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MONÓLOGOS DE WILLIAM SHAKESPEARE

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PRÓLOGO (Enrique VIII, Prólogo)
No vengo a haceros reír; son cosas serias lo que hoy os ofrecemos. Los piadosos pueden dejar caer una lágrima.
Aquellos que dan su dinero sin la esperanza de ver algo creíble, hallarán, no obstante, la verdad. A los que vienen
a presenciar una pantomima, les prometo un rico espectáculo. Sólo aquellos que vienen a escuchar una pieza
alegre o a ver a un bufón quedarán defraudados; pues sabed, amables oyentes, que mezclar nuestra verdad con
espectáculos de bufonería nos haría perder la simpatía de los hombres cultos. Así, pues, en nombre de la
benevolencia, sed tan serios como deseamos; imaginad que veis a los personajes de nuestra historia tales como
fueron en vida; imaginadlos poderosos y acompañados de millares de amigos; luego considerad cómo en un
instante a esta grandeza se junta de repente el infortunio. Y si entonces conserváis vuestra alegría, diré entonces
que un hombre puede llorar el día de sus bodas.
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MONÓLOGO DE MERCUCIO (Romeo y Julieta, Acto I, Escena IV)
Una calle. Romeo y Mercucio, junto con otros amigos, se dirigen, portando antorchas, a una fiesta de máscaras.
Romeo le confiesa a Mercucio que ha tenido un sueño premonitorio y que siente que no deben ir a la mascarada
en casa de los Capuleto, en la cual pretenden entrar de incógnito, pues no han sido invitados. La familia Capuleto
y la familia Montesco, a la cual pertenece Romeo, son enemigas acérrimas. Mercucio se burla de él por creer en
esas cosas.
ROMEO: Esta noche he tenido un sueño.
MERCUCIO: Yo también
ROMEO: ¿Qué soñaste?
MERCUCIO: Que los soñadores, muchas veces, ven visiones.
ROMEO: Visiones de cosas ciertas.
MERCUCIO: ¡Oh! Ya veo que os ha visitado la reina Mab. Es la partera de las ilusiones y llega, arrastrada por
atomísticos corceles, a pasearse por las narices de los hombres mientras duermen. Los radios de las ruedas de
sus carrozas son patas de araña; las cubiertas, alas de saltamontes; las riendas, finísima telaraña; los arneses,
húmedos rayos de Luna. Su cochero es un mosquito. Su carroza, una cáscara de avellana. Noche tras noche,
galopa por los cerebros de los enamorados, que sueñan con amores; sobre las rodillas de los cortesanos, que
sueñan con reverencias; por los dedos de los abogados, que sueñan con minutas; sobre los labios de las damas,
que sueñan con besos. También se la ve pasear por el cuello de un soldado, y al momento sueña con degüellos
de enemigos. Y esta Mab es la misma que amasa las greñas de los duendes en sucios y feos nudos, que, una vez
desenmarañados, pronostican grandes desventuras.
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MONÓLOGOS DE ROMEO Y JULIETA (Romeo y Julieta, Acto II, Escena II)
Jardín de los Capuletos. Julieta en el balcón. Romeo, oculto entre los setos, se extasía ante la belleza de su
amada. Ella comienza a hablar de sus sentimientos hacia él y él escucha.
ROMEO: ¡Silencio! ¿Qué luz se abre paso por aquella ventana? ¡Es el Oriente! ¡Y Julieta es el sol! Surge,
espléndido sol, y con tus rayos mata a la luna enferma y envidiosa, porque tú, su doncella, eres más clara. ¡Es ella
en la ventana! ¡Es la que amo! ¡Oh, cuánto diera por que lo supiese! ¡Sus ojos! Dos estrellas magníficas les piden
a sus ojos que relumbren. ¿No estarán en su rostro las estrellas y sus ojos girando por el cielo? El fulgor de su
rostro empañaría la luz de las estrellas, como el sol apaga las antorchas. Si sus ojos viajaran por el cielo brillarían
haciendo que los pájaros cantaran como si fuera el día y no la noche. ¡Ved cómo su mejilla se apoya en su mano!
¡Ay, si yo fuera el guante de esa mano y pudiera tocar esa mejilla!
JULIETA: ¡Romeo!
ROMEO: ¡Habla!
JULIETA: ¡Ah, Romeo, Romeo! ¿Por qué eres Romeo? Niega a tu padre y rehúsa tu nombre; o, si no quieres, sé
sólo mi amor por juramento y yo no seré más una Capuleto. Mi único enemigo es tu nombre. Tú eres tú, aunque
seas un Montesco. ¿Qué es «Montesco»? No es mano ni pie ni brazo ni cara ni parte del cuerpo. ¡Ah, ponte otro
nombre! ¿Qué hay en un nombre? Lo que llamamos rosa tendría la misma fragancia con cualquier otro nombre. Si
Romeo no se llamase Romeo, conservaría su propia perfección sin ese nombre. Romeo, quítate el nombre y, a
cambio de él, que es parte de ti, ¡tómame entera!
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MONÓLOGO DE ROMEO (Romeo y Julieta, Acto V, Escena III)
ROMEO: ¡Ah, mi amor, mi esposa! La muerte, que ha libado la miel de tu aliento, no ha tenido todavía poder sobre
tu belleza: no estás vencida; aún la insignia de la belleza es carmesí en tus labios y tus mejillas, sin que haya
avanzado hasta allí la pálida bandera de la muerte. ¡Querida Julieta! ¿Por qué sigues siendo tan bella? ¿He de
creer que el incorpóreo genio de la muerte esté enamorado y que ese flaco monstruo aborrecido te guarde aquí en
lo oscuro para que seas su amante? Por miedo de eso, quiero quedarme siempre contigo, sin volver jamás a
marchar de este palacio de noche sombría. ¡Brindo por mi amor! (Bebe el veneno). Así muero con un beso.

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MONÓLOGO DE JULIETA (Romeo y Julieta, Acto V, Escena III)
JULIETA: (Despertando) ¡Ah, padre consolador! ¿Dónde está mi señor? Recuerdo muy bien dónde debía estar
yo, y aquí estoy: ¿dónde está mi Romeo?
FRAY LORENZO: Tu esposo yace muerto en tu regazo. Venid, vámonos.
JULIETA: Vete, vete, porque yo no me quiero ir. ¿Qué hay aquí? ¿Una copa apretada en la mano de mi fiel amor?
Ya veo; el veneno ha sido su fin prematuro: ¡Ah, cruel! Lo has bebido todo, sin dejarme una gota propicia que me
sirviera después! Besaré tus labios: quizá quede en ellos un poco de veneno para hacerme morir.
GUARDIA PRIMERO (dentro): Guíanos muchacho, ¿por dónde?
JULIETA: ¿Qué? Hay ruido. Entonces he de ser rápida. ¡Ah, feliz puñal! (Toma el puñal de Romeo y se apuñala).
Ésta es tu vaina. Enmohécete aquí y hazme morir (Cae sobre el cuerpo de Romeo y muere).
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MONÓLOGO DE YAGO (Otelo, Acto III, Escena III)
Otelo, noble árabe al servicio del dux de venecia, está recién casado con Desdémona y es encizañado por Yago,
su consejero, quien hace nacer en él las sospechas acerca de que su mujer le esté engañando con Casio, su
lugarteniente. En esta escena, Emilia, la mujer de Yago, le acaba de entregar a su marido un pañuelo que
Desdémona perdió en su cuarto. Yago, que, en su empeño de alimentar los celos de Otelo, juzga que su éxito
está siendo lento, ve en ese objeto la posibilidad de lograr su propósito de una vez por todas, convirtiendo el
pañuelo en la prueba irrefutable de la traición de Desdémona. Las consecuencias de este acto de Yago serán
desastrosas.
YAGO: Voy a extraviar este pañuelo en la habitación de Casio y a dejar que Otelo lo encuentre. Bagatelas tan
ligeras como el aire son para los celosos pruebas tan poderosas como las afirmaciones de la Sagrada Ecritura.
Esto puede acarrear algo. El moro se altera ya bajo el influjo de mi veneno. Las ideas funestas son, por su
naturaleza, venenos que en principio apenas hacen sentir su mal gusto; pero, poco a poco, a medida que obran
sobre la sangre, abrasan como minas de azufre. Tenía yo razón. ¡Mirad, aquí viene Otelo! ¡Ni adormidera ni
mandrágora ni todas las drogas soporíferas del mundo te devolverán jamás el dulce sueño que poseías ayer!
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MONÓLOGO DE DESDÉMONA (Otelo, el moro de Venecia, Acto IV, Escena II)
Desdémona, que no sospecha que Yago es el causante de los celos de Otelo, le pide consejo y ayuda cuando
Otelo, tras descubrir el pañuelo que supuestamente ella le ha dado a Casio, le dirige palabras muy duras de
desprecio.
DESDÉMONA: ¡Ah, Yago! ¿Qué puedo hacer por recobrar el cariño de mi esposo?Buen amigo, ve con él, pues,
por la luz del cielo, no sé cómo le perdí. Lo digo de rodillas: si alguna vez pequé contra su amor por vía de
pensamiento o de obra; si mis ojos, oídos o sentidos gozaron con algún otro semblante; si no le quiero con toda mi
alma, como siempre le quise y le querré, aunque me eche de su lado como a una pordiosera, ¡que el sosiego me
abandone! Mucho puede el desamor, mas aunque el suyo acabe con mi vida, con mi amor nunca podrá. Ni por
todas las glorias de este mundo haría nada que le causara deshonor a mi esposo.
9
MONÓLOGO DE OTELO (Otelo, el moro de Venecia, Acto V, Escena II)
Otelo entra en el dormitorio de Desdémona con una lámpara. Desdémona está acostada dormida. Viene poseído
por la locura de los celos y dispuesto a matarla. Al final de esta escena, cuando Desdémona despierta, Otelo la
mata.

OTELO: Esta es la causa, esta es la causa, alma mía. Mas no he de verter esta sangre ni herir esta piel, más
blanca que la nieve, más lisa que alabastro. Pero ha de morir o engañará a otros hombres. Apaga la llama
(refiriéndose a la vela) y después apaga su llama. Podría extinguirte, flamígera emisaria, y después devolverte la
luz anterior si fuese a arrepentirme. Mas, muerta tu llama, criatura perfecta de la naturaleza, no sabría dónde hallar
el fuego que te diera nueva luz. Si arranco tu rosa no puedo hacer que reviva; por fuerza se marchitará. La oleré
en el rosal. (Se acerca a Desdémona y aspira). ¡Ah, aliento fragante, que tienta a la justicia para que rompa su
espada! Cuando hayas muerto sigue así, que yo te mataré y te querré por siempre. Está despertando.
DESDÉMONA ¿Quién es? ¿Otelo?
OTELO Sí, Desdémona.
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MONÓLOGO DE HAMLET (Hamlet, Acto V, Escena I)
A Hamlet, príncipe de Dinamarca, se le aparece el fantasma de su padre asesinado y le reclama que vengue su
muerte, pues su asesino es su propio hermano que ahora se ha casado con su viuda, la madre de Hamlet. Esta
misión se convertirá en una obsesión para el joven príncipe. Caminando por un cementerio. Hamlet topa con la
calavera del bufón Yorick, a quien conoció. Eso, sumado a las preocupaciones que ya tiene, le provoca relfexiones
sobre la vida y la muerte.
HAMLET: Ser o no ser, ésa es la cuestión. ¿Qué es más noble para el alma, sufrir los golpes de la injusta fortuna
o tomar las armas contra un mar de adversidades y, oponiéndose a ellas, encontrar el fin? Morir, dormir, nada más;

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y con un sueño poder decir que acabamos con el sufrimiento. Morir, dormir, dormir… tal vez soñar. Ahí está la
dificultad. Ya que, en ese sueño de muerte, los sueños que pueden venir nos hacen frenar el impulso. Ahí está el
respeto que hace de tan larga vida una calamidad. Pues quién soportaría si no los latigazos y los insultos del
tiempo, la injusticia del opresor, el desprecio del orgulloso, el dolor penetrante de un amor despreciado, la tardanza
de la ley y la insolencia del poder cuando él mismo podría desquitarse de ellos con un puñal. Sudar bajo una vida
cansada, por el temor a algo después de la muerte, aturde la voluntad y nos hace soportar los males que sentimos
en vez de volar a otros que desconocemos. La conciencia nos hace cobardes a todos.
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MONÓLOGO DE OFELIA (Hamlet, Acto III, Escena V)
Ofelia, enamorada de Hamlet y antes amada por él, ha sido rechazada por el príncipe, que parece haber
enloquecido, ya que sólo piensa en vengar a su padre. Ofelia se lamenta de lo que la locura le ha hecho a Hamlet.
OFELIA: ¡Oh! ¡Qué trastorno ha padecido esa alma generosa! La penetración del cortesano, la lengua del sabio,
la espada del guerrero, la esperanza y delicias del estado, el espejo de la cultura, el modelo de la gentileza: todo,
todo se ha aniquilado. Y yo, la más desconsolada e infeliz de las mujeres, que gusté algún día la miel de sus
promesas suaves, veo ahora aquel noble y sublime entendimiento desacordado. Aquella incomparable presencia,
aquel semblante de florida juventud alterado con el frenesí. ¡Oh! ¡Cuánta, cuánta es mi desdicha, de haber visto lo
que vi, para ver ahora lo que veo!
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MONÓLOGO DE LADY MACBETH (Macbeth, Acto, Escena)
LADY MACBETH: Hasta el cuervo está ronco y grazna la entrada fatal de Duncan bajo mis almenas. Venid,
vosotros, espíritus, que asistís a los designios criminales; despojadme aquí de mi sexo y llenadme desde la
cabeza hasta los pies de la más horrenda crueldad. Espesad mi sangre, cerrad en mí el acceso y el paso al
remordimiento, para que ningún ataque de compunción natural sacuda mi cruel propósito o se interponga entre él
y su fin. Venid a mis pechos de mujer y tornad mi leche en hiel. Ven, noche densa, y envuélvete en el humo más
negro del infierno, para que mi puñal agudo no vea la herida que hace, ni el cielo atisbe a través de la cobertura
tenebrosa para gritarme: “Detente, detente”.
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MONÓLOGO DE RICARDO, DUQUE DE GLOUCESTER (Ricardo III, Acto I, Escena I)
Una calle de Londres. Entra Ricardo, duque de Gloucester, posteriormente Ricardo III. Empieza a tramar su
traición contra su hermano Jorge, el duque de Clarence.
GLOUCESTER: Ya el invierno de nuestra desventura se ha transformado en un glorioso estío. Ahora están
ceñidas nuestras frentes con las guirnaldas de la victoria. El rostro del guerrero lleva pulidas las arrugas; y ahora,
en vez de espantar a enemigos, hace cabriolas en las habitaciones de las damas, entregándose al deleite de un
laúd. Pero yo, groseramente construido y sin gentileza para pavonearme ante una ninfa; yo, desprovisto de todo
encanto; deforme, sin acabar, enviado antes de tiempo a este mundo; terminado a medias y tan imperfectamente
que los perros me ladran cuando ante ellos me paro...¡Vaya, yo, en estos tiempos afeminados de paz no hallo
delicia en que pasar el tiempo! Y así, ya que no puedo mostrarme como un amante, he determinado portarme
como un villano. He urdido un complots para crear un odio mortal entre mi hermano Clarence y el monarca. Y si el
rey Eduardo es tan leal y justo como yo sutil, falso y traicionero, Clarence deberá ser hoy hecho prisionero.
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MONÓLOGO DE MARCO ANTONIO (Julio César, Acto, Escena)
MARCO ANTONIO: Amigos, romanos, compatriotas, escuchadme: he venido a enterrar a César, no a ensalzarlo.
El mal que hacen los hombres les sobrevive; el bien suele quedar sepultado con sus huesos. Que así ocurra con
César. Bruto os ha dicho que César era ambicioso: si lo fue, era la suya una falta grave, y gravemente la ha
pagado. Por la benevolencia de Bruto, pues Bruto es un hombre de honor, he venido a hablar en el funeral de
César. Fue mi amigo, fiel y justo conmigo; pero Bruto dice que era ambicioso. Bruto es un hombre honorable. Trajo
a Roma muchos prisioneros de guerra, cuyos rescates llenaron el tesoro público. ¿Puede verse en esto la
ambición de César?
MARCO ANTONIO: Cuando el pobre lloró, César lo consoló. La ambición suele estar hecha de una aleación más
dura. Pero Bruto dice que era ambicioso y Bruto es un hombre de honor. Todos visteis que, en las Lupercales, le
ofrecí tres veces una corona real, y tres veces la rechazó. ¿Eso era ambición? Pero Bruto dice que era ambicioso
y es indudable que Bruto es un hombre de honor. No hablo para desmentir lo que Bruto dijo, sino que estoy aquí
para decir lo que sé. Todos le amasteis alguna vez, y no sin razón. ¿Que razón, entonces, os impide ahora hacerle
el duelo? ¡Ay, raciocinio te has refugiado entre las bestias, y los hombres han perdido la razón! Perdonadme. Mi
corazón está ahí, en esos despojos fúnebres, con César, y he de detenerme hasta que vuelva en mí.
16 y 17
MONÓLOGO DE ENRIQUE V (Enrique V, Acto, Escena)
Enrique V arenga a las tropas antes de la Batalla de Agincourt.
WESMORELAND: ¡Oh! ¡Si tuviésemos aquí tan solo 10.000 hombres de los que están en Inglaterra y que no
trabajan hoy!

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ENRIQUE V: ¿Quién es el que tal desea? ¿Mi primo Wesmoreland? No, mi buen primo, si estamos señalados
para morir, somos suficientes para pérdida de nuestro país y si vivimos, cuantos menos sean los hombres más
grande será el honor. Por Dios os ruego que no deseéis ni un hombre más. No, más bien proclamadlo,
Wesmoreland, a través de mi ejército: aquél que no tenga estómago para esta batalla, dejadlo marchar. Se le hará
pasaporte y se le pondrá en la bolsa una corona para el viaje. ¡Este día es día de la fiesta de San Crispín! Quien
sobreviva a este día, quien vea este día y llegue a viejo, cada año la víspera de este día festejará con sus vecinos
y dirá: “mañana es San Crispín”.
ENRIQUE V: Entonces, levantará la manga y mostrará sus cicatrices y dirá: “estas heridas las recibí el día de San
Crispín”. Los ancianos olvidan, pero él recordará la proeza que realizó aquel día y nuestros nombres serán tan
familiares en sus bocas como los de sus parientes y San Crispín nunca pasará, desde este día, hasta que el
mundo acabe, sino que nosotros en él seremos recordados. Nosotros pocos, nosotros felices por pocos, nosotros
banda de hermanos, porque aquél que hoy vierta su sangre conmigo será mi hermano, porque por muy vil que sea
este día ennoblece su condición; y los caballeros que ahora están en sus lechos de Inglaterra se considerarán
malditos por no estar aquí y tendrán su hombría en baja estima cuando oigan hablar a aquél que luchara con
nosotros el día de San Crispín.
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CANTO DE BALTASAR (Mucho ruido y pocas nueces, Acto II, Escena III)
BALTASAR (cantando):
"No sufráis, niñas.
no sufráis.
Que el hombre es un farsante.
un pie en la tierra,
otro en el mar.
jamás será constante.
¿Por qué sufrir?
¡Dejadles ir!
Y disfrutad la vida.
Vuestros suspiros convertid
en cantos de alegría.
No cantéis, niñas.
No cantéis lamentos de infortunio:
el hombre falso siempre fue
desde que el mundo es mundo.
¿Por qué sufrir?
¡Dejadles ir!
Y disfrutad la vida.
Vuestros suspiros convertid
¿en qué?
en cantos de alegría."
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MONÓLOGO DE SHYLOCK (El mercader de Venecia, Acto III, Escena I)
Una calle de Venecia. Salerio, amigo de Antonio, increpa a Shylock poniendo en duda que sea capaz de reclamar
a Antonio, ahora que está arruinado, la fianza de una libra de carne que figura en el contrato que firmaron Shylock
y Antonio cuando éste le pidió en préstamo tres mil ducados.
SALERIO: Seguro que si no cumple, tú no querrás su carne. ¿De qué te serviría?
SHYLOCK: Cebo para pescar. Si no alimenta otra cosa, alimentará mi venganza. Ha infamado mi nombre. Y me
ha hecho perder medio millón. Se ha reído de mis pérdidas y burlado de mis ganancias. Ha insultado a mi raza,
hundido mis negocios, enfriado a mis amigos e inflamado a mis enemigos. ¿Y cuál es su razón? ¡Que soy judío!
¿No tenemos ojos los judíos? ¿No tenemos manos, órganos, dimensiones, sentidos, afectos, pasiones? ¿No
comemos lo mismo? ¿No nos hieren las mismas armas? ¿No sufrimos las mismas dolencias y nos curan los
mismos remedios? ¿No sufrimos en invierno y en verano el mismo frío y el mismo calor que los cristianos? ¿Y si
nos pincháis, no sangramos? Si nos hacéis cosquillas, ¿no reímos? Si nos envenenáis, ¿no perecemos? Y si nos
ofendéis, ¿no vamos a vengarnos? Si un judío ofende a un cristiano, ¿cuál es su bondad? ¿La venganza? Y si un
cristiano ofende a un judío, ¿cuál debe ser su tolerancia, siguiendo vuestro ejemplo? ¡La venganza! La maldad con
que me instruís, yo la ejecutaré, y lo haré de tal modo que sin duda superaré a mis maestros.
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MONÓLOGO DE PORCIA (El mercader de Venecia, Acto IV, Escena I)
Venecia. Un tribunal de justicia. Porcia, disfrazada de abogado, dirime en conflicto entre Shylock y Antonio.
PORCIA: (a Antonio) ¿Reconocéis este pagaré?
ANTONIO: Sí.

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PORCIA: Entonces el judío debe mostrarse misericordioso.
SHYLOCK: ¿Qué me obliga a deber serlo, queréis decirme?
PORCIA: El don de la clemencia es no obligarla; Cae como la dulce lluvia desde cielo al llano. Es dos veces
bendita: bendice al que la recibe y al que la concede. La clemencia le sienta al monarca mejor que la corona. El
cetro representa el poder terrenal, pero la clemencia está por encima de la autoridad que el cetro representa. Es
como un atributo de Dios mismo y el poder terrestre se aproxima al divino cuando la clemencia suaviza la justicia.
Así pues, judío, aunque la justicia sea tu razón, considera bien esto: Ninguno de nosotros hallaría la salvación en
la estricta justicia. Todos rogamos clemencia ante Dios y este mismo ruego nos enseña que debemos mostrarnos
clementes con nosotros mismos y con nuestros semejantes. Te insto, pues, a moderar la justicia de tu demanda.
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MONÓLOGO DE ELENA (El sueño de una noche de verano, Acto I, Escena I)
ELENA: ¡Cuánto más felices logran ser unos que otros! En toda Atenas se me tiene por su igual en hermosura,
pero ¿de qué me sirve? Demetrio no lo cree así. Se niega a reconocer lo que todos reconocen. Y así como él se
engaña, fascinado por los ojos de Hermia, así yo me ciego, enamorada de sus cualidades. El amor puede
transformar las cosas bajas y viles en dignas y excelsas. El amor no ve con los ojos, sino con el alma, y por eso
pintan ciego al alado Cupido. Se dice que el amor es un niño, porque en la elección yerra frecuentemente. Antes
de ver Demetrio los ojos de Hermia, me llenó de juramentos, asegurándome que era solo mío; y cuando sintió el
calor de la presencia de Hermia, todo se disolvió. Voy a revelarle la fuga de la hermosa Hermia; no dejará de
perseguirla mañana por la noche en el bosque. Bastará para mitigar mi pena verlo ir allá y retornar luego.
22 y 23
MONÓLOGOS DEL HADA Y PUCK (El sueño de una noche de verano, Acto II, Escena I)
HADA: Si yo no confundo tu forma y aspecto, tú eres el espíritu bribón y travieso que llaman Puck. ¿No eres tú
quizá? ¿No eres tú el que asustas a las mozas aldeanas, trasteas los molinillos, desnatas la leche, y haces inútiles
todos los esfuerzos del ama de casa, pues impides que la manteca cuaje y otras veces que fermente la cerveza?
¿No eres tú el que hace que se pierda el viajero de noche y te burlas de su mal? A los que te llaman “el Trasgo” y
“dulce duende” te gusta ayudarles, les adelantas el trabajo y les das buena ventura. ¿No eres tú ése que digo?
PUCK: Muy bien me conoces: yo soy ese alegre andarín de la noche. Yo divierto a Oberón, que ríe de gusto si
atraigo a algún caballo potente y brioso imitando el relincho de una yegua joven. Y a veces me acurruco en el
tazón de una comadre, en forma de manzana asada y, cuando va a beber, choco contra sus labios y le hago
derramar la cerveza sobre la papada. Al contar sus cuentos, esta pobre vieja a veces me toma por un taburete y
cuando va a sentarse le esquivo el trasero y al suelo se viene. Grita: «¡Qué culada!», y cae en un acceso de tos.
Toda la concurrencia, apretándose los costados, ríe y estornuda y jura que nunca ha pasado allí hora más alegre.
Pero ¡aléjate, hada, que aquí viene Oberón!
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MONÓLOGO DE PUCK (El sueño de una noche de verano, Acto V, Escena I)
Tras las bodas de Hipólita y Teseo, las hadas se retiran. Puck queda solo y despide la obra.
PUCK: Si esta ilusión os ha ofendido, pensad, para corregirlo, que dormíais mientras salían todas estas fantasías.
Y a este pobre y vano empeño, que no ha dado más que un sueño, no le pongáis objeción, que así lo haremos
mejor. Os da palabra este duende: si el silbido de serpiente conseguimos evitar, prometemos mejorar; si no, soy
un mentiroso. Buenas noches digo a todos. Si amigos sois, aplaudid, que Puck os lo premiará.
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MONÓLOGO DE JAIME (Como gustéis, Acto II, Escena VII)
JAIME: El mundo es un gran teatro, y los hombres y mujeres son actores. Todos hacen sus entradas y sus mutis y
diversos papeles en su vida. Los actos, siete edades. Primero, la criatura, hipando y vomitando en brazos de su
ama. Después, el chiquillo quejumbroso que, a desgano, con cartera y radiante cara matinal, cual caracol se
arrastra hacia la escuela. Después, el amante, suspirando como un horno y componiendo baladas dolientes a la
ceja de su amada. Y el soldado, con bigotes de felino y pasmosos juramentos, celoso de su honra, vehemente y
peleón, buscando la burbuja de la fama hasta en la boca del cañón.
JAIME: Y el juez, que, con su oronda panza llena de capones, ojos graves y barba recortada, sabios aforismos y
citas consabidas, hace su papel. La sexta edad nos trae al viejo enflaquecido en zapatillas, lentes en las napias y
bolsa al costado; con calzas juveniles bien guardadas, anchísimas para tan huesudas zancas; y su gran voz
varonil, que vuelve a sonar aniñada, le pita y silba al hablar. La escena final de tan singular y variada historia es la
segunda niñez y el olvido total, sin dientes, sin ojos, sin gusto, sin nada.

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