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HERRAMIENTAS PARA LA COMUNICACIÓN EFECTIVA

Sesión 4

Expresividad: concordancia entre lenguaje no verbal y discurso

Logro de la Al finalizar la sesión, las/los estudiantes canalizan congruentemente sus


sesión habilidades expresivas verbales y, en especial, no verbales (vocales, gestuales y
corporales) a través de interacciones.

TELENOVELA
Escenario: Pantalla gigante de un televisor. A un costado una pared cubierta en parte de enredaderas
donde también se observa una ventana.

Personajes: Locutor, encargado de los anuncios. Romeo y Julieta.

LOCUTOR: (Apareciendo en la “pantalla”). Señoras y señores: muy buenas tardes. Como todos los días,
con el gentil auspicio de la famosa crema dental “Cemento”, vamos a presentar ante ustedes la
famosa obra inmortal en 448 capítulos que lleva por título “Romeo y… Julieta”, escrita por el
inmortal dramaturgo paraguayo, Chaquetespero. Hoy, como todas las tardes, penetramos a
vuestros hogares para transmitirles en vivo y en directo el capítulo 225… pero antes escuchen un
pequeño comercial.

ANUNCIADOR: Para combatir las caries y el mal aliento, use Ud. En todo momento la pasta dental
“Cemento”, que lo deja contento en su asiento… Es la única pasta que reemplaza todos los dientes
que se caen, perfuman el aliento y cierra la boca de los habladores. Úsela en su hogar y satisfecho ha
de quedar…

JULIETA: (Asomando por la ventana) ¡Oh, Romeo, Romeo!... mi chocolate con maní… De buscarte me
mareo… ¿Dónde estás que no te veo?
ROMEO: ¡Oh Julieta, amada mía, tú tienes la voz de tu tía!
JULIETA: ¡Cuidado! Romeo amado, no hables tan alto, que cuando te oigo me sobresalto.
ROMEO: (Mirando por varios lados) ¡Oh, Julieta, Julieta, más dulce que un pastel… Pero, ¿dónde estás
tarrito de miel, que de no verte se me revienta la hiel?
JULIETA: ¡Oh, Romeo, creado para mí!... Aquí estoy, chocolate con maní, haciendo una chompa para ti.
ROMEO: ¡Ah, ahí estabas mi cuculí!... Como tú ninguna otra mujer vi… Pero, ¡qué alta se te ve desde
aquí!
JULIETA: Pues sube por la enredadera que mi alma sólo a ti espera.
ROMEO: Pero, melocotón con pelusa, ¿no sabes que eso ya no se usa?
JULIETA: Entonces, camote arrebosado, ¿por qué no subes por la escalera?
ROMEO: ¿No sabes pichón dorado que la escalera se la han robado?

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LOCUTOR: (Aparece en escena) Y mientras nuestros héroes se amelcochan, oigamos un interesante
comercial.

ANUNCIADOR: Si su hijo se rompió una pata, no se aflija por tan poca cosa. Llévelo a la carpintería
Mucha Cola, que allí se lo dejarán como nueva o le cambiarán el hijo por otro.
Si Ud. se está quedando calvo, para recuperar el pelo, haga lo siguiente: frótese el cuero cabelludo
con una lija número cero; luego úntese un poco de alcohol con un trozo de algodón… Bueno, si no le
salen pelos, por lo menos le van a salir chispas…

LOCUTOR: Continuemos espectando esta impresionante escena de amor.

JULIETA: ¡Oh, Romeo, Romeo!... ¡Sufro cuando estoy lejos de ti!


ROMEO: ¡Oh Julieta, Julieta!... Eso, ¡hace tiempo que te lo oí! Ya hasta de memoria me lo aprendí.
JULIETA: Dime papita con ají, ¿por qué no me llevas de aquí?
ROMEO: ¡Oh, mi trocito de anticucho! No me lo repitas mucho porque te llevo sobre el pucho.
JULIETA: Entonces, mi bizcocho con miel, espérame que ya salto.
ROMEO: No, tesoro, fíjate que el balcón es muy alto.
JULIETA: Qué importa Romeo, echada está mi suerte: recíbeme que tú eres muy fuerte. Allá voy si no
me equivoco…
ROMEO: Espera, espera un poco (salta Julieta sobre Romeo que cae abrumado por el peso) ¡Huy! ¡Qué
bulto tan pesado!... Siento como si una tonelada de carne me hubiera aplastado. (Salen abrazados y
Romeo cojeando).

LOCUTOR: Así fue cómo esta pareja de amantes huyó de la casa paterna, aunque el pobre Romeo se
rompió la pierna. Señoras y señores, así termina un capítulo más de la inmortal telenovela “Romeo y
Julieta”. Mañana los esperamos en este mismo canal y a esta misma hora. ¡Muy buenas tardes!

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EL ESTADO DE SITIO
Albert Camus

(Fragmento Segunda Parte)

Diego mira con horror su nueva señal. Lanza miradas enloquecidas en torno a sí, luego se lanza hacia
victoria y la apresa con todo su cuerpo.

DIEGO: ¡Ah¡ odio tu belleza porque debe sobrevivirme. ¡Maldita sea, porque ha de servir a otros! (la
aprieta contra sí) ¡Así no estaré solo! ¿Qué me importa tu amor si no se pudre conmigo?

VICTORIA: (debatiéndose) ¡Me haces daño! ¡Déjame!

DIEGO: ¡Ah! ¡Tienes miedo! (ríe como un loco. La sacude) ¿Dónde están los caballos negros del amor?
Enamorada cuando el momento es hermoso, cuando llega la desgracia, los caballos se largan.
¡Muere por lo menos conmigo!

VICTORIA: ¡Contigo, pero jamás contra ti! Detesto ese rostro de miedo y de odio que te ha puesto.
¡Suéltame! Déjame libre para buscar en ti la antigua ternura. Y mi corazón hablará de nuevo.

DIEGO: (soltándola a medias) No quiero morir solo. Y lo que hay en el mundo de más querido para mí,
me vuelve la espalda y se niega a seguirme.

VICTORIA: (lanzándose hacia él). Diego ¡al infierno si es preciso! Vuelvo a encontrarte… Mis piernas
tiemblan contra las tuyas. Bésame para ahogar este grito que sube desde lo más profundo de mi
cuerpo, que va a salir, que sale… ¡Ah!
(La abraza con arrebato, luego se separa bruscamente de ella y la deja temblorosa en medio de la
escena).

DIEGO: ¡Mírame! No, no tienes nada. ¡Ninguna seña! Esta locura no tendrá consecuencias.

VICTORIA: ¡Vuelve, ahora tiemblo de frío! Hace un momento tu pecho me quemaba las manos, la
sangre corría por mí como una llama. Ahora…

DIEGO: ¡No! Déjame solo. No puedo apartarme de este dolor.

VICTORIA: ¡Vuelve! No pido otra cosa que consumirme en la misma fiebre, que sufrir de la misma llama
en un solo grito.

DIEGO: ¡No! De ahora en adelante yo estoy con los otros, con los que están marcados. Su sufrimiento
me produce horror, me llena de un asco que hasta este momento me apartaba de todo. Pero al fin
estoy en la misma desgracia, y ellos tienen necesidad de mí.

VICTORIA: Si tuvieras que morir, yo envidiaría hasta a la tierra que habría que recibir tu cuerpo.

DIEGO: Tú estás del otro lado, con los que viven.

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VICTORIA: Yo puedo estar contigo solo con que me beses largo rato.

DIEGO: Han prohibido el amor. ¡Ah! ¡Te añoro con todas mis fuerzas!

VICTORIA: ¡No! ¡No! ¡Te lo suplico! Yo he comprendido lo que quieren. Lo arreglan todo para que el
amor sea imposible. Pero yo seré más fuerte.

DIEGO: Yo no soy el más fuerte. Y no quisiera compartir contigo mi derrota.

VICTORIA: ¡Yo estoy entera! ¡No conozco más que mi amor! Ya nada me da miedo, y cuando el cielo se
hunda, me precipitaré en el abismo gritando mi felicidad con solo tener tu mano.

SE OYEN GRITOS.

DIEGO: ¡Los otros también gritan!

VICTORIA: ¡Estoy sorda hasta la muerte!

DIEGO: ¡Mira! (la carreta pasa)

VICTORIA: ¡Mis ojos ya no ven! El amor los ciega.

DIEGO: Pero el dolor está en ese cielo que pesa sobre nosotros.

VICTORIA: ¡Ya tengo bastante con llevar mi amor! No puedo cargar además con el dolor del mundo. Esa
es una tarea de hombre, una de esas tareas vanas, estériles y tercas, que emprendéis para apartaros
de único combate que sería verdaderamente difícil, de la única victoria de la cual podríais estar
orgullosos.

DIEGO: ¿Qué he de vencer yo en este mundo, si no la injusticia que nos ha hecho?

VICTORIA: La desgracia que está en ti. Lo demás seguirá.

DIEGO: Estoy solo. La desgracia es demasiado grande para mí.

VICTORIA: Yo estoy cerca de ti con las armas en la mano.

DIEGO: ¡Qué hermosa eres y cómo te amaría si no temiera!

VICTORIA: ¡Qué poco temerías si solamente quisieras amarme!

DIEGO: Te amo. Pero no sé quién tiene razón.

VICTORIA: El que no teme. Y mi corazón no es temeroso. Arde como una sola llama, clara y alta, como
esos fuegos que se saludan los hombres de nuestras montañas. Él también te llama… ¡Mira, es la
fiesta de San Juan!

DIEGO: ¡En medio de los campos de cadáveres!

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VICTORIA: Campos de cadáveres o praderas. ¿Qué importa eso a mi amor? Él, por lo menos, no
perjudica a nadie, es generoso. Tu locura, tu sacrificio estéril, ¿a quién benefician? Desde luego no a
mí, a mí me apuñas con cada palabra.

DIEGO: ¡No llores, arisca! ¡Oh! ¡Desesperación! ¿Por qué ha venido esta desgracia? Hubiera bebido esas
lágrimas y tu boca quemada por su amargor, hubiera puesto sobre tu rostro tantos besos como
hojas tiene un olivo.

VICTORIA: ¡Te encuentro de nuevo! ¡Este es nuestro lenguaje, que ya habías perdido! (tiende las
manos) ¡Déjame reconocerte!... (Diego retrocede mostrando sus marcas. Ella adelanta la mano,
duda).

DIEGO: Tú también tienes miedo… (Ella pone sus manos sobre las marcas. Él retrocede enajenado. Ella
extiende los brazos).

VICTORIA: ¡Ven! ¡De prisa! ¡No temas ya nada! (los gemidos y las precauciones redoblan. Él mira a
todos lados como un loco y huye).

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