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Imaginarios urbanos: ¿cómo percibimos a nuestras ciudades?

febrero 20, 2015 por Andreina Seijas |

Esta semana tuve la oportunidad de participar en The Cities We Need/ Les villes qu’il
nous faut, la conferencia anual del McGill Institute for the Study of Canada (MISC) en la
ciudad de Montreal. En esta conferencia conocí al destacado filósofo y profesor
colombiano Armando Silva, Director del Doctorado en Estudios Sociales de la Universidad
Externado en Colombia y director del proyecto de Imaginarios Urbanos. Este proyecto
actualmente incluye a más de 20 ciudades a nivel mundial, entre ellas, Asunción, Bogotá,
Buenos Aires, Caracas, Ciudad de México, Ciudad de Panamá, La Paz, Lima, Montevideo,
Quito, Santiago, San José de Costa Rica, Sao Paulo, Porto Alegre, Pereira, Tijuana,
Maracaibo y Medellín.
A continuación, les comparto una breve entrevista con Armando Silva sobre el concepto
de la ciudad imaginada, las distintas expresiones alrededor del arte urbano y su
importancia para nuestras ciudades en América Latina y el Caribe.

1. ¿Qué es la ciudad real y qué es la ciudad imaginada?

Para mí, la ciudad imaginada es una construcción social, es la percepción de la ciudad por
parte de un grupo de personas, lo cual también puede entenderse como un punto de vista.
Por ejemplo, una calle puede ser percibida como peligrosa para las mujeres pero no para
los hombres.
No siempre hay una coincidencia entre lo real (tangible) y lo imaginado (percepción). Si
tuviésemos que elegir cuál domina en las acciones ciudadanas, lo imaginado siempre se
impone sobre lo real. ¿Por qué? Para mí, lo que llamamos real ya incluye lo imaginado. Es
decir, no es posible que algo exista si no es imaginado.
Un ejemplo de la diferencia entre lo real y lo imaginado podemos encontrarlo en Bogotá.
Esta es una ciudad que hoy tiene unos índices de criminalidad  relativamente bajos, pero la
percepción de los ciudadanos es que es terriblemente peligrosa. Esto es muy distinto a lo
que pasa con Washington D.C., donde los ciudadanos no se sienten tan inseguros, pero la
ciudad es muy peligrosa de acuerdo a los datos empíricos reales. Esto demuestra que lo
que finalmente domina en la percepción es lo imaginado.

2. ¿De qué manera pueden las ciudades manejar su imaginario de una forma positiva?

Los imaginarios no son manipulables. Uno podría diseñar una campaña de publicidad para
decir, por ejemplo,  “Venga a Pereira, la más bella y la más segura.” A partir de la
campaña, uno podría generar un cambio, pero no tan significativo. Los imaginarios cambian
mucho. Por ejemplo, la campaña puede ser exitosa en posicionar a la ciudad como segura,
pero luego ocurre un crimen y se desatan otra vez los temores.
Ya que  los imaginarios se refieren a la percepción ciudadana, vienen de todos lados: de los
medios, de la literatura…
Otro ejemplo es una campaña en Colombia cuyo objetivo es aumentar el turismo en el país.
El mensaje central es “el miedo de visitar Colombia es que te quieras quedar.” Es decir, la
campaña utiliza los miedos que existen en Colombia—a la guerrilla, al narcotráfico—y los
vuelve positivos. Esa campaña tuvo mucho éxito. Esto demuestra que la publicidad puede
ayudar a cambiar el imaginario, siempre y cuando ya exista un ambiente psicológico o una
intención para ello.

3. En su opinión, ¿qué importancia tiene el graffiti para las ciudades de América Latina y el Caribe?

Es importante aclarar que en las ciudades podemos encontrar muchas expresiones, y el


graffiti es solo una de ellas. En mi libro Atmósferas Ciudadanas (2014), establezco
diferencias entre 4 fenómenos diferenciables: graffiti, arte urbano, arte público y nichos
estéticos.
El graffiti es quizá la expresión más poderosa. En América Latina es muy fuerte,
particularmente en la ciudad de Sao Paulo donde podemos encontrar muchos estilos. El
graffiti sigue siendo una expresión de conflicto, la escritura de lo prohibido. Cuando la
alcaldía de una ciudad como Caracas o Bogotá hacen concursos de graffiti, eso deja de ser
graffiti y se convierte en arte urbano o incluso en arte público.
Hay un fenómeno que se da desde los años 90 y sigue dándose ahora y es la entrada del
graffiti en las galerías. Por ejemplo, en 2008 la Tate Gallery llamó a un grupo de artistas
a llevar su arte a este espacio. Eso automáticamente convierte esa expresión en arte
urbano.
Sin embargo, hay un grupo de artistas que, descontentos con la mercantilización del arte,
salieron de las galerías y empezaron a tomarse la ciudad. Ellos empezaron a intervenir
espacios de diferentes maneras, por ejemplo, a través de performances. Todo ese es un
fenómeno que al yo llamo arte público.
Por último, los nichos estéticos son manifestaciones que no son propias del arte ni del
graffiti, sino que construyen un nicho estético que tiene una apreciación de la forma
urbana que no es artística. Dentro de esta categoría caben todos los juegos, videos y
memes que surgen en Facebook, los cuales utilizan recursos como la ironía, el humor o el
sarcasmo, y están dirigidos a un grupo de amigos o de personas en la ciudad.
Estos son los 4 elementos de convivencia en la ciudad real—tanto la física como la digital
—y, por tanto, en la ciudad imaginada.

¿Qué son los imaginarios urbanos?


“Los Imaginarios Urbanos aparecen en los programas sociales donde la función estética se
hace dominante como un modo de percibir y actuar.”

Armando Silva

Los imaginarios no son sólo representaciones en abstracto y de naturaleza mental, sino


que se “encarnan” o se “incorporan” en objetos ciudadanos que encontramos a la luz
pública y de los cuales podemos deducir sentimientos sociales como el miedo, el amor, la
ilusión o la rabia. Dichos sentimientos son archivables a manera de escritos, imágenes,
sonidos, producciones de arte o textos de cualquier otra materia donde lo imaginario
impone su valor dominante sobre el objeto mismo. De ahí que todo objeto urbano no sólo
tenga su función de utilidad, sino que pueda recibir una valoración imaginaria que lo dota
de otra sustancia representacional.”
CRÍTICA DE LAS FRASES HECHAS, LAS MEDIAS VERDADES Y LAS SOLUCIONES
MÁGICAS, de Alejandro Grimson y Emilio Tenti Fanfani, Buenos Aires, Siglo XXI, 2014.

NICOLÁS BENDESRKY (Número 17, marzo 2015)

Publicado a fines del 2014, el último libro del reconocido especialista en educación Tenti
Fanfani y del antropólogo Grimson –ambos ubicados en la corriente del reformismo
progresista en supuesto enfrentamiento con las visiones neoliberales de la educación– se
propone recopilar –a manera de repositorio– los mitos, sentidos comunes y habladurías
más repetidas en las charlas cotidianas sobre la educación en lugares tan diversos como
bares, colectivos, colegios, trabajos y Universidades, salas de profesores y maestros,
pasando por la mesa familiar y el barrio; un rastreo que traspasa todas las clases sociales.
El otro objetivo manifiesto es atacar cada frase hecha con un breve desarrollo que
incorpora elementos históricos, políticos y económicos, para desnaturalizar estas
creencias y estereotipos, buscando ponerlas en cuestión, aportando elementos para su
reflexión con una mayor profundidad. Sin embargo, este cometido se logra parcialmente,
porque si bien en ciertos pasajes los autores aportan precisas reflexiones de la
problemática educativa, en algunos tramos el libro se convierte en un “reproductor de
mitos”, amplificando aspectos del sentido común o desarrollando posiciones que tienen
graves consecuencias negativas contra los trabajadores de la educación. El libro comienza
con una distinción entre las creencias, las ideologías, y los mitos, desarrollados como
saberes de utilidad práctica, sistemas con coherencia lógica y relatos compartidos –
asumidos como reales– que explican el mundo. Lo que los autores llaman mitomanías, sin
mucho soporte teórico, serían frases contradictorias a las que “supuestamente” los
argentinos seríamos adictos, y que circulan en el ambiente provenientes de la experiencia
propia o ajena en la escolaridad, como fuente de prescripción de recetas mágicas de
mejoras educativas.
Pasajes destacados del libro se encuentran en la desidealización que realizan los autores
de la escuela del pasado, deconstruyendo el “todo tiempo pasado fue mejor” a partir del
análisis de la realidad social educativa de principio del siglo XX, respecto del objetivo
político de la educación, además de las tasas de analfabetismo y la violencia que se ejercía
sobre los alumnos, o que las mujeres no podían ir a la Universidad, sumado a que la
educación secundaria era solo para una elite de la población. Aquí los autores muestran un
vasto conocimiento de la historia de la educación de nuestro país, tanto como de los
sistemas educativos extranjeros.
Al abordar el mito que dice que “los docentes trabajan poco y tienen muchas vacaciones”,
los autores desarrollan una exhaustiva explicación para desmontar esta creencia, basada
en explicar las características precarias de la tarea docente, donde la paciencia, el
control de las emociones, la puesta en juego del propio cuerpo en la relación con los
alumnos, el tiempo dedicado a la planificación de clases y la tensión de tener que manejar
grupos de más de 30 alumnos, generan un gran agotamiento físico y mental que muchas
veces se traduce en el síndrome del burnout. Sostienen que la exposición prolongada a
situaciones de miseria, sufrimiento, hambre y violencia de las poblaciones escolares,
sumado a la infraestructura deficiente y a que la gran mayoría de los educadores trabajan
en dos o más escuelas –degradando la calidad educativa–, hacen que la docente, como
muchas otras, sea una “profesión de riesgo”. No obstante, lo que ocultan es que este mito
fue planteado por la presidenta Cristina Kirchner en la apertura de las sesiones
legislativas de 2012, con el claro objetivo de denigrar a los educadores que se
encontraban en huelga y para que acepten un aumento muy por debajo de la inflación,
tratando de orientar la opinión pública en su contra.
Este ejemplo permite no solo rastrear la funcionalidad de los mitos en general (formando
parte de un elemento del conjunto de la ideología dominante), sino también observar su
reproducción y expansión. Los mismos poseen una clara utilidad en las relaciones de
dominación: promueven la reproducción de las desigualdades de clase, género, raza, etc., y
mejor rubrican las relaciones de explotación como “base orgánica” de la sociedad. Es por
eso que –como en este caso– son utilizados por las clases dominantes para reforzar “el
poder de los poderosos” y “la debilidad de los débiles”. Omitir esto constituye un aporte
(particular) en su reproducción.
Otro de los mitos seleccionados por los autores es el planteo de que los docentes, a causa
de los paros prolongados y las huelgas por aumento salarial e infraestructura, estarían
lesionando el derecho de los niños a recibir conocimiento de calidad por parte del Estado.
Este planteo, que claramente promueve una fragmentación entre los docentes y el resto
de la comunidad educativa, desconoce que durante largos años, las luchas de los
trabajadores de la educación vienen siendo pilares en la defensa de la educación pública
frente a los ataques no solo de gobiernos explícitamente neoliberales, sino también de
aquellos que se visten de progresistas como el actual.
Si toda huelga cobra eficacia en la medida que interrumpe el normal funcionamiento de la
actividad, en el caso de la educación como servicio, se suma la imprescindible necesidad de
soldar lazos con los padres y alumnos, para fortalecer una lucha de conjunto por el
derecho a la educación en condiciones dignas. Solo de esta manera se puede desmontar el
supuesto “choque de derechos” que utilizan gobiernos, burocracias sindicales y también
especialistas en educación (!) para dividir y fragmentar a los docentes de la comunidad. No
es casual que los autores propongan como solución, la instrumentación de educadores
suplentes para reemplazar a los maestros de paro (¿carneros?), como una respuesta no
muy progresista a la decadencia educativa que los gobiernos K continuaron y
profundizaron1.
La política de explicar pacientemente que luchar por salarios y buenas condiciones de
cursada fortalece la solidaridad entre los docentes, padres y alumnos, fue llevada
adelante en la gran huelga de la Provincia de Bs. As. del año 2014. Allí, miles de
educadores salieron a las calles para explicar las causas del paro y mostrar que su pelea
es una lucha del conjunto de los sectores obreros y populares en defensa de la escuela
pública.
De conjunto, incluidas estas ambivalencias y polémicas, el libro promueve la reflexión
sobre una gran vastedad de temas educativos desde la decadencia de la educación pública
hasta el proceso de privatización, desde su financiamiento hasta la pérdida de autoridad
de los docentes, desde los rankings educativos (PISA) y la evaluación hasta la falta de
interés de los estudiantes o la culpabilidad de la familia en el fracaso escolar, desde el
autoritarismo y la violencia en las escuelas hasta la relación entre las nuevas tecnologías
de la información y la escuela.
 
Mitomanías de los sexos
Las ideas del siglo XX sobre el amor, el deseo y el poder que necesitamos desechar para vivir en el siglo
XXI. Eleonor Faur, Alejandro Grimson Mujer, esposa, madre, a cargo de las tareas domésticas.
Hombre, sostén del hogar, trabajador de tiempo completo fuera de su casa. En la intimidad, la diosa
sexy y el macho siempre dispuesto. En pleno siglo XXI, atravesamos una época de cambios en la que
muchos estereotipos sobre los géneros y la sexualidad parecen en entredicho. Sin embargo, lejos de
haberse evaporado, siguen ahí: se activan cada vez que algo no encaja con nuestras ideas de “lo
típicamente femenino” o “lo típicamente masculino”. Y hacen que, frente a eso que nos incomoda,
optemos por señalar con el dedo, deslizar una ironía o estigmatizar. En Mitomanías de los sexos,
Eleonor Faur y Alejandro Grimson recorren los laberintos de nuestro lenguaje, los lugares comunes en
los que caen hasta los más abiertos y progresistas, para mostrar cómo las diferencias –entre hombres y
mujeres, entre parejas heterosexuales y parejas homosexuales– pueden convertirse en grandes o
pequeños actos de injusticia. Por eso, más que los casos extremos de violencia o sumisión, este libro
ilumina las situaciones y tensiones cotidianas. Las que se juegan, por ejemplo, en el vestuario de un club
o en la tribuna de una cancha de fútbol, donde se necesita mucha seguridad y valentía para no festejar un
chiste misógino o no corear una canción que parece de la época de las cavernas; las que se juegan en los
encuentros eróticos cuando una mujer toma la delantera. Para no hablar de las identidades –travestis,
transexuales, intersex– y las orientaciones sexuales que no caben en esquemas binarios y nos obligan a
dejar de ver el mundo en blanco y negro. Con humor, con argumentos, con ganas de abrir la discusión
en todos los ámbitos, los autores muestran el reverso de los mitos y las medias verdades, poniendo la
lupa sobre el machismo explícito pero también sobre las zonas grises. Contribuyen así a esa lucha
múltiple y colectiva por iguales oportunidades y vidas más libres.
Mitomanías de los sexos
Contra la “biologización de la vida social”
Eleonor Faur y Alejandro Grimson hablan de Mitomanías de los sexos
“Todos estamos implicados en las mitomanías de género”
En su flamante libro, los investigadores apuntan contra la “biologización de la vida social”
y contra ese lenguaje que naturaliza la desigualdad. “La aceptación de la diversidad ha
cambiado mucho más que la relación entre hombres y mujeres”, dice Faur.

“Los hombres son más inteligentes que las mujeres”, “las mujeres son más emotivas”, “los
hombres necesitan más sexo que las mujeres”, “todo el mundo se quiere casar”, “las
mujeres tienen instinto maternal”, “los hombres son mejores para liderar”. La lista sigue y
no será infinita pero es larga: se vive entre mitomanías sobre las relaciones entre
hombres y mujeres, ideas del sentido común cristalizadas en las prácticas y los discursos
que estructuran la sociedad y circulan en la escuela, en los vestuarios de los clubes, en las
canchas de fútbol, en Twitter y en Facebook, en los grupos de whatsapp, en una cena
entre amigas, en la política, en las publicidades, en el trabajo, en las relaciones de pareja.
Contra ese lenguaje que naturaliza la desigualdad, que hace pasar por biológico lo que es
social y cultural, la socióloga Eleonor Faur y el antropólogo Alejandro Grimson escribieron
Mitomanías de los sexos, que acaba de publicar Siglo XXI Editores. El libro recorre y
desarma más de un centenar de mitos sobre la relación entre varones y mujeres, sobre
“los machos y las minas”, sobre el amor, el sexo, el trabajo, la familia, el poder, las
identidades y la violencia.
En el libro, los autores continúan el trabajo de desalambrado del sentido común que
Grimson ya empezó en “Mitomanías argentinas” y “Mitomanías de la educación argentina”,
ahora con la dificultad extra que tiene desarmar esas ideas que estructuran también la
intimidad y los afectos. Para Faur, “en Argentina la aceptación de la diversidad ha
cambiado mucho más que la relación entre hombres y mujeres, que es donde los mitos
permanecen más invisibilizados y un poco más enquistados”. “Lo que quisimos – dice
Grimson– fue negar el discurso supuestamente de divulgación que está atado a una
biologización brutal de las relaciones entre varones y mujeres. Hay discursos que se
instalan como de divulgación y son totalmente ignorantes de los aportes de las ciencias
sociales y de la relevancia de la cultura y de la historia en la relación entre hombres y
mujeres”.

– ¿En este sentido, entonces, se puede pensar a Mitomanías como un libro de divulgación
científica?

Alejandro Grimson: –Después de todo este recorrido creemos que la palabra divulgación
tiene que ver y no tiene que ver con el libro. Tiene que ver porque es un libro para el
público en general que intenta difundir ciertas ideas e informaciones en un lenguaje
accesible y dentro de lo posible entretenido, divertido. Pero al mismo tiempo implicó una
gran investigación, cosa que no hace la divulgación, que traduce a un lenguaje comprensible
para todos conocimientos científicos establecidos.
Las mitomanías lo primero que implican es investigar las frases del sentido común, y estas
frases no son una obviedad, sino que surgen de un proceso de investigación, de escucha,
de distanciamiento respecto de lo que decimos, lo que escuchamos, de lo que se dice a
nuestro alrededor y un momento de captar que ahí hay una condensación. La manera en la
que Mitomanías decide confrontar con el sentido común requiere captar ese sentido
común y en el libro hay un proceso de elaboración nuestro que tiene que ver con cómo ir
entretejiendo aquellas zonas donde no hay consenso: cuál es el peso de lo biológico, cuál
es el peso de la cultura, de la genitalidad, de los modos en que miramos históricamente las
genitalidades. Sobre esos temas hay polémica. Y nosotros a través de la conversación
fuimos construyendo un punto de vista que se sitúa dentro de ciertos autores y que tiene
elementos propios y que resuelve algunas discusiones en cierta dirección.

–¿Cuáles son las mitomanías más robustas, más difíciles de cambiar? ¿En cuáles se reconocen?
Eleonor Faur: –Para mí la más robusta es la biologización de la vida social y en particular
todo el papel doméstico atribuido a las mujeres a partir de la capacidad de parir. Ese es
un núcleo duro de la desigualdad de género donde se intersectan todas las mitomanías
relacionadas por la biología que comentaba Alejandro y con la biologización de la vida
social y los estereotipos que suponen a todas las mujeres aptas para la maternidad y
deseosas de ser madres, e incluso nos atribuyen una suerte de “instintos”, cuando en los
seres humanos es muy difícil identificar dónde hay un instinto porque estamos
absolutamente atravesados por la cultura y por la historia. Ahí radica un núcleo muy
específico que tiene resonancias en los otros planos: en que a las mujeres nos paguen
menos, en que accedamos a puestos de trabajo no siempre jerárquicos porque se supone
que nosotras vamos a estar jaloneadas por la vida doméstica, en que se recorten los
espacios de la política. Esto tiene una historia muy larga y creo que hoy sigue vigente.

A.G.: –Yo me considero un feminista imperfecto. Con eso quiero decir que creo que en
aquellas mitomanías que están más vinculadas a las divisiones estrictamente ideológicas,
jurídicas, políticas, institucionales, tenemos plena adhesión a visiones de justicia, igualdad.
Pero el feminismo vino a traer esa frase famosa de “lo personal es político” y yo creo que
las mitomanías en las que tenemos mayores ambigüedades en la realidad, en nuestro
feminismo realmente existente que nunca llega a poder deshacerse completamente de esa
cierta implicación, tienen más que ver con lo cotidiano, lo más personal. Los que
pertenecemos a cierta generación hemos sido atravesados por una transformación
cultural que vivimos como vertiginosa en el sentido de que nuestras relaciones de género
hace 20 años eran de una manera, hace 10 eran de otra y hoy son de otra. Uno
autobiográficamente
podría preguntarse, ¿en qué momento de mi vida dejé de cantar cantitos homofóbicos en
la cancha?, ¿en qué momento dejé de decir “yo ayudo” en mi casa?, ¿qué cosas nunca logré
hacer de las que pienso debería hacer? Yo creo que ahí hay una tensión muy fuerte entre
la dimensión normativa, que más o menos la tenemos sistematizada y clara y a la que
adherimos, y la vida cotidiana en la cual se nos torna dificultoso terminar de llevar a la
práctica toda esa dimensión programática. Por eso todos estamos implicados en las
mitomanías de género, más o menos. Incluso aquellos que nos consideramos feministas
estamos implicados en esas dimensiones más personales que no dejan de ser dimensiones
políticas.
E. F.: –Los lugares en los que uno está más implicado son aquellos en los que intervienen la
afectividad y el deseo. En otros espacios, de militancia, de trabajo, hay una reflexividad
mucho más accesible. Pero allí donde estamos atravesados por lo que nos pasa, lo que
sentimos, el cariño frente a otra persona, el deseo de otra persona, ahí para las mujeres,
o quizás para mí, es un poco más difícil.

– ¿Por dónde se empiezan a desarmar estas mitomanías más cristalizadas, que pasan por los
ámbitos privados? ¿A través de la movilización o con políticas públicas?

E.F.: –Yo creo que es una combinación de las dos cosas. Sin dudas las políticas públicas
tienen un poder enorme para recrear o erosionar las mitomanías. Sobre todo en las
cuestiones de crianza y de cuidado de los niños, por ahora hay una reproducción bastante
sostenida del estereotipo de la mitomanía de que somos las mujeres las que tenemos más
habilidad y somos las que tenemos que estar a cargo de nuestros chicos. Hay pocos
espacios de cuidado para los niños más pequeños, las licencias se concentran en las
mujeres y tampoco son suficientemente largas, porque con 90 días, si después no tenés
dónde dejar al chico tampoco es fácil agenciar esa doble responsabilidad de familia y
trabajo. Todo esto es importante y la movilización social siempre es un empujón para la
política pública. Una vez un secretario de salud me dijo: “ningún político va a tomar una
decisión si no le está doliendo el problema” y el tema acá es que cuando hubo Ni Una
Menos dolió y por eso las políticas contra la violencia de género empezaron a decantar a
partir del 3 de junio de 2015.
Antes existía la ley pero todo se demoró muchísimo más. El tema del cuidado yo creo que
todavía no está doliendo porque, conectándolo con la otra pregunta, las mujeres tenemos
ese mandato muy fuertemente instalado, incluso las más progresistas, y en nuestro
recóndito interior es un lugar de micropoder que también ejercemos, un lugar donde
sentimos una cierta afirmación, seguridad y hasta superioridad. Por eso nos importó
incluir este tema en el libro: cuáles son esos espacios muy chiquititos que nosotros
también sostenemos a través de las mitomanías y en nuestra experiencia cotidiana.

– ¿Creen que se trata de un tema que está realmente en agenda?

E.F.: –Es un tema que está entrando en la agenda con mucha energía. Lo hace a partir de
la movilización social y de los movimientos de mujeres y de una creciente cantidad de
personas que se dedican a la investigación, que trabajan en organizaciones de la sociedad
civil y comunitaria, movimientos piqueteros. Ha habido una energía muy importante que
empezó a debatir estos temas hace diez, quince años.
Y sin duda el movimiento “Ni Una Menos” trajo una expansión rotunda de esta conciencia
de género que nació en una minoría y se expandió relativamente. Al mismo tiempo el núcleo
duro de las militantes feministas es un núcleo muy formado en estos temas, para los
cuales este libro no será ninguna novedad
pero puede ser un recurso para trabajar en talleres. Al mismo tiempo creo que hay una
proporción significativa de la sociedad que tiene una inquietud, que se está preguntando
cosas, que acompaña al movimiento Ni Una Menos, que probablemente tiene alguna
experiencia de violencia propia o en la familia que la ha movilizado y que todavía no
termina de apropiarse pero ha empezado a reflexionar sobre estas cuestiones y se hace
una cantidad de preguntas. Y es ahí donde la agenda tiene que permear, donde se tiene
que expandir y se convierte en una mayoría de demandas, donde empiezan a filtrar las
políticas públicas como está empezando a suceder en este momento, en el que ya se
cuestiona si la educación sexual integral está llegando a las escuelas o si hay
anticonceptivos para todas las mujeres que quieran cuidarse.

– ¿Y qué pasa cuando los reclamos superan el cerco de la violencia de género y los femicidios?
¿Cómo ven a la política de permeable a estas demandas, teniendo en cuenta, por ejemplo, la
resistencia que generó el proyecto de paridad de género en las listas o los fracasos en los intentos
de sancionar la despenalización del aborto?

E.F.: –Siempre la violencia de género tuvo más carisma para la política pública que la salud
reproductiva, porque la violencia está abordando un tema que puede ser visto como parte
de la vulnerabilidad femenina mientras que la salud y los derechos reproductivos de lo que
hablan es de la autonomía femenina. Y siempre es más irritante pensar en términos de
autonomía que en términos de vulnerabilidad cuando hablamos de las mujeres. Desde ese
punto de vista no me sorprende que haya mayor permeabilidad frente a la cuestión de la
violencia de género y que después se cierren las puertas cuando se va a hablar de paridad
de género, que ya es distribución lisa y llana del poder, o cuando se habla del derecho al
aborto, para que las mujeres podamos decidir sobre nuestros cuerpos y los trayectos de
nuestras vidas. Eso ha sido histórico y claramente se mantiene. Al mismo tiempo ha habido
un avance interesante en términos de educación sexual integral, que también era un coto
de resistencia importante.

A.G.: –La movilización social generó una efervescencia cultural donde se instaló el debate
de maneras múltiples, incontrolables, sobre las relaciones y desigualdades de género en la
sobremesa del domingo, en los bares, en todos lados. En esas discusiones lo que se ve es
que todavía esos estereotipos que nosotros discutimos en el libro tienen una vigencia
mucho mayor que la que podría esperarse. Más que una conexión de machistas clásicos lo
que hay es un lugar de enunciación del machismo clásico por el que pasan muchas personas
en el día a día.

– ¿Eso es lo que en el libro llaman “neomachismo”?

A.G.: –No, yo me refiero a que, en vez de clasificar, y esto fue parte del proceso del
libro, si una persona es o no machista, pusimos al machismo como una suerte de discurso al
cual personas que supuestamente no son machistas apelan en determinadas circunstancias,
como puede ser un vestuario de un club o una cancha de fútbol, y después apelan a otro
discurso.
Es parte de nuestras esquizofrenias culturales, que quedaron mucho más a la luz a partir
de la efervescencia cultural que plantearon todo el proceso de movilización y las
discusiones semiprivadas y semipúblicas que se dispararon. Ahí hay una pregunta, que no
podemos responder hoy, que es si de todas esas discusiones van a derivar otras agendas y
otros reclamos. Por ejemplo, si el año que viene o el otro todos los sindicatos argentinos
van a estar reclamando mayor licencia de paternidad.

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