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El fantasma traumático del Hombre de los Lobos

Jésus Santiago

La lectura lacaniana del caso del Hombre de los lobos pone demasiado acento en la cuestión de la
evaluación clínica y del diagnóstico. La pregunta fundamental que se extrae de esta lectura es si el modo
de defensa preferencial del sujeto es represión o rechazo. En el fondo deja en segundo plano el esfuerzo
de Freud para incluir el inconsciente en la causalidad del síntoma y luego en el tratamiento. La riqueza
del caso es en efecto la manera en que Freud introduce el inconsciente, vía el trauma, y lo acerca al
circuito de la pulsión. Es claro que todo ese esfuerzo se hace en función del acto interpretativo, pero toda
la dificultad clínica es que si el inconsciente cambia, la interpretación debería también cambiar.

Es cierto que al tomar el inconsciente como lugar de revelación de los mensajes de verdades
desconocidas y censuradas, Freud termina dando énfasis a la perspectiva interpretable del síntoma
obsesivo, concebido como encarnando el retorno de lo reprimido.

Se comprende de esta manera la importancia decisiva que tiene para el caso el sueño del marco de
la ventana, que se abre ante la visión de los lobos blancos, estáticos y posicionados en las ramas de un
viejo nogal. Importancia no solo para la nominación, sino para la propia construcción del caso. Se trata de
un sueño de angustia, traumático, que despierta al sujeto con un gran miedo de ser devorado por los
lobos. Este grita y despierta1. El lobo, como objeto angustiante, no es un significante presente en su
campo perceptivo –como sería el caso del caballo para Hans- sino un sentido gozado – goces
blanqueados2 – que emerge con el auxilio de la experiencia de narración de los cuentos de hadas.

Cuentos tradicionales para dormir

En función del crédito dado al inconsciente intérprete, se recurre a la lógica significante de los
cuentos tradicionales para demostrar que, más allá de ser un sustituto del padre, todo el temor de la
castración se concentra en el lobo. La estrategia del desciframiento del sueño se realiza en base a las
respuestas dadas a las siguientes preguntas: ¿por qué los lobos son blancos? ¿Cómo pueden los lobos
estar en los arboles? ¿Por qué son siete lobos?3. Interrogantes que surgen del relato del sueño, asociados
1Freud, S. “De la historia de una neurosis infantile (el Hombre de los Lobos)”. En Obras Completas, Buenos Aires, Amorortu
ed, 1992, p.29

2Vicens, A. Goces blanqueados. El sueño del Hombre de los lobos. En: Papers+UNO (español) Congreso AMP 2020:
https://congresoamp2020.com/es/el-tema/papers/01_papers_trad.pdf

3Freud, S. “De la historia de una neurosis infantil (el Hombre de los Lobos)”. Op.cit.,pp 30-31.
a la experiencia ficcional del cuento de hadas. Las respuestas convergen en la hipótesis de que el síntoma
obsesivo es una defensa que se yergue frente al padre castrador, que se constituye como la causa de su
padecimiento y de la postura ambivalente hacia toda forma de sustituto que domina su vida 4. La
formación sustitutiva concerniente al animal fóbico -que en Hans dice respecto al padre castrado y es
correlativa al campo simbólico del fantasma- en el Hombre de los Lobos pone en juego una angustia que
recubre el problema de la intromisión de la pulsión en el inconsciente.

Se puede formular esa clínica diferencial de la angustia de castración, al afirmar que si el caballo
muerde, el lobo devora y mata. O sea, si el caballo es un significante sustituto del padre, el lobo no
constituye una metáfora, sino un signo de la efracción de los excesos de la satisfacción. Si el caballo
denota el inconsciente reprimido, en el lobo se trata de otro inconsciente. El lobo se vuelve el nombre del
caso por ser la cifra del encuentro traumático con el goce.

El propio Freud tuvo que reconocer que el sueño paradigmático del caso contiene una zona de
proximidad con la satisfacción pulsional que extrapola la lógica significante y se opone, en efecto, a la
“irrealidad de los cuentos tradicionales”5. Esa proximidad entre el inconsciente y la pulsión se traduce en
un acontecimiento que precede al sueño y que se muestra más allá del florecimiento del imaginario de la
castración. Resulta insuficiente tomar a la interpretación de este sueño como eje del análisis, sin
considerar la experiencia traumática que, como se sabe, remite al fuera de sentido de la pulsión. ¿Ese
vínculo del sueño con el trauma no sería equivalente al ombligo del sueño? Al implicar el trauma en la
interpretación del sueño, la vertiente real del inconsciente es puesta en relieve. La referencia al trauma
asume por lo tanto un valor corrosivo para el inconsciente basado en la represión, en la medida en que
desplaza el interrogante temporal del origen y de la determinación del pasado, para considerar el
acontecimiento como ruptura con la homeostasis del cuerpo bajo las formas del acontecimiento
traumático, de la alucinación, y como se puede demostrar, del propio sueño de los lobos.

El trauma despierta…

En sus primeros comentarios sobre el caso, Lacan observa que la escena traumática no se presenta
como un recuerdo vivido, sino como una construcción del encuentro que vuelve posible extraer lo que
Christiane Alberti propone como el “inconsciente no reprimido”6. Es por tomar en consideración el

4Freud, S, ibíd. p.32.

5Freud, ibíd., p.33.

6Alberti, C., Réveil exquis, en: La Cause du désir, Navarin Editeur, Paris, nº 86, p. 86.
inconsciente como conmemoración del encuentro con el trauma, que se interpreta el sueño del Hombre de
los Lobos bajo la óptica de su porosidad con las formas más típicas de las disrupciones del goce, como es
el caso de la escena primaria o de la alucinación del dedo cortado. Además, no es sin razón el hecho de
que para la lectura lacaniana, la alucinación del dedo cortado es más significativa para la construcción del
caso que el sueño de los lobos.

Si el inconsciente real es la conmemoración del goce traumático primordial, este se manifiesta por
la efracción de goce, caracterizada por un acontecimiento; una ruptura que viene de afuera, una fisura en
la realidad que impone una modificación de la historia subjetiva y deja trazos o marcas de afecto.

En tanto verdadera alteridad, la escena traumática se distingue por la extrañeza que se manifiesta
en la propia reacción corporal de la defecación, al encontrarse con el acto sexual de los padres. A pesar de
caracterizar el valor traumático de la efracción– Prägung –como imaginario7, Lacan no deja de enfatizar
las “resonancias de acuñación”8. De allí la traducción de ese término en alemán, como marca o
impresión, concerniente a la incidencia en el cuerpo de los excesos de la satisfacción pulsional. La escena
traumática es una acuñación que genera un agujero, y no aparece integrada a la cadena significante. Dicho
de otro modo, existen los trazos o marcas de afectos que, a pesar de no formar parte del sistema
verbalizado del sujeto, tiene efectos en la subjetividad como un equivalente al Uno solo propio de la
última enseñanza. En el caso del Hombre de los Lobos, la acuñación se confunde con el instante de ver, el
momento inaugural de la dialéctica temporal en que el sujeto es la respuesta de esta primera fijación
producida por el encuentro contingente, y al mismo tiempo, susceptible de ser articulado con el momento
de concluir.

El acceso al momento lógico del trauma no se construye por medio de una traducción que agotaría
su propio sentido, sino por lo que retorna por intermedio del proceso primario bajo la forma de sus restos,
como ejemplifica el sueño de los lobos. ¿Aquello que no pasa por la historización, lo que resta fuera del
alcance de la significación, es decir, el goce cifrado vía el proceso primario, ¿es susceptible de ser
interpretado? Lacan lo contesta asertivamente, en Televisión: “lo que Freud articula como proceso
primario en el inconsciente no es algo que se cifra, sino que se decifra” 9. Con todo, resulta cierto que el
trauma se encuentra encubierto y taponado por el sueño en tanto homeostasis subjetivante. Para dar

7Lacan, J. El Seminario, Libro 1, Los escritos técnicos de Freud, Buenos Aires, Paidos, 1992, p.281.

8Ibid, p. 281.

9Lacan, J. “Televisión”, en Otros Escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 548.


cuenta del tratamiento del Hombre de los Lobos es preciso discernir la manera por la cual el sueño
responde al trauma, protegiéndolo del deseo de dormir. Incluir el trauma en la interpretación del sueño, le
exigió a Freud lo que nombró como procedimiento de inversión10. En lugar de la inmovilidad de los lobos
quietos que miran atentamente al soñador, acontece un violentísimo movimiento 11, propio de lo que tiene
lugar en la escena traumática. En el sueño, ese es el momento del encuentro con lo real que lo despierta:
se observa una escena de fuerte movimiento por delante, la cual observa tenso y con atención. Si el sueño
hace dormir, la porosidad del proceso primario de lo real del trauma, despierta al sujeto. El momento de
concluir propio de la inversión, consiste no solamente en la transformación del reposo del sueño en el
movimiento del despertar, sino también en la transformación del sujeto en objeto, de la actividad en
pasividad y, finalmente, en ser visto en lugar de ver.

Identificación a la mirada petrificante y medusea

Remarco, aún, la forma en que Lacan interpreta esta inversión, al situar al objeto escópico a través
de lo que denomina “la catatonía de la imagen del árbol y de los lobos encaramados que […] miran al
sujeto fijamente”12. Si en la abertura de la ventana surgen los lobos en las ramas del nogal, por otro lado
se capta también la presencia del niño en el nivel de la imagen “pasmado ante lo que ve” y en
consecuencia, identificado al objeto mirada. Como Lacan afirma, en “este goce […] se hace aquí presente
bajo una forma erguida; el sujeto no es más que erección en ese apresamiento que lo hace falo, que lo
arborifica.”13. El sueño permite así extraer la relación del sujeto con la castración que se confirma, en el
transcurso del caso, en ser blanco de un rechazo.

A lo largo del relato clínico, Freud enuncia explícitamente que “una represión (Verdrängung) es
algo diverso de una desestimación (Verwerfung)”14. La relectura de esta distinción, realizada por Lacan en
los inicios de los años 50, es lo que favorece proponer el concepto de forclusión, que en este caso incide
sobre la castración. Desde entonces, se volvió posible postular que la acción forclusiva puede privilegiar
la castración, y no directamente el Nombre del Padre. El caso demuestra que no se debe establecer una
equivalencia mecánica y rígida entre la forclusión del Nombre del Padre y el rechazo de la castración.

10S. Freud, “De la historia de una neurosis infantil (el Hombre de los Lobos)”. Op.cit., p.34

11S. Freud, ibíd p.34.

12Lacan, J., El Seminario, Libro 10, La angustia, Buenos Aires, Paidos, 2006, p.281.

13Lacan, J. ibíd., ibíd. p281.

14Freud, p. 74
Este punto del rechazo de la castración hace que el Hombre de los Lobos reaparezca en el mundo
psicoanalítico, como una psicosis ordinaria propiamente dicha, cuyo desencadenamiento es atípico, por
consistir en un desligamiento del Otro, expresado en los signos discretos de sus fenómenos de cuerpo.
Dentro de estos fenómenos, se destaca no solo la alucinación del dedo cortado, sino también las
reacciones hipocondríacas en relación a la gonorrea y la lesión en la nariz.

¿De qué modo el sueño se relaciona con esta serie? Es posible, por lo tanto, interpretar en el
propio cifrado de goce que hace al sueño, que “la mirada fascinada de estos [los lobos] (…)“es el propio
sujeto”15. Deducimos por lo tanto que en ese sueño de angustia el sujeto se confunde con e1propio goce.
Si existe rechazo de la castración, nos vemos forzados a situar al falo, que aquí emerge como figuración
del goce al cual se encuentra identificado el cuerpo del sujeto. Decir que el imaginario es el cuerpo,
implica concebir al falo como una imagen que verifica las disrupciones del goce. El falo se presenta en el
sueño por medio de la mirada de los lobos, y no en los objetos perceptibles, como se ejemplifica en el
pelaje de la cola de los siete lobos. En efecto, cuando el Hombre de los lobos afirma que ve por la ventana
una hilera de viejos nogales, es el objeto fálico el que está en cuestión. Su condición de objeto escondido
y desconocido, se transfiere densamente para el sujeto, reenviándolo a su mirada y volviéndolo
petrificante o meduseo.

En ese desvelamiento del objeto mirada como no-separado, no-extraído, el ser de goce del sujeto
se muestra reducido a ese resto escópico. El objeto no aparece correlacionado a la falta en ser, ni al deseo.
El goce no está situado en el nivel del Otro, y si el sujeto se presenta identificado al objeto, es esa
encarnación objetal que se constituye como la fuente de su angustia. Ese sueño inscribe el momento de
cesión, por el cual el niño es llevado a ceder un lugar que hasta ese día permitió al sujeto, escópicamente
hablando, gozar en paz, con la relación sexual de sus padres. Luego del sueño, el lugar del sujeto será
aquel desde el cual no podrá más mirar a la relación sexual de los padres, y la angustia se vuelve un
indicador de ese imposible16. El remedio para ese imposible es adoptar como lenguaje de goce, la fijación
de la mirada hacia el trasero de la mujer17.

El despertar por el desecho

15Lacan, J. El Seminario, Libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales, Buenos Aires, Paidos, 1987, p.259.

16Lecoeur B. Le moment de cession et l’angoisse, Quarto nº 86, avril 2006, p. 67.

17Freud, S. “De la historia de una neurosis infantil (el Hombre de los Lobos)”. Op.cit., p.40
Esta correlación entre la angustia y el rechazo de la castración, en el Hombre de los Lobos, solo
adquiere su culminación final si tomamos en cuenta los cuestionamientos que hace Lacan acerca de la
presencia del falo en la construcción de la escena traumática del coito entre los padres. Más que un
mediador en la relación con la castración, el falo desempeña el papel de verificar el agujero en la
satisfacción pulsional. En ese sentido, el falo solamente se vuelve ese verificador de las disrupciones del
goce, en la medida en que su función se ejerce en el ámbito de la relación de contigüidad entre la imagen
y el goce. Esa vecindad de la imagen fálica con lo real, permite decir que tanto su carencia es
identificable en todos los lugares, como que su presencia es siempre huidiza. En fin, aquello que Lacan
designa como desvanecimiento de la función fálica es el fracaso a nivel de lo que se espera de este, y por
eso se constituye como el principio de la angustia de castración.

En el caso de la escena traumática, pese a que el falo está presente y visible bajo la forma del
funcionamiento del pene, llama la atención el hecho de que su evocación se realice siempre de forma
fantaseada e imprecisa. Advierte Lacan sobre el absurdo de que, en muchas ocasiones, se formule que su
efecto traumático es el falo no ser visto en su debido lugar. El absurdo que es querer encontrar la causa
del proceso, de aprehenderlo por una datación temporal, considerando la no-maduración del sujeto debido
a un mal uso de lo genital. Al contrario de esto, se afirma que la esencia misma de ese efecto angustiante,
traumático de la escena se enlaza a las imágenes y formas, bajo las cuales el falo desaparece, se
escamotea18. El falo se hace presente en el cuerpo, y por lo tanto en el propio reflejo de la imagen, a la
cual se sostiene con una catatonia corporal, que no es otra cosa sino la del niño estupefacto, paralizado
por la fascinación de aquello que mira.

Existe aún algo que ocurre a nivel del desarrollo sintomático de los efectos de la escena sobre el
sujeto. Freud testimonia que solamente un único elemento fue construido, pero el mismo es tan sustancial
sobre el destino del síntoma, que sin él todas las hipótesis clínicas referentes al caso no se sostendrían. Se
trata del único elemento que no está integrado por el sujeto en su cadena asociativa y que se manifiesta en
la reacción frente a la escena traumática, por medio de la defecación. El punto de partida de esta
construcción clínica es la precocidad sexual del paciente, concerniente al encuentro con la escena
primaria en la cual él habría presenciado un coito a tergo entre los padres y que se concluye con una
defecación, permitiéndole así soltar un grito. Si el sujeto interrumpe la actividad sexual de los padres por
una evacuación intestinal, es en función de la excitación sexual. Frente a esto, Freud señala que el
prototipo de la castración surge en la elección de una posición pasiva en que el objeto aparece como lo

18Lacan, J. El Seminario, Libro 10, La angustia, op.cit., p.287


primero presente, el primer sacrificio que el niño consiente en nombre de aquel que él ama 19. Esa parte de
su propio cuerpo a la que el sujeto renuncia en favor de la persona que ama, se destaca como un trazo
constitutivo de la separación que no se efectuó a nivel de lo real pulsional. De esta manera, no se
privilegia el análisis edípico del síntoma de la identificación con la madre, asociada al rechazo de la
castración, sino el rasgo de feminización que se caracteriza por la ausencia de separación del objeto en
cuestión.

No hay interpretación, sin inconsciente

Incumbe al analista estar atento a la función Prägung, o sea movilizar en el transcurso del
tratamiento la marca de la efracción que solo tiene lugar en el a posteriori del trauma. La Prägung del
trauma surge de una contingencia, y por lo tanto no es permeable al cálculo de la interpretación
homogéneo a la función significante. Poner en acción los efectos de afecto del trauma, bajo la forma de la
interpretación, supone una construcción de lo que Miller denomina el “fantasma traumático” 20, con la
invitación a que se valorice “no un falso trauma, sino un trauma reconstituido” por la fuerza de lo que se
extrae de la espesura de la presión pulsional sobre el cuerpo, como un significante nuevo y vivo. El
fantasma traumático no se apropia del trauma como un punto que se fijó de una vez por todas, en el
fondo de la historia del sujeto y que podría ser recuperado como tal, sino que por el contrario, como
efecto de retroacción que en el interior del tratamiento, crea las condiciones de la interpretación.

En el traumatismo de la escena primaria, es la vida que se aprehende como tal en la extrañeza y en


la brutalidad opaca de los significantes que se sueltan de ese impacto con lo real. Esos significantes ¿están
enteramente adheridos a lo imposible de soportar, a lo intolerable propio de la vida? De ningún modo,
pues el trauma se aloja en esta distancia entre la vida y el significante, exactamente en esta distancia está
el vacío de sentido que jamás se resuelve con la autonomía del significante concerniente al inconsciente
intérprete. La vida permanece al abrigo de la homeostasis del principio de placer que, como en el sueño
pretende preservar el deseo de dormir. Si el sueño está al servicio del deseo de dormir, concluimos
entonces que este protege la vida, y por lo tanto el despertar total sería fatal para la existencia humana.
Luego, el sueño del despertar es un imposible, no solo porque el despertar es siempre un claro instante. Se
despierta para continuar durmiendo bajo el dormir del inconsciente intérprete. El despertar es un instante
ocasionado por el trauma, y por aquello que exclusivamente emana del mismo bajo la forma de la

19Freud, S., “De la historia de una neurosis infantil (el Hombre de los Lobos)”. Op.cit., p.75.

20Miller, J.-A., “Une lecture du Séminaire D’un Autre à l’autre”, La Cause freudienne, nº 67, octobre 2007, p. 120.
interpretación como acontecimiento. Con la construcción del fantasma traumático, se puede afirmar que
también el goce en la psicosis ordinaria se vuelve interpretable. La interpretación compatible con el
inconsciente real es un acontecimiento que asume un valor equivalente a los efectos de afectos del trauma
sobre el cuerpo hablante. Finalmente, sin el inconsciente no existe lo que Freud siempre anheló como la
marca de la práctica analítica, o sea la interpretación.

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