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Romanticismo alemán

El romanticismo alemán es el grado más alto que alcanzó el romanticismo en cualquier


región del mundo y es a la vez manifestación espiritual (geist) del pueblo alemán y la región
pangermánica. En el romanticismo alemán —como en el romanticismo en general— prima el
sentimiento sobre la racionalidad y la técnica. El espíritu y el sentido de la vida a través de la
libertad sentaron a fines del siglo XVIII las bases del arte alemán.
En la literatura alemana, los precedentes del romanticismo se encuentran ya en el
movimiento del Sturm und Drang, del que formaron parte en su juventud tanto Goethe como
Schiller. Pero la eclosión propiamente romántica se da a finales del siglo XVIII, y tiene como
inspiradores a los hermanos Schlegel y como protagonistas principales a una serie de
escritores extraordinarios, como el poeta Novalis, los románticos de Heidelberg (Bretano,
Von Amim, Eichendorff) y los de Berlín (Chamisso, E.T.A Hoffmann). La última
manifestación del romanticismo alemán tiene lugar en la obra poética de Heinnnich Heine,
caracterizada por un gran lirismo y una mordaz ironía.
La pregunta que Wilhelm, el mayor de los hermanos Schlegel (los cimentadores de las
teorías románticas europeas) formulase a principios del siglo XIX a su hermano Friedrich
(¿qué es el romanticismo?) continúan haciéndosela críticos, historiadores e investigadores.
Y si Friedrich Schlegel contestaba por escrito a su hermano que precisaría más de un
centenar de folios para explicarle el significado del concepto “romántico”, a finales del siglo
XX se precisan libros enteros para explicar qué es verdaderamente el romanticismo, según
reza el título de una obra de H. Peyre, que está dedicada al estudio de este período.
El romanticismo fue una convulsión que estremeció a la Europa racionalista de finales del
siglo XVIII. Verdadera conmoción que recorrió toda Europa hasta mediados del siglo XIX, sin
que haya sido posible hasta ahora fijar sus orígenes, como tampoco acallar sus clamores,
que evidentemente aún continúan.
Aunque M. José de Larra lo atribuyese al “viento que sopla en los tiempos que corremos” u
Ortega lo delimitase al “individuo al que el corazón se le ha subido a la cabeza”, este
movimiento continúa desarrollándose sin interrupción. Se en literatura, según afirma el
novelista francés contemporáneo Michel Butor, “hay una continuidad entre los románticos y
la literatura contemporánea”, las constantes actitudes generacionales juveniles de protesta
contra lo establecido (movimientos hippies, punk, feministas) los numerosos brotes
nacionalistas, el entusiasmo por lo ”folk”, el resurgir de modas y modos lejanos, el afán
turístico por lo exótico, ¿no podríamos acaso etiquetarlo de “romántico”?
Romanticismo-idealismo existirán siempre (mientras perviva la humanidad) provocando o
reaccionando ante la corriente positivista, pragmática o empírica. En el arte, en el campo de
las ideologías, en la vida corriente y cotidiana seguirá registrándose la eterna dicotomía
romanticismo-realismo, idealismo-positivismo, cerebro-corazón. “El corazón late a mayor
velocidad de lo que piensa la razón” escribía Hamann, el maestro de Herder, y con él
justamente precursor del romanticismo alemán.
El fundamento filosófico del romanticismo, es esencialmente de origen alemán,
especialmente por las obras de autores como Fichte, Schelling y Hegel, que hicieron una
intensa crítica del racionalismo del siglo XVIII. Este movimiento filosófico conocido como el
idealismo clásico, contiene elementos que luego fueron comunes en el romanticismo
literario, especialmente una revalorización del sentimiento como fuerza espiritual.
El romanticismo no reniega de la racionalización en términos absolutos, pero sustenta que –
sobre todo a nivel del individuo- el sentimiento y la imaginación no solamente siguen siendo
parte de la naturaleza, sino que los exalta como impulsos legitimantes de la acción, incluso a
veces abiertamente en contra de los dictados de la razón y la prudencia.
En este sentido, existe en las obras más representativas del movimiento romántico, una
permanente dualidad, entre una actitud individual en que los sujetos centrales de las obras
se sienten incomprendidos por un medio social al que se adjudica ser puramente
materialista y pragmático, y una reacción ante ese sentimiento de desencanto, que en buena
medida se orienta a postular ciertas utopías de la organización social. Tal como si la
insatisfacción espiritual y la depresión anímica no se originaran en el propio interior del
individuo, sino que fueran causadas por la “incomprensión” de la sociedad.
Como el romanticismo es una actitud vital, una cosmovisión cimentada en el sentimiento, es
extremadamente difícil fijarlo con sistemas cerebrales. El romanticismo ha sido y continúa
siendo el movimiento más discutido de la literatura universal y el que más detractores y
admiradores ha registrado. Su carácter universalista y universal dificulta más todavía su
encasillamiento en una simple definición. Arriesgando, podríamos hablar del espíritu
multiforme y mágico que en numerosos frentes recorrieron a lo largo de medio siglo la
filosofía, la ciencia, la religión, el arte y la literatura: todas las facetas de la vida humana.
Donde más ostensibles se hicieron sus repercusiones fue en la literatura, y tal vez fue la
alemana la que mejor encarnó el espíritu de la época: las diversas escuelas, las geniales
personalidades que la integran la riqueza de manifestaciones líricas narrativas y
programáticas lo evidencian.

El romanticismo literario alemán


A pesar de los numerosos contrastes y controversias de los románticos con los clásicos e
ilustrados, especialmente con Nicolai Voss, Schiler y posteriormente con Goethe, el
romanticismo literario alemán no significó oposición, rebelión o contramovimiento. Los
grandes clásicos, Goethe, Schiler, Herder, fueron románticos en su juventud: basta recordar
el Werther, Los bandidos, o la lírica popular y revolucionaria de sus primeros tiempos. Los
escritores y pensadores alemanes (básicamente en la década de los ’70) fueron los
continuadores y difusores, el alma de esa sacudida que denominamos romanticismo, a
pesar de que ellos mismos no supieran a ciencia cierta qué cosa significaba ser romántico.
Aunque sea utópico intentar poner fronteras y límites al romanticismo, se puede hablar de
un período de la historia de la literatura alemana que se extiende desde 1780 hasta 1830.
Suele dividirse cronológicamente en romanticismo temprano y romanticismo tardío, pero yo
optaré (sin prescindir totalmente de la cronología) por la división generalizada por escuelas o
círculos románticos, siendo los principales la escuela de Jena, la escuela de Heidelberg y el
círculo bernilés.

Sturm und drang (Tormenta e impulso)


Puede considerarse que el antecedente más inmediato del movimiento del romanticismo en
la literatura europea, surge en Alemania y casi simultáneamente en Francia, hacia fines del
siglo XVIII.
La evolución previa de la literatura alemana había sido peculiar. En la época en que en Italia
surgía el Renacimiento, hacia el año 1500, en Alemania se producía la Reforma luterana
que impregnó la literatura alemana sea con sus mensajes religiosos y moralistas, sea con
las prédicas de la Contrarreforma. En el siglo XVII, la Guerra de los Treinta Años y su
culminación en la Paz de Westfalia (1618-1648) habilitó la introducción del barroco, con
fuerte influencia francesa.
A mediados del siglo XVIII, sin que aún existiera una unidad política, la economía alemana
había florecido; pero en cierto modo faltaba la nación alemana un desarrollo cultural en lo
literario, con un contenido susceptible de considerarse clásico, como existía en Francia.
Pero el florecimiento económico, dio lugar al surgimiento de algunos centros urbanos de
gran empuje cultural, como Frankfurt, Leipzig y Weimar. Se produjo, entonces, el
surgimiento de una corriente cultural de gran contenido nacionalista con acento en el
perfeccionamiento del idioma alemán, al que se procuraba depurar de palabras de origen
latino o francés.
En el último tercio del siglo XVIII, el medio intelectual europeo fue el de la Ilustración, que
tuvo gran influencia en Alemania, donde un grupo muy importante de personalidades,
poetas, pensadores, ensayistas, hicieron destacar la cultura alemana como centro de la
cultura europea; llevando a que se calificara al pueblo alemán como pueblo de poetas y
pensadores.
Había surgido una reacción conta el racionalismo, en cierto modo encabezada por
Rousseau, con su postulado de retornar hacia la Naturaleza. El cuestionamiento del culto de
la razón, había sido establecido firmemente en Inglaterra, donde la obra de Shakespeare
había despertado el entusiasmo por sustituir ese culto de la razón en la obra literaria y
poética, por un fuerte predominio del sentimiento y la individualidad.
El finalizar el siglo, a pesar del atractivo que para muchos escritores y pensadores alemanes
seguía presentando la obra de los enciclopedistas franceses -especialmente Corneille y
Voltarie- así como la de Jena Jacques Rousseau, surgió una fuerte inclinación hacia
Shakespeare. Claro ejemplo de esta tendencia es Christoph Martin Wieland, )1773-1813),
que a la vez que autor de la novela “Agathon” inspirada en la antigüedad griega y romana,
también tradujo las obras de Shakespeare y escribió una epopeya en verso, “Oberon”, de
ambiente medieval legendario, que constituye un claro antecedente del romanticismo.
En 1776, se publicó en Alemania una comedia de que es autor Maximilian Klinger (1752-
1831), cuyo nombre en alemán, “Sturm und Drang” terminó asignándose a un movimiento
literario surgido entre los años 1770 y 1785, cuyos cultores, siguiendo las ideas de Johann
Gottfried Herder (1744-1803), se nuclearon en torno al escritor alemán Johann Wolfgang
Goethe (1749-1832).
Tras la obra de los ingleses Macpherson y Percy, y del escandinavo Johann Georg Hamann
(que vivió entre 1730-1778), su seguidor Johann Gottfried Herder fue el que se convirtió en
principal exponente de la reacción contra el racionalismo.
Johann Gottfried Herder, que era un pastor luterano, filósofo e historiador, postuló la poesía
de arraigo popular como el modelo al que debía tender la literatura alemana, ensalzando el
valor de la creatividad e invocando el genio de la nación alemana. Habiendo transcurrido por
un proceso espiritual de enorme creación y recreación. La originalidad de cada ser, y la
exaltación de la diferenciación individual, se convirtió así en la obsesión del artista.
Cuestionaba el predomino de la razón para la búsqueda de una comprensión única y
general del mundo; y postulaba que cada artista y cada poeta debía captar la realidad de la
naturaleza y del hombre a partir de su propia alma, de su instinto y su espontaneidad,
procurando bucera en lo más profundo de su sentimiento. Tradujo al alemán varias obras
extranjeras clásicas de ese tipo, como el poema del Mio Cid y fue también un gran mentor
de la obra de Shakespeare. Una de sus principales influencias en este sentido, fue la que
ejerció sobre Goethe, a quien al parecer inició en el conocimiento del dramaturgo inglés y le
despertó el interés por la tragedia dramática.
Fueron representantes típicos de esta corriente, Heinrich Vilhel von Gerstenderg (1737-
1823), Jackob Michael Reinhild Lenz (1751-1792) y Friedrich Maximilian von Linger (1752-
1831), creadores de una poesía tormentosa, plena de inclinación a lo terrorífico, plena de
apasionamiento y aún de rasgos psíquicamente patológicos, al punto de que alguno de ellos
terminó sus días en total locura. Wilhelm Heinse (1746-1803) dedicó sus principales obras a
exaltar el goce del cuerpo y los instintos. Se fundó en Gotinga una asociación de poetas
alemanes, llamada la Federación del Hain, que realizaba extravagantes ceremoniales
danzando en torno a un roble en las noches de luna.
Otro autor que debe mencionar entre los antecedentes germánicos del romanticismo, es
Gotthold Ephraim Lessing (1729-1781), quien en cierta forma fue el fundador de la crítica
literaria; efectuando un análisis rigurosamente racional y crítico de las obras literarias,
fustigando el afrancesamiento, sobre todo del teatro, así como el dogmatismo de los
luteranos.
Un elemento muy presente en estas corrientes literarias, con fuerte influencia de índole
religiosa vinculada al luteranismo, fue la exaltación del individuo; cuya independencia en
cuanto a la fe religiosa frente a la presión del dogmatismo, constituyó uno de los temas
recurrentes. Al mismo tiempo que el individualismo y la afirmación de la libertad esencial de
su espíritu, surgió una exaltación del sentimiento como algo superior a la razón, como
sinterizara Rousseau en su frase “Siento antes de pensar”.

Componentes principales del “Sturm und Drang”


Pueden sintetizarse los principales lineamientos del “Sturm und Drang” en los siguientes
conceptos:
 El rechazo del racionalismo: especialmente como pauta del comportamiento
individual. No se trata de desvalorizar la razón como instrumento del conocimiento
humano; sino de exaltar la actitud de la personalidad impulsiva, que actúa guiada por
los embates de la pasión antes que por los consejos de la reflexión racional. En
realidad, las principales obras representativas de esta corriente, como el “Fausto” de
Goethe, se encuentran imbuida de contenidos intelectuales sumamente elaborados,
al punto de que muchas veces resulta necesario un estudio detenido y muy detallado
para alcanzar a percibir la sutileza de algunos de sus temas.
 La valoración de lo misterioso: como un componente de los hechos que ocurren con
prescindencia de la lógica racional, los autores frecuentemente acuden a la fuente de
las leyendas y supersticiones populares, que además representan un recurso de
extracción nacionalista alemana.
 El panteísmo naturalista: los procesos intensamente místicos estuvieron presentes
en alguna etapa de la vida de casi todos los grandes exponentes de esta corriente.
Pero, fuertemente influidos por el reformismo religioso alemán, tratan de armonizar
los fundamentos de la religión con una permanente invocación de la naturaleza, a la
que presentan como un gran organismo viviente, libre y salvaje, incluyendo en ese
concepto los componentes espontáneos y hasta instintivos del ser humano, que en
último análisis son visto todos ellos como otras tantas manifestaciones de la voluntad
divina.
 La exaltación del sentimiento: en contrapartida del rechazo del predominio de los
dictados de la razón como determinantes de la conducta humana, el impuso
emanado de los sentimientos y de las emociones, especialmente del amor y su
pasión, es valorado como factor predominante al que es preciso liberar en sus
manifestaciones vitales, Goethe dijo: “El mejor hombre, es el que se estremece”.
 La exaltación de lo individual: como una manifestación trasladada desde la
concepción de la autonomía individual en lo religioso preconizada por la Reforma
Luterana, el impulso creador del artista es visto como una manifestación de la
individualidad a través de sus sensaciones, su inspiración, las del espíritu, una
especie de confesión íntima, que busca en lo más específicamente singular del
individuo, como ocurre en el “Werther” de Goethe. No obstante, también ocurre que
en la identificación de los personajes con ciertos valores permanentes, esos propios
personajes – especialmente el de Fausto y el de Mefistófeles- no solamente
constituyen protagonistas individuales, sino que en buena medida son símbolos de
caracteres humanos típicos y representativos de complejas concepciones filosóficas
universales.
La fuerte vinculación que encierran las expresiones literarias del “Sturm und Drang” con
concepciones filosóficas y con las determinantes de la personalidad individual – ente ellas,
la cuestión del alcance de los universalia aristotélicos como elementos objetivos o como
simple nómina dependiente de la idea, sólo válidos subjetivamente -hizo que estas obras y
sus personajes principales y más elaborados hayan sido referentes frecuentes para los
ulteriores estudios sobre la psicología y los tipos de personalidad.
Sin duda, fue Johann Wolfgang von Goethe el representante más destacado de lo que se
llama “la época de los genios” de la literatura alemana, y el principal exponente de la
corriente del “Sturm und Drang”.
Generalmente se considera que la primera expresión del movimiento literario del “Strum und
Drang” sea un drama de carácter histórico escrito por Goethe en 1773, que trata del
alzamiento contra el poder político, titulado “Götz von Berlichingen”, nombre de su
protagonista, un caballero alemán del Siglo XVI.
Geothe colaboró, asimismo, en un ensayo escrito por Herder, titulado “Sobre el estilo y el
arte alemán” publicado en 1773: verdadero manifiesto del “Strum und Drang”; donde fueron
expuestos sus conceptos del impulso creador del artista, como una manifestación de la
individualidad a través de sus sensaciones, su inspiración, las visiones de la institución y la
influencia del amor. Para él, lo esencial de la poesía consiste en una emancipación del
espíritu, una especie de confesión íntima. Allí se hizo mucho hincapié en que las canciones
populares alemanas trasuntaban romanticismo.
La obra más clásica de Goethe en relación a esta corriente literaria, es su novela espistolar
“Las tribulaciones del joven Werther”, publicada en el año 1779, Werther es considerada una
de las principales expresiones literarias del romanticismo, expone como su tema central un
amor frustrado, que sumerge al personaje en un estado depresivo y melancólico que lo lleva
al suicidio.
Conjuntamente con Goethe, el poeta e historiador Friedrich von Schiller (1759-1805) se
incorporó a ese movimiento de doctrina literaria escribiendo varios dramas en que postuló la
libertad política y espiritual del individuo y criticó las desigualdades sociales, tales como
“Amor y engaño”, de 1784.
Sin duda, Schiller fue el más ilustre representante del “Sturm und Drang”. Lo más destacable
de Schiller es su idea central de la ley moral; la existencia en el mundo de un orden ético, de
un principio moral determinante de la poesía. No era sin duda una idea originaria, pero
Schiller la sustentó con un ardor particular casi obsesivo. Schiller escribió numerosas obras
sobre filosofía y estética, entre las que se destaca su célebre “La educación estética del
hombre”, de 1794. Schiller fue, además, autor de un himno famoso, la “Oda a la Alegría”, de
1785, que Beethoven influyera en su única sinfonía coral, la Nº 9.

La escuela de Jena
Había afirmado anteriormente que el romanticismo suponía continuidad y desarrollo de las
corrientes racionalistas y clásicas de la segunda mitad del siglo XVIII. Prueba de ello
tenemos en que será Jena la universidad donde enseñaba Schiler, y el Berlín ilustrado de
Federico II el Grande, donde pensadores, filósofos y pedagogos como Scheling, Fichle,
Schleimmacher o jóvenes estudiantes como Ludwing Tieck, Wackennoder o Novalis,
comuna armónicamente, sienten las bases existenciales, filosóficas y artísticas de la nueva
civilización europea.
La teoría de Johann Gottlieb Fichle (1762-1814) sobre la libertad creadora del ego como
principio supremo del espíritu fue interpretada por los románticos como base de la libertad
de la fantasía y del ingenio, desembocando en el libre albedrío de formas y normas poéticas.
Este juego arbitrario (la tan traída y llevada ironía romántica) consistirá en el perpetuo
levantar ilusiones y ensueños para destruir realidades y perderse en el infinito. Todas esas
ideas, sueños y proyectos no hubieran tenido realidad tangible sin la inteligencia, el esfuerzo
y el tesón de quienes son considerados los creadores del romanticismo europeo: los
hermanos Wilhem (1767-1845) y Friedrich (1772-1829) Schlegel. Ambos estudiosos
eruditos, conocedores de lenguas y literatura antiguas y modernas, críticos inteligentes y
geniales (sobresaliendo Friedrich) catalizaron el pensamiento y los sentires de sus
contemporáneos y recogieron los primeros testimonios en la revista Athenaeum (1798-
1800), que sirvió de foro para los incipientes Novalis y Tieck. Con sus dotes personales y
huamanas, fueron los grandes actores y organizadores de las letras europeas: amigos y
corresponsales de los románticos franceses e ingleses de la talla de Madame Stael,
Wordsworth, Schelley, etc. Friedrich Schlegel fue el primer profesor de historia y literatura
en la universidad de Viena y Wihlem lo fue a su vez en la de Bonn.
La literatura clásica española no guardaba secretos para ellos, y si admiración. Tradujeron
con maestría insuperable a Lope de Vega y Calderón, sirviendo sus versiones todavía hoy
para las puestas en escena de teatro clásico español en Alemania. Cabe destacar que
España, para los románticos, era sinónimo de exotismo y misterio, característica afín a la
nueva sensibilidad.
Cuando Ludwing Tieck (1773-1853) perdió a su amigo del alma Wackenroder en 1798,
abandonó Berlín para incorporarse al grupo y al espíritu de Jena: el “último rey” del
romanticismo alemán, como se apodó a este talentoso berlinés, que sobrevivió a todos sus
coetáneos y contemporáneos, fue acogido con cordialidad y entusiasmo por los hermanos
Schlegel, quienes le estimularon para que llevase a cabo la traducción (la primera traducción
seria y moderna) del Quijote al alemán.
Los hermanos Schlegel, como científicos, profesores y teorizadores, y Ludwing Tieck, como
periodista, cuentista, novelista traductor, recitador, dramaturgo, poeta y editor, son reflejo del
espíritu romántico universal con que soñaba su amigo, compañero generacional y de grupo,
el maravilloso Novalis.

Los románticos de Heidelberg


Si Jena no ha sabido (o no ha podido) conservar el atributo de ser la piedra angular del
romanticismo alemán, Heidelberg, la mágica ciudad bañada por el Neckar y escollada por el
mirador del Kaiserstuhl, el castillo y el “camino de los filósofos”, continúa presumiendo de
ser la encarnación y personificación del romanticismo europeo. En 1804, Clemens Brentano
(1774-1842), el más refinado y puro de los poetas románticos alemanes, asienta su
residencia en Heidelberg, siguiéndole un año después el que sería amigo entrañable,
cuñado y colaborador Achim Von Amim (1781-1831), a quien había conocido en Gotinga.
Ambos publicarían conjuntamente la colección de canciones populares El cuerno
maravilloso de zagal (1805-1808), que se puede considerar como el inicio de la nueva senda
romántica perseguida en Libros populares alemanes y en Simbolismo y mitología de los
pueblos antiguos por el publicista Joseph Görres (1776-1848).
El círculo de Heidelberg, aunque entroncado y vinculado al de Jena, presenta rasgos
específicos bien definidos. Mientras que los pensadores y eruditos hermanos Schlegel
luchaban por la búsqueda de nuevos rumbos y nuevos perfiles para el arte, la filosofía y la
vida a través de la pluma y de la razón, los de Heidelberg intentaban aunar en su obra las
fuerzas mágicas delo infinito y lo finito, de la fantasía y la razón, el sentimiento y el cerebro.
Con el descubrimiento de la edad Media, la poesía y la cultura popular del pasado, el
prometedor alborear del siglo XIX presenta nuevos topos henchidos de ilusión y de
esperanza.
Joseph von Eichendorlf (1778-1857) – el último caballero del romanticismo- según suelen
etiquetarlo los historiadores, capta y reproduce como nadie el ambiente que se respiraba en
el romántico Heidelberg.
El ambiente rígido-académico, lógico-dialéctico de los representantes de Jena es ahora
natural, espontáneo, juvenil, irracional. El joven estudiante, aprendiz de las artes y de la
vida, será el portavoz de a nueva generación, el trotamundos aventurero universal. El
protagonista principal de las novelas más popularizadas de Novalis. Tieck, Brentano y
Eichendorff será siempre un joven inmaduro, iluso y soñador, que se lanza a la conquista de
“la flor azul”. Pero insistiré en la importancia y mérito de la labor y publicación colectiva de
Brentano y Von Amim: El cuerno maravilloso del zagal, subtitulado Viejas canciones
alemanas y comenzado a publicarse en 1805. Se trata de la primera colección de canciones
populares, superiores, por su repercusión, frescor y pureza, a las Voces de los pueblos en
sus canciones de Herder. El entusiasmo y la sensibilidad social y artística de los dos amigos,
el carácter didáctico y divulgador de tan minucioso y serio trabajo han sido reconocidos a lo
largo de todo el siglo XIX, incluso con repercusiones hasta nuestros días. No sólo en las
guarderías (Kindergarten), también en los colegios, en las asociaciones corales y en los
movimientos juveniles siguen aprendiéndose y entonándose algunos de los cantos
populares transcritos por Brentano. Achim von Amim se propuso y consiguió expurgarlos de
todo sentimentalismo y luchaba por su justa recepción e interpretación: debían despertar los
naturales sentimientos frente a los afectados sentires de los anacreónticos y emocionalistas;
el objetivo principal era la educación estética del pueblo por vías muy distintas de las
seguidas por Schiller.
El clásico (y entonces ya maestro de a letras alemanas) J. W. von Goethe – a quien
dedicaron el primer tomo- aconsejaba que “este librito no debiera faltar en ningún hogar en
el que vivan hombres auténticos”. La colección abarcaba desde los primeros romances
heroicos hasta coplas y canciones de ciego, canciones religiosas, procesionales, etc.
El romanticismo berlinés
La semilla romántica fue desde Jena y Heidelberg extendiéndose por las distintas regiones
de la geografía alemana y germinado sustancialmente en las ciudades universitarias donde
enseñaba alguno de los profesores del romanticismo: Viena (Schlegel), Munich (Görres y
Schelling), Gotinga (los hermanos Grimm) y Berlín (Fichte y G. von Humboldt). Es aquí, en
Berlín, donde por arte de magia surgieron a finales del siglo XVIII los primeros brotes
románticos – los amigos Tieck y Wackenroder- en los que madurará el espíritu romántico,
poético y científico. El grupo de la ciudad del Neckar se dispersó muy pronto. Y
precisamente a Berlín fueron a parar Brentano y Amim. A principios del siglo XIX, Adalbert
von Chamisso emigró por razones políticas de Francia a Berlín donde ya residía el hugonote
Friedrich de la Motte-Fouqué. Ambos se ambientaron rápida y voluntariamente a la cultura,
lengua y literatura alemanas. Por mediación de Vamhagen von Ense son introducidos en los
círculos literarios berlineses: primero en el salón de Rachel von Ense y seguidamente en el
círculo de los Hermanos Serapio (Serapionsbrüder) y en la sociedad Christlich Deutsche
Tischegesselschalt (Tertulia Cristiano-Alemana). A su pluma debemos dos de los cuentos
más hermosos de las letras alemanas: la Historia maravillosa de Peter Schlemihl (1814), o el
hombre sin sombra, de Chamisso, y la Ondina (1811), inmortalizada por la música y la
danza, de Fouqué.
Sin embargo, la figura máxima y última del romanticismo berlinés y quizá la de más eco en
el extranjero haya sido la de E.T.A Hoffman. Las iniciales de su nombre son las de Ernst
Theodor Amadeus, nombre este último que añadió por el entusiasmo que sentía por la
música de Wolfgang Amadeus Mozart. Hoffman aúna en su persona el dominio de las artes
cultivadas por los románticos. El epitafio de su tumba en Berlín, donde murió en 1822 -había
nacido en Königsberg en 1776- da testimonio de ello: A.E.T.A Hoffman, gran poeta, músico,
pintor y jurista.
Pretender, por tanto, enumerar o presentar en una página la obra narrativa vigente – sus
cuentos, narraciones y novelas- producto de su diabólica y desbordante fantasía, sería algo
así como intentar poner barreras al campo. Ha sido, desde luego, el romántico alemán más
traducido al español. La olla de oro, El hombre de la arena, Los elixires del diablo, La
princesa Brambilla, El cascanueces, el Magnetizador, El tonelero de Nuremberg, no son más
que una muestra de sus innumerables y siempre recordadas obras. En la mayoría de los
relatos de Hoffman se confunden lo grotesco y lo fantástico con lo real. En El hombre de la
arena, en La olla de oro, dos cuentos que figuran entre lo más selecto de la literatura
fantástica, la acción de desarrolla en dos planos diferentes: en el de la vida real, con sus
quisicosas y mezquindades, y en el de la fantasía, con sus ideales, sus sueños y su visión
de un lejano futuro en el que la fantasía y el amor se convertirán en una misma cosa y
donde espíritu y sentimiento vivirán, por fin, hermanados.
La música como lenguaje de un reino espiritual será motivo dominante en sus narraciones:
el músico Kreisler es el protagonista del ciclo novelesco denominado Kreisleriana, y El gato
Murr, Maestro Pulga y sus colecciones Nocturnos, Los hermanos de Serapio y Fantasía ala
manera de Callot son parte de ese mundo de hadas y fantasmas, de muñecas, robots y
animales parlantes en el que el lector se recrea, desorienta y enmudece. En esos lugares
misteriosos han aprendido los Musset, Poe, Balzac, Wilde y Baudelaire, así como otros
muchos escritores posteriores.

La mujer en el romanticismo alemán


La imagen del romanticismo alemán, pero en especial la del de Heidelberg, quedaría
desfigurada sin la contribución relevante del espíritu femenino. En el prólogo a la biografía
de Bettina Brentano de C. Bravo-Villasante, Dámaso Alonso traza el psicograma de Bettina
que podría aplicarse a cualquiera de las grandes personalidades femeninas de la época: “Tú
naciste y te encontraste en medio de los máximos héroes de la literatura, de las artes, de la
ciencia de tu país, en medio de un equipo espiritual como posiblemente no se ha reunido (en
tan pocos años) en ninguna parte del mundo. Y fuiste vínculo para todos ellos, excitadora
para todos ellos, tú, encantadora, fantástica, inquieta, simpática, generosa, embustera,
apasionada…”
Estos atributos y el don de la inteligencia y de la universalidad podríamos aplicárselos a
Dorothea Schlegel, hija del filósofo Moses Mendelssohn y esposa de Friedrich Schlegel, a
Kaoline Schlegel, esposa de Wihelm Schlegel y posteriormente de Schelling, a la ya
retratada Bettina, hermana de Clemens Brentano y esposa de Von Amim, a Sophie Merean,
esposa de Brentano, a la finísima poetisa Karoline von Günderode, amiga de Bettina,
enamorada del filólogo Friedrich Creuzer -por quien se suicidó en circunstancias altamente
románticas- por citar a las más populares. Aunque es muy pronto para hablar de mujeres
liberadas, sí que eran liberales y, con su sensibilidad para el arte, la cultura y la amistad,
eran el alma de los grupos literarios o de las familias de amigos que se reunían al calor de
las letras y el arte. Con la misma habilidad con que manejaban las relaciones artísticas,
movían la pluma con gallarda y valiente feminidad cuando se trataba de injusticias sociales.
Bettina, autora de la bellísima Correspondencia de Goethe con una niña (1835), sale en
defensa de los hermanos Grimm, que han sido expulsados de la universidad de Gotinga
juntamente con otros cinco compañeros más: “joven Alemania, pura floración de nuestro
pueblo, santa juventud de nuestra patria, tú eres la semilla de un poderoso reino de héroes,
joven Alemania”.

Goethe como escritor universal


La literatura alemana alcanza su mayoría de edad con la obra inmensa de Johann Wolfgang
Goethe. Conviene tener en cuenta que apenas un siglo antes de la aparición del Götz von
Berlichingen y del Werther, la literatura en lengua alemana aún no se había impuesta del
todo a la tradición en lengua latina imperante en los territorios germánicos. La Aufklarung o
ilustración sancionó tanto el predominio del alemán como lengua de creación, cuanto el
remozamiento de una literatura aún bastante provinciana, que empezó a abrirse – sobre
todo con Lessing- a las influencias francesa e inglesa. Luego, y como reacción contra el
racionalismo ilustrado, surgieron los escritores del Sturm und Drang, con dos personalidades
importantes por su calidad de precursoras: Johann Georg Hamann, el “Mago del Norte”, y
Johann Gottfried von Herder. Y éstos fueron propiamente los antecedentes literarios de
Johann Wolfgang Goethe que, en su juventud, aportó al Sturm und Drang las dos obras
capitales antes mencionadas.
Goethe se puede abordar de muchos modos, aparte del ya considerado. Desde el punto de
vista de la formación histórica de la nación alemana, hay una especie de sincronía entre el
nacimiento de ésta y el escritor (cosa del que Goethe fue plenamente consciente: “Cuando
yo tenía dieciocho años, Alemania también tenía dieciocho años”). Esto ha llevado a
considerar al autor del Fausto como Nazionalpadagog, como educador del pueblo alemán,
al que muestra, en el proceso de su formación histórica, los rasgos distintivos de su
identidad cultural. De modo que ahí aparece ya el Goethe que puede ser visto como
“hombre de cultura”, con una misión pedagógica a desempeñar.
Y más o menos vinculada con esta consideración “hombre de cultura” está la del Goethe
“moralista”, la del sabio que a la manera de un La Bruyeré o un La Rochefoucauld ejerce de
entendedor de las distintas maneras del vivir humano, mostrándose él mismo en sus etapas
de autorrealización. Desde este punto de vista, cobra sentido la valoración de la obra
goethiana como suma de “fragmentos de una gran confesión”. El Goethe “moralista”, por
cierto, a veces es confundido malintencionadamente con un burgués disfrazado de
consejero áulico en la muy anacrónica corte de Weimar y sólo preocupado por el carpe
diem.
Y luego está Goethe “científico”, el naturalista que investiga el bios, que forja la hipótesis de
la protoplanta, que descubre el hueso intermaxilar, que trata de enmendarle la plana al
mismísimo Newton con su teoría de los colores… Dado que Goethe es tan indiscutiblemente
bueno como poeta, como dramaturgo y como novelista, en ocasiones se fuerza a la
pretensión de que, por dedicarse también al estudio de la ciencia era un “diletante”.
Todavía deberían considerarse otras facetad de la personalidad goethiana. Podría hablarse,
incluso, de un Goethe “estoico” que aparece muy discretamente conectado con la tradición
oculta y muy en particular con la alquimia. Sea cual fuera la valoración que ello comporte, lo
cierto es que el Fausto ha llegado a interpretarse en clave teosófica y ha merecido muy
serias disquisiciones por parte de la escuela psicoanalítica del Carl Gustav Jung.
Si las literaturas nacionales surgidas en la época del Renacimiento dieron a su Shakespeare
y a su Cervantes, sólo el retraso histórico en la formación de Alemania explica la tardía
aparición de Goethe en la segunda mitad del siglo XVIII. Pero como escritor tiene la
indiscutida universalidad que se asocia a los grandes autores, y sus peculiaridades son tan
específicas y tan intransferibles como las de cualquier otro genio de la literatura universal.

Los “fragmentos de una gran confesión”


Los primeros títulos que se conservan de Johann Wolfgang Goethe son del período 1765-
1769, cuando el autor estudiaba Derecho en Leipzig: se trata de las poesías del Libro de
Annette (1767), del poema Los caprichos del enamorado (Die Laune des Verliebten, 1767) y
de la comedia Los cómplices (Die Mitschuldigen, 1769); son esos los primeros “fragmentos”
de una vasta obra que el propio Goethe entendió como una “gran confesión”. Después de
este período inicial, viene otro (el de 1771-1775, cuando inicia la redacción de Fausto), en el
que el joven Goethe, de un salto adquiere reconocimiento como joven genio de literatura
alemana. Son los años del Sturm und Drang, el movimiento al que Goethe contribuye con
dos obras capitales: el drama Götz von Berlichingen (1771) y la novela Los sufrimientos del
joven Werther (Die Leiden desjungen Werthers, 1774). Este período fecundo ve nacer
también los dramas Prometeo (1774), Clavigo (1774), la primera versión de Egmont (1775) y
Stella (1776). Los primeros años de su estancia en Weimar, sin embargo, fueron poco
fructífero, literariamente hablando; es un período en el que comienza la novela Wilhelm
Meister, cuyo título original es Wilhelm Meisters theatralische Sendung, y la versión en prosa
de la tragedia Ifigenia. Pero hay que esperar al viaje a Italia (1786) para que un Goethe
reencontrado consigo mismo y de nuevo conectado con las aguas profundas de la
creatividad concluya Ifigenia (1787), la tragedia Egmont (1788) y el drama Tasso (1789).
A su regreso a Weimar, Goethe ha dejado atrás los “años de enfermedad”; las turbulencias
del Sturm und Drang, la esterilidad amorosa y otras formas de impotencia vinculadas al
wertherismo que tan certeramente había descrito en su juventud. A partir de ahora estará
por el clasicismo, sin importarle el auge del Romanticismo alemán, actitud que halla un claro
reflejo en las obras de estos años, como los Epigramas venecianos, la nueva ampliación del
Wilhelm Meister con el título de Los años de aprendizaje de Wilhlem Meister (1795-1796), la
epopeya Hermann y Dorotea (1797) y el drama burgués La hija natural (1789-1800).
A raíz de la muerte de Schiller en 1805, Goethe atravesó por una profunda depresión, pero a
partir de 1808, tras su célebre encuentro con Napoleón en Erfurt, dio comienzo al último de
sus períodos creativos, y sin duda el más grandioso, por cuanto dio fin a su obra máxima, el
Fausto. Precisamente en 1808, Goethe entrega la primera parte en la que no introducirá ya
ningún otro retoque, con el título de Fausto, una tragedia. En 1832, y unas semanas antes
de morir, todavía añade algunos detalles a la segunda y definitiva parte del Fausto. Entre
ambas fechas, no obstante, otros y muy importantes títulos ven la luz. En 1809, la novela
psicológica Las afinidades electivas; en 1816-1817, el viaje a Italia; 1819, poemas del Diván
del Occidente y Oriente y la Trilogía de pasión 1823 culminación de la lírica goethiana. El
amor que asaltó al viejo Goethe por la joven Ulrike von Levetsow es una de las
características de su vitalidad y su alegría de vivir, pero la Trilogía nacida de aquel amor y
de aquella crisis es algo muy distinto. También al último período creativo pertenece la
autobiografía Poesía y verdad.
Goethe y la “conciencia de clase”
En términos de la evolución histórica de la sociedad europea, cabe decir que la larga vida de
Goethe se desarrolló en la época decisiva para la hegemonía de la burguesía, pero que ésta
llegó a madurar más tarde en tierras germánicas que en los demás países de alta cultura, y
que el propio Goethe tuvo una posición ambivalente dentro de este proceso. En efecto,
Inglaterra, tanto en lo social como en lo económico, se situó a la vanguardia de Occidente
durante el siglo XVIII, y ya era posible hablar en ella de una primacía de la burguesía. En
Francia, como es de sobra sabido, la Revolución vino a ser la toma de poder – violenta a la
fuerza de retrasada- por parte de la cada vez más adinerada burguesía. Pero en tierras
germánicas la situación era aún más atrasada en lo social y el culatazo de la Revolución
francesa dio lugar a un endurecimiento asustado por parte de los pequeños príncipes.
Dentro de eso, podemos preguntarnos cuál era la “conciencia de clase” de Goethe: para
ello, es mejor prescindir de la referencia a la Revolución francesa, entre otras razones,
porque él mismo procuró no tomar partido de modo muy explícito, si bien quedó claro que
fue casi el único de los grandes escritores alemanes que en ningún momento manifestó
simpatías esperanzadas ante los grandes acontecimientos de París (en lo literario, en
Litlerarisches Sanculottisme, de antes de 1795, llega a decir que, aunque acaso los grandes
cambios históricos sean propicios para la producción de grandes logros literarios él prefiere
que en Alemania no haya trastornos que den lugar a obras memorables a tal precio). Por su
familia y su lugar de nacimiento, Goethe era todo lo burgués que se podía ser en el ámbito
germánico: de familia acomodada, Goethe dejaría a medio comenzar el ejercicio de la
carrera de abogado que hubiera sido la siguiente etapa lógica en la evolución de su estripe.
El heroico caso de Lessing ilustra lo difícil que era para un escritor vivir sin ser alimentado
por los príncipes: cuando traducía, excusaba lo minúsculo de su caligrafía diciendo que, si
hubiera escrito con legra más grande, no ganaría para papel (pero para esto nos podemos
remitir a Intriga y amor, de Schiller, con el maestro de música que ve en peligro el honor de
su hija). Pues bien, Goethe empieza por ufanarse de su origen burgués: “¿De dónde vino la
más hermosa educación/ si no fuera burgués?”, escribe una vez, aunque el término
burgerlich, en él, tiene siempre cierto sentido vago, eludiendo lo económico, como de “bien
educado”, que incluía a la baja nobleza. Pero, ala hora de la verdad, Goethe llegó a sentirse
incómodo con su condición burguesa – no, como podríamos pensar ingenuamente en
nuestros tiempos, por pensar en los de abajo, sino porque opinaba que esa educación, esa
Bildung, aunque pudiera empezar a nivel burgués, sólo podía llegar a plenitud en el nivel
aristocrático- Su portavoz, Wilhelm Meister, en la primer novela de su nombre, dice: ”No sé
cómo es en países extranjeros, pero en Alemania sólo el noble tiene la posibilidad de una
cierta formación Ausbildung) universal personalizada. Un burgués puede lograr mucho
mérito, y, en la más extrema necesidad puede formar su espíritu, pero su personalidad se
pierde póngase como quiera”. Y, tras exaltar la libertad espiritual del noble, Wilhlem
(Goethe) confiesa: “Tengo una propensión irresistible precisamente hacia ese desarrollo
armonioso de mi naturaleza que me está negado por mi nacimiento”. Nada más lejos, pues,
del ánimo de aquella “burguesía revolucionaria” francesa que había asaltado el poder en
1789 y que en 1830 recuperaría su hegemonía. Así igual cabe ver al consejero Von Goethe
como “escritor burgués” o como “traidor a su clase”, ennobleciéndose en Wimar: paradojas
de una rica personalidad.

Goethe en la historia de las ideas


¿Cómo sería posible una consideración de la obra goethiana en la perspectiva de la historia
de las ideas? No, ciertamente, incluyéndola en la historia de la filosofía propiamente dicha,
cuya índole abstracta no iba a de acuerdo con la mentalidad de Goethe (“nunca he pensado
sobre el pensamiento”); pero tampoco limitándonos a niveles más prácticos. Y eso que, por
ejemplo, en lo estético o en lo político habría mucho que anotar, siempre en un contrapeso
dialéctico que evita los extremos: así, él empieza rechazando las reglas de la preceptiva
neoclásica propias – en sus términos personales- del “entendido filosofizante neofrancés”
pero, por otro lado, cuando ve desbocarse a su alrededor la literatura de la pasión, le pone
un contrapeso clásico, invocando la Grecia ideal. Y en lo social y lo político, si por un lado se
declara libertario como artista, por otro lado, considera básico el orden público y el respeto al
poder establecido, según dice por boca de su personaje Wilhlem Meister. “El Estado y la
iglesia podrían en todo caso mostrar motivos para declararse dominantes, pues tratan con
las recalcitrantes masas, y, mientras se mantenga el orden, no importa por qué medios se
mantiene; pero en las ciencias (quizá mejor: en los saberes) es necesaria la libertad más
absoluta”.
Sin quedarnos en estos niveles ni remontarnos al nivel estrictamente filosófico, el
pensamiento de Goethe ofrece una fisonomía muy definida y unitaria, que quizá se puede
entender mejor con referencia a una polémica básica de entonces, la del epistolario Jacobi-
Mendelssohn: aquel denunció que toda filosofía organizada y sistemática, cuando más
naciente idealismo, tenía que ser en el fondo panteísta – si es que no materialista, lo cual
venía a ser lo mismo, puesto que para Spinoza, el patrono clásico, más o menos silenciado,
de los pensadores de entonces, materia e idea era los dos aspectos esenciales de Dios, de
su Dios o Naturaleza – y Goethe, sin pretender ser filósofo, entraba plenamente en la
tendencia dominante de su época hacia el panteísmo, sintiéndose en comunión con el
paisaje y la serenidad última de la tierra: ”sobre todas las cumbres /hay paz/ encima de los
árboles/ no ve/ apenas un aliento/ los pajarillos callan en el bosque/Aguarda un poco:
pronto/ descansarás también”; así decían, prematuramente, los versos que grabó Goethe
en la pared de una cabaña del bosque. Todo le parecía entrelazado en una armonía última:
“tal como todo se entreteje en el todo/una cosa en la otra actúa y vive”, escribe en otro
momento. Era pues, un pensamiento conciliador, sin contradicciones insolubles, ni aun en lo
conceptual: “Debemos pensar la ciencia necesariamente como arte si esperamos de ella
alguna manera de totalidad”. En 1815 escribe, casi testamentariamente, a un amigo que su
“habilidad radica en expresar en qué estamos de acuerdo, apartar a un lado todo lo
problemático, pone un fundamente en que puedan ustedes seguir congregándose,
estudiando y comunicándose”. Ese ánimo unitario, conciliador, tenía un aspecto primario de
carácter aparentemente más intelectual, en cuanto que era sobre todo visual: “Mi propio
mirar es un pensar, mi pensar es un mirar”. Pero también un alcance moral, eso sí, una
moralidad sin verdadera tragedia – que era lo que menos le iba a Goethe del mundo griego-
ni auténtico sentido de culpa – que sería demasiado cristiano para él-: “Toda infracción
humana la expía la pura humanidad”; esto es, a nuestro entender, lo esencial humano, no
por debajo de las imperfecciones de cada momento. Pero probablemente la grandeza y la
unicidad de Goethe implican la imposibilidad de dar un resumen de sus ideas dentro de la
“historia de las ideas”, porque su clave está en él mismo, en su actitud ante el mundo, con el
que él se sentía en un secreto acuerdo, negado a la mayoría de la humanidad, y que
determina en muchos una reacción entre admirativa y envidiosa, a la vez que relativiza el
valor de cada una de sus obras, si no se las ve como desprendidas de esa gran
personalidad.
Novalis y el idealismo mágico

Novalis es el seudónimo poético de Georg Philipp Friedrich von Hardenberg, (Wiederstedt,


2 de mayo de 1772-Weißenfels, 25 de marzo de 1801), fue un escritor y filósofo alemán,
representante del Romanticismo alemán temprano. Sin dudas, el poeta más profundo y de
mayores vuelos del romanticismo alemán. Él fue quien inmortalizó el símbolo romántico de
“la Flor Azul” (Die Blaue Blume), el objetivo nunca alcanzado y siempre anhelado,
encarnado en la poesía y el amor. En su breve obra, sintetiza y poetiza los grandes sistemas
filosóficos del romanticismo alemán, de su maestro Fichte y de Schleiermacher. Su
quijotesco propósito era “romantizar” el mundo, “trasformar lo cotidiano en sublime, lo finito
en infinito”, y hacer de las artes -derribando arbitrarias barreras- el arte universal,
intensificando las interrelaciones entre las ciencias naturales, la poesía y la filosofía, sobre
una base religiosa. Como buen romántico, murió víctima de la tuberculosis antes de
alcanzar los treinta años. Estudió – contra su voluntad- Derecho en Jena, pero asistía
principalmente a las clases de historia de Schiller y a las de filosofía de Fichte. Continuó sus
estudios en Leipzig, donde conoció a Friedrich Schlegel, con quien trabará amistad y quien
influirá notablemente en su obra. Las matemáticas y las ciencias naturales le atraían más
que el derecho, y acabó por dedicarse a la ingeniería. Consiguió seguidamente un puesto
administrativo en las salinas de Weissenfels. En 1795 conoció y se enamoró locamente de
una niña de trece años, Sofía von Kühn, quien tendrá un papel decisivo en su vida y obra.
Sofía muere después de larga enfermedad, quedando el poeta sumergido en la soledad y en
la desesperanza. Unos meses después de la muerte de su amada, en mayo de 1797,
comenzará a escribir los famosos “Himnos a la noche”, obra que no publicará hasta 1800.
Novalis procedía de una familia pietista. Su profunda religiosidad y una vivencia -que nos
recuerda a nuestro Cadalso, aunque sólo en lo anecdótico- una especie de éxtasis junto a la
tumba de su amada, marca el nuevo rumbo que tomó su vida. Como se verá, Novalis es una
especie de místico protestante con evidentes afinidades con el catolicismo, aunque su
actitud espiritual se remonta a las esencias mismas del antiguo cristianismo.
El poeta Novalis, versado en ciencias naturales y en la filosofía fichteana, corporeiza en su
obra poética y narrativa, en sus Fragmentos o aforismos, una nueva religión natural de sello
ecuménico. Y un idealismo apodado mágico. La poesía para Novalis es la realidad mágica
del sueño, en la que éste se convierte en realidad y la realidad en sueño. Sueño y realidad,
misteriosos secretos mágicos, serán el final -inconcluso- de Enrique de Ofterdingen, el gran
proyecto novelístico de Novalis, la historia del poeta medieval que se lanza a la búsqueda de
“la Flor Azul”, símbolo de la belleza, la felicidad y las ilusiones inalcanzables. La primera
muestra de su talento literario fue su breve narración. Los discípulos de Sais (1789), basado
en un poema de Schiller, donde introduce uno de los cuentos más bellos del romanticismo
alemán, Jacinto y Rosaflor. El discípulo que busca revelaciones en el mundo circundante no
las encontrará finalmente más que en su propio ser. La cristiandad o Europa (1799) es un
ensayo político-filosófico en el que Novalis, fascinado por la Edad Media, ensalza “los
hermosos tiempos en los que Europa era un país cristiano, cuando una cristiandad única
habitaba este continente.

Los Himnos a la noche
Los Himnos a la noche (Hymnen an die Nacht) aparecieron en la revista Athenaeum en el
año 1800, pero su elaboración comenzó bastante tiempo antes. Los Himnos a la Noche
constituyen una de las obras más hermosas del romanticismo universal. La redacción de los
himnos está vinculada con la muerte de Sophie von Kühn, en 1797. Días después Novalis
pierde a su hermano Erasmo. La sombra de los muertos y sobre todo de la muerte se posa
sobre la cornisa de la cotidianeidad de Novalis. Los estudios más modernos aseguran que
los Himnos fueron escritos entre 1799 y 1800, y luego publicado por primera vez en
Athenaeum, que editaban los hermanos Schlegel, en agosta de 1800, aunque todo apunta a
que hubo una edición anterior en verso libre, en todo caso, es una colección de poemas en
donde a la diurna fe de la Antigüedad se contrapone la concepción de la noche como
misterio creador de la vida y de la muerte, del milagro y de la redención cristiana.
El poema de la noche principia con una pequeña súplica que ensalza el reino de la luz, pero
únicamente par que en violenta discordia el poeta se aleje de ella y se regrese hacia la
misteriosa noche.
En la oposición entre los dos términos, luz y sombra, día y noche, se sostiene y nivela toda
la construcción de los himnos, pero en los términos y en su conformación se ensalza un
manojo enmarañado de significados. Lo múltiple, la variedad del contenido en la unidad de
una intuición es concepto principal en Novalis.
Los dos primeros himnos en una sucesión vertiginosa de imágenes ponen en manifiesto el
sentido oculto en los símbolos del día y la noche, oponiéndolos: la luz es el reino de la
acción y el movimiento incesante, el lugar del trabajo, de la actividad, del infausto trajín; es
el reino de los límites y las diferencias, de la separación y la determinación, de las cosas
distintas: “Buscamos por doquiera el absoluto (das Unbedingte: lo no cosificado) y sólo
encontramos cosas”, dice un fragmento de 1797.
La luz representa a su vez en este primer enfoque, el tiempo restringido de la vida, la vida
como determinación del tiempo; por ello Novalis la simboliza como el mecanismo del reloj; y
sin embargo, en las primeras líneas la luz aparece como “alma íntima de la vida”, como la
esencia que respira el poeta, figurado en la alusión al egregio extranjero en cuyos labios
abunda el canto. La luz se hace esencia destilada que respiran todos los hombres y seres
terrenales convive en esto primeros himnos con una luz imaginada en su aspecto externo,
acción y movimiento autónomo de la materia. ¿Juega Novalis con dos significados del
concepto luz?, la que podemos denominar de la hora, la cotidianeidad, la vigilia,
ahuyentadora del sueño, del amor y de la noche; y a la otra, la luz primigenia y
trascendente, hogar donde coexisten los dioses, la de la deshora, del ensueño; es a ella a la
que canta el poeta durante esos primeros cantos.
Así nace desde la luz, los hijos de la Madre Noche que circunda en su manto a los amantes
y a los afligidos. Uno por uno de sus atributos se oponen a los de la luz; es la eternidad y la
infinitud sin tiempo y sin espacio, la deserción de los límites, la indiferencia, la embriaguez -
opio, vino y amor- la unión amorosa, la inconciencia, todo lo que excluye en fin el trabajo
diario, la reflexión sobria, el reloj; es la gran madre, la dueña del amor creador y por
consiguiente Sophie es convertida en símbolo del amor y de lo eteno femenino. Ella es la
primera síntesis entre la luz y la sombra, entre la vida y la muerte, entre el fuego y el agua;
aquella que guía al poeta por los túneles de la noche que no es otra cosa que la propia vida,
la vida que está por encima de la muerte y lejos de la luz terrestre.
La visión de Sophie se hace, a partir de ahora, la mediadora entre la vida y la muerte, entre
la luz y la noche. Desde el corazón de la Muerte la Madre tiende su mano salvadora al hijo
para dar pie a una nueva cadena que sustituye las cadenas rotas de la luz. Todo se vuelve
entonces otro mundo. El otro mundo: más allá, del otro lado, son términos claves en la
poesía de Novalis en torno a los cuales gira su concepción de la noche. Al final del poema
queda claro todo su sentido. Es una historia mítica del universo que resiste a la cronología y
en la que el poeta afirma una concepción no histórica de la realidad. Al imperio del destino
sigue la Edad de Oro, cuando dioses y hombres eran parientes y coexistían en el mismo
paraíso. “El poeta alude sucesivamente a Tesis, Hebel, Dionisio, Deméter y Afrodita. Los
dioses hacen de la noche su nueva morada y la luz terrestre es despojada de su divinidad;
y, por fin, advenimiento de Cristo quien surge como una transformación de las antiguas
divinidades exiliadas.
Con el cristianismo se realiza la reconciliación en una nueva creación. Muere la muerte, que
no es sino el tránsito a la vida eterna, y la unidad de la luz y la noche que al principio del
poema se prefiguraba en Sophie se realiza totalmente en la faz del Padre que da figura a la
claridad divina, conciliación de la luz y la sombra, como parece indicarlo un poema
ligeramente posterior a los Himnos: “Cuando la luz y la sombra se acoplen de nuevo para
volver a engendrar pura claridad”.
Finalmente, hay que acotar que los dioses no han muerto, tan sólo se han dormido en la
noche y reaparecen siempre, grandiosamente transformados en Cristo y en la Virgen María;
viven inmortales en el corazón del hombre, pues lo que canta Novalis no sucede en la
Historia sino que se da perenne y sincrónicamente en el alma humana como una
acumulación de vivencias que le abren las puertas de la eternidad.
 Leer los poemas de “Himnos a la Noche”.
Hermanos Grimm
Los hermanos Grimm recopilaron y adaptaron los cuentos y las leyendas que corrían de
boca en boca por los bosques y pueblos alemanes. Rescataron a “La Cenicienta”, “La Bella
Durmiente”, “Caperucita Roja”, “Blancanieves”, “Hansel y Gretel” y otras historias que, como
ellas, se hicieron célebres en todo el mundo. Los reunieron en un libro al que titularon
“Cuentos infantiles y del hogar” que fue editado en 1812.

Fueron bibliotecarios, filólogos, estudios del folklore y de la lengua alemana.


Los Grimm emprendieron la enorme tarea de iniciar el primer Diccionario alemán, que fue
completado en 1960, un siglo después de la muerte de ellos.
Vivieron en una Alemania muy particular, dividida en feudos y principados, invadida por
Napoleón, y con gobernantes que buscaban suprimir la cultura alemana.
Si bien no se los puede considerar como pertenecientes a un movimiento social y literario
determinado, podemos decir que transitaron por el romanticismo alemán del siglo XIX.
Como románticos se inclinaron por buscar las fuerzas creadoras en el sueño y en el enigma
de los mitos. Creyeron en la presencia de lo mágico y lo fantasmal en la vida cotidiana y
rechazaron el espíritu racional e hipercrítico de la Ilustración y el Neoclasicismo.
Defendieron la supremacía del sentimiento frente a la razón, dándole preponderancia a los
sentidos y al alma y siendo atentos a las voces de la naturaleza.
Alemania se encontraba en una circunstancia difícil cuando las ideas románticas comienzan
a impregnar Europa. Sin embargo, en un esfuerzo de reunificación, Alemania consiguió
hacer suyo el concepto de Romanticismo. Pero antes de lograrlo tuvieron que superar la
división del poder que existía en los diversos Estados alemanes. Frente a esa división, una
corriente unitaria se extendió por todo el territorio y la teoría nacionalista cobró forma. A esta
tarea se dedicaron los hermanos Grimm.
Sus vidas
Fueron inseparables. Soñaron juntos con una Alemania unida. Lucharon por rescatar las
tradiciones populares y por lograr que la lengua nacional se unificara.
Jacobo (1785-1863) y Wilhelm (1786-1859). Los hermanos nacieron en la localidad
de Hanau, estado de Hesse-Kassel, actual Alemania, Jacob en 1785 y Wilhelm en 1786 y
vivieron casi toda su infancia en la cercana Steinau.
Jacobo estudió Derecho en la Universidad de Marburgo y Wilhelm siguió sus pasos.
Tuvieron como profesor a Friedrich Karl von Savigny, abogado alemán, fundador de la
escuela histórica alemana. Él los contactó con el escritor Clemens Brentano (1778-1842),
uno de los más grandes representantes del movimiento romántico alemán.
En 1808, año en que murió su madre, Jacob consiguió un puesto en la biblioteca privada del
rey. En tanto, Wilhelm viajó a Berlín invitado por el escritor Achim von Arnim, con motivo de
estudiar la obra El cantar de los nibelungos, escrita alrededor de 1200. Cuando regresó se
puso en contacto con J. W. Goethe (1749-1832), gran figura en el mundo literario, quien les
facilitó buenos contactos. En 1813 Jacob comenzó a trabajar al servicio del príncipe, donde
tuvo que recuperar libros y objetos de arte perdidos durante la invasión francesa. En ese
momento los hermanos empezaron a interesarse por las lenguas antiguas y medievales,
que después les facilitaría el estudio de lengua alemana.
En 1829 formaron parte de la famosa Universidad de Gotinga. Allí se relacionaron con otros
intelectuales y firmaron, en 1833 el Manifiesto de los siete. Se opusieron con firmeza al rey
Ernest August por abolición de los derechos constitucionales. Después de esto fueron
expulsados de Gotinga y del reino de Hannover, y regresaron a Kassel. Wilhelm se casó y
tuvo hijos y Jacob vivió con él y su familia. Ambos escribieron el primer Diccionario alemán,
donde recolectaron todos los vocablos de esa lengua. Pusieron en esta obra mucho
entusiasmo y publicaron el primer tomo en 1854.
Wilhelm murió en 1859 en Berlín y Jacob Grimm en 1863. A Jacob lo enterraron junto a su
hermano.

La ruta de los cuentos


La ruta que los Grimm trazaron con sus cuentos tiene un ambiente característico que
acompaña a los viajeros: el bosque. Para viajar y saborear profundamente los símbolos de
sus cuentos hay que internarse por él, escuchar sus sonidos y oler su humedad.
Los hermanos Grimm hicieron un recorrido de recolección de historias que comenzó en
Hanau, un pueblo de comerciantes que queda a 18 km de Francfort. Allí nacieron y durante
la infancia vagaban libremente por la campiña donde surgió, como ellos mismos dijeron, su
“espíritu de coleccionistas” mientras cazaban mariposas e insectos. Nada queda de la casa
de los Grimm en Hanau. Al igual que la mayoría de las casas que alguna vez habitaron, fue
destruida por los bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial. Una estatua de bronce
de los hermanos se levanta frente al palacio de gobierno y marca el inicio de La Ruta
Alemana de los Cuentos. Una sinuosa ruta, desde Hanau hasta Bremen, de más de 600 km,
que serpentea por el centro de Alemania hacia lugares que tienen que ver con los Grimm o
sitios tan pintorescos que llevan a los viajeros a sentirse en un cuento de hadas.
La geografía que trazaron los cuentos de los Grimm surcó bosques, castillos, cabañas y
calles de las aldeas que existen tal como ellos los describieron.

La obra de los hermanos Grimm


Los creativos autores pretendían devolver al pueblo alemán su bagaje cultural y fortalecer su
espíritu nacional.
El mayor contenido de la obra de los Grimm lo constituyen los cuentos tomados de
narraciones orales.
Los 210 relatos que recopilan forman una antología de hadas, fábulas y alegorías religiosas.
La primera edición de Cuentos infantiles y del hogar, en 1812 no fue escrita para ser leída
por niños, sino para que se los leyeran los adultos. Inicialmente los Grimm no quisieron
utilizar ilustraciones, y las notas a pie de página, donde daban explicaciones eruditas,
ocupaban casi tanto espacio como los propios cuentos.
Comenzaron recopilando canciones y relatos para colaborar en el proyecto de Achim von
Arnim y Clemens Brentano, quienes querían publicar una obra que reuniera cuentos y
canciones populares, pero no llegaron a hacerlo juntos. Se dividieron: los Grimm se
dedicaron a los cuentos, mientras los otros escritores recolectaron canciones.
La única fuente de la que bebieron los hermanos fue la transmisión oral. Su afán por la
conservación de la pureza de las fuentes orales los llevó a incluir sólo aquellos relatos de los
cuales estaban plenamente seguros de haber sido transmitidos fielmente. Para ello utilizaron
un lenguaje sencillo y expresivo, sin complicaciones. Tenían predilección por ciertas
palabras y giros arcaicos y era frecuente el uso de onomatopeyas, refranes y
comparaciones.
“La edad para escuchar estos cuentos va desde los tres años a la muerte. Nuestro mundo
puede parecer demasiado tecnificado y frío. Todos necesitamos estos cuentos para calentar
nuestras almas”, dijo la narradora alemana Elfriede Kleinhans.

Respuesta de los lectores


Durante el siglo XIX los cuentos de los Grimm fueron condenados, porque se decía que
tenían un crudo contenido. Los padres y educadores se oponían a los penosos castigos que
sufrían los villanos. Por ejemplo, en la versión original de Blancanieves la madrastra es
condenada a bailar con unos zapatos de hierro ardiente hasta caer muerta. Esto les dio
mala fama. Sin embargo, fueron cada vez más leídos. Y con el surgimiento de un nuevo
público, el de los niños, los hermanos Grimm se dedicaron a refinar y suavizar sus cuentos.
A partir del siglo XX en adelante el número de lectores creció y comenzó a adaptarse y
traducirse sin tregua, al punto de perder en el camino su originalidad. Con el afán de
suavizarlos se los fue deformando y muchos desconocen hoy los textos originales.
Los Grimm hoy
Los ejemplares manuscritos de los Cuentos infantiles y del hogar de los Grimm, fueron
declarados Patrimonio Documental de la Humanidad por la UNESCO.
La Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y Cultura (UNESCO)
reconoció en concreto 14 tomos de cuentos y dos de comentarios de la obra de los Grimm
que datan de entre 1812 y 1857. Las obras se encuentran en el Museo Grimm de Kassel,
que cuenta con la mayor compilación alemana de esos escritores, calculada en más de 35
mil tomos, y proceden del legado personal de la propia familia Grimm. En el año 1850,
Wilhelm Grimm decía acerca de su obra: “¡Qué excepcional era nuestra colección cuando
apareció por primera vez!¡Y qué rica cosecha ha producido desde entonces! En aquel
tiempo, la gente sonreía con indulgencia cuando afirmábamos que en estos relatos se
conservaban ideas i intuiciones cuyo origen debía buscarse en las sombras de la
antigüedad. Ahora apenas se lo niega”.
Más de un siglo y medio después, este comentario no solo se confirma, sino que supera
todo sueño que pudieran haber tenido los hermanos Grimm.

1- Leer cuentos algunos de los cuentos.

William Blake (Reino Unido, 1757–1827)


Poesía y arte. Para William Blake estas disciplinas eran complementarias, por lo que
siempre que pudo las fusionó. Fue de estos artistas visionarios que se adelantó
al romanticismo y al simbolismo (algunos dirían que también al surrealismo, por su uso
del delirio y el sueño) creando una mitología propia basada en su
extraordinaria espiritualidad y un misticismo muy cercano al ámbito esotérico. Quizás por
eso fue considerado un artista maldito, un loco que sólo sería comprendido y apreciado
años después.
Blake tuvo visiones desde la infancia: Ángeles y presencias que nadie más podía percibir y
que influirían en su arte posterior. Se inició en el grabado a los 14 años y se centró en
la historia y las leyendas, despreciando las modas neoclásicas de la época y el
pensamiento racionalista imperante. Admiraba a Miguel Ángel, un artista muy impopular en
esos años, y usaba su mente (incluidos sus sueños) como lugar de inspiración.
Para Blake no había nada más sublime que la imaginación, que era «inmortal, eterna e
inagotable» y a ella consagró todo el arte que realizó hasta su muerte. Esto chocaría con
sus contemporáneos, que todavía no estaban preparados para esa corriente pre-
romántica, por lo que sería rechazado y tachado de excéntrico.
Para Blake, el artista (o su sinónimo, el profeta) interpreta la realidad mediante una obra
simbólica que el público debe interpretar. Un ser de espíritu libre que ilustra su mundo
interior y por lo tanto evoca lo enigmático y fantasioso, más que lo bello y lo armonioso. El
artista fusiona las formas neoclásicas (que ya estaban agotándose) con las
búsquedas románticas (lo incomprensible, lo inconmensurable: lo sublime) que surgirían
unos años después y con ello se convierte en el paradigma del artista visionario, un
adelantado a su época que gozaría del respeto de las generaciones posteriores, desde
los simbolistas hasta grupos de rock como The Doors, bautizados así por un poema
de Blake:

Si las puertas de la percepción


se purificarán todo se le aparecería
al hombre como es: infinito.
El nacimiento de la poesía romántica
EL fundamento político de la poesía romántica inglesa se halla oscurecido por la revolución
europea y la reacción inglesa contra tal revolución. La Inglaterra en la que se criaron Blake y
Wordsworth era un país alejado ya cien años de su única gran revolución: el movimiento
puritano. El acontecimiento político más relevante en los primeros años del siglo XIX en
Inglaterra fue precisamente el que nunca llegó a ocurrir: la repetición entre los londinenses
de la revolución llevada a cabo por los parisinos. [...]
Ningún crítico marxista inteligente y esmerado ha estudiado aún en detalle toda la literatura
del Romanticismo inglés, y me estremezco al imaginar una lectura de la épica de Blake o
del Don Juan de Byron meramente a la luz del determinismo económico. Con todo, un
estudio de tales características revelaría muchas cosas que son por ahora sólo materia de
especulación, pues la era romántica vio el final de una Inglaterra antigua y pastoral y el
comienzo de la Inglaterra que tal vez agoniza en este momento. Cuando nació Blake, en
1757, e incluso hasta 1770, cuando nació Wordsworth, Inglaterra era todavía una sociedad
fundamentalmente agrícola. Cuando Blake murió, en 1827, Inglaterra era una nación
resueltamente industrial, y hacia 1850, cuando Wordsworth murió, Inglaterra era desde todo
punto de vista el objeto más adecuado para el análisis económico marxista tal como se
plasmó en El Capital . El poder de Inglaterra había pasado de manos de una aristocracia
establecida, poseedora de inmensos latifundios, y una clase media alta de comerciantes de
Londres, a un agrupamiento mucho más amorfo que combinaba a dichos sectores con una
nueva clase de empresarios industriales. Y el pueblo de Inglaterra ya no era sólo un
campesinado y artesanos urbanos sino que ahora se componía también de una ingente y
torturada clase trabajadora industrial. Durante el último cuarto del siglo XVIII, esa clase
emergente se vio perturbada por dos revoluciones extranjeras, distintas a cualquier otra
conocida anteriormente en la Europa moderna. La Revolución Norteamericana nos parece
hoy bastante moderada, pero para Blake fue la primera voz de la mañana y adquirió en su
simbolismo una importancia incluso mayor que la atribuida a la Revolución Francesa. La
Revolución Francesa, el cataclismo social moderno más genuino, constituye el factor
externo más importante que ha condicionado la poesía romántica, como puede advertirse
en El matrimonio del cielo y el infierno de Blake, El Preludio , de Wordsworth, y Prometeo
desencadenado de Shelley.
El gobierno inglés bajo el que vivieron Blake y Wordsworth estuvo comprometido durante la
mayor parte de sus vidas en guerras continentales, en reprimir la disidencia interna, o en
ambas cosas a la vez. El Londres de la última década del siglo XVIII y la primera del XIX es
el Londres mostrado en el poema de Blake que lleva ese título en Cantos de experiencia :
una ciudad en la que las tradicionales libertades inglesas, en cuanto a prensa y opinión y
derechos de petición y asamblea, han sido negados regularmente. [...]
Entre las voces que se levantaron contra esta represión se encontraban Tom Paine, quien
tuvo que huir para salvar su vida a Francia, donde luego estuvo a punto de perderla de
nuevo, y una figura mucho más significativa, el filósofo anarquista William Godwin, principal
teórico inglés de la revolución social. Godwin se sumió en un tímido silencio durante el
contraterror inglés, pero su materialismo filosófico fue crucial para el primer Wordsworth e
igualmente para el joven Shelley, aunque ambos poetas se separaron de Godwin en sus
obras de madurez.
Por detrás de la visión materialista de Godwin había conciencia de que los viejos modos de
pensamiento estaban agonizando junto con la sociedad que los había configurado. Cuando
Blake tenía ocho años, se perfeccionaba la máquina de vapor: aquello que en su poesía
debían ser imágenes de labor profética se disponía a encontrar sus imágenes antagónicas
en los hornos y fábricas de otra Inglaterra. El año de nacimiento de Wordsworth tenemos la
irónica yuxtaposición del poema de Goldsmith La aldea desierta , triste celebración de una
Inglaterra ancha y pastoral desvaneciéndose en haciendas aisladas y trabajadores
vagabundos como resultado del alambrado. "Naturaleza", hasta donde tenía para Pope un
sentido corpóreo, fenoménico, era una palabra blanda, que representaba el regalo de Dios
mostrándose por todas partes a su alrededor. La naturaleza wordsworthiana, la dura y
fenoménica otredad que se opone a todo lo que hemos hecho y dañado, participa de su
complejo origen a partir de esta vasta dislocación social.
La miseria real ocasionada en Inglaterra por estos cambios económicos y sociales fue de
una proporción sin igual desde la Muerte Negra en el siglo XIV. Las guerras francesas,
contra las cuales la poesía de Blake protestaba con pasión bíblica, fueron típicas de todas
las guerras modernas libradas por los países capitalistas. Las enormes ganancias para las
clases industriales estuvieron acompañadas de inflación y desabastecimiento para la masa
del pueblo; la victoria sobre Napoleón reveló las desventuras endémicas de la sociedad
capitalista cuando estalla la paz: una enorme depresión económica, desempleo, hambre y
mayor malestar social.
Este malestar, que no hubo forma de canalizar en una organización o voto de protesta,
condujo a asambleas públicas multitudinarias, motines, y lo que se denominó rotura de
estructuras, un intento directo de poner fin al desempleo tecnológico mediante la destrucción
de las máquinas. El gobierno reaccionó decretando que el quiebre de las estructuras se
castigaría con la muerte. El clímax de agitación popular y brutalidad gubernamental se
produjo en agosto de 1819, con la Masacre Peterloo en Manchester. [...] Por un instante,
Inglaterra estuvo al borde de la revolución, pero faltaron líderes de suficiente fuerza e
iniciativa para organizar la indignación de la masa del pueblo, y el instante pasó. [...] De este
modo, las energías políticas de la época no carecían de fundamento, incluso en Inglaterra,
pero a los idealistas de todo género que vivían en Inglaterra en las primeras tres décadas
del siglo XIX les parecía que una nueva energía había nacido al mundo y había muerto
precozmente. Los grandes escritores ingleses del período reaccionaron ante una situación
estancada en el recogimiento, interno o externo. En Blake y Wordsworth, este movimiento
interno llevó a crear una nueva clase de poesía: creó la poesía moderna tal como la
conocemos.
Por Harold Bloom
Lakistas
Los poetas lakistas fueron un pequeño grupo de poetas ingleses de comienzos del siglo
XIX. Compusieron, entre 1798 y 1815, los primeros poemas de tendencia
claramente romántica. Son considerados parte del movimiento romántico.
Como grupo, no siguieron ninguna "escuela" de pensamiento o práctica literaria conocida
por entonces, aunque fueron menospreciados en conjunto por el Edinburgh Review.

Poetas del grupo


Formaron este grupo William Wordsworth (1770-1850), Samuel Taylor Coleridge (1770-
1834) y Robert Southey (1774-1843). Vivieron junto a los lagos del Noroeste de Inglaterra,
en la zona conocida como Lake District, región de los lagos, (Cumbria), inspirándose en los
encantos de su naturaleza.
Thomas Gray fue el primer autor que llamó la atención sobre la región, cuando escribió un
diario de su Grand Tour en 1769. Como precedente se cita a Samuel Rogers (1762-1832),
poeta prerromántico.
Fueron los poemas de William Wordsworth, verdadero jefe de la escuela lakista, los más
famosos e influyentes. El poema de Wordsworth I Wandered Lonely as a Cloud, inspirado
por la vista de narcisos en las orillas de Ullswater, sigue siendo uno de los más famosos
en lengua inglesa. De sus ochenta años de vida, sesenta los pasó entre sus lagos y
montañas, primero como un niño de escuela en Hawkshead, y después viviendo en
Grasmere (1799-1813) y Rydal Mount (1813-50).
En la iglesia de Grasmere fueron enterrados el poeta y su mujer, y muy cerca quedan los
restos de Hartley Coleridge (hijo del poeta Samuel Taylor Coleridge), que vivió durante
muchos años en Keswick, Ambleside y Grasmere. Robert Southey, amigo de Wordsworth,
residió en Keswick durante cuarenta años (1803-43), y fue enterrado en el cementerio de
Crosthwaite. Samuel Taylor Coleridge vivió algún tiempo en Keswick, y también con los
Wordsworth en Grasmere.
Influyeron en muchos otros poetas, pudiéndose citar, entre otros, al estadounidense William
Cullen Bryant (1794-1878). Thomas Temple (1775-1845) y Walter Scott (1771-1832) son
otros dos poetas considerados lakistas.
Igualmente, se relacionan con esta tendencia poética: James Montgomery (1771-
1854), Walter Savage Landor (1775-1864), Thomas Campbell (1777-1844), Ebenezer
Elliot (1781-1849), James Sheridan Knowles, el escocés Wilson, Henry Milman (1791-1868)
y dos poetisas: Felicia Dorothea Hemans y Leticia Landon.
Lord Byron
George Gordon Byron (Londres, 22 de enero de 1788-

Mesolongi, 19 de abril de 1824), conocido como lord Byron, fue un poeta del movimiento
del romanticismo británico, considerado por algunos uno de los mayores poetas en la lengua
inglesa y antecedente de la figura del poeta maldito. Debido a su talento poético, su
personalidad, su atractivo físico y su vida de escándalos, fue una celebridad de su época.
Fue sexto barón de Byron.

Obra poética
Byron fue un escritor prolífico. En 1833 su editor John Murray publicó 17 volúmenes sobre
toda su obra, incluyendo la biografía de Thomas Moore. Su gran obra, Don Juan, un poema
de 17 cantos escrito en ottava rima, fue uno de los más importantes poemas largos
publicados en Inglaterra, desde El paraíso perdido de John Milton. Don Juan incluye
elementos satíricos, polémicos y profundas reflexiones filosóficas e influyó a nivel social,
político, literario e ideológico. Su recepción fue controvertida, ya que fue acusado de
inmoralidad. El poema, al igual que Las peregrinaciones de Childe Harold, se caracteriza por
la carismática personalidad del narrador, que aúna el texto y a menudo recurre a
digresiones. Don Juan sirvió de inspiración para los autores victorianos y quedó inacabado
debido a la prematura muerte de Byron.

Influyó en los autores románticos del siglo XIX, sobre todo por sus héroes o antihéroes
(véase: Héroe de Byron). Sus personajes presentan un idealizado pero defectuoso carácter
cuyos atributos incluían:
 Un gran talento.
 Gran exhibición de pasión.
 Aversión por la sociedad y por las instituciones sociales.
 Frustración por un amor imposible debido a los límites impuestos por la
sociedad o la muerte.
 Rebeldía.
 Exilio.
 Oscuro pasado.
 Comportamiento autodestructivo.
Las obras Las peregrinaciones de Childe Harold, Lara, Manfredo y Don Juan contienen
ciertos aspectos y referencias autobiográficas.
También escribió poemas breves como Oscuridad, que tiene un tono apocalíptico inspirado
por las consecuencias de una erupción del volcán Tamora; poemas líricos como Ella camina
en belleza; pequeños poemas narrativos como El Prisionero de Chillon; y otros más
extensos de evidente contenido polémico como The Vision of Judgment, un texto en el que
caricaturiza y critica duramente a Robert Southey.
En la España absolutista del rey Fernando VII y en una América hispana que luchaba por su
emancipación, la vida y obra de Byron tuvieron una gran influencia y sirvieron de inspiración
a los poetas del Romanticismo.
Fue un autor admirado por muchos de sus contemporáneos, como Goethe, Alphonse de
Lamartine, Jan Potocki, y por otros de generaciones inmediatas, como Edgar Allan
Poe (quien basó muchas de sus Narraciones extraordinarias en personajes de
Byron), Gustavo Adolfo Bécquer, Mijaíl Lermontov, Alejandro Pushkin, José Mármol, Víctor
Hugo, Alejandro Dumas y Charles Nodier.

Escuela cockney
La escuela cockney (en inglés, Cockney School) fue una escuela literaria que formaría el
núcleo de la segunda generación de poetas románticos británicos «encabezados» por Leigh
Hunt, John Keats, Percy Shelley y lord Byron y, de entre los escritores, William
Hazlitt o Charles Lamb,1 artistas e intelectuales, todos ellos afines al movimiento reformista
—tanto política como estilísticamente hablando, que colaboraban con Hunt y sus
publicaciones, el Examiner, el Indicator y The Liberal.
Aunque fueron asociados casi exclusivamente con Londres y su área metropolitana en lugar
de al medio rural y tradicional, cuyo tratamiento idílico estuvo asociado a la primera
generación de poetas románticos, el uso como insulto del término «cockney» para referirse
a este colectivo se debió más bien a la imagen chulesca y barriobajera asociada a
los castizos londinenses. El propio Byron, cuyas relaciones con sus colegas eran
complicadas, se refiere al grupo como la «escuela suburbana».
El círculo incluía, además de Hunt y los poetas Keats, Byron y Percy Shelley, a la esposa de
este, Mary Shelley, William Hazlitt, Charles Lamb, Benjamin Haydon y Thomas Love
Peacock, entre muchos otros.
Por otra parte, lo que hoy en día más se valora del uso que hicieron estos poetas del
patrimonio clásico griego, fue precisamente lo que en su día sería más controvertido y
denostado.
El nombre surge en la ofensiva lanzada por la influyente publicación Blackwood's Magazine,
en 1817, en una serie de artículos anónimos escritos en un primer momento por un tal «Z»,
y después seguida por otros colaboradores afines a los tories en la misma publicación y en
otras publicaciones conservadores, como Quarterly Review. Preocupadas por lo que
consideraban una democratización de la literatura y, con la premisa de que la poesía era un
asunto de caballeros, no de las clases inferiores, criticaban a esta generación de poetas por
ser de una clase social inferior, la plebe, —que, según alegaban estos medios, no debería
dedicarse a la poesía— que pretendía escalar socialmente, de ser «moralmente
depravados», «libertarios» y «afeminados», entre otras descalificaciones.
Aunque la primera tanda de ataques fueron dirigidas a Hunt, «cuyas opiniones políticas
están viciadas por una mezcla nociva del libertario y jacobino…» (Gazette 4, mayo de 1822),
la segunda fue dirigida principalmente hacia Keats —quien, según la reseña
en Blackwood's de su obra Endimión, «pertenece a la Escuela Cockney de Política y a la
Escuela Cockney de Poesía»— y criticó los aspectos físicos e incluso sexuales del poeta y
de su obra. Con el tiempo, Keats, afectado por las críticas, iría distanciándose del grupo.
Otro motivo de crítica hacia las obras de la escuela cockney, expresado por destacadas
figuras como Wordsworth y Coleridge, fue su afinidad a la mitología griega, interpretándolo
como una preferencia no apropiada para la mitología pagana frente al cristianismo.
La narrativa romántica

LA NARRATIVA ROMÁNTICA Fue un movimiento que generó dominio sobre la literatura,


originado en Europa a finales del siglo XVIII y parte del siglo XVIIII.
Se caracteriza por utilizar: -Imaginación -Subjetividad -Libertad de Pensamiento -
Expresión -Idealización de la naturaleza
Su significado original es “Semejante Romance” y fue empleado por primera vez en
Inglaterra para el siglo XVIII. Se utilizó este significado para restarle importancia a los
elementos fantásticos de las novelas de caballería de moda en la época.
Fue de Carácter Revolucionario por: Se proyecta en todas las artes y constituye la
esencia de la modernidad.
La Narrativa Romántica fue inspirada por: Jean-Jacques Rousseau y Johann Wolfgang
Von Goether.
En general, los rasgos característicos de la narrativa en el romanticismo son:
 Temas y motivos: deseo de libertad, lucha del individuo contra los
convencionalismos sociales, ansia de justicia, búsqueda del amor ideal, el ser
humano a merced del destino...

 Personajes: marginados o automarginados, seres rebeldes que pueden


estar atormentados o ser héroes liberadores; en cualquier caso, encarnan los
principios románticos y muestran sus conflictos interiores, es decir, sus deseos y
fantasías, sus pasiones y sus temores.

 Acción narrativa: se articula en torno a momentos de gran tensión y


puede adquirir un ritmo trepidante, por las peripecias de los personajes, o
angustioso y claustrofóbico, por la percepción subjetiva que estos tienen de la
realidad.

 Tiempo y espacio: con frecuencia la acción se desarrolla en épocas


pasadas que se recrean con acento legendario; en el espacio cobra gran
importancia la Naturaleza, aunque también se describen escenarios urbanos y
fantásticos; mediante descripciones minuciosas se consigue crear todo tipo de
ambientes (opresivos, terroríficos, populares...).

 Lenguaje y estilo: la libertad estilística es total y en los diálogos se


reproduce la exaltación y la sensibilidad propias del movimiento romántico.

Entre las más destacadas del período, se encuentran: “Las cuitas del joven
Werther” y “Fausto” de Goethe, “Los miserables” de Víctor Hugo, “La dama de
las camelias” de Alexandre Dumas, “Cumbres Borrascosas” de Emily Brontë,
“Frankestein” de M. Shelley, “Ivanhoe” de W. Scott -creador de la novela
histórica-, “El martín Fierro” de José Hernández y “María” de Jorge Isaac.

La novela Histórica
Es un subgénero narrativo que se configuró en el romanticismo del siglo XIX y que ha
continuado desarrollándose con bastante éxito en los siglos XX y XXI. Utilizando un
argumento de ficción, como cualquier novela, tiene la característica de que éste se sitúa en
un momento histórico concreto y los acontecimientos históricos reales suelen tener cierta
relevancia en el desarrollo del argumento. La presencia de datos históricos en la narración
puede tener mayor o menor grado de profundidad. También es habitual que este tipo de
novela tengan como protagonista a un personaje histórico real a través del cual se desarrolla
la ficción.

Las hermanas Brontë


A principios del siglo XIX nacen en Inglaterra las hermanas Bontë, Anne, Emily y Charlotte,
unas de las escritoras femeninas más conocidas. Sus novelas representan junto con las de
Jane Austen la lucha de la mujer por abrirse camino en lo que era considerado un trabajo
para hombres. Si bien es cierto que ya se habían dado casos de mujeres escritoras como St
Teresa de Jesús, se seguía pensando que no era propio de ellas. Tanto es así que las
primeras publicaciones de estas jóvenes iban con un seudónimo masculino.
Las tres hermanas fueron el fruto del matrimonio de Patrick Brontë y María Branwell. La
muerte estuvo presente en sus vidas desde la infancia. Las dos hermanas mayores, María y
Elisabeth, murieron de tuberculosis contraídas por las malas condiciones del internado en el
que estudiaban. El ambiente de estos colegios para niñas fue recogido en algunos de los
escritos de sus hermanas. En Jane Eyre de Charlotte se muestra las dificultades de la vida
en estos centros y la dura disciplina protestante.
En un principio la gran esperanza de la familia era el único hijo varón, Patrick Branwell
Brontë. Sin embargo, fue artista fracasado y acabó su vida, alcoholizado. Fueron sus
hermanas las que lograrían la fama y la inmortalidad por sus obras. Los niños Brontë
crecieron en un ambiente culto y animado por frecuentes lecturas. Pronto crearon historias y
leyendas protagonizadas por héroes y heroínas. Su existencia en ese rincón de Inglaterra
con el mal tiempo y el aislamiento se vio amenizado por esos juegos infantiles, que ya
anunciaba la precocidad de las niñas.
En sus obras ya de adultas se ve ese mundo imaginario y romántico, que trajeron en su
infancia en la casa parroquial donde crecieron. En realidad, pasaron casi toda su vida en
esa vivienda de Haworth y a la lumbre de su fuego vieron la luz Jane Eyre y Cumbre
Borrascosas.
Estas novelas profundizan en personajes femeninos fuertes y cultos que se levantan frente a
un mundo hostil. En realidad, sus protagonistas femeninos, como los de Jane Austen,
demuestran más determinación y valentía que muchos de los personajes de películas
actuales
El alma humana es vista como un campo de batalla, lleno de inquietudes, sombras y
secretos, pero también de fuerza y vigor. Los paisajes cobran una importancia capital. Se
muestra una Inglaterra llena de niebla, sombras y también belleza, metáfora clara de la
personalidad del hombre. Los personajes actúan movidos por sus sentimientos, en muchos
casos ocultos o reprimidos por la presión social. En muchas ocasiones se bordea la locura,
la oscuridad que late en el fondo del corazón humano.
De las tres hermanas Charlotte, la autora de Jane Eyre, sería la que viviría más tiempo
llegando a los treinta y nueve años. Escribió sus primeras obras bajo el seudónimo de
Currer Bell. Posteriormente dio a conocer junto con sus hermanas, su verdadera identidad.
Se dice que estuvo enamorada de Constantin Heger, director junto a su mujer de una
escuela en Bruselas, a donde acudieron Charlotte y Emily. Las dos hermanas destacarían
en estos cursos, lo que les permitió quedarse en el colegio como profesoras. Tras la muerte
de su tía ambas hermanas regresaron a Inglaterra para ocuparse de la casa. Emily se quedó
en su tierra natal, mientas que Charlotte volvió a Bruselas a seguir enseñando junto a su
querido e idealizado profesor. Pero al o verse correspondida decidió viajar de nuevo a
Haworth.
En este tiempo su padre perdió la vista y tuvo que ocuparse de él. Durante la operación y
convalecencia de su progenitor Charlotte escribió su obra más conocida, Jane Eyre. En esta
novela recoge sus experiencias en el colegio, donde sus hermanas encontraron la muerte, y
también su amor secreto por Contantin Heger. La crítica social de la obra se mezcla con
cierto romanticismo. El castillo que esconde un secreto es deudor de la novela gótica y
romántica, que las hermanas Brontë conocían.
Charlotte pidió consejo a Robert Southey, poeta romántico conocido. Pero éste le
recomendó que no siguiera escribiendo, a pesar de que reconoce que sus escritos son
buenos. Robert participó de los prejuicios de su época sobre el papel de las mujeres. Sin
embargo, el tiempo ha puesto a cada uno en su lugar. Las obras de Southey apenas han
pasado a la posteridad, mientas que las obras de las tres hermanas son mundialmente
conocidas e incluso han sido adaptadas varias veces al cine.
Charlotte no se dejó desanimar mucho tiempo por la recomendación de este ilustre escritor.
A raíz del encuentro casual de unos poemas de su hermana Emily se da cuenta de su
brillantez. Ella misma describe años después su sorpresa ante los textos de su hermana.
“Su canto era algo singular, salvaje, melancólico y llevándola a la elevación”. Sin embargo,
Emily, cuyo carácter era muy fuerte, tomó esta incursión en su privacidad como una ofensa.
Charlotte tardó en apaciguar su enfado y días en convencerla de publicarlo.
Tras varias pesquisas consiguieron publicar un compendio de poemas, Anne con 21
poemas, Emily con 19 y el resto de Charlotte. El libro fue publicado en 1846 con los
seudónimos de Currer para Charlotte, Ellis para Emily y Acton para Anne, y el apellido Bell.
Esta primera obra no obtiene mucha fama, pero las abre al mundo. Un año después sale
Jane Eyre de Charlotte, Cumbres borrascosas de Emily y Agnes Grey de Anne. La obra
de Jane Eyre fue la que más costó publicar, ya que la devolvieron varios editores antes de
ver la luz con Smith, Elder.
Las tres novelas tuvieron buena acogida. Sin embargo, Cumbres borrascosas fue criticada
por la singularidad de su protagonista. Se dijo que el autor era claramente un hombre sin fe
ni ley. Llamó la atención la violencia y la apariencia de inmortalidad. Una acogida similar
sufrió Agnes Grey. Se las consideró obras que van en contra de la moral y las costumbres.
Jane Eyre fue la que obtiene mayor éxito. Ante este éxito Charlotte se decidió a romper el
anonimato. Junto con Anne se dirigió a Londres para mostrar su auténtica identidad a Smith,
Elder & Co. Los editores quedaron muy sorprendidos al encontrarse con las dos hermanas,
pero se sobrepuso a esta primera impresión y reconoció el talento de las escritoras. Esto
supuso el primer paso desde su casa parroquial hacia el mundo. A partir de ahí Charlotte
viajó por Europa y conoció muchos escritores e intelectuales de la época, que reconocieron
su obra y la de sus hermanas.
Años después le pidió matrimonio un vicario de Haworth, Arthur Bell Nicholls.
Charlotte fue la más famosa de las tres hermanas. Emily no escribió por buscar la
notoriedad, sino por satisfacer un impulso interno. Era, según se la ha descrito, salvaje e
independiente. Amaba los páramos y los paisajes brumosos de Inglaterra. Quizá tenía un
carácter más distante que el de sus hermanas, rechazando las convenciones sociales y la
etiqueta. El amor a la naturaleza se ve en su obra más conocida, Cumbres borrascosas,
donde el paisaje es un personaje más de la novela.
Estas tres hermanas rompieron con las normas de su época metiéndose en un mundo de
hombres desde el salón de su casa parroquial de Haworth. Su voz aún se oye hoy día, sus
personajes, como ellas mismas, son almas rebeldes que no se dejan avasallar por un
ambiente rígido y masculino.
Literatura del Romanticismo en Francia
El Romanticismo en Francia representó un movimiento de reacción contrario a la literatura
nacional, dominada por un Clasicismo que ya no era exactamente un modelo de imitación
de los clásicos. En las literaturas inglesa y alemana el Clasicismo no había calado con tanta
intensidad como en Francia o España, aunque esta corriente fue predominante en este
siglo. En Francia, país de tradición grecolatina, la literatura continuó siendo clásica hasta
mucho después del Renacimiento.
El pensamiento romántico comenzó a formarse hacia 1750 y alcanzó su término
aproximadamente un siglo más tarde. Se fraguó ya en el siglo XVIII, fue contenido y hasta
rechazado durante la Revolución y el Primer imperio, llegó a la madurez solo bajo
la Restauración y su triunfo se confirmó hacia 1830, en la Batalla de Hernani.4

Primer período: Chateaubriand, Mme. De Staël (1800-1820)


La literatura de la Revolución
La época revolucionaria no fue una gran época literaria; las preocupaciones de los filósofos
y literatos no estaban dirigidas a la literatura, sino a la transformación social. Además, si el
período revolucionario, a causa de la multiplicidad de los acontecimientos y de su
importancia, parece inmenso, su duración fue en realidad solo de doce años, tiempo
insuficiente para renovar toda una literatura, a pesar de que esta daba ya signos de
transformación.
Con la excepción de Marie-Joseph Chénier, el autor de Charles IX, la época de la
Revolución no conserva ningún nombre de poeta que citar, salvo las obras de André
Chénier, que no serán conocidas hasta 1819 y sobre quien algunos críticos, como Emilia
Pardo Bazán, que sigue a Ferdinand Brunetière, dudan en incluirlo como autor romántico,
pues lo consideran como el "último clásico".

La literatura del Primer Imperio


Napoleón favoreció a algunos poetas buscando crear bajo su Imperio una época dorada
similar a la época Augusta. Con esta idea, pidió al eminente académico Fontanes que
descubriera a un nuevo Corneille, pero solo se descubrió a Luce de Lancival, el correcto
autor de Héctor.
Mientras que Goethe y Schiller iluminaban Alemania y Byron revolucionaba literariamente
Inglaterra, Francia contaba solo con escritores anclados en una época anterior y con pálidos
calcos de las obras maestras de los anteriores: en poesía, narradores semnielegíacos como
el citado Fontaes ( Le hour des Morts á la camagne), Andreieux (Le Meunier de SansSouci),
Arnault (Fables); en teatro, las tragedias pseudoclásicas de Népomucéne Lemercier,
Etienne de Jouv o Raynouard.

Chateaubriand
Al margen de la literatura oficial vivía otra literatura. La corriente nacida con Rousseau no se
detuvo, y sus brotes, a pesar de ser intermitentes, fueron impetuosos.

Retrato de Chateaubriand por Girodet-Trioson (Museo de historia de Saint-Malo).

Chateaubriand (1768-1848) dejó obras como Atala (1801), El genio del


Cristianismo (1802), René (1802), Los nátchez, Los mártires (1809) o la traducción de El
paraíso perdido de Milton.
Dos cosas aporta Chateaubriand a la literatura francesa: exotismo y un renacimiento
religioso. Exotismo al describir Norteamérica en Los nátchez, Oriente Próximo en
el Itinerario de París a Jerusalén (Itinéraire de Paris à Jérusalem), en Los mártires (les
Martyrs) el mundo antiguo, celta y a la Germania primitiva, lugares que visitó durante los
años de exilio. Chateaubriand introduce un arte cosmopolita en lugar de un arte
exclusivamente nacional. Seguidor de Rousseau, invita también en Atala y en René, a
dilucidar la verdadera emoción y la melancolía y trasponerlas sobre el papel.
La Francia post-revolucionaria abría de nuevo sus puertas al cristianismo, y Chateaubriand,
por sus lecciones y por las teorías expuestas en El genio del Cristianismo, un poema
laudatorio de la obra de Dios, se abrió paso entre los poetas franceses llegando a ser
protegido de Napoleón Bonaparte, estrenándose la obra el mismo día que este abría de
nuevo las puertas de la Catedral de Notre-Dame al culto tras acabar las reformas de la
catedral. Napoleón quería así reconciliar el país con la Santa Sede, con el fin de ser
coronado por el Papa Pío VII. Chateaubriand se enemistaría más adelante con Napoleón
tras la ejecución del duque de Enghien, apoyando a los Borbones y buscándose por ello
muchos enemigos. Su vida política fue siempre muy agitada y su popularidad prodigiosa; no
enseguida, porque a decir verdad, la influencia de Chateaubriand es sensible solo
hacia 1820, pero fue prolongada y tuvo consecuencias inmensas.

Madame de Staël
Más inmediata y decisiva fue la influencia de Madame de Staël (1766-1817) en la
renovación literaria.
Forzada -a consecuencia de la hostilidad de Napoléon- a vivir fuera de Francia, pasó una
larga temporada en Alemania, donde un arte nuevo le fue revelado, por el cual se
entusiasmó. Pero para acoger este nuevo arte, Francia necesitaba experimentar una
renovación literaria.
La vida de sociedad había refinado los talentos y los sentimientos, pero en detrimento de la
individualidad. Los autores escribían según las reglas clásicas, para ser comprendidos
enseguida por un público acostumbrado a ellas. Los escritores "tradicionales" se destacaban
solo en los géneros que representan una mímesis de las costumbres de la sociedad, o como
muestra de estilo y finesse: poesía descriptiva o dialéctica, poesía ligera o burlesca.
Los románticos alemanes, al contrario, producían una poesía personal e íntima, expresión
de sentimientos vivos y profundos, desafiando las convenciones clásicas. Es el sentimiento,
la poesía, el ensueño, el lirismo, el misticismo, lo que genera a una literatura original,
completamente autóctona y personal, muy filosófica, profunda y grave.
Todo esto, Staël lo presentó como la literatura del futuro, lo que separaba la producción
literaria en dos vertientes: por un lado el Clasicismo, que imitaba la antigüedad clásica; y por
el otro, lo que acabaría siendo el Romanticismo, término que ella comenzó a emplear
en francés, que recuperaba la temática cristiana, de la Edad Media y de inspiración
septentrional.
Las ideas de Staël contribuyeron a extender horizontes, hicieron girar las cabezas y las
miradas hacia el otro lado del Rin, como Chateaubriand las había hecho girar al otro lado
del canal de la Mancha. En De la literatura considerada en sus relaciones con las
instituciones sociales establece una comparación entre las tradiciones literarias sajonas y
latinas, apuntando hacia los países sajones como fuente de la renovación literaria: "La
literatura debe volverse europea", proclamaba Staël, y si los escritores franceses habían
frecuentado a italianos, españoles e ingleses, el comercio con los alemanes era
relativamente nuevo, y había que advertirlos de lo que podían ofrecer. Esta es sobre todo la
advertencia que Mme. de Staël da con insistencia en su obra De l'Allemagne (1810), que
tuvo una fuerte repercusión y asentó las bases del Romanticismo y de la literatura posterior

Causas del establecimiento definitivo del Romanticismo en la


literatura francesa
La revolución literaria que se había preparado en el siglo XVIII, anunciada
por Chateaubriand y Mme. de Staël, estuvo en incubación todavía bastante tiempo. El libro
de Mme. de Staël, en particular, permaneció durante varios años sepultado por la policía
imperial y durante la época del Imperio la literatura fue oficial, como todas las
manifestaciones de opinión. La poesía clásica se empleó como propaganda y protección del
imperio, y la ortodoxia, en medida de la fidelidad del buen ciudadano.
Pero la generación de 1815, ya tras la caída de Napoléon, estuvo menos dispuesta a
someterse a las normas sociales y más pronta en hacer del "yo" la medida del universo. Es
por este "yo" atormentado y orgulloso por quien los artistas iban a expresarse, abandonando
finalmente las formas que les habían sido legadas. También en las corrientes filosóficas se
presentó un cambio, en contraposición a la generación anterior, ilustrada, representada por
los enciclopedistas: los románticos eran herederos del sensualismo de Condillac y
eran monárquicos y católicos.
El primer triunfo: Las Meditaciones poéticas de Alphonse de Lamartine
Las Meditaciones poéticas de Lamartine aparecieron en 1820 y fueron el debut del autor en la
poesía a modo de inicio de la poesía romántica en la literatura francesa. Gozaron de un gran
éxito. Después de la poesía sensual, seca y convencional de los últimos clasicistas, la
originalidad de un poeta que se atrevía a ser emotivo y sincero, conmocionó al público francés.
Los temas principales de la poesía lírica de Lamartine son el amor como efusión platónica que
conduce hasta la Divinidad.
Poemas como "El Lago", "El Aislamiento", "El Otoño" o "El Vallejo", llevaban a la perfección esta
poesía personal, sentimental y descriptiva, elegíaca y febril, que iba a ser uno de los triunfos del
Romanticismo; "El Templo" y "La Inmortalidad" inauguraban una poesía filosófica y religiosa de
una sonoridad nueva en la que Victor Hugo y Alfred de Vigny iban a inspirarse, y que el mismo
Lamartine, diez años más tarde, debía llevar a su perfección en las "Armonías". El lirismo de
Lamartine tiene muchos componentes neoplatónicos, incluyendo reminiscencias de los antiguos
poemas indios como el Mahábharata, el Ramayana o lo Vedas.

Victor Hugo y la batalla romántica


Los románticos defienden la literatura como expresión de la sociedad, por lo que a estos
principios literarios se añaden otros políticos.
El movimiento romántico comienza monárquico y católico, como expuesto
por Chateaubriand y Madame de Staël y estaba plagado, en ojos de sus detractores, de
germanismos, frente al tradicional Clasicismo nacional.
La crítica literaria de este periodo desencadenó lo que ha venido a llamarse una "batalla"
que se desarrolló en todas las corrientes artísticas, pero que lo hizo con mayor crudeza en el
teatro, siendo Victor Hugo su mayor exponente.
La lucha por el teatro
El teatro fue desde el principio el género más atacado.
Victor Hugo se ocupó de proclamar más alto que sus adversarios las maravillas de los maestros del
pasado, Corneille, Racine o Molière, a pesar de oponerse a ellos sin cesar. La escena teatral parisina
estaba dividida entre el círculo de Talma, que ocupaba los teatros de la Comédie Française, que pasó
a llamarse Théátre de la Republique y el Odéon y los teatros secundarios, donde se
representaban melodramas, más populares que el teatro clásico de Talma. Es de este teatro
secundario del que se inspira el drama romántico, que pretende hacer tabla rasa con el teatro
anterior. Todo lo que se debatía sobre la grandeza de las letras se contempla en el Prefacio
de Cromwell. En Victor Hugo contado por un testigo de su vida, escrito por su mujer Adèle,15
encontramos una conversación que se efectuó en aquella época entre el poeta y Talma, y lo dice allí
Talma es curioso, dada la asociación de su nombre a la tragedia clásica:

el actor no es nada sin un papel, y yo jamás tuve un verdadero papel. Jamás tuve una pieza como la que
me habría hecho falta. La tragedia es bella, es noble, es grande. Habría querido algo de igual grandeza,
pero con más realidad, un personaje que tuviera la variedad y el movimiento de la vida, que no fuera
totalmente teatral, que fuera trágico y también familiar.

La novela
La novela romántica fue objeto de una importante renovación, lo que llevó a una clara
distinción entre cuatro nuevas formas novelescas:

 La novela propiamente romántica, que presenta la ruptura de un individuo


con el mundo y está frecuentemente escrita en primera persona o a modo epistolar.
Ejemplos de estas novelas son Atala o René de Chateaubriand, Corinne de Mme de
Staël, Oberman de Senancour, Armance de Stendhal, Adolphe de Benjamin
Constant, las novelas de George Sand como Lélia, Indiana, y Consuelo, las Confe-
siones de un hijo del siglo de Alfred de Musset o Mademoiselle de Maupin,
de Théophile Gautier.
 La novela pseudohistórica. Victor Hugo había publicado en 1823 Han de Is-
landia y, en 1826 Bug-Jargal, novelas muy imaginativas y fantasiosas, pero
en 1831 publica Nuestra Señora de París, donde el autor quiere resucitar alrededor
de la catedral, el París del siglo XV, con sus calles negras e infectas y su hormigueo
de estudiantes, de mendigos y de pícaros. Según los historiadores, sin embargo, la
obra de Hugo carece de verosimilitud, algo que será el punto de partida de la genera-
ción de escritores realistas. En esta vía de la novela histórica, Nuestra Señora de
París había sido precedida por algunas obras de Vigny entre las que cabe desta-
car Cinco de marzo (1826) o de Prosper Mérimée, La crónica de Carlos IX (1829).
 La novela de aventuras y de viajes, en la que destaca Alejandro Dumas con
obras como Los tres mosqueteros, Veinte años después, El vizconde de Bragelonne,
o El conde de Montecristo). El interés por España puede apreciarse en este género
en Carmen de Prosper Mérimée o La cartuja de Parma de Stendhal.
 La novela social precede a la novela realista, cuyos dos mayores represen-
tantes son Stendhal, Rojo y negro y Balzac con La comedia humana y Papá Goriot.
También Victor Hugo hizo su contribución a este género con Los
miserables y Alejandro Dumas hijo , con La dama de las camelias.

El final del Romanticismo


A partir de 1850 no se producen más obras según los cánones clásicos. Los ecos de la batalla
romántica ya se habían acallado, Lamartine es condenado a vivir de la "copia" a los
editores; Musset no produce nada más; Vigny no publicó más versos después de su primera
colección. Sin adversarios y sin rivales, Victor Hugo reina solo, prolongando el romanticismo un
cuarto de siglo más. El Segundo imperio, que le expulsó de Francia, le abastece de la materia de
los Castigos (1853), una explosión de sátira lírica; las Contemplaciones (1856), derramamiento
copioso de poesía individualista, ofrecen toda variedad de emociones y pensamientos íntimos;
es finalmente en la Leyenda de los siglos (1859, 1877, 1883) donde se recoge y reúne toda la
obra anterior.
Después de este despliegue, la poesía se transforma, y al mismo tiempo que ella toda la
literatura. El tiempo de las exaltaciones apasionadas está acabado: la poesía deja de ser
exclusivamente personal, se impregna del espíritu científico, y busca mostrar las concepciones
generales de la inteligencia, en lugar de los accidentes sentimentales de la vida individual. La
inspiración escapa del corazón. Vigny reaparece, pero esta vez es para enseñar a borrar el "yo"
y la particularidad de la experiencia intima (Les destinées, 1864, obra póstuma). El egoísmo
pasional del romanticismo murió y fue reemplazado por el Realismo y Naturalismo.

Ilustración de Quasimodo, por Alfred Barbou para la novela histórica Nuestra Señora de París

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