amor. Les pide que
vuelvan al calor fundamental, al del Padre, al de los
brazos amados del Padre9, de donde Él ha salido, y a
donde Él ha vuelto; brazos en los que enseñó a vivir
a su pequeña, pobre e incipiente comunidad, siempre
en oración10 y en estrecha relación de amor con Él,
siempre en la ingenuidad de una fe orante11, naciente
y confiada en su Señor.
El lugar al que conduce el camino de la simplicidad
de vida, también para ti, amigo lector, es “Galilea”. Ese
4. Mt 20, 28.
5. Cf. Mt 25, 31-46. Juicio Final.
6. Cf. Jn 2, 1-12. Bodas de Caná.
7. Cf. Mt 9, 10-13.
8. Cf. Mt 5, 13-16. Sal de la tierra y luz del mundo.
9. Lc 15, 20.
10. Cf. Lc 11, 1-4. Padrenuestro.
11. Cf. Mt 14, 23.

200
es el lugar que aún queda en el mundo. Haz el esfuer-
zo de adaptar todo lo dicho sobre Jesús y sus discí-
pulos en Galilea, y aplícatelo a ti y a tu comunidad
cristiana. Has de volver, también tú, a tu Galilea, tras
la paradoja de tu vida y tu mente violentadas por la
negatividad, tras tus muchas experiencias frustrantes,
tras el esfuerzo ascético de búsqueda de la simplici-
dad, tras tu lucha por recuperar tu identidad perdida,
tu nombre, tu historia, tu interioridad, tu perla, tu ser.
Deja que se caigan todos los filtros puestos entre tu
mente y la realidad, los muchos filtros de una mente
taponada por sus prejuicios, los que impiden la apari-
ción de la verdad desnuda y humilde. Galilea es el
lugar que se te propone crear dentro de tu persona,
de tu ser. El lugar donde resonará el eco de la simpli-
cidad. El hombre y la mujer actuales se encuentran,
en una parte importante de su ser, despoblados, ári-
dos, desérticos y vacíos por dentro, después del paso
constante, machacón y atronador de la negatividad
del sistema por nuestra mente, convertida en cómpli-
ce del mismo.
Estas páginas te convocan a repoblar el vacío de tu
ser postmoderno, tu falta de identidad, con la jugosi-
dad del don de Galilea. Esto es lo más importante
que se te quiere comunicar. Recrea, pues, desde el
silencio orante diario, convertido en hábito, y desde
la simplicidad en los gestos, convertida en estado de
vida, dentro de tu corazón y de tu mente, renovados
y revitalizados por la gracia del no-pensamiento, la
Galilea de tu historia recuperada, la Galilea de tu
vocación, de tus primeros amores, de tu encuentro
secreto con el Señor; la Galilea del presente eterno de
amor que se te ha confiado; la Galilea que se con-

201
vierte en la perla secreta de tu alma; la Galilea de la
ternura y la misericordia por el hombre y por el
pobre; la Galilea de la enseñanza y del sentido de
orientación; la Galilea del poder del amor de Dios, de
la fortaleza que se te ofrece para resistir los ataques
del hombre caduco y orgulloso, ‘el homo sapiens’,
siempre vivo, ¡oh paradoja!, en ti y en cuantos te
rodean, y deseoso de asaltarte y seducirte para el mal;
la Galilea del ‘homo bonus’ al que estás convocado; la
Galilea que te ofrece una montaña sagrada, un per-
manente Tabor12, para tu encuentro armonioso con el
Padre. Volverás cada día, a cada hora, a cada paso del
camino, cerrando tus ojos, llenando de silencio y de
flores tu alma, a Galilea, a tu Galilea trascendente y
primigenia, consagrada por Jesús en tu bautismo,
morada eterna en tu corazón para el abrazo cálido y
vivificador de la fe y la confianza. El lugar que aún te
quedaba en el mundo.
El evangelio de Juan ofrece otra perspectiva y otra
comprensión, como nueva ayuda, para colocar la
vida, concentradamente, en lo que aquí se llama ya
Galilea:
“En la casa de mi Padre hay muchas mansio-
nes...
Voy a prepararos un lugar...
Adonde yo voy sabéis el camino...
‘Yo soy el Camino y la Verdad y la Vida. Nadie
va al Padre sino por mí...
Le dice Felipe: ‘Señor, muéstranos al Padre y nos
basta’.

12. Cf. Mc 9, 2-8

202
Le dice Jesús: ... El que me ha visto a mí, ha vis-
to al Padre...
Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí...
El que crea en mí hará él también las obras que
yo hago, y hará mayores aún...
Yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para
que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de
la verdad...
‘Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y ven-
dremos a él, y haremos morada en él’ 13.

La perspectiva más importante de este texto es


que tu Galilea es el lugar donde puedes encontrarte
con la casa del Padre. Al lugar, Juan, simbólicamente,
lo llama ’la casa del Padre’. El lugar, pues, es esa casa.
Volver al Padre, a la casa del Padre14, es el gran deseo
del Hijo Pródigo: “Iré a mi padre y le diré...”. Y vuelve
a la casa del Padre, donde éste le espera con los bra-
zos abiertos15. Para ti, bautizado en el nombre santo,
la casa del Padre es también tu propia casa. Una
morada que ya es tu morada. El Padre pone su casa
en ti, en tu pobre y simple corazón, herido entre los

13. Cf. Todo el capítulo 14 de san Juan, de donde están entresa-


cadas estas citas.
14. “Dios entonces se hace presente y dice: ‘Vuelve a casa’. Él sabe que
sólo en tu corazón está la vida, la salud. Toda la luz. Vuelve a tu
origen. El origen de la luz, del gozo, del amor. El origen de la vida.
El silencio es el retorno de todo eso. Todo lo que nace sale de la luz,
de la vida, de un gozo... Este es mi origen. En él encontrarás la
felicidad. Sólo incorporándonos a nuestra conciencia podremos
encontrar la vida. Por eso es importante atender a la hondura o
verticalidad. En lo profundo de mi corazón es donde estoy en
comunión con todos, donde puedo relacionarme y acercarme a otros.
Allí desaparece la angustia, el ahogo y la asfixia”. José F.
Moratiel, Op. Cit., p. 51
15. Lc 15, 11-32.

203
dos extremos de la paradoja. Y en tu Galilea se dará
siempre la integración de los opuestos y el don de
vivir de un modo nuevo y positivo, con la identidad
de ‘hijo’ y de ‘hombre bueno’ recuperada en Cristo; con
la paz y la serenidad que sólo el Padre sabe dar a los
que ama y le aman.
Este camino de simplicidad en el amor, una vez que
ya has encontrado tu Galilea y vives dentro de ella, lo
andarás sorteando obstáculos y dificultades, pero sin
problemas, porque para el hombre de Dios no exis-
ten los problemas, con esa carga negativa que mete
esta cultura a la palabra ‘problema’. Sólo fiándote de
Jesús encontrarás la simplicidad, y en la simplicidad
te encontrarás con Él. Él es la simplicidad y es el úni-
co camino para llegar a ella y al Padre. “Yo soy el cami-
no y la verdad y la vida”. El más importante de todos
los hábitos de tu nueva vida, será ir y venir a Galilea,
con Jesús y en simplicidad. Es ahí donde el ‘Simple’
Jesús, en la enseñanza del camino de su Evangelio, se
te presentará, y lo reconocerás, como Señor16 y Maes-
tro17. Ahí lo vivirás como verdadero alimento18. Es
Jesús, si amas, “si alguno me ama”, quien atraerá a tu
Galilea, a tu pobre morada, hecha del barro de la tie-
rra y del aliento divino, al ser del mismo Padre Dios:
“Vendremos a él y haremos morada en él”; y te dará la
oportunidad, en su casa y tu casa, de reconciliarte,
desde tus entrañas heridas, con el fundamento y fuen-
te, con el Padre. Ahí, en Galilea, se te dará la ense-
ñanza cumbre de la simplicidad: comprenderás la

16. Cf. Jn 21, 7ss.


17. Cf. Jn 3, 2.
18. 1 Co 11, 23-25.

204
cruz. Sólo el simple y el niño pueden entender la
cruz. No existe una imagen más clara de la simplici-
dad extrema que el árbol zarandeado y exprimido, el
árbol desnudo, de su cruz; del que cuelga el mayor
despojo humano, el Hijo más amado de la Tierra y
del Padre. Con la enseñanza de su paso humilde por
la cruz te tocará tu corazón posmoderno e insensible,
y te mostrará la cordialidad de la misericordia.
En Galilea, con el Padre, encontrarás tu necesario
refugio, como se considera en los salmos19; y el ins-
trumental preciso, cada día, para el desarrollo positi-
vo de tu nuevo ser. Cuando entres en tu nueva casa,
preparada con amor desde siempre para tu felicidad,
y lo hagas con Jesús, descubrirás que todo tiene aquí
su plenitud. Tu corazón es la base y el lugar para que
Dios viva en ti. El lugar que aún queda en el mundo
facilitará el modo preciso de hacer de tu vida una
entrega y un compromiso con Él20; que se convertirá
después en compromiso amoroso para liberar, sanar
y curar a los pobres, pecadores y oprimidos. Ahí, en
tu Galilea, está el mínimo de lo mínimo, el “Myste-
rium simplicitatis”. En él todos los seres humanos se
encuentran conectados. Es el corazón del Padre, el
corazón de la Trinidad. En la región de Galilea, en el
centro del lago, está el ombligo de la tierra, el lugar
más apartado y humilde, y ése fue el lugar que el
Señor encontró en el mundo para hacerse uno de

19. Cf. Salmos: 15, 56, 89, 117...


20. “Cuando dices me comprometo ante Dios, das a entender que per-
manecerás constantemente con él, que nunca te separarás de él y
que pensarás que él es mayor que ninguna otra cosa para estar con
él y para vivir con él...”. Teodoro de Mopsuestia (Cilicia.
Principios de s. V.), Ad baptizandos, Homilía 13,14.

205
nosotros y para enseñarnos el camino de la humildad,
de la Kénosis21. Y en aquél ombligo lo encontraron los
humildes. ¡Sólo los humildes! No hay otra opción tam-
poco para nosotros. Y humildes es lo mismo que sim-
ples y simples es igual a humildes. “Simplitos”. ¿Que es
difícil este camino? Habría que decir: Difícil no, ¡es
imposible! Pero también se aprende en Galilea, que lo
que ‘es imposible para los hombres, es posible para Dios’.
Situado en Galilea, en la morada y el lugar de
Dios, puedes comenzar a hacer fructificar esta pre-
sencia en otros hermanos, pues no se te da esta gra-
cia para ti y para tu placer personal. El modo de lle-
gar a tus hermanos será a través de la complicidad.
¿Cuál es el modo de funcionamiento del mal en la
naturaleza humana? LA COMPLICIDAD. Así funciona la
sociedad de consumo: ha hecho cómplices a casi
todos de sus fines y de sus medios. Y eso por una
razón muy simple: es un modo de ser de la psicolo-
gía humana. Bien, pues, asume tú ese modo psicoló-
gico de ser, también para andar el camino de la sim-
plicidad. ¿Qué otra cosa hizo Jesús al dejar a la Iglesia
su Espíritu? ¿Qué comenzó a suceder el día de
Pentecostés?22 ¿Qué hicieron los apóstoles a partir de
ese día por el mundo conocido? ¿Qué lleva intentan-
do hacer la Iglesia a lo largo de los siglos? ¿Cuál ha
sido el modo de extenderse la llama del concilio Va-
ticano II? Haz cómplices de este camino y este nue-

21. Flp 2, 5-8: “Tened entre vosotros los mismos sentimientos que
Cristo: El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente
el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando con-
dición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo
en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo...”
22. Cf. Hch 2, 1ss.

206
vo ser a tus hermanos y hermanas con tu alegría y tu
contagio de fe. Ayuda a otros creyentes y a otras per-
sonas a degustar el puntazo decisivo de verdadera
felicidad que es el Señor; así crearás también las
Galileas comunitarias. Convence a tu mente de que
no hay nada tan hermoso, tan auténtico, tan verda-
dero y tan feliz como el hecho de creer y de fiarte
enteramente de Cristo junto a los hermanos. Y vive el
camino con la humildad, con la santa simplicidad y
con el sentido fraterno y universal con que Él vivió.
Te sentirás parte del cuerpo místico de Cristo.
¿Para qué se te ha hecho llegar hasta la Galilea de
tu corazón? ¿Por qué se te ha pedido que conviertas
en hábito permanente tus idas y venidas a tu Galilea?
El hecho ascético y práctico de caminar hasta ella es
ya la respuesta. Caminando por las experiencias de la
vida, sin más preocupación que estar atento a embe-
berte con los signos y los dones de Dios, habrás
aprendido lo primordial de este hábito de interiori-
dad: liberarte de lo que no conduce a la meta. Simpli-
ficarte. Quedarte en la esencia del ser. Sólo humilde y
alejado del poder de la negatividad, entrarás, cuando
lo necesites, en tu Galilea y la Galilea comunitaria. A
partir de este momento, será una práctica habitual en
tu vida el hecho de adentrarte, estar y quedar en ese
lugar que aún queda en el mundo, en tu vida, y en la
vida de la Iglesia.
Serás feliz ayudando a tus hermanos a ser felices,
entregándote en austeridad y pobreza, para que naz-
ca la humanidad nueva, la prometida, los cielos nuevos
y la tierra nueva donde habite la justicia23; para que los
23. Ap 21, 1.

207
miserables y desheredados dejen de serlo; para que el
dolor de la humanidad sea amortiguado por el amor
y por la fraternidad de una humanidad que ama y res-
peta primordialmente a sus semejantes; para que
todos puedan ser ricos en fe, en amor, en fraternidad,
en justicia, en una vida nueva, en Reino de Dios. Crea,
pues, el hábito diario de entrar y vivir en Galilea, des-
de ahí vivirás lo cotidiano con un espíritu y unas
energías renovadas, y gozarás de haber abandonado
aquella mente cautiva de negatividad y retorcida, la
que antes te abrumaba y sigue abrumando al mundo.
Es primordial, también, que crees tu propia Galilea
para que seas hombre y tengas identidad humana. Des-
de ahí, un día, cuando Él quiera, saltarás con Jesús, a
la Jerusalén gloriosa24 y resucitada, cuando ésta vuel-
va a ser la ciudad de la paz, la ciudad de Dios, la ciu-
dad del “homo bonus”.
¿Qué más trabajo queda? Vive esto en lo concreto
y cotidiano de tu vida, sin pretender quitarte de enci-
ma la paradoja, o sintiéndote mal por su existencia en
ti y en el mundo. Con esta práctica diaria no perde-
rás el tiempo, lo ganarás. Y se te propone un ejercicio
para hoy mismo:

Levántate de tu silla y sal al encuentro del primer


gorrión que haya en la calle y quédate extasiado con él.
Coge una humilde margarita del campo o de algún
jardín, y regalásela a algún amigo que veas excesiva-
mente atrapado por el hombre viejo. Y habla con él, sin
prisas.

24. Ap 21, 2ss.

208
Ve a saludar al primer inmigrante que encuentres en
tu barrio e invítale a un café con leche, aunque él se tome
una caña. Y habla con él, sin prisas.
Si tienes la suerte de encontrar una iglesia abierta,
entra. Siéntate. Cierra tus ojos. Detén el pensamiento,
hazlo a base de respiración y de imágenes de luz y belle-
za en tu mente. Y luego entra en tu ‘galilea’, date ese
gustazo. Y habla con tu padre “que está en lo escondido
y tu padre, que ve en lo escondido, te recompensará” 25.
Luego, haz lo que quieras, la revolución, la compra,
trabaja, da un beso a tu mujer, pasea con tu chico, bai-
la... ¡Es la vida!
¡Ah! Y una cosa más: agarra un constipado, tropie-
za contra una farola, aguanta la cola de media hora en
el autobús, que te den un pisotón al bajar, llévate un
broncazo del médico y que tu hijo te pida que le lleves a
un partido de voley a las seis de la mañana el domin-
go..., por si te habías creído algo o alguien.
Y ¡sonríe! ¡estás de fiesta!
¡Invoca!
Pide. Busca. Llama.
Suplica. Aguarda. Espera.
¡Vuelve a galilea, a tu corazón, al corazón de la iglesia!
¡Adéntrate en el lugar, en el silencio cotidiano, en el
dolor de los pobres!
Goza de él. Sensibiliza con él. Crece en él en la con-
ciencia.
Y vive de un modo nuevo, como hombre o mujer nue-
vos, y para siempre.

25. Mt, 6, 6.

209
xiii
LOS BENEFICIOS
DEL CAMINO

Quedan muchas preguntas, las que se pueden


hacer los más recalcitrantes, los más materialistas de
los lectores, los más desconfiados, o cualquiera que
tenga dos dedos de frente; una importante hace rela-
ción a los beneficios que comporta y trae consigo este
camino de simplicidad para los hombres y mujeres
acomodados del siglo XXI, beneficiarios, a su vez, y
mucho, en su materialidad, de esta sociedad occiden-
tal y de esta economía de consumo. ¿Qué beneficios
comporta el hecho de creer, confiar y realizar este
camino que parece de viento? La respuesta es senci-
lla: ninguno. No hay más que hablar. No hay más que
argumentar. Para los que viven bien, y tienen una vida
regalada y propia, en la que su ego ocupa el centro
del mundo, este camino de fe no es necesario, no tie-
ne utilidad, no les aporta beneficios reales, pues viven
muy bien sin identidad y embotados en sus grande-
zas. Y no se los aporta ni a los aburguesados con
ideas antiguas, retros, ni para los aburguesados con
ideas progresistas, progres, ni para los aburguesados
sin ideas, muermos.
Conviene, con todo, advertir del peligro que entra-
ña para la fe y para el camino de la simplicidad un

211
tipo de hombre religioso, más común de lo que se
cree, que no es una excepción, y que, en su buen vivir,
es decir, siendo como los citados en el párrafo ante-
rior, pretende, además de tener comprada y asegura-
da la buena vida en el mundo presente, comprar tam-
bién la buena vida en el otro mundo, en el venidero.
Por si acaso, que nunca se sabe. Al fin y al cabo, tam-
poco cuesta tanto asegurarse el futuro y la vida eter-
na, al bajo coste de realizar unos cuantos rituales,
ofrecer algún que otro donativo, con recibo para des-
gravarse en Hacienda por supuesto, y hacer peque-
ños sacrificios, sin pasarse, dirigidos a un Dios, bon-
dadoso y misericordioso con los pecadillos propios, y
al que se le pide, a su vez, cada día, mayor severidad
para con los pecados o fragilidades de los demás,
especialmente los de los enemigos. Este tipo de reli-
gión la conocen muy bien algunos grupos religiosos,
con tendencias fundamentalistas, en la actualidad.
Pero es patrimonio de muchos otros. Éstos quedan
bien reflejados en un cuento que ha corrido con
muchas versiones y calificativos, pero que en su esen-
cia dice así: “Un recién muerto, pasa la primera puerta
y accede a un hall de entrada, tanto para el cielo, como
para el infierno. Allí era obligatorio hacer una última
elección. Había de elegirse o bien el libro santo de la reli-
gión propia, de entre un gran montón, o bien algunos
billetitos, que había que extraer, no sin dificultad, de un
enorme fajo de dinero allí preparado al efecto. El que
elegía el libro santo, ya se sabía, entraba derecho por la
puerta luminosa del cielo; y el que elegía los billetitos,
pues también se sabía, y más si había tenido buena vida
y mucho paraíso en la tierra, pasaba derecho, por una
puerta de tonos llameantes, de cabeza, al infierno. Pero,

212
he aquí, que apareció, ante el asombro de los porteros, un
personaje, que eligió en primer lugar y muy devotamen-
te el libro santo, como no podía ser de otra manera para
una persona que había sido muy religiosa en la tierra. Se
sentó con su libro junto al fajo de billetitos, una nadería
de 500 euros cada uno, y allí mismo, con una tranquili-
dad, parsimonia y una serenidad que andaban cerca de
la más exquisita y elitista espiritualidad, comenzó, sin
prisa alguna, a leer el libro, tomándose todo el tiempo del
mundo. Y comenzando por la primera página y aca-
bando por la última, señaló, como verdaderamente inte-
resantes para su vida espiritual, todas las hojas del libro,
algunas con varios marcadores de lectura, para poder re-
cordar y vivir en el cielo, a donde deseaba ir, más y
mejor. Lógicamente, como no había con qué señalar las
citas, tuvo que utilizar para ellas los billetitos esos de
nada, de 500 pavos, que estaban por ahí, como tirados
y sin que casi nadie les prestase la más mínima atención,
y que en la tierra no se ven ni en pintura, o los ven cua-
tro ‘mangantes’. Lo hizo todo con una ingenuidad y una
santa simplicidad propia de este libro, como sin darse
cuenta de lo que hacía. Y, poco a poco, colocó en el inte-
rior del libro santo, atiborrándole, la mayoría de los
humildes billetitos existentes. Y se plantó de lleno, con la
cabeza torcida, con los ojos en blanco y entonando un
canto litúrgico, piadoso y lleno de sentimentalismo, ante
los obnubilados ojos de los porteros que, lógicamente, no
estaban preparados ni mentalizados, en su bondad y
misericordia, para dar respuesta a semejante ‘despabila-
do’”. ¿Es ésta la historia de algunos grupos religiosos
que pretenden seguir comprando el cielo y la tierra?
¿Es ésta la historia de muchos cristianos occidentales
que mezclan cada día, con gran serenidad y sin nin-

213
gún temor de Dios, el amor al dios dinero con el cul-
to oficial al Dios Padre de Jesús? Ahí está la vida mis-
ma y la historia para que cada cual saque sus conclu-
siones sobre su propio comportamiento humano y
religioso; sobre la paradoja religiosa, que mezcla des-
caradamente y sin pudor, en cada vida, lo más vil con
lo más santo. Y es bueno recordar que, una vez plan-
teada la paradoja, al creyente se le pide seriedad en el
camino de la simplicidad. Esta historia se narra para
que, al menos, todos queden advertidos sobre cuál es
el camino que no han de seguir.
Dicho esto, que es más importante de lo que pare-
ce, se vuelve a la pregunta final: ¿Qué beneficios ofre-
ce el hecho de creer, confiar y andar el camino de la
simplicidad? La línea seguida en este libro ha perfilado
y buscado una persona humana capaz de desarrollar
positivamente, con la ayuda de la gracia de Dios, des-
de una sensibilidad especial, el nuevo ser: el “homo
bonus”, servidor, configurado con Cristo, alejado de vi-
vir ya como un hombre añejo y caduco, sepulcro blan-
queado, pasado por el gimnasio, hedonista y engo-
minado. Este hombre se hace desde la praxis del cami-
no de la simplicidad y desde el ser y el corazón del
Padre, desde el lugar de la paz y del amor, desde la
morada de la comunión, la fraternidad y la solidaridad.
Desde Galilea. Pero todo esto no da de comer, no da
dinero, no ofrece futuro esplendoroso y asegurado
para el consumo, no da placer físico especial. Al con-
trario, desde el punto de vista del ego caduco y dese-
oso de triunfos materiales, las complicaciones son
múltiples y las incomodidades incontables. De hecho,
ya en la vida terrena de Jesús, muchos discípulos aban-
donaron al Señor1 decepcionados. Y es que, este secre-

214
to mesiánico, desvelado desgarradoramente, y repe-
tido varias veces, como lo hace el Señor en el evange-
lio, no acaba de ser aceptado; sin embargo, el camino
de la simplicidad es el camino de la cruz2. Ése es el cami-
no de Cristo, el único verdadero, constatado y dejado
como herencia para llegar al Paraíso3. Sólo los que
quieran arriesgarlo todo ante este susurro del viento
del Espíritu en el corazón humano, ‘susurro para locos’,
según el ego consumista y la mente negativa, pueden
adentrarse gustosos y felices en el corazón de la nue-
va felicidad. Sólo ellos, pasando por la puerta estrecha
de la cruz, llegarán a probar la felicidad completa.
Pero, plantear el reto de la cruz, le hace al hombre,
también al creyente, tambalearse, y dejar que las pre-
guntas del ego vuelvan a invadir su mente, como en
la historia de Joana: ¿Por qué no darse todos por venci-
dos y acabar reconociendo que la verdad está en lo que
dicen los artificieros avaros y guerreros de la economía
de mercado o en lo que dicen los otros artificieros de la
progresía ilustrada y ávida de poder y venganza, en
aras de lo que ellos entienden como libertad (vacío al fin
y al cabo)? ¿Por qué no sucumbir, ahora especialmente,
que parece que por fin se va a dar el golpe de gracia a
las religiones, y a todo lo relacionado con Dios, dado que
los listos progres de la posmodernidad ya han demostra-
do que esto de Dios es un invento humano y no sirve
para nada bueno? ¿Por qué seguir empeñados en hacer

1. “Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya


no andaban con él”. Jn 6, 66.
2. “Si alguno quiere venirse en pos de mi, niéguese a sí mismo, tome
su cruz y sígame”. Mt 16, 24.
3. En la cruz le dice al ladrón arrepentido: “Yo te aseguro: hoy
estarás conmigo en el Paraíso”. Lc 23, 43.

215
más guerras con lo de Dios, o en su nombre, cuando ya
se llevan tantos muertos a espaldas de la fe? ¿Por qué no
dejar que los hombres mueran matándose definitiva-
mente unos por otros, en su inhóspito y egoísta vacío,
pero sin tener que apelar para ello a un ser extraño e ine-
xistente? ¿Por qué no dejar ya de molestar a los que
quieren vivir con libertad absoluta, mandando ellos en
el mundo, dando vida a los que ellos quieran, aniqui-
lando a los que molesten y haciendo con su cuerpo lo que
les plazca, sin tener que estar escuchando siempre sofla-
mas moralistas de gente religiosa recalcitrante, aunque
atrasada y acabada? ¿Por qué no ofrecer, en último
extremo, una religión a la carta, para los que todavía,
durante un tiempo no muy largo, mantengan estas afi-
ciones insanas, las realicen en su intimidad, sin molestar
a los cultos superhombres del XXI, que se bastan a si mis-
mos en su diverso poderío, incluso de sanación, y no tie-
nen porqué soportar por más tiempo a gente tan vil e
impropia de la modernidad? ¿Por qué los creyentes, raza
antigua donde las haya, son tan pesados y no dejan a
este mundo que quiere vivir de espaldas a Dios, que lo
haga a su gusto y capricho? ¿Por qué se empeñan en
vivir una fe que actúa en el centro de la vida humana
y que quiere ofrecer una palabra a la realidad entera,
como personas y como sociedad? ¿Por qué esta locura de
entregarse, de andar un camino de simplicidad, de acer-
carse hasta el ser de Dios, como si Dios tuviera algo que
ver con el amor y la bondad y se lo fuera a transmitir a
los hombres, cuando la vida humana es tan compleja y
lo que verdaderamente necesita son marionetas, especia-
listas manipulados y ansiosos de triunfo, fama y dinero,
que la sobrelleven y la acompañen, inconscientemente y
sin sabiduría, hasta su ruina egoísta y definitiva?

216
Es evidente que esas preguntas y muchas más que
se podrían hacer no son más que un modo de queja,
un tanto sofisticado y con retranca, fruto de un ego
religioso o creyente herido. Y si se relatan aquí es
porque están en el corazón y en la mente negativa de
muchos hombres religiosos buenos que se sienten
amenazados por esta cultura y por esta sociedad ale-
jada del misterio de Dios y de la vida de la Iglesia.
Pero de nada sirve ni siquiera el lamento en el que se
han instalado muchos cristianos en la actualidad. Ese
lamento o victimismo, es estúpido, supone una acti-
tud de fondo miedosa y fruto también de la negativi-
dad de la mente, que se cuela por todos los rincones,
incluso los más sublimes, y es también a la postre una
opción de poder que pretende entrar en el mismo
juego del ego de los poderosos. Ni siquiera eso se
puede permitir el que entra en el camino santo de la
simplicidad. No puede ser así. El Señor Jesús pasó por
la tierra haciendo el bien, le condenaron a una muer-
te inhumana, tras unos juicios de farsa, de mentira e
injustos, fue llevado al matadero para ser colgado del
árbol ignominioso de la cruz, tratado como un mal-
hechor y un apestado, siendo el Hijo de Dios, y él,
pudiendo, enmudeció y no abrió la boca, salvo para
perdonar. Ese es el modelo.
Y hay cristianos que quieren seguir ese modelo.
Los hay tan recalcitrantes que siguen creyendo,
amando, apostando y dando la vida por este camino
del Crucificado y Resucitado. Y eso es así por algo
muy simple: porque está grabado a fuego en su cora-
zón; porque se ha hecho vida en ellos; porque no es
política, ni historia, ni histeria, ni falacia, ni funda-
mentalismo religioso; porque no hace mal ni daño

217
alguno, sino todo lo contrario; porque el modelo de
Jesús está probado libremente por cientos de miles de
creyentes; porque a cambio de la entrega, ofrece li-
bertad, liberación, bendición, crecimiento, humaniza-
ción y sanación; porque todos sienten que no existe
nada similar o parecido, ni por asomo, entre las ofer-
tas de este mundo. Eso sí, todos saben y han de saber
que no se puede entrar en Galilea ni hacer el camino:
con interés político o económico; con afán de lucro,
triunfo o fama; con deseo de jugar a todos los palos
de la baraja, a los extremos de la paradoja, como se
veía en el cuento de más arriba; usando o abusando
del engaño con sutilezas; dejándose tentar por la
soflama de utilizar el poder para hacer el bien, y no
es verdad que el poder por el poder sea “la manera de
cambiar el mundo”; abierto a la mera posibilidad de
caer en las tentaciones del poder, de lo inmediato o
del dinero4. Y, además es necesario: purificar cada día
la mente y el corazón, dejándose zarandear por la
vida real, que ya se encarga de hacerlo, pues vivir con
conciencia y con atención, es ya bastante ascesis y
zarandeo. El hombre y la mujer de fe saben que tra-
bajan para el viento, y en el viento, en esta nada inex-
plicable que lo es todo, encuentra su ser y su sentido.
Y no hay recompensa, ni puedes esperar resarcirte
humanamente, salvo en la gratuidad que ofreces y
que se te ofrece, y que te hará vivir en constante
acción de gracias. Se te da, sin pedir nada, mucho
más de lo que necesitas. No hay, pues, placer inme-
diato alguno que resarza la entrega al viento de Dios,
al modo como se entiende el pago de placer por los

4. Cf. Las tentaciones de Jesús: Lc 4, 1-13.

218
servicios prestados en esta sociedad hedonista. Todo
está fiado cada día, y hasta final de la vida, al sabor de
Dios que se le ofrece, en su presente vital, a cada cris-
tiano. Sólo los que han probado ese sabor de Dios,
saben qué es inigualable. A lo más, pues, a lo que se
puede aspirar desde la historia del poder de la nega-
tividad, es a verse crucificado, como el Señor. Por eso,
el martirio, de llegar, es considerado como la gracia
suprema que se le puede dar a un discípulo de Jesús.
Eso le pasó recientemente a monseñor Romero y a
tantos mártires cristianos de la modernidad y de la
historia de la Iglesia. El camino de la simplicidad que
empieza en libertad, y pasa misteriosamente por la
cruz, engancha de por vida. Y, además, ha de ser gra-
tuito, generoso y completo. Si alguien se siente coac-
cionado, obligado, manipulado o empujado a ir por el
camino de la simplicidad, sin libertad, sin esa libertad
incondicional, la de los niños, que se adquiere de
vuelta, en la medida en la que se anda y se conoce a
Jesús, no sirve para esto.
¿Por qué andar y seguir empeñando en andar este
camino? ¿Por qué se tiene la certeza de que se segui-
rá andando hasta el último aliento de vida en esta tie-
rra? Por la fuerza del viento, que es MISERICORDIA.
Aquí puede estar la traca final.
Pasea o siéntate. Te he conducido hasta Galilea
para que aprendas, después de todo, un par de cosas:
Primero, que todo es un misterio de misericordia,
estamos, como los peces en el océano, bañados e
inmersos en un mar etéreo y eterno, en algo que se
llama MISERICORDIA. Eso es Dios.
Y, segundo, que como los peces preguntan por el
mar estando en el océano, sin tener conciencia de

219
que ellos viven en el mar, gracias a las aguas miste-
riosas e inmensas del mar, así le pasa al hombre: que
vive en el mar de la MISERICORDIA, pero desconoce,
no tiene conciencia ni saber de dónde está, y busca
desaforadamente y por caminos confusos y enmara-
ñados, aquello que tiene cabe sí, consigo, dentro de su
ser. Al hombre, a la mujer, empeñados en su camino
y en su libertad, les hace falta llegar a la conciencia
presente de que viven ya en aquello que buscan, pues
les ha sido devuelto, gracias a Jesús, gratuitamente.
En ese sentido, mi pretensión ha sido conducirte has-
ta la puerta estrecha, paso obligado para entrar en
Galilea. Para ello te he pedido realizar, con empeño y
gratuidad, un camino de simplicidad. Este camino te
exigía una vida renovada y purificada cada día con la
práctica de una vida simple y humilde, contrastada
con el Evangelio y la Palabra de Dios. Esa vida has de
vivirla realizando constantemente pequeños gestos
de amor universal y de servicio a los pobres, inspira-
dos por esa Palabra de vida. Esos gestos te han de
nacer de un corazón nuevo, sin intereses egoístas y
alejados de la negatividad de tu ego orgulloso y de tu
mente manipuladora. Es decir, has de volver a ser un
niño, un ‘simplito’. Sólo así podrás: primero, comen-
zar a tener percepción, y después, adquirir el conoci-
miento y la conciencia de que estás y vives en la MISE-
RICORDIA . Todo esto, sólo es posible hacerlo en Ga-
5

lilea. La Galilea que te he mostrado.


A esa Galilea, lugar físico, pero, sobre todo, lugar
espiritual, el lugar que aún queda en el mundo, después

5. “Si hubierais comprendido lo que significa aquello de: ‘Misericor-


dia quiero...’”. Mt 12, 7.

220
de su resurrección, condujo el Señor a sus discípulos,
para que, por fin, pudieran entender y comprender.
¿Por qué volver ahí? ¿Qué tenían que entender? Lo
mismo que tienes que entender tú cuando entres en
tu Galilea. A ellos, como a ti, les costaba comprender
el camino elegido por Jesús, que es el mismo que
quiere que también sigas tú. Después de años de
enseñanza en vivo, la misma que aparece para noso-
tros en la Escritura, en la Palabra de Dios, les pasó a
ellos, como te puede pasar a ti, ¡oh paradoja!, que
seguían esperando de Jesús un mesianismo político6,
de poder, de dominio del enemigo y de orgullo para
Él, para ellos y para su pueblo. Pero, he aquí que
Cristo, rompiendo todos los esquemas conocidos
hasta entonces y, probablemente, también en la ver-
dad de tu ser y tu conciencia rompiendo hoy los
tuyos, ofrece una novedad por la que es considerado
Maestro y Señor. Ni los discípulos7, ni el mundo, ni tú
queréis entender esta novedad. Y, ¿cuál es esa nove-
dad? Cristo ofrece un mesianismo profundo, humilde,
auténtico, humano, espiritual, vital; el mesianismo de
la simplicidad, de la entrega servicial de la persona,
libre y gratuita, por amor8, de una nueva libertad. Y
este mesianismo sólo es inteligible para el que nace
de nuevo y se hace como un niño. Sólo los simples
sabrán hacer visible este mesianismo de la práctica
del amor, que supone un camino diario de humildad

6. Pedro le reconoce a Jesús como el Mesías esperado política-


mente para liberar a Israel de la tiranía romana: Mc 8, 27-30.
7. Jesús les insiste a sus discípulos, ante su cerrazón y ceguera
para entender su nuevo mesianismo, con contundencia,
usando expresiones fuertes: “Meteos esto en la cabeza”. Lc 9, 14.
8. La respuesta de Jesús es contundente, planteando el camino
de la cruz. Mc 8, 31-33.

221
y de simplicidad calladas9. Sólo la experiencia deli-
rante de la pasión y muerte, en la que Jesús pasa a ser
un absoluto don nadie, humillado hasta la saciedad y
un despojo de hombre, que Dios remata con su resu-
rrección de entre los muertos, hace que los discípu-
los, espoleados por el nuevo Espíritu de Jesús, co-
miencen a entender de qué va el mesianismo de
Cristo. Por eso, para que entiendan, conociendo ya el
nuevo poder, el de Dios que ha resucitado a Jesús, se
los lleva a la intimidad de Galilea, a los primeros
amores, al sentido primigenio de su vocación. Han de
volver a hacer el proceso desde el principio. Han de
volver a nacer. Volver a ser como niños. Volver a la
santa simplicidad. Volver a un sentido pleno de armo-
nía con la naturaleza y con todos los seres vivos, al
estilo inocente de san Francisco de Asís10. Los niños
son los que están capacitados para entender que todo

9. Conviene tener presente el Canto del Siervo, en Is 52, 13 –


53, 12: “Fue oprimido y él se humilló y no abrió la boca... Como
oveja que...está muda, tampoco él abrió la boca”. Is 53, 7.
10. El hombre tocado de lleno por la simplicidad vivida en su
Galilea, tiene mucho que ver con el retrato de la perfecta
armonía del hombre con todos los seres vivos que hace un
hagiógrafo franciscano del siglo XIII, quien evoca así la me-
moria de san Francisco: “A los hermanos que hacen leña prohí-
be cortar del todo el árbol, para que le quede la posibilidad de
echar brotes. Manda al hortelano que deje a la orilla del huerto
una franja sin cultivar para que a su tiempo el verdor de las hier-
bas y la belleza de las flores pregonen la hermosura del Padre de
todas las cosas. Recoge del camino a los gusanillos para que no los
pisoteen; y manda poner a las abejas miel y el mejor vino para que
en los días helados de invierno no mueran de frío... En fin, a todas
las criaturas las llamaba hermanas, como quien había llegado a la
gloriosa libertad de los hijos de Dios y con la agudeza de su cora-
zón percibía, de modo eminente y desconocido por todos, los secre-
tos de las criaturas”. Tomado de Octavio J. Cortés Oliveras,
Op. Cit, p. 38.

222
es un misterio de MISERICORDIA. Y que fue la MISERI-
CORDIA la que nos regaló a Jesús para que vivamos
una vida nueva y armoniosa. Eso mismo es lo que tú,
nacido niño por la simplicidad, estás llamado a hacer
en tu Galilea.
Toma nota de esto: te mueves cada día en la MISE-
RICORDIA. ‘En Ti vivimos, nos movemos y existimos’,
repite la plegaria de la Iglesia. Jesús tuvo que morir
para que los discípulos SE DIERAN CUENTA. ¿Tan cie-
gos estaban? ¿Tan ciego estás tú, que no ves el mar en
el que vives, en el que te nutres y en el que existes?
Pues ésta es la pura realidad: ESTÁS CIEGO. Cristo tuvo
que morir, y nada menos que con la crueldad con la
que lo mataron y con la humillación con la que Él, el
Señor, lo aceptó, para que los apóstoles, y tú, y yo
comprendiéramos. ¿Qué más tiene que pasar para
que se te abran los ojos y veas?
Y lo más crudo de esta historia, y ahora está sien-
do el autor el que habla en primera persona, es que
desconocemos, no, mejor, desconozco mi ego y las
‘bellas’ notas de las que está compuesto. Haré el es-
fuerzo de enumerar al menos algunas de ellas, para
ver si es posible aportar un poco más de claridad
sobre aquello a lo que me refiero cuando digo que
tengo la mente llena de negatividad, y que estoy real-
mente lejos de vivir con misericordia y en la miseri-
cordia. Aquí está la lista. Mira a ver si algo te sirve.
Mi ego es: poderoso, nadie le puede toser, manipula-
dor, mal pensado, egoísta, más importante que nadie,
perezoso, cruel en sus opiniones sobre los demás, frío,
malévolo, desconfiado, considera a los demás como obje-
tos, crítico, capaz de emitir juicios tremendos que dañan
a otras personas, superficial, vano, intransigente, inca-

223
paz de amar, lleno de envidias y de celos, competidor
nato, le gusta siempre ganar, tiene muy mal perder,
siempre va a la contra, le gusta mandar, violento, iras-
cible, soberbio, avaro, lujurioso, caprichoso, ambicioso,
ansioso, refinado, dado a los lujos, elitista, malvado,
opresor, ludópata, pendenciero, capaz de reírse de las
debilidades de los demás, interesado, hedonista, que mira
por encima del hombro, picajoso, racista, tacaño, indivi-
dualista, glotón, bebedor, guerrero, generador de odio...11.
Y esto sólo para empezar, y por aportar alguna
que otra nota sobre la mucha negatividad mental y de
corazón que descubro en mí. ¿Qué pasa contigo?
¿Estás libre de pecado? La sensación inmediata que
produce esta intromisión en uno mismo es desastro-
sa. ¿Verdad? ¿Qué puede hacer un pobre hombre
como yo ante semejante cúmulo de negatividad? Esta
misma sensación deprimente es la que realmente
tenemos cada uno de nosotros cuando, por un lado,
reconocemos la limpieza y hermosura de la llamada
del Señor a vivir la bondad de su reino, y, por otro
lado, constatamos la enorme negatividad que existe
en nuestra mente y en nuestro corazón, a la que no
podemos ni somos capaces de dar alcance. Os conta-
ré un sueño que he tenido:

“Eran las tres y media de la mañana. La fuerza


y el poder de las imágenes me despertaron con un
gran sobresalto, preocupación y un cierto temor.

11. “Porque de dentro del corazón de los hombres salen las intenciones
malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, mal-
dades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez.
Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hom-
bre”. Mc 7, 21-23.

224
Entraba con un amigo en el patio de su casa. De
pronto, en lo que recuerdo, nos vimos asaltados por
muchas ratas que corrían y chillaban en todas las
direcciones imaginables. Nos sentimos mal y él
especialmente procuró asustarlas y encerrarlas tras
una puerta pequeña, en una especie de hueco, en
un rincón del patio. Por fin lo consiguió. Nada
tranquilo y asustado, yo quise cerciorarme, y al
tocar con la punta de mi zapato la puerta, ésta,
que era como de cartón, se rasgó abriendo un
boquete y, de nuevo, volvieron a salir las ratas a lo
loco por todo el espacio que ocupábamos. Mi ami-
go consiguió coger a una en su mano, con harto
asco por mi parte, pero él no parecía tener mucho
miedo o estaba acostumbrado a ellas, no sé, parecí-
an de su familia, como los que guardan los perros
en el balcón al llegar tú a su casa, dado que saben
que no te gusta tenerlos cerca. Mientras intentaba
arreglar de nuevo la puerta, tuvo que soltar a esa
rata de la mano y cayó al suelo. Así que la rata se
vio rodando, comenzó a crecer y crecer, y a hacer-
se enorme, del tamaño de un perro, con un rostro y
unos ojos terroríficos, parecidos al más malvado de
los coyotes; el cuerpo era como el de un puerco espín
o el de un jabalí, pero con los pelos y el rabo de una
rata fea. Se encaró conmigo, y profería tales aulli-
dos, gritos, ladridos o maullidos, y tan impresio-
nantes, dirigidos a mí en plan provocador, que me
aterró; aunque no me atacaba físicamente, me sen-
tí abrumado ante el poderío que mostraba ese
bicho y mi impotencia, pues pretendí ahuyentarlo
con un palo que tenía en la mano o reducirlo, pero
la fuerza de mi brazo era inexistente y el palo

225
parecía de goma. Quería gritar pidiendo auxilio
pero no podía. Y con esos estertores terroríficos me
desperté horrorizado y preocupado”.
¿Qué decir de este sueño? Reflexioné mucho sobre
él y no me dejó tranquilo durante unos días, tenía que
encontrarle una respuesta. Desde la mente negativa,
donde me adentré sin proponérmelo, por costumbre
y por vagancia, en un primer momento, comenzó un
baile enorme de respuestas o interpretaciones; si una
era mala y me encontraba culpable, la otra era peor y
más amenazante: podía ver mi cobardía ante el mal y
el poder, mi falta de energía o de fuerza, mi incapaci-
dad para unirme a otros como defensa ante un ata-
que, mi prevención absurda a usar la violencia ante el
mal, un aviso sobre males que me pudieran venir, mi
frustración e impotencia ante el poderío de los gran-
des, etc. Cansado de dar vueltas y más vueltas depre-
sivas, que me dejaban vacío y enfermo, me decidí, en
un acto heroico de voluntad contra la vagancia men-
tal, que es una de las causas más importantes para no
entrar en ella, por fin, y entré en mi Galilea, y allí lle-
vé mi sueño. Una vez dentro, y hecha la narración,
me puse en actitud de escucha ante la misericordia
del Señor. Dejé que actuase Jesús y que fuera él, si lo
consideraba necesario, el que lo explicase. Y fue Jesús,
con su sabiduría, en un rincón en la casa de Pedro, en
Cafarnaúm, quien me interpretó el sueño desde la
misericordia. Y fue Él quien me curó. Noté que me
venía esta respuesta novedosa: “El mal está ahí, dijo,
y te ronda, te busca. Pero no temas Tú has descubierto
tu pobreza y tu humildad ante él. No puedes, sabes que
no puedes. Y te has dejado, ya desde hace tiempo, en las

226
manos de Dios. Es Él quien cuida de ti. Por eso, te
ladran, pero no te muerden. Se te ha permitido ver el ros-
tro del mal, para que sepas que está ahí y que es necesa-
rio prepararse para el combate diario contra él.
“Líbranos del mal”, rezas a cada paso en el padrenues-
tro que os enseñé. Y es muy bueno que te hayas fiado de
la revelación de que es necesario volver a ‘Galilea’, como
pedí a los discípulos en su día, y que comiences a hacer
hábito y a entrar aquí de modo normal y cotidiano, para
todo, para vivir de un modo nuevo. Estás bien, Antonio,
estás perdonado y eres amado. Sigue adelante, que hay
mucho que trabajar”. Salí volando, lleno de gozo y dis-
puesto a pelear como un jabato.
Y es que con el cúmulo de negatividad que lleva-
mos encima, hemos creado unos hábitos mentales y
de comportamiento, bien adquiridos y hechos carne
de nuestra carne, normalizados, y dirigidos con plena
autoridad por la negatividad de nuestro ego; y así,
tenemos la sensación de que nuestra bondad y humil-
dad son ganadas y doblegadas siempre, una y otra
vez, en esta partida de juego que es la vida. Y por eso,
nos resulta tan complicada la purificación y la con-
versión a cada uno de nosotros, pues mientras pone-
mos remedio a la envidia que nos corroe, se lanza al
ruedo el orgullo que nos amenaza, y al querer poner
coto al orgullo, se nos dispara la ansiedad, y al querer
arreglar la ansiedad nos deprimimos, etc. Y, así suce-
sivamente. Y así no es posible encontrar salida, nos
acabamos volviendo locos y enfrentándonos, con
mucho, demasiado dolor en el alma, demasiado dolor
en el corazón. Y no podemos más. Nos deprimimos,
nos entregamos en manos de lo vano, lo superfluo, las
compras o lo seguro.

227
Por eso, nuestra sociedad tiene la sensación de
estar completamente maniatada. Se ha generado tal
cúmulo de poder negativo en su ser y en sus estruc-
turas, y algo parecido le puede pasar a la Iglesia, que
parece que el único remedio que queda, como les
pasó a los gigantescos dinosaurios, como narraba
Rubén Alves, es desaparecer. Y por eso, cuando se
constata que esto se da en el nivel personal, en el
social o en el eclesial, uno se hunde y se deprime. Y
por más médicos y psicólogos que se formen, y se
pongan a disposición de las personas, éstas cada día
estarán más enrevesadas y liadas, con menos aire
libre que respirar y menos posibilidades de ser felices.
El ego y los egos, al pretender arreglarse a sí mismos,
como le pasa al hombre y a la sociedad actual, se
encuentran metidos en un enorme y artificial laberin-
to, del que nadie parece poder salir. Esa es la triste
realidad. ¿Qué queda, pues? ¿Queda alguna puerta
para salir? Si. La del niño que usa de la MISERICORDIA.
Pasea. Siéntate. Entra en Galilea. Allí se te dirá lo
que has de hacer para cuando después tengas que
salir y aprender a vivir de un modo nuevo, a vivir con
misericordia. Así superarás, con toda paz y en cada
presente, las situaciones de negatividad que se te
vayan presentando. No pretendas arreglar todo a la
vez. En Galilea, el Señor será el que te vaya enseñan-
do a vivir con humildad, a neutralizar, en su momen-
to, cada nota negativa del ego, liberándote, animán-
dote, curándote los zarandeos que, con toda naturali-
dad, en cada acontecimiento de la vida, te vayan pro-
vocando. La vida será la maestra. La vida te irá ofre-
ciendo, a través de cada experiencia, el crecimiento
apropiado. No hace falta que hagas cosas raras o que

228
te inventes espiritualidades especiales. Con la vida te
vale.
Con Jesús, con el Padre, con su Espíritu, llénate en
todo y por los cuatro costados de misericordia. Así
podrás mirarte y podrás mirar a tus hermanos y a tus
enemigos, ante cada nuevo presente, desde la MISERI-
CORDIA y con MISERICORDIA. Y todo será mucho más
fácil, vivo, creativo y simpático, como una gozosa fies-
ta, con la sonrisa permanente en los labios. Vividor
eterno de la confianza y de la fe; del verdadero mesia-
nismo, humilde y simple, de Cristo. Así habrás llegado
a la meta, a la felicidad del niño que comenzaste bus-
cando en un mundo desabrido y violento. Empieza tú.
Así estaremos, al menos dos, cambiando el mundo.
Acabo ofreciéndote un ejercicio simple, pequeño y
simpático para que aprendas a entrar, en cualquier
momento, a tu Galilea:

“Pasea. Siéntate. Cierra los ojos.


Trae a tu mente un objeto, el que quieras, por
ejemplo: una rosa... Y monta una película, una his-
toria, o una narración corta, y siempre positiva,
con ella, no te permitas ninguna historia negativa,
si aparece en la narración algo negativo has de
cortarlo de raíz. Te propongo, con la rosa, un ejem-
plo: “La rosa está en el pelo de una mujer morena,
que corre por una verde pradera, envuelta en sedas
blancas, al encuentro de su hijo que vuelve de
jugar en un bosque. Se abrazan y gozan...”. Corta
la historia radicalmente. Respira con profundidad
y serenamente. Sigue con los ojos cerrados.
Vuelve a traer otro objeto más, ahora, por ejem-
plo: un martillo... Y monta con él otra nueva pelí-

229
cula, otra historia, otra narración corta y siempre
positiva, no te permitas, de nuevo, nada negativo.
Por ejemplo: “El martillo lo lleva un niño para
entregárselo a su padre, que está arreglando el
mueble del salón a su familia; los demás miembros
de la familia están desayunando y gastando bro-
mas al padre...”. Vuelve a cortar esta historia de
modo radical. Vuelve a tomar conciencia de tu res-
piración. Continúa con los ojos cerrados.
Con estas dos historias, ese es su objetivo, habrás
roto la cadena de tus pensamientos negativos. Y
así te has situado en el ‘no-pensamiento’. Respira.
A continuación, vas a dejar que pasen por tu
mente un par de imágenes fijas y llenas de belleza
o sonido. Por ejemplo: un atardecer en la playa,
con el sonido de las olas. La silueta de una cade-
na de montañas, con el sonido del viento en un
gran bosque de enebros... No más de tres. Respira
y toma conciencia de tu respiración.
Con estas imágenes has paralizado del todo el
pensamiento negativo que traías; ese era su objeti-
vo. Ahora te queda la mente en blanco y libre de
procesos negativos.
Haz nuevos ejercicios de respiración profunda,
los que vienes practicando desde el comienzo del
proceso. Cuida mucho, por un rato, la conciencia
de la respiración. Y haz también un recorrido por
todas las partes de tu cuerpo, con la mente en blan-
co, relajando bien todos tus miembros, tu mente y
tu ser.
Una vez completada la relajación, sin perder la
conciencia de la respiración, invítate a ti mismo a
la oración y a la suplica: pide entrar en tu

230
Galilea. Hazlo mediante la súplica, como niño que
eres, al Padre. Él te dará permiso para que entres
de la mano del Espíritu Santo.
Una vez dentro, ahí, comienza tu gran aventu-
ra personal de relación con el Señor Jesús, el
Maestro y Guía del alma, y con su MISERICORDIA.
Aquí, dentro de Galilea, está la pasión de todo este
trabajo. Por ejemplo: si estás molesto con alguien,
si has dejado que se te suba el orgullo, si tienes
envidia a algún hermano, si has dejado que tu
corazón se alborote con un ataque de ira, si no te
has comprometido con un pobre, si te has sentido
mal mirado, si descubres tu ceguera, si hay un celo,
un odio, una violencia, si te has cerrado y no has
compartido, si te has gastado el sueldo para ti, si
pasas de lo que está sucediendo en Sudán, si tienes
miedo, si te apasionas o excitas por la política de
tus enemigos, etc., éste es el momento de actuar y
de llenar todo tu ser con la MISERICORDIA. Es el
momento del diálogo con Jesús o con el Padre; es el
momento de escuchar de un modo nuevo, de la
escucha y del gozo silencioso; es el momento del
Tabor y de la contemplación; es el momento de la
gran purificación; es el momento de la súplica y la
alabanza; es el momento de la acción de gracias;
es el momento del gozo y la alegría presentes y eter-
nos; es el momento de la amistad y el seguimiento
a Jesús Resucitado por los rincones de Galilea.
Esto es importante: encontrarás, al crear tu Gali-
lea, que tu corazón está despoblado, que está seco,
vacío, desértico, etc. Eso quiere decir que lo tienes
que poblar de árboles, de arroyos, de rincones de
luz y de vegetación, de rincones especiales donde

231
encontrarte con Jesús: al Monte de las Bienaven-
turanzas podrás ir para recibir enseñazas de
Jesús sobre su Evangelio; al Jordán podrás ir para
los temas de purificación y que hagan relación a
tu vida de bautizado o a tu austeridad de vida; a
Caná podrás ir cuando quieras hablar con el
Señor sobre los problemas concretos de las personas
que conviven contigo, de tu comunidad; a Naza-
ret te podrás acercar para hablar con María, a
plantearle a ella, o al Señor, todo lo que hace rela-
ción al crecimiento y al desarrollo de la fe; al Lago
podrás acercarte para contemplar y adquirir una
visión limpia de todo aquello que te abrume o que
sea excesivamente negativo o te de miedo, y anda-
rás con Él sobre las aguas; a Cafarnaúm podrás
ir a la sinagoga, para hablar de los problemas ecle-
siales o interreligiosos, allí mismo, en la casa de
Pedro, podrás acudir para hablar de enfermeda-
des, de problemas particulares o familiares o de
intimidad comunitaria; a Betsaida podrás acudir
para estar con Él cuando te encuentres ciego o
hundido por la negatividad o en la marginación;
en los caminos de Galilea podrás salir a su en-
cuentro para hablarle de los problemas de los
pobres o del sistema injusto y opresivo que corroe
sus vidas; al Tabor o a la montaña subirás para
ver la gloria de Dios y hablar tranquilo con el Pa-
dre, etc. En Galilea encontrarás muchas virtuali-
dades, siempre dispuestas para ti, algo así, imagi-
nativamente hablando, como una rebotica, con los
más bellos tarros con contenidos específicos, por
ejemplo: un tarro lleno de óleo que sana dolencias;
un tarro lleno de bálsamo que relaja y serena en

232
momentos de apuro; un tarro de medicinas curati-
vas para males menores; un tarro con un ungüen-
to transformador capaz de cambiar el mal en bien,
lo pesado en ligero, lo deprimente en gozoso, lo
injusto en asequible y llevadero; un tarro con un
perfume capaz de inundar de santidad y de bon-
dad todo aquello a donde alcanza la expansión de
su olor; un tarro de excelente vino capaz de ale-
grar el corazón de toda persona entristecida; un
tarro rebosante de voluntad inquebrantable para
levantarse en los momentos de decaimiento, etc. Te
podrás unir a las comitivas, entre los apóstoles,
entre el pueblo, con los enfermos o los pecadores,
con los contertulios y con los opositores...”.
Ahí está el lugar que aún queda en el mundo, al que
siempre podrás pedir entrar, y del que ya nunca debe-
rás salir. Ahí está la verdadera felicidad, la salvación
por la que murió el Señor. Es desde ahí desde donde
han hablado y desde donde han actuado los apósto-
les, los profetas, los místicos, los santos, los que han
dado vuelcos a la historia, los grandes revoluciona-
rios, los poetas, los artistas, los sencillos, los humildes,
los pequeños, los ‘simplitos’... Ahí está el secreto de la
vida. No tengas miedo. Pide que se te deje entrar.
Pide el Espíritu Santo.
Con el hábito creado de entrar en Galilea, tras una
práctica diaria y regular, descubrirás que con sólo
cerrar los ojos, tiempo después, y más adelante ya sin
tener siquiera que cerrarlos, estarás siempre en
Galilea, en el aprendizaje santo de la misericordia
gratuita y liberadora. Si reconoces que tú no eres el
poder, que tú no puedes, acabarás gozando del don

233
de la humildad en tu ser, y de ese don brotará una
corriente o un río de agua viva12 y purificadora: la
MISERICORDIA. Y misteriosamente verás que todo lo
que vivas, cada acontecimiento tuyo o de tu comuni-
dad o del mundo quedará rodeado por la misericor-
dia del buen Padre Dios. ¿Entiendes que hay algo
superior y mejor que el pensamiento? ¿Entiendes
ahora la necesidad de practicar el método del no-pen-
samiento? ¿Entiendes la gran misericordia que el
Padre tiene con nosotros al dejarnos un acceso tan
personal y tan maravilloso para estar junto a Jesús y
con Él? Todo te resultará nuevo a partir de tus entra-
das y salidas en Galilea. Les pasará lo mismo a los
que te vean ser y actuar. Todo será nuevo: la oración
común, la eucaristía, tu trabajo, las relaciones con tu
mujer o con tu marido, los niños, la reunión de veci-
nos, el viaje, el encuentro con el anciano, la defensa
de un maltratado, el trabajo social, la catequesis, el
comer, el dormir, el trabajo pastoral, el compromiso,
la tarea en la cárcel, los gritos, los sueños, los apegos,
los miedos, la enfermedad, la muerte, tus palabras, la
llamada ‘desgracia’... Todo será nuevo y distinto.
Darás gracias eternamente.
Una vez recorrido el camino hasta la entrada en
Galilea, descubrirás que sólo te queda la simplicidad
12. Dice san Hilario: “’La acequia de Dios va llena de agua, prepa-
ras los trigales’. No hay duda de qué acequia se trata, pues dice el
salmista: ‘El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios’. Y el
mismo Señor dice en los evangelios: ‘El que beba del agua que yo le
daré, de sus entrañas manarán torrentes de agua viva, que salta
hasta la vida eterna’ Y en otro lugar: ‘El que cree en mí, como dice
la Escritura, de sus entrañas manarán torrentes de agua viva. De-
cía esto refiriéndose al Espíritu que habían de recibir los que creye-
ran en él’. Así, pues, esta acequia está llena del agua de Dios”. Tra-
tados sobre los salmos, Salmo 64, 14-15: CSEL 22, 245-246.

234
como modo de ser y de vivir, y que todo lo que no
sea simple no te merecerá la pena. Sentirás constante-
mente el deseo de ejercitar la misericordia con los no-
simples y de rezar por ellos, rodeándoles en tu Galilea
de ‘misericordia’. Lo demás depende del Padre. A ti se
te dirá lo que has de hacer o decir en cada momento.
El reto de este siglo XXI no es otro que volver a la sim-
plicidad. Ese es el lugar para la mayoría del pueblo. Y
no hay otro. Sólo los humildes lo encontrarán. La
historia de la humanidad está condenada al fracaso
histórico si no vuelve sus ojos al camino de la simpli-
cidad y se implican en él todos los niveles humanos:
personal, social, económico, cultural, religioso y polí-
tico. Sólo la humildad salvará al mundo de mayores
desastres. Entre todos es posible. Los pueblos pobres,
desde la dignidad de su lucha humana y no-violenta,
están llamados a sentar las bases, contando con la
más noble aportación de todas las religiones, culturas
y civilizaciones, que han de implicarse en esta línea
en la historia, para que renazca la necesaria esperan-
za. Algunos piden una religión transpersonal, que es
algo así como una entelequia sin alma. A mí me pare-
ce más importante que cada ser humano viva la ple-
nitud de la fe que le ha sido dada y que él ha recibi-
do libremente; que la purifique y la libere de prejui-
cios. Y que los cristianos vivamos la plenitud de
Cristo, que ya es en sí misma una llamada y una aper-
tura radical a todos los creyentes y personas de bue-
na voluntad que existen en el mundo. ¡Sólo será posi-
ble desde el camino de la simplicidad !
Los cristianos lo tenemos asequible. Sólo es cues-
tión de creer y poner manos a la obra, dejándose ya
de hacer religión barata o a la carta, y creyendo en las

235
posibilidades de lo pequeño, de lo diminuto13, de lo
simple, que son inmensas en amor. El camino de la
Iglesia, aunque a algunos les cueste entenderlo, será
éste, el de la simplicidad en todos sus gestos, mani-
festaciones y palabras14. Necesitamos, eso sí, que se
nos dé tiempo para aprender a vivir este reto en esta
nueva sociedad.
Y aún hay una pregunta que se me sigue quedan-
do sin respuesta en el corazón y hace que me broten
mis lágrimas: ¿Todo esto, lo que aquí he escrito con
el alma entera y verdadera, y con el corazón en la
mano, le provocará algún bien a un yonqui, a una
ludópata, a un preso, a una radical, a un rapero, a una
prosti, a un mendigo, a una disminuida psíquica, a un
enfermo mental, a una inadaptada, a un alcohólico, a
una ratera, a un parado de larga duración, a una fea,
a un chapero, a una adolescente que toma la píldora
del día después, a un discotequero, a un peón inmi-
grante e ilegal, a una minusválida física, a un tontito, a
una...? Mi tristeza no encontraría consuelo si a los
pobres, a los simples, a los enfermos y a los pequeños
y despreciados de nuestra sociedad, a los amigos de
Jesús, todo esto no les dijera nada. Tendría que volver
a empezar a escribir. Si todo es misericordia, apare-
cerá tal alegría en el alma que inundará la tierra.

13. “Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera:


‘arráncate de raíz y plántate en el mar’. Y os obedecería”. Lc 17,
5-6,
65. Sobran gestos como el que llegaba a través de agencias de
que un arzobispo español, tras muchos años en los que sus
antecesores habían renunciado a vivir en el palacio arzobis-
pal, todo un signo del postconcilio, él pretendía de nuevo
restaurar el suyo para volver a vivir en él.

236
Y me queda una última llamada, que también sale
con un toque especial de la misma alma, dirigida a los
jóvenes occidentales, que cada día parecen seres mor-
tecinos y marcianos, seres acabados, señorcitos queda-
dos, que diría mi buen Marañón, sombras de hom-
bres, alentados fundamentalmente por el deseo indi-
vidualista de triunfar y de ganar dinero. En ellos está
la solución. Sólo ellos, escuchando y atendiendo a
esta llamada de la vida, tienen la llave para hacer
posible, finalmente, un mundo habitable, fraterno y
humano, en el que también dejemos que viva el Padre
Dios.

¿Serán capaces los jóvenes de comenzar a vivir


desde la simplicidad?
¿Lo seremos los demás que no somos tan jóvenes?

237
xiv
Y LA VIDA SE HIZO
VIENTO

Queda hacer el último y definitivo rastreo por la


vida concreta, por la paradoja de la humanidad.
Cuando una mujer deja que zarandeen el árbol de su
existencia, abierta a la búsqueda de lo que le es esen-
cial, observa que mezcladas con lo pasajero, el dese-
cho y el barro de su vida, queda la buena semilla. Es
el amor, vivo y eterno, encarnado en esa persona,
hecho sustancia y constituido en mujer nueva; es el
aliento divino hecho un novedoso ser, que ya será
eterno. El último lugar, a la hora de presentar ejem-
plos de vida, está reservado para la maestra, para la
que tuvo el don de ser maestra, desde la grandeza y
la destrucción, desde el misterio de la vida. En la
mujer de la que se habla para cerrar este libro está
resumido el sentido del mismo. Ella es el resumen de
todo lo que aquí se ha buscado y encontrado. Ella ha
demostrado que se puede andar el camino de la sim-
plicidad y que se puede llegar al lugar que aún queda
en el mundo. Hay personas ante las que Dios quiere
que el resto de los humanos se descubran a sí mis-
mos. Ésta es una de ellas. Con Chus se pueden apren-
der las claves del camino de la simplicidad. Este libro,
desde la misma simplicidad del corazón de quien lo

239
escribe, está dedicado a su memoria. Conocer a Chus
fue un regalo. Sus cenizas forman ya parte del viento
y de la espera definitiva. Con ella muchos se supieron
visitados por la simplicidad de la presencia, siempre
saludable, de un ángel. La santa simplicidad y la
nobleza han dejado, en el rastro de su figura, un toque
de bien que perdurará eternamente. Fue enviada para
hacer comprender que el lugar existe. Murió en mayo
del 2002 y dejó tras su muerte esa sensación de orfan-
dad que dejan en sus discípulos, llegada la hora de su
tránsito, los santos, los buenos, los que ‘pasan por la
tierra haciendo el bien’ 1. En ese sentido, se puede
hablar de orfandad como la consecuencia lógica de la
ausencia física de quien fue para sus hermanos y her-
manas: ‘discípula y maestra’. Y la vida con ella se hizo
VIENTO, auténtica libertad.
Nació en Madrid al final de los años cincuenta, el 5
de junio de 1959. Menuda de estatura y grande de
alma, siempre organizó la vida común de su familia y
de sus amigos. Tuvo el don de mantener a todos al
retortero. Aprendió a vivir con simplicidad en la
amistad, que siempre tuvo para ella sabor a misterio.
Su unión consciente con los amigos se convirtió en
una ráfaga de entrega y palabras, de cercanía y luci-
dez, de ánimo y salud. Sí, también de salud, pues su
ser médico fue uno de los modos más precisos de
ayudar al prójimo hasta su muerte. Su fuerza espiri-
tual, basada en las notas simples de la vida, abrió
caminos a otros muchos. Su sentido de la simplicidad
llenó su vida cotidiana, la propia de una mujer, hija,
esposa, médico, compañera y amiga. Muy joven, en

1. Hch 10, 38.

240
la organización misionera católica, “Jóvenes sin
Fronteras”, cuyo título expresa su ideal de vida, entró
en contacto con un estilo de vida diferente. En esta
organización conoció amigos que la acompañarían
hasta el final, lo que nos da muestra de su fidelidad a
los amigos. En la fidelidad bebió un agua pura que
quedaría para siempre en su alma. Aquellas marchas
y campamentos sembrarían en su alma joven una
semilla de amor al mundo, a los desamparados y a los
sufrientes que no le abandonaría nunca.
La simplicidad llegó a su vida cuando Jesús se le
coló en el alma. Pero peleó con franqueza consigo
misma, en su conciencia, y con Él, pues no entendía
el sentido del dolor y del sufrimiento. A punto estu-
vo de perder la fe o de alejarse de ella al no entender
como un Dios bueno, como en el que ella pretendía
creer, podía permitir que el dolor llegase a destruir a
las personas. Muchas peleas de juventud con Dios
jalonan su existencia. Peleas de búsqueda sincera de
la verdad. No aceptó explicaciones vanas o confor-
mistas con relación a los grandes temas que la preo-
cuparon y ocuparon su vida: la enfermedad, el dolor,
la sinceridad, la muerte, la amistad, la justicia, la ética,
la búsqueda de la verdad, la confianza o el sufrimien-
to. Nunca aceptó pamplinas ante los temas por los
que entregó su vida. Hubo conversaciones en las que
se mantuvo intransigente en torno al tema que ella,
según ejercía la medicina, y tocaba enfermos de car-
ne y hueso, tenía más y más claro: la enfermedad no
es ningún bien para el ser humano. La enfermedad
destruye las vidas de modo irreversible. La enferme-
dad, permitida por Dios, la alejaba, más y más, de
Dios. Su guerra particular contra Dios se expresaba

241
ejerciendo la medicina: “Si Tú permites la enfermedad
que destruye, yo lucharé a favor de aquellos que se sien-
ten destruidos, para que su dolor sea el mínimo”.
Largas controversias de juventud entre dos amigos
y hermanos: él, un joven sacerdote católico y post-
conciliar, estrenándose en su tarea pastoral, lleno de
optimismo, y pretendiendo, así como suena, ayudar a
las personas a liberarse de los sentimientos de culpa-
bilidad, que él mismo padecía, y las consecuencias
nefastas de una religiosidad negativa; ella, una médi-
co inteligente, racional y lineal, estrenándose en el
rancio dolor de los hospitales y centros de salud, y
pretendiendo, nada menos, que arreglar este desagui-
sado del dolor permitido por Dios, que ella también
sufría, y las consecuencias horrendas de un plantea-
miento negativo del sufrimiento. Ambos discutían en
largos paseos. Ella defendiendo al hombre. Él defen-
diendo a Dios. No la convencían los pobres argu-
mentos con los que él justificaba a Dios (¡como si
Dios necesitase que los hombres lo justificasen!);
argumentos que, buscando una explicación al des-
control provocado por el dolor de tantos inocentes,
le convertían al cura en un adalid en defensa de Dios,
al que no consentía que nadie atacara, ni siquiera su
mejor amiga. Él pretendía hacerle ver que el dolor y
el sufrimiento no son una maldad de Dios, pues no
cabe el mal en el Dios del bien, sino que aportaban un
sentido misterioso y desconocido para nosotros y
que tenía mucho que ver con el desarrollo y el creci-
miento del ser en la simplicidad de la persona. Ni ella
ni él hablaban desde la teoría o desde una reflexión
alejada de la realidad, sino desde una vivencia deses-
peranzada o esperanzada de su propia pobreza y rea-

242
lidad, bien conocida de ambos. También hablaban
desde la experiencia de ser testigos, en no pocas per-
sonas, tanto de su destrucción como de un creci-
miento asombroso, a partir de la prueba de la enfer-
medad incurable, física y psíquicamente demoledora.
Ni remota sombra de enfermedad grave existía en-
tonces en la vida de Chus. Aunque desde la infancia
experimentó la fragilidad física. Quizás fue esa expe-
riencia de fragilidad la que orientó su estudio y dedi-
cación a la medicina, que empezó a ejercer muy jo-
ven. Contaba con un brillante expediente académico.
Había concluido el MIR, como Internista, en la Clínica
Puerta de Hierro, de Madrid. Opositó a una plaza de
Médico de Familia que obtuvo a la primera. Siempre
quiso ejercer la medicina en contacto con la gente,
desde la atención más cercana y el diagnóstico más
precoz. Y fue solicitada como Internista en el servicio
de Urgencias de la misma Clínica en la que se formó.
Chus es una mujer enamorada plenamente de su
profesión, entregada a ella con una honestidad y una
dedicación, dentro y fuera de la clínica, difícil de igua-
lar. Son muchas las horas, sin descanso, dedicadas a
estudiar, completar y actualizar sus estudios de medi-
cina, a revisar los casos de cada día, y al trabajo de la
tesis doctoral sobre trasplantes de hígado. Se con-
vierte en algo más que una buena profesional. Es una
mujer valorada, respetada y querida por sus compa-
ñeros y por el personal que trabaja con ella. No hay
un enfermo ni una familia que salga descontenta del
diagnóstico, del trato recibido, de los cuidados y del
saber médico aportado por esta doctora menuda, ju-
venil, con pelo corto y siempre atenta. Se encuentra,
pues, en la plenitud de su mundo profesional y llena

243
de futuro. Le faltan horas para dedicarse a lo que ella
considera esencial en su vida: ser un buen médico
para así reparar la gran injusticia de Dios: el dolor y
el sufrimiento de los inocentes. Las discusiones sobre
lo inhumano de la enfermedad y el daño irreparable
que crea en los enfermos, se hacen interminables.
La vida de Chus no tiene ningún problema espe-
cial, salvo los derivados de ser un médico cada vez
más famoso y certero, y con un sentido de la ética y
de la justicia esmerado, que contrasta con las flojas
exigencias éticas de su ambiente social. La dedicación
de su vida es doble durante estos años: ejercer la
medicina, su vocación y pasión, y amar a su esposo,
y a su familia y amigos, a quienes tuvo en torno a sí.
Se casó con aquél al que amaba, le amó siempre, y
seguirá amándole por la eternidad. Juntos compraron
una casa humilde en el distrito madrileño de Tetuán.
El matrimonio le hizo plenamente feliz. La disyunti-
va entre casarse y tener hijos o dedicarse de lleno a la
medicina hace mella en su alma, pero el amor vence
por encima de todo. Tiene una capacidad sorpren-
dente para mantener vivo al grupo de sus amigos cre-
yentes, haciéndolo compatible con su dedicación pri-
mera y esencial al matrimonio y a la medicina. Ayudó
a consolidar ese grupo de amigos como un grupo
cristiano, vinculado espiritualmente en torno a la
eucaristía, y que aglutinaba, entre otros, a amigos del
barrio y del colegio de La Ventilla.
En el cenit de esta etapa vital y de crecimiento
humano, profesional y familiar, un día cualquiera le
apareció al médico un endurecimiento sospechoso en
una mama. Sus compañeros no le prestaron mucha
atención. Una mujer tan joven, y una médico tan

244
excepcional, no podía tener nada malo. Se da un
exceso de confianza en la primera prueba; el cáncer
está enmascarado por un tipo de mastiopatía de tipo
benigno. No es hasta tres meses después cuando se
detecta mediante otras pruebas complementarias que
el primer diagnóstico no fue certero. Una operación
rápida, el 22 de diciembre de 1991, en vísperas de
Navidad. Treinta y dos años y un cáncer de mama
que venía derecho a por la vida de la médico en ple-
nitud. Esa edad, ella lo sabía bien, resultó ser su con-
dena. Sólo podría aspirar a pocos años de vida. Lo
decían unas estadísticas que ella conocía demasiado
bien. Todo, pues, se complica. Sus padres, su esposo,
sus familiares, sus amigos, todo su mundo, se derrum-
ban. La vida, a veces, para demostrar su incontrolable
e inmenso poder, nos hace estas pasadas, y se empe-
ña en hacer salir adelante el absurdo y poner el mun-
do del revés, ‘patas arriba’.
Es inevitable que todos, entonces, se pregunten:
¿No existe otra persona, cualquiera de nosotros, cuya
vida sea más inútil o más anodina o menos valiosa
para la colectividad que la de Chus? ¿Por qué le tiene
que pasar a ella, justamente a ella, la más valiosa de
todos nosotros, algo como esto? Pero la enfermedad
llega, misteriosamente, al médico que cura y sana, a
la mujer íntegra y auténtica, a la más ejemplar, a la
más honesta y coherente, a la más dedicada a man-
tener la unidad de todos, a la conciencia más abierta,
lúcida y decidida para hacer el bien, y a la mujer uni-
versal. Todos se asustan, comenzando por sus pro-
pios compañeros médicos. El cáncer que padece no
tiene solución. ¡Qué crueldad! Todos tratan de ama-
rrarse a algo, de asegurar la vida en la creencia de que

245
la medicina se equivoca de vez en cuando, de que
como es joven lo superará, etc. Pero están aterrados
por la noticia. Ninguno sabe como reaccionar ante
Chus y su familia. El silencio ante ella, y la rebeldía en
las conversaciones entre los amigos, se imponen.
En esos primeros momentos Chus llora, se rompe
por dentro, y trata de comenzar a ver qué es lo que
pasa, aunque en ningún momento se engaña sobre su
situación, que conocerá al minuto y al milímetro
durante el resto de su vida. No quiere hacerse ningu-
na ilusión y se niega a que nadie se haga ilusiones fal-
sas sobre su futuro. No le resulta fácil entender, den-
tro de la conmoción, qué es lo que está pasando en
su vida. Entiende, aterrorizada, lo que sucede con su
enfermedad, pero a partir de ahí, todo, en su huma-
nidad, se nubla. Las preguntas asaltan su existencia y
le carcomen por dentro. Cualquier persona sometida
a un cáncer o cualquier otra enfermedad mortal, y en
principio incurable, se hace miles de preguntas y se
ve asaltada diariamente por la más tenebrosa angus-
tia. ‘¿Por qué a mí?’. El drama de la vida y la muerte
se solapan uno con otro, y la negatividad de la men-
te no se puede escurrir ni tan siquiera hacia un minu-
to de paz, alejándose del impacto brutal que le ace-
cha por doquier. No hay paz por la noche ni tampo-
co durante el día. El miedo se apodera de todos los
miembros de su cuerpo y de su mente. Las perspec-
tivas más negras y la sensación de estar condenada
acompañan cada paso de su camino. No hay con-
versación que sea capaz de aminorar su sufrimiento.
Y lo malo no es lo que ya se está sufriendo, sino
siempre lo que queda por llegar, lo que está por
venir, lo que vendrá con la enfermedad maldita. Le

246
duele el presente y le angustia, con mayor dolor aún,
el futuro.
Los amigos, en un principio, salen al paso dicien-
do lo que ella no quiere oír: esas cosas que se ocurren
cuando no se sabe qué decir. Y la desconexión se pro-
duce entonces con mucha naturalidad. La vida y la
palabra del sano no saben acertar a situarse en el
pellejo y la angustia del enfermo. Dos miradas para-
lelas que no se juntan, dos caminos que no se tocan.
¡Cómo sentía entonces a su poeta!: “Tengo mis amigos
en la soledad, cuando estoy con ellos, qué lejos están”.
Casi nadie acierta a pronunciar una sola palabra que
sea un consuelo verdadero. Los amigos quieren creer
que no pasa nada, que no puede pasar nada, y procu-
ran, con su buena fe, quitar importancia, desviar la
conversación, decirle al enfermo que ‘qué bien está’,
que ‘qué buen color de cara tiene’, que ‘esto no es nada,
ya verás’, etc. y el sufrimiento del enfermo crece más
y más en su mente paralizada por el mal, de día en
día. Le parecía que hubiese sido segada de la tierra y
de las preocupaciones de los vivos y se la hubiera
colocado en un infierno de angustia, miedos y sole-
dad. Así vive Chus sus primeros tiempos de enferme-
dad. El terror que acompaña al cáncer puede provo-
car un grave bloqueo de comunicación en quien lo
padece. Nada tiene ya el sentido que tenía previa-
mente y las palabras no significan lo que significaban
anteriormente. El abismo entre los sanos y el enfer-
mo se puede volver insalvable. La mente, mientras
tanto, se enredaba en lo negativo, en tratar de muer-
te, de horror, de mala suerte, de angustia diurna y
nocturna, y de tristeza infinita. Existe un tiempo de
oscuridad, de pozo hondo, que nadie se lo quita a

247
quien tiene una enfermedad mortal. Recuperarse del
primer impacto supone un esfuerzo titánico.
Todos los amigos pusieron su ser al lado de Chus,
y eso fue lo más importante. Pero su esposo, espe-
cialmente, y algún que otro amigo, pusieron también
su amor y su saber para intentar el desbloqueo de la
palabra y del corazón: lograr que el corazón y la
mente, temerosos, culpabilizados, paralíticos, lloro-
sos, angustiados por el impacto de pena de muerte,
no se quedasen en sí mismos, atrapados por el absur-
do y la angustia, sino que se abriesen a la fluidez de
una existencia que nunca podía acabar con esa noti-
cia. Y comenzó Chus con ellos un proceso de comu-
nicación sobre la realidad del cáncer, sin desdeñar
una sola amenaza, y sin dejar de hablar de todas las
posibilidades de sentido, a pesar de que el sentido
estuviera completamente apagado o aparentemente
muerto. Los que podían, en esta línea, iban compar-
tiendo con ella, de modo torpe, las cuestiones que
afectaban a la esencia. Poco a poco, gracias a su ho-
nestidad y a su sentido de lucha por la vida, comien-
zan a fraguar estas conversaciones tenues o duras,
dependiendo de momentos, sobre el sentido de esta
novedad mortal, sobre la vida y la muerte, sobre la
enfermedad y la ruptura, sobre la destrucción que el
cáncer y la enfermedad provocan en la persona.
Llega un momento en el que se ve a sí misma, con
algunas personas, hablando con un cierto desparpajo
sobre lo que escocía y dolía en su alma. No se guar-
dó nada de cuanto bullía en su interior. Lo hacía de
modo rotundo. La clave era no callar y luchar contra
las consecuencias del cáncer, que pretende también
matar el alma, además del cuerpo. No dejó que el

248
cáncer le pudriera el corazón. Y se intentó una vía de
salida para aquel sufrimiento infinito.
Los meses fueron pasando entre el dolor y el dese-
quilibrio que provocan los tratamientos de quimiote-
rapia, los cuidados ofrecidos y la angustia propia de
esa situación deprimente en ella y en su casa. A la
ruptura que supone la mutilación de la operación,
hay que añadir el calvario del tratamiento. Ella siem-
pre fue partidaria de hacer lo esencial, y nada más
que lo esencial; aquello que se supiera eficaz y fuese
una sabia lucha por la vida. Un máximo de dos años
vividos con dignidad era su objetivo médico. Las tre-
guas vendrían poco a poco, después de los primeros
momentos de un sufrimiento inacabable, y conse-
cuencia lógica de los duros tratamientos médicos.
Siguió trabajando, en los periodos que el trata-
miento le permitía, en el Servicio de Urgencias de un
Hospital, en contacto permanente y mirando siempre
de frente a la enfermedad, el dolor y la muerte. Ese
periodo duró poco, algo más de dos años, hasta que
la aparición de las metástasis en los huesos le obligó
a renunciar a su querida vocación en el medio hospi-
talario.
Dios, que no había desaparecido nunca de su esce-
na vital, ese Dios con el que había peleado siempre a
propósito de la enfermedad, y del mal irreparable que
provoca en el ser humano, volvía a aparecer con cier-
to protagonismo, junto a ella, en todo lo que estaba
sucediendo en su vida. Y comenzó un proceso lento,
como todo lo de Dios. Pero fue imparable desde el
momento en que se dejó abierta la posibilidad de que
la enfermedad no fuese una maldición y una destruc-
ción, sino una posibilidad nueva para vivir y hacerlo

249
con una nueva plenitud. Algo extrañaba en aquel
planteamiento tan avanzado. Pero había obligación
de buscar en ese tipo de palabras ya dichas, en ese
discurso tantas veces hecho motivo de discusión en el
pasado y que ahora se dirigía como una flecha a la
propia diana de su corazón. Ahora no se trataba de
hablar sobre la incidencia de la enfermedad en otras
personas. El mal estaba radicado en la propia vida y
se hacía necesaria una respuesta positiva o una con-
firmación de sus peores augurios sobre la incidencia
de la enfermedad en la persona, según su teoría: des-
tructora. El libro de Job se volvía a escribir. Ahora se
llamaba el libro de Chus.
El tiempo y la enfermedad fueron abriendo el libro
de la vida a su verdad más auténtica. Hay algo que se
desconoce. El simple ser que se es, la perla que se cul-
tiva en el centro de la fragilidad y la pobreza de la
materia humana, en la paradoja de la humanidad, que
aparece ante nuestra mirada y se ofrece cuando quie-
re y como quiere, en la salud o en la enfermedad,
pero siempre que el ser humano, por circunstancias
diversas, positivas o negativas, (ese es el gran misterio
de cada vida), se desbloquea, suplica, entra y deja que
aparezca. En muchas ocasiones, cuando la persona es
puesta a prueba hasta el límite más absoluto, se pro-
duce un momento en que se puede vislumbrar la ver-
dad de la existencia, el camino para poder adentrarse
en las fuentes secretas de la vida. “Y entonces fue,
mientras se cantaba el Magnificat, señala Paul Claudel,
cuando se produjo el acontecimiento que domina toda mi
vida. En un instante, mi corazón fue tocado, y creí” 2.
2. Paul Claudel, Mi conversión (10-13). También en: Carta a
Gabriel Frizeau (1904).

250
Chus suplicó, pidió permiso para entrar, entró y
bebió el agua más pura, la de la montaña más alta del
mundo. Y allí apareció el gran don de la vida: la sim-
plicidad absoluta en todo. El Dios al que nunca aca-
baba de comprender como consecuencia del dolor de
sus hermanos, se le hizo presente en su propio cuer-
po y en su propio corazón, doloridos y angustiados,
y lo hizo con tal fuerza y sentido, con tal luz y paz,
que ya no tuvo nunca ninguna duda de que el Dios
desconocido, intuido desde niña, amado en medio de
la incomprensión desde siempre, sobre todo a través
de la figura ética y humana de Cristo, era un verda-
dero Padre, lleno de amor y ternura, un Dios de sen-
cillez, para los sencillos y los humildes como ella,
para los más pobres como ella, para los más enfermos
como ella, para los más simples y ‘tontitos’ como ella.
No existía, como alguna vez llegó a pensar, un Dios
vengativo o poderoso al modo de los poderosos y
potentados humanos, ridículos y absurdos, por otra
parte. Eso lo pudo creer cuando ella era, de algún
modo, poderosa, joven, fuerte, lista, con esas aspira-
ciones propias de la humanidad que se suelen repre-
sentar en la madre de los hijos del Zebedeo3... Ahora
no, ahora se sentía invadida por la sencillez de la exis-
tencia, por la simplicidad de un corazón que se llena-
ba de gratitud, de lágrimas increíbles, y se tornaba
sereno en la simplicidad de cuanto existía y palpita-
ba; y todo ello, a pesar de la enfermedad que la mina-
ba o como consecuencia de la misma. El centro de su
vida, pasó de estar invadido por las fuerzas contra-
dictorias de su ego, a estar entregado, a través de la

3. Mt 20, 20-23.

251
pobreza aparente de la enfermedad, en las manos del
Padre Dios, y misteriosamente protegido, por tanto.
¡Oh paradoja humana! Porque la enfermedad convir-
tió su ser en su grandeza, y ahí encontró el lugar bus-
cado, ese lugar que aún existe en el mundo.
A partir de esta época, ya no necesitó dedicar sus
reflexiones a entender o no la existencia, el bien y el
mal, el gozo y la tristeza, la salud y la enfermedad.
Ahora, la nueva medida de la simplicidad que se le
daba a través de la enfermedad, le hacía experimen-
tar una verdad humilde; una verdad que le mostraba
todo lo que antes era grande o grandioso, como pe-
queño o mínimo, si lo comparaba con la excelencia
de ese nuevo conocimiento que le ofrecía la simplici-
dad gratuita. Los pensamientos negativos y recurren-
tes que antes no la abandonaban, pasaron a un tercer
término. El no-pensar, el contemplar, la acción de gra-
cias y el servicio humilde dentro de las posibilidades
de su ser debilitado, pasaron a ser los ejes de su nue-
va vida, de su nueva alegría, siempre reflejada en su
rostro. Y llegó un día, en el que proclamó que ya no
le importaba la enfermedad, es más, dio gracias por
ella; y aunque supuestamente, dijo, se le diera la opor-
tunidad de dar marcha atrás, y de olvidar el cáncer
como un mal trago o un mal sueño, ella ya nunca ja-
más lo haría. La enfermedad le permitió hacer y vivir
un descubrimiento tan apasionante sobre la más pre-
ciosa y simple verdad de la vida, que le parecía impo-
sible haberlo obtenido de otra manera, fuera de la en-
fermedad, por otro conducto. La enfermedad había
cambiado su vida para siempre, y para bien. Ese
había sido su camino, su lugar, y ella lo aceptaba con
sentido y con paz. Esa enfermedad que siguió su cur-

252
so imparable, produciendo, de forma progresiva
dolor y limitaciones físicas. Y aunque continuaron los
tratamientos que ofrecían, como mucho, un incierto
aplazamiento, el dolor físico se iba acentuando. Cada
día se hacía necesario ajustar los analgésicos, subir las
dosis o cambiarlos. Y, además, había que convivir con
el cuerpo mutilado, con el dolor propio y el añadido
de ver el sufrimiento que provocaba en los que más
quiso, con las limitaciones físicas irreversibles, con la
renuncia a la maternidad, con las pequeñas o grandes
alteraciones que podían ser los síntomas de una nue-
va diseminación hacia un órgano vital, con la incerti-
dumbre de las revisiones médicas...
Sólo cuando una persona está así, desvalida y sin
fuerza, cargando con la cruz y aceptándola, aparece
la fuerza de Dios, la fuerza de los sencillos, la de la
gente que se acoge a la simplicidad como modo de
ser y de vivir. Sólo cuando una persona está despoja-
da de la luz y sumergida en las más profundas tinie-
blas, aparece la luz4. Sólo cuando una persona se
experimenta como un cacharro inútil e inservible,
como un despojo, como un barro mal cocido, puede
sentir que la invade un don que ni podía soñar: la
simplicidad en el pensar, en el desear, en el sentir, en
el valorar, en el vivir diario, en el morir... Y con ella la
paz y el nuevo gusto por la Vida que es, no por la vida

4. “Mi alma ha optado por la cruz, mis huesos han escogido la muer-
te. El que ama esta muerte puede ver a Dios, porque es cierta la
frase: ‘El que me ve a mí, no puede seguir viviendo’. Morimos,
pues, y penetramos en la tiniebla (...) Pasamos con Cristo crucifi-
cado de este mundo al Padre; cuando el Padre se nos muestre, diga-
mos con Felipe: ‘nos basta’”. San Buenaventura, Itinerario de la
mente a Dios, Madrid, BAC 6, 1, p. 628-633.

253
que uno cree que es. La enfermedad le ayudó a va-
ciarse de sí, a sacudir de sí todo lo inútil e inservible
que había acumulado, como un árbol zarandeado,
como el Cristo colgado del árbol de la cruz, y a estar
abierta y preparada para llenarse plenamente del
amor de Dios que se le hacía vivo ahora, en el silen-
cio contemplativo, en la Palabra, en la eucaristía, en el
amor de su esposo, de su familia, de sus amigos, de
los pobres a los que sirvió...
Por pura gracia, desde la más absoluta simplicidad,
comenzó un proceso largo, que superaría los diez
años, desde 1991 al 2002, rodeada de luz y de sabi-
duría. Se le dio la oportunidad de conocer el don de
Dios. “Si conocieras el don de Dios” 5, le dice Jesús a la
Samaritana. Bien, pues, ella lo conoció. Siempre la
imaginaron sus íntimos como una nueva samaritana,
en diálogo con el Señor, en el brocal del pozo del ser
y del sufrimiento. Y todo se le volvió simplicidad y
transparencia. Se le acabaron las complicaciones de la
gente que tiene medios y poder, inteligencia y sagaci-
dad, pensamientos y poder de la mente. Nunca más
se volvió a oír de sus labios una sola queja contra
Dios ni contra nadie, al contrario, sólo acción de gra-
cias, sólo aceptación en sencillez y en simplicidad, en
una alegría y un gozo naturales que desbordaban los
juicios y pensamientos raquíticos de los demás. Ya
nunca se la oyó quejarse de su enfermedad, al con-
trario, tuvo la paciencia de escuchar y de continuar
siendo para todos el médico del cuerpo y del alma,
hasta los últimos días previos a su tránsito definitivo.
Se convirtió, para todos sus seres queridos y conoci-

5. Jn 4, 10.

254
dos, en maestra y en consejera de simplicidad. De un
modo muy sencillo, fue enseñando qué es y qué no es
lo que merece la pena de la vida, sin que nunca le fal-
tase la sonrisa, la acogida cálida, la íntegra capacidad
de servir, el pequeño detalle de amistad o la palabra
ajustada a la situación de cada persona. Para cada uno
tenía lo necesario, lo que necesitaba y nadie se que-
daba sin su parte de amor, de cariño, de servicio, de
detalles, de amistad... Ella experimentó esta palabra
de Jesús: “Venid a mí todos los que estáis cansados y ago-
biados, y yo os daré descanso (o aliviaré)” 6. Y esa mis-
ma palabra se cumplía también en ella. Cuántos se
acercaban a Chus encontraban al Señor y su descan-
so. Encontraban lo que ella había encontrado: la
misericordia.
A partir de esa novedad en su vida, comenzó un
trabajo lento de purificación que consistía en ir sol-
tando las amarras y los apegos, y en dejarse modelar
y madurar en su nuevo y definitivo ser. Esta etapa de
purificación duró hasta la hora de su muerte. Lenta-
mente fue dando pruebas y narrando su progreso al
ir soltando su lastre, antes de que se le pidiera todo,
radical y definitivamente, en el momento del último
viaje. Los que lo vieron dan fe de que se soltó de todo
con paz y con sabiduría, incluso de los que más ama-
ba, y amó mucho a su esposo, a su familia, a sus ami-
gos... Todo lo fue dejando con dolor y con gozo. Vi-
viendo un drama nuevo cada día, al soltarse un poco
más, y, a la vez, experimentando momentos estelares
de luz y de sentido. Esta etapa de purificación duró
varios años y fue ardua. Entrar hasta lo más profun-

6. Mt, 11, 28.

255
do del alma, y de la psicología humana, de eso dan
buena prueba sus escritos, y soltar amarras, es tarea
muy compleja, si se hace con terapias psicológicas o
con las propias luces, pero es tarea apasionante, si se
hace guiada por la mano del amor y por la mano de
Jesús. Entonces se impone, en medio del dolor, la
santa simplicidad y la misericordia que todo lo pue-
den y todo lo devuelven a su ser y a su autenticidad
preciosa y primigenia. Según pasaban los días de la
enfermedad fue dejando morir a su propio yo, tan
fuerte y poderoso en una etapa de su vida, y entre-
gándose amorosamente, hasta llegar a ser un ángel,
una persona iluminada con una luz especial.
Y así, ciertamente, se la vio formando parte de un
séquito nuevo, el de la gente que es lo que es, que no
tiene trampa ni cartón, que no tiene maquillaje algu-
no, que se decanta cada día por la santa simplicidad.
Su integración en el ser que es, en la vida que es, no
en la vida de mentira, se fue haciendo casi total. Se
integró despacio, pero sin pausa, en la verdad, en el
ser de Dios. Y todo se volvió uno y ya no necesitó
nada salvo rezar, agarrar la mano de los que amaba y
descansar en la paz sin límites, la que a ella se le dio
a conocer a sorbos de luz y de amor a través de la
enfermedad.
Pasó un ángel por la vida a través de esta mujer.
Pero, sobre todo, les pasó a todos por delante de los
ojos la alegre noticia de que el ser humano está hecho
para algo más que para consumir o para triunfar. Está
hecho para amar en la simplicidad. Se han de romper
los ídolos fabricados por la mente y los pensamientos
de cada vida. Ni siquiera la medicina, como profesión
y dedicación de la vida, puede acabar siendo un ído-

256
lo para quien sienta vocación por ella. Sólo se vive
para amar en la simplicidad. A ello dedicó todo ese
tiempo sobrante que, según ella, era un regalo mara-
villoso y extra que se le ofrecía y que ofrecía a todos.
Su vida se convirtió en profética. Profeta de la simpli-
cidad. Así lo vivió ella y así lo transmitió. Sus únicos
rasgos de cierta dureza y firmeza aparecieron para
denunciar el gran equívoco en el que ella había vivi-
do apresada y en el que veía que podían mantenerse
apresados y complicados sus hermanos.
Por último, aquí se ordenan algunos de los rasgos
o valores propios de su persona:

Dios. Desde niña se sintió atraída por el Padre, al


que deseaba conocer y adorar en silencio, y que aca-
bó haciéndola suya7. “El que me ama, vivirá por mí”.
Ella se dejó hacer, simplificándose más y más, a tra-
vés de la fe. La enfermedad se convirtió en la causa
última del encuentro definitivo con Dios. Jesús fue su
guía. “Nadie va al Padre sino por mí”. En la última eta-
pa, se encontró por gracia con la simplicidad de una
fe desnuda, camino para la vida. “Quien a Dios tiene,
nada le falta”, que repetía Teresa.
Amor. La relación de amor con su esposo fue cen-
tro de equilibrio, punto de apoyo y eje en el proceso
positivo de su enfermedad. Él, su amor, era la otra

7. “Desde aquel momento fui suyo y hubiese muerto por él con gozo...
Fui trasformado. –Aulo suspiró– ... Mis ansiedades y preocupacio-
nes desaparecieron. Quedé en paz, lleno de gozo...”. Taylor Cald-
well, Médico de cuerpos y almas, Martínez Roca, Madrid 2002,
p. 453. Este es uno entre cientos de testimonios similares de
la literatura, la teología y la mística cristiana. Son miles y
miles los seres humanos que se ha sentido seducidos, atra-
pados, transformados, suyos...

257
parte. En el matrimonio aprendió a amar y a darlo
todo, a ser amada y a saber lo que significa que al-
guien te lo entregue todo. Él, para ella, era la presen-
cia viva del amor de Dios en la tierra, que le ofrecía
todos los cuidados y consuelos. Verle a él, era verla a
ella, y verla a ella, era verle a él, y ver la amistad ma-
trimonial. La fidelidad en “la salud y la enfermedad”,
fue verdad viva. Si grande fue ella, no menos lo fue su
esposo. Viéndole a él, ahora, sin ella, se cree mejor en
el ser humano, en su ternura y en su simplicidad.
Familia. Una única pena la acompañó al final:
abandonar a sus padres mayores. Su amor filial fue
auténtico y cuidadoso. Si el amor es ‘atención’ (Susana
Tamaro), Chus fue un torrente de atención con ellos.
Tuvo pasión por su padre, de impresionante bondad.
Su madre supo estar siempre a su lado con valor, sig-
no del amor incondicional. El amor familiar, también
con la familia de su hermano, perdura más allá de la
muerte.
Amistad. Los amigos se dejaron esculpir por su
sabiduría y conocimiento del alma humana, y condu-
cir con amor entrañable por sus manos frágiles y de-
cididas. Todos mantienen un recuerdo auténtico y di-
ferente. El cuidado de la amistad, como entrega in-
condicional, fue su norma. Les enseñó a ser amigos
mediante una relación privilegiada y de hondura. El
mantenimiento de la amistad entre ellos se debe a los
cuidados y detalles de Chus. Era como una madre, y
cada uno se sentía único con ella.
Servicio. En el servicio a los pobres encontró el
lugar de su dignidad. “Es el lugar social desde el que
únicamente se puede ‘comprender’ e ‘interpretar’ lo que
realmente está pasando... de las injusticias que se come-

258
ten a diario por todas partes” 8. Como Buen Samarita-
no curaba, aliviaba, y se implicaba con la pobreza de
cada persona. Sirvió a todos: madres, padres, herma-
nos, amigos del amigo, vecinos. Quizás estas palabras
de Teresa de Jesús puedan iluminar su estilo de vida:
“Que no, hermanas, no; obras quiere el Señor, y que, si
ves una enferma a quien puedes dar algún alivio, no se
te dé nada de perder esa devoción y te compadezcas de
ella; y si tiene algún dolor, te duela a ti; y si fuera menes-
ter lo ayunes porque ella se lo coma...” 9. Y así fue. Cum-
plió su gran deseo, su vocación más ansiada, ser
médico de los marginados, de los pobres sin-techo, en
la Asociación ‘Jesús Caminante’, hasta su muerte,
entregando, como el óbolo de la viuda10, lo poco de
lo que disponía, para ponerlo a la atención de los allí
acogidos. Combinó el servicio que libera al pobre con
la contemplación gozosa del amor de Dios11. “Lo que
usted hace, le dijo el periodista americano a la otra

8. José María Castillo, Comunidades eclesiales: la ‘sospechosa’ difi-


cultad para afrontar el tema de la justicia. Sal Terrae, febrero
1998, tomo 86/2, nº 1.009, p. 131.
9. Santa Teresa de Jesús, Moradas Quintas, 11.
10. Lc 21, 1-4.
11. A este propósito, resulta iluminadora la siguiente cita del
maestro Juan Martín Velasco, que nos ayuda a completar y
redondear la célebre expresión de Rahner sobre la mística
del siglo XXI: “Por eso la expresión tantas veces citada de K.
Ranher:’el cristianismo de mañana o será místico o no será cristia-
no’, es aplicable al cristianismo de todos los tiempos. Pero la místi-
ca cristiana, mística de ‘ojos abiertos’, ‘de la compasión’..., compor-
ta también la dimensión ética de la virtud, que tiene su centro en
el amor y el servicio a los hermanos. De ahí que, a la hora de seña-
lar los elementos indispensables de la espiritualidad cristiana de
hoy y de siempre debamos añadir: ‘El cristianismo de hoy y de
mañana será solidario o no será cristiano’”. Juan Martín Velasco,
Por una presencia significativa de la Iglesia en el mundo,
Frontera, enero – marzo 2004, n. 29, p. 1-94.

259
madre Teresa, mientras curaba a un moribundo, no lo
haría yo ni por un millón de dólares. Tampoco yo lo
haría, contestó Teresa. Si fuese por dinero, ni siquiera
lo haría por dos millones de dólares. Sin embargo, lo
hago de buena gana, gratuitamente, por amor de Dios”.
Eucaristía. La eucaristía, durante su enfermedad,
se convierte en el momento privilegiado. Fue única la
experiencia de comulgar con ella en sus últimos días:
casi sin conciencia, al comulgar, despertaba y parecía
que Jesús mismo hablara por su boca. Vivía con su
esposo la eucaristía, los domingos y a diario, como
momento central en su vida y adelanto del gran
encuentro con Jesús, a quien estaba unida. En euca-
ristías domésticas, su devoción y su palabra, con la
del Señor, eran aliento fecundo para todos.
Silencio. En la mujer activa se escondía la amante
del silencio. El monasterio era su lugar privilegiado
para gustar del silencio. Sabía que al final se quedaría
en un silencio quieto, puerta de las moradas eternas.
Y ella, “revestida de Él”, se preparó para ese definiti-
vo encuentro con el verdadero Ser, con el Amado.
Los monjes la recordarán, sentada en una silla, con
los ojos cerrados, y quieta, en una contemplación
envidiable. Ella gustó aquí, en el simple silencio, en la
paradoja, lo que hoy disfruta ya plenamente.
Palabra. Su magisterio contaba con su palabra que,
unida a Cristo, era una bomba. La comunicación fue
su fuerte. Hablaba con todos. Su terapia curativa era
la palabra. Con ella desenmascaraba al otro. “Es nece-
sario desenmascararse”, decía Romero12. Chus era

12. Homilía previa a su muerte, 23-III-80. Roberto Morozzo


della Roccca (ed.), Op. Cit., p. 131.

260
maestra en el uso de la palabra hablada y escrita.
Pocos han quedado sin una palabra suya, palabra
viva. La comunicación más íntima era posible por la
confianza, el respeto, la discreción y la fiabilidad que
ofrecía. ¡Cuánto bien fruto de la comunicación!
Iluminación. Los últimos años fueron de verdade-
ra iluminación. La enfermedad la curtió y antes de
morir estaba preparada para el postrer viaje. Se había
despojado de todo, no le quedaba nada. Lo entregó
todo. Descansó al comprender a Job: “desnudo salí del
vientre de mi madre y desnudo volveré a él” 13. Salió
ligera de equipaje. Y el Señor, según se entregaba, le
concedía un grado más de iluminación. Todos sabían
que estaban ante una mujer atravesada por la luz que,
iluminada, dejó una estela de luz.
Enfermedad. De la ‘maldita enfermedad’ el respon-
sable era Dios y había que enmendarle la plana14. Un
médico, ante su muerte, dijo que la enfermedad curte
a la persona y la hace entender la verdad escondida tras
las apariencias. La enfermedad fue el sentido de su

13. Jb 1, 21.
14. En la narración literaria sobre la supuesta vida de san Lucas,
que nos ofrece la obra ya citada de Taylor Caldwell, parece
retratarse a la perfección la lucha mantenida con Dios por
parte de Chus con motivo del estudio de la destrucción que
provoca la enfermedad, de la que ella también, como en la
narración le sucede al estudiante y joven médico Lucano,
culpa a Dios: “¿Para qué nace el hombre? Nace tan sólo para
marchitarse en el tormento y luego morir tan ignominiosamente
como ha vivido y en la misma oscuridad. Clama a Dios, pero no
recibe respuesta. Apela a Dios, pero apela a un verdugo... Dios es
nuestro enemigo... Aprenderé a derrotarle... Le arrancaré sus vícti-
mas. Quitaré su dolor a los desamparados... Donde Él declare
muerte, yo declararé vida. Ésta será mi venganza sobre Él”.
Taylor Caldwell, Op. cit., p. 116.

261
primera y digna pelea15, y la plenitud de la segunda.
Llegó a ser ‘un pan triturado y preparado para el ali-
mento’, como el joven Jesús. “Tenía razón el cura ami-
go, confesó: la enfermedad no es motivo de muerte, sino
de vida; no es desgracia, sino fuente de gracias; no es
drama sin sentido, sino la escenificación del amor que
baja al lado más oscuro de la vida para renacer con toda
la luz en sí”. No hay que temer. La muerte ha sido
vencida. El Señor va delante. Ella lo sabía. “Un día
descubrimos que aquello que nosotros habíamos vivido
como desgracia, como fracaso, en realidad nos había con-
ducido por misteriosos caminos hacia el amor...”.16
Estos son pilares para cimentar y sostener una
vida. Esto no es alegato ni en favor de una persona ni
de la fe, pues ni una ni otra los necesitan. Sólo es ver-
dadero lo que da vida verdadera. Con Chus la vida ha
sido verdadera. En ella, la paradoja oscura y compli-
cada, se ha transformado, a través de la enfermedad,
en transparencia. Comunicar esta experiencia es un
gozo grande que no se le puede prohibir a un cora-
zón. ¡Gracias! Gratitud eterna de amor a la maestra de
amigos y de amor, que deja una estela inconfundible

15. Dice Horacio: “Si un hombre mira con amor compasivo a sus
doloridos prójimos y a causa de su amargura pregunta a los dioses:
‘¿Por qué afligís a mis hermanos?’, sin duda será mirado por Dios
con más ternura que el hombre que le felicita por su misericordia,
y prospera feliz y sólo tiene palabras de adoración que ofrecer.
Porque el primero habla a causa del amor y la piedad, atributos
divinos y cercanos al corazón de Dios, mientras que el segundo
habla por causa de un satisfecho egoísmo, un atributo bestial, que
no tiene lugar en el ambiente luminoso que rodea el espíritu de
Dios”. Citado por Taylor Caldwell, op. cit., p. 151.
16. Nicolás de la Carrera, Buscando a Dios entre las luces, BAC,
Madrid 2000, p. 170.

262
de bien. Como su Señor y Maestro ‘pasó por la tierra
haciendo el bien y curando las dolencias del pueblo’ 17.
María Jesús Lucero Ocaña, concluido el camino de la
simplicidad, descansa en paz; en la paz de su ‘Galilea’,
de la ‘Galilea’ eterna, en el lugar que aún queda en el
mundo, en el Universo infinito: en la casa del Padre, en
la MISERICORDIA. Y ahí, hecha viento, queda en nues-
tra espera.

17. Cf. Hch 10, 38.

263
Los derechos de autor de este libro irán destinados a la:

Asociación VIHDA

La palabra vihda es la asociación de vih y vida.


Vihda es una joven asociación española de interés general,
registrada con el nº 170968 del Registro Nacional de Asociaciones
con fecha 15 de septiembre del 2003 y creada para poder opti-
mizar los recursos humanos y materiales españoles en la lucha
contra el Sida en África, mediante 1º: Formación de especialistas
locales en el manejo de pacientes con Sida. 2º: Prevención me-
diante talleres de educación comunitaria. 3º: Cobertura sanitaria
y atención hospitalaria.
Todo ello se lleva a cabo a través de un programa de asistencia
integral enmarcado dentro del Sistema Público de Salud de Kenya.
El lugar donde se desarrolla el proyecto es el distrito de
Maragua, al norte de Nairobi.
Sus objetivos son: a): reducir el nº de nuevas infecciones.
b): disminuir la morbi-mortalidad asociada
con el Sida.
En el momento actual hay más de 1.500 personas seropositi-
vas registradas en el programa, de las cuales más de 600 están en
tratamiento con medicamentos ARV de alta eficacia y 188 niños
de los que 72 están en tratamiento con el ARV. El centro ha sido
capaz de comenzar una media de 20 pacientes nuevos cada sema-
na en tratamiento.
El director del Plan Nacional del Sida visitó el proyecto en
julio del 2004 y emitió un certificado de excelencia.
Asimismo este programa de la Asociación Vihda consiguió el
primer premio otorgado por los laboratorios Bristol Myers
Squibb al mejor programa de Sida en países con resultados limi-
tados.
El distrito de Maragua tiene una población de 396.000 habi-
tantes de los cuales más del 60% vive con menos de 1 euro al día.
Hay 24.000 personas que tienen Sida y de éstas, al menos, 4.800
necesitan tratamiento urgente, ya que de otra forma más de la
mitad fallecerán en el plazo de un año. Para evitar este nº tan ele-
vado de muertes es necesaria una inversión mayor y la aportación
de más fondos económicos.
Aportaciones desde España: ccc 01288701610500012723
Desde el extranjero: ES28 01288701610500012723

264
Presidente de la asociación: Profesor Santiago Moreno Guille
Jefe del Servicio de enfermedades infecciosas
del hospital Ramón y Cajal
Director del Programa: Dr. Victorio Torres Feced
Dirección:
C/ Marqués de Santillana 7, 2º
28770 Colmenar Viejo (Madrid)

265
caminos
Director de Colección: F RANCISCO JAVIER S ANCHO F ERMÍN
1. MARTIN BIALAS: La “nada” y el “todo”. Meditaciones según el espíritu
de San Pablo de la Cruz (1969-1775).
2. JOSÉ SERNA ANDRÉS: Salmos del Siglo XXI.
3. LÁZARO ALBAR MARÍN: Espiritualidad y práxis del orante cristiano.
5. JOAQUÍN FERNÁNDEZ GONZÁLEZ: Desde lo oscuro al alba. Sonetos para
orar.
6. KARLFRIED GRAF DUCKHEIM: El sonido del silencio.
7. THOMAS KEATING: El reino de Dios es como... reflexiones sobre las
parábolas y los dichos de Jesús.
8. HELEN CECILIA SWIFT: Meditaciones para andar por casa. Con un plan
de 12 semanas para la oración en grupos.
9. THOMAS KEATING: Intimidad con Dios.
10. THOMAS E. RODGERSON: El Señor me conduce hacia aguas tranquilas.
Espiritualidad y Estrés.
11. PIERRE WOLFF: ¿Puedo yo odiar a Dios?
12. JOSEP VIVES S.J.: Examen de Amor. Lectura de San Juan de la Cruz.
13. JOAQUÍN FERNÁNDEZ GONZÁLEZ: La mitad descalza. Oremus.
14. M. BASIL PENNINGTON: La vida desde el Monasterio.
15. CARLOS RAFAEL CABARRÚS S.J.: La mesa del banquete del reino.
Criterio fundamental del discernimiento.
16. ANTONIO GARCÍA RUBIO: Cartas de un despiste. Mística a pie de calle.
17. PABLO GARCÍA MACHO: La pasión de Jesús. (Meditaciones).
18. JOSÉ ANTONIO GARCÍA-MONGE y JUAN ANTONIO TORRES PRIETO: Camino
de Santiago. Viaje al interior de uno mismo.
19. WILLIAM A. BARRY S.J.: Dejar que le Creador se comunique con la cria-
tura. Un enfoque de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de
Loyola.
20. WILLIGIS JÄGER: En busca de la verdad. Caminos - Esperanzas -
Soluciones
21. MIGUEL MÁRQUEZ CALLE: El riesgo de la confianza. Cómo descubrir a
Dios sin huir de mí mismo.
22. GUILLERMO RANDLE S.J.: La lucha espiritual en John Henry Newman.
23. JAMES EMPEREUR: El Eneagrama y la dirección espiritual. Nueve cami-
nos para la guía espiritual.
24. WALTER BRUEGGEMANN, SHARON PARKS y THOMAS H. GROOME: Practicar
la equidad, amar la ternura, caminar humildemente. Un programa
para agentes de pastoral.
25. JOHN WELCH: Peregrinos espirituales. Carl Jung y Teresa de Jesús.
26. JUAN MASIÁ CLAVEL S.J.: Respirar y caminar. Ejercicios espirituales en
reposo.
27. ANTONIO FUENTES: La fortaleza de los débiles.
28. GUILLERMO RANDLE S.J.: Geografía espiritual de dos compañeros de
Ignacio de Loyola.
29. SHLOMO KALO: “Ha llegado el día...”.
30. THOMAS KEATING: La condición humana. Contemplación y cambio.
31. LÁZARO ALBAR MARÍN PBRO.: La belleza de Dios. Contemplación del
icono de Andréï Rublev.
32. THOMAS KEATING: Crisis de fe, crisis de amor.
33. JOHN S. SANFORD: El hombre que luchó contra Dios. Aportaciones del
Antiguo Testamento a la Psicología de la Individuación.
34. WILLIGIS JÄGER: La ola es el mar. Espiritualidad mística.
35. JOSÉ-VICENTE BONET: Tony de Mello. Compañero de camino.
36. XAVIER QUINZÁ: Desde la zarza. Para una mistagogía del deseo.
37. EDWARD J. O’HERON: La historia de tu vida. Descubrimiento de uno
mismo y algo más.
38. THOMAS KEATING: La mejor parte. Etapas de la vida contemplativa.
39. ANNE BRENNAN y JANICE BREWI: Pasión por la vida. Crecimiento psico-
lógico y espiritual a lo largo de la vida.
40. FRANCESC RIERA I FIGUERAS, S.J.: Jesús de Nazaret. El Evangelio de
Lucas (I), escuela de justicia y misericordia.
41. CEFERINO SANTOS ESCUDERO, S.J.: Plegarias de mar adentro. 23 Caminos
de la oración cristiana.
42. BENOÎT A. DUMAS: Cinco panes y dos peces. Jesús, sus comidas y las
nuestras. Teovisión de la Eucaristía para hoy.
43. MAURICE ZUNDEL: Otro modo de ver al hombre.
44. WILLIAM JOHNSTON: Mística para una nueva era. De la Teología
Dogmática a la conversión del corazón.
45. MARIA JAOUDI: Misticismo cristiano en Oriente y Occidente. Las ense-
ñanzas de los maestros.
46. MARY MARGARET FUNK: Por los senderos del corazón. 25 herramientas
para la oración.
47. TEÓFILO CABESTRERO: ¿A qué Jesús seguimos? Del esplendor de su ver-
dadera imagen al peligro de las imágenes falsas.
48. SERVAIS TH. PINCKAERS: En el corazón del Evangelio. El “Padre
Nuestro”.
49. CEFERINO SANTOS ESCUDERO, S.J.: El Espíritu Santo desde sus símbolos.
Retiro con el Espíritu.
50. XAVIER QUINZÁ LLEÓ, S.J.: Junto al pozo. Aprender de la fragilidad del
amor.
51. ANSELM GRÜN: Autosugestiones. El trato con los pensamientos.
52. WILLIGIS JÄGER: En cada ahora hay eternidad. Palabras para todos los
días.
53. GERALD O’COLLINS: El segundo viaje. Despertar espiritual y crisis en la
edad madura.
54. PEDRO BARRANCO: Hombre interior. Pistas para crecer.
55. THOMAS MERTON: Dirección espiritual y meditación.
56. MARÍA SOAVE: Lunas... Cuentos y encantos de los Evangelios.
57. WILLIGIS JÄGER: Partida hacia un país nuevo. Experiencias de una vida
espiritual.
58. ALBERTO MAGGI: Cosas de curas. Una propuesta de fe para los que cre-
en que no creen.
59. JOSÉ FERNÁNDEZ MORATIEL, O.P.: La sementera del silencio.
60. THOMAS MERTON: Orar los salmos.
61. THOMAS KEATING: Invitación a amar. Camino a la contemplación cris-
tiana.
62. JACQUES GAUTIER: Tango sed. Teresa de Lisieux y la madre Teresa.
63. ANTONIO GARCÍA RUBIO: Aún queda un lugar en el mundo.
64. ANSELM GRÜN: Fe, esperanza y amor.

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