Está en la página 1de 12

Índice

Tema Página
Introducción y marco teórico 3

Lo dionisíaco y lo apolíneo: ¿una cuestión de 4


temperatura?
El culto a María 6

Las mujeres de las Revoluciones 6

Esposa y madre 9

Conclusión 11

Bibliografía 12

2
3

Introducción y marco teórico

En el presente ensayo me propongo revisar algunas ideas fuertemente instaladas en occidente,


referidas al rol de la mujer en la economía y en el mundo del trabajo, en el arte, la sexualidad y la
forma de relación con el varón; que vinculan la construcción de ciudadanía con características
estrictamente biológicas. Espero poder demostrar, que se trata en realidad de un proceso cultural,
económico y social, anclado en un momento histórico específico, que configuró su papel como el de
esposa y madre.

Para ello voy a echar mano, por un lado, del materialismo dialéctico, dado que me permitirá rastrear
el devenir histórico del papel de la mujer en la economía; y por el otro, la historia de la vida privada,
que me ayudará a comprender la cuestión de género.

Historiadores como Eric Hobsbawm, datan el surgimiento de la “nueva mujer”, promediando el


siglo XIX largo, en lo que el autor caracteriza como “La era de Imperio”, circunscribiendo el
análisis a un grupo muy reducido estadísticamente hablando, de mujeres de la clase media y la alta
burguesía. Mi hipótesis es que en realidad, en ese momento histórico, irrumpen varios actores
sociales novedosos dentro del género femenino: la mujer proletaria que lucha por la igualdad frente
a su compañero varón en las condiciones y desafíos que plantea el mundo del trabajo; la mujer
burguesa que avanza de la mano de los partidos de izquierda y exige igualdad en los derechos
civiles (especial pero no únicamente el derecho al voto); y la mujer bohemia que reclama igualdad
en el disfrute de la sexualidad, la autodeterminación del uso de su cuerpo y el acceso al mundo del
arte. El origen de estos reclamos puede encontrarse hacia fines del siglo XVIII en los escritos de
Mary Wollstonecraft, quien se ocupó de la relación entre los géneros.1

Todos estos grupos se transformaron en contestatarios del “Factory system”, y surgieron


históricamente como respuesta a la que fuera también una novedosa forma de concebir a la mujer y
a su rol en la sociedad en el inicio del siglo XIX: la mujer dedicada a la esfera de esposa y madre
como única tarea. Esta “otra nueva mujer” será la que garantice las bases del modo capitalista de
producción, reproduciendo en el seno del hogar la forma de dominación masculina, y garantizando
la existencia de la familia nuclear básica, transmisora, entre otras cosas, de la heredad material y del
falo como capital simbólico. Pero esta “nueva mujer” exigía también la emergencia de un “nuevo
hombre”, capaz de abjurar de las costumbres habituales que tenían los varones de la época.

A partir del recorrido por la bibliografía presentada al final de este trabajo, intentaré demostrar que
desde el siglo XIII hasta finales del siglo XVIII, la mujer fue deshaciéndose del pesado lastre que la
Grecia de Pericles le había dejado como herencia, y que el grado de discriminación, explotación y
sometimiento de la mujer por parte del varón, tuvo un rebrote muy claro y en una espiral
fuertemente ascendente, a partir de la maduración del modo capitalista de producción de la mano de

1
Es autora de “Vindicación de los derechos del hombre” (1791) y de “Vindicación de los
derechos de la mujer” (1792), obra en la que condena la educación que se daba a las mujeres porque las
hacía "más artificiales y débiles de carácter de lo que de otra forma podrían haber sido" y porque
deformaba sus valores con "nociones equivocadas de la excelencia femenina”

3
4

la consolidación de la mentalidad burguesa y del proyecto de la modernidad, que le dieron el marco


teórico – ideológico, que las condiciones materiales del “Factory system” reclaman.

I- Lo dionisíaco y lo apolíneo: ¿una cuestión de temperatura?

En la Atenas de Pericles, la construcción social de la idea de ciudadanía y la relación entre los


diferentes géneros, estaba anclada en una cuestión fisiológica: el calor corporal. Básicamente, se
creía que el calor del cuerpo era determinante en la formación de un ser humano. Como señala
Richard Sennett: “Se creía que los fetos que al principio del embarazo habían recibido calor
suficiente en el vientre de la madre se convertirían en varones, mientras que los que habían
carecido de ese calor se convertían en mujeres”. Esa falta de calor en el vientre engendraba una
criatura que era “más blanda, más líquida, más pegajosa y fría, así como más informe que los
hombres”2.

Esta concepción le permitió a Aristóteles afirmar que existen dos tipos de sangre: la menstrual, fría
e inerte; y el esperma, que como sangre, al ser caliente es superior porque crea nueva vida. De esta
forma, “el varón posee el principio del movimiento y de la generación, mientras que la mujer posee
el de la materia”3, un contraste entre las fuerzas activas y pasivas del cuerpo. Dado que la energía
calórica del semen penetraba en la carne a través de la sangre, el cuerpo del varón era más cálido y
se enfriaba menos fácilmente, lo que le permitía soportar tanto la desnudez como la intemperie a
diferencia de las mujeres que no estaban capacitadas para ello.

Según Laqueur, lo femenino y lo masculino en el mundo griego, representaban dos polos de un


mismo cuerpo: “Al menos dos géneros corresponden a un solo sexo, donde los límites del varón y la
hembra son de grado y no de clase…un cuerpo de un solo sexo”4. El calor determinaba los
diferentes grados: cuando un feto masculino no era calentado lo suficiente nacía un varón
afeminado, y si el feto femenino era calentado en exceso nacía una mujer varonil.

Esta concepción penetró en las mentes de la Edad Media a través de la medicina, que concebía a los
órganos genitales masculinos y femeninos, uno como el contrario del otro. Un solo cuerpo con una
fisiología que iba de lo muy frío a lo muy caliente, de lo femenino a lo masculino.

Pero el calor, no intervenía solamente en la determinación de los sexos, su esfera de influencia


alcanzaba la capacidad o no de pensar, hablar, escuchar y comprender. Este registro médico del
calor corporal que vinculaba lo frío, lo pasivo y lo débil con lo femenino; y lo cálido, lo activo y lo
fuerte con lo masculino, hallaba su correlato en una escala ascendente de dignidad humana, tratando
a los hombres libres como seres superiores a las mujeres, aun cuando estuvieran hechas con los
mismos “materiales”.

2
Peter Brown, The Body and Society: Men, Women, and Sexual Renunciation in Early Christianity
(Nueva York: Columbia University Press, 1998, pág. 10)
3
Aristóteles, On the Generation of animals.
4
Thomas Laqueur, Making Sex: Body and Gender from the Greeks to Freud.

4
5

La idea de un solo cuerpo con diferentes géneros, puede llevarnos a creer que entre los griegos
existía un status compartido entre varones y mujeres, dada la convivencia de lo femenino y lo
masculino en cada ser. Sin embargo, como señala la historiadora Giulia Sissa, “cuando lo femenino
se vio incluido en la misma esfera de lo masculino…el resultado no fue un reconocimiento generoso
de la igualdad, sino el rechazo de lo femenino como obviamente inferior a lo masculino”5. En
verdad, se equiparaba lo femenino al cuerpo del esclavo, a quien por no permitírsele hablar ni
participar de los deportes, se iba embruteciendo y enfriando. Tal vez la forma más clara de entender
la relación entre el calor corporal y el status de ciudadano, se encuentre en el análisis de la
sexualidad, dado que los atenienses veían en ella un elemento positivo de ciudadanía.

Durante su vida, un varón griego era amado por hombres mayores y sentía amor por jóvenes, a
medida que avanzaba su edad; también experimentaba amor erótico por las mujeres. En esa
sociedad se discriminaba el afeminamiento, no la homosexualidad. Aquellos que tenían cuerpos
masculinos “blandos” (malzakoi) actuaban como mujeres, es decir, deseaban que otros hombres los
sometieran a un rol femenino, receptivo, en las relaciones sexuales. Los malzakoi eran ubicados en
las zonas calóricas intermedias. Los jóvenes griegos debían aprender en el gimnasio a hacer el amor
de forma activa y no pasiva. El varón mayor (erastes) elegía uno más joven (eromenos) a quien
iniciar en el amor. Esta forma de sexualidad tenía como código que no hubiera ningún tipo de
penetración. Tanto el joven como el hombre frotaban sus cuerpos y sus genitales, buscando elevar el
calor corporal, puesto que esto resultaba más importante que la eyaculación misma. También se
pensaba que en la fricción coital la mujer elevaba su temperatura corporal, dándole la fuerza
necesaria para generar los fluidos que le permitirían engendrar una nueva vida. La posición elegida
era la de la mujer agachada, ofreciendo sus glúteos a un hombre que estaba de pie o de rodillas
detrás de ella. Esta posición expresa el status social: la mujer que se agacha o se inclina adopta una
postura subordinada, como puede verse en el análisis de las vasijas pintadas que realiza Kenneth
Dover6.

En cambio, la relación sexual entre hombres, se producía a menudo con ambos integrantes de la
pareja de pie y enfrentados uno a otro. En esta postura, evitando la penetración y realizando el
mismo acto, los amantes varones tienen el mismo status a pesar de las diferencias de edad. De esta
forma mantienen relaciones sexuales como ciudadanos. La mujer, gozaba del mismo status social
que los malzakoi y los esclavos, sometidos sexualmente.

Esta peligrosa asociación entre sexualidad, fisiología y status social, fue retomada varios siglos
después, hacia 1820, por un grupo de evangélicos anglicanos en Inglaterra, quienes tenían al frente a
una mujer: Hannah More.

More condenaba a Mary Wollstonecraft (madre de Mary Shelley) pues planteaba la igualdad entre
los géneros, lo que a More le parecía inmoral y contra natura. En su opinión, la estructura biológica
de los varones y las hembras expresaba sus diferentes destinos como personas, por lo tanto, si a una
mujer se le ocurría buscar el éxito en la misma esfera (Bentham) que un hombre, suponía la
negación de las tareas y deberes que Dios le había asignado.

5
Giulia Sissa, The Sexual Philosophies of Plato and Aristotle.
6
Dover, Greek Homosexuality, 100.

5
6

Escribe More:

“Al pez le fueron concedidas las aletas para nadar, y el pájaro recibió las alas para volar,
pero resulta todavía más evidente que al hombre se le concedió un cuerpo más fuerte y una
mente más firme para que pudiera dominar en las profundas y osadas esferas de la acción y
del consejo; en el complicado arte del gobierno, en el manejo de las armas, en los
laberintos y profundidades de las ciencias, en el ajetreo del comercio, y en todas aquellas
profesiones que exigen una mayor capacidad y una gama de poderes más amplia.”7

Es evidente que para More, no quedaba otra esfera de influencia para la mujer que la de la labor
doméstica, que como bien sabemos, es generadora de valor de uso, pero no de valor de cambio, lo
que torna a la mujer totalmente dependiente de un varón proveedor.

II- El culto a María

Llegados aquí, a partir de los dos momentos históricos presentados, la sensación que nos queda es
que la historia de la mujer es un continuo de discriminación, sometimiento y desprecio por parte del
varón; sin embargo esto no fue así. A partir del siglo XIII, cuando ya se había producido cierta
división del trabajo entre la ciudad y el campo, y también división de tareas hacia el interior de la
familia feudal, que generaron un excedente exportable y por lo tanto un fuerte auge del comercio y
la trashumancia, comienza un culto a la mujer que se conoce como el amor de caballero, lo que
implica que el varón empieza a procurar seducir a la mujer, en lugar de tomarla por la fuerza. La
expresión artística que da cuenta de este fenómeno es la enorme producción de Alfonso X, quien
reinó en España entre 1221 y 1284, y compuso más de cuatrocientas canciones (cantigas) en
alabanza a la mujer idealizada: la virgen María. La raíz de estas formas poéticas hay que buscarla en
la trova provenzal, en el idioma proveniente de Portugal y Galicia que se lo consideraba “culto” en
esa época. A partir del fervoroso culto a la Santa, comienza un nuevo status de la mujer en
sociedad.8

Los siglos XV (Los Arnolfini retratados por Jan van Eyck), XVI y XVII (las pinturas flamencas de
Vermeer) nos muestran a una mujer en franco ascenso social, trabajando a la par de su marido,
tomando decisiones en el manejo del negocio, administrando un hogar que, en la mayoría de los
casos, funcionaba también como tienda o taller.

III- Las mujeres de las Revoluciones

Ya entrados en el siglo XVIII (tan bien retratado por las pinturas de Hogarth), el siglo de lo
femenino, período que recibe en alemán el nombre de Empfindsamkeit o amaneramiento, la mujer
está decididamente en escena. No goza de los derechos del varón en los papeles, pero en muchos
7
Philippe Ariès y Georges Duby, Historia de la vida privada, tomo 4, Catherine Hall, Sweet home, pág. 63
8
Ver: Iván René Cosentino, Conjunto música ficta de Buenos Aires, Cantigas de Santa María y
Canciones tradicionales sefardíes. Introducción. 1980.

6
7

aspectos es tratada como un par. Es la época del amor galante, el varón quiere parecerse a la mujer,
se pone pelucas, se empolva el rostro, se preocupa por ser un excelente amante e imitar el goce de la
mujer, las óperas las tienen como heroínas, las pinturas las ponen en el centro de la escena. Es el
ascenso de la mujer burguesa en el ámbito de los negocios privados, y de la cortesana en la
decadente nobleza.

Sin embargo, hacia finales del siglo XVIII comenzaron a darse dos movimientos diametralmente
opuestos en Inglaterra y Francia. En este último país, el proceso que llevó a la Revolución Francesa;
en Inglaterra, el ascenso lento pero sostenido de los evangélicos al poder en pleno auge de la
Revolución Industrial.

Si bien la obra del marqués de Sade no es representativa de la dominación masculina (en términos
de Lynn Hunt)9, sirve para comprender el rol de las mujeres en cuanto figura de lo privado, donde
los objetos de placer y de orden solían ser mujeres. En muy escasas excepciones las mujeres de las
novelas de Sade son libres, y raras veces experimentan placer por su propia voluntad: “Todo goce
compartido se debilita”, sentenciará Dolmancé.10 El amor heterosexual es algo excepcional en sus
novelas, la vagina suele ser dejada de lado en favor de la boca y el ano. Las mujeres son el objeto de
la agresión masculina. La igualdad y fraternidad entre los varones sólo sirve para someter bajo su
dominación a las mujeres.

En la obra de Sade, lo privado es el lugar donde las mujeres son recluidas y torturadas para el
disfrute sexual de los hombres.

Este punto de vista era compartido por sans-culottes y jacobinos, según los cuales el puesto de la
mujer se encontraba en el terreno de lo privado. Los revolucionarios limitaron las funciones de las
mujeres a las de madres y hermanas, cuya identidad dependía de sus parientes masculinos. Al
respecto, es interesante analizar la iconografía de la obra “La Libertad guiando al pueblo” de
Delacroix, donde absolutamente todas las figuras que aparecen en escena son varones de las más
diversas edades luchando en las calles, y la única figura femenina es en realidad, una alegoría de la
libertad, presentada con rasgos masculinos y los senos al descubierto, como nodriza amamantando
al pueblo. No puede observarse en el cuadro ni una mínima alusión al rol fundamental que tuvieron
las mujeres en la Revolución.

Esta idea de la mujer como algo especialmente concebido para lo privado, penetró en los círculos
intelectuales del siglo XIX. El tratado de Pierre Roussel, Du système moral et physique de la femme
(1775-1783), representaba a la mujer como el reverso del hombre (una vuelta a la idea de Galeno
de Pérgamo): a la primera se las identificaba por su sexualidad y su cuerpo, mientras que la
identidad del hombre dependía de su mente y su energía. El útero definía a la mujer y determinaba
su comportamiento emocional y moral. Las mujeres eran más frágiles desde el punto de vista
muscular, y sedentarias por naturaleza. La combinación de la debilidad mental y muscular y la
sensibilidad emocional, hacía que las mujeres estuvieran preparadas para criar hijos. El útero definía
el lugar que correspondía a la mujer en sociedad: el de madre.

9
Lynn Hunt: La vida privada durante la Revolución Francesa. En “Historia de la vida privada”,
tomo 4: De la Revolución Francesa a la Primera Guerra Mundial. Philippe Ariès y Georges Duby. Ed.
Taurus.
10
Marqués de Sade, La filosofía en el tocador.

7
8

Un discípulo de Roussel, Georges Cabanis, rechazaba la idea de que las mujeres pudieran ocupar
puestos intelectuales o políticos, pues estas carreras debilitarían las bases de la familia nuclear. Es
bueno recordar que desde fines del siglo XVIII las esferas de lo público y de lo privado, estaban
claramente delimitadas.

Jacques-Louis Moreau, discípulo de Cabanis, escribió en su libro Histoire naturelle de la femme


(1803):

“Si se puede decir que el varón no es varón más que en ciertos momentos, pero que la
hembra es hembra durante toda su vida, se debe principalmente a la influencia uterina; es
ella la que recuerda a la hembra su sexo continuamente y da a todas sus formas de ser una
fisonomía tan pronunciada. Las hembras están más predispuestas que los hombres a creer
en los espíritus y a tener apariciones; se entregan con más facilidad a las prácticas
supersticiosas, sus prejuicios son más numerosos”.

En el siglo XIX va a asociarse a la mujer con el mundo privado del hogar y la familia, no sólo por la
Revolución Industrial en Inglaterra que les permitió a las mujeres de la burguesía definirse de esta
manera, como veremos más adelante; sino también porque la Revolución Francesa había
demostrado las potencialidades y el peligro que esto suponía para los hombres, el de dar vuelta el
orden natural. Los propios revolucionarios franceses sintieron la necesidad de trazar una frontera, e
insistir que las mujeres se encontraban en el lado de lo privado y los hombres en el de lo público. A
partir de 1794 y continuando durante el siglo XIX, esta frontera entre hombres y mujeres, política y
familia, se volvió más tajante.

Mientras tanto, al otro lado del Canal de La Mancha se iba preparando el terreno para la esfera
doméstica destinada a la mujer casada, bajo el marco teórico que ofrecían la doctrina benthamita del
utilitarismo y la religión evangélica.

Un hito importante en Inglaterra lo configura el año 1820, al que los historiadores definen como “el
año de la reina Carolina de Brunswick”, quien fuera la esposa de Jorge, hijo del rey Jorge III, quien
asumiría el cargo de su padre a la muerte de éste. El matrimonio no duró mucho, sólo tuvieron una
hija, la princesa Charlotte, luego se separaron. En el orden público, lo que se esperaba de cada
monarca era bien distinto: mientras Jorge podía continuar libremente con su vida amorosa, a
Carolina se le exigía la vida prudente de una consorte real en ausencia de su marido. La gran
hostilidad de Jorge hacia la que consideraba una germana vulgar, impulsó a Carolina a dejar
Inglaterra y comenzar a viajar por el continente europeo.

Cuando fallece Jorge III, el futuro rey Jorge IV se niega a ser coronado en presencia de la reina
Carolina. Fue por eso que en 1820 ella regresó a Inglaterra buscando ser coronada junto a Jorge.
Nada les venía mejor a los radicales enemigos del rey, quienes instalaron en la opinión pública la
idea de tomar partido por la reina “ultrajada”. Este hecho podría ser considerado meramente
anecdótico, si no fuera porque permitió poner de manifiesto de forma muy clara, las ideas acerca de
cómo debían ser las relaciones entre hombres y mujeres, sobre la naturaleza misma del matrimonio
y el lugar ocupado por la vida doméstica en una sociedad “decente”. Todos los brazos masculinos y
valientes de Inglaterra acudieron en socorro de la frágil reina, para poner a resguardo la virtud
doméstica. Si bien estos hombres esperaban que Carolina cumpliera un papel para el cuál no estaba
calificada (ser casta y pura), dado que era muy vulgar y hasta se decía que muy promiscua con sus

8
9

criados italianos, resultaba como reina mucho más atractiva que un rey totalmente alejado del
pueblo. Fue así que la opinión pública impidió que ambos pudieran divorciarse.

Este hecho marcó uno de los primeros momentos en que quedó demostrado el nuevo status social
que debía tener el matrimonio y las relaciones sexuales. Comportarse en forma correcta como rey
implicaba hacerlo también como marido y como padre. Las huellas de este acontecimiento podrán
reconocerse un tiempo después con Victoria, quien se convertiría en el “capullo de Inglaterra”, en
la esposa y la madre modelo.

A partir de 1820 quedaba bien claro que si un monarca quería ser popular, debía estar
“domesticado”. El libertinaje sexual había pasado de moda, dando lugar al matrimonio y la familia.

IV-Esposa y madre

El surgimiento de la doctrina evangélica a fines del siglo XVIII, sentó las bases para el desarrollo de
estas ideas nuevas. Se trataba de un movimiento reformista, que creció en el seno de la iglesia
anglicana y ganó mucha influencia hacia 1770. Al principio se apoyaron en la pequeña aristocracia
venida a menos, sus protagonistas más conocidos: William Wilberforce y Hannah More, intentaron
atraer a las clases más altas, pero no lo lograron. El impacto mayor fue sobre la burguesía media.

El mensaje evangélico se centraba sobre la culpa, el pecado y las posibilidades de redención. Sus
seguidores debían practicar un cristianismo “real” de raíz militante. Según esta concepción, el
mundo era un lugar lleno de orgullo y pecado, por ello procuraban escapar de él y refugiarse en la
vida familiar cristiana. El gran énfasis puesto en esto suponía una complicación mucho mayor para
los varones en la realización de los negocios, dado que alejaban a los mismos de las prácticas y el
mensaje evangélicos; en cambio, el ámbito del hogar, ofrecía a las mujeres las condiciones ideales
para llevar a cabo tal tarea. La construcción de una “nueva familia” se transformó en el objetivo de
los evangélicos. En los primeros escritos de More su principal preocupación era el desarrollo de la
conducta apropiada para ambos sexos. En su única novela Coelebs in search of a wife (1807),
presenta una síntesis de las ideas moralizantes sobre cómo debían ser las relaciones entre hombres y
mujeres. Uno de los protagonistas, el señor Stanley, va a encarnar dichas ideas presentándose como
un padre amante y atento, siempre dispuesto a dialogar y a compartir la lectura de los evangelios en
familia. Resulta varonil, nos dice Hannah, apoyarse en la familia y disfrutar de los hijos. Era un
llamado a abominar de la forma de masculinidad asociada a la promiscuidad sexual, el alcohol y los
excesos. (Dicho sea de paso, si los obreros adherían a esta fe estaba garantizado el aumento del
producto marginal del trabajo!!!)

Los tratados evangélicos sobre masculinidad y femineidad, articulados sobre todo por Hannah
More, se convirtieron en la nueva ortodoxia para los cristianos serios. Proporcionó el marco
ideológico (Weltanshauung) para la aparición de los nuevos hombres y mujeres de la burguesía, los
cuáles constituían el soporte fundamental de la verdadera religión.

9
10

Llegados hasta aquí, me parece muy estimulante citar las preguntas que al respecto se plantea
Catherine Hall11: “¿A qué se debió esta transformación, que llevó a que los reyes no debían
despreciar el matrimonio ni la familia?, ¿de qué modo More pudo convertirse en un nombre
familiar, citado desde los púlpitos, elogiado en los textos y cuyos libros eran el regalo ideal para las
personas respetables?, ¿por qué cayeron en el olvido las viejas ideas relativas a la insaciable
sexualidad de la mujer y se adoptaron otras nuevas que ponían el énfasis en su modestia y su
pasividad natural?, ¿por qué el trabajo de las esposas, con el cuál se había contado desde tiempos
inmemoriales, quedaba ahora limitado, en lo que a mujeres respetables se refiere, a las tareas
domésticas?, ¿por qué las mujeres llegaron a convencerse de que su profesión era la de esposa y
madre, mientras los hombres tenían ante sí una inmensa diversidad de oficios y actividades nuevas?,
¿por qué la burguesía llegó no sólo a creer en la existencia de esferas separadas sino a organizar sus
vidas alrededor de estas creencias?”

La fuerza de estas ideas no residía únicamente en el poder del compromiso religioso, las
circunstancias materiales del modo capitalista de producción para los hombres y las mujeres de la
burguesía, estaba sufriendo una serie de cambios que favorecía una división del trabajo entre los
géneros, más neta. Un ejemplo de ello lo constituye la familia Cadbury, comerciantes de
Birmingham desde finales del siglo XVIII. En 1800, Richard junto con su esposa Elizabeth y su
familia, se instalaron encima de la tienda que habían comprado en Bull Street, una de las calles
principales de Birmingham. Elizabeth no había recibido la misma educación que su marido, dado
que se esperaba que aprendiera de forma práctica en el negocio. Así, se encargaba de sus hijos, daba
una mano en la tienda, cuidaba de la misma cuando su esposo se ausentaba por viajes a Londres, se
encargaba de los aprendices y las dependientas de la tienda. Durante los primeros quince años de
casada tuvo diez hijos de los que sobrevivieron ocho; cuando su madre estaba muy mayor la llevó a
vivir con ellos para poder cuidarla. Sólo contaba con la ayuda de dos criadas.

Hacia 1821 la tienda era muy próspera, lo que les permitió comprar una segunda casa, retirada del
centro comercial. Se mudaron allí las criadas y los niños pequeños. Elizabeth y sus dos hijas
mayores se encargaban de ir de la casa a la tienda para que todo estuviera en orden. (Con un siglo de
diferencia y en Argentina, es la historia de mi abuela materna)

Esta no era la realidad de los varones mayores, uno de los cuales (John) se había especializado en el
negocio del té y del café.

Sin embargo, las condiciones materiales hacían que las prácticas comerciales experimentaran
cambios de tal proporción, que resultaba cada vez más difícil de mantener este tipo de participación
familiar.

Las mujeres casadas nunca habían podido firmar contratos, ni demandar ni ser demandadas, así
como tampoco formar parte de una sociedad comercial. Su estado civil implicaba que frente a la ley
sus maridos respondían por ellas, no tenían capacidad jurídica independiente. Sólo las solteras y las
viudas podían introducirse por cuenta propia en el mundo de los negocios. En el siglo XVIII el

11
Catherine Hall: Sweet Home. En “Historia de la vida privada”, tomo 4: De la Revolución Francesa a la
Primera Guerra Mundial. Philippe Ariès y Georges Duby. Ed. Taurus.

10
11

marido y la mujer funcionaban como una sociedad de hecho. Si bien el hombre era el responsable
legal de la empresa, las funciones cotidianas eran totalmente compartidas.

El crecimiento de la industria y del comercio, y la transformación que fue sufriendo la agricultura,


exigieron el desarrollo de nuevas prácticas comerciales que ponían en peligro las relaciones
informales basadas en lo consuetudinario. Los aprendizajes logrados de hecho en el lugar de trabajo
fueron desapareciendo de forma gradual, cediendo el espacio a los nuevos sistemas de educación y
formación concebidos especialmente para el mundo de los negocios y que estaban vedados a las
mujeres. A partir del siglo XIX surgieron instituciones destinadas a formar a los varones como
capitanes de la industria y del comercio, sin embargo las mujeres seguían entrenándose en casa. Una
vez dentro del mundo de los negocios, los jóvenes desarrollaban los contactos para poder acceder al
crédito, negociar préstamos y adquirir nuevos clientes.

Esta formalidad en la educación devino en un cambio de igual signo en la práctica de los negocios.
Por ejemplo, los préstamos solían pedirse de manera informal, donde contaba la palabra empeñada
por quien lo solicitaba, pudiendo ser este un varón o una mujer. Dentro de las nuevas prácticas, lo
créditos debían solicitarse a través del sistema bancario. Dado que ante el incumplimiento del pago
el prestatario debía ser embargado de los bienes puestos como garantía, las mujeres casadas no
podían acceder al crédito por la imposibilidad legal de ser embargadas o demandadas (Sobre este
punto es interesante recordar lo que le pasó a Nora en “Una casa de muñecas” de Ibsen12). En el
negocio agrario, el trigo que desde siempre se había comprado y vendido en el mercado, con las
nuevas prácticas se adquiría en la Bolsa de Cereales, lugar al que sólo podían ingresar los varones.
La Bolsa de Comercio, edificio que albergaba a todo el mercado financiero, estaba muy lejos de ser
un lugar apropiado para una mujer.

En 1832 John, el hijo mayor de Elizabeth, se casó con Candia. Vivieron en la planta alta de su
tienda de té y de café como otrora habían hecho sus padres. Cuando nació su primer hijo decidieron
mudarse a Edgbaston, un barrio residencial creado por el evangélico lord Calthorpe, un importante
terrateniente de la época, quien ofrecía a sus residentes disfrutar de lo mejor de la ciudad en el
campo. Poder vivir en Edgbaston exigía una nueva división de tareas entre el trabajo del hogar y los
negocios. Como señalaba Calthorpe: “Los dulces afectos y caricias de la mujer y los hijos iban a
quedar separados de las preocupaciones e inquietudes del negocio”. Claro que también las mujeres
quedaban aisladas de los aprendizajes y beneficios de saber manejar el mismo.

A medida que la escala de la empresa aumentaba, crecía el número de aspectos del trabajo en los
cuales una mujer no podía participar. Los negocios y el comercio se estaban transformando en un
mundo masculinizado. Los únicos nichos de mercado que podían ocupar la mujeres eran los de las
tiendas al por menor y los relacionados con la alimentación y las prendas de vestir femeninas.

Así, sin acceso a la educación formal ni al aprendizaje informal en la práctica de los negocios, se
dieron las condiciones materiales que permitieron consumar la idea de las esferas separadas.

12
IBSEN, Henrik; Una casa de muñecas, Edición 2006, Buenos Aires, Argentina. Colihue Clásica.

11
12

Conclusión

A partir del recorrido realizado por la bibliografía, puede observarse que la configuración del rol de
esposa y madre destinado a la mujer de occidente, responde estrictamente a las necesidades
materiales de la nueva organización social que la maduración del modo capitalista de producción
exigía.

La justificación de la forma de dominación masculina fue de tipo religioso y biológico, pero la raíz
de la misma hay que buscarla en cuestiones económicas. La sofisticación y el desarrollo, tanto de
las carreras universitarias como del mundo de los negocios, dejaron a la mujer totalmente alienada
del manejo de los mismos. Así, los círculos concéntricos de Bentham la fueron relegando al más
íntimo de todos ellos: el del hogar cristiano, un lugar donde se replicaba a escala la forma de
dominación imperante en la sociedad en su conjunto.

Al desamparo legal se sumó la imposibilidad real de formación intelectual o in situ en el manejo de


los negocios, sumiendo a la mujer en un grado de fragilidad y dependencia del varón, muy fuertes.
Sin la labor doméstica de las mujeres, difícilmente la sociedad podría llegar a niveles de creación de
riqueza y crecimiento económico y social como los que conocemos. Sin embargo, por tratarse de
trabajo no remunerado, queda totalmente invisibilizado y devaluado, generando un enorme valor de
uso que no puede ser cambiado por otras mercancías por carecer de valor de cambio. Sobre este
punto es interesante recordar que en los cursos introductorios de Macroeconomía, lo primero que se
les enseña a los alumnos es que en las Cuentas Nacionales, el trabajo de las amas de casa no debe
ser registrado…

Bibliografía

ARIÈS, Philippe y DUBY, Georges, Historia de la vida privada, tomo 4: De la Revolución


Francesa a la Primera Guerra Mundial, Grupo Santillana ediciones, 2001. Taurus.

COSENTINO, Iván René, Conjunto Música Ficta de Buenos Aires, Cantigas de Santa María y
Canciones sefardíes, Cosentino Grabaciones, Buenos Aires 1982.

IBSEN, Henrik, Una casa de muñecas y Un enemigo del pueblo,1ª edición, Buenos Aires, 2006,
Colihue Clásica.

HOBSBAWM, Eric, La era del imperio 1875-1914, Buenos Aires 1999, Editorial Crítica.

HOBSBAWM, Eric, Historia del siglo XX, Barcelona 2004, Editorial Crítica.

SADE, Donatiene Alphonse F. marqués de, La filosofía en el tocador, 1ª edición Buenos Aires 2006,
ediciones Lea libros.

12
13

SCHMITT, Eberhard, Introducción a la historia de la Revolución Francesa, Madrid 1980, ediciones


Cátedra.

SENNET, Richard, Carne y Piedra, el cuerpo y la ciudad en la civilización occidental, España


2007, editorial Alianza.

13

También podría gustarte