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Psicoanalisis lacaniano

Inhibición, síntoma y angustia como signos de


goce, de Antoni Vicens, Parte I
septiembre 19, 2007

Inhibición, síntoma y angustia como signos de goce,

de Antoni Vicens

Wirklich gesponnendes niemals, wiedergeholt.

Paul Celan

En su escrito Inhibición, síntoma y angustia, [1] Freud sitúa la

inhibición, el síntoma y la angustia en una topología de saco, a

partir de una distinción entre un único dentro y un único fuera.

[2] El esquema que incluyó en su escrito casi contemporáneo El

yo y el ello nos muestra efectivamente al ello como un depósito

de pulsiones de vida y muerte que intentan salir y manifestarse

contra el obstáculo que representa la barrera de protección

conformada por el yo. El yo es el mediador entre un mundo de

fuera (Außenwelt), fuente de estímulos de los cuales muchas

veces, aunque no siempre, se puede huir, y un mundo de dentro

en el que las pulsiones, de las que no hay ninguna posibilidad de

huir, actúan con fuerza constante. Pero aunque no hay huida


posible, sí existe el poder de dominar los destinos de la pulsión, o

más bien de poner en pie una política frente a ellos. Una de las

oportunidades de esa política es la negociar con ellos; y, a su vez,

una de esas formas de negociación, privilegiada por Freud, la

represión, es la fundamentación del inconsciente. El inconsciente

es la posibilidad de tratar políticamente a la pulsión, o a sus

mociones, a partir de algo que les es heterogéneo, pero que está

ligado a ellas como su sombra: la representación.

Las representaciones son el puente entre la pulsión y el lenguaje.

En tanto representaciones, no forman sistema; es el lenguaje

quien les da una organización y las trama en lo que Freud

denominó inconsciente. La poética del inconsciente, basada en

los mecanismos de desplazamiento y de condensación, de los que

Lacan demostró su equivalencia con los tropos del lenguaje que

son la metonimia y la metáfora, permiten, a través de la

representación, marcar los trayectos de la pulsión tratándola

como un objeto extraño interno. Por la vía de la representación,

el lenguaje puede tratar en parte a la pulsión como un referente,

es decir, como un objeto. El lenguaje se crea como la manera

discursiva de esquivar a ese objeto, pero al precio de que nunca se

lo evita sino parcialmente.

En cualquier caso, merced al inconsciente, la fuerza interior que

es la pulsión, y que está siempre dispuesta a dar batalla, es


tratada en términos políticos; los cuales se metamorfosean, por

la gracia de la transferencia, en poéticos.

La pulsión

La pulsión, entonces, exiliada en el interior del ello, se ve

obligada a hablar lenguas extrañas; esa condición le impide

satisfacerse con su silencio constitutivo. Esa es la misión del

inconsciente. Hay que decir que no siempre lo logra, el

inconsciente; y en ocasiones el silencio pulsional supera el fragor

lenguajero y abigarrado de la vida. Muchas veces, en ese fragor,

se hace oír la demanda de un nuevo amor; es entonces la

oportunidad de una elaboración psicoanalítica, es decir, de hacer

uso del dispositivo inventado por Freud para dejar hablar a la

pulsión reticente.

En la segunda tópica, Freud inicia una teorización que intenta ir

más allá de esa relación de lenguaje entre la pulsión y la

representación, y cuyas consecuencias son tomadas de la manera

más consecuente por Lacan en los últimos años de su enseñanza.

En todo caso, se trata de examinar si aquello que, en el interior

del ello, y antes de la erección del inconsciente, aparece como un

caos de pulsiones, no tendría ya algún tipo de organización. En su

curso Los signos del goce, Jacques-Alain Miller sitúa ese esfuerzo

lacaniano a partir de la noción de signo. [3]


Veíamos que el inconsciente, que permite un cierto tratamiento

de la pulsión, surge como fruto de la represión o, lo que es

equivalente, de la estructura del lenguaje. Un nuevo esfuerzo

apunta a registrar las operaciones realizadas sobre la pulsión

antes del significante, antes de la represión y de la operación de

discurso ligada al lenguaje, esto es, a partir de la otra vertiente

del inconsciente, la del signo. [4] El significante, que permite las

operaciones de tratamiento de la pulsión antes reseñadas,

aparece así como un caso particular de signo: es el signo

lingüístico por excelencia, aquel signo que se crea merced a una

estructura, en dependencia de un discurso, formando un

conjunto de significantes productores de un significado que corre

siempre por debajo de la barra de la represión.

El signo, por su parte, responde a un concepto más amplio: no

depende de un conjunto, no tiene estructura de lenguaje, no se

ocupa de ningún significado, su existencia depende de un acto de

creación independiente; el discurso no es su condición. El signo

parte simplemente de la capacidad de recoger un poco de goce en

una forma que repita insistentemente [5] su vacío. La pulsión se

defiende así de la pulsión creando una heterogeneidad

determinada de manera prehistórica, contingente, original, a

partir del caos de la pulsión; y la respuesta a ese poco de orden es

el sujeto, que no puede sino presentarlo como creación propia.


Decíamos más arriba que la pulsión, por su natguraleza, se ve

obligada a hablar lenguas extrañas. Eso quiere decir que ningún

idioma sería el propio de la pulsión; y sin embargo la pulsión se

cifra en una sucesión de signos que contienen el silencio y el

fragor de la vida a la vez; es decir, el goce. El lugar de la pulsión

pasa a ser un espacio indeterminado: ello, eso que está ahí, das

Es, señalado con un puro deíctico, algo cuyo referente está fuera

de la trama de significación del lenguaje. La pulsión no está del

todo en la lengua; su ciframiento es translingüístico.

La inhibición, el síntoma y la angustia

El tema de fondo de Inhibición, síntoma y angustia es que el

supuesto trauma del nacimiento, en el que Otto Rank considera

haber encontrado la piedra filosofal del psicoanálisis, no puede

ser la causa del inconsciente. La razón freudiana de esta negativa

a aceptar las tesis de su discípulo es que, si hemos de admitir que

este trauma aparece antes de toda representación, no puede

entonces ser metáfora de nada. El trauma, en el sentido de Freud,

es un acontecimiento, inscrito en un discurso. Un acontecimiento

prediscursivo sería una contradicción. La argumentación de

Freud contra Otto Rank se basa precisamente en la constatación

de que, si Rank tiene razón, él mismo se desmiente: en efecto,

para el recién nacido, esa supuesta experiencia nueva e inaugural


no se puede significar de ninguna manera y, por tanto, no puede

considerarse como experiencia de nada.

Pero la construcción de Rank es aprovechable por otro lado, en

tanto apunta a la posibilidad de una nueva semántica, aquella en

la cual la metáfora (es decir, el inconsciente) no tiene lugar. Si

esto fuera así, existiría la posibilidad de tratar la inhibición, el

síntoma y la angustia aparte del significante, como constituidos

en el orden del signo; serían en suma modos de ciframiento del

goce. Así el inconsciente no sería tanto la causa del síntoma como

su efecto. Si, en su escrito, Freud se explica más largamente a

propósito de la inversión causal de la angustia, no es menos

importante la inversión causal que presenta en lo que se refiere al

síntoma. Recordemos que, para Freud, a partir de Inhibición,

síntoma y angustia, la angustia ya no es un efecto de la

significación fálica, ya no es un significante, sino una “señal”.

Dicho de otra manera, no es la metáfora lo que causa angustia,

sino la angustia lo que provoca la creación metafórica, como se

ve de manera ejemplar en el caso del pequeño Hans, cuando de la

angustia surge la metáfora del caballo en el lugar del significante

del Nombre del Padre. La angustia aparece en un mundo sin

estructura, sin contexto, irrumpiendo en lo imaginario como una

discontinuidad que demanda exigentemente un sentido nuevo.

De un modo semejante, la inhibición tampoco es tratada como un


significante, sino como signo del hecho de que tenemos un

cuerpo, portador a su vez de unos signos a los que denominamos

funciones. En efecto, desde al menos Geoffroy Saint-Hilaire, las

funciones son los signos mediante los cuales intentamos hacer

sentido fisiológico de ese espacio entre vida y muerte que es

nuestro cuerpo.

Tampoco el síntoma se presenta en Inhibición, síntoma y

angustia como cadena significante; sino como real: algo real que

somete el sentido a una segregación, a la segregación propia de la

ex-sistencia, de aquello que existe fuera.

Recorramos con un poco más de detalle estas tres descripciones

que se desprenden de Inhibición, síntoma y angustia, a la luz de

las primeras lecciones del seminario RSI de Lacan, [6] en las

cuales se refiere explícitamente a este escrito de Freud.

Continua

Fuente: elp-debates.com/elp-slp/txtv.htm
DE ANTONI VICENS INHIBICIÓN PARTE I SIGNOS DE GOCE

SÍNTOMA Y ANGUSTIA
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