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HERRAMIENTAS PARA LA COMUNICACIÓN EFECTIVA

Ciclo 2023-Agosto
Sesión 4

Congruencia entre mis herramientas expresivas

Logro de la Al finalizar la sesión, el/la estudiante canaliza congruentemente sus


sesión habilidades expresivas verbales y, en especial, no verbales (vocales,
gestuales y corporales) a través de interacciones.

El estado de sitio

(Segunda Parte – Fragmento -)

Diego mira con horror su nueva señal. Lanza miradas enloquecidas en torno a sí, luego se lanza
hacia victoria y la apresa con todo su cuerpo.

DIEGO: ¡Ah¡ odio tu belleza porque debe sobrevivirme. ¡Maldita sea, porque ha de servir a otros!
(la aprieta contra sí) ¡Así no estaré solo! ¿Qué me importa tu amor si no se pudre conmigo?

VICTORIA: (debatiéndose) ¡Me haces daño! ¡Déjame!

DIEGO: ¡Ah! ¡Tienes miedo! (ríe como un loco. La sacude) ¿Dónde están los caballos negros
del amor? Enamorada cuando el momento es hermoso, cuando llega la desgracia, los caballos
se largan. ¡Muere por lo menos conmigo!

VICTORIA: ¡Contigo, pero jamás contra ti! Detesto ese rostro de miedo y de odio que te ha
puesto. ¡Suéltame! Déjame libre para buscar en ti la antigua ternura. Y mi corazón hablará de
nuevo.

DIEGO: (soltándola a medias) No quiero morir solo. Y lo que hay en el mundo de más querido
para mí, me vuelve la espalda y se niega a seguirme.

VICTORIA: (lanzándose hacia él). Diego ¡al infierno si es preciso! Vuelvo a encontrarte… Mis
piernas tiemblan contra las tuyas. Bésame para ahogar este grito que sube desde lo más
profundo de mi cuerpo, que va a salir, que sale… ¡Ah!
(La abraza con arrebato, luego se separa bruscamente de ella y la deja temblorosa en medio
de la escena).

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DIEGO: ¡Mírame! No, no tienes nada. ¡Ninguna seña! Esta locura no tendrá consecuencias.

VICTORIA: ¡Vuelve, ahora tiemblo de frío! Hace un momento tu pecho me quemaba las manos,
la sangre corría por mí como una llama. Ahora…

DIEGO: ¡No! Déjame solo. No puedo apartarme de este dolor.

VICTORIA: ¡Vuelve! No pido otra cosa que consumirme en la misma fiebre, que sufrir de la
misma llama en un solo grito.

DIEGO: ¡No! De ahora en adelante yo estoy con los otros, con los que están marcados. Su
sufrimiento me produce horror, me llena de un asco que hasta este momento me apartaba de
todo. Pero al fin estoy en la misma desgracia, y ellos tienen necesidad de mí.

VICTORIA: Si tuvieras que morir, yo envidiaría hasta a la tierra que habría que recibir tu cuerpo.

DIEGO: Tú estás del otro lado, con los que viven.

VICTORIA: Yo puedo estar contigo solo con que me beses largo rato.

DIEGO: Han prohibido el amor. ¡Ah! ¡Te añoro con todas mis fuerzas!

VICTORIA: ¡No! ¡No! ¡Te lo suplico! Yo he comprendido lo que quieren. Lo arreglan todo para
que el amor sea imposible. Pero yo seré más fuerte.

DIEGO: Yo no soy el más fuerte. Y no quisiera compartir contigo mi derrota.

VICTORIA: ¡Yo estoy entera! ¡No conozco más que mi amor! Ya nada me da miedo, y cuando
el cielo se hunda, me precipitaré en el abismo gritando mi felicidad con solo tener tu mano.

Se oyen gritos.

DIEGO: ¡Los otros también gritan!

VICTORIA: ¡Estoy sorda hasta la muerte!

DIEGO: ¡Mira! (la carreta pasa)

VICTORIA: ¡Mis ojos ya no ven! El amor los ciega.

DIEGO: Pero el dolor está en ese cielo que pesa sobre nosotros.

VICTORIA: ¡Ya tengo bastante con llevar mi amor! No puedo cargar además con el dolor del
mundo. Esa es una tarea de hombre, una de esas tareas vanas, estériles y tercas, que emprendéis
para apartaros de único combate que sería verdaderamente difícil, de la única victoria de la
cual podríais estar orgullosos.

DIEGO: ¿Qué he de vencer yo en este mundo, si no la injusticia que nos ha hecho?

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VICTORIA: La desgracia que está en ti. Lo demás seguirá.

DIEGO: Estoy solo. La desgracia es demasiado grande para mí.

VICTORIA: Yo estoy cerca de ti con las armas en la mano.

DIEGO: ¡Qué hermosa eres y cómo te amaría si no temiera!

VICTORIA: ¡Qué poco temerías si solamente quisieras amarme!

DIEGO: Te amo. Pero no sé quién tiene razón.

VICTORIA: El que no teme. Y mi corazón no es temeroso. Arde como una sola llama, clara y
alta, como esos fuegos que se saludan los hombres de nuestras montañas. Él también te llama…
¡Mira, es la fiesta de San Juan!

DIEGO: ¡En medio de los campos de cadáveres!

VICTORIA: Campos de cadáveres o praderas. ¿Qué importa eso a mi amor? Él, por lo menos,
no perjudica a nadie, es generoso. Tu locura, tu sacrificio estéril, ¿a quién benefician? Desde
luego no a mí, a mí me apuñas con cada palabra.

DIEGO: ¡No llores, arisca! ¡Oh! ¡Desesperación! ¿Por qué ha venido esta desgracia? Hubiera
bebido esas lágrimas y tu boca quemada por su amargor, hubiera puesto sobre tu rostro tantos
besos como hojas tiene un olivo.

VICTORIA: ¡Te encuentro de nuevo! ¡Este es nuestro lenguaje, que ya habías perdido! (tiende
las manos) ¡Déjame reconocerte!... (Diego retrocede mostrando sus marcas. Ella adelanta la
mano, duda).

DIEGO: Tú también tienes miedo… (Ella pone sus manos sobre las marcas. Él retrocede
enajenado. Ella extiende los brazos).

VICTORIA: ¡Ven! ¡De prisa! ¡No temas ya nada! (los gemidos y las precauciones redoblan. Él
mira a todos lados como un loco y huye).

- Albert Camus –

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